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15 Cuentos

Cuentos
TRES RATONES ENVIDIOSOS
Había una vez tres ratones muy envidiosos, querían todo para ellos solos. Pero
cuando llegaba a visitarlo un vecino, ellos escondían todo el queso que tenían
guardado.
De pronto se acercó un gato muy peludo, asomó su nariz en el agujero y los ratones
envidiosos se arrinconaron muy asustados. Cuando gritaron, el vecino los escuchó
y se acercó al gato lleno de valor y como pudo lo
alejó de la puerta. Quedó tan cansado el pobre
ratón que los envidiosos salieron a agradecerle
el favor y por fin lo invitaron a comer.
Todos felices disfrutaron de un estupendo platillo
de queso y entre risas recordaban al gato que
corrió muy enojado.

EL GATO DORMILÓN
Había una vez un gato muy dormilón que se pasaba los días y las tardes enteras
echado en el sofá. Siempre se preguntaban qué es lo que hacía para quedar tan
exhausto, pero nadie lo veía haciendo otra cosa que no fuera descansar.
Una noche su dueño tuvo la idea de ir a buscarlo y ver si
también dormía toda la noche, pero mientras bajaba la
escalera pudo verlo… ahí estaba él, sentado frente al
acuario, viendo cómo dormía la tortuga. Sólo se quedó allí
mirando en silencio a su gato, despierto y sereno estaba
cuidando el sueño de su amiga tortuga.
Al día siguiente pudo verlo como de costumbre, durmiendo
en el sofá y entonces pudo comprender el porqué de su sueño durante el día, pero
no notó que la tortuga también lo cuidaba desde su sitio.

EL SEÑOR ZAFIRO
Había una vez un señor con un nombre muy bonito, se llamaba Zafiro. A Zafiro le
gustaba vender papaya, zapotes, etc.
Él era un hombre honrado y trabajador, le gustaba ayudar mucho a las personas
que lo necesitaran. Era investigador del núcleo de las
células y los números de matemáticas.
Realizaba estas labores porque quería ser alguien en la
vida. Realmente, lo que más le gustaba y tenía el gran
sueño de ser escritor y lo consiguió gracias a su tesón, a
su continuo trabajo duro, su esfuerzo y su afán de superación.

UNA NIÑA QUE SE SENTÍA SOLA


Había una vez una niña que se sentía sola, quería un animalito para jugar y quererle.
Los padres de la niña le dieron una sorpresa y se levantaron temprano para
comprarle un perrito y sorprenderla, querían que fuera muy feliz. Llegaron con el
perrito y le pusieron en la cama de la niña sin que ella se diera cuenta, después de
unos minutos la niña se levantó.
La niña se puso a pensar:
– “¿Soñé con un perrito?”
Y nada más decir esto escuchó un ladrido y ahí
estaba el perrito, bajo la sabana. Ella se puso súper
contenta y dijo que nunca más jugaría sola.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.

DANIEL
Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin cesar.
Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas,
imaginarias, y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.
Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere.
Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos
días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te
quiero de color azul.
Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir
bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.
Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la
cara de felicidad de la gente cuando las oye.
Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son
como llaves que te abren la puerta de los demás.
Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel
te pregunta: ¿quieres intentarlo tú y ser un mago de las
palabras amables?
FIN
Uga la tortuga.

- ¡Caramba, todo me sale mal!, se


lamenta constantemente Uga, la tortuga.
Y es que no es para menos: siempre llega
tarde, es la última en acabar sus tareas,
casi nunca consigue premios a la rapidez
y, para colmo es una dormilona.
- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un
buen día, harta de que sus compañeros
del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas
como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas
de camino hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.
- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis
compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta no es
hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo mejor
que sabes, pues siempre te quedará la recompensa de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y
siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos
proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de
lo que eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba:
alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te prometo que lo
intentaré.
Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía
porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles
metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr grandes
fines.
FIN

Las moscas.
En un frondoso bosque, de un panal se derramó
una rica y deliciosa miel, y las moscas acudieron
rápidamente y ansiosas a devorarla. Y la miel era
tan dulce y exquisita que las moscas no podían
dejar de comerlas.
Lo que no se dieron cuenta las moscas es que sus patas se fueron prendiendo en
la miel y que ya no podían alzar el vuelo de nuevo.
A punto de ahogarse en su exquisito tesoro, las moscas exclamaron:
- ¡Nos morimos, desgraciadas nosotras, por quererlo tomar todo en un instante de
placer!

El niños y los clavos

Había un niño que tenía muy, pero que muy


mal carácter. Un día, su padre le dio una
bolsa con clavos y le dijo que cada vez que
perdiera la calma, que él clavase un clavo en
la cerca de detrás de la casa.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la
cerca. Al día siguiente, menos, y así con los días posteriores. Él niño se iba dando
cuenta que era más fácil controlar su genio y su mal carácter, que clavar los clavos
en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez y se lo dijo
a su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él había conseguido, por
fin, controlar su mal temperamento.
Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que por cada día
que controlase su carácter, sacase un clavo de la cerca.
Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya había sacado
todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo, de la mano, hasta la
cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate
en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la misma.
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y mal
carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa
tanto que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una herida física es igual
que una herida verbal.
Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a quienes
hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan, comparten
una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte.
Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos,
hicieron que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado.
FIN
Sara y Lucía

Entonces Sara se sintió ofendida y se


marchó llorando de la tienda, dejando
allí a su amiga.
Lucía se quedó muy triste y apenada por
la reacción de su amiga.
No entendía su enfado ya que ella sólo
le había dicho la verdad.
Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su
amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.
Sara reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón.
Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de inmediato
con una gran sonrisa.
Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en
la sinceridad.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará
sentado.
FIN

Santilín.
Santilin es un osito muy inteligente, bueno y
respetuoso. Todos lo quieren mucho, y
sus amiguitos disfrutan jugando con él porque
es muy divertido.
Le gusta dar largos paseos con su
compañero, el elefantito. Después de la
merienda se reúnen y emprenden una larga caminata charlando y saludando a las
mariposas que revolotean coquetas, desplegando sus coloridas alitas.
Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia trata
de enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el
césped, sin destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala.
Un domingo llegaron vecinos nuevos. Santilin se apresuró a darles la bienvenida y
enseguida invitó a jugar al puercoespín más pequeño.
Lo aceptaron contentos hasta que la ardillita, llorando, advierte:
- Ay, cuidado, no se acerquen, esas púas lastiman.
El puercoespín pidió disculpas y triste regresó a su casa. Los demás se quedaron
afligidos, menos Santilin, que estaba seguro de encontrar una solución.
Pensó y pensó, hasta que, risueño, dijo:
- Esperen, ya vuelvo.
Santilin regresó con la gorra de su papá y llamó al puercoespín.
Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas
para que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos.
Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda
y cantaron felices. FIN

El Árbol Mágico
Hace mucho pero mucho tiempo, un niño paseaba
por un prado en cuyo centro encontró un árbol con
un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices
las palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó


con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras,
pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y
entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un
cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias,
arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia
una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del
mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras
mágicas.

Un Agujerito en la Luna
Cuenta una antigua leyenda que en una época
de gran calor la gran montaña nevada perdió
su manto de nieve, y con él toda su alegría. Sus
riachuelos se secaban, sus pinos se morían, y
la montaña se cubrió de una triste roca gris. La
Luna, entonces siempre llena y brillante, quiso
ayudar a su buena amiga. Y como tenía mucho
corazón pero muy poco cerebro, no se le
ocurrió otra cosa que hacer un agujero en su
base y soplar suave, para que una pequeña parte del mágico polvo blanco que le
daba su brillo cayera sobre la montaña en forma de nieve suave.

Una vez abierto, nadie alcanzaba a tapar ese agujero. Pero a la Luna no le importó.
Siguió soplando y, tras varias noches vaciándose, perdió todo su polvo blanco. Sin
él estaba tan vacía que parecía invisible, y las noches se volvieron completamente
oscuras y tristes. La montaña, apenada, quiso devolver la nieve a su amiga.
Pero, como era imposible hacer que nevase hacia arriba, se incendió por dentro
hasta convertirse en un volcán. Su fuego transformó la nieve en un denso humo
blanco que subió hasta la luna, rellenándola un poquito cada noche, hasta que esta
se volvió a ver completamente redonda y brillante. Pero cuando la nieve se acabó,
y con ella el humo, el agujero seguía abierto en la Luna, obligada de nuevo a
compartir su magia hasta vaciarse por completo.

Viajaba con la esperanza de encontrar otra montaña dispuesta a convertirse en


volcán, cuando descubrió un pueblo que necesitaba urgentemente su magia. No
tuvo fuerzas para frenar su generoso corazón, y sopló sobre ellos, llenándolos de
felicidad hasta apagarse ella misma. Parecía que la Luna no volvería a brillar pero,
al igual que la montaña, el agradecido pueblo también encontró la forma de hacer
nevar hacia arriba. Igual que hicieron los siguientes, y los siguientes, y los
siguientes…

Y así, cada mes, la Luna se reparte generosamente por el mundo hasta


desaparecer, sabiendo que en unos pocos días sus amigos hallarán la forma de
volver a llenarla de luz.

Ojitos

– ¡Mami!, ¡mami!. – Dijo gritando Saulis.


– ¿Qué pasa nena?. – Contestó la mami de Saulis.
– Hay dos hombres vigilando la casa. – Dijo Saulis.
-¿Qué cosas dices Saulis?. – Respondió su mami.

La mamá salió a ver que pasaba fuera, mientras


Saulis estaba agitada e impresionada.

– ¡Oh no! ¡Saulis corre!!. – Gritó su mamá.

Saulis corriendo se escondió bajo su cama. La mamá pensó que Saulis mentía
pero en realidad Saulis había visto los abogados de su padre, los cuales venían a
buscar a la pequeña Saulis para que se fueran con ellos.

Finalmente todo quedó en un susto y todos siguieron viviendo felices.


FIN

TRES RATONES ENVIDIOSOS

Había una vez tres ratones muy envidiosos,


querían todo para ellos solos. Pero cuando
llegaba a visitarlo un vecino, ellos escondían
todo el queso que tenían guardado.

De pronto se acercó un gato muy peludo,


asomó su nariz en el agujero y los ratones
envidiosos se arrinconaron muy asustados.
Cuando gritaron, el vecino los escuchó y se acercó al gato lleno de valor y como
pudo lo alejó de la puerta. Quedó tan cansado el pobre ratón que los envidiosos
salieron a agradecerle el favor y por fin lo invitaron a comer.

Todos felices disfrutaron de un estupendo platillo de queso y entre risas recordaban


al gato que corrió muy enojado.

FIN

EL GATO DORMILÓN

Había una vez un gato muy dormilón que


se pasaba los días y las tardes enteras
echado en el sofá. Siempre se
preguntaban que es lo que hacía para
quedar tan exhausto, pero nadie lo veía
haciendo otra cosa que no fuera
descansar.

Una noche su dueño tuvo la idea de ir a


buscarlo y ver si también dormía toda la
noche, pero mientras bajaba la escalera
pudo verlo… ahí estaba él, sentado frente al acuario, viendo cómo dormía la tortuga.
Sólo se quedó allí mirando en silencio a su gato, despierto y sereno estaba cuidando
el sueño de su amiga tortuga.

Al día siguiente pudo verlo como de costumbre, durmiendo en el sofá y entonces


pudo comprender el porqué de su sueño durante el día, pero no notó que la tortuga
también lo cuidaba desde su sitio.

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