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Radiografía de la Democracia

DOS DERECHOS

Julius Evola

En 1948 una comisión especial de la ONU presentó, como resultado


de sus trabajos, una especie de Charta en la que se definía la
concepción del derecho. Una vez aprobada, y obtenido su
reconocimiento también en los ambientes católicos, la misma
sancionaba en mayor o menos medida las ideas del denominado
“derecho natural”, con un lugar destacado para los principios
jacobinos del ’89 y los de la Declaración de la Independencia
Norteamericana, fijando por lo tanto la base universal para la
democracia. Con la misma, era también convalidada la famosa
“ideología de Nüremberg”, es decir, de aquella macabra farsa jurídica
con la cual, para desprecio de toda anterior tradición de honor militar,
los vencedores se han unilateralmente constituido en jueces de los
vencidos refiriéndose así a principios tan sólo por ellos elaborados y
hechos valer retroactivamente y por encima de cualquier frontera.
En efecto, éste es uno de los aspectos fundamentales del denominado
derecho “natural” en su oposición a lo que es denominado como
“derecho positivo” o “político”. El fondo último de tal doctrina (el
“iusnaturalismo”), el cual ha tenido un papel relevante en todas las
ideologías subversivas modernas, es éste: para lo justo y lo injusto,
para lo lícito y lo ilícito existirían principios inmutables y congénitos
en la naturaleza humana, de carácter universal, que aquella que es
denominada como la “recta razón” podría siempre reconocer de
manera directa. El punto esencial es el de atribuir al conjunto de
estos principios una superior validez y dignidad, de hacerlos valer no
tanto en términos de derecho cuanto en términos de moral. Éstos
tendrían una autoridad y una fuerza íntimamente imperativa que el
“derecho positivo”, es decir las leyes concretas que rigen todo Estado
y toda sociedad organizada, no poseen puesto que estas leyes se
basarían en la simple necesidad o sobre la coerción, no tendrían un
crisma superior y deberían ser simplemente medidas, en su
legitimidad, justamente sobre la base del “derecho natural” del
hombre.
Hemos hablado de un uso subversivo de este derecho puesto que es
evidente que, refiriéndose al mismo, puede ponerse bajo acusación al
Estado, se pueden sancionar rebeliones, contestaciones y
desobediencias de los individuos y de las masas, sin excluir la
“objeción de conciencia” y posturas análogas por un lado y por el otro
hasta arribar a la mencionada “ideología de Nüremberg” y a la
pretensión de constituir un tribunal universal democrático al cual todo
Estado debería plegarse renunciando así a lo que constituye su
misma esencia, es decir su soberanía. Los ataques múltiples, hoy tan
frecuentes, sostenidos sea contra uno u otro régimen reputado como
“fascista”, con ingerencia en los asuntos internos de otros países
(aunque sin abrir la boca en general cuando se trata de regímenes
marxistas), proceden evidentemente de presupuestos análogos.
Ahora bien, sobre todo esto es dable hacer una serie de
consideraciones.
Por un lado tal “derecho natural” no es sino una abstracción, lo cual
resulta históricamente del hecho de que después de siglos de
controversias jurídico-filosóficas nadie ha podido arribar nunca a
definir exacta y unívocamente cuál sea la “naturaleza humana” en
singular, la naturalis ratio y el criterio objetivo para juzgar qué cosa
se encuentre realmente en conformidad con la misma y qué es lo que
le sería congénito como si se tratase de una sagrada herencia. En su
ausencia, se ha podido hacer referencia tan sólo a algunos principios
elementales que se juzgan como necesarios a fin de que una vida
social fuese posible. Pero con esto viene a menos la “trascendencia”
del derecho natural, su pretendida superior dignidad, puesto que se
nos manifiestan entonces como evidentes un conjunto de
condicionamientos históricos y puesto que (sobre este punto esencial
volveremos enseguida) para la “vida social” son concebibles formas
sumamente diferentes. En efecto, cuando de lo abstracto se ha
pasado a lo concreto, al derecho natural, de acuerdo a los autores y
las épocas, se le ha agregado ahora uno u otro principio. Baste
pensar que en la antigüedad hubo quien hizo ingresar dentro del
derecho natural a la misma esclavitud.
Puede ser interesante una ejemplificación histórica respecto de los
orígenes del “derecho natural”. Por parte de la Corona británica
habían sido reconocidos a los ciudadanos paulatinamente una serie
de derechos en el plano puramente político, luego de conflictos y
diferentes circunstancias locales. Y bien, estos derechos, por parte de
filósofos como Locke y luego por la Declaración de independencia
norteamericana, fueron “absolutizados”, fue olvidado su origen
empírico y político, los mismos fueron transformados en “derechos
naturales” autónomos y superiores a cualquier sociedad política,
inalienables y conferidos nada menos que por Dios a toda criatura
humana.
Sin embargo el punto fundamental es éste: allí donde se habla de
derecho natural se encuentra a pesar de todo, un cierto común
denominador, se encuentran ciertos principios que, por lo demás, son
intrínsecos no de la naturaleza humana en general, sino más bien de
una determinada naturaleza humana y ofician de presupuesto no de
todo tipo posible de sociedad, sino de un determinado tipo de
sociedad. En otros términos, no se trata para nada del derecho en
singular, sino tan sólo de un derecho, de la especial concepción que
del derecho tuvieron (y tienen) un determinado tipo de sociedad y un
determinado tipo humano. Todo lo demás, su presunto carácter ético
y casi sagrado, su correspondencia nada menos que a la “ley divina
impresa en el corazón de los hombres”, su ser normativo en sí
mismo, no es sino pura mitología (un marxista diría que es una
superestructura); es un aparato especulativo al servicio de quienes
defienden y buscan de hacer prevalecer lo que corresponde a una
determinada mentalidad y a un determinado ideal de vida asociado:
es decir los que han hallado una esencial expresión en la democracia
y en el igualitarismo democrático.
Pero no nos debemos detener aquí: es necesario ir más a fondo y
rastrear el origen o la genealogía de este derecho.
Para hacer esto, nos debemos remitir a tiempos remotos y a una
morfología de las civilizaciones, utilizando concepciones como las
formuladas por el suizo J. J. Bachofen, genial estudioso del derecho y
de los mitos y de las tradiciones antiguas, contemporáneo de
Nietzsche y de Burckhardt. La “constante” de toda la teoría
iusnaturalista se encuentra en la igualdad y la indiscriminada, innata,
intangible libertad atribuida a todo ser humano, más aun, de acuerdo
a algunos escritores antiguos, a todo ser viviente. Todos los hombres
son iguales y hermanos. Toda autoridad es violencia, las leyes
políticas positivas fueron ya llamadas magis violentiae quam leges.
En rigor, el corolario sería una concepción comunista de la propiedad,
la communis omnium possessio, en tanto que es igual el derecho de
los iguales.
Y bien, todo ello tiene un preciso trasfondo cultural y religioso, que es
la concepción “matriarcal” del mundo y de la vida. “Matriarcal” aquí
debe ser tomado no en sentido literal material, sino en sentido
generalizado. Se trata de las civilizaciones que vieron el supremo
principio del universo en una divinidad femenina materna, sobre todo
en la Madre Tierra, Magna Mater. Frente a la Madre generadora todos
los seres son iguales. Su ley no conoce exclusivismos o diferencias,
su amor aborrece todo límite, su soberanía no admite que el sujeto se
arrogue un derecho particular sobre aquello que por naturaleza
pertenece colectivamente a todos los seres. La cualidad de “hijo de la
Madre” asegura una intangibilidad e iguales derechos a cada uno. A la
igualdad se le acompaña la intangibilidad física y en el conjunto viene
definido como “conforme a la naturaleza” un ideal fraterno-social y
promiscuo de la vida organizada. Los orígenes pueden ser olvidados,
este trasfondo religioso con la primacía del principio femenino-
materno y ctonio (es decir vinculado a la Tierra) puede hacerse
totalmente invisible, y sin embargo subsistir como un espíritu y un
ethos bien determinados, como una interna conformación: lo cual se
vincula justamente con el hecho de que se hacen valer por sí mismos,
en abstracto, los principios del derecho natural.
El cual, por lo demás, desde tal perspectiva parece corresponder tan
sólo a lo que es propio de una determinada línea espiritual y, si se lo
puede decir así, a una determinada “raza interior”. Es así como
Bachofen ha indicado la existencia, ya en los orígenes, de una
orientación opuesta, de una concepción “paterna”, base, a su vez, de
otro derecho, de otro ideal de sociedad, de otro ethos, teniendo como
trasfondo a otra concepción religiosa: mitológicamente, la primacía es
atribuida a las divinidades masculinas paternas de la luz y del cielo
luminoso (en especial en las civilizaciones de origen indoeuropeo)
frente a las divinidades femeninas-maternas de la tierra y del mismo
cielo. Y a las primeras divinidades, uránicas y olímpicas, les fue
referido el mundo concebido como kosmos y ordo, es decir como un
todo ordenado y bien articulado que tiene su reflejo en una
concepción no menos articulada, orgánica y jerárquica de la sociedad
así como del derecho (se vincula aquí el clásico dicho sui cuique); se
puede decir que la misma funda el principio y el derecho del
verdadero Estado, en oposición a lo que es simple sociedad
naturalista. Bachofen ha puesto en luz también que en las grandes
civilizaciones antiguas basadas en el derecho viril, en lo que con Vico
se podría llamar “el derecho natural de los pueblos heroicos”, en
forma notoria en la civilización romana, el derecho promiscuo propio
del otro tipo de civilización no subsistió sino en los estratos inferiores,
en la plebe. Así en Roma es significativo que una antigua designación
de la plebe fue justamente la de “hijos de la Tierra”, que los cultos
predominantes de la plebe fueron de divinidades femeninas y que a
las mismas se hizo siempre alusión en las sublevaciones en contra de
las malignae leges, es decir en contra de las formas del derecho
positivo político y patricio. Sólo con el derrumbe y decadencia de la
antigua romanidad aristocrática este substrato volvió a emerger y
pasó casi a la contraofensiva y es desde tal perspectiva que debe
verse la génesis del “derecho natural” cual fue profesado por varios
juristas, incluso Ulpiano, en el tardío período de decadencia
universalista del Imperio. Desde varios puntos de vista el cristianismo
contribuyó a esta acción dando un crisma religioso al principio de la
igualdad de todos los hombres, principio que demasiado fácilmente
desde el plano teológico (igualdad de todos ante Dios o lo Absoluto)
fue hecho valer absurdamente en el plano social.
Considerando los desarrollos sucesivos en el sentido de una
secularización, es así como se arriba al “derecho natural” del cual se
empezó a hablar en especial a partir del siglo XVII y al cual se remite
la democracia moderna, que lo ha convertido en una cosa sagrada,
intangible, originaria por un lado y por el otro como una conquista del
progreso humano.
Pero si se considera aquello que aquí, aun sea en una forma
necesariamente sumaria (en otras oportunidades nos hemos referido
con un mayor desarrollo a este orden de ideas), ha sido expuesto, se
debe reconocer que justamente lo opuesto es lo verdadero: se trata
de un fenómeno regresivo. La ideología democrática, la revalorización
del “derecho natural” en contra de cualquier ley política articulada, el
presunto humanismo que convierte en fetiche a una libertad
indiscriminada y todo lo demás, hasta la Charta formulada por los
juristas de la ONU, de lo cual se ha hablado al comienzo de este
artículo, que debería tener un valor supranacional mundial, no son
sino las señales indicativas de una involución, de la emergencia y del
predomino del hombre de una determinada raza interior, paralelos
con el declinar de un tipo humano superior con sus símbolos y su
derecho.
La crisis del mundo tradicional ha propiciado la reviviscencia, aun
secularizada, de un substrato de trasfondo “matriarcal”, naturalista y
plebeyo, a expensas del principio que antes tenía el símbolo paterno,
que ha subsistido en las mayores civilizaciones dinásticas europeas
de “derecho divino”, con el ideal de la autoridad y de la jerarquía,
fundamento del verdadero Estado. Muchas son las variedades del
fenómeno: democracia, masa, “pueblo”, “nación”, societarismo y
socialismo, comunidad de sangre y de etnía en función antitética con
respecto a todo lo que es Estado, y así sucesivamente. El comunismo
constituye el término final de tal regresión. Es significativo cómo los
distintos filósofos marxistas de la historia, comenzando por el mismo
Engels, remitiéndose también, aunque de manera obtusa y unilateral,
a las teorías de Morgan y del mismo Bachofen, han hablado de una
fase matriarcal comunista de los orígenes, absurdamente
generalizada por ellos, y en ella han visto casi el estado normal al
cual el régimen de propiedad privada y todo el resto le han hecho
violencia. Es pues un “iusnaturalismo” en estado puro.

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