| BIBLIOTECA DEL —-ESTUDIANTE —_ UNIVERSITARIO
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DIRECCION GENERAL
DE PUBLICACIONES
CUENTOS DE
LA REVOLUCION
Prélogo, notas y seleccién de
Luis Lean
J unterspad NaciovaL AUTONOMA DE MEXICO
MEXICO
1976
i465081
Primera edicién: 1976
DR @ 1976, Universidad Nacional Auténoma de México
Ciudad Universitaria, México 20, D. F.
Dineccion GENERAL DE PUBLICACIONES
Impreso y hecho en México
PROLOGO
Hay nuerosos estudios dedicados a la novela de
la Revolucién Mexicana, En cambio, del cuento pocos
se han ocupado. Y podria afirmarse que es en el
cwento donde encontramos manifestaciones de una
narrativa que es revolucionaria no solamente en el
contenido —como lo es la novela— sino también
en sus formas. Por eso creemos que el estudio del
cuento de la Revolucién debe recibir mayor atencién.
Su abandono es muchas veces el resultado de su
desconocimiento. Por eso nos hemos propuesto publi-
car una antologia —creemos que es la primera— en
Ia que hemos recogido ejemplos de esta manifestacién
de las letras mexicanas que predominaron durante
varios lustros de la primera mitad del siglo.
El cuento de la Revolucién, como la novela, es el
producto de un acontecimiento histérico que cambid
la naturaleza de las instituciones sociales y politicas.
La Revolucién Mexicana, la primera del siglo xx,
es una de las pocas que han producido su propio
arte, st propia literatura. Faltdndoles los anteceden-
tes, y deseando crear una literatura que reflejara
v
1
|Gertrudis advierte, haciendo volver las caras hat
el abuelo: a
—jMaclovio! No llore, tata, Diosito se lo Mev
Tenia dos lagrimones prendidos a los ojos, 1
viejo se los limpié con la punta del jorongo y dij
sordamente:
—Es la lefia verde del fogn. El humo me es!
entrando en los ojos.
Noche afuera, ladraban los perros. En el jacal
las mujeres se prosternaron alrededor del muerto,
comenzaron los rezos.
De El ardiente verano. México. Fondo de Cultura
nomic
1954, pp. 189-201.
4
CARMEN BAEZ
1908
lCarmen Baez (nacié en Morelia, Michoacin), desde
emprano se dedicé al periodismo y la literatura; cul-
v6 primero la poesia (El cancionero de la tarde,
.928) y después el cuento, Jesiis Romero Flores reco-
gid su relato “Justicia” en la coleccién de Leyendas
uentos mexicanos que publicara en 1938, y Mancisidor
La Cilindra” y “La pajara” en la antologia de Cuentos
inexicanos de autores contemporéneos [1946]. En 1955
ané el premio ofrecido por El Nacional para el me-
xr cuento con “Dos o tres meses”, publicado en la
evista Mexicana de Cultura y recogido, con los ante-
fores, en La robapdjaros (1957). Como narradora se
istingue Carmen Béez por el énfasis que da a los
roblemas de los personajes de origen humilde. Sobre
jo en el caso de las mujeres, capta con habilidad y
streza sts sentimientos y aspiraciones, Las anécdo-
s las desarrolla con sencillez, 1o que da al cuento
irescura y, a veces, un sentido de irrealidad,
Consultar: Diccionario de escritores mexicanos. México.
NAM, 1967, p. 31.
115.La cILinpRA
Ella no tenia duefio. Tal vez no lo tuvo nunca,
encontraron los soldados alla por Huetamo, en ty
pueblillo caliente y gris, y desde entonces se
de alta” y se vino a correr mundo con Ia bola.
Se hizo amiga de todos: de los soldados, de Tat
soldaderas y hasta del cabecilla. Todos le tenia
carifio,
Por flaca, por encanijada, la Hamaron la Ci
dra. Siempre fiel, siempre alerta, como buena revo
lucionaria; en su hoja de servicios tenia anotads
mas de alguna accién de armas en la que tomé par
te tan activa como los hombres, como las mitjen
Nunca conocid el miedo y ante el enemigo se poi
furiosa, tan furiosa que hubiera sido dificil
a dla sola. Después de los combates se le ofa aulla
por las noches en el campo abandonado. Cuando,
pafiera, y nunca se le pudo acusar de traici6n.
Una vez el cabecilla, aquel hombre de bro
recio, altanero, bueno, estuvo a punto de s
cuentas con la vida. Los mosquitos de tierra calient
son malos. Cogié una fiebre paliidica que lo tum
por mucho tiempo. Y alld estuvo la Cilindra
, sin comer, sin beber, perdidos en una de las cite
vas del cerro... Y fue la pobre Cilindra quien t
noche en que el cabecilla casi agonizaba, leg haste
el plan y bused a los soldados, y los levé al lugar @
donde el jefe se estaba muriendo. Ellos le traje rot
médico y agua. En poco tiempo estuvo sano. Séla
entonces lo abandoné la Cilindra.
‘Al pasar por Churumuco tuvo amores con ef Cie)
pulin, un perrazo negro, Al poco tiempo tuvo t
116
bién familia: dos cachorros pequenitos y pardos que
por desgracia nacieron en el cuarto de Juan Lanas.
La mujer de Juan, dofia Juana le Marota, era
larga, fea, mala, Una noche cogié a los cachorritos
y se fue rumbo al rio. Cilindra corrié tras ella. Lle-
garon al puente, El rio, abajo, era wna fuga de
aguas turbias. Y los arrojé al fondo, con el mismo
desprecio que arrojara um saco de basura, Por for-
tuna, alli estaba Juan Lanas. Se eché la Cilindra
al rio y tras ella se tiré también Juan, El agua los
arrastfé lejos, muy lejos, pero luego salieron
Jos cuatro a la orilla,
Volvieron al cuarto y no fue paliza la que Juan
le puso a su Marta, Desde entonces la Cilindra
tenia una estimacion particular por aquel Juan La-
nas, que era borracho y bueno.
Pero era también traidor, Su misma mujer vino
a contarlo. Y lo encontraron en la madrugada, atra-
yesando el Ilano, con el fusil al hombro y las cana~
nas terciadas, caminando rumbo al campo enemigo.
—Que lo truenen —dijo el cabecilla.
Y Te formaron su cuadro. Todos callados, frente
a él preparaban sus armas. El comandante ordend:
ii Apuuuunnten!!
Y todos levantaron sus carabinas... Iba a pro-
nunciar la palabra “fuego”, cuando a los pies de
Juan Lanas se oyé um aullilo lastimero, sobrehu-
mano, largo, que hizo a los soldados estremecerse y
bajar sus armas: a los pies del traidor estaba la Ci-
lindra, con sus ojos amarillos y largos, de mitada
hiimeda. Arrastréndola lograron retirarla, Volvié el
comandante a dar drdenes, y cuando estaban ya las
armas levantadas, listas para lanzar su escupitajo de
acero, volvié a escacharse a los pies de Juan Lanas
el aullido largo, que ponia los pelos de punta, A
17anh
pesar de que el comandante dio la voz de “j fuego!"
no se disparé un solo cartucho. Nadie se hubie
atrevido a heritla: era la amiga, la Gnica amiga leal
de toda Ia tropa.
Y se repitid la escena dos, tres, cuatro veces. Por
la fuerza quisieron alejarla: imposible, Si parecia
estar rabiosa. No fueron pocos los mordiscos que
propind esa mafiana a los soldados, Se habia con-
vertido en la enemiga de todos y, sin embargo, nadie
se hubera atrevido a hacerle dafio.
—Tate quieta, Cilindra —le decia Juan Lanas
con voz ronca, amarga, Vete. gNo ves que estos
demonios acabaran por matarte? Déjame solito un
rato.
Pero ella seguia echada a sus pies, con los ojos
Intmedos y largos.
Ya por la tarde llegd el cabecilla. #1 mismo fue
hasta el barranco en donde estaban fusilando a Juan
Lanas, Al verlo llegar la Cilindra, mostrandole
sus dientes, le fanz} una mirada hiimeda, de rabia y
de ternura, de venganza, de stiplica y de reto. Nunca
supo el cabecilla por qué aquella mirada se le clavé
tan hondo... Los ojos amarillos eran més que hu-
manos. Estaba en ellos toda la angustia de la gleba
que pedia justicia, que Horaba, que sufria en silencio
a veces y amenazaba con destruirlo todo.
—Que traigan ala Marota —dijo.
Cuando Megs Ja Marota, la mujer que traicioné
a Juan Lanas, con voz ahogada dijo el cabecilla:
“Mira, Marota, asi defienden las perras a sus
hombres!
Por eso cttando una bala dejé a la Cilindra
tiesa en el campo de batalla, todos lloraron, todos se
sintieron solos, Ellos mismos la enterraron en el
cementerio nuevo, en una fosa que cavd Juan
'
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Lamas, Y hubo toques de clarin, y tambores vela~
dos, y todos los honores militares que se hacen al
mis querido de los jefes caidos en el campo de bata-
Ila, bajo la uvia absurda de las balas.
De La roba-pajaros. México. Fondo de Cultura Econémi-
ca, 1957, pp. 57-61
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