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Los manuales de buenas costumbres.

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Desde 1840 hasta hoy

Revistas femeninas: adoctrinamiento sobre la verdadera


feminidad

* Importante trabajo de la UNAM rescata revistas femeninas del siglo XIX


* Ayer como hoy: ser, comportarse y sentir para que los demás sean
felices

Araceli Zúñiga

Y usted, sí, usted, señorita –o señora– angelical mexicana: ¿qué tan bien se porta? ¿Está limpia
su casa? ¿El baño huele a jazmines? ¿Los hombres a su cuidado están… bien cuidados?

En caso de no ser así y de que usted sea una mujer fodonga que compra el arroz ya hecho y en
cuya casa comen los bisteces en platitos pasteleros porque los otros están sucios, le informamos
que su mal tiene remedio. La solución está en lo que lee y no nos referimos a los dos tomos de
El Segundo Sexo de la Simone de Beauvoir que tal vez la hagan más fodonga además de
rebelde, sino a las revistas femeninas donde puede aprender a cumplir debidamente con todo,
desde cómo ser feliz lavando pilas de platos después de llegar del trabajo, cuidar la digestión de
los suyos, hasta cómo satisfacer sexualmente a su hombre aunque esté agotada. Así que ¡corra
al puesto de la esquina por su revista favorita! En ella encontrará soluciones eficazmente
“femeninas” que resolverán su vida actual de mujer incorrecta.

Pero no vaya usted a creer que está obteniendo algo novedoso ni un producto de la nueva era
de la igualdad, la comunicación y la tecnología. El adoctrinamiento sobre la verdadera feminidad
es tan viejo como el eterno femenino.
Para demostrar lo anterior, la UNAM, bajo la responsabilidad de
la profesora Blanca Estela Treviño1, acaba de rescatar y
digitalizar dos publicaciones del siglo XIX: Panorama de las
señoritas mexicanas (1842) y El presente amistoso de las
señoritas mexicanas (1847) cuyo objetivo era adoctrinar
moralmente a las mujeres a través de textos en prosa y en
verso en los que se difundían “preceptos morales, lecciones
útiles y la educación” para el amor y la debida atención de una
casa; o sea una potente educación ideológica y sentimental
para las mujeres de esa época.

Guardando las diferencias de época, eran hace 150 años las


equivalentes de Vanidades, Marie Claire, Vogue o Cosmopólitan.
Por ejemplo, en El panorama de las señoritas mexicanas de
1842 se lee: “Mujer ¡sé sumisa a tu marido! Esta palabra no te
hace esclava, sino compañera”. En aquellos tiempos las
facultades intelectuales de la mujer se condensaban en la
“servidumbre del bello sexo” y su definición como persona era:
“pasiva, sin facultad creadora, poco fecunda de ideas y de una
esfera limitada”.

La estricta definición parece que ha cambiado, pero no tanto lo que se espera de nosotras.

La investigadora Elvia Montes de Oca Navas, de El Colegio Mexiquense, A.C. comenta en su


ensayo sobre revistas femeninas:
“Ya en el siglo XX y durante la década de los treinta y los cuarenta en México circularon diversas
revistas dedicadas a las mujeres, revistas que de alguna manera, continuaron guiando el
“conocimiento” que las mujeres tenían de ellas mismas, de lo que de ellas se esperaba como
integrantes del sexo femenino, de la imagen que debían conservar acorde con el ideal de la
época y al cual aspirarían”.

Las revistas femeninas que en plena guerra mundial circulaban en México ¿informaron a sus
lectoras sobre los sucesos históricos que afectaban al mundo?

¿Cuáles eran los contenidos de estos silabarios morales? Para señoritas, madres y esposas:
labores de tejido, bordado, costura; recetas de cocina, consejos prácticos para el hogar y
soluciones de problemas de la casa, especialmente los relacionados con la limpieza y los enseres
domésticos; sugerencias para la conservación de la belleza de las mujeres, decorado de los
hogares, modas, horóscopos, cápsulas interesantes referentes a algunos datos más o menos
curiosos, correos sentimentales, instrucciones para saber comportarse y hablar bien en diversos
grupos sociales, recomendaciones para educar bien a los hijos, recetas médicas sencillas para
enfermedades o accidentes leves sucedidos en la casa; promoción de artículos domésticos como
aparatos eléctricos, anuncios de pastas dentales, pomadas, jarabes y otros productos
“indispensables” para el hogar. O sea, un contenido muy similar al de estos días.

¿Cómo debían ser las mujeres? La madre –sobre todo– debía ser solícita frente a las
necesidades de “los otros”, ella “no necesita que le digáis que tenéis hambre, porque prevé
vuestras necesidades; ella no necesita que le comuniquéis vuestros dolores, porque los adivina
en vuestros ojos”, la madre es capaz de todo “aunque deba de levantarse de la tumba para
protegeros con su sombra”.

Estos eran los preceptos a seguir: “una mujer –la esposa– debe
poner en su mano azúcar y no vinagre para que su esposo
coma de ella (…) Debían, sí, relacionarse con personas
inteligentes que les permitieran una agradable conversación
con su cónyuge, pues un hombre aburrido junto a su esposa
“es un hombre que ya se está alejando de ella” (La familia,
diciembre de 1943, p. 21). Además, “la buena apariencia de su
esposo está en sus manos”.

Las revistas femeninas que se escribieron en esos años eran


para que “las mujeres tengan en sus páginas un minuto de
intensa vida interior, o la suavidad de un consejo, o la
colaboración desinteresada en un trabajo manual” (La familia,
junio de 1942, p. 14).

Consejos guía: “Dios en su infinita sabiduría da a cada quien lo


que se merece, y a las mujeres que sufren se les recuerda que,
a mayor sufrimiento, mayor la recompensa en el otro mundo, no en éste. La mujer es para
todos, y ella es la que, para llegar al maravilloso triunfo hogareño, sacrifica en todos los
momentos del día sus propias predilecciones para acatar las de los suyos, aherroja la vanidad
femenina que tanto cuesta mantener, renuncia a la coquetería y al solaz, para comulgar la dura
pesadumbre, la escasez, la amargura”…

Las mujeres debían dejar el lenguaje agresivo, dominante y autoritario para los hombres y
“rechazar de manera enérgica lo que la acercara a la manera de hablar de los varones”. “A los
ojos del niño, el padre encarna la ley, el vigor, el ideal y el mundo exterior, mientras que la
madre simboliza la casa y el trabajo doméstico”.

¿Los mensajes religiosos? El hombre es imagen de Dios, la mujer es tan sólo imagen del
hombre, de ahí su condición de inferioridad, así también Dios es la imagen perfecta de la
paternidad, como los hombres son de sus propios hijos.

El saber, dicen, “echa a perder a las mujeres, al distraerlas de sus más sagrados deberes”. “Así
como María mujer-madre, así deben ser todas las mujeres fieles a la religión cristiana”, por
tanto no debían (¿no podían?) divorciarse, abortar, tener conciencia de su propio cuerpo”.
Rastreando esta historia podemos comprender por qué todavía
hoy es común en gran parte de nuestra población la concepción
de que la mujer es la culpable de muchos males que aquejan a
la sociedad, ya que –además de perder el paraíso original por
su mismísima culpa– por vanidad ha querido competir con el
hombre y ha descuidado la crianza al trabajar fuera de su casa
(aunque sea para subsistir). Se asegura que por ello han
proliferado los divorcios, los niños abandonados, la
fármacodependencia y la delincuencia en general. A esta
mentalidad –de revista del siglo XIX– corresponden
declaraciones de autoridades civiles y religiosas en pleno siglo
XXI, que desean “que la mujer deje de trabajar fuera de su
casa” (y se aleje de “ciertas” lecturas impropias para las
mujeres decentes).

Así que, palomas: (caídas o arrojadas) del nido: a comprar


nuestros silabarios morales del siglo XXI: las revistas
femeninas. Bastante más caras ahora que en 1842, pero…
nosotras lo valemos ¿o no?

La autora es investigadora/guionista de TV-UNAM. Autora de la columna Feminalia, del periódico


Unión del STUNAM.

1 Estos archivos se pueden consultar en: www.coleccionesmexicanas.unam.mx

Durante el siglo XIX floreció en México un conjun to de obras de


carácter social que pretendía normar los valores, actitudes,
comportamientos, gestos, etc., con la intención de esculpir el modelo
de ciudadano moderno. En efecto, los manuales de buenas costumbres,
o de urbanidad, contribuyeron a establecer los ideales morales y de
conducta que los hombres debían cultivar en la sociedad. La regulación
del patrón de comportamiento, público y privado, solía identificarse
con la firme convicción de que los hombres arrogados a tales principios
favorecerían la edificación de una sociedad culta, moderna y
progresista, divorciada de las maneras impropias de las sociedades
atrasadas.

Introducción.

Los manuales de buenas costumbres representaron el modelo de


valores que se pretendía inculcar en la sociedad decimonónica. Por este
motivo, el objetivo de este trabajo consiste en analizar los mecanismos
o las estrategias utilizadas por el Estado para procurar su difusión y
afianzamiento social. Cabe destacar que estas prácticas fueron de
carácter eminentemente laico y que, ajenas al orden religioso y a la
moral religiosa, pretendieron verterse e impulsarse desde canales
exentos de la influencia de la Iglesia sin que ello signifique que la
moral religiosa no compartiera los mismos valores.

La proliferación de los incontables manuales de urbanidad o buenas


costumbres coincidió con un periodo en el que los ideales de la
modernidad, el progreso y el desarrollo social adquirieron fuerza en la
sociedad mexicana. De ahí que los grupos hegemónicos del México
decimonónico hayan aprehendido y favorecido el florecimiento de estos
recetarios de conducta, que incluían una completa nomenclatura de
rigurosas técnicas para dominar correctamente los comportamientos o
listas de temas sugerentes de conversación, fórmulas de tratamien to,
tipos de saludos, etc. Los también denominados libros de etiqueta
constituyen una fractura de los comportamientos flexibles o aquéllos
que, sin un control social, solían ser estigmatizados para
desembarazarse de las fórmulas sociales que demandaban que las
costumbres se cultivarán en los renglones más altos de la moralidad, la
cultura y la civilidad.
La importancia de estos manuales también se advierte en las nuevas
necesidades culturales de la sociedad meridana decimonónica. Desde el
último tercio del siglo xix comenzó a experimentarse un extraordinario
desarrollo económico gracias a la producción, comercialización y
exportación de la fibra del henequén. El desarrollo económico
contribuyó al afianzamiento social y económico de una parte de la
sociedad; una élite que asumió el papel de portadora de los valores de
la sociedad que pretendía emular los comportamientos y prácticas
compartidas en los países considerados modernos. De ahí que los
manuales se convirtieran en estandartes de la civilidad o represen tación
del mecanismo que determinaba las rupturas de las prácticas
consuetudinarias para favorecer un culto a lo bello, a las formas y al
ciudadano modelo, arrogado en el correcto vestir, comer, conversar y,
en general, exhibir una vida progresista según los cánones de la
urbanidad. La presencia de los manuales incidió, por lo tanto, en la
alteración de las costumbres de aquéllos que estimaran involucrarse en
un determinado nivel de aceptación social.

La intención de los manuales era la modificación del bas amento


ideológico impregnado en las mentalidades gracias al ejercicio de
ciertas prácticas, sustituyéndolo por una representación social de
acuerdo a los ideales de la civilidad. Éste es un modelo instrumentado
desde la instrucción y, por supuesto, secularizado. El cambio comenzó
a matizarse con los rudimentos escolares, pues el potencial de la
escuela como formadora de conciencias constituía una parte
fundamental del discurso civilizatorio. A través de la instrucción
elemental se materializaría que los niñ os y los jóvenes lograran
apropiarse de los valores morales y sociales, inculcándoles el gusto por
el trabajo. Asimismo, por este medio también se normalizarían los
gestos, actitudes y valores sociales de un nuevo modelo, ampliamente
divulgado en las cartillas, catecismos políticos y manuales de
urbanidad. (María Guadalupe García Alcaraz, "La distinción entre
educación pública y privada", en La Tarea. Revista de Educación y
cultura, núm. 16-17, 2002.).

Sin embargo, es importante apuntar que la educación, po r lo


general, era exclusiva de los jóvenes de los grupos sociales más
acomodados; es necesario señalar que aunque hubo escuelas para el
pueblo, las instituciones de enseñanza solían ser escasas, además de
que el interés de estas familias se concentraba en responsabilidades de
distinta naturaleza.

Los cambios sociales se representan fielmente en la imposición de


los nuevos cánones de urbanidad y de comportamiento. Ante la
modernización de la vida y la aparición de una moralidad social fue
necesaria la aprehensión de los nuevos consumos. Los cambios en los
utensilios de mesa y cocina, modas, atuendo, muebles, elementos
decorativos y hasta el sentido del gusto, alteraron profundamente
modales y hábitos de vida. Por este motivo, hubo traducciones de
varios manuales de urbanidad de Francia, considerada cuna referencial
obligada del mundo civilizado. En otros casos, algunos autores locales
se dieron a la tarea de redactar sus manuales inspirándose en los de
origen europeo. (Patricia Londoño Vega, "Cartillas y manua les de
urbanidad y del buen tono. Catecismos cívicos y prácticos para un
amable vivir", en Revista Credencial historia, núm. 85, 1997.).
Los recetarios de modales expresan una visión acerca de los
intereses por materializar e instrumentar los valores de la civilidad. Por
encima del origen social, el buen tono era una marca de la gente
decente. La proliferación de los manuales, cartillas, catecismos y
códigos de urbanidad, economía doméstica, puericultura, higiene y
temperancia, tuvo una amplia divulgación. Su propósito era instruir a
los lectores en materia de cultura, pues se asumía que el
perfeccionamiento de las costumbres contribuía a estimular la felicidad
y la educación en beneficio de la civilidad. En este sentido, no existía
la necesidad, insistían los manuales, de poseer una fortuna para ser
educado y tener comportamientos correctos. Los principios de la
urbanidad destacaban la importancia en el arreglo de la casa, en el
manejo de los criados, la mesa, la disposición de las comidas, el aseo,
los bailes, las visitas, las cabalgatas, el juego, el cortejo y la boda, los
restaurantes y cafés, el teatro, los viajes a caballo y en tren, en hoteles
y restaurantes, el uso del tabaco, del chicle y el teléfono, las visitas a
enfermos, los regalos, los maestros, las cartas, el templo y los niños.
Incluso se presentaban observaciones especiales para las mujeres, más
obligadas que los hombres a ser cultas, discretas y modestas. (Idem.).

El funcionamiento de la sociedad mexicana del siglo xix se rigió


por una serie de normas morales que aspiraban a la reproducción de
hombres formados en los ideales de la educación, de la moral y del
trabajo, como raíces principales del progreso social. Un tratado de
moral de la segunda mitad decimonónica decía, precisamente, que los
deberes de los gobernantes de una sociedad son "conservar la
tranquilidad pública, fomentar las ciencias y las artes, y hacer a sus
gobernados morales y laboriosos". (Lázaro Pavía, Tratado elemental de
moral, Mérida, Imprenta de J. D. Espinosa e Hijos, 187 1, p. 35.).

Así, por moral se entiende el conjunto de responsabilidades y


comportamientos considerados correctos según los estándares de la
modernidad y, por ello, los ciudadanos debían tener la obligación de
cultivar las recomendaciones de los diversos in strumentos dedicados a
promover tales prácticas. La aplicación de la moral, por tanto,
implicaba la consumación de un individuo cuyo comportamiento
público y privado contribuyera a la nación, mediante su dedicación y
esfuerzo en su trabajo, honestidad en los negocios, honorabilidad en
sus relaciones sociales, justicia en su trato hacia los demás, virtuosismo
en sus decisiones políticas, responsabilidad de sus acciones, etc. El
ciudadano así formado presumía ser una persona que se distinguía de
los demás por un conjunto de valores y de categorías de una conciencia
moral, un comportamiento ético que revelaba el ejercicio de un código.
El nacimiento del complejo cuerpo estructural durante el decimonónico
temprano fue una tarea difícil que implicó la redefinició n del ejercicio
público. La representación del poder asumió el delicado compromiso de
transformar una mentalidad formada con el espíritu propio del dominio,
pretendiendo convertirla en una mentalidad inclinada hacia el progreso
del país. El progreso fue el símbolo y la bandera instrumentada para
forjar el incierto futuro nacional.

La moral en el proyecto político-social ocupó un lugar principal.


Sin embargo, muchos factores impidieron su funcionamiento. El más
importante fue, obvia decirlo, el prolongado clima de inestabilidad
política, militar y económica que arrasó a todo el país después de la
escisión del régimen español. El porfiriato (1876 -1910) fue la etapa de
ruptura de este desorden. En efecto, durante el último tercio de este
siglo, la nación conoció la llamada "pax porfiriana", mediante la
formación de un ejército y una policía plenamente establecidos. La
política de orden y progreso configuró una nueva manera de entender la
estabilidad nacional. La represión, a menudo brutal, y la presencia
insistente de una fuerza militar preparada para extinguir cualquier
movimiento de oposición o de desorden, al menos impulsó un clima de
fingida tranquilidad social. (Un análisis detallado acerca de la política
de orden y progreso puede encontrarse en François-Xavier Guerra,
México: del Antiguo Régimen a la Revolución, México, Fondo de
Cultura Económica, 1988, tomo I, pp. 212-219. Porfirio Díaz, en un
mensaje dirigido al Congreso, en 1904, dijo: "el único programa
nacional y patriótico que mi gobierno se ha propuesto llevar a cabo
desde el día en que el pueblo se dignó confiarme la dirección de los
asuntos públicos, ha consistido en afianzar, con la paz, los lazos que
antes sólo la guerra tenía el privilegio de estrechar. De esta forma se
han vuelto sólidos y permanentes los ideales y las aspiraciones,
manifestadas con una regularidad lamentable por las diferentes
facciones de una misma e indiscutible nacionalidad" (Ibid., p. 235).
Esta premisa de su mandato se complementa con su dicho: "Menos
derechos y menos libertades a cambio de mayor orden y paz". De ahí se
desprende el respaldo a Díaz: "Ya hemos realizado infinidad de
derechos que no producen más que miseria y malestar en la sociedad.
Ahora vamos a ensayar un poco de tiranía honrada, a ver qué efecto
produce" (citado en Ibid., p. 384).).
Los gobiernos liberales y conservadores, alternados en el poder en
las primeras décadas del México independiente, concibieron la ruptura
con el antiguo sistema político basándose en la experiencia social
europea. La nueva manera política se organizó a partir del buen
gobierno y de las buenas costumbres. (A pesar de esta posición, los
liberales acusaban a los conservadores de impedir esta política. Un
artículo escrito en 1859 decía al respecto "los reaccionarios (los
conserva dores) son enemigos de las luces (...) siendo una necesidad de
la época que los pueblos se reorganicen con arreglo a las exigencias del
siglo para que puedan alcanzar las ventajas que produce la civilización,
deber es de todos cooperar a ese fin, y obran contra la razón, son
enemigos de la perfectabilidad social, de la humanidad entera, los que
combaten las reformas y se empeñan en detener el desarrollo de las
luminosas ideas que hacen florecer a las naciones que marchan por la
senda del progreso, haciéndolas cada día más prósperas, más fuertes,
más grandes en todos los sentidos y bajo todos los aspectos". El
Constitucional, Mérida, 13 de julio de 1859.).

El nacimiento de la clase política y burocracia nacionales, así como


de una inédita conformación institucional, privilegió en gran medida la
instauración de un régimen que interpretó a la sociedad desde la óptica
de principios morales necesarios para el correcto funcionamiento
colectivo. Es decir, asumió que el hombre debía proceder de acuerdo a
una serie de ordenamientos emanados de la legislación para contribuir a
la construcción de una sociedad regida por un buen gobierno y, en
consecuencia, de un país progresista.
De esta manera se estableció un acercamiento con la moral. La base
del sistema moral era la instrucción de la población por medio de las
leyes, de la educación, de los manuales de buenas costumbres y, más
tarde, de la prensa. El conjunto de normas, virtudes y convicciones
morales fue utilizado por la administración pública para justificar su
discurso progresista. En éste se hacía hincapié de la necesidad de un
derecho con leyes inteligentes para sistematizar y optimizar los valores
del orden jurídico, de las responsabilidades y de los derechos
individuales. Esta moralidad pública procuró la edificación de una
nueva configuración política, destinando una parte significativa de sus
esfuerzos para reestructurar el cuerpo administrativo en todos los
grados, como la plataforma funcional que promovería el camino hacia
la modernización.

La necesidad de abogar por autoridades competentes, capaces de


mediar por un cambio y mejorar las difíciles condiciones, fue un
ingrediente crucial. Este fue el motivo que estimuló la incorporación de
los notables en las tareas de gobierno. (Los catecismos políticos
servían para la ilustración de los "hombres públicos". El propósito de
estas obras consistía en proporcionar conocimientos acerca de derecho
patrio, político y constitucional, de economía política, comercio y
agricultura, considerados indispensables en las tareas de g obierno. Ma.
Estela Eguiarte Sakar, "Historia de una utopía fabril: la educación para
el trabajo en el siglo XIX", en La participación del Estado en la vida
económica y social mexicana, 1767-1910, México, inah, 1993, p. 289.).

La apuesta por las personas notables, por su modo honesto de vivir


y por su forma de razonar, (Las bases de este derecho se fundamentan
en la idea de que el aspirante de algún cargo público debe poseer los
medios suficientes para ejercerlo -"modo honesto de vivir"-, además de
poseer la capacidad intelectual para ello -notable por su modo de
razonar-. Alicia Hernández Chávez, La tradición republicana del buen
gobierno, México, Fondo de Cultura Económica, Colmex, 1993, p. 22.
Véase también el trabajo de María del Carmen Salinas Sandoval,
Política y sociedad en los municipios del Estado de México (1825 -
1880), Zinacantepec, El Colegio Mexiquense, 1996, pp. 41, 43.) con el
objetivo de garantizar el mejor cumplimiento del marco administrativo,
político y jurídico, no siempre se cumplió. A pesar de las medidas
arregladas, la corrupción -enseñoreada desde los tiempos españoles-
continuó existiendo y evitó la creación de una administración
moralmente eficiente. (Las medidas emprendidas al respecto durante el
imperio de Maximiliano pueden verse en La Nueva Época, México, 29
de julio de 1864.).

Madrid, 12 jul (EFE).- Tradición y el misterio se dan la mano en la


novela "Las señoritas Lagarde", el "retrato femenino" de las jóvenes
de finales del siglo XIX, según ha explicado su autora, la periodista y
escritora madrileña Jacinta Ramírez de Rodrigo, que se inspiró en la
historia de amor de su bisabuela.
Para las jóvenes de aquella época, ha explicado hoy en rueda de
prensa la autora, casarse "era una salvación", ya que "conocían los
problemas que conllevaba no estarlo cuando el padre moría".
Además, para un padre era "todo un deshonor tener hijas solteras",
de ahí, la peculiar tradición familiar, que es el eje de su novela.
"Las señoritas de Lagarde" (La Esfera de los Libros) narra la historia
entre el brigadier Antonio López de Sandoval y Esperanza Lagarde,
la pequeña de cuatro hermanas, que tiene que esperar
pacientemente a que todas se hayan casado, por orden de
nacimiento, para poder hacerlo ella.
Esta tradición la condena a la soltería por dos motivos: carece de
dote y sus hermanas mayores no son muy agraciadas, con lo que
sus pretendientes son pocos.
A partir de esa historia de amor, que conoció cuando a los 20 años
le entregaron un guardapelo de su bisabuela, la autora quiso
"inventarse" hechos y relacionarlos con el asesinato del General
Prim a finales del siglo XIX.
"Cómo sucedió todo me lo fui inventando", ha detallado Ramírez de
Rodrigo, que ha explicado que para poder escribir la novela tuvo
que hacer una "gran tarea" de documentación, desde la figura de
Prim, hasta los usos y costumbres de las jóvenes a la hora de
casarse.
Algo en lo que ha querido hacer mucho hincapié es en el lenguaje
que emplea, para lo que se ha releído a autores como Galdós y
Emilia Pardo Bazán. "Quería decir las cosas como lo hubieran
hecho y cómo las planteaban en la época", ha asegurado.
En esta novela, también se habla de la capital, del "Madrid de los
edificios de finales del XIX", ha explicado la autora, que además ha
apuntado que ha hecho un "pequeño homenaje" a la histórica
Librería de San Martin, poniéndole en la novela ese nombre a otro
edificio. EFE
Las Comadres hacen lo contrario:
Que deben comer con moderación, prefiriendo quedarse con
apetito a hartarse de alimentos; lo que, sobre ser peligroso para
su salud, las acreditaría de glotonas; que no deben oler los
manjares ni soplarlos para que se enfríen, ni hacer ascos a lo que
no les guste, ni poner faltas a lo que tomen, diciendo que está
salado, soso o mal hecho, ni beber con la boca llena, ni comer a
dos carrillos, ni hacer preguntas a otra persona cuando esté
comiendo o bebiendo.
Condición de la mujer durante el siglo XIX en México
Una de las características fundamentales del siglo XIX fue la importancia que se le daba
al poder político, económico y social, por lo que la conservación de estos tres elementos,
constituyeron la base sobre la cual se fundo la ideología del mismo siglo. Aunado con ello, se
puede observar el gran dominioque existía por parte de las familias acomodadas hacia
la clase baja, la gran explotación, la desigualdad social y, por consecuencia, las innumerables
luchas; tal es el caso de la querella de Independencia en nuestro país. La gran jerarquía que
representan estos elementos en la vida cotidiana de la población del siglo XIX, influyeron la
forma de actuar de la mujer y la manera en como fue vista y tratada durante esta primera
época.
No se puede negar que la gran herencia de la época colonial sirvió de cimiento a la manera de
actuar de la sociedad, en específico de los hombres, respecto a la vida matrimonial de las
mujeres. Durante los 300 años de dominación española, a la mujer se le vio como un objeto de
compañía, ayudante y "sirvienta" del hombre. "Como todo ser humano, la mujer entraba en la
vida familiar cuando nacía, a menos que formara parte del gran numero deniños abandonados
que recogía la Iglesia."
Para explicar el rol que las mujeres desempeñaban en el siglo XIX, hay que tener en cuenta,
decía, la herencia de la época colonial, ya que es a partir de este periodo cuando se empieza a
ser más evidente la diferencia entre el hombre y la mujer.
Francoise Carner afirma que "si bien la independencia constituye una fractura política,
ideológica y económica para el país, en el ámbito de la vida femenina, centrada en gran medida
en la vida familiar y en el matrimonio, no se rompieron significativamente ni
la estructura social, ni las normas, ni las conductas que habían regido en Nueva España." Y es
que durante el siglo XIX, al igual que durante el periodo colonial, a la mujer difícilmente se le
considero como un ser humano que podía pensar, razonar y gobernar su vida por sí misma.
Es durante la época colonial, cuando surgen los estereotipos que gobernarían la vida general de
la mujer del siglo XVI-XVIII, y más tarde la subsistencia de la mujer del siglo XIX, entre los
que se encuentran resaltan: la sumisión absoluta al hombre, la predestinación al matrimonio,
la permanencia en el hogar, el cuidado de los hijos, la conservación del recato y la virginidad,
entre otros. "En la sociedad Colonial, apunta Ots Capdequi (sic), la mujer como el indio y el
esclavo fueron declarados inferiores, sometida a la explotación en calidad de objeto y a
la tutela varonil por causa de su inferioridad" .
La mujer del siglo XIX a pesar de haber vivido un cambio en las estructuras políticas,
ideológicas, económicas y sociales, no vivió un cambio en el ámbito personal, pues sus
sentimientos, pensamientos y opiniones quedaron callados y omitidos por la mayoría de los
hombres y de la sociedad de dicho siglo. Ni la independencia ni la colonia le permitieron a la
mujer desarrollarse como ser humano; es más, no le permitió ni siquiera decidir sus
sentimientos en cuestiones de amor, amistad y fraternidad.
La mujer al único papel al que podía aspirar, dentro de una sociedad creada y gobernada
absolutamente por y para los hombres, era el de ser vista como conservadora de la riqueza, de
la sangre y de la religión. Por lo tanto, para comprender la situación de la mujer durante el siglo
XIX, es necesario echar un vistazo a la condición que mantenía en la etapa colonial, ya que es a
partir de este periodo cuando se le empiezan a colocar etiquetas a la mujer que no cumplía las
normas establecidas por la sociedad y a exaltar a la mujer que seguía el ejemplo de honradez,
rectitud y respeto, hacia el hombre y la misma sociedad.

La familia y la mujer
La familia del siglo XIX representaba toda una institución de enseñanza moral y religiosa que,
ayudada por la Iglesia, se encargaba de controlar la forma de pensar, actuar y sentir de la
mujer. Tuñón afirma que la "familia es una institución social y pública estrechamente
vinculada con la vida económica y política" que se vivía en el México del siglo XIX. Esta
afirmación no va muy lejos de la realidad, ya que no importaba la clase a la cual perteneciera la
mujer en aquella época, se le tomaba como simple objeto de pertenencia, primeramente por el
padre, posteriormente por el esposo o hermano.
Durante el siglo XIX mexicano, la familia fue la institución más importante para la
conservación de la riqueza, de la sangre y de la religión, por medio de ella se dan las alianzas
matrimoniales y, por ende, el mantenimiento del poder, del linaje y la riqueza. La Iglesia ve en
esta institución, por un lado, la conservación de la religión y, por el otro, la conservación de su
poder político, económico y social.
Por ejemplo, los cambios políticos, principalmente, suscitados a raíz del movimiento de
independencia cambiaron la estructura social del indio, por el hecho de "liberarlo" de
la esclavitud. No obstante, su núcleo de apoyo siguió siendo la familia, en ella encontraba el
apoyo, la compañía y la importancia que la demás parte de la sociedad le había negado; la
mujer siguió desempeñando el papel que tenía en la colonia, servir a su marido, trabajar y
procrear hijos; es decir, para ella no cambió mucho la situación con el movimiento de
independencia.
En lo que se refiere al matrimonio, los indios se casaban con cuantas mujeres querían,
haciendo de ellas sus esclavas en todos los sentidos, al mando de todas ellas estaba la primera;
también se casaban con las mujeres comprándolas desde pequeñas a sus padres y poseyéndolas
hasta que tenían su primera menstruación, la cual menciona María de la Luz Parcelo era
celebrada con un baile en el que participaba la novia. Las mujeres de las tres clases
sociales (baja, media y alta) existentes en la primera mitad del siglo XIX, padecían una angustia
en común: el matrimonio por conveniencia.
Otro claro ejemplo son las mujeres de clase media que reunían las características típicas del
momento: abnegada, sumisa, respetable y respetuosa. En la familia veía el santuario del
respeto y reconocimiento social. Su vida no tenía más horizontes, por lo regular, que la ciudad
o el campo, condenada a servir a su marido, a educar a los hijos de acuerdo a los ideales de
categoría y religiosos. Aunque debemos de rescatar un punto fundamental en estas mujeres de
clase media, pues es aquí donde surgen los ideales femeninos vinculados con la educación, la
participación económica y política. No debemos olvidar a sus figuras contemporáneas como es
el caso de Sor Juana Inés de la Cruz y, para su tiempo, de Josefa Ortiz de Domínguez, entre
otras, que lucharon por los ideales negados para la mujer. No obstante que las mujeres de la
clase media se dedicaban a la crianza de los hijos, a sueducación y a efectuar labores del hogar,
también se encargaban de ir a rezar y pedir a dios la compresión de su situación económica,
política y social.
El dinero y el poder que de él emanaba, y que regía aquella época, influyó de manera particular
en la clase alta, ya que la mujer sufrió la esencia de aquel pensamiento varonil, en el que se
respiraban aires de inferioridad con relación a lo femenino.
Las mujeres indias y mestizas servían a las "niñas" ricas, permaneciendo a su lado para
cuidarlas y atenderlas en todo la necesario, para que ellas solamente se ocuparan de las tareas
propias de su clase. Eran labores de su clase: bordar, coser, pasear por las alamedas e instruirse
en la religión católica.
La familia las preparaba para el matrimonio o para el claustro, con la finalidad de servir ya sea
a dios o a su marido. La mujer de clase alta fue sometida al igual que las demás mujeres, presa
de su época y su riqueza, encerrada en la ambición y el poder, nunca vio un amanecer más allá
de lo que su clase le permitía. La mujer de alcurnia era educada con más rigurosidad que la
mujer de las otras clases, ya que ella representaba el honor y el respeto del país, además
pertenecía a lo máximo de la población y, por lo tanto, no debía permitírsele caer en la
perdición.
La influencia de la familia y la iglesia en su vida tenía un gran peso para su formación
matrimonial, ya que estos dos elementos le proporcionaban los ideales para ser "feliz". Ella
nunca conoció el verdadero amor, aunque siempre lo soñaba, pues desde pequeña era
"vendida" al mejor postor con la finalidad de salvar de la ruina a su padre o a su futuro marido.
Cuando la mujer de clase alta se unía en matrimonio al hombre, iba carente de amor y
sentimientos, la procreación de los hijos se tenía que dar por proceso natural para conservar la
sangre; pero nunca por amor. Si la mujer procreaba hijos varones tenía mayor aceptación y
adquiría una posición devalor y presunción.
En general, la clase alta fue la que más dinero y poder poseía dentro del ámbito social, pero la
mujer siguió sufriendo los penares del momento histórico, la abnegación, las buenas
costumbres y el porte eran considerados propios de su clase, por ello tenían que conservarlo a
como diera lugar.

La iglesia, su moral y el comportamiento social


La mujer durante la primera mitad del siglo XIX, se encontraba empapada y regida por la
religión católica, en donde la conservación de los valoresreligiosos y el cumplimiento de los
mandamientos que imponía la ley de dios, le daba un estatus de respeto, admiración y
bendición.
A través los siglos se ha visto cómo la iglesia católica ha menospreciado e ignorado a la mujer;
teólogos y santos como San Agustín, San Anselmo, San Gregorio, entre otros, han declarado
que el único papel que la mujer viene a desempeñar en la tierra es el de servir al hombre, así
como procrear hijos y si son varones éstos, mejor. Inclusive, en la interpretación del Génesis
que se encuentra en la Biblia se menosprecia y se hace a un lado a la mujer, afirmando que el
hecho de haber sido creada después del hombre confirma también su inferioridad, y la
formación a partir de la costilla asocia, además, a la mujer con el mundo de las sensaciones y
las pasiones, en vez de la razón.
"La Iglesia mantuvo en el siglo XIX mexicano, continuando la tradición del virreinato, una
importancia fundamental en la vida de las mujeres. En primer lugar, porque la Iglesia es una de
las instancias morales y religiosas que definen el papel de la mujer para
las sociedades católicas. En segundo lugar, porque la religión es una actividad en que las
mujeres tienen un gran papel, como monjas o como fieles" Desde el punto de vista de la
religión católica del siglo XIX, la conservación de la moral religiosa agradaba a dios, a los
hombres y la misma familia, obteniendo a cambio bendiciones, buena vida y un lugar celestial.
El siglo XIX no se vio muy alejado de tales afirmaciones, ya que la iglesia se encargó de exaltar
a la mujer cuyas características eran la sumisión, la obediencia, la humildad y el
estricto control de su compostura física. A través de la familia se controlaba a la mujer, pues
desde su infancia se le inculcaban los deberes, los hábitos y los pensamientos que harían de ella
la mujer ideal para el matrimonio o, en su caso, para el monasterio. Además, era un hecho
inalienable que se convertiría en la "mercancía" perfecta para que su familia pudiera conservar
su riqueza y poder, mediante la unión de aquella mujer recta con un joven adinerado y
poderoso.
Para la doncella del siglo XIX cumplir los mandamientos que promovía la iglesia, era conservar
su moral ante dios y su religión, era sentirse bien consigo misma y con su alrededor. Esto
implicaba que debiera renunciar a aquellas tentaciones, pasiones y oportunidades que se le
presentaran en su vida diaria, tal es el caso del "pecado de la carne". La iglesia se encargó de
inculcarle a la mujer la idea de que el placer es un castigo por la desobediencia cometida,
expresaba así su condena: "el placer es un castigo impuesto por Dios por causa del pecado de
Eva. Y el placer experimentado en el acto sexual, aun cuando éste sea realizado con intención
de procrear, constituye un pecado venial". Por esta razón, la mujer debía evitar el contacto
sexual con los hombres, ya que si lo experimentaba muy seguido se perdía el agrado de dios y,
por ende, la moral religiosa.
Otro de los casos muy típicos en el siglo XIX, y aun en nuestra época actual, es la preservación
de la virginidad en la mujer, ya que la pérdida de la misma, significa automáticamente el
desprecio de quien la pierde y la lleva a ser considerada un ser sin valor, que de por sí ya lo era,
ante la sociedad. "La pérdida de la virginidad y de la reputación impide en muchos casos a la
mujer seguir su destino matrimonial ‘normal’".
La iglesia condenaba la pérdida de la virginidad, fuera del matrimonio, pues consideraba a este
acto como una ofensa a dios y la propia familia, por ejemplo, el obispo Atanasio consideraba
que la mujer se transformaba en símbolo de la comunidad de acuerdo con su condición sexual.
Al respecto decía que la mujer virgen es la comunidad fiel a la ortodoxia, y la ramera expresa el
peligro de los que rompen la ortodoxia y se oponen a la jerarquía de la Iglesia.
La obediencia de la mujer al hombre significaba otra virtud para la iglesia que la mujer debía de
poseer para conservar su moral ante dios. La mujer en todos los casos debía estar bajo el
cuidado y tutela del hombre, ya fuera su padre, hermano o marido, pues al tomarla como un ser
inferior, ella debía respeto y admiración al sexo opuesto, inclusive la Iglesia hace una
comparación entre la mujer y Cristo. El apóstol Pablo deja ver en la carta que escribe a los
efesios que existe "un paralelo entre el amor de los esposos y el amor de Cristo y la Iglesia, la
cual refería que: las casadas están sujetas a sus propios maridos. Porque el marido es cabeza de
la mujer, así como cristo es cabeza de la Iglesia. AsÍ como la Iglesia esta sujeta a Cristo, así
también las casadas lo están a sus maridos en todo".
Lo anterior es una verdadera demostración de que la Iglesia era la principal institución de
sometimiento y control de la mujer, ya que a través de sus principios y mandamientos
impulsaba a la mujer a no sentir, no protestar y no pensar con la "garantía" de conservar la
moral que tanto prestigio le dada en todos los ámbitos de la vida.
Uno de los temas que no pueden pasarse por alto es el de la moral en el siglo XIX, exaltado por
la familia y por la iglesia, principalmente. La sociedad veía con malos ojos a la mujer que
rebasaba los límites de comportamiento social, es decir, que su comportamiento no fuera
acorde con los principios de recato, alejamiento del pecado, entre otros.
Uno de los comportamientos de la mujer en sociedad que la población veía incorrecto era el
rapto, en nuestra sociedad se traduce como el "robo" de la mujer para casarse, por el hecho de
que deshonraba sexualmente a la mujer. Con este acto se obligaba a que los padres de la
muchacha dieran su aprobación para que se casara con el hombre, antes rechazado por los
mismos.
Cabe mencionar que en algunos casos, el matrimonio no era la consecuencia del rapto, pues si
el muchacho estaba por debajo de la categoría social de la mujer, se prefería sufrir la deshonra
de la hija, antes de manchar el honor de toda la familia. El siglo XIX es un siglo de la honra y la
conservación, que se vio influido por la época colonial.
Otro de los casos de deshonra para la mujer en el siglo XIX era la seducción sin intención de
matrimonio, la cual se puede describir como "el interés de los hombres por adquirir los favores
de una soltera, con el especial interés en que sea virgen, que una vez consumada daña el honor
de la ‘doncella’ y de su futuro marido". El hombre que la deshonraba, era posible que fuera
obligado a casarse con ella; pero en muchos casos éste oponía resistencia y huía.
Aunado con el tema anterior, tenemos, nuevamente, el controvertido argumento de la
virginidad, que hasta nuestra fecha está presente. Su pérdida implicaba que la mujer no
continuara su camino normal; es decir, que se casara con el hombre que su familia había
elegido para ella, por lo antes dicho sobre el respeto de la sociedad y el buen ejemplo de los
hijos. La madre soltera era vista como una anomalía social que se procuraba esconder en el
seno de la familia; no es coincidencia que en las novelas de la época se represente a la madre
soltera como la hermana de su propio hijo, cuyo niño ve en su abuela la personalidad maternal.
Inclusive la clase alta mandaba a sus hijas, durante su embarazo a una de las tantas
propiedades que poseía para que diera a luz.
El ser madre soltera para la sociedad, la iglesia y la misma mujer, era considerado como un
pecado por haber ofendido a dios durante la procreación, era un pecado que muchas veces era
remediado con la entrada al convento; pero que al fin de cuentas siempre significaba una
ofensa en común.
El adulterio, por ejemplo, era la peor manifestación de deshonra para la mujer, pues se
entendía como un pecado esencialmente femenino. Consistía en romper la fidelidad al marido
y resistirse al "mandamiento" de que el hombre era el absoluto dueño de su cuerpo y su alma.
Si era descubierta, el marido dudaba de la legitimidad de los hijos y, por consecuencia, perdía
su derecho de heredar nombre y patrimonio como miembros de una familia o
un grupodeterminado.
Si la infidelidad la cometía el esposo era solamente una falta menor, que podría ser perdonada
por la mujer y por la sociedad, porque solamente dañaba el "amor" a la esposa; pero no su
honra. Y que podemos esperar de todo esto, si el hombre entre más mujeres poseyera mejor era
su altanería y validez entre la sociedad masculina. Y si a todas aquellas mujeres con las que se
metía las mantenía era visto como un dios.
Estas son algunas de las faltas que la sociedad del siglo XIX consideraba como deshonra y
ofensa a dios, muchas veces la mujer sufrió a consecuencia de aquellas faltas, lo que no se ha
tomado en cuenta es que la mujer buscaba el amor que nunca había conocido dentro del
matrimonio, así como una felicidad fugaz que la hiciera sentir y vibrar, a cambio de
su dignidad y de su condena.

Conclusiones
La mujer del siglo XIX en México, fue una mujer que a diario vivió con mayor fuerza los
penares de su época; la guerra de independencia significó un cambio en las estructuras del
México colonial, mas no en la vida de la mujer, pues como se ha dicho, la herencia de una época
de dominación española siguió presente en la vida de la mujer durante la mayor parte del siglo
XIX, y yo me atrevería a decir que sigue presente en nuestros días.
Ser mujer no es fácil, pues se lleva cargando, a diario, el pecado de haber nacido bajo un sexo
que a la vista de la mayoría de los hombres y de la iglesia no es el mejor. Imaginemos pues la
vida de la mujer en el siglo XIX y encontraremos un ambiente lleno de injusticias, de desamor y
de cobardía.
En este trabajo he planteado los problemas y estereotipos de una época en donde la mujer no
tenía mucho qué decir, es cierto que algunas obras mencionan que no todas las mujeres
entraban en los patrones que la sociedad imponía en el siglo XIX, pero sí la gran mayoría de las
mujeres que pertenecía a la clase alta, principalmente. Con este enfoque pretendo resaltar el
valor, la importancia y el significado de la vida social en el siglo XIX, y lo que ella misma
imponía para que la mujer permaneciera aislada de un mundo, en donde la realidad era la otra
cara de lo que ella vivía en su interior.
Muchas veces nos hemos preguntado, más específicamente como mujeres del siglo XXI, ¿Por
qué la condición de la mujer en nuestros tiempos está tan alejada de los privilegios y
oportunidades a los que tiene derecho el hombre? La respuesta se encuentra en el mismo
pasado, en la herencia que al correr el tiempo se nos ha dejado implantada en las ideologías y
creencias de la sociedad. La mujer tanto en la colonia, en la independencia, en la revolución o
en el siglo XX, ha sufrido la misma discriminación, tortura y desprecio, que la ha llevado a ser
considerada un ser muy por debajo del hombre. Con esto no quiero decir que nuestra condición
como mujeres del siglo XXI es la misma que en la época independiente, es cierto que existen
nuevas oportunidades de estudio, de trabajo, de derechos, de oportunidades, bueno hasta de
defensa; pero también es cierto que nuestra condición conserva la esencia de los periodos antes
mencionados, en donde muchas veces se nos cierra la puerta por pertenecer al sexo "débil".
La respuesta de nuestra condición como mujer se encuentra en el pasado, en el propio siglo
XIX; es gracias a los antecedentes como podemos justificar el presente, además de darnos
cuenta de las verdaderas raíces del problema a estudiar. Es verdaderamente necesario el
estudio de temas relacionados con la mujer, ya que estamos viviendo en una época en la que a
diario se comete todo tipo de violencia contra ellas, es urgente explicar el porqué de la situación
y esto sólo se logrará a través de la comprensión y los estudios que hagan alusión a la
problemática que vivió y que sigue viviendo la mujer.
Reflejo de esta situación actual, es el hecho de que todavía se nos sigue reprimiendo en cuanto
a sentimientos, acciones y opiniones, es necesario que como estudiante rescatemos el
verdadero valor de la mujer, con esto no pretendo justificar una historia en donde la mujer sea
estudiada de una manera superior al hombre, por el contrario, pretendo y pretendí hacer un
estudio en donde la mujer vaya a la par del hombre.

Bibliografía
Carner Francoise, "Estereotipos femeninos en el siglo XIX", en Presencia y transparencia: La
mujer en la Historia de México, México, El Colegio de México, 1987.
Delgadillo Guadalupe, Entre la violencia y el amor,
Francois Giraud, "Mujeres y Familia en Nueva España", en Presencia y transparencia: La
mujer en la Historia de México, México, El Colegio de México, 1987.
García Ana Lidia, Problemas metodológicos de la historia de las mujeres: la historiografía
dedicada al siglo XIX mexicano. México, UNAM, 1994.
Parcelo María de la Luz, Condiciones de la mujer en México durante el siglo XIX, México,
Colección Científica, 1992
Tuñón Julia, Mujeres en México. Recordando una historia, México, CONACULTA, 1998.

Erika Leticia Bobadilla Quiroz


Toluca, México
Noviembre 2005
Estudiante de Historia
"Después de la cena, las señoritas deben dejar que los señores se fumen un cigarro y
una copa de coñac, pueden irse a una habitación contigua a hablar de los quehaceres
del hogar"
COMO SON: toda clase de costuras, Corte y hechuras de vestidos, óARTE DE MODISTA, bordados en
hilo, algodón, lana, sedas, oro, lentejuelas, al zurcido, al trapo, al pasado, en felpilla, cañamazo, seda
floja y demás labores a punta de aguja, etc. El arte de encagera ó modo de hacer blondas y calados,
toda clase de obra de cañamazo, bolsas, Felpilla, etc. Además: ARTE DEL LAVADO DOMÉSTICO,
con diferentes formas y técnicas (Sedas, Encajes, lanas, algodón, Métodos Francés e Inglés,
almidonado, teñidos, etc.

1829, Imp. que fue de Fuentenebro. 8º, 342 pags., 80 pags., 3 Láminas desplegables (la última
dañada, sin apenas afectar).

Encuadernación plena piel, tejuelo y dorados en lomo, original. COMPLETO. RARO.

Tejidos, Costura, mujeres

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