una forma del dolo o del engaño como usualmente se limitan a señalar los
comentaristas. Se constituye, además en arquetipo de la potencia cognoscitiva y
operativa del hombre. Admirable y plausible es la pasión descubridora, bien que
Alguien desde un comienzo, le haya puesto límites no contrastables3.
Dante toma la figura de Ulises para dar a conocer aquello que por entonces estaba vedado
al hombre. La descripción de la travesía es sorprendente, señala cómo la órbita de las
estrellas a medida que avanza hacia el Sur, lentamente se confunde con el horizonte marino
y llega hasta una montaña, esa gran montaña trunca en la cual Dante ubica el Purgatorio. Al
ver esto, los navegantes se alegran como lo harán siglos después los compañeros de Colón
y de Américo Vespucio, al divisar la tierra del nuevo continente. Pero, como
mencionábamos más arriba, los personajes dantescos no corren la misma suerte, puesto que
mueren a la vista de la tierra que el Alighieri ubica en el hemisferio Sur, pese a que en esa
época se la creía formada sólo por agua. Es decir que hay una intuición en el poeta, una
visión sorprendente y muy difícil de imaginar el modo en que surgió de su intelecto.
El mito de Ulises encarna ese ir más allá de la razón en su insaciable sed de conocimiento,
representa la pasión desmedida que no se detiene con tal de ver y experimentarlo todo,
incluidos los vicios simbolizados en el acto mismo de cruzar las Columnas de Hércules. La
audacia de su aventura es tal que, con un solo barco y pocos compañeros se lanza a lo
desconocido. Pero su nave es tragada por el mar y Ulises arderá perpetuamente en el círculo
infernal de los falsarios, como castigo a su soberbia y a su falsedad retórica.
El Ulises de Dante que predica a sus compañeros les oculta los peligros: Oh hermanos
dije, que por tantos miles de riesgos ya llegásteis a Occidente (..) 4
En el último viaje del Ulises de la Comedia se traza la imagen de Homero a través de la
aguda mirada de su guía y maestro, con lo cual Dante parece haber descubierto en aquel
mito un diálogo entre los griegos y sus dioses, ya que sospecha de la propia existencia de
Homero, quien más bien representaría un conjunto de griegos. De hecho, es Virgilio quien
responde a la pregunta de Dante sobre una llama de doble pico que compara a la pira de
Eteocles (héroe del ciclo tebano, hijo de Edipo y de Yocasta y hermano de Polinices).
En la época de Dante sólo se conocía la masa continental que une Europa hasta el extremo
Oriente y se suponía que el resto era sólo agua. El Atlántico y el Pacífico conformarían un
inmenso mar (el mare ignotum), esa inmensidad a la que Ulises se le anima en su viaje
hacia el Sur, hacia Occidente. El crítico Fubini estableció una interpretación canónica de
este pasaje que señala en el Ulises curioso y dispuesto a transformarse en el experto del
mundo, de los vicios humanos y del valor, el prototipo dantesco de la grandeza humana por
una parte y por otra, la imposibilidad pagana para alcanzar el conocimiento del Paraíso y de
la salvación eterna. El sapere aude que ha sido letal para Ulises es, en el Canto XXVI, un
retrato del propio Alighieri.5
Para Borges,
Dante es un aventurero que, como Ulises pisa no pisados caminos, recorre mundos
que no ha divisado hombre alguno y pretende las metas más difíciles y remotas. Pero
ahí acaba el parangón. Ulises acomete a su cuenta y riesgo aventuras prohibidas,
Dante se deja conducir por fuerzas más altas6.
3
- Battistessa, Ángel (1994); 368/69.
4
- “O frati, dissi, che per centro milia, perigli siete giunti all’occidente (..) (Inf. XXVI, vv.112-113).
5
- Fubini, M. (1966) : 37 y ss.
6
- Borges, J.L. (1982): 115.
4
Llama la atención el carácter trágico de la decisión del Ulises dantesco, quien puso proa
hacia el Occidente donde se alzan las islas Afortunadas para no toparse sino con la suprema
infelicidad.
La narración de Dante es la representación de un héroe del conocimiento, como así
también el modelo de hombre insensato que arremete y arroja a los demás a la ruina.
Hubiera sido imposible convencer a los toscos navegantes desde lo intelectual, teológico o
teolológico es por ello que en su célebre exhortación, Ulises apela a al ideal de la sabiduría
antigua:
Tened presente, pues, vuestra ascendencia,
no os engendraron para vivir cual brutos
mas para ser virtuosos y sapientes7
es astuta y fraudulenta, es un entimema que ha ocultado la premisa falsa de que los
hombres no deberíamos modificar nuestro comportamiento al hacernos más viejos.
Recordemos que existen pruebas abundantes del aristotelismo de Dante, de su interés y de
su frecuentación de la Ética a Nicómano, en cuyo Libro VII figuran dos referencias al
Filoctetes de Sófocles y las únicas explícitas de todo aquel tratado moral a un Ulises
maestro de engaños8. De manera que parece sencillo concluir que la presunta soberbia del
conocimiento no es sino una obra maestra de la mentira, revestida con los ropajes de la
lógica y del halago de las debilidades humanas.
Siguiendo al mismo Aristóteles, Boecio y San Alberto Magno, concluye que así como
existen algunos racionales sin los sentidos como los ángeles y otros sensitivos sin la razón
como los animales, hay un intermedio que es racional y sensitivo, el hombre. Por lo tanto,
configura el límite entre dos naturalezas distintas pero que sin embargo no se excluyen, la
corruptible del cuerpo y la incorruptible del alma. Dos fines, dos felicidades, dos beatitudes
a alcanzar, la celeste y la terrestre.
Por eso, expone el Alighieri, los respectivos fines a los cuales aspira el hombre son a la
vez paralelos y sucesivos, porque si bien podemos alcanzar la primera por medio de la
filosofía, sólo se ascenderá lo suficiente en la medida en que ejercitemos las virtudes
teologales de fe, esperanza y caridad.
El hombre está llamado a conocer, con los límites que le imponga su propia conciencia,
que la beatitud se funda en el acto de ver, aquí y más allá, y como lo expresa en el Convivio
“porque es irracional no plantearse el fin de la vida”.
Tanto en la Comedia como en Monarquía y en el Convivio, Dante insiste en la necesidad
de contar con un guía y tantas otras insiste en la necesidad de compartir porque la libertad
no es individualismo (..) porque no está bien la autonomía total.
El Ulises homérico tapa con cera los oídos de sus compañeros al pasar delante de las
sirenas para que no oigan su canto y él mismo se amarra al mástil, presagiando lo único que
flotará en el diluvio de las tentaciones voluptuosas y las miserias intelectuales, el árbol de la
Cruz.
Oh concuspiscencia, que a los hombres
tanto sumerges, que ninguno puede
sacar los ojos fuera de tus ondas!
La humana voluntad mucho florece;
mas la continua lluvia presto cambia
7
- “Considerate la vostra semenza: / fatti non foste a viver come bruti,/ ma per seguir virtute e conoscenza”
(Inf. XXVI, vv.118-120).
8
- Aristóteles ( 1998): 1146 a 19-20, 1151b 17-20.
5
Conclusión
El Ulises dantesco no es una figura elegida al azar, es una elección pensada, con sentido,
que funciona como una de las tantas ejemplificaciones que completan el mensaje que Dante
nos deja a través de su obra.
Resulta sorprendente la visión del mundo moderno que presenta el poeta florentino en el
Canto XXVI del Infierno cuando crea un Ulises como símbolo para llevar sobre sus
hombros el peso de la responsabilidad que implicaba ingresar con paso firme a la era de los
descubrimientos. Pero por su desmedida ambición y fraudulencia, este Ulises dantesco será
una ejemplaridad por el absurdo, el exempla de lo contrario desde el punto de vista
cristiano, pero una figura válida en lo intrínseco y en la estructura del mundo en el que fue
concebida.
Bibliografía