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Mirko Lampis

Pasos hacia una semiótica sistémica

Por ende, siendo todas las cosas causadas y causantes,


coadyuvadas y coadyuvantes, mediadas e inmediatas, y todas
conectadas por una ligadura natural e imperceptible que une las
más lejanas y las más diversas, estimo como imposible conocer las
partes sin conocer el todo, como también conocer el todo sin
conocer en particular las partes.
Blaise Pascal, Pensamientos

No existen datos indiferentes que empezarían a formar


conjuntamente una cosa porque ciertas contigüidades o semejanzas
de hecho los asociarían; es, al revés, porque percibimos un
conjunto como cosa que la actitud analítica puede ver en él
semejanzas o contigüidades. Ello no quiere decir solamente que sin
la percepción del todo ni siquiera se nos ocurriría observar la
semejanza o la contigüidad de sus elementos, sino también que no
formarían, literalmente, parte del mismo mundo y que en modo
alguno existirían.
Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción

Más allá de una “misión” general que justifica su existencia como disciplina científica, a
saber, el estudio de los procesos significantes y comunicativos (que son, a la vez, significativos y
comunicantes), no existe una única semiótica (o una semiótica unívoca, si se quiere), sino un
archipiélago o constelación de estudios de tendencias heterogéneas, un campo disciplinario
integrado por paradigmas que aplican diferentes metodologías, respaldan y renuevan diferentes
tradiciones, privilegian diferentes nociones explicativas y se dirigen a diferentes dominios de
investigación, más o menos extensos y articulados; de ahí la proliferación de nombres y
designaciones, proliferación que afecta a la propia denominación oficial de la disciplina (¿semiótica
o semiología? ¿Acaso semeiótica?), que flexibiliza la rotulación de sus especialistas (¿semióticos,
semiólogos o semioticistas?) y que conduce finalmente al empleo formular de diferentes recursos
morfosintácticos: construcciones adjetivales (semiótica estructural, interpretativa, cognitiva, crítica,
existencial, etc.), prefijales (sociosemiótica, zoosemiótica, biosemiótica, etc.) y preposicionales
(semiótica de la literatura, del teatro, de la publicidad, del deporte, etc.).
La propia definición general a la que antes me refería, el estudio de los procesos
significantes y comunicativos, no está por otro lado exenta de oscilaciones y ambigüedades. No sólo
algunas semióticas se centran sobre todo en los procesos del significado (o del sentido) y otras en
los procesos de la comunicación, sino que, hecho aún más importante, las nociones mismas de
“significado” y de “comunicación”, así como todas las demás nociones técnicas al uso (“signo”,
“código”, “estructura”, “texto”, “discurso”, “cultura”, etc.), distan de encontrar una única definición
válida para todos los especialistas. En suma, el panorama no podría resultar más fragmentario y
variado, lo que seguramente acarrea no pocos problemas de orden disciplinario e institucional (¿de
qué se ocupa la semiótica?, ¿cuáles son sus objetivos y métodos?, ¿cuáles sus límites?), pero
también otorga a nuestro campo unas notables ductilidad teórica y vivacidad explicativa.
Ahora bien, una de las semióticas más influyentes de las últimas décadas, a partir de los
años setenta hasta llegar a nuestros días, es la llamada Semiótica de la cultura, escuela que se basa
sobre todo en el trabajo teórico y analítico del investigador ruso Iuri M. Lotman (1922-1993) 1. El
caso es que, hace algunos años, allá por el 2005-2007, al elaborar mi tesis de doctorado, tuve la
ocasión de trabajar larga y detenidamente con (y a través de) los textos de Lotman. Y, poquito a
poco, llegué a la convicción de que la gran capacidad explicativa y sugestiva de la semiótica
lotmaniana se debía sobre todo al hecho de que Lotman había sabido plasmar y dar forma en
términos semióticos a unas inquietudes científicas y a un modus interpretandi mucho más
generales.
Queda bien patente, en los artículos y ensayos de Lotman, al lado de una deuda siempre
abierta hacia el formalismo ruso y el estructuralismo checo, su interés por la cibernética, la
neurobiología y la física de los sistemas dinámicos alejados del equilibrio (la física desarrollada por
el premio Nobel Ilya Prigogine); este interés se debía sobre todo a que Lotman supo percibir las
profundas analogías teóricas que conectaban todos estos paradigmas a su propia práctica de
estudioso de la literatura y de la cultura, de modo que la concepción lotmaniana de los procesos
textuales y culturales, por un lado, y sus constantes frecuentaciones interdisciplinarias, por otro,
acabaron alimentándose de forma mutua y recursiva. Además de estas “evidencias” textuales, me
estaban llamando la atención con cada vez más fuerza ciertas semejanzas y continuidades teóricas
que era posible establecer entre la semiótica lotmaniana, por un lado, y, por otro, la biología del
conocimiento elaborada a partir de los años setenta por los biólogos chilenos Humberto Maturana y
Francisco Varela; finalmente, la lectura casi coincidente (y cuasi-contingente) de los artículos de
Itamar Even-Zohar, propulsor de la teoría de los polisistemas, y de La trama de la vida de Fritjof
Capra (1996), físico que defiende una nueva ecología profunda, me dieron el empujón definitivo.
Pude concluir entonces que la semiótica de Lotman, así como la física de Prigogine, la
biología de Maturana y Varela o cierta cibernética (pienso sobre todo en Gregory Bateson),
respondía en sus líneas más esenciales e innovadoras a un tipo de epistemología general que se
define, hoy en día, como pensamiento sistémico (o relacional, o complejo), una forma de entender
(y organizar) el conocimiento que, contra toda práctica reduccionista y atomista, conduce a una
visión de tipo holístico, ecológico e integrador de los fenómenos observados.
Acerca de la fuerte dimensión sistémica de la semiótica de la cultura de Lotman, no puedo
más que reenviar a los artículos que escribí sobre el tema (Lampis 2010, 2013a, 2014). Pues aquí lo
1
Acerca de la figura y la obra de Lotman, se puede consultar Cáceres Sánchez 1996 y 2007; acerca de la actualidad de
la Semiótica de la cultura, véase Sedda 2012.
que pretendo es comentar el paso sucesivo, es decir, la idea de escribir un tratado con el objetivo de
“releer” y “reorganizar” la teoría semiótica alrededor de los principios explicativos/interpretativos
fundamentales del pensamiento sistémico; los siguientes principios:
- la investigación se ocupa de totalidades (sistemas, campos, dominios), conjuntos
integrados de relaciones que definen, de manera global, una serie de objetos, operaciones y
procesos pertinentes;
- los elementos que componen un sistema integrado interactúan constante y recursivamente
entre sí, generando un comportamiento global (de alto nivel) que modifica y condiciona el operar y
la deriva de cada elemento;
- los objetos de que se ocupa la investigación (experimental y teórica) son conjuntos
integrados de relaciones cuyas fronteras varían (cuya identificación varía) según las relaciones
consideradas; estos objetos no sólo son, sino que también participan en redes de relaciones, y su
valor para la investigación estriba, precisamente, en las relaciones en que participan;
- las relaciones de las que se ocupa la investigación son relaciones dinámicas, relaciones que
cambian en el tiempo y según las condiciones de contorno; son, en otros términos, procesos
históricos;
- el patrón de relaciones internas que identifica a un sistema constituye la organización de
ese sistema, organización entendida, precisamente, como el conjunto de aquellas relaciones sin las
que el sistema no existiría o no se reconocería como tal;
- el investigador-descriptor no es nunca un elemento externo a la red que describe; su
actividad es parte integrante del dominio relacional y contribuye por tanto a delimitar, ratificar o
rectificar las relaciones que identifican y definen al sistema (su organización);
- el investigador-descriptor no puede conocer ninguna realidad objetiva e independiente de
lo que él es y de lo que él hace: todo conocimiento depende de la legalidad estructural y operacional
del sujeto cognoscente, legalidad que está determinada por la deriva orgánica, relacional y social del
propio sujeto.
Mi Tratado de semiótica sistémica (Lampis 2013b) se inscribe, pues, en el dominio de la
investigación teórica; si recordamos la distinción propuesta por Umberto Eco entre, por un lado, la
semiótica general (el estudio de las condiciones generales de los fenómenos semiósicos) y, por otro,
las diferentes semióticas especializadas y hasta aplicadas, como también la distinción lotmaniana
entre la metasemiótica (reflexión teórica acerca de la propia semiótica, su estatus y sus
posibilidades) y la semiótica de la cultura (el estudio de concretos fenómenos culturales y
textuales), las reflexiones y consideraciones que integran el tratado se colocan decididamente del
lado de las primeras alternativas mentadas.
Esta búsqueda de una explicación general para los fenómenos semiósicos y culturales se
acompañaba, además, por el deseo de ejemplificar, a través de la estructura del propio trabajo, el
tipo de organización textual que justifica a la explicación delineada (o, si se prefiere, el tipo de
organización textual al que conduce la explicación delineada). De modo que resulta legítimo
sostener que el tratado se configura, en última instancia y a pesar de lo paradójico que pueda sonar
la afirmación, como un trabajo de semiótica teórica... aplicada.
El trabajo se compone de pequeños textos, notas o “aforismos” numerados progresivamente
y agrupados en cinco campos temáticos fundamentales (1.Conocimiento, 2.Significado,
3.Comunicación, 4.Textualidad, 5.Cultura). Más allá de los modelos formales más inmediatos (es
posible que al lector se le ocurran el Novum organum de Francis Bacon, el Tractatus logico-
philosophicus de Ludwig Wittgenstein y el Trattato di semiotica generale de Umberto Eco), lo que
quería conseguir es una síntesis coherente que vuelva explícita la “vocación” y las posibilidades
sistémicas de la semiótica contemporánea.
Cabe destacar que si se ha podido lograr cierta generalidad y sinteticidad en la elaboración
del tratado (logros alcanzados, por cierto, también a costa de resúmenes quizá excesivos,
imprecisiones y trivializaciones), es sólo porque cada “aforismo” se acompaña y completa con todas
los demás. Es decir: ninguno de ellos, así como los hombres según John Donne, es “una isla,
completa en sí misma”, sino que es parte de una red que se extiende a lo largo y a lo ancho del texto
y (mucho) más allá de él. Y es esto, en definitiva, lo único que puede dar (o negar) validez al texto:
las relaciones semiósicas intra-, inter- y extra-textuales que motivan y sostienen cada definición,
cada observación, cada duda.
La estructura del trabajo presenta además altos niveles de recurrencia y recursividad. Las
definiciones y descripciones son recurrentes en el sentido de que vuelven a aparecer en diferentes
lugares y momentos de la exposición (con una terminología adaptada a cada contexto explicativo
concreto). Así, por ejemplo, nociones como las de “hábito”, “deriva” o “novedad” resultan
centrales, mutatis mutandis, tanto al hablar de la organización de los seres vivos como de los
lenguajes semióticos, de los géneros textuales como de las prácticas científicas.
En cuanto a la noción de recursividad, tiene que ver con el hecho de que la estructura
explicativa, a pesar de la notación numérica de tipo progresivo, dista de ser lineal o jerárquica. En
primer lugar, tal como se acaba de comentar, existen nociones fundamentales (relativas a los
principios básicos de la organización sistémica) que se repiten en diferentes series, secciones y
bloques temáticos; en segundo lugar, las nociones operacionales establecidas por una definición
dada pueden servir de base o de complemento no sólo para definiciones posteriores, sino también
para definiciones enunciadas con anterioridad; es decir, todos los “aforismos” son, a la vez, activos
y retroactivos2.
Dados mis objetivos, no hubiera podido elegir otra forma expositiva. No hay disyuntivas
“reales” en el dominio de la cultura, el dominio del conocimiento de tipo semiósico, de modo que
toda frontera es exclusiva responsabilidad de quien la pone; en términos absolutos, “significado” y
“comunicación”, “comunicación” y “textualidad”, “textualidad” y “cultura”, “cultura” y
“conocimiento”, “conocimiento” y “significado” no resultan comprensibles tomados de forma
aislada. Se interdefinen e intersostienen.
Aunque muchos de los temas tratados son incumbencia y prerrogativa de otras disciplinas
científicas (biología celular y evolutiva, antropología y paleoantropología, lingüística y
literaturología, sociología y psicología, filosofía y cultural studies), no es desde luego un objetivo
del tratado el de enseñar a biólogos, antropólogos, lingüistas y demás especialistas cómo “barrer en
su casa”. Hoy en día, sin embargo, en la ciencia contemporánea se hace cada vez más patente, al
lado de una fuerte necesidad de procedimientos analíticos específicos y especializados, una
necesidad igual de fuerte de reflexión interdisciplinaria y sintética. Necesidad que se presenta con
aún más insistencia cuando lo que se pretende es estudiar, comprender y definir a lo humano:
¿Quiénes somos? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Cómo conocemos? ¿Qué es lo que otorga
valor a nuestro conocimiento? Es en el ámbito de tales estudios, de tales interrogantes,
precisamente, sea cual fuere la perspectiva particular de la que se quieran abordar (constituyentes,
historias, sistemas o comportamientos), donde tarde o temprano es inevitable enfrentarse a la
cuestión del significado: ¿Qué es? ¿Cómo nace? ¿Cómo funciona? ¿Cómo se comparte? Cuestiones
acerca de las cuales los semióticos tal vez sí tengamos algo que decir.
La fragmentariedad del tratado responde también a la necesidad de reflejar el carácter
incompleto e in fieri del paradigma semiótico que defendemos y a la voluntad de solicitar y
estimular (de manera, si se me permite la expresión, “estructural”) la competencia y la colaboración
del lector; pero esto en modo alguno puede excusar el hecho de que muchos de los temas tratados se
hubieran podido y debido analizar y desarrollar más detenidamente. La trivialidad y la
superficialidad de determinadas series de “aforismos” sólo pueden ser achacadas a la impericia de
su autor.
Otra importante limitación del tratado se deriva de la disparidad de los lenguajes
descriptivos empleados. Problema no sólo “inter-”, sino también “intra-disciplinario”, pues también
en el ámbito de una sola disciplina (la propia semiótica, por ejemplo, o la biología) los diferentes
especialistas suelen emplear terminologías diferentes o asignar significados distintos a las mismas
2
La noción de recursividad, tal y como se maneja en el tratado, es cercana a las nociones de retroalimentación (tanto
negativa como positiva) y de causalidad circular.
nociones técnicas. Desde este punto de vista, diría que la operación aquí llevada a cabo recuerda, en
efecto, al trabajo de ensamblaje realizado por del doctor Víctor Frankenstein en la homónima
novela de Mary Shelley.
El doctor Frankenstein eligió partes anatómicas procedentes de diversos cadáveres para
poderlas integrar en un cuerpo que reprodujese lo más fielmente posible la organización física e
intelectual de un ser humano vivo. Desgraciadamente, cuando vio el resultado final de su labor, fue
sobrecogido por el horror, entendió cuán peligrosas eran las consecuencias de sus acciones y
decidió abandonar en el acto a su criatura. La cual, sin embargo, logró sobrevivir, escapar del
laboratorio y encontrar refugio en una granja cercana. Donde, ocultándose a los demás seres
humanos, empezó a aprender.
Pues bien, el hecho de que la criatura pudiese aprender a hablar y leer, que pudiese tomar
conciencia de su propia condición y que pudiese planear tan tremenda venganza contra su hacedor,
era algo que sin duda el doctor Frankenstein no previó ni hubiera podido prever. Y es en este
aspecto, precisamente, que la historia de Shelley nos proporciona una insólita metáfora (o alegoría)
acerca de los resultados de los procesos de transcodificación: la operación de acercar, correlacionar
e integrar expresiones y nociones en un principio no coincidentes (o parcialmente coincidentes)
puede crear nuevos significados, significados que es imposible predecir de antemano.
A mi modo de ver, si los dos principales defectos de este trabajo son la falta de
exhaustividad y una heterodoxia acaso excesiva, su mejor justificación, acaso su único mérito, es el
intento de presentar una mirada general –“a vuelo de pájaro”– sobre una serie de cuestiones que
admiten (y hasta requieren) un tratamiento semiótico, buscando y resaltando aquellas conexiones
capaces de dar una idea (aun aproximada) de la integridad del conjunto. Una mirada, además, que
encierra ya en su origen perspectivas, puntos de vista y lenguajes distintos. Una mirada que se
atreve con lo diferente y que sin ninguna garantía de éxito intenta recomponer una pluralidad.
La complejidad de lo humano (y del conocimiento humano) es tal, que ninguna perspectiva
de estudio y aproximación teórica puede ser considerada como correcta o equivocada en sí: es sólo
parcial. También por ello podemos aceptar la conclusión a la que llegó el orador latino Quinto
Aurelio Símaco en el año 382 d.C. en relación con la conveniencia y hasta la necesidad de allanar la
disputa surgida entre el cristianismo, ya religión oficial del imperio, y la tradición religiosa clásica:
uno itinere non potest perveniri ad tam grande secretum. La cita bien puede servir como
justificación teórica (y sentimental) para cualquier investigación interdisciplinaria.

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