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Consejos para que la literatura argentina tenga su


revolución en las aulas
Por Diego Di Vincenzo 5 de junio de 2018

El debate con respecto a qué leer en la escuela puede ser infinito. ¿Son los autores del canon los ideales para la
formación de los jóvenes?, ¿cómo interesar a los adolescentes y, a la vez, a los profesores?
¿Cuál es el futuro de la literatura dentro de las aulas?

Entre el canon y el anticanon

Para muchos de los que trabajan profesionalmente con la literatura (en la cátedra universitaria, en investigación,
en editoriales) las perspectivas son diferentes. Hay quienes plantean leer literatura en "estado puro", es decir,
una literatura no pensada especialmente para los jóvenes. Otros señalan la importancia de visitar el canon,
porque encuentran allí sentidos para pensar una cultura (en este caso, la cultura nacional) y pensar-se en ella: la
dicotomía civilización y barbarie, la oposición campo y ciudad, Buenos Aires e Interior, pero también los
desafíos a ese canon, o su reconsideración.

"El problema de un escritor nunca es personal", asegura Isabel Vassallo, ex profesora de Teoría literaria en el
Instituto del Profesorado Joaquín V. González. "El problema de estos fundadores fue cómo afirmarse contra la
tradición y desde la tradición, pero ¿cuál tradición?; cómo decir una realidad tan diferente de aquella en la que
se formaban (Europa) pero en la que vivían". Propone leer el Facundo y La Ida, del Martín Fierro porque "ahí
se arma el nudo argentino. Pero nunca lo presentaría como algo dado desde siempre y para siempre, a lo mejor,
dentro de cincuenta o setenta años, miramos los orígenes de otro modo. También leer (algo de los) Ranqueles:
una mirada diferente (antropológica) que rompe civilización y barbarie. Horacio Quiroga, el mundo natural,
devorador, barbárico argentino. Y Roberto Arlt, porque su narrativa es, estilísticamente, mezcla,
heterogeneidad, una forma de mestizaje. Borges parece estar todo el tiempo respondiendo a esta pregunta: cómo
hacer universal lo local. Y la tríada: 'Axolotl', 'La noche boca arriba', 'El otro cielo', de Cortázar: puesta en
escena de las dos tradiciones. Silvina Ocampo: otra cosa, una nueva forma de la subjetividad".

Jorge Luis Borges, siempre recomendado por los docentes (Fpto: Getty)

También en relación con el canon, Facundo Nieto, que enseña, justamente, cómo enseñar literatura en la
Universidad Nacional de General Sarmiento propone explorar textos "menores", incluso fragmentos: "Me
inclinaría más bien por las historias del hijo segundo y de Picardía, del Martín Fierro, y priorizaría los cuentos
de Historia universal de la infamia, de Borges, o relatos de Saer como 'Esquina de febrero' o 'Los amigos'. Por
otro lado, incluiría textos de autores contemporáneos porque permiten introducir en el aula la reflexión de 'hacia
dónde va' la literatura argentina. Trabajaría especialmente con obras que dialogan con el canon escolar. Por
ejemplo, Chicas muertas, de Selva Almada, y Magnetizado, de Carlos Busqued, se podrían conectar
perfectamente con Operación Masacre. Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, y los cuentos de Las
cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, pueden conformar corpus con textos de Silvina
Ocampo. O Glaxo, de Hernán Ronsino, y Barrefondo, de Félix Bruzzone, se conectarían bien en una unidad
sobre relato policial".

“Distancia de rescate”, de Samanta Schweblin, un libro para conectarse

También Analía Gerbaudo, que enseña literatura en la Universidad del Litoral, propone reconsiderar los
grandes tópicos: Cielos de Córdoba, de Federico Falco, por el modo como desarticula la mirada bucólica sobre
el interior y Acá había un río, de Francisco Bitar: "Su literatura es un regionalismo no regionalista".

El canon también se puede destruir o parodiar. Alejandra Nallim, de Jujuy, va más lejos: le gusta asomarse a lo
que llama "cánones irreverentes" con el propósito de deconstruir los nacimientos de la historia literaria
argentina y sus textos fundacionales para desmontarlos con modelos traicionados/transtextuales irreverentes.
Algunos de los textos que elige: Las extranjeras, de Sergio Olguín; La lengua del malón, de Guillermo
Saccomanno; Las aventuras de la china Iron, de Gabriela Cabezón Cámara.

“Las aventuras de la China Iron”, de Gabriela Cabezón Cámara, una de las obras dentro de los “cánones
irreverentes”

A la perspectiva local, Silvia Calero, docente durante muchos años de Literatura Hispanoamericana en el
Joaquín V. González, sugiere no dejar de agregarle textos latinoamericanos. Se juega por algunos que considera
fundamentales: En la sangre, Cien años de soledad, Redoble por Rancas, Cecilia Valdés, Tabaré, Los
cachorros, El lugar sin límites.

Buena literatura genera interés


Si las historias son buenas, están bien construidas, los chicos pueden encontrar interés. Alejandra Laera enseña
Literatura Argentina en la UBA y propone novelas actuales que hacen serie por algunos sentidos con los
clásicos. Y que son interesantes para leer. Habla, por ejemplo, de Alta rotación, el trabajo precarizado de los
jóvenes, de Laura Meradi: a una chica de veintipico le encargan escribir una crónica sobre cinco trabajos que
tiene que ejercer a lo largo de un año sin develar su verdadera identidad. El texto puede leerse en diálogo con un
gran clásico como El juguete rabioso, de Arlt. Convencida de que hay artilugios narrativos (ritmo, personajes,
intriga) que convocan a no parar de leer, propone también Enero, de Sara Gallardo, "una novela que me
encanta: porque es la historia de una chica joven que vive en el campo y a la que le pasan, ahí, cosas parecidas a
las que les pasan a todas las chicas de su edad".

Mariana Enriquez, una de las narradoras actuales recomendadas por los profesores

También Pequeña flor, de Iosi Havilio: una historia breve, entre enigmática y divertida, en la que se cruzan lo
real y lo virtual, la vida y la literatura, la vigilia y los sueños, y que atrapa todo el tiempo y que puede dialogar
con La invención de Morel, de Bioy. También por el interés elige Elsa Drucaroff, docente de profesión,
investigadora, novelista, autora de un texto central para pensar nuestra literatura reciente (Los prisioneros de la
torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura): "El año del desierto, de Pedro Mairal retoma el 2001
como apocalipsis fantástico: se deterioran de modo incontrolable casas y edificios, el tiempo va retrocediendo
hasta que de la Argentina sólo queda una torre de Catalinas Norte donde los refugiados se comen entre ellos.
Chicos que vuelven, de Mariana Enríquez: nouvelle de zombies atravesada por adolescentes pobres que mata
la policía o las redes de trata, chicos y chicas asesinados en la hostil Buenos Aires. La muerte juega a los
dados, Clara Obligado. Una suerte de policial poético y novela de crecimiento que puede gustar mucho a
adolescentes".

En perspectiva histórica, Diego Bentivegna (docente e investigador de la UBA y la UNTREF) estudió, por
ejemplo, las expectativas estatales sobre la enseñanza a comienzos del siglo XX: básicamente, el purismo
lingüístico como barrera de contención frente a la poliglosia inmigratoria, la configuración literaria de la
exclusión aborigen y la absorción de lo gauchesco como cultura popular controlada. Propone para la escuela un
abordaje filológico de los textos en el trabajo con los adolescentes, como hizo Auerbach en Mímesis, el célebre
libro que analiza cómo se representa la realidad en Occidente a través de una serie de hitos literarios. "Tratar de
elaborar una lectura que involucre aspectos culturales y políticos, que generen debate. Que muestren el espesor
cultural de los textos nacionales".

Sobre el acceso a los grandes hitos de la literatura universal o al diálogo con ellos desde esta parte del mundo
(Borges), Sylvia Nogueira, que dirige el departamento de Latín en el Colegio Nacional de Buenos Aires, es
categórica al hablar de las dificultades que puede acarrear leer malas traducciones de clásicos griegos o
romanos. "Las traducciones tienen notable historia en nuestra literatura y permiten estudiar especialmente todas
las decisiones que implica comunicar lo que otros han dicho. Posibilitan un mejor acercamiento a las fuentes
que a veces resultan más ajenas por las traducciones que por ellas mismas". Recomienda estas traducciones
argentinas: Medea de Séneca, traducida por Eleonora Tola; Lisístrata, de Aristófanes, traducida por Carlos
Bembibre (y otros); Encomio de Helena, de Gorgias, traducida por Graciela Marcos y María Davolio.

Son varios y distintos los criterios a la hora de pensar la literatura en el colegio

De algún modo, en la perspectiva de Bentivegna y de Nogueira, los intereses pasan por (enseñar a) leer,
aspecto que también destaca con énfasis Martín Kohan (novelista, profesor de la Universidad de Buenos Aires,
algunas de cuyas novelas circulan con frecuencia en las aulas argentinas: Dos veces junio, Ciencias morales,
entre otras). "Considero que en la escuela media los docentes tenemos que dar a leer los textos literarios que
consideremos mejores y más exigentes. Sé que hay otros criterios, pero no los comparto: el criterio de que hay
que dar textos accesibles, de fácil comprensión (presupone estudiantes incapacitados para la comprensión y el
esfuerzo intelectual); hay que dar textos entretenidos, para que los estudiantes se enganchen (no comparto esta
concepción de la literatura como entretenimiento); el criterio de que hay que dar textos de temática juvenil, para
que los estudiantes se identifiquen (no lo comparto, ni por su privilegio de lo temático ni por la identificación)".

En esta línea de reservar diferencias para la escuela, Iciar Recalde, profesora de Literatura Argentina en la
Universidad de La Plata y docente en la Universidad Arturo Jauretche afirma: "Se soslaya que la escuela
continúa siendo uno de los pocos espacios donde la literatura se encuentra con potenciales lectores. Lo
corroboro con los grupos de estudiantes grandes del Conurbano, cuando indago sobre sus lecturas: su limitado
contacto con la literatura argentina (y española) fue en etapa de escolarización. Menuda razón política tenemos
para reclamar la enseñanza de un canon nacional razonado que proponga cuáles son los textos indispensables
para pensar la Argentina".

¿Y la literatura juvenil?

Mónica Jurjevcic enseña literatura en Capital y en el Conurbano, además, se especializa con pasión por los
nuevos formatos digitales por los que circula. Le interesa arrancar por autores que surgieron después de la crisis
de 2001 y que dialogan con las grandes líneas de representación argentina. "Pero antes, dice, hay que mostrar
cómo se produjo esa construcción". Entonces, menciona a Sarmiento y a Hernández, a Arlt, a Discépolo, a
Macedonio (esas décadas de nacionalismo cultural ante la modernidad, Borges), a Walsh y a Puig. Y abre
paso, también, a la literatura (llamada) juvenil, que "entra como paréntesis. Como si…". Y se enoja: "¿Algo
paradójico, no? La literatura juvenil reniega de lo que se lee en la escuela, pero vive de ella".
El recuerdo de Liliana Bodoc, “tal vez un intento muy serio por construir un fantasy latinoamericano””

Señala que fuerza las relaciones con lo más canónico porque "la literatura juvenil parece no dialogar con
ninguna línea de la tradición literaria argentina. Pero hay títulos muy buenos". Destaca con amor a Liliana
Bodoc: "Tal vez un intento muy serio por construir un fantasy latinoamericano".

Sobre este asunto, Analía Benítez, profesora de la Universidad Nacional de Formosa, también es contundente:
"No es posible pensar hoy la enseñanza de la literatura argentina en el nivel secundario sin Liliana Bodoc. Cada
novela está tejida con una urdimbre de alto vuelo poético, capaz de crear un universo fantástico sin precedentes
en la literatura argentina". También Marcelo Díaz, especialista cordobés en didáctica de la literatura y autor del
reciente La formación de la lírica: apuntes sobre poesía argentina contemporánea, destaca que la obra de
Bodoc habilita preguntas "en nuestro idioma, en un universo mediado por la épica y lo fantástico; cómo se
construyen y se mantienen los afectos en una época donde los géneros literarios se disuelven e integran a todos
los planos de la cultura".

Fabián Casas es autor de novelas, poesías y ensayos

Desde su lugar de profesional de la industria, la editora Adriana Fernández (también poeta y docente) sugiere
cuentistas y novelistas, pero reserva un apartado claro para leer poemas. Cuando habla de narradores elige a
Fabián Casas y a Gabriela Cabezón Cámara: "Creo que podrían ser representantes de una generación. Y
tienen marcas de época, aunque la exceden". En poesía elige a dos: Leónidas Lamborghini, "porque no tiene
límites su universalidad y a la vez podría solo ser argentino" y Joaquín Gianuzzi: "Punto de inflexión en la
historia de la poesía argentina".

Marcelo Díaz también sugiere poesía: "La colección de poesía Juan Gelman me parece que es muy importante
que tenga un lugar en bibliotecas escolares, pensemos que hay nombres contemporáneos como Irene Gruss,
Diana Bellesi o Arturo Carrera. Además es una propuesta que incluye proyectos editoriales nacidos en
provincias del interior de Argentina y proyectos de editoriales públicas".
Julio Cortázar, un autor que siempre siembra el interés entro los adolescentes

Hasta aquí está claro, entonces, que Liliana Bodoc es un nuevo clásico escolar argentino. Que Samanta
Schewlin y Selva Almada son elecciones del campo académico que pueden pensarse en la escuela, y las tres
son mujeres, algo impensado tan solo hace treinta años. Por otra parte, por reconfirmación u oposición, se
propone siempre revisitar el canon: Sarmiento, Hernández, Arlt, Borges, Cortázar, pero con nuevas lecturas.
El otro gran libro nacional es el Adán Buenosayres, que felizmente se incluye en las recomendaciones
curriculares. Y los hermanos Discépolo, en teatro y en tango: inmigración y fracaso, asuntos tan nuestros. Y está
claro también que la escuela, en muchas ocasiones, es el único ámbito en el que los chicos se encuentran con los
libros. La responsabilidad es enorme, no solo para los profesores, sobre todo, para el Estado, que debe proveer
de libros a las escuelas y promover políticas culturales vinculadas con la lectura.

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