Esta concepción nos hace diferenciar entre los enunciados como premisas en
argumentos a patrones de inferencia. De esta forma, se introduce en las leyes un
elemento, la experiencia como algo fundamental.
El alcance de la ley ya no está en su propia formulación, sino que sólo podremos verlo
experimentalmente.
Llegados a este punto, ¿Cómo establecemos empíricamente las leyes? ¿Son arbitrarias?
¿Qué argumentos podrían apoyar las leyes?
Esto nos lleva a un nuevo tipo de argumentos: las inferencias hacia la mejor explicación.
¿Cómo podemos ajustar nuestras evidencias para apoyar la teoría?
Podemos ajustarlas como una relación de confirmación, pero esto nos conduciría a
caminos escépticos y por lo tanto, una necesidad de cumplir ciertas consideraciones.
Por otro lado, podemos apelar a las inferencias explicativas, que nos conceden una
relación de explicación y no como confirmación.
Estas inferencias nos llevan desde algo que hay que explicar (datos experimentales o
hechos de los cuales no tenemos o no conocemos una explicación) a una hipótesis
explicativa (una hipótesis que explica mejor que otras hipótesis este conjunto de datos)
Inferimos de la hipótesis a la teoría en virtud de que la teoría explica a su vez la hipótesis.
Esto quiere decir que la relación establecida entre ambas es de apoyo, ya que los datos
defienden la teoría porque, de ser esta cierta, apoyaría y demostraría, a su vez, los datos.
EL esquema inferencial de las inferencias explicativas responde a lo siguiente:
1. Tenemos un conjunto de hechos que necesitan explicación.
2. Si la hipótesis es verdadera, entonces el conjunto de datos quedaría explicado
3. No hay ninguna hipótesis alternativa que explique mejor los datos como nuestra
hipótesis (inferencia hacia la mejor explicación)