Marco conceptual
Moral y Ética: Definiremos la variable moral como un conjunto de valores y creencias que una
persona tiene sobre la realidad que este percibe para poder discernir lo que está bien
(moralmente correcto) y mal (moralmente incorrecto). Con esto nace la Ética que es una
disciplina filosófica que estudia y justifica la moral que uno debe tomar.
Código ético: Contiene principios y valores reconocidos y respetados por los integrantes de un
grupo determinado como es el caso de los Intérpretes. Es una declaración formal de las
prioridades éticas de dicho grupo u organización, aunque también puede pertenecer a una sola
persona.
Decisiones éticas: Se define como aquella situación que refleja posiciones y/o argumentos en
conflicto que presenta más de dos alternativas de solución que pueden ser o no satisfactorias
Entre muchos autores se entendía el comportamiento humano de diferente manera, pero casi
todos tenían una aplicación clara en la realidad, aunque sea en una porción no tan grande.
La tradición occidental de la teoría motivacional hunde sus raíces en la polémica filosófica entre
«razón» e «instinto», ejemplificada a través de la clásica división entre animales racionales e
irracionales. Mientras los seres humanos parecen regir sus vidas y sus acciones movidos por la
razón, por el esfuerzo y la voluntad, el móvil comportamental de los demás organismos
animales, a los que no se les supone capacidad de raciocinio, se localiza en los instintos. El
instinto representa para los animales irracionales lo mismo que la voluntad para los seres
racionales, es decir el factor explicativo causal de sus comportamientos. Una polémica similar
se reproduce, desde principios de siglo, en la disciplina psicológica a través del binomio
instinto-aprendizaje, siendo McDougall (1908) el exponente más característico de las
posiciones instintivistas.
La teoría de McDougall resuelve el estatus del potencial motivador postulando que los instintos
no sólo impulsan la actividad humana, sino que también fijan las metas hacia las que la
actividad se dirige. El instinto se define como una tendencia genéticamente programada, de
carácter innato y universal. Una teorización de estas características crea bastantes problemas,
siendo uno de los más cuestionados el tratar de explicar la enorme diversidad de conductas
humanas con un número reducido de instintos.
McDougal nos habla en su libro Una introducción a Psicología Social (2001) de cómo con el
tiempo sean ido modificando las conductas, con la regulación mediante la aprobación o
desaprobación del entorno.
según la teoría de Mc Dougall tendría que haber tanta s emociones como instintos, lo que está
mu y lejos de ser la verdad. La inmensa mayoría de los psicólogos modernos están de acuerdo
de que el hombre tiene más instintos que cualquier otro animal. Es posible contar varias
veintenas de instintos lo cual no se puede hacer con las emociones. Ha y muchos más instintos
que emociones. Además, Mc Dougall en su lista de instintos tiene muchos que no pueden
aceptarse como tales, por la sencilla razón de que no pueden explicarse claramente como
actividades adquiridas durante el curso de la vida. (Flores José, 1930, pág. 16)
A partir de la segunda década del siglo XX, las tesis instintivitas chocan con algunos obstáculos
importantes. El primero fue la enorme fuerza con la que entró en la psicología experimental el
conductismo de Watson (1924) que, aunque compartía los postulados evolucionistas centrales,
daba gran importancia al aprendizaje y se negaba a aceptar que la conducta humana estuviese
predeterminada por factores genéticos.
Uno de los principios básicos de las tesis conductistas era que no sólo los motivos influyen en
el aprendizaje, sino que los motivos también pueden aprenderse, tal y como había demostrado
la experiencia pionera de Watson con el nido Alberto, a quien infundió miedo a una rata por
medio de un proceso de condicionamiento. Pero será, sin duda, la teoría de Hull (1943, 1952),
con todas las aportaciones posteriores de la escuela hulliana, la que va a proporcionar un
modelo explicativo de la conducta humana, que va a desempeñar un papel dominante en la
historia de la psicología académica hasta finales de la década de los cincuenta.
Motivación y aprendizaje representan para el modelo neo conductista los ejes fundamentales
explicativos de la conducta. En el reparto de tareas, a la motivación se le asigna la activación o
energización del comportamiento, mientras que los principios de aprendizaje asociativo se
responsabilizan de marcar el rumbo o dirección hacia la consecución de las metas
establecidas.
Otro obstáculo para las tesis instintivitas provino de la teoría psicoanalítica y en concreto del
concepto motivacional de pulsión (trieb), en cuanto alternativa al instinto clásico, que S. Freud
(1915) desarrolló al analizar la sexualidad humana. La sexualidad entendida como pulsión se
inicia, prácticamente desde el nacimiento, vinculada con una necesidad de tipo orgánico:
hambre, defecación, micción, etc. De ahí el nombre de las fases del desarrollo libidinal que
Freud propone: oral, anal, fálica o genital. Pero, la pulsión se independiza pronto de lo
biológico, diferenciándose del instinto tanto en la finalidad como en el objeto. Así, la búsqueda
del placer y no la reproducción de la especie se convierte en la meta pulsional de la sexualidad,
no existiendo para satisfacer esa finalidad tan poco biológica ningún objeto propio.
El concepto psicoanalítico de falo hace referencia, precisamente, a aquello que ocupa el lugar
de la falta de especificidad. El modo como cada persona resuelve sus conflictos libidinales para
adaptar el principio del placer inicial a las restricciones sociales impuestas -principio de la
realidad- va a depender de las relaciones familiares concretas, que son específicas para cada
persona, y va a ser determinante en la estructura caracterizar de la personalidad humana, que
será distinta para las niñas y para los niños (Barberá, 1982).
Para Freud, por tanto, la independencia del concepto de pulsión con respecto al de instinto
será sólo relativa, ya que su origen se inicia en estrecha vinculación con la satisfacción de
necesidades instintivas básicas, aunque más adelante la libido se separe de lo biológico y se
ponga al servicio de necesidades estrictamente psicológicas, como la búsqueda del placer o el
equilibrio entre principio del placer y principio de la realidad.
Para Freud, sin embargo, son las pulsiones internas, que nunca desaparecen, las que actúan
como móviles determinantes de nuestras acciones. El psicoanálisis define al sujeto humano
como la serie de identificaciones que realiza a lo largo de toda su vida. Los enfoques
sociológicos y antropológicos representaron otro obstáculo importante al ofrecer datos
transculturales que cuestionaban el supuesto de un núcleo motivacional común a toda la
humanidad, tal y como defendía McDougall.
En primer lugar, los estudios llevados a cabo desde la antropología social demuestran que la
estructura de los motivos fundamentales varía enormemente de unas culturas a otras.
La tercera razón argumentada es la enorme complejidad de los motivos sociales, que parecen
encajar mejor con una explicación relativa a las situaciones sociales a las que cotidianamente
se enfrentan los seres humanos, que en base a estructuras biológicamente determinadas del
organismo (Morales, 1988).
Para Maslow (1943) la base comprensiva de la motivación humana radica en la idea de que las
personas poseen necesidades básicas a nivel organísmico que actúan de forma discreta pero
segura. Sin embargo, estaba poco interesado en elaborar listas cuantitativas de necesidades
básicas por lo que, a diferencia de Murray y como buen humanista, propuso una estructura
piramidal de necesidades jerarquizadas, estableciendo una distinción entre necesidades
deficitarias o de carencia, por un lado, y necesidades de crecimiento y desarrollo, por otro.
Dentro de las necesidades de carencia Maslow engloba las necesidades fisiológicas y los
motivos de seguridad, pertenencia y valoración.
Cuando las necesidades de carencia están satisfechas, comienzan a emerger las orientadas
hacia el crecimiento. Una vez que el ser humano deja de sentirse hambriento, inseguro, no-
amado, ni inferior, puede sentir la necesidad de cumplir con su destino como persona. Ninguno
de los enfoques psicológicos mencionados niega el componente biológico impulsivo de la
motivación humana. Sin embargo, aunque todos ellos lo consideran imprescindible, juzgan
incompleta cualquier explicación motivacional que quede reducida a las bases orgánicas. Las
críticas conductistas y neo conductistas destacan el papel capital que desempeñan los factores
de aprendizaje en la conducta y los factores estimulares externos en la motivación.
A pesar de todo ello hay mucha controversia sobre si el Psicoanálisis, por ejemplo, es una
buena forma de ver el comportamiento humano. Freud, el fundador del psicoanálisis, el gran
arqueólogo del inconsciente, fue uno de los personajes más influyentes del siglo XX. Sus
teorías marcan las fronteras de un antes y un después en la comprensión de la naturaleza
humana, la cultura, el arte, la religión… Con sus agudas observaciones, aportó un conjunto de
hipótesis que abrieron nuevos caminos en diferentes esferas del comportamiento humano, y
que han supuesto un fuerte estímulo para la investigación. El psicoanálisis es, por otro lado, la
más popular de las doctrinas psicológicas. Forma parte de nuestra cultura. Ha dejado su huella
en ámbitos tan diversos como la neurología, la psiquiatría, la psicología, la pedagogía, la
sociología, la filosofía, la hermenéutica, la antropología, la historia, la religión, la literatura, el
arte, el cine. (Palomero Pescador, 2006, pág. 244)
BIBLIOGRAFÍA:
McDougall, William. (1919). Una introducción a la psicología social. Londres,
Inglaterra: Batoche Books
Flores, José. (1930). La psicología Social de Mc Dougall. Recuperado de
https://www.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/35791/1/190533.pdf
Palomero Pescador, José Emilio. (2006). ¿Sigue vigente, hoy, el psicoanálisis?
La polémica continúa. Zaragoza, España: Revista Interuniversitaria de
Formación del Profesorado
Von Bertalanffy, Ludwig. (1968). Teoría General de Sistemas. Nueva York,
EE.UU.: Fondo de cultura económica