La extraña familia
Empezó a escribir identificada en el grupo de los poetas neobarrocos de América latina. Y
sin renegar de esa innovación estética, su obra se fue nutriendo de vertientes personales. La
familia como un destino y un punto de reflexión ineludible, la vida de hogar, la salida a la
calle y los barrios de la ciudad y el ensayo sobre otras poéticas constituyen los pilares de la
obra de Tamara Kamenszain. El eco de mi madre, su último libro, viene a sumar una pieza
breve pero dolorosamente íntima a su literatura.
Tamara Kamenszain es una de las voces más potentes de la poesía argentina. Acaba de
aparecer su último libro, El eco de mi madre, un diario de vida de los últimos tiempos de la
madre que la hija escribe o trata de “pasar en limpio” como testimonio poético de ese rito
de pasaje que es toda muerte. Después de Solos y solas, de 2005, escrito con cierta
inflexión romántica y mucha disposición para el juego, donde precisamente lo lírico
convive con lo prosaico para intercambiarse como figuritas en ese apostar a la pareja y
rehuir de la soledad, ahora se impone otro tono. Un tono acorde con la experiencia de
sustracción del cuerpo a la que la poesía no sólo da cabida y refugio sino también presta
Hoy por hoy, el Neobarroso rioplatense parece volverse más un rótulo que restringe que un
camino que abre paso. En ese sentido, Tamara Kamenszain es una poeta que está siempre al
acecho de lo nuevo, no se deja capturar por la nostalgia, está dispuesta al cambio y dice que
no es coleccionista, que no es acumuladora. Por eso ahora prefiere hablar de Neoborroso.
“Estando en Ecuador, en un festival de poesía, hubo una mesa sobre el Neobarroco. Y me
acordé de la vuelta que le dio Perlongher al término, que cambió por Neobarroso, donde ya
pasaba a argentinizarse, no sólo haciendo referencia al barro, al barro del barroco, sino
también al barro del barrio. Entonces ahí se me ocurre una vuelta más todavía: el
La suya es una poética que parte de la vida familiar y de los espacios que la constituyen, a
través de un movimiento que va del interior de “la casa grande” con sus piezas y salas de
estar, con su “vida de living”, al exterior de la calle, el barrio, los cafés, el tangobar, el
mundo. El viaje y los desplazamientos en la geografía y en la historia se manifiestan en
todos los sentidos, desde el más literal al metafórico. Ya el primer poemario,
significativamente titulado De este lado del Mediterráneo (1973), inaugura la diáspora, el
deseo de salir del ghetto de la historia. Es la migración que se hace inmigración y funda
familias en el desierto argentino. Después vendrán: Los No (1977), La casa grande (1986),
Vida de living (1991), Tango Bar (1998), El ghetto (2003), Solos y solas (2005) y ahora El
eco de mi madre.
Hay en sus libros de poesía –y esto tampoco está ausente en sus libros de crítica– una
obsesión topológica que puede considerarse una auténtica familia de espacios, que
diagrama el paisaje de su poesía: la vida de barrio de la infancia, la historia de la
inmigración judía, el lenguaje melanco del tango argentino, el barroco de corte y
confección donde el sujeto femenino no es sólo reproducción sino también producción y
sustento de la prole. Un paisaje familiar sí, pero también desfamiliar porque si bien, por un
lado, recurre a la genealogía para traer a la memoria los antepasados, por el otro deja paso a
la violencia de los años ’70, la vida del exilio signado por el estar afuera y también hay una
serie de alusiones a otros episodios de barbarie de la historia contemporánea. Es en el
exilio, en México, donde escribe su primer libro de crítica, El texto silencioso (1983), al
cual sucederán otros tres: La edad de la poesía (1996), Historias de amor y otros ensayos
sobre poesía (2000) y el último, de 2006, La boca del testimonio. Lo que dice la poesía.
Es evidente la labor sostenida de escritura que, durante casi cuatro décadas, lleva adelante
Kamenszain alrededor de la poesía: como poeta y como crítica. Y no menos evidente son
los vasos comunicantes entre ambas.
–Si lo pusiéramos en términos psicoanalíticos, diría una alternancia obsesiva donde siempre
viene una y después la otra y después la otra, pero no empieza siempre una. En el origen no
hay nada, como que empezaron juntas, alternándose. Siempre me acuerdo de una cosa que
decía Octavio Paz: cuando estoy haciendo crítica, estoy descansando de la poesía y
viceversa. Una me inspira para la otra, pero no causalmente, sí de una manera en espiral.
Ambas son premonitorias: cuando aparece una, ya está diciendo algo que a lo mejor voy a
trabajar en la otra y la otra está diciendo algo que voy a trabajar en ésta. Pero esto sólo lo
intuyo y lo siento. Evidentemente hay un ida y vuelta, pero cómo se produce la verdad es
que no lo sé.
El eco de mi madre es el último libro y, como tal, engloba a los anteriores, en el sentido de
que sigue escribiendo –narrando, será mejor decir– una saga poética de inflexión
autobiográfica que tiene la rara virtud de no devenir jamás una lírica confesional. Lo
autobiográfico es una escansión, un acento, un modo de acompañar y, si bien es cierto que
está presente en los poemas, hilvanados a los lazos de familia de la casa grande al ghetto,
Kamenszain se las ha ingeniado siempre (y cabe decir que el ingenio aquí es tan
sentimental como intelectual) para no quedar atrapada en una lírica de la efusión o el
desborde sin retorno. Lo inteligible de su poesía es la manera no sólo de compensar el
histórico menoscabo de la mujer por parte de la sociedad sino también de fomentar
distancias críticas en el seno mismo de la familia como institución. Su poesía es una
descripción atenta y sutil de lo que vivir en familia ha significado en la historia occidental.
“Perdidos en familia” es un verso–clave de su estética, que va a explicar más adelante y es
el título además de la antología de toda su poesía, que acaba de ser traducida al alemán por
Petra Strien en la editorial suiza Teamart.
Quizás lo más certero que pueda decirse de esta mujer de mirada luminosa, que sonríe y
asiente con la cabeza cada vez que la frase del otro resuena en su interior para volverse una
evidencia constatable y compartible, es que sabe escuchar y que esa potencia, como lo
demuestra con creces en su último libro, es la magia que su poesía ofrece como don al otro.
Escuchar es el testimonio más real del otro, más real y más amoroso al mismo tiempo,
aunque en El eco de mi madre se torne una experiencia de despojamiento, donde la vejez
sitúa al sujeto “en los confines del cuerpo”, como escribe Franco Rella. En otra oportunidad
¿De qué experiencia creés que habla el libro, cómo lo presentarías? ¿El libro habla de
algo que terminó?
–No sé bien de qué habla el libro, pero no creo que sea de algo que terminó, si a lo que te
referís es a la enfermedad y posterior muerte de mi madre. Más bien habría que decir que la
cosa recién empieza, en el sentido de que es la visión actual o actualizada de ese
acontecimiento lo que se juega en el libro. Con esto quiero decir que la poesía es un género
que siempre pone a rodar una manera nueva, una versión nueva de un suceso, trayéndolo al
presente. No se trataría entonces de una evocación nostalgiosa de la figura de la madre, sino
de traer al presente restos, ecos, y de exhibirlos obscenamente, al desnudo. Aquí hay una
muerte, pero también hay un eco de esa muerte que pide ser escuchado hacia adelante.
–Efectivamente, dar testimonio en poesía sería decir algo acerca de lo que justamente nada
se puede decir, en este caso la muerte, la madre, el Alzheimer. Se trataría de buscar una
especie de idioma espiritista para comunicarse con los muertos, de aprender a escuchar el
eco, de ponerle memoria a la amnesia, en fin, un verdadero disparate, pero eso es la poesía,
un disparate y ahí radica su posibilidad de testimoniar, no esquivándole el bulto a lo que
parece indecible, a lo que parece “impresentable”, porque justamente la poesía no tiene
vergüenza y lo presenta, lo trae, como te decía antes, obscenamente, al desnudo. Claro que
creyéndose que uno realmente logró decir lo que quería, nada se hace presente, nada se
escucha. Ahí empieza a aturdirnos el ruido de los temas, temas que supuestamente serían
más poéticos que otros, en este caso podría ser el tema de la madre con mayúscula, tan caro
a la alta poesía mistificadora para la que “madre hay una sola”.
–Me imagino que lo decís por el epígrafe del libro, “Hay golpes en la vida tan fuertes... yo
no sé”, el famoso verso de César Vallejo. Sí, ese saber tan contundente sobre el dolor y al
mismo tiempo ese no saber nada de nada, típico del Alzheimer, se me armó como un eco de
la enfermedad y la muerte de mi madre. Enrique Pezzoni nos decía siempre que ese verso
condensaba el fenómeno poético: por un lado lo más impersonal con el “hay golpes”, y por
otro lo más personal con el “yo no sé”. Pero que lo verdaderamente poético estaba en los
puntos suspensivos, en la suspensión del sentido. Y a mí en este libro, empujada por el
verso de Vallejo, se me impuso un ritmo de repeticiones. Yo no sé... yo no sé... yo no sé...
me iban insistiendo ecos de voces dentro de la mamushka. Es esa onda sonora que se
produce cuando ya no se sabe quién habla, y es justamente ahí donde la transmisión es
exitosa, da en el blanco. Son repeticiones que duelen, golpes fuertes de la vida. En fin,
ahora, a posteriori, me dan ganas de decir, cuando me preguntan por este libro, “y yo qué
sé”. Como que uno escribe y no sabe lo que hace y después trata de inventar algún verso
alrededor de eso.
Pero en tu libro hay cosas bastantes claras. Porque también se vuelve fundamental la
lectura de otros poetas que hablan de esa experiencia del envejecer como el Cuaderno
del viejo de Ungaretti, El pabellón del vacío de Lezama Lima, la lírica de Olga Orozco
y de Alejandra Pizarnik. ¿Qué te dice la lengua de los otros poetas? ¿Confirman tu
propia experiencia o muestran en verdad algo distinto de ella?
–La relación con los otros poetas es la verdadera sesión de espiritismo. No los busqué en lo
más mínimo, no hubo citas cultas ni intertextualidades ni nada de eso. Vinieron a la página
como parte de la ceremonia, sin que ni siquiera me diera cuenta. Silvio Mattoni dijo el otro
día en una presentación del libro que hubo en Córdoba, aludiendo a la dupla hija–madre
que se arma, que una se acuerda de todos los versos de los otros poetas, mientras la otra
parece que se va olvidando de todo. Acordarse de que “hay golpes” es traer a los otros
poetas, su escansión, su dolor, mientras el olvido va empujando con el “yo no sé”.
Entonces, tomar lo ajeno, plagiar al plagiario como dice Cucurto, es también tomar el eco
de mi madre para hacer con eso mi propio cuaderno de la vieja, ella y yo, las dos
envejeciendo atravesadas por una misma experiencia que toma la forma que ella me presta
Tu poesía trabaja con nudos autobiográficos reconocibles (la muerte del padre, de la
madre, del hermano menor, del exilio, de la familia judía) y sin embargo no es una
poesía autobiográfica. Más bien una poesía que opera por objetivaciones imprevistas
en las que el yo del poema no desaparece, pero tampoco monopoliza el tono personal.
¿Cómo se construye esa dialéctica entre el impersonal y lo personal?
–A la antología poética de toda mi obra que acaba de salir en Alemania le puse como título
un verso que se repite en dos de mis libros: Perdidos en familia. Estar en familia, pero
perdido, podría ser una buena definición para esos nudos autobiográficos que vos decís que
aparecen en mis libros. Pienso que el título El ghetto ya alude, entre otras muchas cosas, a
ese cerco de lo familiar que hay que saltar permanentemente para perderse pero que a la vez
le pone límites a lo que escribo. Y la poesía parece surgir más de la extrañeza frente a lo
familiar, más de lo que falta que de lo que hay. Me parece que la novela es un género más
edípico, siempre rearma el cuentito familiar, aunque parezca que habla de cosas objetivas,
asuntos importantes del mundo. En cambio la poesía, que siempre parece que habla de
pavadas personales, las descoloca. Hay un verso de Lezama que, curiosamente, no me vino
a la mente cuando escribía el libro pero que ahora sí me viene, es el que dice: “Deseoso es
el que huye de su madre”. Es como decir que para dar testimonio sobre la madre, hay que
poder abandonarla, alejarse. O también puede pasar que ella nos abandone antes. En El eco
de mi madre ella se olvida de sus hijas y finalmente muere. Hay un corrimiento en el rol de
madre, ella es la que abandona. La hija no hace más que dar cuenta de ese extrañamiento y
a eso se lo podría llamar testimoniar, ¿no?
Todo evento comunicativo real nunca ocurre en el vacío, se encuadra en un contexto que lo
hace adecuado. El contexto de situación, según la teoría lingüística de Halliday, puede
describirse mediante tres variables: campo-tenor- modo, que juntos definen el registro al
que pertenece el texto. El contexto activa los significados que son realizados en y por la
gramática. La situación se interpreta como una estructura semiótica y, por eso, como parte
constitutiva del texto.
Campo
Tenemos en nuestras manos un texto escrito, es una entrevista realizada por Enrique
Foffani a la escritora Tamara Kamenszain. Dicha entrevista se presenta impresa en Página
12, en la sección de Literatura, lo que imprime a la conversación entre ambas,
entrevistada/entrevistadora, un marco formal. El tema que los convoca es la publicación
sobre el testimonio poético de la intimidad de su familia que Kamenszain presenta
“Perdidos en familia” es un verso–clave de su estética, título de la antología de toda su
poesía, que acaba de ser traducida al alemán por Petra Strien en la editorial suiza Teamart.
La función de esta entrevista es dar a conocer, por un lado, la nueva novela de esta autora y,
por otro, conocer cuáles fueron las razones para escribir sobre cómo abordar una
Al dar la explicación sobre cómo se fue gestando, dando forma a la novela, se nota que “el
lenguaje es sólo uno de los modos en que la gente representa los significados inherentes al
sistema social”, pero también aparecen otros significados sociales (no lingüísticos), que
Tamara rescata, como la ropa de la madre, los modos de comportarse de la familia, los
gestos, las creencias y valores que subyacen en aquellos productos artísticos, como la
Estructura y organización
Estructura global: introducción, desarrollo y cierre.
La entrevista inicia con una introducción que da cuenta de la aparición, en el mercado, de
una novela para público general, de la autora Tamara Kamenszain, y que toca el tema de la
enfermedad a lo que ella denominó lírica terminal. Hace un pantallazo de la actividad de
esta autora y de las características, a grandes rasgos, de los personajes principales que se
encuentran en esta novela de la poesía titulada “El eco de mi madre”.
En el desarrollo, se encuentran marcas que permiten saber cuándo interviene la periodista, a
través, del uso de la raya de diálogo, el uso de negrita, más la separación física entre esa
intervención o pregunta, y lo declarado por la escritora. Para facilitar el reconocimiento de
la palabra fiel de Kamenszain, la periodista usa comillas y también raya de diálogo.
La entrevista se organiza en un movimiento que va de lo general- la presentación de la
autora, de su novela, de cómo fue el proceso creativo, la razón del tema- a lo particular- al
adentrarse en los sentimientos o acciones del personaje, hasta llegar al final y la idea de
despedirse de este mundo sin palabras.
Segundo momento
Como la lengua es un organismo vivo que se actualiza dentro de un contexto sociocultural,
por lo tanto según la época, la zona, el sujeto en relación con otros, en distintos momentos
de su vida, se puede realizar con estudiantes del secundario, una propuesta de actividad que
permita comprender que existen variantes de la lengua, registros, géneros y que estos
dependerán del propósito del acto comunicativo.
Curso, nivel y característica: El colegio “San José Obrero” es un colegio privado, ubicado
en el centro de la Ciudad de Hipólito Irigoyen de la ciudad de Salta. Posee los tres niveles:
Inicial, primario y secundario. Esta institución tiene más de 50 años y tiene una impronta