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LA CRISIS ESTRUCTURAL DEL CAPITALISMO PATRIARCAL

Por Andrea Sato Jabre, investigadora Fundación SOL

Publicado en El Desconcierto el 9 de marzo de 2018

El feminismo y la economía feminista han aportado durante los últimos años a la reflexión sobre las limitaciones
resultantes de la atención casi exclusiva otorgada a la economía neoclásica en los mercados, a las actividades
que se basan en la monetarización y a la acumulación del capital. Esto ha implicado, que las “otras” actividades
situadas fuera de la “producción económica” queden invisibilizadas y aparentemente desconectadas de los
procesos económicos estructurales.

Este enfoque más bien tradicional, ignora los vínculos entre la economía de mercado y el trabajo doméstico
no remunerado, enfocado en el cuidado y la reproducción de la vida, por lo que estas actividades son vistas
como fenómenos no económicos, enmarcándolas en el ámbito privado y del hogar. La actividad de reproducción
social no asalariada, es necesaria para la existencia del trabajo asalariado, para la acumulación de plusvalor y
para el funcionamiento del capitalismo como tal, sin el cuidado de la fuerza de trabajo simplemente el sistema
económico actual no podría sostenerse.

Durante las últimas décadas, la invisibilización de las labores de cuidados como parte estructural de la
reproducción de la vida se fue transformando en una situación cada vez más insostenible. La crisis de los
cuidados vino a dejar de manifiesto la fragilidad de un análisis económico que no considera a los hogares y la
reproducción de estos. La crisis de los cuidados, es la agudización de las dificultades de amplios sectores de la
población para cuidarse, cuidar a otros o ser cuidados.

La crisis de los cuidados se produce por la inminente transformación de las estructuras tradicionales, basadas
en que las mujeres se ocupaban de las tareas de cuidado dentro del hogar, de manera casi exclusiva. Esta crisis
se comienza a agudizar cuando aumenta la presencia masiva de mujeres en el trabajo asalariado e
incrementan las situaciones de dependencia vinculadas a la vejez y discapacidad. La respuesta de algunos
hogares a las tensiones generadas por la necesidad de los cuidados ha sido la externalización de cuidados.

En América Latina y El Caribe, el 73,4% del total de trabajadores domésticos migrantes son mujeres (alrededor
de 8,5 millones de personas). La contratación de otras mujeres, migrantes, generalmente racializadas en labores
domésticas, nos ubica en un escenario global donde los flujos migratorios han generado una crisis mundial de
los cuidados. Vale la pena señalar que sólo algunos hogares tienen el privilegio de externalizar las labores de
cuidado, para que las realicen mujeres empobrecidas de las periferias económicas; sin embargo, la mayoría de
los hogares no cuenta con los medios para costear la externalización de los cuidados, por tanto, deben asumir
el vacío en las labores domésticas, solucionándolo a partir de la sobrecarga de tareas en las mujeres.

La desestabilización de este modelo tradicional responde a una crisis estructural propia del sistema capitalista
financiarizado, el cual para maximizar los beneficios de los mercados financieros ha consolidado la acumulación
por desposesión. Esto ha implicado recortes de derechos sociales (como la salud, educación y previsión social),
atomización del poder sindical y ha dejado a la deuda como centro del sistema económico, utilizada como
instrumento por las instituciones financieras globales para presionar a los Estados a que reduzcan el gasto social
e impongan políticas de austeridad. Lo anterior, ha intensificado la carga de cuidado en los hogares que ya no
cuentan con seguridad social ni poder de articulación comunitaria en pos de la defensa de derechos para la
protección del buen vivir. En este contexto, donde los riesgos del capital se socializan y -al mismo tiempo- los
beneficios se privatizan y se amontonan en pocas manos, las familias deben enfrentar un escenario de
permanente precarización. La ilusión de la acumulación ilimitada no sólo ha desestabilizado la economía
tradicional, sino también los procesos de reproducción de la vida.

El régimen de acumulación actual ha promovido la deslocalización de los procesos de producción,


trasladándolos a regiones con escasos derechos sociales y bajos salarios, ha atraído a las mujeres a la fuerza de
trabajo remunerada en precarias condiciones, sumado a la desinversión estatal permanente en el bienestar
social. Estas condiciones se han agudizado en las últimas décadas, resquebrajando así los cimientos sobre los
cuales la sociedad tradicional se había estructurado: la familia nuclear.

Las suposiciones históricas acerca del trabajo y la familia se han desintegrado, pocos empleos proporcionan
salarios suficientes para sostener un hogar. De hecho, la mayoría de los empleos son parciales y desprotegidos,
el empleo femenino va en ascenso, pero con importantes brechas salariales, las familias ya no se estructuran
con un varón proveedor y una mujer cuidadora, las jefaturas de hogar femenina han aumentado y las familias
homo y mono parentales son más comunes. Ha emergido un mundo productivo y reproductivo nuevo, con
familias más diversas y empleos cada vez más inestables. Esto, ha resquebrajado la estructura en la que se
asentaban las lógicas de reproducción de la vida, emergiendo un escenario nuevo al cual enfrentarse.
¿QUÉ PASA EN CHILE?

La crisis de cuidados en Chile, se ha manifestado durante las últimas décadas, a través de un patrón similar al
del resto del globo, pero que ha tenido características propias dado el despojo de derechos sociales que ha
intensificado la labor de cuidados en las familias chilenas.

El trabajo en Chile es precario y sin duda constituye un territorio hostil para los hogares. Según Fundación SOL,
en los últimos casi 8 años, del casi millón y medio de empleos que se han creado, un 61,7% corresponde a
empleos con alta probabilidad de ser precarios y desprotegidos. Son trabajadores por cuenta propia (33,3%),
asalariados externos (27,3%) o familiares no remunerados (1,1%). La mala calidad del empleo se condice con los
bajos salarios, el 50 % de los/as trabajadores/as en Chile gana menos de $350.000, un salario que escasamente
logra sacar a un núcleo familiar de cuatro personas de lo que hoy el Estado considera como pobreza extrema.

Las paupérrimas condiciones económicas de las familias chilenas las han empujado a un estado
de endeudamiento permanente para resolver sus necesidades básicas. Los hogares destinan casi un 60% de su
presupuesto al pago de deudas no solo enfocadas a la reproducción del hogar, sino también al pago de lo que
deberían ser derechos sociales, como salud y educación.

Un ejercicio interesante, es poder observar el trabajo de forma sistémica y ver como las diferentes crisis que ha
experimentado el capitalismo han intensificado la labor de las mujeres en los hogares y en el trabajo asalariado.
La masiva inclusión de las mujeres al trabajo remunerado ha venido a agudizar la crisis de los cuidados en las
familias, pero esta integración ha sido precaria y en peores condiciones que la de los hombres. Del total de
mujeres ocupadas, un el 51 % tiene algún grado de inserción endeble en muchos casos en condiciones de
flexibilidad horaria o subempleo. La inserción laboral endeble de las mujeres debe conjugarse con una brecha
salarial del 31,7% de diferencia entre el salario de hombres y mujeres.

Cuando abrimos el foco, observamos que según la encuesta CASEN 2015, en Chile había 5,45 millones de
hogares. De ellos, el 39,4% declaró a una mujer como jefa (2,15 millones). De los hogares con jefatura femenina
un 77,4% son monoparentales, por lo que sólo se mantiene con el salario femenino, sumado a ello, la jefatura
de hogar femenina también es predominante en los hogares con menores ingresos, un 52,8% de los hogares del
primer decil de ingreso tiene a una mujer como jefa de hogar.

Observando todos estos antecedentes, no sólo podemos constatar que en Chile existe una crisis del cuidado
extendida, sino que también una precarización permanente de la vida. Las mujeres, debido a la división sexual
del trabajo, están empobrecidas, sometidas a regímenes de trabajo precario en el hogar y fuera de él, con
escasas posibilidades de escapar a esas condiciones. Hoy día son los diversos hogares y familias, los que están
expuestos a un sistema que busca explotar a las mujeres por distintas vías. La emergencia de nuevas
construcciones de familia, la precarización del trabajo asalariado y el despojo de los derechos sociales, nos ubica
en un espacio donde el componente vital es la sobreexplotación del trabajo reproductivo realizado por las
mujeres.

La falta de derechos básicos, como salud, educación y previsión social sobre exigen una labor de cuidados que
cumplen casi exclusivamente las mujeres. Es por esto, que en la conmemoración del Día Internacional de las
Mujeres Trabajadoras no podemos aislar la batalla de las mujeres, la lucha por seguridad social, por el derecho
a la educación y salud de calidad, todas ellas están en el mismo camino de recuperación de una vida sin
explotación; comprender el capital y el patriarcado como sistemas que se imbrican y potencian de manera
histórica es fundamental para avanzar en nuevas tácticas y estrategias no sólo para el feminismo, sino para toda
la izquierda.

“Quien es feminista y no es de izquierda, carece de estrategia. Quien es de izquierda y no es feminista, carece de


profundidad” – Rosa Luxemburgo

EL CICLO LARGO DE LA DEUDA Y LA COYUNTURA ECONÓMICA ACTUAL


Publicado en The Clinic 8 Enero de 2018

Por Alexander Páez, investigador Fundación SOL

La morosidad llegó a 4.387.859 personas, esto es, la mitad de la población que trabaja en Chile. Con un monto
promedio de deuda morosa de $1.541.082, es decir, 4,4 veces lo que obtiene como máximo de ingreso la mitad
de los ocupados por concepto de su ocupación principal. Tanto el número de morosos como el promedio de
mora han aumentado sostenidamente en el tiempo, por lo menos desde 2012.

Generalmente, el argumento para explicar tal aumento de morosidad, es la desaceleración económica que se
viene experimentando desde 2013. Tanto el PIB, como la generación de empleo y el crecimiento de los salarios
medios se estancaron. Este período proviene -a su vez- de un ciclo (2011-2012) posterremoto, que se une al
ciclo post crisis subprime de recuperación de dos años de bajo rendimiento económico. Por ello, la discusión de
cuánto ha afectado el ciclo corto de anuncio de reformas en el rendimiento económico del país, se utiliza
políticamente, pues coincide con un periodo de gobierno y el inicio del otro.

Sin embargo, el endeudamiento de los hogares, es un fenómeno mundial que se ha venido profundizando
durante la última década. Para marzo de 2017, según el Bank for International Settlement (BIS) la deuda total
de los hogares de los países que reportan este dato era del 60% de su PIB. Chile se ubica como el país de América
Latina con mayor proporción de deuda de los hogares con relación al PIB (42%).

Al realizar una comparación internacional con los países de los cuales se tienen datos, según el BIS (BIS, 2017),
Chile tiene una de las mayores cargas financieras mensuales, alcanzando el 15,5% sobre el ingreso disponible,
detrás de Holanda (17,5%) y Dinamarca (16%). Sin embargo, esos mismos países más que duplican la proporción
de deuda de los hogares sobre el PIB nacional, con el 109% para Holanda y el 120% para Dinamarca. Es decir,
nuestro país tiene cargas financieras mensuales que se asemejan a países con niveles de deuda que superan el
100% del PIB.

El carácter mundial de la deuda, se complementa con la tendencia permanente desde 2003 (año de partida de
los datos que el BC publica) al crecimiento, con (un) 9,8% promedio anual hasta 2016, casi 5 veces el ritmo de
crecimiento de los salarios (2,3%). Esta deuda, nos ubica como un país periférico y pobre. Nos endeudamos para
comer, vestirnos y para poder acceder a salud y educación.

Lo anterior es confirmado por los indicadores de morosidad. Por ejemplo, la morosidad de bajo cumplimiento
(quienes tienen más de 10 cuotas impagas por un crédito o más de uno), aumentó en un 24,5%, es decir, 1 de
cada 5 morosos para septiembre de 2017. Los niveles más altos según monto de morosidad, para este grupo de
bajo cumplimiento, son de personas entre 60-69 años.

Por ello, el problema crítico de la morosidad en la cual se encuentra gran parte de la población nacional, obedece
a una crisis estructural de endeudamiento. Tanto por el carácter mundial del fenómeno, como por la tendencia
de más de una década en la cual la deuda de los hogares no ha parado de crecer. A su vez, corresponde a grupos
de la sociedad en los cuales no existen derechos sociales, como es el caso de los adultos mayores, por lo tanto,
obedece no a la contingencia económica actual, sino que, al largo ciclo de mercantilización iniciado tras el Golpe
de Estado de 1973, cuando se impone de forma ilegítima el sistema privado de capitalización individual,
administrado por las AFPs.

La contingencia económica actual ahonda tendencias estructurales institucionales de larga data, sin embargo,
como nunca antes en este ciclo de mercantilización se observa una resistencia organizada frente a su dinámica.
Al frente, el corto plazo de morosidad aboga por una salida pronta. Algo sucede en los subterráneos de la
República, mientras la luz pública debate por el nuevo gobierno que los administre.

LAS AFP Y EL LARGO PLAZO: LA PAPA CALIENTE DE LA SEGUNDA VUELTA


Publicado en El Desconcierto el 4 de diciembre de 2017

Por Recaredo Gálvez, investigador Fundación SOL

En el largo plazo todos estaremos muertos. Esta sencilla frase sirvió como crítica a ciertas visiones económicas,
de muy largo plazo, que buscaron imponerse en el contexto de la gran crisis de los años ’30. Más allá de las
reformas que se debatieron en aquel entonces, resulta ineludible pensar que dicha sentencia tiene una vigencia
notable en el actual escenario previsional por el cual atraviesa Chile, sobre todo, a la luz de las propuestas que
emanan desde los conglomerados que disputan la presidencia.

Los actores empresariales locales, junto a las AFP, han sido profundamente reaccionarios en materia
previsional. Poco puede sorprender esto en una dinámica de relaciones sociales donde el acumular capital a
destajo ha llegado a ser un privilegio irrenunciable. Resulta dramático que un buen volumen de lo acumulado
por el capital provenga de cuestiones como la salud, educación, pensiones y, sobre todo, bajos salarios.

En este clima de tensiones, el tiempo sigue pasando y un tema que no es indiferente a aquello es la subsistencia
de las personas que hoy están jubiladas en Chile. Hablar de dignidad es todavía difícil, sobre todo cuando el
promedio de las más de un millón de pensiones autofinanciadas a septiembre de este año alcanza la magra cifra
de $214.410 pesos. El corolario de lo anterior ha sido que la culpa es de los cotizantes, de las lagunas
previsionales o de cualquier cosa, menos de seguir haciendo lo mismo por más de 35 años: acumular todo el
ahorro previsional en cuentas individuales.

¿Qué tan cierto es que a más años cotizados son mejores las pensiones en las AFP? Para responder, podemos
observar a las nuevas personas pensionadas del mes de septiembre de este año. En este grupo, la mitad de las
personas que cotizó entre 30 y 35 años obtuvo una pensión menor a $238.312, pero bueno, por diseño, las AFP
no garantizan un porcentaje de los últimos salarios como pensión, la única garantía de las AFP es que usted
puede perder o aumentar sus ahorros individuales, como cuando juega a las apuestas (puede ganar o perder),
pero generalmente tendrá que pagar un monto a quien intermedie dichas apuestas, y este intermediario
siempre gana.

Lo más alarmante es que se ha instalado un escudo protector sobre esta industria privada de pensiones, pues
se ha dicho que son muy grandes para caer, que son necesarias para las empresas y que un cambio radical
afectaría el crecimiento del país. En resumen, se ha dicho que hay que sacrificar unas cuantas generaciones de
jubilados en lugar de pensar en pagar pensiones y dar un giro a la matriz productiva nacional.

La inversión de los más de USD$203.013 millones del fondo previsional no tiene un fin social. El 40% del fondo
previsional se invierte en el extranjero y alrededor del 15% se invierte en grandes empresas nacionales ya sea
en bonos o acciones. El Estado es otro gran receptor de las inversiones previsionales, llegando a cerca del 25%
del fondo total de pensiones. El sector financiero no se queda atrás, pues alrededor de un 20% de los ahorros
de los trabajadores se invierten allí, esencialmente en bonos de instituciones financieras. Esta diversificación de
las inversiones muestra cómo se está repartiendo el dinero de los trabajadores hoy en día. Mismo dinero que
se podría utilizar para pagar pensiones, las cuales permitirían que, en un amplio segmento de la población, las
personas mayores de 65 años y sus familias, puedan participar del consumo social con mayor independencia.

Las AFP se han visto obligadas a dejar en evidencia los problemas ineludibles de la estrategia de inversión
riesgosa, pues el ataque a la Coordinadora de Trabajadores NO+AFP (CNT NO+AFP) y al llamado a cambiarse al
Fondo E, ha dejado entrever que hasta el Fondo más conservador enfrenta pérdidas. Esto que se ha exhibido
como un triunfo sobre quienes llamaron al resguardo en dicho fondo, es realmente una alarma más, respecto
de lo peligroso que resulta dejar todos los ahorros previsionales de manera obligatoria en manos de la
industria privada. Hasta la estrategia más segura de inversión no entrega garantías.

Hacer un cambio profundo es posible, y así lo han hecho países que luego de privatizar parte de sus fondos de
pensiones, han decidido volver a los esquemas públicos, después de enfrentar crisis financieras. Una reforma
en la “medida de lo posible” podría seguir considerando los intereses de los actuales receptores de las
inversiones del ahorro previsional. Parece que todo importa, menos lo que señalan las proyecciones
demográficas de CELADE: en 2050 más del 30% de la población chilena tendrá sobre 60 años. Frente a esto, las
AFP son incapaces de entregar soluciones.

Un modelo previsional basado en las cotizaciones de los empleadores, trabajadores y aporte estatal es una
alternativa viable ante aquel escenario. No se está proponiendo un sistema de reparto “puro” donde solo
trabajadores activos financian pensiones de jubilados. El modelo que ha planteado la CNT NO+AFP supone un
esquema de aporte tripartito y además un ahorro colectivo público destinado a un fondo de reserva de
pensiones. Esto no es nuevo a nivel global, es más, resulta ser la tendencia que ha seguido la mayor proporción
de países. El costo de esta propuesta para el Estado es bajo y completamente financiable. El nudo de la
propuesta no es técnico, sino político.

El accionar organizado de decenas de organizaciones sindicales y sociales, reunidos en la CNT NO+AFP, ha


permitido correr el cerco de lo posible, obligando al actual gobierno a diseñar una propuesta previsional que no
estaba contemplada, y desechar su proyecto de AFP estatal. La convocatoria de la coordinadora ha sido
constante y variada, repletando espacios formativos, de protesta, movilización e incluso logrando la autogestión
de un plebiscito que convocó a más de un millón de personas. Resulta difícil pensar que esos esfuerzos están
prontos a diluirse.

El próximo gobierno deberá ser capaz de enfrentar con perspectiva este problema, no dejando de lado la mirada
de largo plazo, pero colocando el acento en el presente, tal como lo hace la propuesta de la Coordinadora.
Cualquier propuesta dentro del esquema de AFP, o que mantenga este pilar en el centro del modelo previsional,
solo será cotejable en el largo plazo y a esas alturas, puede que quienes hoy viven con pensiones de miseria y
los que venimos, ya estemos muertos.
EL DESEMPLEO INTEGRAL COMO INDICADOR COMPLEMENTARIO PARA OBSERVAR LA REALIDAD DEL
DESEMPLEO EN CHILE Y SUS REGIONES

Publicado en Red Seca el 30 de octubre de 2017

Por Gonzalo Durán, investigador Fundación SOL

Hacia fines de abril del año 2010, el Instituto Nacional de Estadísticas daba a conocer el primer resultado oficial
de la entonces llamada “Nueva Encuesta Nacional de Empleo” (la NENE). Junto con dar a conocer el dato de
desempleo – un 9% para el trimestre enero/marzo 2010 – las autoridades informaban sobre los nuevos criterios
adoptados por el INE para clasificar a las personas que tienen y que no tienen empleo.

La actualización de las preguntas en la encuesta de empleo fue un proceso largo que tomó casi 4 años antes de
ser publicado y fue parte de los requerimientos hechos a Chile para ser miembro pleno del grupo de países de
la OCDE. Con la actualización, nuestras estadísticas de empleo y desempleo pasan a tener los mismos criterios
y metodologías utilizadas por los demás miembros de la OCDE y que emanan de las más recientes
recomendaciones de Naciones Unidas. Por lo tanto, pasan a ser comparables.

Entre las principales novedades destacaron tres:

1. El criterio de la ocupación: ¿quién se considera un ocupado?, una persona es considerada ocupada si


tiene 15 años o más, trabaja a lo menos 1 hora a la semana y recibe una retribución a cambio. Este
umbral mínimo para ser considerado un ocupado, de 1 hora de trabajo, es muy abierto y eleva el número
de personas que pasan a contabilizarse como ocupadas, pero tiene la virtud de permitir visibilizar todos
los tipos de empleo, incluyendo a quienes tienen una débil inserción laboral.
2. El criterio de la desocupación: ¿quién es un desocupado?, quien tiene 15 años o más, no tiene trabajo,
busca un trabajo de forma activa durante las últimas 4 semanas y se encuentra disponible para comenzar
a trabajar en los próximos 15 días (en caso de encontrar algo).
3. La tercera novedad fue la incorporación de una batería de preguntas para caracterizar la calidad del
empleo y cuya información permitiría construir indicadores complementarios de desempleo (tal como
sucede en Estados Unidos, en Canadá y en otros países). De este modo, el desempleo tradicional o
desempleo abierto, se diferenciaría de otras medidas de desempleo más “exigentes”.

Han pasado más de 7 años de aquél momento y aún los Gobiernos de turno no cumplen con la tarea de informar
sobre los indicadores más “exigentes” y que necesariamente deben complementar a la tasa de desempleo
tradicional que calcula el INE. Esto es muy importante ya que permite estimar con mayor precisión cuál es la
magnitud de personas que tienen problemas de inserción laboral y con ello tomar acciones al respecto. Esta
información permite dimensionar la extensión de lo que antiguamente se llegó a denominar como población
“sobrante” (Cademartori, Correa y Cademartori, 2014). Sin estos indicadores, sólo se obtiene una fotografía
parcial y se subestima el problema de cómo se constituye el actual orden del trabajo en Chile.

La Fundación SOL, usando la base de datos pública de la NENE, construye todos los meses la llamada tasa de
desempleo integral. El razonamiento es simple y la metodología está basada en los indicadores
complementarios de desempleo que calcula la Oficina de Estadísticas del Trabajo de Estados Unidos y de
Canadá, y sigue las recomendaciones de la Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo (CIET).

El desempleo integral considera:

1. Desempleados tradicionales.
2. Desalentados.
3. El equivalente en puestos de trabajo de las horas de desempleo de una persona que se encuentra
subempleada.

El segundo grupo – los desalentados – son personas que, al no buscar trabajo y no trabajar, se encuentran
clasificados como población “inactiva” (y no como desempleados). Sin embargo, ellos tienen una particularidad.
Los desalentados, como su nombre lo sugiere, no buscan trabajo porque se cansaron de hacerlo. Es decir,
declaran en las razones de no búsqueda, razones de desaliento. La literatura que investiga su caso, los ha
llamado trabajadores desalentados o desesperanzados (BLS). Otra condición que ellos tienen es la disponibilidad
para comenzar a trabajar en caso de que les ofrecieran un trabajo. Las personas que comparten estas
características son identificables por la encuesta desde el año 2010 y con ello pueden ser reclasificados: de
inactivos a desempleados. Este es el segundo grupo que considera el llamado desempleo integral que
complementa al desempleo abierto.
Junto a los desalentados, también se deben incluir las horas de desempleo que tienen algunas personas que,
estando ocupadas, trabajan involuntariamente a tiempo parcial. Quien trabaja a tiempo parcial de forma
involuntaria se denomina subempleado por insuficiencia horaria y son identificables por la encuesta desde el
año 2010. Un ejemplo extremo de este fenómeno ayudará a entender. Supongamos el caso de una persona que
necesita urgentemente trabajar y sólo le ofrecen un trabajo de 1 hora a la semana con muy bajos ingresos.
Como esta persona no encuentra otra alternativa, decide aceptar y con ello pasa de ser un desempleado a un
ocupado (debido a que cumple el criterio de la ocupación al trabajar al menos una hora con remuneración).
Pero por sus características de empleo, se trata de un “subempleado”. Es muy importante reconocer este
fenómeno pues de lo contrario, bastaría con crear miles de empleos de 1 o pocas horas a la semana y el
desempleo podría eliminarse completamente, pero de forma totalmente artificial. Una forma de incorporar este
fenómeno en el indicador de desempleo es generar una equivalencia entre las horas que esa persona no trabaja
y un puesto de trabajo desocupado. Así por ejemplo, si se tiene el caso de dos subempleados que trabajan 22,5
horas por semana cada uno pero que quisieran trabajar a tiempo completo (45 horas), una presunción sería que
sus respectivos medios tiempos de desempleo equivalen a un tiempo completo de desempleo, es decir a una
persona desocupada. Esa es la regla que utiliza la Fundación SOL para calcular el llamado “desempleo
equivalente por subempleo” que es el tercer y último grupo que se considera en el cálculo del desempleo
integral.

Estos indicadores permiten complejizar el debate sobre el empleo y desempleo en el país estimulando de este
modo una discusión mayor en búsqueda a transformar la realidad.

Entre 2010 y 2016 han pasado 6 ministros del trabajo y las siguientes han sido algunas de sus declaraciones
titulares al momento de comentar las cifras de desempleo (éstas, cabe agregar, han sido el foco de las
comunicaciones públicas en torno a los resultados coyunturales de la encuesta de empleo). En negrita,
inmediatamente después del comentario de la autoridad se incluye el indicador de desempleo integral para
relevar la magnitud del problema que se estaba (está) invisibilizando.

En diciembre de 2010, la entonces ministra del trabajo Camila Merino, declaraba: “Estamos muy contentos con
la cifra de empleo. Se crearon 70 mil empleos en el último trimestre, y con esto estamos llegando, en los primeros
ocho meses, a 385 mil empleos creados. Casi estamos duplicando la meta que teníamos de 200 mil empleos para
2010” (El Mostrador, 2010). Mientras el desempleo tradicional por el cual la ex ministra celebraba era de 7,1%,
el desempleo integral era de 12,5%.

En septiembre de 2012, la entonces ministra del trabajo, Evelyn Matthei, señalaba que le sorprendía el bajo
nivel de desempleo agregando que no sabe “lo que va a pasar con el desempleo pero hasta ahora no hay ningún
indicio de que el empleo se vaya a afectar por la crisis, lo que es extraordinario y positivo para el país” (EMOL,
2012). En este período, la tasa de desempleo tradicional fue de 6,5% y la tasa de desempleo integral fue de
11,9%.

En octubre de 2013, el entonces ministro del trabajo, Juan Carlos Jobet, comentaba: “Estamos muy contentos
con las cifras que entregó hoy el INE, las cuales confirman algo que se viene configurando en los últimos meses,
y es que este es el gobierno del empleo” (La Tercera, 2013). En este mismo período, mientras la tasa de
desempleo tradicional llegaba a un 5,7%, la tasa de desempleo integral registraba un 10,8%.

Hacia fines de 2014, la entonces ministra del trabajo Javiera Blanco destacaba las cifras de desempleo (6,1%) y
sus constantes caídas (Pulso, 2014). En este mismo período, si bien el desempleo integral también
experimentó caídas, este llegó a un todavía preocupante 10,9%.

En agosto de 2015, con un 6,5% de desempleo oficial, la entonces ministra del trabajo Ximena Rincón sostenía
“El país está enfrentando bien el proceso de desaceleración, pues su impacto en el empleo ha sido menor”
(Gobierno de Chile, 2015). En este mismo período, la tasa de desempleo integral fue de 11,5%.

En agosto de 2016 la misma ministra, se vio envuelta en una polémica tras sus declaraciones. Frente a una
subida en el desempleo – a 7,1% –, Ximena Rincón sostuvo “Hoy tenemos que mirar no sólo los datos de la
encuesta del INE en este caso, sino que mirar los datos reales y los datos reales nos muestran que se sigue
creando empleo en nuestro país y si uno lo compara con los datos del INE, la diferencia en la creación de empleo
es alta. Estamos hablando de 5 veces más que los que nos muestra la encuesta y uno puede apreciarlo en los
gráficos que tenemos” (EMOL, 2016). En medio de esta polémica, el desempleo integral se situaba en 12%.

En diciembre de 2016, la actual ministra del trabajo Alejandra Krauss, comentaba respecto a las cifras de
desempleo: “La tasa de desempleo se ha mantenido relativamente baja en relación a sus parámetros históricos,
lo que ciertamente es una noticia positiva para cerrar este 2016” (EMOL, 2016). La ministra comentaba la tasa
de desempleo abierta de 6,2% pero en ese mismo período la tasa de desempleo integral llegó a 11,2%.
Los siguientes gráficos muestran la evolución, desde que se publica la nueva metodología en 2010, tanto de la
tasa de desempleo tradicional (o desempleo “abierto”) como de la tasa de desempleo integral de Fundación
SOL.

En general se observa que mientras la tasa tradicional de desempleo presenta niveles relativamente acotados,
la tasa de desempleo integral en el total nacional nunca ha bajado de los dos dígitos. Ahí se identifica un
fenómeno estructural de insuficiencia crónica del sistema que trasciende los gobiernos de turno y que ha sido
permanentemente opacado. Por otro lado, desde la óptica regional, usando la medida tradicional, entre 2010 y
2016 se observa que no hay ninguna región del país con tasas de desempleo sobre el 10%. En cambio, usando
el desempleo integral, en 14 de las 15 regiones (casi la totalidad) se detectan episodios – recurrentes en
muchas de ellas – de desempleo con tasas sobre el 10%. Hacia fines de 2016, 8 regiones exhiben tasas de
desempleo integral sobre los dos dígitos.
Al estudiar el desempleo integral queda a la vista la magnitud de personas que se encuentran con serias
dificultades para acceder al mundo del trabajo remunerado. Este tipo de indicadores dan cuenta de que la micro
flexibilidad que tienen las empresas – con facilidades para despedir masivamente (artículo 161) y contratar a
bajo costo (subempleo) – es a costa de un deterioro profundo de las condiciones y opciones de trabajo de
muchos chilenos y que contrario a lo que muestran las cifras gruesas, el país no se encuentra nada bien en la
sensible dimensión del empleo y desempleo.

Las cifras complementarias de desempleo integral deben ser cuidadosamente analizadas y puestas en el debate
público, de otra forma, seguiremos escuchando a las autoridades de turno, en la voz de ministros/as del trabajo
y subsecretarios/as del rubro, celebrando cada final de mes lo bien que se comporta el mal llamado mercado
del trabajo y copando los canales de construcción de sentido común sin la contraparte de una mirada alternativa
y, por otro lado, en un carril paralelo, a la mayoría trabajadora no invitada a la “fiesta”, sumergida en relaciones
de trabajo precarias como horizonte casi ineludible de vida….

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Nota: Para más detalles de la tasa de desempleo integral y un análisis sobre la calidad del empleo véase el
Informe Mensual de Calidad del Empleo de Fundación SOL (IMCE).

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