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ACERCA DEL PRINCIPIO DE POLARIDAD

Alejandro Lodi

(Octubre 2013)

«...Todo es doble. Todo tiene sus dos polos. Todo su par de opuestos. Los semejantes y los
antagónicos son lo mismo. Los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado. Los
extremos se tocan. Todas las verdades son semiverdades. Todas las paradojas pueden reconciliarse…»

El Kybalion.

El principio de polaridad no es un concepto, es una percepción. No es una idea, ni relativa ni absoluta,


ni subjetiva ni objetiva. Es una elocuencia perceptiva. La vivencia de un hecho. Tan clara y
contundente, que no puede negarse sin correr riesgos de patología, de contradecir con opiniones o
construcciones mentales aquello que se percibe “un instante antes” de que pueda elaborarse un
pensamiento. Es ver a la Tierra “en cuarto creciente” desde la Luna: que el día y la noche son un
único movimiento polar pasa a ser una evidencia sensorial, no un supuesto ideológico.

El principio de polaridad se expresa en la dinámica consciente-inconsciente, o luz y sombra, que


constituye la experiencia de la conciencia. Los polos no son “dos cosas separadas y opuestas”, sino
extremos de esa dinámica en la que oscila nuestra percepción consciente. Los polos están en vínculo,
“los extremos se tocan…”. Es ver el día de Oriente en relación (o en polaridad) con la noche de
Occidente, o la expresión de desprecio por el otro vinculada (o en dinámica polar) con un excesivo
aprecio a sí mismo.

Polaridad es relación

Capturados por el hechizo de la polarización perdemos contacto con la evidencia de que polaridad es
relación. Nos cerramos en un polo y negamos la posibilidad del otro. Habitamos la desconfianza, al
extremo de la paranoia: la libre expresión del otro sólo puede generar perjuicios para la propia
posición.

La diferencia del otro deja de ser una oportunidad creativa y pasa a ser una amenaza destructiva. Los
vínculos interpersonales como frentes de batalla. El pensamiento binario, la bipolaridad maniquea,
trasluce una visión beligerante de la vida, un repliegue de amorosidad. El otro es un enemigo y sólo se
experimenta amor con el semejante. El éxtasis regresivo y endogámico, el repudio a la creatividad
exogámica.

La polarización no permite crecer, sólo permanecer confirmados. No tolera innovar, sólo ser fieles a
dogma. Ofrece sentirse seguros en la división, en la convincente sensación de unidad frente a un
enemigo común. La excitante épica del triunfo de la luz sobre la sombra, del bien sobre el mal, del
amor sobre el odio, de la verdad sobre la mentira…

La polarización es la pérdida de contacto con el principio de polaridad: “…Todo es doble. Todo tiene
sus dos polos. Todo su par de opuestos. Los semejantes y los antagónicos son lo mismo. Los opuestos
son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado. Los extremos se tocan. Todas las verdades son
semiverdades. Todas las paradojas pueden reconciliarse…”.

Tener constancia vivencial del principio de polaridad implicará que cada vez que construyamos un
chivo expiatorio, demonicemos a un antagonista o nos victimicemos ante un hecho de destino, se
encienda una alarma en nuestra conciencia. Esa alarma nos advertirá que queremos rechazar un
contenido con el que estamos vinculados, que pretendemos separarnos de una cualidad a la que
estamos unidos.

La dinámica de polaridad distingue polos sin separarlos. Ve polos en relación complementaria. Polos
en necesaria vincularidad. Percibe la relación y deja en evidencia la ilusión de la separatividad.
La polarización es una distorsión de la percepción. Es concentrarse en un polo y perder de vista el
vínculo. Es ver el día en Occidente y no ver la noche en Oriente. La luz en en sí mismo y la sombra en
el otro.

Poner en veredas

«…Escorpio es el dolor que siente Leo cuando descubre que la vida es Acuario…».

Eugenio Carutti.

Mientas que polaridad es ver relaciones, polarización es poner en veredas.

Poner en veredas es una forma de control. Poner en veredas es un modo de que la vida no circule en
forma libre, oscilando entre polos, sino que encaje en formas conocidas, definitivas y por eso seguras.

Unos a otros, en nuestras relaciones nos ponemos en veredas para reconocernos en diseños humanos
ya existentes y no correr riesgos de cuestionar aquello que creemos ser. Preferimos confirmar, no
descubrir. Es el viejo hábito vincular que distorsiona a la Luna: la posibilidad de calidez y ternura lunar
cristalizada en regresiva necesidad de protección, las posibilidades liberadoras y de renovada
creatividad de un vínculo congeladas a favor de no sentir amenazado mi refugio de seguridades
afectivas, ideológicas, materiales, religiosas. Ubicar, etiquetar y rotular (o nombrar y calificar) calma
la angustia y el miedo que nos provoca la imprevisibilidad vincular. Mejor saber cuanto antes “qué es
el otro” y “en qué vereda está”.

Nos ponemos en veredas para fijarnos, para apegarnos a imágenes idealizadas y que nada se mueva
en nuestras identificaciones y en la descripción del mundo que tienen implicada.

Poner en veredas es el intento Cáncer-Leo de controlar la circulación de Acuario. Si existe una Era de
Acuario podemos suponer que nos expondrá a la cualidad de desbordar veredas, de no poder quedar
detenidos en prejuicios, ni de genero, ni de razas, ni de creencias, ni de ideas, ni de naciones.

Nuestra identidad personal conformada en la sensación de pertenencia a un clan nacional, racial,


religioso o ideológico (conciencia centrada en la cualidad Cáncer-Leo) se distorsiona y polariza en
nacionalismo, racismo, fundamentalismo religioso o ideológico en el momento que pretende anular a
Acuario (conciencia circulatoria de la diversidad). El conjuro del hechizo del fundamentalismo es que la
conciencia Cáncer-Leo y la conciencia Acuario se reconozcan e incluyan mutuamente como parte de un
mismo proceso. Tal reconocimiento e inclusión recíproca simboliza la posibilidad de realización (hacer
posible y real) de un sentimiento de pertenencia nacional, racial, religiosa o ideológica que no
participe de la extraña ocurrencia de que existan naciones, razas, religiones o ideologías superiores a
otras, la trágica percepción de que existen clanes cuya existencia pide sojuzgar (incluso exterminar) a
otros.

Si participamos de una Era de Acuario, su cualidad no nos pedirá anular diferencias ni cristalizarlas.
Anular diferencias o cristalizarlas sería mantener disociadas las cualidades de Acuario con las de
Cáncer-Leo. El desafío -enorme y paradojal- de la Era de Acuario sería el de un mundo de naciones y
razas sin fronteras que sepan vincularse hasta la hibridación. No se trata de un ideal, una utopía o un
modelo de “lo que la Humanidad debe ser”. Es un proceso que excede la voluntad o el propósito de
individuos humanos. No es una verdad a la que debamos convocarnos, sino la percepción de un
estado de la conciencia colectiva que responde a una dirección y sentido que va más allá de la
imaginación y los anhelos humanos. Con la generosa perspectiva de tener unos 2.100 y pico de años
para desplegarlo.

La Era de Acuario nos pone ante el reto (al que ninguno de nosotros sabe hoy cómo responder) de
una conciencia en la que el concepto de “nación superior”, “raza pura”, “dios verdadero” o “verdad
revelada” se desvanece a favor de (o transmuta en) la percepción de participar de una naturaleza
humana, universal e incluyente. El agotamiento del persistente hechizo de pertenecer al “clan
elegido”. Y el arduo florecimiento de la Vida (o, en principio, de la Humanidad) como “clan”, como
sensación y sentimiento de pertenencia nutriente y contenedora, plena de diversidad complementaria
circulante. Y para nuestras expectativas de entendimiento y previsibilidad humanas, esa Vida tiene
propósitos que se funden en el misterio transpersonal.

Pero, es cierto: en la escala de nuestras respuestas personales, en la dimensión del viaje de la


conciencia individual, Acuario no puede irse revelando sin haber atravesado Escorpio. “Escorpio es el
dolor que siente Leo cuando descubre que la vida es Acuario…”. El dolor de la transformadora pérdida
de esa imagen de nosotros mismos como seres exclusivos, separados de los demás y de la naturaleza.
La emergencia de ser participantes de una circulación que no se detiene en centros fijos ni en
memorias. Seres vinculares con conciencia de individuos.

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