Dos narraciones:
Experiencia como lector de horror en textos y en formato audiovisual.
Evolución de las concepciones de horror en la literatura y el cine
Propuesta de organización básica:
Entrelazar los dos textos priorizando el experiencial e insertando recursos que le recuperen la
información teórica (gif, quiz, audio de bandas sonoras).
Cuando éramos jóvenes y bellos, allá en los populosos 80’s, podíamos ver todo lo que nuestro
oscuro corazón anhelara; los estrenos en betamax llegaban cada semana con un nuevo horror, cada
vez más inesperado, más inquietante. Esta época dorada del género B -cuando aún no era mal visto
y tampoco era una marca prestigio en círculos de fanáticos- vinculó de manera inesperada a
generaciones que todavía siguen renovando el ritual televisivo y el miedo colectivo. Recuerdo el
maravilloso placer del estremecimiento en la sala de la casa y la pose de valientes con hermanos o
amigos que nadie creía, ante la invasión de creaturas cada vez más descarnadas y aterradoras no
podíamos hacer otra cosa que dormir toda la noche con luz.
De las películas pasamos a las series de ficción y de ahí a los documentales que pululaban en
canales nacionales y luego extranjeros: Cuentos de la cripta (1989), Le temes a la oscuridad (1990),
Eerie Indiana (1991), Monstruos (1988), Viernes Trece (1992) o 100 años de terror, serie
documental de 1996. Y Más allá de las incontables secuelas psicológicas que nos trajo la
abrumadora acumulación de monstruos audiovisuales, es innegable la fascinación que nos dejó por
sus antecedentes.
H.P. Lovecraft
Son tantos los horrores cotidianos, colectivos, íntimos que es ya difícil desprenderse de ellos, pero lo
más difícil es reconocerlos. Hace más de 15 años recuerdo una película que encarnaba lo mejor y lo
peor de mi fascinación por el género B: efectos especiales de bajo presupuesto (sin otro encanto que
la máscara desorbitada y enorme sobre la cabeza de algún extra emocionado); sonidos de piano
inquietantes que no requerían grandes derechos de autos, pero sobre todo un actor, uno que
lograba aterrarse y que pareciera de verdad. Ahí fue cuando conocí a Sam Neill pero no sabía quién
era. La historia comenzaba con un escritor perdido cuya novela de terror (por supuesto) estaba por
ser lanzada en las librerías y había sido anunciada a todos los fanáticos, pero ni el autor, ni su
novela aparecían.
Ahí es donde entra Neil con su atuendo de hombre cuerdo y pragmático a salvar el día yendo a
investigar qué ha sucedido con el autor y sospechando de un fraude cometido por la empresa
editorial. Toda la historia se convierte en un juego que mitifica la imagen del escritor maldito
(literal, sus novelas fluyen directamente de fuerzas oscuras que le dictan los horrores que escribe).
Viví por mucho tiempo evocando ciertas imágenes que me parecía especialmente poderosas: una
iglesia anglicana que se alza en punta, con sus paredes mortecinas, casi negras en la distancia y
una niña que aparece intempestiva observando, monstruosa, tanto al personaje como al espectador.
Una mujer que conduce en la noche y empieza a ver cosas extrañas en la carretera, pero no sabe si
las ve o las sueña porque se ha dormido al volante y una más, el querido Neil que luego del
encuentro aterrador -con lo más oscuro del hombre y con estos dioses oscuros que viven en los
libros- enloquece… o ¿no?
El horror “localiza puntos de presión fóbica o terminales de miedo” (29), es decir miedos
inconscientes colectivos arraigados en el imaginario social.
Stephen King, Danse macabre (2006)
También enloquecí, creí ver referencias de Stephen King por todo el texto y estuve buscando por
años la novela de la cual salía la película como adaptación. Escribí pequeñas reseñas (mucho más
escuetas que este intento de recuerdo) y googlee incansable por años tratando de recordar el título o
por lo menos el nombre del actor. Con el tiempo llegué a pensar que no había visto la película, que
había imaginado todo o que era un sueño por acumulación de narraciones aterradoras. Compartí
mi obsesión con mucha gente por años y jamás encontré la referencia… ni lo iba a hacer; el texto no
era una adaptación, se trataba de una historia original que recuperaba rasgos de varias obras y
autores de horror diferentes, era un monstruo con vida propia que no había considerado y entonces
apareció. De la manera más imprudente, contra toda lógica social-academicista, afloró la historia
perdida en una conversación con un amigo nuevo y él, sí el desconocido, aceptó haberla visto y la
redescubrió para mí.
LOS RELATOS DE MIENDO EN EL SIGLO XX, Rafael Llopis
Antes del siglo XX nos sumergíamos en “épocas primitivas, prehistóricas, prehumanas, hasta
épocas de tinieblas primigenias y oscuridad elemental” (195). Se trata de reconocer el nuevo marco
cultural e histórica que le sigue dando cabida al miedo.
No fue fácil, admitir que la había visto, fue realmente abrumador. La ausencia de censura simbólica
en los noventa y la complicidad que daba la ausencia de redes sociales, nos había permitido
desarrollar y mostrar gustos (ahora culposos) por el horror. Hablamos incansablemente luego de
pasar la pena de la confesión y fue como volver a sentarme en la sala de mi casa y volver a ver
películas que a otros les parecen (ahora) meros productos masivos de temor banal.
Me recuerda otro episodio aterrador, un miedo en un orden distinto de las cosas, cuando empecé a
estudiar literatura fantástica y a ampliar el corpus de estudio a narrativas no convencionales (en
perspectiva de los serios estudios literarios) empecé a acumular tantas personalidades como
evaluaciones hicieron mis conocidos y amigos: empecé en poser (es tan mainstream estudiar series
de televisión) o el de chica gótica (más a los ojos de otras generaciones, incluso me dio un tinte
romántico que no me disgustó para nada) pero mi favorito fue el de chica Buffy, hasta que me lo
dijeron ni siquiera recordaba la serie y entonces me dije que como lectora y espectadora de horror
me acogía a la lógica del buen terror cósmico, a la senda del Cthulhu, pero reconocía que había un
encanto particular del seriado noventero: monstruos diferentes, cercanos, constantes; figuras que
ya no poblaban nuestras pesadillas sino que de alguna forma se convertían en seductoras figuras,
en deseos (hay que reconocer) algo adolescentes.
Innegablemente me debatía entre los vampiros primorosamente trabajados por la tradición
victoriana, los de los antiguos Penny Dreadfuls y el de Bram Stoker…
Varney the vampire, or the feast of blood. James Malcolm Rymer. Publicación seriada entre: 1845-
1847.
Dracula, Bram Stoker. 1897.
… y las narraciones reelaboradas por la tradición del cine alemán y cierta veta del cine
norteamericano (como dije “cierta” me permito la arbitrariedad de no incluir nada donde participe
Bella Lugosi ni la versión de Francis Ford Coppola pues su Drácula es demasiado amoroso para mi
gusto).