la incertidumbre etnográfica, pues no sé si no me quiere revelar sus verdaderas
intenciones, o si realmente no existe tal organización sino solamente un muñe-
co, fabricado un día sábado ante la consternación circunstancial de una “ola de robos” y que yace colgado en el poste mandando un mensaje letal sin remitente. En efecto, concuerdo con Agamben (1998, 2005) y Hansen y Stepputat (2005, 2006) que el acto soberano por definición es aquel que en primer lugar genera la distinción biopolítica entre la vida con valor político y la vida que es reducida a ser una mera existencia biológica sujeta a ser eliminada sin consecuencias legales y, por ende, que el espacio político por excelencia es el del estado de excepción dictado por el soberano. Sin embargo, mi énfasis está en el ejercicio de soberanía como una práctica transformativa. Este énfasis implica que no sólo considero la práctica soberana como inherentemente inestable e inconclusa y que en contextos donde estas características prevalecen la soberanía tiende a ser efectuada mediante violencia directa (cfr. Hansen y Stepputat 2005), sino también que la figura del soberano es inestable per se. Este carácter inestable y difuso no debe confundirse con una debilidad de su potencia. Por el contrario, puede ser que las múltiples (y eventualmente contradictorias entre sí) caras y cualidades que este adopta lo facilita. Los dispositivos de seguridad son una buena expresión de tal ejercicio de soberanía. Siguiendo a Sneath, Holbraad y Pedersen (2009), los podemos en- tender como tecnologías de la imaginación, esto es, dispositivos o prácticas que permitan la imaginación de, por ejemplo nuevas expresiones de soberanía. Lo que según estos autores define a una tecnología como “tecnología de la ima- ginación”, es que los efectos que ésta produce están sub-determinados por las condiciones que la generan en primer lugar (en este caso la vida alteña y las inseguridades civiles que esta implica). Es decir, los efectos generados por los dispositivos de seguridad no se limitan a la realidad inmediata y tangible desde donde surgen. Como tecnologías imaginativas, escapan de lo inmediato, permi- tiendo la visibilización de Miguel y los otros vecinos de los márgenes urbanos bolivianos en tanto ciudadanos que reclaman sus derechos civiles mientras invi- sibilizan o minimizan los derechos de los supuestos ladrones. Estos dispositivos facilitan la emergencia de nuevas relaciones sociales y políticas, a pesar de que no condicionan las formas que estas relaciones puedan adoptar. Cuando enten- demos el actuar político desde esta perspectiva, se desvanece la cabeza del rey como un foco interés y a la vez aparecen los distintos dispositivos que posibilita su emergencia como soberano (por ejemplo, muñecos colgados). Más que en la persona, la organización o la institución, el análisis se centra en el quehacer político como una capacidad –casi chamánica (cfr. Pedersen 2011)– de adoptar diferentes posturas y cuerpos que permiten la visibilización estratégica de algu-