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LA HISTORIA ANTIGUA Y EL ANTICUARIO

Arnaldo Momigliano*

Per gli ottant’ ani del mio maestro Gaetano de Sanctis

En el siglo XVIII un nuevo humanismo competía con el humanismo tradicional. Estaba organizado en sociedades
cultas en vez de centrarse en las universidades y era fomentado por caballeros más que por profesores, que
preferían viajar a corregir textos y en general subordinaban los textos literarios a las monedas, estatuas, jarrones e
inscripciones. Addison discutía la relevancia de las monedas para los estudios literarios1 y Gibbon, licenciado de su
puesto en Oxford, renovaba su educación gastando veinte libras en los veinte volúmenes de las Memorias de la
Académie des Inscriptions. Italia era aún el centro de atracción, tanto para entendidos como para curiosos. Pero se
trataba de una Italia más compleja, donde las antigüedades etruscas contaban poco menos que las ruinas romanas, y
donde comenzaban a anunciarse descubrimientos extraordinarios, desde Herculano en 1736 y Pompeya en 1748.
Además, la significatividad de las antigüedades de Grecia crecía tanto para los pocos suertudos –principalmente
ingleses y franceses– que podían visitarlas, como para el mayor –aunque aún reducido– número de personas que
podía comprar los espléndidos libros en los que se ilustraban: Principalmente el Antiquities of Athens, de Stuart y
Revett (1762).
Más importante aún, lentamente se fue percibiendo la posibilidad de encontrar una nueva clase de belleza y
emoción simplemente contemplando la iglesia parroquial o el castillo vecino –igual que se podía encontrar poesía al
escuchar las canciones e historias de granjeros remotos. Los resurgimientos griego, celta y gótico, que se expandían
desde Inglaterra a Europa, sellaron el triunfo de una clase acomodada que era indiferente a las controversias
religiosas, estaba poco interesada en sutilezas gramaticales, y ansiaba emociones artísticas fuertes para
2
contrabalancear la paz y seguridad de su propia existencia.
Si no me equivoco, tal es la perspectiva convencional sobre la Era de los Anticuarios: una perspectiva que, aunque
incompleta, no tengo motivos para cuestionar. Sin embargo, la Era de los Anticuarios no significó solamente una
revolución en el gusto sino también en el método histórico. Aquí tal vez podría intervenir un estudiante de
historiografía: la Era de los Anticuarios estableció patrones y planteó problemas de método histórico que
difícilmente podemos llamar obsoletos en los días de hoy.
La totalidad del método moderno de la investigación histórica descansa sobre la distinción entre autoridades
originales y derivadas. Por autoridades originales, entendemos las declaraciones realizadas por testigos oculares,
documentos, u otros restos materiales contemporáneos de los eventos que describen. Entre las autoridades

*Traducción de Eugenia Gay. Para respetar el estilo de Momigliano, elegimos traducir en el cuerpo del texto sólo aquello que
estaba escrito en lengua inglesa. La traducción de los fragmentos que Momigliano cita en lengua original se encuentran al final
del texto, así como todas las notas del traductor (en numerales romanos). Las notas de Momigliano se reproducen como en el
original. Fragmentos en latín gentileza de Julián Aubrit. [N.T.]
Este es un mapa bastante incompleto de un campo que necesita una exploración detallada
1
J. Addison, “Dialogues upon the usefulness of Ancient Medals” Miscellaneous Works, III, 1830, pp. 59-199.
2
Ver, por ejemplo, C. JUSTI, Winckelmann und seine Zeitgenossen. 3. ed., 1923 (1ª edición, 1866). L. HAUTECOEUR, Rome et la
Renaissance de l’Antiquité à la fin du XVIII siécle, 19192 (Bibli. École Athènes et rome, 105); L. Cust. Y S. Colvin, History of the
Society of Dilettanti, segundo volumen 1914 (1898), pp. i-xli; E.D. Snyder, The Celtic Revival in English Literature, Cambridge,
Mass., 1923; P. Yvon, Le Gothique et la Renaissance Gothique en Anglaterre, Caen, 1931; K. Clark, The Gothic Revival, An Essay in
the History of Taste, 2 ed., Londres, 1950; H.R. Steeves, Learned Societies and English Scholarship, Nueva York, 1913.
Documentos esenciales: Conde de Caylus, Recueil d’Antiquités, 1752-67; G.B. Piranesi, Antichità romane, 1756; R. Wood, Ruins
of Palmyra, 1753; Idem, Ruins of Baalbec, 1757; R. Chandler, Marmora Oxoniensia, 1763; A. Gori, Symbolae litterariae , Florencia
y Roma, 1748-1851. Baudelot de Dairval, De l’utilité des voyages et de l’advantage que la recherche des antiquitez procure aux
sçavants, I, 1686, pp. 1-70 es un documento invaluable para la “ética” de los anticuarios.
derivadas consideramos a los historiadores o cronistas que relatan y discuten eventos que no han presenciado, pero
que han oído o inferido directa o indirectamente a partir de autoridades originales. Valoramos a las autoridades –o
fuentes– originales por su confiabilidad, pero elogiamos a los historiadores no contemporáneos –o autoridades
derivadas– que exponen un juicio sólido en su interpretación y evaluación de las fuentes originales. La distinción
entre autoridades originales e historiadores no contemporáneos se transformó en patrimonio de la investigación
histórica solamente hacia el final del siglo diecisiete. Es claro que esa distinción ya existía, pero hasta entonces no
había sido formulada con ninguna precisión ni generalmente considerada como una presuposición necesaria para el
estudio de la historia. Los así llamados anticuarios jugaron un papel destacado y colocaron problemas fundamentales
en la formación del nuevo método histórico –y, consecuentemente, en la creación de la escritura moderna sobre el
mundo antiguo. Mostraron cómo utilizar evidencia no literaria, pero también introdujeron la reflexión sobre la
diferencia entre recolectar e interpretar hechos. Este ensayo se propone explicar, en primer lugar, los orígenes de la
investigación anticuaria; en segundo lugar, el motivo por el cual los anticuarios jugaron tal papel en la reforma del
método histórico durante el siglo XVIII; y finalmente, por qué se tornó crecientemente evidente en el siglo XVIII que
ya no había ninguna justificación para diferenciar entre estudios anticuarios y estudios históricos.

I. LOS ORÍGENES DE LA INVESTIGACIÓN ANTICUARIA.


En primer lugar, debemos preguntarnos quiénes eran los anticuarios. Quisiera poder referirme simplemente a una
Historia de los Estudios Anticuarios, pero no existe ninguna.3 Todo lo que puedo hacer es enumerar algunos datos
elementales.
Asumo que para muchos de nosotros la palabra “anticuario” sugiere la noción de un estudioso del pasado que no es
un historiador en sentido estricto porque: (1) los historiadores escriben en orden cronológico, mientras que los
anticuarios escriben en orden sistemático; (2) los historiadores producen aquellos hechos que sirven para ilustrar o
explicar una cierta situación, mientras que los anticuarios coleccionan todos los objetos conectados con un cierto
asunto, ayuden o no a solucionar un problema. El tema de estudio contribuye a la distinción entre historiadores y
anticuarios solamente en la medida en que ciertos asuntos (como las instituciones políticas, la religión, la vida
privada) han sido tradicionalmente considerados como más apropiados para la descripción sistemática que para el
relato cronológico. Cuando alguien escribe en orden cronológico, pero sin explicar los hechos, lo llamamos cronista;
cuando alguien recolecta todos los datos disponibles sin ordenarlos sistemáticamente, lo rechazamos como
atolondrado.
Si esto expresa correctamente el sentimiento general sobre los anticuarios, la opinión de que los predecesores de los
anticuarios modernos se encuentran en Grecia durante la segunda mitad del quinto siglo A.C., requiere ser
ligeramente especificada.
De un famoso pasaje del Hippias mayor (285 d) de Platón, aprendemos que las genealogías de héroes y hombres, las
tradiciones sobre las fundaciones de ciudades y las listas de magistrados epónimos de una ciudad, eran parte de una
ciencia llamada “arqueología”. El orador es el sofista Hippias, de quien sabemos que ha compuesto una lista de
ganadores de los juegos olímpicos. La palabra “arqueología”, como hace mucho observó Norden, pudo haber sido
fácilmente inventada por un sofista.4 No caben dudas de que Platón nos transmite una noción que era
genuinamente familiar entre los sofistas de la segunda mitad del siglo quinto antes de Cristo: la noción de una
ciencia llamada arqueología, que trataba de asuntos que hoy calificaríamos como de interés anticuario. Pero en
ciertos casos la forma del tratamiento puede haber sido la de la crónica más que la del manual sistemático, de

3
Lo mejor está en C.B. Stark, Systematik und Geschichte der Archäologie der Kunst, Leipzig, 1880. Mucha información también
en J.W. Thompson y B.J. Holm, A history of Historical writing, II, 1942, y por supuesto en J. Sandys, A history of classical
scholarship, Cambridge, I-III, 1906-08; Ch.-V. Langlois, Manuel de Bibliographie Historique, Paris, 1901. Para Inglaterra, ver H.B.
Walters, The English Antiquaries of the Sixteenth, Seventeenth and Eighteenth Centuries, Londres, 1934. Para Francia, S. Reinach,
“Esquisse d’une histoire de l’archéologie gauloise”, Revue Celtique, xix, 1898, pp.101-17, 2929-307 (ver más abajo, nota 62).
4
E. Norden, Agnostos Theos, 1913, p.367. Ver también Themist., 26, 316 (H. Kesters, Antisthène de la dialectique, Louvain,
1935, p. 164). A Körte, “Die Entstehung der Olympionikenliste”, Hermes, xxxix, 1904, p. 221.
manera que no podemos afirmar que los libros “arqueológicos” producidos por Hippias y sus colegas sean
invariablemente los predecesores directos de nuestros Lehrbücher der Altertümer. Aun así, en la medida en que
algunas de sus investigaciones eran presentadas en la forma de tratados sistemáticos, es válido relacionarlos con los
estudios anticuarios modernos.
Este era probablemente el caso de los trabajos περί έθνων, εθνων ονομασίαι, κτίσεις εθνων καί πόλεων, νόμινα
βαρβαρικά, de Helánico, έθνων ονομασίαι, de Hipias, y περί γονέων καί προγόνων των εις ͗ Ιλιον ςτρατευσαμένων,
atribuido a Damastes o Polus.
Me parece más significativo el hecho de que ya hacia el final del siglo V a.C. la historia política y la investigación
erudita sobre el pasado tendían a separarse en dos compartimientos distintos.5 Tucídides escribió un género de
historia que se preocupaba más con los eventos del pasado más reciente que con tradiciones del pasado distante o
de naciones lejanas; estaba más interesado en el comportamiento individual o colectivo bajo ciertas circunstancias
que en instituciones religiosas o políticas, y que serviría más al político que al estudioso. Hipias, Helánico, Damastes y
Charon reunían tradiciones del pasado y se deleitaban con la erudición en cuanto tal. Éste, sin importar cuán
imperfecto, fue el comienzo de una distinción que perduró hasta el siglo XIX d.C. y que incluso hoy en día no ha
desaparecido por completo. La historia era principalmente historia política. Lo que quedaba fuera era territorio de la
curiosidad erudita –que los anticuarios pudieron fácilmente tomar a su cargo y explorar sistemáticamente. Esta
investigación anticuaria ganó ímpetu después de Alejandro.
6
En la Grecia Helenística, la palabra arqueología ya no poseía la amplitud de significado que poseía en Platón, sino
que pasó a significar simplemente “historia desde los orígenes” o “historia arcaica”: las Antigüedades judías de Flavio
Josefo contaban una historia de los judíos desde los orígenes hasta el tiempo de Josefo; las Antigüedades romanas
de Dionisio de Halicarnaso relataban una historia de la Roma arcaica. No existía un nombre común que englobase
todos los tratados sistemáticos sobre el pasado. Pero es claro que tales tratados se producían en grandes cantidades,
especialmente como sub-productos de la historia local. Sus títulos aluden o al lugar o a la institución que era objeto
de la investigación: Αργολικά, περί των εν Λακεδαίμονι Θυσίων, περί αδόξων ονομάτων, etc. Las costumbres
religiosas y las instituciones políticas eran los objetos más habituales, mientras que la filología, la geografía y la
cronología servían como contribución a su estudio. En la escuela peripatética, la filosofía y el conocimiento
sistemático del pasado unían sus fuerzas.7
Los romanos continuaron esa trayectoria. Cuando Varrón emprendió un examen sistemático de la vida romana
desde el punto de vista de sus cimientos pasados, Roma ya había producido eruditos interesados en el origen de las
ciudades italianas o en las peculiaridades de las instituciones romanas o, lo que es lo mismo, en la interpretación de
textos arcaicos. Sin embargo, ninguno de los eruditosi helenísticos parece haber intentado describir todos los
aspectos de la vida de una nación de un modo tan sistemático como Varrón. Las Antiquitates divinae et humanae

5
Aquí es esencial F. Jacoby, “Charon von Lampsakos”, Studi Italiani Fil. Class., xv, 1938, p. 218. La distinción entre la
“arqueología” de Hippias y la noción de historia de Tucídides es evidente. Menos evidente, aunque muy perceptible en mi
opinión, es la distinción entre la “arqueología” de Hippias y la ιστορία de Heródoto. Hippias recolectó y puso en circulación
información que (1) no era de fácil acceso, (2) muchas veces provenía del pasado distante, (3) se prestaba a la forma de un
catálogo. La historia de Heródoto consiste en una acción principal, se ocupa principalmente del pasado reciente y (por lo menos
en principio) provee la tradición más confiable sin suprimir la menos confiable (Jacomby, Pauly-Wissowa, Real-Encyclopädie,
Suppl. II, s.v. Herodotus, col 467 ff.) Compárese a los dichos de Dionisio de Halicarnaso en De Thucyd. 5.
6
Ver Dionys. Hal. I, 4, I. Strabo XI, 14, 12, p. 530; Diod. Sic. Ii, 46, 6; Flavius Josephus, Ant. Iud., I, i, 5; I, 3, 94 (sobre Hieronymus
Aegyptius ver Jacoby, P.W. VIII, col. 1560).
No sabemos qué era la Arqueología registrada entre los trabajos de Cleanthes. El nombre de Arqueología fue dado
retrospectivamente a un trabajo de Semonides sobre Samos (siglo VII a.C.): ver Suidas, s.v., Σιμίας, y P. Maas, P. W. IIIA, 185.
También fue dado al Atthis de Phanodemos (siglo IV a.C.). Ver también Filóstrato, Vita Apoll. Tyan. II, 9, y Proclus, Comm. Ad.
Timaeum, p. 31 C-E (I, p. 101-102 Diehl). La ‘Ρομαιχή ιστορία (Steph. Byz. s.v. ’Αβοριγίνες) y la ‘Ρομαιχή αρχαιολογία (Steph. Byz.
s.v. Νομαντία) del rey Juba deben ser el mismo trabajo. (F. Jacoby, P.W., IX, col. 2392).
7
F. Jacoby, Klio, IX, 1909, p.121; ver Atthis, 1949, p.114 (Sobre Philochoros como historiador que separara la historia de las
antigüedades). Ver también A. Tresp, Die Fragmente der griechischen Kulturschriftsteller, 1914 (Religionsg. Versuche und
Vorarbeiten, XV, I) y su artículo en P.W. Suppl. IV, col. 1119.
fueron saludadas por su contemporáneo Cicerón8 como una revelación. Establecieron un nuevo modelo –y tal vez
también rebautizaron la ciencia como “Antiquitates”. Con Varrón, el carácter sistemático de este tipo de erudición
alcanzó la perfección. Aunque no tenemos certeza de que él haya sido el introductor del término “Antiquitates”,
existe alguna justificación histórica para considerarlo el padre de los estudios anticuarios modernos. Por
“antigüedades”, Varrón entendía el examen sistemático de la vida romana de acuerdo con la evidencia
proporcionada por el lenguaje, la literatura y la costumbre. En los rerum humanarum libri se preguntaba: “qui
(homines) agant, ubi agant, quando agant, quid agant”ii; y con “homines”, como observara apropiadamente San
Agustín,9 se refería a los romanos.10 Es claro que su investigación era más relevante para la vida política que
cualquier tratado helenístico sobre las antigüedades de una ciudad griega. Una carta escrita por Ateyo Capitón sobre
su colega y rival anticuario Antistio Labeón puede dar una idea de las implicaciones políticas de su investigación para
los contemporáneos de Augusto: “Sed agitabat hominem libertas quaedam nimia atque vecors, tamquam eorum,
divo Augusto iam príncipe et rem-publicam obtinente, ratum tamen pensumque nihil haberet, nisi quod iussum
sanctumque esse in Romanis antiquitatibus legisset”11iii. Sin embargo, a pesar del trabajo de Varrón y de sus
seguidores, las “antiquitates” nunca se transformaron en historia política.12
La Edad Media no perdió el interés clásico en las inscripciones y los restos arqueológicos: en ocasiones se
recolectaron inscripciones y se dio atención a los monumentos. Lo que se había perdido, a pesar del recordatorio
contenido en la Civitas Dei de San Agustín, era la idea varroniana de “antiquitates” –la idea de una civilización
recobrada mediante la colecta sistemática de todas las reliquias de su pasado.13 No podremos detenernos en las
fases de la redescubierta de la idea varroniana desde Petrarca hasta Biondo. Señalaremos sin embargo que el Roma
Triumphans de Biondo ya contiene la clasificación cuádruple que muchos manuales posteriores preservaron en su
encabezamiento: antiquitates publicae, privatae, sacrae, militares.14 Es verdad que en el siglo quinto la palabra
“antiquitates” en los títulos de libros significaba simplemente historia (Antiquitates Vicecomitum por G.Merula,
1486) o ruinas de monumentos (Antiquitates urbis, de Pomponio Leto): el significado varroniano original de examen

8
Ac. Post., I, 8.
9
De Civ. Dei, VI, 4.
10
El lugar de Varrón en la historia de la investigación anticuaria necesita ser estudiada. Bibliografía en H. Dahlmann, P.W. Suppl.
VI, s.v. Terentius Varro y F. Della Corte, Enciclopedisti latini, Génova, Di Stefano, 1946, pp. 33-42(también La filologia latina dalle
origini a Varrone, Torino, 1937, p. 149). Los fragmentos de Antiquitates pueden ser encontrados en R. Merkel, ed., de Fasti de
Ovidio, 1841, CVI, y P. Mirsch, De M. Terenti Varronis Antiquitatum Rerum Humanarum libris XXV, en Leipziger Studien, V, 1885,
p. 1.
Sobre la diferencia entre anticuarios romanos y griegos, ver los agudos comentarios de F. Jacoby, Fr. Gr. Hist., IIIa, Kommentar zu
273, p. 248 ff.
11
Aul Gell., XIII, 12, 2.
12
Ver las menciones de anticuarios en Plinio N.H., Praef. 24; Tac. Dial. 37. Toda la historia de los estudios anticuarios romanos
desde Fenestella a Johannes Lydus aún debe ser escrita. Sobre Plutarco, ver bibliografía en K. Ziegler, en Pauly-Wissosa, s.v.
Plutarchos, col. 222 de la separata.
13
Información reciente sobre estudios anticuarios medievales existe en J. Adhémar, Influences Antiques dans l’Art du Moyen
Age Français, Londres, The Warburg Institute, 1939, pp. 43131; F. Peabody Magoun, “Te Rome of the two Northern Pilgrims”,
Harv. Theol. Rev., XXXIII, 1940, pp. 267-90; R. Valentini y G. Zucchetti, Codice Topografico della Città di Roma, III, 1946 (Fonti
Storia d’italia) con la importante revisión de A. Degrassi, Epigraphica VIII, 1946, pp. 91-93; y en los numerosos estudios de A.
Silvagni sobre colecciones epigráficas en la Edad Media (Diss. Pont. Accad. Archeol., XV, 1938, pp. 107 y 249; ibid., XX, 1943, p.
49; Scritti in onore di B. Nogara, 1937, p. 445 etc.). Ver también B. Lasch, Das Erwachen und die Entwickelung der historischen
Kritik im Mittelalter, Breslau, 1887; y M. Schulz, Die Lehre von der historischen Methode bei den Geschichtschreibern des
Mittelalters, Berlin, 1909.
14
El método de Biondo en relación con el antiguo método anticuario aún no ha sido estudiado. Ver. C.S. Gutkind, Deutsche
Vierteljahrss. Chr. F. Literaturwissenschaft, X, 1932, p.548, para un examen reciente de Poggio. Ver también P. Joachimsen,
Geschichtsauffassung und Geschichtschreibung in Deutschland unter dem Einfluss des Humanismus, 1910, I, p.15 ff.
Un punto de gran importancia es la relación entre la investigación filológica y anticuaria por lo menos desde el Liber
Miscellaneorum de Poliziano (la importancia del cual ha sido debidamente apreciada por G. Funaioli, “Lineamenti di una storia
della filologia attraverso i secoli”, Studi di letteratura Latina, I, 1946, p.284) y Coelius Rhodinginus (Ludovico Ricchieri), Antiquae
Lectiones, 1516. Esto también necesita una investigación detallada. Para los inicios de la egiptología existe un trabajo clásico de
K. Giehlow, “Die Hieroglyphenkunde des Humanismus” Jahrb. D. Kunsthist. Sammlungen des allerhöchsten Kaiserhauses, XXXII,
1915, pp.1-222. Ver también E.H. Gombrich, “Icones symbolicae”, Journ. Warburg Institute, XI, 1948, pp.163-92.
del retrato completo de una nación tal vez fuera reintroducido por primera vez como título de un libro por J.
Rossfield, alias Rosinus, en Antiquitatum Romanarum Corpus Absolutissimum (1583). Pero la noción del “anticuario”
como un amante, coleccionista y estudioso de tradiciones y restos antiguos –aunque no un historiador- es uno de los
conceptos más típicos del humanismo de los siglos XV y XVI.15 El entusiasmo de las primeras exploraciones de los
anticuarios en tiempos de Biondo se encuentra registrado por la Iubilatio del amigo de Mantegna, Felice Feliciano.16
El sobrio y tedioso trabajo de los grandes anticuarios del siglo dieciséis (Sigonio, Fulvio Orsini, Augustinus, Justo
Lipsio) se refleja en su correspondencia. Representan un avance respecto a Varrón porque incorporaron evidencia
literaria, arqueológica y epigráfica, prefiriendo los textos literarios y epigráficos. Lentamente compusieron la
cronología, la topografía, la ley y la religión romanas: descubrieron la “Roma sotterranea”. Ocuparon
progresivamente nuevas provincias extendiendo su investigación a Grecia, a las antigüedades locales de Francia,
Alemania e Inglaterra y a los reinos orientales. Comentaron y suplementaron trabajos de historiadores, pero en
general no se consideraron historiadores. Siguieron el modelo de la Roma Triumphans de Biondo, que no era una
historia, sino un examen sistemático. La historia romana ya había sido escrita por Livio, Tácito, Florus, Suetonius: la
Historia Augusta. No había razón para reescribirla, porque en lo esencial sólo podía ser escrita como la habían
escrito Livio, Tácito, Florus o Suetonius. La historia antigua aún se escribía como parte de la historia universal (una
tradición especialmente apreciada por las universidades protestantes), pero la sección sobre Grecia y Roma en una
historia universal se limitaba prácticamente a un sumario de fuentes antiguas correctamente ordenadas
cronológicamente –que difícilmente sería de interés para un estudioso serio de “antiquitas”.17

15
La evidencia sobre la palabra “antiquarius”, “antiquario”, “antiquary”, etc. en la literatura europea aún no ha sido colectada.
El Vocabolario della Crusca ofrece A. Caro, Lettere Familiari, ed. Milán, 1807, III, p. 190, “e poichè io mi avveggo al vostro
scrivere che siete in ciò piuttosto istorico che antiquario” y S. Speroni, Dialogo della Historia en Opere , Venecia, 1740, II, p. 300,
“Antiquari… cioè amatori ed ammiratori di chose antiche”. Pero nótese S. degli Arienti, Le Porretane, Novella III, escrito en 1487:
“(Feliciano da Verona) cognominato Antiquario per aver lui quasi consumato gli anni soi in cercare le generose antiquità de
Roma, de Ravena et de tutta i’lItalia”. Ver también la carta de Antonio Leonardi a Felice Feliciano sobre Ciriaco d’Ancona en G.
Colucci, Antichità Picene, XV, 1792, p. CLIV. Sobre la referencia del OED s.v. Anticuario a Leland como el portador del título de
Anticuario de Henrique VIII, ver Apéndice I, abajo. W. Camden se llamaba a sí mismo “antiquarius”: ver la Epistula en Britannia
(1586). Para e significado de “ntiquitates” antes de Rosinus, ver también A. Fulvio, Antiquitates urbis Romae, 1527; Pirro Ligorio,
Antichità di Roma, 1553; O. Panvinio, Antiquitates Veronenses, 1648 (póstumo). Un trabajo aparentemente llamado Antiquarium
de autoría de G. Bologni (1454-1517) está parcialmente publicado en Supplemento II al Giornale dei Letterati d’italia, Venecia,
1722, p. 115. Sobre esto ver G. Mazzucchelli, Gli scrittori d’italia, II, 3, p.1490. Existe un poema de Fulvio llamado Antiquaria
urbis, Roma, 1513. El Commentaria súper opera diversorum auctorum de antiquitatibus loquentium de Annius de Viterbo, 1498,
es, como se sabe, una colección de historiadores antiguos falsificados: ver O.A. Danielson, “Annius von Viterbo &uber die
Gründungsgeschichte Roms”, Corolla Archaeologica Principi Gustavo Adolpho dedicata, 1932, p i.
Para el Siglo XVII ver también F. Baldinucci, Notizie de’Professori del Disegno, obra póstuma, Glorencia, 1728, VI, p.76 “[Il
granduca Cosimo III] lo costituà sopraintendente di ese [avanzi della dotta e venerabile antichità] e come oggi si dice suo
antiquario”. Se refiere a Bastiano Bilivert.
16
El texto de la Iubilatio en P. Kristeller, Mantegna, 1902, pp. 523-4. Un texto importante para los anticuarios del final del siglo
XV se ofrece en las áginas introductorias de B. Rucellai, De urbe Roma, en Rerum Italicarum Scriptores ab anno aerae christ.
Millesimo ad millesimum sexcentesimum, II, Florencia, 1770, pp. 783-4, sobre las cuales ver F. Gilbert, Journ. Warburg Inst., XII,
1949, p. 122. El nombre de Iacopo Antiquari (sobre el cual ver G.B. Vermiglioli, Memoire di I.A., Perugia, 1813) se prestó a
bromas que son instructivas. Marsilio Ficino, en una carta a él (Epistolae, Venecia, 1495, CXXXIX): “Ceteri te Iacobe tantum
cognominant antiquarium, academia vero et antiquarium pariter et novarium tamquam antiquitatis innovatorem atque
cultorem. Quid autem ese aliud opinamur renovare antiqua quam aurea illa saecula revocare regnante quondam Saturno
Felicia”. Ver también Ioh. Baptista Mantuanus, Opera, Amperes, 1576, III, pp. 316-7: “Tanta humanarum facta est mutatio
rerum/Ut videar mundo vivere nunc alio./At quoniam noster manet Antiquarius aevi/Maxima pars, mundus qui fuit ante
manet./Optima pars et res et rerum nomina servat./Este álacres, mundus qui fuit ante manet.”
17
Los principales trabajos de los anticuarios de los siglos XVI-XVII se encuentran reunidos en el Thesauri de J.G. Graevius (Roman
antiquities, 1694-99) y J. Gronovius (Greek antiquities, 1697-1702) con el suplemento de J. Polenus, Venecia, 1737. Sus
resultados están resumidos en S. Pitiscus, lexicón Antiquitatum Romanarum (Sacrae et Profanae, Publicae et Privatae, Civiles er
Militares), Venecia, 1719. La Bibliotheca Antiquaria de J.A. Fabricius, 1713 (3.ed, 1760) continúa siendo una invaluable guía para
esa literatura, pero ver también D.G. Morhofius, Polyhistor, Lübeck, 1708, Lb. V, cap. Ii, “De scriptoribus antiquariis”. Los dos
El estudio de la historia antigua en sí misma, realizado independientemente de la investigación anticuaria y de la
historia universal, tenía el objetivo de proveer materiales para la reflexión política o moral o ayudar a comprender
textos estudiados principalmente por razones estilísticas. Rara vez se cuestionaban la veracidad y la compleción de
las descripciones tradicionales. Hasta donde alcanza mi conocimiento, hasta comienzos del siglo XVII la idea de que
podía escribirse una historia de Roma que pudiera reemplazar a Livio y a Tácito aún no había nacido. El primer
ocupante de la cátedra Camden de Historia Antigua en la universidad de Oxford tenía el deber reglamentario de
comentar a Florus y a otros historiadores antiguos (1622).18 Como explicaba Camden, el profesor “debía leer una
historia civil, realizando las observaciones que pudieran ser de mayor utilidad y provecho para los estudiantes más
jóvenes de la Universidad, para dirigirlos e instruirlos en el conocimiento y uso de la historia, la antigüedad y el
tiempo pasado”. El primer profesor de historia de Cambridge fue destituido porque sus comentarios sobre Tácito
fueron considerados políticamente peligrosos (1627).19 Tanto en Oxford como en Cambridge, la historia antigua se
enseñaba en forma de comentario de las obras de historiadores antiguos. Los modernos escribían “antiquitates”, no
historias romanas (o griegas).
Por otro lado, la mayoría de las Artes Historicae de los siglos XVI y XVII no trataban del trabajo de los anticuarios
20
como trabajo histórico. Aquellos escritores que sí lo tuvieron en cuenta, enfatizaron que los anticuarios eran
historiadores imperfectos que ayudaban a rescatar reliquias del pasado demasiado fragmentarias para ser objeto de
una historia propiamente dicha. En su Advancement of learning (1605), Bacon distinguía entre Antigüedades,
Memoriales e Historias Perfectas, y definía las Antigüedades como “historia desfigurada, o algunos remanentes de
historia que por casualidad han escapado del naufragio del tiempo” (II, 2, i). En su De Philologia Liber (1650), Johann
Gerhard Vossius lo acompañaba: “Historia civilis comprehendit antiquitates, memorias et historiam iustam.
Antiquitates sunt reliquiae antiqui temporis, tabellis alicuius naufragii non absimiles”iv. Vale la pena notar que, en la
Ars Historica, Vossius no se ocupaba de las antigüedades; aquí le interesaba solamente la historia iusta. Parecería
que, cuando aplicada al mundo clásico, la “historia iusta” –o historia perfecta–, significaba principalmente historia

Glossarii de Duchange (1678, 1688) deben, claro, hasta cierto punto, ser contados entre los productos de la investigación
anticuaria, ver G. Naudé, De Studio liberali en Variorum Auctorum Consilia et Studiorum Methodi, reunidos por Th. Crenius,
Róterdam, 1692, pp. 602-3. La historia de los estudios sobre la Roma cristiana se encuentra en G.B. De Rossi, La Roma
Sotterranea Cristiana, I, 1864, pp. 1-82. El trabajo más importante, A. Bosio, Roma sotterranea, fue publicado en 1632. Un
estudio de la investigación anticuaria en el siglo XVII debería incluir un examen de los catálogos de gabinetes. Para una
clasificación de los estudios anticuarios en el siglo XVII ver M. Schmeizel, Versuch zu einer Historie der Gelehrheit, Jena, 1728,
p.758. Pero nótese la definición de J.A. Fabricius, op. cit.,. 228: “quicquid enim agunt homines, quoscumque ritus et mores
observant, vel publice susceptos obeunt, vel privatim et domi”. Para la evolución de la mera numismática a los estudios
históricos ver J. Tristan, Commentaires historiques contenants l’histoire generale des Empereurs, imperatrices, Caesars et tyrants
de l’empire romain iluustrée, enrichie et augmentée par les inscriptions et enigmes de trize à quatorze cens Medailles, París,
1635. Este es claramente un paso hacia la historia del Imperio Romano.
18
Ver H. Stuart Jones, Oxoniensia, VIII-IX, 1943-44, p. 175. Parte de la evidencia había sido ya publicada por W. H. Allison, Amer.
Hist.Rev., XXVII, 1922, p. 733. El método del primer Catedrático Camden, D. Whear, está claramente expuesto en sus Relectiones
Hyemales, De Ratione et Methodo legendi utrasque Historias civiles et ecclesiasticas, Oxford, 1637. El propósito de sus lecciones
puede ser fácilmente comprendido en el Discurso Introductorio que, según la traducción inglesa de 1685, se lee: “La Historia es
el Registro y Explicación de casos particulares, emprendida con el objetivo de que su memoria sea preservada, de modo que los
Universales pueden ser más evidentemente confirmados, con lo cual podremos instruirnos en cómo vivir bien y felizmente”.
La inspiración ciceroniana es, por supuesto, indicada por Whear. La segunda edición de la traducción inglesa (1694º contiene
también la Invitation to Gentlemen to acquaint themselves with Ancient History de Dodwell, escrita en el mismo espíritu y que
intenta, sin mucho éxito) vencer la objeción clásica a cualquier defensa utilitaria de la historia antigua: “¿por qué no serían
suficientes nuestras Historias modernas para Caballeros exitosos, si en general están escritas en Lenguas más inteligibles para
Caballeros?” (VIII). Evidencia invaluable para la enseñanza en Oxford también se encuentra en las lecciones dictadas por D.
Whear y preservadas en MS (Auct. F. 5. 10-11) en la Biblioteca de Bodley. Espero publicar un ejemplo de ellas.
19
J. B. Mullinger, The University of Cambridge, 1911, III, pp. 87-9.
20
Por ejemplo, P. Beni, De Historia, Venecia, 1622, I, pp. 26-7, reconoce el valor de las fuentes históricas como monedas,
inscripciones, etc., pero “verae et germanae historiae laus literarum monumentis ac narrationi sit reservanda”.
escrita por los antiguos. Lo que quedaba fuera del trabajo de los historiadores antiguos podía ser rescatado por los
anticuarios modernos.
A pesar de ser muy clara, esta distinción se aplicaba solamente a la historia de la Grecia y la Roma clásicas. La
autoridad de los historiadores antiguos era tal que aún nadie pensaba seriamente en reemplazarlos. La situación era
diferente en el estudio de las otras historias nacionales y locales europeas, las cuales, con excepción de sus inicios,
coincidirían con el estudio de la Edad Media.21 Aún no se había desarrollado ningún culto de la Edad Media capaz de
competir con la idealización de la Antigüedad. No existía una historia canónica de Gran Bretaña, Francia, Alemania o
España semejante a la historia canónica de Grecia o Roma. Incluso la historia de Italia como un todo se encontraba
en una posición diferente a la historia de la Roma Clásica. De hecho, razones políticas y religiosas, especialmente
después de la reforma, incitaron la reescritura radical de las distintas historias nacionales y locales fuera de (y
generalmente posteriores a) Grecia y Roma, con todo el auxilio que la pesquisa en bibliotecas y archivos podía
proporcionar. Sigonio, que al ocuparse de la historia de Roma y Grecia clásicas realizaba un mero trabajo anticuario,
escribió historia medieval ordinaria en su Historiarum de Occidentali Imperio Libri XX (1577) y en la Historiarum de
Regno Italiae Libri XX (1580). En la mayoría de los casos, quedan dudas sobre si los investigadores del pasado de
Gran Bretaña, Francia y el resto de los que se autodenominaban anticuarios, tenían en mente algo diferente de la
escritura de simple historia, basada en evidencia original. A Leland le gustaba llamarse “antiquarius”, y se ha
afirmado inclusive que fue formalmente investido como anticuario por el rey; para esto último, sin embargo, no
parece haber ninguna evidencia. Pero él afirmaba que pretendía utilizar los materiales recolectados para un trabajo
titulado “De Antiquitate Britanniae”, o tal vez “Historia civilis”. Si bien el estudioso de las antigüedades latinas y
griegas no se sentía con derecho a considerarse historiador, el estudiante de las antigüedades de Gran Bretaña,
Francia y el resto se distinguía sólo formalmente de un estudiante de la historia de esos países –y consecuentemente
tendía a olvidar esta distinción. Durante el siglo XVI y comienzos del XVII, existían tanto anticuarios como
historiadores (muchas veces indistinguibles) del mundo no clásico y post clásico, pero sólo anticuarios del mundo
clásico.

La situación cambió en la segunda mitad del siglo XVII.22 Las diferencias entre los investigadores del mundo clásico y
los estudiosos del mundo no clásico tendieron a desaparecer, y comenzaron a escribirse libros de historia romana y
griega que no estaban subordinados al esquema de la historia universal. Estos libros pretendían presentar un
examen de eventos para los cuales la evidencia se encontraba principalmente en monedas, inscripciones y restos
arqueológicos, o seleccionar y ordenar aquello que era más confiable dentro de la evidencia literaria antigua, u
ofrecer una reinterpretación de la evidencia antigua desde algún punto de vista moral y político. De hecho, es
correcto decir que la totalidad de los trabajos históricos de la última parte del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII en
principio pretenden satisfacer alguno de estos tres propósitos. Vaillant escribió la historia de Ptolomeo y de los
seléucidas con la ayuda de numerario (1701, 1681); Tillemont escribió la historia del Imperio Romano para mostrar
cuáles eran las fuentes literarias antiguas más confiables (1693-1707). Echard (alrededor de 1697) y Vertot (1719)
introdujeron en la historia romana la noción de una historia impulsada por revoluciones. La forma del discurso hasta
entonces consagrada ya no se consideraba suficiente para el tercer propósito. Incluso los escritores menores de
aquella época tenían consciencia de la novedad que representaba la producción de libros de historia griega y

21
Ver, por ejemplo, R. Flower, “Lawrence Nowell and the Discovery of England in Tudor times”, Proceed. Brit. Acad., XXI, 1935,
pp. 47-73; D. Douglas, English Scholars, Londres, 1939; M. McKisack, “Samuel Daniel as Historian”, Review of English Studies,
XXIII, 1947, pp. 226-43. También E.N. Adams, Old English Scholarship in England from 1556 to 1800, Yale, 1917.
22
Ver, en general E.C. Scherer, Geschichte und Kirchengeschichte an den Deutschen Universitäten, Friburgo i. Br., 1927; M.
Scheele, Wissen und Glaube in der Geschichtswissenschaft. Studien zum historischen Pyrrhonismus in Frankreich und
Deutschland, Heidelberg, 1930; G. Gentile, “Contributo alla storia del metodo storico” en Studi sul Rinascimento, 2 ed. 1936, pp.
272-302; H. Müller, J.M. Chladenius, 1710-59. Ein Beitrag zur Geschichte der Geisteswissenschaften, besonders der historischen
Methodik, Berlin, 1917; R. Unger, “Zur Entwicklung des Problems der historischen Objektivität” en Eufsätze zur Prinzipienlehre
der Literaturgeschichte, 1929, I, p. 87.
romana. En el prefacio de su Roman History from the Building of the city to the perfect settlement of the empire by
Augustus (3. Ed., 1697) L. Echard escribe:

Nunca ha habido nada de este tipo en nuestra lengua hasta ahora, ni cualquier cosa relacionada a los asuntos romanos, sino
aquello que estaba entremezclado con otra historia o aquello que contenía sólo algunos años de esta Parte. Entre estos, no
encuentro nada digno de nota a no ser Raleigh, Ross, Howel, el autor de la Historia de los dos Triunviratos, y Pedro Mexia, autor
de la Historia Imperial, de los cuales los últimos dos son traducciones.

Los jesuitas Catrou y Rouillé prefaciaron su Histoire Romaine (1725 ff.) con estas palabras, aún más reveladoras:

Jusqu’à nos tems, la République des Lettres se trouvoit destituée d’um secours si nécessaire qu’on s’obstinoit pourtant à lui
refuser. A la vérité les sçavants de profession s’étoient épuisés en recherches sur les Coûtumes, sur les Moeurs, sur la Milice, sur
le genre de Gouvernement, sur les Loix, et sur l’habillement des Romains… Les noms de Tite-Live, de Denis d’Halicarnasse, de
v
Polybe, de Plutarque, et de tant d’autres, les avoient fait respecter, jusqu’à n’oser les incorporer ensemble.

Como explican los dos jesuitas, los anticuarios precedieron a los historiadores porque durante mucho tiempo nadie
osó reemplazar a Livio y a sus pares.
Al colectar buena parte de su evidencia por fuera de las fuentes literarias, los anticuarios ayudaron a poner en
evidencia la necesidad de nuevas historias. Pero el crecimiento de la nueva historiografía sobre Grecia y Roma
estaba destinado a levantar, en el largo plazo, el problema de si las descripciones estáticas del mundo antiguo tenían
derecho a subsistir junto a las exposiciones históricas. Ambos puntos merecen un análisis cuidadoso. La nueva
importancia atribuida a la evidencia no literaria se comprende solamente con el trasfondo de la gran reforma del
método histórico que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XVII. Por otro lado, el valor de la perspectiva anticuaria
sobre Grecia y Roma fue cuestionado tanto en el siglo XVIII como en el XIX, por diferentes motivos en cada siglo.

II. LA CONTROVERSIA DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII SOBRE EL VALOR DE LA EVIDENCIA HISTÓRICA
a. LOS TÉRMINOS DE LA CONTROVERSIA
Para el siglo XVII las disputas religiosas y políticas se habían diseminado en la historia, desacreditando al historiador.
Fácilmente se olfateaban sesgos por doquier, y la conclusión natural fue la desconfianza en la totalidad de la tribu de
historiadores. Al mismo tiempo, se realizaron tentativas de asentar el saber histórico sobre bases más seguras
mediante el análisis cuidadoso de las fuentes y la obtención, cuando fuera posible, de evidencias diferentes de
aquellas provistas por historiadores pasados. Prevalecía una actitud escéptica, pero este escepticismo no siempre
implicaba un pesimismo absoluto sobre la posibilidad de un conocimiento histórico sólido.23
Las mentes más críticas enfatizaban cuán poco se sabía. La Mothe Le Vayer formuló lo que vendría a conocerse
como pirronismo histórico en su ensayo de 1668, Du peu de certitude qu’il y a dans l’histoire. R Simon y Bentley
mostraron el alcance de una crítica concienzuda tanto en la historia sagrada como en la profana. En 1682 Bayle
comenzó a mostrar sus cartas en la Critique générale de l’histoire du calvinisme, en donde declaró: “es bastante
difícil alcanzar la evidencia” y también, “en una palabra, no hay fraude mayor que aquel que puede ejercerse sobre
los monumentos históricos”. En las décadas siguientes, la Europa intelectual fue dominada por la enorme erudición y
el despliegue de crítica investigativa del Dictionnaire historique et critique, un best seller, a pesar de sus dimensiones.
En una ocasión, Ernst Cassirer consideró a Bayle como el prototipo del erudito moderno, cuya única preocupación es
24
la de incrementar el saber. Sus contemporáneos lo consideraban un escéptico, “el ilustre Bayle, que tan bien

23
Además de los bien conocidos trabajos de P. Hazard y B. Willey, The Seventeenth Century Background, 1934, ver por ejemplo
R. Pintard, Le libertinaje érudit dans la première moitié du XVII Siècle, 1943, I, p. 45; M. Rossi, Alle fonti del deismo e del
materialismo moderno, Florencia, 1942; J.V. Rice, Gabriel Naudé (John Hopkins Studies in Romance Literatures, XXXV), 1939; F.L.
Wickelgren, La Mothe Le Vayer, tesis, París, 1934; H. Robinson, Bayle the Sceptic, Nueva York, 1931.
24
Die Philosophie der Aufklärung, 1932, p. 269.
enseña a dudar”, como notaba compasivamente el Barón Holbach.25 Su pirronismo histórico se relacionaba
evidentemente con su desconfianza en los dogmas y las creencias religiosas. En otro pirronista, Daniel Huet, obispo y
tutor de Dauphin, quien en 1722 provocó un escándalo póstumo en torno a su tratado sobre la debilidad del
entendimiento humano, el escepticismo absoluto definitivamente prevalece sobre el escepticismo respecto de las
fuentes históricas. Aquí concurren dos circunstancias relevantes. En primer lugar, Huet había llegado al escepticismo
a través de su larga trayectoria de trabajos pioneros en el estudio comparado de la religión, de los cuales la
Demostratio evangelica de 1672 es el producto más importante.26 En segundo lugar, una refutación de su
pirronismo, segunda en importancia respecto de la que se tornara clásica, realizada por J.P. de Crousaz (1733),
provino de un anticuario –a saber, L.A. Muratori Delle forze dell’intendimento umano ossia il pirronismo confutato.
Muratori, quien asimismo hubiera querido creer que el trabajo póstumo de Huet era una falsificación realizada por
algún adepto de la peligrosa secta de La Mothe Le Vayer y Bayle, percibió que el conocimiento histórico no estaría a
salvo en cuanto no se aceptase que existen “cosas sensibles de las cuales se tiene y se puede tener una idea clara e
incuestionable”.
El pirronismo histórico golpeaba tanto a la enseñanza histórica tradicional como a las creencias religiosas
27
tradicionales. Era natural que miembros de congregaciones religiosas (Bolandistas, Mauristas) realizaran algunas
de las contribuciones más importantes en dirección a la distinción entre dudas racionales e irracionales en la historia,
aunque la búsqueda de reglas históricas seguras no se limitara a ellos. La discusión sobre el Pirronismo causaba furor
en las universidades protestantes alemanas, que justamente entonces realizaban su primera contribución destacada
al método histórico. La controversia pasó de las manos de historiadores y filósofos a las de abogados que,
tradicionalmente preocupados con la confiabilidad de los testigos, podían aportar una experiencia importante sobre
este asunto. Todas estas personas intentaban determinar las características de lo que podría llamarse evidencia
fiable. Es claro que aún se producían libros de retórica sobre el arte de la escrita histórica. Los jesuitas escribieron
algunos libros clásicos de este tipo (P. Rapin, P. Le Moyen). Pero también se desarrollaba un nuevo tipo de tratado
sobre la escritura de la historia, que rompía con la Ars Historica de estilo retórico del Renacimiento y se limitaba
prácticamente al método de interpretación y crítica de fuentes. Algunos manuales se ocupaban principalmente de la
crítica textual (la autenticidad y la enmienda de textos), entre los cuales la Ars Critica de J. Le Clerc (1697) es el más
importante. Otros, como el Traité des différents sortes de preuves qui servent à établir la verité de l’histoire (1769) de
H. Griffet, se ocupaban principalmente del valor histórico de las autoridades originales.

Una manera de responder a la cuestión se hallaba en realizar una distinción entre la evidencia literaria y otros tipos
de evidencia, como actas, inscripciones, numerario y estatuas. Se asumía que las actas y otros documentos públicos,
las monedas, las inscripciones y estatuas eran mejor evidencia que las fuentes literarias. Como afirmaba uno de los
legistas interesados en la cuestión:

Sunt vero fundamenta et causae quibus dicta veritas innuitur praecipue monumenta et documenta publica quae in carchivis
imperantium singular cura adservantur... Enim vero, cum non ómnibus archiva publica pateant, aut temporum iniuria sint
desperdita, alia eorum loco testimonia rei gestae quarere opus est. Qualia sunt publica monumenta, columnae et statuae apud
28vi
veteres hinc et inde erectae.

25
B. de Holbach, Système de la Nature, II, ch. 12 (ed. 1821, p. 354, n.1) Ya citado por P. Hazard, La pensé européenne au XVIII
siècle, III, p. 33.
26
A. Dupont, P.D. Huet et l’exegèse comparatiste au XVIII Siècle, París, 1930. No puedo entrar en la discusión más teológica
sobre las relaciones entre la verdad histórica y las creencias religiosas, pero por lo menos ver Jean Le Clerc, La verité de la
religión chrétienne, En De l’incredulité, Amsterdam, 1696, para las referencias al método histórico (p.327).
27
L. Traube, Vorlesungen und Abhandlungen, 1909, I, p. 13 ff. es aún fundamental. Información muy valiosa es presentada por L.
Wachler, Geschichte der historischen Wissenschaften, II, Göttingen, 1820, y por S. von Dunin Borkowski, Spinoza, III, 1936, pp.
136-308, 529-550. Ver también N. Edelman, Attitudes of Seventeenth-Century France toward the Middle Ages, Nueva York, 1946.
28
C.O. Rechenberg, De autoritate (sic) historiae in probandis quaestionibus iuris et facti, Leipzig, 1709, p. 8; Ver por ejemplo M.
Schmeizelius, Praecognita historiae ecclesiasticae, Jena, 1721, p. 85: “Historici authentici praeferendi sunt on authenticis: illi
Por lo tanto, el valor de una historia dependería en buena medida de la cantidad de documentos públicos,
inscripciones y monedas examinadas por el historiador. En el sexto volumen de las Mémoires de Littérature de
l’Académie Royale des Inscriptions (1729) cuatro autores (Anselme, De Puilly, Sallier, Fréret) discutían las tradiciones
sobre los orígenes de Roma en un talante que implicaba el examen generalizado de los principios de la crítica
histórica. L’Abbé Anselme comenzaba el tema de debate de la siguiente manera:

J’ay donc avancé que l’antiquité n’est pas esté si depourvûë qu’on l’a coulu dire des secours necessaires à l’histoire, et qu’outre
les Mémoires qui en ont esté conservez, ce qu’il y a d’obscur et de confus a esté suppléé par des monuments autentiques, qui
vii 29
en ont fait foy…

Los argumentos de los académicos entendidos en el tema fueron desarrollados más tarde en la obra Sur l’incertitude
des cinq premiers siècles de l’hisotire romaine (1738), de L. De Beaufort.
Por otro lado, un historiador podía confiar en la mera tradición, esto es, en última instancia, en relatos de personas
que se señalaba o que se presentaban a sí mismos como testigos oculares. Luego, se tornó esencial determinar los
criterios por los cuales podía demostrarse la validez de la tradición incluso cuando no estaba apoyada por evidencias
autosuficientes, como monedas, inscripciones o actas. Evidentemente la selección de una tradición válida implicaría
una serie de preguntas sobre la buena fe de los testigos y las maneras de evaluarla, sobre la interpretación de la
evidencia y sobre la tergiversación, intencional o no, a la que podría conducir la interpretación de la evidencia. La
escuela de Christian Thomasius se especializaba en la noción de fides histórica, que era definida por M. Lupin (De
fide iuridica, 1699) de la siguiente manera:

Fides historica est praesumtio veritatis de eo quod hominibus accidisse vel ab iis gestum ese dicitur, orta ex coniecturis
circumstantiarum quae non saepe fallere solent, mullis tamen ab hominibus inventis aut praescriptis regulis adstricta, sed
30viii
liberae cuiusvis ratiocinationi, a praeiudiciid tamen vacuae, relicta.

El estudio de las Santas Escrituras era sólo un caso extremo del análisis de una tradición prácticamente desprovista
de cualquier evidencia independiente. La formulación de criterios internos suficientes para establecer la buena fe de
las fuentes era la única manera de responder al escéptico en ausencia de fuentes documentales independientes o de

sunt qui ex Archivis, Actis et instrumentis publicis scripserunt, isti qui ex libris vulgaribus sua hauserunt”; Io. Iac. Griesbachius,
Dissertatio de fide historica ex ipsa rerum quae narrator natura iudicanda (1768) en Opuscola Academica, ed. Io. Ph. Gabler,
Jena, 1824, I. p. 206: “Quid enim contra genuina documenta publica auctoritate firmata… ulla cum specie dici potest? Ver
también J.F. Eisenhart, De auctoritate et usu inscriptionum in iure, Helmstedt, 1750; Chr. A. Crusius, Weg zur Gewissheit und
Zuverlässigkeit der menschlichen Erkenntnis, Leipzig, 1747, p. 1041 ff. “Von der historischen Wahrscheinlichkeit”.
29
M. De Pouilly, Nouveaux essais de critique sur la fidelité de l’histoire, pp. 71-114, y la respuesta de Sallier, pp. 115-146, son
especialmente notables en este volumen. Otro tratado sobre el método histórico que nunca ha sido analizado apropiadamente
es presentado en los Prefacios y Propileos del Acta Sanctorum (1643 ff., especialmente 1675 ff..). Ver también R.P. Honoré de
Sainte Marie, Réflexions sur les règles et sur l’usage de la critique, 1713-1720, de las que conozco la traducción en latín,
Animadversiones in regulas et usum critices, Venecia, 1751.
30
Ver, en el mismo sentido, C.A. Hübener, Historicus Falso Suspectus, disertación. Halle 1706. La disertación que se puede decir
comenzó toda la discusión en Alemania es J. Eisenhart, De fide hsitorica comentarius, accesit Oratio de cniungendis
iurisprudentiae et historiarum studiis, Helmstedt, 1679. Eisenhart discute el significado de “fides”, “auctoritas”, “notorium facti”
y “notorium iuris”, y otorga reglas para el establecimiento de la confiabilidad de la evidencia. Su influencia es particularmente
evidente en las dos disertaciones De iudicio histórico (1703) y De pyrrhonismo histórico (1707) de F.W. Bierlingius, que se
encuentran reimpresos con cambios en el Commentatio de pyrrhonismo historico, Leipzig, 1726, del mismo autor. En la página
225 ff, ver la discusión “De fide monumentorum ex quibus historia depromitur”. Lo que dice en la página 96 puede ser tomado
como típico de la nueva actitud crítica: “Historicum genus scripturae tantum abest ut a citationibus abhorreat, ut potius lector
suo quodam iure illas postulare queat. Prima statim quaestio, quae historias legenti in mentem venit, haec est: unde auctor haec
sua desumsit? Num testibus usus est idoneis atque fide dignis?
una cantidad significativa de material epigráfico o arqueológico.31 Toda la discusión sobre los milagros de Jesús entre
Charles Blount (1680) y Charles Leslie (1698), y entre Th. Woolston (1727) y el obispo Sherlock (1729) se articulaba
sobre la confiabilidad de los autores de los evangelios como testigos. A Blount, quien entendía que no había mejor
evidencia para los milagros de Jesús que para los milagros de Apolonio de Tiana, Leslie respondía mediante lo que
llamaba “un método rápido y fácil” de seleccionar buenos testigos. Si el método era tan rápido y fácil como pensaba
Leslie es un asunto aparte. Incluso cuando, bajo la influencia de J.D. Michaelis, se daba más atención a las
antigüedades hebreas, la discusión sobre la buena fe de las fuentes continuaba siendo el método principal para
evaluar la verdad de la Biblia.
Dentro de la historia romana, las Animadversiones Historicae (1685) de Perizonium representaron un esfuerzo sólido
de análisis metódico de la evidencia literaria sin mucha atracción por la evidencia documental. Cuando la ola de
pirronismo histórico crecía peligrosamente, Perizonius defendió su posición de una crítica moderada en su Oratio de
fide historicarum contra Pyrrhonismum Historicum (1702). Su argumento principal rezaba que en ciertos casos es
posible confiar en los historiadores porque se pronuncian contra el mejor interés de la causa que defienden.
Críticas filológicas complejas como la que Perizonius intentaba realizar no se desarrollaron por completo hasta
comienzos del siglo XIX, cuando una técnica más precisa permitió a los especialistas descubrir las fuentes literarias
(cuando existieran) de las fuentes literarias. Hasta el siglo XVIII nadie tenía aun una idea clara de las fuentes
utilizadas por Diodorus o Tácito. Excepto en algunos casos, la persona del historiador en sí misma tampoco era un
objeto de interés especial. La idea de que una tradición merece respeto como portavoz de creencias populares
tampoco atraía gran atención. Hasta que estos aspectos no se considerasen cuidadosamente, era inevitable que los
documentos oficiales, inscripciones y monedas parecieran más confiables que la evidencia literaria basada
meramente en la tradición. Era en primer lugar una cuestión de número. El sentido común ofrecería una resistencia
insuperable a la noción de que miles de documentos, monedas e inscripciones pudieran ser falsificados tan
simplemente como textos literarios aislados.

b. EL ÉNFASIS EN LA EVIDENCIA NO LITERARIA


En 1971, Exechiel Spanheim, el fundador de la numismática moderna, recordaba a sus lectores el obiter dictum de
Quintiliano: “Alii ab aliis historicis dissentiunt” (II, 4, 19). Y proponía un remedio:

Non aliunde nobis certius quam in nummis aut marmoribus antiquis praesidium occurrit. Nec certe ratio hic aut eventos fallit.
Subsidia quippe reliqua, dubiam Semper transcriptorum exemplarium fiedem, haec autem sola primigeniam Autographorum
ix
dignitatem prae se ferunt.

En otro pasaje, la alusión al descrédito de los historiadores contemporáneos es incluso más explícita:

Multa iisdem Historiarum aut Annalium conditoribus, vel odio vela more, vel incuria sunt perperam tradita, quae emendari hoc
x
tempore aut revinci, nisi publicis quibusdam tabulis, non possunt.

En 1679, con el ardor del apóstol de un nuevo método, Jacques Spon proclamó la superioridad de la evidencia
arqueológica en su Réponse à la critique publiée par M. Guillet, desafiando a su oponente:

Il nous fera voir dans ses premières dissertations comment par un miracle inoui les Auteurs anciens, tout hommes qu'ils
estoient, avoient moins de passion que le marbre et que le bronze d'apresent, et comment au contraire le bronze et le marbre
xi
d'aloirs estoient plus susceptibles de passion que les hommes de ce siècle.

En 1697 Francesco Bianchini publicó La Istoria Universale provata con momnumenti e figurata con simboli degli
antichi. Lo que la hace digna de nota es la convicción subyacente de que la evidencia arqueológica (o la “storia per

31
J.D. Michaelis, Compendium antiquitatum Hebraeorum, 1753; Mosaisches Recht, 1770, son los trabajos pioneros en
antigüedades hebreas. Es notable que Montfaucon haya sido reticente a recolectar evidencia sobre arqueología hebrea. Sobre
los predecesores de Michaelis ver S. von Dunin Borkowski, Spinoza, III, pp. 149-52.
simboli”, como la llama Bianchini) constituye una base más firme para la historia que la evidencia literaria. Según
Bianchini, los cronógrafos ordinarios no perciben su equivocación al citar solamente evidencia literaria. La evidencia
arqueológica es al mismo tiempo “símbolo y prueba de lo ocurrido” (“le figure dei fatti, ricacate da monumento
d’antichità oggidì conservate, mi sono sembrate simboli insieme e pruove dell’istoria”). Bianchini sabe que sus
contemporáneos en general admiten la superioridad de la evidencia arqueológica. El estudio de los monumentos
antiguos es “accommodato al genio della età nostra”. Otros se habían referido ya, en el mismo espíritu, al siglo XVII
como “el siglo de la numismática”. Más tarde Francesco Bianchini aplicó su método a la historia eclesiástica de los
primeros siglos, aunque murió antes de que su trabajo estuviera terminado y fuera publicado por su sobrino
Giuseppe Bianchini, en 1752, con el título Demonstratio Historiae Ecclesiasticae quadripartitae comprobatae
monumentis pertinentibus ad fidem temporum et gestorum. Por lo tanto, Addison expresaba una opinión bastante
común cuando observó: “es mucho más seguro citar una medalla que un autor, pues en este caso no se apela a
Suetonius o a Lampridius, sino al mismo emperador o a la totalidad del cuerpo del Senado Romano”.
Bianchini era astrónomo. Jacques Spon, médico. También lo eran sus amigos Charles Patin, Charles Vaillant y otros
numismáticos y anticuarios. Uno de ellos, H. Meibomius, observaba en 1684: “Et nescio quidem an peculiari aliquo
fato Medici nos veteris nummariae rei studio teneamur”. Trajeron con ellos algo del método científico de la
observación directa a la investigación histórica.32

32
H. Meibomius, Nummorum Veterum in illustranda imperatorum romanorum historia Usus, Helmstedt, 1684. Ver Epistola de
rei medicae simul ac nummariae scriptoribus praecipuis de Christophorus Arnoldus, en: P. Parisius, Rariora Magnae Graeciae
Numismata, altera editiona renovata accurate John. Georgio Volckamero, Med. D., 1683. Chr. Arnoldus menciona, entre otros,
los doctores W. Lazius, F. Licetus, A. Occo, C. Patin, L. Savotius (El autor del Discours sur les medailles antiques, París, 1627), J.
Spon, J. Vaillant. Sobre la reputación de la numismática al final del siglo XVII ver Ph. J. Reichartus, De Re Monetali Veterum
Romanorum, Altdorf, 1691, donde (pp.84-89) hay un himno a la numismática (“nullum libero homine dignius, nullum iucundius,
nullum ad res victoris terrarum orbis populi probe cognoscendas est utilius”, etc.); G. Cuperus, Utilitas quam ex numismatis
príncipes capere possunt, en: Apotheosis vel consecratio Homeri sive Lapis Antiquissimus, Ámsterdam, 1683. I.M. Suaresius, De
numismatis et nummis antiquis, Roma, 1668. La mejor bibliografía se encuentra en A. Banduri, Bibliotheca Numismatica in
Numismata Imperatorum Romanorum a Traiano Decio, I, 1718. Existe una lista de trabajos sobre numismática del siglo XVII en
M.P. Tilger, Dissertatio historico-politica de nummis, Ulm, 1710, pp. 40-45; en la página 41 Tilger llama al siglo XVII
“numismaticum”. Ver también B.G. Strubius, Bibliotheca Numismatum antiquiorum, Jena, 1693.
Sobre todo, comp[arese la Introduction à la Connoissance des Médailles de Ch. Patin, 3 ed., Padua, 1691, p. 8: “ Et mesme l’on
peut dire que sans les Medailles l’Historire dénuée de preuves passeroit dans beaocoup d’esprits, ou pour l’effet de la passion
des Historiens, qui auroyent escrit ce qui seroit arrivé de leur temps, ou pour une pure description de memoires, qui pouvoyent
estre ou faux ou passionez”. Ver una intesante reacción a todo este entusiasmo en “Abbé Geinoz, “Observations sur les
médailles antiques”, Histoire de l’Acad. Royale des Inscriptions, 1740, XII, p. 263 ff.; en la página 280: “avec les libres sans les
médailles on peut sçavoir beaucoup et sçavoir bien, et avec les médailles sans les libres on sçaura peu et l’on sçaura mal”. Pero
ver, por otro lado, H.E. Froelich, Utilitas rei numariae veteris, Viena, 1733, y la carta de P.M. Paciaudi “a Sua Eccelenza il Sg. Bali
d’Alsazia d’Hennin”, publicada como apéndice a F.A. Zaccaria, Istituzione antiquario-numismatica, Venecia, 1793, pp. 354-64, en
donde se ataca el obiter dictum de Bayle sobre las monedas (“monumens que les modernes emploient impuément pour
satisfaire leurs caprices sans se fonder sur un fair réel”) en Diction., ed. 1730, IV, p. 584, sv. Sur les libelles diffamatoires.
Declaraciones de gran importancia metodológica también se encuentran en el prefacio de J. Spon a su Recherche des antiquités
et curiosités de la Ville de Lyon, 1673 (el libro causalmente contiene una lista “des principaux antiquaires et curieux de
l’Europe”). Es necesario un estudio adecuado de J. Spon; Ver A. Mollière, Une famile médicale Lyonnaise au XVIIe siècle – Charles
et Jacob Spon, Lyon, 1905 (muy preliminar). Sobre Bianchini como historiador, B. Croce, Conversazioni critiche, 1924, II, pp. 101-
109. Más bibliografía en el artículo de F. Nicolini en Enciclopedia Italiana. Sobre Bianchini y Montfaucon, E. De Broglie, Bernard
de Montfaucon, París, 1891, I, p. 336.
Para el método de Bianchini, comparar lo que afirma en Demonstratio, p. XIV: “sunt igitur claustra quaedam et sepimenta, imo
et vestigia veritatis historicae, saxa, laminae, tabellae, corpora denique omnia signata literis, aut insculpta symbolis, sive etiam
ornata figuris et imaginibus pertinentibus ad notas chronologicas, nomina, ritus, consuetudines illorum temporum, quibus ab
Historia assignantur… Neque enim Scriptorum suorum tanta cuique fiducia seu potius arrogantia insedit ut auctoritate
antiquorum marmorum et signorum emendari detrectet”.
Los pirronistas no dejaron de apuntar que tampoco las actas, inscripciones, monedas y monumentos están libres de
duda o sospecha. Pueden ser falsificados, o interpretados de manera diferente. F.W. Bierlingius, el autor de las dos
notables disertaciones De iudicio historico, de 1703 y De pyrrhonismo historico, de 1707, escribió:

Ars inscriptiones interpretandi adeo fallax est, adeo incerta… Numismata iisdem dubiis obnoxia sunt… Vides ergo, quicumque
33xii
demum proferantur historiarum fontes, et antiquitatis monumenta, omnia laborare sua incertitudine.

Otro escéptico moderado, Gilbert Charles Le Gendre, insistía, en su Traité de l’opinion ou Mémoirs pour servir à
l’histoire de l’esprit humain –que tuviera cuatro ediciones entre 1735 y 1758–, en el dudoso valor de la evidencia
arqueológica: “le marbre et l’airain mentent quelquefois”. Vale la pena señalar que la sección sobre los monumentos
engañosos fue ampliada después de la primera edición. Evidentemente, el tema se volvía cada vez más
importante.34
Sin embargo, a juzgar por la evidencia contemporánea, los pirronistas no lograron convencer a la mayoría de los
estudiosos del tema. Jacques Spon y otros anticuarios eran aclamados en una de las muchas disertaciones dirigidas a
establecer el valor de las inscripciones en el derecho:

Bene sit, praecamur, piis manibus Gruteri, Reinesii, Sponi, Fabretti, ceterorumque qui ad describendas e lapidibus, saxis,
marmoribusque inscriptiones antiquas, romanas imprimis, studium suum laudabiliter contulerunt. Neque enim, si recte
componatur singula illa monumenta, ad veteris solum Historiae corroborandam fidem et ad pleraque capita mythologiae et
35xiii
omnis generis antiquitatum explicanda egregie conducunt sed etc…”

En De fide histórica recte aestimanda, de 1746, Joh. Aug. Ernesti aceptaba la comparación sistemática entre la
evidencia literaria y no literaria como criterio ortodoxo para enfrentar al pirronismo histórico.36 La misma opinión se
expresa en el Weg zur Gewissheit und Zuverlässigkeit der menschlichen Erkenntnis, escrito en 1747 por Chr. A.
Crusius, y se encuentra codificada en uno de los tratados sobre método histórico más importantes del siglo, el
Allgemeine Geschichtswissenschaft, de J.M. Chladenius (1752). En Göttingen, la predisposición de los historiadores
para hacerse cargo del estudio de la evidencia no literaria fue oficialmente reconocida en 1766 con la fundación del
Instituto Histórico. Creación de Gatterer, el Instituto se abocaba principalmente a aquellas ciencias auxiliares
(diplomática, numismática, etc.) que –como explicara Chr. G. Heyne en su discurso inaugural – “historicis argumentis
37
fidem faciunt”. En los siglos anteriores tampoco faltaron individuos que prefirieran la evidencia no literaria antes

33
De pyrrhonismo historico, p. 50. Ver arriba, nota 30.
34
Entre los escépticos moderados compárese Jo. Burchardus Menckenius, Quod iustum est circa testimonia historicorum, halle,
1701; Id. De Historicorum in rebus narrandis inter se dissidiis horumque causis, en Disser. Literariae, Leipzig, 1734. Fr. Gladov y G.
Fürbringer, De erroribus historicorum vulgaribus, Halle, 1714; A.H. Lackmannus, De testimoniis historicorum non probantibus,
Hamburgo, 1753. Uma disertación anónima, De incertitude historica, se encuentra en Additamentum ad Observationum
Selectarum Halensium ad rem litterariam spectantium tomos decem, p. 148 ff. Sin fecha (pero tal vez 1705?). la mejor
disertación de este tipo posiblemente sea P.F. Arpe, Pyrrho, sive de dubia et incerta historia et historicorum veterum fide
argumentum, Kiel, 1716 (disponible en la Bibliothèque Nationale): doce capítulos enuncian sistemáticamente todas las posibles
fuentes de desviación de la verdad.
35
I. Wunderlich, De usus inscriptionum romanarum veterum máxime sepulchalium in iuri. Quedlinburg, 1750. Ver M.A. Greve,
Περί άπαξ ειρημένων sive de auctoritate unius testis. Wittenberg, 1722.
36
Jo. Aug. Ernesti, Opuscula Philologica 2 ed., Leyden, 1776, p. 68. Ver también J. Priestley, Lectures on History and General
policy, 1788, y N. Fréret, Observations générales sur l’histoire ancienne, en Oeuvres complètes, I, 1796, pp. 55-156.
37
Chr. G. Heyne, Opuscula Académica, 1785, I, p. 280. B. Hederich, Anleitung zu den führnemsten historischen Wissenschaften, 3
ed., Wittenberg, 1717, es considerado el primer manual de las ciencias auxiliares de la historia. Como parece haber tenido poca
circulación fuera de Alemania (lo he visto solamente en la Bibliothèque Nationale), tal vez sea admisible advertir al historiador
del hecho de que se trata de un sumario elemental de historia universal, las antigüedades romanas, mitología, geografía,
cronología, genealogía, etc.
que la evidencia literaria. Podemos fácilmente atribuir esta preferencia a Ciriaco d’Ancona.38 Hacia finales del siglo
XVI, Antonio Agostino (Augustinus), expresaba la misma opinión en una frase casual: “Yo mas fe doi a las medallas y
tablas y piedras, que a todo lo que escriven los escritores” [sic].39 Su contemporáneo Claude Chifflet observaba:
“Veteres historiae controversias nummorum antiquorum cognitio compoint”.40xiv Probablemente se podrían ofrecer
múltiples citas de esta clase, pero eso no altera el hecho de que, hacia finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, la
evidencia no literaria ganó una autoridad excepcional.
La extraordinaria historia de Père Hardouin sólo se entiende en este contexto. Se trata de un caso notablemente
patológico. A partir del estudio de la numismática, Hardouin encontró contradicciones entre las monedas y los textos
antiguos, llegando poco a poco a la conclusión de que todos los textos antiguos (con excepción de Cicerón, las
Geórgicas de Virgilio, las Sátiras y Epístolas de Horacio y su adorado Plinio el Viejo) habían sido falsificados por una
banda de italianos hacia finales del siglo XIV. Llegó incluso a identificar al líder de la banda: Severus Archontius, quien
en un descuido habría dejado su huella de numismático en un pasaje de la Historia Augusta (Firmus Sat., 2, I).
Hardouin llevaba el prejuicio contemporáneo en favor de la evidencia no literaria y la sospecha contemporánea en
relación a la evidencia literaria mucho más allá del límite de la locura. La Croze escribió un volumen entero contra
Hardouin (1708). Dom Tassin y Dom Toustain justificaron su gran Nouveau Traité de Diplomatique (1750-65)
aseverando Inter alia que vendría a impedir que cualquier nuevo Hardouin repitiera sus abusos. Entre los detalles de
los descubrimientos de Hardouin se encontraba, como es sabido, la descubierta de la falsificación de la totalidad de
los trabajos de San Agustín y de la Divina Commedia.41

38
“Maiorem longe quam ipsi libri fidem et notitiam praebere videbantur” –Franciscus Scalamontius, Vita Kyriaci Anconitani en
G. Colucci, Delle Antichità Picene, 1792, XV, p. lxxii. Sobre Ciriaco, ver E. Ziebarth, Ne e Jahrbücher f. das class. Altert. IX, 1902, p.
214; XV, 1903, p. 480; también G. Voigt, Die Wiederbelebung das class. Alterthums, I, 2 ed., 1880., I, p. 271 ff.
39
Dialogos de medallas, inscriciones y otras antiguidades, Tarragona, 1587, p.377. Ver la traducción italiana, Dialoghi di Don
Antonio Agostini tradotti in italiano, Roma, 1592, p. 261: “io dò più fede alle medaglie, alle tavole e alle pietre che a tutto quello
che dicono gli scrittoi”. Sobre este gran estudioso que ejerció una profunda influencia sobre los anticuarios del siglo XVII tardío
(Spanheim es el mejor ejemplo) es necesaria una monografía. Los estudios más recientes que conozco son los de P.S. Leicht,
“Rapporti dell’umanista e giurista Antonio Agostino con l’Italia”, Rend. Accad. Italia, VII, 2, 1941, p. 375; J. Toldrá Rodón, “El gran
renacentista español D.A.A.”, Boletín Arqueológico , XLV, 1945, p. 3; C.M. del Rivero, “D.A.A. príncipe de los numismaticos
españoles”, Arch. Español de Arqueología, XVIII, 1945, p. 97; F. de Zulueta, “D.A.A.”, Boletín Arqueológico, XLVI, 1946, p. 47 (la
traducción de un trabajo inglés que ya había aparecido como la David Murray Lecture, Glasgow, 1939). Le debo el pasaje de
Augustinus a C. Mitchell del Warburg Institute. Una opinión más moderada en el mismo sentido fue expresada por S. Erizzo,
discorso sopra le medaglie antiche, Venecia, 1559, p. 2.
40
De numismate antiquo liber posthumus, Lovaina, 1628, p. 12 (sobre el autor ver J. Ruysschaert, Juste Lipse et les Annales de
Tacite, Lovaina, 1949, p. 48).
41
La teoría de la falsificación es formulada por primera vez en Chronologiae ex nummis antiquis restitutae prolusio de nummis
Herodiadum, París, 1693, p. 60. Para una afirmación típica de Hardouin ver Ad Censuram scriptorum veterum prolegomena.
Londres, 1766, p. 15: “Nos mense Augusto anni 1690 coepimus subodorari, in ómnibus mense Novembri suspicati sumus: totam
deteximus mense maio anni 1692”. Sobre este método, p. 172: “De his quae leguntur in historia scripta nihil omnino nummi
veteres habent; sed prorsus contrarium exhibent: et quod maius ese in historiis fabulositatis indicium potest? Nihil fere eorum
quae sunt in nummis sculpta historia scripta repraesentat; et non est istud alterum certum uoqeçaj argumentum? Et quid
mirum mentitos esse in historia profana qui sacram perverterunt aut adulterarunt?” Ver también sus Observationes in Aeneidem
en: Opera varia. Ámsterdam, 1723, p, 280 ff. Comienza con “Virgilio numquam venit in mentem Aeneidem scribere”. Como un
ejemplo de su crítica ver su comentario en Aen VIII, 505: “Corona non fuit aevo Augusti. In nummis antiquis non vidi ante
saeculum XII iam senescens”. El trabajo sobre Dante fue republicado en Paría en 1847 con el título Doutes proposés sur l’age de
Dante par P.H.J. (apareció en el Journal de Trévoux, 1727).
El mejor ensayo sobre Hardouin es de G. Martini, Le stravaganze critiche di padre J. H, en: Scritti di paleografia e diplomatica in
onore di V. Federici, Florencia, 1944, pp. 351-64. Ver M. Veyssière de la Croze, Vindiciae veterum scriptorum contra J.H., 1708.
Sobre Severus Archontius, ver también De J. Harduini... Prolegomenis...epistola quam... scripserat, Caesar Missiacus, vulgo C. de-
Missy, Londres, 1766, p. 15.
Cuando examinamos el éxito de los anticuarios en la formulación de las reglas para la correcta interpretación de la
evidencia no literaria, debemos realizar una distinción nítida. El éxito en el establecimiento de reglas seguras para el
uso de actas, inscripciones y monedas en lo que respecta tanto a su autenticidad como a su interpretación fue
completo. La resistencia encontrada por De Re Diplomatica (1681) de Mabillion era esperable para un trabajo que
era ciertamente polémico. Ataques como los del jesuita P. Germon, De veteribus regum francorum diplomatibus et
arte secernendi antiqua diplomata vera a falsis Ad R. P. Mabillonium disceptatio (1703), eran principalmente
sintomáticos del conflicto entre órdenes religiosas. Pronto el trabajo de Mabillon fue reconocido por todos como
una autoridad. Sus pesquisas paleográficas fueron extendidas a las escrituras griegas por Montfaucon, quien otorgó
a la nueva disciplina su nombre actual en su Palaeographia graeca (1708).42 Por otro lado, Scipione Maffei
perfeccionó la clasificación de las caligrafías occidentales y formuló las reglas de la crítica epigráfica en la Historia
Diplomatica (1727) y en el inédito Ars Critica Lapidaria (1765), y una serie de grandes eruditos desde Spanheim a
Eckhel (1792) dispersaron cualquier duda sobre el adecuado tratamiento de las monedas.
Ya los jarrones, estatuas, relieves y gemas hablaban un lenguaje mucho más complicado. La impresionante literatura
sobre emblemata que se acumulara desde Alciato no tenía grandes chances de esclarecer este lenguaje. Dado un
monumento compuesto con imágenes, ¿cómo podemos comprender lo que el artista quería decir? ¿Cómo distinguir
entre lo que es solamente ornamental y lo que pretende expresar una creencia religiosa o filosófica? La historia de
las tentativas de crear una iconografía científica desde, digamos, Miscellanea Eruditae Antiquitatis (1679) de Jacques
Spon, hasta Polymetis (1747) de J. Spence, pasando por L’Antiquité expliquée de Montfaucon (1766) debe ser
comprendida en este contexto. Cualquiera sea la importancia de los resultados alcanzados por Winckelmann y sus
predecesores, el nivel de acuerdo entre los anticuarios era incomparablemente menor en este campo que en el
43
campo de la numismática, la epigrafía y la diplomática. Cualquiera que haya leído Le Symbolisme Funéraire des
Romains de Franz Cumont, que apareciera en 1942, y la crítica de este libro escrita por el profesor A.D. Nock en el
American Journal of Archaeology de 1946 podría sospechar que después de dos siglos aún estamos lejos de una
interpretación generalmente aceptada de cierto tipo de imágenes.
Si bien es verdad que aún sufrimos el fracaso de los anticuarios del siglo XVIII en su tentativa de producir un
diccionario convincente de las artes figurativas, también es cierto que eso no perjudicó la producción de avances
más inmediatos. Armados con sus tratados en numismática, diplomática, epigrafía e iconografía, de valor más o
menos permanente, el anticuario del siglo XVIII podía aventurarse en campos viejos y nuevos con una confianza que
sus predecesores no poseían. Podía transformarse en un historiador o ayudar a los historiadores a escribir historias
de una nueva clase. Bastará con recordar la que tal vez sea la mayor contribución de los exámenes de evidencias no
literarias del siglo XVIII al conocimiento histórico: el descubrimiento de la Italia pre romana.

c. UN EJEMPLO DEL USO EXTENSIVO DE EVIDENCIA NO LITERARIA


El polémico gigante Thomas Dempster es una figura pintoresca de la inmigración Católica escocesa hacia Italia a
comienzos del siglo XVII. Murió como profesor de Humanidades en Boloña en 1624, dejando una reputación de
mucho conocimiento y poco criterio que no hace debida justicia a su principal trabajo publicado en vida, una nueva
edición de las Antiquitates de Rosinus. Aún no he sido capaz de determinar cómo fue posible que su manuscrito De
Etruria Regali permaneciera inédito hasta caer en manos de Thomas Coke, más tarde Conde de Leicester,
aproximadamente un siglo más tarde. Coke tenía razón cuando decía en su Prefacio: “Hoc quidem mirum videri
potest ita disposuisse Fortunam ut de rebus Etruscorum antiquis scribere et Britanno homini contingeret unice, et

42
Ver Anonymous (P. Jacq.-Phil. Lallement?). Histoire des contestations sur la Diplomatique, Paris, 1708; V. Thuillier, Histoire de
la contestation sur les études monastiques. In: Ouvrages posthumes de D. Jean Mabillon et D. Thierri Ruinart, 1724, I, p. 365. Ver
D. Martène, Histoire de la congrégation de Saint-Maur, especialmente vol. IV ff., 1930. P. Gall Geer, Johannes Mabillon und die
Schweizer Benediktiner. St. Gallen, 1938. La Correspondance inédite de Mabillon et de Montfaucon avec l’Italie, 1846, es
invaluable.
43
Sobre Winckelmann el mejor estudio hasta la fecha es el de C. Antoni, La lotta contro la ragione, 1942, p. 37.
quod ídem liber in Britanni pariter hominis manus incideret”xv. Dempster había recolectado solamente evidencias
literarias y algunas evidencias epigráficas sobre Etruria. Resulta revelador del mayor énfasis del siglo XVIII en la
evidencia arqueológica que el editor sintiera la imposibilidad de publicar el manuscrito como estaba: requirió a un
anticuario con un apellido de renombre, Filippo Buonarroti, que aportara la evidencia monumental. El libro, un
extraño compuesto de la sabiduría anticuaria de dos siglos, apareció en Florencia en 1723. Fue un éxito inusual.
Durante el siglo XVII, después de Inghirami y Reinesius (1637), no se había publicado demasiado sobre los etruscos,
pero ahora fluía un caudal de libros y disertaciones. La Accademia di Cortona, con sus Lucumoni y sus importantes
disertaciones, fue fundada por Onofrio Baldelli en 1726; en 1735 comenzó la Società Colombaria de Florencia. Todos
reconocían que Dempster era la fuente de inspiración del nuevo interés en Etruria. Pero este interés no era
primariamente literario, sino que se centraba principalmente en el estudio de la evidencia arqueológica. El Museo
Etrusco de Volterra, fundado por Guarnacci, el de Cortona, fundado por Baldelli, y el de Montepulciano, fundado por
P. Bucelli, tuvieron su origen en aquellos años. Para 1744, los así llamados jarrones etruscos ya habían adquirido el
derecho a una sala propia en el Vaticano. El resurgimiento arqueológico se extendió desde la Toscana a otras partes
de Italia: la Accademia di Antichità Profane en Roma fue fundada en 1740; la Accademia degli Ercolanesi en 1755. La
descubierta de Herculano y Pompeya fue su resultado más destacado. Thomas Dempster fue un éxito porque los
estudiosos italianos estaban buscando un nuevo foco para su sentimiento patriótico y sus intereses culturales.
Profundamente enraizados en sus tradiciones locales y recelosos de Roma por diferentes motivos, encontraron lo
que buscaban en los etruscos, pelasgos y otras tribus pre romanas. El patriotismo local se sintió gratificado por la
elevada antigüedad de las civilizaciones pre romanas. La nueva tendencia de interés en la evidencia no literaria
sugirió la posibilidad y proporcionó la técnica de exploración. El método anticuario, combinado como estaba con el
resurgimiento patriótico, produjo especialistas de una excelencia desconocida en Italia durante más de un siglo.44
El ensayo de juventud publicado por Vico en 1710 –De antiquissima Italorum sapientia – tenía una preocupación
metafísica, y guardaba poca relación con la antigüedad a excepción del título. Vale la pena tener en mente un detalle
sobre Vico. A pesar de estar muy familiarizado con la sabiduría lingüística, teológica y jurídica de su época, fue
prácticamente indemne a los métodos propuestos por Spanheim, Mabillon, y Montfaucon. Admiraba a Mabillon, y
se refiere por lo menos una vez a Montfaucon, pero no asimiló sus precisas enseñanzas. Estaba aislado en su época,
en parte porque era un gran pensador, pero también en parte porque era peor perito que sus contemporáneos. El
45
movimiento anticuario del siglo XVIII le pasó de largo.
Se produjeron muchas teorías fantásticas sobre la Italia pre romana, como el Origini italiche de Guarnacci, en el que
etruscos y samaritanos se aproximaban peligrosamente. Incluso el astuto e internacionalmente orientado Denina se
permitió una descripción idílica de la Italia anterior al gobierno romano con su pacífica sociedad de pequeñas
ciudades y estados. De hecho, hasta Tiraboschi comenzó su Storia della Letteratura Italiana con los Etruscos. La loa

44
E. Fiesel, Etruskisch, en: Geschichte der indogermanischen Sprachwissenschaft. Berlin, 1931; G. Gasperoni, Primato, onore e
amore d’Italia negli storici ed eruditi del Settecento. en: Convivium, XI, 1939, 264; F. Mascioli, Anti-Roman and Pro-Italic Feeling
in Italian Historiography, en: Romanic Review, XXXIII, 1942, pp. 366-84. Pero el anónimo Storia degli studi sulle origine italiche.
In: Rivista Europea, I, 1846, pp. 721-42 es aún invaluable. Sobre N. Fréret, Latomus, III, 1939, pp. 84-94; Sobre Herculano ver por
ejemplo M. Ruggiero, Storia degli scavi di Ercolano. Nápoles, 1885; G. Castellano, “Mons. Otavio Antonio Bayardi e l’illustrazione
delle antichità d’Ercolano”. In: Sammium, XVI-XVIII, 1943-1945, pp. 65-86. Sobre M. Guarnacci, L. Gasperetti, Le Origine Italiche
di Mario Guarnacii e l’utopia della Sapientia Antiquissima. In: La Rassegna, XXXIV, 1926, pp. 81-91. Un examen contemporáneo
interesante sobre los estudios anticuarios es ofrcido por A. F. Gori en Admiranda Antiquitatum Herculanensium Descripta et
Illustrata, Symbolae Litterariae, I, Florencia, 1748, pp.31-38. Varios trabajos de G. Gasperoni (sobre los cuales C. Calcaterra,
Giorn. Stor. Lett. Ital., CXXVI, 1949, p. 383) estudian la erudición italiana del siglo XVIII. Ver por ejemplo, La Sotria e le lettere
nella seconda metà del sec. XVIII, Iesi, 1904. La scuola storico-critica nel sec. XVIII, Iesi, 1907.
M. Maylender, Storia delle Accademie d’Italia, Boloña, 1926 ff. Provee información sobre las academias.
45
G. B. Vico, La scienza nuova seconda. editada por F. Nicolini, 1942, I, p. 206; II, p. 225. La reciente Bibliografia Vichiana de B.
Croce y F Nicolini, Nápoles, 1947, es una mina de información invaluable sobre los estudios filológicos del siglo XVIII. Ver
también F. Nicolini, Commento stoirco alla Seconda Scienza. Roma, I, 1949.
de la Italia pre romana, tan frecuente en el temprano Risorgimento,46 no es menos característica de los historiadores
italianos del siglo XVIII. Aquí están las raíces de muchas de las ideas del Primato de Gioberti. Sin embargo, la
investigación seria acompañó al pensamiento mítico. Sospechar la presencia de etruscos cada vez que se
encontraban jarrones supuestamente etruscos significaba tratar el problema sobre una base arqueológica, y eso era
poco común. Los hallazgos en el sur de Italia pronto forzaron el reconocimiento de que muchos de estos jarrones
eran de factura puramente griega –una noción ya familiar a Winckelmann. La idea de que las Tabulae Eugubinae
eran etruscas fue definitivamente descartada.47 La colección de monumentos de Gori resultó ser de una importancia
perdurable y hacia finales del siglo el Saggio di lingua etrusca de Lanzi ofreció un excelente ejemplo de investigación
metódica.
Cuando Wilamowitz llegó a Italia en 1925, pronunció un discurso en Florencia en el cual recomendaba la historia de
la Italia pre-romana como un buen tema para futuros investigadores italianos. Era fácil para Croce señalar que esa
idea ya tenía por lo menos un siglo en Italia. Podría haber dicho que tenía dos.48
Los italianos volvieron a Grecia en el siglo XVIII por vía de Etruria y Magna Graecia. Las monedas sicilianas que el
príncipe Torremuzza recolectó y que Goethe fue a observar, los papiros herculinos y, finalmente, los que finalmente
fueron reconocidos como jarrones griegos. La discusión entre aquellos estudiosos como Passeri, que admitían la
prioridad de Grecia, y aquellos como Guarnacci, que apoyaban la posición de Etruria, posibilitó que se reconociera la
cercanía de las conexiones entre Etruria y Grecia. Un nuevo sentimiento de intimidad con el mundo griego es notorio
en la Italia del siglo XVIII, después del largo intervalo de la Contrarreforma. El Fasti Attici de O. Corsini (1744) y el
Monumenta Peloponnesia de P.M. Paciaudi (1761) extendieron el interés desde la magna Grecia hasta Grecia misma.
Muchos de los elementos del complejo que le permitieron a Foscolo denominarse italiano y a Leopardi escribir su
49
poesía pueden ser rastreados hasta los museos, las necrópolis y las sociedades cultas.

III. LOS CONFLICTOS ENTRE ANTICUARIOS E HISTORIADORES EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX
a. EL CONFLICTO DEL SIGLO XVIII
Lo que caracteriza a la escritura de la historia de finales del siglo XVII e inicios del siglo XVIII es la gran cantidad de
historiadores cuya preocupación principal era establecer la verdad sobre cada evento mediante los mejores métodos
de pesquisa. Compartían esta preocupación con los anticuarios contemporáneos cuyos métodos, de hecho, muchas
veces seguían. Por tanto, aunque la diferencia entre un libro de historia y un libro de antigüedades se mantenía
formalmente clara, los objetivos de los historiadores muchas veces eran idénticos a los objetivos de los anticuarios.
Ambos apuntaban a la verdad factual, no a la interpretación de causas ni al examen de consecuencias. En los
términos de la respuesta de Mark Pattison a De Quincey, pensar no era su profesión.50 Cuando los historiadores
“filosóficos” comenzaron a atacar la erudición, el prestigio tanto de los anticuarios como de los historiadores
“eruditos” resultó afectado. En su búsqueda de evidencia confiable los historiadores eruditos y los anticuarios habían
sido propensos a olvidar que la historia es una reinterpretación del pasado que lleva a conclusiones sobre el

46
B. Croce, Storia della storiografia italiana nel secolo decimonono, 3 ed., 1947, I, p. 52.
47
La historia del problema es relatada en la introducción de G. Devoto a su edición de Tabulae Iguvinae, 2 ed., 1940.
48
B. Croce, Conversazione critiche, IV, 1932, pp. 150-2.
49
C. Sigonio fue el último gran anticuario italiano del Renacimiento que estudiara un tema griego. El trabajo siguiente en
importancia es tal vez F.E. Noris, Annus et Epochae Syromacedonum in vetustis urbium Syriae nummis, Florencia, 1691. Todos los
otros estudios importantes sobre antigüedades griegas del siglo XVII son de autores no italianos (J. Selden, Marmora
Arundelliana, 1628;F. Rous, Archaeologia Attica, 1637; E. Feith, Antiquitates Homericae, 1677; J. Spon, Miscellanea Eruditae
Antiquitatis, 1679; J. potter, Archaeologia Graeca, 1702, y sobre todo las varias monografías de J. Meursius reunidas por G. Lami,
Florencia, 1741-63).
Ver A. Curione, Sullo studio del grego in Italia nei secoli XVII-XVIII, Roma, Tosi, 1841. Todo el problema del estudio de Grecia en
Italia debe ser reexaminado.
50
M. Pattison, I. Casaubon, 2 ed., 1982, p. 449. Toda la página es relevante. Ver B. Croce, La letteratura italiana del Settecento,
1949, p. 241.
presente. Los historiadores filosóficos (Montesquieu, Voltaire) se preguntaban sobre el presente. De hecho,
formulaban preguntas sobre el desarrollo general de la humanidad de una naturaleza tan amplia que la exactitud en
el detalle podía fácilmente parecer irrelevante, y para las cuales, por ventura, las fuentes literarias podrían
fácilmente parecer proporcionar una respuesta más satisfactoria que los “tesauros” de los anticuarios. Voltaire
concordaba con las dudas de sus colegas más doctos sobre muchos detalles de la tradición histórica, pero no sentía
la necesidad de reemplazarlas por detalles mejor establecidos, sino que las apartaba como irrelevantes,
demandando una aproximación diferente a la historia. La idea de civilización se tornó el tema principal de la historia,
y la historia política quedó subordinada a ella. Asuntos como el arte, la religión, las costumbres y el comercio, que
durante tanto tiempo habían sido abandonados al cuidado de los anticuarios, se tornaron asuntos típicos del
historiador filosófico –aunque difícilmente a la manera de los anticuarios. Muchos compartían el desagrado que
Horace Walpole sentía respecto de las personas que consideraban que valía la pena preservar todo lo antiguo por el
sólo hecho de serlo. El Discours Préliminaire de l’Encyclopédie (1751) no podía ser más explícito:

Le pays de l’erudition et des faits est inépuisable; on croit, pour ainsi dire, voir tous les jours augmenter sa substance par les
acquisitions que l’on y fait sans peine. Au contraire le pays de la raison et des découvertes est d’une assez petite étendue et
xvi
souvent au lieu d’y apprendre ce que l’on ignoroit, on ne parvient à force d’étude qu’à desápprendre ce qu’on croyoit savoir.

Como notara Gibbon:

En Francia... el conocimiento y el lenguaje de Grecia y Roma fueron negligenciados por una era filosófica. El guardián de esos
estudios, la Academia de Inscripciones, fue degradada al escalón más bajo entre las tres reales sociedades de París: la nueva
designación de Eruditos fue aplicada despectivamente a los sucesores de Lipsius y Casaubon.

Al reinterpretar la historia política de Grecia y Roma, Vertot, Middleton, Ferguson y Gillies se preocuparon muy poco
por la discusión sobre las fuentes.
En el campo de la religión antigua, la longeva colaboración del anticuario con el filósofo resultó perturbada. En el
siglo XVII se había tornado crecientemente evidente que las lenguas orientales y la historia eran necesarias para
comprender el Cristianismo. En 1617 John Selden publicó su De Diis Syris, que hiciera época. En 1627 D. Heinsius
defendió, en el Aristarchus Sacer, que incluso el lenguaje de los Evangelios podría no ser comprendido sin algún
conocimiento de las lenguas orientales. El Islam se hizo más conocido y posteriormente atrajo simpatías. El
acercamiento a la filosofía medieval judía levantó el problema del origen de la idolatría en términos que ya habían
sido formulados siglos atrás. El tratado De theologia gentili et physiologia christiana sive de origine et progressu
idolatriae (1641) de Gerhard Vossius venía acompañado por el texto y la traducción del Mishnah Torah de
Maimonides. El contacto con los pueblos paganos de Asia y América agudizó la mirada de los hombres sobre los
rasgos característicos del paganismo.
Las preguntas formuladas por los estudiosos eran: (a) de qué manera el politeísmo había venido a reemplazar al
monoteísmo primitivo; (b) cuál había sido la relación entre la ley mosaica y las instituciones de las naciones a su
alrededor; (c) qué clase de confirmación, de existir alguna, podía encontrarse en textos paganos para la verdad
hebrea y cristiana. El método para responder a estas preguntas generalmente consistía en una combinación de la
etimología con la comparación de dogmas y rituales: el sacrificio de Frixo podría ser comparado con el de Isaac;
Sarapis y José, hijo de Jacob, podrían ser la misma persona. El nombre de Vulcano muchas veces era considerado
idéntico al de Tubalcain. Incluso la destrucción de Troya fue interpretada como una descripción profética de la
destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Las derivaciones hebreas y fenicias fueron puestas en boga por
Estienne Guichart y Samuel Bochart. En 1700, Thomas Hyde puso en circulación textos de origen parsi –aunque no
siempre con consecuencias felices.
La respuesta a la cuestión de los orígenes varió desde el evemerismo hasta la intervención de demonios y trucos de
filósofos y sacerdotes. Pero estaba más o menos generalmente reconocido que algún país –Egipto, de preferencia –
había sido el centro de difusión del monoteísmo filosófico. El jesuita A. Kircher se sentía satisfecho con la evidencia
de una creencia egipcia en la Trinidad proporcionada por el Mensa Isiaca (1652). H. Witsius (1683) podía defender la
originalidad del monoteísmo judío en oposición a John Marsham y John Spencer simplemente sosteniendo que los
egipcios derivaron sus creencias monoteístas de los judíos. Aunque no había nada inusual ni poco ortodoxo en la
perspectiva de que algunos paganos hubieran conocido la verdad independientemente de la revelación judía o
cristiana, el número de paganos a los que ahora se reconocía el verdadero conocimiento de Dios podía tener
implicaciones peligrosas. Se entiende por qué los deístas ingleses, desde Herbert hasta Toland, cultivaron con tanto
ahínco la religión comparativa y por qué sus oponentes, desde Cudworth hasta Warburton, estaban obligados a
hacer lo mismo. La controversia deísta fue librada con armas suministradas por las antiquitates sacrae.51
Hacia el final del siglo XVII, también quedó claro que el estudio de la religión tendría que considerar cada vez más la
evidencia no literaria recolectada por los anticuarios. Spanheim prometió un trabajo de numismática sobre religión
que nunca materializó, pero en general las monedas eran consideradas como grandes portadoras de ideas religiosas.
En 1700, De La Chausse proclamó que las gemas eran otra bendición para el estudiante de religión:

Evvi da tanti artefici espresso in picciol spazio tutto ciò e ancor più di quello che l’istoria ci palesa di considerabile, la religione
degli antichi, il culto de’lor dei... gli arcani più occulti dei gentili; e sotto misteriose immagini e portentose figure scopresi la
52 xvii
superstiziosa dottrina di molte nazioni.

Ciertamente, las colecciones de imágenes de dioses habían sido comunes durante el período del Renacimiento. Los
repertorios del siglo XVI realizados por Du Choul y Cartari aún se reimprimían. Pero ahora la iconografía se ponía al
servicio de la nueva ciencia comparativa de la religión. En La Mythologie et les Fables expliqués par l‘Histoire (1738),
el popular escritor A. Banier, insistía en la necesidad de utilizar “medailles, inscriptions, monumens historiques” para
explicar la religión antigua. Resulta revelador que la primera edición del Gründliches Mythologisches Lexicon, de B.
Hederich, aparecido en 1724, citara sólo fuentes literarias mientras que la segunda, de 1770, agregaba secciones
sobre iconografía. Los así llamados Jarrones Etruscos avivaron las discusiones sobre asuntos religiosos. Con todo, es
imposible evitar la sensación de que en la medida que avanzamos en el siglo XVIII, estas investigaciones se tornan
menos centrales para el estudio de la religión. Los espíritus más filosóficos de la época consideraron innecesario
curvarse para recolectar e interpretar la evidencia literaria y no literaria sobre la religión antigua. El conocimiento
factual del Presidente De Brosses, de Ch. Fr. Dupuis, de N.A. Boulanger, Baron de Sainte-Croix, J.B.G. de Villoison e
incluso del enormemente difundido A. Court de Gébelin, era estrecho. Reflexionaban constantemente sobre
principios. Estaban ocupados formulando teorías generales sobre el origen de la religión o sobre misterios religiosos
más específicos, y no se tomaron el trabajo de realizar una evaluación completa de lo que los anticuarios estaban
haciendo. Los estudiosos más reflexivos de la religión parecían haber pasado a desconocer la evidencia recolectada y
los problemas formulados por los anticuarios. En ellos se ve perdida buena parte del trabajo anteriormente
realizado. Por otro lado, entre aquellos que conocían la evidencia, demasiados desconocían las dificultades del tema.
Los mismos anticuarios olvidaron la sabia lección aportada por el Antiquité expliquée de Montfaucon, que descartara
tantas interpretaciones complicadas de símbolos religiosos. Incapaces de reflexionar sobre principios, especulaban

51
Sobre los estudios del siglo XVII, ver O. Gruppe, Geschichte der klassischen Mythologie und Religionsgeschichte, 1921, p.45; L.
Caperán, Le problème du salut des infidèles, Toulouse, 1934, p. 257; M.M. Rossi, La vita, le opere e i tempi di Edoardo Herbert di
Cherbury, 1947 (especialmente el volumen III); Idem, Alle fonti del deismo e del materialismo moderno. Florencia, 1942. Ver
también G. Mensching, Geschichte der Reigionswissenschaft, Bonn, 1948, p. 39; Algunos trabajos representativos: A. Kircher,
Oedipus Aegyptiacus. Roma, 1652. E. Dickinson, Delphi Phoenicizantes, Oxford, 1655; Z. Bogan, Homerus ‘Εβραίζων, Oxford,
1658; J. Hugo, Vera historia romana, Roma, 1655; S. Bochart, Geographia Sacra (Phaleg et Canaan); Caen, 1646; W. Witsius,
Aegyptiaca et δεχάφυλον. Ámsterdam, 1693; J. Spencer, De Legibus Hebraeorum Ritualibus. Cambridge, 1685; T. Hyde, Historia
religionum Veterum Persarum eorumque Magorum. Oxford, 1700 (Hyde fue atacado sin mención explícita por Montfaucon,
l’Antiquité expliquée, II, Parte 2, p. 395). Sobre la historia de Mensa Isiaca, que jugó un papel importante después de la edición
de L. Pignorio (Venecia, 1605), ver E. Scamuzzi, La Mensa Isiaca del Regno Museo di Antichità di Torino. Roma, 1939. Hay una
alusión interesante a la Mensa Isiaca en R. Cudworth, The true intellectual System of the Universe, en Works, Oxford, 1829, II, p.
119.
M.M. Rossi, Alle fonti del deísmo, me parece haber explicado (p. 26 ff) por qué el estudio comparativo de la religión se tornó un
arma en las manos de los pensadores deístas, a pesar de que sus oponentes nunca negaron una revelación natural a los
paganos.
52
M. De La Chausse, Le Gemme antiche figúrate, Roma, 1700, Proemio.
sobre los detalles. Stukeley transfirió las sandeces Trinitarias de Kircher desde Egipto a Stonhenge. D’Hancarville
fascinó a muchos mejores que él con su mal uso de los jarrones. Guiado por las monedas, R. Payne Knight se
proponía “explorar los vastos y confusos laberintos de la fábula política y alegórica y separar lo más precisamente
que fuera posible la teología de la mitología de los antiguos” –y probó ser tan válido como D’Hancarville. Es
revelador que un trabajador serio, P.E. Jablonski, haya evitado todo lo posible el uso de la evidencia no literaria en su
Pantheon Aegyptiorum (1750).53

b. EL CONFLICTO EN EL SIGLO XIX


Hasta el final del siglo XVII los anticuarios habían trabajado sin perturbaciones en dos actividades: se habían ocupado
de la clase de evidencia que el historiador político convencional tendía a dejar de lado, y habían estudiado aquellas
temáticas –costumbres, instituciones, arte, religión– que quedaban fuera del territorio del historiador político y
podían ser mejor examinadas a partir de la evidencia no literaria. Sin embargo, a comienzos del siglo XVIII los
anticuarios perdieron el control sobre la evidencia no literaria. En la medida en que crecía la aceptación del método
anticuario de cotejar la evidencia literaria con la no literaria entre los historiadores más “entendidos”, menos podían
los anticuarios reclamar como propias las áreas de la numismática, la diplomática y la epigrafía. Sin embargo,
siguieron siendo los maestros de las cuatro antiquitates –publicae, privatae, sacrae, militares. El derecho a existir de
los anticuarios no fue desafiado en el siglo XVIII: los historiadores “filosóficos” no tenían ningún uso para su
erudición y no intentaron redirigirla hacia nuevos itinerarios. El asunto cambió de aspecto y se tornó un desafío más
claro a los anticuarios cuando, hacia finales del siglo, quedó en evidencia (principalmente gracias a Winckelmann y
Gibbon) que la erudición y la filosofía no eran incompatibles. La combinación de la historia filosófica con el método
de investigación anticuario pasó a ser el objetivo que se fijaron muchos de los mejores historiadores del siglo XIX, y
sigue siendo el objetivo de muchos de nosotros. Este objetivo implica dos tareas difíciles: la constante represión de
la actitud a priori inherente a la aproximación generalizadora del historiador filosófico y, por otro lado, la evasión de
la mentalidad anticuaria con su apego por la clasificación y por los detalles irrelevantes. El anticuario era un
connoisseur y un entusiasta; su mundo era estático, su ideal era la colección. Fuese diletante o profesor, vivía para
clasificar. En algunos casos, sus hábitos mentales eran reforzados por la utilización de los métodos de disciplinas con
las cuales estaba estrechamente familiarizado. Las Antiquitates sacrae lindaban los territorios teológicos y las
antiquitates publicae eran difícilmente distinguibles, cuando aplicadas a Roma, del Derecho público romano. En
ambos campos existía una tradición de enseñanza sistemática y dogmática. Sin embargo, la historia comenzaba a
permear la teología y la jurisprudencia, y una nueva noción rigurosa y comprehensiva del desarrollo humano dejaba
poco espacio para las meras descripciones del pasado.
Lo que debemos preguntar sobre los estudios anticuarios en el siglo XIX no es por qué fueron desacreditados, sino
por qué sobrevivieron tanto tiempo. La respuesta es que la mentalidad anticuaria, bastante naturalmente, no era
inadecuada para la naturaleza de las instituciones que en general analizaba. Resulta más sencillo describir el
derecho, la religión, las costumbres y la técnica militar, que explicarlas genéticamente. Muchas veces la naturaleza

53
El mejor catálogo de trabajos está en O. Gruppe, Geschichte der klassischen Mythologie (nota 51), p. 58 ff. Entre los trabajos
recientes, nótese A.W. Evans, W. Warburton and the Warburtonians. Oxford, 1932; F. Venturi, L’Antichità Svelata e l’idea del
progresso in N. A. Boulanger, Bari, 1947; S. Piggott, W. Stukeley. Oxford, 1950. Los títulos de los libros mencionados en el texto
son: Ch. de Brosses, Du culte des dieux fetiches, 1760; A. Court de Gébelin, Monde primitif analysé, 1773 ff.; Ch. Fr. Dupuis,
Origine de tous les Cultes, 1794; N.A. Boulanger, Antiquité dévoliée, 1766; Baron de Sainte-Croix, Mémoires pour servir à
l’histoire de la religión secrete des anciens peuples, con un apéndice de J-B. G. d’Ansse de Villoison, 1784 (ver también la edición
de 1817 bajo el título recherches historiques et critiques sur les mystères du paganisme); P.F. Hugues d’Hancarville (Alias
Ancarville) Recherches sur l’origine, l’esprit et le progres des arts de la Grèce, Londres, 1785; R. Payne Knight, The symbolical
Language of Ancient Art and Mythology, 1818; N.S. Bergier, L’origine des dieuz du paganisme, 1767 y K. Bryant, A new System
ora n Analysis of Ancient Mythology, 1774, son igualmente representativos. Una buena introducción a toda esta literatura se
ofrece en la bibliografía crítica en el apéndice al anónimo Essai sur la religión des anciens grecs, Ginebra, 1787, pp. 183-223 (se
dice que el autor podría ser N. Leclerc de Sept Chênes).
de la evidencia es tal que se hace necesario combinar objetos pertenecientes a diferentes períodos históricos para
obtener la imagen de una institución. El anticuario está listo para avanzar en los lugares donde el historiador es
reticente a aventurarse a riesgo de ofender la correcta secuencia cronológica. La clasificación puede dispensar la
cronología.
Eso explica por qué las dudas sobre la posibilidad de unificar los estudios históricos y anticuarios persistieron incluso
en mentes bien informadas, tornándose objeto de vivaces debates. En su Darstellung der Alterumswissenschaft
(1807), F.A. Wolf intentó distinguir entre la historia que se ocupaba con “Das Werdende” y las antigüedades
preocupadas con “Das Gewordene”.54 F. Ast juzgó que existía una diferencia entre “Alterumswissenschaft” y la
historia política de la antigüedad (1808).55 E. Platner distinguió entre la historia, que describe una nación “in seiner
56
Bewegung” y las antigüedades, que la describen “in seiner Geschlossenheit und Ruhe”. En Ueber die neueste
57
Entwicklung der Philologie (1833), F. Ritschl fue tal vez uno de los primeros en negar por completo la existencia de
algo llamado “Altertümer” y propuso muchas otras observaciones agudas. Con todo, aunque en la Enzylopädie
negaba las “”Altertümer” en general, Boeckh mantenía la distinción entre la historia política y las “Staatsaltertümer”,
la primera ocupada con los eventos, y la segunda con las instituciones. Evidentemente, Boeckh había sido
influenciado por la larga tradición de enseñanza dogmática del derecho y de las instituciones políticas en las
facultades jurídicas.58
G.G. Gervinus (1837) y J.G. Droysen (1868) no trataron este tema en sus manuales de Historik, lo que sugiere que
probablemente lo consideraran un tema desactualizado. Pero esto no debería cegarnos al hecho de que la
enseñanza y la escrita de “antiquitates” como algo diferente de la historia perduró hasta hace pocas décadas. Chr. G.
Heyne organizó “Kunstaltertümer” cuando Winckelmann ya había inventado la historia del arte. Se escribieron
“Kultaltertümer” aún después de que K.O. Müller hubiese mostrado cómo podría ser una historia de la religión
griega. Hubieron “Kriegsaltertümer” incluso después de la Geschichte der Kriegskunst (1900) de H. Delbrück, y no fue
de un día para el otro que L. Friedländer alcanzó la transformación de “Privataltertümer” en “Sittengeschichte”. Las
“Staatsaltertümer” fueron aún más tenaces, apoyadas como estaban por los ejemplos del “Staatsrecht” sistemático
de Mommsen: los académicos alemanes sólo se convencieron de transformar las “Staatsaltertümer” en
“Rechtsgeschichte” o “Verfassungsgeschichte” en este siglo.59 La supervivencia de la aproximación anticuaria a la
historia tampoco ha sido una idiosincrasia puramente alemana, aunque debe admitirse que fuera de Alemania
menos personas se preocupaban de estos asuntos. Francia mantuvo su posición tradicional como mejor hogar para
los anticuarios hasta no hace muchos años.
Debemos esperar ocasionales recaídas en la mentalidad anticuaria en el futuro, pero la idea de “antiquitates” ha
muerto hoy en día porque también ha muerto la idea correspondiente de historia política fundada sobre evidencia
literaria. Los historiadores han reconocido que los objetos tradicionales de la investigación anticuaria pueden ser
transformados en capítulos de la historia de la civilización provistos de todo el aparato de erudición necesario.

54
Esta definición aún era repetida por E. Meyer, el último gran historiador, hasta donde alcanza mi conocimiento, que aceptó la
legitimidad de la distinción entre historia y antigüedades: “Zur Theorie und Methodik der Geschichte”, Kleine Schriften, 2 ed.,
1924, I, p.66.
55
F. Ast, Grundriss der Philologie, Landshut, 1808.
56
E. Platner, Über wissenschaftliche Begründung und Behandlung der Antiquitäten, Marburg, 1812, p. 14.
57
F. Ritschl, Opuscola Philologica, V, 1879, p. i. Ritschl planteó “Warum also nicht lieber den unbehaglichen Schlendrian ganz
aufgeben und den Stoff der sogenannten Antiquitäten in angedeuteter Weise in natürliche aus den Unterschieden menschlicher
Geistesthätigkeit selbst abgezogene Breiche vertheilen?”. La línea desde Ritschl hasta Droysen es clara.
58
Ver también L. von Ultichs, Handbuch der klassischen Altertumswissenschaft, 1886, I, p. 22 para otra definición (y defensa) de
la Antigüedad. Respecto de toda esta literatura sobre “Enzyklopädie und Methodologie der Altertumswissenschaft”, que no
pretendo examinar en detalle, ver A. bernardini y G. Righi, Il Concetto di Filologia e di Cultura Classica nel Pensiero Moderno,
Bari, 1947.
59
Para la discusión sobre “Staatsrecht” y “Staatsaltertümer” ver provisoriamente mi nota en el Journ. Roman Studies, XXXIX,
1949, p. 155. Espero escribir más adelante sobre la influencia de los estudios anticuarios en el nacimiento de la sociología.
El anticuario rescató a la historia de los escépticos, aunque no la escribiera. Su preferencia por documentos
originales, su ingenuidad para descubrir falsificaciones, su habilidad para recolectar y clasificar la evidencia y, sobre
todo, su amor incondicional por el conocimiento, son las contribuciones del anticuario a la “ética” del historiador.
Apreciamos la memoria de Jean Mabillon no sólo por De Re Diplomatica sino también por el Traité des Études
60
Monastiques, en el que recomienda “avoir le coeur dégagé des passions, et sur tout de celle de critiquer”.

APÉNDICE I61
JOHN LELAND, ANTICUARIO DEL REY

El artículo sobre John Leland en el Dictionary of National Biography afirma (p.892): “En 1533 Leland fue nombrado
anticuario del Rey, un cargo en el que no tuvo predecesor ni sucesor”.
La evidencia de esta afirmación no es proporcionada y, aparentemente, tampoco fácil de hallar. La noción de que
Leland fue nombrado anticuario del Rey se remonta, hasta donde sé, a la Vida de Camden escrita por T. Smith
(1691), en la que encontramos este pasaje peculiar (p. xxviii):

(Lelandi) industriam perquam laudabilem annua pensione e fisco Regio soluta favore suo fovit Rex Henricus VIII illumque
Antiquarii quo merito gloriatus est Lelandus titulo insignivit. Munus istud, quod dolendum est, ab isto tempore omnino esiit:
licet unus et alter (vix enim plures numerantur) superbum illud Historiographi Regii, nescio na satis pro dignitate, nomen
xviii
sustinuerint.

T. Smith no cita ninguna evidencia, y A. Hall, en la Vita Auctoris con la que prefació su edición de los Commentarii de
scriptoribus britannicis (1709) de Leland, presentaba a T. Smith como evidencia para la misma afirmación:

Ut illum non modo bibliothecae suae praefecit, verum etiam magnifico Antiquarii titulo liberalissime donavit. Unus est inter
Anglicae scholae Proceres, virorum eruditorum semper feracissimae, qui ad tanti nominis fastigium conscenderit –Habeat
xix
secum, servetque sepulchro.

La Vida de Leland (1772) de W. Huddesford, p. 9, es aún más precisa: “por una comisión bajo el sello oficial, Ann.
Dom. 1533, el vigesimoquinto de su reinado, fue nombrado Anticuario Real; el primero y de hecho el último que
mereció tan honorable puesto”. Pero presenta como evidencia el Athenae Oxonienses de Wood, y Wood (ed. Bliss),
I, p. 198, dice algo diferente: “(Leland) poseía un contrato bajo el sello oficial, an.reg. 25, Dom. 1533, por el cual se lo
autorizaba a realizar una exploración de las antigüedades de Inglaterra, etc.”
En sus “Newe Yeares Gyfte ro King Henry the VIII”, llamados “The Laboriouse Journey and Searche for Englandes
Antiquetees (Ed. Huddesford, sin número de página) Leland afirmaba que, en el trigesimoquinto año de “your
prosperouse reygne”, obtuvo una “moste gracyouse commyssion to peruse and dylygentlye to searche all the
lybraryes of Monasteryes and collegies of thys your noble realme”. Firmaba su panfleto “Joannes Leylandus
Antiquarius”. La firma, en el mejor estilo humanista, no implica necesariamente que hubiera sido nombrado
Anticuario Real. La pregunta, sobre la que quisiera obtener respuesta por parte de estudiantes competentes, es la de
62
si T. Smith tenía otra evidencia además de esta firma.

60
Un primer borrador de este trabajo fue leído en el Warburg Institute en enero de 1949. Agradezco la provechosa discusión a
os miembros del Instituto, al Profesor C. Dionisotti, Dr. F. Jacoby, Dr. N. Rubinstein, Sra. M.I. Henderson, Dr. R. Pfeiffer, Dr. B.
Smalley y al director de Brasenose, Sr. Hugh Last.
61
Mi agradecimiento a la Srta. M. McKisack por haber discutido conmigo el asunto de este apéndice.
62
E.N. Adams, Old English Scholarship, 1917, p. 14, quien repite la opinión común, parece referirse al prefacio de John Bale a la
edición de 1549 del Laboriouse Journey. La referencia sería engañosa, en la medida en que Bale llama a Leland sólo “a moste
dylygent sercher of the Antiquytees of thys oure Englyshe or brytthyshe nacyon”. Noto con placer que T.D. Kendrick, British
Antiquity, 1950, p. 47, nota i llega a la misma conclusión. El Sr. Kendrik no discute los textos arriba mencionados.
APÉNDICE II63
Una lista seleccionada de estudios sobre la Italia pre romana (alrededor de 1740 y 1780)
Amaduzzi, G. C. Dele origini italiche di Monsig. Mario Guarnacci, Esame critico con una apologética risposta, etc.
Venecia, 1773.
Amati, G. Sui vasi etruschi o italogreci recentemente scoperti. Roma, 1830.
Balbo, C. “Delle origini degli antichi popoli italiani”, en Antologia Ital., 1846, pp. 213-33; 247-262.
Bardetti, S. De’ primi abitatori dell’Italia, obra póstuma, Módena, 1772; Della língua dei primi abitatori dell’Italia,
obra póstuma, Módena, 1769; Della língua dei primi abitatori dell’Italia, obra póstuma, Módena, 1772.
Bianchi Giovini, A. Sulle origini italiche di A. Mazzoldi, Osservazioni. Milán, 1841; Ultime osservazioni sopra le opinioni
del Signor A. Mazzoldi intorno alle origine italiche. Milán, 1842.
Bini, G. C., ver Lami, G. Lettere gualfondiane.
Bonaparte, L. Catalogo di scelte Antichità Etrusche trovate negli scavi del Principe di Canino. Viterbo, 1829.
Bourguet, Louis. Spiegazione di alcuni monumenti degli Antichi Pelasgi trasportati dal Francese con alcune
osservazione sovra i medesimi. Pesaro, 1735.
Campanari, Sec. “Dei primi abitatori d’Italia”, Giornale Arcadico, LXXXIV, 1840, pp. 241-272.
Carlo Rubbi, G. R. Delle antichità italiche. Milán, 1788-1791.
Cattaneo, Carlo. Notizie naturali e civili su la Lombardia. Introducción, I, Milán, 1844.
Del Bava, G. M. Riccobaldi. Dissertazione istorico-etrusca sopra l’origine, l’antico stato, língua e caratteri della
Etrusca nazione. Florencia, 1758.
Delfico, M. Discorso preliminare su le origini italiche, en Dell’antica numismatica della città d’Atri nel Piceno. Teramo,
1824.
Denina, C. G. M. Delle Rivoluzioni d’Italia. Torino, 1769-1770.
Durandi, Jacopo. Saggio sulla storia degli antichi popli d’Italia. Torino, 1769; Dell’antico stato d’Italia. Ragionamento
in cui si esamina l’opera Del p. S. Bardetti sui primi abitatori d’Italia. Torino, 1772.
Fabroni, G. Degli antichi abitatori d’Italia. Florencia, 1803.
Ferrari, Guido. Dissertationes pertinentes ad Insubriae antiquitates. Milán, 1765.
Fourmont, E. Réflexions sur l’origine, l’histoire et la succession des anciens peuples. París, segunda edición, 1747.
Fréret, N. Recherches sur l’origine et l’histoire anciene des différents peuples de l’Italie, en Histoire de l’Académie des
Inscriptions. 1753, XVIII, pp. 72-114.
Gori, A. F. Museum Etruscum. Florencia, 1737-1743, 3 volúmenes; Difesa dell’Alfabeto degli antichi Toscani
pubblicato nel 1737 dal’autore del Museo Etrusco, disapprovato dall’illustrissimo Marches S. Maffei. Florencia, 1742;
Storia Antiquaria Etrusca del principio e de’progressi fatti finora nello studio sopra l’antichità etrusche. Florencia,
1749.
Guarnacci, Mario. Origine italiche o siano memorie istorico-Etrusche sopra l’antichissimo regno d’Italia e sopra i di lei
abitatori. Lucca, 1767-1772, 3 volúmenes (segunda edición, Roma, 1785-1787).

63
Esta lista no pretende ser completa. Ver también la nota 44 y G.F. Gamurrini, Bibliografia dell’Italia Antica, I, Arezzo, 1905.
Para Sicilia, ver B. Pace, Arte e civiltà della Sicilia antica, Roma, 1935.
Inghirami, F. Monumenti Etrusci o di Etrusco nome disegnati. Fiesole, 1821-1826, 6 volumes; Lettere d’Etrusca
Erudizione. Fiesole, 1828; Etreusco Museo Chiusino (...) con aggiunta di alcuni ragionamenti del Prof. D. Valeriani etc.
Florencia, 1832-1834; Storia della Toscana, 1841-843, 16 volúmenes; Pitture di Vasi Etruschi, segunda edición,
Florencia, 1852-1856, segunda edición, 4 volúmenes.
Lami, G. Lettere Gualfondiane sopra qualche parte dell’antichitá etrusca. Florencia, 1744; Lezioni di antichità toscane.
Florencia, 1766.
Lanzi, L. A. Saggio di Lingua Etrusca. Roma, 1769; De’ vasi antichi dipinti volgarmente chiamati etruschi. Florencia,
1806.
Maffei, Sc. Ragionamento sopra gli Italia primitivi in cui si scuopre l’origine degli Etruschi e dei Latini, en Istoria
Diplomatica. Mantua, 1727, p. 201-260; Trattato della nazione etrusca e degli Itali primitivi, en Osservazioni
Letterarie. Verona, 1739-1740, vols. IV-VI Cf. también Osservazioni Letterarie, 1738, III, p. 233 (una reseña de la De
Etruria Regali, de Thomas Dempster).
Mazzocchi, A. S. Sopra l’origine dei Tirreni, en Saggi di dissertazioni (...) lette nella nobile Accademia Etrusca di
Cortona, 1741, III, pp. 1-67.
Mazzoldi, A. Delle origine italiche e della diffusione dell’incivilmento italiano all’Egitto, alla Fenicia, alla Grecisa e a
tutte le nazione asiatiche. Milán, 1840 (segunda edición, Milán, 1846); Risposta alle osservazioni di A. Bianchi Giorini.
Milán, 1842.
Micali, G. L’Italia avanti il domínio dei Romani. Florencia, 1810, 4 vols. (segunda edición, Florencia, 1821); Storia degli
antichi popoli italiani. Florencia, 1832; Monumenti inediti a illustrazione della storia degli antichi popoli Italiani.
Florencia, 1844.
Passeri, G. B. Lettere roncagliesi, en A. Calogierà, Raccolta di Opuscoli. Venecia, XXII-XXIII, 1740-1742; Dell’Etruria
omerica, en A. Calogierà, Nuova Raccolta di Opuscoli, 1768, XVIII; In Thomae Dempsteri libros de Etruria regali
Paralipomena. Lucca, 1767 Picturae Etruscorum in vasculis. Roma, 1767-1775, 3 vols.
Quadrio, F. S. Dissertazioni critico-storiche intorno alla Rezia. Milán, 1755.
Romagnosi, D. Esame della storia degli antichi popoli italiani di G. Micali in relazione ai primordii dell’italico
incivilimento, en Biblioteca Italiana, 183, LXIX-LXX.
Rosa, G. Genti stabilite tra l’Adda e il Mincio prima dell’Impero Romano. Milán, 1844.
Tonso, A. Dell’origine dei Liguri. Pavía, 1784.
Valeriani, D., ver Inghirami, F. Etrusco Museo Chiusino.

i
Aquí “eruditos” viene a traducir el vocablo inglés “scholar”, que no posee una traducción literal en español. Ha sido vertida
alternativamente como intelectual, docto, sabio, erudito, investigador, perito, entendido, especialista, estudioso, conocedor o
académico, entre otros. Existe una enorme discusión sobre este término (Ver Altamirano, C., Intelectuales. Notas de
investigación. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2007, Colección Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y
Comunicación; Grafton, A. Los orígenes trágicos de la erudición. México: Fondo de Cultura Económica, 1998., entre otros). Para
este texto, considerando que se trata de un período de formación disciplinar, y que Momigliano parece utilizar el término con
más libertad, hemos elegido utilizar la opción que mejor se ajusta al sentido propuesto por el autor en cada frase particular, en
vez de mantener un único vocablo, lo que podría dificultar la comprensión del texto.
ii
que [hombres] han hecho cosas, dónde las han hecho, cuándo las han hecho, qué han hecho
iii
Pero lo inquietaba un excesivo e insensato amor a la libertad, hasta tal punto que, ya emperador el divinizado Augusto y en
control de la república, Labeo sólo consideraba válido y legítimo lo que había leído ordenado y sancionado en las Antigüedades
romanas.
iv
La historia civil comprende las antigüedades, las memorias y la historia justa. Las antigüedades son reliquias de los tiempos
antiguos, no muy distintas de las tablas votivas de un naufragio.
v
Hasta nuestros tiempos, la República de las Letras se ha encontrado destituida de un recurso tan necesario, que sin embargo se
obstinaba en rechazar. A decir verdad, los eruditos de profesión se habían agotado en investigaciones sobre los usos, las
costumbres, las milicias, sobre los tipos de gobierno, sobre las leyes, y sobre las vestiduras de los romanos… Los nombres de Tito
Livio, de Dionisio de Halicarnaso, de Polibio, de Plutarco, y de tantos otros, las hacían respetables al punto de no osar
incorporarlas al conjunto.
vi
Verdaderamente los fundamentos y las causas por los que principalmente se reconoce dicha verdad son monumentos y
documentos públicos guardados con especial cuidado en los archivos de los que tienen el poder… Ahora bien, como los archivos
públicos no están abiertos a todos o se han perdido por las injurias del tiempo, es necesario buscar en lugar de éstos otros
testimonios de lo sucedido, como los monumentos públicos, las columnas y las estatuas, erigidos en muchas partes por los
antiguos.
vii
Expuse entonces que la antigüedad no estaba tan desprovista de los auxilios necesarios a la historia como se decía y que,
además de las Memorias que se habían conservado, aquello que había de obscuro y de confuso ha sido suplido por
monumentos auténticos, que daban fe…
viii
La fidelidad histórica es la presunción de que es verdadero lo que se dice que ha sucedido a los hombres o ha sido hecho por
ellos, surgida de conjeturas a partir de las circunstancias, que por lo general no engañan, no limitada por reglas inventadas o
prescriptas por los hombres, sino librada al razonamiento de cualquiera, libre y desprovisto de prejuicios.
ix
En ninguna otra parte tenemos una ayuda más certera que en las monedas o los mármoles antiguos. Y aquí no engañan ni el
cálculo ni el azar. Como, en los otros recursos, la fidelidad de los ejemplares transcriptos es siempre dudosa, sólo éstos tienen la
dignidad primigenia de los autógrafos.
x
Muchas cosas, ya sea por odio o por amor, o incluso por descuido, han sido transmitidas incorrectamente por los mismos
autores de historias y anales, y en esta época no pueden ser corregidas o rectificadas sin ciertos registros públicos.
xi
Nos mostrará en sus primeras disertaciones como por un milagro inaudito os autores antiguos, aunque hombres, tenían
menos pasión que el mármol y el bronce de esta época, y como, por el contrario, el bronce y el mármol de entonces eran más
susceptibles de pasión que los hombres de este siglo.
xii
El arte de interpretar inscripciones es muy falaz, muy incierta… Las monedas están sometidas a las mismas dudas… Por lo
tanto, ves que, finalmente, todas las fuentes históricas y los monumentos de la antigüedad adolecen de incertidumbre.
xiii
Bienaventurados sean, rogamos, los manes de Gruter, Reinesio, Spon, Fabretti y de todos los que admirablemente han
dedicado sus esfuerzos a describir las inscripciones antiguas en piedras, estelas y estatuas, especialmente las romanas. Pues si se
ordenan correctamente todos esos documentos, no sólo llevan a corroborar la fidelidad de la Historia antigua y a explicar la
mayor parte de los asuntos de la mitología y de todo género de antigüedades, sino también etc…
xiv
El estudio de las monedas antiguas dirime viejas controversias históricas.
xv
Ciertamente puede parecer asombroso que la Fortuna haya dispuesto las cosas de tal manera que le tocara a un británico
escribir de manera incomparable sobre las antigüedades etruscas y que ese libro cayera también en manos de un británico.
xvi
El país de la erudición y los hechos es inagotable; créese, por así decirlo, ver aumentar su sustancia todos los días por las
adquisiciones que se pueden hacer fácilmente. En cambio, el país de la razón y el descubrimiento es de una extensión bastante
pequeña y, a menudo en lugar de aprender lo que era ignorado, se es capaz, a fuerza de mucho estudio, de desaprender lo que
creíamos saber.
xvii
Obtuve de tantos artífices concentrados en un pequeño espacio todo e incluso más de lo que la historia puede revelar de
considerable, la religión de los antiguos, el culto a sus dioses... los más arcanos ocultos de los gentiles; y bajo misteriosas
imágenes y figuras portentosas se descubre la doctrina supersticiosa de muchas naciones.
xviii
El rey Enrique VIII favoreció la muy admirable dedicación [de Leland] con una pensión anual del Tesoro Real y le concedió el
título de Anticuario con el que Leland fue merecidamente famoso. Lamentablemente, este cargo no fue ocupado desde esa
época, si bien alguno que otro (pueden nombrarse muy pocos) tuvo el espléndido nombre de Historiógrafo Real, no sé si con la
suficiente dignidad.
xix
de manera que no sólo lo puso a cargo de su biblioteca sino que muy generosamente le dio el magnífico título de Anticuario.
Es el único de los pioneros de la escuela inglesa, siempre prolífica en eruditos, que ha llegado a la cima de semejante nombre:
“Que lo tenga consigo y lo guarde en su tumba”.

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