FACULTAD DE HUMANIDADES.
LICENCIATURA EN EDUCACION RELIGIOSA.
ANTROPOLOGIA CULTURAL.
JUSTIFICACION.
METODOLOGIA.
Evaluación.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
La relación del ser humano con la cultura es doble. Por una parte la cultura es
producto del ser humano. Pero, por otra, el ser humano es producto de la cultura.
En su relación con la naturaleza el ser humano descubre innumerables
posibilidades de mejorar su situación. Distintas cosas del entorno se le revelan
como medios para alcanzar determinados objetivos. Inventa útiles, instrumentos y
máquinas, descubre leyes, crea obras de arte, organiza sistemas de signos que le
permiten comunicarse, etc.
Las cosas naturales comienzan así a cobrar nuevas formas. Podemos decir que la
cultura es fruto de la acción formalizadora del ser humano. Por medio de ella la
naturaleza se humaniza.
El tercer nivel está constituido por los valores. Es el nivel más profundo y menos
material de la cultura. Entendemos por valores las formas peculiares como un
grupo aprecia o estima los distintos aspectos significativos de la existencia: el
trabajo, la fecundidad, la divinidad, el tiempo, la muerte, la propiedad, etc. Los
valores se manifiestan en las prácticas sociales, las costumbres y tradiciones de
un pueblo. Las tradiciones son su memoria viva. También se manifiestan en
aquellas representaciones sensibles, imágenes y símbolos que constituyen la
identidad de un grupo.
2. PLURALIDAD CULTURAL
Todas y cada una de las culturas tienden a afirmar aquellos valores culturales que
las configuran y particularizan, como único horizonte de existencia socio-cultural.
En esta forma, las culturas tienden a unilateralizarse, a dogmatizarse, a auto
formularse y erigirse como “única explicación válida de la realidad” y dentro de la
cual la existencia humana adquiere un pleno y cabal sentido. Al afirmarse a sí
misma como única, cualquier cultura pierde de vista que puede haber otras
culturas de valor semejante, pero con un sentido de la realidad diferente.
No existe legitimación alguna del hecho de que una cultura llegue a autoafirmarse
como mejor que otra y, en consecuencia, a intentar dominarla o destruirla para
implantar sus propias concepciones. Ninguna cultura es mejor o peor que otra,
sencillamente porque el fundamento y la esencia de toda configuración cultural es
el ser humano. Por encima de las particularidades culturales se halla el ser
humano, creador de su propia cultura, la cual responde a sus vivencias y
aspiraciones.
El expansionismo europeo a partir del siglo XV fue configurando un eurocentrismo
cultural mediante el sometimiento de los pueblos conquistados, la destrucción de
sus culturas y la imposición de la cultura europea.
Contra la práctica histórica del colonialismo cultural, hemos de afirmar que todos
los pueblos tienen derecho a la autodeterminación y la autonomía cultural. Todo
pueblo es dueño de su propio destino y, en tal sentido, es fundamental el
reconocimiento de su identidad cultural y sus diferencias con respecto a otras
culturas.
Visto ya lo que se entiende por cultura y antes de iniciar un breve recorrido por
nuestro pasado cultural, hemos de preguntarnos por la posibilidad de hablar
propiamente de una cultura latinoamericana. Vemos, por una parte, que existe un
conjunto de rasgos culturales característicos de nuestro pueblo, que son producto
de una larga historia particular, en la que se mezclan elementos de diferentes
culturas. Pero, por otra parte, observamos también grandes diferencias entre los
distintos pueblos que conforman el subcontinente latinoamericano.
Existen naciones como Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala y México, en las que
predomina el elemento etnocultural amerindio, debido a que buena parte de su
población ha sufrido un bajo grado de mestizaje y a que han perdurado con más
fuerza las tradiciones indígenas por ser descendientes de los grandes centros de
civilización precolombina: incas, mayas y aztecas. Actualmente, además, se
vienen revalorizando dichas tradiciones en orden a definir una identidad nacional
que permita encauzar los esfuerzos de desarrollo.
Ahora bien, a pesar de todas estas diferencias, tan significativas, existen muchas
similitudes y coincidencias que nos permiten agrupar a los distintos pueblos bajo el
nombre de Latinoamérica o Iberoamérica, no sólo basados en su ubicación
geográfica, sino en una historia, unos rasgos étnicos, un estilo de vida, una
hermandad lingüística, una dependencia económica, una religiosidad, etc. Todo
ello justifica el que nos planteemos el problema de la cultura latinoamericana con
el propósito de conocer mejor sus orígenes y su desarrollo histórico.
Dentro de este despertar cultural hay dos conjuntos de pueblos que originan
directamente la cultura occidental, que siglos más tarde llegará a tierras: son los
indoeuropeos y los semitas. Los indoeuropeos provienen de las grandes estepas
euroasiáticas. Gracias a la utilización del caballo se movilizan rápidamente e
invaden las regiones más fértiles. Entre ellos tenemos a los hititas que descienden
a Mesopotamia; los medos y los persas; los arios, que invaden la India; los celtas,
itálicos y helenos, que se extienden por Europa.
Los semitas son originarios del gran desierto arábigo. Entre ellos encontramos a
los acadios, que se establecen en Mesopotamia; los amorreos, cananeos, fenicios,
arameos, hebreos y caldeos, que se extienden por Siria, por la región costera
oriental del Mediterráneo y más tarde desde Egipto por el norte de África.
A partir del VII se extiende por todo el norte de África, España y el Próximo Oriente
el Islam, que amenaza con destruir la cristiandad. El Islam nace como un
movimiento religioso bajo la inspiración del profeta Mahoma; pero pronto se
convierte en un gran imperio, debido al fanatismo de sus numerosos seguidores.
Después de haberse apoderado de la Península Ibérica, Carlomagno logra frenar
su invasión por occidente. Por oriente amenazan los turcos. Contra turcos y
mahometanos la cristiandad se ve obligada a organizar sus ejércitos. Así
comienzan las Cruzadas, como guerras santas, para rescatar los Santos Lugares
y abrir de nuevo las vías de comercio con el Lejano Oriente, vitales para la
economía mercantil europea.
En el terreno intelectual, durante los primeros siglos del cristianismo tiene lugar el
gran desarrollo de la patrística. Más tarde, a partir del IX, impulsado por el
surgimiento de las escuelas y el renacimiento carolingio, surge el movimiento de la
Escolástica que renovará el pensamiento teológico, filosófico e incluso científico.
En el siglo XIII se recupera para occidente el pensamiento aristotélico, gracias al
genio filosófico de Tomás de Aquino y a la labor de los filósofos y traductores
árabes. Se fundan las primeras universidades en París, Oxford, Bolonia, Papúa,
Salamanca, etc., que servirán a la divulgación del saber en todos los campos y
prepararán el gran avance científico de la cultura occidental en el siglo XV, con el
Renacimiento, que abre las puertas a la Edad Moderna. Como su nombre lo
indica, el Renacimiento consiste en un resurgir de la cultura en el arte y la ciencia,
rompiendo los viejos cánones. Miguel Ángel, Rafael, Leonardo da Vinci,
Copérnico, Nicolás de Cusa, Miguel Servato, son sólo algunos nombres
representativos.
En las nuevas tierras descubiertas por Colón, aislados del desarrollo cultural de
Occidente, vivían numerosos pueblos que poseían culturas muy rudimentarias, a
excepción de algunos más desarrollados como eran los incas, los mayas y los
aztecas. Sin entrar a describir las particularidades de cada uno, podemos
mencionar algunos rasgos comunes que nos permitan valorar estas culturas sin
caer en el extremo del menosprecio ni en el de la mitificación.
Hay que destacar la perfección del sistema de regadío utilizado por los incas. A la
agricultura se unía una minería rudimentaria, la elaboración de tejidos, la
orfebrería y un pequeño intercambio comercial entre los pueblos más vecinos, que
se hacía difícil por la escasez de comunicaciones debida a las dificultades del
terreno y a la carencia de animales de carga y vehículos.
Los aztecas poseían una escritura pictográfica por medio de la cual conservaban
sus tradiciones. Gracias a la labor de los cronistas han llegado hasta nosotros
algunas obras literarias. Sin embargo, la mayoría de sus libros fueron quemados
por los misioneros para facilitar la conversión. La escritura maya era la más
perfecta, de tipo ideográfico o simbólico; pero hasta el momento no ha podido ser
descifrada. Los incas no poseían escritura; para conservar las tradiciones se
valían de los quipus, consistentes en conjuntos de cuerdas, de diferentes tamaños
y colores y con nudos a distintas distancias, cuyo significado también nos resulta
enigmático.
A medida que se organiza la vida social, las órdenes religiosas fundan colegios y
universidades, que elevan el nivel cultural de la población. El pensamiento
difundido por las primeras universidades corresponde a la denominada Segunda
Escolástica, que tiene su centro de creación y expansión en España, con figuras
como Francisco de Vitoria, Domingo Soto, Francisco Suárez y otros filósofos,
teólogos y juristas formados dentro del humanismo renacentista. Por su
importancia para nosotros hay que mencionar las famosas Relecciones sobre los
indios, escritas por Vitoria en defensa del derecho de conquista, que constituyen el
inicio del moderno derecho internacional.
Sin embargo, existen grandes diferencias entre los distintos sectores de nuestra
sociedad. Algunos, los menos, poseen una cultura que nada tiene que envidiar a la
europea. Otros, la mayoría, se encuentran marginados de ella y conforman lo que
se ha denominado “subcultura de la miseria” o “cultura del silencio”. Hablando
globalmente podemos decir que no poseemos una cultura propia ni adecuada para
salir del subdesarrollo.
Esta situación ha motivado una toma de conciencia cada día más fuerte en los
diferentes grupos sociales. Son numerosas ya las personas conscientes de que el
sistema económico, político, social en general no responde a las exigencias; de
que es necesario implantar nuevos valores y nuevas estructuras capaces de dar
identidad a nuestro pueblo e impulsar su desarrollo cultural.
Por otra parte, los gobiernos de nuestros países se han visto obligados a asumir
con toda crudeza la filosofía capitalista del libre mercado que los obliga a reducir el
gasto social, a abrir las fronteras a los productos y capitales extranjeros y a
aceptar las reglas de juego impuestas por las grandes potencias. De este modo, la
dependencia externa parece aumentar, al mismo tiempo que se agrava la
situación de miseria y marginalidad de grandes sectores de la población, que no
se ve cómo puedan superar su situación dentro del nuevo modelo económico
neoliberal.