Este artículo fue publicado en "Sistemas Familiare", Año 14, N°3, Noviembre, 1998
Complejidades
Entre las complejidades del campo de la violencia familiar, voy a tomar aquí en cuenta,
principalmente: a) que estamos abordando una situación altamente problemática, plena de
paradojas y contradicciones, y b) que el tema en sí crea climas emocionales especiales. Esto
significa que tal vez vamos a continuar haciéndonos preguntas sin encontrar casi ninguna
respuesta, cosa que también influye en ese clima emocional. Sin embargo, en mi opinión, las
preguntas, cuestionamientos y revisiones acerca de lo que creemos y pensamos son justamente
las puertas más importantes que se nos abren. Toda esa disposición da lugar al asombro, y,
lejos de implicar una debilidad conceptual, instalan el tema en un espacio de debate público. El
riesgo de las certezas podría dejarlo confinado en los circuitos del mundo "privado».
Si queremos una humanidad solidaria y una convivencia que asegure la supervivencia de la
especie humana, debemos cuestionar muchos supuestos "saberes" culturales que
lamentablemente han sido reforzados desde la psicología y las ciencias sociales. Sobre todo,
necesitamos cuestionar supuestos como la reverencia hacia la sagrada privacidad de la vida
familiar; también necesitamos promover la importancia del estudio sistemático de la vida
cotidiana y de la índole de "lo doméstico" e investigar cómo se incluye la escena violenta en ese
contexto para evitar que se repita. Estas revisiones son importantes para visualizar con
claridad un campo especial de la vida social, las relaciones familiares, en el cual muchas veces
no se respeta el ejercicio de los derechos y la igualdad conquistada para los seres humanos.
Como desde hace mucho sostienen algunos científicos especializados en estos estudios
"microsociales", debemos tener conciencia de que lo privado es público y lo público es privado,
ya que estas dimensiones se interpenetran y no pueden recortarse para su análisis.
En este artículo propongo profundizar el estudio de los derechos humanos como la alternativa
a los abusos cometidos contra personas en el ámbito de la vida familiar, consciente de que, en
la medida en que esa profundización amenaza la consistencia de algunos "saberes"
tradicionales, este estudio genera a veces climas emocionales particularmente difíciles.
Dilemas
Para profundizar los múltiples dilemas que nos plantea este tema de la violencia en la
familia, veamos una somera enumeración de los más frecuentes
Alcance del dominio de la vida pública y de la vida privada.
Paradoja entre la función familiar esperada de cuidados y protección, y la real "función"
ejercida por aquellos que abusan.
Supuesta necesidad de neutralidad de los operadores.
¿Qué conviene hacer con la persona abusadora? ¿Por qué sus familiares y algunas instituciones
sociales la protegen?
¿Cuánto ayudan efectivamente los sistemas a los que acuden las personas en busca de esa
ayuda? ¿Qué ayuda necesitan de los sistemas de salud y de los sistemas de control social las
personas afectadas?
¿Cuál es el alcance del lenguaje que manejamos y cuáles los efectos del uso de ese lenguaje?
Por ejemplo, hablamos de "víctima", de "violencia familiar", de "violencia doméstica", de
"abusador", etc. ¿Este lenguaje favorece los cambios?
¿ Para qué sirven los tratamientos psicológicos? ¿Sirven sus estructuras habituales?
¿Se puede conjurar la violencia sin violencia?
¿Qué papel cumplen el poder, la autoridad las jerarquías, las experiencias de impunidad que se
juegan en los acontecimientos de la vida pública? ¿Qué importancia tienen los contextos
sociales autoritarios?
¿Qué importancia y qué efectos tienen en la violencia familiar los discursos acerca de los roles
de las mujeres y varones en la familia, de las diferencias y semejanzas entre los géneros?
No puedo detenerme en todos estos puntos aquí (1). Sólo voy a comentar uno de los dilemas,
especialmente fuerte para los terapeutas familiares sistémicos, que es la supuesta necesidad
de adoptar una posición neutral en cuanto a las partes en conflicto, o, en otras palabras el
prurito de alinearse con la persona que es víctima de la violencia en la familia.
En su intento de ejercitar una mirada relacional, algunos terapeutas familiares sistémicos
tratan de preguntar y preguntarse por la secuencia que precedió a la acción violenta, y suponen
que el conocimiento acerca de esta secuencia les puede proveer una explicación y ayudarlos a
encontrar algún sentido a tal aberración. Lamentablemente, las indagaciones secuenciales a
veces sostienen la idea de que entonces el maltrato "por algo será". Frente al relato de las
acciones violentas, más que averiguar acerca de la escena anterior, los terapeutas preguntan
"pero, ¿por qué fue?". Estarían buscando (porque podría existir) algún motivo que justifique la
acción violenta. Y si queda un efecto de justificación vigente, la acción puede repetirse sin que
los actores experimenten una perturbación suficiente.
Los dilemas no acaban ahí. Ni los interrogantes.
Reitero que desde las diferentes teorías y modos de formularlas, el tema de la violencia
doméstica es complejo y plantea nuevos dilemas. La palabra "víctima" puede encasillar a alguien
en un único lugar, lo mismo que la denominación de "abusador/a". A su vez, los recursos legales
y de control no son los mismos en distintos países y regiones. La tipificación de las agresiones
como delitos penales tampoco es igual.
Ni siquiera es igual la determinación que tomará un juez sensibilizado y conocedor del tema,
que la que tomará quien se enfrente a la violencia familiar con concepciones acerca de los roles
familiares cuyas premisas no acostumbra revisar.
(1) Muchos de ellos son desarrollados en el libro Historias infames (21). Debo agradecer
algunas de estas formulaciones de dilemas a los asistentes a los talleres que he dictado sobre
el tema.
Los discursos que sostienen estas diferencias jerárquicas están insertos en las leyes lógicas
que la filósofa Nancy Jay (16) llama "lógicas de la discriminación". Siguiendo las especulaciones
de Emile Durkheim con relación a lo sagrado y lo profano, basadas en las leyes básicas del
pensamiento lógico formal de Aristóteles, Jay aplica estas mismas leyes a los estudios de
género y demuestra sus efectos discriminativos. Recordémoslas:
Jay explica cómo, mediante el uso sostenido y automático de estas leyes (que no parecen
adecuadas para representar las vicisitudes de los complejos seres humanos, pero siguen
sosteniéndose), los sujetos que han ocupado espacios hegemónicos (en general hombres,
blancos, de origen anglosajón, habitantes del hemisferio norte) se han constituido como "lo A"
o "lo Uno", con lo que quienes no son ese A, ese Uno, quedan automáticamente en la posición de
"lo Otro", lo "no-Uno". A estos últimos les corresponda siempre una identidad negativa - con las
consecuencias descalificadoras que ésta acarrea - y tienden además a ser infinitos, no
acotados (son todo lo que no es ~A"). Así, tal como lo describe Durkheim para lo sagrado y lo
profano, los "no-A" (profanos) son potencialmente amenazadores y contaminantes, por lo que
"se hace necesario y queda justificado" controlarlos. En esa categoría quedan incluidos todos
los grupos sociales discriminados, considerados "no-sujetos", la segunda parte dei término
lógico. Como consecuencia lógica, por su carácter de "no-sujeto central", de "menos sujeto",
son pasibles de acciones aberrantes.
Los distintos contextos de justificación de los abusos en los niveles micro y macrosociales
incluyen los efectos de las explicaciones que se piden y se dan en cuanto a los actos de violen -
cia. Si hay una explicación posible, entonces se pueden justificar.
También tienen importancia las experiencias en las que quienes cometen actos perjudiciales
hacia otros permanecen impunes, sin recibir ninguna sanción social. Las situaciones sociales de
impunidad (casos famosos de asesinatos sin resolver en Argentina, en los que la sospecha recae
sobre personas ligadas al poder) son parte de estos contextos propiciatorios.
Resumiendo, encontramos que los contextos favorecedores de la violencia familiar son los
siguientes:
• De dominación: jerarquías fijas "naturalizadas".
• De discriminación: uso de lógicas que las sostienen.
• De justificación: uso de explicaciones, discursos que validan.
• De impunidad.
• De promoción de la violencia: tendencias sociales a premiar y ensalzar el consumo y la
acumulación de bienes por encima de las actitudes solidarias.
Poder y violencia
¿Qué podemos decir de estos contextos como marco sociocultural de la violencia familiar e
institucional? ¿Cómo podemos modificarlos? ¿Cuál es el papel del poder en relación con la
violencia?
2) En esos discursos, los objetos de consumo son considerados más valiosos que las personas.
Se valorizan las venganzas al estilo Rambo, del mismo modo que otras situaciones típicas del
patriarcado, como la valorización del honor por encima de la vida humana.
Si pensamos que convivimos en una estructura sociocultural y económica organizada con
desigualdades entre sus miembros que se traducen en privilegios para unos y perjuicios para
otros, con un lenguaje común que prefigura estas organizaciones (de las cuales la familia es
también un paradigma), casi podemos afirmar que los espacios de no-violencia son un logro de
quienes se proponen firmemente participar de una comunidad más justa. Y creemos que
podemos hacerlo.
Es obvio que la violencia en el seno de la familia no está desconectada de los fenómenos
sociales más amplios. El abuso es, finalmente, e/ abuso de un "plus" de poder. Ya dije que la
clásica manifestación social del abuso de poder, como la impunidad frente a los delitos
económicos y aun penales (3) que asolan a nuestros países de América latina, repercute en los
circuitos de violencia familiar. Esa impunidad es un mensaje de que ese tipo de acciones no son
condenadas socialmente y, por lo tanto, pueden seguir produciéndose sin ninguna consecuencia
para el perpetrador. Ninguna acción humana está aislada o fuera del contexto social: tampoco
la violencia familiar.
En principio me pregunto: ¿por y para qué terapia familiar sistémica frente a la violencia
familiar, en la que el género interviene al punto de que la sufren el 95 % de las mujeres frente
al 5 % de los hombres?
Comienzo por definir la situación de la violencia en la familia como una escena a repetición, en
la que participan coincidentemente tres tipos de actores sociales. Los actos violentos se
producen una y otra vez.
Si se tratara sólo de un episodio accidental debido a un desborde emocional momentáneo, los
terapeutas familiares sistémicos tendríamos poco para decir. Pero, aunque no podamos
entender tal aberración, la violencia en la familia se repite, y nuestra tarea es justamente
interrumpir los circuitos que se repiten, ampliando los contextos hasta ayudar a producir una
nueva "visión" en los protagonistas. Para ello no sólo operaremos desde una técnica, sino desde
la persona de un/a terapeuta que puede sentir, "ver" y hacer de una manera diferente de la
que practican los protagonistas.
Se han construido modelos de abordaje de las situaciones familiares de violencia desde líneas
terapéuticas inspiradas en el feminismo y desde la terapia familiar sistémica. Cada uno de
estos modelos tiene sus ventajas y sus desventajas. Las profesionales de las líneas feministas
encuentran dificultades para incluir en las entrevistas terapéuticas a los maridos que
maltratan y golpean. Y muchas veces, al final de procesos exitosos llevados a cabo con las
mujeres, éstas, "inexplicablemente", vuelven a establecer las mismas relaciones de maltrato
con ellos. Por su parte, a veces los terapeutas familiares consideran a la familia como un valor
por encima de las personas que la componen, y recurren a concepciones acerca de los sistemas
sociales que, lamentablemente, ayudan a culpar a las víctimas.
¿Qué podemos aprovechar de las ventajas de ambos abordajes? ¿Qué recursos tenemos a
nuestro alcance?
Desde hace ya algunos años, en la búsqueda de teorías y variables que me brinden "palancas" de
reflexión, me apoyo en un esquema derivado de los estudios sobre autoritarismo, esquema que
originalmente contó, como mínimo, con nueve variables o nueve posibilidades de buscar
alternativas para este problema.
Básicamente, me represento una escena con tres actores: dos actores son protagonistas, quien
abusa (A1) y quien es abusado (A2), y uno o varios son actores contextuales o potencialmente
testimoniales (A3), presentes o no. Estos últimos pueden ser otros miembros de la familia,
vecinos, amigos, docentes, y también los profesionales con los que la familia toma contacto
(asistentes sociales, agentes policiales, médicos y enfermeros de guardias hospitalarias,
abogados, jueces, terapeutas, etc.). En esta escena, cada uno de estos tres actores asume una
posición que puede llevar a que la escena se repita, o a que cambie. Sus respon sabilidades no
son de ninguna manera equiparables, pero tampoco son un factor que se deba despreciar.
El siguiente cuadro muestra un esquema reducido del circuito que permite la repetición de
la violencia.
Cuadro 1. Esquema original del circuito de abuso familiar *
complacientes.
Acciones Las provocaciones y los malos tratos son elementos frecuentes y "naturales" en
las conversaciones.
A lo largo de los años, he ido incluyendo nuevas dimensiones en este esquema, que, más
complejo, brinda ahora mayores posibilidades de ejercitar nuevas variables que enriquezcan
las percepciones de los protagonistas. Sumariamente, éstas serian las adquisiciones:
Hemos impreso y hecho circular una lista, que acá consignamos, en la que se
describen las acciones que consideramos violentas contra la mujer, para ayudar a
desanestesiar a quienes padecen de malos tratos.
Teniendo en cuenta el esquema propuesto, vemos que las acciones más típicas entre
estos actores (habitualmente de A1 a A2) son las abusivas, que van desde los golpes hasta
otras acciones más difíciles de categorizar pero que provocan daños a quienes las reciben.
El no reconocimiento ni la disculpa acerca del daño que se causa, la justificación y la
reiteración son señales de que no se han operado cambios favorables en la relación.
Las emociones a estudiar son varias. Las más típicas de las escenas violentas son la
anestesia del malestar, el miedo, la ira y la "vergüenza ajena".
El papel de la anestesia es extraordinario. Lleva al abusador a negar su propia acción
y a autopresentarse como víctima de la persona abusada. La anestesia también hace que la
víctima niegue el daño que está sufriendo o los riesgos que corre (que niegue hasta la
sensación de miedo), especialmente cuando interactúa con alguien del contexto (A3). Los
actores contextuales a veces negamos la importancia que puede tener lo que hacemos.
Anestesiamos la conciencia de la capacidad y la potencialidad de nuestra intervención, y
negamos los riesgos para las víctimas y para nosotros mismos (anestesiamos el miedo).
Recuperar el miedo y el malestar de todos los actores es fundamental para que estos
circuitos se interrumpan.
Los problemas para abordar el tema de la anestesia son muy complejos. Como dice un
pensador constructivista, H. von Foerster, "no vemos quc no vemos" (6). Por lo tanto, dado
que nadie es consciente de que se anestesia, no podemos esperar que la anestesia se vaya
sola. Entonces, ¿quién y cómo se hace cargo de ella? La intervención de los sistemas de
control, como el legal y el policial, no es tan importante por su eficacia para proteger a las
víctimas de abusos, sino porque su convocatoria es una señal de que las personas abusadas y
quienes las apoyan salieron de algunas anestesias y ya no están dispuestas a continuar el
juego repetitivo de la violencia.
En cuanto a la vergüenza ajena, lamentablemente, de ella participan las víctimas y no
los victimarios. Si en las conversaciones terapéuticas con los actores protagonistas el
abusador pasa a experimentar vergüenza, va a estar en mejores condiciones para hacerse
cargo de sus acciones. Mientras la vergüenza sea sentida y expresada únicamente por la
víctima, esta última estará, de algún modo, protegiendo a su victimario de experimentarla.
La conexión de estas emociones con las premisas estereotipadas de género es muy
grande. Se considera que las responsables de las emociones son las mujeres. Por lo tanto, si
el hombre experimenta emociones desagradables, o sea, si es contrariado, puede sentir
gran odio e ira hacia su mujer, a quien supone responsable de su contrariedad. Y esto es así
porque la cultura prescribe a las mujeres que alivien las contrariedades de los varones y no
que las produzcan.
Discursos y contradiscursos
Discursos Contradiscursos
reverencia irreverencia
totalidad fragilidad, vulnerabilidad, debilidad
control fragmentación
racional no racional
unidad, único variedad, multiplicidad
central periférico
certidumbre falta de certidumbre
propio vago, impreciso, confuso
verdadero con limitaciones
importante liviano ("light")
esencial efímero, accesorio
real contextuado
fundante complejo
jerarquías heterarquía
oposición binaria infección, contaminación, diversidades
legitimidad conflictos, crisis, pluralidades
Estas listas no implican una valorización y reemplazo de una posición por otra, ni siquiera
que las palabras puedan ser correlacionadas. Son sólo elementos de la observación
utilizables para la reflexión y para profundizar la conversación.
Fenómenos comunicacionales.
No quiero dejar de mencionar algunos fenómenos comunicacionales(4) cuyo efecto más
importante es producir y reproducir las anestesias a las que nos referimos antes. Pueden
servirnos algunos ejemplos para entender estas "trampas" del lenguaje:
a) Alguien cuenta algo muy importante y grave que sucedió hace ya tiempo, con el
efecto de que quien lo escucha por primera vez reciba un impacto considerable, al que los
otros ya se han acostumbrado.
b) Un agresor pide disculpas a un agredido, y al mismo tiempo le explica por qué lo agredió. De
esta manera la disculpa queda anulada y la acción aparece justificada.
c) Hay formas de conversar que muestran que el hablante, al mismo tiempo que habla con
nosotros, mantiene un diálogo con otra persona que no está presente.
d) La superposición de voces o de discursos hace imposible que los interlocutores se
escuchen: se "enciman".
e) Alguien (por lo común A2) está hablando, otro (por lo común A1) lo interrumpe, a veces con
una acotación trivial, y A2 se "engancha" con la interrupción.
f) A veces no resulta claro a quién va dirigido un mensaje. Se habla de alguien que está
presente como si no estuviera allí. Nadie se siente autorizado como interlocutor.
g) A pregunta a B algo sobre C que B desconoce, pero que ambos coinciden en suponer que B
"debería" conocer, por el rol de B; el efecto es que B se siente en falta. Algunos roles
sociales, como el de madre, se prestan para este efecto de "todo uso". Cuando esto ocurre
es necesario dejar en claro a quién va dirigido el mensaje y remitir al interlocutor a que se
comunique con su destinatario final.
h) Uso incongruente del tiempo de verbo. "Antes me preocupaba lo que él hacía". El tiempo
pasado indica que el suceso terminó, pero el efecto de anular el presente puede pasar
inadvertido. Conviene entonces amplificarlo con la pregunta: ¿Y ahora?
i) Alguien no contesta lo que se le pregunta, o comenta algo que no tiene que ver con lo que se
dice. Utiliza el modo distractor al que se refirió Virginia Satir.
j) Incongruencia de sujeto. Alguien es el parlante de otro que habla por el "micrófono" que le
dan para eso. Lo que dice es lo que "debería" decir el otro. Confunde y se confunde acerca
de a quién debería pertenecer el deseo expresado: "Quiero que él quiera", "Quiero que él
se cuide", "¡Qué se puede esperar de un violento como yo!"
k) Cambio de un modo verbal a otro, de indicativo a imperativo, por ejemplo: "El puede llegar a
tratar a la madre como a la peor basura, pero no hay que decirle nada porque enseguida se
le pasa" (Ella se hace eco, con el modo verbal imperativo, del terrorismo con que él
amedrenta a quien lo molestaría.)
l) El interlocutor siente gran impacto por lo que se le relata. O se siente compulsado a res -
ponder de una manera predeterminada. Las provocaciones y los desbordes emocionales
producen ese efecto de reacción y dificultad de reflexión.
Aunque consigné varios casos, todavía hay muchos más. Por ejemplo, si hablamos de
acciones cooperativas, como cuando los terapeutas decimos que co-construimos nuevas
realidades con nuestros pacientes, la partícula "co-" sugiere igualdad, un 50 %, porcentajes
iguales de responsabilidad y participación. Si aceptamos nuestra pertenencia a un sistema
de dominación, debemos examinar cuidadosamente la participación de cada persona en esa
construcción, para que el efecto que nos produce la idea de "co" no confunda nuestro juicio
y supongamos igualdades que no son tales. Una construcción confusa de este tipo es la
frase: "En la familia, ambos géneros tienen igual poder. Los hombres son los dueños del
dinero y las mujeres son las dueñas de los hijos". Se requiere cierto entrenamiento para
desenmascarar la falacia de esta concepción. Los hijos no son cosas de las que se pueda ser
dueño. Si la madre ama a esos niños, ellos serán personas para ella, y, por lo tanto, no
representan ninguna posesión. Si ella no tiene acceso al dinero o al patrimonio, no será en
verdad dueña de nada (Baste recordar el juicio del rey Salomón sobre el litigio de las dos
mujeres que reclamaban al mismo niño como su hijo. Para el rey fue fácil descubrir que la
madre era quien renunciaba a poseerlo para cuidar la vida del bebé. ¿De qué era ella dueña
entonces?).
Otros ejemplos de estos fenómenos son aquellas conversaciones en las que nuestro
interlocutor parece estar hablando a otra persona al mismo tiempo, y nos responde desde
ese diálogo con ese otro: "¿Y qué le digo a Pedro sobre esto?", o bien: "Como hablé con
María, mi sensación es que estoy de más". Se produce una atmósfera sutil en la que una de
las personas con las que estamos conversando es inaccesible para nosotros, pero accesible
para quien nos habla.
Lo que he llamado rebote es una forma responder a las confrontaciones en las que la
persona confrontada acepta su acción pero la explica o la comenta en relación a lo que otro
hace o hizo. Ese efecto de justificación de su propia frase le anestesia el impacto del
compromiso con su propia acción.
Para complejizar aún más el esquema, los teóricos del construccionismo social (Gergen,
Shotter, Harré, etc.) nos aportan una visión del ser humano como compuesto por múltiples
selves. Esto nos permite pensar: ¿Con cuál conversamos? ¿Con qué parte de A1 o de A2
estamos conectándonos? ¿Cuál nos responde de este modo? Estas son cuestiones muy
importantes para acceder a conversar, especialmente, con los que están en la posición de
A1 (abusadores). Siempre podemos conectarnos con alguna parte (self) de él que puede
contenerse.
Para finalizar, quiero enumerar sucintamente una lista de recursos posibles que puede
resultar una guía práctica para los operadores.
No usar nombres fijos para designar a las personas por lo que hacen ni para designar los
problemas.
No ceñirse a una práctica única. A veces es bueno intervenir en la familia en su
conjunto, y muchas veces no lo es, y es necesario entrevistar a cada uno por separado o en
diferentes combinaciones.
Es fundamental contar con equipos y diálogos interdisciplinarios. En este campo hay gran
necesidad de los otros y de sus opiniones. Las atenciones múltiples, efectuadas por el
conjunto del equipo, son muy positivas.
Es útil conocer a las personas que desempeñan las funciones a las que se acude. Se trata
de formar redes de asistencia adecuadas, más que de solicitar las funciones de los agentes
sociales, ya que éstos pueden no estar sensibilizados o entrenados para trabajar con el
problema, o tener teorías que perjudiquen su resolución.
Es muy necesaria la capacitación adecuada de los operadores. Deben saber cómo manejar
las provocaciones, cómo evitar las reproducciones inadvertidas de la violencia, cómo
escuchar y respetar sólo aquello que merece respeto, en lugar de reproducir complacencias
que repiten los patrones de interacción de los sistemas. Los prejuicios de género son muy
peligrosos.
Los operadores requieren practicar un ejercicio permanente de desconstrucción de los
estereotipos acerca de la familia y los roles de sus miembros, así como de los discursos que
los sustentan.
También encontramos que es útil el humor, saber caminar en los márgenes de los sistemas
(no dar nada por sobrentendido, poner algunos limites y aceptar algunos desafíos, aceptar
perder una argumentación, etc.), ejercer la desobediencia y la irreverencia hacia algunas
afirmaciones sacralizadas manteniendo siempre el respeto por las personas. Siempre es
importante la defensa de los oprimidos, la recuperación de los elementos positivos que
operan en la clandestinidad y la valorización de algunas estrategias defensivas cuya mala
fama hay que revisar, como los secretos, las mentiras, los chismes.
Recomendamos el uso de registros grabados que los miembros de la familia deberán
escuchar en su casa y comentar durante la entrevista siguiente. Volver con comentarios
acerca de cómo se escucharon a sí mismos es muy diferente que volver con nuevos relatos
que sólo aportan "más de lo mismo". La grabación genera un clima de trabajo y reflexión
para resolver el problema desde donde lo experimenta cada uno y asumiendo la
responsabilidad que le corresponde. (5)
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