El iluminismo
Era
fácil
llegar
de
estas
posiciones
a
la
afirmación
fundamental
del
iluminismo:
la
plena
autosuficiencia
del
hombre,
o
al
menos
la
tendencia
a
alcanzar
este
ideal.
Con
una
plena
confianza
en
sus
propios
recursos,
el
iluminista
esta
decidido
a
poner
fin
al
oscurantismo
del
pasado,
abriendo
nuevas
vías
en
filosofía,
política,
economía,
derecho,
moral
y
religión.
Se
desarrolla
y
se
afirma
en
este
contexto
una
visión
del
derecho
natural
muy
diversa
de
la
del
pensamiento
medieval,
expresada
entre
otros
por
Santo
Tomás,
que
consideraba
inmutables
los
primeros
principios,
pues
para
él
eran
como
una
exigencia
del
ser
mismo,
de
la
naturaleza
propia
de
las
criaturas,
y
que
nos
revelan
de
algún
modo
la
racionalidad
misma
de
Dios.
En
cambio,
a
partir
del
s.
XVII
y
por
todo
el
s.
XVIII,
en
la
escuela
llamada
jusnaturalística,
el
derecho
natural
aparece
únicamente
como
una
creación
y
una
exigencia
de
la
razón
humana.
Ésta,
con
sus
fuerzas,
recoge
unas
exigencias,
unas
normas
inderogables
y
construye
un
sistema
absolutamente
cierto
que
no
tiene
ninguna
relación
con
Dios,
la
Revelación
y
la
Iglesia.
Por
esta
confianza
absoluta
en
la
razón,
los
jusnaturalistas
establecen
normas
precisas,
inviolables,
válidas
para
todos,
prescindiendo
de
toda
consideración
histórica,
de
todo
respeto
por
costumbres
y
tradiciones
bien
radicadas.
Una
buena
ley
es
válida
para
todos,
como
un
teorema
de
geometría.
Aquí
se
olvida
que
la
historia
no
se
desarrolla
según
las
leyes
matemáticas.
El
iluminismo
Confianza
en
la
naturaleza
humana.
El
hombre,
en
sí
bueno,
no
es
corrompido
por
el
pecado,
no
tiene
necesidad
de
una
redención
que
baje
de
lo
alto
para
salvarlo.
El
pecado
original
y
la
pérdida
de
la
felicidad
primitiva
son
negados,
o
pasan
a
un
segundo
plano.
Dejado
a
sí
mismo,
con
sus
solos
recursos,
el
hombre
conquistará
su
felicidad,
descubrirá
la
verdad
y
seguirá
aquello
que
es
bueno.
La
corrupción
es
fruto
solamente
de
leyes
malas
derivadas
de
falsos
principios,
y
el
hombre
puede
encontrar
el
remedio
necesario
por
sí
solo,
sin
una
ayuda
extrínseca.
Y
nace
el
mito
del
“buen
salvaje”,
esto
es,
del
hombre
simple
y
bueno
que
vive
en
los
bosques,
lejano
de
la
sociedad
y
que
es
bueno
y
es
feliz.
Se
pone
como
un
modelo
a
China,
el
pueblo
que
sin
ninguna
revelación
sobrenatural
ha
alcanzado
la
seguridad,
la
prosperidad;
el
país
en
el
cual
florecen
las
ciencias
y
los
filósofos
son
la
clase
social
más
estimada.
Optimismo
Los
iluministas
estaban
poseídos
por
un
ardor
que
se
podría
llamar
mesiánico:
comienza
la
edad
de
oro,
la
nueva
fase
de
la
historia
humana;
todo
obstáculo
será
eliminado
por
la
razón,
por
la
tolerancia,
por
el
final
de
todo
enigma.
Los
iluministas
en
su
entusiasmo
anticipan
la
fe
en
el
progreso
que
se
dio
en
el
marxismo.
No
piensan
en
la
profunda
verdad
que
dice:
“La
historia
no
hace
saltos”.
Estas
grandes
líneas
aparecen
ya
en
el
s.
XVII
con
Herbert
de
Cherbury.
Pero
era
muy
fácil
el
paso
del
deísmo
al
ateísmo,
lo
cual
sucede
con
el
Barón
de
Holbach.
Según
esta
doctrina
el
ateo
es
el
hombre
honesto,
incorrupto,
amante
de
lo
bello
y
de
todo
lo
que
es
racional;
el
grupo
eclesiástico,
en
cambio,
sobre
todo
los
monasterios,
son
presentados
como
centros
de
corrupción,
encubiertos
por
el
régimen
de
privilegio,
por
el
fuero
eclesiástico,
por
la
ignorancia.
134
El
iluminismo
En
la
moral
Ella
no
se
funda
más
en
una
ley
natural,
presentada
como
la
manifestación
de
la
eterna
ley
divina,
sino
como
una
exigencia
de
la
razón
y
de
la
voluntad
humana.
La
hipótesis,
lanzada
por
Grozio,
de
la
obligatoriedad
de
la
ley
como
si
Dios
no
existiese,
llega
a
ser
tesis.
En
la
pedagogía
El
adolescente
debe
llegar
libremente
a
la
verdad
sin
recibirla
pasivamente
por
el
educador,
debe,
siguiendo
su
instinto,
adquirir
por
sí
mismo
el
control
de
las
pasiones.
Las
ideas
religiosas,
pocas
y
simples,
serán
aprendidas
más
bien
tarde.
En
la
economía
Esta
ciencia
es
regida
por
leyes
necesarias,
como
la
física
y
la
astronomía;
basta
por
tanto
descubrirlas
y
respetarlas
para
asegurar
el
orden
económico.
Toda
intervención
estatal
para
cambiar
el
desarrollo
natural
de
los
hechos
económicos
sería
un
error
y
produciría
daños
seguros.
El
sistema
que
se
propone
es
la
fisiocracia,
que
promueve
la
libertad
de
comercio
y
de
producción
y
da
la
preferencia
a
la
agricultura
sobre
la
industria.
En
la
política
El
soberano
debe
asegurar
la
ordenada
felicidad
de
sus
súbditos,
que
sin
embargo
no
gozan
de
libertad
política
ni
de
verdadero
derecho,
y
deben
esperarlo
todo
del
rey.
El
absolutismo
se
desarrolla,
y
el
soberano
busca
imponer
la
propia
autoridad
no
como
una
mera
arbitrariedad,
sino
como
una
exigencia
de
la
razón,
necesaria
para
el
bien
de
los
súbditos.
El
despotismo
iluminado
multiplica
por
esto
las
intervenciones
del
Estado,
que
regula
hasta
los
detalles
de
la
vida
cotidiana,
pero
al
mismo
tiempo
pone
límites
al
privilegio
y
tiende
a
hacer
a
todos
los
súbditos
iguales
ante
la
ley.
Existe
un
doble
rostro
del
iluminismo
y
de
las
reformas
inspiradas
en
él;
nos
encontramos
ante
un
verdadero
progreso
civil
y
social,
del
cual
está
ausente
toda
inspiración
religiosa,
y
que
frecuentemente
está
unido
a
un
espíritu
profundamente
hostil
a
la
Iglesia.
Hubo
notables
pasos
que
la
sociedad
realizó
en
el
s.
XVIII,
en
parte
por
influjo
del
iluminismo:
la
instrucción
recibe
un
notable
incremento
con
la
multiplicación
de
las
escuelas;
los
métodos
escolares
se
renuevan,
la
enseñanza
llega
a
ser
más
adherente
a
la
realidad.
Mientras
hasta
ahora
habían
prevalecido
la
Teología,
la
Filosofía,
el
Latín
y
el
Griego,
ahora
se
da
un
mayor
peso
al
Derecho,
la
Historia,
la
Economía
y
la
Estadística.
El
comercio,
liberado
de
los
pesados
vínculos
de
las
corporaciones
y
de
los
gravosos
impuestos
de
aduana,
se
desarrolla
rápidamente.
La
agricultura
experimenta
nuevos
métodos
y
alarga
su
actividad
a
nuevas
tierras,
antes
sin
cultivar
o
poco
explotadas.
Con
los
primeros
telares
a
vapor
da
sus
primeros
pasos
la
máquina,
que
luego
sustituirá
en
gran
parte
al
trabajo
humano,
dando
vida
a
la
industria
moderna.
Y
sobre
todo
el
Estado
se
renueva:
el
Estado
moderno,
centralizador
e
igualitario,
nace
en
el
s.
XVIII,
aunque
se
afirma
y
llega
a
ser
adulto
sólo
con
la
Revolución
Francesa.
Debido
a
las
ideas
iluministas
el
privilegio
fue
limitado
y
el
mayorazgo
atacado;
mejora
el
sistema
fiscal
con
una
más
equitativa
distribución
de
los
impuestos
entre
todos
los
ciudadanos,
135
El
iluminismo
incluso
nobles.
Los
derechos
civiles
y
políticos
son
finalmente
independientes
de
la
religión
profesada.
Cambia
el
procedimiento
penal,
es
suprimida
la
tortura
y
en
algunos
lugares
se
abroga
la
pena
de
muerte.
Terminan
los
procesos
contra
las
brujas,
que
se
habían
multiplicado
sobre
todo
en
Alemania
en
los
siglos
XVI
y
XVII,
y
que
habían
estado
apoyadas
por
un
cúmulo
de
publicaciones
pseudocientíficas
que
buscaban
demostrar
los
delitos
cometidos
por
las
brujas,
como
el
comercio
carnal
con
los
demonios,
las
masacres
de
niños
etc.,
no
obstante
las
voces
contrarias
como
la
de
Friedrich
Spee.
El
primer
país
en
abolir
estos
procesos
fue
Holanda
al
inicio
del
s.
XVIII;
la
última
ejecución
de
brujas
fue
en
Glarus
en
Suiza
en
1782.
En
este
caso
sí
las
luces
de
la
razón
disiparon
las
tinieblas
de
la
superstición.
Pero
también
hay
que
subrayar
la
profunda
hostilidad
del
iluminismo
hacia
la
religión
en
general
y
hacia
la
Iglesia
en
especial,
la
amarga
intolerancia
de
aquellos
que
se
creían
apóstoles
de
la
tolerancia,
la
lucha
a
fondo
contra
la
Curia
Romana.
La
situación
tan
difícil
era
todavía
más
grave
por
la
falta
de
cohesión
entre
los
sacerdotes
y
de
muchos
eclesiásticos
con
el
papa.
Uno
de
los
testimonios
más
vivos
se
encuentra
en
las
cartas
del
Papa
Benedicto
XIV
(1740-‐1758),
de
las
cuales
resulta
un
cuadro
más
bien
negro:
abades
mundanos,
escépticos,
preocupados
sobre
todo
por
la
carrera;
un
Episcopado
impuesto
por
las
cortes
y
aceptado
por
el
papa
con
extrema
repugnancia
sólo
para
evitar
males
mayores;
arzobispos
electores
del
Imperio
que
llegados
a
Roma
no
se
preocupan
de
hacer
la
visita
al
papa,
y
cuando
al
fin
se
deciden
van
sin
el
hábito
eclesiástico;
capítulos
en
lucha
con
los
obispos;
Órdenes
religiosas
en
perenne
lucha
entre
ellas;
la
Inquisición
española
que
pretende
una
absoluta
independencia
frente
al
papa.
Es
innegable
que
la
debilidad
en
la
cual
se
encontró
la
Iglesia
en
el
s.
XVIII
derivaba
también
de
la
postración
de
gran
parte
del
Clero
y
del
Episcopado
frente
a
las
tendencias
regalistas
siempre
más
fuertes.
Sin
embargo,
el
ataque
a
la
Iglesia
era
debido
no
tanto
a
la
unión
entre
trono
y
altar,
sino
que
era
la
consecuencia
de
los
presupuestos
racionalísticos,
naturalísticos
e
inmanentes
del
racionalismo,
que
quería
desembarazarse
de
toda
autoridad
trascendente.
Además,
los
gobiernos
iluminísticos
estaban
estimulados
a
su
acción
unilateral
también
por
el
rechazo
de
la
Iglesia
a
adecuarse
a
los
tiempos,
a
desarraigar
abusos,
a
renunciar
a
privilegios
que
eran
ya
anacronísticos.
Por
otra
parte
la
Iglesia
se
cerró
gradualmente
en
una
posición
de
condena
total
y
de
defensa
puramente
negativa.
Un
ejemplo
de
ello
es
el
caso
de
la
Enciclopedia.
La
Enciclopedia,
iniciada
en
1751
durante
el
pontificado
de
Benedicto
XIV,
resume
en
sí
el
espíritu
y
las
tendencias
del
iluminismo.
Cuando
la
obra
comienza,
entre
los
escritores
encontramos
personas
de
indudable
ortodoxia,
como
Barnaba
Chiaramonti,
el
futuro
Pío
VII,
y
entre
los
colaboradores
había
varios
eclesiásticos.
Estamos
en
el
pontificado
de
Benedicto
XIV,
un
espíritu
abierto
y
comprensivo.
La
obra
lleva
hasta
1759
el
nulla
obstat
de
la
Sorbona;
por
ocho
años
no
hay
hostilidad
abierta.
Luego
el
clima
cambia,
se
advierten
las
primeras
sospechas;
los
jesuitas,
antes
favorables
se
cierran
en
una
prudente
reserva.
Benedicto
XIV
muere
en
1758
y
las
desconfianzas
se
transforman
en
abierta
hostilidad.
En
1759,
bajo
Clemente
XIII,
la
obra
todavía
no
136
El
iluminismo
terminada
se
pone
en
el
índice.
La
ruptura
se
consuma.
Aparece
claro,
después
de
la
ambigüedad
de
los
primeros
volúmenes,
el
espíritu
antireligioso
que
llenaba
la
obra.
Un
acuerdo
entre
el
ateísmo
del
cual
estaba
impregnada
la
Enciclopedia
y
el
catolicismo
era
absurdo,
y
por
más
que
algunos
quisieron
que
la
obra
no
fuera
condenada
por
Roma,
añadiendo
notas
clarificatorias,
todo
fue
inútil.
Si
la
condenación
de
la
Enciclopedia
es
comprensible
y
plenamente
justificada,
es
doloroso
que
al
tentativo
iluminístico
de
una
síntesis
de
lo
cognoscible
redactada
en
un
espíritu
anticristiano
no
haya
sido
posible
oponer
una
iniciativa
análoga,
inspirada
en
los
principios
católicos.
137