BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES………………………………………………………………………….….12
JUSTIFICACIÓN DEL AUTOR
Las bibliotecas públicas se han olvidado de Papini. Hace poco más de 50 años, en la época en que
Carrero Blanco fue asesinado, los libros del escritor italiano eran de obligada lectura en
universidades y colegios; hoy quedan pocos, muy pocos, que le hayan oído nombrar.
Tiempo atrás, un bibliotecario de un barrio de Madrid se quejaba de que al intentar comprar una de
las ediciones de Papini, de segunda mano y en una gran multinacional —véase FNAC— , el libro
apenas se sostenía por sí mismo. Añadía, además, que las páginas se volteaban y caían de forma
espantosa; el bibliotecario, con un enfado considerable, decidió no gastar su dinero en aquella
especie de 'gurruño con patas'.
Las editoriales han dejado de reeditar al autor italiano; el polvo y la nada corroen sus historias.
Quedan, sin embargo, maestros que le devuelven a la vida.
Ante tal panorama, escribía él, en este secarral espiritual donde nada crece, como decía Valente de
la España franquista "¿Sembrar aquí qué árbol, qué semilla?", las Humanidades han sido
desterradas en favor de la mercantilización del pensamiento. No sólo el método de cribar a los
alumnos en función de sus calificaciones sino también la compraventa de créditos o la falta de
planificación en el temario; todo ello impide que los alumnos disfruten verdaderamente del
contenido de las asignaturas. Estas pequeñas barbaries, por tanto, empobrecen la cultura intelectual
de los estudiantes, dejando en un segundo plano a autores como Giovanni Papini.
En el presente trabajo se intentarán recuperar las enseñanzas de lo clásico y se defenderá a ultranza
la existencia de la literatura en el plano educacional, siempre desde una perspectiva alejada del
academicismo, que limita el estudio de los autores a la fecha de nacimiento y sus obras.
He decidido, así mismo, escribir en verde los títulos que abren las distintas fases del análisis, en
honor a Goggins, que escribía en tinta verde, con una caligrafía inexperta.
LA ESTÉTICA MODERNA, EL FUTURISMO Y PAPINI COMO PERSONAJE
Cuenta Giuseppe Ungaretti, en La vida de un hombre, que Apollinaire, Picasso y Soffici —el que
fuera el mejor amigo de Papini— recorrían las calles de Montparnasse buscando inspiración en esa
bohemia parisina del siglo XX que tanto nos recuerda a Midnight in Paris. Unos cuantos años antes,
en 1909, el poeta Marinetti publicaría el primer manifiesto futurista en el periódico francés Le
Figaro1:
No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada
una obra maestra. La pintura ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas
desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombr e.
Los partidarios del futurismo, favorables a la guerra y fervientes nacionalistas, serían los
precursores de los distintos movimientos de vanguardia. Juan José Sebreli, en Las aventuras de la
vanguardia: El arte moderno contra la modernidad, resume muy bien el comportamiento futurista:
Gérard de Nerval paseando por el boulevard una langosta atada con una correa de perro; Baudelaire
con el pelo teñido de color verde; Barbey d'Aurevilly en plena misa mirándose a un espejito que
llevaba dentro de un devocionario; Alfred de Musset rompiendo con un tiro el espejo de un café
antes de presentarse a una dama, eran actos futuristas avant la lettre.
Papini, en los primeros años de su vida literaria, se situaría dentro de la corriente pragmática
promulgada por William James, al que traduciría, junto con otros filósofos como Kierkegaard o
Bergson, en la revista Leonardo, órgano de difusión en Italia de la cultura europea y americana más
moderna2. Bajo el seudónimo de Gianfalco, Papini y los pragmáticos se denominaban rebeldes,
paganos y personalistas.
La admiración de Papini a Leonardo Da Vinci se demostró en el manifiesto que tendría que haberse
publicado en el primer número de la revista pero que, sin embargo, permaneció oculto hasta la
reedición de la revista en 2002, como bien explica Pedro Luis Ladrón de Guevara en Papini e
Soffici, motores de la modernidad:
El símbolo que elegimos, el sacro nombre de Leonardo […] vivió una vida silenciosa, plena y
profunda, que supo, a pesar de la injuria del tiempo y la brevedad de las ganas, dejar a los hombres
un tesoro de absorta y suprema belleza.
En 1906, publica El crepúsculo de los filósofos, una crítica extensa a los clásicos: Kant,
Schopenhauer y Nietzsche. Viajaría a París para ver a su amigo Soffici y con la pretensión de
reunirse de nuevo con Bergson. Un año más tarde, Papini se casa con Giacinta Giovagnoli. En uno
de sus diarios, Giuseppe Bottai recoge una divertida anécdota sobre el matrimonio religioso:
Que un día entró en casa de los Cecchi y a la criada que siempre iba a abrirle la puerta le dijo: 'Me
caso contigo'. Y se casó con ella. Y a quien le preguntaba el por qué había decidido casarse con una
criada, él le respondía: 'Casi todos toman mujer para tener una criada. Yo tomo una criada para tener
una mujer.
A partir de 1917, Papini observaría los horrores de la guerra, renegaría del espíritu futurista y, en
especial, del patriotismo que tanto le había caracterizado en su juventud. Tolstoi y Dostoievsky le
condujeron de vuelta al Evangelio, que hasta entonces había leído ''con espíritu receloso y hostil''2.
1
1 Vicente Cerveras Salinas en Papini y las Humanidades. Posteriormente, cita suya de la Stroncature.
2 Jorge Martínez, en el artículo Un escéptico ganado por la Gracia, para el periódico La Prensa, 2015.
El propio Papini fue estimado desde ciertas esferas eclesiales y estatales como arquetipo de escritor
católico y sus obras —en especial, su renombrada Historia de Cristo, Los testigos de la pasión, San
Agustím y Carta del papa Celestino VI a los hombres— obtendrían un trato privilegiado por parte de
los organismos oficiales.
Ese ora et labora de la religión se puede percibir en la introducción al lector de Historia de Cristo,
publicado en 1921:
Acción grande y sana es edificar una casa: brindar albergue contra el frío y la noche, es elevarse.
Pero edificar una alma, ¡es construir con piedras de la verdad! Cuando se habla de edificar, no se
percibe más que un verbo abstracto, gastado por la costumbre. Edificar, en sentido corriente,
significa levantar paredes. ¿Quién de vosotros se ha detenido nunca a pensar en todo lo que se
necesita para levantar paredes, para levantarla bien, para hacer una verdadera casa, que se sostenga,
que esté firme, construida y techada en debida forma, con paredes maestras a plomo y con el techo
que no permita el paso del agua? ¿Y en todo lo que se necesita para construir una casa: piedras
recuadradas, ladrillos bien cocidos, tirantes duros, cal de primera, arena fina sin mezcla de tierra,
cemento no envejecido ni húmedo? [...] Así la casa se eleva día por día, hasta el cielo, la casa del
hombre, la casa a la cual llevará a su esposa, donde han de nacer sus hijos, donde podrá albergar a
sus amigos.
Papini comentaba con frecuencia que era necesario apasionar de nuevo a los hombres acerca de la
idea de Dios, sin que ello lo exentara de escupir sobre la imbecilidad humana. Con la publicación de
su polémico libro El diablo, confesó que su finalidad era explorar la posibilidad de conceder el
perdón cristiano al enemigo de Dios, pero también era un llamado para volver la mirada hacia el
Creador, en momentos en que la guerra, el nihilismo y la confusión abonaban a favor del
descreimiento y de la defección de la fe.
No es de extrañar que Papini haya suscitado antipatía y controversia incluso entre sus
admiradores. Maleducado, radical, cruel, incoherente, altivo y sincero: la máscara es para el escritor
la única vía posible de escape frente a la cruda realidad. De padre ateo y de madre católica, muchos
autores han considerado su infancia como una suerte de ironía freudiana en un intento por
comprender el personaje que encarna Papini, que no es otro que él mismo. Es, utilizando una
metáfora suya, de su etapa pragmática, como estar en el pasillo de un hotel en el que hay 100
puertas que dan a 100 habitaciones diferentes en las que viven hombres con distintas perspectivas,
que pueden o no comunicarse entre ellos.
Desafiando la imposición del lenguaje, en Nosotros los ultrajadores, artículo publicado en
La Voce, escribe: “Al pan no lo llamaré pan sino pastitas; al cerdo no lo llamaré cerdo sino animal
necesario para la humanidad; a la mierda no la llamaré ya mierda sino noble madre de las coles”.
Baste decir que la traslación del pasado al presente es fulminante; Papini sigue siendo la referencia
más certera para describir el mundo hoy por hoy.
EL HISPANISMO EN LA OBRA DE PAPINI
Papini llegaría a colaborar hasta en tres ocasiones en el semanario España, creado por
Ortega y Gasset y en el número 78 de La Gaceta Literaria de Madrid, fundada por Ernesto
Giménez Caballero, en un artículo de despedida por la muerte de Unamuno.
También hubo una gran simpatía del escritor italiano al periodista Ramón Gómez de la
Serna, correspondida, según la anécdota que el propio autor refleja en su biografía Automoribundia:
“Este libro es para Papini, que siente por usted una pasión ''touchante'' —me decía una dama rubia”.
Uno de los relatos que aparecen en Gog registra una divertida conversación entre Goggins y Gómez
de la Serna, que lleva por título Ramón y los minerales:
Conozco, desde hace años, pobres grifos de latón obligados al contacto perpetuo del agua, que tosen
y gimen de un modo que mueve a la piedad. He visto herraduras estremecerse al contacto de un
ladrillo sucio o de un excremento repugnante. Entre mis amigos cuento con algunas viejas llaves que
han cogido una simpática confianza conmigo y se niegan a abrir cuando vuelvo a casa demasiado
pronto, infiel a la religión de la noche […] Nosotros nos servimos de los minerales con un egoísmo
espantoso. No solamente los sacamos de la profundidad de a tierra, que es su habitación natural, sino
que los tratamos con una crueldad que no puede imaginarse, repulsiva.
En Papini la hispanidad es ante todo la búsqueda del misticismo perdido. Lo español es llano, humilde, casi
toscano y, al mismo tiempo, carece de vanidad. El italiano admira a los escritores españoles, en especial a
Unamuno, por su sinceridad, por su arrojo para deshacerse de etiquetas, por su anarquismo, lleno de belleza.
Según Alberto Cucchia, en Dos cartas inéditas de
Unamuno, parte del contacto con Papini se pudiera
haber dado a través de la revista de su amigo
Prezzolini:
En concreto las cartas en las que aparecen
referencias a Prezzolini en relación con
Unamuno son tres: una de Unamuno a
Beccari fechada 5 de marzo de 1909, en la
que escribe haber recibido La Voce de
Prezzolini «donde he encontrado algunas
cosas interesantes entre otras que no lo son
tanto»; otra de Ardengo Soffici, enviada al
Rector de Salamanca el 20 de marzo del
mismo año, donde dice, entre otras cosas,
«sento ch’Ella vorrebbe rispondere a
proposito di alcuni scritti del mio amico
Prezzolini»; y una última de Unamuno a
Beccari de 1914 en la que incluye a
Prezzolini entre los escritores a quienes
podría interesarles la traducción italiana de la
primera parte Del Sentimento tragico della
vita.
EL RELATO FANTÁSTICO: DE BORGES A POE
¿Cómo algo tan vanguardista como la música del silencio, que recuerda al 4'33 de John Cage, de
1952, puede haberse desarrollado en los relatos de Giovanni Papini? En Músicos, Goggins
entrevista a un macedonio que hace música sin instrumentos y música cuya sinfonía es un conjunto
de ruidos aleatorios como el rugido de un león, el motor de un coche o el sonido de la cristalería.
Parte de esa influencia podría venir del escritor, periodista y humorista francés Alphonse Allais, que
compuso un libreto en blanco, La Marcha Fúnebre para las exequias de un hombre sordo, y que,
además, posee una ingente compilación de relatos al estilo quevediano, utilizando la ironía y la
sátira. El relato acaba con una cita que forma parte de un poema del escritor valenciano Vicente
Querol, muy apreciado por Unamuno: Para marchar yo solo por mi tierra/ no hay fuerzas en mi
alma.
Otro relato parecido al tema del silencio y la nada es El teatro sin actores, protagonizado por un
ingeniero de Pittsburg que se declara como ''enemigo de los actores'' y que promulga el realismo
absoluto y radical, escenas que han de ser interpretadas por criaturas como espectros, ángeles o
demonios. En La nueva escultura, por ejemplo, se intenta cincelar una figura humana con humo, a
lo que el artista exclama: “Cada obra es única y debe bastar para procurar la alegría de un momento
único”.
Los Papini sin duda son cuentos sobre los horrores que proceden no de los sucesos exteriores, sino
de la propia mente; y son a la vez cuentos intelectuales, a la manera de Edgar Allan Poe: es decir,
están construidos según un montaje que prevé un determinado efecto sobre el lector. Papini utiliza
para dichos acoplamientos un supuesto filosófico, expuesto mediante la superposición de
experiencias anímicas biográficas y referencias eruditas prestadas de la tradición. Todo ello
siguiendo un preciso compromiso ético que podría definirse como la voluntad de saber.
Pero son muchos los que han atacado al escritor italiano por su supuesto antisemitismo,
sobre todo en aquellos relatos que hacen referencia a la etnia judía, en especial el relato Las ideas
de Benrubi, en el que describe al protagonista hebreo con un “aspecto pobrísimo y la expresión de
un perro que teme ser apaleado, pero que sabe, sin embargo, que es necesario” o esta otra expresión:
“para no ser exterminados tuvieron que inventar su defensa: el dinero y la inteligencia”.
Recordaba a menudo la querida ciudad, tan sola en medio de la llanura, como una exiliada (he
pensado siempre que existen también ciudades desterradas de su propia patria), sin río, sin torres ni
campanarios, casi sin árboles, pero totalmente quieta y resignada en torno al gran palacio rococó, en
el que charla y duerme la corte. En las calles, a cada cien pasos, hay un pozo y junto al pozo una
fuente y sobre cada fuente un guerrero de terracota, pintado de azul y rojo pálido.
Borges, por otro lado, en El Otro:
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos
quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris
acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La
milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado,
creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Son muchos los expertos que han señalado que la escritura de Borges se ha visto influida por la de Papini.
Ironía o destino porque ambos autores acabaron ciegos y hasta el último momento aprovecharon para
escribir. Otro de los escritores que se inspiró tanto en Borges como en Papini fue Italo Calvino, que partió
del relato Novísimas ciudades, contenido en Gog, para su novela Las ciudades invisibles:
Puedo ofrecerle, por ejemplo, una ciudad sin casas, compuesta solamente de campanarios y torres,
una selva de tallos orgullosos de piedra y cemento. O bien, si le gustase más, una ciudad constituida
por un solo edificio […] Pero tal vez le convendría más a usted una ciudad toda hecha de casas
altísimas sin puertas ni ventanas […] ¿O preferirá, quizá, la Ciudad de la Perfecta Igualdad? Está
formada por millares de casas exactamente iguales […] Pero en el caso de que la Ciudad de la
Perfecta Igualdad no le llamase la atención, podría proponerle otra mucho más original: la Ciudad
Invisible.[…] En el caso de que no le satisfaga la vida subterránea puedo edificar para usted la
Ciudad Variopinta, con casas de estilo geométrico, pero todas pintadas de colores puros, vivísimo.
I. «El después es lo que explica el antes […] El primer capitulo de toda historia debe estar
constituido por las ''últimas noticias'' y el último capítulo de toda historia universal bien hecha no
puede ser más que el relato de la creación».
II. «No hay ningún lugar de la tierra donde no se encuentren huellas de viajeros y de civilización.
Es imposible encontrar un pedazo de selva o de estepa donde no haya penetrado un blanco».
III. «No quiero esperar, como mis semejantes a chochear para abrir los ojos y disfrutar».
IV. «
Es probable que nadie, dentro de un siglo, se dedique a una industria tan atrasada y poco rentable [el
escribir]».
V. «Entre los europeos y entre los asiáticos aumenta cada día la manía de poseer los aparatos
mecánicos más modernos y disminuye, al mismo tiempo, el amor hacia los restos de la vieja
cultura».
VI. «La industria tiene ahora el dominio y el monopolio de todas las fuerzas de la naturaleza, a
excepción de la más admirable de todas: el espíritu».
VII. «El cielo está distante, lejano, es inmodificable, hostil […] Tiene influencia sobre mí y yo no
puedo tenerla nunca sobre él. Si lo contemplo me rebaja; si lo ignoro me castiga. Tiene una vida
propia, misteriosa y solemne, que no consigo de ninguna manera turbar o mudar».
VIII. «Si desmonto el Yo pedazo a pedazo, encuentro siempre trozos y fragmentos que proceden
de fuera; a cada uno podría ponerle una etiqueta de origen. Esto es de mi madre, esto de mi primer
amigo, esto de Emerson, esto de Rousseau o de Stirner. Si realizo a fondo el inventario de las
apropiaciones, el Yo se me convierte en una forma vacía, en una palabra sin contenido propio».
IX. «Se puede negar la existencia de los dioses pero no se puede negar la existencia de las
religiones».
X. «Inventar un delito totalmente nuevo, después de tantos siglos de tortura y asesinato entre los
hombres, no está al alcance de todos».
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
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segun-miguel-de-unamuno/