Al principio era la Tierra, después fue Dios, fue el Déspota, el Líder, el Estado, el Leviatán.
Aunque…nada ha cambiado tanto, al final seguimos flotando sobre una roca en el espacio. Lo que
pasa es que necesitamos poner orden, relacionarnos entre nosotros, relacionarnos con lo que nos
rodea. Subir de las profundidades de la tierra hacia la superficie. Dejar nuestra marca en el suelo,
en las paredes de una cueva, en tablas, en papel, en computadores, en los cuerpos, en nuestros
cuerpos. Necesitamos hacer que las cosas se muevan (o parezcan moverse). Todos somos
perversos intentando dominar al mundo, a los otros, imponer NUESTRO orden. Seducción,
brujería, fetichismo. Hagamos mover a los objetos, démosle un espíritu. Eroticemos las partes del
cuerpo, la boca, las manos, el pelo. Eso es lo que hace mover a una sociedad: el deseo.
II
Símbolo=fetiche=manifestación del deseo. Algo ha saltado afuera. Algo se vuelve aparente. Algo
sale a la superficie. En toda relación se da algo de eso. Si todos somos perversos es porque todos
somos pequeños déspotas en algún punto. El deseo también es eso: dominio, ejercicio de poder.
Pero lo que hay de fondo es una hipocresía. Es no darse cuenta que ese objeto lo inventamos
nosotros, que es sólo un pedazo de una cadena más larga, de un proceso más grande. Es sólo un
símbolo de otra cosa, es sólo una manifestación, una apariencia. Ya sean los fetiches subterráneos,
los objetos mágicos, la inscripción en las cavernas, o ya sean los ídolos del reino celeste del
Déspota-Dios, o ya sea la realidad “objetiva”, la hiperrealidad, el HD, la imagen, la representación,
es todo el mismo proceso del deseo alienándose a sí mismo en la operatividad social de un objeto
que adquiere supuesta independencia. Ahí está la serie completa, esa es toda la historia: “fetiches,
ídolos, imágenes y simulacros: fetiches territoriales, ídolos o símbolos despóticos, todo es
retomado por las imágenes del capitalismo” (Anti-Edipo, p. 319). Esto no sin la ayuda de Edipo,
maestro del deseo, simulador por excelencia.
Historia que se desarrolla sobre el gran cuerpo de la Tierra. Cuerpo que se vuelca sobre nosotros,
sobre nuestros cuerpos demasiado individuales, demasiado organizados. Nos hace funcionar como
máquinas, máquinas que creen en milagros, en ilusiones, en simulacros, máquinas que crean esos
milagros en los que creen, y no se dan cuenta que son ellas mismas quienes los crean. Creemos en
los fetiches que nos creamos. Nuestros órganos funcionan como objetos parciales, nos impiden
ver totalidades. Y vamos generando separaciones. Nos unimos generando separaciones. Nos
sentimos atraídos por parcialidades (“qué lindos ojos”, “me gustan sus labios”, “me gusta su
ropa”)…hasta que nos aburrimos, y pasamos a otra cosa…nunca estamos totalmente satisfechos.
Vamos conquistando territorios, sin nunca conquistar la Tierra. Vamos cambiando una cosa por
otra, permutaciones de nuestro objeto de deseo, que nunca es verdaderamente EL objeto de
deseo…siempre es simulacro, fetiche, parcialidad.