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EL

EXORCISMO DE PARÍS

J.R. Cordero

El Exorcismo de París

A las tres menos cuarto de la madrugada, Rebeca acudió a la terraza de su

departamento en el bulevar de Saint Michel con calle Saint Germain de París,

quería tomar aire fresco tras una frenética noche de fiesta postmodernista. Era

la hora muerta del primero de Noviembre del año dos mil y el frío del otoño

del Atlántico norte, ya hacía gala de sus grises y alocados vientos. Tras

tomarse un trago, vio como al fondo del pórtico se movieron las cortinas, sin

brisa alguna, que separan los ambientes del vetusto y mohoso lugar. Luego,

casi al unísono, un enorme crucifijo colgado en el dintel de la entrada de su


hogar, giró sobre su propio eje inferior y quedó invertido. A continuación,

todos lo teléfonos móviles de los presentes comenzaron a sonar de manera

insistente, tras unos segundos, todos callaron y una pestilencia invadió lo que

aún quedaba de la fiesta.

La música que se hallaba de fondo paró súbitamente, el aparato dejó de


reproducir la misma y cayó en una estación donde sólo se escuchaba estática.

Luego de varios desafueros la estática radial dio paso al ruido blanco y éste,
luego de un minuto, desencadenó varias psicofonías mientras se alternaban

con voces poco inteligibles.


Acto seguido, el crucifijo de la puerta cayó al piso y se quebró a dos tajos.

Luego, unos pasos secos se escucharon en la escalera principal que conduce al


departamento. El rechinar de la madera rancia estremeció el corazón de todos

los presentes y casi al instante comenzaron a ver como cambiaba el rostro de


Rebeca, perdiendo su contorno y definición humana. La muchacha comenzó a

hacer movimientos involuntarios y rítmicos, como siguiendo una cadencia


infernal. A la par, y ante la mirada atónita de todos los presentes, Rebeca lanzó
un fuerte alarido con voz masculina y metalizada, la mujer estaba fuera de sí,

pero nadie lo había percibido en su esencia más íntima.


Rebeca, vaciló un poco, se levantó de su silla y acudió rápidamente hasta el

punto donde se encontraba el crucifijo partido. Acto seguido, escuchó como

comenzaron a vibrar las copas de las mesas y sus compañeros, que se hallaban

en el vestíbulo salieron a la glorieta pues creían que estaban presenciando un


terremoto. Rebeca levantó una manta gris y una pequeña caja o cofre de

madera raída y llena de telarañas, se develó ante sus ojos de manera súbita.

Tras unos minutos, se fue la electricidad y unas campanillas de metal

templado sonaron de manera estridente y seguidamente se dejaron ver varios

celajes, sombras, rodeando todo el lugar y dejando, cada cierto rato, escapar

una sonrisita cómplice, como un chasquido de dientes afilados, a semejanza de

unos lobos cerca de la carroña.

Las paredes del departamento se humedecieron y aparecieron enormes


manchas que recordaban el vaho infernal que todo lo invade y lo consume

trastocando las esencias de las cosas. Tras abrir la caja, Rebeca fue invadida

por un estupor que le recorrió desde la nuca hasta los pies y sintió como sus
manos envejecieron de un golpe, se había metamorfoseado y todo el lugar hizo

lo propio, como si siguieran una extraña coreografía cuyos hilos los movía el
propio averno. Todos estaban presos del pánico. Con la catedral de Nuestra
Señora de fondo, advirtieron como figuras difusas ocuparon los espacios de la

fiesta, todo el recinto fue poseído en instantes. La temperatura cayó


abruptamente y dio paso a la hora muerta, eran las tres y un minuto de la

madrugada. Una espesa niebla se apoderó de todo y todos.


Hubo un silencio, quizás de unos veinte segundos, y una calabaza que
estaba en la entrada de la puerta estalló en mil pedazos, de inmediato regresó

la electricidad; con el cuello quebrado hacia el lado izquierdo, se hallaba


Rebeca suspendida en el aire, sus compañeros de juerga le vieron y

comenzaron a gritar desesperadamente. Todas las bombillas del lugar se

rompieron una a una con una cadencia infernal, llevaban ritmo, era la armonía

de las tinieblas que hacían acto de presencia. Las noctumbras, las sombras
espectrales del infierno, se apoderaron del lugar y con sus vocalizaciones

virulentas, hicieron presa de todos. El pánico invadió todo el lugar, y la espesa

niebla hizo un extraño remolino al interior del vestíbulo. Rebeca cayó desde lo

alto de su suspensión, adoptó una postura cuadrúpeda y con un chillido de

marrano persiguió a todos, iniciando así, una cacería endemoniada. Todos

huyeron hasta un rincón cercano del comedor y se apiñaron como ratas al

margen de un pozo de agua, los ojos de Rebeca se inyectaron de rojo,

contorsionó su cuerpo hasta perder su forma humana soltó un grito y luego


tomó por el cuello a uno de los presentes, sin mediar palabra alguna, lo arrojó

contra una estantería de cristal y luego escribió en una de las paredes: “Llegó

el momento, padre Alberto”.


A continuación, tres de los presentes en la fiesta se acercaron hasta el

balcón e inmediatamente fueron rodeados por las noctumbras, quienes como


un coyote acecha a su presa formaron un círculo dinámico acompañado de un
tintineo de campanas. Una de las chicas acorraladas, comenzó a desgarrarse

las vestiduras hasta perder la conciencia de sí misma y arrojarse por el vacío y


quince metros más abajo fue a dar contra la calzada del edificio. Las dos

restantes trataron de zafarse de sus espectrales perseguidores pero fue inútil el


forcejeo, una de las noctumbras lanzó un alarido y las dos personas prefirieron
lanzarse por el vacío para escapar de sus garras.

Unos minutos luego se vio un rayo que iluminó todo el cielo de París, y
más atrás el ensordecedor trueno que le sucede, anunció la lluvia que hizo acto

de presencia en el otoño boreal. Uno a uno todos los faroles del alumbrado

público se apagaron hasta llegar al Sena. Luego un crujido ensordecedor y la

calzada se quebró dejando escapar una emanación sulfurosa, como si unos


extraños efluvios estuvieran emanando desde las entrañas mismas de las

tierras parisinas. Acto seguido, una helada recorrió todo el barrio y congeló

todo los cristales de la zona, dando un aspecto invernal al lugar. Hubo un

silencio y sólo se escuchaban unos gemidos provenientes del departamento de

Rebeca, nadie se atrevió a verificar que ocurría. Un silencio cómplice lo

embargó todo y la hora muerta corría despiadadamente en el reloj haciendo

más fuertes a las extravagantes noctumbras quienes ya dominaban todo el

ambiente circundante. En lo alto del cielo gris se abrió un boquete circular,


dejando cristales hielo suspendidos, se oyó un golpe seco y ensordecedor y

toda la ciudad tomó un aspecto mustio, ya todo había comenzado.

Tras unos instantes uno de los presente intentó agarrar a la posesa por una
de sus piernas para sujetarla y dominarla. La endemoniada, tras sentir las

manos de su oponente, se alzó sobre sí misma y en un trepar por las paredes se


lanzó sobre el cuerpo del sujeto y lo lanzó contra una de las paredes luego de
lo cual fue a dar contra un aparador lleno de cristalería que se vino hacia el

piso.
-Dime infeliz ¿qué quieres de mí? –Acusó el demonio mientras sujetaba al

muchacho por el cuello.


-No, la pregunta ¿qué quieres tú? ¿Cuál es tu propósito? –dijo el hombre al
tiempo que expulsaba profusamente saliva por su boca.

-¿Mi propósito? El propósito de la vida es acabarse… Así que no juegues


conmigo ni te hagas pasar por listo –señaló el demonio enfurecido y de

inmediato dos compañeros más llegaron hasta el lugar y sujetaron a Rebeca

por las extremidades en un intento por inmovilizarla y tratar de calmar la

situación. Cuando esto ocurrió, la mujer dejó escapar un estrepitoso grito,


medio ensordecedor, medio enloquecedor; lo cierto es que todos, en ese

momento comprendieron que la situación no era un acto de locura, sino una

manifestación preternatural verídica. Muchos buscaron la puerta de salida y

cuando llegaron a la misma e intentaron tomar el picaporte para abrirla,

notaron un calor muy fuerte, de tanta intensidad que la pintura de las paredes

comenzó a hervir dejando escapar burbujas cada cierto tiempo, en es momento

todos advirtieron que el departamento estaba en llamas, se consumía por

dentro.
Unos segundos luego comenzó un fuerte viento en forma de remolino en el

interior del departamento de Rebeca. Las paredes se agrietaron un temblor

todo lo invadió, con tal intensidad que todos los aparadores y muebles fueron
expulsados de sus sitios originales. La endemoniada comenzó a correr

alrededor de las recámaras con la cabeza opuesta al torso de cuerpo, como si


dos espíritus estuvieran en posesión de ella y con la intención de hacer
caminar de manera opuesta. Se detuvo y arrancó a correr de lado como un

cangrejo, mientras expulsaba de su boca sonidos simiescos y actos


involuntarios, pareciera que algo quisiera salir de su cuerpo pero no le dejara

por falta de voluntad. Tras unos breves minutos, por el techo del departamento
corrió una enorme grieta y dejó caer polvo y estuco al mismo tiempo, luego de
rodar el último pedazo de cemento por el piso, la posesa saltó sobre sí misma y

realizó varias contorsiones y le gritó a uno de los allí presentes: “¡vente marica
y fóllame!”, a continuación rasgó todas sus vestiduras y se quedó en su ropa

interior dejando mostrar su pálido vientre, donde tenía escrito en la piel viva

la palabra “Azazel”. Su acompañante de cuarto, Isabel, acudió junto a su

compañera con un crucifijo de plata y se lo colocó en la frente de la pobre


muchacha y su piel chisporroteó al tocar el metal. Los demonios se

incorporaron y alzaron con su mano derecha a Isabel y la arrojaron contra la

pared, luego tomó la cruz y la dobló sobre su propio eje, hasta convertirla en

una vara rectilínea, luego le dijeron a Isabel: “escúchame puta infeliz, lo que

cuenta es la fe”, y de inmediato penetró su cuerpo con el objeto metálico a la

altura del abdomen, se contorsionó, gruñó y su cuello se hinchó y deformó,

como si soportara un gran peso o tratara de expulsar algo más grande que el

mismo. Sonrieron los demonios, gritaron y luego escupieron la vara de plata


pero con su forma original de cruz, ante la mirada estupefacta de todos los

presentes. Tras un breve silencio exclamó de manera fuerte y ronca: “quiero al

padre Alberto” y se desató una ventisca dentro de la residencia y los demonios


comenzaron a silbar una extraña melodía.

Tres de sus compañeros intentaron sostener a la pobre muchacha,


entendiendo que estaba fuera de sí y que alguna locura o espectro la había
poseído sin razón alguna aparente. Rebeca se zafó de todos y luego se dirigió

hasta la pequeña terraza de su departamento, y con los ojos hinchados de


sangre soltó un siseo gatuno, muy agudo, y acompañada de un campaneo

proveniente de las copas del interior se echó por las paredes externas del
edificio bajando por las mismas como lo hace un lagarto por las rocas, en su
transitar tres noctumbras la acompañaban. Mientras el resto de los invitados se

volvieron sobre sus miradas al unísono, dentro del ambiente de la sala del
departamento, pues una caja de música, pequeña, se abrió y luego se desplegar

su espejuelo dejó escapar una melodía infantil pero acompasada de

inexplicables notas de un inexistente órgano; sin mediar palabra alguna y

presos de un intenso pánico mucho más grande que sus vidas y espíritus, todos
los presentes en la alocada fiesta de brujas, se arrojaron por la solana del

departamento hacia la calzada parisina fría y húmeda, quedando diseminados

en forma de un pentagrama invertido y en ángulo a la luna llena que dominaba

todo el lugar. De fondo se escuchó un aullido muy tenaz, tanto que los cuervos

alzaron vuelo, y tras una risilla espectral, los ángeles caídos en posesión de

Rebeca sintieron complacencia, estaban de regreso en la tierra.

La posesa arrancó a correr siguiendo el curso del río Sena y se perdió en la

niebla de la noche oscura y brumosa. Por su parte todos los vecinos del
bulevar de Saint Michel, se levantaron ante tanto alboroto y por el fuego que

invadía la casa de Rebeca, la consternación y la muerte invadieron el ambiente

urbano y la ciudad cobró un aspecto ruinoso, muy húmedo, como si un fosco


demonio le hubiese poseído de manera inesperada. Todos sentían que había

finalizado el reino de los hombres y comenzaba el de los ángeles caídos, pero


nadie lo decía.
Con rítmica cadencia todo el alumbrado público de la ciudad fue

desapareciendo mientras la posesa bordeaba la costa del sereno río. Una


espesa niebla hacía de las suyas, la cual llenó de humedad todo el paisaje

urbano y que a su vez, hizo que todos lo vecinos volvieran a sus casas pues
eran presa del pánico, ya colectivo.
Con muchos relámpagos la lluvia arreció con gotas heladas y gruesas, su

sonido ahogaba cualquier ruido pero era incapaz de mitigar el fuego que
consumía el departamento de Rebeca. De cuyo interior salió Santiago, el único

sobreviviente de la fiesta y compañero de estudio de Rebeca quien al percibir

todo el desastre buscó la manera de a auxiliar a todos sus amigos pero era

tarde pues estaban muerto y diseminados por todo el lugar. En medio del
frenesí y el temor que le invadía advirtió que Rebeca no se halla por ningún

lado, así que dedujo que la muchacha había escapado hacia a algún punto de la

oscura y desolada ciudad.

Ya en la calle, Santiago mira a su alrededor y ve como se desdibuja a lo

lejos una especie de silueta femenina, aunque algo deforme y con rasgos

fuertes para ser una mujer. Dicha sombra le mira fijamente y deja percibir sus

ojos muy rojos, era lo único que se veía en toda la penumbra enrarecida por la

niebla espesa que hacía juego con la intensa lluvia. A Santiago le invadió un
presentimiento y expresó “es ella y está viva”, pero quedó inmóvil pues el

temor se apoderó de él luego de escuchar la fuerte voz lanzada por la posesa,

quien le advertía que no le siguiera pues su lucha no era con su persona, había
venido a cobrar una deuda.

Tras unas breves reflexiones, Santiago se sobrepuso de su temor y comenzó


a buscar una linterna que le ayudara a ver en toda aquella oscuridad, no podía
observar más allá de dos metros de distancia y ya la posesa se había escapado

dentro de la espesura y las orillas del Sena. Santiago rompió una vitrina de una
tienda que encontró en medio del bulevar y logró encontrar una linterna la cual

le permitió mejorar su visión en medio de toda la penumbra.


Emprendió su marcha por las calles y su impresión era que la gracia divina
le había abandonado, no escuchaba nada únicamente la soledad de la ausencia

de sonidos embargaba su alma y en medio de todo ello el temor por la vida de


Rebeca, su amiga, pues sus otros compañeros estaban muertos por alguna

razón desconocida para él. Tras de sí, unos celajes y una sensación de que le

seguían con pasos firmes varios espectros, sin embargo, y cada cierto tiempo

se volvía hacia atrás y no percibía ningún rastro de humanidad, como si todos


por algún motivo oculto hubieran abandonado el lugar de manera sorpresiva.

En el interior de su ser Santiago estaba consciente que se encontraba en medio

de algo pero cuyas fuerzas humanas eran empequeñecidas. Entonces una

sentimiento le sobrecogió y percibió que la muerte le acechaba en medio de

ese ancho combo velo plateado y neblinoso que era la noche parisina de esa

madrugada. Sin importarle mucho y claro que no podía volver sobre los pasos

anteriores decidió mantener la búsqueda de su amiga, la única testigo de los

hechos paranormales vividos y que podía sostener junto a él, la versión de las
muertes colectiva de sus compañeros. Con cada paso que daba se alejaba más

de su propia vida y se sumergía en lo desconocido y el temor se apoderaba de

su espíritu, a tal punto que perdió consciencia de sí mismo, realmente era otra
persona pues lo vivido rompía con cualquier lógica posible.

En lo alto del cielo oscuro y en medio de las luces grises permeadas por la
lluvia, se divisaba el campanario de Nuestra Señora y al dar las tres y treinta
minutos dejó escapar un repique que fue lo único que rompió el silencio de

aquella noche donde el infierno, se volvió a acercar a la tierra de los hombres.


Acto seguido, un grupo de noctumbras rodearon los contrafuertes de la

arquitectura de la catedral y dejaban escapar balbuceos estridentes y guturales


mientras cortaban el viento y la bruma. Muy cerca de la iglesia, en la fuente de
Saint-Michel y tras el chasquido de un rayo celeste, Rebeca, poseída por los

demonios, se subió al torso de la misma y comenzó a lanzar a alaridos


simiescos cuyas ondas se apoderaron del lugar y tras unos segundos una

manada de perros grises, provenientes de ningún lugar, aparecieron y le

rodearon como si le hicieran caso de manera racional y le acompañaron al

unísono de una misma manada. En una pausa, la lluvia se interrumpió sólo


alrededor del lugar de Rebeca mientras en el resto de la ciudad todo estaba

invadido por un contumaz aguacero que se continuaba alternando con

relámpago en una danza infernal. Santiago, a pocos metros de la estatua del

defensor de los hombres, se contuvo y vio aquella escena mientras la sangre se

le helaba, aguardó un momento y se ocultó detrás de un árbol medio quebrado,

para asegurar que ninguno de los cánidos le percibiera, no obstante, al

terminar esta acción, todas las luces del alumbrado público comenzaron a

encenderse de manera rítmica y a intervalos regulares sin detenerse hasta que


la presencia de Santiago fue revelada y a continuación, Rebeca con sus ojos

hinchados de rojo y brillantes, le clavó la mirada y advirtió que el joven estaba

muy cerca de ella. La posesa en un acto de rabia, impulsada por la fuerza


demoníaca que le dominaba le arrancó la cabeza de la estatua de San Miguel

Arcángel que corona el bulevar homónimo y se la arrojó a Santiago, quien se


echó al suelo mientras la misma derribaba los árboles y partía la acera
contigua, luego Rebeca tomó la espada de la escultura del arcángel y fracturó

en dos los dragones de la fuente, para finalmente liberar al demonio de la


estatua con la pulverización del torso de San Miguel. Las luces volvieron a

apagarse y la penumbra todo lo invadió nuevamente, Rebeca lanzó un


graznido y se fue del lugar dando salto, se detuvo, sus ropas se secaron, se
volvió sobre sí, le clavó la mirada a Santiago y sólo en medio de la fosca

noche se veían sus ojos rojos, y en medio de los mugidos de sus compañeros
de manada, se perdió en medio de la bruma.

Reptando por la calzada Rebeca llegó a la Isla de la Cité desde la plaza de

Saint-Michel. Cuando pisó la pequeña porción de tierra paró la lluvia y los

contornos de la isla fueron penetrados por el agua fangosa del río Sena.
Súbitamente la temperatura cayó y como si no hubiera llovido nunca, las gotas

suspendidas en el ambiente insular dieron paso a pequeñas escarchas

transparente que unos segundos luego se convirtieron en copos de nieve y el

gris pálido de la ciudad migró hacia el blanco de la nevada que se apoderaba

de todo el paisaje urbano.

La poseída, sin mostrar perturbación alguna por el cambio de temperatura

en el ambiente, se dirigió hacia Sainte-Chapelle, una vez en la entrada de la

capilla subió por su entrada principal y tras colgarse de su dintel gris entró por
el rosetón principal luego de romperlo en mil pedazos con un metálico grito

que dejó escapar de sus labios resecos. Una vez en la nave principal se dirigió

a la capilla alta del recinto religioso y a la sombra de los reyes se subió por las
paredes hasta el ábside, a unos trece metros de altura e hizo un barrido con su

mirada perdida para luego dejar escapar la frase: “¿dónde está?”… “¿dónde
está el libro?”. Acto continuación comenzó a romper todos y cada uno de los
vitrales luego quebró las estatuas de las hornacinas y finalmente levantó las

losetas del piso mientras repetía alocadamente: “¿dónde está el libro?”. Se


detuvo un rato y en medio de sus jadeos frecuentes y exultantes, dijo: “es el

padre, lo tiene él, sólo un mentiroso puede engañar a un mentiroso… me


engañaron y pagarán”. De inmediato terminó de trepar por el techo y abrió su
bóveda con el golpe de su cabeza y se colgó del enorme y frío capitel y en

medio de la nevasca dijo con fuerte voz: “Ne avertas oculos a fulgure huius
sideris si non vis obrui procellis… Tampoco están los óleos, sólo pido un poco

de respeto”. Y de inmediato los perros de su manada comenzaron a aullar,

mientras los helados copos de de nieve se volvieron muchos más densos y

pesados.
Por su parte, Santiago, en medio de la penumbra nevada se incorporó como

pudo y tras caminar varias decenas de metros advirtió que su amiga estaba en

la Isla de la Cité. Antes de llegar a lo que quedaba de la plaza de Saint-Michel

por el bulevar homónimo, una anciana que se hallaba en una panadería

cercana le salió al paso y le señaló del peligro, le dijo “llegaron los demonios,

están por todos lados”. Santiago se detuvo y le vio al rostro como tratando de

interpretar sus palabras las cuales asumía como producto de una locura

temporal; una vez que logró delinear a la dulce anciana, las pupilas de ésta se
dilataron y dejó mostrar unos dientes afilados y tras un siseo felino le clavó los

incisivos y los colmillos en el brazo izquierdo para luego dejar escapar una

risa cruel cuyo fondo eran las campanadas de Nuestra Señora que señalaba las
cuatro en punto de la madrugada. Santiago luchó con el cuerpo de la anciana

para tratar de arrancársela de encima, no obstante, los demonios que la poseían


lo tomaron por el cuello al joven y lo arrojaron contra unas vidrieras de una
tienda, a continuación la mujer de un brinco fue a dar al río para perderse en

las aguas del mismo. El muchacho se sobrepuso y se incorporó como pudo en


su caminar tumultuoso, estaba decidido a llegar hasta donde estaba su

compañera, la única manera de probar que no estaba loco, pues ella era el
testigo natural de todos los eventos que había vivido aunque parecieran una
pesadilla.

En tanto la nevasca dio paso a la ventisca de nieve y sobre las calzadas y


puentes que rodean a la Isla de la Cité, fueron cubiertos casi instantánemente

por treinta centímetros de cellisca, tan blanca como la muerte que le sucede.

En medio del frío invernal apareció una banda de cuervos cuyos graznidos

acompasó el silencio de la ciudad que aún no despertaba ni atestiguaba


aquellos hechos extraordinarios. Cerca de la catedral de Nuestra Señora, la isla

comenzó a hundirse sobre el lecho del río, las bases del edificio religioso

comenzaron a ceder ante el fango provocado por la lluvia primigenia y luego

por la nevada que discurría por el cielo de un París que había pasado de otoño

a invierno en medio de la víspera del día de todos los santos.

La posesa se abalanzó desde Sainte-Chapelle hacia la catedral de Nuestra

Señora bordeando todas la orilla de la Isla de la Cité, cuyas tierras habían

caído bajo las aguas del río; sus huellas eran borradas rápidamente por la
jauría que le seguía como una escolta infernal mientras las noctumbras giraban

alrededor de la torre sur del edificio religioso. Rebeca impulsada por los

demonios en su interior, se posó a los pies de la torre sur y acto seguido


comenzaron a sonar las campanas sin razón aparente con un ritmo alocado y

mordaz. Subió por la puerta del Juicio Final y escaló hasta su cornisa para
luego trepar hasta la galería de los reyes de Judea y una a una le fue
arrancando las cabezas a todas las esculturas de los monarcas, a los veintiocho,

hasta quedar decapitadas y perder su rostro sobre la calzada de la plaza, a


continuación dijo en voz alta, serena y masculina “rex ego sum” y se echó a

reír, para después decir de manera bronca “el padre Alberto morirá, así está
escrito por el príncipe. Continuó reptando por el frío concreto y llegó hasta el
rosetón principal y luego de mofarse de la crucifixión del Rabí, justo al frente

del pórtico central, hizo que la representación de Cristo junto con sus doce
apóstoles se partieran en dos, tras unos segundos, comenzó a levitar frente al

vitral y dejó escapar un estridente grito seguido del aullido de su jauría para

hacer estallar el delicado tragaluz en mil pedazos y de inmediato, las

noctumbras penetraron en el interior de la catedral y todas las luces se


encendieron y quedó perfectamente iluminada, como si fuera un domingo

estival del tiempo ordinario. Tras un fuerte rayo que iluminó la madrugada

parisina, los demonios impulsaron el cuerpo de Rebeca hasta la pared de la

torre sur y con las campanas de fondo, la escayola gótica comenzó a

resquebrajarse y dejó caer los escombros y el polvo quedó suspendido en el

ambiente. La ventisca de nieve se transformó en cinarra gris y maloliente y se

apoderó de todo el lugar. Sobre los contrafuertes los demonios escalaron hasta

llegar a la galería de las quimeras y al transcurrir unos segundos, el cuerpo de


Rebeca perdió su apariencia humana para develar una figura a medio terminar

entre un equidna y un simio; de su hombro izquierdo comenzó a brotar un

protuberancia parecida a una pequeña cabeza, como si dos espíritus habitaran


el mismo cuerpo; su pálido rostro dejó ver unas hinchadas venas con sangre

verduzca y en su pecho apareció el nombre “Azazel”. Colgando de un brazo


en los contrafuertes centrales y mirando el espectáculo de los pétreos seres que
le rodeaban de la decoración gótica de la catedral, las quimeras cobraron vida

tras dejar escapar un prolongado resuello y una transpiración de su granítica


piel rancia. Con su corte infernal la posesa entró a la nave principal de la

catedral y toda la Isla de la Cité, se hundió aún más en el río, como si sintiera
en el peso de los infiernos sobre sus cimientos, el agua ocupó toda la calzada
de la fangosa tierra y un vaho pestilente se hizo presente en el lugar; la nieve

arreció cubriendo de su blanco mortal todo lo circundante y las campanas


cesaron, sólo para dejarse escuchar los sonidos guturales de las noctumbras

quienes giraban alrededor de la torre sur en una aterradora escena que

custodiaba la caída de la iglesia.

Con los pies en el agua, Santiago llegó hasta la fachada principal de la


catedral de Nuestra Señora, no había modo de entrar se acercó hasta la puerta

de la virgen y tras persignarse le dio un fuerte golpe a la madera y el

chasquido de los goznes junto al crujir de la madera dio aviso a que la puerta

se estaba abriendo. Cuando puso su primer pie en el interior del edificio gótico

todas las luces se apagaron y los cirios que estaba a lo largo de la fría nave, se

encendieron dando contornos espectrales a todo el decorado interior. Con un

silencio insondable el joven caminó en medio de la neblina que se colaba

desde la entrada de la iglesia y comenzó a llamar a su amiga por su nombre de


pila. Sin respuesta, se escuchó el sonido que producen los bancos al moverse

luego se dejaron ver unos celajes, para finalmente oírse un silencio acusador.

El muchacho no veía más allá de su propia sombra y la tenue luz de las velas
desdibujaba el ambiente que le rodeaba. Luego de un minuto, el órgano

principal de la iglesia se activó y sin que nadie lo tocara comenzó a interpretar


la tocata y fuga BWV 565 y Santiago fue presa de un enorme terror y cuando
intentó huir del edificio medioeval todas las puertas se cerraron y una bronca

voz dijo: “Rebeca no está, estamos nosotros” y acto seguido la joven, vestida
con una en bata blanca, comenzó a levitar con los brazos extendidos y en

forma de cruz, mientras su cabello negro le cubría el rostro y las manos y pies
le sangraban.
Santiago se echó a correr por todo el recinto religioso hasta que logró

treparse al segundo nivel de la catedral y allí intentó esconderse de la escena


demoníaca. Acto seguido una ráfaga de viento penetró por uno de los vitrales

del costado norte de la iglesia, sin que ello apagara la llama de los cirios

encendido, luego en el interior se formó una ventisca que hizo cuartearse la

estructura del púlpito y a continuación el agua bendita de la pila se elevó y se


suspendió en el aire para luego convertirse en una escarcha semilíquida. La

artesa, una vez vacía de en su interior se partió en dos sin hacer ruido alguno y

cayó sobre las losetas del piso. Ante tanta perturbación Santiago corrió hacia

uno de los transeptos de la nave lateral para luego esconderse a la sombra de

las figuras religiosas. Casi de inmediato, se escuchó una risita y la posesa

comenzó a cantar un “ave maría” con voz infantil de niña impúber, para luego

decir: “no puedes escapar muchacho llegó la hora en la cual el hombre debe

rendir cuentas por sus pecados”. Una vez terminada de pronunciar esta frase,
hubo un ruido, como un crujir de madera vieja y luego se sintió un temblor

que hizo hundir a la estructura religiosa tras lo cual entró el agua desbordada

del río por las tres puertas de la catedral, para dejar así sumergida y pestilente
su interior, unos pocos centímetros. Unos pocos minutos de seguido, la jauría

de perros entró y las esculturas religiosas comenzaron a llorar sangre y en el


crucero de la iglesia se abrió un profundo hueco el cual no drenaba el agua,
sino que permitía su paso a borbollones irregulares, cuyo aspecto inicial era

cristalino para luego transformarse en un líquido lioso y cenagoso, cuyas


moléculas dejaban emanar vapores. Santiago se dirigió a la girola doble detrás

del altar mayor y desde allí se ubicó ante el espectáculo demencial, ya el


muchacho estaba fuera de sí; no obstante y creyendo que estaba a salvo de
aquellos eventos, sintió como una mano le tocaba el hombro derecho y de un

brinco asestó un golpe, para luego ver que era el rector y párroco de la catedral
Patrick Vernet, con su sobrepelliz y estola púrpura, listo para realizar un

exorcismo.

-No te preocupes hijo, voy a comenzar el ritual romano, por favor necesito

que me asista es la primera vez que veo a unos demonios tan violentos, en
todo mi servicio –acusó el padre.

-Monseñor, ¿usted lo ha hacho antes? – increpó Santiago lleno de horror y

ensordecido por el órgano que no había parado de sonar.

-Sí, estoy autorizado por su santidad para este tipo de actividades y créame

que ocurren con más frecuencia de lo que las personas piensan, sólo que esta

vez estamos viviendo una situación especial por los tiempos que estamos

atravesando pero no hay mucho tiempo para ser reflexivos con estos tema pues

una vida está en peligro, así que ayúdeme por favor –aseguró el monseñor para
luego salir de la girola y desde el costado derecho del altar mayor aparecieron

ambos hombres. En seguida, la posesa giró sobre sí misma mientras levitaba y

adoptando una postura de crucificada pero inversa dejó escapar una sonrisita y
las noctumbras penetraron al recinto religioso por la puerta de Santa Ana y

espetó: “vaya otro aprendiz de hechicero, hasta que todo comienza a tener
sentido, ya nos hacía falta” para luego escucharse unas campanillas desde el
fondo del altar como tintineo de una cristalería fina, todas las vidrieras de la

bóveda comenzaron a vibrar unos segundo y en un instante estallaron en miles


de pedazos que se pulverizaron y esparcieron por todo el agua que ya

inundaba las cinco naves de la catedral en unos trece centímetros de


profundidad.
En seguida, el monseñor tomó el agua bendita y se acercó hasta donde

estaba la posesa y dijo: “Pater noster, qui es in caelis: santificétur nomen


tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in caelo, et in terra” tras

persignarse. De inmediato los demonios le increparon y acusaron con voz

bronca: “¿Cuál padre nuestro? ¡He servido al Creador antes que tu iglesia,

sacerdote marica!
-¡Silencio bestia infernal!… Oh padre celestial, amado príncipe San Miguel

protégenos del mal en todo momento… Llévanos a luz de la creación y

guíanos por los caminos insondables de esta tierra –aseguró el padre mientras

la posesa se mofaba de sus oraciones y recitaba un avemaría al revés.

-Tú, pedazo de imbécil creen que todo se reduce a tu mezquina iglesia y a

este pedazo de tierra, lo cierto es que nuestro príncipe es el primer hijo de la

creación y la tiene por derecho propio –señalaron los demonios mientras

tomaban por el pie al padre y Santiago trataba de sujetar al monseñor por una
de sus piernas. Tras varios movimientos bruscos, la posesa arrojó al joven

contra uno de los capiteles de las columnas que sostienen la bóveda de la

catedral.
-Tu pelea no es con el hombre, cállate serpiente y respóndeme en nombre

de la sangre de Cristo ¿quién eres? –dijo el sacerdote y acto seguido le roció


con agua bendita el pecho de la posesa, el cual comenzó a chisporrotear
dejando ver la carne viva de la joven, quien no se inmutó y soportó el dolor de

la acción pero se abalanzó sobre el sacerdote y le levantó por cintura para a


continuación arrojarlo contra las banquetas de la nave principal de la catedral.

Un instante luego los demonios aseguraron, aquí abajo: “nosotros somos los
creadores… aquí yo amenazo, aquí yo dirijo”. Tras lo cual fue hasta donde se
hallaba Santiago, lo tomó por su pie izquierdo y fue hasta el altar mayor, hizo

un ademán con la mano derecha y la cruz del mesías se inclinó para luego
desprenderse y caer sobre el piso de la bóveda, se inició un fuego sobre el

sagrario y acostó sobre el mismo a Santiago quien comenzó a llorar,

suplicando por su vida. Seguidamente, todas las hornacinas y las capillas de la

nave lateral comenzaron a arder y las tallas de figuras religiosas se partieron


en dos, todas y cada una menos la de Santa Ana y la Virgen María.

Por su parte el monseñor tomó como pudo un cirio encendido y lo asestó

contra la espalda de la poseída para impedir la muerte del joven. Los demonios

alzaron a Santiago por un brazo y trepó por las paredes de la bóveda central

hasta llegar a lo más alto de la misma y con el cuerpo del joven a manera de

yunque quebró un vitral y lo dejó colgando de uno de los contrafuertes del

costado norte de la catedral. A continuación toda la iluminación del interior de

la iglesia se apagó y quedó completamente a oscura su interior. Se escucharon


las noctumbras en su habitual siseo gutural e infernal mientras flotaban en

circunferencia, la temperatura cayó por debajo de cero grados centígrados y el

agua se congeló en su totalidad, el piso pasó a ser un sólido bloque de hielo. El


sacerdote buscó la manera de orientarse en la penumbra pues no alcanzaba a

ver más allá de un palmo de su mano, mientras lo hacía comenzó a escuchar


unos pasos a su alrededor, pensó que era la poseída, pero luego advirtió que
eran pisadas como de algún animal o bestia, percibió como unos gruñidos

rastreros se le acercaban y las noctumbras le hablan en el oído derecho


palabras inteligibles, casi balbuceos infantiles; en tanto el órgano de la iglesia

cambió de melodía y la ventisca hizo presencia una vez más en el interior del
recinto. El padre dijo en voz alta: “muéstrate bestia infernal” más por temor
que por valentía, pues nunca había abordado demonios tan poderosos.

Transcurridos unos instantes la catedral vibró y cayeron todos los candelabros


con sus sirios, para luego sentir como se hundía debajo de los pies de los

presentes, el sacerdote sabía que debía tomar el rumbo del exorcismo o todo

estaría perdido, debía volver a enfrentar a los demonios.

-¡Silencio serpiente infernal! –ordenó el sacerdote para luego continuar con


las oraciones-Señor Jesucristo, Verbo de Dios Padre, Dios de toda criatura que

diste a tus santos Apóstoles la potestad de someter a los demonios en tu

nombre y de aplastar todo poder del enemigo; Dios santo, que al realizar tus

milagros ordenaste: “huyan de los demonios” ¡Te ordeno que me des tu

nombre!

-¿Qué harás con saber un nombre? Somos uno con el príncipe, el padre de

los Nephilim, comandante de los Grigori… Tú, hombre de la forma, no puedes

contener el agua en tus manos, de nada te sirve saber un nombre. Dame el


libro que escondieron al pie de la torre sur de esta iglesia, ¡dámelo sacerdote

antes para que luego mueras de manera natural –increparon los demonios y

tomaron por el cuello al sacerdote para hundirlo en el agua que había invadido
todo el embaldosado de la catedral. Tras ver aquella escena Santiago corrió a

socorrer al padre pues sentía que todo estaba perdido y debía reponerse de lo
sucedido; acudió con premura a asistir al sacerdote y le tomó por un hombro e
hizo que el padre se incorporara. Acto seguido los demonios tomaron a

Santiago por el cuello y de un súbito golpe lo dejó colgando sobre el púlpito


de la nave central de la catedral, quedó inmovilizado sin poder hacer

movimiento alguno y siendo testigo de primer orden de los sucesos


preternaturales que le rodeaban. Monseñor, intentó rescatar al muchacho pero
de brusco todo cayó en un profundo silencio y sólo se escuchó el mascullar de

palabras inteligibles de parte de la posesa mientras las noctumbras


continuaban con sus gritos alegóricos como lobos cuando rodean a su presa.

Rebeca extendió los brazos en forma de cruz y quebró su cuerpo sobre su

cintura y comenzó a levitar en forma erecta, mientras la nevada de la calle se

desencadenó en el interior de la catedral gótica.


-“Tu Rebeca que en la gracia del creador has sido concebida vuelve a la

luz” – aseguró el padre mientras intentaba continuar el exorcismo –“En el

nombre y poder de la sangre de Cristo te ordeno que me des tu nombre –

prosiguió el sacerdote mientras le rociaba agua bendita a la posesa y la nieve

le cubría el rostro. Acto seguido la levitación de la mucha comenzó a ceder y

sus pies descalzos, tocaron el frío hielo del embaldosado de Nuestra Señora. A

continuación monseñor Patrick, tomo una medalla de San Benito, la besó con

sus cuarteados labios y se la impuso en la frente de la posesa y dijo: “Crux


Sancti Patris Benedicti, Crux Sancta Sit Mihi Lux, Non Draco Sit Mihi Dux”.

De inmediato la medalla comenzó a hervir en la frente de la posesa que dio

paso a la evaporación de la plata de cual estaba hecha. “!Vade Retro Satana¡


Nunquam Suade Mihi Vana Sunt Mala Quae Libas Ipse Venena bibas. ¡PAX!”

–puntualizó el sacerdote, no con mucha fe pues ya había sucumbido a sus


temores.
-¿Quieres la buena muerte? Te la doy –dijeron los demonios y tomaron por

el pecho al sacerdote y el cuello de la posesa comenzó a hincharse y su cuerpo


adoptó la forma de un cécrope, tras unos segundos los demonios lanzaron un

escupitajo y expulsó la misma medalla de plata de San Benito y le espetó:


“Decreto tu muerte” y de seguida se escuchó un crujir de huesos, que siguió a
la relajación del cuello del sacerdote para que después su cuerpo cayera sobre

el helado piso. Los demonios giraron sobre sí y le clavaron la mirada a


Santiago, quien permanecía suspendido en el púlpito, hicieron un gesto de

burla con su rostro y mano izquierda tras lo cual el muchacho se cayó de su

improvisado pedestal. El joven adolorido y renco, caminó hasta uno de los

vitrales de la nave lateral sur de la iglesia, se arrojó a través del mismo y huyó
de la catedral para luego lanzarse en las escarchadas aguas del Sena y de esta

manera morir ahogado y de la hipotermia.

Luego de unos minutos Rebeca trepó por la bóveda de la catedral, de un

golpe abrió un boquete en el techo y justo cuando las campanas acusaban las

cinco de la madrugada en punto, se lanzó desde los contrafuertes y se fue a dar

sobre el río escarchado y con cada paso se congelaba el río y le permitía

caminar sobre la superficie del mismo. Corrió alocadamente por sobre el

espejo de agua cuajada y no se detuvo por un instante, tras sí venían las


noctumbras y un rayo partió el cielo brumoso y luego de escucharse el

respectivo trueno la iglesia se fracturó en por toda la mitad y ambas torres

quedaron ligeramente inclinada, de la base de la torre sur se dejó escapar un


olor rancio y se mostró una ruinosa escalera cuyo final no se advertía pues

estaba interrumpido por unos escombros medievales. Rebeca continuó


frenéticamente hasta llegar a la estación Champ de Mars - Tour Eiffel, allí
estuvo un rato, sus ojos se brotaron se llenaron de una sangre púrpura lanzó un

alarido y luego caminó hasta Bir-Hakeim, quebró los vidrios que flanquean la
entrada llegó hasta la orilla del andén mientras el personal del tren intentaban

detenerla, los demonios dijeron: “es la torre sur” y luego los ángeles caídos se
arrojaron sobre los rieles de la estación, para que Rebeca se golpeara con los
fierros y fuera arrollada por el primer tren que pasa por esa parada y quedara

muerta en el acto.
Tras los sucesos de la madrugada del día de todos los santos, en medio de la

espesa bruma de aquella mañana parisina, se dejaron escuchar las bocinas y

sirenas de varias patrullas de la Prefectura de la Policía de París, estaban

reforzando todos los alrededores de la isla de la Cité, pues todo había quedado
en estado de ruinas, poco reconocible, incluida la sede policial del distrito

cuatro ubicado en dicha isla. De un sedán gris se bajó un hombre de gran

estatura y vestido con sobretodo negro era Jacques Lacan, prefecto de la

policía parisina; se acomodó la solapa derecha del su abrigo y de inmediato

sonó su móvil. Luego de unos cuarenta y cinco segundos expresó: “¡qué

mierda ahora soy culpable hasta porque agua moja!”; lo había llamado el

ministro del interior francés, pidiendo explicaciones porque el alcalde estaba

haciendo ruido ya que la ciudad había amanecido hecha pedazos. Acto seguido
lanzó su mirada alrededor y pensó que todo era un desastre le hizo seña a sus

agentes y se dispusieron a entrar en la iglesia o lo que quedaba de la catedral

de Nuestra Señora.
El prefecto caminó rápido y se colocó debajo del arco de la entrada

principal y luego de echar un vistazo dijo en voz alta, como si quisiera que le
escucharan: “los hermanos masones se van a molestar, destruyeron sus
registros en piedra, pero así deben ser las cosas”. Luego continuó su

inspección y se dirigió hasta la base de la torre sur de la catedral y apreció el


tumulto de agentes que se encontraban muy cerca de la construcción. Justo

cuando iba a preguntar a sus colegas porqué se hallaban allí, volvió a sonar su
móvil, era el alcalde de la ciudad para decirle que el cardenal se había
comunicado con él para pedirle que sus hombres recordaran que el lugar era

propiedad de la iglesia y que no podían adelantar ninguna investigación hasta


que una comisión de la conferencia episcopal francesa llegara al lugar, la cual

estaba encabezada por el obispo auxiliar de París, monseñor Charles Beauvoir.

-Prefecto, aquí tenemos… –dijo Frédéric Gaudin, el jefe de homicidios de

la prefectura de París, quien estaba en el lugar hace un par de horas.


-Deje eso así inspector –respondió de manera seca el prefecto.

-¿Perdón? –repreguntó el jefe.

-Inspector, ¿ha leído el Quijote? “con la iglesia hemos topado, amigo

Sancho” –apuntó el prefecto demostrando que no era un simple policía de

campo, sino que parafraseaba a Cervantes –debemos esperar hasta que llegue

la comisión de la iglesia y supongo que debe venir acompañada del director

general. Esto no es un caso normal así que no lo tratemos como tal.

-Con todo respeto señor, mire hacia allá abajo –apuntó el inspector con su
linterna y le enseñó la escalera que se dejaba entrever a través de un enorme

agujero que se había abierto entre la base de la torre sur y el tercer arbotante.

Se podía advertir a simple vista una escalera que se perdía en medio de


paredes mohosas y bastante vetustas. Pero eso no era lo que más llamaba la

atención, sino la serie de dibujos e inscripciones que estaban plasmadas a lo


largo de las mismas hechos con una substancia roja, casi púrpura parecida a la
sangre y por el olor ferroso todos preveían que así fuera.

-Supongo que ya presumen qué es y no haré una pregunta redundante, pero


lo cierto es que debemos esperar –dijo el prefecto luego de hacer una

inspección visual de lo que le advertía su inspector de homicidios.


-Señor lo peor está adentro, en la nave principal. ¿Ha escuchado de las
misas tenebrosas? –continuó el policía mostrando un genuino interés porque

era un católico muy devoto.


-No inspector, no llego a tanto, a pesar de que mi abuela me hizo aprender a

rezar en latín y luego tuve que aprenderme la misa en francés, en mi colegio,

de verdad no estoy familiarizado con ellas –apuntó el prefecto con mucha

atención.
-No le va a gustar lo que le voy a decir, creo que esto nos supera a nosotros

como policía y supera a la iglesia misma, por las magnitudes de lo ocurrido, es

lo que pienso –dijo el inspector mientras invitaba a su jefe a entrar por la

puerta central de la catedral de Nuestra Señora. El jefe de homicidios tomó la

linterna que llevaba en su cintura y la encendió; a continuación se dejó ver una

escena apocalíptica, aparte del cadáver del monseñor, el cual tenía una postura

en forma de ritual malsano, todas las paredes de la nave principal así como las

bóvedas y nichos estaban pintadas con sangre y mensajes los cuales decían:
“¿Por qué estás lejos, oh Jehová? ¿Y te escondes en el tiempo de la

tribulación?”

-Esto bien pudiera ser una nueva dimensión de desastre, o definición lo que
usted convenga, formular una hipótesis aquí será muy difícil –aseguró Jacques

mientras se paseaba por todo el lugar en medio de toda aquella escena.


-Jefe, debe ver esto que está aquí porque puede originar un problema muy
serio con la iglesia y los fieles a la fe católica – dijo Frédéric y acto seguido

apuntó con el haz de luz de su linterna el piso de la nave lateral sur de la


catedral para mostrarle el relicario donde se guarda la santa corona de espinas.

Estaba vacío y embadurnado de sangre, la corona no se hallaba en el lugar.


Alrededor del sagrado estuche circular, se encontraban varias hostias
consagradas en forma de pentagrama invertido apuntando hacia la torre sur de

la iglesia de Nuestra Señora, como si quisiera indicar algo en especial en aquel


lugar.

-Esto se pone más extraño que un perro verde, Frédéric –aseguró el jefe al

instante que su móvil comenzó a vibrar. Era el ministro del interior

exigiéndole explicaciones rápidas porque la iglesia le pedía desalojar la zona;


le indicaba que si podía llevar a feliz término una investigación de “rutina” y

le recordaba que la zona era propiedad privada del clero.

-Pero todo obedece a una coreografía, mire el techo, el capitel quedó

inclinado hacia un lado, ya la aguja no apunta hacia el cielo, ya no hay

conexión con lo divino. Todas las imágenes se encuentran decapitadas y sin

sus miembros superiores, el crucifijo está quebrado en mil pedazos, la base de

la catedral se hundió unos ocho centímetros y no conforme con eso hicimos

una inspección rápida en la base de la torre sur de la catedral ¿le gustaría


acompañarme? –preguntó Frédéric indicándole el camino a su jefe.

-¡Qué más da! Ya sabemos que esto es el superlativo de una misa satánica.

Hagámoslo antes que lleguen nuestros amigos y muy bien ponderados


muchachos de la iglesia y asuman la escena del crimen y luego comience una

pelea de jurisdicción que va a entorpecer la investigación, como siempre –dijo


el jefe mientras acompañaba a Frédéric junto a otros oficiales de policía hacia
los arbotantes sur donde se encontraba la entrada hacia un sótano oculto, el

cual no aparecía en los registros civiles de la construcción de la catedral ni en


los planos que poseía la misma institución. Llegados al pie de la torre sur, un

grupo de tres oficiales comenzaron a bajar las escaleras de granito gris, viejo y
carcomido, las cuales terminaban en una especie de sala ancha o salón de
espera, una especie de nicho donde agrupaban a todos los visitantes o al menos

eso daba la impresión. Luego de unos minutos los siguió Frédéric y Jacques,
con sus linternas. En la pared lateral norte había unas inscripciones en latín

advirtiendo del fuego infernal en el cual arderían las almas que se atrevieran a

cruzar la recámara si autorización expresa la jerarquía eclesiástica, pues la

zona estaba reservada para aquellos espíritus dispuestos a morir por la verdad
y la santidad. Cuando Jacques vio estas inscripciones dijo en voz alta: “bueno

que interesante ahora no es una impresión es absoluto que iré a dar al infierno

luego que muera, es un hecho contundente”. Todos continuaron juntos como

un solo grupo, por un estrecho pasillo de un metro sesenta de alto por un metro

de ancho lo cual les obligaba a inclinarse para caminar. Al final del mismo se

toparon con una puerta vieja de roble francés, muy bien tallada con cruces

latinas y varias quimeras alrededor del semicírculo que describía el arco del

dintel de la misma. En la puerta se hacía la misma advertencia que en la sala,


no obstante, ya la mencionada puerta había sido abierta por los primeros

oficiales que llegaron al lugar y Frédéric, que habían entrado previamente. Al

cruzar la puerta, otra recámara un poco más ancha pero esta vez sus paredes y
pisos eran osarios y nichos sepulcrales; unas cárcavas que recordaban que se

hallaban en unas catacumbas.


Superada esta extraña cámara, los hombres continuaron por un pasillo un
poco más ancho y escasamente iluminado, pues sólo tenían unas pequeñas

lámpara de aceite de muy vieja data, quizás de dos o tres siglos antes y que
todas estaban aptas para su uso, de hecho estaban encendidas, razón por la

cual Jacques dijo en voz alta: “¿ustedes encendieron las lámparas?” A


continuación uno de los agentes le hizo un además de negación e indicó que
cuando entraron la primera vez las lámparas de aceite estaban en uso y con el

combustible lleno, de inmediato todos dedujeron que ese pasillo y la sala


contigua eran de uso corriente en los últimos días. Una vez que terminaron de

recorrer el pasillo llegaron a un arco medieval que daba paso a una enorme

estancia, más o menos contemporánea con la construcción de la catedral gótica

y coronada en lo superior de las paredes rectangulares con imágenes talladas


en mármol alusivas a personajes claves dentro de la iglesia medieval. Los

policías entraron a la gran recámara y comenzaron a revisar lo que se

encontraba archivado en el lugar, entre otras cosas, habían muchos libros

antiguos todos sin polvo o telarañas, lo cual apuntaba la lectura frecuente de

los mismos; en un rincón estaba un estantería de madera y cristal y en su

interior estaban ordenados en orden alfabético planos de distintos dispositivos

y en el ángulo opuesto a ese estante otra entrada, un poco más grande,

guardando una serie de reliquias, algunas religiosas, otras de tipo general, pero
todas alusivas a extraños temas medievales.

Una de las reliquias era la sagrada corona de espina lo cual generó un poco

de suspicacia entre los investigadores que se hallaban en el lugar, ya que


habían encontrado el relicario de la misma en la nave principal de la iglesia,

todo ensangrentado. Toda la escena parecía ser producto de un intenso arqueo,


como si hubiera entrado un grupo de personas en busca de algún objeto. Por
todo el piso del salón se encontraban una serie de objetos del cristianismo

primitivo, libros, reliquias de los santos, vasijas religiosas, etc. Todo conducía
a una escena de escrutinio exhaustivo, como quien buscaba algo con cierto

desorden. Jacques preguntó si estimaban que algo faltaba o si alguien había


realizado aquella revisión de la escena, todos negaron tal hecho, incluso, ellos
le dijeron que la escena siempre estuvo así y que habían fotografiado el lugar

como prueba de su investigación.


Frédéric, se acercó a la salida lateral del recinto donde se encontraba un

relicario de un metro por cero setenta y cinco centímetros empotrado en la

pared, hecho de un material parecido al acrílico moderno, totalmente inocuo e

irrompible a simple vista. Lo abrió, pero en su interior no había nada, no


obstante, sí estaba la marca o el rastro que dejan los objetos cuando se

encuentra en un lugar durante mucho tiempo. Daba la impresión, a simple

vista, que lo que se encontraba en el interior del mismo era una serie de folios

o escritos y algunas especies de cajas pequeñas y medianas. Cuando el

inspector iba a retirarse del lugar se percató que en el piso había una

fotografía, una extraña fotografía, parecía una escena bíblica, mucha gente

bordeando la orilla de un lago cercano a un cementerio y un rabí hablándole a

un público que le escuchaba atentamente, la mayoría de las personas eran


mujeres jóvenes y otro tanto ancianas, el maestro que hablaba era de mediana

edad, cabello corto y barba descuidada y algo robusto, con el aspecto de quien

camina mucho por el campo. Esto sorprendió al agente y supuso que era una
fotografía de hace unos cuarenta años y posiblemente era la representación de

un pasaje bíblico hecha por una compañía de teatro.


-Señores espero que no hallan perturbado mucho más esta propiedad de la
iglesia –dijo una persona desde el fondo quien poseía una linterna en su mano

derecha y en la otra empuñaba un arma calibre cuarenta y cinco.


-¡Policía Nacional! –dijo Frédéric mientras desenfundó su arma de

reglamento y le apuntó al hombre que estaba en la puerta.


-Comprenderán, todos ustedes que sin una orden no pueden permanecer en
esta zona para que justifique una investigación en este lugar, necesitan una

orden de cateo porque es propiedad de la iglesia. Están fuera de jurisdicción –


aseguró el hombre sin desistir en su actitud.

-¡Identifíquese de inmediato! –continuó Frédéric –coloque su arma en el

piso muy lentamente.

-Perdone agente pero entregue usted la suya, soy oficial de la gendarmería


vaticana, es usted quien debe bajar su arma pues está en un edificio propiedad

del Vaticano y no puede entrar sin permiso expreso de su santidad, mucho

menos armado –acusó el agente.

-Estamos en una escena del crimen, con dos cadáveres y todo está bajo

investigación de la policía de París –dijo Frédéric y montó su pistola luego de

halar el percutor de la misma, listo para disparar.

-La escena del crimen es la nave principal de la catedral esto es el sótano y

a menos que tenga una orden de cateo de un juez no puede entrar, le pido que
se retire o asuma sus consecuencias –acotó el oficial.

-Baje el arma Frédéric, el gendarme tiene razón estamos fuera de la escena

del crimen, no llevemos esto al siguiente nivel –señaló Jacques y todos los
agente envainaron sus pistolas y procedieron a abandonar el lugar donde se

hallaba. Por su parte Frédéric, guardó la fotografía que había encontrado sin
que el oficial de la gendarmería vaticana se percatara de dicha acción. Cuando
dejaban la sala de la recámara, Jacques vio con cierta sorpresa que el decorado

de la misma tenía ilustraciones de momentos históricos importantes, como si


hubiera una narración en piedra viva de los principales sucesos de la historia,

desde el siglo catorce.


-Saludos agentes, le ofrezco disculpa si les interrumpo su trabajo pero me
es imperativo recordarle hasta donde llega su jurisdicción en este asunto y no

estamos hablando de una escena del crimen sino de la propiedad de la iglesia,


como ustedes muy bien podrían saber –acusó el cardenal Bruno Aumont, un

hombre mayor de unos setenta años y con toda la investidura de su cargo.

-Cardenal Aumont, sin ánimo alguno de interrumpir o violentar la

propiedad de la iglesia, estamos claro que en la catedral tenemos dos


cadáveres, uno cercano al río otro en la nave principal, y presumimos que hay

un tercero que no hemos localizado, por lo que estaríamos hablando de

homicidio múltiple y que si lo conectamos con lo ocurrido en la calle Sanit

Michel, estaríamos en presencia de una pequeña guerra civil, dicho sea de

paso que hay una conexión irrefutable entre ambos sucesos pues uno de los

muertos además de monseñor Vernet, estaba en la fiesta donde ocurrieron las

otras muertes –acusó el Jacques como queriendo justificar su acción con toda

la argumentación posible.
-Cierto, las cosas son así, pero la verdad es que los homicidios, suponemos,

ocurrieron en la parte superior de la catedral no en sus sótanos y sus hombres

han hurgado en los subterráneos del edificio sin explicación alguna, salvo que
sea la simple curiosidad humana, así que respetuosamente le pido que cesen

cualquier investigación en dichos espacios y por favor me entreguen cualquier


registro, si lo hubiere, que tengan sus hombres pues no tienen orden de cateo
en esa zona y no es escena de crimen y si necesitan investigar en el lugar,

nosotros daremos toda la colaboración necesaria previa solicitud de


allanamiento expedida por un juez con competencia en este distrito de París –

continuó el cardenal de manera suave y contundente pues conocía


perfectamente lo que estaba enfrentando y tenía toda la ley de su parte. Acto
seguido los agentes de la gendarmería vaticana se acercaron a los oficiales de

la policía nacional y le pidieron todas las fotografías del sótano y cualquier


registro audiovisual o gráfico levantado en el mismo. De mala gana le fueron

entregados dichos elementos, no obstante, todos los registros relacionados con

la escena del crimen en la nave principal de la catedral de Nuestra Señora, lo

mantuvieron los oficiales de la policía parisina. Por su parte, Frédéric


conservó la fotografía que tomó de manera segura en el bolsillo izquierdo de

su chaqueta.

-Entiendo que de ahora en adelante nos guiaremos por esa serie de

requerimientos jurídicos, cardenal Aumont, muy a mi pesar porque tenemos

casi la mitad de la ciudad en ruinas –intervino con cierta ironía Jacques a

quien le sonó el móvil con una llamada entrante, era el alcalde para verificar

que el cardenal estuviera en el lugar y que sus policías no estuvieran jugando a

ser los mejores investigadores ante esa situación extraordinaria.


-Jefe Lacan, según usted, cuál es la teoría acá, qué está ocurriendo en esta

situación –dijo el cardenal para tratar de distender la situación y hacer girar la

atención hacia otro lugar.


-Cardenal, realmente aquí están todos los delitos tipificado en nuestro

código penal. Tenemos profanación de un sitio sagrado, también hay


elementos de misas satánicas, homicidio, robo, destrucción a la propiedad
pública y privada, vandalismo y además creemos que hay elementos para

pensar que hay conspiración por terrorismo pues la idea era generar zozobra y
temor entre los ciudadanos parisinos, basándonos en los niveles de destrucción

que tenemos en la ciudad y razón por la cual me ha llamado desde el primer


ministro hacia abajo. Dicho todo esto y con mucho respeto, nos gustaría que
nos colaborara en la investigación, entregándonos toda la información

disponible que tenga usted o la iglesia –señaló el jefe en un tono mucho más
conciliador pues la verdad es que tenía de por medio al clero, inmerso en

varios homicidios incluido uno de sus miembros.

Todos se trasladaron hacia la nave principal de la catedral de Nuestra

Señora para comenzar con el levantamiento del cadáver de monseñor Vernet,


esto en presencia del cardenal y de los agentes de la gendarmería vaticana. El

cuerpo del sacerdote estaba dispuesto de manera ritual, su sobrepelliz estaba

abierta por el pecho, la estola púrpura rota por la mitad y su ceño fruncido

muy a pesar de estar muerto. En el pecho del religioso tenía grabado a manera

de dermografía la palabra “Azazel” y todavía se le podía ver a través de la

epidermis la carne viva. A su alrededor un enorme círculo concéntrico con un

pentagrama invertido, disponía de forma ritual de las extremidades del cuerpo

casi en tono de burla y su cabeza estaba opuesta al altar mayor como si quiera
indicar algo y finalmente en su mano derecha en toda su palma extendida tenía

el sello maligno que aparece en el Grimorium Vernum.

-Vaya hay mucho ensañamiento en todo esto, realmente es una especie de


locura. Tampoco tiene micho sentido todo esto, no es precisamente la

motivación de un homicidio, robo o vandalismo –apuntó Frédéric mientras


fotografiaba el cadáver él mismo pues quería tener en detalle todo lo dejado en
el cuerpo del sacerdote y luego de hacer los registro tomó su pañuelo blanco

para imprimir el sello que estaba en su mano derecha y llevarlo al laboratorio.


Había cierta repulsión en medio del resto de los investigadores razón por la

cual Frédéric tomó la iniciativa pues tenía claridad que una vez levantado el
cadáver las autoridades eclesiástica no le permitirían hacer más revisiones por
tratarse de uno se los suyos y cualquier error que se cometiera acá le costaría

la investigación sin más ni menos. Cuando terminó todo, se inició una nevada
en aquella mañana fría otoñal parisina, algo extraño en esa época.

-No tan extraño inspector –continuó el cardenal Aumont –lo que tiene

nuestro compañero en su mano derecha en un sello con el cual se identifica a

Lucifer en el libro Grimorium Vernum y por extensión a cualquier demonio


que ande correteando sobre este mundo o algún otro esa es la verdad. Así que

hay aquí una motivación revanchista con nuestros viejos enemigos –concluyó.

-Grimorium Vernum, traducido al francés por uno de los suyos, el jesuita

Plaingiere, si no me equivoco. La pregunta aquí es ¿no es demasiado obvio

hacer un asesinato ritual en la madrugada de todos los santos cuya noche

previa es la de brujas? Presumiríamos que aquí hay una componenda para

ocultar algo mayor, algo mucho más grande que un asesinato o vandalismos,

al igual que destruir media ciudad –señaló el inspector Jacques mientras se


rascaba la tez.

-Vaya jefe Jacques, usted definitivamente no es un agente de campo común

o es alguien muy devoto. Pero su apreciación es la correcta lo que no me gusta


mucho es su opinión y debo insistir que es su opinión, de que lo obvio se

vuelva duda razonable en su teoría policial, porque es peligroso sospechar de


todo mundo cuando se tiene a todo mundo en terror, creo yo aunque no soy
experto en la materia como ya bien sabrá –aseguró al cardenal, advirtiéndole

al policía de lo peligroso del camino en cual se hallaba en ese momento y de


sus posibles consecuencias.

-Con todo respeto cardenal Aumont, tengo a media ciudad en ruinas así
como el edificio de la policía parisina en llamas y el símbolo religioso de esta
ciudad lleno de sangre y un cadáver, además de otros cadáveres a pocos

metros de acá, es más que obvio que tienda a sospechar de cualquier cosa y
por si fuera poco esta ¡mierda no deja de sonar! –dijo Jacques mientras volvía

a sacar su móvil del bolsillo de su chaqueta y lo arrojaba por uno de los

vitrales laterales de la catedral y acto seguido el aparato fue a dar en las aguas

del Sena.
-Más allá de cualquier teoría criminal, si le vamos a agradecer mucho que

nos comunique cualquier información de relevancia que tenga inspector-jefe,

pues para nuestra comunidad es muy importante tener respuestas y los

enemigos que tenemos no son necesarios desempolvarlos en modo alguno

porque han permanecido en el tiempo sin ánimos de esconderse –aseguró el

prelado.

-Cardenal, siguiendo sus pistas religiosas esa frase: “¿Por qué estás lejos,

oh Jehová? ¿Y te escondes en el tiempo de la tribulación?” –dijo el jefe


Jacques mientras apuntaba con su mano izquierda el escrito, el cual invadía

todos los espacios de la catedral escrito con la sangre de la víctima por

doquier. Justo cuando terminó de hacer esta pregunta un pedazo de escombro


de la bóveda cayo a un par de metros del inspector, como su fuera una señal.

-No tiene que responder esa pregunta, por favor inspector haga las
investigaciones sin ningún tipo de hostilidades que bastante tenemos acá, el
presidente me acaba de llamar pidiéndome explicaciones y usted juega al

policía bueno e inteligente –aseguró Charles Gauguin, el acalde de París quien


se apareció en la catedral rodeado por fuertes medidas de seguridad.

-No señor alcalde, es necesario responder, quiero que se entienda que


nuestra santa iglesia respeta las instituciones de la sociedad. Verá inspector-
jefe, es una frase literal que expresa la esperanzas que tienen los hijos de dios

ante la angustia de saberse solo en un momento donde todas las cosas parecen
contrarias o no tienen salida alguna –aseguró el cardenal sin levantar la mira

del cadáver de monseñor Vernet, luego de lo cual tocó un enorme crucifijo

latino que le colgaba del cuello y cubría todo pecho, a continuación besó el

mismo y le miró el rostro al policía.


-¿No le parece dramática y a la vez incongruente esa interpretación que

usted me da, cardenal? Yo en mi humilde opinión lo vería como un acto de

revanchismo de alguien, de un viejo conocido que le está recordando cuál es el

momento y naturaleza del juego al que está jugando. Si fuera muy creyente

parecerían las palabras del demonio queriendo dejar un mensaje a quien lea el

mismo –apuntó Jacques mientras veía fijamente al jefe de homicidios

Frédéric, como queriendo dar una señal visual para que asintiera su teoría o la

mejorara.
-¿Y este nombre le sugiere algo cardenal? –preguntó Frédéric mientras

señalaba con un apuntador la palabra “Azazel” labrada en el pecho de la

víctima la cual dejaba en claro que fue escrita de adentro hacia fuera porque
formaba un bajo relieve y no había rastro de sangre alguna en el sobrepelliz

del monseñor.
-Muchas preguntas hijos míos. Azazel es el nombre de uno de los ángeles
caídos según las escrituras antiguas, más antiguas que la biblia, se le considera

el “delfín” de los infiernos, si su príncipe abandonara su trono, él asumiría la


conducción de los infiernos. En cuanto a lo otro es una interpretación libre la

suya mi querido jefe –aseguró el cardenal sin inmutarse en lo más mínimo.


-¿Si Lucifer cae, asume Azazel? –preguntó Frédéric bastante confundido
pues no hallaba la teoría y pensaba en lo más profundo que el cardenal estaba

desviando la atención de todos los presentes.


-No agente, Lucifer es un lugarteniente de los infiernos, no es siquiera un

prefecto. Azazel es uno de los prefectos originales, de los doscientos ángeles

caídos que rebelaron contra el Creador, de hecho fue el segundo luego que su

líder, Semyazza hiciera lo propio y asumiera la rebelión y el resto es historia


antigua. Pero creo que no vino a recibir clases de teología sino a resolver un

homicidio en esta catedral –dijo el cardenal poniendo las cosas en orden

nuevamente.

-O a resolver múltiples homicidios –dijo un agente de criminalística luego

de irrumpir en la escena –encontramos otro cadáver por debajo de la escarcha

del río. La muerte ocurrió hace algunas horas. Si por favor nos pueden

acompañar y ver si está vinculado a esta iglesia –continuó el criminólogo

indicando el camino hacia donde se encontraba el grupo de agentes de la


policía. Cuando el grupo de hombres comenzó a caminar se intensificó la

nevada.

-Bien agente, que tenemos aquí –preguntó el jefe Lacan.


-Señor, al levantamiento que hemos hecho a simple vista pareciera que esta

persona murió ahogada en el Sena, pero en sus pulmones no hay agua ni su


abdomen está hinchado, por otra parte no ofrece las mismas características de
las personas que mueren en estas circunstancias. Yo estimo que debe tener

unas seis horas de muerto pero no ha perdido la pigmentación de sus


miembros y rostro, lo cual es sumamente extraño, luego de la autopsia le daré

muchos más detalles –señaló la criminólogo a orillas del río y sobre la camilla
donde estaba el cuerpo de Santiago sin rigor mortis y ligeramente frío.
-¿Cree que murió antes de caer al río? –continuó Jacques.

-Jefe eso lo sabremos luego de la autopsia pero todo apunta a que esta
persona cayó muerto al río o se arrojó al mismo en un éxtasis de tal nivel que

le hizo desdoblarse de sí mismo y abandonar el mundo, porque de lo contrario

no se explica cómo cayó al río ni como llegó muerto al mismo. Tampoco tiene

heridas de arma que pudiera demostrar que fue asesinado antes de caer en el
río –señaló la investigadora mientras terminaba de tomar unas fotografías.

Cuando terminó de sonar el obturador de la cámara se escucharon unos jadeos

entrecortados, como una respiración profunda, como animal detrás de unos

matorrales que había en la orilla opuesta del río.

-¿Escucharon eso? –preguntó Frédéric quien tomó su linterna y comenzó a

barrer toda la orilla del río con el haz de luz de la misma en busca del causante

de aquellos ruidos. El día estaba muy oscuro, extrañamente gris y la nevada lo

empeoraba todo por eso el inspector usaba su linterna y sus hombre le


siguieron en la misma acción era un día en penumbra y todos los espacios se

hacían perfectamente oscuro muy a pesar que ya se cruzaba el mediodía y la

tarde se apoderaba de las horas.


-No Frédéric, no escuchamos eso. Lo que sí estoy viendo es que este

cadáver tiene el mismo sello que monseñor Vernet, pero esta vez está en su
pecho lo cual conecta este posible homicidio con el otro –dijo el jefe Lacan.
-No lo es todo señor, en el apartamento de la calle Saint Michel se halla el

mismo dibujo por todas las paredes, hecho con sangre con lo cual conecta esta
escena del crimen con la del domicilio y con la de la catedral –aseguró uno de

los investigadores de homicidios quien venía de la plaza de Saint Michel.


-Vaya, un mismo grupo de asesinatos y tres escenas de crimen, alguien la
paso divertido anoche, en un fiesta de brujas u homicidios en fiestas, ¿no le

parecerá eso dramático al cardenal? –dijo Jacques Lacan mientras hurgaba el


pecho de Santiago para asegurar de cómo le habían hecho aquella herida que

parecía la marca del asesino.

-Cuide sus palabras jefe, tenemos suficiente problemas aquí por abordar,

evite otro frente y menos con la iglesia –replicó el alcalde Gauguin.


-Señor, con todo respeto, pero… ¿no le parece un poco dramático o teatrero

pintar una escena del crimen justo el día de brujas ya en la madrugada de

todos los santos? Exactamente previsible, lo cual sería un idiota quien lo hizo

o alguien suficientemente enemigo de la iglesia como para actuar en este

asunto. Tengo dos variables el asesino conoce muy bien a la iglesia o el

asesino es de adentro de la misma iglesia, lo cual me lleva a siguiente escalón,

no puede ser un único asesino por el nivel de destrozo que dejó por todos

lados. Además quiere dar un mensaje, nadie se toma la molestia y el tiempo


para pintar por todos lados, y con sangre, símbolos y escritos sin que quiera

dar a conocer algo en particular. Sin querer apuntar al clero, pero aquí

debemos hacerles unas cuantas preguntas según mi parecer –dijo Lacan y una
vez más se escucharon los jadeos entrecortados, esta vez desde la unión del

punte de Double junto a unos matorrales, en la parte más oscura.


-Nadie lo cuestiona Jacques, lo cierto es que debemos hacer lo correcto y
devolver la tranquilidad a los parisinos, nadie en su sano juicio se levanta de

su cama con una nevada en otoño y con media ciudad destruida –dijo el
alcalde puntualizando la situación y antes que todo se le saliera de las manos.

-Sin ánimos de cuestionar la investigación policial, pero tenemos orden


expresa de colaborar con todo lo que necesita la policía parisina para
esclarecer todo lo que venga a lugar. Nosotros más que nadie, así lo queremos

y lo necesitamos, pues como verá somos los principales afectados tenemos a


monseñor Vernet muerto, dos edificios destruidos y todos nos ven como

sospechoso en cuanto a las muertes que ocurrieron de la de la isla de la Cité –

increpó uno de los gendarmes quien además de representar a la policía

vaticana estaba de parte del sector más conservador de la iglesia en el lugar de


los sucesos.

-¿Le duele más Sainte Chapelle o Nuestra Señora? A mi parecer deberían

dolerle más las almas que sus preciados tesoros, porque al final de los días lo

que cuenta es eso, cuántas almas podemos salvar para la gracia del Creador

¿no es así? ¿No es ese el objeto de nuestra iglesia? –dijo con ironía Jacques.

-Creo que no está entendiendo el punto, una propiedad de la iglesia es una

escena del crimen y nosotros vamos a colaborar en todo lo necesario para que

ello llegue a feliz término, mi papel no es cuestionar que vale más o qué se
hace mejor, en este momento no lo es –respondió en el mismo tono el

gendarme.

-Silencio, ya basta. Aquí haremos todo lo que tengamos que hacer y que no
hemos hecho bien sea por holgazanería o por incapacidad no hemos podido

realizar, le agradezco a ambos finalizar esta discusión y comenzar lo que nos


ocupa –aseguró el alcalde ya para dar por concluida la situación. No obstante,
la discusión de los policías no ahogó el jadeo entrecortado que volvía desde la

base sur del puente de Double, esta vez era más bestial, más seguido, la
respiración se escuchaba casi como un rítmico recordatorio que nadie está solo

nunca en ningún momento.


Frédéric, tras escuchar aquellos sofocos, le indicó a dos de sus hombres
para que le acompañaran. Los tres policías cruzaron el puente en sentido sur y

luego descendieron por uno de los barrancos de la orilla y con linterna en


mano trataron de disipar las sombras que se producían entre el reflejo del agua

del río y la cobertura que generaba la calzada del viaducto. Hicieron un

recorrido exhaustivo, pero no logaron ver nada, desmalezaron un poco los

matorrales para despejar la zona y salvo unas palomas no vieron nada fuera de
lo común. “Será posible” comentó en voz alta Frédéric a uno de sus hombres

dando a entender lo desconcertado que se encontraba. “Será posible que estoy

loco y no me he dado cuenta” continuó y luego uno de sus hombres le dijo

mientras señalaba hacia la hondonada opuesta del río: “ningún loco cuestiona

su locura. Además acabo de escucharlo y se trasladó hacia la orilla norte,

debemos regresarnos señor”. Tras unos instantes los tres policías iniciaron su

camino de regreso sobre el puente esta vez corriendo, pues asumían el evento

como una persecución policial, creían que era el homicida que no se había ido
de la escena del crimen.

Una vez en la orilla norte Frédéric, escuchó de nuevo los jadeos

entrecortados esta vez más seco como si le faltara el aliento y la humedad en


la boca de quien los producía. Los tres policías se fueron bordeando la costa

norte del río Sena en dirección oeste de la isla de la Cité, siempre tomando
como referencia los ruidos y eventualmente se detenía para mirar el extraño
mundo de donde se toca el agua y la tierra para asegurarse que la persona que

perseguían no se estuviera escondiendo en una de las hendijas urbanas y se les


escapara. Cuando llegaron al puente de Saint Michel, se detuvieron y los

jadeos se hicieron más fuertes, esta vez no parecían humanos se habían


distorsionado un poco con respecto a los originales que estaba escuchando. La
nevada se convirtió en nevisca y el cielo se oscureció completamente, era un

día de noche, todo estaba paralizado, el tiempo se detuvo.


Frédéric tomo la iniciativa y cuando sintió un ruido detrás de unos árboles

que había a unos cincuenta metros delante de él, tomó rumbo esa dirección lo

más rápido que pudo. En el trayecto tomó su pistola y montó el gatillo y

apoyándola en la mano con la cual sostenía la linterna comenzó a explorar la


zona rápidamente. A medida que se acerba al final de la isla de la Cité los

ruidos se hicieron muchos mayores y los jadeos ya parecían de otro mundo.

Sus compañeros se le acercaron y cuando llegaron al Square du Vert-Galant,

los tres hombres escucharon varias pisadas que se alternaban con los resuellos

guturales. Los tres hombres apuntaron cos sus pistolas hacia el lugar de donde

provenían los disparos vieron varias sombras una bípeda y otra cuadrúpeda,

pero ninguna humana. Tras unos segundos dieron la voz de alto, pero no hubo

respuestas y uno de los agente comenzó a disparar de manera continua porque


con cada disparo las sombras se multiplicaban, un instante luego se escuchó

un “trac”, el arma estaba descargada sin resultado alguno. “¿Lo vieron?”

preguntó uno de los agentes, el que había disparado incesantemente, de


seguida, Frédéric le respondió: “lo estoy viendo desde que estábamos cerca de

la catedral y a eso es lo que me refería la pregunta sería ¿es nuestro


homicida?”. Terminadas estas palabras se volvieron escuchar los jadeos
entrecortados, esta vez provenían desde el puente Neuf desde una de sus

pilastras, la cuarta contada de sur a norte.


Unos minutos luego y tratando de orientarse nuevamente los tres hombres

se dirigieron al puente de manera veloz, uno de ellos bajó por la pilastra e


inspeccionó el lugar, otro se mantuvo en la calzada del puente y Frédéric se
fue hacia la orilla norte del río Sena, querían cubrir todas las vías de

escapatoria de su homicida. Frédéric, bajó hasta el barranco y sus pies tocaron


el agua. Al fondo vio unos arbusto que se movían y se acercó lentamente,

apagó su linterna quería mantener el factor sorpresa de su lado. A un par de

metros de los arbustos, escuchó de nuevo los jadeos entrecortados, dio la voz

de alto y no hubo respuesta, los árboles no se movieron más y todo quedó en


silencio, el agente se acercó un poco más y todo seguía en la quietud más

absoluta, sólo se escuchaban las olas del agua del Sena, ya a unos cincuenta

centímetros de los matorrales, se escuchó un gruñido y varias figuras

cuadriformes saltaron sobre el agente y este disparó tres veces, se colocó sobre

su rodilla derecha y volvió a disparar hacia estas figuras hasta que el arma se

descargó, rápidamente montó otro cargador y lo vació con los disparos

seguidos que realizó.

Frédéric continuó en persecución de las siluetas que iban bordeando toda la


orilla norte del río, llegando al puente de Carrousel, sintió como dos brazos le

tomaron por el cuello y lo desarmaron. No podía ver quien le sujetaba, sólo

escuchaba el jadeo entrecortado en el oído derecho y los brazos fríos que le


cortaban la respiración y presionaban su tráquea contra la base de la nuca.

Cuando estaba a punto de desmayarse oyó claramente como una voz fuerte le
decía: “es nuestro tiempo, Jehová está oculto, como lo dicen sus profetas”.
Luego de aquellas palabras fue arrojado contra la orilla fangosa del río y

cundo se detuvo sacó su revólver auxiliar y le descargó los seis disparos a su


captor y cuando volvió en sí dijo en voz alta: “¿a qué carajo le disparo? Me

tomaron por el cuello y le disparo a seis siluetas cuadriformes, no tiene


sentido, qué mierda es esta. ¿Qué está pasándome?”. Tras unos minutos, los
dos agente que le acompañaban más un gendarme de la policía vaticana

llegaron al lugar donde se encontraba Frédéric, y le ayudaron para que el jefe


de homicidios se incorporar de nuevo. El clima cambió de nuevo y ya era

aguanieve lo que caía a su alrededor.

-¿Lo vieron? ¿Sí? –preguntó Frédéric casi incrédulo y limpiándose el

sobretodo con mucha minuciosidad.


-Lo vimos señor, lo que no nos queda claro es porque se detuvo y hacía las

veces de que se estaba agarrando el cuello tras soltar su pistola de reglamento

sin razón aparente –aseguró uno de lo agente que estaban el lugar.

-¿Cómo? Si un malnacido casi me ahorca, casi pierdo el conocimiento y

luego me habló en el oído y un instante después me lanzó hacia la orilla del río

–dijo el jefe tocándose el cuello y mostrando los rosetones que tenía allí.

-No, señor, nosotros no vimos a nadie detrás de usted. Si percibimos su

forcejeo pero pensamos que tenía un ataque o le faltaba el aire pero nadie le
atacó y seguimos toda su trayectoria para prestarle la ayuda necesaria. Y al

rato vimos como rodó por la orilla del río para luego levantarse y dispararle a

unas sombras que se perdieron por el río –sentenció el agente dejando


desconcertado al jefe.

-Tenga jefe, esto no le servirá con estas criaturas, son “luvernos”, unas
criaturas que se clasifican como los guardianes de los portales demoníacos, ya
habrá tiempo para que entienda. Si usted soñó con un caso especial, esta

pesadilla ya llegó –le espetó uno de los gendarme de la policía vaticana tras
darle la pistola a Frédéric.

Una semana tras aquellos sucesos, el obispo Alberto un hombre de mediana


edad y quien fuera mencionado por los demonios en las paredes de la catedral
de Nuestra Señora y del departameto de Rebeca, se runió con las autoridades

eclesiástica de París, porque había una niña de nombré Salomé, hija de una
amiga suya, Fabiana Giacomo, que presentaba muestras de posesión

demoníaca y que las manifestaciones sobrenaturales la vinculaba con los

sucesos ocurridos la madrugada de todos los santos en la ciudad luz. Le

indicaron al monseñor que debería encontrarse con la detective Mónica una de


las investigadoras del caso de Saint Michel y también conocida suya, y que la

niña se encontraba cerca de la iglesia de San Antonio de París. Ese mismo día

se reunió con Mónica y el monseñor le indicó el día y la hora en que realizaría

el exorcismo y le pidió a su amiga que no le comentara a sus compañeros de la

policía porque generaba demasiada suspicacia entre las muertes de Rebeca y

sus amigos y un exorcismo praticado a una niña que relataba los sucesos

acontecidos en París, donde parte de la ciudad quedó en ruinas.

Monseñor Alberto sabía lo que vendría, llevaba muchos años practicando


exorcismos y los demonios le había prometido volver en algún momento, para

tomar lo que era suyo por derecho propio según afirmación de ellos mismos.

Lo ocurrido en la madrugada de todos los santos en París tan sólo era una
advertencia de los ángeles caídos, un indicio de que ya estaban de regreso y el

sacerdote ya presumía de quién les comandaba pero debía realizar el


exorcismo para mantenerlos alejados.
Cinco días después de la entrevista, a las tres de la tarde en la calle Charles

Baudelaire cerca de la iglesia de San Antonio de París, el obispo Alberto se


encontró con sus auxiliares para el exorcismo que le practicaría a Salomé,

quien aguardaba en el edificio, en el último departamento del piso diecisiete


acompañada de su madre Fabiana. Un frío otoñal invadía el ambiente y los
religiosos se dispusieron a entrar en el salón principal sin mediar palabra

alguna, no obstante cuando monseñor Alberto cerró la puerta del automóvil,


una rama de sauce cayó sobre el capó del mismo, hundiendo la carrocería y

acto seguido se escuchó un grito femenino procedente del departamento de la

posesa.

El obispo subió de manera rauda por las escaleras de frío mármol oscuro y
se dirigió hasta el último piso de la edificación. Iba acompañado por sus dos

asistentes quienes tenían el miedo latente en su pecho y aunque se confesaron

antes de arribar al lugar lo cierto es que guardaban la neblina de sus dudas en

medio de sus corazones; eran un tanto inexpertos, pero monseñor Alberto

conocía de esas vieja técncas de enseñanzas pues su mentor lo tomó cuando

era muy joven y contra todos los pronósticos hoy tenían en sus manos el

secreto que haría temblar a su propia iglesia.

Una vez en el piso superior y antes de dirigirse al departamento donde


estaba Fabiana con su hija, los sacerdotes tomaron un largo corredor que

conducían a la mencionada residencia, sus paredes estaba cubiertas de espejos

con acabados lujosos. El obispo miró a sus asistentes como tratando de


increparles para ver si continuaban con el servicio, los jóvenes sacerdotes no

se atrevieron a mediar palabra alguna con el jesuita, pues se trataba del obispo
auxiliar de la diócesis y del exorcista encargado de aquel sacramento, así que
dieron a entender que continuarían por el corredor tras el monseñor. Sin perder

más tiempo los tres religiosos tomaron el camino y a medida que sus pies
avanzaban el piso se iba humedeciendo y enfriando, lo cual aprentaba un

aspecto ruinoso, mal acabado como si el tiempo hubiera hecho estragos en


aquel lujoso edificio del centro de la ciudad. Gabriel, el mayor de los
sacerdotes que acompañaban a monseñor Alberto, adviritió los fenómenos que

estaban ocurriendo en el piso del corredor y tomó al obispo por el hombro y le


mostró la situación, el monseñor sólo le alcanzó a decir: “el demonio es

mentiroso, continuemos” y apresuró el paso de manera enloquecedora. Gabriel

miró al padre Carlos, su compañero, y cuando intentaba señalaler el piso,

advirtió como todos los espejos del corredor comenzaron a llenarse de neblina,
era una niebla grisácea con olor acre e iba invadiendo los cristales a medida

que caminaban los sacerdotes. Acto seguido, las paredes se enmohecieron y un

espeso líquido brotó de ellas, los sacerdotes cerraron los ojos mientras el

monseñor sólo enfocaba su mirada en la puerta del departamento, él sabía lo

que estaba por venir y por su mente habitaba el recuerdo del padre Francisco,

en ese momento entendió el valor de su maestro, su hidalguía.

Una vez en la puerta del departamento, monseñor Alberto llamó y, en ese

instante, todos los espejos se requebrajaron para luego estallar en miles de


pedazos, alcanzando una esquirla al hombro del padre Carlos quien comenzó a

sangrar escasamente. Monseñor Alberto llamó de nuevo a la puerta y a

continuación el agua que estaba en el piso se torno roja como si fuera sangre,
el obispo le hizo una seña a sus asistentes para que guardaran sielencio y no

perdieran la compostura. Alberto volvió a llamar a la puerta y tras unos


segundos Fabiana abrió la misma, en su cara estaba el llanto y el sufrimeinto
de una madre desesperada ante la situación de su hija, monseñor asintió con la

cabeza y cuando puso su pie derecho en el interior de su departamento, la


posesa comenzo a cantar “Simpatía por el Demonio”, en inglés los seis

primeros versos y leugo comenzó a tararear la melodía, hizo silencio y todos


enmudecieron, luego una bronca voz dijo: “vaya el cordero se volvió león…
Bienvenido a mi casa sacerdote hechicero o ¿debería decírtelo en latín ahora

que eres un miembro de la alta jerarquía de tu iglesia? Cuando los demonios


terminaron de pronunciar estas palabras todas las ventanas y puertas del

apartamento se cerraron y en la sala principal del mismo una ventisca se

formó, la batalla había comenzado.

Monseñor Alberto le pidió a Fabiana que sólo ella permaneciera en el


departamento junto a ellos, pues el obispo no deseaba que los demonios

comenzaran la distracción del ritual atacando a otras personas. Una vez solos

el padre Alberto solicitó a los sacerdotes que se colocaran los sobreplliz y la

estola púrpura, mientras él oraba en silencio y bendecía los santos óleos que le

habían hecho llegar desde Tierra Santa, mientras el sacerdote rezaba se escuhó

el crujir de la madera de los muebles y todo el techo del departamento empezó

a resquebrajarse dejando escapar pedazos de estuco sobre el piso, luego de

esto hubo una risita desde el fondo de la habitación y un jarrón de cerámica


fue a dar a los pies del obispo desde el centro de la mesa del comedor, hubo un

grito espeluznante en el fondo de la habitación de servicio y se escucharon

fuertes pasos, como los de una bestia, la electricidad falló y todo quedó en la
penumbra. Tras unos minutos, el silbido del viento se dejó escapar por las

hendijas de las puertas del departamento y todos se pasmaron del miedo, acto
seguido un siseo felino hizo aparción, como el de un animal acechando a su
presa, todos desconocían el origen del mismo pero sentían el moviemiento de

la brisa mientras aquel animal o ente les daba la vuelta a los cuatro quienes se
habían juntado en el centro de la habitación. Monseñor Alberto dijo en voz

alta: “Oh Príncipe celeste envía a tus legiones para combatir el mal que rodea
a los hijos de vuestro padre”, repitió tres veces esta frase y aquella bestia o
entidad desapareció para dejar tras sí un fuerte olor a fierro viejo sulfatado. En

breve, el ambiente se calmó pero a electricidad no volvió al departamento y


Alberto le indicó a Fabiana que buscara linternas o lámparas de mano, lo que

tuviera para iluminar el lugar y comenzar el ritual lo más rápido posible, el

religioso sabía que el tiempo apremiaba, eso lo había aprendido de su mentor.

Alberto le solicitó a Gabriel y a Carlos que entraran a la habitación para


sujetar a la posesa pues Fabiana le había indicado que no habían podido

controlarla, desde que tuvo la última recaída su fuerza era descomunal.

Cuando los sacerdotes entraron a la habitación y alumbraron todo el lugar con

sus linternas no encontraron a Salomé, por ningún lado, revisaron el armario y

el cuarto de baño que estaba en la recámara y tampoco le encontraron. Hubo

un hórrido silencio durante el cual nada se escuchaba por todo el departamento

ni tampoco desde la avenida; ambos sacerdotes se miraron y tra sentir un

fuerte escalofrío miraron hacia el techo de la recámara pensando en que la


posesa se hallaba colgando del mismo, pero tampoco se encontraba allí. Los

sacerdotes llamaron al obispo y le indicaron que Salomé no estaba en la

habitación y tras terminar de decirle la situación se escuchó un fuerte golpe en


la ventana del cuarto e hizo estallar los cristales en cientos de pedazos, eran

los demonios que estaban colgando de la pared del edificio como una lagartija
y con un pie había roto los crsitales. Fabiana corrió a tomar a su hija, pero la
posesa sostuvo a su madre por el cuello y la arrojó por la pérgola de la ventana

y sólo logró sostenerse gracias a una enredadera centenaria que cubría la


fachada del edificio.

Monseñor tomó el agua bendita que llevaba en su maletín y tras rociarle a


la posesa comenzó a orar, la muchacha echó espuma por la boca y luego
empenzó a ronronear como un gato y a disculparse con voz de niña por sus

actos. El obispo le ordenó que se fuera a la cama y la muchacha fue


caminando sin poner resitencia alguna, pero en su rsotro estaba la mirada

perdida y las pupilas dilatadas, los demonios no se habían ido sólo estaban en

repliegue para comenzar con sus mentiras. Monseñor conocía bien la situción

y le indicó a sus asistente que ayudaran a Fabiana mientras él sujetaba a la


posesa a un enorme sillón que estaba junto a la cama donde dormía Salomé.

Tras varios minutos hubo un silencio cómplice. Alberto le indicó a sus

asistentes que se aseguraran de que la posesa estuviera bien sujetada al sillón,

especialmente por sus extremidades. En tanto, Fabiana se incorporaba para

poder acompañar en el rezo a los sacerdotes. Mientras el padre estaba

acomodando todo el lugar, sucedieron una serie de vibraciones que hicieron

temblar los cuadros que se encontraban en las paredes del cuarto y la

temperatura en la habitación colapsó, luego de lo cual se escuchó un fuerte


silbido, como el de una tetera, para luego una fuerte explosión, la estufa de la

cocina se prendió sola para apagarse después y la chimenea comenzó a arder

dando su mortuoria luz a todo el departamento. A continuación se oyeron


pasos y el crujir de la madera de las escaleras internas del apartamento no se

hicieron esperar, como si un siniestro ser estuviera recorriéndola y se acercara


lentamente hasta la recámara de Salomé.
El obispo, ordenó a todos que se persignaran para dar inicio al rito y justo

cuando terminó la señal de la cruz fue arrojado hacia el vacío por una extraña
fuerza y fue a dar contra la pared opuesta al lugar donde estaba la poseída.

Acto seguido, el espejo de la recámara se empañó y apareció la siguiente frase:


“ella es mía”. “¡Silencio bestia!” Increpó monseñor con una fuerte voz luego
de arrojarle agua bendita a los demonios, tras lo cual una intensa brisa entró

por la ventana de la habitación y sobre el pecho de Salomé apareció la misma


frase del espejo. Los demonios comenzaron a ronronear y la cama del

dormitorio levitó primero lentamente, luego de un golpe ascendió hasta el

techo y los demonios se echaron a reír, como cerdos, llenos de sorna y

sabiendo que al menos dos personas en aquella recámara estaban muertos de


miedo por todos los fenómeos que estaban presenciando.

“Caelo tonantem credidimus iovem regnare”. Acusaron los demonios

mientras Alberto trataba de incorporarse del fuerte golpe que había recibido de

parte de los demonios. “Eius in obitu nostro præsentia muniamur”, respondió

el obispo sin perder la perspectiva de que estaba enfrente de un exorcismo

pues sabía que no debía responderle a los demonios bajo ningún concepto.

“Vaya, el monseñor tiene lengua después de todo, algo decepcionante pero

previsible, después de todo se cree alguien especial; pero debo recordarle:


¡¡¡Esta perra inmunda es mía, es hija de vuestro pecado lujurioso!!!”. Dijeron

los demonios mientras que con su mano izquierda señalaba a Alberto y

Fabiana, y acto seguido los demonios se zafaron de sus atadoras y levitando


alcanzó el techo de la recámara y comenzaron a reptar por la superficie del

mismo con la cabeza inversa al tronco del cuerpo de Salomé, un segundo


luego una respiración entrecortada, grave y con un profundo eco llenó la
habitación en todo su interior, como si las puertas del infierno mismo se

hubieran abierto de par en par. “Silencio bestia infernal la gracia del Creador
nos bendice”, alcanzó a decir monseñor Alberto mientras rociaba con agua

bendita a la posesa para tratar de bajar del techo, no obstante cada vez que le
arrojaba el santo líquido la piel de Salomé se ampollaba y Fabiana en un
momento de desesperación sostuvo la mano del sacerdote e impidió que

continuara con tal acción porque no soportaba ver como la carne de su hija era
desgarrada. “Es preciso que continuemos Fabiana, los demonios se hacen

fuertes dentro del cuerpo de Salomé y luego su expulsión será más difícil o

imposible” acusó con algo de duda Alberto y luego de un instante los

demonios se lanzaron contra el pecho del religioso y le tomaron por el cuello


ahogándolo mientras salivaba sobre el rostro del obispo y con voz altanera los

demonios le dijeron al religioso: “escucha bien sacerdote-hechicero, sólo soy

un demonio dentro del cuerpo de esta ramera hija del pecado de ustedes, sólo

uno que basta y sobra para cumplir la voluntad del príncipe”. “Dime tu

nombre” le ordenó el sacerdote mientras le colocaba la medalla de San Benito

en la frente de la posesa y a continuación los demonios en un acto de violencia

levantaron al sacerdote por el cuello y arrojaron al obispo por las escaleras del

departamento y fue a dar hasta el piso de la sala principal, justo a los pies del
crucifijo que había en la misma, luego de lo cual la imagen giró sobre su eje

inferior y se desprendió de cabeza desde la pared donde se hallaba para luego

romperse en dos partes.


En el exterior comenzó a llover de manera profusa y hubo una quietud que

nadie sabía de dónde provenía. En plena lluvia hizo aparición una espesa
niebla y una lluvia de escarabajos cual enjambre, se apoderó de todo el lugar y
rodearon el exterior de la edificación. Por su parte, la posesa, luego de la

aparición de los coleópteros se abalanzó sobre la escalera y tras rasgarse parte


de la ropa, descendió la misma en cuatro patas como si imitara algún animal

extinto, en tanto su cabeza la tenía opuesta al torso de su cuerpo y cada vez


que descendía un escalón husmeaba el ambiente, como si olfateara la
presencia del algún elemento o entidad en la atmósfera de aquél lugar.

En tanto Alberto se logró incoporar sobre sí mismo y caundo vio a Salomé


con aquellas aptitudes simiescas, recordó su experiencia con Antonio y en ese

instante la posesa volvió su mirada sobre él y le dijo: “duele sacerdote-

hechicero, duele saber que tú y tu maestro le fallaron al cielo mientras le

sirven”, acto seguido los demonios sisearon y subieron por la pared del salón y
se colgaron de una de las lámparas de hierro forjado que había en el techo de

la sala y rompieron uno a uno los adornos que acompañaban uno a uno

mientras mencionaban nombres aleatorios sin sentido aparente alguno. El

obispo buscó la manera de hacer bajar a la poseída de donde estaba, pues no

debía entablar conversación alguna con ella porque lo demonios le harían ir a

su propio terreno y todo el ritual perdería sentido. Alberto llamó a sus

asistentes y corretearon a la posesa por todo el lugar, pero cuando pensaba que

la tenían en un rincón del techo, sólo tenían en sus manos una misama de
escarabajos y Gabriel y Carlos huyeron de la repulsión por la escena.

En ese momento, Alberto recordó que tenía una especie de pomada que

había hecho con los óleos que tenía de Tierra Santa y con una tenue luz de su
linterna buscó a la posesa por doquier. Cuando se dirigía a la concina del

departamento sintió como unos pequeños brazos pero muy fuertes le tomaron
por el cuello desde su espalda y tras discurrir mucha saliva escuchó una voz
masculina, muy gutural: “me buscabas padrecito, no me importa que estés más

alto en la jerarquía de tu iglesia, esta ramera se irá al infierno conmigo es mi


decisión, la orden del príncipe. Aunque pensándolo bien tienes una opción,

entréganos el libro y todo acabará acá, te doy mi palabra”. Habló el demonio y


el sacerdote le respondió: “hagamos el trato, pero no sólo quiero que la liberes,
quiero que cumplas varios deseos que tengo”. Tras pronunciar estas palabras

la posesa arrojó al obispo contra unos estantes llenos de cristalería y luego le


golpeó por el abdomen y le dijo: “tú, pedazo de marica, ¿acaso no sabes que

no se puede engañar a un mentiroso? Yo he servido al Creador antes que tu

iglesia y conozco los oscuros secretos del corazón de los hombres de estas

tierras y de otras que ni en sueños visitarás. No me creas tan ingenuo, ni


siquiera el libro lo tienes en tus manos. Negociemos, mutila el libro,

desaparécelo y yo haré que esta impúber y su madre sean tu familia, pondré el

mundo a tus pies y te daré veinte años para que seas feliz, luego me rendirás

cuenta y te daré lo que más deseas una hija con la mujer que todavía amas,

para que atestigüe tu paso por la tierra y así tu nombre no se pierda en el

tiempo”. Tras pronunciar estas palabras Alberto perdió la razón, se levantó y

arrojó a la posesa contra el piso y ésta comenzó a llorar como una niña de su

edad, el sacerdote reaccionó y se dio cuenta del error, ungió a Salomé con los
óleos haciéndole la cruz tres veces y esta se calmó, luego le colocó la medalla

de San Benito en su mano derecha y la tomó en sus brazos para llevarla hasta

la habitación en la parte superior del departamento.


Con ayuda de sus asistentes y Fabiana, Alberto colocó cuidadosamente a

Salomé sobre el gran sillón que estaba en su domitorio, como lo haría un padre
con su amada hija. El obispo inició todo el proceso nuevamente, dijos sus
oraciones y se dispuso a iniciar el ritual romano, no sin antes haber lavado su

estola púrpura, la cual fue escupida por los demonios. “Hermanos, en el


nombre del padre, del hijo y espiríritu santo” señaló el obispo y todos

respondieron “amén”, acto seguido el sillón donde estaba Salomé comenzó a


levitar con ella sentada y tras estar suspendida unos sesenta y seis centímetros
del suelo, comenzó a columpiarse de forma horizontal y un parpadeo insesante

se inició en el ojo derecho de la posesa, como si fuera un acto involuntario que


había tomado la escena en ese moemnto. Tras unos veinte segundos el sillón

se desplomó sobre el suelo de la habitación y se quebró por sus patas, la

posesa cayó rendida sobre los restos del mismo sin inmutarse y con los ojos

abiertos y las pupilas dilatadas. Monseñor Alberto intentó levantarla pero no


podía alzar a la pequeña, no obstante de no pesar más que una delgada niña de

doce años; Alberto llamó a sus asistentes y entre los tres pudieron tomarla por

las extremidades y colocarla en la cama. El sacerdote adviritió que la

muchacha tenía fiebre y tuvo miedo de continuar, miró a Fabiana y esta le dijo

sin pronunciar palabra alguna: “continúa, devuélveme a mi hija”. Alberto le

solicitó a los otros sacerdotes que buscaran junto a Fabiana algo con que

sujetar el cuerpo, pues temía que los demonios le hicieran daño a Salomé

durante el exorcismo. En tanto, el obispo se quedó en la cama junto a la niña


que comenzaba a sudar profusamente, su respiración se hizo entrecortada y

muy pesada, casi como si estuviera interrumpiéndose cada cierto tiempo, una

mezcla entre hiperventilación con disnea, lo cual lo hacía un poco pertubardor


para el obispo y arqueólogo, por lo cual estuvo a punto de llamar a uno de sus

colegas de la Compañía que era médico, pero implicaría una solicitud para
avalar el exorcismo y él debía solicitarlo al arzobispo, así que se dispuso a
orar.

Monseñor Alberto comenzó al rezar el padre nuestro: “padre nuestro que


estás en los cielos… Santificado sea tu nombre” y luego continuó en voz baja,

como si estuviera rezando para sí mismo y cuando estaba por terminar la


orción la posesa le golpeó por la espalda y dijo: “líbranos del mal
améeeeeeen”. Acto seguido los demonios se le montaron encima al obispo y le

arrancaron el sobrepelliz de un solo golpe y se lo colocaron sobre el cuerpo de


Salomé, para luego danzar sobre el lugar en plena penumbra y con un acto

demencial decirle al padre Alberto: “fóllame sacerdote marica” y se

abalanzaron sobre el obispo de manera abrupta como un jinete sobre su

caballo y a continuación golpearon repetidas veces al religioso en la cara para


saltar sobre su pecho y tras un breve instante los demonios intentaron lanzarse

por la ventana de la recámara, no obstante el padre tomó a Salomé por uno de

los tobillos de la posesa y logró detener tal acción y evitar el suicidio. Los

demonios le dijeron al sacerdote: “vaya padrecito es usted un hombre débil, el

amor le ciega; nadie dudaría si esta ramera muere en este exorismo de su

inocencia, después de todo eres el discípulo del idiota de Francisco, otro

hombre debilitado por el amor”. Tras levantarse el obispo le gritó: “silenco

bestia –y le colocó la medalla de San Benito en la frente y esta se pulverizó y


el metal se licuó en un instante – vuelve a tus aposentos”. Cuando Alberto

terminó de decir estas palabras, Salomé comenzó a llorar y llamó a su mamá

con gritos lastimeros y de desesperación, la muchacha había vuelto pero no


había sido excorcizada por lo que los demonios continuaban en su interior.

Luego de un minuto, Fabina apareció en la puerta de la recámara con una


enorme taza de té para el obispo y corrió a abrazar a su hija pensando que
estaba sanada espiritualmente, el religioso le indicó con un gesto de negación

para que entendiera que la situación no estaba controlada y que debía


continuar si ella lo autorizaba, luego que Salomé tomara un descanso porque

la niña estaba agotada y no podía poner en peligro su vida.


Luego de una hora y ya más animada Salomé, monseñor Alberto mandó a
buscar en la sede del obispado un roquete de cuello redondo y pidió traer la

estola púrpura del padre Francisco, la cual le regaló diez años antes, justo
antes de morir en el exorcismo de Antonio; el obispo quería unir todas sus

fuerzas, pues ya sospechaba que el demonio que poseía a la niña era Azazel, el

delfín de los infiernos, el mismo que se le presentó en Tierra Santa y que actúa

por órdenes de su príncipe Semyazza, no obstante, era imperativo que la


misma entidad reconociera su nombre, para que el ritual romano fuera

efectivo.

-“Pater Noster, qui es in caellis”-dijo monseñor Alberto luego de

persignarse y bendecir a todos los presentes.

-“Sanctificetur nomen mea”-respondió el demonio que poseía a Salomé y

de inmediato se echó a reír con burla hacia la oración.

-¡Silencio bestia! Esta es la cruz del Señor bésala, reconoce la gracia de su

amor y acepta el perdón que te confiere el Creador –dijo el obispo luego de


hacer besar una cruz de plata cuyo centro estaba labrado con la medalla de San

Benito.

-¿Me mandas a callar? ¿A mí? Sacerdote hechicero, eres una anomalía de


este mundo, yo he vencido a los otros que han venido antes de ti, he vencido a

tu maestro y tú que ni fe poses, no podrás conmigo. Sabemos y yo sé en


particular que no haces lo que deseas, que no haces lo que te gusta, que has
sido escogido por ser el menos probable de todos los hombres y ahora cargas

la cruz de tu mentor y nunca olvides que yo serví al Creador antes que tu


iglesia y conozco todos los misterios que guarda el corazón de los hombres.

Tú debes respetarme, ¡dame un poco de respeto! Antes que le arranque la vida


a esta prostituta donde estoy metido –acusó el demonio y acto seguido hubo
un ligero temblor y la cama donde estaba Salomé comenzó a agitarse

violentamente y unas campanillas comenzaron a escucharse desde el vacío de


la noche cerrada, que embargaba toda la ciudad.

-“Señor Jesucristo, Verbo de Dios Padre… Dios de toda criatura… Que le

diste a tus Apóstoles la potestad… De someter a los demonios en tu nombre” –

dijo monseñor Alberto mientras todos en la habitación repetían el ritual.


-Ummm, alguien rechaza el Rituale Romanum. A ver sacerdote, ¿olvidaste

el latín? ¿O ciertamente tu miedo es mayor que tu fe? ¿Será porque tienes

miedo de perder a tu hija Salomé? ¿Qué diría tu Cardenal si supiera que su

obispo predilecto no es tan santo y es tan pecador como él mismo? Padrecito

dicen que la sencillez es el camino hacia la vida del santo, pero te corroe la

duda de saber si esta niña es tu hija o es la hija de otro con la mujer que amas,

sabes, la vanidad es mi pecado, pero la soberbia es el pecado por el cual

consigo lo que quiero –dijo el demonio mientras se echó a reír y comenzó a


trepar por las escaleras no sin antes haber arrojado al padre Carlos contra la

pared. Monseñor Alberto se le quedó mirando fijamente a los ojos a Fabiana

como si buscara respuesta alguna ante la afirmación demoníaca y ésta sólo


alacanzó a bajar la mirada.

-¡Señores sujeten a la posesa por las extremiades inferiores! Perdemos el


rito y no hemos comenzado. Fabiana abandona la habitación –increpó el
obispo tras ver que no lograba concentrarse y una fuerte desesperanza se

apoderaba de su corazón pues el demonio jugaba con sus emociones y lo hacía


distraer. Alberto sabía perfecatmente que las mejores armas de la posesión

demoníaca era mezclar mentiras con verdades y hacer que el sacerdote se


enfocara en responder durante el ritual y no responder a las preguntas del
exorcista. Monseñor se encontraba en una encrucijada emocional entre

cumplir su deber como clérigo o tratar de desentramar lo que le había dicho el


demonio un instante atrás. En tanto una fuerte tormenta se desató en toda la

ciudad y una extraña bruma se colaba por toda la calle dejando tras sí un fuerte

olor acre que recordaba lo cercano que estaban los hombres del infierno.

El obispo inició todo nuevamente, besó la cruz, dijo la oración y saludó a


todos los presentes con la bienvenida del Señor. Luego de haber concluido su

oración tomó la sal y la mezcló con el agua bendita, tomó los óleos traídos por

él y los bendijo nuevamente y se encomendó al Creador, giró sobre su propio

eje y bendijo a los otros sacerdotes, les recordó que no respondieran palabra

alguna al demonio y que permanecieran en su fe sin importar lo que ocurriera

en aquella habitación.

-Vaya, el buen discípulo cumpliendo las reglas de su maestro siguiendo su

ritual a la perfección. Muy bien padrecito, comencemos con esta estupidez


donde tu dices unas babosadas y yo te respondo, veamos de qué estás hecho –

dijo el demonio y acto seguido volvió la electricidad al departamento pero con

sobrecarga lo cual hizo estallar todas las bombillas del hogar.


-¡Silencio bestia! Besa la cruz del Señor todopoderoso, tu padre-madre y

padre de todo lo que existe sobre este universo –increpó monseñor.


-¡¿Es eso todo lo que tienes sacerdote-hechicero? No me digas que basas la
esperanza de vida de este, el cuerpo de tu hija, mostrándome el instrumento de

martirio de tu salvador, sólo una raza como la tuya es capaz de venerar el


sufrimiento de un mortal! –acusó el demonio mientras hacía actos lascivos

contra el cuerpo de Salomé y tras unos movimeintos simiesco, se arrancó las


uñas del pie derecho con su boca.
-Hermanos oremos –dijo monseñor y comenzó a recitar el salmo noventa

mientras los otros sacerdotes sujetaban el cuero de Salomé –Dios creador y


defensor del género humano, dirige tu mirada sobre esta sierva tuya Salomé

Rebeca Giacomo, a quien formaste a tu imagen y semejanza –continuó

monseñor mientras le colococaba el crucifijo sobre la boca de la posesa y le

soplaba el rostro y continuaba rezando ante la presencia.


-¡Nooooo, sacerdote marica! Ella está hecha a mi imagen y semejanza

porque es hija del pecado. ¡Somos ángeles, hecho para este universo, pedazo

de imbécil, no sabes lo que dices –dijo el demonio mientras golpeaba el

cuerpo de la mucha contra la pared principal del cuarto.

-¡Sujétenla! Oh Padre misericordioso, Oh Príncipe celeste Mija-El,

invocamos tu presencia y tus hueste para que nos ayudes a declarar anatema,

Satanás, enemigo de la salvación humana; reconoce la justicia y bondad de

Dios Padre, ¿besa la cruz y dime tu nombre! Te lo ordeno dime tu nombre,


esta es la sangre de Cristo, este es el poder de Cristo, dime tu nombre y libera

a esta sierva del Dios, Salomé Rebeca Giacomo –pronunció Alberto mientras

rociaba a la posesa con agua bendita y le imponía la cruz, no obstante, y en


medio de la penumbra de la habitación el demonio liberó el cuerpo de la

muchacha con sendos golpes a los sacerdotes y comenzó a levitar con forma
de cruz inversa y el cuello quebrado, mientras lo hacía recitaba el padrenuestro
en latín, pero al revés.

-¿Te crees valiente, no padrecito? Finalmente estás peleando, la pregunta es


lo haces porque quieres, porque no tienes remedio o porque aceptaste que ella

es tu hija –dijo el demonio con bronca voz y sin mover los labios de la posesa.
Unos instantes luego, todo el departamento tembló y las paredes se
resquebrajaron y una colonia de sapos se hizo presente en la recámara, luego

de ello la posesa abrió la boca en ciento ochenta grados y escupió una enorme
hostia negra y acto seguido le guiñó el ojo al padre Carlos, uno de los

sacerdotes presentes y éste se arrojó por la ventana, dando contra el pavimento

de la calle. El demonio soltó una risita un poco cómplice, un poco de disfrute

por la clara ventaja que llevaba a su exorcista. Monseñor Alberto, vaciló por
unos minutos pues no sabía qué hacer, por un lado tenía a la posesa lacerada y

por otro un sacerdote cuya condición desconocía, así que le indicó al padre

Grabriel que socorriera al diácono y que él solo se encargaría de la situación,

además mandó a llamar a Fabiana aunque ella generaba más presión que

ayuda en el exorcismo.

Cuando entró Fabiana a la recámara, monseñor Alberto se quedó mirándola

fijamente a los ojos, esperaba una respuesta, una intervención de su parte que

le permitiera esclarecer todo aquél asunto de Salomé, sin embargo, Fabiana


volvió a bajar la mirada y el sacerdote no se atrevió a pronunciar palabra

alguna, no quiso, preguntar pues le tenía mucho más miedo a la respuesta,

porque sin importar cual fuera la misma, lo cierto, es que verdad o mentira,
esa respuesta cambiaría su manera de ver las cosas y cuestionaría todas las

acciones que precedieron aquel momento, ese pequeño instante en su vida. En


medio de estas reflexiones, el obispo le solicitó a Fabiana que tomara otro
ejemplar del ritual romano y se dispusiera a responder junto con él las

oraciones que comenzarían a rezar, monseñor le bendijo y le hizo la cruz con


una pomada hecha con los óleos santos que poseía.

Tras terminar la unción los vellos de la nuca de Alberto se erizaron y luego


unas pequeñas y frías manos le tomaron por el cuello con tal fuerza que de
inmediato sintió como le faltaba el aire, se quedó sin aliento casi al instante

del contacto. Un breve tiempo después el sacerdote percibió como unas largas
uñas iban creciendo desde aquellas pequeñas extremidades y una risa en

medio de babas se escuchaban lentamente y luego se oyó un gateo como quien

imita movimientos felinos justo antes de una cacería: “lo puedes sentir

padrecito, puedes sentir como se acerca el final, puedes sentir como el cuerpo
de esta puta se va quedando sin vida y yo lo poseo, todavía más. ¿Lo

escuchas? ¿Siquiera los sabes o lo conoces? Es el sonido de la muerte que se

viene acercando hasta tu lecho, después de todo un padre nunca debe enterrar

a su hija eso va contra la naturaleza ¿verdad? ¿Ah sí siento como la ira se va

apoderando de tu cuerpo? Me encanta ese pecado, porque vuelve a las mujeres

y a los hombres bestias salvajes, se vuelven presas de su emociones y me

demuestran que son animales en transición, no son la raza elegida por el

Creador, son un experimento fallido y nosotros los ángeles debemos cuidarlos,


si quieres definir ironía, es esa: la raza más perfecta debe cuidar al aborto de la

creación”. Dijo el demonio y se echo a reír.

-¡Silencio serpiente rastrera! Tu pelea no es con esta raza, tu pelea no es


con las mujeres y hombres de esta tierra, vuelve a la luz del Creador quien ha

decidido tu destino, vuelve a la luz, la sangre del señor te lo ordena, la cruz del
señor te lo ordena –aseguró el obispo, luego de colocarle la estola púrpura con
la cruz de Occitania en la frente de la posesa, tras lo cual la mucha comenzó a

llorar y llamó a su madre quien se encontraba en la habitación estupefacta ante


el espectáculo que observaba.

-Mami, él no me quiere, es un hombre malo, me hace daño, dile que se


vaya y nos deje solas, éramos más felices sin su presencia –dijo la posesa
mientras abrazaba a su madre como una niña cuando tiene mucho miedo.

-Fabiana, ¡suéltala ella no es tu hija! Es un truco –increpó Alberto y acto


seguido la poseída comenzó a reír pero con voz masculina y tomó a Fabiana

por el cuello y la lanzó contra la puerta de la recámara con una sola mano, la

cual se abrió y dio paso a una danza de sombras, eran las noctumbras que se

apoderaron del lugar y de repente una nevada comenzó dentro de la habitación


y todo se llenó de bruma, la humedad se apoderó del lugar y un vaho pestilente

emanaba desde las hendijas de la casa, la temperatura cayó por debajo del cero

absoluto. Luego se oyó como las puertas se golpeaban entre sí. Fabiana se

hallaba desmayada en el piso de la habitación y en medio de un profundo

silencio, la entrada principal fue arrojada abajo de un solo golpe, de una

patada contundente y seca; era Mónica quien había llegado al lugar y con su

pistola en la mano comenzó a llamar al obispo por su nombre a secas, como si

se tratara de un viejo amigo que necesitaba ayuda.


La detective conrrió hasta la parte superior de la casa, no sin antes advertir

el aspecto ruinoso de todo el lugar, muy parecido a cuando fue atacada junto

con su compañero por los demonios hace unos diez años. Abrió la puerta del
dormitorio y vio como el obispo era golpeado por la posesa en un acto de

sansonismo impresionante. Mónico alzó su pistola y descargó tres disparos


contra el techo de la habitación, tras los cuales llamó la atención del demonio
y éste le siseó como una gato enjaulado. La poseída alzó su mano derecha y

una fuerza invisible a la vista humana arrojó a la policía contra el espejo de la


cómoda, rompiéndolo en mil pedazos. Cómo pudo, la investigadora se levantó

y tomó por una de las piernas a Salomé y le ató la misma con unas esposas a
una de las patas de la cama, luego de lo cual esposó a la muchacha quedando
inmovilizada a la cama, aunque cada cierto tiempo daba sacudones dándola

impresión de que estaba a punto de liberarse de aquella situación.


-¿Mónica, eres tú? –preguntó Alberto con la vista empañada gracias a la

tormenta que se había desatado dentro del departamento y al rostro

ensangrentado gracias a los fuertes golpes recibidos en el forcejeo.

-Soy, yo Alberto. Veo que tienes la situación controlada, muy similar al


padre Francisco en sus mejores momentos –respondió la detective con

bastante sarcasmo y con ganas de asumir todo de la manera más natural

posible.

-¿Cómo llegaste? Luego haces los chistes que desees –señaló monseñor

sorprendido por toda la situación.

-Llamaron una ambulancia con esta dirección y dijeron que había un

sacerdote herido y se oían gritos desde hace un par de horas. Yo supuse que

algo tenía que ver contigo porque ya me habías dicho sobre esta posible
situación. ¿Ella es tu novia? ¿Siempre produces ese efecto en las mujeres? –

continuó la detective señalando a Fabiana.

-Sí, supongo que soy el hombre más aburrido y predecible, sólo me sale
bien cuando ando en vaqueros y además no es mi novia, ella es Fabiana la

madre de Salomé, de la posesa, eso lo debes saber –respondió Alberto


mientras miraba a Salomé y esta le mostraba los dientes como si fuera un
canino.

-Perfecto, no es tu novia y tienes la situación controlada, entonces me voy


para que continúes con tu servicio religioso –dijo la policía mofándose del

sacerdote quien ya no sabía qué responder.


-Por favor, ayúdame, mis dos sacerdotes asistentes no están y ella… Ella
está desmayada, bueno siempre provoco ese efecto en las mujeres, según tú –

aseguró el obispo burlándose de sí mismo.


-Tú sí que sabes enamorar a una chica padrecito, eso es definitivo.

¡Comencemos! –respondió Mónica mientras ayudaba al sacerdote a

incorporarse, tenía más herido el orgullo que el cuerpo.

El obispo tomó a Salomé y le quitaron las esposas de una de sus piernas;


luego la subió con ayuda de la detective a la cama, la muchacha estaba muy

pesada, incluso entre los dos no podían asistirla para incorporarla hasta la

parte superior de la misma. Tras muchos esfuerzos lograron colocarla en la

cama en posición vertical y le sujetaron las extremidades, su intención era

acabar con el exorcismo de una vez por todas. Cuando Mónica estaba

sujetando las piernas de la mucha a la cama, sintió como su pistola fue

sustraída y la misma comenzó a dispararse sola contra el vacío de la

habitación de manera aleatoria y continua. Tras vaciar el cargador, el demonio


arrojó la misma contra la ventana de la habitación y el arma fue a dar a la

calle; unos segundos luego y la posesa se contorsionó de manara violenta

contra la cama y comenzó a llamar a su mamá con unos gritos lastimeros


como si estuviera siendo lastimada por los presentes. Hubo un silencio y

Fabiana se incorporó y fue a ayudar a su hija y le pidió al obispo que se


detuviera, que no continuara con el ritual, que bastaba que no lograrían nada
con aquella situación sólo lastimar a su hija.

-¿Fabiana, quieres que suspenda el exorcismo? ¿Deseas eso? Necesito tu


autorización para continuar, sin ella, no lo puedo hacer, por eso te vuelvo a

preguntar ¿deseas que suspenda el exorcismo? –preguntó el sacerdote mientras


miraba a Fabiana quien tenía a su hija en los brazos.
-Sí, Alberto suspende el exorcismo, hazlo por el amor que me tienes, olvida

tu compromiso, ya sabemos quien ganó y no puedo ver a mi hija seguir


sufriendo por esta situación por favor –dijo Fabiana, mientras Alberto miraba

a Mónica quien se hallaba parada en la puerta.

-Será como digas Fabiana, avisaré al arzobispado que en el caso de Salomé

yo me retiro hasta tener la autorización para continuar con el proceso de


exorcismo –respondió el obispo y a continuación, una risita comenzó a

escucharse por todo el lugar, proveniente desde varios puntos de la recámara y

luego desde el vestíbulo del departamento. Unos instantes después, el techo se

resquebrajó y una enorme grieta apareció por el centro del mismo, la posesa se

soltó de los brazos de su madre y se levantó desde el suelo y a continuación

levitó girando en el vacío de la habitación, dejó de virar y su cabeza inció

movimientos demenciales, extendió sus brazos en forma de cruz y dijo:

“ummm huelo el temor, en esta habitación se ha perdido la fe. ¿Perdiendo la fe


sacerdote-hechicero? Dime que no basas tus actos en la debilidad humana que

te rodea y por eso abandonas esta pelea, al menos tu maestro no se daba por

vencido. Hagamos un trato yo libero esta ramera y tú me das el libro y tu alma,


a cambio de tu inmortlidad ante los ojos de las mujeres y hombres de esta

tierra. ¿Te parece un trato justo? ¿Qué opinas sí o no?” Increpó el demonio en
medio de la conmoción y, de manera inexplicable, las paredes de la recámara
se congelaron y las escarchas se hicieron presentes por todo el lugar, luego, los

televisores del hogar se enciendieron y varias psicofonías se escucharon, los


aparatos de radio hicieron lo propio y tras un minuto, todos estallaron y se

fundieron. “No tengo tiempo para estas estupideces” dijo Mónica y sacó un
revólver calibre cincuenta que llevaba en su pierna izquierda y vació el barril
del arma y recargó luego, señaló en voz alta: “¿tengo tu atención? Te

propongo este trato, tu liberas a la chica o todos morimos en este momento, tú


no tienes el libro, el puto obispo se va al infierno junto con su novia y yo me

voy con ellos y la niña también y luego ajustamos cuentas desde tu reino.

¿Qué opinas Dem?”

-¡Vaya! Qué trato tan interesante, tienes más agallas que el sacerdote, qué
misteriosa son ustedes las mujeres, no importa si son mortales o ángeles, pero

veo que lo amas y estás dispuesta a lo que sea por él, la pregunta más obvia es,

¿sacrificarías tu alma por este imbécil que no puede controlar su ira, ni salvar

a su hija? ¿Por un hombre que nunca te corresponderá? –dijo el demonio

mientras le guiñaba el ojo y aceptaba el reto que le proponía la detective en

medio de la desesperación.

-Créeme que lo haré. ¡Se acabó el tiempo! ¿Qué me dices? –preguntó la

detective luego de montar el martillo del revólver y colocárselo en la cabeza


de la posesa sin que le temblara la voz o el pulso.

-¡Qué divertido! Me encanta esta mujer! Decidiste mal padre, decidiste

mal, esta es la mujer correcta… ¡Tú no sabes quién carajo soy yo! y no tienes
poder alguno de acabar esta situación, yo le di el fuego a las mujeres y

hombres de esta tierra y no puedes devólvermelo en mi contra –aseguró el


demonio con bronca voz y acto seguido le dobló el revólver en dos a Mónica
sin quitárselo de las manos y luego la tomó por la garganta y la alzó del piso

sin que la posesa dejara de levitar y durante el acto todos sus brazos se
llenaron de vellos capilares –Sólo muéstrame un poco de respeto antes que te

arranque la vida del pecho.


-¡Silencio serpiente infernal! Tu pelea no es con nostros, vuelve a donde
perteneces, la sangre de Cristo te lo ordena, la cruz del Señor te lo ordena, el

poder de la luz te lo ordena –dijo monseñor luego de imporner la cruz sobre la


frente de la posesa y rociarla con el agua bendita, después de lo cual un vapor

comenzó a salir de la piel del cuerpo de Salomé –Dime hijo del pecado, tú que

desafiaste al Creador, cuál es tu nombre, el poder de la cruz te lo ordena, libera

a Salomé Rebeca Giacomo quien el creador la hizo a su imagen y semjanza


para que caminara por la luz, el poder del Señor te lo ordena, la luz te lo

ordena, dime tu nombre.

-Mi nombre es Azazel, el delfín de los infiernos, el primer lugarteniente de

Semyazza, el primer oficial de los ejércitos infernales, el segundo comandante

de los Grigori, quien le dijo a tu Creador que sus leyes son injustas y tú pedazo

de imbécil, eres mi creación, te hemos dado todo, las mujeres se arrodillan

delante de ti sólo con mirarlas, tienes dinero cuando lo quieras, subes rápido

dentro de tu iglesia, tienes el poder de destruirla, conoces los secretos de este


mundo y los otros, así que me debes un poco de respeto –dijo del demonio y

luego de lo cual arrojó a Mónica contra el piso de la recámara y le asestó un

fuerte golpe por el pecho al obispo y este fue a dar contra la pared, moviendo
toda una estantería que estaba contigua a la entrada del baño de la habitación.

-¡Besa la Cruz bendita con la cual fueron perdonado los pecados de esta
tierra! El Señor te ordena que abandones a esta hija de la luz, el poder de la
sangre de Cristo te ordena que liberes a Salomé Rebeca Giacomo, quien es

hija del Creador y fue creada a imagen y semjanza de Dios padre-madre, el


poder del Señor te lo ordena, la sangre de Cristo te lo ordena, la luz de los

santos te lo ordena –recitaba incesantemente el obispo mientras ungía con


agua bendita y los santos óleos a la muchacha.
-Tú no tienes poder sobre mí y por ocultar el libro que estaba en la torre sur

de la catedral perderás la vida –acusó el demonio con voz felina mientras se


contorsionada el cuerpo de la posesa y tomaba por el cuello a monseñor

Alberto.

-Abandona el cuerpo de esta hija de la luz, a quien la gracia divina la viste

con el amor y la perfección, ¡te ordeno en el nombre de esta santa cruz Azazel
abandones el cuerpo de esta sierva del Creador y vuelvas a los infiernos a

esperar el jucio divino! –dijo Alberto y a continuación el demonio lo arrojó

contra la pared donde estaba la estantería y una escultura de broce le cayó en

la cabeza, desplomándose el obispo en el acto. Unos instante luego se oyó un

golpe seco, hubo un ligero temblor y después se escuchó el llanto de Salomé

llamando a su mamá.

-¿Hija? ¿Alberto? –dijo Fabiana al ver que la mirada de su hija Salomé

había vuelto a su rostro pero advirtiendo que el obispo yacía boca abajo y
sangrando profusamente.

-Está vivo pero su pulso es débil, me temo que entró en coma, llamaré a

una ambulancia –intervino Mónica tras tomarle la mano a Alberto para


verificar sus pulsaciones –Habla la detective Mónica, por favor envíen una

ambulancia con cuidados intensivos tenemos otro sacerdote herido en la calle


Charles Baudelaire, es urgente, posiblemente el sujeto presente un severo
cuadro de trumatismos craneoencefálico.

-¿Está muerto? –preguntó Fabiana.


-Todavía tiene pulso, aunque no creo que resista –respondió Mónica casi de

forma automática.
-¿A qué libro se refería el demonio y qué tiene que ver con mi hija y con la
otra chica? –dijo con voz de angustia Fabiana.

-No tengo la menor idea, pero sospecho que esta historia comenzó mucho
antes que la propia iglesia existiera y una persona no puede destruir media

ciudad, me temo que aquí no hay caso, solo conjeturas. Todo esto más grande,

nos queda creer y nada más –acusó la detective.



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