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TERROR, PENA Y AMNISTÍA
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Juan Pablo Mañalich R.
CIÓ
DUC
terror,
PRO
pena y amnistía
• RE
el derecho penal
010
ante el
terrorismo de estado
©2
NO
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HIBID
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En la composición de este libro me he visto inmensamente favorecido por
NP
la compañía intelectual de muchas personas. Una versión (muy) preli-
minar de lo que llegarían a ser algunos de sus capítulos fue presentada
CIÓ
y discutida en el marco de un curso sobre reconciliación y justicia tran-
sicional, dado conjuntamente con Fernando Atria entre enero y mayo de
DUC
en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico. Quiero
agradecer especialmente a los estudiantes, que hidalgamente soportaron
la – a veces pesada – carga especulativa, por esa posibilidad. Una versión
PRO
algo posterior fue presentada y discutida en dos seminarios sucesivos or-
ganizados por el Centro de Estudios de la Justicia, en la Facultad de
• RE
para con Fernando Atria, quien leyó y comentó atentamente varios de los
capítulos, formulando observaciones sumamente importantes, es especial-
NDE
mente gravosa.
Una versión posterior, más cercana a la definitiva, fue leída y discutida
entre un generoso círculo de ayudantes y estudiantes de la Facultad de
FLA
quien con una paciencia que a veces parecía infinita, leyendo y discutiendo
varios de los pasajes más arduos del texto, contribuyó decisivamente a
EDI
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IBID
H
RO
. :
NP
1. La transición como normalización de la violencia
2. La categoría “violaciones de derechos humanos”
CIÓ
2.1. Crímenes contra la humanidad
2.2. La paradoja de los derechos humanos
DUC
3. El terror y el derecho
3.1. Facticidad y validez
3.2. La DINA como paradigma
4. ¿Superación del pasado a través del derecho? PRO
4.1. Criminalidad de excepción
4.2. La trivialidad de lo jurídico
• RE
DIA
.
S IN
1. El concepto de pena
1.1. Una definición de “pena”
1.2. Implicaciones sustantivas de la definición
FLA
A
IBID
4. La pena retributiva como acción comunicativa
4.1. El reproche jurídico-penal como acto de habla ilocucionario
4.2. La pretensión de validez subyacente al reproche
H
4.3. La relación entre la irrogación del mal
RO
y la expresión de reproche
4.4. Acción comunicativa, acción estratégica y acción instrumental
NP
4.5. El reproche como reconocimiento
CIÓ
.
5. La pena como retribución
5.1. La punición como realización del derecho
DUC
5.2. La pena como institucionalización
del reproche de culpabilidad
5.3. La correspondencia entre delito y pena
PRO
6. La estructura de la coacción punitiva
6.1. Coacción de realización y coacción de aseguramiento
• RE
.
DIA
2.1. Aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado
2.2. La gracia como atributo divino
3. La gracia como límite de la justicia
IAL
A
IBID
5. Dos formas de amnistía
5.1. Abolición versus gracia en sentido estricto
5.2. Declaración de culpabilidad
H
como presupuesto de la gracia en sentido estricto
RO
5.3. Amnistía propia e impropia bajo el derecho chileno
NP
CIÓ
. ₍₎
-
DUC
.
1. El “decreto-ley de amnistía”
2. Estrategias de elusión PRO
2.1. La doctrina Aylwin
2.2. El “secuestro permanente”
• RE
.
4. La invalidez inmanente de la auto-amnistía
DIA
5. El decreto-ley de amnistía
y la validez temporal de la ley penal
FLA
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IBID
.
H
RO
2. Los presupuestos materiales
de la prescripción de la acción penal
NP
2.1. La contingencia de la punición
2.2. La prescripción como promesa del Estado de derecho
2.3. La derrotabilidad de la regulación de la prescripción
CIÓ
3. La prescripción de la acción penal
bajo la prohibición de retroactividad
DUC
3.1. El problema
3.2. Esbozo de jurisprudencia constitucional (comparada)
3.3. Punibilidad versus “perseguibilidad”
3.4.
PRO
¿Irrelevancia frente a la validez temporal
de la legislación procesal?
4. Prescripción, retroactividad y protección de la confianza
• RE
BIBLIOGRAFÍA
INDEX
DIA
nominorum
legum, sententiarum tractatuumque
S IN
NDE
FLA
IAL
TOR
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HIBID
RO
. :
NP
En este respecto, el derecho se asemeja
CIÓ
al rey Midas. Así como todo lo que aquél
tocaba se convertía en oro, todo aquello
DUC
a lo que el derecho se refiere,
toma carácter jurídico.
(Hans Kelsen, Teoría pura del derecho.)
PRO
1. LA TRANSICIÓN COMO NORMALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA
• RE
miento” por parte del discurso público caería in toto bajo el ám-
bito de competencia del derecho penal. Contra la mejor de las
DIA
A
IBID
mación de la asignación de un significado de violencia funda-
cional al periodo del terror. Esto quiere decir que se trata aquí
de una violencia sobre la cual está fundada la comprensión pre-
H
valeciente sobre el modo de ser de nuestra vida política2.
RO
En la medida en que la punición se articula como la respuesta a
los hechos del terror, lo único que alcanza a ser tematizado en
NP
cada instancia de persecución y juzgamiento es la objetivación
de la culpabilidad aislada que se expresa en el hecho punible
CIÓ
respectivo. (Aquí debería ser suficientemente ilustrativo el pro-
blema perenne de demostrar judicialmente la “conexión” de
DUC
Pinochet con los hechos de la DINA – como si la hipótesis ori-
ginaria fuese la desconexión, exigida, sin embargo, por la pre-
sunción de inocencia.) Esto no obsta, ciertamente, a que sobre
PRO
la base de la recolección de cada una de las sentencias conde-
natorias pronunciadas quepa extraer una generalización que dé
cuenta de la masividad de los crímenes cometidos por agentes
• RE
A
IBID
Pues esto último es posibilitado por la noción de que el pro-
blema del terror sería, exclusivamente, un problema de respon-
sabilidades individuales por hechos delictivos. Y ello, porque el
H
concepto clave en el desempeño de esa estrategia, el concepto
RO
jurídico de responsabilidad penal, encierra una concepción política
de la responsabilidad, que necesariamente permanece presu-
NP
puesta, y por ende no tematizada, en cada operación de atribu-
ción de responsabilidad jurídico-penal 3.
CIÓ
La reducción de complejidad que trae consigo la validación tácita
de este paradigma (hegemónico) de responsabilidad individual
DUC
por hechos delictivos garantiza que, en la medida en que la
deliberación pública acerca del terror se haya reducido al debate
judicial acerca de la punición de quienes hayan de ser sindicados
PRO
como autores y partícipes en los hechos en cuestión, los hechos
del terror vayan a quedar registrados como nada más que des-
viaciones de estándares normativos, jurídicamente reprochables,
• RE
A
IBID
2. LA CATEGORÍA “VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS”
H
La discusión acerca de la posibilidad de superación de un pasado
RO
identificado con el ejercicio de violencia criminal por parte de
agentes del Estado a través de la aplicación del derecho se
NP
encuentra indisolublemente ligada a la experiencia histórica del
terror nazi. Al respecto es posible encontrar una copiosa biblio-
CIÓ
grafía referida a la pregunta acerca del papel que podía caber al
derecho, y especialmente al derecho penal, en la superación del
pasado nacionalsocialista. Parte de la bibliografía parece centrada
DUC
en la dimensión fáctica de esta pregunta: ¿Bajo qué condiciones
era posible, en la(s) Alemania(s) de la postguerra, atendidas las
PRO
circunstancias sociopolíticas e institucionales dadas, enjuiciar y
castigar a los criminales del tercer Reich ? 5
Esta manera de plantear la cuestión, sin embargo, presupone ya
• RE
sim.
6 Críticamente acerca del salto conceptual que supone la atribución de un ca-
rácter único – en sentido de excluyentemente único – al genocidio nazi en
EDI
A
IBID
pronunciable aparece, sin quererlo, perpetuando solidariamente
el gesto de los nacionalsocialistas (Agamben, 2005, 164). Antes bien, de
lo que se trata es de advertir lo que cabe designar como la aporía
H
de Auschwitz: “hechos tan reales que, en comparación con ellos,
RO
nada es igual de verdadero; una realidad tal que excede necesa-
riamente sus elementos factuales” (Ibíd., 9).
NP
¿A quién competía – o compete – hacerse cargo del horror nazi?
Jankélévitch dejaba en claro que los nacionales de Alemania no
CIÓ
podían quejarse de una intromisión en “sus asuntos” por parte
de la comunidad internacional, porque no se trataba de “sus
DUC
asuntos”, sino de un asunto que compete a todas las naciones
(Jankélévitch, 2006, 11 s.). Y por contrapartida, Hannah Arendt, a propó-
mizada por la circunstancia de que el tribunal de Jerusalén se
• RE
la humanidad toda (Manske, 2003, 333 ss.). Por esta razón, Arendt
deploraba que en la traducción al alemán de la expresión
NO
DE DE RECHOS HUMANOS ”
cia de genocidio.
7 Vé. t. Benhabib, 2007, 62 s.
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IBID
como producto de una maldad ontológica. Es esto, sólo esto, lo
que explicaría que se trate de crímenes imprescriptibles. En ellos
no podría tener influencia alguna el paso del tiempo, porque se
H
trataría de una criminalidad (literalmente) metafísica (Jankélévitch,
RO
2006, 16 s.)8. Tales crímenes sin nombre serían, por lo mismo,
NP
todo margen de retribución adecuada, tal como Arendt lo suge-
ría en su correspondencia con Karl Jaspers:
CIÓ
Los crímenes nazis, me parece, explotan los límites de la ley; y
DUC
[…] eso constituye precisamente su monstruosidad. Para esos crí-
menes, no hay castigo suficientemente severo. Puede ser esencial
colgar a Göring, pero es algo totalmente inadecuado. O sea, esa
PRO
culpa, en contraste con la culpa criminal, sobrepasa y destruye
cualquier sistema legal (Bernstein, 2005, 298).
pudiese ser castigado o perdonado (Arendt, 2007, 123). Por eso Arendt
podía llegar a sostener que, tratándose de los hechos del nacional-
©2
8 Latamente al respecto Ricœur, 2008, 600 ss. Vé. t. Campagna, 2007, 132 s.,
NDE
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IBID
2.2. LA PARADOJA DE LOS DERECHOS HUMANOS
En la caracterización de los crímenes del nacionalsocialismo como
crímenes impronunciables, Jankélévitch no está solo. Quien le
H
brinda compañía es, ni más ni menos, Carl Schmitt, teórico cons-
RO
titucionalista del Estado nazi. En un informe en derecho acerca
del estatus de los crímenes de agresión o “crímenes contra la
NP
paz” bajo el derecho internacional vigente al cese de la Segunda
Guerra Mundial, Schmitt – cuyo oportunismo no necesita ser
CIÓ
considerado aquí – remarcaba la urgencia de separar claramente
estos cargos de aquellos referidos tanto a los crímenes de guerra
DUC
en sentido estricto como a las “atrocidades” constitutivas de
crímenes contra la humanidad. Respecto de estas últimas,
Schmitt sostenía que a ellas correspondía un estatus absoluta-
PRO
mente singular, en tanto su crudeza y bestialidad “supera la nor-
mal capacidad de comprensión humana”, fulminando los
márgenes conocidos tanto del derecho internacional como del
• RE
2. LA
CATE GORÍA
2009, con arreglo al cual “[n]o se podrá alegar la concurrencia del error sobre
la ilicitud de la orden de cometer genocidio o crímenes de lesa humanidad”.
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IBID
penal positiva preexistente, se estaría poniendo a sí mismo ya
bajo una luz sospechosa (Schmitt, 1994, 23).
H
Lo que así emerge es, ciertamente, una paradoja, que se deja sub-
RO
rayar con la siguiente observación del propio Schmitt, contenida
en una nota final, escrita en inglés, y sólo disponible en alguno
NP
de los ejemplares del informe original:
Más allá de ello, es evidente que el “scelus infandum” de Hitler
CIÓ
y especialmente las atrocidades monstruosas de las SS y la Ges-
tapo no alcanzan a ser clasificadas, en su real esencia, bajo las
DUC
reglas y las categorías del derecho positivo ordinario; ni tampoco
con ayuda del antiguo derecho doméstico o del derecho consti-
tucional, ni con ayuda del actual derecho internacional […]
(Schmitt, 1994, 81) 11.
PRO
La paradoja se encuentra, entonces, en que la peculiar perversidad
• RE
11 El editor del texto da cuenta de que la expresión latina “scelus infandum” de-
signaría un doble superlativo: “scelus”, un hecho despiadado y vil, el crimen
en toda su brutalidad; e “infandum”, lo impronunciable (Schmitt, 1994, 86).
IAL
embargo, a que en la doctrina del derecho internacional haya voces que sos-
tienen que el estatus de crimen internacional del genocidio es preexistente
a la convención, en virtud de una norma de jus cogens. Vé. por ejemplo van
EDI
A
IBID
creadas después del acaecimiento de los hechos en cuestión para
así posibilitar su valoración retroactiva como violaciones de
derechos humanos. Pues esto significaría caer en la tentación de
H
disolver la paradoja. Pero disolver la paradoja significaría, a su
RO
vez, perder de vista la dimensión genuinamente constitutiva que
cabe atribuir a los derechos humanos en tanto criterios que
NP
definen, para usar la expresión de Atria, “la sacralidad de cada
ser humano como algo que informa nuestra forma de existen-
CIÓ
cia” (Atria, 2003, 75).
Aquí es fundamental destacar dos aspectos de esta formulación.
DUC
Lo primero es enfatizar el plural del adjetivo posesivo (“nues-
tra”) de la última cláusula. Los derechos humanos, en el sentido
constitutivo en que aquí se emplea la expresión – y no en el sen-
PRO
tido prescriptivo que la expresión típicamente adquiere en el
marco del derecho internacional de los derechos humanos, o
bien en el discurso del derecho constitucional acerca de derechos
• RE
versal 16.
CATE GORÍA
NDE
16 Para una discusión de este problema vé. Fuentes, 2004a,123 ss.; 2004b, 284
ss. Puede ser importante tener en cuenta, de paso, que las bases del ejercicio
TOR
A
IBID
Pero aun más relevante es la apelación a la “sacralidad de cada ser
humano”. Pues lo que esta frase de hecho expresa es la evidencia
de la aparición de una forma de dominación política cuya nota
H
distintiva es, precisamente, la disponibilidad de la “vida desnuda”
RO
de quien se encuentra sometido a ella, que así se constituye en
homo sacer, a saber, en algo que puede ser matado sin poder ser
NP
sacrificado (Agamben, 1998, 93 ss., 106 ss.) 17.Y tal como observa Agamben,
sería justamente esta circunstancia, inscrita ya en el surgimiento
CIÓ
de la soberanía nacional, lo que el reconocimiento universal de
los derechos humanos en definitiva pone de manifiesto:
DUC
Los derechos son atribuidos al hombre (o surgen de él) sólo en
la medida en que el hombre mismo es el fundamento, que se
PRO
desvanece inmediatamente, (y que incluso no debe nunca salir a
la luz) del ciudadano. (Agamben, 1998, 163).
17 Vé. t. Girard, 1995, 267 ss. De ahí que Agamben objete la denominación del
programa nazi de exterminio del pueblo judío como “holocausto”, precisa-
mente por la connotación sacrificial de este término (Agamben, 2005, 27 ss.;
EDI
A
IBID
3. EL TERROR Y EL DERECHO
H
El terror se deja entender como disolución de la juridicidad, esto
RO
es, como genuino estado de excepción, cuya nota distintiva es la
imposibilidad de distinguir aquello que cuenta como observancia
NP
del derecho de aquello que cuenta como su quebrantamiento
(Agamben, 1998, 78). El problema está, sin embargo, en que la disolu-
CIÓ
ción del derecho es invisible para el derecho, el cual no puede
tematizar el fundamento último de su validez, porque éste se
encuentra siempre fuera de su “provincia”. Desde el punto de
DUC
vista del derecho, el fundamento último de validez jurídica sólo
alcanza a ser postulado, para mencionar las dos sugerencias más
PRO
conocidas, o bien en el sentido de una norma fundamental
hipotética como “presupuesto lógico trascendental” de la validez
– en sentido dinámico – del sistema jurídico respectivo (Kelsen,
• RE
2002, 201 ss., 208 ss.), o bien en el sentido de una regla de reconoci-
A
IBID
mente existente – del sistema jurídico en cuestión, sino que
representa, más bien, la estructura de un procedimiento de
reconocimiento y asignación por el cual el derecho se constituye
H
a sí mismo como la única instancia que determina lo que es o
RO
no derecho (Ibíd., 69 ss., 103 ss.).
Ésta es la razón por la cual la revolución es necesariamente invi-
NP
sible al derecho. Pues la aplicación del código derecho/no-
derecho a la propia operación del derecho supondría una apli-
CIÓ
cación de ese código a su propia aplicación, lo cual es estricta-
mente imposible (Luhmann, 1993a, 175 ss.). La revolución representa el
DUC
punto ciego en la auto-observación del sistema jurídico. Por eso,
si la pregunta se reformula en términos del fundamento de
validez del derecho bajo la constitución de una determinada
PRO
comunidad, la respuesta ha de ser necesariamente política (Schmitt,
1957, 20 ss.). La vigencia del derecho de una comunidad política
A
IBID
ción de la unidad política preexistente, esto es, que no sólo se
altere la decisión existencial positiva, sino también el funda-
mento de ésta – por ejemplo, al abolir el pueblo francés el
H
antiguo régimen monárquico, fundado en un principio dinástico,
RO
dándose a sí mismo el estatus absoluto de un Estado democrá-
tico, sustituyendo así al monarca como titular del poder consti-
NP
tuyente. Pero una revolución siempre trae consigo, en todo caso,
una alteración de la definición existencial positiva de la unidad
CIÓ
política preexistente, la cual de este modo se constituye a sí
misma, auto-conscientemente, de otro modo (Schmitt, 1957, 93 ss.). Lo
DUC
cual muestra cuán poco plausible es la representación de que
sea recién la constitución lo que hace posible la existencia del
Estado como unidad política de un pueblo19. En palabras de Karl
PRO
Marx: “Así como la religión no crea al ser humano, sino el ser
humano la religión, así tampoco la constitución crea al pueblo,
sino el pueblo la constitución”20.
• RE
19 Böckenförde, 1999, 135 ss., quien menciona, entre otros, los casos de las
TOR
pecto de las demás religiones”, dado que el cristianismo sería “la esencia
de la religión, el ser humano divinizado como una religión particular”.
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A
IBID
legítima que aquella que descansa en el poder constituyente del
pueblo, ella tiene que asumir que cada constitución que haya
podido existir en el pasado hubo de poder ser reconducida a la
H
voluntad expresa o tácita del pueblo, independientemente de
RO
cuál haya sido la respectiva forma de gobierno, es decir, la forma
de realización política de esa voluntad (Schmitt, 1957, 94 s.) 21. Esto es
NP
exactamente lo que se lee en una temprana “Crítica al derecho
del Estado de Hegel” por parte de Marx:
CIÓ
La democracia es la verdad de la monarquía, la monarquía no es
DUC
la verdad de la democracia. La monarquía necesariamente es
democracia como inconsecuencia contra sí misma, el momento
monárquico no es inconsecuencia alguna en la democracia. La
PRO
monarquía no puede, la democracia sí puede ser conceptualizada
desde sí misma. En la democracia ninguno de los momentos
adquiere un significado diferente del que le corresponde. Cada
• RE
A
IBID
respectiva comunidad política se llegó a auto-comprender antes,
en el pasado en que emergió el terror, y la manera en que esa
(misma) comunidad política se auto-comprende hoy. Dicho de
H
otro modo, la superación del pasado tendría que consistir en la
RO
demostración de la inconmensurabilidad entre el pasado y el
presente de la respectiva comunidad política. Pero es exacta-
NP
mente esto, la producción de un quiebre en la auto-comprensión
de la respectiva comunidad política, lo que no puede operar
CIÓ
jurídicamente, esto es, mediante la aplicación del derecho. Por-
que cada aplicación del derecho encierra el alegato implícito de
DUC
una congruencia entre ayer y hoy, entre el tiempo (pasado) del
hecho juzgado y el tiempo (presente) del juzgamiento del
hecho. Así se produce, en efecto, la constitución jurídica de la
PRO
memoria: “el pasado recuperado no puede sino estar reconci-
liado con el presente” (Christodoulidis, 2001, 217 ss., 222 ss.).
• RE
A
IBID
oscilante entre entenderse a sí mismo como dictadura, de una
parte, y como tiranía, de otra (vé. Atria, 2005, 60 ss.).
Esto encuentra su manifestación más inequívoca en que el obstá-
H
culo jurídico fundamental que parece oponerse a la punibilidad
RO
de los hechos correspondientes a la época más oscura de su
política de persecución y exterminio esté constituido por el DL
NP
de , conocido como “la ley de amnistía”. Que la junta
militar recurriera a una amnistía general para asegurar la impu-
CIÓ
nidad de sus agentes en relación con los hechos del periodo que
va del de septiembre de al de marzo de , muestra
DUC
de modo particularmente claro esa ambigüedad. Pues ello admite
ser interpretado como un reconocimiento, institucionalmente
explícito, de la conciencia de la antijuridicidad del régimen acerca
PRO
de los hechos imputables a sus agencias represivas.
Pero es necesario desentrañar el modo en que esta ambigüedad
puede incidir en el análisis del estatus jurídico-penal de los he-
• RE
chos del terror. Para esto puede ser útil concentrarse en la or-
ganización cuyo accionar representara el ejercicio más brutal de
violencia en los años del terror: la Dirección de Inteligencia Na-
010
cada una de sus acciones particulares, por ejemplo, bajo los tipos
delictivos del asesinato, del secuestro, de la tortura o de la vio-
lación? ¿O la que atendiendo a su configuración “legal” la con-
EDI
A
IBID
inteligencia y seguridad? Lo crucial es advertir, primero, qué
clase de respuesta no está disponible. Por ejemplo, la respuesta
según la cual la DINA, habiendo sido creada como organismo
H
técnico con funciones de inteligencia y seguridad, habría dege-
RO
nerado de facto en un aparato represivo ilegal. Esto sería desco-
nocer, con un grado superlativo de candidez, que el modus
NP
operandi de la DINA fue algo más que un accidente. A este
respecto es suficientemente plástica la siguiente observación,
CIÓ
contenida en el Informe de la Comisión Nacional sobre Verdad
y Reconciliación:
DUC
La legalidad formal en esta materia, no sometió la DINA a la ley
sino que facilitó, en ciertos aspectos, la acción de un organismo
PRO
que estuvo, en la práctica, por encima de la ley (CNVR, I, 2, 721).
Esto no constituye, en modo alguno, una casualidad. La vaguedad
de la determinación “legal” de sus funciones no hizo meramente
• RE
llamara la “textura abierta” de las reglas (Hart, 1963, 155 ss.). A menos,
ciertamente, que por textura abierta también quepa entender el
©2
tando la ley.
Desde el punto de vista de las categorías propias de la teoría
S IN
A
IBID
atención a “la conveniencia de estructurar de acuerdo a las
actuales circunstancias del acontecer nacional las atribuciones
de un organismo creado en situación de conflicto interno ya
H
superado”, cuenta como la manifestación definitiva de la ambi-
RO
valencia de la propia auto-comprensión del régimen. La opera-
ción de la DINA no admite ser vista como quebrantamiento ni
NP
como ejecución de la ley, sino que parece estar, desde el punto
de vista del derecho, en un no-lugar absoluto, que es, según
CIÓ
Agamben, lo definitorio del estado de excepción (Agamben, 2004, 99 ss.).
Aferrarse a lo contradictorio de la descripción de la DINA como
DUC
organización “legalmente” creada para actuar contra legem es im-
prescindible para no abandonar el nivel de descripción que hace
posible seguir llamando “terror” al terror, esto es, no convertirlo
PRO
en bagatela. Pues la idea de la creación legal de una organización
que de facto habría de actuar quebrantando la ley sugiere que ya
hemos alcanzado el punto en que la distinción entre normativi-
• RE
de las bases jurídicas de su propia actuación (vé. Pawlik, 1994a, 114 s.).
Aquí hay que enfatizar la relevancia de que los hechos constituti-
NO
A
IBID
tintivo, por ejemplo, de fenómenos de corrupción –, sino de una
prescindencia sistemática de la observación de las condiciones
de las cuales depende, con arreglo a las reglas de reconocimiento
H
y de competencia del sistema jurídico supuestamente vigente, la
RO
validez de su actuación como la actuación de un funcionario
competente, en su ámbito de actuación, por la integridad nor-
NP
mativa del sistema jurídico en cuestión 22. Se trata, más bien, de
que para un círculo de funcionarios de las fuerzas de orden y
CIÓ
seguridad del Estado, por ejemplo, dejen de ser relevantes las
condiciones bajo las cuales la detención o el arresto de personas
DUC
cuenta como una actuación realizada en cumplimiento de la ley.
Y es esta circunstancia la que explica la particular significación
que puede llegar a tener una renuncia generalizada de los tri-
PRO
bunales a pronunciarse sobre la efectividad y las consecuencias
jurídicas de la falta de observancia de las reglas del ordenamiento
respectivo:
• RE
22 De ahí que Shklar (1964, 207 s.) pueda sostener que la gran contribución del
estudio de los sistemas totalitarios consiste en el hallazgo de que “ciertas
EDI
A
IBID
Es importante constatar cuán deflacionaria resulta esta sugerencia:
un factor que explicaría la ocurrencia de las “acciones delictua-
les” de los agentes represivos habría consistido, entonces, en que
H
los jueces no habrían estado completamente a la altura de su
RO
magistratura, con lo cual el poder judicial chileno se habría
distanciado de su tradición histórica como “tenaz defensor del
NP
Estado de Derecho” (CNVR, I, 1, 86)23. Mas esto oculta la pregunta
que se hace realmente apremiante, esto es, si tiene sentido en lo
CIÓ
absoluto seguir hablando de un Estado de derecho bajo tales con-
diciones. Pues como observa Luhmann, el ordenamiento jurídico
DUC
no puede decir por mucho tiempo: “tienes derecho, pero lamen-
tablemente no podemos ayudarte” (Luhmann, 1993a, 153).
Lo que así emerge es un contexto en que el derecho comienza a
PRO
operar en un estado de corrupción estructural, en que lo distin-
tivo no es una renuncia sin más a la aplicación del código derecho/
no-derecho, sino que ella pasa a estar mediada por una distinción
• RE
1993a, 81 s., 180 s.). Desde el punto de vista del derecho penal vigente
A
IBID
4. ¿SUPERACIÓN DEL PASADO A TRAVÉS DEL DERECHO?
H
¿Qué espacio existe para que el derecho, a través del recurso a la
RO
pena, pueda hacerse cargo de la superación de un pasado que
parece jurídicamente inconmensurable? Así planteado el punto, la
NP
dificultad emerge de inmediato. Pues en un sentido que todavía
debe ser precisado, toda punición pretende ser una superación del
CIÓ
pasado. Aquí es importante advertir, sin embargo, que ello encierra
una trampa. Todo lo que ocurre, ocurre en el presente24. La trampa
consiste, entonces, en que la necesidad de la superación del pasado
DUC
depende de que el pasado no sea, de hecho, mero pasado, sino
todavía presente.Y siendo el derecho un sistema que se reproduce
PRO
a través de sus propias operaciones, el pasado y el futuro sólo son
relevantes, simultáneamente, como horizontes temporales de ope-
raciones necesariamente actuales (Luhmann, 1993a, 45 s., 110). Si el pasado
• RE
24 Lo cual equivale a decir: “nuestras oraciones sólo son verificadas por el pre-
EDI
A
IBID
al terror desde la perspectiva de la criminalidad en el Estado
equivale, según ya se sugiriera, a reducir el terror a un conjunto
de hechos delictivos discretos que a lo sumo pueden representar
H
un quebrantamiento masivo de normas jurídicas. Hacer justicia
RO
al fenómeno del terror exige conceptuarlo, desde ya, no como
criminalidad en el Estado, sino como criminalidad de Estado 26; o
NP
más precisamente, como una criminalidad cuyo contexto es la
transformación (de al menos parte) del aparato estatal en una
CIÓ
mafia criminal, esto es, en un “sistema de injusto constituido”27.
Lo cual representa, en cierta medida, una inversión de la noción
DUC
de criminalidad política, es decir, de aquella forma de crimina-
lidad cuya lesividad se encuentra en un ataque a las condiciones
de vigencia del Estado. Se trata de una inversión de esta noción,
PRO
porque la criminalidad de Estado es precisamente aquella en que
el Estado no constituye el “objeto del ataque”, sino la plataforma
de producción de la violencia criminal. El terror no es, entonces,
• RE
tal deja de ser interesante. El punto es, más bien, que la circuns-
tancia de que la descripción de los hechos constitutivos del terror
NDE
26 Vé. Jakobs, 1994, passim. Para una aproximación desde la teoría de sistemas
vé. Pawlik, 1994a, passim.
27 Así Lampe, 2003, 132 ss., quien postula, sin embargo, la corrección de un re-
TOR
A
IBID
reconocer esta diferencia es incurrir en un error categorial. El
terror no es, para decirlo plásticamente, la mera suma de hechos
individuales o cometidos en coautoría, cada uno de los cuales,
H
siendo subsumible bajo algún tipo delictivo, resulta imputable
RO
como injusto culpable a sus perpetradores. El terror no es algo
distinto de esto, pero ciertamente es algo más. A lo menos, el
NP
terror encierra ya el momento en que, como diría Hegel, la
determinación cuantitativa se vuelve cualitativa29. Y el derecho
CIÓ
penal no es capaz – y esto es virtud, no defecto – de advertir
este salto cualitativo, por el cual la ontología del terror se hace
DUC
irreductible al conjunto de “hechos puntuales que pudieron
haber cometido militares o carabineros”, según la descripción
ofrecida por el general Salgado una vez concluida su participa-
PRO
ción en la así llamada Mesa de Diálogo30, quien mostraba plena
conciencia de la relación dialéctica entre cantidad y cualidad
cuando negaba que en relación a esos hechos pudiese hablarse
• RE
2002, 284). Así, que un suceso sea interpretable como hecho delic-
29 Vé. Hegel, 1986f, 383 s.: “en su verdad”, la cantidad es “la cualidad misma”.
Acerca de la conceptualización de los crímenes contra la humanidad como
S IN
Zalaquett, 2000, passim. El texto que fijó el acuerdo incorporó una referencia
a “las graves violaciones a los derechos humanos en que incurrieron agentes
de organizaciones del Estado durante el Gobierno Militar”, a pesar de que
IAL
A
IBID
dido como quebrantamiento de una norma jurídica cuya vigen-
cia, en términos de su eficacia práctica como razón para la
acción, resulta confirmada por la punición del hechor. Esto es
H
lo que significa, por lo demás, toda imputación individual como
RO
aplicación del código binario actividad/pasividad: el hecho es
atribuido exclusivamente al autor como producto de su agencia,
NP
separándolo del contexto de su comportamiento (Luhmann, 1981,
67 ss.) 32.
CIÓ
Así se hace evidente una dificultad que es inmanente a la noción
misma de crímenes de Estado. La transformación de (al menos)
DUC
una parte del aparato estatal en un aparato criminal supone ya
una supresión de las condiciones de la juridicidad de la praxis
de ese Estado, que es directamente proporcional a la magnitud
PRO
de esa operación criminal, sin que esa pérdida de juridicidad
pueda ser radicalmente tematizada, sin embargo, bajo el derecho
de ese Estado. El derecho del Estado, en otras palabras, no es
• RE
A
IBID
caso paradigmático de crimen contra la humanidad 33. Esta defi-
nición fue formulada originariamente en el art. º de la Con-
vención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio,
H
siendo después reproducida en el art. º del Estatuto de Roma,
RO
de conformidad con el cual por genocidio se entiende
NP
cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados
con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo na-
CIÓ
cional, étnico, racial o religioso como tal:
a) Matanza de miembros del grupo;
DUC
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros
del grupo;
c) Sometimiento parcial o total del grupo a condiciones de exis-
PRO
tencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o par-
cial;
d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del
• RE
grupo;
e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.
A
IBID
el propósito de destruirlo total o parcialmente, cuenta como ge-
nocidio 35.
Es importante tomar conciencia de lo que esto significa. Desde el
H
punto de vista de la definición convencional de genocidio, todo
RO
hecho que satisficiera las características recién mencionadas ten-
dría que ser considerado cualitativamente equivalente a lo que
NP
ocurrió en Auschwitz, el lugar que simboliza el programa de
exterminio industrial mediante cámaras de gas – y que según
CIÓ
Eichmann representara una alternativa más civilizada a las eje-
cuciones masivas con ametralladoras, “demasiado llamativas y
DUC
demasiado gravosas” para los comandos de las SS (Weinmann, 1990,
11). Bajo la definición convencional de genocidio, la diferencia
35 Así el texto del art. 6º, letra a), Nº 1 de los “Elementos de los Crímenes” (infra,
nota 36). Vé. al respecto Byron, 2004, 163 s., donde a la formulación en plural
IAL
“víctimas reales” sólo sería relevante para la inferencia del propósito geno-
cida en el agente, no así para la realización del actus reus. El texto del art. 11
Nº 1 de la Ley 20357, que tipifica crímenes de derecho internacional bajo el
EDI
A
IBID
autor, resulta “mutilada” por la definición típica, de conformidad
con la cual el delito se consuma – en la primera variante – ya
con la producción de la muerte de dos o más, o de conformidad
H
con la interpretación, siquiera uno de sus miembros. Así, de
RO
acuerdo con lo establecido en el texto de los así llamados “Ele-
mentos de los Crímenes”36, cabría exigir la satisfacción de una
NP
exigencia objetiva consistente en “que la conducta haya tenido
lugar en el contexto de una pauta manifiesta de conducta similar
CIÓ
dirigida contra ese grupo o haya podido por sí misma causar
esta destrucción”. Pero esto está lejos de representar una solu-
DUC
ción al problema que aquí interesa. Pues no se trata de discutir
qué definición de genocidio puede ser más o menos adecuada
desde un punto de vista técnico-jurídico, sino de algo mucho
PRO
más elemental, a saber, de la suposición pragmática que subyace
a la tipificación penal del genocidio.
El punto se deja advertir más fácilmente por referencia a la incor-
• RE
A
IBID
jurídicamente incorrecto. ¿Pero qué significa la existencia de una
prohibición jurídica del genocidio?
Lo que ello en todo caso significa es la hipótesis de que, bajo las
H
condiciones en que puede ocurrir un genocidio, el derecho penal
RO
todavía podría contar como un sistema de pautas de comporta-
miento que reclaman validez en la situación de que se trata. Y
NP
ésta es una hipótesis problemática. Quien pretende prohibir el
genocidio necesariamente tiene que presuponer que la norma
CIÓ
de prohibición así establecida podrá exhibir validez jurídica
cuando se presenten las condiciones para su aplicación – que
DUC
son, precisamente, las circunstancias contextuales que podrían
introducirse para “enriquecer” el tipo objetivo de la definición
convencional de genocidio. Esta presuposición es necesaria, por-
PRO
que de ella depende el éxito (ilocucionario) del acto de habla
por el cual se pretende establecer la norma en cuestión37. Pero
el problema es que, dado cuáles son las condiciones contextuales
• RE
miento sobre la base de la teoría de los actos de habla, vé. Mañalich, 2009b,
37 ss.; 2010a, 170 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:31 Page37
A
IBID
territorio se produce el genocidio respectivo, sino que descanse
en fundamentos de derecho internacional que tienen carácter
de jus cogens. Sin embargo, lo único que ello trae consigo es un
H
desplazamiento de la disociación entre la pretensión de validez
RO
formal de un determinado conjunto de normas jurídicas, de un
lado, y la evidencia de su masiva falta de eficacia, de otro.
NP
Esto explica, por lo demás, por qué la prohibición jurídica del
genocidio tampoco se hace más plausible si su definición típica
CIÓ
pasa a incorporar, como elemento del tipo objetivo, algunas de
las condiciones contextuales que hacen posible el fenómeno y
DUC
convierten al genocidio en un “delito de contexto”. Pues aun
así sigue siendo imposible configurar la forma de comporta-
miento prohibida como susceptible de ser descrita en términos
PRO
que hagan justicia a lo que significa, sociopolíticamente, la
posibilidad de un genocidio. En términos analíticos, esas circuns-
tancias objetivas no dejan de ser condiciones de aplicabilidad de
• RE
chos del terror nazi no obsta que el exterminio armenio a manos del imperio
turco otomano durante la primera guerra mundial sea considerado como el
primer caso histórico de un fenómeno genuinamente moderno.
TOR
A
IBID
tiva punible, el principio de ejecución representa el momento
en que en el destinatario de la prohibición respectiva da inicio
a la ejecución de una acción que es incompatible con la inten-
H
ción de evitar la realización del tipo delictivo. Ciertamente, res-
RO
pecto de cada una de las formas de comportamiento tipificadas
como modalidades alternativas del crimen de genocidio, no
NP
resulta problemático – al menos no más problemático que tra-
tándose de cualquier otro delito – establecer el momento en que
CIÓ
el autor da inicio a la ejecución de una acción que, de tener
lugar de conformidad con su propia representación del suceso,
DUC
conllevaría la realización del tipo delictivo. El problema, más
bien, concierne el modo en que ello puede vincularse a la puesta
en marcha de un proceso genocida. Esto se hace patente en las
PRO
determinaciones preliminares del texto definitivo de los “Ele-
mentos de los Crímenes”, que establece que la cláusula “en el
contexto de una pauta manifiesta de conducta similar dirigida
• RE
40 De ahí que Vahakn Dadrian, teórico armenio, propusiera en 1975 una defini-
ción alternativa de genocidio cuya primera cláusula reza “intento exitoso de
EDI
A
IBID
rizonte de discurso de la propia aplicación del derecho penal.
Pues cada aplicación del derecho penal, sea condenatoria o ex-
culpatoria, presupone que las condiciones de la responsabilidad
H
se encuentran satisfechas.
RO
La distinción entre condiciones y precondiciones de la responsa-
bilidad puede entenderse como una diferenciación entre la pre-
NP
gunta – interna a la práctica jurídico-penal – de si respecto de
una determinada persona se satisfacen los criterios de los cuales
CIÓ
depende una posible atribución de responsabilidad, de un lado,
y la pregunta – externa a esa misma práctica – de si siquiera
DUC
puede plantearse la posibilidad de hacer responder a una persona
en el marco de esa práctica (Duff, 1998, 193 s.) 42. Tales precondiciones
admiten ser entendidas, por ende, como las condiciones cuya sa-
PRO
tisfacción es presupuesta cada vez que se plantea la sola posibi-
lidad de que una persona sea llamada a responder por un hecho
delictivo ante un tribunal (Ibíd., 195 ss.). Para determinar en qué pue-
• RE
(presente) de su punición.
Esta presuposición está en la base de la definición del ámbito tem-
poral de validez del derecho penal, que no se deja articular con
IAL
aquellas de las cuales depende que una persona sea o bien absuelta o bien
condenada por la comisión de un delito; por precondiciones de la responsa-
bilidad, en cambio, aquellas de las cuales depende que respecto de una per-
EDI
A
IBID
la sola referencia al principio de irretroactividad de la ley penal.
Pues desde el solo punto de vista del principio de irretroactivi-
dad, nada se opone a que el hecho juzgado pueda resultar
H
punible de acuerdo con normas vigentes al momento de su
RO
comisión, pero que al momento de su juzgamiento ya hayan per-
dido vigencia. Lo único que explica la exigencia de congruencia
NP
normativa entre el tiempo del hecho y el tiempo de su juzga-
miento, que se traduce en el así llamado principio de favorabi-
CIÓ
lidad (infra, IV, 5.2), es la necesidad “de que al contenido expresivo
del hecho punible corresponda el contenido expresivo del acto
DUC
de la punición, al modo de un decir y un contradecir” (Jakobs, 1991,
4/49).Y tal como Jakobs lo formula plásticamente, lo que este re-
A
IBID
terpretación del pasado de modo de hacer posible un futuro im-
probable (Christodoulidis, 2000, 196 ss.).
Recién ahora, por lo mismo, es posible explicitar la implicación
H
política fundamental de la “solución jurídica – o más precisa-
RO
mente: jurídico-penal – del problema de los derechos humanos”,
que se deja articular en términos de lo que Klaus Günther cali-
NP
fica como el peligro de atribuciones ingenuas de culpabilidad
en contextos transicionales (Günther, 1997, 81 ss.). El concepto jurídico-
CIÓ
penal de culpabilidad desempeña una función de “registro en la
ordenación de la memoria colectiva”, en el sentido de posibilitar
DUC
una adscripción binaria del hecho juzgado, o bien a la respectiva
persona como quebrantamiento imputable de una norma, o bien
a la situación en que el hecho tuvo lugar. Esto no quiere decir
PRO
que Günther favorezca una renuncia al establecimiento de cul-
pabilidad jurídico-penal en relación con hechos constitutivos de
criminalidad de Estado. Más bien, lo crucial es su advertencia
• RE
A
IBID
el olvido, o más precisamente, a favor del perdón como olvido.
Se trata del argumento desarrollado por Arturo Montes, presen-
tado como una evaluación crítica de “la moral dominante en
H
materia de violación de derechos humanos” (Montes, 1992, 273 ss.), que
RO
sería la moral atribuible a las “víctimas” 44. Esta moral de las víc-
timas constaría de cinco postulados principales:
NP
No se puede perdonar el daño sufrido por otro, únicamente la
CIÓ
víctima tiene la facultad de perdonarlo.
Para perdonar es necesario haber conocido la verdad.
DUC
No hay que confundir el perdón con el olvido.
No se deben olvidar los crímenes de la dictadura. Y
El culpable, aun perdonado, debe ser castigado, para reparar el
PRO
daño causado y para constituirse en ejemplo disuasivo de otros
crímenes, suyos o ajenos […] (Montes, 1992, 278).
A
IBID
posibilidad de que la renuncia al propio derecho se convierta,
bajo determinadas condiciones, en una exigencia para el cris-
tiano, sino que esa renuncia será, siempre y necesariamente, un
H
acto personalísimo. Lo cual significa que quien pretende arro-
RO
garse una posición ajena, para así renunciar al ejercicio de un
derecho a nombre de otro, pretende ejecutar una acción de auto-
NP
afirmación, que sería exactamente lo contrario a un restableci-
miento dialógico de la fraternidad lesionada (Ibíd.).
CIÓ
Tal comprensión de la noción de reconciliación no es privativa,
sin embargo, de la teología protestante. Dando cuenta del estado
DUC
del “discurso teológico-sistemático y práctico-pastoral” relativo
a procesos de transición política a partir del Concilio Vaticano II,
Axel Heinrich tematiza la comprensión de la reconciliación
PRO
como un restablecimiento del “poder vivir en un mundo com-
partido” (Heinrich, 2001, 44 ss.). Y aquí no sólo hay que destacar que
Heinrich valide el postulado tradicional – pero erróneo
• RE
A
IBID
del reencuentro en un mundo compartido. Y es aquí donde se
vuelve obvio el riesgo que caracteriza a toda política de recon-
ciliación, en la cual lo que está en juego es una reinterpretación
H
del pasado capaz de redefinir las bases para el uso – político –
RO
del pronombre “nosotros”, cuya referencia, sin embargo, es irre-
ductiblemente contingente (vé. Christodoulidis, 2000, 190 ss.).
NP
5.2. LA MEMORIA Y EL CONFLICTO POLÍTICO
Por esto, nada podría ser más errado que la suposición gratuita de
CIÓ
que lo que Christodoulidis aptamente llama “la política de las
denominaciones” (politics of naming) – esto es, el contexto de dis-
DUC
puta por lograr imponer unas y no otras denominaciones sobre
aquello cuya (re)interpretación es objeto de conflicto político –
necesariamente haya de ser caracterizado como un escenario de
PRO
conflicto de la propia comunidad respectiva, esto es, de un con-
flicto que tiene lugar al interior de esa comunidad (vé. Christodoulidis,
• RE
2000, 194 ss.) 46. Pues esta descripción presupone ya una determinada
48 O como observa Paul Kahn en referencia a Carl Schmitt: “La política es una
forma de estar en el mundo, pero no contribuye con su propio contenido. No
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:31 Page45
A
IBID
nada interpretación del pasado pueda entenderse no como un
conflicto de sino como un conflicto por la comunidad, esto es,
un conflicto de cuya resolución depende cuál sea, en definitiva,
H
la identidad de la comunidad de que se trata. Pues tal como cada
RO
personal individual, cada comunidad es la interpretación de su
(propio) pasado (McCabe, 1968, 28.).
NP
Tomada en serio, la paradoja del perdón tendría que contar como
una razón para la impertinencia del perdón como categoría tran-
CIÓ
sicional. Pues el perdón sólo admite entenderse como un acto
cuyo sentido es la liberación (unilateral) de culpabilidad, lo cual
DUC
sólo deja plantearse, empero, en un contexto en el cual los
involucrados, quien perdona y quien es perdonado, ya se hallan
vinculados recíprocamente. Mas es exactamente este presupuesto
PRO
el que está en juego cuando de lo que se trata es del restableci-
miento de una comunidad políticamente quebrada. Una con-
cepción restaurativa de la reconciliación, que entienda el acto
• RE
conciencia.
NDE
A
IBID
de que el perdón pudiera ser compatible con el desconocimiento
del hecho perdonado constituye, desde el principio, una contra-
dicción en los términos. Pues si el perdón se deja reconstruir
H
pragmáticamente como un acto de liberación gratuita de culpa-
RO
bilidad, que presupone ya, por lo mismo, una atribución previa
de culpabilidad (Günther, 1997, 86), resulta impensable una instancia
NP
de perdón que no dependa de la correspondiente identificación
de su objeto. En simetría con la estructura relacional de la atri-
CIÓ
bución de culpabilidad, una liberación de culpabilidad sólo
admite entenderse en términos de una estructura triangular.
DUC
A no perdona a B simpliciter, sino que le perdona algo – ordina-
riamente, un hecho de B lesivo u ofensivo para A. Puesto en
términos analíticos, esto quiere decir que el perdón, como tipo
PRO
de acto de habla, tiene un contenido explícita o implícitamente
proposicional: “te perdono que (me) hayas hecho X”. Luego, ya
para la identificación de un acto de perdón como tal resulta
• RE
A
IBID
ocultada por el hijo; de otra parte, por referencia a la pregunta
acerca de si el perdón supone o no el conocimiento – “de la
verdad” – de lo perdonado.
H
A partir de la consideración anterior puede obtenerse una refuta-
RO
ción de la crítica dirigida a la tercera premisa, que consiste en
la exigencia de diferenciar perdón y olvido. La autenticidad del
NP
perdón exige una cierta disposición de quien perdona a mante-
ner en el tiempo – parafraseando a Strawson – la “actitud reac-
CIÓ
tiva invertida” implicada en la liberación de culpabilidad ajena
por el hecho que se ha padecido (Strawson, 1995, 41 ss.) 49. Y por esto,
DUC
una retractación de un perdón ya concedido cuenta, más bien,
como una señal de que el supuesto perdón no era tal desde el
comienzo. Esto significa que la autenticidad del perdón presu-
PRO
pone que esa disposición a perdonar persiste en el tiempo, lo
cual falla, sin embargo, si lo perdonado ha de ser olvidado (como
parte del hecho de ser perdonado). Ello no equivale a decir, cierta-
• RE
Margalit:
DIA
A
IBID
uno no necesita estar comprometido en pos del éxito del argu-
mento aquí esbozado (vé. Ricœur, 2008, 621 ss.). Lo único que interesa
es destacar que, aun bajo el supuesto de que la categoría “per-
H
dón” pudiese hallar un espacio en la deliberación política, ello
RO
no podría implicar en modo alguno el reclamo de un espacio
para el olvido.
NP
5.4. ¿JUSTICIA COMO MEDIO DE PREVENCIÓN Y REPARACIÓN?
La propuesta de Montes, que se deja entender como un alegato a
CIÓ
favor del perdón a través del olvido, encuentra su contrapunto
preciso en un artículo de Jorge Correa, publicado casi una
DUC
década después, donde la misma pregunta aparece formulada
bajo una marcada y explícita preferencia por un modelo de jus-
ticia restaurativa, que sería funcional al cumplimiento de los dos
PRO
deberes fundamentales que tendrían que asumir los gobiernos
de transición, a saber: un deber de prevención y un deber de
• RE
2001, 123). Hasta cierto punto, es razonable suponer que esta deli-
A
IBID
ceso tal de reconstitución del “orden jurídico democrático”, la
punición de los perpetradores de las violaciones de derechos
humanos adquiriría el carácter de un imperativo hipotético:
H
RO
hacerse cargo del pasado es un deber al que nos obliga la con-
vivencia futura. Desentenderse de las violaciones pasadas a los
NP
derechos humanos, bajo el pretexto que el pasado no debe en-
torpecer el futuro es un error no porque sea una injusticia res-
CIÓ
pecto del pasado (como suele presentarse por algunos activistas
de derechos humanos), sino porque la inacción configura condi-
DUC
ciones de alto riesgo para el futuro (Correa, J., 2001, 124).
segundo, “la proclamación de la dignidad de las víctimas y de
• RE
A
IBID
a través de la punición han de ser entendidos como requeri-
mientos categóricos, en el sentido de una teoría de la retribu-
ción, o bien como requerimientos prudenciales o tácticos, en el
H
sentido de una teoría de la prevención, de ningún modo es es-
RO
pecífica de los contextos transicionales. Desde el punto de vista
de la teoría de la pena, la relevancia de tales contextos es más
NP
bien heurística, en tanto aquí como en ningún otro ámbito pa-
recen emerger intuiciones favorables al carácter incondicionado
CIÓ
de la pretensión de justicia. Y tales intuiciones típicamente tien-
den a producir una disposición desfavorable a la posibilidad ins-
DUC
titucional de una renuncia a esa pretensión, como lo es,
paradigmáticamente, una amnistía.
PRO
6. AMNESIA, O LA IDEOLOGÍA DE LA RECONCILIACIÓN
A
IBID
Las razones que el teórico del Estado nazi pudo haber tenido para
abogar ingenuamente por una reconciliación mediante ley no
son de interés aquí. Lo que importa es hacerse cargo del alegato
H
de que una amnistía en todo caso supondría una disposición al
RO
olvido, y más todavía, a un olvido “por decreto” (vé. Simon, 1997, 29) 53.
A este respecto, resulta estrictamente irrelevante que la noción
NP
de amnistía haya aparecido el año a.C. al cabo de la guerra
civil ateniense que enfrentó a demócratas y oligarcas en la última
CIÓ
fase de la guerra del Peloponeso, para designar la exigencia de
que, al restablecerse la normalidad de las relaciones cívicas, nadie
DUC
fuese castigado “por haber estado del lado equivocado” (vé. Schmitt,
1995, 218 s.), en el entendido de que tanto hechores como víctimas
resultaban ser, por igual, “víctimas del destino” (Campagna, 2007, 141
PRO
s.). Y no sólo porque esta descripción no cualificada del sentido
(Nippel, 1997, 111 s.) 54, sino fundamentalmente porque la “prohibición
• RE
O LA ID E OLOGÍA DE LA RE CONCILIACIÓN
A
IBID
suficiencia abismante, ésta es una imagen que tiende a hacerse
irresistible para los defensores de un régimen que convirtiera la
violencia en instrumento de gobierno, donde esa simetría – a
H
pesar de la insistencia en sentido contrario de parte de algunos
RO
extremistas – necesariamente falla. Lo que esa ideología de la
reconciliación exigiría es que cada uno de los “dos bandos”
NP
diera un paso al frente para concertar, como proponía Schmitt,
un olvido mancomunado. Es esta asociación tendenciosa con la
CIÓ
noción de un “punto final” lo que explica que en Chile la
retórica – en estricta contraposición a una pragmática – de la
DUC
reconciliación sea monopolio natural del pinochetismo.
En este escenario, el desafío consiste en ir al rescate del concepto
de amnistía, en el entendido de que se trata de una noción im-
PRO
prescindible para la comprensión de la lógica del derecho penal.
Y la razón para esto se encuentra, precisamente, en que la efec-
tiva imposibilidad de una amnistía en el contexto de la transición
• RE
A
HIBID
RO
.
NP
CIÓ
La pena en general ha sido defendida como medio de
mejoramiento o bien de intimidación. Ahora,
¿qué derecho tiene Ud. a castigarme para el mejora-
DUC
miento o la intimidación de otros? Y por otro lado, está
la historia – hay tal cosa como la estadística – que
PRO
muestra con la evidencia más completa que desde Caín
el mundo no ha sido intimidado ni mejorado a través
de la pena. Más bien por el contrario. Desde el punto
• RE
DIA
1.1. E L
CONCE PTO D E PENA
1. EL CONCEPTO DE PENA
NDE
A
IBID
puede presentarse como una cuestión de estructura o una cues-
tión de función (Moore, 1997, 18 s. ) 1.
Determinar la función que cabe atribuir a la sanción penal es el
H
objeto de disputa tradicional entre las diferentes teorías de la
RO
justificación de la pena. En esta discusión, empero, no es posible
prescindir completamente de algunas características primaria-
NP
mente estructurales que parecen asociadas, al menos en un
estadio de pre-comprensión, a la noción de pena. De este modo,
CIÓ
la discusión ha de entenderse sujeta a un constreñimiento de
equilibrio reflexivo, en el sentido de que en cierto punto ha de
DUC
ser posible que el objeto de la descripción funcional, a pesar de
su denominación, ya no cuente como pena 2.
Al efecto, considérese la definición estipulativa de “pena” ofrecida
PRO
por Kindhäuser: por “pena” habría que entender “la irrogación
de un mal como expresión de desaprobación por un comporta-
miento previo defectuoso” (Kindhäuser, 1989b, 493) 3. El problema de
• RE
resulten excluidas por ella una o más teorías que pretenden ser
teorías de la pena, no constituiría más que una manifiesta peti-
ción de principio.
NDE
A
IBID
una identificación del conjunto de condiciones necesarias y su-
ficientes para que algo sea denotado por ese término –, sino
como una determinación preliminar de los elementos que toda-
H
vía intuitivamente, en un estadio pre-reflexivo, parecen estar aso-
RO
ciados a la institución de la pena. Si alguna teoría (que pretende
ser una teoría) de la pena resulta descartada por esa definición,
NP
la cuestión a resolver es si, en un ejercicio de equilibrio reflexivo,
es posible modificar o suprimir la cláusula de la definición que
CIÓ
resulta incompatible con la teoría en cuestión, sin que se venga
abajo nuestra pre-comprensión mínima acerca de lo que cuenta
DUC
como una pena. La estrategia argumentativa a seguir, por ende,
tiene que ser propiamente holística: la definición de “pena” ha
de resultar coherente con un conjunto amplio de proposiciones
PRO
(tenidas justificadamente por) verdaderas acerca de la configu-
ración de la práctica punitiva.
La definición ofrecida por Kindhäuser admite ser descompuesta
• RE
A
IBID
1.2. IMPLICACIONES SUSTANTIVAS DE LA DEFINICIÓN
Tras ofrecer la definición ya enunciada, Kindhäuser propone y des-
arrolla algunos criterios de legitimación de la pena que harían
H
inviable una teoría de la prevención especial. La premisa está
RO
constituida por la proposición de que la legitimidad de la pena,
que es la consecuencia jurídica establecida en una norma de san-
NP
ción, en todo caso presupone la legitimidad de la norma de
comportamiento reforzada mediante esa norma de sanción (Kind-
CIÓ
häuser, 1989b, 494). Piénsese, por ejemplo, en la prohibición, dirigida
DUC
norma de comportamiento en cuestión, y en la habilitación de
la imposición de una determinada pena de privación de libertad
como consecuencia de la comisión de un homicidio como la
PRO
correspondiente norma de sanción. Lo que legitima una norma
de comportamiento, cuyo quebrantamiento (imputable) consti-
tuye la condición de aplicación de la respectiva norma de san-
• RE
por todos (Kindhäuser, 1989b, 496). Dada esta falta de seguridad acerca
del seguimiento de la norma por parte de los demás, el refor-
TOR
A
IBID
Sobre esta base, Kindhäuser mantiene que una teoría de la pre-
vención especial, en términos de una orientación a la re-sociali-
zación, ha de resultar excluida del catálogo de propuestas de
H
justificación plausibles. Esto, porque en la medida en que para
RO
todo sujeto puede resultar individualmente ventajoso el que-
brantamiento de la norma de comportamiento, la evitación de
NP
éste no puede constituir un fin educativo o terapéutico especí-
ficamente referido al autor del delito, pues entonces éste sólo
CIÓ
habrá actuado como lo haría cualquier agente estratégicamente
racional (Kindhäuser, 1989b, 497).
DUC
Lo que aquí interesa, sin embargo, es mostrar que la clase de teoría
que Kindhäuser de este modo descarta no es, en sus propios tér-
minos, una teoría puramente preventivo-especial. Pues la teoría a
PRO
que Kindhäuser hace referencia es una teoría que sí resiste la
definición de pena por él propuesta, aunque no es congruente
con una de las razones que justificarían el reforzamiento punitivo
• RE
A
IBID
la verificación de un comportamiento previo defectuoso (Kindhäuser,
1989b, 498). Si se trata de una teoría de justificación de la “pena”,
H
prevención general ha de ser una teoría que respete el límite
RO
constituido por la exigencia de culpabilidad del sancionado 5.
Es notable la pertinencia de la advertencia acerca de la barrera
NP
definicional a este respecto. Hart da cuenta de que un abuso de
la definición del término “pena” (punishment) típicamente se en-
CIÓ
cuentra en algunas respuestas a la objeción de que una teoría
puramente prevencionista no excluiría la posibilidad de que
DUC
pueda imponerse una pena sobre un sujeto no-culpable; la res-
puesta consistiría en que la teoría prevencionista que validara la
punición de una persona no-culpable ya no sería una teoría de
PRO
la justificación de la pena (Hart, 1968, 5 s.). Según Hart, esta respuesta
no sólo dejaría insatisfecho al objetor retribucionista, sino que
sobre todo mantendría oculta la cuestión cuyo análisis resulta
• RE
A
IBID
2. LA JUSTIFICACIÓN PREVENCIONISTA DE LA PENA
H
En términos generales, toda teoría prevencionista de la pena ofrece
RO
una justificación de ésta que descansa en una moral utilitarista.
La imposición y ejecución de la pena se justifica si y sólo si el
NP
mal constituido por la imposición de la pena es sobrepasado, en
términos agregados, por el bien de la prevención de la comisión
CIÓ
de delitos futuros, ya sea por el propio individuo penado, en el
sentido de una teoría de la prevención especial, ya sea por cual-
quier individuo, en el sentido de una teoría de la prevención
DUC
general. Bajo el principio de utilidad, que califica como moral-
mente correctas aquellas acciones cuyas consecuencias producen
PRO
un incremento neto de utilidad – más allá de cómo ello pueda
determinarse in concreto –, la decisión de imponer una sanción
sobre un sujeto al cual no puede imputarse la realización del
• RE
1.2. LA
6 Uno de los pocos utilitaristas que ha estado dispuesto a abrazar dicha posi-
bilidad es Smart (vé. Smart, 1973, 67 ss.). Según Moore, esto ha llevado a
que en el glosario de términos construidos sobre la base de nombres de
TOR
filósofos, elaborado por Daniel Dennett, el verbo “to outsmart” aparezca de-
finido como “abrazar la conclusión del argumento de reductio ad absurdum
del oponente”, así como en “pensaban que me tenían pero fui más listo que
EDI
A
IBID
produciría una ganancia social neta. La tercera premisa reproduce
el juicio moral conflictivo, que indica que la pena no debería
imponerse sobre un individuo que no es culpable. La conjunción
H
de las tres premisas produciría, entonces, una conclusión con-
RO
tradictoria: la pena debería y no debería imponerse.
NP
2.2. ¿UTILITARISMO DE LA REGLA?
Moore reconoce tres posibilidades de evitar tal conclusión absurda.
La primera sería renunciar a la premisa según la cual un inocente
CIÓ
no puede ser sancionado. El carácter concluyente del juicio
moral en contra, sin embargo, tendría que excluir la plausibilidad
DUC
de esta maniobra. La segunda posibilidad de defensa de una
teoría utilitarista frente a la reductio parece mucho más plausible,
y se corresponde con una apelación a la distinción entre dos
PRO
formas de utilitarismo, a saber, un utilitarismo extremo o utili-
tarismo de la acción, por una parte, y un utilitarismo restringido
• RE
A
IBID
justificación de una práctica que, por alguna razón, no reproduce
esta justificación en cada una de sus operaciones. La razón por
la cual las acciones particulares que caen bajo esa práctica no
H
han de ser justificadas (directamente) por referencia al principio
RO
que justifica la práctica sería el mismo principio de utilidad. De
ahí que pueda hablarse de un utilitarismo restringido: la aplicación
NP
del principio de utilidad resulta restringida por el propio prin-
cipio de utilidad.
CIÓ
Así, una práctica punitiva institucionalizada que estuviese diseñada
de modo tal que, al menos en determinadas circunstancias, los
DUC
funcionarios que la administran tuvieran discreción para poder
imponer penas sobre individuos que no son culpables – práctica
que Rawls sugiere llamar telishment, por oposición a punishment–,
PRO
resultaría ser una práctica que difícilmente podría ser justificada
por el principio de utilidad. Las personas expuestas a caer bajo
la operación de la práctica tendrían buenas razones para temer
• RE
exige que la práctica sea diseñada de modo que sólo pueda im-
ponerse pena sobre un culpable, sin que la decisión particular
NO
de utilidad.
Lo que esto muestra, tal como el propio Rawls lo enfatiza, es que
S IN
A
IBID
Independientemente de sus méritos estéticos, esta defensa de una
teoría utilitarista de la pena ha de enfrentar la objeción de que
ella sólo desplaza el punto en el cual se presenta la incompati-
H
bilidad entre la primera y la tercera premisa del argumento de
RO
la reducción al absurdo. Así, suponiendo que haya algún riesgo
de que la población detecte la punición de un inocente y, por
NP
ende, algún riesgo de desmoralización que deba ser internalizado
en el balance de beneficios y costos totales, ello no obsta a que
CIÓ
de hecho puedan presentarse casos en que la utilidad de la
punición de un inocente de todas formas fuere positiva – esto
DUC
es, descontando de los beneficios así conseguidos los costos de
desmoralización, desconfianza, etc. (Moore, 1997, 97). Como Hart
observa, negar en un caso tal la punición del inocente sería
PRO
inconsistente con el principio de utilidad, de modo tal que si esa
punición ha de rechazarse, ello sólo puede fundarse en un prin-
cipio independiente (Hart, 1968, 12)10. Si, en la terminología de Rawls,
• RE
10 Para una objeción similar en contra del utilitarismo de la regla, Smart, 1973,
10 ss., 42 ss.; Atria, 2002, 127 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:31 Page63
A
IBID
una función bilateral, en el sentido de que la culpabilidad es
condición necesaria y suficiente para la imposición de la pena.
Una teoría mixta, en cambio, sólo atribuye a la culpabilidad el
H
estatus de condición necesaria de la imposición de la pena, asig-
RO
nándole una función unilateral (vé. Roxin, 1981, 187) 11.
NP
2.3. ¿COMPATIBILIDAD ENTRE PREVENCIÓN Y CULPABILIDAD?
En el marco de la teoría penal anglosajona, una teoría combina-
toria de este tipo fue defendida, célebremente, por Hart. La pre-
CIÓ
misa de la cual parte el argumento de Hart consiste en la tesis
de que resulta imposible producir una justificación de la pena
DUC
que sea moralmente aceptable a menos que uno distinga dos
cuestiones involucradas: por una parte, la cuestión del objetivo
general que cabe atribuir a la práctica punitiva; por otra, la cues-
PRO
tión de la distribución legítima de la imposición de la pena en
cada caso particular (Hart, 1968, 4 s.). Esto parece evocar la concepción
• RE
A
IBID
de la) pena. Por eso, la teoría de Hart no es propiamente retri-
bucionista.
En el contexto de la teoría penal alemana, un punto de vista coin-
H
cidente con el de Hart se encuentra en la denominada “teoría
RO
dialéctica de la unión” defendida por Claus Roxin (Roxin, 1976, 11 ss.).
Al igual que Hart, Roxin parte de la observación de que en la
NP
elaboración de una teoría aceptable de la justificación de la pena
han de combinarse exigencias impuestas por principios contra-
CIÓ
puestos. Por esto, la teoría de Roxin es una teoría de la combi-
nación o unión de principios diferentes, cuya relación, sin
DUC
embargo, es construida en términos de un juego de sucesivas
restricciones recíprocas, o sea, como una relación dialéctica (Ibíd., 34).
Así, Roxin entiende que habría que diferenciar tres momentos
PRO
en que, de manera distintiva, para el Estado aparece la pregunta
por la justificación de la pena: el momento de la conminación,
el momento de la imposición y medición, y el momento de la
• RE
ejecución de la pena.
En el momento de la conminación legal de la pena, se trata de la
pregunta por las razones que debe ofrecer el legislador para jus-
010
A
IBID
En el nivel de la ejecución de la pena, finalmente, Roxin reconoce
la justificación de medidas que puedan conllevar la supresión o
la modificación de las condiciones de cumplimiento de la pena
H
impuesta – por ej., a través de una libertad condicional – en
RO
tanto ellas resulten indicadas por razones de prevención especial,
esto es, en atención a la maximización de las posibilidades de
NP
readaptación social del condenado, sin perjuicio de que en todo
caso haya que reconocer, a su vez, una limitación a la aplicabi-
CIÓ
lidad de estas medidas, constituida por una salvaguarda mínima
de la finalidad preventivo-general de la pena (Roxin, 1976, 31 ss.). Así,
DUC
aun de no haber consideraciones de prevención especial que jus-
tifiquen el cumplimiento efectivo de la pena impuesta (típica-
mente, una pena privativa de libertad), el mismo ha de
PRO
mantenerse si su modificación pudiera conllevar una erosión de
la confianza general en el sistema jurídico, es decir, una merma
de la función de prevención general.
• RE
A
IBID
en común, donde aun así habría que “ejecutar hasta el último
de los asesinos que se hallara preso” (Kant, 1977, A 199, 455) 12, para mos-
trar el carácter incondicional (= categórico) de la exigencia de
H
justicia retributiva. Moore propone imaginar un caso en que nin-
RO
guna razón de utilidad pudiera ser aducida en apoyo de la
imposición de la pena, por ejemplo, porque el asesino ha encon-
NP
trado a Jesucristo y ya no resulta peligroso, por lo cual no habría
argumentos de prevención especial a favor de la pena, así como
CIÓ
porque el delito ha pasado inadvertido de manera que ninguna
consideración de prevención general habla a favor de la punición
DUC
(Moore, 1997, 99). Pero Moore también propone la siguiente variación
nado sin que de hecho lo sea, para que así se satisfaga cualquier
necesidad de prevención general que pudiera venir en conside-
NO
A
IBID
y no debería ser impuesta (Moore, 1997, 101). A menos que se esté
dispuesto a renunciar al juicio de que en tales casos, por más
improbables que éstos sean, la imposición de la pena es correcta,
H
la única posibilidad de evitar la conclusión contradictoria sería
RO
renunciar a la teoría combinatoria o pluralista (Ibíd.).
Es importante que Moore dé cuenta de que en defensa de una
NP
teoría combinatoria de la justificación de la pena todavía podría
esgrimirse un argumento. Éste apuntaría a la introducción de un
CIÓ
criterio de justicia formal, con arreglo al cual, aun cuando en
casos como los propuestos la imposición de la pena no resulta
DUC
preventivamente indicada, ello no obsta a que un beneficio social
neto sí se siga de la punición en otros casos similares en los
cuales sí se den las necesidades de prevención aquí faltantes, lo
PRO
cual, combinado con la observancia de un requerimiento de
igual justicia, exigiría que el culpable en aquellos casos también
sea sancionado (Moore, 1997, 102). Como sostiene Moore, sin embargo,
• RE
punición se trata (Ibíd.). Juzgar las dos clases de casos como iguales
presupone la identificación del merecimiento de pena por
S IN
A
IBID
3. LA PUNICIÓN COMO ACTO EXPRESIVO
H
La definición de “pena” sometida a examen incluye una cláusula
RO
que designa un elemento de expresión de desaprobación. Para
la defensa de una versión refinada de una teoría retribucionista
NP
de la justificación de la pena, la clarificación de este elemento
resulta ser esencial.
CIÓ
La afirmación de que la noción de pena necesariamente incorpora
una dimensión expresiva fue célebremente defendida, en el con-
texto de la filosofía penal anglosajona, por Joel Feinberg (Feinberg,
DUC
1970, 95 ss.). La constatación inicial del argumento de Feinberg con-
A
IBID
sivo, por una parte, del elemento de irrogación de un mal, por
otra, para determinar el peso de cada uno en la definición de lo
que cabe entender por punishment. Mas a pesar de esta posibi-
H
lidad de diferenciación analítica – esto es, a pesar de que es con-
RO
ceptualmente posible la existencia de formas de expresión de
esas actitudes y juicios que no conlleven la irrogación de un hard
NP
treatment, así como es conceptualmente posible la existencia de
formas de irrogación de hard treatment que no conlleven esa carga
CIÓ
expresiva –, lo usual es que la irrogación misma del mal desem-
peñe la función expresiva de reproche y desaprobación. Lo cual
DUC
equivale a decir que ciertas formas de irrogación de mal se han
convertido en símbolos inequívocos de reprobación institucio-
nalizada (Ibíd., 99 s.) 13. PRO
La prioridad de esta dimensión expresiva frente a la característica
estructural del hard treatment todavía no puede ser vista, sin em-
bargo, como una redefinición pragmática de una fundamentación
• RE
ción expresiva (Feinberg, 1970, 101 ss.). Entre los primeros, Feinberg
PUNICIÓN COMO ACTO EX PRESIVO
NDE
como clase funcional. Que la irrogación del mal constituya el modo de ex-
presión de ciertas actitudes y juicios de desaprobación e indignación implica
reconocer una subordinación de la estructura a la función. Esto se mostraría,
IAL
A
IBID
menciona la intimidación general, la reforma y la rehabilitación
del condenado; entre los segundos, el desconocimiento autori-
tativo de determinadas acciones por parte del Estado, la mani-
H
festación simbólica de que ciertas formas de comportamiento
RO
no son toleradas, la vindicación del derecho, y la posible “abso-
lución” de otros sujetos de algún modo involucrados en los
NP
hechos juzgados.
El problema es que tales consideraciones admiten ser entendidas
CIÓ
en términos de que la imposición de la pena, con su correspon-
diente carga expresiva, sería un medio para la materialización de
DUC
tales efectos. Es esto lo que lleva a Moore a sostener que las
teorías de la función expresiva o denunciation no representarían
más que una variante ulterior de una teoría utilitarista de la
PRO
justificación de la pena. La pena se justificaría como un medio
para la obtención de determinados propósitos, aun cuando éstos
no sean estrictamente reducibles a la prevención de delitos (Moore,
• RE
A
IBID
derecho penal sanciona, de manera que ésta sería una variante
propiamente prevencionista de una teoría expresivista, cabe
reconocer una segunda variante, que mantendría que la función
H
de la denunciation sería contribuir al mantenimiento de la cohe-
RO
sión social (Moore, 1997, 84 s.). En la medida en que la conservación
de la cohesión social representa un estado de cosas valioso cuya
NP
obtención justificaría la imposición de la pena, esta variante de
teoría expresiva, a pesar de no ser prevencionista, sí sería utili-
CIÓ
tarista, en el sentido de que lo que justifica la punición no sería
su valor intrínseco, sino sólo su valor instrumental (Ibíd., 92).
DUC
Que la teoría jakobsiana de la prevención general positiva pueda
caracterizarse como una teoría utilitarista, empero, constituye
una cuestión sumamente de difícil de establecer, sobre todo aten-
PRO
diendo al giro posterior que el propio Jakobs le diera en una
dirección hegeliana 14. Manteniendo la tesis de que la función de
la pena es la “confirmación de la realidad de las normas”, Jakobs
• RE
14 Jakobs, 1998, passim. Sobre esto también Pawlik, 2004, 62 ss. Es importante
dar cuenta de que, más recientemente, Jakobs ha vuelto a introducir una
TOR
A
IBID
a la sociedad, que es garantizada a través de la punición, mientras
que el término “prevención” no habría de leerse como conno-
tando un determinado efecto que se pretenda obtener a través
H
de la pena, sino en el sentido de que la pena “como marginali-
RO
zación del significado del hecho en sí misma tiene como efecto
la vigencia de la norma” (Ibíd., 33).
NP
Esta teoría inequívocamente concede prioridad a la dimensión
expresiva de la pena por sobre el hecho bruto de la irrogación
CIÓ
de un mal. De hecho, Jakobs se plantea la pregunta acerca de si
es necesario que la comunicación operada a través de la impo-
DUC
sición de la pena como “marginalización del significado del
hecho” se materialice, de hecho, en la irrogación de un mal. La
respuesta de Jakobs consiste en que, así como el hecho delictivo
PRO
mismo no sólo es objetivado en el plano simbólico de su signi-
ficado, sino también en el “mundo externo”, una marginali-
zación de ese significado a través de una mera declaración
• RE
(Jakobs, 1998, 25). Y Jakobs agrega que esto nada tiene que ver con la
A
IBID
(social) alternativo (vé. Günther, 2005, 54 ss.). Antes bien, es posible pro-
poner una redefinición del sentido expresivo del hecho delictivo
conducente a la sugerencia, más bien contraria, según la cual lo
H
que su autor hace es aprovecharse injustamente de las ventajas
RO
que la coordinación de la acción a través de normas asegura para
todos. Ese aprovechamiento injusto de condiciones ventajosas
NP
para todos puede justificar, bajo condiciones que aún deben ser
establecidas, un reproche de culpabilidad. Si éste es el caso, la
CIÓ
pena retributiva podría ser entendida como la materialización
de ese reproche. Esto puede conducir a sentar las bases de una
DUC
teoría expresivo-retribucionista de la justificación de la pena.
Una de las implicaciones más significativas de una teoría retribu-
cionista de la pena está constituida por el énfasis que ella ha de
PRO
poner en la exigencia de la legitimidad de las normas de com-
portamiento cuya contravención culpable da lugar a la punición.
Si la norma de comportamiento no es una norma legítima, su
• RE
A
IBID
esto es, como razones para la acción, orientadas a la evitación
intencional de tales formas de comportamiento. Pues de lo con-
trario habría que decir, por ejemplo, que la razón por la cual se
H
establecen normas orientadas a la protección de la propiedad
RO
sobre bienes muebles sería posibilitar la punición del ladrón15.
Siendo el concepto de merecimiento un concepto secundario,
NP
su aplicación se encuentra subordinado a la satisfacción de
algunos criterios derivados de los conceptos primarios corres-
CIÓ
pondientes. Volviendo a la terminología del derecho penal: el
juicio de merecimiento de pena no puede disociarse de aquellos
DUC
estándares que definen qué comportamiento es justo y qué
comportamiento injusto; y estos estándares son las normas que
prohíben las formas de comportamiento cuya realización impu-
PRO
table resulta delictiva.
Lo que en este punto interesa es la posibilidad de identificar
algunos criterios elementales para examinar las condiciones de
• RE
A
IBID
nes de imposibilidad de coordinación del comportamiento indi-
vidual de dos sujetos, la decisión estratégicamente racional para
cada uno, en un escenario de incertidumbre acerca de cómo
H
actuará el otro, necesariamente producirá un resultado menos
RO
eficiente que el resultado que podría haber sido obtenido si la
decisión hubiese tenido lugar en circunstancias diferentes (Ibíd.,
NP
496 ss.). La confianza de ego en cuanto a que alter no quebrantará
CIÓ
racional para ego.
El sujeto que no reconoce como vinculante una norma cuyo se-
DUC
guimiento generalizado es beneficioso para todos se aprovecha
de la confianza depositada ex ante en él como persona moral
por parte de los demás (Kindhäuser, 1989b, 503 ss.), constituyéndose en
PRO
un free rider. Puesto que el sujeto que actúa sin reconocer la
norma como una razón para la acción pretende beneficiarse uni-
lateralmente del seguimiento generalizado de la norma, lo que
• RE
A
IBID
4. LA PENA RETRIBUTIVA COMO ACCIÓN COMUNICATIVA
H
COMO ACTO DE HABLA ILOCUCIONARIO
RO
Bajo una concepción retribucionista de la pena, reconstruida en
términos de lo que Feinberg denomina su función expresiva, la
NP
pena se justifica como la materialización de un reproche mere-
cido por el autor de un hecho constitutivo de un injusto culpa-
CIÓ
ble. Esta expresión de reproche no representa un medio para la
obtención de una consecuencia ulterior, por ejemplo, la preven-
ción de delitos futuros, sino que se justifica por la sola circuns-
DUC
tancia de que ese reproche es merecido. Esto se sigue de la
contraposición que, siguiendo a Strawson, cabe reconocer entre
PRO
la adopción de una actitud reactiva y la adopción de una actitud
objetivante frente al comportamiento ajeno (Strawson, 1995, 46 ss.). Si
la imposición de la pena constituye una modalidad de expresión
• RE
A
IBID
ción entre el acto locucionario, el acto ilocucionario y el acto
perlocucionario (Austin, 1975, 94 ss.). Por acto locucionario Austin
entiende el acto de emitir o proferir una oración que exhibe
H
una cierta referencia y un cierto sentido, o sea, que porta signi-
RO
ficado. Por acto ilocucionario, en cambio, Austin entiende el acto
que se realiza en la ejecución de un acto locucionario bajo cier-
NP
tas condiciones que, convencionalmente, confieren una cierta
fuerza (ilocucionaria) a la emisión del hablante. Así, cuando un
CIÓ
sujeto emite una determinada oración en las circunstancias ade-
cuadas, puede estar realizando una aseveración, formulando una
DUC
pregunta, dando una orden, etc. Por último, por acto perlocucio-
nario Austin entiende el acto por el cual el hablante persigue
ciertas consecuencias o efectos a través de un acto de habla. De
PRO
ahí que, siguiendo a Searle, sea preferible utilizar el adjetivo
“perlocucionario” para designar cierta clase de efectos que pue-
den seguirse de la realización de un acto ilocucionario (Searle, 1969,
• RE
“decir algo; hacer algo diciendo algo; causar algo mediante lo que
17 Así por ejemplo, Searle la ha sustituido por la diferenciación entre actos aser-
tivos, actos compromisorios, actos directivos, actos expresivos y actos
IAL
A
IBID
posición que la formulación de un reproche podría tener dentro
del esquema clasificatorio de Austin, pues de esta manera pueden
hacerse patentes algunas de sus peculiaridades que han de ser
H
relevantes para el análisis de la función expresiva de la pena
RO
retributiva. Que la clasificación sugerida por Austin no puede
estimarse satisfactoria, parece quedar claro si se indaga en la
NP
clase de acto ilocucionario a la que, en tal marco, pertenece un
reproche. Esto, porque el propio Austin menciona el verbo
CIÓ
“reprochar” (blame) a propósito de dos de sus cinco tipos de
ilocuciones. En primer término, Austin sugiere que el uso de
DUC
“reprochar” puede, bajo determinadas condiciones, ir aparejado
de la realización de un acto “comportativo”, esto es, de una
acción que de alguna manera consiste en una reacción frente a
PRO
un comportamiento ajeno haciendo manifiestas ciertas emocio-
nes (Austin, 1975, 83, 160) 18. Pero la emisión de “yo reprocho” también
podría contar, según Austin, como la realización de un acto
• RE
sea “feliz”, esto es, para que el acto sea apropiadamente ejecu-
tado. La insinceridad del autor de la emisión realizativa, por
ende, constituye un caso de “infelicidad”, la cual a diferencia de
IAL
A
IBID
ejecución (Austin, 1975, 12 ss., 39 ss.). Al igual que cuando se trata de
felicitaciones o condolencias, cuando se trata de un reproche lo
crucial es la manifestación de una determinada respuesta emo-
H
cional frente a la ocurrencia de cierto evento o suceso. Por esto,
RO
la falta de sinceridad, aun cuando no obsta a la realización del
acto, sí conlleva que éste resulte no apropiado a sus circunstan-
NP
cias, es decir, que sea desafortunado.
CIÓ
4.2. LA PRETENSIÓN DE VALIDEZ SUBYACENTE AL REPROCHE
En la reformulación de la teoría de los actos de habla efectuada
por Habermas, lo anterior puede describirse en términos que,
DUC
en la formulación de un reproche, el hablante entabla – de modo
no contingente – una pretensión de sinceridad. Esto no implica
que el hablante de hecho no pueda estar siendo insincero, pero
PRO
sí que en este último caso se produce una instrumentalización
de la comunicación. Que el autor de un reproche necesaria-
• RE
a esa pretensión (Habermas, 1999, 379 ss.). Lo que cuenta como la eje-
cución exitosa de tal acto de habla orientado al entendimiento
DIA
A
IBID
alguien es responsable, el hablante necesariamente tiene que
presuponer, para que el reproche pueda ser aceptado por su
destinatario, la efectividad de estas circunstancias. El éxito
H
ilocucionario de un reproche también está condicionado, por
RO
ende, por una pretensión de verdad, a saber, la pretensión de
verdad relativa a lo que constituye el contenido proposicional
NP
del reproche en cuestión 19. Pero, además, la fuerza ilocucionaria
de un reproche también está asociada a la identificación de un
CIÓ
determinado horizonte normativo en el marco del cual el
reproche conlleva una pretensión de corrección. Al reprocharse
DUC
a otro haber actuado de determinada manera, necesariamente
se presuponen normas bajo las cuales el comportamiento que
es objeto de reproche ha de aparecer como incorrecto y, en tal
PRO
medida, censurable. Es precisamente esta dependencia del repro-
che respecto de un determinado horizonte normativo que lo
valida lo que aparece en la insinuación de la indignación moral
• RE
A
IBID
4.3. LA RELACIÓN ENTRE LA IRROGACIÓN DEL MAL
Y LA EXPRESIÓN DE REPROCHE
Un intento de disociar la dimensión expresiva de la pena, por un
H
lado, de su facticidad como irrogación de un mal, por otro, es lo
RO
que se encuentra en la teoría de la pena de Andrew von Hirsch
(von Hirsch, 1985, 47 ss.). Siguiendo a Feinberg y Strawson, von Hirsch
NP
sostiene que es imposible dar cuenta de lo que significa la pena
si se pierde de vista el componente expresivo de determinadas
CIÓ
actitudes reactivas cuya adopción (generalizada) subyace a su
imposición. El punto está, sin embargo, en que bajo la sola con-
DUC
sideración de la expresión de un reproche merecido no podría
justificarse la irrogación de un mal como algo que tiene lugar
adicionalmente al acto de reproche mismo. Si la irrogación de un
PRO
mal ha de reconocerse como un elemento independiente, su jus-
tificación tendría que basarse en una razón distinta. Lo único
que podría justificar la irrogación del mal en que se materializa
• RE
A
IBID
un cierto punto de vista desde el cual la fuerza ilocucionaria
desplegada en un reproche lo acercaría a los “veredictivos”,
mientras que desde otra perspectiva el reprochar algo a alguien
H
parecería acercarse a los “comportativos”. Lo primero ocurre,
RO
siguiendo a Austin, en tanto lo enfatizado sea la declaración del
“hallazgo” (finding) de culpabilidad, o sea, el “veredicto”. Mas
NP
no es éste el punto de vista desde el cual aparece destacado el
aspecto del reproche que se corresponde con la manifestación
CIÓ
de decepción o resentimiento.Y este aspecto es el que distingue
al reproche como un acto que se entiende como reacción frente
DUC
a un comportamiento ajeno, o sea, como un acto de habla “com-
portativo”. Es en este sentido que Strawson caracteriza la mani-
festación de la adopción de una actitud reactiva como la
PRO
suspensión, más o menos extensa o intensa, de una disposición
generalmente favorable hacia aquel que es destinatario de la
expresión de reproche (Strawson, 1995, 63).
• RE
A
IBID
Esto no excluye, ciertamente, la posibilidad de que una declara-
ción de culpabilidad pudiera, bajo ciertas condiciones, expresar
adecuadamente un reproche punitivo. Lo que habría que reco-
H
nocer, sin embargo, es que, bajo tales condiciones, esa declara-
RO
ción ya tendría que contar como la irrogación de un mal. Que
es posible, sin más, que una manifestación lingüística cuente, de
NP
hecho, como la irrogación de un mal, lo muestra, de modo
suficientemente plástico por lo demás, la tipificación penal de
CIÓ
los delitos contra el honor21.
Que la expresión del reproche jurídico-penal, por ende, tenga
DUC
lugar de modo no-verbal, no obsta a que la punición cuente
como la realización de un acto de habla, pues como Austin
mismo lo advierte, existen variados mecanismos convencionales,
PRO
también no-verbales, para la realización de actos de habla, no-
tablemente tratándose de actos ilocucionarios institucionalmente
ligados (Austin, 1975, 119 ss.). Y esto es precisamente lo que afirma
• RE
210 ss.
22 Günther sugiere la posibilidad de una sustitución de la pena por otras reac-
ciones con igual rendimiento expresivo, lo cual en definitiva supone, sin
EDI
A
IBID
4.4. ACCIÓN COMUNICATIVA, ACCIÓN ESTRATÉGICA Y ACCIÓN
INSTRUMENTAL
En la medida en que la formulación del reproche jurídico-penal
H
sólo se oriente a su específico éxito ilocucionario, el autor del
RO
reproche manifiesta una exclusiva orientación al entendimiento
para con el destinatario del reproche. En las categorías desarro-
NP
lladas por Habermas, esto significa que el reproche penal, retri-
butivamente fundado, constituye un caso de acción comunicativa
CIÓ
(Habermas, 1999, 378). La cuestión que debe examinarse ahora es la
DUC
cativa de la pena y sus posibles efectos preventivos. Desde el
punto de vista de una justificación retribucionista de la pena, es
obvio cuál ha de ser el estatus de los posibles efectos preventivos
PRO
que pueden seguirse de la imposición de la pena. Se trata, a lo
sumo, de consecuencias favorables no perseguidas, una instancia
de lo que en el vocabulario de los economistas cabría llamar
• RE
A
IBID
que depende del reconocimiento por parte de éste de las pre-
tensiones de validez que el hablante reclama para lo que dice.
La interacción lingüísticamente mediada en la cual el autor per-
H
sigue la producción de efectos perlocucionarios en el oyente no
RO
cuenta como acción comunicativa, sino como acción estratégica
(Habermas, 1999, 375 ss.). La punición orientada a la consecución de
NP
efectos preventivos en términos de intimidación, por ende, cons-
tituye un caso de acción estratégica. Y a este respecto, es irrele-
CIÓ
vante que el destinatario de tal acto de habla sea el propio
condenado, en términos de prevención especial, o la generalidad
DUC
de los individuos, en términos de prevención general. Pues lo
que en todo caso ocurre es que la punición ya no se orienta, de
este modo, al entendimiento para con el culpable, sino a la
PRO
obtención de consecuencias que son sólo contingentes frente al
reproche de culpabilidad, el cual de este modo resulta falseado.
Esto muestra que las bases pragmáticas de la imposición de la pena
• RE
A
IBID
encierra un reconocimiento de su agencia racional como razón
suficiente para la respuesta punitiva.
En cambio, la punición preventivamente orientada se corresponde
H
con la adopción de una actitud objetivante, bajo la cual el otro
RO
aparece como objeto de táctica social, lo cual lleva a la instru-
mentalización del culpable (vé. Kindhäuser, 1995, 728 ss.) 24. Pues en estos
NP
términos, el reproche de culpabilidad no deja de ser una pura fic-
ción. Si la persecución de efectos preventivos tiene lugar a través
CIÓ
de la imposición de una pena que se hace pasar como la realización
de un reproche, esta ficción de un reproche orientado a la pro-
DUC
ducción de efectos perlocucionarios – como instancia de acción
estratégica encubierta – constituye un caso de lo que Habermas
denomina “distorsión de la comunicación” (Habermas, 1999, 42 s.).
PRO
Lo anterior no excluye, ciertamente, que la punición pueda, de
hecho, producir efectos preventivos. El punto crucial es que estos
efectos no pueden ser conceptualizados, sin que se distorsione el
• RE
nada permite concluir que el delito tuviera que ser el único sín-
toma de esa necesidad preventiva 25.
DIA
que el fin perseguido por el actor sea, precisamente, entenderse con otro.
Vé. Baurmann, 1987, 56 ss.
25 Binding, 1877, 4 s.: “Una teoría del derecho penal, sin embargo, que no es
TOR
capaz de decir por qué castiga, por qué sólo castiga después de que se ha
delinquido, por qué castiga al delincuente, a pesar de que su hecho no
representa la razón jurídica de la pena, por qué en definitiva acepta que el
EDI
A
IBID
sición pierde toda connotación expresiva, lo cual da cuenta de
la dificultad de compatibilizar una concepción semejante de la
función de la pena con nuestra noción intuitiva de lo que signi-
H
fica “pena”. Lo mismo puede decirse acerca de la prevención
RO
especial de neutralización. Considérese al efecto el suficiente-
mente ilustrativo pasaje tomado de un célebre defensor de la
NP
teoría de la prevención especial, Franz von Liszt:
CIÓ
Pero la pena puede tener también como misión suprimir, perpe-
tua o temporalmente, al criminal que ha llegado a ser inútil a la
comunidad, la posibilidad física de cometer nuevos crímenes, se-
DUC
parándole de la Sociedad (selección artificial). Aquí se trata de
la INOCUIZACIÓN [...] del delincuente (von Liszt, 1927, T.1, 6).
PRO
Lo crucial es que, en todo caso, se trata de una intervención sobre
el “penado” que se encuentra libre de toda mediación lingüís-
tica. Bajo tal concepción, la punición sólo puede contar como
• RE
A
IBID
Es precisamente esto lo que subyace a la proposición hegeliana de
que el autor del delito tiene derecho a la pena, a través de cuya
imposición y ejecución aquél es honrado como agente racional
H
(Hegel, 1986a, § 100) 26. Tal honor o reconocimiento (negativo) no le es
RO
concedido, sin embargo, “si el concepto y la medida de su pena
no son extraídos de su hecho mismo; – como tampoco si es visto
NP
sólo como un animal dañino, que ha de ser vuelto inocuo, o si
es visto en atención a fines de la intimidación y la corrección”
CIÓ
(Hegel, 1986a, § 100).Y a este respecto, es irrelevante que la peligrosidad
DUC
medida de la respuesta punitiva adecuada, esto es, proporcional
(Ibíd., § 218) 27. Pues se trata aquí, en todo caso, de la (eventual)
estructura relacional (Duff, 2005, 441 ss.). Lo cual quiere decir: el con-
denado no sólo es hecho (penalmente) responsable, sino que es
©2
26 Vé. t. Pawlik, 2004, 97; Morris, 1976, 31 ss.; Duff, 1986, 262 ss.
TOR
nocimiento. Vé. Nozick, 1981, 374 ss.; también Duff, 2001, 152 ss. Para un
argumento de inspiración hegeliana, Brudner, 1980, 337 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page89
A
IBID
H
RO
5. LA PENA COMO RETRIBUCIÓN
NP
5.1. LA PUNICIÓN COMO REALIZACIÓN DEL DERECHO
Hasta aquí se ha ofrecido una reconstrucción idealizada del prin-
CIÓ
cipio de retribución como criterio de justificación de la pena
estatal, que ha hecho abstracción de las implicaciones de su
forma específicamente jurídica, es decir, de la manera en que
DUC
ese principio se encuentra jurídicamente institucionalizado. Para
entrar en ello, una vía especialmente prometedora es ofrecida
por la teoría de las normas. PRO
El hecho delictivo expresa una falta de reconocimiento de la norma
quebrantada como razón eficaz para la acción, y la pena declara
• RE
2.5. LA
miento en cuestión, sino que es esa forma de reacción lo que ofrece el indicio
para reconocer, haciendo abstracción de los correspondientes criterios
institucionales, que esa norma es una norma que fundamenta obligaciones
EDI
A
IBID
imputable de esa norma (Kindhäuser, 1989a, 134). Y esto no se ve
modificado por el hecho de que los criterios institucionales que
definen las condiciones de validez de normas de comporta-
H
miento como pertenecientes a un determinado sistema jurídico,
RO
fijados en lo que Hart llamaría reglas (secundarias) de recono-
cimiento, puedan ser conceptualmente independientes de las po-
NP
sibilidades de sanción coercitiva como respuesta al quebranta-
miento de tales normas o “reglas primarias”, de conformidad con
CIÓ
lo que Hart llamaría reglas (secundarias) de adjudicación (Hart, 1963,
113 ss.). La suposición de que sin reglas de adjudicación, incluidas
DUC
normas de sanción – esto es, “reglas secundarias que especifican,
o por lo menos limitan, los castigos por la transgresión” de las
reglas primarias que imponen deberes de hacer o no hacer
PRO
(Ibíd., 121) 31 – todavía tendría sentido “reconocer” reglas de recono-
penal subjetivo o bien un deber punitivo” (Binding, 1991, 175 ss., 187 ss.).
Por eso, según Binding, el destinatario de la norma de sanción no es el tri-
bunal, como tampoco el órgano competente por la persecución penal, como
NDE
bilitante que regula la relación jurídica entre el titular del ius puniendi, que
pone en vigencia la respectiva norma de comportamiento, y el autor del
delito, que es el destinatario de esta norma a quien resulta imputable su
IAL
quebrantamiento.
32 Hegel, 1986a, § 95: “El delito, como expresión de una voluntad que lesiona
el derecho en cuanto derecho, es un “juicio infinitamente negativo”; § 97:
TOR
“Si bien la lesión del derecho en cuanto derecho tiene ya una existencia
positiva, exterior, ella es en sí misma nula. La manifestación de su nulidad
es la negación de aquella lesión, que de igual modo tiene existencia – la
EDI
realidad del derecho, como su necesidad que media consigo misma a través
de la cancelación de su propia lesión”.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page91
A
IBID
como realización de una voluntad cuya pretensión es la cance-
lación de otra voluntad – a saber, el derecho (“abstracto”) –, es
siempre, por lo mismo, coercitivo (Hegel, 1986a, § 92). Lo cual a su vez
H
significa: la cancelación de esta voluntad particular contraria al
RO
derecho, por la cual el derecho se restablece a sí mismo, también
ha de ser coercitiva, pues sólo entonces aquélla se constituye
NP
como refutación de la pretensión de validez que el hecho cri-
minal reclama para sí. La coercitividad así entendida representa,
CIÓ
por lo mismo, una característica de todo orden jurídico capaz
de restablecerse a sí mismo a través de la cancelación de su pro-
DUC
pia potencial cancelación 33. Esto hace posible hablar, entonces,
de una concepción confrontacional de la retribución coercitiva
(vé. Markel, 1999, 421 ss.; 2001, 2183 ss.; 2004, 1445 ss.).
PRO
La prestación de la pena consiste en el restablecimiento de la
vigencia de la norma quebrantada por el delito, a través de la
cancelación coercitiva de este quebrantamiento, donde “restable-
• RE
del injusto”. De ahí que Mohr (2005, 102 s., con nota 2) observe que, de este
modo, Hegel impugna la tesis kantiana de que la autorización de la coerción
se encontraría analíticamente contenida en el “concepto de derecho”. Que el
TOR
A
IBID
particular con una voluntad que ahora se sabe general en tanto
concretamente objetiva, esto es, como “eticidad” 34. (De ahí que
la praxis de una comunidad no se pueda interpretar como
H
derecho más que tomando en cuenta el punto de vista interno
RO
de quienes se desenvuelven en ella como participantes) 35.
En este contexto, el derecho penal tiene por objeto el restableci-
NP
miento coercitivo de la vigencia de aquellas normas que son
comunes a los miembros de la comunidad en tanto miembros de
CIÓ
la comunidad.Y esto significa: las normas cuyo quebrantamiento
imputable es jurídico-penalmente reprochable son normas que
DUC
el ciudadano llamado a responder por ese quebrantamiento ha
de poder ver como suyas. En este sentido, el ordenamiento de
normas de comportamiento reforzadas punitivamente, que en
PRO
una democracia ha de ser derecho legislado, admite entenderse
como derecho común (Duff, 2001, 59 ss.) 36. Cuál sea la configuración es-
pecífica del derecho penal de esa comunidad depende, por lo
• RE
trata ya del injusto imputable a un ciudadano (vé. Pawlik, 2004, 76 ss.) 37,
cuyo comportamiento frustra la expectativa de lealtad que los
NO
puesta por Brandom (2004, especialmente 56 ss., 67 ss., 74 ss.), esto significa
que sólo puede haber autoconciencia allí donde emerge la reflexividad del
reconocimiento de la conciencia por sí misma, que es una implicación de la
FLA
punto dependiente del hecho de que Duff escriba dentro del marco de la
tradición del common law. Pero esto no significa que su tematización de la
noción de derecho común tenga que entenderse circunscrita a esa tradición.
EDI
A
IBID
ciudadanos mantienen entre sí en tanto se dan normas comunes
a cuyo seguimiento se comprometen recíprocamente. En la
medida en que el delito cuenta aquí como lesión del derecho
H
de una comunidad política, su cancelación se vuelve cometido
RO
de ésta. Este cometido es asumido institucionalmente por el juez,
que aplicando la ley de la comunidad se constituye en la garantía
NP
ética de que la pena es manifestación de una voluntad que se
sabe a sí misma general (Hegel, 1986a, § 220). Así, cabría decir, se
CIÓ
institucionaliza la diferencia entre retribución y venganza 38.
El reproche de culpabilidad, materializado en la imposición y
DUC
ejecución de la pena, presupone la integridad de una comunidad
política que llama a uno de los suyos a comparecer frente a un
tribunal que pronuncia el juicio de culpabilidad en su nombre.
PRO
Pero aquí cabe anticiparse ya a la objeción de que una funda-
mentación democrática del reproche de culpabilidad, orientada
a la noción de ciudadanía, no podría dar cuenta de la atribución
• RE
A
IBID
de la atribución definitiva de responsabilidad jurídico-penal
(vé. Mañalich, 2005d, 68 s.) 39. El hecho de que la invocación de un error
H
base para un descargo de responsabilidad, tratándose de un
RO
extranjero, debería interpretarse como un reconocimiento insti-
tucional de esa gradualidad 40.
NP
5.3. LA CORRESPONDENCIA ENTRE DELITO Y PENA
Que la pena pueda ser entendida como la respuesta jurídicamente
CIÓ
merecida por el responsable del hecho delictivo explica que la
misma, como materialización de un reproche de culpabilidad,
DUC
no pueda ser entendida como la mera irrogación de un mal que
compense, en el sentido de un ius talionis, el mal eventualmente
producido por el hecho delictivo 41. La prestación retributiva,
PRO
materializada en la irrogación de un mal sensible, es ante todo
un acto comunicativo que responde al delito en el único nivel
• RE
39
40 Una consideración semejante podría hacerse valer, en el contexto específico
de la legislación chilena, en relación con el art. 13 de la Ley 16441, también
conocida como “Ley de Pascua”, que establece una regla especial de deter-
NDE
pena al grado inferior al mínimo del señalado por la norma de sanción res-
pectiva.
41 “Eventualmente”, porque no todo hecho delictivo supone la producción de
IAL
A
IBID
estructurada, al delito como hecho portador de significado, esto
es, al delito entendido como hecho igualmente institucional. Y
recién en este nivel puede sostenerse que delito y pena se
H
correspondan recíprocamente. La equivalencia se encuentra, por
RO
ende, en su correspondiente valor declarativo como contra-
dicción del derecho y como restablecimiento del derecho a
NP
través de la contradicción de la contradicción del derecho,
respectivamente (Hegel, 1986a, § 101).
CIÓ
6. LA ESTRUCTURA DE LA COACCIÓN PUNITIVA
DUC
6.1. COACCIÓN DE REALIZACIÓN
Y COACCIÓN DE ASEGURAMIENTO
La concepción hegeliana de la relación dialéctica entre derecho,
PRO
delito y pena favorece una comprensión de esta última bajo la
cual ella ha de constituir, en tanto respuesta comunicativa al que-
brantamiento del derecho, una respuesta coercitiva: la pena es
• RE
peligrosidad.
43 Latamente al respecto, Mañalich, 2009b, 213 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page96
A
IBID
derecho subjetivo principal (Binding, 1965, 484 s.). Tales derechos
coercitivos secundarios pueden ser, o bien derechos a imponer
coercitivamente el respectivo derecho principal por parte del
H
titular de éste, o bien a que otro, a saber el Estado, ejerza
RO
coacción por cuenta de aquél – lo cual se vuelve la regla una
vez que se consolida el monopolio estatal sobre los medios co-
NP
ercitivos correspondientes (Ibíd., 485 s.).
Puesto que toda coacción es coerción ejercida sobre un ser humano
CIÓ
a comportarse de conformidad con una voluntad ajena, toda
coacción jurídica ha de ser coacción a que alguien se comporte
DUC
de conformidad con un derecho subjetivo ajeno, sea en la forma
de una coacción a hacer, sea en la forma de una coacción a omitir
– incluida aquí la coacción a tolerar, pues tolerar (una determi-
PRO
nada acción ajena) no es sino omitir una oposición de resistencia
frente a una determinada acción ajena (Binding, 1965, 487 s.) 44.
Según cuál sea el modo de determinar el comportamiento ajeno,
• RE
sin embargo, una asimetría entre la estructura del actuar y la estructura del
omitir, que admite ser controvertida. Al respecto Mañalich, 2009b, 227 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page97
A
IBID
impuesta bajo la motivación de evitar un mal cuya irrogación se
anuncia (explícita o implícitamente) para el caso de realización
del comportamiento contrario. Esto último explica la economía
H
de la coacción psíquica, que con menos recursos es capaz de
RO
alcanzar a un círculo mucho más amplio, pero al mismo también
su debilidad en comparación con la coacción física, cuyo éxito no
NP
está mediado por la decisión de una voluntad ajena (Binding, 1965, 491).
Cada una de estas dos formas de coacción se corresponde con una
CIÓ
modalidad específica de coacción jurídica: a saber: coacción de
cumplimiento y coacción de aseguramiento (Binding, 1965, 496 ss.). La
DUC
primera es una instancia de coacción (física) por la cual se
obtiene, inmediatamente, la prestación que es objeto del derecho
subjetivo principal reforzado mediante el derecho coercitivo
PRO
respectivo – por ejemplo, cuando el órgano jurisdiccional com-
petente da lugar al “cumplimiento forzado” de la respectiva
obligación (de dar una especie o cuerpo cierto) por cuenta del
• RE
47 Vé. Habermas, 1999, 359 ss., 366 s; 1984, 441, 450 s., 459 ss. Al respecto
Mañalich, 2009b, 219 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page98
A
IBID
titular del derecho principal correlativo puede exigir, que es,
agrega Binding, el cumplimiento libremente motivado de parte
del obligado. Paradójicamente, por lo mismo, la coacción (física
H
o psíquica) se muestra como un medio absolutamente inidóneo
RO
para la imposición del derecho (Binding, 1965, 493), precisamente por-
que, en sentido estricto, el derecho sólo se realiza a través de la
NP
agencia libre de los sujetos jurídicamente obligados.
CIÓ
6.2. LA COACCIÓN PUNITIVA COMO SUBROGACIÓN
Para clarificar qué forma de coacción jurídica puede representar
la punición estatal, es necesario determinar primero cuál es el
DUC
derecho principal cuyo ejercicio pudiera reforzarse a través del
derecho coercitivo accesorio que corresponde al Estado en tanto
titular del ius puniendi. Se trata aquí, según Binding, del derecho
PRO
subjetivo del Estado que se deriva de la norma que el propio
Estado dirige al ciudadano 48, la cual impone a éste un deber de
• RE
A
IBID
(intencionalmente) lo que la norma ordena o prohíbe (vé. Kindhäuser,
1989a, 41 ss., 50 ss.) 50. De ahí que el derecho estatal a que el destina-
H
habiéndose demostrado la imposibilidad de su satisfacción en
RO
virtud de la infracción culpable del deber correlativo, resulte sus-
tituido por un derecho, sí susceptible de satisfacción, a que el
NP
autor del delito tolere una determinada prestación punitiva (Bin-
ding, 1965, 500). Pues lo peculiar de la coacción punitiva es que ella
CIÓ
interviene en un momento en que el cumplimiento del deber
originario por parte del destinatario de la norma ya es imposible,
DUC
dado que la pena sólo se impone y ejecuta, como respuesta
jurídica, una vez que el delito ha sido cometido.
Dado que la ley penal – esto es, la norma de sanción penal – anuncia
PRO
la irrogación de un mal para el caso de la infracción del deber
impuesto por la norma de comportamiento respectiva, podría
asumirse que la imposición y ejecución de la pena habrían de
• RE
A
IBID
La concepción de Binding redefine el sentido en que la ejecución
de la pena se relaciona estrictamente con el derecho del Estado
que es correlativo al deber ya infringido por el autor del delito,
H
haciendo dogmáticamente operativo el hallazgo fundamental de
RO
la concepción hegeliana de la pena, consistente en que a través
de la punición retributiva “el derecho se reconcilia consigo
NP
mismo” (Hegel, 1986a, § 220). El Estado conserva su autoridad norma-
tiva a pesar de la evidencia de la infracción (culpable) del deber
CIÓ
por parte del destinatario de la norma, que ya es inmodificable
y por lo mismo “inexpiable”, recurriendo para ello al “medio
DUC
auxiliar más poderoso” que el Estado tiene a su disposición: “la
conversión de derechos impracticables en derechos practicables”
(Binding, 1965, 499). Lo que así tiene lugar es la sustitución de la pres-
PRO
tación ya fallida por un equivalente, a saber, la prestación
consistente en tolerar la ejecución de la pena: “el padecimiento
del señorío del derecho en el cuerpo del delincuente” (Ibíd., 500).
• RE
A
IBID
ción de la pena como medio para el aseguramiento del efecto
de la amenaza de pena, consiste más bien en haber confundido
este (potencial) “efecto reflejo” con el fin de la punición:
H
RO
La realización de la acción conminada tiene, como siempre tra-
tándose de una acción ejecutada por vía judicial, un fin racional
NP
propio: ella es o bien nueva amenaza o bien pena, y precisamente
la última no es amenaza potenciada (Binding, 1965, 500).
CIÓ
La racionalidad del ejercicio del derecho a la ejecución de la pena
anunciada en la norma de sanción no es, de este modo, la racio-
DUC
nalidad estratégica de una coacción de aseguramiento, sino una
racionalidad retributiva.
PRO
7. LA PENA COMO CONSECUENCIA JURÍDICA DEL DELITO
• RE
teorías de la prevención especial “positiva”. Vé. Binding, 1913, 205 s., 210 ss.;
análogamente Jakobs, 1991, 1/17 ss.
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A
IBID
a consecuencia de la comisión de un delito, como acción “objeti -
vamente necesaria tomada por sí misma, sin referencia a otro fin
[ulterior]” 55. De ahí que la ley penal pueda ser definida como
H
“proposición jurídica sintética a priori del derecho público”
RO
(Zaczyk, 2008, 251 s.). Esta caracterización presupone una concepción
NP
la norma de sanción penal sería al mismo tiempo una norma de
comportamiento dirigida a la persona competente imponiéndole
CIÓ
un deber de sancionar al culpable.
Por más difundida que se encuentre, esta concepción deontológica
DUC
del principio de retribución no es la única posible. Pues el prin-
cipio de retribución es neutral frente a la distinción meta-ética
entre deontología y consecuencialismo 56. La tesis indisponible
PRO
55 Kant, 1974a, BA 39, 43. Ésta no es, ciertamente, la única interpretación
• RE
posible. Vé. por ejemplo Zaczyk, 1999, 82 s., donde se sostiene que lo único
que Kant puede haber querido decir con ello es que la ley penal no puede
ser sino una máxima de acción que se deja deducir del (único) imperativo
categórico, según el cual – con arreglo a la primera de sus formulaciones –
010
37, 125 s.; al respecto Birnbacher, 2007, 136 ss. Es decir, es posible asumir
que la descripción de la ley penal como imperativo categórico se explica
DIA
imperativo categórico, esto es, del único principio del cual cabría extraer un
sistema de moral “crítica”.
56 Fundamental Moore, 1997, 155 ss. Vé. t. Zaibert, 2006, 175 ss. Esto cierta-
FLA
A
IBID
para cualquier concepción retribucionista de la pena se halla en
la idea de que la punición del culpable es correcta en sí misma,
y no por referencia a un fin ulterior que pudiese o tuviese que
H
ser alcanzado mediante la imposición y ejecución de la pena; es
RO
decir, que la punición del culpable no es un bien meramente
instrumental, sino un bien en sus propios términos 57. Pero la ver-
NP
dad de esta última proposición es independiente de la verdad de
la proposición (de segundo orden) según la cual la punición del
CIÓ
responsable de un hecho delictivo constituiría una acción cate-
góricamente obligatoria para aquel a quien compete la aplica-
DUC
ción de la ley penal 58.
7.2. LA ASIMETRÍA ENTRE DELITO Y HECHO PUNIBLE
El análisis de lo que aquí está en juego puede emprenderse recu-
PRO
rriendo, una vez más, a Binding, cuyo punto de partida a este
respecto consiste en la constatación que “nada hay más humano
• RE
no, en cambio, en un sentido excluyente, esto es, de modo tal que toda ética
que fundamente juicios y principios morales con orientación a las conse-
cuencias no cuente como deontológica (Ibíd., 116 s.).
FLA
de las consecuencias favorables. Sobre esto Birnbacher, 2007, 186 ss. Esto
excluye, en todo caso, la posibilidad de una fundamentación utilitarista del
principio de retribución.
EDI
58 Vé. Pawlik, 2004, 96 s., para quien el sentido de una teoría retribucionista
de la pena consiste en (recién) posibilitar, y no en constreñir a, la punición.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page104
A
IBID
depender la punibilidad de su quebrantamiento, ya sea que se
recurra a algún criterio que incorpore ambas variables (Ibíd., 9 ss.).
Parte de la dificultad puede encontrarse en que Binding asuma
H
una concepción del injusto penal como quebrantamiento de una
RO
norma que no sería, propiamente, una norma jurídico-penal, sino
una norma de derecho público general (Binding, 1965, 35 ss.; 1991, 155 ss.).
NP
Esta tesis está íntimamente asociada a su hallazgo – que ha de
ser tenido por la premisa básica de cualquier teoría mínima-
CIÓ
mente plausible del hecho punible – de que al autor del delito
no puede, por definición, ser imputable un quebrantamiento de
DUC
la ley penal, esto es, de la norma de sanción penal, precisamente
porque a través de su comportamiento él realiza, antes bien, el
presupuesto de su aplicación, esto es, el tipo delictivo corres-
PRO
pondiente. Por ende, si ha de tener sentido la idea de que el
autor del delito quebranta una norma, esta norma ha de enten-
derse como una norma de comportamiento – en el sentido de
• RE
preventiva (Ibíd., 162 s.). Pero esto sería un error. Que el criterio de
legitimación de las normas de comportamiento punitivamente
TOR
A
IBID
quebrantamiento imputable de la norma de comportamiento
respectiva haya de entenderse orientada, entonces, a fines
preventivos.
H
La medida en que cabe entender el derecho penal como un
RO
derecho de protección de bienes jurídicos es necesariamente
indirecta. La prestación retributiva, cuyas condiciones (sustanti-
NP
vas) se encuentran fijadas en la norma de sanción correspon-
diente – así como en las reglas de imputación que la
CIÓ
complementan –, asegura la vigencia de la norma de comporta-
miento correspondiente, cuyo fin es la evitación de menoscabos
DUC
de bienes jurídicos, como razón eficaz para la acción (vé. Kindhäuser,
1989a, 132 ss.). La tarea de identificar las normas cuyo quebranta-
función auténticamente constitutiva de la legislación penal para
• RE
frente a la justicia distributiva. Vé. Del Vecchio, 1952, 103 ss.; Rawls, 1971,
313. Al respecto también Mañalich, 2007, 141 s.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page106
A
IBID
(Verbrechen), en palabras de Binding – está constituido por todo
aquel delito que además satisface aquellas condiciones ulteriores
de las cuales puede depender, específicamente, el merecimiento
H
y la necesidad de pena (vé. Binding, 1965, 132 ss., 194 ss., 426 ss.).
RO
7.3. DERECHO Y DEBER PUNITIVO
NP
De lo anterior se sigue que la manera en que cabe hablar de la
pena como consecuencia jurídica del delito pudiera conllevar la
hipótesis mecanicista de que la pena se seguiría espontánea o
CIÓ
inmediatamente del delito respectivo: “los seres humanos casti-
gan a los seres humanos, y no los hechos a sí mismos” (Binding,
DUC
1877, 11) 60. En los términos de Binding, la punición es un “hecho
libre” del titular del ius puniendi, esto es, del Estado, para el cual
el delito sólo constituye la fuente de un derecho subjetivo,
PRO
correlativo al deber del condenado – quien ya ha infringido, de
modo reprochable, el deber impuesto por la norma de compor-
• RE
que la punición jurídica en todo caso presupone un doble acto del Estado en
el momento de la legislación penal y en el momento de la persecución penal
que culmina en el juicio. Vé. el mismo, 1913, 205 s., 217 ss. Ésta no es, sin
IAL
momento del “derecho abstracto”, sin que eso niegue que la realización del
concepto del derecho como idea, como praxis ética institucionalmente
mediada, también supone una concreción de la pena como institución del
EDI
A
IBID
Lo que en este punto interesa es considerar la manera en que
Binding entendía que podía resolverse el dilema que parece se-
guirse de la conjunción del carácter “absoluto” de la fundamen-
H
tación retributiva de la pena, de una parte, con el hecho de que
RO
el Estado en principio sólo esté autorizado, pero no obligado, a
responder retributivamente, de otra. “En principio”, porque hasta
NP
aquí el énfasis ha estado puesto exclusivamente en la relación
funcional entre delito y pena, en cuyo contexto el delito repre-
CIÓ
senta la base de una autorización para la ejecución de la pena
como consecuencia jurídica. Así, puesto que el injusto culpable
DUC
– esto es, el delito – sólo cuenta como fuente de un derecho
punitivo, y no de un deber estatal de sancionar penalmente, la
fundamentación de este deber habría de encontrarse en una con-
PRO
sideración distinta; a saber: en la necesidad de la afirmación de
la autoridad del derecho 61. De ahí que Binding añadiera que en
la legitimación de la pena, ésta siempre se presenta con la cabeza
• RE
2.7
61 Nada contradictorio hay en que el Estado pueda ser, al mismo tiempo, titular
LA PENA COM O CONSE CUENCIA JURÍDICA D EL DE LITO
ciones habría que reconocer una asimetría, en tanto todo deber de hacer X
presupondría el derecho a hacer X, sin que a la inversa todo derecho a hacer
X presuponga el deber de hacer X ( 49). Campagna confunde aquí, empero,
IAL
A
IBID
de ambos momentos, a saber: la retribución del hecho culpable
y el restablecimiento de la vigencia de la norma quebrantada. En
términos hegelianos, el restablecimiento del derecho operado
H
mediante la punición del culpable no se deja conceptualizar
RO
como un momento extrínseco a la propia prestación retributiva.
En otras palabras, la retribución del hecho culpable es el resta-
NP
blecimiento del derecho. Y esto significa que la afirmación de la
autoridad de la norma quebrantada no ha de ser entendida como
CIÓ
un fin ulterior, para el cual la punición pudiese aparecer como
un medio; el restablecimiento de la norma quebrantada es, antes
DUC
bien, lo que la punición realiza por sí misma. Por eso Binding
podía sostener, categóricamente, que el fin de la pena, entendido
como restablecimiento de la autoridad del derecho mediante la
PRO
retribución del hecho culpable, es necesariamente alcanzado con
la ejecución de la pena, de modo que no puede haber fin punitivo
alguno que la trascienda (Binding, 1913, 234 s.).
• RE
A
H IBID
RO
.
NP
CIÓ
Escucha, Señor – así se había expresado
Abraham –, o lo uno o lo otro: Si Tú quieres
DUC
que el mundo exista, no puedes pedir que haya
justicia; y si Tú quieres que gane tu justicia,
se acabó el mundo. Tú abordas el problema por
PRO
los dos extremos, Tú quieres al mismo tiempo
que el mundo sea y que reine la equidad.
Pero si Tú no contribuyes con un poco de
• RE
NO
1. LA GRACIA Y LA JUSTICIA
DIA
LA GRACIA Y LA JUSTICIA
1 Para este concepto de forma de vida, vé. Wittgenstein, 1984a, §§ 19, 241.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page110
A
IBID
El ataque ilustrado al reconocimiento jurídico de una prerrogativa
de gracia pervive como lugar común en la teoría penal contem-
poránea. La cita obligada a este respecto se halla en Kant:
H
RO
El derecho de gracia (ius aggratiandi) para con el criminal, ya sea
de atenuación o de liberación completa de la pena, es el más
NP
obsceno entre todos los derechos del soberano, que demuestra
así el brillo de su soberanía cometiendo, sin embargo, injusticia
CIÓ
en grado sumo (Kant, 1977, B 236, 459 s.) 2.
DUC
gracia añadiendo, empero, que el mismo “es el único que merece
el nombre de derecho de majestad”, algo que Hegel comple-
mentaría advirtiendo que se trata de “uno de los más altos
PRO
reconocimientos de la majestad del espíritu” (Hegel, 1986a, § 282).
Cabe suponer, ahora bien, que esta asociación del derecho de
gracia con la posición inequívoca del soberano explica el
• RE
2 No menos categórico es Beccaria, 2000, 321: “A medida que las penas son
IAL
A
IBID
Aquí deviene fundamental reparar en el carácter de concepto-
límite que exhibe la noción de soberanía. Se trata aquí de un
concepto de la “esfera más exterior”, cuya determinación, por
H
lo mismo, no puede hallarse referida al caso normal, sino sólo al
RO
caso límite (Schmitt, 1934, 11, 19 ss.). Ello quiere decir, en palabras de
Agamben, que la excepción es la estructura de la soberanía, que
NP
por lo mismo no puede entenderse como un concepto exclusi-
vamente político, pero tampoco como un concepto exclusiva-
CIÓ
mente jurídico (Agamben, 1998, 43). Pues lo peculiar de la situación en
que emerge la excepción es que ella no es susceptible de deter-
DUC
minación jurídica, como tampoco de determinación fáctica,
manteniéndose en un paradójico umbral de “indiferenciación”
(Ibíd., 31).
PRO
El otorgamiento de una amnistía representa, a este respecto, una
“aplicación del derecho para suspender el derecho” (Veitch, 2001, 36).
Lo crucial es que para tal “aplicación del derecho” no puede
• RE
1934, 12) 5. Así se explica que Binding sostuviera que la idea de que
LA GRACIA Y LA JUSTICIA
A
IBID
entenderla, en cambio, como una especificación de lo (retribu-
tivamente) justo en atención a las particularidades del caso
juzgado 6. Y la misma pretensión subyace, de otra parte, a cierta
H
línea de “retribucionismo duro”, también de inspiración liberal,
RO
que propugna la completa exclusión de la noción de gracia de
la esfera pública, en virtud de su supuesta incompatibilidad tanto
NP
con las exigencias sustantivas de la justicia retributiva como con
el principio formal de igual libertad bajo la ley, reduciéndola a
CIÓ
una virtud sólo susceptible de ser desplegada en el ámbito de
relaciones privadas 7.
DUC
Una formulación particularmente refinada del intento de recon-
ducir la gracia a la lógica de la justicia se encuentra en un
argumento de N.E. Simmonds, dirigido a validar la posibilidad
PRO
de un juicio misericordioso como juicio auténticamente jurídico,
esto es, como acto de adjudicación en derecho. Lo que Sim-
monds pretende es disolver la paradoja que parece entrañar la
• RE
6 Vé. Dolinko, 2006, passim. Vé. t. Morison, 2005, passim. El propio Binding
NDE
2004, 1453 ss., quien defiende, sin embargo, una propuesta diferenciada
para el ámbito de “amnistías particularizadas”, paradigmáticamente las otor-
gadas en el marco de los procesos de verdad y reconciliación en la Sudáfrica
EDI
A
IBID
derecho en virtud de la formalidad que caracteriza a la justicia
como prestación jurídica (Ibíd., 59 ss.).
Para ello, Simmonds se vale de la metáfora del “vacío de particu-
H
laridad”, mediante la cual Michael Detmold caracterizara la
RO
distancia que separa a toda regla jurídica universal – en el sentido
de ser válida para un universo de casos – de cada caso particular
NP
al cual esa regla pueda ser judicialmente aplicada (vé. Detmold, 1989,
455 ss.). Según Detmold, lo genuinamente distintivo de la acción
CIÓ
de juzgar se encuentra en una mediación entre la irreducible
universalidad de la regla y la irreducible particularidad del caso,
DUC
lo cual exige entender la adjudicación como una actividad
definida por un “respeto hacia lo particular”:
PRO
Respeto por cualquier particular es respeto por el misterio de la
existencia del mundo: el mundo pudiera ser más simple, i.e., cual-
quier particular pudiera ser todo el mundo, y aun así el misterio
• RE
LA GRACIA Y LA JUSTICIA
A
IBID
aprehensión objetual es siempre, por el contrario, una operación
conceptualmente mediada (Simmonds, 1993, 64 ss.).
Así presentada, la objeción de Simmonds resulta inobjetable. Pues
H
la idea de que un particular pudiese ser identificado como tal
RO
sin referencia a propiedad alguna de la cual aquél sea una
instancia parece no ser filosóficamente defendible 9. Lo cual
NP
descansa, a su vez, en el hecho de que cada ontología, esto es,
cada respuesta a la pregunta acerca de lo que hay (vé. Quine, 1963, 1
CIÓ
ss.) 10, es dependiente de un determinado vocabulario, un voca-
DUC
producir un inventario del universo, cuyos componentes sólo
son individualizables relacionalmente (vé. Quine, 1968, 200 ss.). La refe-
rencia a un particular, por ende, siempre esconde un momento
PRO
intensional (= no extensional), esto es, un momento de depen-
dencia de alguna descripción disponible.
Por eso, es acertado que el propio Simmonds presente su crítica a
• RE
65 ss.
12 Como célebremente argumentara Frege (1994, 48 ss.), todas las oraciones
que exhiben un valor de verdad positivo habrían de compartir la misma re-
EDI
A
IBID
1.3. LA IRREFLEXIVIDAD DE LA ADJUDICACIÓN:
LA GRACIA COMO INTROMISIÓN
La pregunta consiste, entonces, en si a partir de esta validación de
H
un (cierto grado de) relativismo ontológico, que vuelve ilusoria
RO
la idea de una referencia a lo particular per se como existente
sin mediación conceptual alguna, se sigue de hecho la conclusión
NP
que Simmonds pretende alcanzar, a saber, que no habría tal cosa
como un vacío de particularidad en la adjudicación. Esta con-
CIÓ
clusión interesa a Simmonds, porque de ello se seguiría una
disolución de la contraposición entre universalidad y particula-
DUC
ridad que subyace a la paradoja de la misericordia, cuyo corre-
lato preciso sería, irónicamente, una sublimación del derecho y
su justicia que desconocería la medida en que la universalidad
PRO
del derecho es simétricamente dependiente de lo particular, esto
es, de lo particular identificado bajo una determinada ontología
(Simmonds, 1993, 67 s.). Para clarificar el punto: mientras la representa-
• RE
recíprocamente constituidas.
Pero la conclusión no se sigue (vé. Christodoulidis, 1999, 236 ss.). Que lo par-
DIA
ticular no pueda tenerse por existente como tal, esto es, con
prescindencia de una determinada descripción disponible, no
S IN
LA GRACIA Y LA JUSTICIA
A
IBID
propiedades jurídicamente relevantes de los hechos del caso
juzgado, que dependen de cuáles sean los estándares bajo los
cuales el caso es juzgado, de modo que descripciones alternati-
H
vas, pero igualmente verdaderas, del complejo fáctico que
RO
constituye el objeto de la adjudicación resulten descartadas
como impertinentes.
NP
Como Christodoulidis observa, todo argumento jurídico de
adecuación, orientado a redirigir el acto de adjudicación a la
CIÓ
“particularidad” del caso, sigue siendo un argumento que sólo
es admisible a modo de un afinamiento de la perspectiva en
DUC
atención a variables jurídicamente fijadas. Esto, porque el dere-
cho carece del grado de reflexividad que sería imprescindible
para una operación de plena reinstalación de la complejidad por
PRO
la vía de una reapertura de la pregunta acerca de la pluralidad
de descripciones disponibles respecto del objeto de adjudicación.
Nada más, ni nada menos, es lo que distingue a la formalidad
• RE
13 Vé. Lafer, 1994, 32 s., 309 ss., 323 ss., quien examina la recepción arendtiana
EDI
A
IBID
en el establecimiento de las condiciones de la culpabilidad jurí-
dica no puede ser la esfera del derecho, sino sólo la esfera de la
gracia (Hegel, 1986a, § 132).
H
Así, toda prerrogativa de gracia se ubica en el límite exterior del
RO
dominio del derecho, y su ejercicio no se deja interpretar, en
consecuencia, como un momento interno a la realización de la
NP
justicia, “la más jurídica de las virtudes” (Hart, 1963, 208)14. Y esto
significa que un acto de gracia por el cual se renuncia a una
CIÓ
punición jurídicamente fundamentada no puede interpretarse
como una instancia de realización de la justicia retributiva,
DUC
porque su efecto es, precisamente, remover las consecuencias
jurídicas de un hecho que resultan merecidas desde el punto de
vista de la justicia retributiva, tal como ésta se halla institucio-
PRO
nalmente configurada. El acto de gracia, por ende, sólo puede
ser entendido como una intrusión en el dominio de la justicia
(Duff, 2007, 364 s., 370 ss.). Y recién en este sentido se hace posible
• RE
2. LA PARADOJA DE LA GRACIA
iusnaturalismo formalista, vé. Del Vecchio, 1952, 42 ss., 112 ss., 155 ss.
15 Así, en referencia directa a Hegel, Campagna, 2007, 136.
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A
IBID
probar la necesidad de la existencia de Dios – según Hegel, el
único argumento (Hegel, 1986e, 529). Se impone, por ende, considerar
brevemente en qué consiste el argumento, cuya posición en la
H
historia de la filosofía occidental supera por mucho su supuesta
RO
refutación por Tomás de Aquino, y que según la propia descrip-
ción de Anselmo ha de entenderse como
NP
un único argumento que no necesita […] de ningún otro sino
CIÓ
sólo de sí mismo y que bastara para fundamentar que Dios existe
verdaderamente, que es el sumo bien que no necesita de nadie
DUC
pero que de él necesitan todos los demás seres para ser y ser
buenos (Anselmo, 1998a, 3 [prœmio] ) 16.
eres algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” (Ibíd., 11 [ca II]).
Pero esto no podría significar, aparentemente, que por el solo
hecho de poder ser pensada una “naturaleza tal”, esto es, la pro-
010
que asumir entonces que cada vez que emitimos una oración
que contiene, por ejemplo, el término “unicornio”, nos mostra-
NO
lo cual no es el caso (vé. Quine, 1963, 1 s., 7 ss.). Pensar en algo no implica
la existencia de lo pensado 17.
S IN
1991, 514.
18 Éste es un problema distinto del que plantea la tesis de que toda proposición
existencial tendría que ser contingente. Como observa Malcolm, 1960, 53 ss.,
EDI
A
IBID
el término “X” 18. Antes bien, en esa oración el término “X” no
es usado referencialmente, precisamente porque con la aserción
de que X existe no se está identificando ente particular alguno
H
que sea designado por “X”. Que la oración “X existe” sea ver-
RO
dadera sólo implica que existe algo que es designado por “X”19,
pero ella nada dice acerca de qué o quién pueda ser X. De lo
NP
contrario, una oración del tipo “X no existe” sería necesaria-
mente auto-contradictoria (vé. Quine, 1963, 9).
CIÓ
Ello significa que las oraciones existenciales, a pesar de su gramática
superficial, son siempre oraciones generales, es decir, oraciones
DUC
cuyo sujeto gramatical no se corresponde con un término (se-
mánticamente) singular que identifique (= que haga referencia a)
un individuo (en sentido filosófico); estas oraciones no hablan de
PRO
individuos, sino del mundo en que esos individuos existen o no
existen (vé. Tugendhat, 1976, 309 ss., 377 s.). Por esto, es un error pretender
impugnar el argumento anselmiano aduciendo que en la mera
• RE
existencia 20, que es, sin embargo, una de las falacias que se achacan
a la versión cartesiana del argumento ontológico (vé. Tichý, 1979, 411) 21.
Precisamente esto, asume Anselmo, es lo que argumentará el
©2
“insensato”, esto es, el que alega que Dios no existe 22. Pero
Anselmo añade que “el insensato debe admitir que existe al
NO
23 Algunos críticos han llamado la atención sobre el hecho de que Anselmo sus-
tituya, a lo largo del argumento, la descripción indefinida en cuestión por
una definida, pasando de usar el pronombre indefinido “algo” a usar el pro-
EDI
nombre demostrativo “aquello” (“… mayor que lo cual nada puede ser pen-
sado”). Mackie (1982, 51) observa, sin embargo, que ello carecería de
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page120
A
IBID
cual nada podemos pensar no puede existir [sólo] en el enten-
dimiento”, pues de ser éste el caso, “se podría pensar que
existiese también en la realidad, lo cual es mayor”, de modo que
H
habría que concluir que
RO
si aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado estuviera
NP
sólo en la inteligencia, esto mismo mayor que lo cual nada puede
ser pensado sería algo mayor que lo cual podemos pensar algo.
CIÓ
Pero esto no puede ser (Anselmo, 1998a, 12 [ca II] ).
DUC
parece encontrarse en la idea de que el insensato, al sostener
que aquello mayor que lo cual nada podemos pensar no existe,
se refuta a sí mismo, porque él podría de inmediato pensar en
PRO
algo que sería todavía mayor que aquello mayor que lo cual nada
podemos pensar, a saber: precisamente ese mismo objeto inten-
cional al cual se atribuyera, además, existencia. Pero así formu-
• RE
compromiso con esa tesis desaparece (vé. Malcolm, 1960, 45 ss.) 24.
DIA
Pues puede pensarse que existe algo que no puede ser pensado
como inexistente, lo cual es mayor que aquello que puede pen-
S IN
A
IBID
Aquí ya no se encuentra la proposición de que la existencia cuente
como (criterio de) perfección, sino la muy diferente proposición
de que la imposibilidad lógica de inexistencia contaría como
H
(criterio de) perfección (Malcolm, 1960, 46). Aquello mayor que lo cual
RO
nada puede ser pensado, para efectivamente satisfacer su propia
descripción, tendría que existir necesariamente. Luego, y a modo
NP
de reductio ad absurdum, si el insensato entiende el significado de
la descripción definida “aquello mayor que lo cual nada puede
CIÓ
ser pensado”, él no puede aducir que esa descripción pudiera
ser ontológicamente vacía 25. Es decir, el insensato, entendiendo
DUC
esa descripción definida, se contradice a sí mismo al pretender
tenerla, no obstante, por ontológicamente vacía 26.
PRO
25 La negación de esta proposición constituye el núcleo de la célebre respuesta
pro insipiente, esto es, “en representación del insensato”, de Gaunilo de
• RE
passim) sostiene, sin embargo, que habría una posibilidad de mantener una
alternativa de ateísmo sensato frente al argumento de Anselmo. Pues lo que
el argumento presupondría es que cuando el ateo dice entender el signifi-
©2
cado de la descripción definida “aquello mayor que lo cual nada puede ser
pensado”, el mismo comparte los estados intencionales que el creyente
tiene cuando usa esa descripción, lo que en términos de Klima significaría
NO
mismo. Así por ejemplo, si A dice “su marido es bueno con ella” haciendo
NDE
A
IBID
Lo anterior no implica que quien entiende el significado de la des-
cripción “aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado”
conozca, por eso mismo, la esencia divina, esto es, el conjunto
H
de las propiedades necesarias y suficientes para que algo cuente
RO
como designado por el término “Dios”. Ello sólo implica, antes
bien, que aquél sabe algo acerca de la esencia divina, esto es, que
NP
– entre otras propiedades – lo designado por el término “Dios”
ha de ser algo mayor que lo cual nada puede ser pensado (Tichý,
CIÓ
1979, 413 s.). Y lo que el argumento muestra es que la existencia
DUC
tingente. Por el solo concepto de que se trata, esa existencia es
o bien lógicamente necesaria, o bien lógicamente imposible.
Pero de ser este último el caso, la descripción en cuestión resul-
PRO
taría ser auto-contradictoria, lo cual se ve desafiado, sin embargo,
por el hecho de que el insensato entiende el concepto. Por esto,
como sostiene Malcolm, es un error interpretar el argumento
• RE
Dios pueda ser pensado como algo – y por ende como aquello –
mayor que lo cual nada puede ser pensado (Ibíd., 57 s.) 27.
NO
también es, para quien asuma la validez del argumento de Anselmo, un caso
IAL
A
IBID
pensado”) (Tichý, 1979, 413 ss.) 28.Y esto significa: la existencia necesaria
implicada por el significado de la descripción definida no es, por
ende, la existencia necesaria de un ente individual, sino la exis-
H
tencia necesaria de un estatus – el divino – que satisface aquella
RO
descripción cuya satisfacción conlleva la ostentación del respec-
tivo estatus de segundo orden 29. Disponer del concepto de Dios
NP
implica asumir que hay un estatus superlativo que está siempre y
en todo lugar ocupado, esto es, que no hay mundo posible alguno
CIÓ
en que el mismo pudiese ser ontológicamente vacío 30.
Inmediatamente a continuación, empero, Tichý sostiene que, dado
DUC
que el argumento de Anselmo prueba que la proposición de que
Dios – en tanto aquello mayor que lo cual nada puede ser pen-
sado – no existe es auto-contradictoria 31, la proposición de que
PRO
28 Ello encuentra apoyo directo en la propia réplica de Anselmo a Gaulino,
cuando el primero observa que, aun de ser posible que aquello mayor que
• RE
lo cual nada puede ser pensado no pudiese ser pensado, de todas formas
habría que admitir que la fórmula lingüística “aquello mayor que lo cual nada
puede ser pensado” sí es susceptible de ser entendida, en circunstancias
30 Tichý, 1979, 415 s., observa que hay una premisa implícita en el argumento
de Anselmo de cuya satisfacción depende la validez del mismo, a saber: que
hay un único estatus mayor que el cual ningún estatus puede ser pensado.
NO
llo mayor que lo cual nada puede ser pensado”. De acuerdo con Tichý, un
doble argumento a favor de esta premisa se encuentra en el Monologion,
ensayo previo de Anselmo, en cuyo cuarto capítulo éste sostiene que “ne-
S IN
31 Mackie, 1982, 52, sostiene que el argumento de Anselmo no alcanza a mostrar que
NDE
concepto de Dios. Es decir, su pensamiento en Dios como aquello mayor que lo cual
nada puede ser pensado y su creencia en la inexistencia de Dios serían actitudes
proposicionales perfectamente independientes entre sí. Esta sugerencia es difícil-
IAL
una persona presupone una atribución simultánea de una serie prácticamente in-
finita de otras creencias (y otras actitudes proposicionales), que se encuentran co-
nectadas por ciertas relaciones de coherencia y sistematicidad, en lo cual descansa,
EDI
A
IBID
Dios existe sería, a su vez, tautológica (Tichý, 1979, 418 ss.). Lo cual
sugeriría entonces, en contra de la dirección aparente del argu-
mento, que el hecho de existir necesariamente no podría contar
H
como signo de grandeza, pues un estatus que ha de estar ocu-
RO
pado necesariamente – esto es, en todo mundo posible – distaría
mucho de ser un estatus que merezca devoción (Ibíd., 420). El pro-
NP
blema está, no obstante, en que así se trastoca el punto de vista
que subyace al argumento. Pues éste no consiste en la produc-
CIÓ
ción racional de la imagen de un ser divino merecedor de
devoción, sino más bien, tal como Anselmo lo hace explícito en
DUC
el proemio del Proslogion, en un esfuerzo por “comprender lo
que [se] cree” 32.
2.2. LA GRACIA COMO ATRIBUTO DIVINO PRO
En el marco de esta articulación del concepto de Dios como idea
que se realiza a sí misma 33, cabe contextualizar ahora la aproxi-
• RE
canza la certeza de sí mismo. Vé. Hegel, 1986c, 582 s.; el mismo, 1986b,
§§ 572 s.
33 Vé. en este sentido Whitehead, 1978, 343 ss., 349, quien sostiene que a
EDI
A
IBID
palabra no es inmediatamente y al mismo tiempo concepto, sino
el nombre propio, la tranquilidad fija del sujeto subyacente” (Hegel,
1986c, 62). Así, la naturaleza de Dios constituiría “lo no-susceptible
H
de ser conceptuado” (das Unbegreifliche), que sería, sin embargo,
RO
el concepto mismo34, esto es, la disolución de la contradicción
de sus propias determinaciones (Hegel, 1986e, 230 s.). Y ello sólo sería
NP
posible en un movimiento dialéctico, que justamente se escon-
dería bajo el misterio de la trinidad (Ibíd., 221 ss.)35.
CIÓ
Una resolución – si bien estática, no dialéctica – de tales contra-
dicciones es lo que emprende Anselmo una vez expuesto el
DUC
núcleo de su argumento. A modo de ejemplo: Anselmo pregunta
(a Dios) “¿cómo puedes ser sensible si no eres cuerpo?”, en el
entendido de que es mejor ser sensible que no serlo, de modo
PRO
tal que Dios ha de ser sensible, si Dios es aquello mayor que lo
cual nada puede ser pensado. La respuesta que enuncia Anselmo
reza entonces: “si sentir no es otra cosa que conocer, o al menos
• RE
“ni mentir, ni hacer que lo verdadero sea falso” (Ibíd., 19 [ca VII]). Y la
respuesta de Anselmo reza entonces:
NO
cia? En efecto, quien puede hacer todo esto puede hacer lo que
no le conviene y lo que no debe. Cuanto más puede hacer esto,
S IN
A
IBID
que seas verdaderamente omnipotente, ya que nada puedes por
impotencia, y nada tiene poder contra ti (Anselmo, 1998a, 19 s. [ca VII]).
H
De este modo, Anselmo va señalando una progresiva especificación
RO
del concepto de Dios como aquello mayor que lo cual nada
puede ser pensado, que resulta, por ejemplo, en que la omnipo-
NP
tencia de Dios sólo puede entenderse como un poder infinito
para obrar de manera correcta, esto es, como una “ortonomía”
CIÓ
infinita36. Y es precisamente en este contexto de especificación
de los atributos divinos, en pos de asegurar su compatibilidad
recíproca, que Anselmo tematiza la paradoja de la gracia frente
DUC
a la atribución de justicia infinita a Dios: “¿Cómo puede ser pues
justo que castigues a los malos y ser justo también que los per-
PRO
dones?” La perplejidad de Anselmo se encuentra primariamente
referida al hecho de que Dios “perdona a los malos y se com-
padece con justicia de ellos”:
• RE
A
IBID
denara a los segundos. Por lo tanto, inquiere Anselmo, “¿[c]ómo
puede ser pues justo que castigues a los malos y ser justo también
que los perdones?” La respuesta que Anselmo ofrece descansa en
H
lo que cabría llamar la omnipotencia de la justicia de Dios:
RO
Cuando castigas a los malos es justo porque lo merecen, pero
NP
cuando los perdonas también es justo, no porque lo merezcan,
sino porque es digno de tu bondad. Entonces, perdonando a los
CIÓ
malos eres justo conforme a ti y no conforme a nosotros, así
como eres misericordioso conforme a nosotros y no conforme
DUC
a ti; ya que, salvándonos a nosotros que con justicia podrías con-
denar, eres misericordioso, no porque te sientas afectado, sino
porque nosotros sentimos el efecto. Así pues, tú eres justo no
PRO
porque nos des lo que merecemos, sino porque haces lo que es
digno de ti, sumo bien (Anselmo, 1998a, 26 [ca X] ).
Lo que aquí interviene es el reconocimiento de una asimetría entre
• RE
Anselmo concluye que, aun pudiendo atisbarse por qué es justo que
Dios perdone, ya que es justo que “seas de tal modo bueno que
FLA
A
IBID
Ello ofrece la clave para dar cuenta de la ambivalencia fundamental
sobre la cual se erige la problemática relación entre la justicia y
la gracia. Esta ambigüedad se debe a la circunstancia de que el
H
derecho puede llegar a institucionalizarlas como formas de re-
RO
acción estrictamente paralelas, a pesar de que se trata de dispo-
siciones recíprocamente excluyentes. El punto de encuentro entre
NP
la justicia y la gracia, en el nivel de referencia jurídico-penal, se
halla en que tanto la punición como la liberación misericordiosa
CIÓ
de la punición producen una invalidación del mensaje expresado
en el hecho imputable al condenado o agraciado. De ahí que pueda
DUC
llegar a describírselas como “equivalentes funcionales” (Mañalich, 2004,
25 ss.). Pero esta equivalencia es, jurídicamente, superficial. Pues la
ciado.Y no hay razón alguna para pensar que, como acción estatal
– y no ya divina –, la gracia hubiera de perder su connotación
S IN
A
IBID
ciones propias de una esfera más alta” (Hegel, 1986a, § 282), lo cual se
corresponde con su tesis de que, frente a la justicia, que tiene su
asiento en el mundo terrenal, “la gracia tiene que venir desde
H
afuera” (Hegel, 2005, § 99). Lo fundamental aquí es que Hegel sostenga
RO
que el derecho de gracia emana de la soberanía del monarca,
porque “sólo en ésta se da la realización del poder del espíritu
NP
de convertir lo sucedido en no sucedido, y destruir el crimen en
el perdón y el olvido” (Hegel, 1986a, § 282).
CIÓ
Esta proposición parece sumamente conflictiva frente al comple-
mento insertado junto al parágrafo respectivo, donde se lee lo
DUC
siguiente:
El otorgamiento de gracia es la liberación de pena que, sin em-
PRO
bargo, no cancela el derecho. Antes bien, éste subsiste y el agra-
ciado sigue siendo tan criminal como antes; la gracia no declara
que él no haya cometido crimen. Esta cancelación de la pena
• RE
tica (vé. Grewe, 1936, 79). Pues lo que aquí se afirma, de un lado, es
que la liberación de pena en que se traduce el ejercicio del de-
DIA
A
IBID
(Hegel, 2005, § 99). Y
aquí es crucial que, no obstante el derecho de
gracia asociado al principio monárquico aparezca tematizado
como momento de la eticidad, a propósito de la posición del
H
monarca como representante de la unidad del pueblo en el
RO
Estado (Hegel, 1986a, § 282)37, Hegel tematice la esfera de la gracia como
tal en la moralidad (Hegel, 1986a, § 132; 2005, § 99), esto es, en el estadio de
NP
realización progresiva de la idea de derecho en que la subjetivi-
dad, a modo de negación, interviene mediando entre la consti-
CIÓ
tución puramente abstracta y la consumación, ya concreta y por
ende “verdadera”, del espíritu objetivo.
DUC
Que Hegel haya defendido la monarquía constitucional como
forma de Estado racional y haya asociado el derecho de gracia
a la posición del monarca como encarnación subjetiva de la so-
PRO
beranía, no es relevante aquí. En parte, porque este problema
será abordado y eventualmente resuelto a favor de la compati-
bilidad entre prerrogativa de gracia y democracia (infra., 4.2) 38 ; y en
• RE
37 Esto significa, entre otras cosas, que Hegel sitúa la posición del monarca como
010
soberanía como subjetividad, la cual “en su verdad” sólo puede ser sujeto; sin
esta representación de la unidad del Estado en la persona del monarca el
Estado se disolvería en la masa amorfa, que ya no es Estado (Hegel, 1986a,
NO
§ 279). De ahí que Hegel agregue que la posición del monarca, en un Estado
plenamente constituido, se reduce a proveer el “sí, yo quiero” subjetivo refe-
DIA
522 s., 576 ss.). Taylor sugiere que esto vuelve comprensible la valoración
tradicional de la filosofía política de Hegel como reaccionaria, pero insiste en
la necesidad de una interpretación (caritativa) que no reduzca su evaluación a
IAL
su contrastación con las experiencias de nuestra época (Ibíd., 586 ss.); ante
todo, su filosofía política tendría que ser leída como una oposición radical a la
tendencia liberal hacia la atomización, que sería en definitiva, la disolución de
TOR
A
IBID
parte, porque ya en su temprana “Crítica al derecho del Estado
de Hegel” Marx sugería cómo revertir la hipóstasis que llevaba
a Hegel a la mistificación de la persona individual del monarca
H
a consecuencia de la supuesta necesidad de proveer de un sujeto
RO
a la subjetividad requerida por la soberanía – como si “soberanía”
no fuese una abstracción de “soberano”, y “subjetividad”, una
NP
abstracción de “sujeto” (Marx, 1971, 283 ss., 288 s.)39.
La consideración decisiva, antes bien, se refiere al hecho de que
CIÓ
Hegel sitúe la gracia como tal – esto es, no como derecho, sino
como fenómeno – en el dominio de la moralidad, que es el
DUC
estadio provisional de la realización de la idea de derecho en
que prevalece la subjetividad. La importancia de esto radica en
que para Hegel la subjetividad, lo que constituye al sujeto como
PRO
tal, no es otra cosa que la totalidad de sus acciones:
Siendo éstas [las acciones del sujeto] una cadena de producciones
• RE
O sea, literalmente: dime qué has hecho y te diré quién eres. Pero
©2
40 Vé. Ricœur, 2008, 627 ss., quien identifica esa posibilidad con la eventuali-
dad del perdón.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page132
A
IBID
contradicción, reafirmándose así la validez del derecho
quebrantado, la gracia no constituye una respuesta al hecho en
sus propios términos, sino más bien una renuncia a esa respuesta.
H
Si bien el hechor, en tanto autor del hecho, merece – en su
RO
dignidad – recibir una respuesta a éste en sus propios términos,
el autor del acto de gracia se muestra por encima del hecho y
NP
de la necesidad de su refutación, esto es, se muestra digno (nada
más que) de sí mismo, renunciando a ejercer su derecho en el
CIÓ
diálogo de la punición.
3.2. LA GRACIA ENTRE LA TEOLOGÍA Y LA POLÍTICA
DUC
Bajo esta interpretación quizá se vuelva menos problemática la
tesis según la cual el derecho soberano de gracia necesariamente
tiene que ser ejercido a modo de “decisión carente de funda-
PRO
mento”. Una oposición frontal a esta proposición se encuentra
en el rechazo de Köhler a la comprensión de la gracia soberana,
• RE
los demás (vé. Kant, 1977, A 33 ss., B 33 ss., 337 s.). Desde este punto de vista,
parece obvia la objeción contra el reconocimiento de una pre-
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page133
A
IBID
rrogativa soberana de gracia, por cuyo ejercicio pudiera dispo-
nerse la exención de una pena cuya imposición y ejecución, sin
embargo, resultan exigidas por el principio del derecho, bajo el
H
cual la punición del culpable se constituye en un imperativo
RO
categórico – en tanto el delito es negación de una “norma para
la formación de máximas de acción bien fundamentadas” (vé. Köhler,
NP
1986, 44 ss., 50 ss.) – que como tal representa una concreción del
CIÓ
Ello se expresa, desde ya, en el argumento tradicional de que la
realización de un acto de gracia, en la forma de una amnistía o
DUC
un indulto, atentaría insalvablemente contra la exigencia jurídica
de igualdad de trato. Mas lo fundamental es que la apelación al
“principio del derecho” vuelve innegable la tensión existente
PRO
entre gracia y justicia (retributiva), que llevaba a Kant a valorar,
por principio, el ejercicio del derecho de gracia del soberano
como la mayor injusticia susceptible de ser cometida en contra
• RE
de sus súbditos (Kant, 1977, A 206, B 236, 459 s.), en tanto cada liberación
gratuita de una pena jurídicamente merecida resulta, ex defini-
A
IBID
suprema autoconfianza del espíritu en su autoridad cósmica, y
Hegel no pone límite alguno a su ejercicio” (Ibíd., 352) 41.
Esto no significa, ciertamente, que sea tal autoridad cósmica la que
H
intervenga en el ejercicio del derecho de gracia del soberano. Pues
RO
como Hegel lo sugiere, de lo que se trata es de advertir que en
este derecho de gracia se ve reflejado aquel poder del espíritu 42.
NP
Así se vuelve posible determinar el sentido en que el ejercicio del
derecho soberano de gracia se corresponde con una decisión
CIÓ
“carente de fundamento”. El ejercicio de este derecho, como
manifestación (marginal) de soberanía, no puede tener una base
DUC
jurídica preexistente – de ahí que su ejercicio sea necesariamente
excepcional. Esto no quiere decir que, empero, el ejercicio del
derecho de gracia tenga que resultar arbitrario, en el sentido de
PRO
irracionalmente arbitrario. Antes bien, de lo que se trata es que la
gracia no resulta constreñida por la lógica de la justicia, y por eso,
bajo determinadas circunstancias, su operación puede eventual-
• RE
perspectiva humana habría oposición entre gracia y justicia (1980, 353). Esto
último es difícilmente compatible con el texto explícito de Hegel.
42 Ello explica que Hegel sostenga, dos parágrafos antes en su Filosofía del dere-
TOR
A
IBID
H
4. LA AMNISTÍA COMO INSTITUCIÓN DE LA GRACIA
RO
4.1. LA AMNISTÍA COMO ACTO DE GRACIA
NP
“La gran reguladora de los efectos de la ley y la sentencia en el
ámbito criminal, es la gracia”, sostuvo Binding (Binding, 1991, 861).
CIÓ
Esto, porque lo esencial del ejercicio de una prerrogativa de
gracia sólo se deja entender por oposición a aquello que es dis-
tintivo de la ley, por una parte, y de la adjudicación, por otra. Lo
DUC
primero se debe a que “la regla es la enemiga de la individua-
lidad” (Ibíd., 860). Siendo la ley la forma paradigmática de produc-
PRO
ción de normas universales – esto es, normas válidas para un
determinado universo de casos –, un acto de gracia está lejos de
privar de validez a la ley respecto de un determinado caso o
• RE
cada en la atribución cristiana de los atributos propios del césar a Dios. Ilus-
trativo al respecto Halbertal/Margalit, 2003, 145 ss.
EDI
44 Vé. Duff, 2007, passim. Para una decidida defensa de la tesis contraria, sin
embargo, vé. Schäfer, 2001, 23 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page136
A
IBID
y procedimentales – de la punibilidad de los hechos a los cuales
el acto de gracia pudiera encontrarse referido. Pues de constituir
una lex specialis en tal sentido, habría que aceptar que el ejercicio
H
del derecho de gracia generaría excepciones a las normas de
RO
sanción penal y a las normas procesales correspondientes (Binding,
1991, 862). Esto, sin embargo, dejaría de ser válido tratándose de
NP
una amnistía, esto es, allí “donde el acto de gracia adopta la
forma de una ley […]” (Binding, 1913, 312). Pero Binding insistía en
CIÓ
que esta circunstancia no determina que la amnistía deje de con-
tar como una instancia de ejercicio de un derecho de gracia.
DUC
Pues lo únicamente distintivo de la amnistía se encontraría en
que aquí el acto de gracia asume la (sola) forma de ley, mas con-
servando aquellas propiedades que lo hacen irreductible a la
PRO
noción de ley como forma de norma jurídica general susceptible
de ser aplicada imparcialmente en un contexto de adjudicación.
Cuando se trata de una amnistía, el acto de gracia sólo revestiría,
• RE
A
IBID
Esta última observación puede entenderse como una inversión de
la crítica de Jellinek a la confusión de “la cuestión acerca del
poder supremo en el Estado” con “la del poder supremo del
H
mismo”, es decir, la confusión que se sigue de la combinación
RO
de “la doctrina de la soberanía popular” y “el principio
moderno de que el Estado necesita un poder soberano” (Jellinek,
NP
2000, 416 ss., 418 s.). La confusión en cuya denuncia se centra Jellinek
lleva, ahora bien, a “la identificación del poder del Estado con
CIÓ
la soberanía”, esto es, con el poder supremo en el Estado, de
modo tal que “del hecho de que el soberano ejercita un dere-
DUC
cho, se concluye que se trata de una función del Estado” (Ibíd.,
422). Lo que Jellinek critica, entonces, es la hipótesis simplista de
Según ya se sostuviera, lo que aquí interesa es la inversión de esta
• RE
vante se da entre las dos últimas cuestiones (Heller, 1968, 263 ss.) 46.
Heller redefine la cuestión del poder (subjetivo) sobre la orga-
DIA
46 Lo que Jellinek llama “el poder supremo del Estado” se identifica, entonces,
con lo que Heller llama “el poder objetivo de la organización”.
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A
IBID
objetivo de la organización – esto es, de la “soberanía del
Estado” –, por otro (vé. Heller, 1995, 159 ss.). Y que lo segundo no se
sigue de lo primero es más fácil de advertir una vez que se
H
dispone de la ulterior distinción entre el titular del poder
RO
subjetivo en la organización y el titular del poder subjetivo sobre
la organización.
NP
En una democracia, el gobierno no es soberano, sino un órgano
ejecutor de la voluntad popular, y es en ésta donde tiene que
CIÓ
residir, últimamente, la prerrogativa de gracia. Que no hay una
adscripción necesaria de las prerrogativas de gracia al poder
DUC
ejecutivo, por lo demás, resulta suficientemente reconocible en
el carácter no problemático de la potestad legislativa de otor-
gamiento de nacionalidad por gracia, tal como lo prevé, en el
PRO
caso chileno, el art. N° de la Constitución. Por eso, no hay
razón alguna para pensar que una prerrogativa de gracia, que es
propia del pueblo soberano, tuviera que ser ejercida, siempre y
• RE
47 Vé. t. Köhler,1990, 73 s.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page139
A
IBID
estructura de dominación personalista, auguraba una recuperación
de esa concepción de la gracia como dispensación (Ibíd., 38, 136).
La consideración esgrimida por Grewe para sostener la incompa-
H
tibilidad de una potestad de gracia con un modelo de Estado
RO
(legal) de derecho se halla en la premisa de que, bajo una con-
cepción de la gracia como dispensación (Ibíd., 120 ss.), ésta no se de-
NP
jaría conciliar con un régimen de separación de poderes, esto es,
con la tripartición ilustrada de legislación, administración y ju-
CIÓ
risdicción como actividades estatales funcional e institucional-
mente diferenciadas. Esta constatación es correcta, porque el
DUC
ejercicio de una prerrogativa de gracia supone un desafío (mar-
ginal) a ese esquema de separación – piénsese por ejemplo en
la facultad presidencial de indultar, cuyo ejercicio puede, bajo
PRO
determinadas condiciones, hacer decaer (algunos de) los efectos
de una sentencia judicial firme. Pero de ello no se sigue que en-
tonces la prerrogativa de gracia no pueda contextualizarse en el
• RE
48
renuncia a un derecho punitivo estatal, tal como ésta se encuentra desarro-
llada por Binding, rechazando esta última en atención a una falta de plausi-
DIA
ciado por Schaffstein bajo una optimista recepción de la ideología nazi – que
ciertamente tendría que considerar sospechosa la idea de una vinculación
entre Estado y ciudadano, que es lo que la noción de derecho subjetivo
FLA
A
IBID
de la hipótesis fundamental de que existe “un señor sobre la
ley” capaz de suspender la aplicación de ésta – aunque sin
derogarla – respecto de uno o más casos particulares (vé. Grewe, 1936,
H
124 s.), ello no significa que esa posición de señorío sólo pueda
RO
corresponder al monarca absoluto, o bien a un Führer. Y esto
último es algo que el propio Grewe tendría que haber estado
NP
dispuesto a conceder, al observar que la auténtica gracia sólo
puede provenir de una autoridad legítima: “La gracia que es
CIÓ
pronunciada por un tirano alcanza a doblegar al afectado más
que la pena más severa” (Ibíd., 115).
DUC
La persistencia de la representación de una supuesta incompati-
bilidad entre una prerrogativa soberana de gracia y la tradición
del Estado de derecho es enteramente congruente con el hecho,
PRO
estrictamente simétrico, de que, de acuerdo con cierta tradición
liberal, la justificación retribucionista de la pena estatal tienda a
ser tenida por una empresa que ha de ser descartada, ya sea por
• RE
retribucionista de la pena que tras un giro neoliberal asume que esa teoría
ya no resultaría defendible. Sobre esto vé. Mañalich, 2007, 197 ss.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page141
A
IBID
ha llegado a ser reconocido por partidarios de la crítica liberal
a la subsistencia de esa prerrogativa (vé. Markel, 2004, 1456 ss.).
La explicación del rechazo de la legitimidad de la prerrogativa de
H
gracia asociado al pensamiento liberal puede encontrarse en el
RO
hecho de que ella suela entenderse, según ya se indicara, como
un resabio de la posición del monarca absoluto, que carecería
NP
de toda justificación bajo un paradigma (post-)ilustrado. Pero no
hay razón alguna para pensar que, en el marco de un paradigma
CIÓ
democrático de justificación del poder político, no pueda haber
espacio para reconocer al soberano, esto es, al pueblo que actúa
DUC
a través de sus órganos representativos, una prerrogativa de
gracia similar. Esto, en la medida en que lo distintivo de un
paradigma democrático no es – como quisiera entenderlo aque-
PRO
llo que Böckenförde llama la tradición del “Estado constitu-
cional material” – una disolución de la pregunta por el soberano,
sino más bien su reconducción al pueblo y sus estructuras de
• RE
A
IBID
fuese sino un nombre distinto para un indulto general, entendido
éste como ejercicio de una prerrogativa de gracia, la admisi-
bilidad de la amnistía resultaría necesariamente excluida por
H
disposición constitucional. La estrategia de Pérez del Valle, para
RO
sostener la admisibilidad de la amnistía bajo la Constitución
española, consiste en enfatizar el carácter legal de la amnistía,
NP
esto es, el hecho de que la amnistía adopta la forma de ley, lo
cual impediría entender su otorgamiento como manifestación
CIÓ
de una prerrogativa de gracia que sería, más bien, propia del
poder ejecutivo 50.
DUC
En atención al derecho chileno, es obvio que la traslación de esta
consideración resultaría estéril, dado que la Constitución reco-
noce simultáneamente la amnistía y el indulto general como
PRO
materias de reserva de ley (art. N° ) – y con origen exclu-
sivo en el Senado (art. inc. º) –, mientras que sólo la facultad
de otorgar indultos particulares constituye una atribución
• RE
A
IBID
particular, ya adjudicado, de otra. Lo importante es la hipótesis
de que por el solo hecho de revestir la forma de ley, la amnistía
resultaría excluida del ámbito de una prerrogativa de gracia. Es
H
justamente en este punto donde, en contra de la hipótesis de
RO
Günther, puede validarse la observación de Binding de que la
amnistía, asumiendo la forma de ley, sigue siendo una instancia
NP
de acto de gracia. La razón es que el sentido en que una amnistía
es ley no es el mismo sentido en que lo son, por ejemplo, las
CIÓ
normas que definen las condiciones generales – positivas y
negativas – de la responsabilidad jurídico-penal. Una amnistía
DUC
conserva la sola forma, mas no la sustancia de la ley.
Lo anterior supone, desde luego, rechazar la premisa de un con-
cepto puramente formal de ley (vé. Schmitt, 1957, 138 ss.) 51. En la tradi-
PRO
ción del Estado de derecho, la noción de sujeción a la ley
encierra la idea de la vinculación a una norma general, uni-
versalmente válida – en el sentido de reclamar validez para un
• RE
A
IBID
Una “ley” de amnistía no se deja reconducir fácilmente a una tal
concepción funcional (y no nominal) de la legislación. Esto
tendría que resultar suficientemente obvio si se repara en la muy
H
adecuada definición ofrecida por Pérez del Valle en el pasaje ya
RO
citado, según la cual la amnistía sería “una forma de legislación
penal que se caracteriza por excluir la pena con efecto retro-
NP
activo”. Que toda ley de amnistía, ex definitione, haya de operar
con efecto retroactivo vuelve claro que ella no se ajusta al
CIÓ
paradigma de forma de producción del derecho asociado a la
noción de ley que es propia de la tradición del Estado de dere-
DUC
cho. Ésta es precisamente una manera de leer a Fuller cuando
observa que una regulación general cuyas provisiones hubieran
de regir retroactivamente lesionaría la moralidad inmanente del
PRO
derecho (vé. Fuller, 1964, 51 ss., 53). El carácter excepcional de toda
amnistía, independientemente de cuántos sean los casos cuyos
hechos queden comprendidos dentro de su ámbito de validez
• RE
A
IBID
estatal al ejercicio de un derecho punitivo lato sensu (Binding, 1991, 863;
1913, 312 s.). Ahora bien, la identificación del derecho específico a
H
diente hace posible diferenciar dos formas básicas, a saber: la
RO
abolición, de una parte, y la gracia en sentido estricto, de otra, que
respectivamente representan una renuncia al derecho a ejercer la
NP
acción penal, y una renuncia al derecho (judicialmente estable-
cido) a ejecutar la pena ya impuesta (Binding, 1991, 861, 869 ss., 873 ss.) 54.
CIÓ
Binding explicita que la amnistía no representa, desde este punto
de vista, una tercera forma de acto de gracia, resultando ser, en
DUC
la misma medida, una categoría “científicamente carente de
valor” (Binding, 1991, 861, nota 8). Luego, lo distintivo de la amnistía sólo
puede encontrarse en el hecho de que ella asume la forma jurí-
PRO
dica de una ley especial retroactiva, ya sea para un otorgamiento
de gracia como renuncia al derecho estatal a ejercer la acción
penal, ya sea para un otorgamiento de gracia como renuncia al
• RE
D OS FORMAS DE AMNISTÍA
A
IBID
Binding observa que si bien el derecho a la acción penal, tal como
el proceso penal en su conjunto, sirve a la realización de un
derecho punitivo (stricto sensu) del Estado, ello no implica que el
H
primero tenga al segundo como presupuesto. En otros términos,
RO
que el derecho a la acción penal sea conceptualmente secunda-
rio respecto del derecho a la ejecución de la pena no implica
NP
que aquél sea accesorio a éste. Pues el derecho a la acción penal
no es, por definición, ejercido en contra del culpable del hecho
CIÓ
delictivo, sino en contra de alguien que recién es sospechoso y
por lo mismo sólo eventualmente culpable, y bajo el principio
DUC
de presunción de inocencia, no susceptible de ser tenido por tal
sino en virtud de sentencia definitiva: “Afirmación de la culpa-
bilidad y acreditación de esta afirmación, y no la culpabilidad
PRO
efectiva, es presupuesto procesal” (Binding, 1991, 193).
Esta relación funcional entre ambos derechos se hace manifiesta
en atención a su diferente operatividad jurídica. Quien ejerce la
• RE
respecto de aquél:
Puesto que la acción penal es el presupuesto necesario para la
FLA
A
IBID
Esto último explica que el juicio de absolución sólo pueda pretender
tener significado declarativo, no constitutivo, en tanto el mismo
se limite a reconocer la inexistencia del derecho punitivo sustan-
H
tivo afirmado por quien ejerce la acción penal. Esta pretensión,
RO
sin embargo, no logra excluir la posibilidad de una absolución que
sea, de hecho, sustantivamente injusta. Una absolución sustanti-
NP
vamente injusta – esto es, la absolución de quien de hecho es
culpable – destruye un derecho punitivo, pero siendo el ejercicio
CIÓ
de este derecho procedimentalmente dependiente de un desem-
peño exitoso del ejercicio de la acción penal, esa destrucción
DUC
injusta del derecho punitivo sustantivo sólo se deja entender como
un “efecto reflejo no deseado”. Esto equivale a decir que el
proceso penal necesariamente representa un caso de justicia pro-
PRO
cedimental imperfecta, porque la justicia del resultado del proceso
está determinada por un criterio sustantivo conceptualmente
independiente del curso del proceso, a saber, la inocencia o culpa-
• RE
D OS FORMAS DE AMNISTÍA
de la gracia” (Binding, 1991, 195, con nota 10). Esto significa que el juicio
“condenatorio” lo es tanto para el sujeto declarado culpable del
FLA
56 Al respecto Duff, 1986, 110 ss. Que ésta es una definición determinante para
una teoría de la justicia del proceso penal, impactando directamente la pre-
IAL
A
IBID
delito, cuyo deber de tolerar la imposición de la pena se hace
de este modo ejecutable, como para el Estado, que queda ahora
no sólo autorizado sino también obligado a ejecutar la pena
H
sobre aquél. Puesto que aquí también persiste, sin embargo, la
RO
posibilidad de un juicio sustantivamente injusto a pesar de la
observancia de todas las condiciones procedimentales exigidas,
NP
el juicio de condena pronunciado contra una persona que de
hecho no es culpable será el único fundamento de su deber de
CIÓ
tolerar la imposición de la pena de hecho (es decir: sustantiva-
mente) no merecida (Ibíd., 196). Lo cual quiere decir que en caso
DUC
de una condena sustantivamente injusta, también a modo de
efecto reflejo no deseado, la decisión judicial sí opera, por
excepción, constitutivamente (Binding, 1915, 281 ss., 286, 289 s.) 57.
PRO
5.2. DECLARACIÓN DE CULPABILIDAD
COMO PRESUPUESTO DE LA GRACIA EN SENTIDO ESTRICTO
• RE
A
IBID
norma quebrantada 58. Un acto de gracia que opera en la forma
de una abolición consiste, entonces, en la renuncia al ejercicio del
derecho procesal a la acción penal, que sólo reflejamente conlleva
H
una disposición sobre el derecho punitivo sustantivo que surge
RO
con la comisión del delito. Un acto de gracia en sentido estricto,
en cambio, consiste en la renuncia al ejercicio del derecho punitivo
NP
sustantivo, judicialmente reconocido, a ejecutar la pena, que co-
incide entonces con una cancelación del deber punitivo paralelo.
CIÓ
Esto implica, a su vez, que el reconocimiento de una prerrogativa
de gracia en sentido estricto supone sujetar el deber punitivo
DUC
correspondiente a una condición resolutoria (Binding, 1913, 312).
La proposición anterior es importante, porque sugiere que la
diferencia jurídicamente esencial entre una amnistía como
PRO
abolición (o “amnistía propia”) y una amnistía como gracia en
sentido estricto (o “amnistía impropia”) no puede encontrarse
en el mero hecho de que en el segundo caso la amnistía conlleve
• RE
D OS FORMAS DE AMNISTÍA
58 Al respecto supra, II, 7.3. Para una formulación diferente de esta asimetría
TOR
A
IBID
5.3. AMNISTÍA PROPIA E IMPROPIA BAJO EL DERECHO CHILENO
Lo anterior hace posible reconstruir la concepción de la amnistía
y el indulto que se expresa en el derecho chileno. El art. del
H
Código Penal reconoce tanto la amnistía cuanto el indulto como
RO
causas de extinción de la responsabilidad penal. Esto quiere decir,
por de pronto, que se trata de razones que obstan, en definitiva,
NP
a la efectiva ejecución de una pena, pero que no modifican la
circunstancia de que a sus beneficiarios resulta imputable un
CIÓ
hecho plenamente delictivo, que ha originado, por lo mismo,
una responsabilidad jurídico-penal que sólo se ve extinguida en
DUC
virtud de la amnistía o el indulto respectivo. Así se vuelve
manifiesto, desde ya, el error que supone asumir que, en virtud
de los principios de unidad del título de imputación y de
PRO
accesoriedad de la participación, quedando amnistiado uno de
los varios intervinientes en un hecho delictivo, la extinción ex
tunc de la acción penal tendría que operar igualmente respecto
• RE
60 Novoa, 2005, T. II, 397; Cury, 2005, 791; Ortúzar, 1991, 127 ss.; en contra,
TOR
acertadamente, Etcheberry, 1998, T. II, 250; Garrido, 2005, T. I, 378. Tal pro-
posición suele hacerse descansar en los antecedentes de la historia fide-
digna del establecimiento del art. 93 Nº 3 del Código Penal, lo cual prescinde
EDI
A
IBID
(art. N° ); el otorgamiento de indultos generales, en cambio,
también es materia de reserva de ley (art. N° ).
En cuanto a lo segundo, la diferenciación concierne el alcance y la
H
intensidad de los efectos del otorgamiento de una amnistía y de
RO
un indulto. Con arreglo al art. del Código Penal, la amnistía
“extingue por completo la pena y todos sus efectos”, mientras
NP
que el indulto “sólo remite o conmuta la pena; pero no quita al
favorecido el carácter de condenado”. Por ende, la diferencia
CIÓ
esencial se refiere a la supresión (en el caso de una amnistía) o
la conservación (en el caso de un indulto) del registro del hecho
DUC
delictivo, que originara la respectiva responsabilidad así extin-
guida, en la “conciencia activa” del ordenamiento jurídico.
Esta diferenciación en cuanto a los efectos sustantivos, expresada
PRO
legalmente, sólo alcanza a tener impacto en la tercera pregunta,
relativa a la oportunidad de su otorgamiento, tratándose del
indulto. Esto, porque la conservación de la calidad de condenado
• RE
A
IBID
El indulto siempre constituye, tal como su conceptualización
tradicional parece estar reconocida constitucionalmente, una
instancia de gracia en sentido estricto. Lo mismo no es el caso,
H
empero, tratándose de la amnistía. Pues si bien, de acuerdo con
RO
el art. , la amnistía comparte con el indulto la característica de
producir una extinción de la pena, con la peculiaridad de que
NP
aquí ello tiene lugar “por completo” y en “todos sus efectos”,
en esa disposición legal no hay referencia alguna a la eventual
CIÓ
condena previa de los beneficiarios de la amnistía. Por ende, la
amnistía puede resultar procedente tanto con anterioridad como
DUC
con posterioridad al pronunciamiento de la correspondiente
sentencia condenatoria, lo cual se corresponde con la distinción
tradicional entre amnistías “propias” e “impropias”, respectiva-
PRO
mente 63. Pues que el art. N° hable de que la amnistía
“extingue la pena” no significa que, en la representación del
legislador, la amnistía sólo pueda extinguir una pena ya impuesta 64.
• RE
63 Etcheberry, 1998, T. II, 248 ss.; Guzmán Dalbora, 2002, 449 s. Vé. sin em-
bargo Szczaranski, 2004, 288 ss., abogando por la tesis de que bajo el de-
recho chileno sólo cabría reconocer instancias de amnistía impropia.
TOR
64 Vé. en contra Etcheberry, 1998, T. II, 249, quien sugiere que la regla del art.
93 “sólo parece ocuparse de la amnistía impropia”. No obstante, Etcheberry
de todas maneras da cuenta de que la doctrina y la jurisprudencia reconocen
EDI
A
IBID
nes de economía procesal – las consecuencias propias de una
abolición, inhibiendo o bien la iniciación o bien la continuación
del proceso penal; es decir, con anterioridad o posterioridad a
H
la constitución de la relación jurídico-procesal correspondiente
RO
(vé. Binding, 1991, 870) . Y esto, con total independencia de cuál sea el
NP
todo caso produce el efecto de inhibir el eventual pronuncia-
miento de una sentencia condenatoria que pudiera fijar conclu-
CIÓ
yentemente la responsabilidad penal del amnistiado. Pero puesto
que la regulación de los efectos de la amnistía, bajo el derecho
DUC
procesal chileno vigente, es de rango (“puramente”) legal, es
obvio que una ley de amnistía podría sin más establecer un
régimen procesal distinto. PRO
• RE
2.5
NDE
D OS FORMAS DE AMNISTÍA
FLA
IAL
TOR
EDI
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page154
A
IBID
H
RO
NP
CIÓ
DUC
PRO
• RE
010
©2
NO
DIA
S IN
NDE
FLA
IAL
TOR
EDI
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A
HIBID
RO
. ₍₎
-
NP
CIÓ
Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué
nadie, en su momento, dijo nada? La respuesta
DUC
era sencilla: porque tuvo miedo, porque
tuvieron miedo. Yo no tuve miedo. Yo hubiera
podido decir algo, pero yo nada vi, nada supe
PRO
hasta que fue demasiado tarde. ¿Para qué
remover lo que el tiempo piadosamente oculta?
(Roberto Bolaño, Nocturno de Chile.)
• RE
©2
1. EL “DECRETO-LEY DE AMNISTÍA”
respectivos.
Por ello resulta fundamental, desde ya, enfatizar el error categorial
que encierra la conceptualización de la amnistía como una
NDE
monografía de Clara Szczaranski (vé. Szczaranski, 2004, 285 ss.)1. Pues aun
FLA
1 Así también Cury, 2005, 790, quien intenta categorizar de este modo la
DE AM NISTÍA ”
IAL
A
IBID
así agrupadas no modifican la constitución de un injusto culpable
– sino que tendrían “un fundamento puramente utilitario de
política criminal”– (Szczaranski, 2004, 287 s.), esta terminología en todo
H
descansa en la noción de absolución, la ausencia de lo cual es
RO
exactamente lo que implica una causa de extinción de la respon-
sabilidad. Y es justamente una absolución lo que la solución
NP
propuesta por Szczaranski tendría que excluir, por cuanto ella
aboga por la conceptualización excluyente de toda forma de
CIÓ
amnistía operativa bajo el derecho chileno como una “amnistía
impropia”, que como tal necesariamente presupondría el
DUC
pronunciamiento de una sentencia condenatoria respecto de cada
sujeto beneficiado por la renuncia estatal a la correspondiente
pretensión punitiva (Ibíd., 288 ss., 313 ss.)2.
PRO
A través del DL , promulgado el de abril de y publi-
cado al día siguiente, la junta militar otorgó una amnistía que
beneficiaba tanto a las personas que “en calidad de autores, cóm-
• RE
el caso –, una ley de amnistía, tanto como lex specialis cuanto como lex
posteriori, podría asumir sin más una forma discrepante.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page157
A
IBID
el efecto de inhibición de la persecución penal asociado a la
vigencia del DL . Entre tales intentos figuran tanto argumen-
tos encaminados a la elusión oblicua de ese efecto, por una parte,
H
como argumentos encaminados a la impugnación frontal de la
RO
validez de esa amnistía, por otra. En lo que sigue, unos y otros
serán analizados y evaluados en sus propios méritos.
NP
2. ESTRATEGIAS DE ELUSIÓN
CIÓ
2.1. LA DOCTRINA AYLWIN
La primera de las estrategias de elusión estuvo constituida por lo
DUC
que llegó a conocerse como la “doctrina Aylwin” 3. Según ésta
– llamada así por haber sido propuesta por el entonces Presidente
de la República a través de una carta enviada a la Corte
PRO
Suprema en marzo de –, la aplicabilidad de la amnistía
otorgada a través del DL tendría que sujetarse, en todo caso,
al agotamiento de la investigación orientada a la determinación
• RE
21 ss.
IAL
4 Szczaranski, 2004, 313 ss., 349 ss., sobre todo con referencias a la juris-
ESTRATE GIAS DE ELUSIÓN
A
IBID
dentes o datos suministrados permiten establecer que se encuen-
tra extinguida la responsabilidad del inculpado. En este caso
pronunciará previamente sobre este punto un auto motivado,
H
para negarse a dar curso al juicio.
RO
La defensa de la doctrina Aylwin supone postular una antinomia
NP
entre la regla del art. y la del art. N° , y defender su
solución a favor de la segunda. Pero no es correcto afirmar la
CIÓ
existencia de tal antinomia, dado que la aplicación de la regla
del art. no supone que el reconocimiento de la amnistía
antes de darse inicio al proceso conlleve el pronunciamiento de
DUC
un sobreseimiento definitivo. La regla prescribe, antes bien, que
en tal caso el juez ha de pronunciar “un auto motivado, para
PRO
negarse a dar curso al juicio”. Es razonable afirmar, por ello, que
a cada una de las dos reglas corresponde un ámbito material de
validez distinto: el art. es aplicable a casos en que ya antes
• RE
sumario 6.
El hecho de que el art. del Código de Procedimiento Penal se
refiera al “inculpado”, y no al “autor” (vé. Szczaranski, 2004, 353 s.), no
NO
131 ss.), quien asume como premisa, sin embargo, la noción de la amnistía
como mecanismo que “borra el delito”.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page159
A
IBID
– esto es, como una cancelación de la ejecución de la pena que
en todo caso presupondría su imposición judicial efectiva –, ello
no modificaría el hecho de que las reglas procesales pertinentes,
H
de rango igualmente legal, fijen condiciones diferentes para la
RO
operatividad de tal causa de extinción de la responsabilidad
penal 7. No reconocer esta distancia entre las categorías procesa-
NP
les y las categorías sustantivas, con arreglo a las cuales se define
el estatus jurídico de una persona en un determinado momento,
CIÓ
implica desconocer el modo en que las primeras son funcionales
a las segundas.
DUC
El sentido de la regla del art. del (“antiguo”) Código de Pro-
cedimiento Penal se deja explicar a la luz de la regulación
correspondiente del (“nuevo”) Código Procesal Penal, cuyo
PRO
art. , letra d), dispone que una extinción de responsabilidad
cuenta como razón para el sobreseimiento definitivo al cierre
de la etapa de investigación, y cuyo art. , letra e), prevé la
• RE
la audiencia del juicio oral. Pero el art. del mismo código
confiere al fiscal la “facultad para no iniciar la investigación”
DIA
lidad. Así, en relación con el derecho penal español bajo la vigencia del
código de 1944, Cuello Calón, 1960, 698.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page160
A
IBID
la extinción de responsabilidad en cuestión. Si ab initio es evi-
dente que el proceso penal en cuestión necesariamente ha de
terminar en una declaración de la extinción de la responsabilidad
H
penal del sujeto eventualmente declarado culpable, la regulación
RO
prevé la prescindencia del desarrollo ulterior del proceso (vé. Horvitz/
López, 2002/04, I, 485 s.) 8.
NP
La doctrina Aylwin pretendía hacer posible que, aun no pudiendo
culminar el proceso respectivo en una sentencia condenatoria
CIÓ
(dada la consecuencia inexorable del sobreseimiento definitivo
que la regulación procesal atribuye a la amnistía), se llevase a
DUC
efecto, de todas formas, una investigación que pudiera producir
una determinación judicial precisa de los hechos delictivos. El
problema propiamente jurídico – esto es, de aplicación del
PRO
derecho – que esta estrategia lleva consigo sólo concierne, por
lo mismo, la determinación del momento procesal en que la
amnistía se hace operativa como razón para la no-iniciación, o
• RE
mente (vé. Szczaranski, 2004, 288 ss.), no puede esgrimirse, empero, como
razón para estimar inaplicables las reglas legales que establecen
el modo en que una determinada amnistía se vuelve procesal-
NDE
8 En contra de lo sugerido por Guzmán Dalbora, 2002, 449, la regla del art. 279
bis del Código de Procedimiento Penal no obsta a esta consideración. Pues
la posibilidad de que el juez de instrucción continúe con “las indagaciones
IAL
artículo 408” (art. 279 bis inc. 1º del Código de Procedimiento Penal), presu-
pone que el sumario en cuestión ya se halla en desarrollo, que es precisa-
mente lo que la regla del art. 107 del mismo código está dirigida a impedir.
EDI
9 Vé. Marxen, 1984, 8 s., 53 ss.; Günther, 1997, 48 ss. Latamente al respecto,
supra III, 5.1.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page161
A
IBID
esa distinción es servir de canon para la reconstrucción racional
de la regulación, y no para imponer una determinada conclusión
contra legem, a saber, por ejemplo, la conclusión de que “en Chile,
H
la normativa vigente [sólo] establecería la procedencia de la
RO
amnistía impropia, esto es, aquella que exime de pena al conde-
nado, sin extinguir la acción penal” (Ibíd., 292).
NP
Las reglas procesales que fijan el modo en que una amnistía se
hace operativa en el transcurso del proceso penal, correctamente
CIÓ
determinadas, vuelven inviable la tesis de aplicación del derecho
que encierra la doctrina Aylwin, al menos si se la entiende como
DUC
postulación de una regla general. Es indudable que puede haber
casos en que al inicio del proceso respectivo todavía no sea
posible establecer si la eventual responsabilidad penal del impu-
PRO
tado se encuentra extinguida respecto de todos los cargos que
pudieran concurrir a su respecto 10, así como también es entera-
mente posible que una amnistía sea otorgada una vez iniciado
• RE
10 Esto podría darse en relación con la amnistía del DL 2191, por ejemplo, si
ESTRATE GIAS DE ELUSIÓN
11 Novoa, 2005, T. II, 397: “Si la amnistía se dicta antes de que se inicie el
proceso, no podría deducirse acción penal alguna”.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page162
A
IBID
al proceso antes de una eventual sentencia definitiva. Pues bajo
el art. N° del Código de Procedimiento Penal, el efecto
procesal de una amnistía es, inexorablemente, el sobreseimiento
H
definitivo respectivo.
RO
Pero, además, no hay que obviar el hecho de que la doctrina
Aylwin conduce a la terminación del proceso respectivo por so-
NP
breseimiento definitivo, constitutivo de sentencia interlocutoria
que produce efectos de cosa juzgada. Esto es determinante, por-
CIÓ
que significa que, a diferencia de lo que se sigue de la aplicación
de la regla del art. del Código de Procedimiento Penal, una
DUC
eventual impugnación de los efectos sustantivos del DL no
podrá resultar operativa tratándose de casos en que la extinción
de la responsabilidad penal por amnistía haya sido declarada una
PRO
vez investigado el hecho delictivo y determinado los responsa-
bles, que es lo que esa doctrina exige.
• RE
A
IBID
El reconocimiento de la aplicabilidad de la regulación del secuestro
como delito común de privación de libertad, no desplazada por la
regulación del delito especial (impropio) de detención ilegal por
H
funcionario público, tipificado en el art. del Código Penal,
RO
constituye la determinación sustantiva más relevante de la juris-
prudencia de la Corte Suprema en este ámbito. La Corte ha reco-
NP
nocido que el privilegio implicado en la punibilidad de un hecho
a título de detención ilegal por funcionario público – que es
CIÓ
enteramente simétrico al tratamiento privilegiado que el art.
del Código Penal establece tratándose de particulares que se
DUC
exceden en el ejercicio de una facultad de detención pro magistratu
– requiere la satisfacción de un criterio de conexión del compor-
tamiento del autor con el sistema institucional de vulneración estatal
PRO
legítima de la libertad personal. Si el comportamiento del autor no
satisface este criterio de conexión, resulta aplicable sin más el tipo
delictivo general de la privación de libertad, que bajo el art.
• RE
A
IBID
que fija el límite del ámbito de aplicabilidad temporal del
DL , el hecho en cuestión ya no quedaría comprendido por
la amnistía, de modo que nada se opondría al juzgamiento y a
H
la eventual condena de los responsables por el hecho circunscrito
RO
al lapso respectivo.
Es enteramente posible que una privación de libertad, constitutiva
NP
de secuestro en el sentido del art. del Código Penal, cuyo
principio de ejecución haya tenido lugar antes del de marzo
CIÓ
de , se haya seguido cometiendo hasta un punto de tiempo
posterior a esa fecha, con lo cual tal hecho no resultaría amnis-
DUC
tiado respecto de todo el lapso de comisión posterior a esa fecha.
El problema es que ésta es una circunstancia enteramente con-
tingente, que de ningún modo se sigue de la sola estructura
PRO
típica del secuestro como delito permanente. Para entender por
qué, hay que clarificar qué es lo que implica esta descripción
general – y no referida a esta constelación específica de casos –
• RE
Así por ejemplo Yuseff, 2005, 90 ss., quien critica, sin embargo, la argumen-
S IN
15
tación jurisprudencial conducente a tener por configurada la realización
típica del secuestro más allá del punto de tiempo en que cesa “el estado de
consumación”. La argumentación de Yuseff es tan problemática como la
NDE
A
IBID
determinación conceptual es enteramente aplicable a la estruc-
tura de los delitos permanentes. En el secuestro, la consumación
se produce en el preciso instante en que la víctima es privada
H
de la posibilidad de desplazamiento espacial conforme a su
RO
voluntad (actual o potencial).
La peculiaridad de los delitos permanentes no se encuentra, por
NP
ende, en una supuesta especificidad de su consumación, sino que
en una característica que se hace explícita en su contraste con
CIÓ
los así llamados delitos de ejecución instantánea, incluidos aquí
los “delitos de estado”17. Un ejemplo paradigmático de delito de
DUC
ejecución instantánea es el homicidio. Aquí, por definición, la
realización típica no puede extenderse instante alguno más allá
de la consumación, la cual se produce con la muerte de la
PRO
víctima. Lo distintivo de un delito permanente, por contrapartida,
es que a su respecto ha de postularse una disociación necesaria
entre el instante de la consumación y el instante de la terminación
• RE
del delito, por más breve que sea el intervalo (Hruschka, 1968, 202)18.
Es crucial, sin embargo, advertir que esta contraposición estricta
18 Como un “mero detalle técnico”, sin embargo, califica Hernández (2004, 25)
esta última puntualización.
19 Vé. t. Muñoz Sánchez, 1992, 143 s.
EDI
A
IBID
Ahora bien, y en el ámbito específico de los delitos permanentes,
de la identificación del momento de la terminación dependen
algunas cuestiones fundamentales tanto para la punibilidad (lato
H
sensu) como para la penalidad del hecho, por ejemplo: hasta
RO
cuándo resulta imputable la realización de alguna circunstancia
calificante del respectivo delito base; hasta cuándo es posible una
NP
coautoría (“sucesiva”) o una participación accesoria a título de
complicidad; o a partir de cuándo corre el plazo de prescripción
CIÓ
de la acción penal correspondiente. Lo fundamental, en todo
caso, es que por la sola estructura típica de los delitos perma-
DUC
nentes, entre el instante de la consumación y el instante (poste-
rior) de la terminación ha de reconocerse una “unidad típica de
acción”; o más propiamente: una unidad de realización (perma-
PRO
nente) del tipo delictivo.
Pero esta peculiaridad de los delitos permanentes, que de ningún
modo es exclusiva del secuestro – sino que también se predica,
• RE
por ejemplo, del delito de usurpación (arts. y CP) y del
delito de manejo en estado de ebriedad –, no puede significar
que respecto de la determinación judicial del momento de su
010
ción jurisprudencial aquí criticada (vé. Hernández, 2004, 254 s.). Ésta ha
pretendido apoyarse en una determinación del contenido de
NO
A
IBID
un sistema inquisitivo, más allá del último punto de tiempo
respecto del cual haya antecedentes para afirmar la perduración
de la situación de privación de libertad de la víctima condicio-
H
nada por el comportamiento imputable al autor.
RO
2.3. EXCURSO: ¿DELITOS PERMANENTES “EN SENTIDO AMPLIO”?
NP
A propósito de esta última exigencia, puede ser oportuno clarificar
un posible malentendido en cuanto a las implicaciones dogmá-
ticas de la estructura típica del secuestro (y en general de la
CIÓ
privación de libertad) como delito permanente, que ha sido
objeto de un llamado de atención por parte de Bascuñán (Bascuñán,
DUC
2005a, 374, nota 24), relativo a un caso hipotético discutido por Jakobs
libertad sólo constituiría un delito permanente “en sentido am-
• RE
A
IBID
Lo único que esto significa, sin embargo, es que al autor no
podrá imputarse una realización típica, por todo el lapso que
dure la situación de privación de libertad, como omisión contraria
H
a deber, en el sentido de un delito de omisión impropia, dado
RO
que al autor resultará (físicamente) imposible poner término a
la situación de privación de libertad de la víctima mediante la
NP
ejecución de la correspondiente acción de salvamento 23. Pero
esto no significa que por ello resulte necesariamente excluida la
CIÓ
imputación de la realización del tipo al autor, en toda su exten-
sión temporal, como acción contraria a deber, esto es, en el
DUC
sentido de un delito de comisión activa 24. Pues aquí, arrojar a la
víctima al pozo cuenta como condición que explica causalmente
la producción de la situación de privación de libertad, que
PRO
perdurará hasta el momento en que la víctima deje de estar im-
posibilitada de desplazarse; tomando en serio el ejemplo de
Jakobs, hasta el momento de la muerte de la víctima, posible-
• RE
A
IBID
posible, eo ipso, fundamentar una unidad (típica) de acción, que
revierte el eventual reconocimiento de un concurso de (varios)
delitos 26. Sin embargo, de ello no cabe deducir, a la inversa, que
H
el reconocimiento de un delito permanente dependa, necesaria-
RO
mente, de la posibilidad de postular una unidad de acción entre
varias unidades más elementales (o atómicas) de comporta-
NP
miento delictivo. En la medida en que el resultado unitariamente
delictivo se corresponda aquí no con un evento sino con un estado
CIÓ
(de cosas) – a saber, la privación de libertad de desplazamiento
de la víctima – 27, cuya magnitud lesiva dependerá de cuál sea su
DUC
extensión temporal, la pregunta esencial es si al sujeto resulta
imputable la producción de ese estado en toda su extensión 28.
Por ende, más que una unidad de acción (“ininterrumpida”), lo
PRO
genuinamente distintivo de un delito permanente ha de identi-
ficarse con la unidad de la realización (“ininterrumpida”) del
tipo 29.
• RE
está constituido por un estado relativo a la posición del autor. Nótese, por
lo demás, que la descripción típica de la violación de domicilio hace explícito
DIA
acción.
28 Nótese que ello no altera la clara diferenciación conceptual entre delitos
permanentes y delitos de estado. Pues lo distintivo de un delito de estado
NDE
posible su rescate posterior, sigue siendo inexistente algo así como una
ESTRATE GIAS DE ELUSIÓN
A
IBID
presupone – en el sentido de la dogmática del concurso aparente
– la falta de satisfacción de los presupuestos de una punibilidad
a título de delito de comisión activa 30, de modo tal que el com-
H
portamiento eventualmente no imputable como acción contraria
RO
a deber – el lanzamiento de la víctima al pozo que condiciona
la situación de privación de libertad irrevocable – pueda venir
NP
en consideración como base de una posición de garante – por
injerencia –, bajo la cual la no-supresión de la situación de
CIÓ
privación de libertad pudiera imputarse como omisión contraria
a deber. Pero todo esto presupone, pragmáticamente, que ese
DUC
comportamiento activo, bajo la descripción relevante, no sea
imputable como acción contraria a deber, y esto depende – en la
imputación a título de dolo – de lo que el sujeto efectivamente
PRO
haya sabido en el momento relevante para su decisión (de actuar
u omitir). La pregunta determinante, entonces, es una de impu-
tación subjetiva, esto es, de dolo: ¿se representó el autor, al
• RE
A
IBID
3. EL DECRETO-LEY DE AMNISTÍA
BAJO EL DERECHO INTERNACIONAL
H
3 .1 . ¿I N VALIDEZ DE LA AMNISTÍA BAJO EL DERECHO INTERNACIONAL?
RO
La inadecuación técnica de las dos estrategias dirigidas a eludir el
efecto impeditivo de la persecución penal, conducente a una
NP
efectiva punición por los crímenes perpetrados por el aparato
represivo del Estado entre septiembre de y marzo de ,
CIÓ
se deja explicar, hasta cierto punto al menos, por el hecho de
tratarse de estrategias de elusión, esto es, de estrategias de solu-
ción oblicua. Lo que cabe plantear, por el contrario, es si hay
DUC
espacio para una solución frontal, esto es, una solución que con-
sistiera en impugnar las bases de la validez misma del DL .
PRO
La jurisprudencia chilena más reciente ha dado este paso. En un
emblemático fallo del año , en el cual la Corte Suprema
recurrió a la ya criticada concepción del delito de secuestro
• RE
A
IBID
nacional humanitario –, el cual, en opinión de la Corte, proscri-
biría absolutamente el otorgamiento de una amnistía como la
adoptada por la junta militar el año . La estrategia de fun-
H
damentación seguida por la Corte es problemática, por dos
RO
razones principales. Primero, porque la plausibilidad de su recurso
al derecho internacional, en orden a producir un argumento
NP
judicialmente operativo que haga posible tener por inválida esa
amnistía, resulta sumamente dudosa, independientemente de cuán
CIÓ
sólidamente fundada esté la reciente sentencia condenatoria
pronunciada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos
DUC
contra el Estado de Chile, en el así llamado “caso Almonacid” 32,
precisamente referida a la incompatibilidad de la aplicabilidad del
DL con determinadas normas del derecho internacional de
PRO
los derechos humanos .Y segundo, porque la Corte no reconoce
una diferencia cualitativa entre los casos de auto-amnistía y los
casos de hetero-amnistía, pudiendo inferirse de su fallo que una
• RE
de Chile en .
Es aquí donde emerge el punto crítico en el argumento de la
FLA
involucrados. Sobre el problema vé. por ejemplo Zalaquett, 1990, 639 s.; el
mismo, 2007, 193 s.
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A
IBID
nal, tal como lo volviera a sostener en su sentencia de de
mayo de , recaída en el caso conocido como “Londres ”,
por la cual la Corte validó las condenas por secuestro pronun-
H
ciadas contra los imputados Krassnoff Martchenko, Moren Brito,
RO
Zapata Reyes y Romo Mena (Rol N 3452-06). Del hecho inequívoco
o
NP
situaciones de conflicto armado interno, la Corte quiso concluir,
sin embargo, que los convenios en cuestión “resultan plenamente
CIÓ
aplicables” a los hechos del caso.Y por esto la Corte asumió sin
más que las reglas del art. del Convenio IV, relativo a la
DUC
protección de civiles en tiempos de guerra, serían igualmente
aplicables, de modo tal que la prohibición de auto-exoneración
de los Estados partes establecida en esa disposición invalidaría la
PRO
amnistía dictada en marzo de 34.
Desde ya hay que reconocer que la aplicabilidad del art. º común
se encuentra fuera de discusión, siempre que se asuma la exis-
• RE
ha mostrado Ximena Fuentes (vé. Fuentes, 2005, 1193 ss.), que entonces
también haya de ser aplicable el art. del Convenio IV, que
NO
entregarlas para que sean juzgadas por otra Parte Contratante intere-
sada, si ésta ha formulado contra ella cargos suficientes”.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page174
A
IBID
armado interno, precisamente a consecuencia de la decisión de
los Estados partes de no imponerse recíprocamente deberes
relativos al establecimiento de responsabilidades penales indivi-
H
duales en el ámbito de los conflictos armados sin carácter inter-
RO
nacional (Ibíd., 1196 ss.).
NP
3.2. ¿MANDATO DE PUNICIÓN IRRESTRICTA
DE VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS?
El salto argumentativo que la Corte comete, al pretender inferir
CIÓ
la aplicabilidad del art. del Convenio IV a partir de la apli-
cabilidad del art. º común, es característico de las apelaciones
DUC
al derecho internacional para tener por fundada una proscripción
categórica de cualquier amnistía que, en tanto mecanismo de
“impunidad de derecho”, se encuentre referida a hechos cons-
PRO
titutivos de violaciones de derechos humanos (vé. Silva Sánchez, 2009,
388 ss.). Aquí puede ser ilustrativo considerar la propuesta inter-
• RE
A
IBID
argumento adicional, el cual tal vez pueda encontrarse – como
habrá de discutirse todavía – en la peculiaridad del DL en
tanto auto-amnistía. Pero la propuesta de Mera deja fuera la
H
posibilidad de introducir un criterio semejante, ya que no dis-
RO
crimina entre auto-amnistías y hetero-amnistías, sino sólo entre
violaciones “graves” de derechos humanos, de una parte, y
NP
violaciones de derechos humanos “que no revisten el carácter
de graves”, de otra (Ibíd., 29). La sugerencia de que tendría sentido
CIÓ
hablar de violaciones de derechos humanos “relativa y compa-
rativamente menores” (Ibíd.), empero, muestra cuán cierto es el
DUC
riesgo de trivialización que el recurso irreflexivo a la noción de
violación de derechos humanos trae consigo. Y esto es entera-
mente extensible a la jurisprudencia de la Corte Suprema aquí
PRO
considerada.
En la construcción de su argumento en el “caso Chena”, la Corte
Suprema hizo referencia al Protocolo Adicional II a los Conve-
• RE
miento de la
NO
amnistía del año , dado que ella sólo estaría referida, de con-
formidad con la interpretación favorecida por el Comité Inter-
FLA
36 Este argumento es aducido por Szczaranski, 2004, 317 s., para validar el
decreto-ley de amnistía bajo el derecho de Ginebra.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page176
A
IBID
del hecho de que, a diferencia de lo que ocurre tratándose de
conflictos armados de carácter internacional, en las situaciones
de conflicto armado interno no se ve alterado el estatus jurídico
H
de las partes en conflicto, tal como lo establece el art. º común
RO
a los cuatro convenios. Es precisamente esto lo que explicaría,
en términos de la Corte, que el Protocolo Adicional I, aplicable
NP
a las situaciones de conflicto armado de carácter internacional,
no contemple disposición alguna relativa a eventuales amnistías,
CIÓ
pues aquí por definición no podría plantearse la persecución de
los miembros de las fuerzas enemigas bajo el derecho del Estado
DUC
captor, quienes una vez capturados adquieren el estatus de
prisioneros de guerra.
La interpretación favorecida por la Corte es enteramente plausible.
PRO
La promoción del otorgamiento de amnistías al cese de un
conflicto armado interno puede ser entendida como estricta-
mente circunscrita a la posición de las miembros de las fuerzas
• RE
es enteramente irrelevante.
Todo depende, en cambio, de la posibilidad de extraer del derecho
S IN
A
IBID
amnistías al término de un conflicto armado, sino por reglas que
definen estándares mínimos de trato a los individuos involucra-
dos en tales conflictos, y que en casos de conflicto interno se
H
encuentran fijados en el art. º común, algunas de cuyas exigen-
RO
cias específicas fueran, inequívocamente, quebrantadas masiva y
sistemáticamente por el aparato represivo del Estado durante la
NP
dictadura militar.
CIÓ
3.3. ¿PROTECCIÓN DE DERECHOS HUMANOS
VÍA PUNICIÓN PREVENTIVA?
La consideración precedente ataca un aspecto especialmente
DUC
sensible del problema que trae consigo la pretensión de trans-
formar normas de derecho internacional que imponen deberes
de protección o garantía de derechos humanos en normas que
PRO
imponen deberes de punición (irrestricta) de violaciones de
derechos humanos (vé. Bascuñán, 2003, 325 ss.). Cuán problemática
• RE
Chile” (vé. supra, p. 172, n. 32). En lo que aquí interesa, la Corte Inter-
americana condenó al Estado de Chile por una infracción del
©2
A
IBID
La primera premisa decisiva para la conclusión alcanzada por la
Corte Interamericana consiste en la calificación del homicidio
de Luis Alfredo Almonacid Arellano, dirigente del Partido
H
Comunista y víctima de una ejecución sumaria a manos de
RO
oficiales de Carabineros de Chile, perpetrada el de septiembre
de , como un crimen de lesa humanidad. La segunda
NP
consiste en la proposición de que la obligación de garantía que
la Convención Americana sobre Derechos Humanos impone a
CIÓ
los Estados parte se traduciría en un deber de “prevenir, inves-
tigar y sancionar toda violación de los derechos reconocidos por
DUC
la Convención” (pár. 110) 39; “[c]onsecuentemente, los crímenes de
lesa humanidad son delitos por los que no se puede conceder
amnistía” (pár. 114). Y la Corte Interamericana llegó a afirmar,
PRO
explícitamente, la irrelevancia que tendría el hecho de que el
DL constituya una auto-amnistía:
• RE
A
IBID
necesariamente conduce a un dilema. La plausibilidad de la com-
prensión de la (efectiva) sanción penal de hechos constitutivos
de violaciones de derechos humanos como medio para la
H
protección de derechos humanos supone asumir una concepción
RO
de la pena como pena preventiva 40. Pero bajo una concepción
prevencionista del fin de la pena, los derechos humanos prote-
NP
gidos mediante la imposición de la pena por definición no serán
los derechos humanos vulnerados a través de la perpetración del
CIÓ
crimen respectivo 41.
Por eso, no es casualidad que en su sentencia la Corte Interame-
DUC
ricana haya estimado violados, por la aplicación del DL ,
derechos humanos de los familiares de la víctima de la ejecución
forzada (pár. 128) 45, y no los derechos de ésta. Mas esto muestra
PRO
claramente, de hecho, la disociación que necesariamente subyace
a tal justificación prevencionista de la pena como mecanismo de
protección: los derechos humanos vulnerados por la falta de
• RE
II, 6.2.
42 Los derechos en cuestión son aquellos reconocidos en los arts. 8.1 y 25 de
la Convención Interamericana sobre Derechos Humanos. Sobre la línea
EDI
A
IBID
derechos humanos vulnerados a través de los crímenes y los
derechos humanos protegidos a través de la punición de sus
perpetradores. Pero entonces no resulta en absoluto claro por
H
qué la punición incondicionada tendría que resultar obligatoria
RO
como mecanismo de protección 43, sobre todo atendiendo a la
debilidad empírica del argumento favorable a la efectividad
NP
preventiva de la pena, en particular en términos de prevención
general intimidatoria de cara a los crímenes internacionales de
CIÓ
mayor gravedad 44 – sin que haya que entrar aquí en la debilidad
normativa del mismo 45.
DUC
El argumento a favor de un deber punitivo irrenunciable podría
volverse considerablemente más plausible si la justificación de
la pena pasara a ser entendida como una justificación retribu-
PRO
cionista, la cual, sin embargo, no es compatible con un intento
de justificación fundado en un supuesto derecho de las víctimas
al castigo 46. Pues en términos de una concepción retribucionista,
• RE
3.4. CONSECUENCIAS
De lo anterior se sigue que no hay base suficiente, en el derecho
NO
A
IBID
violaciones de derechos humanos. El argumento bajo el cual la
punición incondicionada de los hechores es entendida como
mecanismo de protección de derechos humanos es un argumento
H
que se derrota a sí mismo. Es decir, no hay base suficiente para
RO
la formulación de un principio concluyente que prohíba toda
forma de renuncia estatal a la punición a este respecto – tal como
NP
lo muestra, por lo demás, la discusión acerca del preciso alcance
de la jurisdicción complementaria de la Corte Penal Internacio-
CIÓ
nal frente al eventual otorgamiento de amnistías por parte de Es-
tados con jurisdicción sobre hechos que pudieran caer bajo el
DUC
ámbito de competencia de la Corte (Cameron, 2004, 89 ss.) 48.
Por lo mismo, la puesta en cuestión de semejante principio de
proscripción absoluta de toda amnistía en este ámbito no nece-
PRO
sita hacerse depender, como pretende Szczaranski, de una más
que dudosa redefinición de la noción de pena o castigo, de con-
formidad con la cual el Estado aparezca cumpliendo su supuesto
• RE
A
IBID
hecho bruto –, desconoce que la imposición judicial de la pena
no representa sino la fijación concluyente, al adquirir valor de
cosa juzgada, de la pretensión del Estado que resulta de la
H
comisión del delito, pretensión que recién se realiza, sin embargo,
RO
a través de la ejecución de la pena así impuesta (vé. supra, II, 4.3.).
La sanción penal es la pena – valga la redundancia – y la pena es
NP
pena ejecutada, en tanto la irrogación de un mal sensible en que
ésta consiste es, de conformidad con su función expresiva, la
CIÓ
materialización del reproche de culpabilidad. Si el Estado de
Chile efectivamente estuviese sujeto a un mandato irrestricto de
DUC
sancionar penalmente a los responsables de hechos constitutivos
de violaciones de derechos humanos, entonces una amnistía
“impropia” que excluyera la ejecución de la pena tras el
PRO
pronunciamiento de la sentencia condenatoria respectiva tendría
que contar como quebrantamiento de ese mandato. Pero como
ya se ha argumentado, tal mandato irrestricto no se deja funda-
• RE
falta de reflexividad.
Es importante advertir, finalmente, que aun asumiendo –por mor del
©2
A
IBID
Convención de Viena de Derecho de los Tratados, no se deja
reconstruir, simplistamente, como un criterio de solución de
antinomias que sea judicialmente operativo 50.Y esto es indepen-
H
diente del rango jerárquico que quepa atribuir a las normas de
RO
derecho internacional que imponen los deberes supuestamente
infringidos 51.
NP
CIÓ
DUC
4.1. EL DECRETO-LEY DE AMNISTÍA COMO AUTO-AMNISTÍA
Hasta este punto, el examen de la posibilidad de elaboración de
• RE
A
IBID
Esto supone, por de pronto, validar la calificación de la amnistía
del DL como una auténtica auto-amnistía, lo cual ha sido
controvertido por Clara Szczaranski (Szczaranski, 2004, 313 s.). Su tesis
H
niega el carácter de auto-amnistía del DL con el argumento
RO
de que éste, entendido como una amnistía impropia, sólo pro-
duciría la extinción de las responsabilidades comprometidas bajo
NP
la condición de un pronunciamiento de las condenas respectivas
por parte de un órgano jurisdiccional, tercero que es “distinto
CIÓ
de quien dictó la amnistía y distinto de los mismos infractores”
(Ibíd., 314) 53. Incluso dejando de lado la falacia que lleva a que Szcza-
DUC
ranski califique el DL como amnistía impropia – lo cual se
sigue de un desconocimiento fehaciente del alcance de las reglas
procesales aplicables – (supra., IV, 2.1), lo que su argumento supone
PRO
es que, por definición, cada vez que un tribunal sea competente
para establecer la satisfacción de las condiciones de aplicabilidad
de una amnistía, ésta ya no podría considerarse una auto-amnistía,
• RE
ranski.
La formulación más reconocida de la tesis que postula la invalidez
©2
A
IBID
pueda reclamar validez jurídica (Ibíd., 42 s.). Esto exige, empero,
reconstruir el argumento en un nivel de abstracción superior.
H
4.2. ALTERIDAD SUBJETIVA
RO
COMO PRESUPUESTO DE LA RENUNCIA A LA PUNICIÓN
El punto de partida puede encontrarse en la tesis de Kant, según
NP
la cual quien “ocupa el lugar más alto en el Estado no puede
ser penado, sino que uno sólo puede liberarse de su dominio”
(Kant, 1977, B 225, 452) 54. Esta proposición admite reformularse en
CIÓ
términos de que no puede haber adjudicación de responsabilidad
penal respecto del titular mismo del ius puniendi. Es decir, puesto
DUC
que la responsabilidad jurídico-penal es una responsabilidad que
se impone heterónomamente – esto es, que puede afirmarse aun
sin asunción autónoma, en primera persona, del sujeto que es
PRO
hecho responsable –, cabe reconocer una exigencia inmanente
de alteridad entre aquel que impone y aquel sobre quien se im-
• RE
54 En igual sentido Feuerbach, 1989, § 29: “Una persona soberana comete sólo
injurias o lesiones jurídicas, pero jamás un crimen”.
55 Y lo mismo puede valer para la renuncia al castigo. Respecto de la imposibi-
FLA
lidad de un perdón de sí mismo, Arendt, 1958, 242 s. Vé. sin embargo Zaibert,
2006, 40 s., quien defiende una concepción del castigo que sería compatible
con la posibilidad de la punición de uno mismo. En la medida en que su
IAL
A
IBID
“Yo, como co-legislador que dicta la ley penal, no puedo ser en
absoluto la misma persona que, como súbdito, es penada con
arreglo a la ley” (Kant, 1977, B 232-233, 457) 56. Es decir, la identidad entre
H
persona de derecho y ciudadano del Estado, esto es, entre desti-
RO
natario de la norma y coautor de la norma, se encuentra referida
al nivel de fundamentación de la norma cuyo quebrantamiento
NP
imputable constituye el hecho delictivo, y no al nivel de aplica-
ción de la norma, por la cual la consiguiente responsabilidad
CIÓ
jurídico-penal se hace judicialmente efectiva.
En el contexto de aplicación de la norma de sanción penal,
DUC
entonces, es necesario asumir la falta de identidad entre el autor
y el destinatario del reproche de culpabilidad jurídica, al modo
de un presupuesto pragmático del establecimiento de responsa-
PRO
bilidad, en circunstancias que el primero ha de contar como
titular del derecho punitivo correspondiente, mientras que el
segundo, por su parte, como portador del deber de soportar la
• RE
56 Kant agrega que “como tal, es decir, como criminal, es imposible que tenga
una voz en la legislación (el legislador es sagrado)”. La salida al dilema ha-
bría de ser encontrada, según él, en una disociación de la persona de quien
EDI
A
IBID
– en la terminología tradicional: una “amnistía propia” 57. En
ambas variantes, sin embargo, la amnistía conserva su naturaleza
como resultado del ejercicio de un derecho soberano de gracia
H
– cuya producción legislativa sólo concierne su forma jurídica –
RO
por el cual se hace efectiva la renuncia al ejercicio de un derecho
(subjetivo) a la punición 58.
NP
Dado que el ejercicio de tal prerrogativa soberana de gracia siem-
pre tiene lugar a través de un órgano – aquí: la junta militar –
CIÓ
que actúa – aquí: tiránicamente – por cuenta del titular de esa
prerrogativa, cabría sostener, en rigor, que nunca sería posible
DUC
hablar de una auto-amnistía como tal. Pues actuando el órgano
que otorga la amnistía por cuenta del titular de la prerrogativa
de gracia, jamás podría haber identidad entre aquel en cuyo
PRO
nombre se concede la amnistía – el soberano – y aquellos que
se benefician de la misma, aun cuando entre éstos figuren quie-
nes han ejercido el derecho de gracia por cuenta de aquél. Pero
• RE
Quien actuando por cuenta del soberano otorga una amnistía, por
la cual se produce una renuncia a un derecho punitivo cuyo
©2
57 Para esta distinción en la doctrina chilena, vé. Etcheberry, 1998, T. II, 248 ss.;
EDI
A
IBID
la punición no se ha extinguido, pues de lo contrario la amnistía
carecería de objeto. Quien se amnistía a sí mismo incurre, por
ende, en una contradicción performativa (o “realizativa”) 59, esto
H
es, incurre en una auto-refutación pragmática: quien se amnistía
RO
a sí mismo efectúa una declaración (lato sensu) que es incon-
gruente con un presupuesto de aquello que pretende hacer al
NP
efectuar esa declaración 60.
Luego, la única manera de interpretar caritativamente el otorga-
CIÓ
miento de la amnistía – esto es, bajo el desiderátum de aproxi-
marse al autor de este acto como un sujeto mínimamente
DUC
racional que no se contradice a sí mismo al hacer lo que hace 61
– es interpretando la amnistía en un sentido que excluya el
auto-favorecimiento 62. Lo anterior exige advertir la relatividad
PRO
de la invalidación de la amnistía que el argumento trae consigo.
En todo el ámbito en que la amnistía en cuestión no cuente
como auto-favorecimiento, su aplicabilidad no resulta afectada.
• RE
59
60 Para esta noción de contradicción performativa vé. Apel, 1991, 129 ss.;
Habermas, 1998, 102 ss. Para un análisis de la forma lógica de lo que cuenta
como una auto-refutación pragmática, Mackie, 1964, passim.
NDE
63 Puesto que no se trata aquí de una invalidación del DL 2191 que descanse
en su incompatibilidad con determinadas reglas constitucionales, sino con
el fundamento inmanente de la propia institución de la amnistía, la declara-
TOR
A
IBID
tener el sentido de una auto-exoneración, precisamente porque
respecto de ellas el DL no es (caritativamente) interpretable
como ejercicio de una prerrogativa de gracia, que presupone la
H
alteridad subjetiva que aquí falta. El criterio diferenciador no
RO
puede consistir, ciertamente, en la pertenencia a la junta militar
que dictó el DL , sino que la exclusión del efecto extintivo
NP
de las consecuencias de la punibilidad debe extenderse a todos
aquellos cuya intervención en los hechos en cuestión admita ser
CIÓ
interpretada, más o menos directamente, como un actuar por
cuenta de quienes detentaban el control de los mecanismos
DUC
represivos. Esta determinación puede resultar difícil en los már-
genes, pero tal indeterminación marginal es inherente a cual-
quier criterio que pretende hacer formalmente operativo un
PRO
principio sustantivo. Respecto de individuos no ligados de ese
mismo modo a las estructuras del aparato represivo del Estado,
en cambio, queda abierta la vía para interpretar el DL como
• RE
una hetero-amnistía.
65 Así Etcheberry, 1998, T. II, 249 s., quien discute el punto a propósito de la
posibilidad de una eventual derogación de una ley de amnistía. Etcheberry
erróneamente asume, sin embargo, que toda amnistía que pudiera haberse
EDI
A
IBID
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ya ha resuelto,
sin embargo, en su sentencia condenatoria pronunciada contra
el Estado de Chile en el “caso Almonacid”, que la obligación
H
estatal de perseguir y sancionar penalmente a los responsables
RO
de hechos constitutivos de violaciones de derechos humanos exi-
giría desconocer la excepción de res iudicata tratándose de casos
NP
de cosa juzgada fraudulenta (vé. Bustos/Aldunate, 2007, 13 ss.). Así, el
Estado tendría la obligación de “dejar sin efecto las citadas
CIÓ
resoluciones y emitidas en el orden interno, y remitir el expe-
diente a la justicia ordinaria, para que dentro de un procedi-
DUC
miento penal se identifique y sancione a todos los responsables”
(pár. 147) 66. La sentencia plantea la cuestión por referencia al
A
IBID
referido al caso Almonacid bajo la jurisdicción de los tribunales
chilenos. El punto es que esas descripciones no son independien-
tes del hecho de que los tribunales en cuestión hayan dado apli-
H
cación al DL (vé. van Weezel, 2007, 27 s.).Y es perfectamente posible,
RO
asimismo, que la consecuencia del reconocimiento institucional
de la invalidez del DL deba consistir, en términos de prin-
NP
cipio, en la invalidación de aquellas sentencias que a través de su
aplicación hayan pronunciado los correspondientes sobreseimien-
CIÓ
tos definitivos. El problema se encuentra en que ésta no es una
posibilidad reconocida por el derecho chileno.
DUC
A este respecto, resulta inconducente la referencia al recurso de
revisión para apoyar la tesis de que, habiéndose pronunciado un
sobreseimiento definitivo con arreglo al DL , cabría impug-
PRO
nar el mismo invocando una cosa juzgada fraudulenta (vé. Bustos/
Aldunate, 2007, 14). Bajo el derecho chileno, el recurso de revisión sólo
procede como medio extraordinario de invalidación de senten-
• RE
68 Aquí hay que notar, empero, que la excepción de cosa juzgada sólo puede
ser invocada en la medida en que se satisfagan los correspondientes requi-
sitos de identidad entre el juzgamiento anterior, concluido a través de sen-
TOR
A
IBID
Lo anterior permite cerrar la discusión acerca de las posibilidades
(actualizadas y no actualizadas) de una impugnación judicial del
DL con una observación que se remite al primer hito de
H
ese mismo desarrollo. La razón por la cual puede haber casos en
RO
que deba reconocerse la fuerza de cosa juzgada de un determi-
nado sobreseimiento definitivo, en el ámbito que aquí interesa,
NP
se encuentra, ni más ni menos, en la temprana recepción judicial
de la doctrina Aylwin, que propugnaba neutralizar la impunidad,
CIÓ
trastocando el sentido y alcance de las reglas procesales aplicables,
“en la medida de lo posible”. No deja de ser irónico que esa
DUC
cada en Gaceta Jurídica 349 (2009), 159 ss. La Corte resolvió, por opinión de
PRO
mayoría, que para la oposición de la excepción de cosa juzgada sería nece-
sario que la persona en cuestión haya llegado a exhibir la calidad de proce-
sado en el marco del juzgamiento anterior (o bien que haya sido sometida a
• RE
procesado, tal como se sigue del inc. 2º del art. 279 bis. Y es igualmente
inequívoco que tal sobreseimiento tiene fuerza de cosa juzgada. La única
posibilidad de un argumento en sentido contrario tendría que hacerse
©2
depender de una referencia al art. 42 del mismo código, que dispone que no
podrá ser sometido a un nuevo proceso por el mismo hecho “[el] reo conde-
nado, absuelto o sobreseído definitivamente”. La revisión de la historia de
NO
A
IBID
misma estrategia, otrora “progresista” en lo tocante a la perse-
cución penal de hechos constitutivos de violaciones de derechos
humanos, hoy aparezca, cuando se abre la posibilidad de impug-
H
nar abiertamente la validez del DL , bajo una luz distinta.
RO
Cuando se trata de la instrumentalización (de la aplicación) del
derecho, la moraleja parece ser: nadie sabe para quién trabaja.
NP
5. EL DECRETO-LEY DE AMNISTÍA
CIÓ
Y LA VALIDEZ TEMPORAL DE LA LEY PENAL
DUC
A pesar de que en el Chile de la transición la discusión acerca de
la amnistía ha estado fundamentalmente circunscrita al foro
judicial, la posibilidad de una anulación legal del DL de
PRO
no ha sido completamente ajena al debate acerca de una eventual
“solución política al problema de los derechos humanos”. En lo
fundamental, las razones para favorecer una eventual ley de
• RE
cia. Aquí hay que notar, empero, que, por tratarse de una amnis-
tía, su vigencia ha de estar necesariamente disociada del tiempo
DIA
69 Explícitamente Pérez del Valle, 2001, 194, quien asocia esta tesis, sin
EDI
A
IBID
retroactividad, que es el régimen inverso al de la “ley penal
positiva”, esto es, que fundamenta su punibilidad, sometida al
principio de irretroactividad (Marxen, 1984, 25 ss.) 70.
H
Lo que aquí interesa, empero, es examinar críticamente la hipótesis
RO
de que la pérdida de vigencia del DL , a consecuencia de su
eventual derogación legal, no podría inhibir que quienes fuesen
NP
juzgados por hechos acaecidos entre el de septiembre de
y el de marzo de pudieran aducir que la derogación del
CIÓ
DL importaría una modificación desfavorable del estatus
jurídico-penal de los hechos, la cual no podría operar retro-
DUC
activamente a su respecto.
A la idea de que una declaración de nulidad podría obviar el
aparente problema de la retroactividad desfavorable de una de-
PRO
rogación (expresa) del decreto-ley de amnistía subyace una para-
doja. Pues tal como sostuviera Kelsen, en derecho “nulidad” sólo
puede significar “anulabilidad” (Kelsen, 2002, 283 s.).Y esto significa: una
• RE
[e]l orden jurídico no puede fijar las condiciones bajo las cuales
algo, que aparece con la pretensión de ser una norma jurídica,
NO
tiene que valer como a priori nulo, y no como una norma que
haya de ser anulada en un procedimiento determinado por el
DIA
A
IBID
como ley penal más favorable respecto de quienes pudieran ser
juzgados penalmente por hechos acaecidos dentro del periodo
cubierto por la amnistía en cuestión 71. Este argumento vuelve
H
necesario clarificar la posición del DL como eventual ley
RO
penal intermedia. Y si el argumento es exitoso, entonces podrá
dejarse de lado la curiosa objeción de que el poder legislativo
NP
carecería de una potestad de anular legislación, “de manera que
por aplicación del principio de juridicidad (arts. º y º de la
CIÓ
Constitución) habría que declarar nula de derecho público la
misma ley anulatoria” (van Weezel, 2007, 21) 72 – como si la declaración
DUC
de una “nulidad de derecho público” sí fuese objeto de una po-
testad constitucionalmente reconocida. Pues de ser correcto el
argumento que aquí se propondrá, las razones para favorecer
PRO
una eventual ley anulatoria frente a una ley derogatoria se
habrán desvanecido.
• RE
71 Así por ejemplo Szczaranski, 2004, 297, 333; van Weezel, 2007, 20 s.
72 Vé. en contra Bustos/Aldunate, 2007, 15 ss., quienes recurren, sin embargo,
FLA
419 ss., quien acertadamente observa, empero, que por “ley intermedia”, a
efectos de la pregunta por su estatus bajo el principio de favorabilidad, tam-
bién cabría entender – en el contexto de una regulación del principio de favo-
TOR
A
IBID
momento de la comisión del hecho juzgado. Lo cual quiere
decir: toda ley intermedia es una ley que de resultar aplicable,
lo será retroactivamente. Así, la aplicación retroactiva de una ley
H
más favorable no resulta impuesta por el principio de legalidad,
RO
que al proscribir la retroactividad de la ley penal desfavorable
se ve complementado, al mismo tiempo, por un principio de
NP
“preteractividad” de la ley penal vigente al momento del hecho:
ésta es aplicable aun en caso de haber perdido vigencia antes
CIÓ
del juzgamiento del hecho (Bascuñán, 2000, 34 s.) 74, tal como lo esta-
blece el inc. º del art. del Código Penal 75.
DUC
La introducción estipulativa del concepto de preteractividad se
explica por la necesidad de diferenciar esta modalidad de
aplicación de la ley, de una parte, de aquella designada por el
PRO
concepto de ultractividad, de otra, esto es, de la aplicación de
una norma a un hecho acaecido con posterioridad a su pérdida
de vigencia, la cual resulta incompatible con el efecto institu-
• RE
reo”, esto es, por el principio de favorabilidad (Szczaranski, 2004, 333) 76.
El alcance de este principio de preteractividad de la ley penal, que
NO
A
IBID
juzgado hayan estado vigentes al momento de su comisión. Y
(sólo) en este preciso sentido, el principio de legalidad admite
ser entendido como un criterio estrictamente formal de legiti-
H
mación de la aplicación de la norma de sanción penal.
RO
Lo mismo no puede decirse, en cambio, del principio de favorabi-
lidad. Pues el sentido de éste es asegurar que el quebrantamiento
NP
imputable de la norma de comportamiento que es reprochado
jurídico-penalmente sea, al momento de la adjudicación, mere-
CIÓ
cedor de la misma respuesta punitiva establecida por la norma
de sanción vigente al momento del hecho. De conformidad con
DUC
el alcance del principio de favorabilidad, con arreglo a los incisos
º y º del art. del Código Penal, tal exigencia se extiende,
por decisión del legislador chileno, aun más allá de la conclusión
PRO
definitiva del proceso penal por sentencia definitiva que exhibe
fuerza de cosa juzgada, de modo tal que las sentencias conde-
natorias en estado de ejecución también resultan modificables
• RE
hecho, tal como lo muestran las así llamadas leyes penales tem-
porales 77, que son aquellas cuya vigencia está asociada a la pre-
S IN
diente de esos hechos subsiste más allá del cese de esas circuns-
tancias (Bascuñán, 2000, 44 ss.) 78. Por eso, si el juzgamiento tiene lugar
FLA
77 Vé. Oliver, 2007, 41 ss., 44 s., quien distingue entre leyes temporales en
TOR
A
IBID
preteractiva de ésta no puede ser impugnada por referencia al
principio de favorabilidad 79.
Bajo el derecho chileno, el principio de irretroactividad de la ley
H
penal desfavorable tiene rango constitucional. La regla del inc. º
RO
del art. del Código Penal no es sino la reproducción legal de
la exigencia categórica establecida en el art. N° inc. º de la
NP
Constitución. Lo mismo no es predicable del principio de favo-
rabilidad. Pues el mandato legal de aplicación retroactiva de la
CIÓ
ley penal favorable, formulado en los inc. º y º del mismo art.
, representa una decisión legislativa adoptada bajo una mera
DUC
autorización constitucional. La Constitución sólo faculta, pero
no obliga al legislador a adoptar esa definición 80.
Por lo tanto, el legislador chileno, en el marco de la prerrogativa
PRO
de decisión que le reconoce la Constitución, podría sin más
producir una ley derogatoria del DL que dispusiese, además,
la inaplicabilidad de éste como ley posterior más favorable
• RE
mediante una ley posterior: lex posterior (specialis) derogat lege priori
(generali).
S IN
su historicidad” (van Weezel, 2007, 16); ello sólo significa, antes bien, que
el hecho de la contingencia temporal de la validez jurídica – y así de la varia-
bilidad del derecho – es reconocido por las reglas (o “meta-reglas”) que
EDI
A
IBID
que la consecuencia del carácter vinculante de estas normas de
derecho internacional convencional sería la correspondiente sub-
ordinación de la legislación doméstica de los respectivos Estados
H
parte (i.e. Bascuñán, 2000, 48 s.), cabría concluir que una ley derogatoria
RO
del DL , el cual contaría entonces como ley posterior más
favorable, no podría reclamar validez para hacerlo inaplicable a
NP
hechos juzgados con posterioridad a esa derogación.
Pero esto desconocería que, en relación con tales hechos, el estatus
CIÓ
del DL frente al principio de favorabilidad, en caso de pro-
ducirse su derogación legislativa, sería el de una ley intermedia.
DUC
Y como habrá de mostrarse a continuación, en tanto ley penal
intermedia, el DL ni siquiera resultaría cubierto por el man-
dato de aplicación retroactiva de la ley penal más favorable 81.
PRO
5.3. EL DECRETO-LEY DE AMNISTÍA COMO LEY INTERMEDIA
El principio de favorabilidad exige una relación de correspondencia
• RE
sido recientemente discutido por van Weezel (2007, 21 ss.), quien no sólo
propone una enigmática tesis acerca del problema de la determinación del
sentido de la ley, donde la amplitud de significados posibles sería “el reflejo
IAL
ambigüedad –, sino que también afirma que el problema de las leyes inter-
pretativas se reduciría al problema de “la facultad judicial contenida en el
art. 9º del Código Civil para dar a una determinada ley, que modifica otra,
EDI
A
IBID
jurídico-penal de conformidad con el principio de legalidad, y
la ley vigente al momento del juzgamiento del hecho, bajo la
cual, satisfechas las condiciones institucionales apropiadas, puede
H
imponerse la sanción como respuesta punitiva al hecho delictivo.
RO
Por ello, el principio de favorabilidad no ofrece fundamento
alguno para la aplicación de la ley intermedia como ley más
NP
favorable 82.
Que el fundamento del principio de favorabilidad se encuentra en
CIÓ
la prohibición de exceso que se deriva del principio de propor-
cionalidad, admite explicarse en términos de que el régimen
DUC
legal bajo el cual el hecho resulta jurídico-penalmente repro-
chable al momento de su juzgamiento – esto es, al momento
del pronunciamiento de la eventual sentencia condenatoria – ha
PRO
de representar un régimen legal que el Estado actualmente
valide en la determinación de la reprochabilidad de hechos de
iguales características. Si el régimen legal actualmente validado
• RE
82 Así Bascuñán, 2004b, 212 s.: la pérdida de vigencia de la ley intermedia “aca-
TOR
A
IBID
sustantivas a su favor que ya no son, en el tiempo presente, man-
tenidas con igual vigor, de otro, sería la respuesta propia de un
Estado paranoide acerca de la fuerza vinculante de sus normas
H
jurídicas; esto es, la respuesta propia de un Estado autoritario.
RO
En otras palabras, si al momento del juzgamiento del hecho la ley
vigente prevé un régimen menos severo que el previsto por la
NP
ley vigente al momento del hecho, la materialización de la res-
puesta punitiva de conformidad con el régimen anterior, más
CIÓ
severo, desconocería el presupuesto pragmático que, tal como el
propio Jakobs lo ha formulado, subyace a la relación dialéctica
DUC
entre delito y pena como un decir y un contra-decir, a saber:
que, al momento de la punición, el delito representa el mismo
conflicto que representaba al momento de su comisión (Jakobs, 1991,
PRO
4/50) 84. Lo crucial es advertir, pace Jakobs, que para la explicitación
“aún” (= “todavía”), pues el presupuesto también se satisface si
• RE
A
IBID
5.4. ¿APLICABILIDAD DE LA LEY INTERMEDIA
COMO EXIGENCIA DE IRRETROACTIVIDAD?
Jakobs sostiene, a modo de fundamentación de la aplicabilidad de
H
la ley intermedia como ley posterior más favorable, que habría
RO
que garantizar al hechor un juzgamiento con arreglo al régimen
más favorable que esté o haya estado vigente al momento de la
NP
comisión del hecho, o bien con posterioridad (Jakobs, 1991, 4/68). Pero
la pregunta es, precisamente, ¿por qué? Aquí hay que destacar
CIÓ
que tras plantear la interrogante acerca de si la ley bajo la cual
el hecho es juzgado tiene “que estar vigente, y en qué sentido,
DUC
en el momento de la sentencia” (Ibíd., 4/49), Jakobs termina soste-
niendo que tanto el título de punibilidad como el marco penal
aplicable han de estar determinados ya al momento del hecho,
PRO
“por razones formales asociadas al Estado de derecho” (Ibíd., 4/52).
Esto es decisivo. Pues el fundamento que Jakobs ofrece a favor de
la aplicabilidad retroactiva de la ley intermedia como ley posterior
• RE
A
IBID
vigente al momento del hecho, se tratará así de una aplicación
preteractiva – en todo caso prospectiva – de la ley vigente al
momento del hecho, que es, según ya se indicara, el correlato pre-
H
ciso del principio de irretroactividad de la ley penal desfavorable.
RO
¿Cabría objetar a esto que el tenor literal del art. del Código
Penal impone la aplicabilidad de la ley intermedia como ley más
NP
favorable? La determinación del alcance del principio de favo-
rabilidad aquí sugerida, que excluye la aplicabilidad de la ley
CIÓ
intermedia, se deja conciliar con el texto del inc. º del art. :
DUC
Si después de cometido el delito y antes de que se pronuncie
sentencia de término, se promulgare otra ley que exima tal hecho
de toda pena o le aplique una menos rigorosa, deberá arreglarse
a ella su juzgamiento. PRO
El tenor literal de la disposición parece favorecer, a primera vista,
una interpretación que le atribuya el sentido de incluir la ley
• RE
intermedia como ley más favorable, esto es, “que exima al hecho
de toda pena o le aplique una menos rigorosa” 89. Pero esta consi-
vé. t. Bascuñán, 2000, 91-92. Cuestión distinta es si el tenor literal del § 2.3
NDE
inc. 2º art. 18 no hace posible resolver aquellos casos en que la ley vigente
al momento del juzgamiento es más severa que la ley intermedia, pero
menos severa que la vigente al momento del hecho.
TOR
91 Análogamente, en relación con el art. 2.2 del Código Penal español, Oliver,
2007, 424 s.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page204
A
IBID
entrada en vigencia – de la ley más favorable (“antes de que se
pronuncie sentencia de término”), de un lado, y la cláusula referida
al juzgamiento del hecho de conformidad con esa ley, de otro, de
H
manera tal de introducir, a modo de presupuesto implícito, la con-
RO
dición consistente en que la ley más favorable sea la ley vigente al
momento del pronunciamiento de la sentencia de término.
NP
La inaplicabilidad del DL como ley intermedia más favorable,
que se seguiría de su eventual derogación legal y tendría que
CIÓ
conllevar la aplicación del régimen legal vigente al momento de
los hechos acaecidos entre septiembre de y marzo de ,
DUC
en ningún caso supondría, entonces, una vulneración del prin-
cipio de irretroactividad de la ley penal desfavorable. Pues lo
único que estaría condicionándose a través de tal derogación
PRO
legal sería el restablecimiento de la aplicabilidad de la ley penal
efectivamente vigente al tiempo de los hechos.
Sobre esta base cabe examinar, finalmente, cuál tendría que ser la
• RE
severa que las dos anteriores. Esta situación se da, por ejemplo,
tratándose de la penalidad del secuestro con arreglo al art.
©2
A
HIBID
RO
.
NP
Ninguna otra proposición del derecho penal
CIÓ
es tenida por tan auto-evidente como ésta:
nulla poena sine lege. Nos suena como un legado
DUC
ancestral; aparece cual eslogan donde es
pertinente y donde no lo es, y como tal
también oscila en su significado. La legislación
PROy la doctrina se han sometido a sus
consecuencias con una extraña
unanimidad. Mas ella y su tiranía
son de muy reciente data.
• RE
1. ¿IMPRESCRIPTIBILIDAD
DE LAS VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS?
A
IBID
encuadramiento preciso de los hechos bajo los tipos delictivos de
la parte especial del derecho penal chileno, en todo caso se trataría
aquí de crímenes contra la humanidad, respecto de los cuales, de
H
conformidad con el derecho internacional, estaría excluida la ad-
RO
misibilidad de una prescripción de la acción penal correspondiente 2.
Sin que en este marco sea posible ni pertinente hacerse cargo
NP
cabalmente de esta toma de posición de la Corte, cabe apuntar,
sin embargo, cuán débil argumentativamente resulta la afirma-
CIÓ
ción no cualificada de un principio general de imprescriptibi-
lidad de hechos delictivos constitutivos de “graves violaciones de
DUC
derechos humanos”. Aquí puede ser útil examinar la manera en
que en la doctrina chilena reciente se ha intentado fundamentar
esa afirmación. En un extenso artículo monográfico dedicado al
PRO
punto en cuestión, Gonzalo Aguilar ha pretendido sostener que,
con arreglo al desarrollo de una cultura de respeto y promoción
de los derechos humanos, “la prescripción, ya sea penal o civil,
• RE
2 Vé. por ejemplo Matus, 2006, 393 ss.; Aguilar, 2008, 153 ss. En particular
FLA
3 Cabe anotar, de paso, que constituye un error asumir, como sin embargo,
sugiere Aguilar (2008, 159 s., con nota 38), que la consagración de semejante
principio de imprescriptibilidad en el Estatuto de Roma lo convierte en parte
TOR
dicción.
4 Esto, con fecha 18 de agosto de 2010.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page207
A
IBID
damento consuetudinario de ese principio, sustituyéndolo por
un fundamento exclusiva y excluyentemente convencional, sino
más bien porque la exigüidad de las ratificaciones de la conven-
H
ción referida en efecto muestra que la práctica de los Estados no
RO
hace reconocible un patrón de persistencia y consistencia como
el requerido para tener por configurada una norma de derecho
NP
internacional con base consuetudinaria. El desiderátum de vali-
dez de una determinada exigencia normativa, por más fuerte
CIÓ
que sea, no puede equivaler a una constatación de la efectividad
de sus propias condiciones de existencia.
DUC
No obstante lo anterior, aun asumiendo que pudiese fundamen-
tarse un principio de imprescriptibilidad concluyente en el
derecho internacional, esto tampoco significaría que tal principio
PRO
pudiese invocarse, como premisa de un argumento judicialmente
operativo, para excluir la aplicación de las reglas legales vigentes
en el derecho doméstico. Pues incluso suponiendo que el dere-
• RE
ciona aquí la norma del inc. º y final del art. del Código
Procesal Penal (Aguilar, 2008, 171 s.), que dispone que el juez de garantía
VIOLACIONES DD . HH .?
IAL
A
IBID
donde la prescripción y la amnistía son improcedentes” (Aguilar,
2008, 171) 5. La sutileza de la formulación radica en su ambigüedad.
H
lidar un postulado consistente en la imprescriptibilidad de
RO
determinados crímenes no equivale a un reconocimiento de ese
mismo postulado, como norma de derecho vigente, en el
NP
respectivo ordenamiento doméstico. En efecto, el reconocimiento
de la imprescriptibilidad – así como de la improcedencia de la
CIÓ
amnistía – depende, con arreglo al art. del Código Procesal
Penal, de que el tratado correspondiente haya sido ratificado por
DUC
el Estado de Chile y se encuentre, además, vigente al momento
del eventual pronunciamiento del sobreseimiento. Ninguna de
estas dos condiciones copulativamente necesarias se cumple,
PRO
empero, en el ámbito aquí discutido.
Es importante tener en cuenta, finalmente, que la Ley ,
publicada con fecha de julio de , que “tipifica crímenes
• RE
delitos que esta ley especial tipifica. El art. de la misma ley, sin
embargo, establece una regla de aplicación prospectiva, de modo
©2
tal que sus disposiciones (incluido el art. ) “sólo serán aplicables
a hechos cuyo principio de ejecución sea posterior a su entrada
NO
A
IBID
pregunta acerca del cómputo del plazo de prescripción corres-
pondiente, que en casos de crímenes es de ó años, depen-
diendo de si la ley prevé o no una pena de presidio perpetuo
H
(art. , inc. º y º, del Código Penal).
RO
A primera vista, la respuesta parecería encontrarse, de modo no
problemático, en el art. del Código de Penal, según el cual el
NP
plazo de prescripción corre “desde el día en que se hubiere co-
metido el delito”. Que esta regla no se deja aplicar simplista-
CIÓ
mente, equiparando las nociones de comisión y consumación del
delito, debería resultar suficientemente claro en atención a la
DUC
estructura típica de los delitos permanentes (vé. supra, IV, 2.2.), y en
general en atención a todo hecho punible cuya ejecución, en
unidad de acción, trascienda la consumación del delito (vé. Binding,
PRO
1991, 836 s.). Esto quiere decir, en rigor, que la prescripción sólo
el cual puede coincidir o no coincidir con el momento de su
• RE
ción 9.
FLA
A
IBID
Esto presupone, sin embargo, que la punición sí ha sido contin-
gente por algún espacio de tiempo, que es precisamente el lapso
que se corresponde con el plazo de prescripción.
H
Este presupuesto de la contingencia de la punición vuelve compren-
RO
sible la regla del art. del Código Penal, con arreglo al cual en
caso de que el responsable estuviese ausente del territorio de la
NP
República, el transcurso del plazo de prescripción se computará
“contando por uno cada dos días de ausencia”.Y esto, aun a pesar
CIÓ
de que en tal caso la punición sigue siendo institucionalmente con-
tingente; el responsable podría ser detenido en el exterior y
DUC
extraditado, por ejemplo, de haber una orden de captura vigente.
Gonzalo Yuseff, monografista sobre la materia en la doctrina
nacional, sostiene que la regla del art. del Código Penal se
PRO
dejaría explicar por referencia al principio contra non valentem agere
prescriptio non currit, de origen civilista (Yuseff, 2005, 56), el cual ofre-
cería un fundamento para la institución de la prescripción en tér-
• RE
fijado con certeza histórica, él tiene que reconocer una prescripción y este
momento como su término. Pues la pena justa es sólo la pena del crimen
completamente probado” (Binding, 1991, 822). Este fundamento, sin
FLA
A
IBID
suspensión legalmente reconocida consiste en “haberse dirigido
procedimiento contra el delincuente”, tal como dispone el art. .
Lo que Yuseff ofrece es un argumento en contra de la aplicación
H
analógica de la regla del art. del Código Penal, que condi-
RO
ciona la suspensión de la prescripción de la acción penal al ejer-
cicio de ésta, en el entendido de que, a diferencia de otras
NP
legislaciones, la regulación chilena no reconoce la suspensión de
la prescripción “cuando determinados obstáculos legales, y en
CIÓ
algunos casos de hecho, impidan, sea la iniciación, sea la prose-
cución de la acción penal” (Yuseff, 2005, 118). Pero la objeción en
DUC
contra de tal aplicación analógica no equivale a una objeción
en contra de la identificación de un principio inmanente, sub-
yacente no a la regla aislada sobre suspensión de la prescripción,
PRO
sino a la institución misma de la prescripción de la acción penal
como causa de extinción de la responsabilidad10. De ser plausible
la identificación de un principio semejante, entonces cabría
• RE
de adecuación de su aplicación11.
2.2. LA PRESCRIPCIÓN COMO PROMESA DEL ESTADO DE DERECHO
DIA
10 Así explícitamente Zimmermann, 1997, 120 s., quien termina rechazando, sin
embargo, tanto la vía de la aplicación analógica (147 ss.) como la vía de
TOR
A
IBID
posibilidad de que los hechos en cuestión de todas formas
hubiesen de ser dejados atrás por la incidencia del mero paso
del tiempo. Esto, en tanto tal relegación histórica de los hechos
H
no sólo revestiría una dimensión objetiva, sino también una
RO
dimensión subjetiva, la cual no tendría por qué verse afectada
por una omisión deliberada de persecución penal por parte del
NP
Estado (Ibíd., 168 s.).
El argumento de Zimmermann se funda en una determinada
CIÓ
concepción del significado y la función de la prescripción, a la
cual subyacería el reconocimiento de un proceso de gradual
DUC
Historizierung del hecho delictivo, tanto en términos objetivos,
lo cual sería determinante para la desaparición de las razones
para la punición desde un punto de vista de prevención general,
PRO
como en términos subjetivos, lo cual sería determinante desde
un punto de vista de prevención especial (Zimmermann, 1997, 49 ss.). Pero
ésta se halla lejos de ser una concepción de la prescripción que
• RE
retribucionista de la pena.
Zimmermann recurre al lugar común de que la institución de la
©2
A
IBID
morigeración de la punición correspondiente a un transcurso
parcial de ese lapso 12. Y a esto no obsta que, eventualmente, ese
derecho punitivo del Estado pueda coexistir con un deber
H
punitivo que recaiga sobre el mismo Estado. Porque tal como lo
RO
sugiriera Binding, al reconocer legalmente la prescripción como
razón para la exclusión de la punición, el Estado puede estar
NP
renunciando a su derecho punitivo precisamente en atención al
decaimiento de las razones para su deber punitivo paralelo, en
CIÓ
tanto el ejercicio de la acción penal se haya vuelto innecesario
o (fácticamente) inviable 13.
DUC
Puesto el problema en estos términos, no parece haber razón
alguna por la cual la extinción del derecho punitivo respectivo
no pueda entenderse sujeta a la condición inmanente de que el
PRO
ejercicio de la acción penal haya sido, desde el principio, institu-
cionalmente posible. Lo único que esto requiere es no reducir el
fundamento de la extinción de la responsabilidad penal por pres-
• RE
cripción”, que el art. 103 del Código Penal establece como circunstancia de
atenuación intensificada en caso de que haya transcurrido la mitad del plazo
de prescripción – de la acción penal o de la pena –, debiendo imponerse la
IAL
A
IBID
penal ha sido viable de iure; lo contrario constituiría una contra-
dictio in adjecto. Y justamente este presupuesto aparece manifies-
tamente comprometido allí donde el ejercicio de la pretensión
H
punitiva resultaba bloqueado por una auto-amnistía que recla-
RO
maba validez jurídica, sin que esta efectiva inhibición de la per-
secución penal pueda resultar modificada, retroactivamente, en
NP
virtud de una posterior declaración de nulidad de esa auto-
amnistía. Desde el punto de vista del fundamento inmanente
CIÓ
de la institución de la prescripción de la acción penal, tal situa-
ción no puede entenderse comprendida por la regulación de la
DUC
prescripción, en la medida en que su aplicación sea entendida
como una operación que no es ciega al fundamento de esa
misma institución. Y este fundamento resulta sobrepasado allí
PRO
donde la supresión de la contingencia de la punición respondía
a una maniobra de auto-exoneración desplegada desde el pro-
pio aparato del Estado.
• RE
2.3. LA DERROTABILIDAD
DE LA REGULACIÓN DE LA PRESCRIPCIÓN
010
que no son las de una “sociedad bien ordenada” (vé. Rawls, 1971,
245 s.). Y tal apelación a “la justificación general de [una] institu-
TOR
A
IBID
El problema de la derrotabilidad de la regulación de la prescripción
de la acción penal no es, por tanto, un problema que concierna
el contenido de esa regulación. Que bajo ciertas condiciones las
H
reglas jurídicas puedan ser entendidas como derrotables por
RO
circunstancias que conllevan la inadecuación de su aplicación no
es un dato de esas reglas, sino de la práctica en el contexto de la
NP
cual aquéllas son (o no son) aplicadas (Atria, 2002, 137). Y esto
depende, a su vez, de que esta práctica sea reconstruida bajo la
CIÓ
adopción de una actitud interpretativa, que se despliega en dos
niveles: primero, en términos de una atribución de significado
DUC
(o “propósito”) a la institución en cuestión; y segundo, en tér-
minos de una reestructuración de esa institución a la luz de esa
atribución de significado (Dworkin, 1986, 46 ss.). De cara a la institución
PRO
de la prescripción, esto quiere decir lo siguiente: primero, que la
prescripción de la acción penal es la institución que provee la
demarcación de la extensión temporal de la contingencia (insti-
• RE
al formular normas de sanción penal (nulla poena sine lege certa), im-
pediría estimar inaplicable una regulación – favorable al imputado
FLA
A
IBID
Es ciertamente correcto, empero, reconocer una exigencia equi-
valente de determinación precisa de la pena en la regla del inc. º
de la misma disposición, que presupone que la ley aplicable al
H
hecho ha determinado una pena específica, de modo tal que el
RO
delito “no se castigará con otra”. Así cabe entender incluida, por
vía interpretativa, la exigencia de una indicación precisa tanto
NP
de la naturaleza (o clase) de pena como de sus límites máximo
y mínimo. Mas ello no basta para poder entender sujetas a los
CIÓ
mismos estándares de formulación precisa y aplicación “estricta”
aquellas reglas que no conciernen la determinación del objeto
DUC
ni de los presupuestos un determinado hecho delictivo, como
tampoco la determinación de las consecuencias jurídicas espe-
cíficamente asociadas a ese hecho delictivo. PRO
3. LA PRESCRIPCIÓN DE LA ACCIÓN PENAL
BAJO LA PROHIBICIÓN DE RETROACTIVIDAD
• RE
3.1. EL PROBLEMA
En términos paralelos cabría esperar aquí la ulterior objeción de
que el argumento ya esbozado, orientado a rechazar la aplicación
010
del hecho: nulla poena sine lege praevia 15. Y esto, aun dejando en
suspenso, por el momento, si a la extinción de la responsabilidad
S IN
Merkel, 2004, 254 s.; decididamente Mezger, 1957, 420 s., con nota 25.
17 Roxin, 1997, § 5/56. En la doctrina chilena, vé. Oliver, 2007, 220.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page217
A
IBID
manera en que “la muerte del responsable” constituye una causa
de extinción de la responsabilidad (art. N° CP) no se ve
modificada por la circunstancia de que se la entienda como un
H
obstáculo sustantivo o procesal a la punición – lo cual, por lo
RO
demás, se ve suficientemente reflejado en el hecho de que, de
conformidad con las reglas del Código Procesal Penal, tales
NP
causas de extinción de la responsabilidad puedan constituir
causas de sobreseimiento definitivo al cierre de la investigación,
CIÓ
así como también oponerse a modo de excepciones de previo y
especial pronunciamiento.
DUC
Esto quiere decir, en otros términos, que la respuesta a la pregunta
de si el principio de irretroactividad de la ley penal alcanza o
no la regulación de la prescripción de la acción penal no puede
PRO
depender de una determinación nominal, sino más bien de una
determinación funcional.Y lo crucial a este respecto es si, a través
de la fijación de plazos de prescripción que condicionan tempo-
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
hecho 18. En la medida en que esta pregunta haya de ser respon-
010
A
IBID
abuso sexual de menores en relación con los cuales ya se hubie-
ran cumplido los respectivos plazos de prescripción o “limitación
estatutaria”, siempre que la misma se iniciara dentro de un año
H
tras presentada la primera denuncia de la (supuesta) víctima a la
RO
policía. La Corte resolvió que la ley resultaba contraria a la pros-
cripción constitucional de legislación penal ex post facto, estable-
NP
cida en los §§ y del art. I de la Constitución federal – y la
cual es entendida, doctrinariamente, como “la esencia del prin-
CIÓ
cipio de legalidad” (Dressler, 2001, 39 ss.).
La Corte recurrió al precedente de su pretérita decisión recaída
DUC
en el célebre caso Calder versus Bull (3 US 386), de , que había
establecido cuatro categorías de legislación contraria a la prohi-
bición de retroactividad 22. Teniendo esto a la vista, en Stogner la
PRO
Corte sostuvo que la ley de California, que alteraba plazos de
prescripción ya cumplidos, constituía una “ley que agrava un
crimen, o lo hace mayor que lo que era al ser cometido”, pero
• RE
22 3 US 390: “1st. Every law that makes an action, done before the passing of
the law, and which was innocent when done, criminal; and punishes such
action. 2nd. Every law that aggravates a crime, or makes it greater than it
TOR
was, when committed. 3rd. Every law that changes the punishment, and
inflicts a greater punishment, than the law annexed to the crime, when
committed. 4th. Every law that alters the legal rules of evidence, and receives
EDI
less, or different, testimony, than the law required at the time of the
commission of the offence, in order to convict the offender”.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page219
A
IBID
demostrar. A este respecto, es altamente significativa la cita a la
autoridad doctrinaria que la opinión de minoría, redactada por
el juez Kennedy, invocara en contra de la categorización hecha
H
suya por la opinión de mayoría, la cual explícitamente sostiene
RO
que una ley que reabre la posibilidad de una persecución penal
clausurada por un plazo de prescripción ya vencido no queda
NP
cubierta por la proscripción constitucional de legislación retro-
activa 23.
CIÓ
Y la conclusión no es más favorable tratándose de la argumenta-
ción dirigida a subsumir la ley impugnada bajo la categoría de
DUC
“leyes que reducen el quantum de evidencia requerido para
condenar”. Aquí, la opinión de mayoría razonaba en el sentido
de que la ley que habilitaba la persecución tras el cumplimiento
PRO
de los plazos de prescripción habría hecho posible una condena,
en circunstancias que de lo contrario, por estar vencido el plazo
en cuestión, “ningún quantum de evidencia sería suficiente para
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
referidas al establecimiento de la perpetración de un determi-
010
A
IBID
diciembre de – periodo dentro del cual los tribunales
alemanes, de conformidad con el derecho impuesto por las fuer-
zas de ocupación, carecieron de competencia para juzgar hechos
H
punibles perpetrados por nacionalsocialistas en contra de nacio-
RO
nales de las potencias aliadas o de Estados asociados con ellas.
En particular, y en lo que aquí interesa, el Tribunal resolvió que la
NP
“ley de cómputo” resultaba compatible con las exigencias
impuestas por el art. II de la Ley Fundamental alemana, con
CIÓ
arreglo al cual “un hecho sólo puede ser penado si su punibili-
dad se encontraba legalmente determinada antes de que el
DUC
hecho fuese cometido”. Para esto, el Tribunal sostuvo que el
principio de legalidad así consagrado comprende tanto una exi-
gencia de determinación legal del hecho punible (nullum crimen
PRO
sine lege) como una exigencia de determinación legal de la pena
asociada al hecho (nulla poena sine lege), cuyo fundamento último
se encontraría en el principio de culpabilidad (nulla poena sine
• RE
24 Al respecto, y para un balance parcialmente crítico, Lore, 1997, 128 ss., 239 s.
Manalich_Terror_FlandesIndiano 20/10/10 15:32 Page221
A
IBID
“sino que es otro subsistema dentro del amplio sistema integral
del derecho penal” (Ibíd., 95).
De esta observación trivial, sin embargo, Freund pretende extraer
H
la consecuencia –nada trivial – de que las condiciones procesal-
RO
mente relevantes, de cuya satisfacción depende el efectivo esta-
blecimiento de la responsabilidad jurídico-penal de una persona
NP
por un hecho delictivo, tendrían que ser entendidas como con-
diciones que co-determinan el carácter de injusto merecedor y
CIÓ
necesitado de sanción penal de ese hecho: “tampoco puede
constatarse un injusto penal relevante […] cuando se produce la
DUC
prescripción de la acción penal”, de modo tal que habría que
concluir que
PRO
en semejantes casos no existe necesidad alguna de reacción penal
y, por este motivo, la “constatación” de un injusto merecedor
(en sí mismo) de pena no tiene un fin que la legitime y, en con-
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
manifiestamente confundidas dos cuestiones que pueden y deben
010
A
IBID
delictivo respectivo. Pero esto vuelve imposible dar cuenta de
que la regulación legal puede configurar la prescripción de la
acción penal como causa de extinción de la responsabilidad, tal
H
como lo hace el art. N° del Código Penal chileno. De
RO
tomarse en serio la sugerencia de Freund, habría que llegar a la
conclusión que si se produce la prescripción de la acción penal
NP
en relación con un hecho delictivo determinado, éste habrá dejado
de constituir un injusto penalmente relevante. Pero entonces lo
CIÓ
mismo tendría que valer para todas las circunstancias que la
regulación equipara a la prescripción de la acción penal, como
DUC
causas de extinción de la responsabilidad penal. Habiéndose
otorgado un indulto particular al autor de un delito, ¿habría que
concluir que por esa circunstancia desparece el injusto jurídico-
PRO
penalmente relevante que le es personalmente imputable? De
ser éste el caso, sería incomprensible que el indulto no prive al
favorecido del “carácter de condenado para los efectos de la
• RE
A
IBID
penal sea entendida como un compromiso del Estado de derecho
que expresa un juicio de prudencia acerca del horizonte
temporal disponible para la persecución penal, esta pregunta
H
tiene que ser respondida negativamente (Lemke, 2005, ante §§ 78 ss./ 4.).
RO
Probablemente esto explique por qué Freund, de hecho, pone
entre comillas la expresión “constatación” cuando afirma, que
NP
habiendo prescripción de la acción penal, la “constatación” de
un injusto jurídico-penalmente relevante carecería de función.
CIÓ
Pues en tal caso la constatación de un injusto jurídico-
penalmente relevante es abiertamente funcional: sólo a partir de
DUC
la constatación de la realización de un injusto culpable puede,
en efecto, computarse siquiera el plazo de prescripción de la
correspondiente acción penal. PRO
En la medida en que tiene sentido diferenciar las condiciones de
constitución de un injusto culpable merecedor de sanción penal,
por un lado, de las condiciones de su reconocimiento jurisdic-
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
galidad, especificado como prohibición de retroactividad, al pri-
010
castigará con otra pena que la que señale una ley promulgada
S IN
alemán, referida a la historia del establecimiento del art. 103 de la Ley Fun-
damental (BVerfGE 25, 288).
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A
IBID
no resulta cubierta por la prohibición de retroactividad impuesta
por el principio de legalidad. Y si ello vale para el art. N° ,
inc. º, de la Constitución, entonces también vale para el art. ,
H
inc. º, del Código Penal: la regulación de la prescripción no
RO
cuenta como una “ley que castigue el delito” para efectos del
principio de irretroactividad.
NP
Lo anterior vale con total independencia de cuán plausible sea la
invocación del principio de culpabilidad como fundamento
CIÓ
material de la prohibición de retroactividad impuesta por el prin-
cipio de legalidad. Más allá de cuál sea el fundamento material
DUC
sobre el cual pretenda hacerse descansar el principio de legalidad
constitucionalmente reconocido, de ello no se sigue, sin más, cuál
sea el alcance de esa garantía; este alcance lo determina la (res-
PRO
pectiva) constitución 29. Pretender ampliar el alcance de la prohi-
bición de retroactividad, también cuando ello se hace en nombre
de un principio de exclusión de la arbitrariedad 30, es pretender
• RE
DE LA LEGISLACIÓN PROCESAL?
Cabe apuntar, sin embargo, que en la doctrina chilena reciente se
ha sostenido que, en atención al derecho aplicable, la determi-
NO
29 Por ende, no basta con aducir, como lo hace Jakobs (1991, 4/7 ss.), la con-
cepción del principio de legalidad, y de la prohibición de retroactividad en
FLA
30 Lore, 1997, 133 s., quien argumenta muy de cerca a la posición de Jakobs.
31 Donde la expresión “ideológicamente” se halla referida a la ideología –
“esencialmente conservadora” – del legalismo, que precisamente se funda
TOR
A
IBID
2007, 220, nota 249).
De ser esto correcto, resultaría que la discusión
precedente carecería de relevancia, en términos operativos, en
el contexto del derecho chileno, pues el estatus de la regulación
H
de la prescripción sería siempre el mismo, independientemente
RO
de si la prescripción de la acción penal ha de entenderse como
un obstáculo a la punibilidad o bien a la sola “perseguibilidad”
NP
del hecho. Pero ello no es el caso.
El art. del Código Procesal Penal establece que la legislación
CIÓ
procesal penal es aplicable a procesos ya iniciados, a menos que
(“a juicio del tribunal”) la ley anterior fuese más favorable al
DUC
imputado. Aquí hay que observar, de entrada, que la aplicabilidad
in actum de reglas procesales a procesos ya iniciados no consti-
tuye una aplicación retroactiva. Pues eso es precisamente lo que
PRO
significa que la legislación procesal sea aplicable in actum. Desde
el punto de vista del tiempo de los correspondientes actos pro-
cesales, entonces, la exclusión de esa aplicabilidad in actum con-
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
Esto quiere decir que por “ley anterior” ha de entenderse la ley
010
tración del delito, y antes del inicio del proceso. En tal caso, y
asumiendo que las reglas sobre prescripción constituyeran
DIA
4. PRESCRIPCIÓN, RETROACTIVIDAD
Y PROTECCIÓN DE LA CONFIANZA
FLA
A
IBID
posición por parte de Oliver, según quien la regulación de la pres-
cripción de la acción penal quedaría comprendida por el principio
de irretroactividad de la ley penal desfavorable (Oliver, 2007, 218 ss.) 32.
H
El argumento para ello se apoya en una estrategia de fundamenta-
RO
ción material del principio de irretroactividad, con arreglo a la
cual la única base consistente para la prohibición de vigencia y
NP
aplicación retroactiva de normas de sanción penal se encontraría
en la noción de seguridad jurídica, entendida subjetivamente (Oliver,
CIÓ
2007, 102 ss., 123 ss.) 33. El resultado al que llega Oliver consiste en una
DUC
bilidad del ordenamiento jurídico” por parte del ciudadano, en
términos tales que las exigencias estructurales susceptibles de ser
asociadas a una comprensión objetiva del desiderátum de segu-
PRO
ridad jurídica habrían de ser entendidas, en el sentido de una
“concepción subjetivo-objetiva”, como mecanismos que “con-
tribuirían a la posibilidad de dicho conocimiento” (Ibíd., 124 s.).
• RE
[p]ara que no sea imposible que las personas evalúen los riesgos
©2
de las normas penales” pueda dar cuenta, de hecho, del alcance preciso que
ha de atribuirse al principio de irretroactividad (Ibíd., 82 ss.).
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A
IBID
Esta comprensión de la relación funcional entre la norma de com-
portamiento y la norma de sanción supone adherir, de modo
más o menos consistente, a una concepción preventivo-general
H
de la pena, propia de la teoría de la coacción psicológica (vé. Oliver,
RO
2007, 77s.), al menos en el sentido de que la norma de sanción
NP
ejecución del hecho 36. Sin prejuzgar todavía la plausibilidad de
esta tesis, hay que advertir cuán fuerte es su implicación, que
CIÓ
Oliver no duda en validar explícitamente, a saber: que cualquier
alteración institucional de una circunstancia que pudiera incidir
DUC
en la predictibilidad de una eventual punición futura tendría que
quedar neutralizada mediante la garantía de seguridad jurídica
(subjetiva) que representa el principio de irretroactividad de la
PRO
ley penal.
4.2. EXIGENCIAS DE CULPABILIDAD DEMOCRÁTICA
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
como radicalmente estratégica, hasta el punto de volverse apenas
010
(vé. supra, II, 4.4., 5.3.). Pues el juicio de reproche jurídico-penal tiene
de neutralidad del derecho (vé. Mañalich, 2007, 183 ss.), no puede impo-
S IN
36 De ahí que Feuerbach (1989, § 86), en todo caso, argumentara a favor de una
EDI
A
IBID
de una exigencia de merecimiento.Y en definitiva, la única razón
que puede justificar el reproche de culpabilidad jurídico-penal
por la falta de reconocimiento de una norma como razón eficaz
H
para la acción se encuentra en la consideración de que, bajo un
RO
paradigma democrático, la norma quebrantada es una norma
que el autor del delito tiene que poder reconocer como válida
NP
en tanto norma suya. Pues sólo de este modo es posible entender
que el objeto del reproche de culpabilidad jurídico-penal con-
CIÓ
siste en la objetivación de un déficit de la medida de fidelidad
al derecho que cabía esperar del destinatario de la norma.
DUC
Ahora bien, que el ciudadano pueda prudencialmente motivarse a
seguir la norma de comportamiento en atención exclusiva a su
preferencia por evitar la irrogación del mal que representa la
PRO
eventual imposición y ejecución de la pena fijada en la norma
de sanción, no quiere decir que cualquier expectativa de evita-
ción de la punición que él pueda albergar haya de resultar jurí-
• RE
consistente, llega de hecho a esta conclusión (Ibíd., 229 ss., 238 ss.). El
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A
IBID
problema es que Oliver no reconoce que esa inferencia debería
contar, más bien, como una reducción al absurdo del argu-
mento que pretende determinar el alcance del principio de
H
irretroactividad partiendo de semejante noción de seguridad
RO
jurídica 37.
NP
4.3. LA PROTECCIÓN DE LA CONFIANZA
Y EL ESTADO DE DERECHO
Lo anterior no obsta, ciertamente, a que la protección de la
CIÓ
confianza del ciudadano frente a una eventual arbitrariedad
asociada a alteraciones del régimen de persecución penal pueda
DUC
constituir una tarea irrenunciable para el Estado de derecho. Pre-
cisamente en este sentido, el Tribunal Constitucional Federal
alemán, en su decisión previamente reseñada, admitió la exis-
PRO
tencia de una diferencia – constitucionalmente relevante – entre
la modificación posterior de plazos de prescripción aún no ven-
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
propia”), de otra. Mas esta diferencia no vendría exigida por la
010
37 Vé. Jakobs, 1991, 4/80 ss.: la mera identidad de efectos no equivale a una
EDI
A
IBID
ciudadano no puede invocar tal protección de la confianza, que
es corolario del principio del Estado de derecho, allí donde “su
confianza en la subsistencia de una determinada regulación legal
H
no puede justificadamente reclamar consideración por parte del
RO
legislador” (BVerfGE 25, 291). Esta proposición es decisiva para sostener
la falta de pertinencia del argumento de la seguridad jurídica
NP
frente a la situación de quienes, a través de una auto-amnistía,
pretendieron exonerarse de responsabilidad penal por hechos
CIÓ
delictivos cuya punibilidad se encontraba legalmente determi-
nada al momento de su comisión.
DUC
Según ya se sostuviera, la institución de la prescripción de la acción
penal – como también la institución de la prescripción de la pena
– puede ser entendida como una promesa del Estado de derecho:
PRO
el Estado de derecho no mantiene indefinidamente abierta la
contingencia de la punición.Y de conformidad con la estructura
de distribución de competencias que es propia de un Estado de
• RE
bastante más fuerte que la sola noción de que el poder estatal se encuentra
sometido a determinadas restricciones. Así, por ejemplo, Carré de Malberg,
1998, 223: “El sistema del Rechtsstaat presupone la posibilidad de una
EDI
A
IBID
Y esto quiere decir, por de pronto, que el Estado de derecho
honra sus promesas, paradigmáticamente por la vía de una apli-
cación imparcial de las normas a las cuales el mismo ha sometido
H
su propia actuación 40.
RO
4.4. EL DL 2191
NP
COMO OBSTÁCULO INSTITUCIONAL A LA PUNICIÓN
La confianza en que el Estado de derecho honrará su compromiso
es una confianza que el ciudadano ha de poder esgrimir en
CIÓ
contra de aquél. Pero esto no quiere decir que la protección de
confianza también haya de tenerse por merecida allí donde falla
DUC
un presupuesto elemental de la praxis de un Estado de derecho.
La confianza en que la regulación de la prescripción de la acción
penal será aplicada “normalmente” – y esto quiere decir: como
PRO
si la situación de aplicación fuese la del caso normal – a favor
de quienes se vieron resguardados frente a una persecución
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
deración de parte del Estado de derecho, y ya por la misma
010
(2002, 315) afirma que “todo Estado es un Estado de derecho, dado que esta
expresión es pleonástica”.
40 Vé. Jellinek, 2000, 348: “Todas las normas llevan consigo esta afirmación:
IAL
que habrán de ser guardadas y tenidas por inviolables, en tanto que no sean
derogadas conforme a derecho”.
41 Así Bascuñán, 2003, 340: “Demás está decirlo, la autoexoneración mediante
TOR
A
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tido de la doctrina Aylwin (vé. supra, IV, 2.1.). En tal caso, el ejercicio
de la acción penal habrá suspendido el plazo de prescripción.
Pero al terminar el proceso por el sobreseimiento definitivo
H
correspondiente, al que inexorablemente tendría que haber
RO
conducido el reconocimiento judicial de la amnistía como causa
de extinción de la responsabilidad penal, el plazo habrá tenido
NP
que volver a correr como si nunca se hubiese suspendido, tal
como lo dispone el art. del Código Penal 43.
CIÓ
Esto último exige reconocer el efecto que la auto-amnistía de
todas formas habrá tenido a modo de inhibición institucional de
DUC
la persecución penal de los hechos en cuestión, en tanto su
validez no haya sido (efectivamente) puesta en entredicho. Pues
el reconocimiento del efecto inhibitorio de la persecución penal
PRO
de la amnistía es enteramente consistente con el fundamento
para la declaración de su invalidez: a saber, su efecto de auto-
exoneración. A este respecto es decisivo recordar, para decirlo
• RE
A
IBID
cripción tendría que empezar (o volver) a correr en estos casos
necesitaría hacerse depender, por lo mismo, de un recono-
cimiento institucional concluyente de la invalidez relativa del
H
DL .
RO
5. LA INAPLICABILIDAD DE LA “MEDIA PRESCRIPCIÓN”
NP
Sobre la base del argumento precedente, es posible examinar,
finalmente, la cuestión de si la regla del art. del Código
CIÓ
Penal, referida a la así llamada prescripción gradual o “media
prescripción”, puede resultar aplicable tratándose de casos en
DUC
que las reglas sobre la “plena prescripción”, en tanto causa de
extinción de la responsabilidad, no lo son, de conformidad con
la tesis aquí propuesta. A este respecto, lo más llamativo de una
PRO
reciente cierta línea jurisprudencial, relativa a casos (o “episo-
dios”) de crímenes perpetrados por agentes del Estado durante
la dictadura militar, se encuentra en la proposición de que a
• RE
TERROR ,… • V . ¿ PRESCRIPCIÓN …? •
pondiente acción penal sería imprescriptible –, de todas formas
010
a las reglas de los arts. y siguientes del mismo Código Penal 47,
FLA
“ MEDIA
A
IBID
cuyo presupuesto de aplicabilidad está constituido por el trans-
curso de la mitad del plazo de prescripción correspondiente, ya
sea de la acción penal, ya sea de la pena. Pero que la prescripción
H
gradual opere, en estos términos, como una específica circuns-
RO
tancia modificatoria de la responsabilidad –y esto quiere decir,
como criterio de concreción del marco penal – no modifica el
NP
hecho de que se trata de una institución funcionalmente parasi-
taria frente a la respectiva modalidad de (“plena”) prescripción
CIÓ
de que se trate (vé. Guzmán Dalbora, 2002, 484) 48.
Por ende, el argumento a favor de la inaplicabilidad de la regla de
DUC
la prescripción gradual no necesita hacerse reposar en la
supuesta imprescriptibilidad general de los hechos delictivos
respectivos, así como tampoco en una invocación del principio
PRO
de proporcionalidad de la sanción penal 49. Pues de ser esto
último plausible, ello tendría que contar, más bien, como un
alegato a favor de la derogación misma del art. del Código
• RE
todos Yuseff, 2005, 163 s. A favor de la primera tesis, vé. sin embargo
Quezada, 1956, 92 (nota a); Guzmán Dalbora, 2002, 484. Entre ambos plan-
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