LA EVOLUCIÓN DE LA
JUSTICIA CONSTITUCIONAL
LA EVOLUCIÓN DE LA JUSTICIA
CONSTITUCIONAL
DYKINSON-CONSTITUCIONAL
Francisco Fernández Segado
LA EVOLUCIÓN DE LA JUSTICIA
CONSTITUCIONAL
DYKINSON-CONSTITUCIONAL
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Colección Dykinson-Constitucional
Director: Prof. Dr. Francisco Fernandez Segado
© Copyright by
Francisco Fernández Segado
Maquetación:
BALAGUER VALDIVIA, S.L. - german.balaguer@gmail.com
A Toni, mi mujer,
por tantas y tantas cosas
Francisco Fernández Segado
PRÓLOGO .................................................................................................... 31
PRIMERA PARTE
LOS INICIOS DE LA JUDICIAL REVIEW ................................................... 35
I. Los orígenes de la judicial review ............................................... 37
II. La judicial review en la pre-Marshall Court (1790-1801).......... 337
III. El background de la sentencia Marbury v. Madison ................. 399
IV. La sentencia Marbury v. Madison ................................................ 603
V. La primera decisión constitucional de la Supreme Court con
base en la contract clause: el caso Fletcher v. Peck (1810) y
la primera declaración de inconstitucionalidad de una ley
estatal ............................................................................................... 701
SEGUNDA PARTE
LOS MODELOS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL ................................. 923
Vi. La búsqueda de una nueva tipología explicativa de los
sistemas de justicia constitucional .............................................. 925
TERCERA PARTE
OMISIONES LEGISLATIVAS Y CONTROL DE
CONSTITUCIONALIDAD ............................................................................. 1015
VII. El control de constitucionalidad de las omisiones legislativas.
Algunas cuestiones dogmáticas ...................................................... 1017
12 ÍNDICE GENERAL ABREVIADO
CUARTA PARTE
LOS DISSENTS EN LA JUSTICIA CONSTITUCIONAL ............................ 1181
X. El Justice Oliver Wendell Holmes: “the Great Dissenter” de
la Supreme Court............................................................................. 1183
XI. La recepción del Sondervotum en Alemania .............................. 1223
QUINTA PARTE
LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES ............... 1267
XII. Algunas reflexiones generales en torno a los efectos de las
sentencias de inconstitucionalidad y a la relatividad de
ciertas fórmulas estereotipadas vinculadas a ellas................... 1269
SEXTA PARTE
LOS TRIBUNALES CONSTITUCIONALES, DE LEGISLADORES
NEGATIVOS A POSITIVOS ......................................................................... 1331
XIII. El Tribunal Constitucional español como legislador positivo .. 1333
SÉPTIMA PARTE
JUSTICIA CONSTITUCIONAL, ESTADO DE DERECHO Y LIBERTAD . 1389
XIV. Comentarios bibliográficos ........................................................... 1391
PRÓLOGO
El libro que el lector tiene entre las manos recopila los artículos publicados por
el autor en el ámbito de la justicia constitucional en los cuatro años que median
entre el verano del 2008 y el otoño del 2012. Son todos ellos artículos elaborados
y redactados ex novo, aunque en algunos casos, no en todos, desde luego, el autor
haya tenido especialmente en cuenta o, en su caso, partido de trabajos preceden-
tes. Hay algunas excepciones, pues el trabajo relativo a la sentencia Marbury v.
Madison es completamente nuevo, aunque ya se haya publicado, mientras que el
dedicado al caso Fletcher v. Peck ha sido elaborado específicamente para este libro
y, por supuesto, se trata de un trabajo inédito.
La parte central de esta obra es la dedicada a los inicios de la judicial review,
que se enmarca en una investigación en profundidad sobre la Marshall Court y
sus extraordinarias aportaciones al Derecho constitucional norteamericano, lo
que es tanto como decir, al Derecho constitucional universal. Esta investigación,
que va más allá de lo estrictamente relacionado con la judicial review, se halla en
curso y aún requerirá de unos años adicionales.
Hemos optado por referirnos en el título del libro a la evolución de la justicia
constitucional, porque creemos que a ese rótulo pueden reconducirse, con
mayores o menores matices, las diversas partes que en él abordamos. La judicial
review, lejos de ser creada de resultas de la genialidad de un Juez, sin duda genial,
valorada globalmente su trayectoria, es fruto inequívoco de un proceso evolutivo
que se remonta al siglo XVII inglés y que tiene significados antecedentes en
la época colonial. La propia jurisprudencia de la Marshall Court fue dando un
desarrollo evolutivo a la Constitución norteamericana a través de los nuevos retos
y problemas a los que se debió enfrentar. La contract clause es un ejemplo paradig-
mático de ello. A su vez, los modelos de la justicia constitucional se nos presentan
como esencialmente dinámicos y evolutivos, y es por ello mismo por lo que las
categorizaciones con que se les identificaban tradicionalmente han quedado
obsoletas, haciéndose inexcusable la búsqueda de nuevas categorías explicativas.
32 PRÓLOGO
SUMARIO
* Artículo inicialmente publicado en la Revista de las Cortes Generales, nº 82, primer cuatrimestre
de 2011. En la versión que ahora publicamos ha sido revisado, ampliado y redactado completamente
ex novo en todo lo relativo al Bonham´s Case y a la evolución de la judicial review en la etapa colonial.
38 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
legislación colonial con las Charters. El caso Giddings v. Brown (1657). e) La revisión de la
legislación colonial por el Privy Council y su ocasional aplicación del ultra vires principle. El
caso Winthrop v. Lechmere (1727). f) James Otis y el Writs of assistance Case: a´) El instituto
del writ of assistance. b´) Los hechos del caso. c´) La argumentación de Otis. d´) Suspensión
del proceso y ulterior decisión del Tribunal (noviembre de 1761). e´) La trayectoria posterior
de James Otis. g) La puesta de manifiesto de la vivacidad de la doctrina a través de otros
hechos posteriores. B) La etapa pre-constitucional: a) La Declaración de Independencia.
b) Algunos posicionamientos significativos sobre dos ideas conexas: la de un fundamental
law y la de la judicial review. c) Las Constituciones estatales. d) Los tribunales estatales
y los primeros casos de ejercicio por los mismos de la judicial review. C) La Convención
Constitucional. Su posicionamiento ante la judicial review. D) Las Convenciones estatales
de ratificación de la Constitución federal: a) Algunos posicionamientos sobre la judicial
review en las Convenciones. b) La Convención de Nueva York y los Federalist Papers. La
construcción dogmática de Hamilton a favor de la judicial review en el Nº 78. E) El primer
Congreso y la Judiciary Act de 1789. F) La judicial review en la última década del siglo XVIII:
a) El ejercicio de la facultad de revisión judicial por los Circuit Courts y por los tribunales
estatales. b) La posición de la pre-Marshall Court ante la judicial review.– 4. La culminación
del proceso: la Marbury v. Madison opinion, una decisión que va mucho más allá de la
positivación de la doctrina de la judicial review.– 5. Bibliografía manejada.–
1
En tal sentido, William Michael TREANOR: “Judicial Review Before Marbury”, en Stanford Law
Review (Stan. L. Rev.), Vol. 58, 2005-2006, pp. 455 y ss.; en concreto, p. 460.
2
Warren, sin ningún género de dudas, el mejor historiador sobre la Supreme Court, apuntaba en
1913 que en los dos años inmediatos anteriores había habido mucha agitación dirigida contra la Corte
Suprema, con frecuentes referencias a la “oligarquía judicial” y a la “usurpación”, y con demandas
de cambios fundamentales en el sistema judicial de los Estados Unidos. Charles WARREN: “The
Progresiveness of the United States Supreme Court”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Vol.
XIII, 1913, pp. 294 y ss.; en concreto, p. 294.
3
Meigs, en 1906, se hacía eco de cómo el año anterior el Prof. Gardiner, de la Universidad de
Columbia, en una conferencia ante la “Pennsylvania State Bar Association”, había defendido que el
Ejecutivo federal disponía de un poder legítimo para hacer lo que creyera deseable dentro del marco
de sus funciones, sin que ninguna agencia gubernamental pudiera detenerlo, mientras que el Prof.
Trickett, de la Facultad de Derecho del “Dickinson College”, en un artículo publicado en la American
Law Review, sostenía que la que a menudo ha sido llamada doctrina americana de la facultad de los
tribunales para considerar las leyes inconstitucionales era una gran usurpación. William M. MEIGS:
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 39
“Some Recent Attacks on the American Doctrine of Judicial Power”, en American Law Review (Am.
L. Rev.), Vol. 40, 1906, pp. 641 y ss.; en concreto, pp. 642-643.
4
“Having reviewed the general form of the proposed government, and the general mass of power
allotted to it –se puede leer en el núm. 47 del Federalista, escrito por Madison– I proceed to examine
the particular structure of this government, and the distribution of this mass of power among its
constituent parts”. “One of the principal objections inculcated by the more respectable adversaries
to the constitution, –continua escribiendo Madison– is its supposed violation of the political maxim,
that the legislative, executive, and judiciary departments, ought to be separate and distinct”. Alexander
HAMILTON, James MADISON and John JAY: The Federalist or, the New Constitution. Manejamos
el texto editado con una Introducción y con Notas por Max Beloff, Basil Blackwell, Oxford (Great
Britain), 1948. El núm. XLVII, en pp. 245 y ss.
5
Sylvester PENNOYER: “The Income Tax Decision and the Power of the Supreme Court to
Nullify Acts of Congress”, en American Law Review (Am. L. Rev.), Vol. 29, 1895, pp. 550 y ss.; en
concreto, p. 552.
40 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
6
Charles WARREN: “The Progresiveness of the United States Supreme Court”, op. cit., p. 295.
7
William H. REHNQUIST: The Supreme Court. How It Was Waw It Is, Quill/William Morrow,
New York, 1987, p. 205.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 41
8
Jack N. RAKOVE: “The Origins of Judicial Review: A Plea for New Contexts”, en Stanford Law
Review (Stan. L. Rev.), Vol. 49, 1996-1997, pp. 1031 y ss.; en concreto, p. 1041.
9
El propio Rakove recurre a una ingeniosa comparación para establecer el “status”, por así decirlo,
de la judicial review y del federalismo en los estudios del Derecho constitucional norteamericano:
mientras la primera es la reina reinante en la corte de las ciencias constitucionales, el federalismo
encarna la menor majestad de la nobleza inferior (“the lesser majesty of the lower nobility”). Jack N.
RAKOVE, en Ibidem, p. 1041.
10
“(T)he institution of the judiciary –escribe Bickel– needed to be summoned up out of the
constitutional vapors, shaped, and maintained; and the Great Chief Justice, John Marshall –not
singlehanded, but first and foremost– was there to do it and did. If any social process can be said
to have been ´done` at a given time and by a given act, it is Marshall´s achievement. The time was
1803; the act was the decision in the case of Marbury v. Madison”. Alexander M. BICKEL: The Least
Dangerous Branch (The Supreme Court at the Bar of Politics), 2nd edition, Yale University Press, New
Haven and London, 1986 (first published in 1962 by the Bobbs-Merrill Company, Inc.), p. 1.
11
Alexander M. BICKEL, en Ibidem, p. 14.
12
William W. VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison”, en Duke Law Journal
(Duke L. J.), Vol. 1969, number 1, January 1969, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 1.
42 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
13
Jack N. RAKOVE: “The Origins of Judicial Review...”, op. cit., p. 1035.
14
Maeva MARCUS: “The Founding Fathers, Marbury v. Madison – and so what?”, en Constitutional
Justice Under Old Constitutions, edited by Eivind Smith, Kluwer Law International, The Hague/
London/Boston, 1995, pp. 23 y ss.; en concreto, p. 44. Goldstone, a su vez, recuerda que el impacto de
Marbury se extiende más allá de los precedentes jurídicos para llegar a ser “a cornerstone of American
government itself”. Lawrence GOLDSTONE: The Activist (John Marshall, Marbury v. Madison, and
the Myth of Judicial Review), Walker & Company, New York, 2008, p. 2.
15
Robert Lowry CLINTON: “Marbury v. Madison, Judicial Review, and Constitutional Supremacy
in the Nineteenth Century”, en Marbury versus Madison. Documents and Commentary, Mark A. Graber
and Michael Perhac, editors, CQ Press (A Division of Congressional Quarterly Inc.), Washington, D.C.,
2002, pp. 73 y ss.; en concreto, p. 99.
16
Es ésta una consideración generalmente admitida por la doctrina. Así, por ejemplo, Robert
Lowry CLINTON, en “Marbury v. Madison, Judicial Review...”, op. cit., p. 73.
17
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (I)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 102 y ss.
18
Paul W. KAHN: The Reign of Law (Marbury v. Madison and the Construction of America), Yale
University Press, New Haven and London, 1997, p. 4.
19
Así nos lo recuerda, entre otros autores, Goldstone. Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op.
cit., p. 6.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 43
III. Frente al sector doctrinal que se alinea en la posición liderada por Bickel,
existe, sin embargo, una mayoritaria communis opinio acerca del hecho de que
el principio de la judicial review se hallaba razonablemente bien establecido en el
momento de aprobarse la Marbury decision20. Un jurista de tanto peso específico
como el Chief Justice Warren Burger lo aclara, a nuestro entender, con meridiana
claridad. Se asume a menudo, razona Burger21, que la doctrina de la judicial review
fue invención del Chief Justice Marshall en la más famosa de todas sus sentencias.
Es verdad, por supuesto, que el Chief Justice anunció en primer término esta
doctrina clave en el Marbury case. Pero Marshall no fue y nunca reclamó ser el
creador de la doctrina, ya que él era bien consciente de la creciente aceptación de
la idea de que la “constitutional adjudication” era inherente a la propia naturaleza
de una Constitución escrita. Es absolutamente claro, añade Burger más adelante22,
que la doctrina americana de la judicial review hunde sus raíces en el pensamiento
jurídico inglés23. A este respecto, quizá fuera más importante la difusión de ideas
generales conducentes a la aceptación de la judicial review, que la existencia
de precedentes específicos24, sin que ello quiera decir, a nuestro entender, que
no existían tales precedentes. Quizá por lo mismo, la cuestión de la facultad de
revisión judicial recibió una escasa atención en el momento de hacerse pública
la célebre sentencia, lo que sugiere que las reflexiones de Marshall respecto a la
autoridad de los tribunales para pronunciarse acerca de la constitucionalidad
de la legislación del Congreso no eran algo que suscitara una especial polémica.
Significativamente, una doctrina mayoritaria ha puesto de relieve25, que
los críticos de la decisión, incluyendo a Thomas Jefferson, dirigieron su ira
(“directed their ire”) no hacia el ejercicio de la judicial review llevado a cabo
por la sentencia, sino más bien a las implicaciones que para el principio de la
separación de poderes tenía la indicación de que la Corte podía conceder un
writ of mandamus frente a un funcionario del Gabinete. En una dirección muy
20
Así, para Treanor, “the dominant scholarly view differs from Bickel´s in that it acknowledges the
existence of judicial review before Marbury, but sees it as limited in scope and as a rarity”. William
Michael TREANOR: “Judicial Review Before Marbury”, op. cit., p. 461.
21
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review. Mr. Marshall, Mr. Jefferson, and Mr.
Marbury”, en Current Legal Problems (Faculty of Laws. University College London), Volume 25, 1972,
pp. 1 y ss.; en concreto, p. 4.
22
Ibidem, p. 6.
23
De modo análogo, Wright, tras afirmar que la facultad de los tribunales para pronunciarse
sobre la constitucionalidad de la legislación no fue inventada por los Founding Fathers, añade que
es claro que los orígenes últimos de la institución son parte de ese tejido sin costura de la historia
(“of that seamless web of history”) que Maitland encontró cuando vino a enfrentarse con el primer
período de la historia jurídica inglesa. Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional
Law, Phoenix Books/University of Chicago Press, Chicago and London, reprinted, 1967 (first edition
by The University of Chicago Press and the University of Toronto Press, 1942), p. 9.
24
En análogo sentido, Kathleen M. SULLIVAN and Gerald GUNTHER: Constitutional Law,
Foundation Press–Thomson, sixteenth edition, New York, 2007, p. 12.
25
Así, entre otros varios, Davison M. DOUGLAS: “The Rhetorical Uses of Marbury v. Madison:
The Emergence of a <Great Case>”, en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Vol. 38, 2003,
pp. 375 y ss.; en concreto, p. 381.
44 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
próxima, Klarman aduce26, que una convincente prueba de que la judicial review
era aceptada antes de Marbury se encuentra en el hecho de que fue la conside-
ración jurisprudencial de que el Presidente y su Gabinete se hallaban sujetos al
proceso judicial e, implícitamente, que el Congreso tenía autoridad para limitar
la facultad presidencial de destituir a los funcionarios gubernamentales que
hubiera nombrado, y no el reconocimiento de la facultad de la judicial review, lo
que despertó la ira Jeffersoniana frente a la decisión, desencadenando amenazas
de venganza (“threats of retaliation”) contra la Corte Suprema. Y en similar di-
rección, Schwartz27, frente a quienes han venido cuestionando largo tiempo si la
reivindicación por la Marshall Court de la facultad de revisión estaba justificada
por la Constitución o era, por contra, un acto de usurpación judicial, señala que
esa doctrina pierde de vista el hecho de que Marbury v. Madison, simplemente,
confirmó una teoría que era parte de la tradición jurídica americana de la época,
derivando tanto de la experiencia colonial como de la revolucionaria. Más aún,
uno puede ir más lejos, hasta considerar que la judicial review era la premisa
mayor inarticulada (“the inarticulate major premise”) sobre la que se basó el
movimiento para redactar la Constitución y el Bill of Rights.
No ha de extrañar por otro lado que ello fuera así, por cuanto, a nuestro modo
de ver, la idea general de la judicial review, al igual que la noción de higher law,
ya se encontraban arraigadas en la experiencia colonial y, más tarde, también
se incardinarían en la estatal. Ciertamente, la Constitución no iba a contemplar
de modo específico la facultad de la judicial review, pero no es menos cierto que
puede sostenerse que la arquitectura del documento, de resultas especialmente
de la yuxtaposición de los artículos III y VI y del espíritu del rule of law que lo
impregnó en su totalidad, parecía conducir hacia algunas formas de control
judicial28. Bien significativo al respecto es el hecho de que los Federalistas (los
comentarios de Alexander Hamilton en el número 78 de The Federalist Papers)
y los anti-Federalistas (las reflexiones vertidas por “Brutus”, seudónimo, según
todos los indicios, de Robert Yates) concordaran en que la judicial review estaba
incluida en las disposiciones constitucionales29. En análogo sentido, Corwin cree
que no se puede dudar razonablemente de que los miembros de la Convención
de 1787 pensaron que la Constitución aseguraba a los tribunales de los Estados
26
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, pp. 1116-1117.
27
Bernard SCHWARTZ: Some Makers of American Law, Ajoy Law House–Oceana Publications,
Inc., Calcutta/Dobbs Ferry, New York, 1985, p. 35.
28
Análogamente, R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme Court,
Louisiana State University Press, Baton Rouge, 2001, pp. 170-171.
En análoga posición, White constata que la facultad de la judicial review, aunque no explícitamente
sancionada hasta Marbury, había sido muy defendida en el tiempo de los autores de la Constitución
y fue una posición intelectual respetable en el ambiente de la jurisprudencia de fines del siglo XVIII.
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition (Profiles of Leading American Judges), Oxford
University Press, New York/Oxford, 1988, p. 24.
29
Para un mayor detalle, cfr. Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: “Los primeros pasos del Tribunal
Supremo norteamericano: la pre-Marshall Court (1790-1801)”, en Revista de Direito Público (Instituto
de Direito Público), Ano II, Nº 4, Lisboa, Julho/Dezembro 2010, pp. 9 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 45
30
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. XII, 1913-1914, pp. 538 y ss.; en concreto, p. 543.
31
Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, Foundation Press, 3rd edition, New York,
2000, Vol. one, p. 212.
32
Robert L. CLINTON: “Historical Constitutionalism and Judicial Review in America”, en Policy
Studies Journal, Vol. 19, No. 1, Fall 1990, , pp. 173 y ss.; en concreto, p. 175.
33
Scott Douglas GERBER: “The Myth of Marbury v. Madison and the Origins of Judicial Review”,
en Marbury versus Madison. Documents and Commentary, Mark A, Graber and Michael Perhac, Editors,
CQ Press (A Division of Congressional Quarterly Inc.), Washington D.C., 2002, pp. 1 y ss.; en concreto,
pp. 2 y 13.
34
Albert J. BEVERIDGE: The Life of John Marshall, 4 vols., Houghton Mifflin, Boston, 1916.
35
Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, Volume I, William Godwin, Inc., New York, 1932,
pp. 219-220.
46 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
36
William M. MEIGS: “The Relation of the Judiciary to the Constitution”, en American Law Review
(Am. L. Rev.), Vol. 19, 1885, pp. 175 y ss.; en concreto, p. 177. Veinte años después, Meigs insistía
en su idea en los siguientes términos: “Long before Marbury v. Madison, before the meeting of the
Constitutional Convention of 1787, and even before the Revolution, our people were being forced on
towards the doctrine in question by the drift of circumstances and by a gradual growth of opinion. It
was emphatically an evolution”. William M. MEIGS: “Some Recent Attacks on the American Doctrine
of Judicial Power”, op. cit., p. 649.
37
Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, en Political Science Quarterly,
Vol. 27, No. 1, March 1912, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 34.
38
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review”, en Suffolk University Law Review (Suffolk U.
L. Rev.), Vol. XXII, 1988, pp. 1293 y ss.; en concreto, p. 1293. Vale la pena reproducir en su literalidad
la reflexión de Wood: “The sources of such power (the power of judicial review), such judicial authority,
lie not in any decisions of the Supreme Court, such as Marbury v. Madison, or in the legal career of
John Marshall, as important as that was, or even in the history of the Supreme Court. Only the history
of American jurisprudence, only the history of American legal culture as a whole, can explain the
development of this extraordinary power” (p. 1293).
39
Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, op. cit., Vol. I, p. 220.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 47
deprimente sentencia con la que zanjó el Dred Scott Case, 1857)40, no lo es menos
que la Marshall Court utilizó esta doctrina para invalidar diversas leyes estatales.
No es en modo alguno pretensión de este trabajo entrar en un exhaustivo
detalle en los antecedentes históricos de la judicial review; ello, por lo demás,
requeriría de una extensión de la que no disponemos. Sin embargo, sí quisiéramos
efectuar algunas reflexiones al respecto. Con ellas queremos tratar de mostrar,
que la doctrina de la revisión judicial de la constitucionalidad de las leyes o, más
ampliamente, de la conformidad de las leyes con un fundamental law, se hallaba
en 1803 claramente arraigada en la tradición jurídica americana, encontrando
sus más remotos orígenes en la época colonial41. En consecuencia, el punto de
partida de una investigación sobre los orígenes de la judicial review no puede tener
como único referente la decisión Marbury v. Madison. Su trascendencia está fuera
de toda duda, pero la doctrina que nos ocupa no nace con esta sentencia. Como
tantas grandes concepciones, “the idea of judicial review of legislation now seems
simple and inevitable in the perspective of history”42.
40
Se ha especulado como posible causa de esa “congelación” de la que podría denominarse
“national judicial review” (frente a la “federal judicial review”) el hecho de que en todos los asuntos
económicos los intereses de la propiedad favorecieron la expansión del poder nacional frente al de los
Estados. En tan sentido, Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, en Columbia
Law Review (Colum. L. Rev.), Vol. XXXIX, 1939, pp. 396 y ss.; en concreto, p. 409.
41
Charles F. Hobson, editor de los volúmenes quinto a noveno de la monumental obra, The Papers of
John Marshall, escribe al respecto: “The proper starting point for an inquiry into the origins of judicial
review is the colonial period”. Charles F. HOBSON: “The Origins of Judicial Review: A Historian´s
Explanation”, en Washington and Lee Law Review (Wash. & Lee L. Rev.), Vol. 56, 1999, pp. 811 y ss.;
en concreto, p. 813.
42
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review...”, op. cit., p. 15.
43
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, en Harvard Law Review
(Harv. L. Rev.), Vol. XL, 1926-1927, pp. 30 y ss.; en concreto, p. 68. Este artículo, con igual título,
ha sido asimismo publicado en la obra Law, Liberty, and Parliament. Selected Essays on the Writings
of Sir Edward Coke, edited and with an Introduction by Allen D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis
(Indiana), 2004, pp. 150 y ss. Nuestras citas van referidas al artículo publicado en la Harv. L. Rev.
48 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
aún algo de novedad y la cubrió con un nuevo espíritu (“filled it with a new spirit”),
el producto de su propio genio (“the product of his own genius”). El resultado fue
realmente una nueva doctrina, bien que, según pensaba el propio Coke, reforzada
con precedentes indiscutibles de la Edad Media, pues Coke sabía bien que sin tal
apoyo esa doctrina no habría tenido ningún valor. Una decena de años después,
Thorne, Profesor de la “Northwestern University School of Law”, iba a cuestionar la
tesis de Plucknett. Thorne argumentaba44, que para el conocido Profesor de Harvard,
en ninguno de los casos que se mencionaban en la sentencia a modo de posibles
precedentes, se cuestionaba la naturaleza de las leyes o se planteaba una cuestión
constitucional, tras lo que Thorne añadía, que tampoco tal cuestión se iba a suscitar
en el Bonham´s case, para concluir que “these cases, then, support no theory of higher
law, binding upon Parliament and making Acts that contravene it void”45. Por el
contrario, se trataba meramente de casos de strict interpretation, que parecían haber
producido un resultado distinto del que pretendía el legislador. En la época del caso
que nos ocupa, los jueces tenían amplias facultades para la interpretación legal, si
bien la posición de Coke, que hace caso omiso de la disposición legal, va claramente
más allá de las mismas, por lo que hay que entender que la sentencia encuentra su
explicación en la consideración de que la interpretación legal permite que un texto
legal sea considerado en un sentido contrario a sus palabras para soslayar la injusticia
o iniquidad que las mismas pudieran albergar, pues, según el propio Thorne, si algún
absurdo o contradicción se siguiera de un texto legal, éste no merecería el nombre
de ley (“if any iniquity should be gathered of them, or if any absurdity or contraryty
should follow, they do not so much deserve the name of laws”).
No vamos por el momento a detenernos en la polémica. Sin embargo, sí
anticiparemos que, independientemente ya de lo que Sir Edward Coke pretendiera
con su dictum en el Bonham´s case, lo cierto y verdad es que en las colonias del
otro lado del Atlántico tal dictum no sólo llegó a ser bien pronto una parte esencial
de esa facultad de revisión judicial que iban a ejercer los tribunales americanos,
anulando normas legales sobre la base de un conflicto constitucional, sino que,
como se ha dicho46, también iba a propiciar el test of reasonableness, que es la
última razón de ser del poder judicial. Innecesario es decir que la fuerza que
alienta una idea no es necesariamente medible por su verdad47.
Desde el siglo XVII, Coke, “un poeta de la sabiduría judicial y de la artesanía
jurídica, antes que un profeta del cambio”, como lo ha caracterizado Boyer48, uno
44
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, en Law Quarterly Review (L. Q. Rev.), Vol. 54, 1938, pp.
543 y ss.; en concreto, p. 550.
45
Ibidem, p. 551.
46
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance of Lord Coke´s
Influence”, en University of Washington Law Review (Wash. L. Rev.), (School of Law. University of
Washington. Seattle, Washington), Vol. 41, 1966, pp. 297 y ss.; en concreto, p. 314.
47
En sentido análogo, Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction or Con-
stitutional Theory?”, en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 117, 1968-1969,
pp. 521 y ss.; en concreto, p. 522.
48
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>: Sir Edward Coke and the
Elizabethan Origins of Judicial Review”, en Boston College Law Review (B. C. L. Rev.), Vol. XXXIX,
1997-1998, pp. 43 y ss.; en concreto, p. 43.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 49
49
Charles F. MULLETT: “Coke and the American Revolution”, en Economica (The London School
of Economics and Political Science), No. 38, November, 1932, pp. 457 y ss.; en concreto, p. 468.
50
Así lo refleja Barnes, quien habla de la reputación ganada por Coke como “a masterful
conveyancer”. Thomas G. BARNES: “Introduction to Coke´s <Commentary on Littleton>”, en Law,
Liberty, and Parliament (Selected Essays on the Writings of Sir Edward Coke), edited by Allen D. Boyer,
Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2004, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5.
51
Allen D. BOYER: “Introduction”, en Law, Liberty, and Parliament. Selected Essays on the Writings
of Sir Edward Coke, op. cit., pp. VII y ss.; en concreto, p. VII.
52
Thomas G. BARNES: “Introduction to Coke´s <Commentary on Littleton>”, op. cit., p. 8.
50 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
1601; el proceso contra Sir Walter Raleigh y los supuestos conspiradores para
matar al Rey Jaime, sustituyéndolo en el trono por su prima Arabella Stuart,
en el que la doctrina ha puesto de relieve que se mostró como un maestro de la
invectiva53, y el proceso contra los católicos fanáticos que en 1605 intentaron lo que
se ha tildado como “the most spectacular stroke of political terrorism in history”,
volar al Rey y a la totalidad del Parlamento con pólvora.
En junio de 1606, Coke fue nombrado Chief Justice de la Court of Common
Pleas, habiéndose destacado que Coke, en casi un siglo, fue el primer juez en ac-
ceder al Common Pleas sin haber antes ejercido ante el tribunal como abogado. Él
lo fue en realidad durante un sólo día, y esta falta de experiencia, en modo alguno
indiciaria de ignorancia o desconocimiento, supuso un señalado rasgo diferencial
tanto frente a sus predecesores como frente a sus propios colegas del tribunal.
Siete años después (en 1613) accedió a la presidencia del King´s Bench. Aunque
nominalmente este nombramiento suponía un ascenso, en la realidad entrañaba
más bien lo contrario (Barnes dice que supuso “a veritable kick upstairs”54), tanto
desde el punto de vista de sus ingresos como de su poder; también popularmente,
el cambio de órgano judicial se percibió como una reprimenda tras la que se
vio una estratagema de su omnipresente enemigo Francis Bacon. Coke ostentó
su nueva responsabilidad tan sólo durante tres años, siendo éste un período
turbulento debido a sus enfrentamientos con el Rey Jaime I y con el Arzobispo
de Canterbury. A fines de junio de 1616, Coke fue suspendido de su puesto en el
Privy Council, y el 16 de noviembre, cesado en la Chief Justiceship55. Se le ordenó
53
Frente a los abusos de la acusación, recuerda Sosin, Raleigh preguntó si se le permitía hablar
por sí mismo, a lo que Coke replicó que no se le permitía. Sir Walter Raleigh protestó aduciendo,
que para la Corona proceder con tan sólo una circunstancial evidencia, sin dos testigos, era tanto
como juzgarle “by the Spanish Inquisition”, a lo que Coke declaró: “This is a treasonable speech”. J.
M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe (The Origins of Judicial Review in America), Greenwood
Press, New York/Westport, Connecticut/London, 1989, p. 57.
54
Thomas G. BARNES: “Introduction to Coke´s <Commentary on Littleton>”, op. cit., pp. 14-15.
55
Gray ha considerado el año 1616 como “a landmark in the history of English equity” a causa
de lo que generalmente viene referido como la lucha de Lord Coke con la Chancery. Se considera
generalmente que este enfrentamiento se resolvió por el Rey Jaime a través de su Declaración de Julio
de 1616 en favor de la Chancery, siendo el desencadenante último del cese en la magistratura (“from
the Bench”) de Coke. Recordemos tan sólo que la controversia de 1616 versó sobre la conveniencia de
una intervención judicial equitativa, o en equidad (“equitable intervention”), después de una decisión
judicial sustentada en el common law. Coke se mostraría contrario a tal intervención. (Charles M.
GRAY: “The Boundaries of the Equitable Function”, en The American Journal of Legal History (Am. J.
Legal Hist.), Vol. 20, 1976, pp. 192 y ss.; en concreto, p. 192).
El conflicto entre Coke y Ellesmere del año 1616 ha atraído la atención de los juristas durante más
de tres siglos. Aunque, como se acaba de decir, formalmente versara sobre la insistencia de Coke en que
el principio de la res judicata impedía cualquier litigio posterior “in equity” después de la decisión por
un common law court, el conflicto entrañaba mucho más que el debate sobre una cuestión puramente
técnica. Como argumenta Dawson, “the conflict of 1616 represents merely one stage in a sustained
attempt by judicial agencies to impose restraints on political authority”. Con el ataque sobre la High
Commission, los tribunales de common law invadían un área judicial de la Corona estrechamente
vinculado con cuestiones vitales de la política nacional. Ya Coke, con su pronunciamiento en el Case
of Proclamations, había sostenido importantes restricciones sobre el poder de legislar por decreto
real, como veremos con mayor detenimiento más adelante. En junio de 1616, el conflicto alcanzó
su punto culminante en el Case of Commendams, en el que el Rey insistió en su facultad de aplazar
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 51
incluso corregir sus Reports, quizá de resultas de que sus adversarios le acusaron
de haber publicado “extravagant opinions” en ellos56. Se dijo entoces, escribió
John Chamberlain, que “four p´s” habían echado abajo al Chief Justice: “that is,
pride, prohibitions, praemunire, and prerogative”57, si bien la doctrina estima58,
que el cese se debió fundamentalmente a la exasperación del Rey resultante de los
varios intentos de Coke de limitar la prerrogativa real, aunque no faltan quienes
atribuyen el cese al rol desempeñado por nuestro Juez en el Bagg´s Case59. La boda
de su hija Frances con Sir John Villiers, hermano del favorito del Rey, el Duque
de Buckingham, (a la que Coke se había opuesto antes de su cese) tuvo efectos
balsámicos en su relación con el Monarca. Coke recuperó en unos pocos meses la
confianza del Rey, retornando a su puesto en el Privy Council, aunque ya nunca
volvería a ejercer funciones judiciales.
En 1621, Coke volvió, tras una larga ausencia de casi tres décadas, a la House
of Commons, de la que ya había sido miembro, ocupando incluso el cargo de
Speaker (1593). En esta etapa se convirtió en uno de los líderes más relevantes
de la Cámara, aunque también en ella hubo de afrontar situaciones tan graves
como la de ser encarcelado durante siete meses en la Torre de Londres de resultas
de la posición jurídica que defendió en el Parlamento acerca de la vigencia del
Derecho establecido por quienes habían precedido al Rey Jaime I, que le daba pie
a su vez para considerar que el Parlamento seguía gozando de las prerrogativas,
derechos y privilegios que históricamente le habían sido reconocidos, lo que
chocaba con la visión absolutista del Monarca. En el fondo, Coke fue encarcelado
por su sistemático rechazo hacia la prerrogativa real60. Edward Coke volvería al
aquellos procedimientos en los que los intereses reales se vieran afectados, frente a lo que Coke,
manifestándose en solitario ante la pasividad de los restantes jueces, se opuso, rehusando someterse
a la demanda del Rey, con lo que la ruptura con Jaime I era ya irremediable. Cfr. al respecto John P.
DAWSON: “Coke and Ellesmere Disinterred: The Attack on the Chancery in 1616”, en Illinois Law
Review (Ill. L. Rev.), Vol. 36, 1941-1942, pp. 127 y ss; en concreto p. 128.
56
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine of Judicial Power”, en New York
University Law Review (N. Y. U. L. Rev.), Vol. 6, 1928-1929, pp. 223 y ss.; en concreto, p. 229.
57
Apud Allen D. BOYER: “Introduction”, op. cit., p. X.
58
James R. STONER, Jr.: Common law and liberal theory. Coke, Hobbes, and the Origins of American
Constitutionalism, University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 1992, p. 15.
59
Según el informe de este caso elaborado por Coke en los Reports, el Chief Justice consideró que
el King´s Bench tenía autoridad no sólo para corregir los errores en los procedimientos judiciales sino
también los errores extrajudiciales; para Coke, ninguna injusticia ni daño, privado o público, que
pudiera producirse quedaba exenta de reparación a través de la aplicación del Derecho. Habiendo
delegado el Monarca su autoridad de impartir justicia en su Tribunal del King´s Bench, ya no podía
ejercerla personalmente. Como recuerda la doctrina, Francis Bacon, entonces Attorney General, y el Lord
Chancellor Ellesmere, los grandes enemigos de nuestro Chief Justice, incluirían este pronunciamiento
judicial entre los “cinco errores imperdonables” de los Reports de Edward Coke. J. M. SOSIN: The
Aristocracy of the Long Robe...., op. cit., pp. 64-65.
60
Vale la pena recordar con algún mayor detalle este enfrentamiento entre Coke y el Rey Jaime,
uno de los muchos que tuvo con el Monarca. En 1621, algunos miembros del Parlamento cuestionaron
la política del Rey respecto de España y de la Iglesia Católica; el Monarca les prohibió discutir tales
cuestiones posteriormente. Coke y otros parlamentarios insistieron en la libertad de expresión y debate
de los miembros del Parlamento, un privilegio heredado de Reinados anteriores, a lo que el Rey replicó
que sus privilegios “were derived from the grace and permission of our ancestors and us (for most
of them grow from precedents, which show rather a toleration than inheritance)”. A sugerencia de
52 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
Parlamento en 1624, para cesar en 1626 tras ser nombrado Gobernador (“sheriff”)
de Buckingham en 1626 por el Rey Carlos I.
Elegido de nuevo para el Parlamento en 1628, Coke desempeñó un rol clave en
la aprobación del trascendental texto de la Petition of Rights. Se ha subrayado61,
que en este debate Coke se inclinó decididamente por identificar el fundamental
law como due process. El debate en sede parlamentaria surgió con ocasión de la
prisión decretada por el Rey Carlos I de varios caballeros, a los que intentó forzar-
les la concesión de un préstamo. Ninguna causa se adujo para el encarcelamiento y
los tribunales, en el Five Knights´Case, rechazaron el habeas corpus requerido para
los encarcelados. La “law of the land” se invocó frente al Rey, especialmente tal y
como los parlamentarios pensaban que era expresada en la Magna Charta. En la
“Petición” se reafirmaba la libertad de los súbditos frente a los arrestos arbitrarios,
frente al acuartelamiento forzado de tropas y frente a la fijación de impuestos sin
consentimiento parlamentario. En ella se iba a poner un especial énfasis en la
regularidad del procedimiento judicial, que la Corona se había negado a seguir, y
de modo específico en lo relativo a los remedios procesales. Como Coke sostuvo:
“The law leaves every man a remedy of causeless imprisonment”. No en vano
el capítulo 29 de la Magna Charta iba a ser citado y el principio del due process
expresamente invocado.
En sus Institutes, término por cierto nada casual, pues al ponerlo nuestro Chief
Justice tenía en la cabeza la obra homónima de Justiniano, Coke pondría un acento
especial en los aspectos procedimentales. Buen ejemplo de ello lo encontramos
en la segunda parte de los mismos, en la que procede a comentar los diversos
capítulos de la Magna Charta. Coke siempre atribuyó una gran importancia a la
Carta Magna, lo que en el fondo era tributario de una visión simbólica o metafórica
de la historia, con base a la cual la Magna Charta se visualizaba como un símbolo
de la restricción del ejercicio arbitrario del poder. No ha de extrañar por lo mismo
que, según Berger62, Coke considerara que la Carta Magna anulaba toda ley que
la contrariara, algo asimismo predicable, siempre según el mencionado autor,
del natural law. Una prueba patente de la primacía que Coke siempre reconoció a
la Carta Magna la encontramos en el debate sobre la Petition of Rights, en el que
Coke declararía que, “saving the King´s sovereign power”, “la Magna Charta era
como un compañero, que no tendrá soberano” (“Magna Charta is such a fellow
Coke, la House of Commons publicó en sus diarios una “Protestation” declarando “that the liberties,
franchises, privileges and jurisdictions of Parliament are the ancient and undoubted birthright and
inheritance of the subjects of England”. Como recuerda Berman, fue por esta afirmación de que el
Parlamento “heredó” sus libertades como un “derecho de nacimiento”, frente a la consideración
regia de que las poseía por “tolerancia real”, lo que condujo a Jaime I a cesar a Coke de su cargo
en el Privy Council, y a ordenar su encarcelamiento en la Torre de Londres, en la que permaneció
confinado y virtualmente aislado durante siete meses. Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical
Jurisprudence: Coke, Selden, Hale”, en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol. 103, 1993-1994, pp. 1651 y
ss.; en concreto, p. 1677.
61
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. XXII, 1923-1924, pp. 215 y ss.; en concreto, p. 232.
62
Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction or Constitutional Theory?”,
op. cit., pp. 535-536.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 53
hubo actas oficiales de los casos judiciales68, por lo que este importante trabajo
debió correr de cuenta de particulares. Y se admite que las clásicas fuentes del
viejo common law son los Reports de Edmund Plowden69 y de Coke70.
En los trece volúmenes de sus Reports71, que han sido calificados calificados
como un verdadero monumento72, Coke recogía 450 decisiones judiciales de
los tribunales de common law, dictadas entre 1572 y 161673, publicadas con sus
propios comentarios, más extensos por lo general que los realizados por Plowden,
hasta el extremo de que, en casos importantes y en cuestiones de relevancia, su
comentario jurídico era más amplio y de muy superior interés a lo expresado por
el tribunal; en cualquier caso, Coke coincidió con Plowden en el punto de vista
medieval de que la exactitud de la doctrina sobre la que se informaba era más
importante que la precisión histórica del informe. Esta ingente obra contribuyó
de forma significativa a intensificar la notabilísima influencia que Coke iba a
ejercer sobre la profesión jurídica de su tiempo74, que, innecesario es decirlo, se
debió asimismo a su personalidad y enorme erudición, como también a los muy
relevantes cargos judiciales que desempeñó. Por lo demás, Coke visualizó sus
Institutes como la continuación de aquéllos75, bien que precisando en el Prólogo
los Year Books no podía ser suplementar los registros de los casos, porque con frecuencia omitían
detalles necesarios para la identificación del caso, lo que le lleva a considerar que su propósito, en el
más amplio sentido, debía ser académico. (J. H. BAKER, en Ibidem, p. 153).
68
Van Vechten VEEDER: “The English Reports, 1292-1865” (I), en Harvard Law Review (Harv. L.
Rev.), Vol. XV, 1901-1902, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 3.
69
Plowden (que falleció en 1585) llevó a cabo su recopilación de los casos judiciales entre la
década de 1550 y la década de 1570. Sus Commentaries se apartaban totalmente del estilo de los Year
Books, al esforzarse sobremanera para verificar todos detalles de los casos, informándose al respecto
a través de los abogados y de los propios jueces. En sus publicaciones, Plowden seleccionaba tan sólo
aquellos casos de especial interés jurídico, que complementaba con sus comentarios personales. Cfr.
al respecto, J. H. BAKER: An Introduction to English..., op. cit., p. 156.
70
Coke comenzó hacia 1580 a anotar las transacciones jurídicas, perfeccionando su información
durante su tiempo de ocio. En 1600 publicó su primer volumen y poco después, siendo Attorney-General,
el segundo y tercero. En 1603 apareció el cuarto y dos años más tarde el quinto. Los restantes se
publicaron entre los años 1607 y 1616. En su metodología, los Reports de Coke fueron únicos, porque
no fueron reports en el sentido estricto del término. El propio Coke advertía en el prólogo de sus libros
que no elaboraba estos informes con vistas a su mera mención ante los tribunales, sino también con
propósitos educativos. Van Vechten VEEDER: “The English Reports...”, op. cit., pp. 9-10.
71
Ya en 1572, con 20 años de edad pues, Coke comenzó a acudir a los tribunales y a observar sus
decisiones, a prestar atención a Plowden, a Bendlowes y a Dyer, interesándose enormemente por cómo
ellos dejaban plasmados en sus Reports los secretos de la jurisprudencia. Coke continuó acudiendo
a los tribunales del Westminster Hall durante 44 años, y a partir de 1579, a tomar nota de todos los
casos importantes de que tenía noticia.
72
Thomas G. BARNES: “Introduction to Coke´s <Commentary on Littleton>”, op. cit., p. 24.
73
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., pp.1681-1682.
74
“Coke´s volumes –escribe Baker– have the distinction of being cited simply as The Reports, and
they have been perhaps the most influential series of named reports”. J. H. BAKER: An Introduction
to English..., op. cit., p. 157.
75
Esta continuidad queda claramente puesta de relieve cuando en ese Prólogo escribe Coke: “We
have by the goodnesse and assistance of Almightie God brought this twelfth Worke to an end”. Edward
COKE: “The First Part of the Institutes of the Lawes of England: Or A Commentary upon Littleton,
Not the Name of the Author only, but of the Law it selfe. The Preface”, en The Selected Writings and
Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Volume Two, pp. 577 y ss.; en concreto, p. 587.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 55
76
Cabe recordar que la obra de Littleton titulada Tenures (1481) fue el primer libro jurídico que
se imprimió en Inglaterra tras el establecimiento en los años 1470 de la imprenta.
77
Allen D. BOYER: “Sir Edward Coke, Ciceronianus: Classical Rhetoric and the Common Law
Tradition”, en International Journal for the Semiotics of Law (Int´l J. Semiotics L.), Vol. X, No. 28, 1997,
pp. 3 y ss.; en concreto, p. 5. Este artículo se halla también publicado en Law, Liberty, and Parliament...,
op. cit., pp. 224 y ss.
78
Edward COKE: “The First Part of the Institutes of the Lawes of England... The Preface”, op.
cit., p. 587.
79
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine of Judicial Power”, op. cit., p. 225.
80
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., pp. 235-236.
81
Este juicio lo compendia Boudin cuando se refiere a las dos principales características de Coke,
que cifra en su gran ambición y su completa falta de escrúpulos. “It is safe to say –escribe Boudin en
alusión a Coke– that all historians agree on his two chief characteristics: an over-mastering ambition,
and a complete absence of scruples as to the means employed to achieve any object, whether good
or bad, on the achievement of which he had set his heart”. Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the
American Doctrine...”, op. cit., pp. 224-225.
56 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
82
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance of Lord Coke´s Influ-
ence”, op. cit., p. 297.
83
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory. Coke, Hobbes..., op. cit., p. 45.
84
Cit. por Allen D. BOYER: “Introduction”, op. cit., pp. XIII-XIV.
85
Cit. por Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>: Sir Edward Coke and the
Elizabethan Origins of Judicial Review”, en Boston College Law Review (B. C. L. Rev.), Vol. XXXIX,
1997-1998, pp. 43 y ss.; en concreto, p. 43.
86
El comentario del párrafo by the Law of the Land, recogido dentro del Capítulo 29 de la 2ª parte
de sus Institutes, puede verse en The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Volume
Two, pp. 859 y ss.
87
Goebel considera, de modo ciertamente discutible, que el conjunto de dogmas (“body of dogma”)
sobre la prerrogativa del Rey es “the heart of what we would describe as medieval constitutional
law”. Julius GOEBEL, Jr.: “Constitutional History and Constitutional Law”, en Columbia Law Review
(Colum. L. Rev.), Vol. XXXVIII, 1938, pp. 555 y ss.; en concreto, p. 561.
88
En 1610, Bacon afirmaba ante el Parlamento que cualquier otra forma de gobierno distinta de
la monarquía absoluta “come speedily to confusion and dissolution”. Cuarenta años después, Hobbes
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 57
que entrañaba una preeminencia del Derecho de origen regio con el consecuente
olvido o postergación del common law. La segunda apostilla es que Coke fue un
decidido defensor de los derechos de los individuos; su muy relevante rol en la
elaboración de la Petition of Rights bastaría para corroborarlo, pero más allá de
este hecho cabe recordar que en sus argumentaciones jurídicas siempre tuvo
presente una perspectiva pragmática, que a su vez tenía como soporte, como ha
escrito Boyer89, su identificación del “right and law” con la protección de las vidas,
de la propiedad y del honor de los individuos. La tercera es que Coke se convirtió
en el más firme promotor de la primacía del common law, que, aplicado por los
common law courts, debía considerase como “the law of the land”. La doctrina90
ha puesto de relieve que es a Coke a quien se debe en Inglaterra el origen de la idea
de que los common law courts eran superiores a los demás tribunales ingleses y
podían decidir los límites de su jurisdicción y revocar sus propias decisiones91,
idea que la Glorious Revolution terminó convirtiendo en una realidad política.
Una cuarta apostilla debe hacerse. La definición que Coke hizo del Derecho
como “la razón artificial”, sobre la que volveremos más adelante, estaba lejos de
ser una pura abstracción, por cuanto entrañaba confiar el Derecho a un cuerpo
profesional de jueces instruidos en el mismo y con experiencia; con ello, Coke
estaba apuntalando la autoridad del judiciary, tan necesaria como instrumento de
control. Y una última apostilla. Coke siempre apreció enormemente la seguridad
jurídica. “Certainty –escribió– is the mother of quietness and repose”, y en otro
momento añadió: “(I)t is a miserable bondage and slavery when the law is wander-
ing or uncertain”92. Estas precisiones creemos que nos muestran la modernidad
del pensamiento de Coke.
En definitiva, existen marcadas discrepancias doctrinales acerca del desarrollo
de sus funciones y de las aportaciones de Coke al Derecho, que sólo parecen
encontrar un cierto punto de convergencia a la hora de valorar la etapa final de
Coke, pero las mismas no pueden soslayar la trascendencia del pensamiento y del
influjo de esta grandísima figura pública y de sus escritos. Muy posiblemente, tales
divergencias tengan como origen algunas de las contradicciones que la larga e
intensa vida de Coke nos muestra. Como miembro de la House of Commons Coke
sostuvo puntos de vista no coincidentes con los que había mantenido en su etapa
como Chief Justice, y ello ha dado pie a que un sector de la doctrina incida en sus
contradicciones, que quizá no sean tan acentuadas como algunos han tratado
de mostrar. En cualquier caso, sin entrar ahora en las mismas, lo que sí creemos
sostendría un similar argumento, defendiendo la monarquía absoluta como la forma de gobierno que
se corresponde con las leyes del movimiento seguidas por los cuerpos físicos. Harold J. BERMAN:
“The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., p. 1670.
89
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 54.
90
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., p. 1680.
91
El propio Coke logró afirmar la supremacía de los tribunales de common law sobre la propia
Chancillería, cuyas credenciales eran mucho más antiguas que las de los tribunales del Common Pleas
y del King´s Bench. El caso crucial a tal efecto fue el Glanvile´s Case, en el que suele verse una de las
causas por las que el Rey cesó a Coke en su cargo judicial. Sobre ese caso, cfr. Harold J. BERMAN:
“The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., pp. 1684-1686.
92
Apud Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., pp. 58-59.
58 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
que puede decirse es que en cada uno de los relevantes cargos públicos que le
tocó servir a lo largo de su muy dilatada vida, Coke sirvió con completa lealtad y
dedicación: lealtad primero a la monarquía, al common law y a la independencia
judicial después, y al fortalecimiento e independencia del Parlamento finalmente.
En fin, no cabe tampoco descartar que la propia personalidad de Coke93 tenga algo
que ver con esas críticas.
93
Smith, refiriéndose a la personalidad de nuestro personaje, lo califica de “hard, arrogant, and
extremely ambitious”, añadiendo que esos estridentes e implacables rasgos de su personalidad, que se
manifestaron especialmente en el ejercicio de su cargo como Attorney General con la Reina Isabel, se
exhibieron con gran vehemencia en la (muy controvertida, diríamos ya por nuestra cuenta) acusación
de Sir Walter Raleigh. Curiosamente, el más ofensivo de los Attorney Generals se convirtió más tarde
en el honorable Juez Edward Coke, el más venerado y admirado de sus días. George P. SMITH, IIº:
“Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance...”, op. cit., p. 298.
94
Hay bastantes discrepancias en cuanto a la fecha exacta de la reunión, como asimismo respecto
de otros aspectos de la misma. Usher, hace más de un siglo, relativizó un tanto los datos recogidos por
Coke en la parte duodécima de sus Reports, considerando que tal recepción no era prima facie garantía
de su corrección, con base en que este duodécimo volumen de los Reports se publicó tras la muerte
de Lord Coke. Los documentos de Coke habían sido incautados unos meses después de su muerte
por orden del Rey y éste, en 1641, consintió la petición de uno de los hijos de Coke para que Robert
Coke, el heredero del Chief Justice, los restaurara. Nadie conoce exactamente lo que pudo cambiar
la familia de los documentos del fallecido. Del famoso enfrentamiento de Coke con el Rey recuerda
Usher que hay otros tres informes (al margen ya del recogido en los Reports): las notas del debate de
Julius Caesar, una carta de John Hercy al conde de Shrewsbury, y una carta de Sir Rafe Boswell al
Dr. Milborne. De esas informaciones, no siempre coincidentes, tan sólo resulta claro que la reunión
tuvo lugar en domingo, pero no la fecha exacta de la misma. Cfr. al efecto, Roland G. USHER: “James
I and Sir Edward Coke”, en The English Historical Review, (published by Oxford University Press),
Vol. 18, No. 72, October, 1903, pp. 664 y ss.; en particular, pp. 664, 667 y 670.
95
Edward COKE: “Prohibitions del Roy” ( en Part Twelve of the Reports), en The Selected Writings
and Speeches of Sir Edward Coke, edited by Steve Sheppard, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana,
2003, Volume One, pp. 478-481. En los Reports aparece como fecha la del domingo 10 de noviembre,
pero este dato no queda nada claro, e incluso parece tratarse de un error, pues hay autores, como
Catherine Drinker Bowen, a la que nos referimos más adelante, que ha elaborado posiblemente la
mejor biografía reciente de Coke, que fija esa fecha el 13 de noviembre, mientras que otros la fijan
como el 6 de noviembre. Nosotros optamos por seguir el dato de Bowen.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 59
“(W)hen the question was made of what matters the Ecclesiastical Judges
have Cognizance, either upon the exposition of the Statutes concerning
tithes, or any other thing Ecclesiastical, or upon the Statute I Eliz. concern-
ing the high Commission, or in any other case in which there is not express
authority in Law, the King himself may decide it in his royal person; and
that the Judges are but the delegates of the King, and that the King may take
what Causes he shall please to determine, from the determination of the
Judges, and may determine them himself”. (Cuando se planteó la cuestión
de sobre qué asuntos conocen los jueces eclesiásticos, si sobre la inter-
pretación de los estatutos relativos a diezmos, o sobre cualquier otra cosa
eclesiástica, o sobre el estatuto de Isabel I relativo a la Comisión superior, o
en cualquier otro caso en el que no haya una expresa autoridad en Derecho,
(se argumentó que) el Rey mismo podía decidir por su real persona, y que
no siendo los jueces sino delegados del Rey, éste podía quitar de la decisión
de los jueces cualquier causa que quisiera decidir, y podía decidirla por sí
mismo). A lo que el Arzobispo de Canterbury iba a añadir que: “this was
clear in Divinity, that such Authority belongs to the King by the Word of
God in the Scripture”97 (esto era claro por la Teología, que tal autoridad
pertenece al Rey por la palabra de Dios en las Escituras).
A ello Coke iba a responder de modo rotundo: “that the King in his own person
cannot adjudge any case, either criminal –as treason, felony, & c., or betwixt
party and party, concerning his inheritance, chattels, or goods, but this ought to be
96
Catherine Drinker BOWEN: The Lion and the Throne (The Life and Times of Sir Edward Coke.
1552-1634), Hamish Hamilton, London, 1957, p. 261.
97
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Volume One, p. 479.
60 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
determined and adjudged in some court of justice, according to the Law and Custom
of England”98. (Que el Rey por su propia persona no puede juzgar ningún caso, ni
criminal, como traición o delito grave, ni entre parte y parte, acerca de su herencia,
bienes o mercancías, sino que esto debe decidirse y sentenciarse en algún tribunal
de justicia, según el Derecho y la costumbre de Inglaterra). Coke añadía sentirse
enormemente asombrado (“greatly marvelled”) de que el Arzobispo se atreviera a
informar al Rey de que tal autoridad y poder absolutos pertenecieran al Monarca por
la palabra de Dios99. El Soberano, añadió Coke dirigiéndose al Rey, puede ocupar un
lugar en la Star Chamber (Cámara Estrellada), “and this appears in our books”. Pero
sólo para consultar con los jueces, no para juzgar (“not in iudicio”). “And it appears
by Act of Parliament –concluiría Coke– that neither by the Great Seal nor by the
Little Seal, justice shall be delayed; ergo, the King cannot take any cause out of any
courts and give judgment upon it himself”...”100 (Aparece por ley del Parlamento, que
ni por el sello real, ni por cualquier otro sello, la justicia puede ser retrasada, por
consiguiente, el Rey no puede apropiarse de ninguna causa al margen de cualquier
tribunal y dictar sentencia sobre ella por sí mismo).
Llegados aquí, los Reports de Coke no son lo suficientemente claros, y no es
seguro que lo que en ellos se plasma se dijera en aquel mismo momento o, por
el contrario, fuera el fruto de una reflexión posterior de Edward Coke. No es
desde luego probable que el Rey Jaime hubiera aguantado sin interrupción una
intervención tan rotunda y contraria a las facultades regias como la esbozada por
Coke, y parece que el Monarca intervino en algún momento del discurso de Coke,
para decirle que él hablaba insensatamente (“foolishly”), añadiendo que, como
cabeza o vértice supremo de la justicia, él, el Rey, defendería hasta la muerte su
prerrogativa de llamar a los jueces ante él para decidir las disputas acerca de la
jurisdicción. Además, él siempre protegería el common law. Coke interrumpió al
Monarca para apostillar que era el common law el que protegía al Rey, a lo que
éste parece que gritó que el de Coke era “a traitorous speech”, pues, a su entender,
era el Monarca quien protegía el Derecho, y no el Derecho al Rey.
Una vez que Coke expuso diferentes precedentes que fundamentaban su
argumentación, el Rey Jaime respondió que él pensaba que el Derecho se hallaba
fundado en la razón y que tanto él como otros tenían razón, lo mismo que los
Jueces, con lo que, de modo implícito estaba reivindicando su potestad de, llegado
el caso, decidir ciertos casos litigiosos. Frente a ello, Coke, según refleja él mismo
en sus Reports, iba a replicar de modo brillante y persuasivo:
98
Apud Catherine Drinker BOWEN: The Lion and the Throne..., op. cit., pp. 261-262.
99
Cabe recordar que la genérica noción de que curia domini debet facere iudicia et non dominus
se hallaba sólidamente arraigada en la Edad Media, encontrando expresión, como recuerda Yale,
en ciertos límites jurídicos sobre lo que el Rey podía o no podía conceder a través de la delegación
o transmisión de facultades jurisdiccionales. D. E. C. YALE: “Iudex in propria causa: An Historical
Excursus”, en Cambridge Law Journal (Cambridge L. J.), Vol. 33, 1974, pp. 80 y ss.; en concreto, p.
86. A la vista de estas comúnmente aceptadas limitaciones del poder regio, añadiríamos por nuestra
cuenta, se puede comprender el asombro de Coke ante las posiciones asumidas por el Arzobispo.
100
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Volume One, p. 480.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 61
“(T)hat true it was, that God had endowed his Majesty with excellent Sci-
ence, and great endowments of nature; but his Majesty was not learned
in the Lawes of his Realm of England, and causes which concern the life,
or inheritance, or goods, or fortunes of his Subjects; they are not to be
decided by naturall reason but by the artificiall reason and judgment of
Law, which Law is an act which requires long study and experience, before
that a man can attain to the cognizance of it; and that the Law was the
Golden metwand and measure to try the Causes of the Subjects; and which
protected his Majesty in safety and peace”101. (Que era verdad que Dios
había dotado a Su Majestad con una excelente ciencia y grandes dones
de la naturaleza, pero Su Majestad no estaba instruido en las leyes de su
Reino de Inglaterra, y las causas que conciernen a la vida, a la herencia,
a los bienes o fortunas de sus súbditos, no tienen que ser decididas por la
razón natural, sino por la razón artificial y la decisión del Derecho; que el
Derecho es una obra que requiere largo estudio y experiencia antes de que
un hombre pueda alcanzar su conocimiento, y que el Derecho era la vara
aúrea y la medida para juzgar las causas de los súbditos, y que protegía a
Su Majestad en seguridad y paz).
Ante tal disertación, según recoge en sus Reports el propio Coke, el Rey Jaime
se sintió enormemente ofendido, y dijo que era traición afirmar (“was Treason
to affirm”) que él debía estar sometido a la ley, al Derecho, a lo que Edward Coke
reconoce haber replicado lo que Henry de Bracton (el primer gran jurista inglés,
que vivió en el siglo XIII, autor del famoso tratado De legibus et consuetudinibus
angliae, que aunque escrito entre 1250 y 1256 no se publicaría hasta 1569, en la
plena juventud de Coke) ya había sostenido: Quod Rex non debet esse sub homine,
sed sub Deo et Lege, o lo que es igual, que el Rey no puede hallarse sujeto a ningún
hombre, sino tan sólo a Dios y a la ley102. Para tener una visión más completa,
quizá convenga recordar que antes de llegar al trono de Inglaterra en 1603, Jaime
había reinado como Jaime VI en Escocia, un reino cuyo Derecho se basaba en el
Derecho romano. De ahí que el Rey no estuviese familiarizado con el common
law o con sus racionalizaciones. Su concepto del Derecho provenía de los jueces
reales del Antiguo Testamento y del Derecho romano escocés. Para él, el Derecho
no era sino una expresión de la voluntad regia; por lo tanto, el Monarca era la
fuente del Derecho y su intérprete supremo, del que los jueces inferiores extraían
su autoridad103.
En el fondo de todo ello hacía acto de presencia la profunda diferenciación
existente en la época entre los diversos civil law systems de la Europa continental,
101
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Volume One, p. 481.
102
Cabe recordar que Bracton también había dicho, en palabras que Coke aprobó, lex facit
regem. Y ello nos planteaba la cuestión de si para Edward Coke el Rey se hallaba asimismo sujeto
al Derecho estatutario, de aprobación parlamentaria. A juicio de Mullett, aunque Coke no lo dijo
de modo específico, a su juicio, el Parlamento era supremo sobre aquellos atributos que no estaban
única e inseparablemente ligados a la persona del Rey. Charles F. MULLETT: “Coke and the American
Revolution”, op. cit., p. 466.
103
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 61
62 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
pero también de Escocia, y el English legal system, diferencias de las que iban
a derivar asimismo importantes consecuencias políticas. John Wycliffe, en su
De Officio Regis (1379), y posteriormente, y aún en mayor medida, Sir John
Fortescue, uno de los grandes juristas ingleses de finales de la Edad Media,
considerado como un relevante precursor del historicismo104, doctrina que había
de convertirse en dominante en el pensamiento jurídico inglés del siglo XVII, al
remontarse en su búsqueda de los orígenes del Derecho inglés hasta costumbres
inmemoriales que se habían de situar cronológicamente en tiempos anteriores al
dominio romano, en su De Laudibus Legum Angliae (1470), se iban a hacer eco de
tales divergencias. Fortescue iba a distinguir entre lo que él llamaba el dominium
politicum et regale característico de Inglaterra, y el continental (particularmente
francés) dominium regale105. Esta divergencia se traducía en que mientras en
Inglaterra el Rey no tenía poder para cambiar la ley sin lograr el asentimiento
del conjunto del reino representado en el Parlamento, la voluntad del Monarca
francés era absoluta, quedando habilitada por la famosa máxima de Justiniano,
Quod principi placuit legis habet vigorem (Lo que le agrada al príncipe tiene
fuerza de ley). Innecesario es decir, que bajo ese sistema de civil law los Reyes
podían convertirse fácilmente en tiranos, mientras que el English common law
establecía una barrera frente a esa degeneración, encaminada a mantener la
libertad del súbdito106. En cualquier caso, la doctrina ha matizado la naturaleza
de los enfrentamientos habidos entre el Rey y Coke, considerando que la idea de
que al Rey se oponían sistemáticamente los jueces (Coke obviamente entre ellos)
y los abogados que trataban el common law carece de credibilidad, entendiendo
por el contrario que el Rey siempre depositó su confianza en el common law y
en los common lawyers. Refiriéndose al Rey, Kenyon ha escrito que “siempre fue
cuidadoso de actuar en el marco del common law, nunca encarceló a nadie sin
juicio, nunca recaudó dinero de sus súbditos sin autorización del Parlamento
o de los tribunales de common law, nunca promulgó una ley de motu propius,
104
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., p. 1658.
105
Richard HELGERSON: “Writing the Law”, en Law, Liberty, and Parliament (Selected Essays
on the Writings of Sir Edward Coke), edited by Allen D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana,
2004, pp. 26 y ss.; en concreeto, pp. 30-31.
106
Esto no presupone ni mucho menos que la filosofía jurídica medieval del Continente compartiera
ese pensamiento. Santo Tomás de Aquino, que –frente a la idea que acuñara con bastante éxito
Pufendorf, de que en la Edad Media no existió realmente el Derecho natural, cuya fundación, bajo
el ropaje de un “secular natural law”, Pufendorf atribuyó a Hugo Grocio, a su juicio, el verdadero
fundador de la “Natural Law School”– puede considerarse el más sólido y profundo elaborador de
las bases del Derecho natural, de un Derecho natural fundamentado ontológicamente, como revela
la Summa Theologica, aunque partidario de que toda ley humana fuera de origen parlamentario,
sin que cupiese una intervención análoga a la que los jueces del common law tenían, no pondría ni
mucho menos el acento en la idea de mandato del soberano (un soberano más o menos arbitrario
o despótico) al contemplar el Derecho positivo, sino que consideró que toda ley humana se iba a
legitimar en cuanto permaneciera en cercana relación con el Derecho natural. Más ampliamente,
todo poder facultado para elaborar la ley humana debía de derivar del Derecho natural. Cfr. al efecto,
Anton-Hermann CHROUST and Frederick A. COLLINS, Jr.: “The Basic Ideas in the Philosophy of
Law of St. Thomas Aquinas as Found in the <Summa Theologica>”, en Marquette Law Review (Marq.
L. Rev.), Vol. XXVI, 1941-1942, pp. 11 y ss.; en particular, pp. 21-29.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 63
aun cuando creyera que podía hacerlo, y fue ciertamente más moderado y
<constitucional> que la Reina Isabel”107.
Retornando al choque anteriormente descrito, cabe decir que algunos histo-
riadores han dudado, como nos recuerda Stoner108, de si en la realidad Coke hizo
frente al Rey de un modo tan descarado (“so brashly”)109. Una carta escrita por
una persona presente en la escena describe al Rey Jaime como profundamente
indignado, y señala que Coke, percibiendo la cólera del Monarca, imploró humil-
demente a su Majestad que tuviera compasión de él y le perdonara si pensaba que
con sus expresiones había ido más allá de lo que su lealtad y deber demandaban.
La indignación del Rey estaba bien justificada, por cuanto las afirmaciones de
Coke en pro de la supremacía del Derecho, como es bien patente, chocaban
frontalmente con la pretensión real de una autoridad absoluta. Como ha escrito
Schwartz110, en el altercado entre el Rey y Coke está encarnado el conflicto básico
entre el poder y el Derecho que sirve de base a toda la historia política.
Por lo demás, las afirmaciones vertidas ante el Rey, como también en cierto
modo algunas de las reflexiones hechas por Coke en el Bonham´s case, encierran
una trascendencia extraordinaria. Vale la pena detenernos mínimamente en
ello. Digamos ante todo, que las refexiones expuestas por Coke ante Jaime I
se encuentran al servicio de incrementar y asegurar el control judicial sobre el
Derecho en orden a asegurar su certeza y seguridad. “Legal certainty –ha escrito
Stimson– achieved through tight judicial control over the interpretation of law,
rather than the clear articulation of fundamental law or any particular theory of
the locus of sovereignty, was Coke´s paramount preoccupation”111 (La seguridad
jurídica, alcanzada a través de un estricto control judicial sobre la interpretación
del Derecho, antes que la clara articulación de un Derecho fundamental o de
cualquier teoría particular acerca de la ubicación de la soberanía, era la suprema
preocupación de Coke ). Y esta reflexión en absoluto podemos considerarla exa-
gerada; bastará para constatarlo con atender a una precisa afirmación que Coke
107
J. P. KENYON: The Stuart Constitution, Cambridge, 1966, p. 8. Cit. por W. J. JONES: “The
Crown and the Courts in England, 1603-1625”, en Law, Liberty, and Parliament (Selected Essays on
the Writings of Sir Edward Coke), edited by Allen D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2004,
pp. 282 y ss.; en concreto, p. 283.
108
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory. Coke, Hobbes, and the Origins..., op.
cit., p. 31.
109
Usher se iba a cuestionar porqué Coke no mantuvo su justificada ira y arrojó a la cabeza del Rey
todos los precedentes que respaldaban su posición. Y con apoyo en las notas del debate tomadas por
Julius Caesar, viene a responder que hemos de reconocer que Coke no tenía en ese momento de su vida
el valor necesario para representar el rol que en sus propios Reports muestra. Y algunos fragmentos
entresacados de las mencionadas notas lo corroborarían, según este autor. Así, en las notas se recoge
que el Rey afirmó en un momento dado: “The King but of six yeres standing in English Lawes and
yet particeps rationis et ratio omnia legis”, a lo que poco después, de modo muy significativo, añadía
que “to call in doubt thinges long time used by the Kinges of England in matters of this nature is little
better than treason”. Apud Roland G. USHER: “James I and Sir Edward Coke”, op. cit., p. 673.
110
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford,
1993, p. 4.
111
Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law (Anglo-American Jurisprudence
before John Marshall), The MacMillan Press, London, 1990, p. 17.
64 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“Sir, the Law is what I say it is, and so it has been laid down ever since the
Law began, and we have several set forms which are held as law, and held
and used for good reason, though we cannot remember the reason”113. (Se-
ñor, el Derecho es lo que yo digo que es, y así ha sido establecido desde el
momento en que el Derecho comenzó, y nosotros hemos establecido varias
figuras que se consideran como Derecho, y son consideradas y utilizadas
por buenas razones, aunque no podamos recordar la razón).
En el fondo de todo ello latía una profunda preocupación, por la que Coke
luchó tenazmente, al menos hasta que cesó en sus cargos judiciales en 1616, la
de establecer que los jueces del common law se convirtieran en los árbitros del
sistema constitucional y jurídico inglés114. La consideración cokiana de que tras el
Derecho subyacía una razón artificial tendría la mayor relevancia a tal respecto.
El locus classicus de la definición por Coke de la “artificial reason” se encuentra
en su Commentary upon Littleton, que como ya se dijo, integra la primera parte
de sus Institutes, por lo que no trataremos ahora del tema, sino al abordar los
grandes rasgos del pensamiento jurídico de Coke. Ello no obstante, sí queremos
decir que la visualización del Derecho como la “razón artificial de los jueces”
entrañaba una inequívoca opción en favor de que sólo quienes se dedicaban
al estudio del Derecho se hallaban en condiciones de interpretarlo y aplicarlo.
No en vano Coke se estaba apropiando para la jurisprudencia de un concepto
enraizado en la disciplina de la retórica, pues como escribe Boyer115, la “razón
artificial” de Coke se hallaba cercanamente relacionada con la “lógica artificial”
que los retóricos empleaban al analizar y discutir las diferentes cuestiones116. Y el
112
El mencionado Epílogo puede verse en The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke,
op. cit., Vol. Two, pp. 742-744. La alusión citada, en p. 744.
113
Apud Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law, op. cit., p. 17.
114
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 60.
115
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 49.
116
En 1588, Abraham Fraunce, en su obra The Lawiers Logike, Exemplifying the Praecepts of Logike
by the Practise of the Common Lawe, escribía: “Logic is an art, to distinguish artificial logic from
natural reason. Artificial logic is gathered out of diverse examples of natural reason, which is not any
art of logic, but the ingraven gift and faculty of wit and reason shining in the particular discourses
of several men, whereby they both invent, and orderly dispose.... This as it is to no man given in full
perfection, so diverse have it in sundry measure.... And then is the logic of art more certain than that
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 65
of nature, because of many particulars in nature, a general and infallible constitution of logic is put
down in art”. Apud Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 49.
117
Gray abunda en esta idea del abogado como “artista”, considerando que lo es no sólo en el sentido
de que tiene técnica u oficio, como no sólo tampoco en el sentido de que trata primariamente con un
Derecho artificial (“man-made or <artificial> law”) que no puede conocerse mediante la deducción
de verdades universales, sino también en el sentido de que el dilatado conocimiento de un cierto tipo
de artefacto le ha dado un refinado sentido de lo que corresponde (“what fits”), de qué respuesta es
correcta en una ocasión inesperada”. Charles M. GRAY: “Further Reflections on <Artificial Reason>”,
en Law, Liberty, and Parliament (Selected Essays on the Writings of Sir Edward Coke), edited by Allen
D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2004, pp. 121 y ss.; en concreto, p. 121.
118
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 55.
119
Ibidem, p. 71.
120
Piénsese que durante la Edad Media, en la concepción del Derecho y la justicia dominante,
vinculada en sentido amplio al pensamiento de Platón y Aristóteles, aunque también a la doctrina
tomista, a los estoicos y a Cicerón, la idea de un jus naturale asumió un lugar preeminente. Como
escribe Cappelletti, el Derecho natural venía configurado como la norma superior, de derivación divina,
en la que todas las demás habían de inspirarse. De este modo, la fórmula romana o pseudo-romana
pinceps legibus solutus vino sustuida por la fórmula opuesta: princeps legibus tenetur, aunque no
faltaron fórmulas intermedias, como las que postulaban la no vinculación del soberano por la ley civil,
pero sí su sujeción a la ley natural. Mauro CAPPELLETTI: “Alcuni precedenti storici del controllo
giudiziario di costituzionalità delle leggi”, en Rivista di Diritto Processuale, Vol. XXII (II Serie), 1966,
pp. 52 y ss.; en concreto, pp. 58-59.
121
John Phillip REID: Constitutional History of the American Revolution (The Authority to Legislate),
The University of Wisconsin Press, Madison (Wisconsin), 1991, p. 19.
66 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
judicatura a sus jueces”, palabras con las que Corwin cree128, que la prerrogativa
real, que había estado en barbecho en cuanto a esto durante mucho tiempo, era
empujada para siempre hacia la competencia de los tribunales. Esta concepción
se completaría con la defensa por Coke de la supremacía del common law sobre
la autoridad del órgano legislativo, que alcanzaría su cima en el Bonham´s case,
quedando planteada de esta forma la que Cappelletti tildaría de “batalla de lord
Edward Coke por la supremacía del common law”129.
128
Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory Between the Declaration of
Independence and the Meeting of the Philadelphia Convention”, en The American Historical Review
(Am. Hist. Rev.), Vol. 30, No. 3, April, 1925, pp. 511 y ss.; en concreto, p. 524.
129
Mauro CAPPELLETTI: Il controllo giudiziario di costituzionalità delle leggi nel diritto comparato,
Giuffrè, Milano, settima ristampa, 1978, pp. 41-48.
130
Latin for Lawyers, 3rd edition, London, 1960. Cit. por Thomas G. BARNES: “Introduction to
Coke´s <Commentary on Littleton>”, op. cit., p. 22.
131
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., p. 1679.
68 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
visualizarse en el English common law y no, entre otras ramas del Derecho, en
“the law of Chancery”, “the Ecclesiastical law”, “the law of Admiralty”, “the law
of the Merchants”...etc.
Los muchos escritos de Coke no empecen su primigenia vertiente como
hombre de acción, a lo que quizá se pueda anudar su visión del conocimiento
del Derecho como una ciencia práctica, que alcanza su fin al formar el juicio
de alguien que estudia. Muy posiblemente, en ello también pudo influir su
preocupación por los movimientos científicos de la época; está demostrado que
la biblioteca de Coke albergaba una gran cantidad de libros de los más relevantes
científicos de la era isabelina132, aunque su conexión con el movimiento científico
no llegó al extremo de Sir Francis Bacon, cuyo rol inspirador de la fundación de la
Royal Society es bien conocido, aunque, como escribe Shapiro133, “the connection
between his leadership in science and his contributions to the legal profession
and jurisprudential writings is not frequently noted”.
“Ratio est anima legis; for then are we said to know the Law, when we
apprehend the reason of the Law, that is, when we bring the reason of the
Law so to our owne reason, that wee perfectly understand it as our owne,
and then and never before, we have such an excellent and inseparable
propertie and ownership therin (therein), as wee can neither lose it, nor
any man take it from us, and will direct us (the learning of the Law is so
chained together) in many other Cases. But if by your studie and industrie
you make not the reason of the Law your owne, it is not possible for you long
to retaine it in your memorie. And well doth our author couple arguments
and reasons together, Quia argumenta ignota & obscura ad lucem rationis
proferunt & reddunt splendida: and therefore argumentari & ratiocinari
are many times taken for one”134. (La razón es el alma de la ley; por lo
tanto, se dice que conocemos la ley cuando percibimos la razón de la ley,
esto es, cuando llevamos la razón de la ley a nuestra propia razón, y la
comprendemos perfectamente como la nuestra propia, y entonces, nunca
antes, tenemos un excelente e inseparable dominio y propiedad en eso, que
ni podemos perderlo, ni ningún hombre quitárnoslo, y que nos dirigirá
(nos encadenamos juntos así al conocimiento de la ley) en muchos otros
casos. Pero si a través de su estudio y laboriosidad no hace suya la razón
de la ley, a Usted no le es posible conservarla en su memoria largo tiempo.
132
En tal sentido, Barbara J. SHAPIRO: “Law and Science in Seventeenth-Century England”, en
Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 21, 1968-1969, pp. 727 y ss.; en concreto, p. 737.
133
Ibidem, p. 736.
134
El “Epilogue” puede verse en The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit.,
Vol. Two, pp. 742-744. El texto transcrito, en pp. 742-743.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 69
El Derecho viene a ser así para Coke una ciencia que, con un cierto sentido
aristotélico, se presenta como una ciencia práctica, uniendo la razón al conoci-
miento de aspectos particulares, contenidos no en los libros como un cuerpo de
conocimiento, sino en las mentes de los que pueden utilizarla135. La definición que
de la ley, del Derecho en más amplios términos, hará nuestro Juez recurriendo
de nuevo a una máxima latina: Lex est ratio summa, quae jubet quae sunt utilia
et necessaria, et contria prohibet (la ley es la razón culminante, –la perfección de
la razón, si así se prefiere– que ordena lo que es útil y necesario y que prohíbe lo
contrario) ha sido una de las más persistentes y fructíferas definiciones que se
ha dado de la ley, viéndose definiciones paralelas en autores tan diversos como
Cicerón, Aristóteles, Bracton, Gerson, Grocio o Santo Tomás de Aquino. Ello no
impide que la teoría de la “artificial reason” se nos presente en la época de Coke
como un concepto ciertamente revolucionario. Y ello es patente si se tiene presente
que para Coke, la ley y el Estado existen tranquilamente sin la necesidad de la
presencia del Rey. Esa visión se haría aún más abiertamente revolucionaria tras
la publicación de los Reports de Coke. De ahí que Boyer haya podido escribir, que
“Coke dethroned the monarch only in the realm of law”136, aunque también es
cierto, y ello debe inexcusablemente tenerse en cuenta, que el concepto de “reason”
reflejaba una tradición muy arraigada en el Derecho medieval, como por demás se
desprende de la alusión doctrinal que acaba de hacerse; por lo mismo, se trataba
de un concepto que, lejos de ser novedoso, provenía de los siglos precedentes.
Es bastante evidente que, contemplada la ley desde la óptica de John Austin,
la concepción de Coke podía visualizarse como ininteligible o inadecuada, por
cuanto con ella, como acaba de decirse, el soberano dejaba de tener presencia,
mucho menos predominio, en su definición. Para Coke, la “razonabilidad” de la
ley es de algún modo la fuente de su fuerza vinculante, pues es patente que antes
que mandato y obediencia, “the matching halves of positivist jurisprudence”, como
las tilda Boyer137, la “razón artificial” que defiende Coke enfatiza la inteligencia,
la responsabilidad y el consenso, y todo ello deja su concepción al margen del
poderoso movimiento que se puede apreciar en la doctrina inglesa de vincular la
obligación jurídica creada por la ley con algún hecho social, sea el “contrato social”
que en Inglaterra contemplará Locke, sea la “habitual obediencia” al soberano, a
135
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory. Coke, Hobbes, and the Origins..., op.
cit., p. 18.
136
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 92.
137
Allen Dillard BOYER, en Ibidem, pp. 91-92.
70 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“For reason is the life of the Law, nay the Common Law it selfe is nothing
else but reason, which is to be understood of an artificiall perfection of
reason, gotten by long studie, observation and experience and not of every
mans naturall reason, for Nemo nascitur artifex. This legall reason est
summa ratio. And therefore if all the reason that is dispersed into so many
severall heads were united into one, yet could he not make such a Law as the
Law of England is, because by many succession of ages it hath been fined
and refined by an infinite number of grave and learned men, and by long
experience growne to such a perfection, for the government of this Realme,
as the old rule may be justly verified of it, Neminem oportet esse sapientiorem
legibus: No man (out of his owne private reason) ought to be wiser than
the Law, which is the perfection of reason”140. (Pues la razón es la vida del
Derecho, más aún, el common law no es en sí mismo sino razón, que tiene
que comprenderse como una perfección artificial de la razón, conseguido
por el estudio durante mucho tiempo, la observación y la experiencia y no
por la razón natural de los hombres, pues nadie nace maestro (de la ciencia
del Derecho) (nemo nascitur artifex). Esta razón jurídica es la razón más
elevada (summa ratio). Y por lo tanto, si toda la razón que está dispersa
en muy distintas cabezas estuviera unida en una, no podría sin embargo
hacer un Derecho tal como el Derecho de Inglaterra es, porque a través de
la sucesión de muchas épocas ha sido purificado y refinado por un infinito
138
John Underwood LEWIS: “Sir Edward Coke (1552-1634): His Theory of <Artificial Reason> as
a Context for Modern Basic Legal Theory”, en Law, Liberty, and Parliament (Selected Essays on the
Writings of Sir Edward Coke), edited by Allen D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2004,
pp. 107 y ss.; en concreto, p. 109.
139
Ibidem, p. 120.
140
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. Two, p. 701.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 71
141
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., pp.1690-1691.
142
Ibidem, p. 1691.
143
R. A. MacKAY: “Coke-Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit., p. 219.
72 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
se ha hecho. Son el Parlamento, los jueces y the King in Council quienes lo han
encontrado. De este modo, el common law alcanza una forma concreta a través de
las fuentes que él indica, pero las fuentes tan sólo alcanzan su validez porque son
exposiciones del common law. Y es que la idea del common law, en coherencia con
esa “historical reason” a la que antes nos referíamos, ha existido con anterioridad
a los textos estatutarios o a otras fuentes como un ideal que todos los comentarios
deben esforzarse en conseguir, un ideal que se caracteriza por la razonabilidad y
por la justicia.
Se ha visualizado a Coke por alguna doctrina como defensor de un fundamen-
tal law inmutable frente a los cambios a los que se veía amenazado de resultas
de las incursiones derivadas del ejercicio de la prerrogativa real. Las posiciones
doctrinales, desde luego, se hallan lejos de ser pacíficas. Y así, para Stimson144, no
sin una considerable distorsión puede convertirse a Coke en el autor de la tesis de
que el fundamental law era un Derecho inmutable (“an unchangeable law”) que
limitaba o revisaba la ley parlamentaria. Frente a él, Berman, un concienzudo
estudioso del pensamiento de Sir Edward Coke, cree145, que la más importante
contribución de nuestro personaje a la filosofía jurídica inglesa fue su identifica-
ción del fundamental law de Inglaterra con su constitución no escrita, esto es, con
el propio common law. Por supuesto, como se acaba de decir, el Derecho positivo
formaba parte del common law; Coke nunca dudó de la fuerza vinculante de la
legislación, pero él visualizó la legislación dentro del contexto histórico de los
precedentes de los English common law courts, lo que puede conducir a pensar
en la primacía de ese fundamental law sobre el Derecho positivo.
En el “Preface” de la cuarta parte de sus Reports, Coke hacía algunas conside-
raciones que no parecen sugerir que alguna forma de Derecho fuera inmutable,
limitándose a poner de relieve que, en ocasiones, podía ser inconveniente o incluso
peligroso innovar ese Derecho146, lo que en último término se iba a apoyar en
su percepción de que un cambio descontrolado generaba inseguridad jurídica.
144
Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law (Anglo-American Jurisprudence
Before John Marshall), MacMillan, London, 1990, p. 16.
145
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., pp. 1681 y 1693.
146
Vale la pena transcribir un significativo párrafo del “Preface” de la cuarta parte de los Reports
de Coke:
“The Lawes of England consist of three parts, The Common Law, Customes, & acts of parliament:
For any fundamental point of the ancient Common Lawes and customes of the realme, it is a Maxime
in policie, and a triall by experience, that the alteration of any of them is most dangerous; for that
which hath beene refined and perfected by all the wisest men in former succession of ages and proved
and approved by continuall experience to be good & profitable for the common wealth, cannot without
great hazard and danger be altered or chaunged”. (Las leyes de Inglaterra constan de tres partes, el
common law, las costumbres y las leyes del Parlamento. Para cualquier cuestión fundamental de las
leyes comunes antiguas y de las costumbres del reino, es una máxima en política y un juicio de la
experiencia, que la alteración de cualquiera de ellas es muy peligrosa, pues lo que ha sido depurado
y perfeccionado por los hombres más juiciosos en una antigua sucesión de épocas y demostrado y
probado por una continua experiencia que es bueno y aprovechable para la riqueza común, no puede
sin gran riesgo y peligro ser alterado o cambiado). Apud The Selected Writings and Speeches of Sir
Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 95.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 73
Roscoe Pound pudo observar al respecto147, que Coke fue siempre consciente de
que aunque el Derecho ha de ser estable y firme, no debe permanecer completa-
mente inmóvil. En el siglo XVII, quizá el único modo de que esta paradoja de la
estabilidad y la flexibilidad plástica del Derecho pudiera resolverse era a través
de una consciente reinterpretación, tanto por los jueces como por los abogados,
de los valiosos textos jurídicos del pasado. Coke se alineó en esta dirección y, en
coherencia con la misma, trató de adaptar el common law medieval, contemplado
como tal primariamente a través de la Magna Charta, a las necesidades de su
propia sociedad. Ello no obstante, Stoner se ha referido a una presunción de la
continuidad sobre el cambio, algo que cree perfectamente razonable para alguien
que, como Coke, acepta un soporte divino para la justicia y hace suya seriamente
la noción del fundamental law como un límite respecto de la intención humana148.
La cuestión, como puede apreciarse, está lejos de haber alcanzado una respuesta
concluyente por parte de la doctrina.
147
Roscoe POUND: Law Finding Through Experience and Reason, 1960, p. 23. Cit. por George P.
SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance...”, op. cit., p. 300.
148
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 65.
149
Philip ALLOTT: “The Courts and Parliament: Who Whom?”, en The Cambridge Law Journal
(Cambridge L. J.), Vol. 38, 1979, pp. 79 y ss.; en concreto, p. 82.
74 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
and weightinesse of the matter”150. Pocas líneas después Coke establecería un simil
que siempre le resultó muy querido, al comparar la Magna Charta con Alejandro
Magno, llamado así no en atención al tamaño de su cuerpo, pues era un hombre
de baja estatura, “but in respect of the greatnesse of his heroicall spirit, of whom
it might be truly said, Mens tamen in parvo corpore magna fuit151 (Sin embargo,
grande fue la mente en el pequeño cuerpo). En cualquier caso, Coke fue la figura
clave en la reviviscencia de la Magna Charta; Corwin152 no duda acerca de que el
eventual rol desempeñado en la historia de la teoría constitucional americana por
la Carta Magna, particularísimamente por su capítulo 29, del que ya nos hicimos
eco anteriormente, se debe, de lejos, a Edward Coke.
Añadamos que, como ya pusimos de relieve, los escritos de Coke fueron una de
las mayores colecciones de reglas del common law, y posibilitaron que éste pudiera
adquirir la posición relevante que vino a ocupar en el siglo XVII como resultado
de los conflictos constitucionales de la época. Con toda justicia, los escritores de
folletos del siglo XVII vieron a Coke como “the great oracle” de la tradición del
common law153, a causa de que él había justamente realizado el decisivo servicio
de filtrar esta tradición para su conocimiento y utilización en ese siglo, y también
como es obvio en los sucesivos. Nuestro Chief Justice no sólo ensalzó el common
law, al igual ciertamente que otros escritores del siglo XVII, sino que, en ocasiones,
se refirió a él como un fundamental law, y otras veces lo identificó con el Derecho
natural (“the law of nature”), lo que resultaría meridianamente claro en el
Calvin´s Case, también conocido como the Case of the Postnati (1608)154. El nuevo
150
“Proeme to the second Part of the Institutes of the Lawes of England”, en The Selected Writings
and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. Two, pp. 746 y ss.; la mención transcrita, en p. 746.
151
Ibidem, p. 747.
152
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law” (I), en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, 1928-1929, pp. 149 y ss.; en concreto, p. 175.
153
David Martin JONES: “Sir Edward Coke and the Interpretation of Lawful Allegiance in
Seventeenth-Century England”, en Law, Liberty, and Parliament (Selected Essays on the Writings of
Sir Edward Coke), edited by Allen D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2004, pp. 86 y ss.;
en concreto, p. 87.
154
El Calvin´s Case puede verse en The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit.,
Vol. One, pp. 166 y ss. Recordaremos algunas de las características de este célebre caso. Cuando el
Rey de Escocia Jaime (o Jacobo) VI asumió la Corona de Inglaterra como Jaime (o Jacobo) I, tanto
los escoceses como los ingleses quedaron sujetos al mismo Monarca, por lo que la razón tradicional
para prohibir a un extranjero poseer tierras en el reino, que habría impedido a un escocés ocupar
tierras en Inglaterra, y viceversa, quedó considerablemente debilitada. Más aún, tal argumento era
particularmente dificultoso de mantener cuando se aplicaba a alguien que había nacido después del
acceso de Jaime al trono de Inglaterra (personas que se conocieron como los post-nati, expresión
por la que también se identifica este caso). La cuestión litigiosa se suscitó cuando Robert Calvin, un
escocés nacido tres años después de la coronación de Jaime como Rey de Inglaterra, obtuvo tierra en
Inglaterra, siendo a continuación esas tierras registradas por Richard y Nicholas Smith, con base en
que Robert Calvin no podía poseer esas tierras al ser escocés. El Tribunal, atendiendo a argumentos
basados en la naturaleza del vasallaje, de la majestad, de la conquista, de la razón natural y de la
“unalterable law of nature”, consideró que Calvin no era un extranjero y que, consecuentemente,
podía poseer tierras en Inglaterra. Sobre este caso, que la autora a la que nos referimos de inmediato
considera que fue central en el debate sobre el poder del Parlamento en los dominios, cfr. Barbara A.
BLACK: “The Constitution of Empire: The Case for the Colonists”, en University of Pennsylvania Law
Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 124, 1975-1976, pp. 1157 y ss.; en particular, pp. 1175-1184.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 75
planteamiento del common law llevado a cabo por Coke facilitó la adaptación de
las reglas de common law medievales a las necesidades del Estado moderno, y a
la par, ayudó a la venidera supremacía parlamentaria. Según Bacon, si no hubiera
sido por los Reports de Coke, “the Law by this time had been like a ship without
ballast” (el Derecho por esa época hubiera sido como un barco sin lastre”)155.
155
Apud Charles F. MULLETT: “Coke and the American Revolution”, op. cit., p. 466.
156
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law” (II),
en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, 1928-1929, pp. 365 y ss.; en concreto, p. 366.
157
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., pp. 48-49.
76 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
158
“The Fourth Part of the Institutes”, Chapter I (“Of the High and Most Honourable Court of
Parliament”, en The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. Two, pp. 1062 y
ss.; la cita transcrita en p. 1133.
159
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...” (II), op. cit., pp. 378-379.
160
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance of Lord Coke´s
Influence”, op. cit., pp. 310-311.
161
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit., p.
245. Para este autor, la esencia de esta idea es que el Parlamento representa la voluntad de la nación.
“It is evident –añade (Ibidem)– that Coke appreciated, to some extent, the effect of representation”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 77
haber poca duda de que en sus Institutes Coke contempló al Parlamento como
un órgano supremo en un sentido mucho mayor que el que provendría de su
visualización como un tribunal de última instancia, afirmación harto discutible
a nuestro modo de ver. Por nuestra parte, creemos que es verdaderamente difícil
encontrar una explicación incontrovertible, muy posiblemente porque quizá no
la haya, y en último término la realidad no sea otra sino la de que mientras actuó
como Juez, Coke defendió la independencia de los tribunales de common law
frente al Rey, sustentando asimismo su función de intérpretes del statute law frente
al Parlamento, de modo tal que los jueces velaran porque el Derecho estatutario
mantuviera una conformidad general con un fundamental law, mientras que en su
última etapa, como relevante parlamentario, puso más el acento en la doctrina de
la supremacía del Parlamento. Es por ello por lo que en el controvertido párrafo
de Coke no encontramos en modo alguno un argumento que pueda oponerse a la
interpretación proclive a ver en su dictum una recepción de la teoría constitucional
de la judicial review.
Quizá convenga añadir, que la posible aportación que se piensa que Coke iba a
realizar a la doctrina de la judicial review con su pronunciamiento en el Bonham´s
case quizá no consistiera tanto en la existencia de un fundamental law al que debía
ajustarse el Derecho estatutario de proveniencia parlamentaria. Alguna doctrina se
ha hecho eco de que en los días de Coke los abogados se mostraban generalmente
de acuerdo en que existía un cuerpo de fundamental law. Más aún, Hamburger
recuerda162, que los abogados ingleses, en ocasiones, habían dado a entender que
si los jueces no adoptaban una interpretación de una ley acorde con lo que era
razonable o justo (“in accord with what was reasonable or just”), la ley en cuestión
sería nula, al menos, presumiblemente, en conciencia. Así las cosas, Coke, en un
primer momento, con su supuesta contribución a la doctrina de la judicial review,
podía estar en cierto modo reflejando cómo en un tiempo de crecimiento del
poder parlamentario, los ingleses comenzaban a sentir una cierta necesidad de
un instrumento como la revisión judicial. Y a tal efecto Coke, en un determinado
momento, parece apartarse de la concepción tradicional inglesa del Parlamento
como el más alto tribunal inglés, que por su carácter supremo se encargaba de
declarar o incluso alterar la costumbre del reino, al hacer recaer sobre los jueces
de common law esa supuesta función de judicial review. Así enfocado, el Bonham´s
case, como se ha dicho163, podría verse como un evento catalítico (“a catalytic
event”) en un proceso fundamental de cambio constitucional. Pero como ya hemos
puesto de relieve con anterioridad, en otro momento de su vida, Coke parece haber
dejado de lado, o por lo menos haber matizado, la anterior posición. No les falta
por todo ello la razón a aquellos autores que, como Thorne164, creen que el hecho
de que los tres últimos Institutes guardaran silencio acerca de la doctrina de que
había unos principios superiores de Derecho y justicia que las leyes del Parlamento
162
Philip HAMBURGER: “Law and Judiciary Duty”, en George Washington Law Review (Geo. Wash.
L. Rev.), Vol. 72, 2003-2004, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 14.
163
Philip ALLOTT: “The Courts and Parliament: Who Whom?”, en The Cambridge Law Journal
(Cambridge L. J.), Vol. 38, 1979, pp. 79 y ss.; en concreto, p. 86.
164
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 545.
78 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
165
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentar Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit., p. 247.
166
El caso se incluye dentro de la “Part Eight of the Reports”. Puede verse en The Selected Writings
and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, pp. 264 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 79
I. Los hechos del caso son bien conocidos, no obstante lo cual nos detendremos
en ellos con algún detalle. Protagonistas del caso son Thomas Bonham y el Real
Colegio de Médicos (“Royal College of Physicians”). El Real Colegio fue una ins-
titución peculiar en la primera etapa de la Inglaterra de la Edad Moderna. Había
sido fundada en 1518 bajo la Cancillería del Cardenal Wolsey y en su primera
etapa permaneció como un grupo pequeño y académicamente de élite. Una ley
del Parlamento confirmó su charter, que había sido aprobada durante el reinado
de Enrique VIII; de conformidad con tal ley, el College obtuvo el derecho a actuar
167
Entre los ingleses de la época no se hallaba del todo claro qué tipo de reglas o normas podían
considerarse fundamentales, o dicho de otro modo, cuál era el contenido de ese fundamental law. Para
algunos, el fundamental law estaba encerrado en el common law y en esas instituciones del common
law tales como el juicio por jurados (“trial by jury”) que se creía que tenían sus raíces en un remoto,
pero desde una óptica jurídica, puramente inglés, pasado sajón, anterior a la conquista normanda. Pero
no faltaban quienes también discutían los orígenes que legitimaban esas costumbres fundamentales.
Cfr. al respecto, Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law..., op. cit., p. 15.
168
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine of Judicial Power”, op. cit., p. 242.
169
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 5.
80 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
170
Harold J. COOK: “Against Common Right and Reason: The College of Physicians v. Dr. Thomas
Bonham”, en Law, Liberty, and Parliament. (Selected Essays on the Writings of Sir Edward Coke), op.
cit., pp. 127 y ss.; en concreto, p. 130.
171
Ibidem, p. 134.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 81
libras, que debía pagarse en la inmediata reunión posterior del comitia censorum,
al margen ya de ser amenazado por los censores con la prisión si no cumplía la
obligación contraída. Bonham no retornó para un nuevo examen en el Colegio y
continuó practicando la medicina en Londres. El 3 de octubre de 1606, los cen-
sores anotaron en las actas del Colegio que el Dr. Bonham continuaba ejerciendo
prácticas contrarias a lo estipulado en los estatutos y leyes que regían el College
y tras varias citaciones sin lograr que se presentara, Bonham fue arrestado y
condenado a una multa de 10 libras.
El 7 de noviembre de 1606, Bonham se presentó ante el comité de censores
(comitia censorum) acompañado de un abogado. El Presidente del College, Henry
Atkins, le recordó sus reiteradas desobediencias durante el año anterior y le
preguntó si acudía para repararlas o para examinarse de nuevo. Bonham adujo que
practicaba la medicina y la iba a seguir practicando sin requerir la autorización
del Colegio y sin obedecer al Presidente, ya que ellos carecían de competencia
sobre quienes se habían graduado en las Universidades, cuestión sobre la que el
abogado que le acompañaba incidió, interpretando diversas cláusulas de las leyes
que regían el College. Pero como a simple vista la ley estaba a favor del Colegio,
su Presidente y los Censores decidieron enviar a Bonham a prisión, situación
que había de mantenerse a la voluntad de aquéllos al estimar que Bonham había
incurido en desacato (“for contempt”). Sin embargo, en una semana, el abogado
de Bonham había formalizado un writ of habeas corpus ante la Court of Common
Pleas, que procedía a liberarle el 13 de noviembre.
Cook se ha hecho eco172 de cómo diversas circunstancias pudieron contribuir a
que se desencadenara una cierta preocupación entre los dignatarios del College: el
hecho de que Bonham tuviera un abogado y que éste decidiera acudir directamen-
te ante el nuevo Chief Justice del Common Pleas con un habeas corpus, la rápida
liberación por Edward Coke de Bonham, el empleo del habeas corpus por el Chief
Justice frente a la jurisdicción de tribunales inferiores, lo que asimismo enfadó
a los funcionarios de la Corona. Más allá del caso concreto, los dignatarios del
College vieron que la eficacia de sus decisiones podía verse seriamente dañada si
Coke continuaba, con base en el habeas corpus, liberando a personas encarceladas
por el Colegio. Así las cosas, el Colegio trató de ver confirmada su autoridad
jurídica mediante una apelación ante los funcionarios jurídicos de la Corona.
Muy posiblemente, confiaban en el precedente sentado por el Jenkins and Read
Case (1602)173.
Como antes se ha dicho, tras ver reconfirmadas sus competencias en 1588, el
Royal College se dedicó en la década final del siglo a acusar a un buen número de
médicos y cirujanos. Entre los cirujanos encarcelados se hallaban Roger Jenkins
y Simon Read, quienes se enfrentaron jurídicamente con el Colegio, presentando
sus demandas ante el Chief Justice Popham (1602). Ambos habían permanecido
172
Ibidem, pp. 135-136.
173
Sobre este caso, cfr. Harold J. COOK: “Against Common Right and Reason...”, op. cit., pp.
131-133.
82 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
encarcelados desde mediados de febrero hasta principios de abril de ese año 1602.
Su abogado presentó en su nombre un writ of corpus cum causa, una modalidad
particular de habeas corpus, y el Juez Popham accedió a liberarlos hasta tanto
su caso pudiera ser visto. El 8 de abril tuvo lugar la vista, que se cerró con una
decisión a cuyo través el Chief Justice Popham, entre otros pronunciamientos,
decidió que la autoridad del College era convincente y suficiente como para
encarcelar en una prisión; que un hombre libre de Londres podía legalmente ser
encarcelado por el College; que el Lord Chief Justice no podía poner en libertad a
la persona en prisión por el Colegio, y que ningún hombre, independientemente
de su formación, podía practicar la medicina en Londres o dentro de un área de
siete millas alrededor de la ciudad sin la pertinente licencia del College.
Los miembros del College iban a mantener en mayo de1607 una reunión en
casa del Lord Chancellor Ellesmere, a la que además de éste iban a asistir otros
seis relevantes jueces, dos de ellos de la Court of King´s Bench y otros de la Court of
Common Pleas174. Significativamente, Edward Coke no fue invitado; las discrepan-
cias entre Ellesmere y Coke eran bien conocidas. En lo básico, los jueces presentes
se pronunciaron sobre cuestiones generales que podían incidir sobre el asunto
de Bonham, inclinándose en favor de las tesis del Royal College of Physicians,
lo que decidió a sus dignatarios a proceder judicialmente contra aquél ante los
common law courts. Finalmente, a principios del año 1608, el Colegio formalizó
la demanda contra Bonham ante el King´s Bench, por doce meses de práctica
ilícita, reclamando 5 libras por mes, lo que totalizaba 60 libras, una suma harto
considerable. Significativamente, la demanda era sostenida no por el abogado del
Colegio sino por el propio Attorney General, Hobart. A primeros de 1609 el King´s
Bench encontró a Bonham culpable de práctica ilegal de la medicina en Londres.
Ante esta situación, y antes de ser condenado por el King´s Bench, Bonham iba
a pasar al contraataque, y a tal efecto retornaba ante el Tribunal del Chief Justice
Coke, presentando en el otoño de ese mismo año 1608 una demanda contra el
Colegio, en la que le exigía una indemnización de 100 libras por abuso contra su
persona y encarcelamiento ilegal (“wrongful imprisonment”), aduciendo que el
College “with force of arms.... took and imprisoned” “against the law and custom
of this kingdom of England”175.
174
Fruto de la reunión sería la aprobación del documento “Opinions of Lord Chancellor and Judges
on Question re Charter of College of Physicians” (1607).
175
Apud Harold J. COOK: “Against Common Right and Reason...”, op. cit., p. 137.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 83
de la multa para el Rey y la otra mitad para el propio Colegio. Esta patente fue
confirmada por un estatuto de Enrique VIII, que a su vez fue confirmado por
una ley del Parlamento de 1540, con la adición de un mandato general dirigido a
todos los carceleros para mantener a las personas que les confiaran el Presidente
y el Colegio sin ponerlas en libertad bajo fianza. Con la Ley de 1540 se pretendía
que “none shall practice here but those which are most learned and expert, more
than ordinary”, añadiéndose que ello respondía a la necesidad sentida por el Rey
de tener un especial cuidado por la salud del pueblo de Londres, ya que “(it) is
the heart of the kingdom”.
Frente a esto, el abogado de Bonham iba a replicar mediante una argumenta-
ción que atendía a la intención de estas normas jurídicas. Las leyes del College y
sus charters pretendían impedir una mala práctica en el ejercicio de la medicina,
como asimismo que la misma se ejerciese por impostores. Siendo un licenciado
en medicina por la Universidad de Cambridge, Thomas Bonham era uno de los
“grave and learned” hombres a quienes la ley trataba de estimular. El hecho de
que poseyera un grado universitario debía por lo tanto eximirle de la jurisdicción
del College. El abogado de Bonham concluía que la ley “doth not inhibit a doctor
to practice, but (only) punisheth him for ill using, exercising, and making (of
physic)–it could punish an M. D. for malpractice but not for illicit practice”176. En
definitiva, según el abogado del Dr. Bonham, el Colegio podía decretar la prisión
de un impostor por razón de su deficiente ejercicio de la medicina, pero no lo
podía hacer respecto a un doctor culto e instruido como era el caso de su cliente.
Boudin haría especial hincapié 177 en el dato de que el Bonham´s case no
concernía a ninguna ley general promulgada por el Parlamento en su “legislative
capacity”, sino a una concesión hecha por el Rey y más tarde confirmada por
el Parlamento, pues, a su juicio, mientras una concesión, que por sus propias
consecuencias entregaba derechos del pueblo, podía y quizá debía con base en fun-
damentos constitucionales, ser interpretada estrictamente, un acto de legislación
era un acto de autogobierno del pueblo basado en su propia capacidad soberana,
y su acción tenía que ser naturalmente enjuiciada a través de reglas diferentes e
interpretada por medio de cánones distintos de interpretación. No vemos en este
matiz diferencial la trascendencia que le da Boudin porque, a la postre, fue una
ley del Parlamento la que confirmó la charter del College. Como era lógico, fue
de conformidad con las facultades que le habían sido atribuidas como el Colegio
fundamentó en sede judicial la prisión de Bonham.
Recuerda Plucknett178, que una prolongada discusión se produjo sobre la
cuestión de si los graduados de las Universidades se hallaban bajo la jurisdicción
del Royal College, pues como Sergeant Doddridge sostuvo, “las leyes de este Reino
han tenido siempre un gran respeto por los graduados de las Universidades, y esto
no es sin motivo”. De hecho, éste había sido uno de los argumentos nucleares del
176
Harold J. COOK: “Against Common Right and Reason...”, op. cit., p. 138.
177
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., p. 243.
178
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., pp. 32-33.
84 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
III. Antes de que se dictara la sentencia, la demanda que el Colegio había plan-
teado ante el tribunal del King´s Bench, con el Attorney General Hobart asumiendo
el liderazgo del proceso, como antes se anticipó, iba a ver finalizado su curso con la
pertinente sentencia. El 3 de febrero de 1609 el tribunal hacía público su veredicto,
siendo Bonham declarado culpable de ejercer la medicina ilícitamente y multado
con 60 libras; al negarse a pagarlas, Bonham sería encarcelado por decisión del
College. Gray ha señalado180, que ha encontrado una prueba no publicada de este
proceso anterior (“an earlier penalty-suit against Bonham in the King´s Bench”),
aunque también reconoce que está recogido en actas en un manuscrito del British
Museum con una considerable extensión. El propio autor se hace eco de cómo el
abogado de Bonham en ese otro proceso sostuvo que las leyes debían interpretarse
de acuerdo con la razón (“by reason”) y que no era razonable (“it is unreasonable”)
incluir en los textos legales en cuestión a los doctores por una Universidad181.
Algunos de los razonamientos del abogado Damport, defensor de Bonham, iban
179
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 49.
180
Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, en Proceedings of the American Philosophical
Society (Proc. Amer. Phil. Soc.), Vol. 116, No. 1, February 15, 1972, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 41.
181
En contrapartida, el Attorney General Hobart, en su alegato contra Bonham, iba a insistir, inter
alia, sobre “the all-inclusiveness that should ordinarily be attributed to the word nemo” y sobre la
importancia de interpretar la ley de conformidad con su evidencia interna, y la virtual ausencia de
cualquier otra evidencia en favor de la otra parte, a salvo el preámbulo de la patente, al que no debía
prestarse ninguna atención, pues “preambles are only meant to give illustrative examples of the
mischief”. Apud Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 41.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 85
a ser cercanos a los del Chief Justice Coke en la sentencia que cerraría el caso del
que venimos ocupándonos. Cuatro miembros del Tribunal iban a fallar en contra
de Bonham, el Chief Justice Fleming y los Jueces Williams, Croke y Yelverton,
encontrándose Fenner, el quinto miembro, ausente. No deja de sorprender que
ninguno de los cinco se inclinara en favor de las tesis sustentadas por Bonham.
En el caso que iba a ser resuelto por el tribunal de Common Pleas nada se
dijo acerca de la sentencia a que acaba de hacerse mención, lo que tampoco debe
extrañar a la vista de las pautas jurisprudenciales existentes en el siglo XVII, lo
que no quiere decir que Coke no tuviera en mente este otro litigio. En cualquier
caso, no deben pasarse por alto dos aspectos que creemos significativos: el
primero de ellos es que el abogado de Bonham, en el litigio por prisión ilegal
(“false imprisonment”), apoyó sustancialmente su argumentación en la tesis de
que los graduados universitarios debían quedar al margen de la intervención del
College. El segundo es que en la sentencia que puso punto final al Bonham´s case
una mayoría de tres jueces rechazó los argumentos del abogado encaminados a
dejar al margen de las exigencias legales a los licenciados universitarios, lo que
corrobora la paradoja a la que en un momento precedente aludíamos: Bonham
ganó el caso, pero no con base en la fundamentación sustentada por su abogado.
Digamos para finalizar que no obstante el primer fallo desfavorable, Bonham,
es obvio, no renunció al segundo litigio, el que primigeniamente atrae nuestra
atención, y no sólo eso, sino que frente a la primera decisión judicial Thomas
Bonham acudió al Arzobispo de Canterbury para que intercediera por él ante
el College, gestión en la que tuvo éxito, pues el Arzobispo Bancroft, con fecha de
3 de octubre de 1609, escribió una carta al College, expresando su protesta por
su obstinación en mantener el encarcelamiento de un hombre docto y erudito
como era el caso de Bonham, lo que desencadenaría el envío por el Colegio de
una delegación de sus miembros con el fin de entrevistarse con el Arzobispo. Los
delegados del Colegio vinieron a decir al Arzobispo que si Bonham retiraba su
demanda ante el tribunal de Common Pleas el Colegio decidiría su liberación.
Bonham era obstinado y se negó a retirar su demanda, y en el invierno del año
1610 el caso fue finalmente decidido en el sentido ya adelantado, desfavorable para
el College, que sería multado con 40 libras, reduciendo así la multa de Bonham a
tan sólo 20 libras.
de sus máximas: Ubi philosophia definit, ibi medicine incipit182 (Donde la filosofía
termina, allí comienza la medicina), lo que era tanto como reconocer que no
había nada seguro en las cuestiones médicas. La consideración no era en absoluto
impertinente, pues lo que Coke estaba intentando poner de relieve con su mención
era que la autoridad que por la charter se había concedido al Royal College of
Physicians no le otorgaba el deber y la capacidad para decidir lo apropiado y lo
inapropiado del ejercicio de la medicina. Tal autoridad se plasmaba legalmente
en dos facultades separadas que se contenían en dos cláusulas diferenciadas, con-
cerniendo la primera de ellas a la práctica ilícita de la medicina (illicite practice),
en relación a la cual era indiferente que el ejercicio médico fuera bueno o malo,
y la segunda (única que autorizaba la prisión del ejerciente de la medicina), a la
práctica inadecuada, mala, deficiente (malpractice) (los jueces habían traducido en
1607 la expresión latina non bene exequend faciend et utend illa por “not well doing,
using, or practicing physic”). Coke, con una lógica indiscutible, iba a considerar
que las dos cláusulas se referían a cuestiones separadas, en vez de entender
la segunda como una suerte de autorización para castigar el comportamiento
contemplado por la primera. Y aquí reside la médula vertebral de la sentencia.
Pero sobre esta cuestión volveremos más adelante.
Nuestro Chief Justice iba a decantar su decisión en favor de Thomas Bonham
con base en dos razonamientos, cada uno de los cuales, como bien se ha dicho183,
era suficiente por sí solo: 1) Los censores no tenían facultad para encarcelar al
demandante por cualquiera de las causas mencionadas ante el tribunal. 2) Admi-
tiendo que los censores tuvieran por ley esa facultad, ellos no habían perseguido
judicialmente en forma adecuada su autoridad. En otras palabras, o la ley del
Parlamento no otorgaba a los censores la facultad para encarcelar a Bonham o,
si se la daba, los censores no habían seguido sus disposiciones en sus actuaciones
contra él.
Para resolver la primera y capital cuestión, Coke iba a aducir cinco argumen-
tos, el cuarto de los cuales es el más célebre pasaje de la sentencia, aquel en el que
tradicionalmente se ha visto un reconocimiento de la autoridad de revisión judicial
de las leyes; tras ello, Coke iba a compendiar sus argumentos en dos máximas,
para terminar planteando, y refutando, las tres posibles objeciones frente a su ar-
gumentación. La segunda cuestión es resuelta de modo más expeditivo, ofreciendo
seis argumentos y suscitando, y rechazando, una posible objeción. A continuación
nos ocupamos de los distintos argumentos de Coke, haciendo especial énfasis
en los atinentes a la primera cuestión, y de modo muy particular en el cuarto
argumento, no sin antes hacer una breve referencia al rechazo por el tribunal de
la argumentación nuclear esgrimida por el abogado de Thomas Bonham.
de la ley que nos ocupa. No lo iba a entender así el tribunal, que iba a abordar esta
cuestión con carácter previo.
La ley en consideración era lo que se denominaba un estatuto negativo (“a
negative statute”). Los términos de la patente eran claros cuando determinaban,
que nadie practicaría la medicina en la ciudad de Londres y en su distrito si no
fuera admitido por las cartas del presidente y del College, selladas con el sello
común. Recuerda Thorne184, que por aquel entonces era un principio general de
la interpretación legal que los estatutos, esto es, las leyes aprobadas por el Parla-
mento, expresados en términos negativos reemplazaban y anulaban (“superseded
and defeated”) al common law. Ahora bien, un estatuto negativo no podía ser
extendido para incluir casos no previstos, con un perjuicio análogo a quien se le
aplicara, ni tampoco podía ser limitado para excluir casos que cayeran dentro de
sus expresas palabras.
Los demandados, como constataba Coke en la sentencia, se apoyaban en el
texto de la concesión, ratificado por el estatuto de Enrique VIII, que era negativo,
y en coherencia con lo que se acaba de decir, el tribunal no iba a excluir de la
aplicación del texto estatutario a quien, de conformidad con el mismo, no podía
ser excluido. El razonamiento del tribunal es muy claro al respecto:
De esta forma, una posible vía interpretativa con la que resolver la demanda
a favor de Bonham quedaba cerrada. Por si hubiese alguna duda, otra sección de
la Ley de Enrique VIII, que se refería a las personas que practicaran la medicina
fuera de Londres, incidía aún más, y en la misma dirección, sobre la cuestión.
Tales personas habían de ser asimismo examinadas por los censores del College,
184
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 545.
185
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 270.
88 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“The University is Alma mater, from whose breasts those of that private
College have sucked all their science and knowledge (which I acknowledge
to be great and profound) but the Law saith, Erubescit lex filios castigare
parentes: the University is the fountain , and that and the like private Col-
leges are tanquam rivuli, which flow from the Fountain, et melius est petere
fontes quam sectari rivulos”188. (La Universidad es Alma mater de cuyos senos
los del Colegio privado han mamado toda su ciencia y conocimiento (que
reconozco que es grande y profundo), pero el Derecho dice que “la ley se
sonroja cuando los hijos castigan a sus padres”: la Universidad es la fuente, y
los parecidos Colegios privados son “como arroyos” que fluyen de la fuente,
y “es mejor buscar por las fuentes que seguir los arroyos”).
186
Apud Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 39.
187
Es el caso, por ejemplo, de George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Signifi-
cance...”, op. cit., p. 303.
188
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 272.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 89
Justice con la interpretación del Juez Daniel. Gray recuerda al efecto189, que en
un breve resumen en el texto manuscrito de la sentencia se lee: “And it seems
by the words of Lord Coke that his opinion is with Daniel, that they (university
doctors) are not bound...”. La razón por la que el Chief Justice no se alineó con
Daniel parece de pura estrategia: si ya era consciente de que existía una mayoría
3-2 sobre la otra cuestión, quizá considerara innecesario posicionarse acerca de
si los médicos graduados por Oxford y Cambridge debían quedar exentos de la
previa autorización del College para ejercer la medicina en la ciudad de Londres.
189
Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 41.
190
“The first reason –puede leerse en la sentencia– was, that these two were two absolute, perfect,
and distinct Clauses, and as parallels, and therefore the one did not extend to the other; for the second
beginneth, Praetera voluit et concessit...., and the branch concerning fine and imprisonment, is parcel
of the second clause”. Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One,
p. 274.
90 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
fijación del castigo en cada caso (“the King and the makers of the Act, –se lee
en la sentencia– cannot, for so uncertain offence impose a certainty of the fine,
or time of imprisonment, but leave it to the Censors to punish such offences,
secundum quantitatem delicti, which is included in these words”). El principio de
proporcionalidad latía intensamente bajo esta argumentación de Coke, una prueba
de la modernidad de la argumentación jurídica de este gran juez.
“(I)t was never the meaning of the Act to barr any one of his own Physi-
cian; and when he is here he may practise and minister Physick to another
by 2. or 3. weeks...., without any forfeiture; for any one who practiseth
Physick well in London (although he has not taken any degree in any of
the Universities) shall forfeit nothing, if not that he practise it by the space
of a month; and that was the cause, that the time of a month was put in
the Act”192. (No fue nunca el sentido de la Ley prohibir a nadie su propio
médico, y cuando está aquí puede practicar y ejercer la medicina a otro
durante dos o tres semanas.... sin ninguna confiscación, pues a cualquiera
que practique bien la medicina en Londres (aunque no haya alcanzado
ningún grado en ninguna de las Universidades), no se le confiscará nada si
no la practica por espacio de un mes, y esa fue la causa de que el tiempo de
un mes se pusiera en la Ley).
191
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 83.
192
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 275.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 91
“And it appeareth in our Books, that in many Cases, the Common Law doth
controll Acts of Parliament, and sometimes shall adjudge them to be void:
for when an Act of Parliament is against Common right and reason, or re-
pugnant, or impossible to be performed, the Common Law will controll it,
and adjudge such Act to be void”195. (Y aparece en nuestros libros, que en
muchos casos el common law controla las leyes del Parlamento, y a veces
debe declararlas nulas, pues cuando una ley del Parlamento es contraria al
Derecho común y la razón, contradictoria, o imposible de ser cumplida, el
common law debe tener autoridad sobre ella y declarar que tal ley es nula).
IV. Estos son los argumentos que Coke presentó para fundamentar que las
dos cláusulas de la patente eran distintas, y que por lo mismo la facultad del
College para decidir la prisión de un ejerciente de la medicina estaba confinada
a los médicos culpables de una práctica inadecuada o negligente (malpractice).
La interpretación de Coke nos parece por entero pertinente, pues es patente que
los supuestos contemplados por cada una de las dos cláusulas eran de una muy
dispar gravedad, ya que mientras la primera se refería a una infracción que hoy
podríamos tildar de meramente administrativa, la segunda contemplaba un
supuesto incardinable en el ámbito de lo penal. Parece perfectamente razonable
que sólo a este último caso se anude la sanción de privación de libertad. De ahí
que le asista toda la razón a Rey Martínez cuando considera196, que la lectura que
Coke va a hacer de los textos legales es una interpretación garantista de la libertad
y por lo tanto moderna, lo que a su vez, siguiendo la estela de Thorne y de otros
autores, le lleva a considerar el razonamiento del Chief Justice como de mera
legalidad, rechazando implícitamente, esta vez de modo bastante más discutible,
que se trate de un razonamiento que sustente un control de constitucionalidad.
Al margen ya de ello, sobre lo que volveremos de inmediato, lo cierto sería que la
argumentación de Coke conducía a la conclusión de que la prisión del Dr. Bonham
196
Fernando REY MARTÍNEZ: “Una relectura del Dr. Bonham´s Case y de la aportación de Sir
Edward Coke a la creación de la judicial review”, en Revista Peruana de Derecho Público, Año 8, nº 14,
Enero/Junio de 2007, pp. 47 y ss.; en concreto, p. 57.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 93
había sido ilegal, pues el Colegio había invocado su autoridad para sancionar una
mala práctica, no obstante haberse limitado la falta de Bonham, como mucho, a
ejercer la medicina sin la licencia del Colegio.
Con la salvedad del cuarto argumento, de mucha más amplia proyección, los
restantes parecen directamente encaminados hacia ese fin197, aunque no faltan
autores, como es el caso de Stoner198, que consideran que realmente los cinco
argumentos se dan en el contexto de apoyar una cierta interpretación del estatuto.
Aun cuando pueda admitirse genéricamente esta reflexión, un análisis pausado de
los cinco argumentos, como mínimo, nos pone de relieve que el cuarto argumento
no parece incidir tanto sobre la diferenciación entre las dos cláusulas del estatuto,
cuanto sobre la improcedencia de los censores para, incluso, imponer multas en
cualquiera de los supuestos contemplados estatutariamente. Este argumento
proyecta su vuelo a una altura muy superior a la de los otros cuatro, y ello con
independencia de la precisa intención que Coke tuviera con el mismo, tema que
trataremos en un momento ulterior. Podría pensarse que el cuarto argumento, al
referirse a un principio tan esencial a la justicia como era el de que nadie puede
juzgar el propio caso, principio que claramente había sido transgredido, estaba
dando por cerrado el caso. Pero como sostiene la doctrina199, lo esencial en esta
etapa no era cómo se había comportado el College, algo que se trataba después,
sino cuál era la ley y, de modo particular, cómo debía aplicarse el estatuto, dando
adecuada respuesta a si las cartas patente y el estatuto confirmatorio permitían
este modo de proceder.
Como ya indicamos, Coke parece compendiar, y a la par fundamentar,
sus argumentaciones en dos máximas jurídicas200: 1) “Generalis Clausula non
porrigitur ad ea quae specialiter sunt comprehensa” (Una cláusula general no tiene
que extenderse a algo que es especialmente mencionado). 2) “Verba posteriora
propter certitudinem addita ad priora quae certitudine indigent sunt referenda” (Las
palabras subsiguientes, añadidas con el propósito de certeza, tienen que referirse
de nuevo a las previas palabras que carecen de esa certeza). Estas máximas
parecen estrechamente vinculadas con la interpretación estatutaria. Al referirse
a la primera de ellas, y después de mencionar un ejemplo relativo al Derecho de
propiedad, Coke escribe: “if it be so in a deed, a fortiori, it shall be so in an Act of
Parliament, which (as a Will) is to be expounded according to the intention of the
makers” (si fuera así en una escritura, a fortiori, será así en una ley del Parlamento,
que –como un testamento– tiene que explicarse de acuerdo con la intención de
quienes la han hecho)
197
De modo análogo se pronuncia S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 547.
198
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 51.
199
Ibidem, p. 53.
200
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, pp. 277-278.
94 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
201
Esta parte de la sentencia puede verse en The Selected Writings..., op. cit., Vol. One, pp. 280-281.
202
En el Jentleman´s Case, resuelto en 1583 por la Court of King´s Bench, (puede verse en The
Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, pp. 157 y ss.) Coke definiría las
courts of records a lo largo de una serie de líneas ordinariamente aceptadas, repitiendo de hecho, como
precisaría Thorne, las precisas palabras formuladas por Littleton un siglo antes, aunque sería Coke
el directo responsable de la curiosa definición moderna de la court of record como aquel tribunal que
puede multar y encarcelar (“a court of record as one that can fine and imprison”). S. E. THORNE:
“Courts of Record and Sir Edward Coke”, en The University of Toronto Law Journal (U. Toronto L. J.),
Vol. II, 1937-1938, pp. 24 y ss.; en concreto, pp. 37-38.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 95
mismo estatuto. A ellos hay que añadir el Thomas Tregor´s case, el caso Cessavit
42 y el caso Annuity 41, también conocido como el Case of the Seals. Plucknett, y a
partir de él otros autores, se han ocupado de investigar hasta qué punto los casos
mencionados podrían apoyar el pasaje y en qué sentido. Los Year Books law han
servido de base para la investigación emprendida por la doctrina norteamericana.
No faltan autores, como es el caso de Stoner203, que han mostrado su extrañeza
por esta referencia por parte de Coke a unos precedentes, y ello con base a que
la interpretación estatutaria en la época, pero mucho más en los siglos que la
preceden, era de una gran imprecisión. Por nuestra parte, vamos a analizar
sucesivamente esos casos.
203
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 55.
204
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, pp. 275-276.
205
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 35.
206
En el Year Book el texto original es el siguiente: “Ils sont ascun statutes faitz que celuy mesme
que les fist ne les voleit pas mettre en fait”. El texto impreso por Coke en francés es: “...ascuns statutes
sont faits enconter ley & droit que ceux que eux fesoient perceivant ne voilont eux mitter en execution”.
En fin, en el informe de Brownlow el texto es: “...Tregores case, that if any statutes, are made against
law and right, and so are these, which makes any man judge in his own cause...”. Apud Charles M.
GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 47, nota 23.
207
En análogo sentido, MacKay escribe: “It is clearly Coke´s theory, whether or not it is Herle´s”.
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit., p. 223.
96 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
es, ofreciendo una prueba de la facultad de los jueces de dejar de lado los estatutos
que consideraren contrarios al common law.
Por lo demás, según Plucknett, cualquiera que leyera todas las observaciones
del Juez Herle podía ver que él no contemplaba el estatuto sujeto entonces a
discusión como un estatuto que pudiera caer dentro de la categoría a que él mismo
se estaba refiriendo. También Boudin, de modo rotundo, iba a apuntar que aquí
no hay una decisión que declare nula una ley del Parlamento, para añadir más
adelante que “Coke falsified the record in order to make it appear that the idea of
a paramount law and right, superior to the concrete law of the lawgiver was well
recognized in English jurisprudence”208. En definitiva, este primer precedente
parece hallarse lejos de ser convincente.
208
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine of Judicial Power”, op. cit., p. 238.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 97
El tercer precedente citado por Coke es otro caso recogido por Fitzherbert,
el llamado Annuity 41213, un caso decidido durante el vigésimo séptimo año del
reinado de Enrique VI, que implicaba la interpretación y aplicación del estatuto De
Asportatis Religiosorum, también conocido como el Statute of Carlisle, promulgado
en 1307 por el Rey Eduardo I.
El texto estatutario abordaba un problema jurídico relativo a asuntos eclesiás-
ticos, que había desencadenado numerosos procesos ante los tribunales. Muchas
casas religiosas pequeñas carecían de un sello común, por lo que, llegado el caso,
contendían con el sello personal de su director. Así, inevitablemente, surgían
problemas, como por ejemplo, el de si un documento particular de conformidad
con el sello del abad era una escritura personal del propio abad o, por el contrario,
209
Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 47.
210
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 36.
211
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or...”, op. cit., p. 224.
212
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., pp. 238-239.
213
Boudin señala que este caso es conocido como Rous vs. an Abbot, aunque también como el
Case of the Seals. Louis B. BOUDIN: “Lord Coke...”, op. cit., p. 239.
98 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
214
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., pp. 37-38.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 99
Los dos últimos casos pueden reconducirse en realidad a uno, pues ambos se
refieren a la misma norma estatutaria, que se identifica como “1 Edw. VI, Chap.
14”, norma que venía referida a la confiscación de la propiedad de la Iglesia con
ocasión de la English Reformation. Coke se iba a aproximar aquí al tema desde
una perspectiva diferente. En los días de los primeros Year Books, el Rey era
“prerogative”, lo que era tanto como decir, que había un cierto punto más allá del
cual el Derecho ordinario no le era de aplicación. ¿Qué ocurría entonces si una
norma estatutaria colisionaba con la prerrogativa de la Corona?
Tal situación se originó con ocasión del amplio vuelco de títulos jurídicos
derivado de la supresión con la “Reforma” de las casas religiosas y de las cape-
llanías220. De resultas de varios estatutos, un amplio número de propiedades de
tierras pasó a manos de la Corona, permaneciendo en poder de la misma hasta
tanto eran otorgadas a determinados súbditos mediante “royal letters patent”.
Muchas de estas tierras se hallaban sujetas a complejas obligaciones e incidencias
que los estatutos intentaron resolver. Por ejemplo, muchas de estas tierras no sólo
sostenían a sus propietarios eclesiásticos, sino que también se hallaban sujetas
a diversas rentas o cargas de alquiler (“rent charges”), que se habían de pagar
a laicos que no se hallaban vinculados de ningún modo con las fundaciones
religiosas. Algunas tierras se hallaban sometidas a una peculiar carga conocida
como “rent service”, y aquí iban a surgir las complicaciones. El “rent service”
era un alquiler reservado al momento de constituir un feudo, que se debía a un
señor (“lord”) por su arrendatario en virtud de su relación feudal y de la lealtad
que la misma implicaba. No era un precio, sino más bien un servicio feudal, y el
señor podía exigirlo mediante el embargo (aun cuando no hubiera una cláusula
de embargo en el feudo que le autorizara a ello), pues aunque la tierra fuera
considerada por el arrendatario en plena propiedad, sin embargo, también se
consideraba por el señor “en servicio”, y el señor podía embargarla dentro de
su propio feudo. Innecesario es decir que cuando una tierra sujeta a este tipo de
vínculos jurídicos llegaba a manos del Rey había de sufrir un cambio. El Rey,
que era “prerogative”, no podía rebajarse a realizar servicios a ninguno de sus
súbditos. El estatuto para la supresión de las capellanías, en su esfuerzo para ser
tan justo como fuera posible, contenía una salvaguardia general de los derechos
a los alquileres (incluyendo los “rent services”) que tuvieren todas las personas en
relación con las tierras de la capellanía. Ello entrañaba un patente conflicto entre
220
Seguimos de cerca la exposición de Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit.,
pp. 41-42.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 101
El breve informe nos sitúa ante un tipo de defecto legal que puede añadirse a
la “impertinence” o “impossibility”, la “absurdity”. La decisión no es tan radical
como pudiera parecer, pues en el “report” se explica más adelante, que incluso
extinguiéndose el arrendamiento, los “rent services” que eran parte del mismo
podían exigirse por el “lord” al Rey, al que había ido la cesión de la tierra, por
medio del embargo. Se daba así una curiosa situación. El tribunal, con gran
atrevimiento, rehusaba reconocer las expresas palabras del estatuto en favor de
los “rent services” y los declaraba rotundamente extintos, non obstante la ley, pero
lo que se llevaba con una mano lo restauraba prudentemente con la otra, pues
admitía que el antiguo señor (“the quondam lord”) todavía podía exigir su alquiler
por medio del embargo.
El segundo caso, el conocido como Strowd´s case, iba a dar una respuesta
más acorde con sus justas proporciones222. El tribunal, en pocas palabras, iba a
resolver la compleja cuestión interpretando “rent service” de modo tal que viniera
a suponer su equivalente económico, esto es “rent charge”. Este resultado, como
dice Gray223, podía explicarse por la desgana del tribunal de salvar una norma
estatutaria al precio de un principio establecido por el common law, especialmente
uno relativo a la prerrogativa regia, si bien, para MacKay224, no se trataba tanto
de un principio del common law, pues a su juicio ninguno se hallaba implicado,
sino tan sólo de un fundamento asentado en el “common sense”, pues el mero
221
Apud Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 43.
222
En la decisión se argumenta del siguiente modo: “If a man has lands which were once parcel of
the possessions of a chantry, and which came to the King under the Statute of Dissolution at the time
of the dissolution, and were formerly held of someone else by rent and fealty (i. e., by rent service) or
by service which is chivalry, the King´s patentee shall now hold the tenements according to the patent
(i. e., of the King) and not of the former lord and his heirs, and by the services by which they were
anciently held, save that the same rent that was formerly rent service, he shall pay as a rent charge
distrainable of common right only by the said person who was formerly lord and his heirs. And thus
was the saving in the said statute expounded by the Justices of the Common Bench”. Apud Theodore
F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 43.
223
Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 48.
224
R. A. MacKAY: “Coke–Partliamentary Sovereignty or...”, op. cit., p. 224.
102 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
sentido común mostraba que el Rey no podía ser el servidor de un súbdito. En sus
Reports, Coke iba a argumentar del siguiente modo:
“So the Statute of I E. 6 c. 14. giveth Chauntries, &c. to the King, saving
to the Donor, &c. all such rents, services, &c. and the Common Law doth
controll it, and adjudges the same void as to services, and the Donor shall
have the Rent, as a Rentseck, distrainable of Common right, for it should
be against common right and reason that the King should hold of any, or
do service to any of his subjects, 14 Eliz. Dyer 313. and so it was adjudged
Mich. 16 & 17 Eliz. in Common Pleas in Strowd´s case. So if any Act of Par-
liament giveth to any to hold, or to have Conusans of Pleas of all manner of
pleas arising before him within his Mannor of D., yet he shall hold no plea,
to which he himself is party; for, as hath been said, iniquum est aliquem
suae rei esse judicem”225.
225
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 277.
226
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., p. 241.
227
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 44.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 103
228
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law” (II),
op. cit., p. 372.
229
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 57.
230
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 84.
231
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance...”, op. cit., p. 310.
232
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., pp. 44-45.
233
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., p. 242.
104 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
234
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 45.
235
Roscoe POUND: “Common law and legislation”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol.
XXI, 1907-1908, pp. 383 y ss.; en concreto, pp. 390-391.
236
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or...”, op. cit., pp. 224-225.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 105
términos presenten un significado moderno. Dicho de otro modo, decidir una ley
nula del mismo modo que la Supreme Court declara una ley inconstitucional y por
lo tanto nula y sin efecto, es declararla inoperativa, pero sólo en un caso podría
esto haberse hecho realidad, en concreto, en el Annuity case, donde el estatuto
era declarado nulo, no porque contrariara a una ley superior, sino porque era de
imposible cumplimiento. Los casos restantes se deciden más bien con base en una
interpretación estricta de los estatutos aplicables.
En resumen, los precedentes jurisprudenciales expuestos no terminan de
ofrecer de modo determinante un soporte en el que fundamentar que en su célebre
dictum Coke estaba sentando la doctrina de la judicial review tal y como iba a
ser entendida tiempo después en los Estados Unidos. Incluso, en cierta medida,
alguno de ellos podría servir de apoyo para la tesis de que Coke estaba formulando
una máxima de la interpretación estatutaria. No creemos, en definitiva, que sean
realmente decisivos en favor o en contra de ninguna de las posiciones interpreta-
tivas que hay en juego.
237
“Proclamations”, en Part Twelve of the Reports. Puede verse en The Selected Writings and Speeches
of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, pp. 486-490. Las citas específicas que hacemos pueden verse en
pp. 488 (la primera) y 489 (la segunda y la tercera).
106 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
síntesis, el Rey no podía cambiar ninguna parte del common law ni crear ningún
delito a través de una proclamation, sin la previa intervención y aprobación del
Parlamento.
En sus Reports Coke se iba a hacer lógicamente eco de las Proclamations,
recogiendo unas notas de su propia intervención ante el Privy Council al hilo del
informe buscado por el Rey y su Consejo sobre la autoridad del Monarca para
dictar Bandos (Proclamations) para restringir la construcción en la ciudad de
Londres o regular el comercio del almidón. Enormemente significativas eran al
efecto las siguientes afirmaciones de Coke:
“(T)he King by his Proclamation, or other waies, cannot change any part of
the Common Law, or Statute Law, or the Customs of the Realm (....) Also
the King cannot create any Offence by his Prohibition or Proclamation,
which was not an Offence before, for Ubi non est lex, ibi non est transgres-
sio, ergo, that which cannot be punished without proclamation, cannot be
punished with it”. (El Rey, a través de su Proclama o de otros modos, no
puede cambiar ninguna parte del common law o Derecho estatutario o las
costumbres del reino.... Tampoco el Rey puede crear ningún delito a través
de sus Prohibiciones o Proclamas, que no fuera un delito antes, pues donde
no hay ley no hay por lo mismo delito, porque lo que no puede castigarse
sin Proclama, no puede castigarse a través de ella).
Y entre los ejemplos de Proclamations ilegales que ofrece Coke, puede men-
cionarse la siguiente muy significativa declaración:
“But 9 Hen. 4., an Act of Parliament was made, That all the Irish people
should depart the Realm, and go into Ireland before the feast of the Nativity
of the blessed Lady, upon pain of death, which was absolutely in terrorem,
and was utterly against the Law”. (Pero con Enrique IV se hizo una ley del
Parlamento con arreglo a la cual, todos los irlandeses tenían que salir del
reino e ir a Irlanda antes de la fiesta de la Natividad de la Santa Señora, bajo
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 107
Coke no dice aquí que los tribunales pudieran haber anulado la ley, pero es
significativo que él coloque esta ley entre las que menciona como Proclamas o
Bandos ilegales, no siendo sino una ley aprobada en sede parlamentaria. Parece
por lo mismo evidente que nuestro Chief Justice pretende visualizar esa ley desde
el mismo aspecto que un Bando ilegal, y en el párrafo inmediatamente antes
transcrito ya hemos podido apreciar la inequívoca posición de Coke sobre los
Bandos o Proclamas (Proclamations) contrarios a la ley y a la razón, que califica
como “void”.
En época reciente se descubrió en el British Museum una copia de un
manuscrito fechado el 26 de octubre de 1610, encabezado con el título “Certain
Resolutions Concerning Proclamations”, que aparece así como testimonio
adicional de lo expuesto por Coke en sus Reports, y que como la autora que se
ha hecho eco del mismo señala, viene a confirmar que los jueces, en lo esencial,
confirmaron las reclamaciones de la petición efectuada previamente por los
Commons, que se asentaban en que una cosa eran las proclamations hechas por
el Rey con base en su poder de prerrogativa, y otra distinta los estatutos hechos
por el Rey en Parlamento238.
II. Otro caso relevante en lo que ahora interesa es el caso Rowles v. Mason,
que tuvo lugar en 1612, dos años tan sólo después del Bonham´s case. La doctrina
coincide en vincularlo estrechamente con el Bonham´s case. Boyer es rotundo
cuando aduce239, que cualquier duda sobre las intenciones de Coke en el célebre
caso se difuminó cuando la Common Pleas que presidía se pronunció en el Rowles
case. A su vez, según MacKay240, este caso ilustra acerca de cómo la idea de la
supremacía del common law parece haber quedado adherida rápidamente en la
mente de Coke. El caso tenía que ver totalmente con un conflicto entre el common
law y una costumbre local y había pocos motivos para que Coke se introdujera en
su teoría preferida (“his pet theory”) de la supremacía del common law sobre los
estatutos, no obstante lo cual iba a hacer uso de esa pequeña oportunidad que el
caso le daba. Y así, podía pronunciar en la sentencia estas significativas palabras:
238
Esther S. COPE: “Sir Edward Coke and Proclamations, 1610”, en The American Journal of
Legal History (Am. J. Legal Hist.), Vol. 15, 1971, pp. 215 y ss.; en concreto, pp. 220-221. Esta autora
transcribe el texto de cuatro puntos encontrado en el British Museum. En el primero de los puntos se
puede leer lo que sigue: “The King in certain cases may by the laws of this realm make proclamations
as namely for the making of war and peace, the valuation of coin, to pardon offenses etc. and yet the
offenses ex consequenti are to be punished by law” (p. 221).
239
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 85.
240
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit.,
p. 226.
108 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“Fortescue and Littleton and all others are agreed that the law consists of
three parts. First, Common Law. Secondly, Statute Law, which corrects,
abridges, and explains the Common Law. The third, Custom which takes
away the Common Law: But the Common Law corrects, allows, and disal-
lows, both Statute Law and Custom, for if there be repugnancy in a statute,
or unreasonableness in Custom, the Common Law disallows and rejects it,
as appears by Dr. Bonham´s Case, and 8 Coke 27, H. 6 Annuity”. (Fortescue,
Littleton y otros están de acuerdo en que el Derecho se compone de tres
partes: la primera, el common law; la segunda, el Derecho estatutario, que
corrige, limita y explica el common law. La tercera, la costumbre, que lleva
el common law. Pero el common law corrige, permite y rechaza tanto el
Derecho estatutario como la costumbre, pues si hubiera contradicción en
un estatuto, o irracionalidad en la costumbre, el common law lo prohíbe y
rechaza, como aparece en el Bonham´s case y en el Annuity case).
Es de destacar de este párrafo, ante todo, que como puede apreciarse, contem-
pla los fundamentos del rechazo por el common law de un estatuto de modo más
estricto que en el Bonham´s case, pues aquí quedan circunscritos a la contradicción
(“repugnancy”), al margen ya de la irracionalidad, en relación a la costumbre. Es
significativo asimismo que Coke mencione conjuntamente el Bonham´s case y el
Annuity case, lo que hace pensar en que el Chief Justice pudo considerar ambos
casos desde una óptica similar, entendiendo quizá que en los dos casos la ley
había sido declarada nula, lo que, como es bastante evidente tras lo expuesto, no
dejaba de ser cuestionable. En Annuity, fue la imposibilidad de cumplimiento
del estatuto lo que desencadenó su inoperatividad, mientras que en Bonham no
cabe descartar que el tribunal, básicamente, se limitara a dar una interpretación
estricta del estatuto, aunque tampoco quepa soslayar que Coke pretendiera ir
más allá de lo puramente hermenéutico para sentar la teoría constitucional de la
judicial review. En fin, cabe señalar igualmente la alusión que en este párrafo se
hace acerca de la incidencia del Derecho estatutario sobre el common law, al que
puede corregir, limitar y explicar, al margen del rol determinante que el último
tiene sobre el primero, que tiene como gozne la “repugnancy”. La estrechísima
interconexión entre uno y otro queda así meridianamente puesta de relieve.
Boyer se ha referido a otro caso, el Mary Portington´s Case (1614), en el que,
según él, Coke hizo una sutil reivindicación del poder judicial que el Bonham´s
Case había ofrecido241. En este caso se decidió que las propiedades vinculadas –que
un estatuto de 1285, De Donis Conditionalibus, permitía, norma ésta hacia la que
Coke, supuestamente, mostraba un gran descontento, hallándose deseoso de
tener la oportunidad de reinterpretarla, aprovechándose para ello de “the equity
of the statute”242– podían ser excluidas a través del empleo de un rescate común.
Coke no declaró que el common law podía controlar los estatutos, él no anunció
que las disposiciones de la ley De Donis fueran contradictorias o nulas. Más bien,
dio pleno aliento a través de la sanción judicial a la posibilidad de escapatoria del
241
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 85.
242
Cfr. al efecto, Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., pp. 76-80.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 109
estatuto, pues cuando mostraba su aprecio por los rescates comunes, acogiéndolos
como decisivos para los derechos de los propietarios de grandes extensiones de
tierras, estaba denigrando de un equívoco modo el estatuto De Donis. Privilegiar
los rescates comunes de tierras implicaba una consideración judicial de que la ley
De Donis era contraria a la política pública.
“So if there be a statute made <that no sheriff shall continue in his office
above a year, and if any patent be made to the contrary it shall be void; and
if there be any clausula non obstante contained in such patent to dispense
with the present act, that such clause also shall be void>; yet nevertheless
a patent of a sheriff´s office made by the king for term of life, with a non
obstante, will be good in law, contrary to such statute which pretendeth
to exclude non obstantes: and the reason is, because it is an inseparable
prerogative of the crown to dispense with politic statutes, and of that kind;
and then the derogatory clause hurteth not”.
licio, pese a lo dispuesto por el estatuto. Plucknett alude a dos hechos relevantes
en el caso, aunque no figuraran en el informe recogido en el Year Book. El primero
era que los estatutos no contenían una disposición prohibiendo las cláusulas de
non obstante. El segundo, que esa disposición se presentaba en otro estatuto que
no era mencionado en las argumentaciones del caso, pero esta misma ley contenía
una expresa salvedad de los derechos de aquellos “sheriffs” que ocupan el cargo
con carácter vitalicio, por lo que la patente de Percy era perfectamente válida de
conformidad con ese estatuto, por lo que el supuesto tratado por Lord Bacon no
se producía realmente en este caso.
Al margen de lo anterior, cabe recordar que el tribunal se tomó un tiempo
para decidir el caso y que, finalmente, el Lord Chief Justice enunció la decisión
(compartida por todos los jueces salvo dos), con arreglo a la cual consideraba que
los Reyes de Inglaterra eran soberanos absolutos, que las leyes eran las leyes del
Rey (“the king´s laws”) y que el Rey disponía de la facultad de dispensarlas si él
veía una necesidad para ello, que el Rey era el único juez de esa necesidad, y que
ninguna ley del Parlamento podía quitarle esa facultad, que aparecía como una
verdadera prerrogativa, que este era el Derecho y que el caso de los “sheriffs” había
de decidirse de acuerdo con el mismo. La prerrogativa era indudablemente una
parte del “common law of the land”, y si el Derecho estatutario no podía alterar
el common law, entonces, seguramente la prerrogativa regia se hallaba alejada de
su alcance. La doctrina que supuestamente iba a enunciar después Coke, según
Plucknett, estaba ya con anterioridad produciendo sus frutos, por extraños que
ellos fueran245.
Otro caso que es a veces mencionado como ejemplo de limitación de los pode-
res de la legislatura es el caso The Prior of Castle Acre v. The Dean of St. Stephens.
La cuestión que aquí se suscitó fue la de que un priorato al que estaba asignado la
parroquia de una iglesia fue suprimido y conferido a la Corona por virtud de una
ley del Parlamento. ¿Se convertía por ello la Corona en párroco de la iglesia? El
Chief Justice Frowyke resumía como sigue una extensa argumentación:
“As for the other matter, whether the king can be parson by the Act of Par-
liament, as I see it, it is not a great matter to argue, for I have never seen
that a temporal man can be parson without the agreement of the Supreme
Head. And in all the cases which have been put, sc. of benefices in Wales
and beneficies which laymen have in their own use, I have seen the matter,
and the king had them by the assent and agreement of the Supreme Head.
So a temporal act without the assent of the Supreme Head cannot make
the king parson”.
245
El hecho de que esta decisión siempre fuera objeto de una severa condena con base en su
fundamentación política no debe impedir, según Plucknett, que se obscurezcan sus bases históricas y
políticas. Y a tal efecto, se puede recordar, en relación justamente a esta sentencia, la siguiente reflexión
de Brinton Coxe (en su obra publicada en 1893, Judicial Power and Unconstitutional Legislation):
“According to now prevalent American ideas, if the Constitution of England had been written, and
such a prerrogative right had been constitutional, the court ought to have done precisely what it did”.
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 53.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 111
248
Louis J. JAFFE and Edith G. HENDERSON: “Judicial Review and the Rule of Law: Historical
Origins”, en The Law Quarterly Review (L. Q. Rev.), Vol. 72, July, 1956, pp. 345 y ss.; en concreto,
p. 352.
249
Suzanna SHERRY: “Natural Law in the States”, en University of Cincinnati Law Review (U. Cin.
L. Rev.), Vol. 61, 1992-1993, pp. 171 y ss.; en concreto, p. 174.
250
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court..., op. cit., p. 5.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 113
251
Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction or Constitutional Theory?”, en
University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 117, 1968-1969, pp. 521 y ss.; en concreto,
pp. 535-536.
252
No faltan, desde luego, opiniones que efectuan determinadas matizaciones; es el caso de Goebel,
quien no cree que pueda suponerse que durante la Edad Media los jueces fueran conscientes de los
aspectos constitucionales de sus actividades. Ello no obstante, Goebel admite que el período medieval
se caracterizó por una serie de ideas dominantes, y entre ellas, “the supremacy of the law”. Julius
GOEBEL, Jr.: “Constitutional History and Constitutional Law”, en Columbia Law Review (Colum. L.
Rev.), Vol. XXXVIII, 1938, pp. 555 y ss.; en concreto, p. 560.
253
J. W. GOUGH: Fundamental Law in English Constitutional History, Oxford at the Clarendon
Press, reprinted, Oxford (Great Britain), 1961, p. 65.
254
J. C. HOLT: Magna Carta, Cambridge University Press, Cambridge (Great Britain), 1992, p. 75.
255
Apud J. W. GOUGH: Fundamental Law..., op. cit., p. 15.
256
Goebel, analizando los dos grandes Abridgements del siglo XVI, cree que se pueden entresacar
justamente dos generalizaciones básicas: una, que los reyes estaban sometidos al Derecho, y la otra,
114 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
que no obstante esa sujeción, para los tribunales el límite máximo de este Derecho era tan elevado,
que el rey podía moverse muy confortablemente y, a menudo, elevarse vertiginoso a unas alturas
tiránicas para los ciudadanos. Julius GOEBEL, Jr.; “Constitutional History and Constitutional Law”,
op. cit., p. 561.
257
Cit. por J. W. GOUGH: Fundamental Law..., op. cit., p. 45.
258
Apud David Martin JONES: “Sir Edward Coke and the Interpretation of Lawful Allegiance in
Seventeenth-Century England”, en Law, Liberty, and Parliament (Selected Essays on the Writings of
Sir Edward Coke), edited by Allen D. Boyer, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2004, pp. 86 y ss.;
en concreto, p. 88.
259
J. G. A. POCOCK: La Ancient Constitution y el Derecho feudal, Editorial Tecnos, Madrid, 2011,
p. 250. En el pensamiento del siglo XVIII, afirma Pocock, esta idea había perdido claramente mucho
de su carácter original.
260
John Underwood LEWIS: “Sir Edward Coke (1552-1634): His Theory of <Artificial Reason> as
a Context for Modern Basic Legal Theory”, op. cit., p. 111.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 115
álgido. Sin ir más lejos, en 1642, el Parlamentó apoyó su resistencia frente al Rey
Carlos I justamente en “the ancient constitution”.
Por supuesto, en el pensamiento jurídico británico no iban a faltar quienes,
como Thomas Smith, iban a anteponer el poder regio a cualquier otra consi-
deración. Aunque Smith, que fue “Regius Professor” de Derecho romano en
Cambridge durante el reinado de Enrique VIII, procuró en su obra más conocida,
De Republica Anglorum (1583), evitar entrar en la relación entre el Derecho
positivo y el natural law, omitiendo asimismo abordar los orígenes y el desarrollo
del common law y su relación con el Derecho positivo, en un momento dado iba a
escribir: “To be short, the prince is the life, the head, and the authority of all things
that be done in the realm of England”261. No obstante haber enfatizado en su obra
los poderes del Parlamento, Smith dejaba en ese párrafo claramente expuesta su
posición. Es bien conocido que Bodino, también el el siglo XVI, fundamentará
el poder absoluto del monarca en su derecho a dar al pueblo las leyes sin su
consentimiento262. A su entender, nadie podía por tanto resistir los mandatos del
soberano, por ilegales que los mismos pudieran considerarse desde la óptica de
un fundamental law. Innecesario es decir tras todo lo expuesto que el Rey Jaime I
compartiría en plenitud esta doctrina.
Particular relevancia ha de atribuirse a Christopher St. Germain, quien en
1523 iba publicar una conocidísima obra que ejercería notable influencia en el
siglo XVII. Nos referimos a sus Dialogues in English between a Doctor of Divinity
and a Student in the Laws of England, comúnmente llamada Doctor and Student.
En ella, nos dice Gough263, el concepto de reason ocupó el lugar del law of nature
entre los juristas ingleses de su día. Esta publicación iba a venir a probar que en
los siglos XVI y XVII, incluso antes, en la misma Edad Media, una noción acerca
de la jerarquía del Derecho no era completamente desconocida para los abogados
y juristas ingleses264. Por lo demás, la obra contiene algunas de las semillas que
posteriormente fructificarán y se desarrollarán en la teoría jurídica inglesa265, y ello
no obstante mantenerse St. Germain dentro de la tradición de la filosofía jurídica
europea del siglo XVI, que ya comenzaba a separarse de la teología romano-
católica y del método escolástico. Y así, aunque St. Germain reiterará algunas
teorías de corte tomista, también se situará en otros aspectos en la línea del teólogo
y filósofo francés Jean Gerson (1363-1429), seguidor de las innovadoras, y en su
época muy controvertidas, teorías del franciscano Guillermo de Ockham
En este diálogo, St. Germain imaginaba una conversación entre un doctor en
Teología y un estudiante del common law. El autor mostraba una versión de la
jerarquía medieval convencional del Derecho de Inglaterra en la que separaba seis
261
Apud Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., p. 1660.
262
“The main point of sovereign majesty and absolute power –escribe Bodino en su obra On
Sovereignty– consists of giving the law to subjects in general without their consent”.
263
J. W. GOUGH: Fundamental Law..., op. cit., p. 17.
264
Philip HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, en George Washington Law Review (Geo. Wash.
L. Rev.), Vol. 72, 2003-2004, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 9.
265
Harold J. BERMAN: “The Origins of Historical Jurisprudence...”, op. cit., p. 1659.
116 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“It ought to be kept as well among Jews and Gentiles as among Christian
men.... And it is written in the heart of every man, teaching him what is to
be done and what is to be fled. And because it is written in the heart, there-
fore it may not be put away, .... and therefore against this law, prescription,
statute nor custom may not prevail. And if any be brought against it, they
be no prescriptions, statutes, nor customs, but things void and against
justice”268. (Debe mantenerse lo mismo entre los Judíos y los Gentiles que
entre los Cristianos.... Y está escrita en el corazón de cada hombre, ense-
ñándole lo que debe de hacerse y lo que debe evitarse. Y porque está escrita
en el corazón, por tanto no puede apartarse,.... y por consiguiente, contra
esta ley, no pueden prevalecer prescripciones, estatutos ni costumbres. Y si
alguna se formulara contra ella, no habrán de ser prescripciones, estatutos
ni costumbres, sino cosas nulas y contra la justicia).
266
J. W. GOUGH: Fundamental Law..., op. cit., p. 18.
267
Hamburger compendia los diversos tipos de leyes expuestos por St. Germain en estos cuatro: “the
lawe eternall”, “the lawe of nature” (que los ingleses, según este autor, llamaban “the lawe of reason”),
“the lawe of God” (esto es, las Sagradas Escrituras) y “the lawe of man”. Philip HAMBURGER: “Law
and Judicial Duty...”, op. cit., p. 9.
268
Apud J. W. GOUGH: Fundamental Law in English..., op. cit., p. 18.
269
Every mannes law (se puede leer en Doctor and Student) must be consonant to the law of God.
And therefore the lawes of prynces/the commaundementes of prelates/the statutes of commynalties/
ne yet the ordynaunce of the Churche is not ryghtwyse nor oblygatorye/but it be consonant to the
lawe of God”. Y más adelante escribe St. Germain, que la ley de la naturaleza, que también se conoce
como ley de la razón, al derivar de la ley eterna, que es inmutable, no puede violarse por ninguna ley
humana”. Apud Philip HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, op. cit., p. 10.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 117
270
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 196.
271
Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction...”, op. cit., p. 529.
272
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 91.
118 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
estatutaria. A partir de ese momento, se iba a abrir un debate que llega a nuestros
días y sobre el que se han vertido ríos de tinta.
En su análisis de la sentencia, Thorne considera que el cuarto argumento no
se dirige tanto a poner de relieve la separación de las dos cláusulas del estatuto
tantas veces referidas, y de resultas de la misma, la imposibilidad de sancionar
con la privación de libertad a quien ejerciera ilícitamente la práctica médica, como
hacia la facultad de multar atribuida al College y, en su caso, a la subsiguiente
prisión. Para el mencionado autor273, el argumento bien podría ser entendido así:
De igual modo que es absurdo interpretar el estatuto de modo tal que permita
sancionar a un médico que actúa durante un mes sin licencia con una multa de
100 chelines, y castigarle después con prisión por la única falta de empeñarse
en la práctica no autorizada de la medicina, esto es, castigarle dos veces por la
misma falta, es asimismo absurdo interpretarlo en el sentido de que permita al
College ser juez y parte en un proceso, en cuanto que puede imponer multas de
las que una parte de su cuantía pasan a su pecunio. Aunque el estatuto otorga
al College la facultad de multar a los médicos que practican la medicina sin la
pertinente licencia, cuando se constata que el College tiene un interés directo de
carácter pecuniario en la imposición de esas multas, y por lo mismo en la causa,
sería imposible sin incurrir en un absurdo adherirse a términos tan inequívocos.
Por lo tanto, el College no puede multar. De esta forma, la multa impuesta sobre
Thomas Bonham no estaba legalmente impuesta y, por lo tanto, la prisión que la
acompañaba se hallaba injustificada.
Así visualizado, el cuarto argumento de Coke, para Thorne, está lejos de ser
un dictum, presentándose por contra como una verdadera parte material de su
razonamiento. Dicho de otro modo, el pasaje de Coke no sería un mero obiter
dictum sino una parte integral de la argumentación encaminada a mostrar que, de
conformidad con una interpretación adecuada de las cartas patente y del estatuto
que las confirmaba, el Colegio de Médicos no poseía la facultad que pretendía. Y
aunque este argumento está expresado en términos muy amplios, no visualiza la
nulidad del estatuto a causa de un conflicto entre él y el common law, natural law
o higher law, sino simplemente el rechazo a seguir un estatuto absurdo a simple
vista. Así las cosas, Coke se estaba limitando a sentar un criterio hermenéutico de
aplicación al Derecho estatutario.
Thorne refuerza su tesis, acudiendo asimismo a la interpretación del término
“repugnancy”, (lo que se justifica por la frase de la sentencia “repugnant or
impossible to be performed”) del que recuerda que era muy familiar a los abogados
del siglo XVII274. Una “repugnancy” es una contradicción; ocurre cuando un
273
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 548.
274
A este respecto, recuerda Thorne, que en un tratado de la época conservado entre los documentos
de Ellesmere en la “Huntington Library”, se encuentra dicho término tratado del siguiente modo: “If
the words of a statute be contraryant or repugnant, what is there then to be said? And surelie therin
we ought to make our construction as nigh as we can so that nothing be repugnant. Yet if it cannot be
avoided, so that a repugnancy must needs be, then is the thing repugnant void”. (Si las palabras de un
estatuto fueran contraryant or repugnant, –contradictorias–¿qué debe decirse entonces? Seguramente
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 119
estatuto dispone una cosa y después, quizá por descuido, lo opuesto. Cuando nos
enfrentamos a un estatuto contradictorio (“a repugnant statute”), tenemos prime-
ramente que interpretarlo de modo tal que evitemos sus palabras (los términos
contradictorios como es obvio), pero si eso es imposible, entonces nuestro autor
se decanta por considerar buenas las primeras palabras, debiendo por el contrario
omitirse las últimas, en cuanto que son éstas las que generan una colisión por
razón de su contradicción. Enfrentado a disposiciones contradictorias, un tribunal
debe evitar en la medida de lo posible la colisión antes que dejar caer al estatuto,
y de ahí Thorne infiere su conclusión de que ”there is no conscious constitutional
problem raised here, but only one of statutory construction. We are looking at a
statute from the point of view of a judge called upon to apply it in a particular case.
Since a provision and its opposite cannot both be applied, the later contradictory
words are regarded as of no effect”275.
Proyectando su reflexión al Bonham´s case, Thorne cree que aunque no
sea técnicamente una contradicción (“a repugnancy”), desde luego un estatuto
que hace a un hombre juez de su propio caso puede equipararse a un estatuto
contradictorio, y que si no obstante esta circunstancia Coke hizo tomar forma a
su doctrina de un estatuto contrario al common right and reason, fue por razón de
los precedentes a los que aludió en la sentencia, no con base en ninguna teoría de
Derecho natural, al margen ya de considerar que el cuarto argumento se expresa
en el lenguaje de la interpretación legal276.
Por todo lo anterior, el Profesor Samuel Thorne entiende277, que cuando las
teorías sobre el fundamental law se han dejado de lado, se puede comprender
el rechazo de Coke a reconocer cualquier error sustancial en sus escritos y su
repetición del célebre pasaje del Bonham´s case, palabra por palabra, en réplica a
las cuestiones planteadas por el Rey ante él en 1617, al parecer a sugerencia, entre
otros, de Francis Bacon; podemos asimismo entender sus palabras en Rowles v.
Mason y sus últimas manifestaciones en los Institutes.
debemos hacer nuestra interpretación tan cerca como podamos para que nada sea repugnant. Sin
embargo, si no puede evitarse, de modo que a repugnancy ha de ser necesaria, entonces la cosa
contradictoria es nula). S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 549.
275
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 549.
276
Thorne (en Ibidem, p. 550) recuerda asimismo cómo dos años después del caso objeto de
análisis, en Rowles v. Mason, Coke se dio cuenta de que common right and reason y repugnancy eran
aproximadamente equivalentes. “If there is repugnancy in statute or unreasonableness in custom –se
puede leer en la sentencia– the common law disallows and rejects it, as appears in Dr. Bonham´s case”.
277
S. E. THORNE, en Ibidem, p. 551.
278
J. W. GOUGH: Fundamental Law in English Constitutional History, Oxford at the Clarendom
Press, Oxford, reprinted, 1961 (first published 1955), pp. 35-36.
120 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“adjudging un act to be void”, no quería decir que el tribunal declarara que con esa
ley el Parlamento había ido más allá de sus facultades, sino que el tribunal debía
proceder a interpretarla estrictamente, si ello era necesario en orden a ponerla en
conformidad con esos principios de razón y justicia que se presumía subyacían a
todo el Derecho. El profesor inglés reconoce que ha existido alguna duda acerca de
lo que Coke quería significar por “repugnant”, y tras recordar que para Plucknett
ese término apenas alcanzaba a algo más que “desagradable para el tribunal”,
muestra su discrepancia al respecto, recordando que en su usual sentido jurídico
inglés tal término significa tanto como incoherente o incompatible.
Entre la reciente doctrina norteamericana, Kramer, en un artículo bien
conocido, sigue de cerca esta línea doctrinal. Para el Profesor de la “New York
University”279, los esfuerzos de Coke se dirigieron no a establecer un control
judicial respecto de un fundamental law, sino más bien a limitar el poder del Rey
frente al Parlamento. Con su dictum, Coke estaba proponiendo una regla de in-
terpretación legal de conformidad con la cual, una ley que contradijera principios
jurídicos establecidos debía interpretarse estrictamente, en ausencia de una clara
declaración para lo contrario. Conviene no olvidar al respecto, que la moderna idea
de la separación de poderes no existía y que el poder judicial estaba aún lejos de ser
percibido como algo separado y distinto, visualizándose los principales tribunales
(King´s Bench, Common Pleas y Exchequer) como adjuntos del ejecutivo, con la
sola excepción del más alto tribunal, que era el mismo Parlamento presidido por
el Rey280.
No muy distante es la posición sustentada, en un excelente artículo, por
MacKay, quien cree que, a primera vista, el pasaje de Coke (pues para este autor,
en modo alguno esta afirmación puede considerarse un obiter dictum, ya que
es una parte vital del caso) parece una afirmación directa de la existencia de un
poder muy superior (“a much greater power”) en el common law. Sin embargo,
desde el punto de vista del siglo XVI, el control ejercido por el common law sobre
el Derecho estatutario puede ser fácilmente explicado como interpretación281. Y
sobre ello volveremos más adelante. Ahora bien, MacKay efectua una matización
importante, por cuanto si Coke está tratando de justificar con su pasaje la interpre-
tación estricta del estatuto en cuestión, con ello no está intentando sustentar unos
amplios poderes discrecionales de interpretación para los tribunales, ya que la
única razón de la existencia de esta facultad es poner los estatutos en conformidad
general con el fundamental law (“to bring the statutes into general conformity with
279
Larry D. KRAMER: “We the Court” (The Supreme Court 2000 Term. Foreword), en Harvard
Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 115, 2001-2002, pp. 5 y ss.; en concreto, p. 25.
280
Refiriéndose a la América colonial, Bailyn, en su ya clásica obra, incidiría sobre la misma
cuestión, al poner de relieve que “the clarity of the modern assumption of a tripartite division of the
functions of government into legislative, executive and judicial powers did not exist for the colonists (the
term <legislative>, for example, was used to mean the whole of government as well as the lawmaking
branch)”. Bernard BAILYN: The Ideological Origins of the American Revolution, The Belknap Press of
Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 13th printing, 1976, p. 71.
281
R. A. MacKAY: “Coke–Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit.,
pp. 222-223.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 121
the fundamental law”), que no obstante ser un término algo vago, representa la
razón general y la justicia del Derecho antes que un cuerpo normativo definido282.
En definitiva, detrás de este derecho de interpretación un tanto discrecional de
los jueces residiría la existencia de un fundamental law, o por lo menos de unos
principios fundamentales de justicia subyacentes en el Derecho.
282
Ibidem, p. 230.
283
Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 36.
284
Ibidem, p. 49.
285
Ibidem, p. 36.
122 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
¿Qué pueden significar las discrepancias entre unos y otros informes? Gray,
no obstante su reflexión anterior, no cierra ahora ni mucho menos la respuesta,
por cuanto a su entender286, pueden no significar nada en absoluto, y es posible
continuar considerando cualquiera de las principales interpretaciones dadas a la
sentencia de Coke, como también lo es permanecer en la duda. Para el Profesor
de la Universidad de Chicago, no hay suficientes evidencias para demostrar las
interpretaciones extraidas de las expresadas discrepancias.
Michael también expresa una posición un tanto matizada, pues si por un lado
ve improbable que con su famoso pasaje Coke estuviera articulando la doctrina
americana de la judicial review, por el otro considera, que aun cuando el Chief
Justice no contemplara a los tribunales ordinarios en posesión de la autoridad
final para resolver las controversias constitucionales, los términos literales de su
dictum podían justificar la práctica americana de la judicial review287.
290
Ibidem, p. 53.
291
Recordemos que Blackstone, tras rechazar que un juez pudiera controlar una ley del Parlamento
(“... if the parliament will positively enact a thing to be done which is unreasonable, I know of no
power that can control it...”), argumentaba del siguiente modo: “But where some collateral matter
arises out of the general words, and happens to be unreasonable; there the judges are in decency to
conclude that this consequence was not foreseen by the parliament, and therefore they are at liberty
to expound the statute by equity, and only quoad hoc disregard it. Thus if an act of parliament gives
a man power to try all causes, that arise within his manor of Dale; yet, if a cause should arise in
which he himself is Party, The act is construed not to extend to that; because it is unreasonable that
any man should determine his own quarrel”. William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of
England (A Facsimile of the First Edition of 1765-1769), Vol. I (Of the Rights of Persons, 1765), The
University of Chicago Press, Chicago & London, edition published 2002, p. 91.
124 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
292
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. Two, p. 700.
293
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 54.
294
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...” (II), op. cit., p. 368.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 125
la facultad que los tribunales americanos ejercen al rechazar una ley con funda-
mento en su colisión con la Constitución, sino que en ellas late asimismo el propio
test de razonabilidad (“the very test of reasonableness”), que es la última floración
(“flowering”) de esta facultad. Y en relación a lo que ahora fundamentalmente
interesa, Corwin entiende como algo seguro295, que Coke no estaba afirmando
con su dictum una simple regla de interpretación estatutaria que debiera su
fuerza a la supuesta intención del Parlamento, aunque el estatuto implicado en
el Bonham´s case fuera también interpretado desde ese punto de vista. Más allá
de ello, Coke estaba dando fuerza a una norma de Derecho superior (higher law)
que él consideraba vinculante no sólo para el Parlamento, sino también, de igual
forma, para los tribunales ordinarios. No en vano la expresión common right and
reason podía perfectamente equipararse a algo fundamental, a algo permanente,
en definitiva, a un higher law, como por lo demás vendría a corroborar la teoría
constitucional americana, que vería fáciles de encontrar tales axiomas en el propio
Digesto y en el Código de Justiniano.
En definitiva, con la salvedad de Corwin, los razonamientos que preceden
parecen poner claramente el acento en la vertiente interpretativa. Pero también
convergen en la consideración de que circunscribir el famoso pasaje a una simple
máxima de la hermenéutica estatutaria es una interpretación demasiado estricta.
Tal concepto, como de nuevo esgrime Stoner296, incluso podría haber aparecido
como ininteligible para el propio Coke, pues en él late una diferenciación entre
interpretar los estatutos y anularlos que él no admite. La cuestión decisiva para
nuestro Chief Justice, en cualquier caso planteado ante un tribunal, era la de
dilucidar cuál era la ley. El Derecho estatutario, al igual que el common law,
ayudaban a ofrecer una respuesta, pero en cada caso sería la razón especializada
del juez la que atendiera a las diferentes fuentes del Derecho a fin de descubrir
cómo respondía ese mismo Derecho a la cuestión planteada. Esto no nos conduce
ni a lo que se tilda de “jurisprudencia mecánica” (“mechanical jurisprudence”),
ni tampoco, y menos en la mentalidad de Coke, a una regla de discrecionalidad
judicial o de puro voluntarismo o capricho judicial.
admitir que el origen de la idea de la judicial review parece remontarse más que
probablemente al Bonham´s case, dada la gran autoridad que reconoce a Coke,
tilda de inmediato la idea que él anunció como una “ill-founded idea”297.
Roscoe Pound, el gran Decano de Harvard, no pareció albergar dudas acerca
de que el dictum de Coke parece ser la primera exposición acogida en los Reports
de la teoría de la inaplicación de una ley por su vulneración del natural law, o
lo que es igual, del common right and reason298. Y un profundo conocedor del
pensamiento de Coke como es Allen Boyer, no duda en afirmar que la doctrina
moderna de la judicial review localiza sus orígenes en la sentencia dictada por
Coke en el Bonham´s case299. Coke, añade en otro momento Boyer300, actuó en la
creencia de que los tribunales podían derribar los estatutos que contrariaran el
common law, o lo que es igual, aquellas normas que, con su saber, consideraran
unreasonable. Más aún, para este autor, el Bonham´s case no fue la primera
ocasión en que Coke se mostró deseoso de subordinar el derecho escrito al saber
de los jueces, pues años antes de que derribara un estatuto en el caso Bonham,
Coke había experimentado con la idea de utilizar los medios tradicionales de la
interpretación estatutaria para expandir la autoridad judicial301. En fin, para este
autor, el postscriptum que Coke añadió al final del caso para su publicación no era
en absoluto inocuo302. Con sus palabras de cierre del caso, Coke estaba queriendo
decir que él no estaba imprimiendo y publicando el caso porque fuera el primero
en explicar y aclarar el estatuto, como todo el mundo sabía, sino que él lo estaba
haciendo porque con tal sentencia derribaba (“struck down”) el estatuto, como
también todo el mundo conocía303.
Ha sido Berger quien de modo más elaborado ha defendido la tesis proclive
a ver en el pasaje de Coke la formulación de la doctrina de la anulación judicial
de los estatutos que violaran el higher law304. Para este autor, describir el pasaje
de Coke como un “canon of statutory construction” de ningún modo agota sus
consecuencias; permanece su afirmación de que una ley que haga a una parte juez
de su propia causa es contraria al common law and reason y por lo tanto nula. Esta
afirmación no está desprovista de un significado “constitucional” porque haya
sido emitida en el proceso de “interpretación”305. Es cierto, admite Berger, que si
297
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States,
The University of Chicago Press, Chicago, 1953, Vol. II, p. 941.
298
Roscoe POUND: “Common law and legislation”, op. cit., p. 391.
299
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 45.
300
Ibidem, p. 85.
301
Ibidem, p. 76.
302
“And this –se puede en ese post scriptum– is the first Judgement upon the said Branch concern-
ing fine and imprisonment , which hath been given since the making of the said Charter and Acts
of Parliament, and therefore I thought it worthy to be Reported and published”. Apud The Selected
Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, p. 283.
303
Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 87.
304
Raoul BERGER: “Dr. Bonham´s Case”, Appendix A inserto en la obra del propio autor, Congress
v. the Supreme Court, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2nd printing, 1974,
pp. 349 y ss.
305
Ibidem, p. 350.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 127
306
Ibidem, pp. 362-363.
307
Se debe entender, –argumenta Thorne– que cuando Coke dice que “in many cases the common
law will control acts of parliament”, lo que nos está diciendo es que restringirá sus palabras en
orden a alcanzar resultados lógicos, y que cuando afirma que “sometimes it will adjudge them to be
completely void”, lo que está sosteniendo es que las rechazará completamente si su modificación no
puede servir. S. E. THORNE: “Introduction”, en A Discourse upon the Exposicion & Understanding of
Statutes, edited by Samuel E. Thorne, 1942, pp. 86-87. Cit. por Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s
Case: Statutory Construction or Constitutional Theory?”, op. cit., p. 528.
128 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
había mencionado en el Calvin´s case tan sólo dos años antes308. La omisión en
cuestión no es, sin embargo, significativa. No hay una respuesta concluyente
acerca de porqué Coke no mencionó en el Bonham´s case la célebre obra de St.
Germain, pero podría perfectamente entenderse que Coke no consideró necesario
la repetición de citas y referencias tan generalmente aceptadas en su época y de
las que él, poco tiempo antes, ya se había hecho eco.
En fin, Berger entiende309, y no le falta razón, que es inútil pensar que uno
pueda asignar a las palabras formuladas por Coke hace cuatro siglos un significado
definitivo. Los comentarios llevados a cabo por la doctrina de nuestro tiempo sobre
las palabras de Coke le parecen al citado autor ingeniosos y debatibles, y a la vista
de ello él opta por el riesgo de ser simplista, interpretando “against reason” como
se hizo por un antecesor de Coke, Christopher St. Germain, en Doctor and Student,
esto es, como algo prohibido por el Derecho natural (“the law of the nature”).
Otras posiciones doctrinales, con unos u otros argumentos, son reconducibles
a la teoría constitucional. Es el caso de Thomas Grey310, para quien los términos
de Coke en el caso que nos ocupa, indudablemente, reclaman para los tribunales
ordinarios la facultad de hacer caso omiso del claro significado de los estatutos
cuando colisionen con el common right and reason. Los estatutos que violen el
common right and reason son completamente nulos (“utterly void”), y como precisa
este autor, estos no son términos usuales en la interpretación estatutaria. De modo
similar, McGovney cree311, que el germen remoto del pensamiento que evolucionó
en la judicial review de la legislación fue traido al mundo por Sir Edward Coke con
ocasión de su sentencia en el Bonham´s case. El dictum del Chief Justice iba a reflejar
una exorbitada alabanza (“an extravagant laudation”), frecuente entre los primeros
escritores del Derecho inglés, del common law como la perfección del Derecho y la
razón. Tomado literalmente, el pasaje asume que el Parlamento no es una legislatura
ilimitada, pues carece de facultad para promulgar un estatuto contrario a los princi-
pios del common law. En similar dirección, Bowen sostiene312, que Coke aprovechó
308
En el Calvin´s case Coke había considerado que “the law of nature is part of the law of England”.
Coke se apoyó en Doctor and Student para sostener la tesis de que tal Derecho era inmutable y vino a
decir que “Parliament could not take away that protection which the law of nature giveth unto him;
and therefore notwithstanding that statute, the King may protect and pardon him”. Y como bien
sostiene Berger, aquí había un reconocimiento judicial de que “notwithstanding statute” una persona
no podía verse privada de aquellos derechos que la law of nature le garantizaba. Raoul BERGER:
“Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction...”, op. cit., p. 529.
309
Raoul BERGER: “Dr. Bonham´s Case” (“Appendix A”), op. cit., p. 368.
310
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution: Fundamental Law in American
Revolutionary Thought”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 30, 1977-1978, pp. 843 y ss.; en
concreto, p. 856.
311
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin of Judicial Review of Legislation”, en University
of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 93, 1944-1945, pp. 1 y ss.; en concreto, pp. 1-2. Coke,
añade más adelante McGovney “had set an idea loose in the world, the idea that there was a higher
law limiting legislatures and that courts in their ordinary administration of justice between man
and man had power to give judgment according to that higher law in disregard of any legislative act
inconsistent with it” (Ibidem, p. 3).
312
Catherine Drinker BOWEN: The Lion and the Throne (The Life and Times of Sir Edward Coke.
1552-1634), Hamish Hamilton, London, 1957, pp. 271-272.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 129
la ocasión que le dio el Bonham´s case para declarar que el common law se hallaba
por encima del Parlamento lo mismo que del Rey. Jaffe y Henderson han visto la
teoría de la judicial review como parte de ese sistema de ideas que Coke proyectó
frente al engrandecimiento del poder ejecutivo313. Por su parte, Black muestra su
disconformidad con quienes piensan que Coke no estaba afirmando con su dictum
un deber del tribunal de declarar las leyes nulas, recomendando a quienes así lo
crean que vuelvan a las, al parecer, nunca leídas últimas páginas de su Report del
caso, en las que establece con cuidado el procedimiento a seguir en el futuro por el
Colegio de Médicos, páginas que, según la autora, podrían encabezarse como “Rules
for Avoiding Being a Judge in your own Cause and Other Wise Precautions”314.
En fin, para Smith315, con este pasaje Coke estaba sustentando la idea de que los
tribunales permanecían por encima de todos los demás cuerpos como protectores
y encargados de hacer cumplir el fundamental law (“as the protector and enforcer
of the fundamental law”). La originalidad de la idea de Coke de un Derecho natural
superior al Derecho elaborado por el hombre no era nueva; lo que resultaba, a la
par, nuevo y radical era que a los tribunales les fuera dada la facultad y el derecho
de velar por el cumplimiento de esa superioridad del fundamental law. En eso
justamente reside la peculiar contribución de Coke a la judicial review. De esta
forma, el célebre dictum se convirtió en la fuente más importante del concepto de
judicial review.
No podemos finalizar sin poner de relieve la enorme autoridad de algunos
de los autores que se han decantado por esta línea de pensamiento. Bastaría con
recordar a Plucknett, Corwin, Pound o Berger, y también a Boyer, un reconocido
especialista en el pensamiento de Coke.
313
Louis J. JAFFE, and Edith G. HENDERSON: “Judicial Review and the Rule of Law: Historical
Origins”, op. cit., p. 348.
314
Barbara A. BLACK: “The Constitution of Empire: The Case for the Colonists”, en University of
Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 124, 1975-1976, pp. 1157 y ss.; en concreto, p. 1208.
315
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance...”, op. cit., pp. 310 y 313.
130 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“He –diría Ellesmere– questioned not power for the Judges of this Court to
correct all misdemeanors as well extrajudicial as judicial, not to have power
to judge Statutes and Acts of Parliament to be void, if they conceived them
to be against common right and reason; but he left the King and the Parlia-
ment to judge what was common right and reason. I speak not of impos-
sibilities or direct repugnances”316. (Él no puso en duda la facultad de los
jueces de este Tribunal para corregir todas las faltas tanto extrajudiciales
como judiciales, ni para tener la facultad de decidir que los estatutos y leyes
del Parlamento son nulos, si ellos los concebían contrarios al common right
and reason, pero él dejó al Rey y al Parlamento decidir lo que era common
right and reason. Yo no hablo de imposibles o de contradicciones directas).
“It seemeth, by the Lord Coke´s report.... in Dr. Bonham´s Case, That Stat-
utes are not so sacred as that the Equity of them may not be examined. For
he saith, That in many Cases the Common Law hath such a Prerogative, as
that it can controul Acts of Parliament, and adjudge them void; as if they are
317
Enormemente significativas son asimismo las siguientes reflexiones que Lord Ellesmere iba a
escribir acerca del Bonham´s case:
“derogateth much from the wisdom and power of the parliament, that when the three estates –the
King, the Lords and the Commons– have spent their labors in making a law, then shall three judges
on the bench destroy and frustrate all their points because the act agreeth not in their particular
sense with common right and reason, whereby (Coke) advanceth the reason of a particular court
above the judgment of all the realm.... For it is Magis Congruum that acts of parliament should be
corrected by the same pen that drew them, rather than to be dashed in pieces by the opinion of a few
judges”. (Derogaría gran parte del juicio y poder del Parlamento, que cuando los tres estados –el Rey,
los Lores y los Comunes– hubieran dedicado sus trabajos para hacer una ley, después tres jueces en
un tribunal destrozaran y frustraran todos sus puntos a causa de que la ley no se hallaba de acuerdo
con su particular opinión del common right and reason, por medio de la cual –Coke– adelantaba la
razón de un tribunal concreto por encima de la decisión de todo el reino.... Pues es más conveniente
que las leyes del Parlamento sean corregidas por la misma pluma que las diseñó, antes que ser hechas
pedazos por la opinión de unos pocos jueces). Apud Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority,
and Will>...”, op. cit., p. 86.
318
James R. STONER, Jr.: Common Law and Liberal Theory..., op. cit., p. 60.
319
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 552.
320
Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction...”, op. cit., p. 540.
132 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
321
Apud Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory Construction...”, op. cit., p. 541.
322
R. A. MacKAY: “Coke-Parliamentary Sovereignty or the Supremacy of the Law?”, op. cit.,
pp. 229-230.
323
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law” (II),
op. cit., pp. 373-374.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 133
324
Apud Allen Dillard BOYER: “<Understanding, Authority, and Will>...”, op. cit., p. 86, nota 153.
325
Apud The Selected Writings and Speeches of Sir Edward Coke, op. cit., Vol. One, pp. 282-283.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 135
“.... in the Case at Bar, the cause of the imprisonment is traversable; for
otherwise the party grieved may be perpetually, without just cause, impris-
oned by them: But the Record of a force made by one Justice of Peace is not
traversable, because he doth it as Judge (....) And afterwards for the said two
last points, Judgement was given for the Plaintif, nullo contradicente as to
them”. (En el caso ante el tribunal, la causa de la prisión es controvertible,
pues de otro modo la parte afligida puede ser sin justa causa encarcelada
perpetuamente por ellos. Pero el acta de una decisión adoptada por un juez
de paz no es controvertible, porque él la hace como un juez (....) Y después,
para las dos últimas mencionadas cuestiones, la decisión se da en favor del
demandante, pues nada lo contradice).
326
Puede verse con cierto detalle en Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit.,
pp. 38-39.
136 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
327
R. A. MacKAY: “Coke-Parliamentary Sovereignty or...”, op. cit., p. 215.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 137
328
Charles F. MULLETT: “Coke and the American Revolution”, op. cit., p. 458.
329
Apud Catherine Drinker BOWEN: The Lion and the Throne..., op. cit., pp. 444 y 253.
138 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
de ser leones, pero leones por debajo del trono, siendo circunspectos para no
controlar ni oponerse a ningún aspecto de la soberanía. Bacon coincidía a su vez
con Ellesmerte, para quien Rex est lex loquens, lo que, en la famosa controversia
a la que ya nos referimos con cierto detalle, era corroborado por Bancroft, el
Arzobispo de Canterbury, pues a su juicio, así lo expresaba la palabra de Dios tal
y como quedaba plasmada en las Escrituras.
II. Muy distinta iba a ser la posición de Sir Henry Hobart, Chief Justice del
Tribunal de Common Pleas, sucesor de Coke en ese cargo, quien parece haber
respaldado los puntos de vista de Coke, tomados de nuevo en su más novedoso
sentido, esto es, como punto de partida de la doctrina de la judicial review.
Plucknett330 no sólo no duda de ello, sino que considera a Hobart un inquebranta-
ble defensor del punto de vista de Coke sobre el common law (“a staunch upholder
of Coke´s view of the common law”), de lo que da buena prueba el caso Day v.
Savadge (1615).
Las declaraciones de Hobart sobre la cuestión iban a tener lugar en dos casos:
Sheffield v. Radcliffe y Day v. Savadge. En el primero, el vigoroso lenguaje de Hobart
acerca del control judicial sobre el Derecho estatutario sirve para justificar una
interpretación ya existente, a la par que ayuda a sustentar la interpretación de una
distinción en un estatuto que éste no autoriza directamente, pero que tampoco
excluye; se trata pues, esencialmente, de un caso de interpretación para resolver
una ambigüedad331. Ello no obstante, Plucknett iba a estimar332, que ya este caso
revelaba que Hobart era un concienzudo creyente (“a thorough believer”) en
la doctrina de Coke, pues no otra cosa se desprendía de la siguiente reflexión
formulada en esta sentencia:
“(I)f you ask me, then, by what rule the judges guided themselves in this
diverse exposition of the self same word and sentence? I answer, it was by
that liberty and authority that judges have over laws, especially over stat-
ute laws, according to reason and best convenience, to mould them to the
truest and best use”. (Si Usted me pregunta entonces, ¿por qué regla los
propios jueces se guiaban en su diversa exposición de la misma palabra y
párrafo?, yo respondo, que era por esa libertad y autoridad que los jueces
tienen sobre las leyes, especialmente sobre las leyes estatutarias, de con-
formidad con la razón y la mejor conveniencia, para moldearlas al mejor
y más legítimo empleo).
330
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 49.
331
Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 51.
332
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 50.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 139
333
Apud Raoul BERGER: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 364. Asimismo, en Theodore F. T.
PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 49. Plucknett cree que esta alusión es
más bien una grave cita errónea (“serious misquotation”) de Bracton, quien había escrito que: “jura
enim naturalia dicuntur immutabilia quia non possunt ex toto abrogari vel auferri; potuit tamen eis
derogari vel detrahi in specie vel in parte”. (Ibidem, p. 49, nota 53).
334
“If there is one statement in English legal literature that seems to point to <judicial review>,
it is not Coke´s murky comments in Bonham´s case, but St. Germain (se refiere a Christopher Saint
Germain) in Doctor and student”. En esta obra se puede leer lo que sigue: “.... against this Law (of
Nature or Reason) Prescription, Statute, nor Custom may not prevail: and if any be brought in against
it, they be not Prescriptions, Statutes, nor Customs, but things void and against Justice”. Charles M.
GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 52.
140 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
el Bonham´s case, que se había publicado en 1611, es más que probable que la
natural cautela del Chief Justice Hobart le previniera ante la posibilidad de admitir
un tributo frente a alguien cuya fortuna ya había empezado a declinar.
En último término, no puede dejar de subrayarse que, con la afirmación
transcrita, Hobart daba un paso adelante respecto de las posiciones sustentadas
por Coke, avanzando la teoría de que cualquier acto del soberano que quebrantara
los límites impuestos por el Derecho natural era formalmente nulo. La concluyente
referencia a la inmutabilidad de las leyes de la naturaleza (jura naturae) sugiere
la creencia en la teoría de un fundamental law. Una confirmación adicional de tal
interpretación viene ofrecida por un tratado publicado en 1627 por el abogado Sir
Henry Finch, en el que declara: “It is truly said, and all men must agree, that laws
indeed repugnant to the law of reason are as well void as those that cross the law
of nature”335. Sin embargo, no faltan autores, como es el caso de Gough336, que no
creen verdaderamente necesario atribuir a Hobart más de lo que se reconoce al
propio Coke, esto es, y siempre a su juicio, un respeto por aquellos principios de
razón y justicia que debían guiar a los jueces en su tarea de interpretar y aplicar
el Derecho.
III. Otro dato relevante nos lo proporciona el caso Rouswell v. Ivory. Gray reve-
laría haber encontrado en el British Museum un manuscrito del caso Rouswell v.
Ivory, resuelto en el Tribunal de la Chancery, en el que el Bonham´s case es tomado
con bastante claridad para apoyar la anulación de estatutos por los tribunales de
common law, visualizándose como algo opuesto a la “mere strict construction”,
además ya de utilizarse como la base de un posterior argumento en el sentido
de que los tribunales de equidad (“courts of equity”) pueden del mismo modo
anular estatutos, o al menos no aplicarlos, con fundamento en la natural equity
(justamente lo alegado en Day v. Savadge), sin ninguna pretensión de que sólo
estuviera implicada una máxima propia de la interpretación estricta.
Los hechos del caso Rouswell v. Ivory son, en síntesis, los siguientes: Un
hombre legó un feudo para ser vendido en pago de ciertas deudas. Se produjo la
venta y las deudas quedaron saldadas, pero el legado fue anulado por los Estatutos
de Wills, ya que el testador ya había hecho cesión de los dos tercios de la tierra al
servicio de un caballero. Una sentencia del Tribunal de la Chancillería dio validez
a la venta. La decisión fue recurrida en revisión. El Attorney General Yelverton se
pronunció en contra de la sentencia, mientras que el Abogado Crewe se manifestó
en su favor. Particular interés presentan algunas de las reflexiones vertidas por
el último:
335
Apud Raoul BERGER: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 365.
336
J. W. GOUGH: Fundamental Law in English Constitutional History, op. cit., p. 39.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 141
various cases the law will control acts of Parliament. In various cases equity
makes a breach into the rules of law, a fortiori into an act of Parliament.
Doctor Bonham´s case, Coke 8, fol. 118: the common law controls an act
of Parliament, and therefore if an act of Parliament gives a stranger (the
right) to hold cognizance of pleas arising before him in his manor of Dale,
yet he shall hold no plea in which he himself is party. Thus the statute of
1 Edward 6, ch. 14 gives chantries to the King, saving to the donor, etc.,
all such rent services, etc., and the common law controls and adjudges it
void as to the services.... And so if the common law can control, for the
same reason a statute can be controlled by equity, which is the other twin.
Equity has large extents, when e.g. it was said quod equitas est pluris quam
tota scientia juris”337. (Yo considero que la equidad puede admitirse frente
a una ley del Parlamento, y ésta no es la equidad jurídica extraída fuera de
la ley, sino la equidad paralela a la ley de la tierra, superior a la de una ley
del Parlamento. En diversos casos el Derecho controlará las leyes del Par-
lamento. En diferentes casos la equidad produce una ruptura en las reglas
de Derecho, a fortiori, en una ley del Parlamento. El caso del Dr. Bonham,
Coke 8, fol. 118: el common law controla una ley del Parlamento, y por eso
si una ley del Parlamento da a un desconocido (el derecho) de conocer de
los alegatos que se planteen ante él en su feudo del Valle, él no considerará
sin embargo ningún alegato en el que él mismo sea parte. Así, el capítulo 14
del estatuto de Eduardo I, da capellanías al Rey, guardando al donante...,
etc. todos aquellos servicios de arrendamiento, etc., y el common law lo
controla y lo declara nulo en cuanto a los servicios.... Y así, si el common
law puede controlar, por la misma razón un estatuto puede ser controlado
a través de la equidad, que es el otro gemelo. La equidad tiene un gran al-
cance, cuando, verbi gratia, se dice porque la equidad es plural como toda
la ciencia del Derecho).
337
Apud Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 53.
338
Apud Charles M. GRAY: “Bonham´s Case Reviewed”, op. cit., p. 56.
142 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
339
Roscoe POUND: “Common law and legislation”, op. cit., pp. 394-395.
340
El Bate´s Case se originó a causa de la imposición de un impuesto sobre la importación de pasas
de Corinto por el Rey Jaime I. Bates rehusó pagarlo al entender que era un impuesto no consentido por
el Parlamento. El Tribunal del Exchequer falló en favor de la legalidad del impuesto de conformidad
con la prerrogativa real, con fundamento en que la incidencia jurídica del impuesto no recaía sobre
Bates, sino sobre los exportadores extranjeros.
341
Godden v. Hales se originó de resultas de la toma de posesión por Sir Edward Hales del cargo
de coronel de un regimiento de infantería sin prestar los juramentos de supremacía y lealtad que
eran exigidos por un estatuto, hallándose diseñados para impedir a los católicos el acceso a los cargos
públicos. El Rey Jaime II concedió a Sir Edward cartas-patente (“letters-patent”) con la pretensión
de eximirle de su deber legal. Sir Edward invocó las cartas como defensa frente a su acusación
por violación del estatuto. El abogado del demandante sostuvo que el Rey carecía de autoridad
constitucional para dispensar del cumplimiento del estatuto. El abogado del Monarca adujo a su
vez que la prerrogativa real incluía la facultad de prescindir de aquellos estatutos que, como era el
caso, castiguen malum prohibitum, aunque no los que sancionen lo malum in se. El Lord Chief Justice
decidió en favor de Sir Edward, y por lo tanto del Rey, inaplicando consiguientemente el estatuto.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 143
General Heath sostuvo que “the law of the land” incluía una prerrogativa real para
encarcelar por un mandato especial. El Lord Chief Justice Hyde rechazó el writ con
el siguiente fundamento: “that if no cause of the commitment be expressed, it is
to be presumed to be for the matter of state, which we cannot take notice of...”.
La decisión no dejaba de ser espuria, pues aunque se trataba de fundamentar
en “the law of the land”, lo cierto es que ignoraba la Carta Magna, o más bien la
venía a considerar Derecho estatutario, subordinándola de esta forma a “the law
of the land”, ignorando la verdadera importancia que la Carta Magna tenía en
esa época en el ámbito del fundamental law. En fin, en el Ship-Money Case, el más
relevante de estos casos, el Tribunal conocido como Exchequer Chamber apoyó,
bien que muy dividido, el poder real de conseguir dinero para la defensa del reino
sin consentimiento del Parlamento. En su opinion en apoyo de la facultad regia, el
Lord Chief Justice Finch escribió: “Acts of Parliament to take away his royal power
in defense of his kingdom, are void”342.
Si de los casos judiciales pasamos a las publicaciones jurídicas, hemos
de volver a recordar un tratado publicado en 1627, con el título de Law, or a
Discourse thereof, por Sir Henry Finch, un abogado, en el que se podía leer: “....
positive laws directly contrary to the law of reason loose their force and are no
laws at all... It is truly said and all men must agree, that laws indeed repugnant
to the law of reason are as well void as those that cross the law of nature”. (Las
leyes positivas directamente contrarias a la law of reason sueltan su fuerza y no
son leyes en absoluto.... Se dice verdaderamente, y todos los hombres deben de
estar de acuerdo, que las leyes efectivamente incompatibles a la law of reason son
tan nulas como aquellas que contrarían la law of nature). Es verdad, como dice
Gough343, que se trataba tan sólo de un tratado académico, aunque también es
cierto que tales reflexiones no dejaban de ser indicativas de la atmósfera en que
se educaban en Inglaterra los abogados del siglo XVII.
De todo lo expuesto se desprende con cierta claridad, que en los años
subsiguientes al Bonham´s case, y particularmente en vida de Coke, el influjo del
dictum se hizo bien patente, y que en buen número de casos, incluso diríamos
que en la generalidad de ellos, la interpretación que se dio de su célebre pasaje
no se incardinó en la posición de ver en él un mero canon de la interpretación del
Derecho estatutario, sino más bien en la más radical de apreciar en la reflexión de
Coke la doctrina de la judicial review. Autor tan bien conocedor de la judicial review
como Corwin no duda en afirmar344, que a mediados del siglo XVIII la reiteración
del dictum de Coke por sus sucesores en el Bench y por los comentaristas, le había
dado “all of the character of established law”. Incluso las reacciones contrarias al
dictum de personajes tan relevantes en el pensamiento jurídico de la época como
342
Apud Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution: Fundamental Law in American
Revolutionary Thought”. en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 30, 1977-1978, pp. 843 y ss.; en
concreto, pp. 854-855.
343
J. W. GOUGH: Fundamental Law in English..., op. cit., p. 34.
344
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (I)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 102 y ss.; en concreto, p. 104.
144 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
345
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 52.
346
Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law..., op. cit., p. 23.
347
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance...”, op. cit., p. 312.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 145
plenamente con los radicales cambios sufridos en esa época en Inglaterra en otros
diversos ámbitos, lo cierto sería que tal abandono no fue completo.
Sólo en atención a algunos casos aislados puede encontrar sentido la afirma-
ción precedente. Y entre esos casos, ninguno es tan significativo como el caso
City of London v. Wood, resuelto por el tribunal de la Alcaldía de Londres (Mayor´s
Court) el año 1701348. El caso iba a revivir la vieja máxima de que una persona no
podía ser juez en su propia causa.
Los hechos del caso pueden resumirse en pocas palabras. El demandado, Tho-
mas Wood , había declinado ejercer el cargo de “sheriff” en la ciudad de Londres.
A modo de respuesta, la ciudad, de conformidad con una ordenanza municipal,
presentó una acción de deuda (“action of debt”) para cobrar la correspondiente
multa que había de imponerse a Wood por su rechazo al ejercicio del cargo,
acción que se formalizó ante la Mayor´s Court, al amparo de la disposición de la
ordenanza que preveía que tales multas pudieran exigirse ante cualquier court
of record de la ciudad. Como era costumbre, la ciudad formalizó esta acción en
nombre del Alcalde, la comunidad y los ciudadanos de Londres. Ante ello, se
adujo por el demandado, inter alia, que este procedimiento estaba viciado, pues
equivalía a que los demandantes fueran jueces de su propio caso, pues todavía
estaba bien presente en la mente de los abogados que Coke había sostenido que
una ley que hacía a una persona juez de su propia causa era nula, salvo que pudiera
interpretarse de modo tal que se soslayara esa contradicción con el fundamental
law. Sobre este y otros fundamentos, la sentencia fue revocada “on error” por
una decisión del Lord Chief Justice Holt adoptada en 1702. La argumentación de
Holt muestra con claridad su perplejidad ante la cuestión implicada en el caso349:
348
Sobre este caso, cfr. Philip A. HAMBURGER: “Revolution and Judicial Review: Chief Justice
Holt´s opinion in City of London v. Wood”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Vol. XCIV, No.
7, November, 1994, pp. 2091 y ss.
349
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., pp. 54-55. De
este autor entresacamos asimismo los textos que transcribimos de la sentencia, salvo indicación en
contrario.
146 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
Esta muy bien razonada doctrina entrañaba que el Chief Justice John Holt,
muy agudamente, iba a buscar una interpretación capaz de ensamblar la judicial
review con las modernas concepciones del Derecho natural entonces dominantes,
que enfatizaban el poder del pueblo y, en perfecta sintonía con ello, limitaban el
poder de los jueces para decidir que su gobierno o su legislación no se hallaba
conforme con los principios del Derecho natural. Y ese ensamblaje lo hacía
diferenciando entre los que podríamos llamar estatutos corporativos (“corporative
by-laws”), entre los que estaban las cartas municipales, y las leyes del Parlamento
(“acts of Parliament”). La diferenciación tenía una muy relevante consecuencia: los
textos corporativos estaban sujetos en sede judicial a revisión, a fin de constatar
su conformidad con el Derecho inglés y con la razón, un eufemismo para aludir
al Derecho natural, mientras que las leyes del Parlamento en modo alguno podían
hallarse sujetas a tal revisión al provenir de un órgano soberano. Y así, Holt podía
argumentar en su sentencia que “all their acts.... or by-laws (se refiere obviamente
a los actos y estatutos de las corporaciones) are subject to the review of the kings
courts, which (acts) are so far valid as they are agreeable to law and right reason,
and if contrary to either they are ipso facto void”350. En definitiva, un acto o norma
de una corporación vinculaba “sub modo if just and reasonable”, mientras que
una ley del Parlamento vinculaba “absolutely without any dispute to be made of
its injustice or equity”.
La sentencia, a partir de la premisa que se acaba de exponer, y en coherencia
con ella, iba a ir acompañada por una reminiscencia de las enseñanzas del período
pre-revolucionario impartidas por Edward Coke, que a la postre constituirían la
argumentación determinante del fallo.
“But the true great point is, –sigue argumentando el Chief Justice Holt– that
the court is held before the mayor and aldermen, and the action brought
in the names of the mayor and commonalty; (....) and this cannot be by the
rules of any law whatever, for it is against all laws that the same person
should be party and judge in the same cause.... And what my Lord Coke
says in Dr. Bonham´s Case in his 8. Co. is far from any extravagancy, for
it is a very reasonable and true saying, That if an act of parliament should
ordain that the same person should be party and judge, or, which is the
same thing, judge in his own cause, it would be a void act of parliament;
for it is impossible that one should be judge and party, for the judge is to
350
Apud Philip HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, en George Washington Law Review (Geo.
Wash. L. Rev.), Vol. 72, 2003-2004, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 15. Como recuerda el propio autor
(p. 13), era habitual en la época que los jueces revisaran la conformidad de las corporate charters
respecto al Derecho inglés y a la razón, como también los estatutos de las corporaciones (corporate
by-laws) respecto de las corporate charters, en cuanto eran éstas las que establecían la estructura para
el gobierno de las corporaciones.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 147
determine between party and party, or between the government and the
party; and an act of parliament can do no wrong, though it may do several
things that look pretty odd; for it may discharge one from his allegiance to
the government he lives under, and restore him to the state of nature; but
it cannot make one that lives under a government judge and party. An act
of parliament may not make adultery lawful....”. (Pero la verdadera gran
cuestión es que la audiencia es celebrada ante el alcalde y los concejales,
y la acción es presentada en nombre del alcalde y de la corporación, (...) y
esto no puede ser a través de las normas de ninguna ley, pues es contrario
a todas las leyes que la misma persona pueda ser parte y juez en la misma
causa... Y lo que Lord Coke dice en el Bonham´s case está alejado de cual-
quier extravagancia, pues es muy razonable y legítimo decir, que si una ley
del Parlamento ordenara que la misma persona fuera parte y juez, o lo que
es lo mismo, juez en su propia causa, sería una ley nula del Parlamento,
pues es imposible que uno deba de ser juez y parte, pues el juez tiene que
decidir entre parte y parte, o entre el gobierno y la parte, y una ley del Par-
lamento no puede hacer una injusticia, aunque pueda hacer diversas cosas
que parezcan bastante extrañas, pues puede eximir a uno de su lealtad al
gobierno bajo el que vive y devolverle al estado de naturaleza, pero no puede
hacer a uno que vive bajo un gobierno juez y parte. Una ley del Parlamento
no puede hacer el adulterio legítimo....).
351
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., pp. 55-56.
148 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
II. En estos primeros años del nuevo siglo también comenzamos a encontrar
casos en los que los tribunales no ya es que ignoren, sino que, lisa y llanamente,
cuestionan abiertamente la doctrina de Coke. Así, en The Duchess of Hamilton´s
Case (1712), nos encontramos con la siguiente reflexión de Sir Thomas Powys:
“(I)n Day and Savadge in Hobart, 87 it is indeed said that an Act of Parlia-
ment may be void from its first Creation, as an Act against Natural Equity;
for Jura Naturae sunt immutabilia, sunt leges legum. But this must be a very
clear Case, and Judges will strain hard rather than interpret an Act void
ab initio”355. (En Day y Savadge, en Hobart, 87, se dice efectivamente que
una ley del Parlamento puede ser nula desde su primera creación, como
una ley contra la equidad natural, pues “los Derechos de la naturaleza son
inmutables, son leyes de leyes”. Pero este tiene que ser un caso muy claro y
los jueces se esforzarán mucho antes que interpretar una ley nula ab initio).
352
Philip A. HAMBURGER: “Revolution and Judicial Review...”, op. cit., p. 2137.
353
Ibidem, p. 2096.
354
Raoul BERGER: “Doctor Bonham´s Case: Statutory...”, op. cit., p. 543.
355
Apud Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 58.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 149
356
John Underwood LEWIS: “Sir Edward Coke (1552-1634): His Theory of <Artificial Reason>...”,
op. cit., p. 108.
150 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
357
William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England (A Facsimile of the First Edition
of 1765-1769), Vol. I (Of the Rights of Persons, 1765), The University of Chicago Press, Chicago &
London, 2002, p. 156.
358
Ibidem, Vol. I, p. 91.
359
Matthew P. HARRINGTON: “Judicial Review Before John Marshall”, en George Washington
Law Review (Geo. Wash. L. Rev.), Vol. 72, 2003-2004, pp. 51 y ss.; en concreto, p. 62.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 151
A) El período colonial
360
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 61.
361
No ha de extrañar tal intento, pues, según Appleby, la más importante fuente de sentido para
los americanos del siglo XVIII fue la Biblia. Durante siglos, las interpretaciones bíblicas provinieron
del calvinismo, arminianismo, unitarismo, evangelismo y del milenarismo. Todas estas tradiciones
cristianas eran ricas en imágenes conceptuales, símbolos y modelos prescriptivos de comportamiento.
La Biblia, tal y como fue diversamente interpretada, ofreció los fundamentos para justificar la infe-
rioridad de las mujeres, para explicar las diferencias entre las razas y para estructurar las relaciones
familiares. Joyce APPLEBY: “The American Heritage: The Heirs and the Disinherited”, en The Journal
of American History, Vol. 74, No. 3, December, 1987, pp. 798 y ss.; en concreto, p. 809.
362
Joseph STORY: “American Law”, en The American Journal of Comparative Law (Am. J. Comp.
L.), Vol. III, number 1, Winter, 1954, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 10.
152 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
363
“(I)t is evident –escribe a a este respecto Wright– that judicial review as we know it would be
an impossibility without a long antecedent history of legalism, of a high regard for law and for the
interpreters of the law. The growth of the common law is an essential part of the picture”. Benjamin
F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 9.
364
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law”, en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, No. 2, December 1928, pp. 149 y ss., y pp. 365 y ss.;
en concreto, pp. 169-170. Publicado asimismo con igual título, por Great Seal Books (A Division of
Cornell University Press), fifth printing, Ithaca, New York, 1963.
365
La preocupación de los miembros de las Colonias, ya próximos a independizarse de la metrópoli,
por los derechos y su protección iba a llevarles a trascender el marco inglés del common law. Su interés,
por poner un ejemplo que nos atañe, iba a alcanzar a una institución medieval bien relevante, desde
luego, aunque muy olvidada asimismo incluso entre nosotros. Nos referimos al “Justicia de Aragón”.
Hace ya bastante más de un siglo, Fowler, en un trabajo sobre los orígenes del supremo poder judicial
en la Constitución Federal, se hacía eco de esa institución aragonesa, recordando que en 1769 se
había publicado el libro “History of the Reign of Charles V”, del que era autor un tal Dr. Robertson,
en el que se estudiaba el Reino de Aragón antes de su unión con el de Castilla. “(T)he writer of these
lines –escribe Fowler en referencia al autor del libro– was much impressed with the similarity which
the powers of the justiza, the supreme judge, of Aragon, bore to the powers of the judiciary in this
country”. Y poco después, Fowler transcribe algunas de las líneas con las que en el mencionado libro
se caracterizaba al “Justicia de Aragón”; he aquí algunas de ellas: “This magistrate whose office bore
some resemblance to that of the ephori in ancient Sparta acted as the protector of the people and
the controller of the prince. The person of the justiza was sacred, his power and jurisdiction almost
unbounded. He was the supreme interpreter of the laws”. Robert Ludlow FOWLER: “The Origin of
the Supreme Judicial Power in the Federal Constitution”, en American Law Review (Am. L. Rev.), Vol.
29, 1895, pp. 711 y ss.; en concreto, pp. 723-724.
366
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 283 y ss.; en concreto, p. 316.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 153
sobre esa base cuando se ha mostrado realmente efectiva como un control sobre
el poder legislativo).
En coherencia con lo que se acaba de decir, el mundo jurídico colonial se
familiarizó con la idea de que los tribunales podían ejercer la facultad de conside-
rar nulas aquellas leyes que juzgaran contrarias a un higher law. El hecho de que
no existiera un texto escrito dificultó como es obvio esa tarea de los tribunales,
aunque las Cartas coloniales ejercieran un cierto, aunque limitado, papel367. Con
todo, encontramos ejemplos de tribunales coloniales aplicando esta doctrina, y
también, en 1727, puede en cierto modo constatarse su aplicación por el Privy
Council, el superior tribunal de apelación en el sistema judicial colonial.
Por lo demás, en la etapa colonial la influencia de la doctrina de Coke,
reflejada particularmente en su famoso dictum, interpretado en el sentido de
ver en él la doctrina de la judicial review, será realmente determinante. Como
escribiera Corwin368, el dictum, tratado al margen de algunas otras de sus ideas,
estaba destinado a convertirse en “the most important single source of the
notion of judicial review”, y a ello no iba a obstar el hecho de que la facultad de
revisión judicial, fundamentada simplemente en el “common right and reason”,
no podía sobrevivir. Baste con recordar que Roscoe Pound, el gran Decano de
Harvard, describió la era colonial como la época de Coke (“the age of Coke”)369.
De la influencia de Coke puede dar una idea el que un pensador del calibre de
Samuel Adams encontrara en Coke una irreprochable autoridad para cuestionar
la supremacía parlamentaria con especial referencia a la imposición tributaria. El
famoso dictum de que el Parlamento no podía imponer impuestos a los irlandeses
quia milites ad Parliamentum non mittunt se aplicó a América370. Del mismo modo,
el elogio de la Carta Magna hecho por Coke, en cuanto texto declaratorio de leyes
fundamentales y libertades, lo interpretó Adams para significar que una ley del
Parlamento contraria a ella era nula, con independencia de que lo hubiera o no
afirmado expresamente Coke. Por último, Adams encontró en Coke una prueba de
que las colonias no debían ser gobernadas tiránicamente. Similar, o incluso mayor,
sería el influjo que habría de ejercer Coke sobre James Otis. En su ataque sobre
los writs of assistance (1761), el enorme abogado bostoniano estaba sentando el
fundamento para la teoría jurídica que serviría de base a la Revolución americana,
que complementaría dos años después Patrick Henry, cuando cuestionó el derecho
del Privy Council para rechazar la Virginia Two-penny Act.
367
Es más que significativo que el 18 de enero de 1693, la General Assembly de la colonia de Carolina
votara la siguiente queja: “Inferior Courts takeing upon them to try adjudge & determine the power of
assembly for ye validity of Acts made by them”. Apud Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin
of Judicial Review of Legislation”, en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 93,
1944-1945, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 8.
368
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law” (II),
op. cit., pp. 379-380.
369
Roscoe POUND: The Formative Era of American Law, Boston, Mass., 1938, pp. 3 y 6-7. Cit. por
Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law..., op. cit., p. 13.
370
Charles F. MULLETT: “Coke and the American Revolution”, op. cit., p. 468.
154 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
que “era el libro elemental universal para los estudiantes de Derecho, y nunca
un más competente Whig, ni de más profunda erudición sobre las doctrinas
ortodoxas, escribió sobre las libertades británicas”376. También John Adams, al
que acabamos de aludir, tuvo un gran respeto a Coke. De él, dirá Mullett377, sacó
la creencia de que el common law era common right y el mejor patrimonio del
súbdito, y sin él no había Derecho. John Dickinson encontró en el pensamiento
de Coke una justificación para la teoría de que los súbditos no deben de tener
que contribuir a las guerras en el exterior del reino. Otro importante personaje
de la época, John Rutledge, de Carolina del Sur, escribió que los Coke´s Institutes
“parecen ser casi los fundamentos de nuestro Derecho”. En fin, James Wilson, de
Pennsylvania, posiblemente la mejor cabeza jurídica de la época, miembro desde
1789 de la Supreme Court, fue quizá el más profundo estudioso en la América
pre-revolucionaria del pensamiento de Coke. Del Calvin´s case derivó Wilson su
defensa general de algunas de las pretensiones coloniales, especialmente, la de que
las colonias no estaban vinculadas por el Derecho estatutario inglés378. No faltan,
desde luego, quienes, como es el caso de Boudin379, muestran su incomprensión
ante el éxito de Coke entre los prohombres de la Revolución, pues a su juicio, ni por
su reputación como abogado, ni por su posición como pensador sobre cuestiones
de gobierno, parecía acreedor de tales honores.
Y si nos centramos ahora en el dictum del Bonham´s case, su significado en la
América colonial fue inequívoco. El pensamiento germinal que Coke expresara en
1610 había evolucionado y se había convertido en la doctrina de que un tribunal
podría considerar nulo un texto legal, promulgado por una asamblea legislativa
limitada por un fundamental law, cuando el tribunal considerara que la ley había
transgredido sus límites. De esto no puede caber la más mínima duda. No faltan,
desde luego, quienes, como Thorne380, consideran que es difícil pensar que el
argumento de Coke contenía una apelación a un fundamental law, concluyendo
que, al otro lado del mar, las palabras de Coke fueron separadas del caso en que
se habían formulado, o lo que es igual, fueron sacadas del contexto en el que
hallaban su sentido. Esta tesis, como es obvio, presupone que el único sentido
del pasaje ubicado en el cuarto argumento de la sentencia era fijar un canon de
la interpretación estatutaria, y ello, por todo lo que ya hemos tenido oportunidad
de exponer, no deja de ser, cuanto menos, controvertible.
Hall ha ido aún más lejos en la apreciación de la trascendencia de la doctrina
sentada por Coke, lo que deja claro cuando escribe381, que en el siglo XVIII, los
líderes de la incipiente Revolución americana extrajeron una importante lección
376
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 5.
377
Charles F. MULLETT: “Coke and the American Revolution”, op. cit., p. 469.
378
Ibidem, p. 470.
379
Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., p. 224.
380
S. E. THORNE: “Dr. Bonham´s Case”, op. cit., p. 552. La posición de Coke la comparte asimismo
Fernando REY MARTÍNEZ, en “Una relectura del Dr. Bonham´s case y de la aportación de Sir Edward
Coke a la creación de la judicial review”, op. cit., p. 63.
381
Kermit L. HALL: The Supreme Court and Judicial Review in American History, (Bicentennial
Essays on the Constitution), American Historical Association, Washington, D.C., 1985, p. 4.
156 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
382
De ello se hace eco George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance...”,
op. cit., p. 313. Y también Louis B. BOUDIN: “Lord Coke and the American Doctrine...”, op. cit., p.
223. La única discrepancia entre ambos autores es que mientras Boudin da como fecha del informe
del comité el año 1915, Smith lo fecha en 1917. A la vista de los datos que ofrecen ambos autores,
nos parece más ajustada la fecha de 1915, pues el Comité especial que aprobó ese informe lo hizo a
instancias de una resolución adoptada en la reunión anual de 1914 de la New York Bar Association,
que instó al presidente de la Asociación a nombrar un Comité especial de cinco miembros “to examine
and report upon the historical aspect of the right and duty of the United States Supreme Court to
declare laws in excess of or in contravention of the federal constitution to be null and void”.
383
Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory Between the Declaration of
Independence and the Meeting of the Philadelphia Convention”, en The American Historical Review
(Am. Hist. Rev.), Vol. 30, No. 3, April, 1925, pp. 511 y ss.; en concreto, p. 515.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 157
384
Barbara Aronstein BLACK: “An Astonishing Political Innovation: the Origins of Judicial Review”,
en University of Pittsburg Law Review (U. Pitt. L. Rev.), Vol. 49, 1987-1988, pp. 691 y ss.; en concreto,
p. 694.
385
No se muestra muy de acuerdo con esta posición Hamburger, quien, sosteniendo una tesis que
no compartimos, aunque admite, como no podía ser de otro modo, que en los años 1760 algunos
abogados mencionaron el Bonham´s case en sus argumentos constitucionales contra los writs of
assistance y la Stamp Act, cree que en la medida en que el Bonham´s case aludía a la posibilidad del
judiciary de declarar nulas las leyes del Parlamento, bien de conformidad con el Derecho natural o con
el common law, rápidamente cayó en desprestigio, y cuando los abogados americanos aprendieron
de los Commentaries de Blackstone, lo abandonaron considerablemente como un precedente. Philip
HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, op. cit., p. 6.
386
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review Revisited, or How the Marshall Court Made
More out of Less”, en Washington and Lee Law Review (Wash. & Lee L. Rev.), Vol. 65, 1999, pp. 787 y
ss.; en concreto, p. 794.
387
Puede ser útil recordar, que Edward Coke encarnaba una visión todavía medieval del Derecho,
esto es, el Derecho como algo descubierto, no como algo hecho, elaborado. Su concepción chocaría
158 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
con el moderno positivismo de John Austin, quien concebiría la ley como un mandato del soberano.
Aunque, como recuerda Wood, a principios del siglo XIX era claro para la mayoría de los ingleses que
el Derecho se había convertido en el mandato del soberano, la expandida vigencia del pensamiento
cokiano en las colonias se tradujo en que las nociones medievales del Derecho de Coke permanecieran
con vitalidad en el nuevo mundo, al menos durante un período de tiempo más dilatado que en
Inglaterra. Los colonos, al margen ya de la inmediata utilidad que para el contexto político concreto
en que se movían podía tener el pensamiento de Coke, encontraron atractivas las ideas del juez inglés
a causa de que las mismas encajaban en la noción que tenían del Derecho. Cfr. al respecto, Gordon S.
WOOD: “The Origins of Judicial Review”, en Suffolk University Law Review (Suffolk U. L. Rev.), Vol.
XXII, 1988, pp. 1293 y ss.; en concreto, p. 1298.
388
James Allan C. GRANT: “Judicial Control of Legislation”, en The American Journal of Compartative
Law (Am. J. Comp. L.), Vol. III, number 2, Spring, 1954, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 189.
389
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 70.
390
Helen K. MICHAEL: “The Role of Natural Law in Early American Constitutionalism: Did the
Founders Contemplate Judicial Enforcement of <Unwritten> Individual Rights?”, en North Carolina
Law Review (N. C. L. Rev.), Vol. 69, 1990-1991, pp. 421 y ss.; en concreto, p. 490.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 159
391
Burns habló de que la creencia que prevalecía era la existencia de unos principios sagrados de
derecho universal (“sacred principles of universal right”) que actuaban como límites frente a cualquier
autoridad. Edward M. BURNS: “Madison´s Theory of Judicial Review”, en Kentucky Law Journal (Ky.
L. J.), Vol. XXIV, 1935-1936, pp. 412 y ss.; en concreto, p. 413.
392
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, en The University of Chicago Law
Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 54, 1987, pp. 1127 y ss.; en concreto, p. 1129.
393
John Phillip REID: Constitutional History of the American Revolution (The Authority to Legislate),
The University of Wisconsin Press, Madison (Wisconsin), 1991, p. 6.
394
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 866.
395
Apud Matthew P. HARRINGTON: “Judicial Review Before John Marshall”, op. cit., p. 69.
160 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
396
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States,
The University of Chicago Press, 2nd impression, Vol. II, Chicago, 1955, p. 941.
397
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, 2nd edition, Harvard University Press, Cambridge
(Massachusetts), 1974, (first published in 1969), p. 30.
398
Para Corwin, el verdadero punto de partida en la historia del common law es el establecimiento
por Enrique II (Rey de Inglaterra entre 1154 y 1189), en el tercer cuarto del siglo XII, de un sistema
de circuit courts que se complementaba con un tribunal de apelación central, siendo punto de
referencia nuclear para estos órganos judiciales la costumbre. Edward S. CORWIN: “The <Higher
Law> Background ...” (I), op. cit., p. 171.
Ciertamente, pueden establecerse diferencias entre la visión que del common law tenían los colonos
y los ingleses, pues para éstos el common law era algo mucho más dinámico de lo que lo era para
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 161
los colonos, para muchos de los cuales el common law había quedado congelado en la época de las
migraciones iniciales. Cfr. al efecto, Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review...”, op. cit.,
p. 1299.
399
Apud Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review. Mr. Marshall, Mr. Jefferson, and
Mr. Marbury”, en Current Legal Problems, Vol. 25, London, 1972, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5. Este
artículo, con el mismo título, está asimismo publicado como “Appendix” a la obra de William F.
SWINDLER: The Constitution and Chief Justice Marshall, Dodd, Mead & Company, New York, 1978,
pp. 383 y ss.
400
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution: Fundamental Law in American
Revolutionary Thought”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 30, 1977-1978, pp. 843 y ss.; en
concreto, p. 850.
401
Larry D. KRAMER: “We the Court”, op. cit., p. 19.
402
De la relevancia de estos derechos pueden dar buena idea dos importantes documentos de
la etapa colonial. En primer término, la Charter of Liberties and Privileges, aprobada por la primera
Asamblea General de Nueva York en 1683, que contenía no sólo el bosquejo de una Constitución para
la provincia de Nueva York, sino un auténtico Bill of Rights que daba nombre al documento. Aún más
elaboradas y explícitas fueron las disposiciones de otro documento, los Rights and Privileges of the
162 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
era tributaria de una doctrina de natural law que, como señalara Corwin403, con
diversos corolarios, suministró los postulados básicos de la especulación teórica
durante los siglos XVII y XVIII, con un impacto especial sobre el pensamiento
político colonial404. Todo ello quedaría reflejado en los múltiples panfletos de la
época colonial, forma de la que se revistieron muchos de los más importantes
escritos de la Revolución americana, pero también en los escritos políticos que se
multiplicaban en todos los periódicos, escritos que ofrecían en la casi totalidad de
los casos la particularidad de ir firmados con pseudónimos, en buen número de
casos tomados de Plutarco, asumiendo sus autores, como recuerda McDonald405,
que la elección del pseudónimo contribuiría a que sus lectores entendieran el
mensaje que deseaban transmitirles.
Cabe recordar asimismo la especial relevancia que tuvo el pensamiento
Whig, –en el que se alinearán figuras tan distantes como el conservador John
Dickinson o el radical Samuel Adams– defensor de esa noción de un fundamental
law tras el que subyacía una idea de libertad, que en los años que anteceden a la
revolución sostuvo que ese fundamental law impedía las infracciones legislativas
de los derechos, particularmente de los derechos de propiedad del common law y
de los procedimientos jurídicos tradicionales. Incluso en Inglaterra, el progresivo
arraigo durante el siglo XVIII de la doctrina de la soberanía legislativa no fue capaz
de expulsar la noción de un fundamental law. Tanto Locke como Bolingbroke
aludieron a un Derecho fundamental, y el propio Blackstone, paradigma de la
defensa de la soberanía legislativa en sus célebres Commentaries on the Laws of
England, estaba de acuerdo en que el Parlamento se hallaba limitado por lo que
él denominó “an overriding natural law”406.
En América, un excelente ejemplo de esa doctrina iusnaturalista que cifra
uno de sus referentes últimos en los derechos de los ciudadanos lo encontramos
en Thomas Paine, que publicó su obra cumbre, Common Sense, en enero de
1776, obra que Bailyn consideraría que se hallaba dotada de un atrevido descaro
(“daring impudence”) y de un extraordinario frenesí (“uncommon frenzy”)407. En
los escritos de Paine, de un gran valor para el estudio de las instituciones políticas
y del desarrollo constitucional, no hay indicaciones de una deuda directa respecto
Majesty´s Subjects, promulgado ocho años más tarde (en 1691) por el mismo órgano colonial. Cfr. al
respecto, Bernard BAILYN: The Ideological Origins..., op. cit., pp. 193 y ss.
403
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law” (II),
op. cit., p. 380.
404
Rossiter cree que en el pensamiento colonial el edificio de la libertad no sólo se apoyaba en
el natural law and natural rights, sino también en el constitucionalismo Whig y en la virtud, consi-
derándose esta última como una versión terrenal de la law of nature. Un escritor iba a visualizar la
virtud del siguiente modo: “in its most general sense, consists in an exact observance of the Laws of
Nature”, que exige que contribuyamos tanto como podamos “to the preservation and happiness of
mankind in general”. Clinton ROSSITER: The First American Revolution (The American Colonies on
the Eve of Independence), Harcourt, Brace and Company, New York, 1956, pp. 226 y 231.
405
Forrest McDONALD: Novus Ordo Seclorum. The Intellectual Origins of the Constitution, University
Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 1985, p. 68.
406
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 1297.
407
Bernard BAILYN: The Ideological Origins..., op. cit., p. 18.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 163
de otros escritores, como Rousseau o Locke, sino que más bien puede decirse con
Conway, que él alienta su propia atmósfera filosófica408.
Para Paine, el gobierno no podía basarse en otra justificación que en la libertad
y seguridad de los gobernados, justamente lo que no ofrecían a los colonos las
normas británicas, que tan sólo les proporcionaban tiranía y exacciones. Como
ha escrito Foner en su monografía sobre Paine409, éste fue uno de los creadores
del secular lenguage de la revolución, un lenguaje en que eternos descontentos,
aspiraciones milenarias y tradiciones populares se expresaron en un vocabulario
sorprendentemente nuevo410.
Common Sense transformó los términos del debate político, e incluso del propio
lenguaje político; y así, si la voz “república” había sido previamente utilizada como
un término de improperio en la escritura política, Paine hizo de él una cuestión
política viva y aún un ideal utópico de gobierno411. En 1806, Paine recordaba que
el objetivo perseguido con todos sus trabajos había sido rescatar al hombre de la
tiranía y de los falsos sistemas y principios de gobierno y permitirle ser libre.
En Rights of Man, obra publicada en 1791, Paine se inspirará en los mismos
principios que en la anterior, siendo la principal diferencia entre ambas, que
mientras la primera estaba pensada en función de las circunstancias concretas
de Inglaterra, donde su autor había nacido en 1737, la segunda atendía a las de
América. Y en relación justamente con su Constitución, no nos resistimos a dejar
de plasmar dos de las ideas íntimamente conexas que al respecto expresa Paine.
En el capítulo IV de la parte segunda de la obra puede leerse: “A Constitution is
not the act of a Government, but of the people constituting a Government; and
Government without a Constitution is power without a right”, y más adelante
escribe: “A Constitution is the property of a Nation, and not of those who exercise
the Government”412.
A su vez, un corolario favorito del natural law fue el concepto de soberanía
popular. Los pensadores coloniales, escribe Rossiter413, se deleitaban mencio-
nando las Cato´s Letters (“Cartas de Catón”) sobre “los sagrados privilegios del
pueblo, la inviolable majestad del pueblo, la enorme autoridad del pueblo y la
408
Moncure Daniel CONWAY: “Introduction”, en The Writings of Thomas Paine, collected and
edited by Moncure Daniel Conway, Burt Franklin, New York, reprinted, 1969, Vol. I (1774-1779), pp.
V y ss.; en concreto, p. VIII.
409
Eric FONER: Tom Paine and Revolutionary America, Oxford University Press, New York, 1976,
p. XV.
410
Paine ha sido reconocido como un maestro de la prosa. Según Butler, combina en un grado
fascinante una claridad de dicción apropiada a su ataque sobre la mística, con la simetría y equilibrio
de los ritmos del verso y de la prosa de principios del siglo XVIII. Marilyn BUTLER (edited by): Burke,
Paine, Godwin, and the Revolution Controversy, Cambridge University Press, Cambridge (Great Britain),
1984, p. 108.
411
Eric FONER: Tom Paine and Revolutionary America, op. cit., p. 75.
412
Thomas PAINE: Common Sense and Rights of Man, (Bold-faced thoughts on revolution, reason,
and personal freedom), edited by Laura Ross, Sterling Publishing Co., Inc., New York/London, 2011,
pp. 389 y 398, respectivamente.
413
Clinton ROSSITER: The First American Revolution..., op. cit., p. 226.
164 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
inapelable decisión del pueblo”. Escritas por dos de los más relevantes intelec-
tuales de las colonias, John Trenchard y Thomas Gordon, identificados con el
extremismo liberal, publicadas primeramente en The London Journal entre 1720
y 1724, y después en forma de libro, se convirtieron en una caústica denuncia
(“a searing indictment”) de la política y sociedad inglesas del siglo XVIII. En
América, donde estas “Cartas” se publicaron reiteradamente, de modo total o
parcial, y donde una y otra vez eran citadas en cualquier periódico desde Boston
a Savannah, las Cato´s Letters, según Bailyn414, llegaron a estar alineadas junto
a los tratados de Locke, como las más autorizadas declaraciones acerca de la
naturaleza de la libertad política, situándose incluso por encima de Locke desde
la óptica de la exposición de las causas sociales de las amenazas que pendían
sobre esa libertad. Estas “Cartas” dedicaron además una gran atención a la
corruptora influencia del poder415, entre otras razones, porque sus autores, a
diferencia de Locke, vieron la política dialécticamente, como una guerra entre
los gobernantes y el pueblo al que gobernaban (“a war between the rulers and
the people they ruled”)416, circunstancia que explica la honda preocupación
existente en estos escritos sobre los medios con los que controlar el poder
gubernamental. De su relevancia puede dar una idea el hecho de que, en 1728,
las Cato´s Letters se habían fusionado con los escritos de Locke, Coke, Pufendorf
y Grocio para producir un prototípico tratado norteamericano en defensa de
las libertades inglesas allende los mares, un material indistinguible de un buen
número de publicaciones que aparecería en la crisis revolucionaria cincuenta
años posterior417.
Tan populares e influyentes llegaron a ser estas “Cartas” apenas quince años
después de su publicación, en buena medida por su densidad ideológica, que,
reforzadas por la universalmente conocida obra de teatro de Addison, “Catón”,
y por la orientación Whig de la lectura de los historiadores romanos, en perfecta
sintonía con el general conocimiento del pensamiento clásico por los colonos con
cierto nivel de educación, que como de nuevo escribe Bailyn418, dio origen a lo que
podía denominarse una imagen catónica “a Catonic image”, que fue central en la
teoría política de su tiempo.
414
Bernard BAILYN: The Ideological Origins..., op. cit., p. 36.
415
Pocock ha puesto de relieve que estas Letters se ocuparon fundamentalmente de diagnosticar y
proponer remedio al estado de corrupción imperante en Gran Bretaña que había puesto de manifiesto
el escándalo de la quiebra de la Compañía de los Mares del Sur, recordando a la par que las Lettres
Persanes de Montesquieu (que datan de 1721) expresaban una preocupación similar relacionada con
la situación creada en Francia por el fracaso de los proyectos de John Law vinculados a la compañía
del Misisipí. John G. A. POCOCK: El momento maquiavélico (El pensamiento político florentino y la
tradición republicana atlántica), Editorial Tecnos, 2ª ed., Madrid, 2008, pp. 569-570.
416
Helen K. MICHAEL: “The Role of Natural Law in Early American Constitutionalism...”, op. cit.,
p. 437.
417
Bernard BAILYN: The Ideological Origins..., op. cit., p. 43.
418
Ibidem, p. 44.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 165
419
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review. Mr. Marshall, Mr. Jefferson, and Mr.
Marbury”, op. cit., pp. 2-3.
420
Daniel Walker HOWE: “European Sources of Political Ideas in Jeffersonian America”, en Reviews
in American History (Rev. Am. Hist.), Vol. 10, No. 4, December, 1982, pp. 28 y ss.; en concreto, p. 29.
421
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 860-861.
166 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
422
Apud Larry D. KRAMER: “We the Court”, op. cit., p. 32.
423
Edward M. BURNS: “Madison´s Theory of Judicial Review”, en Kentucky Law Journal (Ky. L.
J.), Vol. XXIV, 1935-1936, pp. 412 y ss.; en concreto, pp. 412-413.
424
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...” (I), op. cit., p. 164.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 167
and to the law, for the law makes the King. Let the King then attribute to the law
what the law attributes to him, namely, dominion and power, for there is no King
where the will and not the law has dominion”425. Estas palabras, que parcialmente
repetirá Coke ante el Rey Jaime I, como ya se dijo, vuelven a mostrarnos la
característica idea medieval de que toda autoridad deriva del Derecho y que como
tal se halla limitada por el mismo. Para Corwin426, es la peculiar concepción del
Derecho de Bracton lo que lo diferencia de sus predecesores y contemporáneos, de
hombres como John de Salisbury o el propio Santo Tomás de Aquino. Gracias a su
estudio del Derecho romano y aún más a su experiencia como juez, tal concepción
es sorprendentemente positivista (“strikingly positivistic”); para Bracton la lex que
tiene primariamente en mente es la ley que se apoya sobre “the common sanction
of the body politic”. Innecesario es decir que en el camino a que nos estamos
refiriendo Edward Coke ocupará un lugar enormemente preeminente, pero ya
nos hemos referido a ello.
Añadamos para terminar, que los colonos también leerán, ávidamente en
muchos casos, los trabajos elaborados por sus propios conciudadanos; tal será el
caso de James Otis, John Adams y del propio Thomas Paine. Sus textos tendrán
un gran influjo en la conformación de los sentimientos generales de la comunidad.
Piénsese, por ejemplo, en Common Sense, obra de la que se imprimirían miles de
copias, distribuidas a lo largo y ancho de todas las colonias. Su célebre afirmación
de que “in America the law is king” 427, –que ha sido parafraseada como “in
America, constitutional law, rather that man, is king”428– hizo necesario un cambio
en la teoría en cuanto a la localización de la soberanía. La autoridad absoluta
del Parlamento en cuanto verdadero soberano se transfirió ahora al pueblo. La
Revolución americana dejó esa situación meridianamente clara: el pueblo, como
auténtico soberano, asumió todo su protagonismo. Como en uno de los artículos
425
Apud Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...”, (I), op. cit., p. 172.
426
Ibidem, p. 173.
427
El párrafo completo en que se formula la celebérrima afirmación está redactado en los siguientes
términos:
“But where, say some, is the King of America? I´ll tell you, friend, he reigns above, and doth not
make havoc of mankind like the Royal Brute of Great Britain. Yet that we may not appear to be defective
even in earthly honours, let a day be solemnly set apart for proclaiming the Charter; let it be brought
forth placed on the Divine Law, the Word of God; let a crown be placed thereon, by which the world
may know, that so far as we approve of monarchy, that in America the law is king. For as in absolute
governments the King is law, so in free countries the law ought to be king; and there ought to be no
other. But lest any ill use should afterwards arise, let the Crown at the conclusion of the ceremony be
demolished, and scattered among the people whose right it is”. Apud The Writings of Thomas Paine,
collected and edited by Moncure Daniel CONWAY, Burt Franklin, New York, reprinted, 1969, Vol. I
(1774-1779), p. 99 (Common Sense, en pp. 67-120.
428
Robin WEST: “Tom Paine´s Constitution”, en Virginia Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 89, 2003, pp.
1413 y ss.; en concreto, p. 1414. Esta lectura podría haber hecho de Paine un temprano abanderado
de la judicial review, pero no iba a ser así. No sólo porque Paine guardó siempre un muy significativo
silencio sobre la judicial review, sino porque la Constitución que Paine sugirió en su más célebre obra,
Rights of Man, tenía que ser una ley que se había de hacer cumplir a través de un proceso de continua,
regular y democrática corrección a través de la discusión popular, circunstancia que propicia que West
hable del “Paine´s constitutional populism”. Acerca del contraste entre las visiones constitucionales
de Tom Paine y de John Marshall, cfr. Robin WEST, en Ibidem, pp. 1419-1433.
168 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
429
James B. THAYER: “The Origin and Scope of the American Doctrine of Constitutional Law”,
en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. VII, 1893-1894, pp. 129 y ss.; en concreto, p. 131.
430
Albert de LAPRADELLE: “Introduction”, en E. DE VATTEL: The Law of Nations or the Principles
of Natural Law Applied to the Conduct and to the Affairs of Nations and of Sovereigns (translation of
the edition of 1758 by Charles G. Fenwick), Oceana Publications Inc./Wildy & Sons Ltd., New York/
London, reprinted, 1964, pp. I y ss.; en concreto, pp. III-IV.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 169
431
Charles Grove HAINES: The American Doctrine of Judicial Supremacy, University of California
Press, 2nd edition, Berkeley, California, 1932, p. 41.
432
Charles G. FENWICK: “The Authority of Vattel”, en The American Political Science Review (Am.
Pol. Sci. Rev.), Vol. 7, No. 3, August, 1913, pp. 395 y ss.; en concreto, p. 397.
170 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
Defiende Vattel en el inicio del capítulo III, antes mencionado433, que toda
sociedad política debe necesariamente establecer una autoridad pública, que re-
gula los asuntos comunes, prescribe la conducta de cada uno con vistas a alcanzar
el bien público (“the public good”) y posee el medio de imponer la obediencia.
Ahora bien, de inmediato señala Vattel: “(t)his authority belongs essentially to the
whole body of the society”, aunque la misma “can be exercised in many ways”,
siendo cada sociedad la que debe decidir y adoptar el modo que mejor conviene.
Inmediatamente después de esta reflexión, Vattel va a entrar a reflexionar sobre
el concepto de constitución.
Anticipemos antes de centrarnos en las específicas consideraciones de Vattel,
que en esta obra capital se contiene la primera e inequívoca declaración de que una
constitución es una ley fundamental que limita el poder de los cuerpos legislativos.
A juicio de Vattel, la legislación no estaba tan sólo limitada por el Derecho natural,
sino por cualesquiera normas que el pueblo optara por incluir en su constitución.
El pensamiento de Vattel es al respecto en verdad clarividente. La primera y obvia
cuestión es la de qué es una constitución. Esta es su respuesta:
“The fundamental law which determines the manner in which the public
authority is to be exercised is what forms the constitution of the State. In it
can be seen the organization by means of which the Nation acts as a political
body; how and by whom the people are to be governed, and what are the
rights and duties of those who govern. This constitution is nothing else at
bottom than the establishment of the system, according to which a Nation
proposes to work in common to obtain the advantages for which a political
society is formed” (La ley fundamental que determina el modo en que la
autoridad pública tiene que ejercerse es lo que constituye la constitución del
Estado. En ella puede verse la organización por medio de la cual actúa la
nación como un cuerpo político; cómo y por quiénes tiene que gobernarse
el pueblo, y cuáles son los derechos y deberes de los que gobiernan. En el
fondo, esta constitución no es nada más que el establecimiento del sistema
conforme al cual una nación se propone trabajar en común para obtener
los beneficios para los que se constituye una sociedad política).
433
E. DE VATTEL: The Law of Nations or the Principles of Natural Law Applied..., op. cit.; el capítulo
III del Libro 1º puede verse en pp. 17-19.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 171
“The constitution of a State and its laws are the foundation of public peace,
the firm support of political authority, and the security for the liberty of
the citizens. But this constitution is a mere dead letter, and the best laws
are useless if they be not sacredly observed. It is therefore the duty of a
Nation to be ever on the watch that the laws be equally respected, both by
those who govern and by the people who are to be ruled by them. To attack
the constitution of a State and to violate its laws is a capital crime against
society; and if the persons who are guilty of it are those in authority, they
add to this crime a perfidious abuse of the power confided to them. (....)
The constitution and laws of a State are rarely attacked from the front; it
is against secret and gradual attacks that a Nation must chiefly guard” (La
constitución de un Estado y sus leyes son el fundamento de la paz pública,
el firme apoyo de la autoridad política y la seguridad para la libertad de los
ciudadanos. Pero esta constitución es una simple letra muerta, y las mejores
leyes son inútiles si no se respetan sagradamente. Es por lo tanto el deber
de una nación estar siempre vigilante para que las leyes sean igualmente
respetadas, tanto por quienes gobiernan como por el pueblo que es regido
por ellas. Atacar la constitución de un Estado y violar sus leyes es un crimen
capital contra la sociedad, y si las personas que son culpables de ello son las
que tienen autoridad, añaden a este crimen un pérfido abuso del poder que
se les ha confiado. (....) La constitución y las leyes de un Estado raramente
son atacadas frontalmente; es contra los ataques secretos y graduales contra
los que una nación debe principalmente defenderse).
Y llegados a este punto, nuestro autor aborda la cuestión clave para lo que
aquí interesa, que no es otra sino la de hasta dónde alcanza la capacidad del poder
legislativo: ¿Alcanza hasta modificar la constitución o, por contra, ésta no puede
ser alterada por ese poder? La respuesta de Vattel es de una asombrosa moderni-
dad, no obstante haber sido escrita hace más de un cuarto de milenio. Hela aquí:
que no fueran fundamentales, y hacer nuevas leyes. Nada nos lleva a pensar
que deseara sujetar la misma constitución a su voluntad. En una palabra,
es de la constitución de donde los legisladores derivan su poder; ¿cómo,
entonces, podrían cambiarla sin destrozar la fuente de su autoridad?).
434
Helen K. MICHAEL: “The Role of Natural Law in Early American Constitutionalism: Did the
Founders Contemplate Judicial Enforcement of <Unwritten> Individual Rights?”, en North Carolina
Law Review (N. C. L. Rev.), Vol. 69, 1990-1991, pp. 421 y ss.; en concreto, pp. 431-432.
435
Charles Grove HAINES: The American Doctrine of Judicial Supremacy, op. cit., p. 43.
436
E. DE VATTEL: The Law of Nations or the Principles of Natural Law, op. cit.; el capítulo XVII
del Libro II puede verse en pp. 199-221.
174 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
437
Charles G. FENWICK: “The Authority of Vattel”, op. cit., p. 395.
438
“You think, Sir, –escribe Jefferson a Genet– that this opinion is also contrary to the law of nature
and usage of nations. We are of opinion it is dictated by that law and usage; and this had been very
materially inquired into before it was adopted as a principle of conduct. But we will not assume the
exclusive right of saying what that law and usage is. Let us appeal to enlightened and disinterested
judges. None is more so than Vattel”. Apud Charles G. FENWICK: “The Authority of Vattel”, op. cit.,
p. 410.
439
C. MULLETT: Fundamental Law and the American Revolution, 1933, p. 78. Cit. por Thomas C.
GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 862.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 175
440
Petter KORKMAN : “Introduction”, en Jean-Jacques Burlamaqui, The Principles of Natural and
Politic Law, edited by Petter Korkman, translated by Thomas Nugent, Liberty Fund, Indianapolis,
Indiana, 2006, pp. IX y ss.; en concreto, p. XIII.
441
Ibidem, pp. XVI-XVII.
176 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
442
Jean-Jacques BURLAMAQUI: The Principles of Natural and Politic Law, op. cit., pp. 289-322.
443
Ibidem, p. 297.
444
Ibidem, p. 302.
445
Ibidem, p. 303.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 177
446
Ibidem, p. 305.
447
Ibidem, p. 315.
448
“Of fundamental laws”. Puede verse en Ibidem, pp. 316-321.
178 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
449
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 863-864.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 179
451
Samuel PUFENDORF: De Jure Naturae et Gentium Libri Octo/The Law of Nature and Nations,
translation of the edition of 1688 by C. H. Oldfather and W. A. Oldfather, Oceana Publications Inc.–
Wildy & Sons Ltd., New York/London, reprinted, 1964, Book II, Chapter III (“On the Law of Nature
in general”), punto 5, p. 185.
452
Walter SIMONS: “Introduction”, en Samuel Pufendorf, De Jure Naturae et Gentium Libri Octo,
op. cit., pp. 11 a y ss.; en concreto, p. 16 a.
453
Samuel PUFENDORF: The Law of Nature and Nations, op. cit., pp. 1055-1083.
454
“After the decree upon the form of government, a new pact will be necessary when the individual
or body is constituted that receives the government of the group, by which pact the rulers bind
themselves to the care of the common security and safety, and the rest to render them obedience,
and in which there is that subjection and union of wills, by reason of which a state is looked upon as
a single person. From this pact there finally comes a finished state”. Samuel PUFENDORF: The Law
of Nature and Nations, op. cit., p. 975.
455
Ibidem, p. 1055. “The very fact, also, –escribe Pufendorf más adelante (p. 1056)– that civil
sovereignty is called supreme , argues that it is free from civil laws, or rather is superior to them. To
raise any question regarding divine and natural laws would be folly”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 181
limitar sus poderes soberanos. Más aún, el soberano existe para el pueblo, y no
a la recíproca:
“(S)ince all government is for the sake of those who obey, not of those who
command, that is, since the king exists for the people, not the people for
the king, the people are superior to a king...”456. (Ya que todo gobierno es
para aquellos que obedecen, no de los que mandan, esto es, ya que el rey
existe para el pueblo, no el pueblo para el rey, el pueblo es superior al rey).
Llegados aquí, Pufendorf entiende que los límites del poder soberano derivan
no tanto de Dios o de las leyes y principios que Él grabó en el corazón de los hom-
bres, como se entendía por otros autores de la época, sino de la propia voluntad
del pueblo, que al transferir al soberano sus derechos naturales puede asimismo
establecer ciertos límites a la soberanía:
“But since the judgement of a single man may be easily misled in seeking
out what is for the welfare of the state (....) it has appeared advisable to
many peoples not to commit in so absolute a fashion such power as this to
a single man, whose judgement is not immune to errors, and whose choice
easily turns to base desires, but to prescribe for him a definite manner of
holding the sovereignty. Especially is this true after it has been observed
that certain institutions and a particular manner of conducting affairs are
best suited to the genius of a people and the conditions of a state. Nor does
such a limitation of sovereignty work an injury to princes who are raised
to their eminence by the will of a people, for if they thought it a hardship
to accept a sovereignty which they could not exercise as they pleased, they
could have refused it. And their given pledge, by which they are bound when
they accept such a sovereignty, in no wise allows them later to undertake
to subvert the laws of the state by secret plottings, or deeeds of violence,
and to make themselves absolute, for, as we are told by Pliny, Panegyric:
<No one should guard his oath with greater scruples than he who is most
concerned in not forswearing himself>”457. (Pero ya que la decisión de un
único hombre puede estar fácilmente equivocada en la búsqueda de lo que
es el bienestar del Estado, ha parecido aconsejable a muchos pueblos no
confiar de modo tan absoluto tal poder a un sólo hombre, cuya decisión no
está inmune de errores y cuya opción fácilmente cambia para basarse en de-
seos, sino prescribirle un modo definido de desempeñar la soberanía. Esto
es verdad especialmente después de que se ha observado que determinadas
instituciones y un modo particular de dirigir los asuntos se adaptan mejor
al genio de un pueblo y a las condiciones de un Estado. Tal limitación de la
soberanía no causa un daño a los príncipes, que se origine a su eminencia
por la voluntad de un pueblo, pues si ellos lo imaginaran una dificultad para
aceptar una soberanía que no podrían ejercer como desearan, podrían ha-
berla rehusado. Y dado el compromiso por el que están vinculados cuando
aceptan tal soberanía, de ningún modo les permite más tarde encargarse de
456
Ibidem, p. 1061.
457
Ibidem, p. 1066.
182 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
Pufendorf distingue pues con cierta claridad entre las que podríamos llamar
restricciones constitucionales, que cualquier pueblo puede establecer respecto del
ejercicio de su poder por el soberano, y las exigencias dimanantes del natural law,
que son igualmente vinculantes sobre todos los gobiernos.458, y deja claro que los
actos de un gobernante que violen tanto el Derecho natural como la constitución,
no son sólo erróneos o injustos, sino también nulos (“void–without legal effect”).
No sólo pues el natural law se colocaba en una posición superior; también las
expresas convenciones acordadas entre los ciudadanos y su Rey asumían esa
superioridad, anudándose a su violación el efecto de nulidad. Pufendorf alude
de modo específico e inequívoco a ese efecto en los trascendentales párrafos que
ahora transcribimos, que por razones bastante obvias, sirvieron como relevante
fuente de autoridad para los colonos americanos:
458
En sentido análogo, Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p.
861.
459
Samuel PUFENDORF: The Law of Nature and Nations, op. cit., p. 1070.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 183
“From what has been said it is clear in what sense is to be taken the state-
ment of the ancient Greek writers on politics and their followers, namely,
that the government of a state should be committed to laws rather than
to men. For that can have no other fit meaning than this: Care should be
taken that those who rule should govern the commonwealth according
to the direction of established laws, rather than by their own private and
uncircumscribed pleasure”461. (De lo que se ha dicho es claro en qué senti-
do debe tomarse la declaración de los antiguos escritores griegos y de sus
seguidores sobre la política, especialmente que el gobierno de un Estado
debe confiarse a las leyes antes que a los hombres. Pues eso no puede tener
otro adecuado significado más que éste: Debe de tenerse cuidado de que
aquellos que gobiernan dirijan el Estado conforme a la dirección de las leyes
establecidas, antes que por su propia voluntad particular e incircunscrita).
460
Walter BERNS: “Judicial Review and the Rights and Laws of Nature”, en Supreme Court Review
(Sup. Ct. Rev.), Vol. 1982, 1982, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 71.
461
Samuel PUFENDORF: The Law of Nature and Nations, op. cit., p. 1073.
184 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
II. Huigh van Grooth, que conocemos por su nombre latinizado, Hugo Grotius,
es otro de los grandes autores a quien los colonos de la América pre-revolucionaria
dirigieron sus ojos. Nacido en Delft en 1583, iba a ser autor de una amplia obra,
si bien iba a pasar a la posteridad entre los juristas de todo el mundo por su
celebradísimo libro De Jure Belli ac Pacis Libri Tres, que apareció en marzo de
1625, un auténtico tour de force, un logro extraordinario para un humanista de
los pies a la cabeza463 y un político que tuvo que exiliarse en Francia, quedando
bajo la protección de Luis XIII, tras ser condenado a cadena perpetua en 1619 por
ser seguidor del arminianismo, esto es, de las doctrinas defendidas por el teólogo
Jacobus Arminius (1560-1609), que impugnó el dogma calvinista de la doble pre-
destinación. En la mencionada obra, Hugo Grocio intenta prevenir y reglamentar
las guerras, convirtiéndose en un auténtico código de Derecho internacional
público, por lo que, en unión de Francisco de Vitoria, será considerado como
el padre de esa disciplina. Grocio creará de igual forma la escuela racionalista
del Derecho natural, el iusnaturalismo racionalista, que tanta relevancia habrá
de adquirir en los siglos XVII y XVIII, visualizando el Derecho natural como un
Derecho universal derivado del carácter racional del ser humano, antes que de la
autoridad divina.
De Grocio se ha dicho con toda razón464, que con su visión del natural law
preparó el terreno en el siglo XVII para que las ideas de Vattel pudieran germinar
en plenitud en América. Más aún, su pensamiento alumbró a lumbreras como
Samuel Adams o James Otis, que recurrieron con frecuencia al mismo para
expresar sus protestas frente a determinadas actuaciones de la Corona británica y
del Parlamento, dando vida a una teoría de los derechos naturales de los colonos.
No en vano el inmenso prestigio que iba a alcanzar en las colonias la doctrina
del Derecho natural es deudor casi en exclusiva de Grocio y de Newton. Al erigir
el Derecho internacional (“the law of nations”) sobre una base iusnaturalista,
como una barrera frente a la habitual anarquía internacional, Grocio le otorgó
462
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 861-862.
463
James Brown SCOTT: “Introduction” a la obra de Hugo Grotius, De Jure Belli ac Pacis Libri Tres/
The Law of War and Peace, translation to english by Francis W. Kelsey, Oceana Publications Inc.- Wildy
& Sons Ltd., New York/London, 1964, Book I, pp. IX y ss.; en concreto, p. IX.
464
Anne-Marie BURLEY: “The Alien Tort Statute and the Judiciary Act of 1789: A Badge of Honor”,
en American Journal of International Law (Am. J. Int´l L.), Vol. 83, 1989, pp. 461 y ss.; en concreto, p.
486, nota 110.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 185
una nueva solidez, al igual que un inmediato carácter práctico, como nunca antes
había tenido. Y lo que aún es más importante. Grocio, dirá Corwin465, revive la idea
ciceroniana del natural law, que de golpe sirvió para clarificar el concepto de las
implicaciones teológicas que había venido acumulando durante la Edad Media y
de cualquier sospecha de dependencia de la interpretación eclesiástica o papal.
El natural law, de nuevo, era defininido como right reason466.
Para Grocio, el hombre es un animal, pero como dijera Aristóteles, un animal
social. Los hombres se asocian entre sí en sociedad, y cada sociedad necesita
unas leyes, un Derecho, para su preservación, y la ley ha de ser justa. El hombre,
aunque sea un animal, es un ser inteligente, de donde resulta que la ley ha de
derivar sus requisitos del hecho de que los hombres viven en sociedad. La ley es así
tan universal como la sociedad, se ajusta a la naturaleza social del hombre y a las
necesidades generales de la sociedad. Aunque exista una ley primitiva, tal como la
que rige cuando la propiedad existe en común, Grocio cree que tal natural law (así
la llama) puede desarrollarse y perfeccionarse para satisfacer nuevas condiciones.
El hombre es un animal inteligente, pero también razonable, y en coherencia
con ello Grocio nos dirá que incluso esa ley primitiva se ha desarrollado bajo
el control de la razón. Como recuerda Scott467, “the instinct of sociability is its
origin; preservation of society is its purpose; justice is the means and the necessary
condition for realizing this purpose; reason, the supreme judge of application and
even of intelligence”. En fin, para Grocio, la mejor división de la ley, basada en el
pensamiento aristotélico, será la que diferencie “natural law and volitional law,
to which he (Aristotle) applies the term statutory, with a rather strict use of the
word statute”468.
Grocio estuvo cerca de ofrecer una apología del absolutismo, al venir a
sostener que cuando los hombres entran en sociedad y se someten a la voluntad
de un soberano deben dejar de lado su derecho a la rebelión. En el capítulo cuarto
(“War of subjects against superiors”) del Libro I, bajo el epígrafe “That as a general
rule rebellion is not permitted by the law of nature”, escribe lo siguiente:
465
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...”, (II), op. cit., pp. 380-381.
466
“Since over other animals man –escribe Grocio– has the advantage of possesssing not only a
strong bent towards social life, of which we have spoken, but also a power of discrimination which
enables him to decide what things are agreeable or harmful (as to both things present and things to
come), and what can lead to either alternative: in such things it is meet for the nature of man, within
the limitations of human intelligence, to follow the direction of a well-tempered judgement, being
neither led astray by fear or the allurement of immediate pleasure, nor carried away by rash impulse.
Whatever is clearly at variance with such judgement is understood to be contrary also to the law of
nature, that is, to the nature of man”. “To this exercise of judgement belongs moreover the rational
allotment to each man, or to each social group...”. Hugo GROTIUS: De Jure Belli ac Pacis Libri Tres,
Prolegomena, Book I, translation to english by Francis W. Kelsey, Oceana Publications Inc.–Wildy &
Sons Ltd., New York/London, 1964, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 13.
467
James Brown SCOTT: “Introduction”, op. cit., p. XXXI.
468
Hugo GROTIUS: De Jure Belli ac Pacis..., op. cit., Book I, Chap. I, p. 38.
186 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“By nature all men have the right of resisting in order to ward off injury, as
we have said above. But as civil society was instituted in order to maintain
public tranquillity, the state forthwith acquires over us and our possessions
a greater right, to the extent necessary to accomplish this end. The state,
therefore, in the interest of public peace and order, can limit that com-
mon right of resistance. That such was the purpose of the state we cannot
doubt, since it could not in any other way achieve its end. If, in fact, the
right of resistance should remain without restraint, there will no longer be
a state, but only a non-social horde, such as that of the Cyclopes...”469. (Por
naturaleza, todos los hombres tienen el derecho de resistencia para evitar
un daño, como hemos dicho antes. Pero como la sociedad civil se instituyó
para mantener la tranquilidad pública, el Estado enseguida adquiere sobre
nosotros y nuestras posesiones un mayor derecho, en la medida necesaria
para cumplir este fin. Por lo tanto, el Estado, en interés de la paz pública
y el orden, puede limitar ese derecho común de resistencia. No podemos
dudar de que tal fue el propósito del Estado, ya que de otro modo no podía
alcanzar su finalidad. Si, de hecho, el derecho de resistencia permaneciera
sin restricción, ya no podría haber un Estado, sino sólo una horda no social,
tal como la de los Cíclopes).
Grocio insiste en esta idea cuando escribe, que “más allá de toda duda, el
más importante elemento en los asuntos públicos es el orden constituido de
admitir las normas y prestar obediencia”. “Y esto, añade nuestro autor, no puede
verdaderamente coexistir con la libertad individual de ofrecer resistencia”470. Sin
embargo, más adelante, Grocio se plantea cuál debe ser la posición a adoptar en
casos extremos o de inevitable necesidad. Aún algunas leyes divinas, argumenta,
admiten excepciones tácitas en casos de extrema necesidad. Y poco después
escribe:
“Some one may say that this strict obligation, to suffer death rather than
at any time to ward off any kind of wrong-doing on the part of those pos-
sessing superior authority, has its origin not in human but in divine law. It
must be noted, however, that in the first instance men joined themselves
together to form a civil society not by command of God, but of their own
free will, being influenced by their experience of the weakness of isolated
households against attack. From this origin the civil power is derived,
and so Peter calls this an ordinance of man. Elsewhere, however, it is also
called a divine ordinance, because God approved an institution which was
beneficial to mankind....”.
“Barclay, though a very staunch advocate of kingly authority, nevertheless
comes down to this point, that he concedes to the people and to a notable
portion of the people, the right of self-defence against atrocious cruelty, de-
spite the fact that he admits that the entire people is subject to the king”471.
469
Ibidem, Book I, Chap. IV, p. 139.
470
Ibidem, p. 143.
471
Ibidem, pp. 149-150.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 187
(Alguien puede decir que esta estricta obligación, de sufrir la muerte antes
que evitar en cualquier momento cualquier tipo de actuación injusta por
parte de quienes poseen la autoridad superior, tiene su origen no en la ley
humana, sino en la divina. Debe observarse, sin embargo, que en el primer
caso en que los hombres se unieron juntos para formar una sociedad civil
no fue por mandato de Dios, sino por su propia libre voluntad, estando
influidos por su experiencia de la debilidad de sus casas aisladas ante un
ataque. De este origen ha derivado el poder civil, y así, Pedro llama a esto
una ordenanza del hombre. Sin embargo, en otra parte, también se le
denomina una ordenanza divina, porque Dios aprobó una institución que
era beneficiosa para la humanidad. Barclay, aun cuando un muy inque-
brantable defensor de la autoridad real, sin embargo, en esta cuestión se
derrumba, ya que reconoce al pueblo, y a una notable porción del mismo,
el derecho de auto-defensa frente a una crueldad atroz, a pesar del hecho
de que admite que la totalidad del pueblo está sujeta al Rey).
Grocio no se queda aquí, sino que como Jano, el Rey del Lacio de la mitología
romana, al que se le suele representar con varias caras, parece presentar aquí al
menos una doble cara: la del absolutismo, ya expuesta, y la del libertarismo472, a la
que nos referimos de inmediato. En efecto, en situaciones extremas, como aquella
en la que un rey pretenda enajenar su reino, o aquella otra en la que poseyendo tan
sólo una parte del poder soberano, pretenda poseer la parte que no le pertenece,
Grocio va a admitir con toda claridad el derecho de resistencia. He aquí algunas
de las reflexiones del iusnaturalista holandés:
“Barclay holds the opinion that if a king alienates his kingdom, or places
it in subjection to another, the kingdom is no longer his. I do not go so far.
For an act of this character, if the kingship is conferred by election or by a
law of succession, is null and void, and acts which are null and void do not
have any effect in law”.
“If, nevertheless, a king actually does undertake to alienate his kingdom,
or to place it in subjection, I have no doubt that in this case he can be re-
sisted. For the sovereign power, as we have said, is one thing, the manner
of holding it is another; and a people can oppose a change in the manner
of holding the sovereign power, for the reason that this is not comprised in
the sovereign power itself. With this you may not ineptly compare a remark
of Seneca, in respect to a case by no means dissimilar: <And if a man is
bound to render obedience in all respects to his father, he is not bound to be
obedient to a command through which the father ceases to be a father”473.
(Barclay sostiene la opinión de que si un rey enajena su reino o lo coloca
bajo la sujeción de otro, el reino ya no es suyo. Yo no voy tan lejos. Pues un
acto de esta naturaleza, si el reinado es conferido por elección o por una
ley de sucesión, es nulo y sin efecto, y los actos que son nulos y sin efecto
no tienen efecto jurídico.
472
Análogamente, R. TUCK: Natural Rights Theories, 1979, p. 79. Cit. por Helen K. MICHAEL:
“The Role of Natural Law in Early American Constitutionalism...”, op. cit., p. 428.
473
Hugo GROTIUS: De Jure Belli ac Pacis..., op. cit., Book I, Chap. IV, p. 157.
188 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
474
Ibidem, p. 158.
475
Helen K. MICHAEL: “The Role of Natural Law in Early American Constitutionalism...”, op. cit.,
p. 429.
476
Hugo GROTIUS: De Jure Belli ac Pacis..., op. cit., Book II, Chapter XVI, pp. 409-429.
477
Ibidem, p. 409.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 189
modos, esto es, admiten varios significados. Los retóricos llaman a este tópico
“ambigüedad” (“ambiguity”), pero los dialécticos hacen una más fina distinción,
llamándolo “homonimia” (“homonymy”) si se trata de una sola palabra y “ambi-
güedad” (“ambiguity”) si se trata de una oración que ofrece más de un significado.
De modo semejante, habrá necesidad de recurrir a las conjeturas siempre que en
los acuerdos haya “an appearance of contradiction”; entonces, la interpretación
tendrá que buscar reconciliar las diferentes partes si esto es posible. Con respecto
al efecto, Grocio considerará especialmente importante el caso en que una palabra
tomada en su sentido más común produce un efecto contrario a la razón, pues en
el caso de un término ambiguo, debe preferiblemente aceptarse aquel significado
que está libre de error. En fin, entre los elementos que están conectados y a los que
se debe atender, Grocio cree que “the chief force is given to the reason for a law,
which many confuse with the intent, although it is only one of the indications from
which we trace the intent” (la fuerza principal se da a la razón para una ley, que
puede confundirse con la intención, aunque es sólo una de las indicaciones de las
que extraemos su intención). “Nevertheless among conjectures this is the strongest,
if it is established with certainty that the will has been influenced by some reason
as the only cause. Often, in fact, there are several reasons, and sometimes the will
without reason determines itself from the power of its own freedom”478.
A la vista de las reflexiones de Grocio sobre la interpretación, como también de
las llevadas a cabo por Vattel, Clinton ha extraído479 unas conclusiones comunes a
ambos autores (aunque cree que las mismas pueden atisbarse asimismo en Blacksto-
ne) en relación a la cuestión hermenéutica, que pueden resumirse así: 1) Para estos
comentaristas, la voluntad o intención del legislador es la ley. 2) Todos sostienen
que el discernimiento de la intención debe comenzar con una consideración de las
palabras empleadas por el legislador para expresar la ley. 3) Todos afirman que la
costumbre y el uso común son los standards a emplear para resolver las ambigüeda-
des en el significado de las palabras usadas por el legislador. 4) Estos comentaristas
declaran o sugieren insistentemente, que el contexto de esa parte de la ley que se
está interpretando –su relación con otras partes de la misma ley– es relevante para
la determinación de su significado, o lo que es igual, los preceptos de la ley deben
armonizarse entre sí. 5) Todos enfatizan que el objetivo, finalidad o propósito de la
ley es crucial para la determinación de su contenido. Y 6) Estos autores coinciden en
atender a los efectos o consecuencias de la ley sólo cuando sus términos, entendidos
en su sentido más común, producirían un absurdo en su aplicación.
478
Ibidem, pp. 412-413.
479
Robert Lowry CLINTON: “The Supreme Court Before John Marshall”, en Journal of Supreme
Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 222 y ss.; en concreto, p. 229.
190 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
480
Martyn P. THOMPSON: “The Reception of Locke´s Two Treatises of Government 1690-1705”,
en Political Studies (The Journal of the Political Studies Association of the United Kingdom), Vol. 24,
Issue 2, June, 1976, pp. 184 y ss.; en concreto, p. 184.
481
Stuart Gerry BROWN: The First Republicans (Political Philosophy and Public Policy in the Party
of Jefferson and Madison), Greenwood Press, Publishers, Westport, Connecticut, reprinted, 1976, p.
11.
482
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin of Judicial Review of Legislation”, op. cit., p. 6.
483
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwitten Constitution...”, op. cit., p. 860.
484
John LOCKE: Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (Un ensayo acerca del verdadero origen,
alcance y fin del Gobierno Civil), traducción, introducción y notas de Carlos Mellizo, Editorial Tecnos,
Madrid, 2006, p. 10.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 191
485
“El estado de naturaleza –escribe Locke– tiene una ley de naturaleza que lo gobierna y que
obliga a todos; y la razón, que es esa ley, enseña a toda la humanidad que quiera consultarla que
siendo todos los hombres iguales e independientes, ninguno debe dañar a otro en lo que atañe a
su vida, salud, libertad o posesiones. Pues como los hombres son todos obra de un omnipotente e
infinitamente sabio Hacedor, y todos siervos de un señor soberano enviado a este mundo por orden
suya y para cumplir su encargo, todos son propiedad de quien los ha hecho, y han sido destinados a
durar mientras a Él le plazca, y no a otro”. John LOCKE: Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, op.
cit., p. 12.
486
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...”, (II), op. cit., p. 396.
192 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
487
Ciertamente, Locke refutará a Hobbes al dar un nuevo contenido a conceptos tales como state
of nature, natural law o social contract. Su reinterpretación de esos conceptos toma como premisa
la propia naturaleza del hombre, que halla su más plena expresión en su obra An Essay Concerning
Human Understanding (1690). En ella, Locke considera absurdo pensar que existan principios innatos
en la mente. Como dice Rodríguez Aranda, la intención principal de Locke con esta obra es iluminar
lo que sucede en el hombre cuando éste verifica lo que se llama conocer, esto es, cuando el entendi-
miento se pone en relación con cosas externas, pues todo conocimiento procede de la sensación y de
la reflexión. Luis RODRÍGUEZ ARANDA: “Prólogo”, en John Locke, Ensayo sobre el entendimiento
humano, Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, pp. 11 y ss.; en concreto, p. 12.
Al margen de lo anterior, es bien conocida la diferencia en la concepción de la ley que mantienen
Hobbes y Locke. Mientras el primero define las leyes como mandatos del soberano, el segundo, aunque
no las defina en tal sentido, se refiere en muchas ocasiones a las leyes como “settled standing rules”.
Para Locke, las leyes ordinarias son los productos del poder legislativo, pero ese mismo poder está
constituido por leyes hechas por un pueblo soberano o, por utilizar los propios términos de Locke, por
la “community (which) perpetually retains a Supream Power of saving themselves from the attempts
and designs of any Body, even of their Legislators”. Apud James R. STONER, Jr.: Common Law &
Liberal Theory..., op. cit., p. 145.
488
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background...” (II), op. cit., p. 388.
489
D. E. C. YALE: “Hobbes and Hale on Law, Legislation and the Sovereign”, en The Cambridge
Law Journal (Cambridge L. J.), Vol. 31, 1972, pp. 121 y ss.; en concreto, pp. 121-122.
490
Apud D. E. C. YALE: “Hobbes and Hale on Law, Legislation and the Sovereign”, op. cit., p. 123.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 193
son las limitaciones que establece respecto del poder legislativo y su énfasis sobre
el derecho de propiedad. La asamblea legislativa es el órgano supremo de la
república lockiana y sobre esa supremacía hace depender la principal salvaguardia
de los derechos del individuo. Por esta misma razón, la supremacía legislativa es
supremacía dentro del Derecho, no por encima del Derecho. De hecho, el término
“soberano” nunca se utiliza por Locke en su sentido descriptivo, excepto en refe-
rencia al “free, sovereign individual” en el estado de naturaleza. En consonancia
con ello, Locke considera que la ley, entendida rectamente, “no tanto constituye
la limitación como la dirección de las acciones de un ser libre e inteligente hacia
lo que es de su interés; y no prescibe más cosas de las que son necesarias para el
interés general de quienes están sujetos a dicha ley. Si los hombres pudieran ser
más felices sin ella, la ley se desvanecería como cosa inútil”491.
491
John LOCKE: Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, op. cit., Capítulo 6, p. 60
492
Forrest McDONALD: Novus Ordo Seclorum (The Intellectual Origins of the Constitution),
University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 1985, p. 132.
194 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
más relevantes, Hutcheson fue quizá quien gozó de una mayor popularidad entre
los estudiantes. Él no fue, desde luego, ni el mayor filósofo, ni el más importante
economista, rol que recaería sobre Thomas Reid y sobre Adam Smith, no obstante
lo cual la reputación que alcanzó en vida fue inconmensurable. Como recuerda
Robbins493, en Escocia o en el extranjero, “Mr. Hutcheson of Glasgow” era men-
cionado como un reconocido maestro.
El estudio del pensamiento de los autores escoceses de la Ilustración iba a
desempeñar un rol relevante en la educación americana de la segunda mitad del
siglo XVIII, pues, como recuerda Hamowy494, la filosofía moral escocesa era una
parte integral de los curricula de la mayoría de los American colleges, y esto parece
haber sido una incontrastable realidad en Virginia, y de modo muy particular en
el “College of William and Mary”. No en vano los pensadores escoceses gozaban
de una gran reputación internacional, situándose entre los más importantes
intelectuales del siglo XVIII. Los ingleses cultos de ambos lados del Atlántico se
hallaban perfectamente familiarizados con sus escritos.
Francis Hutcheson, como se acaba de decir, uno de los más destacados
representantes de esta línea de pensamiento, se referiría a la innata igualdad
moral de todos los individuos, de la que debía derivarse su igualdad política y
su libertad, escribiendo al respecto en su A System of Moral Philosophy, que “all
men are originally equal and they have equal capacities for judging whether their
rulers are good or bad”495, para añadir después que “the natural rights equally
belong to all, at least as soon as they come to the mature use of reason; and they
are equally confirmed to all by the law of nature... Nature makes none master,
none slaves”. En un libro bien conocido (Inventing America: Jefferson´s Declaration
o Independence) publicado en Nueva York en 1978, Garry Wills iba a sostener la
original, aunque controvertida, tesis de que la Declaración de Independencia
redactada por Jefferson , lejos de llevar el sello de la teoría política de Locke, era
directamente tributaria del pensamiento de la Ilustración escocesa, plasmado
en las obras de Hutcheson, Reid, Hume, Kames y Smith. Más en concreto,
según Wills, el sistema de la filosofía moral de Hutcheson contiene la clave para
descodificar la teoría de la naturaleza y de las funciones adecuadas del gobierno
establecida en la Declaración de Independencia. Quienes piensan que Jefferson
extrajo su derecho natural a la revolución de las páginas de Locke, nos dice Wills,
carecen de un texto paralelo en el que apoyarse, mientras que ese paralelismo
se encuentra en la Escuela escocesa por doquier, lo que resulta especialmente
patente en Francis Hutcheson, cuya obra A Short Introduction to Moral Philosophy,
publicada en 1747, contiene pasajes perfectamente acordes con los términos
493
Caroline ROBBINS: “<When It Is That Colonies May Turn Independence>: An Analysis of the
Environment and Politics of Francis Hutcheson (1694-1746)”, en The William and Mary Quarterly
(Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 11, No. 2, April, 1954, pp. 214 y ss.; en concreto, p. 219.
494
Ronald HAMOWY: “Jefferson and the Scottish Enlightenment: A Critique of Garry Wills´s
Inventing America: Jefferson´s Declaration of Independence”, en The William and Mary Quarterly
(Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 36, No. 4, October, 1979, pp. 503 y ss.; en concreto, p. 504.
495
Apud Forrest McDONALD: Novus Ordo Seclorum..., op. cit., pp. 54-55.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 195
496
De ello se hace eco un tanto críticamente Ronald HAMOWY, en “Jefferson and the Scottish
Enlightenment...”, op. cit., p. 506.
497
Helen K. MICHAEL: “The Role of Natural Law in Early American Constitutionalism...”, op. cit.,
p. 442.
498
Daniel Walker HOWE: “European Sources of Political Ideas in Jeffersonian America”, en Reviews
in American History (Rev. Am. Hist.), Vol. 10, No. 4, December, 1982, pp. 28 y ss.; en concreto, pp.
35-36.
499
Gerald STOURZH: Alexander Hamilton and the Idea of Republican Government, 1970. Cit. por
Daniel Walker HOWE: “European Sources of Political Ideas in Jeffersonian America”, op. cit., p. 36.
196 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
500
Clinton ROSSITER: The First American Revolution, op. cit., p. 101.
501
Las primeras Charters fueron las de Virginia y Nueva Inglaterra, otorgadas por el Rey Jaime I en
1606 y 1620, y por el Rey Carlos I en 1629, siendo contempladas como delegaciones incompletas de la
autoridad política. La Carta de Massachusetts fue anulada en 1684, pasando a ser Massachusetts siete
años después una esfera de la Corona. La Carta de gobierno de Rhode Island y de las Plantaciones
de Providence, establecida por el Rey Carlos I en 1643 y ampliada por Carlos II en 1663, al igual
que la de Connecticut, otorgada en 1662, fueron modeladas con base en el gobierno de una ciudad
inglesa. De esta forma, los gobiernos previstos por las Cartas eran corporaciones civiles de naturaleza
marcadamente municipal. La diversidad de estos gobiernos coloniales dio paso en 1660 a una política
de administración colonial que pronto condujo a la uniformidad de derechos políticos y jurídicos en
los diferentes territorios coloniales. Y así, por una “royal commission” de 1 de diciembre de 1660, se
creó un Consejo permanente (standing council) de 48 nobles y caballeros nombrados por la Corona
a los que se encargó de los asuntos relacionados con las plantaciones. En 1674 los deberes de esta
Comisión se transfirieron al King´s Privy Council. En 1696, la Cámara de Comercio y Plantaciones
(Board of Trade and Plantations) se hizo cargo finalmente de todo lo relativo a las plantaciones
americanas. Las actuaciones de estos cuerpos administrativos emanaban de la Corona, atribuyéndose
el conocimiento de las apelaciones que contra las mismas pudieran formalizar las colonias al Privy
Council. En fin, quizá convenga añadir, que en todos los gobiernos coloniales hubo una limitación
uniforme del poder legislativo. Como recuerda Fowler, a cuyo estudio nos remitimos, “(n)o laws were
to be enacted except such as were not contrary to the laws of England. The legislative power was
thus both a delegated and a restricted one”. Robert Ludlow FOWLER: “The Origins of the Supreme
Judicial Power in the Federal Constitution”, op. cit., pp. 715-718.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 197
502
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 866.
503
Mark ELLIOTT: The Constitutional Foundations of Judicial Review, Hart Publishing, Oxford/
Portland (Oregon), 2001, p. 23.
504
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., p. 9.
505
Sosin ha llegado a escribir que esta revisión por los tribunales coloniales “was almost unknown”.
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 146.
506
William M. MEIGS: “The American Doctrine of Judicial Power, and Its Early Origin”, en American
Law Review (Am. L. Rev.), Vol. 47, 1913, pp. 683 y ss.; en concreto, p. 689.
198 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
507
Matthew P. HARRINGTON: “Judicial Review Before John Marshall”, op. cit., p. 63.
508
La sentencia puede verse, entre otras obras, en Marbury versus Madison. Documents and Com-
mentary, Mark A. GRABER and Michael PERHAC (Editors), CQ Press (A Division of Congressional
Quarterly Inc.), Washington, 2002, pp. 191-219.
509
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 42.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 199
para sus órganos judiciales, el Rey Jorge III mantuvo el cargo judicial dependiente
de su exclusiva voluntad, como había acontecido en Inglaterra hasta el año 1701,
sosteniendo que el estado del conocimiento jurídico en las colonias era tan bajo
que era difícil que se pudieran encontrar hombres competentes para decidir los
casos judiciales510. No ha de extrañar que fuera ésta una cuestión incluida en la
lista de quejas expuesta frente al Rey en la Declaración de Independencia: “Ha
hecho –se puede leer en ella– los jueces dependientes tan sólo de su voluntad para
el ejercicio de sus cargos y la cantidad y pago de sus salarios”511.
La preocupación ante el peligro de manipulación judicial por unos jueces
carentes de una verdadera independencia puede comprenderse aún mejor si se
tiene presente la más que notable discreción judicial existente entre los jueces
de las colonias, lo que era la resultante de la pluralidad de fuentes del Derecho
de los colonos (inglesas unas, coloniales las otras). En 1768, el Gobernador de
Nueva York lamentaba que “las cuestiones de una causa dependían no tanto del
derecho de un cliente como del aliento del juez (“the breath of the Judge”), y lo
que se consideraba un excelente alegato en un circuito, era rechazado en otro512.
La consecuencia de todo ello era tanto la flexibilidad como la inseguridad y, por
encima de todo, un extraordinario grado de discreción judicial. Y aunque cierta-
mente no se hubiera olvidado la máxima que sentara en su Essay on Judicature el
gran filósofo y jurista Francis Bacon (1561-1626), quien, como ya se dijo, fuera
Abogado de la Corona en los primeros años del siglo XVII, “Judges ought to
remember that their office is jus dicere and not jus dare; to interpret law, and not
to make or give law”, la realidad era que los jueces habían de discernir a través
del Derecho lo que era justo, y a través de ello el deber de los jueces de conservar
la ley y no de cambiarla se relativizaba en ocasiones notablemente.
En este contexto se puede entender que, contrariamente a la práctica inglesa
del common law, otorgando a los jueces la determinación exclusiva sobre las cues-
tiones de Derecho, en las colonias, los jurados ocuparan el lugar verdaderamente
central de los tribunales, pues a ellos se encomendó decidir no sólo sobre las
cuestiones relativas a los hechos, sino también sobre la aplicación del Derecho, y
ello tanto en casos civiles como criminales. Aunque los jueces coloniales solían ser
personalidades locales relevantes, lo cierto es que su único rol era el de guiar, no el
de decidir, pues salvo en algunas acciones de equidad, estrictamente limitadas, e
incluso inexistentes en algunas de las colonias, ellos no podían dictar un veredicto
sin el previo pronunciamiento del jurado. Las declaraciones de tres de los más
eminentes abogados americanos de fines del siglo XVIII, John Adams, Thomas
510
Archibald COX: “The Independence of the Judiciary: History and Purposes”, en University of
Dayton Law Review (U. Dayton L. Rev.), Vol. 21, 1995-1996, pp. 565 y ss.; en concreto, p. 570.
511
A esta queja se añadiría otra en relación a la Administración de justicia: “He (el Rey) has
obstructed the Administration of Justice, by refusing his Assent to Laws for establishing Judiciary
Powers”. El texto de la Declaración de Independencia puede verse en la obra From the Declaration
of Independence to the Constitution (The Roots of American Constitutionalism), edited with an
introduction, by Carl J. FRIEDRICH and Robert G. McCLOSKEY, The Bobbs-Merrill Company, Inc.,
Indianapolis/New York, 1954, pp. 3 y ss.
512
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 1300.
200 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
Jefferson y John Jay, apoyan esta conclusión. En una fecha tan tardía como es
la del año 1793, John Jay, ocupando la Chief Justiceship de la Corte Suprema de
los Estados Unidos, informaba a un jurado en un caso civil, de que tenía derecho
a encargarse por sí mismo de decidir el Derecho a aplicar, al igual que dilucidar
los hechos en controversia. Ambos objetos, concluía Jay, son legítimos dentro del
poder decisorio del jurado513. Se entiende así a la perfección la trascendencia que
tuvo en esta época la protección del derecho al jury trial, que se mantendría tras la
Independencia, y que revela la importancia que los colonos atribuyeron a prácticas
y costumbres inveteradas que limitaban las facultades del legislativo. Jefferson
visualizaría el trial by jury como la única ancla (“the only anchor”) imaginada por
los hombres a través de la cual un gobierno podía ser retenido a los principios de
la constitución, describiendo después el jurado (“the jury”) como una inestimable
institución que contenía a los jueces y representaba al pueblo en la rama judicial
(“curbed judges and represented the people in the judicial branch”)514.
Por otro lado, la facultad de declarar la ley por los jurados (“the law-finding
power of the juries”) sugiere ineluctablemente que los miembros del jurado
llegaban al tribunal con preconcepciones compartidas acerca de la sustancia del
Derecho a aplicar. La cuestión llegó a plantearse con el paso de los años. En 1788,
en el caso Pettis v. Warren, desencadenado por una demanda planteada por un
negro esclavo para su libertad ante un tribunal de Connecticut, se recusó a un
jurado por tener una opinión preconcebida, la de que “no negro, by the laws of
this state, could be holden a slave”. El tribunal de primera instancia (trial court)
anuló la recusación del jurado por tal causa, y la Connecticut Supreme Court
confirmó esa decisión al considerar que “an opinion formed and declared upon a
general principle of law, does not disqualify a juror to sit in a cause in which that
principle applies”515.
En los tribunales americanos de nuestros días, los jueces dan a los jurados
instrucciones sobre el Derecho, y si un jurado deja de seguirlas, su veredicto, con la
única salvedad de un veredicto absolviendo a un demandado acusado de un delito,
será rechazado. En frontal contraste con ello, los jueces del siglo XVIII americano,
con frecuencia, no daban a los jurados instrucciones claras. A veces, incluso, las
instrucciones eran contradictorias, y en la mayoría de los casos no dejaban de ser
breves y rudimentarias. Como recuerda Nelson516, casi todos los tribunales del
XVIII americano actuaban con más de un juez en los estrados, y parece haber sido
una regla general para cada juez integrante del tribunal, el haber pronunciado un
discurso (“a charge”) al jurado, no obstante la falta de sintonía existente a veces
entre unos y otros jueces. Pero incluso ante instrucciones meridianamente claras
513
William E. NELSON: “Marbury v. Madison, Democracy, and the Rule of Law”, en Tennessee Law
Review (Tenn. L. Rev.), Vol. 71, 2003-2004, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 221.
514
Apud Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law..., op. cit., p. 87.
515
Apud William E. NELSON: “Marbury v. Madison and the Establishment of Judicial Autonomy”,
en Journal of Supreme Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 240 y ss.; en concreto,
p. 243.
516
William E. NELSON: “´Marbury v. Madison, Democracy...”, op. cit., p. 220.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 201
y armónicas por parte de los jueces, los jurados podían entender el Derecho como
consideraran conveniente. John Adams, uno de los más relevantes abogados de
la época pre-revolucionaria, siempre sostuvo que aunque los jurados decidieran
el Derecho en una dirección contraria a la que se les había dado por los jueces,
eran sus veredictos los que decidían el Derecho aplicable, porque no era sólo un
derecho del jurado, sino también un deber, “to find the verdict according to his
own best understanding, judgment and conscience though in direct opposition
to the direction of the court”517.
Las circunstancias expuestas no iban a impedir del todo que la judicial review
fuera desconocida en las colonias. Por el contrario, en estos años encontramos
diferentes ejemplos que confirman que los líderes coloniales intentaron recurrir
al mecanismo de la revisión judicial para hacer frente a los principios dimanantes
de la soberanía parlamentaria. Esta claro encasillamiento de la reivindicación de
la judicial review en el contexto de la lucha política entre el Parlamento británico
y las colonias ha llevado a algún autor518 a pedir cautela a la hora de enjuiciar
estas reivindicaciones, si bien, a nuestro entender, el contexto en el que puedan
enmarcarse no es razón suficiente para privarles de su valor.
517
Apud Shannon C. STIMSON: The American Revolution in the Law..., op. cit., pp. 55-56.
518
Matthew P. HARRINGTON: “Judicial Review Before John Marshall”, op. cit., p. 64.
519
Es el caso, por poner un ejemplo significativo, de Edward S. CORWIN: “The Establishment
of Judicial Review” (I), en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 102 y ss.;
en concreto, p. 105. Corwin considera esta decisión del mayor interés, y ello no sólo por ser la más
temprana pista (“the earliest hint”) de la judicial review en América, sino por proporcionar asimismo la
primera declaración del proverbio que puede contemplarse como el origen popular (“the folk-origin”),
por así decirlo, del Derecho constitucional americano: que “la propiedad de A no puede darse a B sin
su consentimiento”. También Plucknett considera al respecto que en Giddings v. Browne “we have the
first clear example of an act of legislature being invalidated by the judiciary in America”. Theodore
F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 62.
520
George P. SMITH, IIº: “Dr. Bonham´s Case and the Modern Significance of Lord Coke´s Influ-
ence”, en University of Washington Law Review (Wash. L. Rev.), Vol. 41, 1966, pp. 297 y ss.; en concreto,
p. 314.
521
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 848.
202 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
evangelista, y con tal finalidad a la vista impuso un impuesto a pagar por los
ciudadanos. El caso surgió cuando el Sr. Giddings y otros se negaron a pagar la
tasa municipal, ante lo que Brown, el oficial municipal de justicia, ordenó a los
funcionarios municipales que se apropiaran de mercancías propiedad de Giddings
para hacer de esta forma efectivo el pago. Giddings demandó entonces a Brown
por daños. Del caso iba a conocer el Juez Symonds de Boston, que más tarde
llegó a ser Vicegobernador (“Deputy Governor”) de la Colonia. Symonds había
nacido en Inglaterra en 1595, descendiendo de una honorable familia de Essex.
En 1637 llegó a Ipswich (Massachusetts Bay Colony), convirtiéndose con el paso
del tiempo en un admirador del common law inglés, que iba a tener muy presente
en su sentencia. El Juez Symonds falló en favor del demandante, considerando
que el caso versaba sobre:
“(A) fundamental law..... such a law as that God and nature have given to a
people.... It is against a fundamental law in nature to be compelled to pay
that which others doe give.... Let us not (here in New England) despise the
rules of the learned in the lawes of England, who have great helps and long
experience. l. First rule is, that where a law is.... repugnant to fundamental
law, it´s voyd; as if it gives power to take away an estate from one man and
give it to another”522.
522
Apud Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin of Judicial Review of Legislation”, op. cit.,
p. 4.
523
Apud Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 62, nota
97. También en Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., p. 4.
524
Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., pp. 61-62.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 203
and Provinces of New England in general, se hablaba de “to hold forth a law book,
& quote the authority of the Lord Coke to justifie their setting up for themselves”.
En 1688, Maryland aprobaba una ley para incentivar la fabricación de
productos textiles, y de conformidad con ella, los productores locales recibían
subsidios que debían de ser recaudados a su vez de acuerdo con un reparto
impositivo llevado a cabo por los comisionados designados por los tribunales del
condado. Algunos plantadores del “Somerset County” adujeron que la ley no podía
ponerse en vigor, y ante ello el tribunal del Condado de Somerset decidió que la
ley en cuestión era nula, hay que pensar que por argumentos muy semejantes a
los aducidos por el Juez Symonds.
“that the opinion of the Generall Court in Charles Town of the 22nd of August
One thousand Seven hundred & twenty four was contrary & repugnant to
a clause in an Act of the Generall Assembly of this Province”.
“Your Committee.... Report they have rec´d & read the Representation of
the Charles Town Judges wherein as they conceive is contained some things
which we believe the Judges themselves scarce understand & therefore no
reflection on the Committee if they are at a loss to guess at their meaning &
allso several Positions of a dangerous Tendency to this Province, as first the
whole Government is arraigned for passing Laws as ´tis suggested contrary
to the Kings Instructions & Repugnant to the Laws of England. Secondly
525
Cfr. al efecto, Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., pp. 10-11.
204 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
the Judges Suggest they have a power of dispensing with all such Laws at
pleasure & that they are Sole Judges & Interpreters of our Laws which your
Committee are of opinion is assuming a power Superior to that of this house
& equal with that of the whole Legislative body united”.
La prueba de que la General Court había dictado una decisión judicial en la que
debió considerar una ley de la Legislatura nula con fundamentos constitucionales
parece bastante clara. Y en todo caso, a la vista de ese texto, una cosa parece incon-
trovertible: la General Court había considerado que un estatuto inconstitucional
era nulo. La única duda es la de si, más allá de ese pronunciamiento, el tribunal
dictó efectivamente una sentencia en esa misma dirección.
“All acts of legislature apparently contrary to natural right and justice are,
in our laws, and must be in the nature of the things, considered as void. The
laws of nature are the laws of God, whose authority can be superseded by
no power on earth. A legislature must not obstruct our obedience to Him
from Whose punishments they cannot protect us. All human constitutions
which contradict His laws, we are in conscience bound to disobey. Such
have been the adjudications of our courts of justice”526. (Todos los actos de la
legislatura evidentemente contrarios a los derechos naturales y a la justicia
son, de conformidad con nuestras leyes, y deben ser por la propia naturaleza
de las cosas considerados nulos. Las leyes de la naturaleza son las leyes de
Dios, cuya autoridad no puede ser reemplazada por ningún poder sobre la
tierra. Una legislatura no debe obstruir nuestra obediencia a Él de Cuyo
castigo no puede protegernos. Todas las constituciones humanas que con-
tradigan Sus leyes estamos obligados en conciencia a desobedecerlas. Tales
han sido las decisiones de nuestros tribunales de justicia).
526
Apud Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case...”, op. cit., p. 65.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 205
527
Apud J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 147.
528
El Chief Justice Michie, de Carolina del Sur, en el caso Williams v. Executors (1759-1760), al
discutirse la cuestión de si los tribunales coloniales gozaban de esta facultad de revisión judicial,
negó que dispusieran de la misma, considerando que tales tribunales se hallaban subordinados y sólo
“the King in Council” podía considerar los actos legislativos ultra vires. Loren P. BETH: “The Judicial
Committee of the Privy Council and the Development of Judicial Review”, en The American Journal
of Comparative Law (Am. J. Comp. L.), Vol. 24, 1976, pp. 22 y ss.; en concreto, pp. 41-42.
529
Philip HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, op. cit., p. 9.
206 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
with what today is called judicial review”. Innecesario es decir que la posición
mantenida por James Otis en el celebérrimo Writs of assistance Case no hace sino
corroborar aún más cumplidamente esta apreciación.
el más obvio, si es que no el más significativo, legado del Privy Council appeals
system, tal y como operó en las colonias americanas, fue su influencia sobre la
adopción de la judicial review. Y es que no puede caber duda de que la aplicación
ocasional por el Privy Council del ultra vires principle supuso la anulación de
actos legislativos coloniales por un órgano, en lo que ahora interesa, judicial, lo
que no entrañaba otra cosa más que un ejercicio de revisión judicial534. Como se
ha escrito, “the power to disallow colonial laws and the power of judicial review
appeared the same in both intent and consequence”535.
Hemos de comenzar, sin embargo, precisando que el órgano que básicamente
va a ocupar nuestra atención, el Privy Council, no sólo iba a llevar a cabo una
revisión judicial de la legislación colonial, sino también un control administra-
tivo de la misma. A este respecto, Goebel ha deslindado con toda nitidez lo que
identifica como un “judicial control of colony legislation” de lo que considera
un “administrative control of colony legislation”536. El control administrativo
iba a hacerse recaer sobre un Comité del Privy Council, el Lords Committee of
Trade and Plantations, al que se confió conocer de los asuntos relacionados con
las plantaciones hacia 1675. Innecesario es decir que es el control judicial el que
presenta verdadero interés para el objeto de este trabajo.
Recuerda Haines537, que ninguna revisión sistemática de la legislación colonial
se estableció hasta 1660. En marzo de 1675, como se acaba de decir, todos los
asuntos relacionados con las colonias se hicieron revertir a la Comisión de 21
consejeros anteriormente citada, conocida comúnmente como los Lords of Trade.
La preocupación por las amenazas sobre el comercio marítimo, que como es
evidente se acentuaban en tiempo de guerra, condujo a Guillermo III a disolver
la mencionada Comisión y a crear una Comisión ejecutiva para el comercio y
las plantaciones comúnmente conocida como el Board of Trade. Las leyes se
transmitían por los gobernadores coloniales al principal Secretario de Estado, y
después al Privy Council, que oía con carácter previo un dictamen de los “Com-
missioners of Trade”. Sería a partir del año 1696 cuando se operativizó de modo
efectivo este mecanismo de control. Ese año, el Parlamento británico formuló una
declaración acerca de la supremacía de sus normas sobre los estatutos coloniales,
considerando que cualquier estatuto colonial “anywise repugnant” respecto de
las leyes de la navegación (“Navigation Acts”) “or to any other law hereafter”
534
En sentido análogo, entre otros, David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court:
The Powers of the Federal Courts, 1801-1835”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L.
Rev.), Vol. 49, 1982, pp. 646 y ss.; en concreto, p. 655.
535
P. Allan DIONISOPOULOS and Paul PETERSON: “Rediscovering the American Origins of
Judicial Review: A Rebuttal to the Views Stated by Currie and Other Scholars”, en John Marshall Law
Review (J. Marshall L. Rev.), Vol. 18, 1984-1985, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 55.
536
Julius GOEBEL, Jr.: Antecedents and Beginnings to 1801, (History of the Supreme Court of
the United States, Vol. I), The Oliver Wendell Holmes Devise, Macmillan Publishing Co., Inc./Collier
Macmillan Publishers, 2nd printing, New York/London, 1974, pp. 60-83.
537
Charles Grove HAINES: The American Doctrine of Judicial Supremacy, University of California
Press, 2nd edition, Berkeley, California, 1932, p. 45.
208 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
hecha por el Parlamento y aplicable a la colonia sería “illegal, null and void”538. La
primera regulación general de esta cuestión por la Corona ya había tenido lugar
por medio de la Order in Council de 23 de enero de 1684, en la que se estableció que
no se admitiría ninguna apelación de las colonias “without sufficient security....
to prosecute their appeals effectually and to stand the award of his Majestry in
council thereupon”539.
Lo que se acaba de señalar ya nos muestra, y es importante tenerlo presente,
que junto a la función de revisión judicial el Privy Council iba a llevar a cabo otras
funciones de control de la legislación colonial que no respondían en absoluto a
los parámetros propios de lo que hoy conocemos como judicial review. Y ello no
sólo porque el canon de constitucionalidad, por así considerarlo, impropiamente
por supuesto, no venía dado por un fundamental law, sino porque, más allá de
ello, las normas coloniales no se iban a sujetar tan sólo a un control de legalidad,
de constitucionalidad si así se prefiere, sino que iban a ser asimismo enjuiciadas
desde la óptica de su conveniencia y oportunidad políticas, al margen además de
que no se iba a seguir ningún procedimiento jurisdiccional. Como escribe Frank540,
el aspecto más significativo de la revisión por el Privy Council de los problemas
jurídicos coloniales iba a ser el de que, por virtud de su doble jurisdicción, en él
se fundían un sistema de revisión judicial y otro de revisión legislativa, lo que le
facultaba para desaprobar una ley colonial mediante una suerte de veto y para
anular un estatuto colonial en el curso de la decisión de un caso litigioso al hilo
de su rol de último órgano judicial de apelación frente a las decisiones de los
tribunales coloniales.
En realidad, el Privy Council disponía de tres tipos de facultades para impedir
la entrada en vigor de una ley colonial o, en su caso, para anularla. La primera
de ellas era el rechazo (“disallowance”) o revocación (“repeal”) de los estatutos
coloniales541. La segunda facultad era el veto de tales estatutos. La última, la
anulación judicial (“judicial annulment”) de los estatutos, esto es, la que se
equipara con la judicial review of legislation. Aunque es la última facultad la que
para nosotros presenta interés, cabe recordar que la primera, como antes se dijo, se
vino aplicando desde 1660 y fue activamente utilizada a lo largo de todo el período
colonial, mientras que el veto no se aplicó propiamente a los estatutos coloniales,
identificándose como tal más bien la decisión de un gobernador colonial de,
538
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Privy Council´s Power to Restrain the Legislatures
of Colonial America: Power to Disallow Statutes: Power to Veto”, en University of Pennsylvania Law
Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 94, 1945-1946, pp. 59 y ss.; en concreto, p. 59.
539
Apud Arthur Meier SCHLESINGER: “Colonial Appeals...” (I), op. cit., p. 280.
540
John P. FRANK: “Historical Bases of the Federal Judicial System”, en Indiana Law Journal (Ind.
L. J.), Vol. 23, 1947-1948, pp. 236 y ss.; en concreto, pp. 239-240.
541
En algunos casos, los estatutos fueron rechazados largo tiempo después de haber sido pro-
mulgados. Así, un estatuto de Carolina del Sur para “encourage the settlement of South Carolina”,
promulgado en 1696, fue rechazado 38 años después. En otros casos, leyes que habían estado en vigor
durante una generación fueron después rechazadas. Dudley Odell McGOVNEY: “The British Privy
Council´s Power to Restrain the Legislatures of Colonial America: Power to Disallow Statutes...”, op.
cit., p. 72.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 209
542
Philip HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, op. cit., p. 17. “The review of legislation –añade
Hamburger más adelante (Ibidem, p. 20)– had been familiar from medieval theory and in a more
practical way from the review of the legislative acts of subordinate bodies, such as corporations and
colonies”.
543
Entre 1680 y 1780, el más significativo período de aplicación del appellate system, según Schle-
singer, 265 casos llegaron al Privy Council procedentes de las colonias continentales de Inglaterra,
lo que significaba cinco apelaciones bianuales. El mayor número de casos, 78 en total, provino de
Rhode Island, siguiéndole Virginia con 53 casos y Massachusetts con 44. A lo largo del siglo XVIII
hubo un perceptible incremento en el número de casos, constatado año tras año, aunque el autor lo
desvincula del crecimiento de la población. Arthur Meier SCHLESINGER: “Colonial Appeals to the
Privy Council” (II), en Political Science Quarterly (Pol. Sci. Q.), Vol. 28, No. 3, September, 1913, pp.
433 y ss.; en concreto, pp. 446-447.
210 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
trece asambleas coloniales en el período que media entre 1696 y 1776, 80 años
pues, lo que supone un promedio anual de más de un centenar de leyes fiscalizadas
a través de esos dos procedimientos administrativos a los que aludimos con
anterioridad. De ese elevadísimo número de leyes sometidas a control, un total
de 469 (un 5´5 por 100) fueron rechazadas mediante Orders in Council544. Si se
atiende a los rasgos que caracterizaron el control a que se refiere Haines, no debe
extrañar que esta revisión de la legislación colonial por el Privy Council se haya
considerado por algún autor próxima al veto ejecutivo norteamericano545, aunque
también es cierto que el término “veto” se reservó específicamente a uno de los
tres mecanismos de que disponía el Privy Council para impedir la entrada en vigor
de la legislación colonial. En definitiva, el control administrativo predominó, de
lejos, sobre el control judicial, pero ello no debe conducirnos ni mucho menos a
excluir que el Privy Council ejerciera, en algunos casos al menos, una auténtica
facultad de revisión judicial más o menos acorde con los parámetros actuales. Más
aún, Schlesinger ha considerado que, al menos en tres de los casos de que conoció
el Privy Council en el ejercicio de su función de revisión judicial de la legislación,
este órgano anuló leyes de las legislaturas coloniales546.
Las apelaciones iban a venir delimitadas frente a tres tipos de normas. 1) regu-
laciones de los gobiernos locales; 2) Cartas coloniales y concesiones de la Corona,
y 3) leyes aprobadas por las legislaturas coloniales. Antes de que se cerrara el siglo
XVII, se planteó la cuestión de si los casos concernientes a una infracción de las
leyes de comercio (“Acts of Trade”) podían ser apelados ante el King in Council.
El 27 de mayo de 1697, el propio Privy Council emitió una Order, admitiendo las
apelaciones de funcionarios de aduanas a la Corona en casos de incautaciones
por comercio ilegal. Este tipo de casos supuso una amplia proporción respecto
del total de casos objeto de apelación.
Cualquier litigante insatisfecho ante la decisión de un tribunal colonial podía
solicitar de ese tribunal una apelación ante el King in Council. Si el permiso para
la apelación se le otorgaba, el litigante quedaba en libertad para proseguir su ape-
lación ante el Privy Council. Si tal permiso le era negado por el tribunal colonial,
podía dirigirse directamente al Privy Council instándole a que su apelación fuera
admitida y vista. El Privy Council, tras una consulta con el Committee of Appeals,
decidía lo oportuno, aun cuando lo habitual era que se concediera la apelación
solicitada. En algunas ocasiones, esto se hizo incluso respecto de casos en que
el período de un año previsto para apelar ya había finiquitado. Una apelación
también podía ser provisionalmente admitida “if the Governor and Council there
have no other legal objection thereto”547.
La legislación colonial, como regla general, no dio muestras de oposición
a este sistema de apelaciones, pero de este hecho no cree Schlesingher que
544
Charles Grove HAINES: The American Doctrine of Judicial Supremacy, op. cit., p. 49.
545
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, Phoenix Books, University
of Chicago Press, reprinted, Chicago & London, 1967 (first edition in 1942), p. 13.
546
Arthur Meier SCHLESINGER: “Colonial Appeals...” (I), op. cit., p. 279.
547
Arthur Meier SCHLESINGER: “Colonial Appeals to the Privy Council” (II), op. cit., p. 437.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 211
II. El primero de los grandes casos que llegó al Privy Council en relación a la
validez de una ley colonial iba a ser el caso Winthrop v. Lechmere (1727). En no-
viembre de 1692, Massachusetts aprobó una ley para la asignación y distribución
de las propiedades de los intestados (“intestates”), esto es, de quienes fallecían sin
haber expresado su voluntad testamentariamente. En 1699, Connecticut aprobó
una ley semejante, conforme a la cual los bienes raíces de un intestado eran
divididos de modo igual entre los hijos, con la sola salvedad de que al mayor se le
había de dar una doble porción de la tierra, sujeta en su caso al interés de la dote
de la viuda mientras ésta viviera, salvo que, como ocurrió en este caso, la misma
se perdiera de resultas de un matrimonio ulterior de la viuda. La ley satisfacía con
ello una costumbre prevalente desde sus primeros tiempos en Nueva Inglaterra,
aunque opuesta a lo que se preveía por el common law, de conformidad con el
cual, el hijo mayor era el único heredero y tenía derecho a la totalidad de los bienes
raíces, sin tener en cuenta a los restantes hijos.
En 1717, el General Waite Winthrop, de Boston, hijo del fundador y primer
Gobernador de Connecticut, John Winthrop, que llegó a su vez a ser Chief Justice
de la Superior Court of Judicature de Massachusetts, donde pasó los últimos años
de su vida, murió intestado, dejando dos hijos, John Winthrop y Ann, la mujer de
Thomas Lechmere, un comerciante de Boston, quien sería la persona demandada
en la apelación ante el Privy Council. El difunto tenía grandes propiedades de
tierras en Connecticut, cuya administración recayó, en febrero de 1717, sobre
su hijo John, tras una primera decisión judicial de la llamada Court of Probates
(tribunal de legalización de los testamentos) de Connecticut. Su hermana Ann y
su cuñado Lechmere lograron que la Legislatura de Connecticut les concediera un
nuevo juicio ante la misma Court of Probates, que en esta ocasión forzó la partición
de la tierra entre los dos hermanos, revocando la administración inicialmente
concedida al mayor. Con base en que, de conformidad con el common law, él
era el único heredero, y en que la Ley de Connecticut de 1699 era nula por su
contradicción con el common law, John Winthrop apeló a la Superior Court de
Connecticut, que, no obstante esos argumentos, el 22 de marzo de 1725, confirmó
la segunda decisión judicial, manteniendo la administración del tercio de la
548
En noviembre de 1637, la Massachusetts General Court rechazaba una apelación al Reverendo
John Wheelwright, declarando al respecto que: “an appeal did not lie in this case, for the King having
given us authority by his grant under the great seal of England to hear and determine all causes
without reservation, we are not to admit any such appeal... and if an appeal should lie in one case, it
might be challenged in all, and then there would be no use of government amongst us”. Apud Arthur
Meier SCHLESINGER: “Colonial Appeals...” (I), op. cit., pp. 292-293.
212 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
549
Apud Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., pp. 14-15.
550
Apud J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 146.
551
Esta fecha es la que ofrece McGovney, pues Schlesinger ofrece como fecha de la sentencia la
de 13 de febrero de 1728, en su artículo “Colonial Appeals...” (II), op. cit., p. 44l.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 213
“His Majesty, taking the same into his royal consideration, is pleased with
the advice of his Privy Council to approve of the said report, and confirm
the same in every particular part thereof, and pursuant thereunto to declare
that the aforementioned act entituled An Act for the Settlement of Intestate
Estates is null and void, and the same is hereby accordingly declared to be
null and void and of no force or effect whatever. And his Majesty is hereby
further pleased to order”552.
III. El siguiente gran caso que encontramos en relación con la cuestión que
venimos tratando es el caso Philips v. Savage (1737). El caso surgió a raíz de una
apelación frente a una decisión de un tribunal de Massachusetts. En 1729, el
bostoniano Henry Philips murió intestado, sobreviviéndole su madre, su hermano
Gillam y dos hermanas (una de ellas la mujer de Habijah Savage y la otra casada
con Arthur Savage) y los hijos de otra hermana fallecida. En mayo de 1733, la
Probate Court (tribunal de legalización de testamentos) del condado de Suffolk
(Massachusetts) ordenó que tanto los bienes raíces como los personales del falle-
cido fueran divididos en cinco partes iguales, distribuyéndose entre esos parientes
próximos, de conformidad con lo dispuesto por una ley de Massachusetts de 1692.
En octubre de 1733 Gillam Philips apeló frente a la anterior decisión judicial
ante el Gobernador y el Council, el tribunal de última instancia de Massachusetts,
al considerarse como el único heredero en Derecho de su difunto hermano, en
cuanto que, a su juicio, “no act of that Province could vary the common law of
the realm, or change or alter the course of descents”, por lo que la ley de Massa-
chusetts y la decisión adoptada por la Probate Court de Suffolk en aplicación de
la misma eran “repugnant or contrary to the laws of the realm of England, and
consequently ipso facto void”556. En el siguiente mes de noviembre, el Gobernador
555
No otra cosa parece inferirse del memorial que el Chief Justice Whitaker dirigía al Gobernador de
Carolina del Sur el 16 de septiembre de 1742, en el que se podía leer lo que sigue: “.... altho the Judges
of the Courts of Common Law in Great Britain are the proper Expositors of Acts of Parliament, yet in
the Plantations in America which are dependent Governments and are only impowered to make Laws,
under certain Conditions, Limitations and Restrictions, the Judges in America are bound to observe
the Laws that are passed by the General Assembly, till they are repealed by the King. For though such
Laws may sometimes be made contrary to his Majesty´s Royal Prerogative; or his Instructions to his
Governors, or may be repugnant to the Laws of England, yet it is conceived such Laws are not Ipso
facto void, in themselves, but only voidable by his Majesty´s disallowance or repeal, who ´tis humbly
apprehended has reserved to himself the Sole power of Judging of Such Contrariety, or repugnancy...”.
Apud Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., pp. 38-39.
556
Apud Arthur Meier SCHLESINGER: “Colonial Appeals...” (II), op. cit., p. 442. Asimismo, en
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., p. 20.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 215
557
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., pp. 20-21.
216 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
558
Ibidem, p. 22.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 217
plata, sino también el tabaco. El segundo era que el clero que se iba a ver implicado
en la controversia era el clero de la Iglesia Anglicana, una Iglesia reconocida y
mantenida con impuestos públicos recaudados de entre todos los habitantes, pues
en Virginia la separación entre la Iglesia y el Estado no se produjo hasta después
de la Independencia.
En 1696, el salario anual de cada ministro de la Iglesia Anglicana se había
fijado por medio de un estatuto en el equivalente a 16.000 libras de tabaco. Una ley
de 1748 en apoyo del clero, confirmada por el Privy Council, modificó lo anterior,
adicionándole un 4 por 100 por la reducción que el sueldo hubiere podido expe-
rimentar. Entre 1755 y 1763, la situación iba a experimentar un cambio radical.
Virginia combatió con las demás colonias junto a la madre patria en la llamada
“French and Indian War”. Para hacer frente a la guerra se emitieron cartas de
crédito y pagarés del tesoro, y este “papel moneda” fue declarado de curso legal.
La guerra condujo a la depresión económica, siendo éste el escenario en el que
se iba a situar la Two Penny Act, cuyo propósito era devaluar el tabaco como un
patrón de valor. La Two Penny Act de 1758 tuvo su precursora en la Two Penny Act
de 1755, que estableció que las deudas del tabaco podían pagarse, a opción del
deudor, en moneda de curso legal a un precio de dos peniques por cada libra de
tabaco que se debiera. A la ley se le daba una vigencia temporal de tan sólo diez
meses. El clero protestó, indicando que esta norma les perjudicaba mucho más
a ellos que a los acreedores de tabaco. En vano intercedieron ante el gobierno
para que la vetara. En una carta firmada por ocho clérigos, la ley era tildada de
“glaringly inconsistent with the natural equity, the rights of the clergy, the common
liberty of the subject”559.
La Two Penny Act de 1758, como la que le había antecedido tres años antes,
permitía que la deuda de una libra de tabaco fuera liberada mediante el pago de
dos peniques en moneda de curso legal. La ley se aplicaba a la casi totalidad de
los deudores de tabaco (“any person or persons, from whom any tobacco is due
by judgment, for rent, by bond, or upon any contract, or for public, county, or
parish levies; or for any secretary´s, clerks, sheriffs, surveyors, or other officers
fees”) El clero entendió que el estatuto les venía sustraer unas dos terceras partes
de su salario al año, al margen ya de que consideraran que estos salarios se habían
devengado antes de que la ley se aprobara (la ley se había promulgado el 12 de
octubre, pero el salario anual no se debía legalmente hasta unos meses después).
Tras la aprobación del texto legal por las dos Cámaras de la Legislatura virginiana,
una diputación del clero acudió al Gobernador Fauquier, exponiéndole que la ley
era contraria a la razón y a la justicia común (“to reason and common justice”),
recordándole “amablemente” que su firma contrariaría los que habían sido sus
principios de gobierno. El Gobernador declinó ejercer su derecho de veto, ante
lo que una convención del clero convino en enviar al Reverendo John Camm a
Inglaterra a fin de que requiriera al Privy Council el rechazo del estatuto, petición
559
Ibidem, p. 24.
218 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
algunas de esas demandas560. Con todo, sí está claro que la demanda formalizada
por el Reverendo James Maury ante la Hannover County Court culminó con una
decisión judicial de 5 de noviembre de 1763 por la que los jueces “adjudged the
two penny act to be no law”, desconociéndose los fundamentos del fallo, aunque
lo más probable es que una tal decisión respondiera a la consideración de que el
Gobernador había firmado la ley contraviniendo sus Instrucciones. En dos de las
demandas parece que la ley se consideró válida. En una cuarta demanda la vista se
aplazó hasta que la General Court se pronunciara frente a la demanda formalizada
por el Reverendo John Camm.
La General Court virginiana era el tribunal superior de justicia de Virginia, que-
dando integrada por el Gobernador y su Consejo, con un total de doce miembros.
En el caso de Camm, la Corte consideró válida la ley por una apretada votación de
5 votos frente a 4, dado que el Gobernador, como era costumbre, no votó y dos de
sus miembros no participaron por tener interés en la cuestión suscitada. Aunque
sólo cuatro miembros consideró el estatuto inválido por carecer la Legislatura de
competencia para promulgarlo, lo cierto es que nadie de la General Court dudó
de que la Corte pudiera pronunciarse en tal sentido.
Frente a la decisión anterior, dictada en el caso identificado como Camm
v. Hansford and Moss, el Reverendo John Camm manifestó su deseo de apelar
al Privy Council. No había ninguna duda por parte del clero virginiano de la
facultad del Privy Council para declarar una ley nula desde el mismo momento
de su promulgación (void ab initio) si es que ese órgano compartía las tachas de
inconstitucionalidad aducidas por el clero. Los abogados que actuaron ante el
Privy Council en defensa de la posición del demandante, el Reverendo Camm,
mencionaron el precedente de Winthrop v. Lechmere del año 1727, recordando
que en esa apelación el órgano judicial había declarado la nulidad de dos leyes de
la Asamblea de Connecticut. Por los demandados intervino con enorme acierto
Charles Yorke, hijo del Lord Chancellor Hardwicke, para quien la argumentación
del demandante suscitaba tan sólo una cuestión puramente jurídica, sin que
hubiera habido prueba suficiente respecto de los hechos como para demostrar
que el tabaco era merecedor de una cantidad superior a los dos peniques por
libra, no existiendo tampoco prueba en el sumario de la causa de que la ley
causara dificultades, al margen ya de que la ley era general, aplicándose a todos
los deudores de tabaco, y además, “no debía de presumirse que la Legislatura de
Virginia hubiese aprobado la ley si no se hallara convencida de su necesidad”.
Particular interés iba a presentar la argumentación de Charles Yorke, en
nombre de los demandados, acerca de la cuestión constitucional planteada ante
el Privy Council. A su entender, el encargo que se había otorgado al Gobernador
de Virginia le daba, “con el consentimiento” del Consejo y de la Asamblea, “pleno
poder.... para hacer leyes.... para la paz pública, el bienestar y el buen gobierno” de
la colonia, “no contradictorias, sino tan cercanas como puedan estar conformes
con las leyes y estatutos de este reino de Gran Bretaña”, siempre que todas las
560
Cfr. al efecto Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., pp. 27-28.
220 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
leyes promulgadas se envíen dentro del plazo de tres meses para su “aprobación
o rechazo”, y en el caso de un estatuto rechazado, el rechazo significará para
el Gobernador que cesará desde entonces la ley y decidirá que se convertirá en
completamente nula y sin ningún efecto. Y en cuanto a la ley en cuestión, que se
encamina a suspender la Ley de 1748, Ley ésta que había recibido la aprobación
real, una competencia dada por la Corona para hacer leyes implica una compe-
tencia para suspender o incluso abrogar leyes anteriores, que son inconvenientes
o perjudiciales, como lo era la ley de 1748, pues de otro modo un país situado a
3000 millas de distancia podría hallarse sujeto a grandes calamidades antes de
que pudiera obtenerse ayuda.
La decisión del Privy Council fue pronunciada el 3 de diciembre de 1766,
orientándose en el sentido de confirmar la sentencia de la General Court de
Williamsburg, en la colonia de Virginia, dictada el 10 de abril de 1764, deses-
timando como es obvio la apelación formulada contra ella. Aunque a primera
vista pareciera tratarse de una decisión sobre el fondo, hay alguna razón para
dudar de ello, pues, como señala la doctrina561, Yorke adujo que el Reverendo
Camm había entablado su pleito por medio de una acción errónea, pues él había
formalizado una acción de abuso en vez de una acción de deuda; esta objeción,
desde un punto de vista técnico, parecía ser muy sólida. Además, existe copia de
una nota garabateada por el propio Yorke en su propio informe en la que se indica
que la apelación se desestimó por razones técnicas. El clero de Virginia también
pareció comprenderlo, al quejarse de que el Privy Council se había valido de esta
cuestión técnica para soslayar una decisión sobre el fondo, por temor a añadir
con la misma un mayor descontento al que ya se había manifestado en América
ese mismo año por la generalizada resistencia opuesta frente a la Stamp Act.
Ahora bien, que Charles Yorke sostuviera en este litigio la validez de la Two Penny
Act en modo alguno había de entenderse en el sentido de que él pensara que el
Privy Council carecía de facultad para consider tal ley inválida. Es significativo
al respecto recordar que seis años antes (en 1760), como Solicitor General, había
formulado una opinión oficial interpretando que tal facultad era una función
normal del Privy Council. Más aún, su padre aún vivía y su hijo no podía ignorar
los puntos de vista de su padre expuestos, y aceptados por el Privy Council, en el
caso Winthrop v. Lechmere.
Unos pocos años después, uno de los tribunales de “Westminster Hall”, el Kings
Bench, consideraría nula una decisión legislativa del King in Council, pronunciada
por la Corona conforme a un supuesto poder para legislar para la colonia de
Granada. A su vez, en mayo de 1767, el Privy Council se refería a su vieja decisión
dictada en el caso Winthrop v. Lechmere, en una comunicación dirigida a la House
of Lords. Por lo demás, McGovney ha insistido562 en la existencia de una clara y
directa evidencia de que esta doctrina británica fue plenamente aprovechada por
el pensamiento colonial. Y al efecto recuerda como William Samuel Johnson,
561
Dudley Odell McGOVNEY: “The British Origin...”, op. cit., p. 31.
562
Ibidem, p. 34.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 221
Sería mediado el siglo XVIII cuando el influjo de la doctrina fijada por Coke,
interpretada en un sentido habilitante de la judicial review, iba a alcanzar su cima,
pudiendo verse incluso como un aspecto crucial en el desarrollo del conflicto
entre las colonias e Inglaterra. A su autoridad recurriría James Otis (1725-1783),
un conocidísimo abogado de Boston, formado en la tradición liberal, en el no
menos famoso Paxton´s Case (1761), más comúnmente conocido como el Writs
of assistance Case, aunque también se le conozca como Petition of Lechmere o
como Paxton v. Gray, que defendería ante la Massachusetts Superior Court. Antes
de detenernos mínimamente563 en los hechos del caso, nos referiremos al instituto
que le dio nombre, el writ of assistance.
En cualquier caso, a título previo, es de todo punto obligado traer a la memoria
algunas vicisitudes de la vida de James Otis. Nacido en 1725, en West Barnstable,
James Otis iba a asistir entre 1739 y 1743 al “Harvard College”. En 1748, Otis
comenzó el ejercicio forense en Plymouth, en la parte sur de la provincia en la
que ya su padre había tenido una importante presencia como abogado. Tres años
después, la Superior Court de circuito de Bristol le nombraba “Attorney for the
Lord King”. En los nueve o diez primeros años de ejercicio de la abogacía en
Boston, Otis tuvo una escasa presencia en los asuntos públicos. Aunque nombrado
juez de paz en el condado de Suffolk, este nombramiento era tan sólo una prueba
de su progresivo reconocimiento social. En 1757 era nombrado Gobernador de
la Provincia de Massachusetts Bay Thomas Pownall; con él mantendría Otis unas
cercanas relaciones, si bien es posible que las mismas no tuvieran otra razón que
el común interés sentido por el estudio de los clásicos, por los que Otis siempre
se mostró un seguidor apasionado, en lo que ciertamente coincidiría con otros
personajes públicos de la época, sin ir más lejos con Jefferson y Hamilton. Cabe
recordar al respecto, que en 1760 Otis publicó The Rudiments of Latin Prosody
with a Dissertation on Letters and the Principles of Harmony in Poetic and Prosaic
563
Para una exposición más detallada, cfr. F. W. GRINNELL: “The Constitutional History of the
Supreme Judicial Court of Massachusetts from the Revolution to 1813”, chapter IV (“The Anti-Slavery
Decisions...”), op. cit., en particular, pp. 443 y ss.
222 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
564
Algo más de un siglo después Tyler consideraba la obra como “a book which shows that its
author´s natural aptitude for eloquence, oral and written, had been developed in connection with the
most careful technical study of details. No one would guess.... that it was written by perhaps the busiest
lawyer in New England”. M. C. TYLER: The Literary History of the American Revolution 1763-1783,
Vol. I, New York, 1987, p. 37. Cit. por Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, University of
California Press, Berkeley/Los Angeles/London, 1978, p. 314.
565
Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., pp. 98-99.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 223
Estas palabras transmiten la impresión de que era a causa del writ of assistance
por lo que Otis abandonaba su cargo; incluso, que él lo dejaba con vistas a poder
intervenir contra la solicitud de esos writs. Si esto era verdad, se incrementaba aún
más la importancia histórica de la controversia acerca de los writs of assistance,
bien que no dejen de existir dudas al respecto.
El nuevo Gobernador Francis Bernard se situó como un declarado enemigo de
Otis, colocando junto a él al desafecto recaudador de aduanas Benjamin Barons567.
Para el Gobernador, Otis y Barons serían los responsables de las discordias que
bien pronto iban a defraudar sus esperanzas de una cómoda administración.
Desde luego, gran parte de las turbulencias que impactaron sobre el Gobernador
de Massachusetts y el personal de su administración en el otoño/invierno de
1760/1761 pueden focalizarse sobre las aduanas de Boston.
566
Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 323.
567
“Mr. Barons –escribió el Gobernador Bernard el 19 de enero de 1761– has plaid the Devil in
this Town”. Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 184.
568
Para un detenido tratamiento del “customs writ of assistance”, cfr. Maurice H. SMITH: The
Writs of Assistance Case, op. cit., pp. 17 y ss.
224 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
569
En uno de sus comentarios al respecto, Hale escribía: “It is fit that such warrants to search do
express, that search be made in the day-time, and tho I will not say they are unlawful without such
restriction, yet they are very inconvenient without it, for many times under pretense of searches made
in the night robberies and burglaries have been committed, and at best it causes great disturbance”.
Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 26.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 225
un writ of assistance a las “prohibited and uncustomed”, esto es, no sólo a aquellas
por las que no se hubiesen pagado los correspondientes derechos aduaneros, sino
también a aquellas otras que estuviesen prohibidas.
Smith recuerda570, que los documentos llamados “writs or warrants of assistance”
se conocían en las colonias mucho antes de que surgiera en Massachusetts la
controversia que nos ocupa. Sin embargo, aunque la disposición para la entrada
y búsqueda de mercancías con el auxilio de un writ of assistance –la ya transcrita
sección 5 (2) de la Act of Frauds de 1662– pudo haber molestado a las autoridades
aduaneras coloniales, desencadenando sus intentos de burlar tal disposición, la
realidad es que ni siquiera ello era necesario por cuanto en América no se aplicaba
la mencionada ley de 1662. No sería hasta la aprobación de la Act of Frauds de
1696 cuando esas previsiones comenzaran a aplicarse también en América571.
En Massachusetts, los comerciantes tenían la inveterada costumbre de tratar
con un arrogante desdén las exigencias contempladas por la legislación relativa
a la navegación. Este hábito de desobediencia a la ley se conocía habitualmente
como “contrabando” (“smuggling”). Frente a él se situaba lógicamente el writ of
assistance, que, particularmente en esta etapa pre-revolucionaria, venía a significar
tanto como el embargo de la mercancía. Como es obvio, la utilidad de la búsqueda
de mercancías radicaba en la existencia de un medio de conseguir una decisión de
confiscación. Se comprende por ello que no fuera a los tribunales provinciales de
common law a quienes correspondiera adoptar esa decisión; su adopción siempre
habría chocado con el jurado; consiguientemente, la jurisdicción a la que se
encomendaron en Boston tales decisiones iba a ser la Court of vice-admiralty, cuyo
origen se remontaba justamente a los tribunales coloniales del Vicealmirantazgo
que hicieron acto de presencia poco después de la Act of Frauds de 1662.
570
Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 95.
571
La sección 6ª de la Act of Frauds de 1696 comenzaba estableciendo lo que sigue: “And for the
more effectual preventing of Frauds, and regulating Abuses in the Plantation Trade in America, be it
further enacted by the Authority aforesaid, That all Ships coming into, or going out of, any of the said
Plantations, and lading or unlading any Goods or Commodities, whether the same be His Majesty´s
Ships of War, or Merchants Ships, and the Masters and Commanders thereof, and their Ladings,
shall be subject and liable to the same Rules, Visitations, Searches, Penalties and Forfeitures, as to
the entring, lading or discharging their respective Ships and Ladings, as Ships and their Ladings,
and the Commanders and Masters of Ships, are subject and liable unto in this Kingdom, by virtue of
an Act of Parliament made in the fourteenth Year of the Reign of King Charles the Second, intituled,
An Act for preventing Frauds, and regulating Abuses in His Majesty´s Customs”. El texto completo de
la sección puede verse en Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., pp. 535-536.
226 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
572
Ibidem, p. 128.
573
Andrew C. McLAUGHLIN: A Constitutional History of the United States, D. Appleton-Century
Company, New York/London, 1935, p. 25.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 227
debía ser objeto de una vista y de la subsiguiente decisión, a cuyo efecto se fijó el
siguiente período de sesiones de febrero de 1761 en la ciudad de Boston.
La alarma se extendió entre todos los comerciantes de Salem y Boston, pues
nada era más incompatible con la concepción de la libertad que tenían los colonos
que los registros generales (“general searches”), que violaban su apreciada máxima
de que “a man´s house is his castle”. Así, de inmediato buscaron oponerse jurídi-
camente a la concesión de esos writs of assistance. Al efecto, buscaron un abogado
que llevara el caso; tras la renuncia de un primer letrado, pidieron a Otis y Thacher
su defensa ante el Tribunal. Otis estaba tan resueltamente opuesto a la concesión
de estas órdenes generales de registro que, como ya hemos tenido oportunidad de
señalar, no sólo rehusó llevar el caso en nombre de la administración de aduanas,
como hubiera sido su obligación como abogado del Rey en la provincia, sino que,
tras su cese en ese cargo y rehusando cualquier honorario, se prestó a la defensa
de los comerciantes conjuntamente con el otro abogado, el Sr. Thacher, quien
desempeñaría un rol muy secundario en el litigio.
En febrero de 1761 comenzó la vista pública del caso. Describiendo el desarro-
llo de la misma ante él y los restantes miembros del tribunal, Hutchinson, quien,
recordémosolo, presidió el tribunal, en su History of Massachusetts-Bay, pondría
de relieve que la objeción principal a la concesión de los writs tenía que ver con la
naturaleza de los mismos: “the nature of general warrants”. Aunque se admitió la
existencia de precedentes de este tipo de writs, se afirmó ante el tribunal (según
Hutchinson, sin prueba, aunque lo cierto es que el propio presidente del tribunal
recogió en una nota a pie de página de su escrito, que se había presentado como
prueba un extracto de un ejemplar del London Magazine de marzo de 1760, que
hay que presuponer que no se admitió como prueba válida) “that the late practice
in England was otherwise, and that such writs issued upon special information
only”574. Y es de interés recordar que en esa publicación se abordaba frontalmente
la cuestión, informándose acerca de una petición formulada por varios comer-
ciantes londinenses ante la House of Commons en relación a la necesidad de
interpretar la legislación relativa al “power of searching and seizing”, contemplada
por la ley en términos muy generales, en el sentido, en lo que ahora interesa, de
que un writ of assistance del Exchequer, nunca sea concedido sin una información,
expresada bajo juramento, de que la persona que lo solicita tiene razones para
sospechar que las mercancías prohibidas o introducidas de contrabando se hallan
ocultas en la casa o lugar respecto de la cual solicita una facultad de búsqueda,
y en cuanto al mandato u orden de búsqueda, se concluía que el juez de paz o
comisionado al efecto, antes de otorgarlo, debía tener tal información; más aún,
esa información debía ser enunciada sobre la base de los fundamentos de sospecha
del denunciante, “and if those grounds appear to be groundless, no such warrant
ought be granted”575. No debe extrañar la referencia de Hutchinson, pues la
cuestión que realmente suscitó la acre controversia judicial no era otra sino la de
574
Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 132.
575
El “extract” del London Magazine de marzo de 1760 puede verse en Maurice H. SMITH: The
Writs of Assistance Case, op. cit., pp. 537-539.
228 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
576
Smith recoge en un Apéndice de su libro (Appendix I) las notas escritas por John Adams, bajo
el rótulo de “John Adam´s contemporaneous notes of the writs of assistance heraring in February
1761”. Cfr. al respecto Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., pp. 543-547. Como
“Appendix J” de la misma obra figura lo que Smith rotula como “John Adams´s Abstract”. Puede verse
en pp. 548-555.
577
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., pp. 5-6.
578
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review” (I), op. cit., p. 106.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 229
I. El núcleo del problema al que Otis se iba a enfrentar en el caso iba a ser el
alcance, o si se prefiere, el sentido en que la idea de constitución, esto es, la idea
de un higher law, podía ser concebida en cuanto limitación sobre el poder de los
cuerpos colegisladores. Y lo iba a hacer en una época en la que la doctrina de
la supremacía legislativa seguía siendo dominante, por lo menos en Inglaterra,
si bien, como ya hemos tenido oportunidad de decir, aunque la misma se había
transmitido a las colonias (el impacto fundamental de esa doctrina se debería a
la obra de Blackstone, si bien ésta comenzaría a publicarse en 1765, cuatro años
pues después del caso que nos ocupa), tal doctrina apenas reflejaba la realidad
colonial, mucho más sensible a la idea de la existencia de un higher law exigible
judicialmente580. En cualquier caso, el predominio entre los órganos de extracción
inglesa de la doctrina de la soberanía parlamentaria, unido a la misma composi-
ción del tribunal, explican que no resultara ninguna sorpresa que Otis perdiera el
litigio. Pero ello es por entero irrelevante a los efectos que nos ocupan.
Digamos a título previo que, en nombre de la Corona, intervino Jeremiah
Gridley, quien, como queda reflejado en las Notas de John Adams, sostuvo como
argumento principal, que la facultad de conceder estos writs podía inferirse de la
necesidad del caso581, apoyándose asimismo, aunque sin insistir tanto en ello, en
que la concesión se hallaba amparada por normas estatutarias.
Otis iba a comenzar su intervención ante el tribunal admitiendo la legalidad
de cierto tipo de writs, particularmente, de los special writs. Su posición es
perfectamente visible en este texto:
579
Apud Bernard SCHWARTZ: A History..., op. cit., p. 6.
580
No faltan autores, como es el caso de Hamburger, que consideran (de modo que nos parece
harto discutible) que aunque el Bonham´s case estimuló a los americanos a contemplar la revisión
judicial de la legislación, en la medida en que el mencionado caso aludía a la posibilidad del poder
judicial de declarar nulas las leyes del Parlamento, cayó rápidamente en desprestigio (“it quickly came
into disrepute”), y cuando los abogados americanos aprendieron de los Commentaries de Blackstone
lo poco que se tomaba en consideración tal facultad judicial, la abandonaron ampliamente como
precedente. Philip HAMBURGER: “Law and Judicial Duty”, op. cit., pp. 5-6.
581
“The Constables –puede leerse en las Notas de John Adams en relación a la posición de Grid-
ley– distraining for Rates, more inconsistent with Eng. Rts. & liberties than Writts of assistance. And
Necessity, authorizes both”. Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 543.
230 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“I will proceed to the subject of the writ. In the first, may it please yours
Honours, I will admit, that writs of one kind, may be legal, that is, special
writs, directed to special officers, and to search certain houses & c. espe-
cially set forth in the writ, may be granted by the Court of Exchequer at
home, upon oath made before the Lord Treasurer by the person, who asks,
that he suspects such goods to be concealed in those very places he desires
to search”582. (Continuaré con el tema del writ. Primeramente, puede esto
agradar a sus Señorías, yo admitiré que los writs de un cierto tipo pueden
ser legales, esto es, los writs especiales, dirigidos a funcionarios particu-
lares para registrar determinadas casas.... especialmente enunciadas en el
writ, pueden ser concedidos por el Tribunal del Tesoro dentro del país, con
base en el juramente prestado ante el Lord Tesorero por la persona que lo
pide, que sospecha que tales mercancías están ocultas en aquellos mismos
lugares que desea registrar).
Otis iba a continuación a objetar ante el tribunal que los writs que habían
suscitado la controversia judicial no se acomodaban a los precedentemente
mencionados, pues se trataba de writs de naturaleza general, y éstos debían de
sujetarse a ciertas condiciones que no se daban en los que se discutían en sede
judicial. En su History of Massachusetts-Bay, Hutchinson relata del siguiente modo
esta parte de la intervención de Otis:
“It was objected to the writs, that they were of the nature of general war-
rants; that, although formerly it was the practice to issue general warrants to
search for stolen goods, yet, for many years, this practice had been altered,
and special warrants only were issued by justices of the peace, to search in
places set forth in the warrants; that it was equally reasonable to alter these
writs, to which there would be no objection, if the place where the search
was to be made should be specifically mentioned, and information given
upon oath. The form of a writ of assistance was, it is true, to be found in
some registers, which was general, but it was affirmed, without proof, that
the late practice in England was otherwise, and that such writs issued upon
special information only”583. (Se objetó a los writs que tenían la naturaleza
de los mandamientos generales, que aunque antiguamente existía la prácti-
ca de conceder mandamientos generales para buscar mercancías robadas,
sin embargo, desde hacía muchos años esta práctica había sido alterada,
y los jueces de paz sólo concedían mandamientos especiales, para buscar
en lugares expuestos en los mandamientos, que era igualmente razonable
alterar estos writs, a lo que no habría objeción si el lugar donde el registro
tuviera que hacerse fuera específicamente mencionado y la información
dada bajo juramento. La figura de un writ of assistance, ciertamente, tenía
que encontrarse en algunos registros, que era algo general, pero se afirmó
sin prueba que la última práctica en Inglaterra era de otro modo, y que
tales writs se concedían solamente con base en una información especial).
582
Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 331.
583
Ibidem, p. 332.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 231
worst instrument of arbitrary power, the most destructive of English liberty and
the fundamental principles of law, that ever was found in an English law-book”586.
Llegados aquí cabe formular un interrogante. ¿Qué era la constitución que una
ley del Parlamento no podía infringir? ¿No era –se iba a interrogar Bailyn591– sino
un conjunto de principios y reglas establecidos, distinguibles de, antecedentes
a y más fundamentales que?, y concibiéndose de tal modo, estaban llamados
a controlar el funcionamiento de las instituciones de gobierno, hallándose
destinados por lo tanto a ser operativos, en cuanto limitaciones constitucionales,
frente a la actuación del Parlamento. Y siendo así, el propio autor se pronuncia
críticamente frente a la ambigua respuesta dada por Otis, para quien la principal
autoridad en que se iba a apoyar iba a ser la de Coke, siendo discutible, por lo
menos según Thorne, si Coke tenía en mente que existían principios superiores
de Derecho y justicia que el Parlamento no podía contravenir. Otis, desde luego,
no parece que se circunscribiera a la autoridad de Coke, pues se halla fuera de
toda duda que también pareció tener en mente otro no menos familiar dictum,
el de Lord Hobart en el asimismo famoso caso Day v. Savadge: “Even an act of
Parliament made against natural equity, as to make a man judge in his own case, is
void in itself”592. La entrada en juego del canon de la natural equity, que Otis vincula
inextricablemente con el Derecho natural y con los inmutables principios de la
razón y la justicia, no dejaba lugar alguno a la duda de esta última influencia, pues,
como ya se expuso, Hobart convirtió el principio de que “nadie puede ser juez de
su propia causa” (nemo judex in propria causa) en canon de la natural equity, y
ésta, a su vez, en standard a través del cual juzgar si una ley del Parlamento era
respetuosa con esos principios de Derecho y justicia arraigados en el common law
que encarnaban ese fundamental law.
Y aún habría que añadir algo más. Cuando Otis sostuvo que el writ era
contrario a “fundamental principles of law”, frente a lo que aduce Bailyn, nos
parece bastante evidente que estaba expresando que las leyes del Parlamento
se hallaban limitadas por tales principios, principios que, como tiempo atrás
expresara McLaughlin593, presumiblemente, eran los “fundamental principles
of British freedom”. Dicho de otro modo, Otis está lejos de limitarse a traer a la
memoria el dictum de Coke, al apelar fervientemente a los sagrados derechos de
los ingleses, que consideraba violados con la aprobación de estos writs; de esta
forma, Otis estaba visualizando la Constitución inglesa como algo real y tangible,
claramente tajante y concluyente en sus limitaciones. La conclusión lógica de su
razonamiento era que una ley inconstitucional no era necesariamente una ley
mala o inadecuada, ni siquiera una ley que navegaba en contra de tradiciones muy
queridas por los ingleses; una ley inconstitucional no era en absoluto ley, Derecho,
sino que era nula y cualquier tribunal debía declararlo así. Desde esta óptica, el
591
Bernard BAILYN: The Ideological Origins of the American Revolution, op. cit., pp. 176-177.
592
Adicionalmente, James Otis aludió a otro no menos conocido posicionamiento jurisprudencial,
el de Lord Holt en el caso City of London v. Wood: “What my Lord Coke says in Dr. Bonham´s case in
his 8 Rep. is far from any extravagancy, for it is a very reasonable and true saying, That if an act of
Parliament should ordain that the same person should be party and judge, or what is the same thing,
judge in his own cause, it would be a void act of Parliament”.
593
Andrew C. McLAUGHLIN: A Constitutional History of the United States, D. Appleton-Century
Company, New York/London, 1935, p. 26.
234 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
594
Ibidem, p. 27.
595
No faltan autores críticos desde otra perspectiva, como es el caso de Mullett, para quien Otis
aceptó la doctrina de un fundamental common law, y mostró que había interpretado a su maestro
no atinadamente sino demasiado bien (“too well”), al repetir las mismas incoherencias y atribuir la
soberanía diversamente al common law y al Parlamento. Charles F. MULLETT: “Coke and the American
Revolution”, op. cit., p. 469.
596
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 6.
597
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, Harvard University Press, 2nd printing, Cam-
bridge (Mass.), 1974, p. 25. “Sound or not –escribe Berger– Coke´s statement became a rallying cry
for Americans in 1761 when it was resoundingly invoked by James Otis. If an Act of Parliament had
the effect claimed for it, he argued in the Writs of Assistance case, it would be <against the Constitu-
tion> and therefore void, an argument that John Adams, with Otis concurring, repeated in 1765 in
opposition to the Stamp Act”.
598
Apud Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review” (I), op. cit., p. 106.
599
Apud Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 63.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 235
judicial review (“a clarion call for judicial review”) y un claro desafío a la entonces
dominante doctrina de la supremacía legislativa600.
Al margen ya de todo lo anterior, la argumentación de Otis se iba a convertir
en la principal prueba de la reivindicación del Bonham´s case como una fuente
muy significativa del pensamiento colonial acerca de la judicial review y como
un importante elemento para su ulterior desarrollo, pues la reivindicación de la
interpretación de Coke iba a permitir a los jueces tomar en cuenta la idea de un
fundamental law, lo que, a juicio de Kramer, contrasta con la aparición tan sólo
ocasional del Bonham´s case en los cases law y en la literatura jurídica de los años
1770 y 1780, lo que lleva a este autor a relativizar el peso específico de la decisión
de Coke en el desarrollo de una argumentación en favor de la judicial review, no
obstante que admita que, con posterioridad, el Bonham´s case se convirtió en parte
de la “American judicial mythology”601.
La reviviscencia del dictum de Coke así interpretado suscitó además adhe-
siones de la mayor relevancia en el pensamiento jurídico-político americano
de la época. Ya nos hemos referido al entusiasmo que la doctrina de James Otis
desencadenó en John Adams, quien se mostró desde el primer momento decidido
defensor de las tesis sustentadas por el abogado bostoniano602. Adams, como es
bien sabido, tendría junto a Jefferson un muy relevante rol en la preparación de la
Declaración de Independencia y de los documentos y manifiestos más importantes
de la época. Parece lógico suponer que tratara de establecer entre las bases del
Derecho constitucional norteamericano el punto de vista de Lord Coke, revivido en
Boston por James Otis. William Cushing, uno de los primeros Associate Justices de
la futura Supreme Court, en 1776, en los mismos momentos iniciales del estallido
de la guerra revolucionaria, se dirigía a un jurado de Massachusetts instándole a
ignorar determinadas leyes del Parlamento, al considerarlas nulas y por lo mismo
inaplicables. La declaración de Otis se repetiría con frecuencia en el curso de
los debates políticos y jurídicos prerrevolucionarios, de lo que ilustra el hecho
de que en 1773 un periódico de Boston reprodujera el célebre dictum. El caso
creó un estado de opinión que tendría con posterioridad un reflejo específico en
el Estado independiente de Massachusetts, cuya Constitución, en el art. XIV del
Massachusetts Bill of Rights, adoptó una disposición específica contra los registros
irrazonables (“unreasonable searches”).
600
William E. NELSON: Marbury v. Madison. The Origins and Legacy of Judicial Review, University
Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 2000, p. 36.
601
Larry D. KRAMER: “We the Court”, op. cit., p. 31, nota 105 in fine.
602
En una carta escrita en 1776 por John Adams al Justice Cushing, quien sería uno de los primeros
miembros de la Supreme Court, a la que accedió en 1790, puede leerse lo que sigue: “Usted tiene mi
sincero acuerdo al hablar al jurado sobre la nulidad de las leyes del Parlamento (“the nullity of acts
of Parliament”). Estoy decidido a morir por esa opinión (“I am determined to die of that opinion”)...”.
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts: the Power to Declare Statutes Uncon-
stitutional”, en Political Science Quarterly, Vol. 5, No. 2, June 1890, pp. 224 y ss.; en concreto, p. 232.
236 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
603
Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op., cit., p. 387.
604
“Report of the resumed writs of assistance hearing, 18 November 1761, by Josiah Quincy junior”.
Puede verse en Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., pp. 556-558.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 237
La sesión concluyó con la decisión unánime de los jueces de que el writ podía
ser concedido, y algún tiempo después, efectivamente, fue otorgado.
Innecesario es aludir a la insatisfacción política que desencadenó la decisión
del tribunal en Massachusetts, que encontró su manifestación en la propia Legis-
latura provincial unas semanas después. El 20 de febrero de 1762, el Council envió
un proyecto de ley a la House of Representatives con ánimo de lograr su apoyo “for
the better enabling the Officers of his Majesty´s Customs to carry the Acts of Trade
in Execution”. En el texto, el general writ of assistance recientemente afirmado
y concedido por la Superior Court era desplazado por un “writ or warrant of
assistance good for the one sworn occasion only”, lo que era tanto como desplazar
los general writs por los special writs que presuponían un juramento previo para
su concesión.
El writs of assistance bill no se convirtió finalmente en ley, y ello no porque no
fuera aprobado por la legislatura, sino porque, tras serlo, el Gobernador Bernard
lo vetó el 6 de marzo de 1762, en una sesión de la Asamblea provincial que
previamente vio prorrogadas sus funciones. En su intervención ante la Asamblea
el Gobernador declaró que el bill era “so plainly repugnant and contrary to the
Laws of England.... that if I could overlook it, it is impossible it should escape the
penetration of the Lords of Trade...”605. El Gobernador asoció claramente el bill con
el conflicto de los comerciantes de la provincia con la administración aduanera,
lo que, lógicamente, en nada debía extrañar.
605
Apud Maurice H. SMITH: The Writs of Assistance Case, op. cit., p. 426.
238 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“....(I)t will not be considered as a new doctrine that even the authority of
the Parliament of Great Britain is circumscribed by certain bounds which
if exceeded their acts become those of mere power without right, and con-
sequently void. The judges of England have declared in favor of these senti-
ments when they expressly declare that acts of Parliament against natural
equity are void. That acts against the fundamental principles of the British
constitution are void”608. (No se considerará como una nueva doctrina que
incluso la autoridad del Parlamento de Gran Bretaña está circunscrita por
ciertos límites que si se sobrepasaran, sus leyes se convertirían en las de
un mero poder sin derecho, y consecuentemente en nulas. Los jueces de
Inglaterra han declarado en favor de estas opiniones cuando proclaman
expresamente que las leyes del Parlamento contrarias a la equidad natural
606
De ello se hace eco Bernard BAILYN, en The Ideological Origins..., op. cit., p. 27.
607
Apud Andrew C. McLAUGHLIN: A Constitutional History of the United States, op. cit., p. 33.
608
Apud Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 865.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 239
II. Otis no iba sin embargo a dejar de presentar un flanco oscuro, que se ponía
de manifiesto en una argumentación inequívocamente contradictoria con buena
parte de lo que se ha expuesto hasta ahora acerca de su pensamiento. En el mismo
libro que venimos comentando, Otis indicaba que los americanos tenían un deber
de obedecer una ley inconstitucional del Parlamento si éste insistía en ello:
609
Apud F. W. GRINNELL: “The Constitutional History...”, chapter IV (“The Anti-Slavery Deci-
sions...”), op. cit., pp. 448-449.
610
Apud Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 871-872.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 241
611
Bernard BAILYN: The Ideological Origins..., op. cit., p. 178.
612
James R. FERGUSON: “Reason in Madness: The Political Thought of James Otis”, en The
William and Mary Quarterly (W. & Mary Q.), Third Series, Vol. 36, No. 2, April, 1979, pp. 194 y ss.; en
concreto, p. 195.
613
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 872.
614
Ibidem, p. 873.
242 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
encontró bastantes adeptos entre los oradores de su tiempo (Grey habla de que la
misma “was quite general among American spokesmen in 1764”), pues la Stamp
Act aún no se había promulgado y los colonos todavía creían posible persuadir al
Parlamento británico de que no lo hiciera.
En 1765, una vez que las noticias acerca de la aprobación de la Stamp Act
habían llegado a las colonias, desatando numerosas intervenciones en favor de una
resistencia activa, Otis publicaba un nuevo folleto, Brief Remarks on the Defence
of the Halifax Libel. Atisbando con claridad, y también con temor, la posibilidad
de desórdenes civiles, Otis giraba instintivamente hacia la autoridad establecida.
En su nueva publicación ya no insistía en ningún argumento para una verdadera
representación de los colonos en el Parlamento sino que, en lugar de ello, enfati-
zaba la competencia y autoridad del Parlamento “to bind the colonies by all acts
wherein they are named”. El gran abogado bostoniano estaba ahora decantándose
por un punto de vista de los asuntos imperiales que fácilmente compartirían los
propios ministros británicos, y que puede compendiarse en la consideración de
que el poder absoluto del Parlamento británico demandaba “a meek and patient
acquiescence in their determinations”615.
La confusión de Otis se manifestó de nuevo cinco meses más tarde con una
nueva publicación, Considerations on Behalf of the Colonists, folleto en el que
siguió sosteniendo el indudable poder soberano del Parlamento y la necesidad
de preservar los vínculos de las colonias con Gran Bretaña. Aunque no dejara de
mostrarse crítico con la actitud del Parlamento, lo cierto es que su idea acerca
de los derechos naturales de los colonos parecía haber quedado postergada,
mientras que su proclividad hacia el derecho del Parlamento británico a establecer
impuestos sobre los colonos permaneció incuestionada. Otis reconocía que negar
la lógica de la representación virtual equivalía a cuestionar la legitimidad de la au-
toridad parlamentaria sobre las colonias; quizá por ello escribía que “the supreme
legislative, in fact as well as in law, represent(s) and act(s) for the realm, and all
the dominions”616. Pero paradójicamente, aunque el Parlamento representara de
hecho a todo el reino, lo cierto es que en él no tenían representación alguna los
colonos.
La reacción frente a los posicionamientos de Otis por parte de un sector de
los bostonianos no se iba a hacer esperar mucho tiempo. El 5 de mayo de 1766 el
Boston Evening Post publicaba un artículo firmado por “A Friend to Liberty” en
el que, airadamente, se denunciaban las incoherencias y equívocas posiciones de
James Otis. Según Ferguson, la carta expresaba un punto de vista ampliamente
compartido por muchos bostonianos, que se mostraban de acuerdo en que
Otis había traicionado la causa de la “American liberty”, justamente por las
contradicciones que en alguna medida ya se han expuesto. John Adams recordaría
apenadamente en sus escritos que “He (Otis) was called a reprobate, an apostate,
615
James R. FERGUSON: “Reason in Madness: The Political Thought of James Otis”, op. cit.,
p. 208.
616
Ibidem, p. 212.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 243
and a traitor, in every street in Boston”617. Otis, que era plenamente consciente
de las duras acusaciones acerca de su actitud contradictoria, siempre rechazó
las críticas, insistiendo en que él había actuado de modo “positively consistent”.
Una explicación adicional se ha dado, y tiene que ver con la inestabilidad
mental que Otis, supuestamente, iba a experimentar a partir del año 1765. “As
early as 1765 –escribe de nuevo Ferguson–his mental instability was clearly evident
in his confused and erratic behavior, and in what John Adams called his <great
inequalities of temper>”618.
Otis fracasó ciertamente en sus intentos de resolver los problemas intelectuales
planteados por la crisis revolucionaria; su rechazo a cuestionar la legitimidad
de las instituciones británicas resultó determinante en su fracaso final ante la
comunidad bostoniana. Pero ello, siendo lamentable, no puede conducir al olvido
de sus extraordinarias aportaciones al desarrollo de la ideología revolucionaria.
Otis, en cierto modo, fue la chispa que encendió la mecha de la Revolución; esa
chispa finalmente se apagó, quizá por la propia inestabilidad mental de quien
había desencadenado el fuego, pero la deuda del pensamiento revolucionario
americano hacia las posiciones defendidas inicialmente por este patriota no
puede considerarse amortizada por las tristes circunstancias que se presentaron
al final de su vida.
617
Ibidem, p. 194.
618
Ibidem, pp. 194-195.
244 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“It has been my amusement for many years past, –escribía Adams– as far
as I have had leisure, to examine the systems of all the legislators, ancient
and modern, fantastical and real...., and the result.... is a settled opinion
that the liberty, the unalienable, indefeasible rights of men, the honor and
dignity of human nature, the grandeur and glory of the public, and the
universal happiness of individuals, were never so skillfully and successfully
consulted as in that most excellent monument of human art, the common
law of England”621. (Durante los últimos años, en la medida en que he teni-
do tiempo libre, mi distracción ha sido examinar los sistemas de todos los
legisladores, antiguos y modernos, imaginarios y reales...., y el resultado....
es una opinión asentada de que la libertad, los inalienables e irrevocables
derechos del hombre, la integridad y dignidad de la naturaleza humana,
la grandeza y gloria del público en general, y la felicidad universal de los
619
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review”, en Suffolk University Law Review (Suffolk
U. L. Rev.), Vol. XXII, 1988, pp. 1293 y ss.; en concreto, p. 1302.
620
Apud William E. NELSON: “Marbury v. Madison and the Establishment of Judicial Autonomy”,
en Journal of Supreme Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 240 y ss.; en concreto,
p. 241.
621
Apud Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law”
(I), op. cit., p. 169.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 245
622
Clinton ROSSITER: The First American revolution, op. cit., p. 135.
623
“To those laws which Holy Church hath out of Scripture we ought to yield credit; for that....
is the common law upon which all laws are founded”. Apud Harold J. BERMAN: “The Origins of
Historical Jurisprudence: Coke, Selden, Hale”, en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol. 103, 1993-1994,
pp. 1651 y ss.; en concreto, p. 1692.
624
John Phillip REID: “A Lawyer Acquitted: John Adams and the Boston Massacre Trials”, en The
American Journal of Legal History (Am. J. Legal Hist.), Vol. 18, 1974, pp. 189 y ss.; en concreto, p. 190.
625
Carta de John Adams a Benjamin Hichborn, fechada el 27 de enero de 1787. Cit. por John
Phillip REID: “A Lawyer Acquitted...”, op. cit., p. 205.
246 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
II. Uno de los momentos más álgidos de este período iba a desencadenarse
con ocasión de la aprobación por el Parlamento de la Stamp Act (Ley del Timbre),
que Jorge III sancionaba el 22 de marzo de 1765. La ley, no obstante tratarse de
un “cartucho de dinamita imperial” (“a stick of imperial dynamite”), por utilizar
los términos de Rossiter627, pareció tan aparentemente inofensiva, que se aprobó
sin gran esfuerzo por las dos Cámaras del Parlamento; ello no obstante, William
Pitt (Pitt el Viejo, como se le conoce), entonces un verdadero ídolo en América,
atacó con fuerza el texto legal. Sosteniendo, como no podía ser de otro modo por
quien era un profundo nacionalista, que la autoridad del reino sobre las colonias
era soberana y suprema “in every circumstance of government and legislation
whatsoever”, Pitt negó que la imposición de impuestos fuera una parte del poder
de gobernar y legislar. “The distinction between legislation and taxation –expresó
el político británico– is essentially necessary to liberty”. Y frente a la consideración
de George Grenville, de que no podía observarse ninguna diferencia entre “internal
and external taxation”, a lo que había de añadirse que “taxation is one branch of
the legislation”, de resultas de lo cual no cabía duda de que el Parlamento podía
ejercitar su facultad de establecer impuestos también sobre quienes, como era el
caso de los colonos, no se hallaban representados en él, como por lo demás así
había venido sucediendo siempre, Pitt iba a replicar:
“If the gentleman does not understand the difference between internal and
external taxes, I cannot help it; but there is a plain distinction between taxes
levied for the purposes of raising a revenue, and duties imposed for the
626
Andrew C. McLAUGHLIN: A Constitutional History of the United States, op. cit., p. 29.
627
Clinton ROSSITER: The First American Revolution, op. cit., p. 234.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 247
628
Apud Andrew C. McLAUGHLIN: A Constitutional History of the United States, op. cit., pp. 37-38.
629
Sobre la Stamp Act y su enorme rechazo cfr. el capítulo que al efecto dedica al tema Andrew C.
McLAUGHLIN, en A Constitutional History of the United States, op. cit., pp. 35-51.
630
Apud Andrew C. McLAUGHLIN: A Constitutional History..., op. cit., pp. 43-44.
248 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
“That they –se puede leer en la resolución– owe Obedience to all Acts of
Parliament not inconsistent with the essential Rights and Liberties of
Englishmen, and are entitled to the same Rights and Liberties which his
Majesty´s English subjects both within and without the Realm have ever
enjoyed”633. (Que ellos –en obvia referencia a los ciudadanos de Nueva York–
631
Apud Larry D. KRAMER: “We the Court”, op. cit., pp. 36-37.
632
Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: 1812 Overture”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol.
75, 1961-1962, pp. 240 y ss.; en concreto, p. 257.
633
Apud John Phillip REID: Constitutional History of the American Revolution, op. cit., p. 9.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 249
III. Muy diversos iban a ser los ataques individuales y de las organizaciones
sociales que iban a tener lugar contra la Stamp Act. Otis, al igual que otros abo-
gados americanos, John Adams entre ellos, utilizaban por primera vez el término
unconstitutional para rechazar y descalificar la abusiva Stamp Act, postulando
su radical nulidad. Notablemente influyente iba a ser el folleto publicado por
Daniel Dulany, Considerations on the Propriety of Imposing Taxes in the British
Colonies, cuya argumentación se dirigía principalmente contra la justificación
constitucional de la ley ofrecida por los portavoces británicos. Aunque admitiendo
el principio de “no taxation without representation”, los portavoces gubernamen-
tales londinenses adujeron que los colonos americanos se hallaban “virtualmente”
representados por los miembros de la House of Commons, en cuanto que cada
uno de ellos se entendía que representaba a la totalidad de los súbditos británicos.
Frente a esta argumentación, Dulany describió el principio de “self-taxation”
como “un principio esencial de la Constitución británica”, que aparecía como un
derecho derivado del common law. Si la teoría de la “representación virtual” era
falaz, como Dulany señalaba, “the principle of the Stamp Act must given up as
indefensible on the point of the representation, and the validity of it rested upon
the power which they who framed it have to carry it into execution”634. Dulany, en
definitiva, estaba visualizando el principio subyacente a la aprobación de la Stamp
Act como un acto de puro poder sin sustento en justificación jurídica alguna.
Particular relevancia iba a tener la posición esbozada en Pennsylvania por
John Dickinson. Como otros líderes revolucionarios, Dickinson era un abogado
relevante que había estudiado leyes en el “Middle Temple” de Londres. En noviem-
bre de 1765, este abogado de Filadelfia se pronunció en el sentido de que prestar
obediencia a los mandatos de la Stamp Act equivaldría a sentar un “precedente
634
Apud Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 875.
250 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
detestable” que los ingleses utilizarían después como una prueba de la aceptación
americana de la legalidad del establecimiento de impuestos por ellos mismos.
Dickinson no iba a considerar como respuesta suficiente la suspensión de todos
aquellos asuntos que requiriesen el empleo de papel timbrado, pues, a su juicio,
tras ello subyacía un reconocimiento implícito de la validez de la norma. De esta
forma, la resistencia y la desobediencia no estaban simplemente justificadas por
la ilegalidad de la ley, sino que eran virtualmente exigidas si la reclamación de la
ilegalidad no se quería dejar de lado.
A fin de expresar ese espíritu de rechazo de la Stamp Act se iba a crear en
Wallingford (Connecticut), y posteriormente en otros lugares de las colonias,
como en Nueva York, bajo el rótulo de “Sons of Liberty”, una organización social
que pretendía boicotear las mercancías británicas que arribaban a los puertos
americanos. Con base en la tacha de que se trataba de una ley inconstitucional, los
colonos acudieron a las teorías de Vattel y Burlamaqui para fundamentar su tesis,
argumentando que “the boundaries set by the people in all constitutions, are the
only limits within which any officer can lawfully exercise authority”635. Cuando
la autoridad sobrepasaba los límites a los que se hallaba sujeta, como era el caso
de la Stamp Act, el pueblo tenía derecho a reasumir la autoridad gubernamental.
También en el ámbito judicial se constatan reacciones similares. En efecto,
algunos tribunales coloniales iban a declarar que la Stamp Act era inconstitucional
y, por lo mismo, inaplicable. En ningún lugar se iba a presentar un caso más con-
tundente que en Boston. En diciembre de 1765, John Adams y James Otis acudían
a ver al Gobernador de Massachusetts, Bernard, en nombre de los abogados de
Boston, para urgirle a que los tribunales de la provincia se abrieran a pesar de la
ausencia de papel timbrado. Con su usual elocuencia, Otis apeló a los principios y
libertades básicos y a las máximas fundamentales, observando ante el Gobernador,
que existían límites que si eran traspasados por el Parlamento desencadenaban
que sus leyes no pudieran considerarse vinculantes. A su vez, Adams invocó con
una claridad meridiana la facultad del Gobernador y de los tribunales de desacatar
una ley del Parlamento que violara el fundamental law:
“The Stamp Act, –argumentaba Adams– I take it, is utterly void, and of no
binding force upon us; for it is against our rights as men, and our privileges
as Englishmen.... Parliaments may err; they are not infallible; they have
been refused to be submitted to. An act making the King´s Proclamation to
be Law, the Executive Power adjudged absolutely void.... This Act has never
been received from authority, therefore in a legal sense we know nothing
of it”636. (Yo considero que la Ley del Timbre es absolutamente nula, y de
ninguna fuerza vinculante sobre nosotros, pues es contraria a nuestros
derechos como hombres y a nuestros privilegios como ingleses.... Los Par-
lamentos pueden equivocarse, no son infalibles, han rechazado someterse
a ellos (a esos derechos). Un acto convirtiendo en ley una proclama del Rey
635
Apud Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 878.
636
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 880.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 251
637
Apud Theodore F. T. PLUCKNETT: “Bonham´s Case and Judicial Review”, op. cit., p. 64.
638
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., p. 881.
252 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
consideraría que la Stamp Act tuviese la naturaleza propia de una ley “for want
of power (I mean constitutional authority) in the Parliament to pass it....”. Los
pronunciamientos de algunos tribunales y los argumentos esgrimidos ante ellos
ofrecen la más clara ilustración de que el mundo jurídico colonial contemplaba
ese si se quiere impreciso fundamental law como vinculante, en el más amplio
sentido del término, para la legislatura.
IV. Los debates que tuvieron lugar en 1766 en el Parlamento británico acerca
de la Stamp Act culminaron en su derogación, si bien a ella se asoció la fatua
Declaratory Act, que venía a suponer una advertencia de que el gobierno no iba a
disminuir ni un ápice su autoridad suprema.
Tras la abrogación de la Ley del Timbre en 1766, el Parlamento iba nueva-
mente a desencadenar la ira colonial con dos nuevas medidas: la suspensión de
la Legislatura de Nueva York, por haber dejado ésta de cumplir con las exigencias
de la Quartering Act (que exigía a las colonias suministrar pertrechos a las tropas
británicas estacionadas en América) y la aprobación en 1767 de la Townshend
Duties Act, que gravaba impositivamente la importación por las colonias de vidrio
y cristal, plomo y té. Los ingresos obtenidos con estas tasas arancelarias se desti-
naban a pagar a los funcionarios locales, cuyos sueldos, anteriormente, corrían
a cargo de las asambleas coloniales. Estas dos medidas provocaron la que se ha
considerado639 como la más popular expresión individual de la posición colonial
que iba a aparecer en América antes de 1776, que expresó el ya mencionado abo-
gado de Filadelfia John Dickinson en sus Letters of a Pennsylvania Farmer (1768),
también conocidas como las Farmer´s Letters. Estas Cartas se iban a propagar
por todas las colonias como un reguero de pólvora, reproduciéndose en un gran
número de periódicos y también en forma de folleto dentro y fuera de América.
La principal cuestión abordada por Dickinson fue la negación del argumento
británico de que los colonos habían consentido los derechos arancelarios o
“external taxes” en el pasado, manifestando su objeción tan sólo frente a las
“internal taxes” impuestas por la Stamp Act, por lo que resultaba incoherente que
ahora sostuvieran que debían hallarse exentos también de esas “external taxes”.
Dickinson iba a aducir al respecto, que los aranceles que se habían impuesto en el
pasado no se habían establecido con el propósito de conseguir ingresos sino más
bien como parte de la regulación de conjunto del comercio en todo el Imperio.
En claro contraste con ello, las Townshend Duties eran, como claramente se
reconocía, unas medidas adoptadas con el solo fin de recaudar ingresos, por lo
que violaban la prohibición que encarnaba el principio de “no taxation without
representation”. También la Quartering Act era un impuesto, y si el Parlamento
tenía autoridad legal para exigir pertrechos para las tropas, entonces la tenía
para establecer cualquier impuesto. Al pueblo de Nueva York, jurídicamente,
no podían imponerle impuestos sino sus propios representantes, y por lo tanto
639
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 882-883.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 253
640
Los párrafos transcritos de la Circular Letter se han entresacado de Edward S. CORWIN: “The
<Higher Law> Background of American Constitutional Law” (II), op. cit., p. 400.
254 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
641
Cfr. al respecto Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 887-888.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 255
642
Thomas C. GREY: “Origins of the Unwritten Constitution...”, op. cit., pp. 888-889.
256 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
B) La etapa pre-constitucional
a) La Declaración de Independencia
643
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford,
1993, p. 42.
644
La Comisión, cuyo presidente era Thomas Jefferson, quedó integrada por Benjamin Franklin,
John Adams, Roger Sherman y Robert Livingston.
645
Carl J. FRIEDRICH and Robert G. McCLOSKEY: “The Roots of American Constitutionalism”,
Introducción a la obra editada por los dos autores, From the Declaration of Independence to the Con-
stitution (The Roots of American Constitutionalism), The Bobbs-Merrill Company, Inc., Indianapolis/
New York, 1954, pp. VII y ss.; en concreto, p. XXXVII.
646
La famosa tríada de “vida, libertad y persecución de la felicidad” (en lugar de vida, libertad y
propiedad) plasmada por Jefferson en la Declaración de Independencia, siguiendo los pasos de lo que
ya había reflejado en el Bill of Rights de Virginia, de 12 de junio de 1776, no supuso, como un sector
de la doctrina ha supuesto, un gran cambio respecto al pensamiento de Locke, pues en él las líneas
entre felicidad y propiedad son fluidas, en parte porque la propiedad no tiene en su Second Treatise el
estricto significado moderno de posesión material. Carl J. FRIEDRICH and Robert G. McCLOSKEY:
“The Roots of American Constitutionalism”, op. cit., p. XI.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 257
“We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that
they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that
among these are Life, Liberty, and the pursuit of Happiness. That to secure
these rights, Governments are instituted among Men, deriving their just
powers from the consent of the governed. That whenever any Form of Gov-
ernment becomes destructive of these ends, it is the Right of the People to
alter or to abolish it, and to institute new Government , laying its foundation
on such principles and organizing its powers in such form, as to them shall
seem most likely to effect their Safety and Happiness...”. (Consideramos
como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales;
que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalieanables; que
entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que los
gobiernos se instituyen entre los hombres para garantizar estos derechos,
derivando sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados.
Que cualquier forma de gobierno que se convierta en destructora de estos
fines, es un derecho del pueblo reformarla o abolirla e instituir un nuevo
gobierno que se fundamente en tales principios, organizando sus poderes
de aquel modo que les parezca más apropiado para alcanzar su seguridad
y felicidad).
647
Como escribe Gerber, el grito “no taxation without representation” iba a simbolizar no sólo
la disputa de los colonos con los británicos en general, sino esa misma creencia en la necesidad del
gobierno representativo para la protección de los derechos. Scott Douglas GERBER: “The Myth of
Marbury v. Madison...”, op. cit., p. 3.
648
Bien significativo del pensamiento existente al respecto es el hecho de que en un discurso
pronunciado en Boston, en 1777, Benjamin Hichborn sostendría que la libertad civil no era un
gobierno por las leyes, sino un poder existente en el pueblo en libertad (“a power existing in the people
at large”) , para alterar o aniquilar la forma o la esencia de cualquier gobierno anterior, por cualquier
causa o por ninguna causa en absoluto sino la de su propia voluntad soberana (“their own sovereign
pleasure”). Con ello, como subrayara Corwin, el mencionado orador se estaba haciendo eco de una
ampliación del derecho a la revolución hasta ese momento no contemplada fuera de las páginas de
Rousseau. Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory Between...”, op. cit., p. 517.
258 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
649
No sería esa la posición, a nuestro juicio absolutamente errónea, y desde luego no sostenida
por la doctrina norteamericana, del Lord High Chancellor británico, para quien “by 1787, eight of the
thirteen colonies had incorporated judicial review into their constitutions”. Lord Irvine of LAIRG:
“Sovereignty in Comparative Perspective: Constitutionalism in Britain and America”, en New York
University Law Review (N. Y. U. L. Rev.), Vol. 76, 2001, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5.
650
Edward S. CORWIN: “The <Higher> Law Background of American Constitutional Law”, (I),
op. cit., p. 152.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 259
651
Scott Douglas GERBER: “The Myth of Marbury v. Madison...”, op. cit., p. 4.
652
Carta de James Iredell a Richard Spraight, fechada el 26 de agosto de 1787. Apud Gordon S.
WOOD: “The Origins of Judicial Review Revisited...”, op. cit., p. 795.
653
Philip B. KURLAND and Ralph LERNER (eds.), The Founders´
Constitution, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1987, Vol. 1º,
p. 609.
260 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
654
Apud Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., pp. 175-176.
655
Wallace MENDELSON: “Jefferson on Judicial Review: Consistency Through Change”, en The
University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 29. 1961-1962, pp. 327 y ss.; en concreto,
p. 328.
656
Como escribe Mendelson, “Jefferson´s means changed in the face of changing circumstances:
his ends remained constants”. Wallace MENDELSON: “Jefferson on Judicial Review...”, op. cit.,
p. 330.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 261
Las Constituciones con las que los Estados fueron progresivamente dotándose
tuvieron como uno de sus goznes el principio de la separación de poderes, lo
que no debe extrañar por cuanto el mismo apareció en 1776 como la única base
visible para construir un sistema constitucional de gobierno limitado, algo que
resultaba esencial para salvaguardar la libertad, y no es inoportuno recordar un
conocido símil de Thomas Paine, para quien “the American Constitutions (se
refiere a las primeras Constituciones estatales) were to liberty, what a grammar
is to language”659. Ya en 1775 John Adams había hecho hincapié en la separación
de poderes660 dentro de su propuesta de un sistema de gobierno, recibiendo
este principio su expresión más extrema, según Vile661, en la Constitución de
Pennsylvania de 1776. Justamente en esta Constitución, de no muy larga vida
(en 1790 se adoptaría una nueva Carta constitucional), se estableció un órgano
peculiar, el Council of Censors, sobre el que volveremos después, uno de cuyos
deberes era precisamente el de preservar la propia Constitución.
En un documento tan temprano como el Bill of Rights de Virginia (12 de junio
de 1776) se preveía que los poderes legislativo y ejecutivo del Estado deberían
ser separados y distintos del judiciary. Bien es verdad que Jefferson, en sus muy
conocidas Notes on Virginia, escritas entre 1781 y 1783, siendo Gobernador de
658
William Michael TREANOR: “Judicial Review Before Marbury”, op. cit., p. 472.
659
Apud Lord IRVINE OF LAIRG: “Sovereignty in Comparative Perspective...”, op. cit., p. 1.
660
En sus propuestas constitucionales para diversos Estados, que tendrían una indudable influencia,
Adams defendería la idea de una Constitución equilibrada, combinando al efecto las líneas generales
del principio de la separación de poderes con el sistema de frenos y contrapesos. M. J. C. VILE:
Constitucionalismo y separación de poderes, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid,
2007, p. 166.
661
M. J. C. VILE: Constitucionalismo y separación de poderes, op. cit., pp. 164 y 151.
264 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
662
Apud Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory...”, op. cit., p. 516.
663
Digna de ser recordada era asimismo la proclamación de este principio en la más tardía
Constitución de New Hampshire de 1784: “In the government of this State, the three essential powers
thereof, to wit, the legislative, executive and judicial, ought to be kept as separate and independent of
each other as the nature of a free government will admit or as is consistent with the chain of connection
that binds the whole fabric of the constitution in one indissoluble bond of union or amity”.
664
En el precepto citado se contempla la separación de poderes con cierta redundancia, aunque
con la novedad de vincularla al elemento teleológico mencionado. Estos son sus términos: “In the
government of this commonwealth, the legislative department shall never exercise the executive and
judicial powers, or either of them; the executive shall never exercise the legislative and judicial powers,
or either of them; the judiciary shall never exercise the legislative and executive powers, or either of
them; to the end it may be a government of laws and not men”.
665
Horace H. LURTON: “A Government of Law or a Government of Men?”, en North American
Review, Vol. 193, No. 1, January 1911, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 14.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 265
666
Apud Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory...”, op. cit., p. 519.
667
Cfr. al efecto, Jack N. RAKOVE: “The Origins of Judicial Review: A Plea for New Contexts”, op.
cit., en especial, pp. 1055-1057.
266 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
668
Joyce APPLEBY: “ “The American Heritage...”, op. cit., p. 800. “Viewed through classical
republican prisms –escribe más adelante (p. 802) el propio autor–, the pattern of state politics was
not new-modeled democracy but long-feared anarchy”.
669
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review...”, op. cit., p. 1304.
670
Ibidem, pp. 1305-1306.
671
James B. THAYER: “The Origin and Scope...”, op. cit., p. 129.
672
Merece recordarse la Constitución de Massachusetts de 1780, cuyo art. 6º del Capítulo VI
disponía: “Todas las leyes que hasta ahora han sido adoptadas, utilizadas y aprobadas en la provincia,
colonia o Estado de Massachusetts Bay y normalmente aplicadas en los tribunales, permanecerán
y se mantendrán con plena fuerza, hasta que sean modificadas o derogadas por la legislatura; sólo
se exceptuarán las partes que sean contradictorias con los derechos y libertades contenidos en esta
Constitución”. Es evidente que esta disposición se dirigía expresamente a los tribunales a fin de que
aplicaran una especie de “test de constitucionalidad” a todas las leyes provinciales anteriores a 1780,
pero como señala Grinnell, sería absurdo pensar que ese control había de quedar circunscrito a la
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 267
legislación aprobada dentro de esos límites temporales. F. W. GRINNELL: “The Constitutional History
of the Supreme Court of Massachusetts...”, chapter IV (“The Anti-Slavery Decisions...”), op. cit., p.
441.
673
Los tribunales –escribe Nelson– a lo largo de los años 1780, aún eran generalmente considerados
como un segmento indiferenciado de la “rama” ejecutiva. William E. NELSON: Marbury v. Madison.
The Origins and Legacy of Judicial Review, University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 2000, p.
34.
674
Tras rechazar de plano la facultad judicial de inaplicar una ley, al considerarla un principio
subversivo de todo gobierno, Blackstone escribe: “But where some collateral matter arises out of the
general words, and happens to be unreasonable; there the judges are in decency to conclude that
this consequence was not foreseen by the parliament, and therefore they are at liberty to expound
the statute by equity, and only quoad hoc (esto es, solamente con este alcance) disregard it”. William
BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England, Volume I (Of the Rights of Persons), op. cit.,
p. 91.
675
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 566.
268 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
nulas y sin valor (“null and void”), e incluso, según se ha demostrado por Sherry676,
en cinco de los siete casos en que esa autora cifra el ejercicio de la judicial review
por estos tribunales con anterioridad a 1787, en el ejercicio de esa facultad, iban a
mostrar una característica indiferencia respecto a si la ley fundamental vulnerada
era la Constitución estatal escrita o un no escrito natural law, al considerarse este
último en algunos litigios como higher law. Por todo ello, no ha de extrañar que
ya a fines del siglo XIX, Willoughby se manifestara de modo rotundo en el sentido
de que la idea del control de la legislatura por la autoridad judicial había sido
desarrollada con anterioridad a la Convención de 1787677.
Contra lo que parecería lógico pensar, la doctrina no se ha puesto por entero
de acuerdo acerca del número de casos en que se puede apreciar el ejercicio de
la facultad de judicial review por los tribunales estatales, si bien es cierto que, en
ocasiones, esa discordancia es más bien la resultante de la no exacta coincidencia
en los períodos de cómputo, aunque las más de las veces es fruto de la diversa
apreciación de cada caso por la doctrina. Y así, mientras Schwartz cuantifica un
total de cuarenta casos entre 1776 y 1803678, Crosskey alude a nueve “supuestos
precedentes” (“supposed precedents”) de la judicial review de lo que denomina la
“lista tradicional”, aunque refiriéndose tan sólo a los casos de la llamada “etapa
revolucionaria”, esto es, la que abarca el período 1776-1787, que es el que nosotros
también hemos acotado en este epígrafe. En cualquier caso, desde que Thayer, a
finales del siglo XIX, en sus Constitutional Cases, una obra ya clásica, se refiriera a
no menos de cinco decisiones de los tribunales estatales, anteriores a la adopción
de la Constitución Federal, en las que consideraron que el poder legislativo estatal
estaba limitado por las restricciones constitucionales, y que era deber del judiciary
declarar nula e inaplicable (“void and unenforceable”) la legislación incompatible
con ese Derecho superior (“legislation repugnant to such superior law”), siempre
que ello fuera necesario para determinar los derechos de las partes en casos
pendientes (“whenever necessary to determine the rights of parties in pending
cases”)679, la doctrina ha venido convergiendo en la misma idea680.
676
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, en The University of Chicago Law
Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 54, 1987, pp. 1127 y ss.
677
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States (Its History and Influence in
our Constitutional System), The John Hopkins Press, Baltimore, 1890, p. 32.
678
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22.
679
De ello se harían eco en la época, entre otros, L. B. BOUDIN: “Government by Judiciary”, en
Political Science Quarterly, Vol. 26, No. 2, June 1911, pp. 238 y ss.; en concreto, p. 244. Asimismo,
Horace H. LURTON: “A Government of Law or a Government of Men?”, op. cit., p. 16.
680
Así, por ejemplo, William M. MEIGS: “The American Doctrine of Judicial Power, and Its Early
Origin”, en American Law Review (Am. L. Rev.), Vol. 47, 1913, pp. 683 y ss.; en concreto, pp. 683-684
y 693. En fechas próximas, Gerber se ha hecho eco del hecho de que sobreviven informes de cinco
precedentes de decisiones de tribunales estatales en favor de la judicial review con anterioridad a la
entrada en vigor de la Constitución. Scott Douglas GERBER: “The Myth of Marbury v. Madison...”,
op. cit., p. 8.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 269
Un autor tan relevante como Corwin, profundo estudioso además del tema, se
situaría en la misma posición. Para él681, ya en tiempos de la Convención Federal
los tribunales (y en la mayoría de los casos las Cortes Supremas) de cinco Estados
habían afirmado su derecho a pronunciarse sobre la validez de la legislación
estatal: la de Virginia, en el caso Commonwealth v. Caton et al. (1782); la de New
York, en Rutgers v. Waddington (1784); la de New Jersey, en Holmes v. Walton
(1785 según Corwin, aunque esta fecha no es real, pues fue el 7 de septiembre de
1780 cuando el Chief Justice Brearly y sus Asociados se pronunciaban a través de
seriatim opinions en el caso en cuestión682); la de Rhode Island, en Trevett v. Weeden
(1786), y la de Carolina del Norte en Bayard v. Singleton (1787), caso decidido
poco después del aplazamiento temporal de la Convención Constitucional, si
bien tan sólo en los dos últimos casos se anularon realmente leyes estatales con
fundamento en su incompatibilidad con la Constitución estatal, pues aunque una
ley fue derribada por la sentencia dictada en Rutgers v. Waddington, lo fue con base
en su violación de la razón natural y de los derechos naturales.
No faltan, desde luego, autores que han establecido diversos matices respecto
de estos precedentes: desde quienes reducen a tres o cuatro los casos de ejercicio
de la facultad de judicial review683, hasta quienes, en fecha más reciente, se hacen
eco684 de cómo en los últimos recuentos, los historiadores han descubierto siete
precedentes para la judicial review en la década que va de la Declaración de
Independencia a la elaboración de la Constitución Federal.
Particular interés presenta la posición de Crosskey, quien, en una ya clásica
(y harto controvertida) obra685, refiriéndose tan sólo a casos de la etapa revo-
lucionaria, esto es, del período que culmina en 1787, alude a nueve supuestos
precedentes de la judicial review de lo que, como antes decíamos, llama la “lista
tradicional”, de los que considera que el más antiguo es un caso fechado en
1778, aunque no recogido en las respectivas actas (“unreported”) en el Estado de
Virginia, si bien el propio autor admite que este caso viene siendo refutado como
tal precedente desde 1914, para ir él mismo, seguidamente, cuestionando el resto
de casos de la lista. Al margen ya de que algunos de tales casos sean discutibles
y de que la aplicación de la doctrina de la judicial review sea esporádica, por lo
que se ha hablado de un “embrionyc stage” de la praxis de la judicial review con
anterioridad a 1787686, incrementándose tras la aprobación de la Constitución
federal en el ámbito de los tribunales estatales, es lo cierto que con anterioridad
a 1787 diferentes tribunales de, entre otros Estados, New Jersey, Virginia, Rhode
681
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. IV, 1905-1906, pp. 616 y ss.; en concreto, pp. 621-622.
682
Cfr. al respecto, Austin SCOTT: “Holmes vs. Walton: The New Jersey Precedent”, en The American
Historical Review, Vol. 4, No. 3, April 1899, pp. 456 y ss.; en concreto, p. 458.
683
Forrest McDONALD: The Presidency of Thomas Jefferson, The University Press of Kansas,
Lawrence/Manhattan/Wichita, 1976, p. 49.
684
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., pp. 1295-1296.
685
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States,
op. cit., Vol. II, p. 944.
686
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1135.
270 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
687
De la revisión judicial de la legislación estatal se ha ocupado con algún detalle Julius GOEBEL,
Jr., en Antecedents and Beginnings to 1801, (Vol. I de la History of the Supreme Court of the United
States), (The Oliver Wendell Holmes Devise), Macmillan Publishing Co., Inc.–Collier Macmillan
Publishers, 2nd printing, New York/London, 1974, pp. 125-142.
688
Desde el inicio, –escribía Lurton hace justamente un siglo– se ha entendido por los tribunales
americanos, que una función propia de ellos era la de declarar nulo un estatuto legislativo si era
encontrado incompatible con la Constitución, doctrina que se originó en los tribunales de los Estados
mucho antes de la adopción de la Constitución Federal. Horace H. LURTON: “A Government of Law
or a Government of Men?”, op. cit., p. 16.
689
Así, para Boudin, estos casos no proporcionan un cuerpo de opinión de influencia dominante.
Simplemente prueban que poco antes de la adopción de la Constitución, unos pocos jueces hicieron
tímidos y aislados intentos de ejercitar la facultad de judicial review, lo que por cierto originó (siempre
según Boudin) indignación general, siendo llamados los jueces a explicar su conducta. Louis B.
BOUDIN: “Government by Judiciary”, op. cit., p. 244.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 271
cualquiera de las partes, había de convocar un jurado de tan sólo seis miembros, de
acuerdo con lo establecido por una Ley de 11 de febrero de 1775, a la que reenviaba
la Ley de octubre de 1778, no permitiéndose apelación en el supuesto de que el
veredicto fuera dado por el jurado, el Sr. Elisha Walton (que, aprovechándose
de las previsiones legales, se había incautado de un conjunto de mercancías de
gran valor en posesión de John Holmes y Solomon Ketcham, a quienes acusó de
conseguirlas tras las líneas enemigas) obtuvo un veredicto favorable de un juez de
paz del “Monmouth County” el 24 de mayo de 1799, en un proceso con un jurado
de seis miembros.
Holmes y Ketcham instaron a la Supreme Court of New Jersey, mediante un
writ of certiorari, un nuevo pronunciamiento, aduciendo que un jurado integrado
tan sólo por seis hombres era contrario a Derecho, contrario a la Constitución
de New Jersey (“contrary to the constitution, practices, and laws of the land”)696.
La Constitución de New Jersey, de 2 de julio de 1776, establecía el juicio por
jurados697, pero sin ninguna precisión acerca de la naturaleza del jurado ni de su
composición, aunque la consagración de tal derecho se ubicaba en un párrafo en
el que se llevaba a cabo una remisión de carácter general al common law. De esta
forma, lo determinante parecía ser la alusión a las “laws of the land”, en cuanto
que vendrían a completar las previsiones constitucionales, y las “leyes de la tierra”
–alusión que, probablemente, venía referida “to various charters and legislative
enactments”698– establecían desde tiempo casi inmemorial que el jurado estaría
compuesto por doce hombres699.
El Tribunal consideró que la ley estatal estableciendo un jurado de seis
miembros era contraria a la Constitución estatal en cuanto violatoria del derecho
al “trial by jury”, esto es, a un juicio por jurados. Sin embargo, la Legislatura,
anticipando la decisión final de la Corte, reformó la ley inconstitucional. Para
Scott700, ninguna duda puede quedar de que el Chief Justice Brearly y sus Asociados
se enfrentaron a la cuestión de la constitucionalidad firmemente, y a través de
su sentencia anunciaron el principio de la tutela judicial (“guardianship”) de la
Constitución frente a los abusos queridos o involuntarios de la ley ordinaria. Pero
la sentencia tendría un impacto que desbordaría los límites territoriales de New
696
Entre las varias razones en que el abogado de los demandantes justificaba que la inicial condena
de sus clientes había de ser anulada, figuraba la siguiente: “Because the jury sworn to try the above
cause and on whose verdict judgment was entered, consisted of six men only, when by the Laws of
the Land it should have consisted of twelve men”. Apud Austin SCOTT: “Holmes vs. Walton...”, op.
cit., pp. 457-458.
697
La Sección XXII de la Constitución de New Jersey disponía. “That the common law of England,
as well as so much of the statute law as have been heretofore practiced in this colony shall still remain
in force, until they shall be altered by a future law of the legislature; such parts only excepted as are
repugnant to the rights and privileges contained in this Charter; and that the inestimable right of trial
by jury shall remain confirmed as a part of the law of this colony, without repeal forever”.
698
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1141.
699
El Capítulo XXII de la West Jersey “Concessions and Agreements” de 1676 establecía. “That the
trial of all causes, civil and criminal, shall be heard and decided by the verdict or judgment of twelve
honest men of the neighborhood”.
700
Austin SCOTT: “Homes vs. Walton...”, op. cit., p. 460.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 273
Jersey, dejando una profunda huella sobre el vecino Estado de Pennsylvania cinco
años después701.
701
Recuerda Scott que cinco años después (en 1785), el Gobernador de Pennsylvania, Morris, iba
a enviar a la Legislatura del Estado una petición (“an address”) cuyo objeto era disuadir al cuerpo
legislativo de que aprobara una ley para anular el estatuto del Banco Nacional. En tal petición el
Gobernador se referiría explícitamente a la sentencia del caso Holmes v. Walton, aun sin identificarla
en sus propios términos. Estas eran algunas de las reflexiones del Gobernador: “A law was once passed
in New Jersey, which the judges pronounced unconstitutional, and therefore void. Surely no good
citizen can wish to see this point decided in the tribunals of Pennsylvania. Such power in judges is
dangerous; but unless it somewhere exists, the time employed in framing a bill of rights and form of
government was merely thrown away”. Apud Austin SCOTT: “Holmes vs. Walton...”, op. cit., p. 464.
702
Curiosa y harto paradójica es al respecto la posición de Spencer Roane, Chief Justice de la
Virginia Court of Appeals, y uno de los mayores enemigos de Marshall, quien, no obstante ser uno de
los mayores críticos de la Marbury decision, fue un enérgico defensor de una judicial review expansiva
hasta el final de su vida, eso sí, como dice Clinton, mientras el mazo del juez (“the judge´s gavel”)
se hallaba en manos del state judiciary. En esta línea, la Corte de Apelaciones de Virginia, en el caso
Hunter v. Martin, llegó a sostener unánimemente su facultad para hacer caso omiso de una ley del
Congreso de los Estados Unidos por su supuesta disconformidad con la propia Constitución federal.
En otra ocasión, el Judge Roane declaró en una separate opinion que “this Court is both at liberty
and is bound to follow its own convictions on the subject”. Apud Robert Lowry CLINTON: Marbury
v. Madison and Judicial Review, University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 1989, p. 106.
703
Cfr. al respecto, William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners and the Origins of
Judicial Review”, en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 143, 1994-1995, pp.
491 y ss.
704
William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners and the Origins...”, op. cit., p. 494.
274 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
miembro de la Virginia Court of Appeals y juez federal de distrito, así como profesor
de Derecho en el prestigiosísimo William and Mary College, donde sucedió a uno
de los más relevantes profesores de Derecho de la época, George Wythe, además
de editor jurídico, siendo su mayor realización en este último campo una edición
en 1803 de la monumental obra de Blackstone, Commentaries on the Laws of
England, publicada en cinco volúmenes con notas de referencia a la Constitución
y leyes federales y a la legislación de la Commonwealth de Virginia. Tucker es, en
palabras de Carrington705, “arguably the most important legal scholar of the first
half of the nineteenth century”. Por lo demás, estas notas, al parecer, son las únicas
fuentes que han sobrevivido de la época revolucionaria en las que los abogados,
en un caso en que se impugnó la validez de una ley, discutieron acerca de cómo
interpretar las disposiciones constitucionales.
Creemos de sumo interés hacernos eco de algunas de las reflexiones de Tucker
en torno a la cuestión706. Dos son los aspectos más relevantes de ellas: su justifica-
ción de la judicial review y su concepción de la interpretación constitucional. Nos
centraremos en el primero de ellos. Tucker comienza invocando la disposición
del Virginia Bill of Rights conforme a la cual, “los poderes legislativo y ejecutivo
del Estado estarían separados y serían distintos del judiciary”, y la disposición
paralela de la Constitución estatal, impidiendo a cada uno de los poderes ejercer
las facultades de otro. A partir de aquí la cuestión relevante pasaba a ser la de cuál
era la función judicial. “Ahora –razona Tucker– considero que es incontrovertible
que el poder que pertenece propiamente al judiciary department es explicar cómo
las leyes de la tierra (“the Laws of the Land”) se aplican a casos particulares. Que
esta facultad de aplicar las leyes a casos específicos fue investida exclusivamente
en el judiciary era una restricción necesaria sobre la tiranía legislativa” (“a neces-
sary restraint on legislative tyranny”). Tucker invocará a Montesquieu para señalar
que su propuesta coincidía con el espíritu de la Constitución de Virginia: “The
judiciary... are by the Constitution appointed as a counterpoise to (the legislature)”.
Se sigue de todo ello que sólo el judiciary (si es que alguno de los “departamentos
de gobierno” lo puede hacer) puede decidir lo que es o no es Derecho (“what is
or is not Law”) y, consecuentemente, sobre la validez o nulidad de diferentes
leyes, contradiciéndose una con otra (“on the validity or nullity of different Laws
contradicting each other”). Tucker no alberga dudas de que cuando el conflicto
tenga lugar entre una ley y la Constitución, ésta tendrá precedencia “porque es el
´baluarte de las libertades` (“Bulwark of the Liberties”) de los ciudadanos de este
Estado (Commonwealth) conforme concibieron a su Bill of Rights, que es declarado
la base y el fundamento de nuestro gobierno”. De conformidad con esta idea St.
George Tucker concibe la Constitución “not lyable to any alteration whatsoever
by the Legislative, without destroying that Basis and Foundation of Government”.
Como fácilmente puede apreciarse, Tucker justificará la judicial review como,
705
Paul D. CARRINGTON: “The Revolutionary Idea of University Legal Education”, en William &
Mary Law Review (Wm. & Mary L. Rev.), Vol. 31, Number 3, Spring 1990, pp. 527 y ss.; en concreto,
p. 540.
706
Sobre la argumentación de Tucker, cfr. William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners...”,
op. cit., pp. 522-529.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 275
707
William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners...”, op. cit., p. 498.
708
Ibidem, p. 496.
709
Sobre la decisión propiamente dicha de la Virginia Court of Appeals, cfr. William Michael
TREANOR: “The Case of the Prisoners...”, op. cit., pp. 529-538.
710
Tal es el caso, entre otros, de Otis H. STEPHENS, Jr., en “John Marshall and the Confluence
of Law and Politics”, en Tennessee Law Review (Tenn. L. Rev.), Vol. 71, 2003-2004. pp. 241 y ss.; en
concreto, p. 242.
276 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
de John Marshall. Vale la pena recordar que, según el varias veces citado informe
de Daniel Call, la argumentación avanzada por Wythe en favor de la judicial review
se asienta en el principio de la separación de poderes. El judiciary sería el árbitro
neutral (“the neutral arbiter”), aplicando los límites establecidos por la comunidad
a través de la Constitución. Wythe dejará claro, de un lado, que la cuestión en
el caso es la de si la legislatura ha excedido sus poderes constitucionalmente
delegados, y de otro, que el propósito de la judicial review es el del control (por el
judiciary) de las otras “ramas” del gobierno711.
Seis años después de esta decisión, en 1788, la cuestión de la judicial review
volvió nuevamente a plantearse en el igualmente interesante Case of the Judges712,
que derivó de un intento de la Legislatura de Virginia de imponer deberes adicio-
nales y extrajudiciales a los tribunales. Los jueces reaccionaron dirigiendo una
reconvención (“remonstrance”) a la Legislatura en la que expresaron su pesar por
ser obligados a soslayar la cuestión de constitucionalidad de una ley, declarando
que la alternativa que tenían ante sí era o decidir la cuestión o renunciar a sus
cargos.
No deja de ser una circunstancia harto significativa, que la formación jurídica
de Marshall quedara circunscrita a la asistencia durante un período de tiempo
más bien corto a las clases impartidas precisamente por George Wythe en el
William and Mary College (1780), y que el propio Marshall, entonces un abogado
de 27 años en Richmond, estuviera presente en las sesiones del famoso caso.
Ciertamente, el tema, harto controvertido, de la legitimidad de la Marbury opinion,
escrita por Marshall, se ha tratado de ubicar por lo general en el contexto de la
historia constitucional nacional y de la aceptación a ese mismo nivel nacional de
la judicial review, pero a la vista del contexto jurídico-cultural que nos revela el
Commonwealth v. Caton case, o caso de los prisioneros, quizá debiera también
vincularse la inequívoca postura de Marshall en favor de la judicial review con ese
clima jurídico virginiano de los años 1780.
711
“I have heard –escribía George Wythe– of an english chancellor who said, and it was nobly
said, that it was his duty to protect the rights of the subject, against the encroachments of the crown;
and that he would do it, at every hazard. But if it was his duty to protect a solitary individual against
the rapacity of the sovereign, surely, it is equally mine, to protect one branch of the legislature, and,
consequently, the whole community, against the usurpations of the other: and whenever the proper
occasion occurs, I shall feel the duty; and, fearlessly, perform it”. Apud William Michael TREANOR:
“The Case of the Prisoners...”, op. cit., p. 533.
712
Cfr. al respecto, Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare
Statutes Unconstitutional”, en Political Science Quarterly, Vol. 5, No. 2, June 1890, pp. 224 y ss.; en
concreto, p. 243.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 277
ocupado sus casas de conformidad con las British orders durante la ocupación
británica. Al amparo de la ley, Elizabeth Rutgers presentó una acción de entrada
ilegal contra Joshua Waddington, un ciudadano británico que había ocupado su
propiedad de Nueva York durante la guerra revolucionaria. Alexander Hamilton
actuó en este famoso caso como abogado de Waddington, esgrimiendo en su
defensa dos argumentos principales: l) que considerar a su defendido responsable
de una entrada ilegal violaba “the law of nations”713, y 2) que tal consideración
vulneraba asimismo el tratado suscrito entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña.
La Corte apoyó formalmente la ley estatal, pero denegó la petición de la deman-
dante, concluyendo que, al aprobar la Ley de entradas ilegales, la Legislatura de
Nueva York no podía tener la intención de promulgar un texto legal incompatible
con “the law of nations”, al menos no sin una non obstante clause, haciendo saber
su intención. De esta forma, el Tribunal interpretó que la ley impedía el pleito
instado por la demandante, no obstante su nítido lenguaje en contrario, por lo que
un sector de la doctrina ha hablado, lisa y llanamente, de que la Corte declaró la
inconstitucionalidad de la Trespass Act714. La Corte newyorkina vino a equiparar
“the law of nations” con “the law of nature”, sustentando en último término la
decisión en principios generales y en la consideración de que “the act was against
natural reason and justice”, más que en un conflicto concreto entre el texto legal
y un “fundamental written law”715.
La decisión, ciertamente, desencadenó una enorme controversia, propiciando
frecuentes mítines populares en su contra (“a storm of protests”, según Boudin),
lo que es bastante comprensible, ya que perjudicaba los intereses de buen número
de los newyorkinos propietarios de viviendas. Se tachó al judiciary de usurpador
de poder. La propia Asamblea de Nueva York (the New York Assembly) intervino
en el asunto, intentando sin éxito expulsar al Juez Duane (principal responsable
de la sentencia) del cargo, y aprobando al respecto una resolución de la que
entresacamos el siguiente párrafo:
“Resolved, that the judgment aforesaid is, in its tendency, subversive of all
law and good order and leads directly to anarchy and confusion; because
if a court instituted for the benefit and government of a corporation may
take upon them to dispense with and act in direct violation of a plain and
known law of the State, all other courts, either superior or inferior, may do
713
La doctrina ha aludido a que Hamilton adujo que la ley violaba la natural justice, y que la
decisión judicial pareció sustentarse en este fundamento. En tal sentido, Charles B. ELLIOTT: “The
Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 237. Esta es, en el fondo, la misma idea de Sherry, para quien
la argumentación de Hamilton acerca de la sustancia de la “law of nations” y de cómo la misma debía
aplicarse al caso, sugiere una noción general de “law of nations as part of unwritten but judicially
enforceable fundamental law”. Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit.,
p. 1137.
714
William M. MEIGS: “The American Doctrine of Judicial Power...”, op. cit., p. 690.
715
William M. MEIGS: “The Relation of the Judiciary to the Constitution”, en American Law Review,
Vol. 19, 1885, pp. 175 y ss.; en concreto, p. 180.
278 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
the like; and therewith will end all our dear-bought rights and privileges,
and legislatures become useless”716.
716
Apud L. B. BOUDIN: “Government by Judiciary”, en Political Science Quarterly, Vol. 26, No. 2,
June 1911, pp. 238 y ss.; en concreto, p. 246.
717
De ello se hace eco Charles B. ELLIOTT, en “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 233,
si bien este autor considera errónea esta tesis porque, aunque la cuestión fue planteada y razonada y
atrajo una gran atención, la realidad fue que la acción resultó desestimada por falta de jurisdicción
y la cuestión constitucional no fue, pues, objeto de decisión. También William M. MEIGS, en “The
Relation of the Judiciary to the Constitution”, en American Law Review (Am. L. Rev.), Vol. 19, 1885,
pp. 175 y ss., subraya que aunque el derecho del judiciary en el ámbito de la judicial review fue
primeramente sostenido en Virginia, al menos ya en 1782, “the earliest clearly established decision
is in Rhode Island” (p. 178).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 279
VI. En fin, en Carolina del Norte, la facultad de los tribunales para rehusar
la aplicación de una ley a causa de su inconstitucionalidad fue cuidadosamente
considerada y razonada en el caso Bayard v. Singleton, litigio que coincidió
parcialmente con la Convención de Filadelfia, quedando resuelto a fines de mayo
de 1787.
Como la mayoría de los Estados durante la Revolución, Carolina del Norte
confiscó las propiedades de aquellos individuos que permanecieron leales a los
británicos. El caso en cuestión afectaba a una ley que exigía de los jueces desesti-
mar, sin entrar a considerar el fondo del asunto, cualquier acción planteada por
una persona que pretendiera recuperar el título de su propiedad confiscada. En
una decisión breve, la Supreme Court of North Carolina declaró unánimemente la
inconstitucionalidad de la ley en cuestión con fundamento en que en la búsqueda
718
Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory...”, op. cit., p. 523.
719
Scott Douglas GERBER: “The Myth of Marbury v. Madison and the Origins...”, op. cit., p. 10.
720
Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory...”, op. cit., p. 530.
280 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
721
En la sentencia, los jueces de la Corte Suprema de Carolina del Norte razonaban como sigue:
“that the obligation of their oaths and the duty of their office required them, in that situation, to
give their opinion on that important and momentous subject; and that notwithstanding the great
reluctance they might feel against involving themselves in a dispute with the legislature of the state,
yet no objection of censure or respect could come in competition or authorize them to dispense with a
duty they owed to the public in consequence of the trust they were invested with under the solemnity
of their oaths”. Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 238.
722
Apud Edward S. CORWIN: “The Progress of Constitutional Theory...”, op. cit., p. 526.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 281
judge according to the tenor, true intent and meaning of the same, anything in the
said acts or parts of acts to the contrary thereof in any wise notwithstanding”723.
En relación con el propio Estado, en una carta de 11 de julio de 1788, de J. B.
Cutting a Thomas Jefferson, entonces en el extranjero, se aludía a lo que parece
ser el primer precedente en Massachusetts de la declaración judicial de una ley
como inconstitucional. Cutting, que se refiere al “varonil proceso” (“the manly
proceeding”) de la Corte de Apelaciones de Virginia, aún sin conocer el fondo
específico de la causa, cree que puede arriesgarse a aplaudir la integridad de los
jueces, que al actuar de tal modo (ejercitando la función de revisión judicial)
cumplen con su juramento y sus deberes, para añadir, en referencia a esos mismos
jueces de Virginia: “They exalt themselves and their country, while they maintain
the principles of the Constitution of Virginia and manifest the unspotted probity
of its judiciary department”, para aludir finalmente a un ejemplo semejante
acaecido en Massachusetts: “I mention that a similar instance has occurred in
Massachusetts, where, when the Legislature unintentionally trespassed upon a
barrier of the Constitution, the judges of the Supreme Court solemnly determined
that the particular statute was unconstitutional”724. En la siguiente sesión de la
Legislatura la ley judicialmente declarada inconstitucional fue abrogada.
La alusión de Cutting levantó la curiosidad de Goodell, editor de las “Acts and
Resolves of the Province of Massachusetts Bay”, conduciéndole a llevar a cabo
ciertas investigaciones que le llevaron a identificar dos casos reconducibles al
ejemplo mencionado en la carta a Jefferson. Esos casos, de los que había conocido
la Supreme Judicial Court de Worcester, en septiembre de 1786, fueron: Brattle,
Admr. v. Hinckley et al., y The Same v. Putnam et al.725
VIII. En definitiva, tras todo lo expuesto, creemos que puede sostenerse que,
a nivel estatal, ya antes de la Convención de Filadelfia, los tribunales fueron ha-
ciendo suya la teoría de la revisión judicial de las leyes desde los parámetros de las
Constituciones estatales, e incluso, en algunos casos (el caso newyorkino Rutgers
v. Waddington es bien ilustrativo de ello), desde los cánones de los principios no
escritos de la natural justice. No hay, desde luego, muchas decisiones al respecto,
pero el clima jurídico que deja entrever todo lo expuesto es harto significativo.
sido gobernados los Estados Unidos en ciernes desde 1781, año en que firmaron
el documento los dos representantes del Estado de Maryland. Poco tiempo antes,
una resolución del Congreso (de 21 de febrero de 1787) había convocado para el
segundo lunes del próximo mes de mayo una Convención de delegados nombrados
por los diversos Estados, para reunirse en Filadelfia “for the sole and express
purpose of revising the Articles of Confederation”.
Desde hace bastante más de un siglo viene siendo objeto de discusión
doctrinal la cuestión de si los Founding Fathers tuvieron o no la intención de que
el federal judiciary dispusiera de la facultad de declarar sin ningún efecto una ley
del Congreso por su transgresión de los límites constitucionales. Por poner un
ejemplo significativo, ya en 1905, Corwin, antes de abordar el tema, se hacía eco
de la reciente posición contrapuesta sustentada por dos prestigiosas autoridades726.
Y el paso de los años no ha desactivado la polémica.
726
Recordaba Corwin, que Cotton, editor de las “Constitutional decisions of John Marshall”,
señalaba al efecto que: “La sentencia (se refiere obviamente a la Marbury opinion) es el inicio del
sistema americano de Derecho constitucional. En ella, Marshall anunció el derecho de la Corte
Suprema a revisar la constitucionalidad de los actos de la legislatura nacional y del ejecutivo”,
juicio que apoyaba, entre otros argumentos, en que: ningún tribunal de Inglaterra tenía tal facultad;
no había una expresa autorización para ello en las palabras de la Constitución; la existencia de tal
facultad judicial había sido negada por las demás “ramas” del gobierno y por la mayoría dominante
del país, y además, tal facultad no había sido anticipada claramente por los Framers. En una posición
contrapuesta se situaba el Profesor McLaughlin, en su obra “Confederation and the Constitution”,
pues, aunque admitía que era difícil hablar con absoluta seguridad, deducía la facultad de la judicial
review de la cláusula constitucional que extiende el poder judicial de los Estados Unidos a todos los
casos “originados conforme a esta Constitución”. Consideraba McLaughlin, que por la fuerza de la
lógica, si no a causa del propósito consciente de los miembros de la Convención, se concedió esta
facultad judicial para declarar sin ningún efecto una ley del Congreso contraria al law of the land.
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan Law
Review (Mich. L. Rev.), Vol. IV, 1905-1906, pp. 616 y ss. ; en concreto, p. 616.
727
Apud Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 61.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 283
728
Alan F. WESTIN: “Introduction. Charles Beard and the American Debate Over Judicial Review,
1790-1961”, en Charles A. Beard, The Supreme Court and the Constitution, Prentice-Hall, Inc.,
Englewood Cliffs, New Jersey, 1962, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5.
729
James Bradley THAYER: “The Origin and Scope of the American Doctrine of Constitutional
Law”, op. cit., p. 140. Creemos de interés precisar en una mínima medida cuáles son esos límites a los
que alude Thayer. En esencia, podríamos reconducirlos a que sólo cuando la contradicción de la ley
con la Constitución sea evidente, se podrá no aplicar esa norma legal. Tras este planteamiento, que,
ciertamente, encuentra precedentes por parte de la doctrina y de algunas posiciones jurisprudenciales
de los primeros años de vida constitucional, de las que se hace eco en su artículo el autor, nos parece
que late el principio de presunción de constitucionalidad de las leyes. Para Thayer, esta regla era “algo
más que una forma de lenguaje, una mera expresión de cortesía o deferencia” (p. 143). Abundando
en esa idea, escribía Thayer más adelante: “It can only disregard the Act when those who have the
right to make laws have not merely made a mistake, but have made a very clear one, --so clear that
it is not open to rational question. This is the standard of duty to which the courts bring legislative
Acts; that is the test which they apply” (p. 144).
La argumentación con la que, a renglón seguido, Thayer sustenta su regla presenta una asombrosa
modernidad, pese a los 120 años transcurridos desde que su autor la formulara. Considera Thayer, que
“esta regla reconoce que habiendo considerado las grandes, complejas y siempre amplias exigencias
de gobierno, mucho de lo que parecerá inconstitucional a un hombre o cuerpo de hombres, puede
razonablemente no parecerlo así a otro; que la Constitución admite con frecuencia diferentes interpre-
taciones; que hay a menudo una variedad de opciones y de juicios; que en tales casos la Constitución
no impone sobre la legislatura ninguna opinión específica, sino que deja esta variedad de opciones,
y que cualquier opción que es racional es constitucional”. “This is –concluye Thayer– the principle
which the rule that I have been illustrating affirms and supports” (p. 144).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 285
con la palabra “states”, omitiendo el último inciso, uno podría haber dicho que
tal tesis era muy discutible antes que muy clara, pero a la vista de la totalidad
de su tesis, la posición de Crosskey se halla, siempre según Hart735, simplemente
sin relación con la realidad. Con su modelo, el “caballero de La Mancha” (“the
Knight of La Mancha”) ha construido su propio mundo de nunca jamás (“a never-
never world of his own”), cuyo encanto, si es que lo tiene, reside en su ocasional
iluminación de las paradojas y debilidades del mundo real.
Al margen ya de las polémicas, es claro que la Convención Constitucional,
formalmente, dejó sin resolver la cuestión del órgano u órganos que habrían de
reaccionar jurídicamente cuando las normas dotadas de esa primacía fueran
vulneradas por normas inferiores. Para la comprensión del problema subyacente,
es importante tener presente que en 1787 existía un cierto temor, al que no
escaparían los Framers, frente al peligro que podía acechar a los Estados de
opresión por un distante gobierno federal, que se visualizaba en el temor hacia el
“legislative despotism”736. Pero no puede descartarse que a ese temor se uniera otro
más irreal y abstracto si se quiere respecto al instrumento de la judicial review. Es
posible que algunos de los Founding Fathers pensaran que esa idea omnipresente
desde tiempos lejanos de un fundamental law, aunque plasmada ahora en una
Constitución escrita, era tan fundamental, tan diferente del Derecho ordinario,
que su invocación tenía que ser un ejercicio político excepcional y muy delicado.
En ello ha visto Wood una razón explicativa del hecho, a nuestro juicio harto
discutible, casi nos atreveríamos a decir que por entero insostenible, de que buen
número de delegados en la Convención de Filadelfia miraran la nulidad judicial
de la legislación con un sentido de temor y asombro (“with a sense of awe and
wonder”)737. No obstante estos hipotéticos sentimientos de temor, hubiera resulta-
do perfectamente coherente que la Convención Constitucional abordara de modo
frontal la mencionada cuestión, lo que era tanto como decir el tema de la judicial
review, salvo, claro está, que la misma se considerara tan inherente al ejercicio de
la función judicial, que se entendiera innecesaria su positivación, pero lo cierto
es que en la Convención no hubo un debate general sobre esa facultad de revisión
judicial. No faltarían, como ya se ha dicho, delegados que se mostraron claramente
favorables a la judicial review738, al igual que otros, una pequeña minoría en
cualquier caso, se opusieron a tal doctrina739. Y desde luego, y esto es importante
que se tenga presente, los Framers no arrancaron el concepto de judicial review
735
Ibidem, p. 1457.
736
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., p. 8.
737
Gordon S. WOOD: “The Origins of Judicial Review Revisited...”, op. cit., pp. 787 y ss.; en concreto,
p. 796.
738
Hay evidencia, señala White, de que algunos de los Founding Fathers, Hamilton de modo muy
notable, contemplaron la judicial review como una potestad a través de la cual una élite judicial
independiente podía atenuar (“temper”) los excesos democráticos de las legislaturas mediante la
afirmación de los equilibrios políticos republicanos (“the republican political balances”) inherentes
a la Constitución. G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 24.
739
De la relativa discusión convencional en torno a esta cuestión se hace eco Charles BEARD,
en The Supreme Court and the Constitution, Prentice-Hall, Inc., Englewood Cliffs, New Jersey, 1962,
(copyright 1912 by the Macmillan Company), pp. 46 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 287
del vacío; por el contrario, ellos volvieron la vista atrás, a la declaración de Coke
en el Bonham´s case (1610). Esto parece fuera de cualquier duda740.
la existencia de “a double negative”, por cuanto para Mason, los jueces tan sólo
podían impedir en un caso la aplicación de las leyes. “They could declare an
unconstitutional law void”745.
Si el establecimiento de un “separate body of men” con vistas a que se pronun-
ciara sobre la constitucionalidad de las leyes no dejaba de suscitar problemas746, la
peculiar formación de los jueces, que Elliott caracterizaría como “the middlemen
between the pure philosophers and the pure men of government”747, parecía capa-
citarles para esa tarea. Parece por lo demás verificado que tanto los proponentes
del Council of Revision como los delegados opuestos al mismo reconocían que
los tribunales revisarían la validez de la legislación emanada del Congreso748. En
cualquier caso, lo que resulta absolutamente incontrovertible es que los delegados
convencionales reunidos en Filadelfia tuvieron un conocimiento directo de que los
tribunales estatales venían afirmando la facultad de aplicar la propia Constitución
del Estado por encima de la legislación estatal que la contradijera, no obstante
no apoyarse tal facultad en específicas disposiciones constitucionales. No ha de
extrañar por lo mismo, como escribe Warren749, que “there was a very particular
reason why the framers should desire and contemplate similar action on the part
of the Federal Judiciary which they were establishing in the new Constitution”.
745
Bien es verdad que tras esa afirmación Mason apostillaría: “But with regard to every law however
unjust, oppressive or pernicious, which did not come plainly under this description, they would be
under the necessity as Judges to give it a free course”. Apud William Michael TREANOR: “Judicial
Review Before Marbury”, op. cit., p. 470.
746
En 1890, Elliott escribía al respecto lo que sigue: “Nothing could be gained by establishing
a separate body of men to pronounce upon the constitutionality of laws. Such a tribunal would be
liable to err as the legislature. Quis custodiet custodes? Tribuni aut ephori?”. Charles B. ELLIOTT:
“The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 240.
747
Charles B. ELLIOTT, en Ibidem.
748
En tal sentido, David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court (The First Hundred
Years. 1789-1888), op. cit., p. 70.
749
Charles WARREN: Congress, the Constitution and the Supreme Court, Johnson Reprint Corpora-
tion, New York and London, 1968, (first published in 1925 by Little, Brown, and Company), p. 43.
750
Particularísima importancia tendrían al respecto las Notes of the Debates escritas por Madison.
Dewey ha escrito que Madison fue tan consciente del significado político de sus Notes, que no quiso que
fueran publicadas hasta que todos los miembros de la Convención hubieran muerto. Ello explicaría
que sólo en 1840, pocos años después del fallecimiento de Madison, ocurrido en 1836, vieran la luz
tales Notes. Cfr. al efecto, Donald O. DEWEY: “Crosskey versus Madison: James Madison and the
United States Constitution” (Book Review), en University of Richmond Law Review (U. Rich. L. Rev.),
Vol. 19, 1984-1985, pp. 435 y ss.; en concreto, p. 436.
751
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States (Its Foundation, Methods and
Achievements. An Interpretation), Columbia University Press, New York, 1928, p. 79.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 289
libro752, se han hecho eco del minucioso estudio llevado a cabo por Beard acerca
de las posiciones de los Framers en torno a la judicial review, al que ya hemos
aludido, y que, desde luego, nos parece concluyente. En su cuidadoso análisis de
las opiniones de los miembros de la Convención, Beard demuestra753, que de los
55 miembros de la Convención Federal que estuvieron presentes en sus reuniones,
por lo menos un tercio de ellos mantuvo una escasa o nula participación en el
debate, mientras que algunos otros, aún participando, tuvieron un mínimo peso
en el mismo. Hubo 25 miembros que, por razones de su personalidad, capacidad
y asiduidad (“by reason of character, ability and assiduity”), fueron el elemento
dominante en la Convención (“the dominant element in the Convention”); pues
bien, 17 de ellos se pronunciaron directa o indirectamente a favor del judicial
control, mientras que otros miembros menos influyentes también parecieron
entender y aprobar esta función judicial. Wolfe, por su parte, ha apostillado que,
de entre quienes hablaron acerca de la judicial review en la Convención, sólo
dos delegados rechazaron claramente que el judiciary pudiera disponer de tal
facultad754.
No es la anterior la posición de Crosskey755, para quien la única evidencia
relevante en las actas existentes de los debates de la Convención, esto es, en las
anotaciones de Madison, es la que se conecta con el cuarto intento fallido (el 15 de
agosto) del grupo Madison-Wilson de alcanzar su objetivo de un control judicial
sobre la legislación nacional. Este cuarto y último intento se formalizó a través
de una moción presentada por Madison, con Wilson como su segundo firmante,
encaminada a otorgar a la Supreme Court una facultad de veto discrecional
sobre la legislación emanada del Congreso. Crosskey va incluso más allá cuando
sostiene que la tripartite theory of constitutional interpretation es la que prevaleció
en el partido Federalista cuando se formó el primer gobierno, lo que conduce a
presuponer, dada la cercanía en el tiempo de la Convención Constituyente, que esa
fue asimismo la interpretación prevalente de los Federalistas en el Constitutional
Congress. De acuerdo con esa teoría, cada departamento del gobierno era el juez
constitucional de sus propios poderes constitucionales, y cuando la decisión de
algún asunto particular implicaba la intervención de más de un departamento, la
cuestión había de ser resuelta entre los departamentos interesados756.
La posición de Crosskey respecto al tratamiento de la doctrina de la judicial
review por la Convención y, en particular, por Madison, exige de matizaciones
adicionales inexcusables. La primera de ellas es la de que la postura de Madison
no puede ser sublimada, pues es bien conocida por sus incongruencias y cambios
de perspectiva. Incluso su propio biógrafo Irving Brant así lo reconoció. Por lo
mismo, sus posicionamientos han de ser relativizados. Con todo, en la Convención,
752
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., pp. 47-48.
753
Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, op. cit., pp. 3-4.
754
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review, op. cit., p. 74.
755
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution..., op. cit., Vol. II, p. 1018.
756
Ibidem, p. 1035.
290 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
757
Así lo corrobora en un artículo específicamente dedicado al tema Ketcham. Cfr. al efecto, Ralph
L. KETCHAM: “James Madison and Judicial Review”, en Syracuse Law Review (Syracuse L. Rev.), Vol.
8, 1956-1957, pp. 158 y ss.; en concreto, p. 159.
758
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 561.
759
Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 940.
“Moreover, –añaden de inmediato estos autores– delegates assumed the existence of judicial review
even before the Convention approved any language (such as the supremacy clause or the Article III
<arising under> jurisdiction) that could be read to authorize judicial review” (Ibidem).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 291
cuestión atañe, los debates en la Convención Federal, con base en que aunque
Gerry, Martin, Mason y Wilson reconocieron la facultad de los tribunales de apre-
ciar si una ley era o no constitucional, pudiendo rehusar aplicarla en este último
supuesto, otros relevantes delegados como Mercer, Dickinson y el Gobernador
Morris rechazaron que los tribunales gozaran de tal facultad760.
760
W. TRICKETT: “Judicial Nullification of Acts of Congress”, en North American Review, Vol. 185,
May/August 1907, pp. 848 y ss.; en concreto, p. 849.
761
Hace más de un siglo, Scott escribía: “The guiding spirits of the Convention were evidently
reluctant to sanction the full application of this judicial function, at least in its use of testing state
laws by the Constitution of the United States”. Austin SCOTT: “Holmes vs. Walton: The New Jersey
Precedent”, en The American Historical Review, Vol. 4, No. 3, April 1899, pp. 456 y ss.; en concreto, p.
465.
762
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., p. 335.
763
La conclusión que los Framers plasmaron en el texto constitucional es, según Berger, comple-
tamente inteligible hoy. “When the Article VI Supremacy Clause –escribe Berger– provision that laws
made <pursuant to> this Constitution shall be <the Supreme Law of the Land> is read in conjunction
with the Article III grant of jurisdiction to entertain <cases... arising under this Constitution>, it seems
plain that courts were authorized to decide that laws which were not pursuant to the Constitution
were not the <Supreme Law of the Land>. To the ordinary understanding , a claim that a federal
<law> is not <pursuant> to the Constitution presents a question <arising> thereunder. The attempts
to deprive those texts of their ordinary meaning seem to me altogether unconvincing, and they are
repelled by the expressions of the Founders who pointed out that those provisions made judicial
review available”. Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., pp. 335-336.
292 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
764
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 545.
765
Lawrence GOLDSTONE: The Activist (John Marshall, Marbury v. Madison, and the Myth of
Judicial Review”, op. cit., p. 32.
766
Paul W. KAHN: The Reign of Law, op. cit., p. 1.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 293
767
Carl J. FRIEDRICH and Robert G. McCLOSKEY: “The Roots of American Constitutionalism”,
op. cit., p. LVIII.
768
En tal sentido, entre otros, Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op. cit., p. 35.
769
Carl J. FRIEDRICH and Robert G. McCLOSKEY: “The Roots ...”, op. cit., p. LV.
770
Apud Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., pp. 26-27.
771
Familiarizados con un sistema judicial estatal en el que los jurados tenían un decisivo peso, al
corresponderles la facultad de pronunciarse tanto sobre los hechos como sobre el Derecho, los anti-
Federalistas temían que el Congreso pudiera crear tribunales federales en los que fuese competencia
294 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
de los propios jueces determinar el Derecho y los hechos, lo que debilitaría el poder de los Estados. De
ahí, como se admite generalizadamente por la doctrina, algunas de las previsiones del Bill of Rights, y
en particular, de las Enmiendas VI y VII. Esta última garantizaba el derecho a un juicio por jurados en
aquellos casos civiles en que la cantidad en controversia superara los 20 dólares (“in suits at common
law, where the value in controversy shall exceed twenty dollars”). La primera protegía adicionalmente
el derecho a un juicio por jurados en procesos criminales (ya contemplado por el Art. III, Sección 2ª,
párrafo tercero de la Constitución), a través de la garantía de que el jurado sería extraído del distrito
en el que el supuesto delito hubiese sido cometido. Adicionalmente, la Enmienda VII garantizaba que
ningún hecho declarado por un jurado pudiera ser reexaminado por ningún tribunal federal, más que
de conformidad con “the rules of the common law”.
772
Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 956.
773
Para comprender esta circunstancia conviene tener en cuenta que, a priori, se presuponía
que la resistencia a la ratificación era insuperable en cuatro Estados (New Hampshire, Maryland,
Rhode Island y North Carolina), lo que dejaba a Virginia y Nueva York como piezas clave, pues si las
previsiones se cumplían, sin esos Estados era imposible alcanzar los nueve necesarios. Las previsiones
no se cumplieron en su totalidad, pues cuando Virginia, primero, y Nueva York, después, ratificaron
la Constitución, un total de once Estados lo habían hecho. Sólo North Carolina y Rhode Island se
seguían resistiendo.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 295
774
Charles A. BEARD: “The Supreme Court-Usurper or Grantee?”, op. cit., p. 25.
775
Apud Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit.,
p. 962.
296 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
776
Apud The Founders´ Constitution, edited by Philip B. KURLAND and Ralph LERNER, op. cit.,
Vol. IV, p. 232.
777
Vale la pena recordar algunas de las reflexiones de Wilson: “I say, under this Constitution, the
legislature may be restrained, and kept within its prescribed bounds, by the interposition of the judicial
department... (I)t is possible that the legislature, when acting in that capacity, may transgress the
bounds assigned to it, and an act may pass, in the usual mode, notwithstanding that transgression;
but when it comes to be discussed before the judges–when they consider its principles and find it to
be incompatible with the superior power of the Constitution, it is their duty to pronounce it void.
And judges, independent and not obliged to look to every session for a continuance of their salaries,
will behave with intrepidity and refuse to the act the sanction of judicial authority”. Apud Saikrishna
B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 956.
778
Apud Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, op. cit., p. 26.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 297
779
Apud Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit.,
p. 966.
780
Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op. cit., p. 55.
781
Hamilton fue un lector omnívoro así como un agudo escritor. Beloff recuerda, que incluso
durante su servicio como capitán de artillería en la primera parte de la guerra revolucionaria encontró
tiempo para leer obras que, entre los antiguos, incluían a Cicerón, Demóstenes y Plutarco. Entre los
modernos, leyó en aquella época los “Ensayos” de Bacon, el “Emilio” de Rousseau, los “Diálogos” de
Hobbes, el “Carlos V” de Robertson, la “Historia de Francia” de Millot, la “Historia de Nueva York”
de Smith y el “Diccionario de Industria y Comercio” de Ralt. Antes de que hiciera del Derecho su
profesión Hamilton había leído, entre otros, a Blackstone, Grocio y Pufendorf. Max BELOFF, en su
“Introduction” a la obra de Alexander HAMILTON, James MADISON y John JAY, The Federalist or the
New Constitution, Basil Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948, pp. VII y ss.; en concreto, p. LVII.
Hamilton, que se convertiría en líder de los llamados High Federalists, rama del partido que
terminaría enfrentada con los Federalists del Presidente Adams, adoptó, como es bien conocido, una
posición favorable a una aristocracia adinerada y a una sociedad jerarquizada (Douglass ADAIR: “The
Autorship of the Disputed Federalist Papers” (Part I), en The William and Mary Quarterly, Third Series,
Vol. 1, No. 2, April 1944, pp. 97 y ss.; en concreto, p. 107), por lo que no debe en absoluto extrañar que
Hamilton se mostrara ya en la Convención Constitucional mucho más preocupado por la seguridad
de los derechos de propiedad que por la protección de las libertades civiles. (Benjamin F. WRIGHT:
The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 25). De modo análogo, se ha puesto de relieve
que Alexander Hamilton, pero también John Adams, desde el primer momento, estuvieron interesados
298 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
otra y posiblemente ofreció los más brillantes ejercicios dialécticos. Sin embargo,
lo que hizo imborrable la lucha para la ratificación en el Estado de New York no
fueron tanto los “enconados tortazos” (“slugfest”) (dialécticos, claro está) que,
según Goldstone, se dieron en la Convención, sino más bien el etéreo debate que
desde meses antes se venía produciendo en la ciudad.
La batalla literaria en relación a la ratificación constitucional se iba a iniciar
el 27 de septiembre de 1787, muy poco después por tanto de que se pusiese el
punto final a la Convención de Filadelfia. La iniciaba el Gobernador de New York,
Clinton, en un artículo publicado bajo el seudónimo de “Cato”. Cinco días más
tarde, le replicaba Hamilton en una carta firmada como “Caesar” (es bien conocida
la pasión de Hamilton por el mundo de la Antigüedad clásica, particularmente
por el pensamiento romano y por el personaje del Cónsul Caius Iulius Caesar),
declarando, que había ciudadanos que para conseguir sus propios fines privados
inflamaban las mentes de las buenas intenciones de las partes menos inteligentes
de la comunidad. Tras otras dos cartas de similar cariz, Hamilton debió pensar
que era necesario otro tipo de réplica a “Cato”, y ahí comenzó a fraguarse The
Federalist.
El 18 de octubre, tres semanas después del artículo de “Cato”, el New York
Journal publicaba un artículo firmado por “Brutus” y dirigido “a los ciudadanos
del Estado de Nueva York”. Sería el primero de un conjunto de 18 ensayos
enmarcados asimismo en el debate de ratificación, en la línea anti-Federalista,
cuya publicación finalizó el 10 de abril de 1788. Aunque, aún hoy no se conoce con
absoluta certeza la identidad de “Brutus”, la doctrina cree de modo generalizado
que corresponde a Robert Yates782, quien, recordémoslo, fue uno de los delegados
de Nueva York en la Convención de Filadelfia. Yates se negaría a firmar el texto
de la Constitución, lo que ya es bien significativo de su posición.
en la propiedad antes que en la democracia. (Louis B. BOUDIN: “Majority Rule and Constitutional
Limitations”, en Lawyers Guild Review (Law. Guild Rev.), Vol. 4, 1944, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 2.
782
Yates parece que eligió su seudónimo de “Brutus” con mucho cuidado. Aunque ahora se asocia
popularmente casi en exclusiva con el hombre que, en nombre de la supuesta salvación de la República
frente a la tiranía, asesinó a Julio César, cabe recordar que a fines del siglo XVIII, los conocedores del
mundo romano estaban también al corriente de la existencia de Lucius Junius Brutus, quien en el
siglo VI a. d. C. encabezó con éxito una revuelta contra el último Rey romano, Tarquinio el Soberbio,
convirtiéndose de esta forma en uno de los fundadores de la República Romana. En cualquier caso,
no cabe echar en el olvido la profunda admiración de Hamilton hacia Julio Cesar. A este respecto, se
ha escrito que Hamilton “admired Caesar above all men who had ever lived”, para añadir que en su
ambición de situarse en la más alta cima de su país fue “the one major leader among our Founding
Fathers who had the desire, the will, and the capacity to attempt a policy of Caesarism in which he
was the destined Caesar”. WILLIAN and MARY-NOTE: “A Note on Certain of Hamilton Pseudonyms”,
en The William and Mary Quarterly (Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. XII, No. 2, April, 1955, pp.
282 y ss.; en concreto, pp. 291 y 295. Esta consideración no deja de contrastar con una específica
afirmación que en su día hizo Alexander Hamilton, refiriéndose a su gran enemigo, Aaron Burr, que
sería finalmente quien lo asesinaría en un duelo artero, y recurriendo al efecto a la figura de Julio
Cesar. “If we have an embryo-Caesar in the United States –declaró–“tis Burr”. Apud Thomas P. GOVAN:
“Alexander Hamilton and Julius Caesar: A Note on the Use of Historical Evidence”, en The William and
Mary Quarterly (Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 32, No. 3, July, 1975, pp. 475 y ss.; en concreto,
p. 477.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 299
783
El seudónimo utilizado tiene que ver con Publius Valerius, un eminente estadista de la República
romana cuya fama y poder se encumbraron después de que Lucius Junius Brutus muriera en la
batalla contra el Rey Tarquinio, intentando evitar que éste recuperara el Trono. Tan popular llegó a
ser Publius Valerius entre la ciudadanía de Roma que le fue concedido el tratamiento honorífico de
Publicola, que según Plutarco significaba “people-cherisher” (el más querido por el pueblo”). Cfr. al
efecto, Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op. cit., pp. 57-58.
784
A partir del ensayo aparecido el 27 de octubre, los sucesivos artículos fueron publicándose
en el New York Independent Journal y en otros periódicos a intervalos por lo general de tres días,
apareciendo por lo común dos ensayos al mismo tiempo. La publicación se interrumpió el 4 de abril
de 1778 con el Nº 77, reanudándose el 17 de junio, quedando finalizada el 16 de agosto.
785
Como “Brutus”, “Publius” no reveló su identidad y el anonimato se mantuvo durante la década
final del siglo y primeros años del XIX, no obstante la enorme difusión de la obra no sólo en Estados
Unidos, sino en gran parte de Europa. Finalmente, en julio de 1804, como su mortal duelo con Aaron
Burr se revelaba cercano, Alexander Hamilton, quizá con la premonición de la muerte, tratando de
poner sus asuntos en orden, hizo una corta visita a la oficina legal de su amigo Egbert Benson (tan
sólo dos días antes del fatal duelo) y, según los historiadores, ocultó ostentosamente en el libro de
casos de su amigo un pequeño documento escrito de su propia mano, que revelaba que los ensayos
del Federalist habían sido escritos a iniciativa suya y que “Publius” eran, de hecho, tres hombres,
enumerando por números los autores de los diversos ensayos del Federalist. Cfr. al efecto, Douglass
ADAIR: “The Autorship of the Disputed Federalist Papers” (Part I), op. cit., p. 102.
786
Clinton ROSSITER: “Introduction”, en Alexander Hamilton, James Madison and John Jay, The
Federalist Papers, The New American Library, Inc., New York/Scarborough, Ontario, 1961, pp. VII y
ss.; en concreto, pp. VII-VIII.
300 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
miento, apareciendo de hecho como uno de los cientos de salvas (“one of several
hundred salvos”) en la ruidosa guerra de palabras que acompañó a la prolongada
lucha desencadenada en torno a la ratificación de la Constitución. Los artículos de
los Federalist Papers se escribieron con un propósito fundamentalmente práctico.
Su redacción es clara, con pocas ambigüedades. Son, de modo primario, un
comentario de la Constitución de los Estados Unidos, que adquiere un gran valor
a la vista del significativo dato de que dos de sus autores participaron activamente
en la Convención. Pero como escribiera Velasco787, The Federalist es algo más que
un autorizado y valioso intérprete de la ley fundamental de la Unión Americana.
Propios y extraños reconocieron desde un principio que, además de esta utilidad
especial, “El Federalista” posee un interés y un valor generales. Tomados uno a
uno, muchos de los artículos invitan a un estudio detenido por el tratamiento que
llevan a cabo de temas tales como el federalismo, el gobierno representativo, el
sistema de checks and balances, la judicial review o las garantías de los derechos.
Quizá por todo ello, estas reflexiones se han visualizado, como dice Furtwangler788,
como “seminal writings of the Founders, ranking just after the Declaration of
Independence and the Constitution itself as explanations of the shape of American
politics and institutions”.
The Federalist ejerció en su momento tan sólo una pequeña influencia en
el curso de los acontecimientos durante la lucha en pro de la ratificación de la
Constitución. Publius se dirigió primigeniamente a una selecta audiencia de
hombres cultos, razonables y bien situados, que en su gran mayoría ya estaban
convencidos de la necesidad de un cambio en el sistema de gobierno. Hamilton
y Madison ofrecieron sus propias respuestas a algunas de las más antiguas
cuestiones planteadas por la teoría política, y como de nuevo apostilla Rossiter789,
puede decirse con absoluta seguridad, que ninguna respuesta más elocuente, más
sumamente cuidada e instructiva se ha dado nunca por una pluma americana a
tales problemas. Como adicionalmente escribe Furtwangler790, “Hamilton and
Madison have here set down their leading ideas about government in America.
Even if they were not heeded when they first appeared, these essays contain the
considered views of two of the architects of the Constitution, who soon became
its leading interpreters. This idea has persisted for two centuries and still holds
sway”. No ha de extrañar que fuera así si se advierte que Alexander Hamilton,
el inspirador de estos comentarios y el autor que, con gran diferencia, mayor
número de artículos escribió, era un retórico natural, en el mejor sentido de la
palabra, esto es, escribía para persuadir, no para hacer un mero alarde de su
frondoso conocimiento, y como se ha dicho791, dominaba con singular maestría
787
Gustavo R. VELASCO: “Prólogo”, en la obra de Hamilton, Madison y Jay, El Federalista, Fondo
de Cultura Económica, 1ª reimpr. de la 2ª ed. española, México, 1974, pp. VII y ss.; en concreto, p. XI.
788
Albert FURTWANGLER: The Authority of Publius (A Reading of the Federalist Papers), Cornell
University Press, Ithaca, New York/London, 1984, p. 17.
789
Clinton ROSSITER: “Introduction”, en The Federalist Papers, op. cit., p. XIV.
790
Albert FURTWANGLER: The Authority of Publius..., op. cit., p. 23.
791
Joyce O. APPLEBY: “Foreword”, en The Revolutionary Writings of Alexander Hamilton, edited
by Richard B. Vernier, Liberty Fund, Indianapolis, Indiana, 2008, pp. VII y ss.; en concreto, p. IX.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 301
792
El artículo LXXVIII puede verse en HAMILTON, MADISON y JAY: El Federalista, op. cit., pp.
330-336. En su versión original, en The Federalist or, the New Constitution, edited by Max BELOFF,
Basil Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948, pp. 395-402.
793
William Michael TREANOR: “Judicial Review Before Marbury”, op. cit., p. 472.
794
Charles F. HOBSON: “The Origins of Judicial Review: A Historian´s Explanation”, en Washington
and Lee Law Review (Wash. & Lee L. Rev.), Vol. 56, 1999, pp. 811 y ss.; en concreto, p. 815.
302 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
será siempre “the least dangerous to the political rights of the constitution”. Se ha
dicho795, que con tal caracterización Hamilton trataba de tranquilizar al pueblo
de Nueva York, y que con ello se situaba en una posición bien distinta a la que
había mantenido John Marshall en la Convención de Virginia sobre el judiciary.
En cualquier caso, la supuesta debilidad del poder judicial federal no equivalía a
su impotencia. 2ª) Esa supuesta fragilidad, como acaba de decirse, tiene mucho
que ver con las funciones del judiciary, que Hamilton delinea de modo magistral
cuando aduce que el poder judicial no influye ni sobre las armas, ni sobre el
tesoro (“the sword or the purse”); no dirige la riqueza ni la fuerza de la sociedad,
y no puede adoptar ninguna resolución activa. “It may truly be said –concluye al
efecto Hamilton– to have neither force nor will796, but merely judgment; and must
ultimately depend upon the aid of the executive arm for the efficacious exercise
even of this faculty”.
IV. La doctrina de Hamilton sobre el llamado voiding power (el núcleo central
del Nº 78), esto es, sobre el deber (que también es poder) judicial de declarar
nulas las leyes inconstitucionales, equivalente a lo que hoy llamamos judicial
review, en el bien entendido de que establecer sin más esta equivalencia no dejaría
de ser un tanto erróneo, aunque no podamos entrar ahora a explicar el porqué
de ello797, parte de la idea de que la Constitución de 1787 era una “Constitución
limitada” (“a limited Constitution”) (sería más lógico hablar de una “Constitución
limitativa”), concepto con el que identifica aquella constitución que contiene
ciertas prohibiciones expresas aplicables a la autoridad legislativa, como por
ejemplo, la de no dictar leyes ex post facto. En tal tipo de constitución la completa
independencia de los tribunales de justicia es particularmente esencial, pues sólo
a través de ellos podrán mantenerse en la práctica los límites constitucionalmente
establecidos, ya que esos mismos tribunales asumirán el deber de declarar nulos
“todos los actos contrarios al significado evidente de la Constitución” (“all acts
contrary to the manifest tenor of the constitution”). Sin ello, aduce no sin razón
Hamilton, todas las reservas que se hagan con respecto a determinados derechos o
privilegios serán letra muerta. La independencia judicial, verdadero tópico general
de Hamilton798, que se conecta con el ejercicio vitalicio del cargo, está pues en la
base del adecuado ejercicio del voiding power. No podemos desde luego soslayar
795
Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op. cit., p. 61.
796
En el texto originario las palabras en cursivas figuran en mayúsculas.
797
Mencionaremos tan sólo ahora, haciéndola nuestra, esta breve pero profunda y acertada reflexión
de Griffin: “The critical point that is missed (cuando se cae en la tentación de establecer una sencilla
equivalencia entre el voiding power y la judicial review) is that Hamilton´s idea of the voiding power
might have certain limiting conditions attached to its exercise that would make it quite remote from
the contemporary institution of judicial review”. Stephen M. GRIFFIN: “The Idea of Judicial Review
in the Marshall Era”, en Marbury versus Madison. Documents and Commentay, Mark A. Graber and
Michael Perhac, Editors, op. cit., pp. 61 y ss.; en concreto, p. 63.
798
“Hamilton´s general topic –escribe Griffin– is judicial independence”. Stephen M. GRIFFIN:
“The Idea...”, op. cit., p. 63.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 303
799
Así, entre otros, Benjamin F. WRIGHT, en The Growth of American Constitutional Law, op. cit.,
p. 25.
304 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
800
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., p. 170.
801
Herbert WECHSLER: “Toward Neutral Principles of Constitutional Law”, en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. 73, 1959-1960, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5.
802
“The four geniuses of American nation-building –Jefferson, Hamilton, Madison, and Marshall–
found their way unerringly to their métiers: Madison, the constitution writer; Jefferson, the creator of
a democratic polity; Marshall, the architect of liberal jurisprudence; and Hamilton, the fiscal wizard.
All had interesting relationships with George Washington, whose great virtues were more personal
and moral than intellectual”. En tales términos se manifiesta Joyce O. APPLEBY, en el “Foreword” a
la obra The Revolutionary Writings of Alexander Hamilton, edited by Richard B. Vernier, Liberty Fund,
Indianapolis (Indiana), 2008, pp. VII y ss.; en concreto, p. X. No han faltado las comparaciones entre
esos constructores de la nación hechas con bastante animadversión crítica frente a Alexander Hamilton,
como es la realizada por Dumas Malone (en su libro Jefferson and His Time), quien para comparar a
Jefferson y Hamilton, escribe: “no other American statesman has personified national power and the
rule of the favored few so well as Hamilton, and no other has glorified self-government and the freedom
of the individual to such a degree as Jefferson”. Cit. por Thomas P. GOVAN: “Alexander Hamilton and
Julius Caesar: A Note on the Use of Historical Evidence”, en The William and Mary Quarterly (Wm. &
Mary Q.), Third Series, Vol. 32, No. 3, July, 1975, pp. 475 y ss.; en concreto, p. 475.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 305
punto de vista sobre el del legislativo, sino como la facultad de derribar las leyes
que claramente vulneren la Constitución. De esta forma, el que será conocido
como principio de legislative deference –“deferring to legislative opinions of
constitutionality in doubtful cases803– estará ya implícito en las formulaciones
sobre el judiciary efectuadas por Hamilton. Ciertamente, podría suceder que los
tribunales, en vez de declarar el significado de la ley (“the sense of the law”), estu-
viesen dispuestos a ejercitar su voluntad en vez de su juicio, de su razonamiento;
la consecuencia de ello, es obvio, sería la misma que la de sustituir la voluntad
del cuerpo legislativo por la suya propia. Pero, como con enorme perspicacia
escribe Hamilton, a fin de neutralizar esta fácil crítica frente al judiciary, si algo
probara esta observación sería que no debería de haber jueces independientes
del cuerpo legislativo.
No debe razonablemente ponerse en duda, que Hamilton se esforzó en
relación al punto aquí abordado, al igual que en otras cuestiones, en tratar de
reproducir las conclusiones maduradas por la propia Convención Federal. Y
como apostilla Corwin804, no parece menos cierto que Hamilton trataba de esta
forma de comunicar a aquellos a quienes se había remitido la Constitución para
su ratificación, los fundamentos sobre los que sus autores y partidarios (“its
framers and supporters”) basaron la defensa de la judicial review805, que en último
término, Hamilton visualiza implícita en la Constitución. Podríamos pues concluir
diciendo, que la doctrina de la judicial review o, quizá con más rigor, del voiding
power, surge inevitablemente de la propia naturaleza de una Constitución escrita
que contempla específicas limitaciones sobre los poderes de gobierno. Hamilton
anticipa así uno de los elementos vertebradores de la argumentación que Marshall
construirá en su Marbury decision. Y de resultas de todo ello, Hamilton avanza la
prueba concluyente de que los Founding Fathers habían hecho suya, aunque fuera
de modo implícito, esta doctrina.
803
Chistopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 77.
804
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 561.
805
No faltan entre la doctrina norteamericana quienes se hallan lejos de compartir tales ideas. El
caso más significado es el de Crosskey, que, como recuerda Dewey, caracterizó The Federalist por su
sofistería (“sophistry”), insinuación (“innuendo”) y casi falsedad (“near-falsehood”), todo ello muy
especialmente en relación a los artículos de Madison. Al margen ya de lo discutidas que han sido entre
la doctrina norteamericana las radicales tesis de Crosskey, éstas, en lo que ahora interesa, tienen como
destinatario primigenio a Madison, no a Hamilton. Donald O. DEWEY: “Crosskey versus Madison...”,
op. cit., p. 437.
806
Como ya se ha dicho, todavía hoy no se conoce con total certeza la identidad de “Brutus”, aunque
se sospecha que los ensayos fueron escritos por Robert Yates. Si se recuerda que Alexander Hamilton
fue un enorme conocedor del mundo clásico, griego y romano, y un gran admirador de Julio César, el
término “Brutus” no estaría exento de significado, viniendo implícitamente a marcar el rechazo radical
del pensamiento del, muy probablemente, el más sólido intelectual de la Convención de Filadelfia, y
declarado defensor del judiciary. Los ensayos números XI al XVI, dedicados principalmente al poder
judicial nacional o federal, se publicaron entre el 31 de enero y el 10 de abril de 1788, fechas que han
306 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
dado pie para que una buena conocedora de esta etapa como es Diamond, considere que los artículos
de “Publius” (seudónimo utilizado por Hamilton) sobre el judiciary constituyen una respuesta a los de
“Brutus”. Cfr. al respecto, Ann Stuart DIAMOND: “The Anti-Federalist <Brutus>”, en Political Science
Reviewer, No. 6, Fall 1976, pp. 249 y ss.; en concreto, p. 269.
807
Ann Stuart DIAMOND: “The Anti-Federalist <Brutus>”, op. cit., p. 270.
808
P. Allan DIONISOPOULOS and Paul PETERSON: “Rediscovering the American Origins of
Judicial Review...”, op. cit., pp. 60-61.
809
Ann Stuart DIAMOND: “The Anti-Federalist <Brutus>”, op. cit., p. 275.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 307
En todo caso, y por lo que ahora más interesa, se reconoce810 por lo general, que
“Brutus unequivocally confirmed that the Constitution would establish such
judicial review”811.
810
Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 970.
811
“Even the critic of judicial review, the Anti-Federalist writer <Brutus>, assumed that the practice
would continue under the Constitution”. En tales términos se pronuncia Mary Sarah BILDER, en
“The Corporate Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 553.
812
“In a very real sense –ha escrito Currie– the First Congress was a sort of continuing constitutional
convention”. David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: Substantive Issues in the First Congress,
1789-1791”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 61, 1994, pp. 775 y ss.; en
concreto, p. 777.
813
Donald O. DEWEY: Marshall Versus Jefferson: The Political Background of Marbury v. Madison,
Alfred A. Knopf, New York, 1970, p. 49.
814
“The passage of the Judiciary Act in September 1789 –escribe al respecto Marcus– constitutes
the earliest evidence we have of a general agreement that, to safeguard national interests, federal
courts must review state court decisions to insure that the states interpret federal law uniformly and
uphold federal rights”. Maeva MARCUS: “The Founding Fathers, Marbury v. Madison–and so what?”,
en Constitutional Justice Under Old Constitutions, edited by Eivind Smith, Kluwer Law International,
The Hague/London/Boston, 1995, pp. 23 y ss.; en concreto, p. 26.
308 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
No es exagerado aventurar, que tal ley iba a constituir un paso más en el pro-
ceso encaminado a la definitiva e inequívoca recepción de la facultad de revisión
judicial de la legislación. La importantísima Sección 25 del texto legal no sólo iba
a suponer “one of the most important nationalizing influences in the formative
period of the Republic”815, sino que en ella se iba a considerar, con toda razón a
nuestro entender, que latía la judicial review, por lo menos de modo implícito.
La Sección 25 contemplaba la jurisdicción de apelación de la Supreme Court,
otorgándole, a través del llamado writ of error, competencia para conocer de
las sentencias de los tribunales superiores de los Estados y, por lo mismo, para
revocarlas o confirmarlas, cuando hubieren invalidado una ley federal o un tratado
o rechazado demandas en las que se cuestionase la validez de una ley estatal o
de cualquier acto adoptado en ejercicio de la autoridad estatal, con fundamento
en su contradicción con la Constitución Federal, con los tratados suscritos por
los Estados Unidos o con las leyes federales. Ello entrañaba hacer de la Supreme
Court el tribunal último de apelación en los casos federales, que hasta ese
momento podían ser juzgados en primera instancia por los tribunales estatales.
La maquinaria judicial federal quedaba de esta forma habilitada para deshacerse
de aquellas leyes estatales que violasen la autoridad federal. Innecesario es decir
que, sin el reconocimiento de tal competencia de la Corte Suprema, cada Estado
habría permanecido como juez último en cuanto al significado de la Norma
suprema, que era justamente lo que reivindicarían unos años después las Virginia
and Kentucky Resolutions (1798).
Cuestión subyacente a la interpretación de la Sección iba a ser, como antes
se ha avanzado, la de si en ella se podía entender recepcionada la judicial review.
La doctrina ha debatido este tema desde antaño. Para un autor tan relevante
como Corwin, la cuestión no admitía la más mínima duda: que la Judiciary
Act –escribiría hace justamente un siglo816– contemplaba, en el pensamiento de
su autor, Oliver Ellsworth, el ejercicio de un poder de revisión por los tribunales
nacionales de las leyes del Congreso es algo que apenas puede ser puesto en tela de
juicio, pero hasta qué punto (“how far”) otros aceptaron este punto de vista de la
cuestión, es algo imposible de conjeturar, y ello porque así de silenciosas sobre el
tema son las actas del debate en el Congreso de la ley. Por las mismas fechas, Beard
se pronunciaba en términos aún más rotundos. A su juicio817, lo que la Sección
25 venía a decir era que la Corte Suprema podía revisar o reafirmar una decisión
de un tribunal estatal considerando inconstitucional una ley federal. Siendo así,
no era irrazonable sostener que quienes habían establecido esa norma pensaban
que la propia Supreme Court podía declarar inconstitucionales leyes del Congreso,
independientemente de las decisiones de los tribunales estatales. Parecería
815
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court of the
United States – A Study in the Federal Judicial System (I)”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.),
Vol. XXXVIII, 1924-1925, pp. 1005 y ss.; en concreto, p. 1008.
816
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 283 y ss.; en concreto, p. 283.
817
Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, op. cit., p. 15.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 309
absurdo entender que una ley del Congreso podía ser anulada por un tribunal
estatal con la aprobación de la Supreme Court, pero no por ésta directamente. Ello,
además, daba pie a Beard para reafirmarse en su idea (ya antes comentada) de
que la mayoría de los miembros de la Convención de Filadelfia se había mostrado
proclive a la judicial review, pues varios de ellos estuvieron en el Primer Congreso
detrás de la aprobación de la Sección 25 de la Judiciary Act. En fin, hace casi tres
cuartos de siglo, Boudin, atinadamente, señalaba818 que la Sección 25 establecía
las bases técnicas para el posterior desarrollo de la doctrina.
En fechas más próximas, aún no siendo un tema absolutamente pacífico entre
la doctrina, un amplio sector de la misma ha venido a entender, que la Sección 25
plasma con toda evidencia que los miembros del Primer Congreso asumieron que
tanto los tribunales estatales como los federales ejercerían “the power to review
statutes on the grounds of constitutionality”819. En contra de este entendimiento
se manifestaría un muy prestigioso autor, el Judge Learned Hand820, para quien la
cláusula de la Sección 25 se dirigía contra los Estados al solo efecto de impedir su
intrusión en los poderes que habían delegado o de evitar que dejaran de obedecer
las limitaciones sobre sus propios poderes que ellos mismos habían aceptado.
Siendo ello así, tal cláusula no podía ser extendida hasta convertirse en una
autoridad general para pronunciarse sobre cualesquiera otros casos de conflicto
legislativo con la Constitución; antes al contrario, Hand recurre a la máxima
expressio unius, exclusio alterius, concluyendo que tal cláusula lo que indicaría
es justamente la inexistencia de esa autoridad.
El devenir histórico de la Sección 25 no dejó de atravesar momentos delicados,
impugnándose su constitucionalidad ante la Corte Suprema e intentándose en el
Congreso su abrogación. Warren, el mejor historiador de la Supreme Court, los
ha estudiado con todo detalle821, y sin poder entrar en ellos ahora, sí queremos
recordar que el propio Chief Justice Marshall se mostró en ciertos momentos muy
preocupado por el futuro de esta Sección, objeto periódico de duros ataques por
los partidarios a ultranza de los derechos de los Estados. Y así, en una carta escrita
a su amigo Joseph Story, fechada el 15 de octubre de 1830, Marshall profetizaba
la abrogación de la Sección o, en su caso, la revocación (ignoramos por quién)
de la sentencia dictada por la propia Corte en el caso Craig v. Missouri, decidido
el 12 de marzo de 1830 por una votación de 4 votos frente a 3, decisión en la que
Marshall, expresando la opinión mayoritaria, reafirmó la constitucionalidad de
818
Louis B. BOUDIN: “Majority Rule and Constitutional Limitations”, en Lawyers Guild Review
(Law. Guild Rev.), Vol. 4, 1944, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 6.
819
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 27.
820
Learned HAND: The Bill of Rights (The Oliver Wendell Holmes Lectures, 1958), Harvard
University Press, Cambridge (Mass.), 1958, pp. 5-6.
821
Cfr. al respecto, Charles WARREN: “Legislative and Judicial Attacks on the Supreme Court of
the United States–A History of the Twenty-fifth Section of the Judiciary Act”, en American Law Review
(Am. L. Rev.), Vol. 47, January/February, 1913, pp. 1 y ss. (Part I) y March/April, 1913, pp. 161 y ss.
(Part II).
310 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
la Sección 25822 (que había sido cuestionada). Que los temores del Chief Justice
estaban justificados lo demostraba el hecho de que en diciembre de 1830, en la
siguiente sesión del Congreso, era presentado un proyecto de ley para abrogar
tal Sección, finalmente derrotado, en gran medida por el rotundo informe
presentado por el chairman (presidente) de la Cámara de Representantes, James
Buchanan, que rechazaba la abrogación de la Sección 25 con sólidos fundamentos
constitucionales.823
822
Ya en el caso Martin v. Hunter´s Lessee, decidido por unanimidad (ausente John Marshall) el 20
de marzo de 1816, expresando la opinión de la Corte el Justice Joseph Story, la Supreme Court confirmó
la constitucionalidad de la Sección 25. La relevancia de las sentencias relativas a la constitucionalidad
de la Sección 25 ha sido generalmente destacada. Por poner un ejemplo, a juicio de Newmyer, “the
Court´s decisions justifying judicial review under Section 25 deserve a place in the Pantheon right next
to Marbury”. R. Kent NEWMYER: “Chief Justice Marshall in the Context of His Time”, en Washington
and Lee Law Review (Wash. & Lee L. Rev.), Vol. 56, 1999, pp. 841 y ss.; en concreto, p. 847.
823
Cfr. al respecto, Charles WARREN: “Legislative and Judicial Attacks on the Supreme Court...”,
Part I, op. cit., pp. 163-164.
824
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 28.
825
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, p. 1115.
826
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 29.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 311
el caso Van Horne´s Lessee v. Dorrance, en el que un tribunal de circuito del que
formaba parte el Juez William Paterson, de la Supreme Court, consideró que una
ley aprobada por la Legislatura de Pennsylvania era contraria a las obligaciones
constitucionales dimanantes de la contract clause. Y en cuanto al Tribunal Supre-
mo, de modo generalizado se admite el Hayburn´s case (1792) como un temprano
precedente de ejercicio de la judicial review.
Al margen ya de la aplicación judicial de la doctrina que nos ocupa, hay otro
dato relevante que ilustra acerca de la generalizada recepción de la teoría de la
judicial review. La sesgada y partidista aplicación por algunos tribunales federales
de las Alien and Sedition Acts de 1798 desencadenó una muy brusca reacción en
algunos Estados, muy particularmente en Virginia y Kentucky. Fruto de la misma
fue la aprobación casi sucesiva de las conocidas como Virginia and Kentucky Reso-
lutions (1798), redactadas por Madison y Jefferson, respectivamente, y concebidas,
entre otros propósitos, con la finalidad de llegar a una ruptura frontal frente a la
que los defensores de los derechos de los Estados comenzaron a visualizar como
la sanción añadida dada a la autoridad nacional por las decisiones judiciales. A
partir de dos principios básicos: que la Constitución era un pacto entre Estados
soberanos y que, dentro de cada Estado, el órgano de la soberanía era su Legisla-
tura, se iba a extraer la conclusión de que la última palabra en la interpretación
de la Constitución nacional debía residir en las Legislaturas estatales.
Virginia y Kentucky enviaron sus Resoluciones a los Estados septentrionales
con el ánimo de que éstos pudieran respaldarlas. Sin embargo, la realidad fue
muy distinta, por cuanto siete de ellos rechazaron que las Legislaturas estatales
pudiesen disponer de la facultad de interpretar y, llegado el caso, anular el federal
law con fundamento en su inconstitucionalidad. Particularmente rotunda sería
la réplica de la Legislatura de Massachusetts a la de Virginia: “The Constitution,
(by this doctrine) would be reduced to a mere cypher , to the form and pageantry
of authority, without the energy of power”827. La respuesta era inequívoca: sin la
energía del poder, que –se añadía– sólo podía venía dada por la autoridad judicial,
la Constitución quedaría reducida a un cero a la izquierda. Esta reacción es revela-
dora de que un buen número de Estados había asumido plenamente en esta etapa
final del siglo, que era el federal judiciary quien debía asumir la importantísima
tarea de interpretar y salvaguardar la Constitución, a cuyo efecto el instrumento
idóneo era el de la judicial review.
827
Apud William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution..., op. cit., Vol. II, p. 1037.
312 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
828
En tal sentido, entre otros muchos autores, Mary Sarah BILDER: “The Corporate Origins of
Judicial Review”, op. cit., p. 558, y William Michael TREANOR: “Judicial Review Before Marbury”,
op. cit., p. 473.
829
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the
United States, England and France), Oxford University Press, seventh edition, New York/Oxford, 1998,
p. 339.
830
Charles WARREN: “Earliest Cases of Judicial Review of State Legislation by Federal Courts”,
en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol. XXXII, 1922-1923, pp. 15 y ss.; en concreto, p. 15.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 313
ción era perfectamente válida tanto para las leyes estatales como para las federales,
viniendo a construir una teoría del poder judicial en su relación con la autoridad
legislativa que su colega en la Supreme Court James Wilson había planteado
unos años antes en sus clases de Derecho831. En su elaborada intervención ante
el jurado, entre otras cosas, Paterson afirmaba: “I take it to be a clear position,
that if a legislative act oppugns a constitutional principle, the former must give
way and be rejected on the score of repugnance. I hold it to be a position equally
clear and sound, that in such case, it will be the duty of the court to adhere to the
constitution, and to declare the act null and void. The constitution is the basis
of legislative authority. It lies at the foundation of all law and is a rule and com-
mission by which both legislators and judges are to proceed. It is an important
principle, which in the discussion of questions of the present kind ought never
to be lost sight of, that the judiciary in this country is not a subordinate but a
co-ordinate branch of the government”832.
También el United States Circuit Court de Rhode Island, en 1792, iba a decidir
que una ley de ese Estado era nula, de resultas de la consideración de que la misma
dañaba las obligaciones dimanantes de los contratos. El propio tribunal se había
tenido que enfrentar en distintos casos resueltos entre 1791 y 1792 a la cuestión
de la validez de las llamadas leyes de curso legal (“legal-tender laws”). Y lo más
sorprendente de todo, como dice Warren833, es que tan reiterados ejercicios de la
judicial review no fueron cuestionados en el propio Estado, cuando en el mismo,
tan sólo unos años antes (en 1786) se había intentado destituir a los jueces de
un tribunal estatal por el sólo hecho de considerar inconstitucional una ley del
Estado, en un caso bien famoso en la época como fue el ya comentado Trevett v.
Weeden.
831
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe. The Origins of Judicial Review in America,
Greenwood Press, New York/Westport (Connecticut)/London, 1989, p. 288.
832
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes
Unconstitutional”, en Political Science Quarterly, Vol. 5, No. 2, June 1890, pp. 224 y ss.; en concreto,
p. 245.
833
Charles WARREN: “Earliest Cases of Judicial Review of State Legislation...”, op. cit., pp. 15-16.
834
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review...”, op. cit., p. 5.
314 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
835
Apud William E. NELSON: Marbury v. Madison. The Origins and Legacy of Judicial Review, op.
cit., p. 76.
836
William E. NELSON: Marbury v. Madison..., op. cit., p. 76.
837
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 315
838
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 34.
839
De conformidad con tal norma constitucional: “”No Capitation, or other direct, tax shall be
laid, unless in Proportion to the Census or Enumeration herein before directed to be taken”.
840
Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, op. cit., p. 33.
316 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
841
Davison M. DOUGLAS: “The Rhetorical Uses of Marbury v. Madison: The Emergence of a <Great
Case>”, op. cit., p. 380.
842
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22.
843
Destaquemos la consideración de Currie, para quien, “the most important constitutional holding
of Ware v. Hylton was that the federal courts had the power to determine the constitutionality of state
laws”. David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, en The University of
Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 48, 1981, pp. 819 y ss.; en concreto, p. 863.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 317
844
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 283 y ss.; en concreto, p. 307.
845
Chase trató de buscar el significado de la expresión tanto en la autoridad dogmática de Blackstone
como en el usus loquendi de las constituciones estatales y también en la Constitución federal. Chase
llegó a la conclusión de que la prohibición constitucional no se extendía a cualquier legislación
retroactiva, sino tan sólo a aquellas leyes que convirtieren lo que eran actos autorizados cuando se
realizaron en actos criminales, o que agravaren la pena de actos ya realizados. Cfr. al efecto, Edward
S. CORWIN: “The Basic Doctrine of American Constitutional Law”, en Michigan Law Review (Mich.
L. Rev.), Vol. XII, No. 4, February 1914, pp. 247 y ss.; en concreto, pp. 248-249.
846
“The restraint against making any ex post facto laws –razonaba el Justice Chase– was not
considered by the Framers of the Constitution, as extending to prohibit the depriving a citizen even
of a vested right to property; or the provision <that private property should not be taken for public
use, without just compensation>, was unnecessary”. Las opinions de Chase, Paterson, Iredell y Cush-
ing pueden verse en la obra The Founders´ Constitution, edited by Philip B. KURLAND and Ralph
LERNER, op. cit., Vol. III, pp. 402 y ss.
318 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
847
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., pp. 1172-1173.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 319
II. Cuanto hasta aquí se ha expuesto creemos que deja claro, que la judicial
review se hallaba bastante asentada con anterioridad a la Marbury opinion,
remontándose incluso a la época colonial, aunque ciertamente sea tras la
Revolución cuando se explicite más claramente. En el ámbito de los tribunales,
incluso de la Corte Suprema, era una doctrina conocida y, por lo general, aceptada
848
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, en The University of
Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 48, 1981, pp. 819 y ss.; en concreto, p. 874.
849
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, op. cit., p. 308.
850
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 339. Marcus hace suya tal consideración
al entender que éste es el primer ejemplo de declaración por la Supreme Court de la inconstituciona-
lidad de una ley. El problema, puntualiza a renglón seguido, es que la Corte no proporcionó ningún
fundamento para su decisión. Maeva MARCUS: “The Founding Fathers, Marbury v. Madison – and
so What?”, op. cit., p. 37.
851
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, op. cit., pp.
628-629.
320 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
852
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age, op. cit., p. 173.
853
“Accepting the well-established and long-practiced idea of limited legislative authority, –escribe
Bilder– American constitutional law recommitted itself to a practice over four centuries old”. Mary
Sarah BILDER: “The Corporate Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 560.
854
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22.
855
Felix FRANKFURTER: “John Marshall and the Judicial Function”, en Harvard Law Review
(Harv. L. Rev.), Vol. 69, 1955-1956, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 221.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 321
856
Ibidem, p. 222.
857
Richard H. FALLON, Jr.: “Marbury and the Constitutional Mind: A Bicentennial Essay on the
Wages of Doctrinal Tension”, en California Law Review (Cal. L. Rev.), Vol. 91, No. 1, January 2003,
pp. 1 y ss.; en concreto, pp. 4 y 5.
858
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 344.
859
James M. O´FALLON: “Marbury”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 44, 1991-1992,
pp. 219 y ss.; en concreto, p. 259.
322 LOS ORÍGENES DE LA JUDICIAL REVIEW
that its meaning often varies with the light and the viewer”860. Como una guía para
la judicial review, la opinion no dejó de ser engañosa, pues si inicialmente pudo
transmitir la impresión de que lo que con ella quería Marshall era limitar el poder
del Congreso861, pues al fin y al cabo su sentencia anuló una ley federal, el paso del
tiempo aclararía que, lejos de ello, lo que Marshall pretendía en realidad era, ante
todo, fortalecer el rol institucional de la Supreme Court en el marco del sistema
constitucional para, a partir de ahí, operativizar la función de la judicial review
frente a las legislaturas y tribunales estatales862, con la vista puesta, en último
término, en lograr el fortalecimiento del poder federal. Ello no debe extrañar
por cuanto, como señalara McCloskey863, el incremento del poder judicial y la
conformación de la Constitución como “a charter for nationalism” fueron los
dos temas interconectados que subyacían en todas las decisiones de Marshall. La
función de revisión judicial no era por lo tanto sino un instrumento orientado a
la consecución de un fin de muy altos vuelos.
II. La importancia del caso Marbury v. Madison como una decisión constitu-
cional ha relativizado el interés en profundizar sobre sus otras consecuencias.
Una de ellas, de la mayor trascendencia, es el hecho de que la sentencia estableció
también la facultad de revisar la legalidad de las acciones del ejecutivo. Con
carácter previo a la proclamación de la competencia judicial para anular una
ley del Congreso, la Corte sostuvo la autoridad judicial para hacer cumplir los
específicos deberes legales de los funcionarios administrativos. La relevancia
de este aporte adicional es evidente. Si la doctrina de la separación de poderes
hubiera sido entendida desde los inicios de la vida constitucional norteamericana
en el sentido de excluir cualquier control judicial de la actuación administrativa,
el diseño constitucional se habría visto seriamente trastocado desde el principio.
Además, como ha señalado Monaghan864, una concepción de la Administración
pública libre de supervisión judicial (“free from judicial oversight”) habría dañado
el axioma político fundamental del gobierno limitado, socavando de esta forma
por anticipado un apoyo fundamental (“a principal buttress”) para la legitimidad
860
R. Kent NEWMYER: “Chief Justice Marshall in the Context of His Time”, en Washington and
Lee Law Review (Wash. & Lee L. Rev.), Vol. 56, 1999, pp. 841 y ss.; en concreto, p. 846.
861
No cabe, desde luego, devaluar la trascendencia de la doctrina de Marshall en el marco de las
relaciones constitucionales entre “the Judicial and the Legislative Branches of the Government”, pues
al excluir la facultad del Congreso de interpretar la Constitución, evitó la existencia de dos intérpretes
independientes de la misma; en tal caso, como escribiera Burton, el caos hubiera estado a la vuelta de
la esquina (“chaos was around the corner”). Harold H. BURTON: “The Cornerstone of Constitutional
Law...”, op. cit., p. 881.
862
“Looking at judicial review in action during his judicial tenure, –escribe Newmyer– it becomes
immediately clear that, as a working concept, it was aimed primarily at state legislatures and at state
judicial decisions upholding state legislation”. R. Kent NEWMYER, en “Chief Justice Marshall in the
Context of His Time”, op. cit. p. 846.
863
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, The University of Chicago Press, 2nd
edition (revised by Sanford Levinson), Chicago, 1994, p. 37.
864
Henry P. MONAGHAN: “Marbury and the Administrative State”, en Columbia Law Review
(Colum. L. Rev.), Vol. 83, No. 1, January 1983, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 1.
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II. LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL
COURT (1790-1801) *
SUMARIO
1. Algunas reflexiones sobre el diseño normativo del poder judicial: A) El Artículo III de la
Constitución: a) El Judiciary, ¿the least dangerous branch? “Publius” versus “Brutus”. b) El
carácter vitalicio de los jueces federales. c) El Judiciary como titular del “judicial power”.
B) La Judiciary Act de 1789–. 2. La pre-Marshall Court. Su composición y sus vicisitudes.– 3.
La tradición del common law y el pronunciamiento a través de las seriatim opinions en los
primeros años de la Corte Suprema.– 4. Los primeros casos relevantes de la Supreme Court
en la etapa anterior a Marshall y la doctrina en ellos subyacente de la judicial review.– 5.
Los tribunales estatales y su ejercicio de la judicial review en el cuarto de siglo posterior a
la Revolución (1776-1801).– 6. Algunas consideraciones finales.– 7. Bibliografía manejada.
2
“Whoever –escribe Hamilton en el artículo nº 78 de los Federalist Papers– attentively considers
the different departments of power must perceive, that in a government in which they are separated
from each other, the judiciary, from the nature of its functions, will always be the least dangerous to
the political rights of the constitution”. Apud The Founders´ Constitution, edited by Philip B. KURLAND
and Ralph LERNER, volume four, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1987, p.
142.
3
Entre el 18 de octubre de 1787 y el 10 de abril de 1788, bajo el seudónimo de “Brutus”, se publi-
caban en el New York Journal un total de 18 ensayos, como parte del debate sobre la ratificación de la
Constitución federal por ese Estado. Aún hoy, no se conoce con total certeza la identidad de “Brutus”,
aunque se sospecha que los ensayos fueron escritos por Robert Yates. El seudónimo puede explicarse
por la supuesta finalidad de los mismos de prevenir que la nueva Constitución posibilitase el cambio
de una república libre a un régimen despótico quizá encabezado por un César. Si se recuerda que
Alexander Hamilton fue un enorme conocedor del pensamiento del mundo clásico, griego y romano,
y un gran admirador de Julio César, el término “Brutus” vendría implícitamente a marcar el rechazo
radical del pensamiento de uno de los más sólidos intelectuales de la Convención Constituyente de
Filadelfia, declarado defensor del Judiciary. Muy significativamente, los ensayos números XI al XVI,
dedicados principalmente a la discusión sobre el poder judicial nacional o federal, fueron publicados
entre el 31 de enero y el 10 de abril de 1788, fechas que una buena conocedora de esta etapa como
es Diamond, considera lo suficientemente significativas como para entender que los artículos de
“Publius”, seudónimo utilizado por Hamilton, sobre el Judiciary en “El Federalista”, son claramente
una respuesta a “Brutus”. Cfr. al efecto, Ann Stuart DIAMOND: “The Anti-Federalist <Brutus>”, en
Political Science Reviewer, No. 6, Fall 1976, pp. 249 y ss.; en concreto, p. 269.
4
Los 85 ensayos integrantes de los Federalist Papers pueden verse en HAMILTON, MADISON y
JAY: El Federalista, Fondo de Cultura Económica, 1ª reimpr. de la 2ª ed. española, México, 1974. El
artículo nº 78 en pp. 330 y ss.
5
Ann Stuart DIAMOND: “The Anti-Federalist <Brutus>”, op. cit., p. 277.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 339
confederation, part of the law of the land, and are not only independent of the will
and power of such legislatures, but also binding and obligatory upon them”10. Bien
es verdad que, como acaba de verse, la cláusula aprobada en marzo tenía como
referente a los tratados, pero la referencia a ese “law of the land” ya anticipaba
que otras normas, primariamente la Constitución, habrían de incorporarse a ese
bloque normativo. Este planteamiento dejaba subyacente la cuestión del órgano
u órganos que habrían de reaccionar jurídicamente cuando las normas dotadas
de esa primacía fueran vulneradas por normas inferiores.
Hubiera resultado perfectamente coherente con el anterior planteamiento
que la Convención Constitucional abordara la cuestión, lo que era tanto como
decir que tratara el tema de la judicial review, pero lo cierto, vaya esta precisión
por delante, es que en la misma no hubo una discusión general sobre la judicial
review. Ello no obstante, no faltaron diferentes apreciaciones o comentarios en
torno a tan trascendente cuestión, habiéndose constatado11, que la judicial review
llegó a ser un tópico para la discusión en la Convención sólo después de que
una propuesta para adoptar un Council of revision hubiese sido considerada. El
mencionado Consejo habría estado integrado por el Presidente y por miembros del
Judiciary, ejerciendo un poder de veto frente a las leyes cuando ello se entendiere
apropiado, y hay que presuponer que se consideraría como tal cuando la ley se
opusiese a la Constitución. El Council of revision fue rechazado, dando paso, por
cierto, a la potestad de veto presidencial, principalmente porque los delegados
a la Convención lo percibieron como una violación del principio constitucional
de la separación de poderes, pero también porque varios delegados esgrimieron
que la específica inclusión del Judiciary en ese Council era innecesaria, en cuanto
que, como jueces, dispondrían de la facultad de llevar a cabo un control sobre la
legislación (“a check on legislation”) a fin de pronunciarse sobre su constitucio-
nalidad. Recuerda Corwin12 a este respecto, que cuando el 4 de junio se debatió
esta proposición del Council of revision, varios relevantes delegados, como Gerry
de Massachusetts, Wilson de Pennsylvania, Mason de Virginia y Luther Martin de
Maryland, sostuvieron en diferentes momentos la facultad de la Corte Suprema de
pronunciarse, al hilo de un litigio del que conociera, sobre la constitucionalidad
de la legislación del Congreso. En cualquier caso, la discusión constituyente sobre
la judicial review fue reducida, muy puntual. Tampoco debe extrañar que así fuera
por cuanto el ejercicio de esta función por los tribunales podía considerarse en
cierto modo habitual mucho antes de la Convención de Filadelfia. Por poner un
ejemplo, en la mencionada sesión del 4 de junio, Gerry, –que como Gobernador
de Massachusetts daría su nombre a la viciosa práctica de manipulación de
las circunscripciones electorales: Gerrymandering– en refencia al principio de
10
Apud Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, University Press of
Kansas, Lawrence (Kansas), 1989, p. 61.
11
P. Allan DIONISOPOULOS and Paul PETERSON: “Rediscovering the American Origins of
Judicial Review: A Rebuttal to the Views Stated by Currie and Others Scholars”, en John Marshall
Law Review (J. Marshall L. Rev.), Vol. 18, 1984-1985, pp. 49 y ss.; en concreto, pp. 56-57.
12
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan
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FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 341
13
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14
Ralph L. KETCHAM: “James Madison and Judicial Review”, en Syracuse Law Review (Syracuse
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15
En octubre de 1788, en una carta dirigida a John Brown, de Kentucky, ya parece estar modulando
su posición al respecto. Estas son algunas de las reflexiones vertidas por su pluma: “In the state
constitutions, and indeed in the federal one also, no provision is made for the case of a disagreement
in expounding them; and as the courts are generally the last in making the decision it results to them,
by refusing or not refusing to execute a law, to stamp it with its final character. This makes the judicial
department paramount in fact to the legislature, which was never intended and can never be proper”.
Apud Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, op. cit.,
p. 621.
16
Charles Evans HUGHES: La Suprema Corte de los Estados Unidos, 2ª ed. en español, Fondo de
Cultura Económica, México, 1971, p. 95.
17
Rober Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 25.
342 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
A todo ello era inexcusable añadir un hecho palmario, del que dejaba cons-
tancia Gerry en su intervención en la Convención: diferentes tribunales estatales,
en New Jersey, Virginia, New York, Massachusetts y North Carolina, entre varios
otros Estados, habían controlado leyes de sus Legislaturas. En este contexto, no
debe extrañar que Charles Warren, el gran historiador de la Supreme Court, tras
rastrear la primera historia del judiciary, observara que aunque las actitudes de
los estadistas del Sur y de los antifederalistas pudieran cambiar ulteriormente, en
los inicios fue claro su apoyo a la judicial review18. Más aún, el mismo Jefferson,
en posición antitética a la que adoptaría frente a la Marshall Court, en una carta
dirigida a Madison en marzo de 1789, parecía apoyar la atribución a los jueces
de la facultad de la judicial review19, algo que podría venir corroborado por otra
carta de Jefferson al propio Madison, escrita esta vez desde París en noviembre
de 1788, en la que alababa los escritos recogidos en los Federalist Papers, –en
los que, no lo olvidemos, Hamilton hacía una decidida defensa de la facultad
judicial de la judicial review– calificándolos como “the best commentary on the
principles of government which ever was written”20. En cualquier caso, no puede
ignorarse que una cosa era admitir en abstracto la facultad de la revisión judicial
de la constitucionalidad de las leyes, y otra bien diferente la de si los tribunales
federales en general y la Corte Suprema en particular podían fiscalizar leyes
estatales. Y entre estos posicionamientos proclives a la judicial review de relevantes
antifederalistas, el que aún resulta mucho más sorprendente, casi increíble, es el de
Spencer Roane, quizá el enemigo por excelencia de John Marshall, presidente del
Supremo Tribunal del Estado de Virginia, amigo íntimo de Jefferson y frustrado
aspirante a la Supreme Court´s Chief Justiceship, además de feroz hipercrítico con
la labor de Marshall como presidente de la Corte, incluyendo el posicionamiento
de ésta en torno a la judicial review. En un caso desarrollado ante su tribunal
en 1793, Roane defendía con ardor no ya la facultad, sino el deber de ejercer la
función de la judicial review21, con lo que su posterior crítica a Marshall se revela
como un enorme ejercicio de cinismo.
18
De ello se hacen eco P. Allan DIONISOPOULOS y Paul PETERSON: “Rediscovering the American
Origins of Judicial Review...”, op. cit., p. 61.
19
En una carta escrita a Madison en marzo de 1789, en relación a la discusión abierta en torno a
la incorporación a la Constitución de un Bill of Rights, Jefferson efectuaba las siguientes reflexiones:
“In the arguments in favor of a declaration of rights, you omit one which has great weight with me, the
legal check which it puts into the hands of the judiciary. This is a body, which if rendered independent,
and keep strictly to their own department merits great confidence for their learning and integrity”.
Apud P. Allan DIONISOPOULOS and Paul PETERSON: “Rediscovering the American Origins...”, op.
cit., pp. 59-60.
20
Alexander Hamilton and the Founding of the Nation, edited by Richard B. MORRIS, Harper
Torchbooks, Harper & Row, Publishers, New York/Evanston/London, 1969 (first published in 1957
by The Dial Press, New York), p. 160.
21
Estas son algunas de las reflexiones del Justice Spencer Roane: “It is the province of the Judiciary
to expound the laws (...). The Judiciary may clearly say that a subsequent statute had not changed a
former for want of sufficient words, though it was perhaps intended it should do so; it may say, too,
that an Act of Assembly has not changed the Constitution, though its words are expressly to that
effect, because a Legislature must have both the power and the will (...) to change the law (...)”.
“In expounding laws –continua razonando Spencer Roane– the Judiciary considers every law
which relates to the subject. Would you have them shut their eyes against that law which is of the
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 343
highest authority of any, or against a part of that law which either by its words or by its spirit denies
to any but the people the power to change it? In fact, it may almost be said that this function of the
Court is a judicial duty rather than a power – a duty to apply the law, in litigated cases which come
before the Court for decision. In such a case, if one party relies on an Act of Congress and the other
party contends that the Act of Congress violates the Constitution, the Court has to decide which law
governs”. Apud Charles WARREN: Congress, the Constitution and the Supreme Court, Johnson Reprint
Corporation, New York and London, 1968 (the edition was originally published in 1925 by Little,
Brown, and Company), p. 58.
22
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 42.
23
Walton H. HAMILTON: “The Constitution–Apropos of Crosskey”, en The University of Chicago
Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 21, 1953-1954, pp. 79 y ss.; en concreto, p. 80.
24
Por poner un ejemplo, en el periódico de Boston Independent Chronicle, en su edición del 5 de
marzo de 1789, no obstante hallarse ya ratificada la Constitución, pero con vistas a la elaboración de la
Judiciary Act y, en su caso, a la aprobación de las Enmiendas conteniendo la declaración de derechos,
se identificaban como partes necesitadas de mejoras esenciales (“essential improvements”), “a bill of
rights, and new and additional checks in the Judiciary department”. Apud Maeva MARCUS and Natalie
WEXLER: “The Judiciary Act of 1789: Political Compromise or Constitutional Interpretation?”, en
Origins of the Federal Judiciary. Essays on the Judiciary Act of 1789, edited by Maeva MARCUS, Oxford
University Press, New York/Oxford, 1992, pp. 13 y ss.; en concreto, p. 27.
25
El proceso culminaba el 21 de junio de 1788, cuando la Convención de New Hampshire, por
57 votos frente a 46, decidía aprobar la Constitución nacional, cumpliéndose así el requisito consti-
tucionalmente exigido de que, al menos las Convenciones de nueve Estados, ratificasen el texto.
26
Darren STALOFF: Hamilton, Adams, Jefferson. The Politics of Enlightenment and the American
Founding, Hill and Wang, New York, 2005, p. 46.
344 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
27
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States,
The University of Chicago Press, volume II, 2nd impression, Chicago, 1955, pp. 1026-1028.
28
Ibidem, p. 1027.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 345
(“null and void”) los actos legislativos aprobados con violación de la Constitución
y de los tratados. Tras considerar que “la independencia completa de los tribunales
de justicia es particularmente esencial en una Constitución limitada”, entendiendo
por tal “la que contiene ciertas prohibiciones expresas aplicables a la autoridad
legislativa”, Hamilton se ocupará del “derecho de los tribunales a declarar nulos
los actos de la legislatura, con fundamento en que son contrarios a la Constitu-
ción”, admitiendo que tal facultad “ha suscitado ciertas dudas como resultado
de la idea errónea de que la doctrina que la sostiene implicaría la superioridad
del poder judicial frente al legislativo”, objeción frente a la que replicará que “no
hay proposición que se apoye sobre principios más claros que la que afirma que
todo acto de una autoridad delegada, contrario a los términos del mandato con
arreglo al cual se ejerce, es nulo. Por lo tanto, ningún acto legislativo contrario a la
Constitución puede ser válido. Negar esto equivaldría a afirmar que el mandatario
es superior al mandante, que el servidor es más que su amo, que los representantes
del pueblo son superiores al pueblo mismo y que los hombres que obran en virtud
de determinados poderes pueden hacer no sólo lo que éstos no permiten, sino
incluso lo que prohíben”.
Los argumentos de Hamilton en favor de la supremacía de la Constitución y
del derecho de los tribunales a declarar nulos los actos legislativos dictados en
violación de la Constitución, como antes dijimos, pueden visualizarse desde la
óptica de una contrarréplica a los poco antes expuestos por “Brutus” y demás
escritores antifederalistas, pero visualizarlos única y exclusivamente desde esa
vertiente tan coyuntural no creemos que fuera del todo exacto, pues no puede
olvidarse que la voz potente y docta de Hamilton en favor de la judicial review
ya había sido levantada en un momento tan temprano como en 1784, cuando él
intervino como abogado de la defensa en el caso de Rutgers v. Waddington, del
que nos ocuparemos más adelante, sin olvidar que en un speech pronunciado
en marzo de 1787 en la New York Assembly, demostrando su conocimiento
del mundo clásico, recurría al precedente de Cicerón en apoyo de su posición
favorable a la judicial review29.
El Art. III dejó abiertas, entre otras varias trascendentales cuestiones, las
atinentes al número y tipo de los tribunales federales inferiores, y al número de
integrantes de la Corte Suprema. Sin embargo, precisó un aspecto de la mayor
relevancia en relación al estatuto jurídico de los jueces federales: el carácter
29
“Cicero, –afirmaba Hamilton ante la Asamblea newyorkina– the great Roman orator and lawyer,
lays it down as a rule that when to laws clash, that which relates to the most important matters ought
to be preferred. If this rule prevails, who can doubt what would be the conduct of the judges (...)?”.
Apud Alexander Hamilton and the Founding of the Nation, edited by Richard B. MORRIS, op. cit.,
p. 218.
346 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
30
Gerhard CASPER; “The Judiciary Act of 1789 and Judicial Independence”, en Origins of the
Federal Judiciary. Essays on the Judiciary Act of 1789, edited by Maeva Marcus, Oxford University
Press, New York/Oxford, 1992, pp. 281 y ss.; en concreto, p. 285.
31
Ibidem, p. 290.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 347
motivo de las leyes de los Estados Unidos, promulgadas por éstos en ejercicio de
sus facultades justas y constitucionales de legislación, pues ello descansa en la
consideración obvia de que debe existir siempre un medio constitucional de otorgar
eficacia a las disposiciones constitucionales, pues, –se interroga Hamilton– ¿de qué
servirían, por ejemplo, las restricciones a las facultades de las legislaturas locales,
si no existe algún procedimiento constitucional para exigir su observancia? En el
mismo artículo LXXX, trataría de delimitar más adelante lo que había de entenderse
por “controversias que surjan con motivo de la Constitución”, por oposición a las
que “surjan con motivo de las leyes de los Estados Unidos”. Hamilton conecta la
diferencia entre uno y otro tipo de controversias a las restricciones impuestas a las
facultades de las legislaturas locales, poniendo un ejemplo, el de que las legislaturas
estatales no deben emitir papel moneda, prohibición que deriva de la Constitución y
que nada tiene que ver con las leyes de los Estados Unidos. Consecuentemente, si a
pesar de esa interdicción, una legislatura emitiese papel moneda, las controversias
a que ello daría lugar serían casos que surgirían de la Constitución y no de las
leyes de los Estados Unidos. No han faltado interpretaciones, como la de Corwin
hace más de un siglo34, que verían en esta cláusula el otorgamiento al gobierno
federal de un veto (“the bestowal upon the federal government of a veto”) para ser
discretamente (“unobtrusively”) ejercido a través del departamento judicial, sobre
ciertas categorías de legislación estatal, interpretación que, no obstante provenir de
un autor de la talla del Profesor de la Princeton University, nos parece notablemente
desafortunada.
Una dilatada jurisprudencia de la Corte ha delimitado la competencia judicial
con singular nitidez35, entendiendo a grandes rasgos que el conocimiento de “casos
y controversias” ha de ser interpretado como excluyente de la consideración por
los tribunales federales de cualquier caso que no cumpla estos cuatro requisitos:
1º) el caso debe incluir partes contrarias; 2º) las partes deben tener un interés
jurídico sustancial; 3º) la controversia tiene, por fuerza, que surgir de una serie
de hechos reales, y 4º) el fallo implica una decisión compulsiva sobre los derechos
de las partes36.
37
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford,
1993, p. 24.
38
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, en The University of
Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 48, 1981, pp. 819 y ss.; en concreto, p. 828.
39
“We have considered –razonan los Jueces– the previous question.... (regarding) the lines of
separation drawn by the Constitution between the three departments of the government. These being
in certain respects checks upon each other, and our being judges of a court in the last resort, are
considerations which afford strong arguments against the propriety of our extrajudicially deciding
the questions alluded to, especially as the power given by the Constitution to the President, of calling
on the heads of departments for opinions, seems to have been purposely as well as expressly united
to the executive departments”. Apud David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court”, op.
cit., p. 829.
40
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 20.
41
Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court of the United States”, en The
University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 7, 1939-1940, pp. 631 y ss.; en concreto,
p. 646.
350 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
42
Oliver P. FIELD: “The Advisory Opinion–An Analysis”, en Indiana Law Journal (Ind. L. J.), Vol.
24, 1948-1949, pp. 203 y ss.; en concreto, p. 203.
43
“From the beginning of our constitutional history –escribe Field– some agency has been
exercising the power to tell legislative bodies that they were or were not acting within their power.
For a time it was an external agency, the Privy Council. Later the state and national courts took over
the task”. Oliver P. FIELD: “The Advisory Opinion–An Analysis”, op. cit., p. 203.
44
El Chief Justice John Jay y el Associate Justice William Cushing en el Circuit Court for the district
of New York; los Justices James Wilson y John Blair, en el Circuit Court for Pennsylvania, y el Justice
James Iredell, en el Circuit Court of the North Carolina.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 351
en lo que ahora importa. En efecto, el 4 de abril de 1790, esto es, dos años antes
del Hayburn´s case, argumentaba que era “of the last importance to a free people
that they who are vested with Executive, Legislative and Judicial power should
rest satisfied with their respective portions of power and neither encroach on the
provinces of each other, nor suffer themselves nor the others to intermeddle with
the rights reserved by the Constitution of the people”45. Justamente dos años más
tarde, en el caso que nos ocupa, Jay y Cushing, actuando como miembros del first
Circuit Court, consideraban que el gobierno se halla dividido en tres “distinct and
independent branches” y que es deber de cada una de ellas “to abstain from and
to oppose encroachments on either”, para añadir de inmediato que “neither the
Legislative nor the Executive branch can constitutionally assign to the Judicial any
duties but such as are properly judicial and to be performed in a judicial manner”,
punto de vista plenamente compartido por los Justices Wilson, Blair y James Iredell
en otros casos sobre los que tuvieron que pronunciarse en los Circuit Courts.
El caso iba, sin embargo, a llegar en agosto de 1792 a la Supreme Court46, al
ser ésta requerida para que dictara un mandamus al Circuit Court of Pennsylvania
a fin de obligarle a actuar de acuerdo con la antes mencionada ley, esto es, a que
procediera y escuchara la petición del Sr. Hayburn de ser colocado en la lista
de los pensionistas inválidos. El Attorney General Sr. Randolph formuló una
muy elaborada descripción de los poderes y deberes de la Corte, aconsejando la
ejecución de la cuestionada norma legal. La Corte se manifestó en el sentido de
que tomaba la moción bajo consulta hasta el siguiente período de sesiones (“the
motion under advisement, until the next term”), aunque la realidad sería que
ninguna decisión llegó a pronunciar en torno a esta cuestión. Se ha dicho47, que
ninguna duda existía acerca de la improcedencia de la ley, –habríamos de entender
que por su obvia inconstitucionalidad– pero que el deseo de evitar un conflicto
con los otros poderes era tan grande, que ello condujo a la Corte a su posición,
diríamos que un tanto salomónica, de postergar temporalmente la decisión, que
a la postre se traduciría en la no resolución del caso. El Hayburn´s Case vino a
sentar un precedente de sustancial importancia, por cuanto a partir del mismo
se entendió que los jueces federales no podían actuar en aquellos casos en que
sus decisiones estuvieran sujetas a revisión por el ejecutivo o el legislativo48.
Adicionalmente, el caso en cuestión ha sido considerado desde tiempo atrás como
un paso significativo en el camino conducente al reconocimiento de la facultad
del poder judicial de inaplicar las leyes que considerase inconstitucionales. Como
señalara hace un siglo Corwin49, en los años siguientes al Hayburn case, la Corte
45
Apud Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court of the United Stares”, op. cit.,
pp. 645-646.
46
Los aspectos fundamentales del Hayburn´s Case pueden verse en The Founders´Constitution,
edited by Philip B. KURLAND and Ralph LERNER, op. cit., volume four, pp. 255-257.
47
Charles B. ELLIOT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes Uncon-
stitutional”, en Political Science Quarterly, Vol. 5, No. 2, June 1890, pp. 224 y ss.; en concreto, p. 243.
48
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 26.
49
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Volume IX, 1910-1911, pp. 283 y ss.; en concreto, p. 285.
352 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
50
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., pp. 9-10.
51
Ibidem, p. 14.
52
Sosin ofrece el dato aproximado de que la mitad de los hombres que habían ayudado a diseñar
la Constitución en Filadelfia, fueron miembros dos años después del primer Congreso que se reunió
en Nueva York. Así, de los veinte senadores que presentaron sus credenciales en los inicios del primer
Congreso o muy poco después, diez de ellos habían ocupado un escaño en la Convención de Filadelfia,
incluyendo a los tres que tendrían mayor protagonismo en la elaboración de la Judiciary Act: Oliver
Ellsworth, el protagonista principal, William Paterson y William Samuel Johnson. J. M. SOSIN: The
Aristocracy of the Long Robe. The Origins of Judicial Review in America, Greenwood Press, New York/
Westport (Connecticut)/London, 1989, p. 275.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 353
53
Apud Maeva MARCUS and Natalie WEXLER: “The Judiciary Act of 1789: Political Compromise
or Constitutional Interpretation?”, op. cit., p. 14.
54
Entre otros varios, Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court...”, op. cit., p. 631.
55
Tal juicio era vertido por el Justice Henry Brown, una vez que había dejado de ser miembro de
la Corte Suprema (lo sería entre 1891 y 1906), en un discurso (address) pronunciado ante la American
Bar Association el 20 de agosto de 1911. Brown añadiría a su ya más que elogioso juicio, que “the
wisdom and forethought with which it was drawn have been the admiration of succeeding genera-
tions”. De ello se hace eco, en un minuciosísimo trabajo sobre el proceso de génesis de la Judiciary
Act, Warren, el historiador por antonomasia de la Corte Suprema. Charles WARREN: “New Light
on the History of the Federal Judiciary Act of 1789”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Volume
XXXVII, 1923-1924, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 52.
56
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court of the
United States – A Study in the Federal Judicial System (I)”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.),
Volume XXXVIII, 1924-1925, pp. 1005 y ss.; en concreto, p. 1008.
354 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
no nos pueden hacer ignorar que no siempre el texto legal suscitó tan favorables
opiniones. Todo lo contrario. Durante su primer medio siglo de vida, desencadenó
las más negativas valoraciones57.
La realidad es que la Judiciary Act fue un compromiso que de algún modo
se vinculó con el destino de varias de las enmiendas formuladas en su momento
frente al Art. III de la Constitución. Ya hemos tenido oportunidad de aludir a
las objeciones desencadenadas por el mencionado precepto, que tenían como
común denominador la amplitud de competencias que el artículo otorgaba al
“judicial power”. Warren recuerda58, que dieciséis de las setenta y nueve enmiendas
propuestas por las Convenciones de ratificación de la Constitución federal de
Massachusetts, New Hampshire, Virginia, New York y North Carolina, versaban
sobre el Judiciary Article, esto es, sobre el Art. III. El compromiso en cuestión se
dio entre los puntos de vista más extremos de los federalistas, proclives a que el
Congreso atribuyera a los tribunales federales la más plena extensión del poder
judicial concedido por la Constitución, y los de aquellos que temían que el nuevo
gobierno destruyera los derechos de los Estados, partidarios de que todos los
juicios se decidieran primeramente en los tribunales estatales y sólo más tarde,
mediante apelación, por la Supreme Court59.
II. Tres son los aspectos fundamentales reivindicables de este texto legal. En
primer término, la ley concibió una organización judicial que, con todas sus imper-
fecciones, sirvió al país sin cambios sustanciales casi un siglo. En segundo lugar,
a través de la supervisión, vía writ of error, de los tribunales estatales otorgada a
la Corte Suprema por intermedio de la famosísima Sección 25, la Judiciary Act
creó, como dicen Frankfurter y Landis, “one of the most important nationalizing
influences in the formative period of the Republic”. Last but not least, quizá una
de las mayores realizaciones del texto legal fuera el establecimiento en el naciente
país de la tradición de un sistema de tribunales federales inferiores, que, en último
término, no era sino la respuesta que el legislador norteamericano daba a una serie
de problemas y controversias suscitados en la inmediata etapa anterior.
La Judiciary Act, efectivamente, dividió el país en trece distritos y en tres grandes
circuitos judiciales, ubicando en cada uno de ellos un Circuit Court, y estableciendo,
en lo que sería una de sus disposiciones más discutidas, que tales tribunales se
57
El senador por Virginia William Grayson, inmediatamente después de su aprobación, tildaba la
ley de “monstruous”, añadiendo que los Estados se alarmarían con ella y que “its destruction might
be predicted”. A su vez, en un importante medio periodístico de la época, el Independent Chronicle
de Boston, en su edición del 16 de septiembre de 1790, se hacía referencia al “extensive, perplexing
and distressing Judiciary system – a system which, in its operation, will, in time, involve the people
of these States into the most ruinous and distressing lawsuits (...) so tedious and intricate a Judiciary
system”. Cit. por Charles WARREN: “New Light on the History of the Federal Judiciary Act of 1789”,
op. cit., p. 52, nota 8.
58
Charles WARREN: “New Light on the History of the Federal Judiciary...”, op. cit., p. 55.
59
Análogamente, J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe (The Origins of Judicial Review
in America), Greenwood Press, New York/Westport, Connecticut/London, 1989, p. 276.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 355
60
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 277.
61
Cfr. al respecto, Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court of the United
States”, op. cit., pp. 635 y ss.
62
La última sesión celebrada en Filadelfia tuvo lugar en agosto de 1800. Ya los otros dos poderes
se habían trasladado a Washington. El 23 de enero de 1801 se habilitaba un pequeño lugar (se habla
de “a small committee room”) en el primer piso del Senado para que, transitoriamente, pudierar
sesionar allí la Supreme Court.
356 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
algunos Justices, coadyuvando, desde todos los puntos de vista, en la visión que
inicialmente se tuvo de la Corte: la de un órgano devaluado. Las disonancias de
la fórmula legal no tardarían mucho tiempo en ser constatadas. La Cámara de
Representantes ordenó una investigación sobre el funcionamiento del nuevo
sistema judicial federal. Edmund Randolph, Attorney General, fue el encargado
de realizar el informe, que finalizaba el 27 de diciembre de 179063. El más serio
problema señalado en la enumeración que en el informe se hacía de los defectos
del texto legal concernía justamente a los deberes de los Justices de la Corte
Suprema como miembros de los Circuit Courts. Para Randolph, no había duda
de que el máximo órgano judicial exigía una plena dedicación (“the work of the
Supreme Court, if discharged to the full measure of its requirements, demands
the entire energy and talent of its judges”). El Presidente Washington transmitió
al Congreso el informe, y el resultado de todo ello fue la Ley de 2 de marzo de
1793, que modificó la composición de los tribunales de circuito de un modo harto
discutible, al quedar integrados ahora estos tribunales con tan sólo dos miembros,
un Justice de la Corte Suprema y un Juez de distrito, lo que, innecesario es decirlo,
imposibilitaba el fallo cuando no hubiere acuerdo entre ellos. El advenimiento
del nuevo siglo, en el marco de los profundos enfrentamientos políticos entre
Federalistas y Jeffersonianos republicanos, traería consigo dos nuevas reformas
legales antitéticas y casi seguidas, pero de ellas nos ocuparemos más adelante.
63
Sobre este informe, cfr. Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the
Supreme Court of the United States...”, op. cit., pp. 1018 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 357
demandas en las que se cuestionase la validez de una ley estatal o de cualquier acto
adoptado en ejercicio de la autoridad estatal, con fundamento en su contradicción
con la Constitución federal, con los tratados o con las leyes federales. En definitiva,
la Corte Suprema era revestida de competencia para conocer en apelación de todas
aquellas decisiones de los tribunales superiores estatales en las que se hubiera
abordado una cuestión federal. Parece bastante evidente que la necesidad de una
disposición como la acogida por la sección 25 residía en la propia Constitución y
en su cláusula de supremacía. Así lo venía a constatar de modo implícito Charles
Evans Hughes, para quien esa sección se hizo expresamente en respuesta a la
misma exigencia que condujo a la creación de la propia Corte Suprema64. No fue,
sin embargo, pacífica la adopción de tan importante cláusula normativa, cuya
constitucionalidad fue puesta en duda por los que de alguna manera seguían
apostando por unos Estados soberanos. En 1816, en el importantísimo caso
Martin v. Hunter´s Lessee, resuelto por unanimidad (con la ausencia del Chief
Justice, que no participó en la decisión) y expresando la opinion of the Court el
gran Justice Joseph Story, la Corte se pronunciaría de modo inequívoco en favor
de la constitucionalidad de tal cláusula.
Cuestión subyacente a la regulación legal fue la de si la ley contemplaba la
facultad de revisión judicial. Para un autor tan relevante como Corwin, la cuestión
no admitía la más mínima duda: que la Judiciary Act –escribe65– contemplaba, en
el pensamiento de su autor, Oliver Ellsworth, el ejercicio de un poder de revisión
por los tribunales nacionales de las leyes del Congreso es algo que apenas puede
ser puesto en tela de juicio, pero hasta qué punto (“how far”) otros aceptaron
este punto de vista de la cuestión, es algo imposible de conjeturar, y ello porque
así de silenciosas sobre el tema son las actas del debate en el Congreso de la ley.
Se ha puesto de relieve asimismo, que al igual que miembros influyentes de la
Convención Constituyente pensaron que la judicial review se hallaba implícita en
el Art. III, no faltaron tampoco quienes sobreentendieron que tal facultad judicial
latía de modo implícito en la Sección 25 de la Judiciary Act, al visualizarse como
un instrumento necesario para asegurar la supremacía de ese poder que se halla
más allá de los poderes (“the supremacy of the power behind the powers”), esto
es, del poder constituyente del pueblo66. Otros autores, de modo más inequívoco,
han entendido que la sección 25 plasma con toda evidencia que los miembros del
primer Congreso asumieron, que tanto los tribunales estatales como los federales
ejercerían “the power to review statutes on the grounds of constitutionality”67.
Otros autores han llegado a semejante conclusión, bien que desde postulados
distintos. Tal es el caso de Sosin, quien se interroga acerca de si, dado que la mitad
de los miembros de ese primer Congreso había participado en la Convención Cons-
titucional, no sería lógico concluir que la sección 25, implícita o explícitamente,
64
Charles Evans HUGHES: La Suprema Corte de los Estados Unidos, op. cit., p. 49.
65
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, op. cit., p. 283.
66
Gerhard CASPER: “The Judiciary Act of 1789 and Judicial Independence”, op. cit., p. 294.
67
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, Phoenix Books, University
of Chicago Press, Chicago and London, reprinted, 1967, p. 27 (first published in 1942).
358 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
hemos referido. En ella, Washington escribía: “con la convicción de que la administración de justicia
es el más firme pilar del buen gobierno (“the firmest pillar of good government”), he considerado el
primer acuerdo sobre el departamento judicial (se refiere a los nombramientos de los Justices) como
esencial a la felicidad de nuestro país y a la estabilidad de nuestro sistema político”. Apud Bernard
SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 16.
72
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents. A Political History of Appointments..., op. cit., pp. 71-72.
73
Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court...”, op. cit., p. 633.
74
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents. A Political History of Appointments..., op. cit., p. 73.
360 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
75
En tal sentido, Darren STALOFF: Hamilton, Adams, Jefferson. The Politics of Enlightenment and
the American Founding, op. cit., p. 111.
76
Broadus MITCHELL: Alexander Hamilton. A Concise Biography, Oxford University Press, New
York, 1976, p. 287.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 361
energy, weight, and dignity which are essential to its affording due support to the
national government, nor acquire the public confidence and respect which, as the
las resort of the justice of the nation, it should possess”77.
Alexander Hamilton declinó aceptar el cargo de Jay, supuestamente, por
hallarse ansioso de reanudar el ejercicio de la abogacía y sus actividades
políticas en Nueva York78. No sería desde luego el único estadista en declinar un
nombramiento para la Corte Suprema. Edmund Pendleton, de Virginia, y Charles
Cotesworth Pinckney, de Carolina del Sur, entre otros varios, también declinaron
ser nombrados Justices, lo que, unido a los ceses que con frecuencia se produjeron
de miembros de la Corte, da una idea del poco atractivo que tal cargo tenía.
Ciertamente, la obligación legal de los Justices de integrar los Circuit Courts no
dejó de pesar como una losa en esa escasa pasión por el cargo79.
El Presidente Washington tuvo serias dificultades para cubrir la Presidencia
de la Corte. John Rutledge, como ya se dijo, uno de los primeros integrantes de
la Corte, que había dimitido en 1791 para alcanzar el cargo de Chief Justice de
la Court of Common Pleas de Carolina del Sur, fue instado por Washington para
que se reincorporara a la Supreme Court, bien que esta vez como su presidente.
Aunque la respuesta de Rutledge fue la de mostrar al Presidente su falta de deseo
por ocupar el cargo dejado por Jay, es lo cierto que finalmente se avino, y durante
el período de sesiones de agosto de 1795 (“the August 1795 Term”) Rutledge ocupó
de hecho la Presidencia de la Corte. Sucedió, sin embargo, lo inesperado: el Senado
votó contra la confirmación de Rutledge en el cargo, en gran medida a causa de su
virulento ataque contra el Jay Treaty en un discurso pronunciado en Charleston80,
pero también por los rumores que circulaban por aquel entonces acerca de su
“accellerated and increased... disorder of the mind”81. Rutledge es considerado
77
Apud Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en
Virginia Law Review (Va. L. Rev.), Volume 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, p. 1154.
78
En tal sentido, Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 16.
79
Schwartz se refiere, en su documentada historia de la Corte, a una carta de un congresista,
escrita tras la renuncia de Jay a la Chief Justiceship, en la que se hace eco de que una de las razones
del abandono de Jay fue “the system of making the Judges on the Supreme Court ride the Circuits
throughout the Union”. Tal circunstancia habría inducido a Jay a abandonar la Corte, al tener que
estar siete meses al año viajando con su familia por todo el país. Bernard SCHWARTZ: A History of
the Supreme Court, op. cit., p. 19.
80
Según la South Carolina State Gazette, en el meeting de Charleston, Routledge se había quejado
de que Jay, indirectamente, (“by implication”) había admitido la subordinación americana a Jorge
III y había renunciado a los derechos y privilegios de los ciudadanos de los Estados Unidos. Varios
periódicos de Filadelfia, New York, Boston y Providence reimprimieron su discurso, pero no antes de
que la Philadelphia Gazette, el 20 de julio de 1795, anunciara la nominación de Rutledge como Chief
Justice por el Presidente Washington. Cinco días más tarde, Edmund Randolph confiaba a Washington
que se rumoreaba muy seriamente (“it is very seriously whispered”) en Charleston, desde hacía dos
meses, que Rutledge “tenía seriamente perturbada su mente”. A su vez, importantes Federalistas en
el Senado se sintieron ofendidos por el discurso de Rutledge. Oliver Wolcot y Timothy Pickering,
según el propio Attorney General, Randolph, consideraron el discurso del futuro Chief Justice como
una “prueba de la imputación de enajenación” (“proof of the imputation of insanity”). Apud J. M.
SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., pp. 280-281.
81
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 28.
362 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
como el segundo Chief Justice de la Corte, pues actuó realmente como tal, si bien,
en realidad nunca llegó constitucionalmente a cumplir con los requisitos exigidos
para el acceso al cargo, que, por lo demás, desempeñó por un período minimalista
(su incorporación al Tribunal se produjo el 12 de agosto y el 15 de diciembre el
Senado declinó confirmar el nombramiento).
El siguiente nominado por Washington fue el Justice William Cushing, cuya
propuesta de nombramiento fue confirmada por el Senado el 27 de enero de 1796,
pero de nuevo surgió una circunstancia imprevista. Cushing declinaba el 2 de
febrero asumir la presidencia de la Corte, supuestamente por razones de salud,
por lo que, de facto, el Juez de Massachusetts no llegó a ejercer el cargo.
Sería finalmente Oliver Ellsworth, de Connecticut, considerado un “inque-
brantable federalista” (“a staunch Federalist”)82, que había sido miembro de la
Philadelphia Convention, juez de la Corte Suprema de su Estado y senador, y cuyo
rol decisivo en la elaboración de la Judiciary Act (Ellsworth fue el “chairman”, esto
es, el presidente, del Comité del Senado que preparó el texto legal) ya hemos puesto
de relieve, el elegido por Washington como Chief Justice, y quien finalmente iba a
desempeñar el cargo que tantas vicisitudes había desencadenado. El 4 de marzo
de 1796 se producía el nombramiento, el último de los que haría Washington para
la Corte Suprema.
La figura de este Chief Justice presenta particular relevancia. El ejercicio de su
cargo senatorial ya atestigua tanto su capacidad como su potencial liderazo (“his
capacity and potential for institutional leadership”)83, si bien el corto período de
ejercicio del cargo, inferior a cinco años, no posibilitó la plena manifestación de
tal liderazgo institucional. Dos aspectos resultan, en cualquier caso, significativos
en relación al nuevo Chief Justice. El primero de ellos, al que se ha referido un tan
cualificado conocedor de la Corte como Beard84, es el de que ya con anterioridad
a su acceso al Tribunal (recordemos la inequívoca constatación de Corwin en
igual sentido, ya mencionada), Ellsworth había considerado que el poder judicial
federal, en el cumplimiento de sus funciones normales, podía declarar una ley
del Congreso (“act of Congress”) que se entendiera contraria a la Constitución
federal como nula y sin valor (“null and void”), con lo que quizá, de haber ejercido
su cargo por un período de tiempo más dilatado, le habría correspondido a él la
paternidad de la confirmación por la Corte Suprema de la facultad judicial de la
judicial review. Otro aspecto de interés tiene que ver con una realidad procesal
de la Corte de Ellsworth. Ésta, desde sus inicios, como abordaremos con mayor
detalle más adelante, venía pronunciándose a través de las seriatim opinions. Se
viene reconociendo por la doctrina85 que Ellsworth intentó durante su presidencia
promover sentencias breves, como antesala de un objetivo de mayor alcance, en
82
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents..., op. cit., p. 77.
83
Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the origins of Supreme Court leadership”, en University
of Pittsburg Law Review, Vol. 36, number 4, Summer 1975, pp. 785 y ss.; en concreto, p. 794.
84
Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, en Political Science Quarterly,
Vol. 27, No. 1, March 1912, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 6.
85
Así, entre otros, por Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the origins...”, op. cit., p. 794.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 363
86
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., pp. 27-28.
87
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents..., op. cit., p. 75.
364 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
88
Ibidem, p. 80.
89
George L. HASKINS: “Law versus politics in the early years of the Marshall Court”, en University
of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 130, 1981-1982, pp. 1 y ss.; en concreto, pp. 3-4.
90
Tal es el caso de Warnecke, quien escribe: “In Eighteenth Century terms, the Court was conceived
as a Deus ex machina, an aristocratic institution in a representative political system, which occasionally
would descend into the arena of political controversy to maintain the Newtonian balance among the
celestial spheres of government and society”. Steven WARNECKE: “Constitutionalism, Legitimacy
and the American Supreme Court”, en Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der Gegenwart (JÖR), Band
18, 1969, pp. 475 y ss.; en concreto, p. 481.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 365
91
Acerca de estos precedentes, cfr. el espléndido y ya clásico trabajo de Karl M. ZoBELL: “Division
of opinion in the Supreme Court: a history of judicial desintegration”, en Cornell Law Quarterly
(Cornell L. Q.), Vol. 44, 1958-1959, pp. 186 y ss. En versión italiana y con el título “L´espressione di
giudizi separati nella Suprema Corte: storia della scissione della decisione giudiziaria”, en la obra Le
opinioni dissenzienti dei giudici costituzionali ed internazionali, a cura di Costantino Mortati, Giuffrè
Editore, Milano, 1964, pp. 61 y ss.
92
Cfr. al respecto, Alex SIMPSON Jr.: “Dissenting Opinions”, en University of Pennsylvania Law
Review and American Law Register (U. Pa. L. Rev.), Vol. 71, 1922-1923, pp. 205 y ss.
366 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
de forma oral, a través de su propio speech, bien plasmando más tarde su exposición
por escrito, expresaban individualmente las razones en que ellos fundamentaban
su propio judgment en cada caso. Ello no era nada extraño por cuanto la tradición
inglesa se conecta desde sus orígenes con el rito de la expresión oral de cada juez
en audiencia pública. Nadelmann lo pondría de relieve con meridiana claridad: “In
England (...), judging was traditionally in public, each judge stating what he thought
the judgment should be”93. Y Seddig, escueta, pero significativamente, afirma94:
“English courts norms decreed that, generally speaking, judges rarely consulted
each other or rendered a general opinion”.
El propio Thomas Jefferson, en una carta dirigida al Justice William Johnson
(primer Juez del Tribunal Supremo nombrado por él mismo, en mayo de 1804,
tras acceder a la Presidencia de los Estados Unidos) con fecha de 27 de octubre
de 1822, escribía: “You know that from the earliest ages of the English law, from
the date of the year-books, at least, to the end of the IId George, the judges of
England, in all but self-evident cases, delivered their opinions seriatim, with the
reasons and the authorities which governed their decisions. If they sometimes
consulted together, and gave a general opinion, it was so rarely as not to excite
either alarm or notice”95.
Por lo demás, la mayor parte de las apelaciones en relación a decisiones de los
tribunales coloniales concluían en una de las Common Law Courts con jurisdicción
de apelación, que obviamente adoptaban sus decisiones seriatim, esto es, a través
del pronunciamiento individualizado de cada uno de los jueces, de lo que, como
antes se dijo, tampoco diferiría la House of Lords96.
Conviene no obstante recordar que la llegada al King´s Bench de Lord
Mansfield, que lo presidiría entre 1756 y 1788, supuso unos ciertos cambios en
cuanto que durante su presidencia forjó una tradición en la que se introdujeron
las llamadas “caucus opinions on the King´s Bench”97, procedimiento del que,
93
Kurt H. NADELMANN: “The Judicial Dissent. Publication v. Secrecy”, en The American Journal
of Comparative Law, Vol. VIII, numbers I-IV, 1959, pp. 415 y ss.; en concreto, p. 416. En versión italiana
y con el título “Il <dissenso> nelle decisioni giudiziarie (pubblicità contro segretezza)”, este trabajo
fue publicado en la obra Le opinioni dissenzienti dei giudici costituzionali ed internazionali, a cura di
Costantino Mortati, Giuffrè Editore, Milano, 1964, pp. 31 y ss. Y en versión alemana, con el título
“Das Minderheitsvotum im Kollegialgericht – Bekanntgabe oder Geheimhaltung?”, puede verse en
Archiv des öffentlichen Rechts (AöR), 86. Band, Heft 1, Juli 1961, pp. 39 y ss.
94
Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the origins of Supreme Court leadership”, op. cit., p.
793.
95
El texto de la carta puede verse en A. J. LEVIN: “Mr. Justice William Johnson, creative dissenter”,
en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. 43, 1944-1945, pp. 497 y ss.; en concreto, pp. 513-515.
96
“In the House of Lords, –dirán Kornhauser y Sager– the historic tradition , still honored at
least formally, is that each judge gives a <speech>, offering both a personal ruling on the outcome
of the case and reasons to support that ruling”. Lewis A. KORNHAUSER and Lawrence G. SAGER:
“The One and the Many: Adjudications in Collegial Courts”, en California Law Review, Vol. 81, No. 1,
January 1993, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 12.
97
Michael MELLO: “Adhering to our views: Justices Brennan and Marshall and the relentless
dissent to death as a punishment”, en Florida State University Law Review (Fla. St. U. L. Rev.), Vol.
22, 1994-1995, pp. 591 y ss.; en concreto, p. 612.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 367
98
“During his tenure, –se afirma– Mansfield forged a tradition in which concurring or dissenting
opinions were extremely rare”. Lewis A. KORNHAUSER and Lawrence G. SAGER: “The One and the
Many...”, op. cit., nota 23, pp. 12-13.
99
Apud A. J. LEVIN: “Mr. Justice William Johnson, creative dissenter”, op. cit., pp. 513-514.
100
Así, entre otros, Michael MELLO: “Adhering to our views: Justices Brennan and Marshall”, op.
cit., p. 611.
101
George L. HASKINS: “Law versus Politics in the early years of the Marshall Court”, en The
University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 130, No. 1, November 1981, pp. 1 y ss.;
en concreto, p. 2.
102
Laura Krugman RAY: “Justice Brennan and the jurisprudence of dissent”, en Temple Law Review
(Temp. L. Rev.), Vol. 61, No. 2, Summer 1988, pp. 307 y ss.; en concreto, p. 308.
103
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 19.
104
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court...”, op. cit., p. 192.
368 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
I. Durante el período que nos ocupa la Corte iba a decidir relativamente pocos
casos. En los tres primeros años de su existencia, prácticamente, no tuvo ningún
asunto que tratar. Ello no obstante, hubo al menos tres casos de significativa
relevancia en orden a la interpretación de la Norma suprema: los casos Chisholm
v. Georgia (1793), Hylton v. United States (1796) y Calder v. Bull (1798), sin que
ello suponga olvidar la existencia de otros litigios en los que el Tribunal hubo de
enfrentarse con determinadas cuestiones constitucionales, como sucedió, entre
otros, con los casos Ware v. Hylton (1796) y Cooper v. Telfair (1800). Ciertamente, el
bagaje de estos años en lo que a la creación de un cuerpo doctrinal constitucional
105
En una carta que dirigía Washington al Chief Justice John Jay, a la que alude Warren, el Presidente
escribía que la Corte “must be recognized as the keystone of our politic fabric”. Cfr. al efecto, Charles
WARREN: “The First Decade of the Supreme Court of the United States”, op. cit., pp. 632-633.
106
Charles AIKIN: “The United States Supreme Court: The Judicial Dissent”, en Jahrbuch des
Öffentlichen Rechts (JÖR), Band 18, 1969, pp. 467 y ss.; en concreto, p. 468.
107
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 20.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 369
atañe queda a años luz de la Corte regida por John Marshall. Como algún autor ha
dicho108, sobre el cuerpo de doctrina creado por Marshall, John Jay y Oliver Ell-
sworth, los dos Chief Justices que le precedieron, dado el carácter casi anecdótico
de la presidencia de John Rutledge, nunca podrían haber aprobado un examen.
En cualquier caso, los instrumentos básicos de la interpretación constitucional
empleados antes de 1801 traspasaron el umbral del tiempo, habiendo llegado a
nuestros días. Los primeros Justices de la Corte, a la hora de interpretar la Norma
suprema, atendieron al texto de las disposiciones constitucionales determinantes,
a las deducciones (“inferences”) que podían ser extraídas de otras normas
constitucionales, a las costumbres contemporáneas (“contemporary usages”), a
las intenciones y propósitos de los Framers y a sus propias concepciones acerca
de la política bien fundada (“sound policy”)109. En definitiva, la etapa analizada
no es un período de jueces gigantes o de grandes decisiones, pero ello no es óbice
para que en estos años la Corte creara un modelo de “constitutional adjudication”,
esto es, de construcción de una decisión judicial en materia constitucional, que el
paso del tiempo no iba a eclipsar.
II. Chisholm v. Georgia es el primer gran caso que hubo de abordar la Corte
en materia constitucional. Decidido el 18 de febrero de 1793, a través de un
pronunciamiento seriatim opinions, con el apoyo del Chief Justice Jay y de los
Justices Cushing, Wilson y Blair, y con el Justice Iredell en dissent, el caso presenta
un conflicto entre la jurisdicción federal y la soberanía estatal, que no podía ser
resuelto sin precisar, con carácter previo, qué significado había de darse al término
“sovereign” aplicado a los Estados.
El supuesto de hecho no era nada complejo. El Sr. Chisholm, ciudadano
de Carolina del Sur y administrador de un acreedor británico que pretendía
recobrar el dinero que el Estado de Georgia, receptor de unas mercancías
suministradas por el británico, no le había pagado, demandaba a este Estado
con vistas a que se hiciese efectivo el pago. La cuestión verdaderamente crucial
era la de si un Estado podía ser demandado ante un tribunal federal por un
ciudadano de otro Estado.
Las opinions de la mayoría iban a presentar, en términos de Currie 110,
contrastes estilísticos de interés. Blair y Cushing fueron breves y se ciñeron al
tema controvertido, circunscribiéndose principalmente a las palabras del texto
constitucional. Jay y Wilson formularon opinions más extensas y pretenciosas en
las que el lenguaje constitucional desempeñó un rol mucho menor.
La Jay´s opinion abordaba a lo largo de tres secciones las tres cuestiones
siguientes: l) en qué sentido había de considerarse Georgia un Estado soberano;
108
Walton H. HAMILTON: “The Constitution – Apropos of Crosskey”, op. cit., p. 80.
109
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, en The University of
Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 48, 1981, pp. 819 y ss.; en concreto, pp. 882 y 885.
110
Ibidem, p. 832.
370 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
111
Entre otros, por Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., pp. 20-21.
112
Cfr. al respecto David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, op. cit.,
pp. 835-837.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 371
III. La posición de James Iredell estaba lejos de ser nueva. Siete años antes del
Chisholm case, Iredell, revelando una mente clara y luminosa, se había manifesta-
do públicamente en favor de la primacía de la Constitución, del carácter limitado
del poder legislativo, en cuanto necesariamente sujeto a la Constitución, y de la
judicial review. Vale la pena detenernos con un cierto detalle en su espléndida
construcción doctrinal. En 1786, Iredell publicaba en un periódico de Carolina
del Norte un artículo, “To the Public”, en defensa de la autoridad de los jueces
para rehusar ejecutar una ley inconstitucional115. Iredell comenzaba su artículo
poniendo de relieve el radical cambio que suponía la elaboración de una Cons-
titución, en contraposición al sistema inglés asentado en un poder absoluto del
Parlamento: “In forming the constitution (...) –escribía– (we) were not ignorant
of the theory of the necessity of the legislature being absolute in all cases, because
it was the great ground of the British prentensions (...). When we were at liberty
to form a government as we thought best (...) we decisively gave our sentiments
against it, being willing to run all the risks of a government to be conducted on
the principles then laid as the basis of it...”.
Iredell contrastaba más adelante el modelo británico con el asumido por el
pueblo americano, asentado en una suerte de relación contractual, que recuerda al
contrato social rousseauniano, entre el pueblo y su futuro gobierno, separándose
113
La opinion de James Iredell puede verse en su integridad en The Founders´ Constitution, edited
by Philip B. KULAND and Ralph LERNER, op. cit., volume five, pp. 408-416.
114
En sentido análogo se pronuncia David P. CURRIE, en Ibidem, p. 839.
115
James IREDELL: “To the Public”, en Correspondence of Iredell, edited by McRee, vol. 2, pp.
145-149. Cit. por Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, Yale University
Press, New Haven and London, 1990, p. 45, nota 3. Esta autora se ocupa con gran detalle de la posición
de Iredell (pp. 45-53) y de su obra extraemos el texto de Iredell que transcribimos.
372 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
de este modo del sistema inglés, en el que toda ley aprobada por el Parlamento, con
la unica salvedad de aquélla que se opusiere a los principios de la justicia natural,
vinculaba al pueblo, lo que es obvio que no podía caber en una suerte de relación
contractual entre el pueblo y su gobierno, por cuanto que éste venía obligado a
respetar los principios contractuales, por así denominarlos, en que se asentaba
la relación con el pueblo. “Without an express Constitution –sigue escribiendo
quien fuera el más joven de los seis primeros Justices de la Corte– the powers of
the Legislature would undoubtedly have been absolute (as the Parliament in Great
Britain is held to be), and any act passed, not inconsistent with natural justice (for
that curb is avowed by the judges even in England), would have been binding on
the people. The experience of the evils which the American war fully disclosed,
attending an absolute power in a legislative body, suggested the propriety of a
real, original contract between the people and their future Government, such,
perhaps, as there has been no instance of in the world but in America”. Este
peculiar contrato entre el pueblo y sus futuros gobernantes quedaba reflejado en
la Constitución, que establecía verdaderamente límites vinculantes respecto de
todos los poderes. Consecuentemente con ello, la Asamblea no tiene derecho a
violar la Constitución, pero aunque ello es así, Iredell se hace eco de que, de facto,
a veces la viola, y ante ello el único remedio es o la petición (ejercer el derecho
de petición) o la resistencia universal. Iredell considerará el primer remedio
como degradante (“demeaning”) del autogobierno del pueblo, y el segundo, la
revolución, demasiado excepcional y extremo como para ser empleado. Y ante
ello, Iredell se cuestiona acerca de si el poder judicial no tendría alguna autoridad
para interferir en tales supuestos. He aquí su respuesta: “The (judicial) duty (...) I
conceive, in all cases, is to decide according to the laws of the State. It will not be
denied, I suppose, that the constitution is a law of the State, as well as an act of
Assembly, with this difference only, that it is the fundamental law, and unalterable
by the legislature, which derives all its power from it. One act of Assembly may
repeal another act of Assembly. For this reason, the latter act is to be obeyed, and
not the former. An act of Assembly cannot repeal the constitution, or any part of
it. For that reason, an act of Assembly, inconsistent with the constitution is void,
and cannot be obeyed, without disobeying the superior law to which we were
previously and irrevocably bound”.
Llegados aquí, Iredell reivindica la autoridad de los jueces para ejercer la
judicial review, rechazando que con ello lleven a cabo una usurpación de poder o
ejerzan un poder arbitrario: “The judges, –concluye Iredell– therefore, must take
care at their peril, that every act of Assembly they presume to enforce is warranted
by the constitution, since if it is not, they act without lawful authority. This is
not a usurped or a discretionary power, but one inevitably resulting from the
constitution of their office, they being judges for the benefit of the whole people,
not mere servants of the Assembly”. Como puede apreciarse, en esta magistral
construcción, el juez está primariamente sujeto a la Constitución, y no sólo porque
ésta es la ley fundamental, sino porque, haciéndolo así, actúa en beneficio del
conjunto del pueblo, mientras que dando primacía a una ley que el propio juez
considere contraria a la Constitución, lo único que hace es actuar como mero
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 373
IV. El Chisholm case causó una tremenda excitación entre los Estados, y de
ello derivó la inmediata introducción de resoluciones en el Congreso con vistas a
la aprobación de una enmienda constitucional que operara a modo de overruling,
derribando la decisión. En cualquier caso, hasta tanto la enmienda en cuestión
entró en vigor, se sucedieron las demandas contra los Estados116. Finalmente,
el 4 de marzo de 1794, tras ser aprobada por la Cámara de Representantes (el
14 de enero lo había sido por el Senado), era aprobada la Enmienda Undécima,
cuya ratificación por los Estados quedaría concluida el 7 de febrero de 1795, tras
aprobar la Enmienda el duodécimo Estado, Carolina del Norte (en aquel momento
la Unión la integraban un total de quince Estados), si bien el anuncio oficial de
la ratificación no se produjo sino hasta el 8 de enero de 1798, fecha en que el
Presidente Adams, en un mensaje al Congreso, declaró que la Amendment XI había
sido adoptada por las ¾ partes de los Estados y que “may now be deemed to be a
part of the Constitution”. A tenor de la misma: “The Judicial power of the United
States shall not be construed to extend to any suit in law or equity, commenced
or prosecuted against one of the United States by Citizens of another State, or by
Citizens or Subjects of any Foreign State”.
La reacción del Congreso para neutralizar con la mayor rapidez el sentido
de la Chisholm decision en modo alguno devalúa la sentencia. Más bien todo lo
contrario. No han faltado autores que, incluso recientemente, han echado en
cara a los Jueces la torpeza de la decisión, en cuanto que la misma contravenía
116
A algunas de ellas se refiere Warren, quien recuerda que en junio de 1793, William Vassal, un
ciudadano británico cuyas propiedades habían sido confiscadas, presentó una demanda frente a la
Commonwealth of Massachusetts, y en 1795, en Oswald v. New York, tras haber dejado el Estado de
comparecer y habiendo sido formulada sentencia en rebeldía (“judgment by default”), un jurado fue
convocado el 5 de febrero, dictando el día siguiente un veredicto de condena por daños contra el
Estado por un montante total de 5.415 dólares. Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme
Court...”, op. cit., pp. 642-643.
374 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
117
Klarman, refiriéndose a los Justices, escribe: “they handled their first big constitutional decision,
Chisholm v. Georgia, so maladroitly (in the sense of contravening dominant public opinion) that they
were immediately slapped down by enormous majorities in both houses of Congress”. Michael J.
KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, op. cit., p. 1153. Hemos de
precisar por nuestra cuenta que el sesgo de la totalidad del trabajo de este profesor de Historia de la
Universidad de Virginia no es precisamente un modelo de equilibrio y objetividad, recordándonos
las radicales posiciones antifederalistas de los más exaltados jeffersonianos.
118
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Volume IX, 1910-1911, pp. 283 y ss.; en concreto, p. 295.
119
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 22.
120
Martin S. FLAHERTY: “John Marshall, McCulloch v. Maryland, and <We the People>: Revisions
in Need of Revising”, en William and Mary Law Review (Wm. & Mary L. Rev.), Volume 43, 2001-2002,
pp. 1339 y ss.; en concreto, pp. 1345-1346.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 375
121
Las seriatim opinions de Chase, Paterson e Iredell pueden verse en The Founders´ Constitution,
edited by Philip B. KURLAND and Ralph LERNER, op. cit., volume three, pp. 357-362.
122
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, op. cit., p. 855.
123
Davison M. DOUGLAS: “The Rhetorical Uses of Marbury v. Madison: The Emergence of a <Great
Case>”, en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Volume 38, 2003, pp. 375 y ss.; en concreto,
p. 380.
124
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22.
376 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
the constitution; but if the court have such power, I am free to declare, that I will
never exercise it, but in a very clear case”. Tan sensata reflexión mueve a enten-
der, de un lado, que para el Justice Samuel Chase la Corte estaba legitimada para
llevar a cabo ese control de constitucionalidad y, llegado el caso, declarar nula
la ley que se estimare contradictoria con la Constitución, y de otro, que ya en
aquel temprano momento Chase estaba admitiendo un principio de presunción
de constitucionalidad de las leyes, al que anudaba la lógica consecuencia de que
sólo cuando la inconstitucionalidad fuese clara haría efectiva la inaplicación de
la ley en contradicción con la Norma suprema.
125
Entre otros, Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22. También David
P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, op. cit., p. 863. Para este último
autor, “the most important constitutional holding of Ware v. Hylton was that the federal courts had
the power to determine the constitutionality of state laws”.
126
Apud The Oxford Guide to United States Supreme Court Decisions, edited by Kermit L. HALL,
Oxford University Press, New York, 1999, p. 323.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 377
127
Una exposición detallada de los posicionamientos de los Justices de la Corte en sus seriatim
opinions puede verse en David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, op.
cit., pp. 860 y ss.
378 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
128
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, op. cit., p. 307.
129
Edward S. CORWIN: “The Basic Doctrine of American Constitutional Law”, en Michigan Law
Review (Mich. L. Rev.), Vol. XII, No. 4, February, 1914, pp. 247 y ss.; en concreto, pp. 248-249.
130
Las opinions de Chase, Paterson, Iredell y Cushing pueden verse en The Founders´Constitution,
edited by Philip B. KURLAND and Ralph LERNER, op. cit.,volume three, pp. 402 y ss.
131
“The restraint against making any ex post facto laws –razonaba el Justice Chase– was not
considered by the framers of the constitution, as extending to prohibit the depriving a citizen even
of a vested right to property; or the provision <that private property should not be taken for public
use, without just compensation>, was unnecessary”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 379
132
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, en The University of Chicago Law
Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 54, 1987, pp. 1127 y ss.; en concreto, pp. 1172-1173.
133
Ello no obstante, en 1795, el Justice Paterson, actuando como miembro de un tribunal de
circuito, en el bien conocido caso Van Horne´s Lessee v. Dorrance, ya había tenido oportunidad de
declarar la inconstitucionalidad de una ley estatal de Pennsylvania, anudando a tal declaración el
efecto de nulidad del texto legal.
380 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
VIII. Aunque los casos hasta aquí expuestos son los de mayor trascendencia
del primer decenio de vida de la Corte, no faltan algunos otros de cierto interés,
a los que aludiremos de modo sumario.
Indiscutible relevancia presenta el caso Hollingsworth v. Virginia (1798),
respecto del que se ha dicho136, que puede ahuyentar (“may put to flight”) el
juicio convencional de que Marbury v. Madison fue el primer caso en que la Corte
Suprema consideró inconstitucional una ley del Congreso. La sección 13 de la
Judiciary Act, que la Corte había interpretado en el Chisholm case en el sentido
de que autorizaba la presentación de demandas por ciudadanos de un Estado
contra otros Estados aún estaba en vigor. Al desestimar demandas que entraban
dentro de sus previsiones, la Corte interpretó tal disposición como si ya no fuera
Derecho, a causa de la Enmienda constitucional sobrevenida, aunque también
se admita como posible que lo que en realidad pudo hacer la Corte fue, sin más,
llevar a cabo un overruling de su interpretación anterior. Innecesario es decir que
el litigio se acomodaba a los supuestos del Chisholm case. No podemos compartir
por entero las precedentes interpretaciones, por cuanto no se puede ignorar que
la Corte iba a desestimar la demanda el 14 de febrero de 1798, y el 8 de enero
de 1798, como ya dijimos en un momento anterior, el Presidente Adams había
enviado un mensaje al Congreso comunicando que la Undécima Enmienda había
sido ratificada (lo que en realidad había acontecido el 7 de febrero de 1795) y, por
lo mismo, podía considerarse parte de la Constitución. Siendo así, no creemos que
pueda entenderse que la Corte declarara la inconstitucionalidad de la mencionada
cláusula de la Judiciary Act, que tampoco habilitaba de modo específico a los
ciudadanos de un Estado para demandar a otro Estado; en todo caso, tendría un
soporte más lógico la consideración de que la Corte llevó a cabo un overruling, si
bien, en cierto sentido, el overruling lo había formalizado el Congreso al aprobar
la Enmienda XI. En realidad, la Corte no hizo otra cosa que aplicar el tenor de
tal Enmienda, aunque ello entrañara dejar sin efecto su interpretación anterior.
134
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, op. cit., p. 874.
135
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review (II)”, op. cit., p. 308.
136
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”, op. cit., p. 842.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 381
137
Apud Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, volume one, third edition, Foundation
Press, New York, 2000, p. 96.
138
Charles WARREN: “Earliest Cases of Judicial Review of State Legislation by Federal Courts”,
en Yale Law Journal (Yale L. J.), Volume XXXII, 1922-1923, pp. 15 y ss.; en concreto, p. 15.
139
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 288.
382 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
can be no doubt that every act of the Legislature repugnant to the Constitution,
is absolutely void”140.
Es del mayor interés reproducir algunas de las clarísimas reflexiones del
Justice Paterson. En su elaborada intervención ante el Jurado, decía: “I take it to
be a clear position, that if a legislative act impugns a constitutional principle, the
former must give way and be rejected on the score of repugnance. I hold it to be a
position equally clear and sound, that in such case, it will be the duty of the court
to adhere to the constitution, and to declare the act null and void. The constitution
is the basis of legislative authority. It lies at the foundation of all law and is a rule
and commission by which both legislators and judges are to proceed. It is an
important principle, which in the discussion of questions of the present kind ought
never to be lost sight of, that the judiciary in this country is not a subordinate but
a co-ordinate branch of the government”141.
Muy similar sería la dirección seguida en el caso Cooper v. Telfair (1800),
correspondiendo ahora el protagonismo en la Corte Suprema al Justice
Samuel Chase, en cuya opinion ofrece un testimonio concluyente (“conclusive
testimony”) de la inminente adopción en el gobierno federal de la “doctrine of
judicial paramountcy”142. Chase nos viene a decir asimismo, que su posición
está lejos de ser una postura individual, considerándola, por el contrario, una
opinión generalizada en toda la Corte y en algunos de los jueces que actuan
en los Circuit Courts. Una vez más, nos parece de la mayor relevancia atender
directamente a las propias reflexiones de Chase: “Although it is alleged that all
acts of the legislature in direct opposition to the prohibition of the constitution
would be void, yet is still remains a question where the power resides to declare
it void. It is indeed a general opinion, it is expressly admitted by all this bar, and
some of the judges have individually in the circuits decided, that the Supreme
Court can declare an act of Congress to be unconstitutional and therefore
invalid; but there is no adjudication of the Supreme Court itself upon the
point. I concur, however, in the general sentiment...”143. No deja de ser peculiar
el planteamiento orientado a circunscribir a la Supreme Court la facultad de
anular una ley inconstitucional. En cualquier caso, como puede apreciarse a
la vista de los diferentes posicionamientos expuestos, el común denominador
era bastante claro: la arraigada conciencia de la doctrina de la judicial review
entre los miembros de la Corte Suprema y, más allá de ellos, entre otros muchos
jueces y abogados. La situación estaba lo suficientemente madura como para
140
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process. An Introductory Analysis of the Courts of the
United States, England and France, 7th edition, Oxford University Press, New York/Oxford, 1998,
p. 339.
141
Apud Charles B. ELLIOT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes
Unconstitutional”, en Political Science Quarterly, Vol. 5, No. 2, June 1890, pp. 224 y ss.; en concreto,
p. 245.
142
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Volume IV, 1905-1906, pp. 616 y ss.; en concreto, p. 628.
143
Apud Charles B. ELLIOT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 245.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 383
IX. Los casos expuestos con mayor o menor detalle no agotan ni mucho menos
el listado de decisiones en que la Corte Suprema se enfrentó con cuestiones cons-
titucionales y asimismo con el problema de la reacción jurídica frente a la dudosa
constitucionalidad de una ley. Los casos Chandler v. Secretary of War, resuelto el
14 de febrero de 1794, y United States v. Yale Todd, decidido tres días más tarde,
144
No deja de ser curioso el caso United States v. Hopkins (1794), en el que se planteó a la Corte
una cuestión bastante semejante a la que habría de resolver el caso Marbury v. Madison (1803). El
Hopkins case estaba relacionado con una petición para que se expidiera un mandamus por la Corte,
con base en su jurisdicción original, contra un Comisario federal de préstamos. Con fecha 15 de febrero
de 1794, la Corte decidía, que el derecho demandado por el peticionario no parece suficientemente
claro para autorizar a la Corte a expedir el mandamus propuesto. Como señalara Warren, la Corte
podía muy bien haber decidido como lo hizo Marshall, esto es, que sin tomar en cuenta el derecho
del peticionario al writ of mandamus, la Corte no tenía facultades constitucionales para expedir tal
writ a un funcionario federal como un asunto de jurisdicción originaria. Charles WARREN: “The First
Decade of the Supreme Court of the United States”, op. cit., p. 649.
145
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., pp. 28-29.
146
Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court...”, op. cit., p. 651.
384 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
constituirían buenos ejemplos de lo que se acaba de decir147. Más aún, algún autor
ha considerado este último como el primer caso en que la Corte Suprema iba a
ejercer la facultad de la judicial review148 Pero no fue ni mucho menos la Supreme
Court el único órgano en enfrentarse al problema de la judicial review, sino que esta
facultad de revisión judicial de la constitucionalidad de las leyes también estuvo
presente en el ámbito de los tribunales federales inferiores. Ya nos hemos detenido
en el Hayburn´s case, en el que todos los Justices de la Corte Suprema, actuando
como miembros de diversos Circuit Courts, asumieron la facultad judicial de la
judicial review, lo que viene siendo considerado el primer supuesto de ejercicio por
los tribunales federales de la función de revisión judicial149, y también en el caso
Van Horne´s Lessee v. Dorrance, con la inequívoca posición a favor de la misma del
Justice Paterson, actuando en el tribunal de circuito de Pennsylvania, pero aún se
podrían adicionar otros casos.
Tres años antes del último de los casos mencionados, esto es, en 1792, el
United States Circuit Court of Rhode Island consideraba una ley de ese Estado
nula, de resultas de entender que la misma dañaba las obligaciones dimanantes
de los contratos. El propio tribunal se había tenido que enfrentar en distintos
casos resueltos en 1791 y 1792 a la cuestión de la validez de las llamadas leyes
de moneda de curso legal (“legal-tender laws”). Y lo más sorprendente de todo,
como dice Warren150, es que tan reiterados ejercicios de la judicial review no fueron
cuestionados en el propio Estado, cuando en el mismo, tan sólo cinco años antes,
se había intentado destituir a los jueces de un tribunal estatal por el solo hecho
de considerar inconstitucional una ley del Estado, en un caso bien famoso en la
época como fue Trevett v. Weeden (1786).
En definitiva, algunos de los grandes temas constitucionales con los que la
Corte Suprema comenzó a enfrentarse ya en esta década no quedaron al margen de
las decisiones de los tribunales federales inferiores. Ello, por otro lado, respondía
a una incuestionable lógica si se piensa en el hecho de que de los Circuit Courts
formaban parte jueces del Tribunal Supremo.
147
Sobre estos casos, cfr. David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court. 1789-1801”,
op. cit., pp. 825-828.
148
William M. MEIGS: “The Relation of the Judiciary to the Constitution”, en American Law Review
(Am. L. Rev.), Volume 19, 1885, pp. 175 y ss.; en concreto, p. 186.
149
Entre otros autores, William M. MEIGS, Ibidem, p. 186.
150
Charles WARREN: “Earliest Cases of Judicial Review of State Legislation by Federal Courts”,
op. cit., pp. 15-16.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 385
151
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, en The University of Chicago Law
Review (U. Chi.L. Rev.), Volume 54, 1987, pp. 1127 y ss.; en concreto, pp. 1135-1136.
152
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 22.
153
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States, vol.
II, The University of Chicago Press, second impression, Chicago, 1955 (first edition by The University
of Chicago Press in 1953), p. 944.
154
Sherry discrepa del listado de Crosskey, considerando que el mismo no ha sido mejorado (“his
list of cases has not been improved upon”), esto es, no ha sido actualizado. Suzanna SHERRY: “The
Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1135, nota 36.
155
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 42.
156
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1135.
386 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
II. El caso Holmes v. Walton (1780) es, posiblemente, uno de los más conocidos,
y no faltan autores, como es el caso de Elliot159, que lo consideran como el primero
de una larga serie de decisiones (“the case antedates all others”) a través de las
cuales se estableció la doctrina de la judicial review160, destacando el rol creativo
del Chief Justice Brearley y de sus Jueces Asociados de la Supreme Court of New
Jersey. El caso en cuestión fue planteado el 9 de septiembre de 1779 ante el Tibunal
superior de New Jersey a través de un writ of certiorari, que fue sustentado en bases
constitucionales, siendo decidido por los jueces favorablemente al demandante
mediante seriatim opinions (el 7 de septiembre de 1780). El demandante, que
había sido condenado en instancia por comerciar con el enemigo por un jurado
integrado tan sólo por seis hombres, apeló ante la Corte Suprema del Estado,
aduciendo que un jurado integrado tan sólo por seis miembros era contrario
a Derecho, contrario a la Constitución de Nueva Jersey “and contrary to the
157
Ralph L. KETCHAM: “James Madison and Judicial Review”, en Syracuse Law Review (Syracuse
L. Rev.), Volume 8, 1956-1957, pp. 158 y ss.; en concreto, p. 160.
158
Davison M. DOUGLAS: “The Rhetorical Uses of Marbury v. Madison: The Emergence of a <Great
Case>”, en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Volume 38, 2003, pp. 375 y ss.; en concreto,
p. 380.
159
Charles B. ELLIOT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes Uncon-
stitutional”, op. cit., p. 233.
160
También Crosskey alude a cómo Holmes v. Walton “has generally been regarded –as, indeed, it
was, by some, even before that event– as the earliest known state precedent in the field”, no obstante lo
cual, a renglón seguido, lo relativiza notablemente como tal precedente. William Winslow CROSSKEY:
Politics and the Constitution..., op. cit., volume II, pp. 948 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 387
161
El abogado del demandante en apelación, entre las varias razones en que justificaba que la
inicial condena de su cliente había de ser anulada, figuraba la siguiente: “Because the jury sworn
to try the above cause and on whose verdict judgment was entered, consisted of six men only, when
by the Laws of the Land it should have consisted of twelve men”. Apud Austin SCOTT: “Holmes vs.
Walton: The New Jersey Precedent”, en The American Historical Review, Vol. 4, No. 3, April 1899,
pp. 456 y ss.; en concreto, pp. 457-458.
162
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1141.
163
Austin SCOTT: “Holmes vs. Walton: The New Jersey Precedent”, op. cit., p. 464. Este mismo
autor recuerda que cinco años después (en 1785), el Gobernador de Pennsylvania, Morris, enviaba a
la Legislatura del Estado una petición (“an address”) cuyo objeto era disuadir al cuerpo legislativo de
que aprobara una ley para anular el Estatuto del Banco Nacional. En tal petición el Gobernador se
refería explícitamente a la sentencia del caso Holmes v. Walton, aun sin identificarla en sus propios
términos. Estas eran algunas de las reflexiones del Gobernador: “A law was once passed in New Jersey,
which the judges pronounced unconstitutional, and therefore void. Surely no good citizen can wish
to see this point decided in the tribunals of Pennsylvania. Such power in judges is dangerous; but
unless it somewhere exists, the time employed in framing a bill of rights and form of government was
merely thrown away” (p. 464).
164
De ello se hace eco Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts: The Power to
Declare Statutes Unconstitutional”, op. cit., p. 233. También William M. MEIGS, en “The Relation of
the Judiciary to the Constitution”, en American Law Review (Am. L. Rev.), Volume 19, 1885, pp. 175 y
ss., subraya que aunque el derecho del Judiciary en el ámbito de la judicial review fue primeramente
sostenido en Virginia, al menos ya en 1782, “the earliest clearly established decision is in Rhode
Island” (p. 178).
388 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
165
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 234, nota 1.
166
Apud Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1139.
167
Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 234.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 389
168
Charles WARREN: “Earliest Cases of Judicial Review of State Legislation by Federal Courts”,
en Yale Law Journal (Yale L. J.), Volume XXXII, 1922-1923, pp. 15 y ss.; en concreto, p. 28.
169
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes
Unconstitutional”, op. cit., p. 224.
170
William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners and the Origins of Judicial Review”, en
University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Volume 143, 1994-1995, pp. 491 y ss.
390 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
Convention, propuso el llamado Virginia Plan, “the principal source for the
Federal Constitution”171, y con posterioridad, como ya hemos comentado, fue
nombrado primer Attorney General de los Estados Unidos, siendo ulteriormente
el sucesor de Thomas Jefferson como Secretario de Estado. En cuanto a Tucker,
muy olvidado en nuestro tiempo, fue miembro de la Virginia Court of Appeals y
juez federal, además de editor jurídico, siendo su mayor realización en este último
campo la edición en 1803 de la monumental obra de Blackstone, Commentaries
on the Laws of England, publicada en cinco volúmenes. Tucker es, en palabras de
Carrington172, “arguably the most important American legal scholar of the first
half of the nineteenth century”. Estas notas son, al parecer, las únicas fuentes que
han sobrevivido de la época revolucionaria en las que los abogados, en un caso en
que fue impugnada la validez de una ley, discutieron acerca de cómo interpretar
las disposiciones constitucionales.
En el Case of the Prisoners, tres hombres condenados por traición reclama-
ron, aduciendo que la ley de traición de Virginia (Virginia´s Treason Statute)
violaba la Constitución del Estado. Treanor considera 173 este caso como el
primero en que un tribunal americano, después de la Independencia, se enfrentó
a la cuestión de si podía declarar inconstitucional una ley. El interés del caso se
acentúa si se advierte que proporcionó la ocasión de que un asombroso número
de importantes figuras (“an atonishing number of important figures”) se vieran
forzadas a enfrentarse a esta cuestión por vez primera. Cabe recordar, que al
margen ya de Randolph y Tucker, abogados en el caso, uno de los miembros del
tribunal era John Blair, que como ya vimos, en 1790 sería nombrado Associate
Justice de la Supreme Court. También es de recordar a John Francis Mercer,
relevante abogado que, al igual que Tucker, intervino en el caso como “amicus”.
El propio James Madison no fue ajeno al caso, pues mantuvo una numerosa
correspondencia sobre el mismo tanto con Randolph como con Edmund
Pendleton, presidente del tribunal, llegando incluso a conseguir las notas en que
este último sustentó su opinion.
La Corte de Apelaciones de Virginia, integrada por ocho miembros, falló
a través de ocho separate opinions. Aunque la argumentación es objeto de
controversia, según la crónica antes mencionada que sobre el caso publicó en
1827 Daniel Call, el presidente del Tribunal, Pendleton, hizo suyo el argumento
hermenéutico de Randolph, concluyendo que la Treason Act era coherente con
la Constitución de Virginia, reservándose pronunciarse acerca de la cuestión de
si un tribunal podía declarar inválida una ley de resultas de su inconstitucio-
nalidad. Los siete jueces restantes se pronunciaron claramente en favor de la
facultad del tribunal de declarar una ley inconstitucional, y por lo mismo nula,
171
Ibidem, p. 494.
172
Paul D. CARRINGTON: “The Revolutionary Idea of University Legal Education”, en William &
Mary Law Review (Wm. & Mary L. Rev.), Volume 31, Number 3, Spring 1990, pp. 527 y ss.; en concreto,
p. 540.
173
William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners and the Origins of Judicial Review”, op.
cit., p. 496.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 391
174
Sobre la decisión de la Virginia Court of Appeals, cfr. William Michael TREANOR: “The Case of
the Prisoners and the Origins...”, op. cit., pp. 529-538.
175
Ibidem, p. 498.
176
No es ésta, desde luego, la tesis de Suzanna SHERRY, a cuyo trabajo (“The Founders´ Unwritten
Constitution”, op. cit.) nos hemos referido en diferentes oportunidades a lo largo de nuestro estudio.
Bien al contrario, esta autora defiende la existencia de un activismo judicial en la época revolucionaria,
que bastantes jueces sustentarían en la utilización como canon de verificación de la legitimidad de
una ley no de los textos escritos de las Constituciones, sino del natural law, o lo que es igual, de la
unwritten Constitution.
177
Cfr. al efecto, Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., pp. 236-237.
392 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
entrada ilegal violaba “the law of nations”178, y 2) que tal consideración vulneraba
asimismo el Tratado de paz suscrito entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña.
La Corte apoyó la ley estatal, pero denegó la petición de la demandante, con-
cluyendo que la Legislatura de Nueva York, al aprobar la ley de entradas ilegales,
no podía haber tenido la intención de promulgar una ley incompatible con “the law
of nations”, al menos no sin una non obstante clause haciendo saber su intención.
De esta forma, como dice Sherry179, el tribunal interpretó, que la ley prohibía el
pleito del demandante, no obstante su nítido lenguaje en contrario. La Corte vino
a equiparar “the law of the nations” con “the law of nature”, sustentando en último
término la decisión en principios generales y en la consideración de que “the act
was against natural reason and justice”, más que en un conflicto concreto entre
el texto legal y un “fundamental written law”180. La decisión desencadenó una
enorme controversia, propiciando frecuentes mítines populares en su contra. Por
lo demás, no parece que la sentencia diera mucha seguridad. Sorprendentemente,
el propio Hamilton manifestó con posterioridad que en su bufete recomendó y
dirigió compromisos con vistas a subsiguientes procesos con base en el mismo
texto legal que antes había combatido.
178
Elliott habla de que Hamilton adujo que la ley violaba la natural justice, y que la decisión judicial
pareció sustentarse en este fundamento. Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”,
op. cit., p. 237. En el fondo, es la misma idea de Sherry, para quien la argumentación de Hamilton
acerca de la sustancia de la “law of nations” y de cómo la misma debía aplicarse al caso, sugiere una
noción general de “the law of nations as part of unwritten but judicially enforceable fundamental
law”. Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, op. cit., p. 1137.
179
Suzanna SHERRY: “The Founders Unwritten Constitution”, op. cit., pp. 1137-1138.
180
William M. MEIGS: “The Relation of the Judiciary to the Constitution”, op. cit., p, 180.
181
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., pp. 238-239.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 393
de Virginia: “They exalt themselves and their country, while they maintain the
principles of the Constitution of Virginia and manifest the unspotted probity of its
judiciary department”, para aludir finalmente a un ejemplo semejante acaecido en
Massachusetts: “I mention that a similar instance has occurred in Massachusetts,
where, when the Legislature unintentionally trespassed upon a barrier of the
Constitution, the judges of the Supreme Court solemnly determined that the
particular statute was unconstitutional”182.
La alusión a ese caso ocurrido en Massachusetts levantó cierta curiosidad y
condujo a Goodell, editor de las “Acts and Resolves of the Province of Massachu-
setts Bay”, a llevar a cabo ciertas investigaciones que le llevaron a identificar dos
casos reconducibles al ejemplo al que se refería Cutting en la carta a Jefferson.
Esos casos, de los que conoció la Supreme Judicial Court de Worcester, en septiem-
bre de 1786, fueron: Brattle, Admr. v. Hinckley et al., y The Same v. Putnam et al.183.
VII. En fin, también en los Estados de Carolina del Sur y Carolina del Norte
encontramos casos en los que los jueces iban a ejercitar la judicial review. En este
último Estado, la facultad de los tribunales para rehusar aplicar una ley a causa de
su inconstitucionalidad fue cuidadosamente razonada y considerada en 1787, en
el caso Bayard v. Singleton. En la opinion los jueces de la Corte suprema del Estado
razonan que “the obligation of their oaths and the duty of their office required
them, in that situation, to give their opinion on that important and momentous
subject; and that notwithstanding the great reluctance they might feel against
involving themselves in a dispute with the legislature of the state, yet no objection
of censure or respect could come in competition or authorize them to dispense
with a duty they owed to the public in consequence of the trust they were invested
with under the solemnity of their oaths”184.
A su vez, en Carolina del Sur, en 1792, la Corte suprema del Estado, en el caso
Bowman v. Middleton, consideró nula una ley de 1712, de la legislatura colonial,
al contravenir el “common right” y la “Magna Charta”.
Concluimos. Los casos que con mayor o menor detenimiento hemos expuesto,
creemos que ofrecen una panorámica lo suficientemente clarificadora de cómo
a nivel estatal los tribunales habían ido haciendo suya la potestad de la judicial
review. Desde luego, no iban a faltar discusiones y debates, incluso, como se ha
expuesto, airadas reacciones populares en algún supuesto. Pero ya con anteriori-
dad a 1787, la teoría de la revisión judicial de las leyes, desde los parámetros de las
Constituciones estatales, e incluso, desde los cánones de los principios no escritos
de la natural justice (el caso newyorkino Rutgers v. Waddington es bien ilustrativo
de ello), había arraigado en buen número de jueces. No iba a existir pues en este
182
Apud A. C. GOODELL, Jr.: “An Early Constitutional Case in Massachusetts”, en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. VII, 1893-1894, pp. 415 y ss.; en concreto, p. 415.
183
A. C. GOODELL, Jr.: “An Early Constitutional Case...”, op. cit., p. 416.
184
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 238.
394 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
Los once años de vida del Tribunal Supremo que transcurren entre la primera
sesión del mismo, celebrada en Nueva York en febrero de 1790, y el nombramiento
como Chief Justice de John Marshall, en febrero de 1801, nos ofrecen un plural
mosaico de sensaciones, quizá incluso contradictorias, en orden a la valoración
del órgano y del rol cumplido por el mismo.
La primera de ellas es la de encontrarnos ante un órgano devaluado. A ello
contribuirá en gran medida la absurda disposición de la Judiciary Act que obligaba
a los Justices de la Corte Suprema a integrar los Circuit Courts. Tan anómala
previsión no sólo operará como un elemento de desincentivación para el acceso
a la Corte, propiciando asimismo algunas renuncias de miembros de la Supreme
Court, sino que contribuirá intrínsecamente a devaluar la imagen del órgano. El
encargo a dos de los Chief Justices de esta etapa de la realización de largas misiones
diplomáticas en Europa no hará sino subrayar ante una incipiente opinión pública
la inutilidad de este órgano. Y su debilidad aún se hará más patente a la vista del
procedimiento de formulación de las sentencias: “in the English manner”, o lo que
es igual, “delivering seriatim opinions”. La ausencia de una voz única por parte de
la Corte no dejará de tener su impacto sobre la apariencia exhibida por la misma
hacia el mundo exterior.
Si atendemos ahora a sus decisiones, las sensaciones que nos ofrece la
Corte parecen cambiar. Ciertamente, en esta etapa no nos encontramos con
casos celebérrimos o decisiones impactantes, pero sí nos parece indiscutible
que del Tribunal emanaron sentencias que contribuyeron a la primera forja del
sistema constitucional norteamericano, muy particularmente en lo que al diseño
constitucional de las relaciones entre la Unión y los Estados atañe. No hay que
esperar a la decisión McCulloch v. Maryland (1819) para que la Corte defina el rol
constitucional de los Estados, puesto que ya en el caso Chisholm v. Georgia (1793)
lo vino a hacer, bastándonos para verificarlo con recordar el radical repudio del
Justice Wilson del concepto de soberanía estatal: “as the purposes of the Union,
therefore, Georgia is not a sovereign state”, o la no menos nítida posición del
Chief Justice Jay, al vincular íntimamente el “We the people of the United States”
con la idea del pueblo actuando como soberano (“Here we see the people acting
as sovereigns of the whole country”). En esta trascendental cuestión, la filosofía
de la Corte de la última década del siglo XVIII enlaza estrechamente con la del
Tribunal que presidirá John Marshall.
No vamos a ser tan atrevidos como para cuestionar la idea de que será
Marbury v. Madison (1803) la decisión en la que la Corte confirme la doctrina
de la judicial review, pero sí precisaremos que ese será tan sólo el momento en
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 395
que la Corte haga formalmente suya una doctrina cuyos fundamentos teóricos
pueden encontrarse en otras decisiones de la pre-Marshall Court, y en diferentes
posicionamientos de algunos de sus Justices. La opinion del Justice Chase en el
caso Hylton v. United States (1796) sustenta la legitimación de la Corte para llevar
a cabo el control de constitucionalidad y, llegado el caso, declarar nula la ley que
se estime claramente contradictoria con la Constitución. El propio Chase, en la
Ware v. Hylton decision (1796), hará una decidida defensa de la judicial review, bien
que contemplando ahora como canon de la legitimidad de la ley estatal controlada
no ya la Constitución federal, sino los Tratados en que la Unión fuere parte, en
estricta coherencia con la supremacy clause del Art. VI de la Constitución. Y por
si ello no fuera suficiente, en el caso Calder v. Bull (1798), los Justices Samuel
Chase y James Iredell, aunque desde posiciones no exactamente concordantes,
coincidirán en la defensa de la función de la judicial review. Más aún, un dictum
de la opinion de Iredell en el ya mencionado Chisholm case anticipa en diez años
la decisión Marbury v. Madison, lo que en absoluto debe extrañar si se recuerda la
espléndida construcción dogmática de la doctrina de la judicial review llevada a
cabo por Iredell en 1786 en un artículo, “To the public”, publicado en un periódico
de Carolina del Norte, en defensa de la autoridad de los jueces para rehusar aplicar
una ley por ellos considerada inconstitucional.
En fin, en el haber de la primera Corte ha de colocarse asimismo su inequívoco
rechazo a pronunciarse a través de las llamadas advisory opinions, circunscri-
biendo sus pronunciamientos a la existencia de “cases and controversies”, con
lo que ello entrañaba de reafirmarse como un órgano jurisdiccional, rechazando
paralelamente cualquier pronunciamiento que le ubicara más bien en la esfera de
los órganos políticos o consultivos. Y junto a ello, en el Hayburn´s case (1792), la
Supreme Court iba a sentar un precedente de sustancial importancia, por cuanto
a partir del mismo se entendió que los jueces o tribunales federales no podían
actuar en aquellos casos en que sus decisiones estuvieran sujetas a algún tipo
de revisión por cualquiera de los otros dos poderes federales, reivindicando de
esta forma la plena independencia de la actuación judicial. Y adicionalmente,
habría que decir que el Tribunal Supremo iba a crear en estos años un modelo de
“constitutional adjudication”, esto es, de construcción de una decisión judicial en
materia constitucional, que el paso del tiempo no iba a eclipsar.
La debilidad que pareció tener la Corte por las circunstancias anteriormente
expuestas se iba a ver, pues, contrarrestada por un conjunto de decisiones y de
posicionamientos que, aún siendo cuantitativamente poco importantes, iban a
resultar cualitativamente bien relevantes, anticipando algunas de las posiciones
más celebradas de la Marshall Court. La plena comprensión de algunas de las
grandes decisiones de la Corte presidida por Marshall exige inexcusablemente
atender a la Corte que la precedió, cuya trayectoria no puede ser ignorada, aunque
en muchas ocasiones realmente lo haya sido.
396 LA JUDICIAL REVIEW EN LA PRE-MARSHALL COURT (1790-1801)
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III. EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V.
MADISON *
SUMARIO
1. Introducción.– 2. John Marshall, United States Supreme Court´s Chief Justice: A) Algunos
apuntes sobre John Marshall. B) Su nombramiento como Presidente de la Corte Suprema.
C) Su trabajo en el Tribunal. D) La dominante influencia de Marshall en la Supreme Court.
E) Los enemigos del Chief Justice: Spencer Roane y Thomas Jefferson: a) El virginiano
Spencer Roane. b) El primo Jefferson. c) Marshall versus Jefferson: el caso United States v.
Burr (1807): a´) El peculiar personaje de Aaron Burr y los hechos desencadenantes del caso.
b´) El American Law of Treason. c´) La interpretación y posterior sentencia de John Marshall.
d´) El subpoena duces tecum al Presidente Jefferson.– 3. El radical antagonismo durante
la Presidencia de Adams (1797-1801) entre Federalistas y Jeffersonianos Republicanos y
sus consecuencias sobre el Judiciary: A) La relativa inicial convergencia de Federalistas y
Republicanos acerca del rol del Judiciary. B) Los enfrentamientos entre ambos partidos en
los años postreros del siglo: a) Las federalistas Alien and Sedition Acts (1798). b) La sesgada
y arbitraria aplicación judicial de la Sedition Act. c) La reacción republicana: las Virginia and
Kentucky Resolutions: a´) Su soterrada autoría. b´) Las Kentucky Resolutions (noviembre de
1798). c´) Las Virginia Resolutions (diciembre de 1798). d) La réplica de otras Legislaturas
estatales. e) La reacción de James Madison: el Madison´s Report (enero de 1800). C) La
federalista Judiciary Act de 1801: a) Breve aproximación a la Judiciary Act de 1789. b) El
Informe del Attorney General recomendando la reforma de la Ley de 1789 (diciembre de
1790) y su incidencia legislativa. c) El “iter” legislativo conducente a la Ley de 13 de febrero
de 1801. d) Los líneas maestras de la Judiciary Act de 1801. D) El apresurado y partidista
nombramiento de los Jueces. Los Midnight Judges.– 4. La réplica sobre el Judiciary de la
Administración Jeffersoniana: A) La Repeal Act de 8 de marzo de 1802. B) La Ley de 29 de
abril de 1802 y la “hibernación” temporal de la Supreme Court. C) La contrarréplica Fede-
ralista. D) La discutible confirmación de la constitucionalidad de la Repeal Act por la Corte
Suprema: el caso Stuart v. Laird (1803).– 5. Los ataques Republicanos a la independencia
* Este trabajo, con el título de “El trasfondo político y jurídico de la Marbury v. Madison Decision”
fue inicialmente publicado en el Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional (AIbJC), núm. 15,
2011, pp. 139 y ss. Para su actual publicación, ha sido completamente revisado y ampliado de modo
muy sustancial.
400 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
1. Introducción
1
Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, en University of Pennsylvania
Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 104, 1955-1956, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 10.
2
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition (Profiles of Leading American Judges),
Oxford University Press, expanded edition, New York/Oxford, 1988, p. 11.
3
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe. The Origins of Judicial Review in America,
Greenwood Press, New York/Westport (Connecticut)/London, 1989, p. 301.
402 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
4
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 11.
5
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme Court, Louisiana State
University Press, Baton Rouge, 2001, p. 78.
6
Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, op. cit., p. 10.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 403
II. Albert Beveridge, sin lugar a dudas, el más importante biógrafo de Marshall8,
caracteriza al Chief Justice ya envejecido como “the Supreme Conservative”,
quizá porque desde su acceso a la Supreme Court todos sus esfuerzos y aptitudes
se dirigieron a proponer a través de la Corte los principios en que sostener
7
Harold H. BURTON: “John Marshall-The Man”, en University of Pennsylvania Law Review (U.
Pa. L. Rev.), Vol. 104, 1955-1956, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 4.
8
Albert J. BEVERIDGE: The Life of John Marshall, 4 vols., Houghton Mifflin, Boston/New York,
1916-1919.
404 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
la Constitución 9, pero lo cierto es que, como bien precisa Corwin 10, cuando
Marshall hizo acto de destacada presencia en la esfera nacional, él fue como un
revolucionario en el más pleno sentido (“in the fullest sense”), pues no en vano
fue la versión de la Constitución dada por el Chief Justice la que proporcionó las
bases constitucionales para la más profunda revolución en la historia del Derecho
constitucional americano. Como escribiera uno de los grandes Associate Justices
de la Corte, Benjamin Nathan Cardozo, en palabras que han devenido inmortales:
“Marshall dio a la Constitución de los Estados Unidos la huella de su propio
pensamiento (“the impress of his own mind”); y la forma de nuestro Derecho
constitucional es lo que es porque él, mientras era aún plástico y maleable, lo
moldeó en el fuego de sus propias profundas convicciones (“in the fire of his own
intense convictions”)”11. Y otro grandísimo Justice, Joseph Story, colega del Chief
Justice, a modo de epitafio del amigo desaparecido, escribió que Marshall había
sido “the expounder of the Constitution”, reflejando con tan pocas pero rotundas
palabras el decisivo peso específico que tendría la interpretación en materia
constitucional de quien había presidido durante tantos años la Corte. Todavía
hoy, Marshall es considerado como el representante de los puntos de vista que
él mismo, sin duda alguna, no reconocería como propios12. Pero, a poco que se
medite, los calificativos de conservador y de revolucionario, poco o nada tienen
que ver con su ideología política, que como es obvio ha de tratar de captarse en el
marco político de los primeros años de la nueva República.
Se ha dicho13, que Marshall fue un genuino federalista o más bien nacionalista,
pero no del ala extrema de la llamada escuela Hamiltoniana, pues aunque siempre
defendió con todo su poder la Constitución federal, reconoció francamente sus
limitaciones. Y ello no deja de ser cierto, aunque a nuestro entender, el rasgo
verdaderamente significativo que debe ser destacado es el de su moderación en
una época de enfrentamientos exaltados entre los Jeffersonianos Republicanos,
acérrimos defensores de los derechos de los Estados y los Federalistas, partidarios
del fortalecimiento del poder federal. Al margen ya de su dilatado ejercicio de la
Chief Justiceship, un momento relevante que puede servir de punto de referencia
con el que calibrar esa moderación, es el de la convulsa década de 1790, particu-
larmente los últimos años del siglo, sin duda, los que acogen los enfrentamientos
políticos más agudos. Newmyer ha valorado su actitud como la de “a passionate
Moderate in the age of <political violence>”14.
Tras su retorno de París, en cumplimiento de la misión de la que ya nos hemos
hecho eco, y la aprobación en el verano de 1798 por la mayoría Federalista en el
9
Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, op. cit., p.11.
10
Ibidem, p. 9.
11
Benjamin N. CARDOZO: The Nature of the Judicial Process, Yale University Press, thirty-sixth
printing, New Haven and London, 1975 (first published by Yale University Press, 1921), pp. 169-170.
12
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review (From Constitutional Interpretation
to Judge-Made Law), Basic Book, Inc., Publishers, New York, 1986, p. 40.
13
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States (Its History and Influence in
our Constitutional System), The John Hopkins Press, Baltimore, 1890, p. 89.
14
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme Court, op. cit., p. 119.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 405
Congreso de las Alien and Sedition Acts, la preocupación de Marshall por el futuro
de la República era grande. Como él mismo reflejaría en su Autobiographical
Sketch, tras su estancia en Francia, volvió a Richmond con “a full determination
to devote myself entirely to my professional duties”. Frente a las presiones de sus
amigos para presentarse como candidato al Congreso, Marshall fue, como de
nuevo él reconocería, “peremptory” en su rechazo. Ni tan siquiera la intervención
personal de Washington pudo, en un primer momento al menos, cambiar su
voluntad. Washington insistiría, invitando a Marshall y a su sobrino, Bushrod
Washington, que sería nombrado en 1799 por Adams Associate Justice, a una
reunión en Mount Vernon. Marshall se avino finalmente a participar en el proceso
electoral, muy posiblemente por el temor a que la radical división de Federalistas y
Jeffersonianos en materia de política exterior, unida a la crisis desencadenada por
la aprobación, primero, de las Alien and Sedition Acts, y más tarde de las Virginia
and Kentucky Resolutions, terminara por desencadenar una crisis irreversible en
el aún muy joven país15. No es este el momento de entrar en los enfrentamientos
de fines de la década. Tan sólo diremos, que frente a los posicionamientos muy
radicales de unos y de otros, Marshall mostró en sus posiciones una prudencia y
un equilibrio bien definidores de su moderado talante político.
La elección de Abril de 1799, en la que Marshall competiría por un escaño en la
Cámara de Representantes por el distrito de Richmond, que alcanzaría finalmente
frente al Republicano John Clopton, aunque por un muy estrecho margen de votos
(108 votos de diferencia tan sólo), supuso algo así como la culminación de una
década de controversia constitucional en Virginia. No ha de extrañar por lo mismo
que la elección girara en buena parte en torno a las controvertidísimas Alien
and Sedition Acts. Frente a lo que se hubiera podido suponer del bien conocido
nacionalismo constitucional de Marshall, así como de su reputación de hombre
franco, Marshall en absoluto se alineó en defensa de las leyes, mostrándose más
bien crítico frente a ellas16. Su moderación, una vez más, hizo acto de presencia
cuando reconoció que “no era un defensor (an advocate) de esos textos legales” y
que si hubiera estado en el Congreso en el momento de su aprobación, “I should,
unless my judgment could have changed, certainly have opposed them”, si bien
adujo adicionalmente que no creía que los textos estuvieran tan cargados de
errores como muchos les atribuían. En fin, Marshall mostraba las razones de
15
“The great man –escribe Newmyer– was moved to intervene because he feared that party division
over foreign policy might destroy the country. And events in Virginia culminating in the states´ rights
resolutions passed by the legislature in late 1798 convinced him that a crisis was at hand”. R. Kent
NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 119.
16
Es verdad que lo que Marshall no dijo acerca de las Alien and Sedition Acts es más revelador
que lo que manifestó. Marshall no se pronunció sobre la cuestión constitucional subyacente, que no
era sino la de si el Congreso había excedido sus facultades constitucionales al aprobar esas leyes, muy
en especial la Sedition Act. Tampoco Marshall se pronunciaría sobre la reivindicación enunciada por
las Virginia and Kentucky Resolutions, en el sentido de que debían ser las legislaturas estatales y no
los tribunales federales quienes resolvieran las disputas relativas a la interpretación constitucional.
Parece bastante claro que un repudio absoluto de esta reivindicación hubiera enfrentado a Marshall
con los sentimientos dominantes en el Estado de Virginia. Su respuesta, en cierto modo, vendría
explicitada unos años después en el Marbury case.
406 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
su oposición última a estas leyes: “I should have opposed them, because I think
them useless; and because they are calculated to create, unnecessarily, discontents
and jealousies at a time when our very existence, as a nation, may depend on our
union”17. Frente a los extremismos de unos y de otros, la posición de Marshall
es inequívocamente reveladora, primero, de su talante equilibrado, y después, y
lo que más importa, de que su primigenia preocupación fue desde siempre la de
salvar, ante todo, y fortalecer a continuación la joven y todavía vacilante República.
No sin razón Beveridge pudo escribir en relación a su biografiado: “The American
nation was his dream; and to the realization of it he consecrated his life”18.
17
Apud R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 122.
18
De ello se hace eco Edward S. CORWIN, en “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, op. cit.,
p. 22.
19
Apud G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 10.
20
Apud G. Edward WHITE: The American Judicial...”, op. cit., p. 11.
21
Apud Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist...”, op. cit., p. 14.
22
Harold H. BURTON: “John Marshall–The Man”, op. cit., p. 3.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 407
23
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United
States, England and France), Oxford University Press, seventh edition, New York/Oxford, 1998, p. 342.
24
De ello se hace eco Michael Daly HAWKINS, en “John Marshall Through the Eyes of an Admirer:
John Quincy Adams”, en William and Mary Law Review (Wm. & Mary L. Rev.), Vol. 43, 2001-2002, pp.
1453 y ss.; en concreto, pp. 1454-1455.
25
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford,
1993, p. 33.
26
Michael J. GERHARDT: “The Lives of John Marshall”, en William and Mary Law Review (Wm
& Mary L. Rev.), Vol. 43, 2001-2002, pp. 1399 y ss.; en concreto, p. 1451.
408 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
como “great Justice”, encabezando ese ranking al ser el único Juez en obtener
tal reconocimiento unánimemente27, siendo de recordar asimismo que tan sólo
12 de los hasta aquel momento 96 Jueces de la Corte obtuvieron ese máximo
reconocimiento de “great Justice”28.
27
El “Rating Supreme Court Justices” figura, como “Appendix A”, en la obra de Henry J. ABRA-
HAM: Justices & Presidents (A Political History of Appointments to the Supreme Court), Oxford
University Press, second edition, New York/Oxford, 1985, pp. 377-379.
28
Recordemos a esos doce grandes Jueces, en el orden en que figuraban en el ranking: Chief
Justice John Marshall (1801-1835); Justice Joseph Story (1812-1845); Chief Justice Roger B. Taney
(1836-1864); Justice John M. Harlan (1877-1911); Justice Oliver W. Holmes (1902-1932); Justice y
después Chief Justice Charles Evans Hughes (1910-1916 y 1930-1941, respectivamente); Justice Louis
D. Brandeis (1916-1939); Justice y después Chief Justice Harlan Fiske Stone (1925-1941 y 1941-1946,
respectivamente); Justice Benjamin N. Cardozo (1932-1938); Justice Hugo L. Black (1937-1971); Justice
Felix Frankfurter (1939-1962), y Chief Justice Earl Warren (1953-1969).
29
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 33.
30
Broadus MITCHELL: Alexander Hamilton. A Concise Biography, Oxford University Press, New
York, 1976, p. 287.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 409
31
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents..., op. cit., p. 80.
32
Ibidem, pp. 81-82.
33
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe, op. cit., pp. 299-300.
410 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
34
Tras la nominación de Marshall por el Presidente Adams, Jonathan Dayton, un destacado senador
federalista, escribía al Justice Paterson: “With grief, astonishment & almost indignation, I hasten to
inform you, that, contrary to the hopes and expectations of us all, the President has this morning
nominated Gen. Marshall... The eyes of all parties had been turned upon you, whose pretensions he
knew were, in every respect the best, & who, he could not be ignorant, would have been the most
acceptable to our country”. La respuesta de Paterson al senador Dayton fue muy elogiosa hacia el
nombramiento de Marshall. “Mr. Marshall –escribía Paterson–is a man of genius, of strong reasoning
powers, and a sound, correct lawyer. His talents have at once the lustre and solidity of gold”. Apud
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 34.
35
“The Marshall appointment –escribe Schwartz– was both completely unexpected and resented
by Adams´s own party, which believed that Judge Paterson should have been given the position”.
Bernard SCHWARTZ: A History..., op. cit., p. 34.
36
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents..., op. cit., p. 81.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 411
37
Michael Daly HAWKINS: “John Marshall Through the Eyes of an Admirer: John Quincy Adams”,
op. cit., p. 1454.
38
Henry J. ABRAHAM: Justices & Presidents..., op. cit., p. 82.
39
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe, op. cit., p. 300.
412 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
del Chief Justice, razonablemente, debía quedar formalizado en el más breve plazo
posible. Así lo debieron comprender los senadores Federalistas, que llegaron al
convencimiento de que era conveniente confirmar a Marshall, –cuya enorme
habilidad política le era unánimemente reconocida– no sólo por las circunstancias
que acabamos de exponer, sino también por el temor a que otro candidato no tan
bien cualificado y aún más rechazable para los Federalistas de la alta Cámara
pudiera ser propuesto por el Presidente40. Así las cosas, el 27 de enero de 1801, el
Senado confirmaba el nombramiento de Marshall, quien el miércoles 4 de febrero
prestaba juramento del cargo de Chief Justice. Justamente dos días antes, el 2 de
febrero, la Corte se había reunido por primera vez en Washington.
El Presidente Adams no tendría reparo alguno en reconocer públicamente que
el nombramiento del Chief Justice había sido la decisión presidencial de la que más
se enorgullecía. “My gift of John Marshall to the people of the United States was
the prodest act of my life”, llegó a decir41. En ello se ha establecido un paralelismo
entre la Administración de John Adams y la del Presidente republicano Herbert
Clark Hoover (quien ejerciera el cargo entre 1929 y 1933), pues también en esta
Administración se vino a considerar que el acto individual más trascendente de
la misma había sido el nombramiento como Associate Justice de Benjamin N.
Cardozo (Juez entre 1932 y 1938).
C) Su trabajo en el Tribunal
40
El senador más activo frente al nombramiento de Marshall, Jonathan Dayton, reconocería “that
the rejection of this (Marshall) might induce the nomination of some other character more improper,
and more disgusting”. Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 34.
41
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 35.
42
Nos remitimos al efecto a nuestro trabajo “Los primeros pasos del Tribunal Supremo norteame-
ricano: la pre-Marshall Court (1790-1801)”, elaborado para la obra en homenaje al Profesor Jorge De
Esteban, aún inédita cuando escribimos estas líneas, pero que también se publica en este libro.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 413
43
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States, op. cit., p. 89.
44
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States (Its Foundations, Methods
and Achievements. An Interpretation), Columbia University Press, New York, 1928, p.55.
45
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 12.
414 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
46
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court..., op. cit., p. 90.
47
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., pp. 12-13.
48
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., pp. 220-221.
49
Según los datos que facilita Harold H. BURTON: “John Marshall–The Man”, op. cit., p. 6.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 415
II. Al margen ya de los datos puramente numéricos, hay otros aspectos de las
decisiones de Marshall que nos parecen de un muy superior interés al que nos
ofrece el mero dato estadístico. Aludiremos al efecto, ante todo, a su visión del
Derecho, que tuvo su reflejo en sus opinions, a la claridad de sus decisiones y a la
intención pedagógica de las mismas.
Más que ningún otro jurista, Marshall empleó el Derecho como un medio para
alcanzar los fines políticos y económicos que él prefería. Ello casaba perfectamen-
te con su propia visión del Derecho como un instrumento social conformado por
la Constitución para alcanzar unos determinados fines, en sintonía con lo cual
la Constitución, lejos de aplicarse de modo formalista, debía de ser aplicada a la
luz de los fines a los que servía, que, en su esencia, podían compendiarse en el
establecimiento de una nación dotada de todos los poderes gubernamentales nece-
sarios51. En este sentido, Schwartz considera al Chief Justice el propio paradigma
(“the very paradigm”) durante la era de formación del Derecho norteamericano
del “result-oriented judge”52. Pero más que eso, el Derecho que Marshall utilizó de
este modo fue, en su mayor parte, moldeado tanto como utilizado por él. Marshall
actuó como legislador tanto como juez, pues al asumir la responsabilidad de
aplicar la norma constitucional a una serie de casos concretos, asumió un rol que
iba bastante más allá del de mero intérprete, convirtiéndose en verdadero creador.
Como dijera James A. Garfield, Marshall “se encontró con un esqueleto y lo revistió
de carne y sangre” (“He found a skeleton, and he clothed it with flesh and blood”).
Es por lo mismo por lo que dos siglos después, nadie duda de la preeminencia
de Marshall en el Derecho americano, que otro enorme Justice, Oliver Wendell
Holmes, compendiara en una muy celebrada afirmación: “If American law were
to be represented by a single figure, skeptic and worshippers alike would agree
without dispute that the figure could be alone, and that one, John Marshall”53.
Holmes, como puede verse, admite sin atisbo alguno de duda que todos, no sólo los
que le rinden culto sino también los escépticos, concordarían en erigir a Marshall
como el representante del Derecho norteamericano.
50
Willoughby cifra el número de dissents del Chief Justice en un total de ocho casos. Westel W.
WILLOUGHBY: The Supreme Court..., op. cit., p. 90.
51
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 38.
52
Ibidem, p. 66.
53
Apud Bernard SCHWARTZ, en Ibidem, p. 35.
416 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
54
William H. REHNQUIST: The Supreme Court. How It Was, How It Is, Quill-William Morrow,
New York, 1987, p. 122.
55
Felix FRANKFURTER: The Commerce Clause Under Marshall, Taney and Waite, The University
of North Carolina Press, Chapel Hill, 1937, p. 44.
56
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., pp. 245-246.
57
Apud G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 11.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 417
58
Jack M. BALKIN: “The Use that the Future Makes of the Past: John Marshall´s Greatness and
Its Lessons for Today´s Supreme Court Justices”, en William & Mary Law Review (Wm. & Mary L.
Rev.), Vol. 43, 2001-2002, pp. 1321 y ss.; en concreto, p. 1338.
59
Felix FRANKFURTER: The Commerce Clause Under Marshall, Taney and Waite, op. cit., p. 45.
60
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 65.
418 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
61
Ibidem, p. 59.
62
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 215 El propio Abraham justifica su
aserción con algunos argumentos del Chief Justice Charles Evans Hughes, extraídos de un artículo
del New York Times (edición del 24 de junio de 1969, p. 25), que reproducimos a continuación:
“Popular interest naturally centers in the Chief Justice as the titular head of the Court. He is its
executive officer, he presides at its sessions and its conferences, and announces its orders. By virtue
of the distinctive function of the Court he is the most important judicial officer in the world; he is the
Chief Justice of the United States”.
63
Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten: America´s Greatest Judges”, en Southern Illinois
University Law Journal, Vol. 4, 1979, pp. 405 y ss.; en concreto, p. 435.
64
Ibidem.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 419
personales con sus colegas65. De ahí que aunque muchos han sido, desde luego,
los Presidentes del Tribunal que han tenido un rol predominante en su Corte,
no todos lo han logrado, y desde luego, sin género alguno de duda, ninguno ha
alcanzado el predominio de nuestro Chief Justice, cuya influencia llegó hasta
extremos desconocidos en ningún otro momento de la vida de la Supreme Court.
Tratando de delimitar, primero negativamente, las razones que pudieran
explicar el leadership de Marshall, hay que señalar que el mismo no ha de buscarse
simplemente en la lealtad política de sus Associate Justices66. No hacen falta
muchas explicaciones tras lo que ya se ha expuesto acerca de la evolutiva com-
posición de la Corte durante la presidencia de Marshall, pues si, efectivamente,
en los primeros años nuestro hombre contó con una mayoría federalista proclive
a sus ideas, como ya dijimos, a partir de 1811, la balanza ideológica de la Corte
se inclinaba del lado Republicano, y no se puede olvidar que con Jefferson se
inauguró la llamada “dinastía Virginiana” de Presidentes republicanos (Thomas
Jefferson, James Madison y James Monroe), que monopolizaron la Presidencia
durante 24 años y que, a lo largo de este tiempo, nombraron un total de seis
Associate Justices. Bastaría además con recordar el caso de los llamados “silent
Justices” (Livingston, Todd y Duvall), ya citados, nombrados por Jefferson (los
dos primeros) y Madison, que se convirtieron en fieles y mudos seguidores de los
postulados de Marshall, para constatar que el abrumador predominio del Chief
Justice sobre sus Asociados no se sustentó en razones ideológicas, puesto que se
ha de presuponer que la visión de unos Jueces identificados con los postulados
Republicanos había de ser bien diferente de las posiciones de un Juez Federalista,
por lo menos en aquellos convulsos años de la aún joven República.
Siguiendo con esta delimitación negativa, también podría decirse, compartien-
do la apreciación de Schwartz67, que tampoco fueron la inteligencia (“intellect”)
y saber (“learning”) de Marshall las razones que cimentaron su liderazgo, pues
Joseph Story fue su igual en la primera y, con mucho, superior en el segundo, y
William Johnson tenía tanto una profunda inteligencia como una mucho mejor
educación (“a far better education”). A su vez, Bushrod Washington también
habría sido un Juez destacado en cualquier otro Tribunal.
Joseph Story ha sido considerado68 el más capacitado miembro (“the ablest
member”) de la Marshall Court, e incluso, el más culto erudito (“the most learned
scholar”) que nunca haya ocupado el cargo de miembro de la Corte Suprema69,
calificándosele, en sintonía con lo anterior, como el Justice más sobresaliente de
65
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States (Its Foundation, Methods
and Achievements. An Interpretation), op. cit., p. 57. “It is evident –escribe Hughes– that his actual
influence will depend upon the strength of his character and the demonstration of his ability in the
intimate relations of the judges”.
66
Análogamente se manifiesta Rehnquist, quien escribe: “Marshall´s dominance of his colleagues
cannot be explained simply on the grounds of political allegiance”. William H. REHNQUIST: The
Supreme Court..., op. cit., p. 120.
67
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 59.
68
William H. REHNQUIST: The Supreme Court..., op. cit., p. 121.
69
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 59.
420 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
todo el siglo XIX (“the outstanding Justice during the nineteenth century”). Aunque
Republicano, Story llegó a compartir plenamente la concepción nacionalista de
Marshall, con la consiguiente necesidad de fortalecer el poder federal. El ejemplo
más acabado de ello lo encontramos en la opinion for the Court escrita por Story para
una Corte unánime en el célebre caso Martin v. Hunter´s Lessee, decidido el 20 de
marzo de 1816, en el que Marshall no participó; en esta decisión la Corte confirmó
la constitucionalidad de la Sección 25 de la Judiciary Act de 1789, que habilitaba a
la Supreme Court para revisar las sentencias definitivas de los tribunales superiores
estatales cuando se vieren concernidas leyes federales o tratados, o cuando una
ley estatal o una norma del common law hubieren sido apoyadas por el tribunal
estatal, no obstante ser impugnadas de conformidad con la Constitución federal,
y ello frente a la tacha de inconstitucionalidad con la que varios Estados, Virginia
muy particularmente, venían de modo sistemático rechazando la Sección 25. Como
se ha escrito70, “Story´s opinion was a landmark in the history of federal judicial
supremacy”, y el impacto de esta decisión es equiparable al de las grandes opinions
de Marshall. Story no sólo se identificó por entero con la visión de su amigo y Chief
Justice, sino que, a la par, se convirtió en su punto de apoyo fundamental, viniendo
a suplir lo único que a Marshall le faltaba: erudición jurídica (“legal scholarship”).
“Brother Story –recuerda Schwartz71 que solía decir Marshall– here... can give us
the cases from the Twelve Tables down to the latest reports”.
En cuanto a William Johnson, fue nombrado a la edad de 33 años, siendo el
segundo Justice más joven en acceder a la Corte, con pocos meses de diferencia
respecto de Story, que sería el de menor edad. Johnson, pese a su juventud, traía
consigo un notable bagaje en el servicio público, al haber integrado el Tribunal
Supremo de Carolina del Sur72 y haber sido uno de los líderes republicanos de
su Estado, habiendo servido en su Legislatura y sido Speaker de su Cámara
baja. Con su nombramiento, el primero efectuado por Jefferson para la Corte,
el Presidente quiso incorporar a la misma a un Republicano leal que pudiera
servir de contrapeso frente a Marshall. Sin embargo, su trayectoria en la Corte,
no obstante sus numerosos dissents, no fue la esperada por los Republicanos.
Su apoyo, primero, a la antes mencionada sentencia dictada en el caso Martin v.
Hunter´s Lessee y, sobre todo, su respaldo tres años más tarde a la muy trascen-
dental McCulloch v. Maryland decision, aprobada el 6 de marzo de 1819 por el voto
unánime de los siete Justices, escribiendo Marshall la opinion of the Court, por
la que se determinaba el significado de la llamada necessary and proper clause,
algo que habría de resultar trascendental en la distribución de poderes entre el
gobierno federal y los gobiernos estatales, le alejaría irreversiblemente de los
Republicanos, para quienes, como recuerda Schwartz73, la doctrina de los implied
70
Kermit L. HALL, en The Oxford Guide to United States Supreme Court Decisions, edited by
Kermit L. HALL, Oxford University Press, New York, 1999, p. 176.
71
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 60.
72
Levin, en un trabajo precisamente sobre el Justice Johnson, se refiere a este tribunal como la
“South Carolina Constitutional Court”. Cfr. al efecto, A. J. LEVIN: “Mr. Justice William Johnson, creative
dissenter”, en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. 43, 1944-45, pp. 497 y ss.; en concreto, p. 522.
73
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 64.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 421
powers que consagraba esa decisión era una suerte de herejía. Por si ello no fuera
suficiente, dos años más tarde, el propio Johnson escribió una opinion apoyando
fuertemente la implied powers doctrine, en unos términos que bien podrían haber
sido escritos por el propio Marshall. Todo ello fue determinante para que muchos
Republicanos se consideraran traicionados por Johnson, en quien habían puesto
grandes esperanzas por sus notables cualidades intelectuales, que le convertirían
en un referente de la Marshall Court. Como recuerda la doctrina74, Johnson y
los otros Justices Republicanos considerados apóstatas fueron denunciados en
una serie de artículos periodísticos escritos por Spencer Roane –del que nos
ocuparemos más adelante– bajo el seudónimo de “Algernon Sidney”. Roane,
Chief Justice de la Virginia Court of Appeals, amigote de Jefferson y aspirante
frustrado a la Chief Justiceship, vertiendo su profunda inquina hacia Marshall,
aprovechaba esos artículos para denunciar cómo, en último término, la actitud
de los Jueces Republicanos no era sino la resultante de la tiranía a la que el Chief
Justice sometía a los miembros de su Corte: el dominio (“the sway”) de Marshall
sobre su Tribunal –escribiría Roane– “is the blind and absolute despotism which
exists in an army, or is exercised by a tyrant over his slaves”.
En definitiva, un grandísimo Justice, Joseph Story, y dos notabilísimos Jueces,
William Johnson y Bushrod Washington, compartieron con Marshall sus funcio-
nes en la Corte durante cerca de 30 años (Johnson, en realidad, durante 31), pero
por diferentes razones en cada caso no sólo no sirvieron de contrapeso frente a
las posiciones nacionalistas del Chief Justice, sino que, bien al contrario, actuaron
como aliados de Marshall o, por lo menos, suscribieron sus interpretaciones en
algunos de los más decisivos pronunciamientos de la Corte.
III. Descartadas las razones a las que anteriormente hicimos referencia, ¿cuá-
les son los argumentos en que se sustenta la influencia dominante de Marshall?
Varios argumentos pueden ser esgrimidos.
A) Se ha hablado, en primer término, de esa cualidad escurridiza (“elusive
quality”) que llamamos liderazgo (leadership). Puede resultar imposible decir qué
es lo que convierte a una persona en un gran líder, pero recurriendo a un conocido
aforismo de quien fuera miembro de la Corte entre 1959 y 1981, el Justice Potter
Stewart, –“I could never succeed in (defining it). But I know it when I see it”– bien
podría decirse que conocemos el liderazgo cuando lo vemos. Cualesquiera que
puedan ser las cualidades del liderazgo judicial, Marshall las poseyó en su más
elevado grado75.
B) Creatividad e innovación, claridad y audacia en la visión de los problemas y
de sus soluciones. Estas cualidades, que adornaron a Marshall76, contribuyeron a
74
Ibidem, pp. 64-65.
75
Ibidem, p. 59.
76
Michael J. GERHARDT: “The Lives of John Marshall”, en William and Mary Law Review (Wm.
& Mary L. Rev.), Vol. 43, 2001-2002, pp. 1399 y ss.; en concreto, pp. 1447-1448.
422 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
77
William H. REHNQUIST: The Supreme Court..., op. cit., p. 121.
78
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 59.
79
En tal sentido se manifiesta Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, 2nd edition
(revised by Sanford Levinson), The University of Chicago Press, Chicago & London, 1994, p. 25.
80
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme Court, op. cit., p. 151.
81
Ibidem, p. 206.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 423
82
Clinton, en su libro sobre el Marbury case, se hace eco de cómo el principal biógrafo de Marshall,
Albert Beveridge, vino a relatar que Marshall había utilizado el caso “to announce that the Supreme
Court was the ultimate arbiter as to what is and what is not law under the Constitution”, con lo que
parece querer dar a entender que, en último término, la histórica decisión no respondió sino al deseo
de Marshall de que la Corte ascendiera un peldaño en esa escalera encaminada a otorgar a la Corte
una sólida posición institucional que la situara en pie de igualdad con los otros dos grandes poderes
del gobierno federal. Cfr. al efecto, Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review,
University Press of Kansas , Lawrence (Kansas), 1989, p. 126.
83
En sentido análogo se pronuncia Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitu-
tion, Yale University Press, New Haven and London, 1990, p. 161.
84
Nos remitimos al efecto a lo ya escrito en otro momento y lugar. Cfr. Francisco FERNÁNDEZ
SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de Derecho Comparado, tomo I (2ª parte: “Las dissenting
opinions”), Editorial Dykinson, Madrid, 2009, pp. 225 y ss.
85
Edward C. VOSS: “Dissent: Sign of a Healthy Court”, en Arizona State Law Journal (Ariz. St. L.
J.), Vol. 24, 1992, pp. 643 y ss.; en concreto, p. 645.
86
La opinion of the court corresponde a la motivación (opinion) de la decisión, aunque incorpora
también la parte dispositiva de la sentencia (judgment), que no se expresa en una fórmula fija.
87
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court: a history of judicial desintegration”,
en Cornell Law Review (Cornell L. Rev.), Vol. 44, 1958-1959, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 193.
424 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
88
Kurt H. NADELMANN: “The Judicial Dissent. Publication v. Secrecy”, en The American Journal
of Comparative Law (Am. J. Comp. L.), Vol. 8, 1959, pp. 415 y ss.; en concreto, p. 418.
89
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, revised edition in two volumes,
Little, Brown, and Company, Boston, 1932, Vol. I (1789-1835), pp. 653-654. “The change in the practice
of the Court –escribe Warren (pág. 654, nota 1)– had occurred before Marshall´s accession to the
Bench”.
90
Kevin M. STACK: “The Practice of Dissent in the Supreme Court”, en Yale Law Journal (Yale L.
J.), Vol. 105, 1995-1996, pp. 2235 y ss.; en concreto, p. 2239.
91
A tal significado se referiría, entre otros muchos, el Justice William J. BRENNAN, en “In defense
of dissents”, en The Hastings Law Journal (Hastings L. J.), Vol. 37, 1985-1986, pp. 427 y ss.; en concreto,
p. 433.
92
Todavía en 1820, refiriéndose al modo como la Marshall Court llevaba a cabo su función, Jef-
ferson, en una carta dirigida a Thomas Richtie, fechada el 25 de diciembre de ese año, escribía: “An
opinion is huddled up in conclave, perhaps by a majority of one, delivered as if unanimous, and with
the silent acquiescence of lazy or timid associates, by a crafty chief judge, who sophisticates the law
to his own mind, by the turn of his own reasoning”. El texto de la carta está recogido en The Writings
of Thomas Jefferson, (1903), vol. 15, p. 298. Apud Donald M. ROPER: “Judicial Unanimity and the
Marshall Court–A Road to Reappraisal”, en The American Journal of Legal History (Am. J. Legal Hist.),
(Temple University School of Law, Philadelphia), Vol. 9, 1965, pp. 118 y ss.; en concreto, p. 118.
El juicio de Jefferson sobre Marshall no dejaba resquicio a la duda: un astuto presidente que
manipulaba la ley a su arbitrio. Jefferson se mostraría asimismo favorable a un retorno a la “saludable
práctica del primer Tribunal” del pronunciamiento a través de las seriatim opinions. Todavía dos años
después, en una carta dirigida en esta ocasión al Justice William Johnson, escrita desde Monticello el
27 de octubre de 1822, refiriéndose a las “uniform opinions of the Court”, Jefferson observaba: “The
practice is certainly convenient for the lazy , the modest (and) the incompetent. It saves the trouble
of developing their opinion methodically and even of making up an opinion at all”. Frente a ello, la
fórmula tradicional de las seriatim opinions muestra, a juicio de Jefferson, “whether every judge has
taken the trouble of understanding the case, of investigating it minutely, and of forming an opinion
for himself, instead of pinning it on another´s sleeve”. La carta está transcrita en su totalidad en A. J.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 425
LEVIN: “Mr. Justice William Johnson, creative dissenter”, en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.),
Vol. 43, 1944-1945, pp. 497 y ss.; en concreto, pp. 513-515.
93
“Whoever attentively considers the different departments of power must perceive, that in a
government in which they are separated from each other, the judiciary, from the nature of its functions,
will always be the least dangereous to the political rights of the constitution; because it will be least in
a capacity to annoy or injure them”. Entresacamos este texto de la obra The Founders´ Constitution,
edited by Philip KURLAND and Ralph LERNER, volume four, The University of Chicago Press,
Chicago and London, 1987, p. 142.
94
Ruth Bader GINSBURG: “Speaking in a Judicial Voice”, en New York University Law Review
(N. Y. U. L. Rev.), Vol. 67, No. 6, December, 1992, pp. 1185 y ss.; en concreto, p. 1190.
95
CHICAGO-COMMENTS: “Supreme Court no-clear-majority decisions. A study in stare decisis”,
en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 24, 1956-57, pp. 99 y ss.; en concreto,
p. 99.
96
En tal sentido, Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the Origins of Supreme Court leadership”,
en University of Pittsburg Law Review (U. Pitt. L. Rev.), Vol. 36, number 4, Summer 1975, pp. 785 y
ss.; en concreto, p. 813.
426 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
hostil, los jueces debían de redactar juntos las sentencias de la Corte, intentando
suprimir los desacuerdos con vistas a crear un frente unido. Sin embargo, la
unanimidad del Tribunal presidido por Marshall no se iba a prolongar durante
mucho tiempo. La llegada a la Corte del Justice William Johnson, su más inde-
pendiente colega, tendría mucho que ver con ello. En el caso Huidekoper´s Lessee
v. Douglas (1805), Johnson formularía su primera disidencia, bien que bajo la
forma de concurring opinion, considerándose de modo bastante generalizado que
la primera quiebra formal de esa tradición de unanimidad se produjo en el caso
Simms & Wise v. Slacum (1806), en el que el Justice William Paterson suscribió el
primer auténtico dissent. A partir de ese momento, las dissenting opinions irían
desarrollándose lenta pero inexorablemente, hasta adquirir con el paso del tiempo
un rol seminal en el funcionamiento de la Corte, llegando incluso a tener ciertos
dissents un sentido profético, por utilizar una célebre expresión acuñada por
Barth en su bien conocida caracterización del dissent: “Judicial dissent is, at its
best, a form of prophecy in the Biblical sense of that term. It reflects, at least on
occasion, not only a protest against what the dissenter deems error or injustice,
but an Isaiahlike warning of unhappy consequences. Like a seer, the dissenter
sometimes peers into the future”97. Y desde luego, nadie encarnaría mejor que
ese enorme Justice que fue Oliver Wendell Holmes (Associate Justice entre 1902 y
1932) ese sentido profético del dissent.
b/ A la muerte de Marshall la estatura de la Corte había crecido enormemente.
Pensemos en que ya incluso unos años antes, hacia 1830, Alexis de Tocqueville
había subrayado hasta el extremo el relevante rol del poder judicial en Norteamé-
rica, y dentro de tal poder haría especial hincapié en el rol de la Corte Suprema,
entendiendo que a ella estaba encomendada la paz, la prosperidad y la propia
existencia de la Unión. En definitiva, Marshall logró elevar la Supreme Court a una
posición de igualdad con el legislativo y el ejecutivo, y como admite Abraham98,
quizá incluso a una de dominio durante el auge de su presidencia. Y aún más,
bajo la dirección de Marshall, la Corte no sólo se convirtió en una crecientemente
importante fuerza en la política nacional, sino también en una fuente de orgullo e
inspiración (“a source of pride and inspiration”) para los hombres nombrados para
este Tribunal99, lo que contrasta de modo radical con el sentir de sus miembros
en los años anteriores al acceso de Marshall a la Corte (pensemos una vez más en
la opinión expresada al efecto por John Jay) y con el hecho de que en la década
final del siglo XVIII el acceso a este órgano no suscitaba especiales entusiasmos,
ni mucho menos podía entreverse como la culminación de una carrera jurídica100.
97
Alan BARTH: Prophets with honor (Great Dissents and Great Dissenters in the Supreme Court),
Alfred A. Knopf, New York, 1974, p. 3.
98
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., p. 376.
99
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 13.
100
A este respecto nos remitimos, sin entrar ahora en mayores detalles, a nuestro artículo “Los
primeros pasos del Tribunal Supremo norteamericano: la pre-Marshall Court”, del que ya nos hemos
hecho eco, elaborado para la obra colectiva en homenaje al Profesor Jorge De Esteban, que también
se publica en este libro.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 427
No debe extrañar, en sintonía con lo que se acaba de decir, que algún sector de
la doctrina101 haya considerado, que la más importante contribución histórica de
la Corte presidida por Marshall no consistió tanto en las decisiones particulares
de especial trascendencia que dictó como en la elevación de la estatura de la
Corte, que abrió el camino que ha conducido a que este órgano llegue a ser la
formidable institución que hoy conocemos que es, entendiéndose también en esa
línea que lo que hace de Marshall verdaderamente un gran Juez es, ante todo, su
rol institucional, al convertir la Corte Suprema en un órgano mucho más relevante
para la política americana de lo que lo era antes de su llegada a la misma102. Por
supuesto, Marshall logró una verdadera metamorfosis de la Supreme Court; con
todo, quedarse en este único aspecto no nos parece acertado, porque supondría
de algún modo devaluar las extraordinariamente relevantes aportaciones de la
Corte Suprema presidida por Marshall en el ámbito del Derecho constitucional
norteamericano, y dentro del mismo, en el plano de las relaciones entre la Unión
y los Estados.
D) Para finalizar, hemos de hacernos eco de algunos otros rasgos personales
que, sin duda, tuvieron un cierto influjo en el predominio de Marshall sobre su
Corte. A ellos han aludido, de una u otra forma, muy diversos autores y diferentes
miembros de la Corte a lo largo del tiempo, Oliver Wendell Holmes y Frankfurter
entre otros muchos. Se trata de aspectos más atinentes a la personalidad de
nuestro hombre. Está bien lejos de la verdad que Marshall ejerciera su gran influjo
sobre la Corte de resultas de su carácter tiránico o despótico, como escribiera, de
resultas de su odio personal hacia Marshall, el siniestro y contradictorio personaje
de Spencer Roane. Como con toda fidelidad se ha señalado103, Marshall no dominó
la Corte a través de la represión o del engatusamiento (“social cajolery”); por
contra, su liderazgo se asentó en una cuidadosa orquestación de los objetivos
sociales, políticos y jurídicos en los que todos los Justices se vieron interesados y
profundamente comprometidos. A su sólido intelecto Marshall unió un buen estilo
personal, un carácter amistoso y sin pretenciosidades y una gran firmeza en sus
convicciones, y todo ello, como destacara Oliver W. Holmes (que al año siguiente
accedería a la Corte) en el que se denominó “Marshall Day”, conmemorativo del
centenario de su confirmación por el Senado como Presidente de la Corte, cele-
brado en todo el país, propiciaría su personal ascendencia sobre sus colegas104. En
definitiva, Marshall fue capaz de promover un espíritu de cooperación y de trabajo
en equipo (“teamwork”), y, a través de todo ello, “the Court became a family”105. Y
ello no sólo tendría su traducción en sus majority opinions sino, más allá de ellas,
101
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, pp. 1153 y 1181.
102
Jack M. BALKIN: “The Use that the Future Makes of the Past: John Marshall´s Greatness and
Its Lessons for Today´s Supreme Court Justices”, op. cit., p. 1321.
103
Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the Origins of Supreme Court Leadership”, en University
of Pittsburg Law Review (U. Pitt. L. Rev.), Vol. 36, No. 4, Summer 1975, pp. 785 y ss.; en concreto, p. 797.
104
Cit. por G. Edward WHITE: “The Art of Revising History; Revisiting the Marshall Court”, en
Suffolk University Law Review (Suffolk U. L. Rev.), Vol. XVI, number 3, Fall 1982, pp. 659 y ss.; en
concreto, pp. 671-672.
105
Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the Origins of Supreme Court Leadership”, op. cit., p. 797.
428 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
en que, en forma semejante a como aconteciera con ese enorme Justice que fuera
Oliver W. Holmes, Marshall fuera respetado en vida y querido por sus colegas,
muy en particular por su gran amigo Joseph Story.
106
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., p. 341.
107
En una carta de Marshall a Alexander Hamilton, fechada el 1 de enero de 1801, consideraba a
Jefferson “totally unfit for their chief magistracy of a nation which cannot indulge these prejudices
without sustaining deep personal injury”. Apud Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John
Marshall: What Kind of Constitution Shall We Have?”, en Journal of Supreme Court History (J. Sup.
Ct. Hist.), Vol. 31, Issue 2, 2006, pp. 109 y ss.; en concreto, p. 109.
108
Particularmente dura sería la andanada que contra Jefferson dirigió la Gazette of the United
States, un periódico federalista, que durante los comicios de 1800 publicó un mensaje dirigido hacia
el candidato virginiano en el que podía leerse lo que sigue: “You have been, Sir, a Governor, an
Ambassador, and a Secretary of State, and had to desert each of these posts, from that weakness of
nerves, want of fortitude and total imbecility of character, which have marked your whole political
career”. Apud Louise WEINBERG: “Our Marbury”, en Virginia Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 89, 2003,
pp. 1235 y ss.; en concreto, p. 1281.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 429
Marshall constituyen buen ejemplo de ello. Sin embargo, fueron Jefferson y Mar-
shall quienes simbolizaron y personalizaron las convicciones constitucionales en
conflicto, poniéndolas en juego en centros explosivos. Como escribe Newmyer109,
cada uno había adoptado una posición sobre los grandes asuntos exteriores e
internos en la década de 1790, y cada uno de ellos combinó estas cuestiones en
una disputa sobre el significado de la Constitución. Y todo ello, pese a no hallarse
encuadrado Marshall dentro de los high Federalists, el ala más conservadora
del partido que lideraba Alexander Hamilton, sino en el ala más moderada que
capitaneaba John Adams. Jefferson siempre expresó su particular inquina hacia
Hamilton y sus seguidores.
No deja de ser una curiosa paradoja histórica, que el 4 de marzo de 1801 fuera
John Marshall quien hubiera de tomar juramento de su cargo al Presidente electo,
Thomas Jefferson. Como escribe Newmyer, “with his hand on the Bible held by
Marshall, Jefferson swore to uphold the Constitution Marshall was sure he was
about to destroy”110.
Muchas leyendas se han contado acerca del origen de esa endémica y perma-
nente antipatía, incluso podría hablarse de odio, entre los dos primos, aunque
sin llegar a vislumbrarse ninguna causa verdaderamente determinante. Desde
luego, sí podría decirse, y por ello nos referimos especialmente a esa cuestión,
que el enfrentamiento alcanzó su climax con ocasión del juicio del que había sido
Vicepresidente con Jefferson, Aaron Burr, cuyo tribunal, que finalmente le declaró
no culpable de un delito de traición (1807), presidió Marshall, aunque también
se ha apuntado a otro momento culminante en esa relación de tensión111, el año
1811, ya con Madison como Presidente, cuando llegó un caso ante el Circuit Court
de Richmond, presidido por John Marshall, en el que se vio envuelto Jefferson por
el embargo de una propiedad en Nueva Orleans llevado a cabo por orden suya,
siendo Presidente. Jefferson adujo que el caso había sido premeditadamente
planteado ante el Tribunal de Richmond para que su odiado primo se diera el
gusto de condenarle. Marshall no se iba a privar de hacer una serie de sarcásticas
observaciones sobre Jefferson, pero llegado el momento de decidir en Derecho,
su integridad como Juez prevaleció, y en contra de lo que su intrigante primo
pensaba, apoyó el argumento básico sustentado por los abogados del ex Presi-
dente, que no era otro sino el de que el tribunal carecía de jurisdicción a causa
de que el acto que condujo al proceso (una supuesta violación de la propiedad
–“trespass of property”– en Nueva Orleans) había tenido lugar fuera de Virginia,
y el common law, según Marshall, exigía que el caso fuera enjuiciado donde la
supuesta violación de la propiedad había tenido lugar.
Los amigos de Jefferson iban a seguir los pasos de su jefe, convirtiéndose
(algunos de ellos al menos) en los más feroces críticos de Marshall y de la Marshall
109
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme Court, op. cit., p. 147.
110
Ibidem, p. 148.
111
Leonard BAKER: “The Circuit Riding Justices”, en Supreme Court Historical Society Yeabook
(Sup. Ct. Hist. Soc´y Y. B.), 1977, pp. 48 y ss.; en concreto, p. 51.
430 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Court, siempre, y esto parece bastante aclarado por los historiadores, instigados y
estimulados por el odio de Jefferson hacia su primo. Uno de esos oponentes sería
John Taylor, de Carolina, quien criticó con todo ardor las doctrinas de Marshall,
tildándolas de destructivas del principio de la división de poderes entre los dos
centros de gobierno. El otro fue el virginiano Spencer Roane, a quien ya nos hemos
referido en alguna ocasión, quien, como recuerda Corwin112, hizo bandera de su
rechazo a la interpretación de que de la cláusula de supremacía derivara cualquier
poder implícito para el gobierno nacional. Roane, que aspiraba a la Presidencia
del Tribunal Supremo cuando Jefferson llegara a la Presidencia de los Estados
Unidos113, podríamos decir que ejemplifica paradigmáticamente la enemistad
implacabe hacia Marshall, que mostró con mucha frecuencia con sus ataques sin
piedad contra el Chief Justice y su Tribunal.
112
Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, op. cit., p. 14.
113
“Hailed as <one of the greatest ornaments of the American judiciary>, Chief Justice of the United
States but for Oliver Ellsworth´s inopportune resignation, founder of one of the leading newspapers
of the nineteenth century, prominent leader of the Jeffersonians, implacable enemy of John Marshall,
political boss of Virginia, <the original Southern secessionist>, and capable of arousing passionate
expressions of hatred and praise in his own day, Spencer Roane has almost been forgotten in ours”. En
tales precisos términos comenzaba describiendo a Spencer Roane un artículo que hace sesenta años
le dedicó la Harvard Law Review. Cfr. al efecto, HARVARD-NOTE: “Judge Spencer Roane of Virginia:
Champion of State´s Rights – Foe of John Marshall”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 66,
1952-1953, pp. 1242 y ss.; en concretro, p. 1242.
114
William E. DODD: “Chief Justice Marshall and Virginia, 1813-1821”, en The American Historical
Review (Am. Hist. Rev.), Vol. 12, No. 4, July, 1907, pp. 776 y ss.; en concreto, p. 776.
115
HARVARD-NOTE: “Judge Spencer Roane of Virginia...”, op. cit., p. 1257.
116
Ibidem, p. 1244.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 431
117
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 53.
118
En torno a estas confrontaciones judiciales, cfr. HARVARD NOTE: “Judge Spencer Roane of
Virginia...”, op. cit., pp. 1246 y ss.
432 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
un especial significado, pues no sólo culminaba esa posición política, sino que
posiblemente puede considerarse como el único texto legal de un Estado que
expropió la propiedad de una Iglesia por motivos de un supuesto interés público.
La ley ya había sido considerada por el Chancellor Wythe como conforme con la
Constitución, pero los anglicanos deseaban que ese fallo fuese revocado por la
Court of Appeals, y creyendo que, salvo Roane, los restantes miembros de la Corte
se alineaban con su punto de vista, plantearon la cuestión ante el supremo órgano
judicial del Estado.
Spencer Roane maniobró para que la Corte no decidiera hasta que una vacante
existente en ella se cubriera. El nuevo miembro del tribunal se alineó con el Chief
Judge, produciéndose un empate en la Corte que supuso la confirmación de la
decisión de Wythe. Para Roane, la continuación de las tierras cedidas a la Iglesia
Anglicana en manos de ésta equivalía a una exacción inconstitucional a quienes
disentían de la Iglesia. La Revolución, argumentaba Roane, “has tumbled to the
ground.... that overwhelming hierarchy (of Church and State), which levelled
to the dust, every vestige of religious liberty”119. No era una posición nueva en
Roane, pues ya en 1783, con tan sólo 21 años, en la House of Delegates virginiana,
representando al Condado de Essex, había sostenido posiciones semejantes.
La cuestión de la constitucionalidad de la ley llegó a la Supreme Court en el
caso Terrett v. Taylor (1815). El Justice Story fue quien escribió la majority opinion
de la Corte; ignorando la previa posición de la Court of Appeals virginiana, declaró
inconstitucional la ley al violar “principles of natural justice” y “the fundamental
laws of every free government”. Bastantes años después, en 1840, ya fallecido
Roane (quien murió en 1822, cuatro años antes que Jefferson, no obstante ser
más joven que él), la Court of Appeals volvió a reconsiderar la cuestión (en Selden
v. Overseers of the Poor), y actuó a la recíproca, ignorando la Terrett opinion y
volviendo a confirmar la constitucionalidad de la ley estatal, esta vez con carácter
definitivo por cuanto la sentencia no fue apelada ante la Corte Suprema. En
cualquier caso, si hubiera que ejemplificar los más virulentos encontronazos entre
los dos Tribunales a que venimos refiriéndonos, habría que poner como puntos
de referencia este tríptico de sentencias de la Corte Suprema: Martin v. Hunter´s
Lessee (1816), McCulloch v. Maryland (1819) y Cohens v. Virginia (1821).
Spencer Roane, con notable frecuencia, y bajo diferentes seudónimos, como
los de “Amphictyon”, “Hampden” y “Algernon Sidney”, se dedicó a escribir en la
prensa virginiana ardientes diatribas frente a la Marshall Court, a su Chief Justice
y a los Justices republicanos, a los que atacó con extrema dureza, achacándoles
su silencio frente a la dirección de la Corte por el Chief Justice, llegando a la con-
clusión de que habían abandonado sus principios. En juego iba a estar de modo
primigenio la crucial cuestión de la naturaleza de la Unión, respecto de la cual la
posición de Roane era inequívoca, ubicándose entre los más furibundos defensores
de la teoría de los derechos de los Estados. De hecho, junto a John Taylor, y
ayudado en el Congreso por Macon y Randolph, Roane ayudó significativamente
119
Apud HARVARD-NOTE: “Judge Spencer Roane of Virginia...”, op. cit., p. 1247.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 433
124
John MARSHALL: “A Friend of the Constitution” (Essays from the Alexandria Gazette), op. cit.,
p. 477 (Ensayo V, de 5 de julio de 1819) y p. 490 (Ensayo VIII, de 14 de julio de 1819).
125
Oliver SCHROEDER, Jr.: “The Life and Judicial Work of Justice William Johnson, Jr.”, en
University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 95, 1946-1947, pp. 164 y ss. (first part) y
344 y ss. (second part); en concreto, p. 190.
126
Charles WARREN: “The Story-Marshall Correspondence (1819-1831)”, en William and Mary
College Quarterly Historical Magazine, Second series, Vol. 21, No. 1, January, 1941, pp. 1 y ss.; en
concreto, p. 6.
127
Apud HARVARD-NOTE: “Judge Spencer Roane of Virginia...”, op. cit., p. 1256.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 435
“I think for coarseness & malignity of invention Algernon Sidney surpasses all
party writers who have ever made pretensions to any decency of character”128.
La respuesta de Story no se hizo esperar. El 27 de junio escribía a Marshall: “The
opinion of our best lawyers is unequivocally with the Supreme Court, heartily &
resolutely. They consider your opinion in Cohens v. Virginia as a most masterly &
convincing argument, & as the greatest of your judgments. Allow me to say that
nowhere is your reputation more sincerely clerished than here...”. Más adelante,
Story añadirá: “The truth is that the whole doctrine of Virginia on the subject of
the Constitution appears to me so fundamentally erroneous, not to say absurd,
that I have a good deal of difficulty in reading with patience the elaborate attempts
of her political leaders to mislead & deceive us”129.
Los Republicanos, como suele decirse, tenían mal perder. La Cohens opinion
desencadenó otras voces estridentes en su contra, hasta el punto de que en alguna
sesión del Congreso se intentó reducir los poderes de la Corte130. En los últimos
años de su vida, el pesimismo se apoderaría de Marshall, pasando a ser cada vez
más consciente de que estaba librando una batalla perdida. “To men who think
as you and I do –escribía Marshall a Story hacia fines de 1834, esto es, unos siete
meses antes de su muerte– the present is gloomy enought; and the future presents
no cheering prospect”131. Marshall pareció fallecer embargado por un crudo
pesimismo acerca de la continuidad de su obra, algo que no es inhabitual entre
quienes han sido auténticos creadores en las más diversas áreas del pensamiento,
de las ciencias o de las artes; nos viene a la memoria al respecto la lapidaria frase
de Gustav Mahler, Meine Zeit wird noch kommen, pero en ella encontramos un
optimismo a futuris132, que si bien encierra el sentimiento de la incomprensión
de su obra entre sus contemporáneos, a la par, alberga la esperanza de que su
maravillosa música acabará triunfando, como así ha sucedido; tal atisbo de
esperanza nos parece que brilla por su ausencia en las palabras de Marshall.
En definitiva, Roane cumplió una misión de la mayor trascendencia: des-
pertar al pueblo del Sur de la precariedad de su posición en la Unión, lo que le
enfrentó ferozmente con el Chief Justice, denodadamente esforzado en propiciar
el fortalecimiento de esa misma Unión. Sus dramáticos enfrentamientos públicos
con Marshall en una época en que la depresión y la cuestión de la esclavitud se
situaban en el primer plano del interés popular ayudó a transmutar el sentimiento
del Sur, que del nacionalismo derivó hacia los derechos de los Estados, con las
funestas consecuencias que a la larga ello habría de tener: una brutal y sangrienta
128
El texto de esta carta puede verse en Charles WARREN: “The Story-Marshall Correspondence
(1819-1831)”, op. cit., p. 6.
129
El texto de la carta de Story a Marshall puede verse en Charles WARREN, Ibidem, pp. 6-8.
130
Recordemos que los Republicanos seguían controlando en estos años el Congreso y la Admi-
nistración. James Monroe, el tercer Presidente de la “dinastía Virginiana”, había accedido al cargo en
1817 y lo detentaría hasta 1825, fecha en que los Democráticos-Republicanos de Virginia perderían
su monopolio, alcanzando la Presidencia John Quincy Adams, hijo.
131
De ello se hace eco Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, op. cit., p. 14.
132
José Luis PÉREZ DE ARTEAGA: Mahler, Antonio Machado Libros–Scherzo Fundación, Madrid,
2007, p. 15.
436 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
guerra civil. Flaco favor el que Roane hizo al pueblo de Virginia en particular y
al Sur en general.
b) El primo Jefferson
133
Darren STALOFF: Hamilton, Adams, Jefferson. The Politics of Enlightenment and the American
Founding, Hill and Wang, New York, 2005, p. 246.
134
En sus Quattro libri dell´Architettura, Palladio haría especial hincapié acerca de esta estrecha
relación. Para una primera aproximación al tema, cfr. Manfred WUNDRAM y Thomas PAPE:
Andrea Palladio. 1508-1580. Arquitecto entre el Renacimiento y el Barroco, Taschen, Köln/Madrid,
2008, pp. 186-201.
135
Para una primera aproximación al rol de Thomas Jefferson en la arquitectura de los Estados
Unidos, cfr. Jan GYMPEL: Historia de la Arquitectura (De la Antigüedad a nuestros días), Könemann,
Colonia/Barcelona (edición española), 1996, p. 66.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 437
136
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States,
Volume II, The University of Chicago Press, 2nd edition, Chicago, 1955, p. 1038.
137
Darren STALOFF: Hamilton, Adams, Jefferson..., op. cit., p. 332.
438 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
138
Apud Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jeffereson and John Marshall...”, op. cit., p. 110.
139
En el párrafo último de la Sección 8ª del Art. I de la Constitución se faculta al Congreso “to
make all laws which shall be necessary and proper for carrying into execution the foreign powers,
and all other powers vested by this constitution in the government of the United States, or in any
department or officer thereof”.
140
Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes Un-
constitutional”, en Political Science Quarterly (Pol. Sci. Q.), Vol. 5, No. 2, June 1890, pp. 224 y ss.; en
concreto, p. 248.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 439
141
Apud P. Allan DIONISOPOULOS and Paul PETERSON: “Rediscovering the American Origins
of Judicial Review: A Rebuttal to the Views Stated by Currie and Others Scholars”, en John Marshall
Law Review (J. Marshall L. Rev.), Vol. 18, l984-1985, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 60.
142
Apud William H. REHNQUIST: The Supreme Court..., op. cit., p. 107.
440 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
II. Entre las fobias personales de Jefferson, nadie alcanzó un lugar tan álgido
como su primo Marshall. Se admite de modo bastante generalizado que Jefferson
nunca sintió afecto hacia su “fellow-Virginian”, John Marshall, y el paso de los
años no condujo sino a profundizar el antagonismo existente ya desde los primeros
años. Bien significativo de ello es que cuando Jefferson se enteró de que Hamilton
requería insistentemente a Marshall que se presentara como candidato para
entrar en el Congreso, escribió a Madison (el 29 de junio de 1792) en los siguientes
términos: “I am told that Marshall has expressed half a mind to come. Hence I
conclude that Hamilton has played him flattery & sollicitation, and I think nothing
143
Los términos de la carta escrita por Jefferson y recogida en sus “Obras”, en lo que ahora interesa,
son: “The judiciary of the United States is the subtle corps of sappers and miners constantly working
underground to undermine the foundations of our confederate fabric. They are constantly construing
our constitution from a coordination of a general and a special government, to a general and supreme
one alone. They will lay all things at their feet, and they are too well versed in English law to forget
the maxim boni judicis est ampliare jurisdictionem”. Apud Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme
Court of the United States, op. cit., p. 92.
144
Apud Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op. cit., p. 248.
145
Leonard LEVY: Jefferson & Civil Liberties, 1963, p. IX. Cit. por George HASKINS: “Law versus
Politics in the early years of the Marshall Court”, en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L.
Rev.), Vol. 130, 1981-1982, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 23.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 441
better could be done than to make him a judge”146. Como Frankfurter pusiera de
relieve, en su deseo de apartar, de dejar en vía muerta a Marshall, a Jefferson se
le ocurrió que lo mejor era otorgarle el inocuo rol de juez. Piénsese, que cuando
Marshall accedió a la presidencia del Tribunal pudo constatar, que aunque los
enemigos políticos miraban a la Corte con cierta desconfianza, la ciudadanía la
contemplaba con una enorme indiferencia147. El destino, irónicamente, situaría
a Marshall en el órgano idóneo, de resultas por supuesto de su propio impulso
y actuación, para concretar el rol institucional de cada órgano de gobierno y las
líneas maestras del propio sistema federal.
No debe extrañar por lo expuesto que si a la personal antipatía hacia Marshall
se unía el hecho de que éste impulsara una interpretación que chocaba de modo
frontal con los postulados constitucionales de Jefferson, éste utilizara todas sus
armas en contra del Chief Justice y de su Tribunal. Por si todo ello fuera poco,
el hacendado de Monticello siempre se mostró profundamente molesto por el
enorme influjo que el Chief Justice ejerció sobre sus Associate Justices, incluyendo
los que él mismo había nombrado con la intención de contrarrestar la influencia
de Marshall. El trabajo de Marshall, dirigido hacia el fortalecimiento del judiciary,
se encontró con la fuerte resistencia del partido Jeffersoniano, que dominaba
los otros dos departamentos, el ejecutivo y el legislativo. Por lo demás, como ha
escrito Urofsky148, aunque fingiendo en un determinado momento de su vida estar
de acuerdo con la idea de un judiciary independiente, algo que desde su llegada
a la Presidencia combatiría abiertamente, Jefferson, como muchos otros críticos
de los tribunales, valoraba la independencia de los mismos tan sólo cuando los
jueces anunciaban decisiones que él aprobaba en cuanto coincidían con sus
propios puntos de vista. Transcurridos dos siglos, los patrones de valoración de
las decisiones judiciales por la clase política no han cambiado mucho, y no hay
más que mirar a nuestro país.
A su vez, en lo que a Marshall se refiere, cuando dictó la Marbury opinion,
la antipatía hacia su primo se había intensificado, pues él sospechaba, con toda
razón por lo demás, del relevante rol desempeñado por Jefferson en el diseño de
las Virginia and Kentucky Resolutions, que el Chief Justice consideró enormemente
perniciosas, particularmente al enunciar las últimas una doctrina como la de la
nullification, esto es, la reivindicación de la potestad estatal de anular las leyes
federales que se interpretaran en contradicción con la Constitución, doctrina que
estaba llamada a romper la Unión.
Las diferencias que separaban a ambos estadistas iban a llegar a ser aún
más personales, –valga como testimonio el que Jefferson llegó a hacerse eco por
146
Carta de Jefferson a Madison, fechada el 29 de junio de 1792. Puede verse en The Writings of
Thomas Jefferson, edited by P. FORD, 1895, vol. 6, pp. 95-97. Cit. por Felix FRANKFURTER: “John
Marshall and the judicial function”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 69, No. 2, December
1955, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 218.
147
Donald G. MORGAN: “The Origin of Supreme Court Dissent”, en The William and Mary Quarterly
(Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 10, No. 3, July, 1953, pp. 353 y ss.; en concreto, p. 360.
148
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 116.
442 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
escrito del “rancorous hatred which Marshall bears to the government of his
country”149– al creer Jefferson, aunque cueste admitir que ese fuere realmente su
sentir, que las decisiones del Chief Justice eran fruto del rencor y del odio hacia su
gobierno; con absoluta ofuscación, el de Monticello atribuía a la inquina personal
de Marshall lo que no era otra cosa que una diferente concepción constitucional.
Otro ejemplo lo encontramos en la despectiva calificación que Jefferson dio de
la biografía que sobre Washington escribió Marshall: “a five-volume libel”. Las
diferencias entre nuestros dos personajes se iban a radicalizar aún más en sus
implicaciones ideológicas después de la Marbury decision, pues tras esta sentencia
lo que quedaban cuestionados eran aspectos nucleares del gobierno constitucional
republicano. En una carta dirigida a su amigo Spencer Roane, Jefferson iba
a caracterizar la Marbury opinion como sigue: “(la Constitución) ha dado, de
acuerdo con esta sentencia, sólo a uno de ellos (de los tres poderes del gobierno
federal) el derecho para prescribir reglas para el gobierno de los otros, y además,
a aquél que no ha sido elegido por, y es independiente de, la nación”; tras aludir
más adelante a que el impeachment constitucionalmente regulado no parecía
haber asustado al poder judicial, añadía finalmente que “la Constitución, en esta
hipótesis, es una mera criatura de cera (“a mere thing of wax”) en las manos del
judiciary, que ellos pueden moldear en cualquier forma que les agrade (“into any
form they please”)”150.
Jefferson rechazaría vehementemente la interpretación de que los Founding
Fathers hubieran querido dar a uno solo de los tres poderes el derecho de
establecer reglas para el gobierno de los otros, insistiendo en que cada uno de
los tres poderes, al ser independientes, “tiene un igual derecho a decidir por sí
mismo el significado de la Constitución en los casos sometidos a su intervención,
donde ha de actuar sin apelación”. Adicionalmente, rechaza la revisión judicial
de la constitucionalidad de las leyes con base en dos argumentos principales: l)
que tal doctrina viola el mandato constitucional de la separación de poderes, y
2) que representa una negación patente del verdadero deseo popular, tal como es
expresado por el pueblo soberano a través de sus representantes, debidamente
elegidos, en un Congreso reunido. Sin embargo, y contra lo que pudiera pensarse,
Jefferson no estaba tan obcecado como para ignorar los potenciales excesos en
que podían incurrir los representantes; y así, años atrás, en una carta dirigida a
James Madison, con fecha de 15 de marzo de 1789, manifestaba su temor frente a
la tiranía de las legislaturas: “the tyranny of the legislatures –escribía– is the most
formidable dread at present and will be for many years”151. Tres lustros después,
controlando su partido el Congreso, Jefferson había olvidado sus temores frente
a los abusos provenientes del legislativo, preocupándole tan sólo tales excesos
cuando provinieran del poder judicial. No nos hemos de extrañar, pues estas son
las eternas volubilidades de la clase política, cuyos juicios casi siempre vienen mo-
dulados por sus respectivos intereses. Por si la argumentación expuesta no fuera
149
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 68.
150
Apud Bernard SCHWARTZ, en Ibidem, p. 53.
151
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 348.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 443
suficiente, Jefferson añadiría que la Supreme Court “no es ni más instruida ni más
objetiva que los poderes políticos del gobierno”. En definitiva, para el hacendado
de Monticello, la doctrina de la judicial review, con sus posibilidades inherentes
de conducir a la supremacía judicial, era tanto elitista como antidemocrática. Su
rechazo a la misma y al órgano que, supuestamente, la había consagrado sería
radical.
III. Jefferson suele ser considerado como uno de los abanderados contra la
judicial review, y lo que se acaba de decir parecería confirmarlo, pero en realidad
esto no fue ni mucho menos así en un primer momento, sino que en ello influiría
decisivamente la partidista y sesgada posición mantenida por buen número de
jueces fededrales hacia las Alien and Sedition Acts. Los republicanos, y también
Jefferson, demandaron, justificadamente, la declaración de la inconstitucionalidad
de esas leyes por los referidos jueces, algo que su falta de imparcialidad, fruto de su
militante partidismo, prevalente sobre su visión de los derechos constitucionales
y de la justicia, les iba a hacer ignorar. Fue a partir de ese momento cuando en
Jefferson anidó un soterrado rechazo del judiciary, que se habría de manifestar
con toda su intensidad con ocasión de su acceso a la Presidencia. Es por todo ello
por lo que esa visión apriorística del rechazo jeffersoniano de la judicial review
resulta un tanto infundada, o por lo menos debe de ser relativizada.
Diversas pruebas pueden aducirse en apoyo de lo que se acaba de decir. La
doctrina acude en primer término a una carta, de diciembre de 1787, escrita por
Jefferson a Madison, en la que el de Monticello, sin darse cuenta al parecer de
que, aun cuando de modo específico no les fuese reconocida en la Constitución la
facultad de la judicial review, los jueces disponían de la misma, se quejaba de esta
deficiencia. Bien significativas son las siguientes palabras que formula al hilo de
su reflexión acerca del veto sobre la legislación del Congreso que la Constitución
otorga al Presidente152:
“I like the negative given to the Executive with a third of either house,
though I should have liked it better had the Judiciary been associated for
that purpose, or invested with a similar and separate power”153. (Me gusta
el veto dado al Ejecutivo con un tercio de cualquiera de las dos Cámaras,
aunque me habría gustado más que se hubiera asociado con este fin al Judi-
ciary, o que se le hubiera investido con una facultad semejante y separada).
152
Sobre los más relevantes posicionamientos de Jefferson acerca de la judicial review, cfr. Wallace
MENDELSON: “Jefferson on Judicial Review: Consistency through Change”, en University of Chicago
Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 29, Winter, 1962, pp. 327 y ss.
153
Apud P. Allan DIONISOPOULOS and Paul PETERSON: “Rediscovering the American Origins...”,
op. cit., p. 59.
444 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
tan sólo recordaremos ahora, que en ella Jefferson expresaba la confianza que le
merecía el departamento judicial por sus conocimientos e integridad.
No será Jefferson el único estadista republicano en reivindicar en un primer
momento un rol relevante para el judiciary. Patrick Henry, el líder de las fuerzas
antifederalistas de Virginia, en la Convención de ratificación de la Constitución
federal de Virginia, se mostró desconfiado frente a lo que entendía que era una ex-
cesiva centralización del poder en el gobierno nacional, considerando al respecto
que era “the highest encomium of this country, that the acts of the legislature, if
unconstitutional, are liable to be opposed by the judiciary”. De ahí que Warren154,
en su clásica obra sobre la Corte Suprema, escribiera, que cualquiera que fuere la
actitud de los anti-Federalistas y los estadistas sureños en fechas posteriores, era
claro que al principio ellos reconocieron plenamente y aceptaron el ejercicio de la
judicial review. También para Clinton155, los comentarios de Henry, de Jefferson y
de otros sobre el rol a desempeñar por los tribunales de conformidad con la nueva
Constitución, muestran la dificultad de apoyar los argumentos en contra de la
judicial review en su autoridad, pues en la realidad de los hechos, ellos fueron los
primeros en sostener la conveniencia de dar a los tribunales “a broad negative”
sobre los actos de las ramas coordinadas del gobierno. Tambien Sosin ha puesto
de relieve cómo, en alguna ocasión, Jefferson vio la judicial review como una
salvaguarda contra los excesos legislativos, frente a las mayorías violando los
derechos de las minorías y de los individuos156.
La doctrina se ha hecho eco igualmente del aprecio que Jefferson tenía de los
jueces virginianos por hacer caso omiso de la legislación estatal que consideraban
que estaba en contradicción con la Constitución del Estado157. A la vista de todo lo
expuesto, hemos de insistir en que fue el a todas luces rechazable comportamiento
partidista de buen número de jueces federales, alineados con las tesis del partido
Federalista, particularmente durante los procesamientos llevados a cabo al hilo
de la aplicación de la Sedition Act, lo que hizo tambalear la confianza de Jefferson
y de gran parte de los líderes republicanos en el judiciary. Con posterioridad, el
odio personal de Jefferson hacia su primo Marshall no hizo sino profundizar en
sus sentimientos contrarios al federal judiciary.
Con el paso del tiempo, este sentir se materializó claramente en las reticencias
del hacendado de Monticello frente a la doctrina sentada en el caso Marbury v.
Madison, que ya se habrían de mantener incólumes hasta su muerte. Un buen
ejemplo de ello lo encontramos en una carta, hecha pública en su día, de Jefferson
a William C. Jarvis, de Pittsfield (Massachusetts), que posteriormente sería Speaker
154
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, revised edition in two volumes,
Little, Brown, and Company, Boston, 1932, Vol. One (1789-1835), p. 83.
155
Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 69.
156
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe. The Origins of Judicial Review, op. cit., p. 316.
157
David E. ENGDAHL: “John Marshall´s <Jeffersonian> Concept of Judicial Review”, en Duke
Law Journal (Duke L. J.), Vol. 42, 1992-1993, pp. 279 y ss.; en concreto, p. 285.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 445
“You seem in pages 84 and 148 to consider the judges as the ultimate
arbiters of all constitutional questions; a very dangerous doctrine indeed,
and one which would place us under the despotism of an oligarchy.... The
Constitution has erected no such single tribunal... It has more wisely made
all the departments coequal and co-sovereign within themselves. If the
legislature fails to pass laws for a census, for paying the judges and other
offices of the government, for establishing a militia, for naturalization
as prescribed by the Constitution, or if they fail to meet in Congress, the
judges cannot issue their mandamus to them...”. (Usted parece considerar
a los jueces, en las páginas 84 y 148, como los últimos árbitros de todas
las cuestiones constitucionales, una muy peligrosa doctrina realmente, y
una doctrina que nos colocaría bajo el despotismo de una oligarquía....
La Constitución no ha establecido un único tribunal. Más sabiamente, ha
hecho iguales a todos los departamentos y a sí mismos cosoberanos. Si la
legislatura deja de aprobar leyes para un empadronamiento, para pagar
a los jueces y otros cargos del gobierno, para establecer una milicia, para
la naturalización tal y como se prescribe por la Constitución, o si deja de
reunirse en Congreso, los jueces no les pueden emitir un mandamus).
En otras palabras, –dirá Warren comentando este párrafo, que hemos trans-
crito parcialmente– Jefferson negaba a la Supreme Court la facultad de interferir
directamente sobre el ejecutivo o el legislativo a través de la emisión de mandamus
o de injunction frente a uno u otro poder. Era un inequívoco repudio de la doctrina
establecida en el Marbury case, en el que, entre otras consideraciones, Marshall
dejó clara la facultad de la Corte Suprema de expedir un mandamus dirigido al
Secretario de Estado.
158
La carta de Jefferson a Jarvis puede verse en Charles WARREN: “The Story-Marshall Cor-
respondence”, op. cit., pp. 8-9.
159
William C. JARVIS: The Republican: A Series of Essays on the Principles and Policy of Free States;
having a Particular Reference to the United States of America and the Individual States. Tal era el título
del libro enviado por su autor a Jefferson.
160
Charles WARREN: “The Story-Marshall Correspondence (1819-1831)”, op. cit., p. 9.
446 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
161
Para una aproximación a sus rasgos biográficos, cfr. Walter Flavius McCALEB: The Aaron Burr
Conspiracy, en el libro que recoge conjuntamente esta obra y A New Light On Aaron Burr, expanded
edition, Argosy-Antiquarian Ltd., New York, 1966, (first edition published in 1903), pp. 1-12.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 447
163
“A smarmy character who, in addition to plotting with Burr, was secretly in the pay of Spain”.
En estos términos describe a Wilkinson, Gobernador del Territorio de Louisiana, Urofsky. Melvin I.
UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 118.
164
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., pp. 182-183.
165
Walter Flavius McCALEB: The Aaron Burr Conspiracy, op. cit., p. 13.
166
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 181.
167
Sobre el proceso de Burr en el Territorio de Mississippi, cfr. Walter Flavius McCALEB: The
Aaron Burr Conspiracy, op. cit., pp. 227-237.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 449
“The gran jury of the Mississippi Territory, on a due investigation of the evi-
dence brought before them, are of the opinion that Aaron Burr has not been
guilty of any crime or misdemeanor against the laws of the United States
or of this Territory, or given any just occasion for alarm or inquietude to
the good people of this Territory. The grand jury present as a grievance, the
late military expedition unnnecessarily as they conceive, fitted out against
the person and property of said Aaron Burr, where no resistance has been
made to the ordinary civil authorities.... The grand jury also present as a
grievance, destructive of personal liberty, the late military arrests made
without warrant , and as they conceive, without other lawful authority:
and they do seriously regret that so much cause should be given to the
enemies of our glorious Constitution...”168. (El gran jurado del Territorio
de Mississippi, mediante la debida investigación de la prueba sometida
a él, es de la opinión de que Aaron Burr no es culpable de ningún delito
o infracción contra las leyes de los Estados Unidos o de este territorio, ni
da ningún motivo justificado para la alarma o inquietud del buen pueblo
de este Territorio. El gran jurado expone como motivo de queja la última
expedición militar que conciben sin necesidad, preparada contra la persona
y la propiedad del mencionado Aaron Burr, en la que ninguna resistencia
se ha hecho a las autoridades civiles ordinarias.... El gran jurado también
expone como motivo de queja, perjudicial para la libertad personal, los úl-
timos arrestos militares hechos sin autorización, y como ellos los conciben,
sin otra autoridad legal, y lamentan seriamente que se diera tanto motivo
a los enemigos de nuestra gloriosa Constitución...).
III. El 30 de marzo, Marshall iba a interrogar por primera vez al prisionero, que
quedaba detenido a la espera de la acusación formal que iba a realizar George Hay,
el district Attorney de los Estados Unidos, bajo la atenta mirada de Jefferson, por
los cargos de traición y otros delitos menores (“treason and misdemeanors”). Tras
una vista preliminar, Marshall, ante la ausencia de pruebas claras, el 1 de abril,
decidió no incluir en el correspondiente auto judicial la acusación de traición ,
fijando una fianza para el acusado de 10.000 dólares y emplazándole a comparecer
ante el Circuit Court de Richmond el 22 de mayo, día que fijó para el inicio del
juicio. En esta primera decisión, de gran exactitud jurídica, Marshall se permitió
dirigir una buena andanada contra Jefferson, sin citarlo lógicamente. El Chief
Judge se refirió a la “mano de malignidad” (“hand of malignity”) a la que no debe
permitírsele “apoderarse de cualquier individuo contra el que puede dirigirse su
odio o a quien puede caprichosamente arrestar, acusarle de algún secreto delito y
colocar sobre él la prueba de la inocencia”170. Marshall hablaba en abstracto, pero
tan duras palabras iban directamente dirigidas contra Jefferson.
La abundancia de actas del proceso y la propia amplísima cobertura periodís-
tica del mismo proporcionan una visión única de Marshall como “a trial judge”
(el Circuit Court, como es obvio, estaba actuando como trial court). En el proceso
se entremezclaron cuestiones políticas y jurídicas; en juego se hallaba la vida de
Aaron Burr, ya que la pena establecida por la ley para el delito de traición era la
muerte en la horca. Todo ello supuso un reto de gran envergadura para Marshall.
La situación se hizo aún más problemática por la impresentable actuación de
Jefferson. Ya antes de que Burr se entregara y fuera formalmente acusado, en su
mensaje especial dirigido al Congreso, el 22 de enero de 1807, con base en débiles
evidencias y simples rumores, tachó a Aaron Burr de primer instigador de una
conspiración dirigida a la ruptura de la Unión. Dicho de otro modo, mucho antes
de su detención, de que se presentaran cargos contra Burr y de que hubiera sido
juzgado y condenado, el Presidente proclamaba abiertamente que su culpabilidad
estaba fuera de toda duda. Como escribe Roche171, Jefferson estaba salvajemente
decidido (“savagely determined”) a que Burr fuera colgado y para conseguir tal
fin proyectó todo el peso y prestigio de la Administración detrás de la acusación.
Para alcanzar ese objetivo, el Presidente estaba completamente dispuesto a burlar
la Constitución (“He was quite prepared to circumvent the Constitution”). Como
señalara Haskins172, la referencia al proceso de Burr es un dato relevante a la
hora de poner de relieve ese aspecto sombrío de Jefferson al que antes aludimos.
170
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 119.
171
John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions and Other Writings, The Bobbs-Merrill
Company, Inc., Indianapolis, Indiana/New York, 1967, p. 272.
172
George L. HASKINS: “Law versus Politics in the Early Years of the Marshall Court”, en University
of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 130, 1981-1982, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 14.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 451
“Treason against the United States, shall consist only in levying war against
them, or in adhering to their enemies, giving them aid and comfort. No per-
son shall be convicted of treason unless on the testimony of two witnesses
to the same overt act, or on confession in open court”. (La traición contra
173
Willard HURST: “English Sources of the American Law of Treason”, en Wisconsin Law Review
(Wis. L. Rev.), Vol. 1945, 1945, pp. 315 y ss.; en concreto, p. 315.
174
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 120.
452 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
II. El Estatuto de Eduardo III, de 1350 (según algunos autores, de 1351), con-
templaba siete acciones que se reconducían al delito de traición, las más relevantes
de las cuales eran las de: tramar la muerte del rey (“compassing the death of the
king”), adherirse a los enemigos del rey (“adhering to the king´s enemies”), darles
ayuda y protección (“giving them aid and comfort”) y hacer la guerra en contra
del rey (“levying war against the king”). Durante los siglos sucesivos a 1350, el
Parlamento amplió o contrajo el Derecho de traición por medio de los estatutos,
en la mayor parte de los casos de modo temporal.
En los primeros libros jurídicos ingleses, como los de Glanvill o Bracton,
no se menciona nada acerca de cualquier aspecto restrictivo del ámbito de la
traición. El delito se establece en términos positivos, contemplándose tan sólo la
seguridad y autoridad del Rey. No será éste, sin embargo, el análisis de Coke, pues
no obstante los términos generales de su análisis, en ellos subrayará que el rasgo
distintivo del estatuto de Eduardo III es la limitación que del ámbito de este delito
lleva a cabo177. Coke seguirá la doctrina de la interpretación estricta para limitar el
delito de adhesión a los enemigos del rey. El aprecio que Edward Coke sentía por
la política restrictiva que a su juicio latía en el mencionado estatuto se manifestó
con particular consideración respecto a la prevención frente al recurso tiránico
a las acusaciones de traición en la controversia política doméstica, como algo
175
Bradley CHAPIN: The American Law of Treason (Revolutionary and Early National Origins),
University of Washington Press, Seattle (Washington), 1964, p. 3.
176
Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, en University of
Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 70, 2003, pp. 887 y ss.; en concreto, p. 902.
177
William HURST: “English Sources of the American...”, op. cit., pp. 318-319, 323 y 325.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 453
distinto a las acusaciones relativas al trato con enemigos externos. Coke utiliza
algunas ambiguas partes del texto legal para llevar a cabo repetidas declaraciones
de que delitos tales como tramar la muerte del rey o adherirse a sus enemigos
incluyen el elemento de “proclamar el mismo a través de algún acto manifiesto”
(“declaring the same by some overt deed”). Y en la obra de Coke encontramos
igualmente importantes pasajes en los que parece contemplar como relevante el
“acto manifiesto” (“overt act”), a causa y en la medida en que ayuda a probar la
intención de la traición. Otros pasajes sugieren que Coke está meramente diciendo
que las simples palabras habladas están intrínsecamente muy poco seguras en la
memoria de los testigos como para poder considerarse un fundamento justo para
establecer un delito de tanta gravedad. En definitiva, el acto manifiesto vendría a
confirmar la prueba de la intención de la comisión del delito178.
Será Foster, sin embargo, quien entre los tratadistas ingleses del siglo XVII
se pronuncie de un modo más esclarecedor acerca de la naturaleza del acto
manifiesto como un elemento del delito de traición179. Su análisis descansa sobre
la consideración familiar de que una política prudente reclama una definición
cuidadosa del ámbito del delito de traición en interés de la seguridad individual.
Con ello, deja claro que la existencia de un acto manifiesto es un elemento esencial
del delito, aunque no llegue finalmente a manifestarse acerca de si una reunión
con la intención de preparar la traición es un acto suficiente como para consi-
derarlo un acto de hacer la guerra (“levying war”) o de adherirse a los enemigos,
aunque sí entiende que una reunión de tal tipo es un acto manifiesto suficiente
para tramar la muerte del rey.
La Revolución de 1688 (la Glorious Revolution) introdujo cambios en los
aspectos procesales del Derecho de traición. La Treason Trial Act de 1696 vino
a garantizar un juicio imparcial al disponer, entre otras garantías, que ninguna
persona podía ser condenada por traición salvo con base en el testimonio de dos
testigos del mismo acto manifiesto (“except on the testimony of two witnesses to
the same overt act”), lo que era tanto como decir, de dos testigos que hubieren
presenciado el acto de traición perpetrado de modo manifiesto; que el acusado
debía de tener una copia de la acusación y la lista del grupo integrante del jurado
antes del juicio, y que el proceso ante el tribunal debía conseguir obligar a los
testigos a asistir en nombre de la defensa. Con todo, no se puede olvidar180, que
en los años que siguieron a la Revolución se obtuvieron condenas por el delito de
traición con base a acusaciones en que se alegaba la impresión (“printing”) y la
conspiración (“conspiracy”) como actos que mostraban una intención de tramar
la muerte del Rey.
En la época colonial, el concepto de “levying war” (hacer la guerra) adoptó
diversas formas. Las diferentes conductas consideradas como treason podían
178
También Henry de Bracton parece exigir claramente actos abiertos (“over acts”) para el llamado
delito de seditionem domini regis ver exercitus sui. William HURST: “English Sources of the American...”,
op. cit., p. 322.
179
Cfr. al respecto, William HURST: “English Sources of the American...”, op. cit., pp. 337-344.
180
Bradley CHAPIN: The American Law of Treason..., op. cit., p. 5.
454 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
181
Ibidem, p. 7.
182
Ibidem, p. 9.
183
La Sección primera, punto I, del Capítulo 9º de la Ley disponía: “That if any person or persons,
owing allegiance to the United States of America, shall levy war against them, or shall adhere to their
enemies, giving them aid and comfort within the United States or elsewhere, and shall be thereof
convicted, on confession in open court, or on the testimony of two witnesses to the same overt act of
the treason whereof he or they shall stand indicted, such person or persons shall be adjudged guilty
of treason against the United States, and shall suffer death”. Apud Charles WARREN: “What is Giving
Aid and Comfort to the Enemy?”, en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol. XXVII, 1917-1918, pp. 331 y
ss.; en concreto, p. 332.
184
Sobre los dos (tres en realidad, porque respecto a John Fries se celebraron dos juicios por
traición) Treason Trials de Pennsylvania, cfr. Stephen B. PRESSER: “A Tale of Two Judges: Richard
Peters, Samuel Chase, and the Broken Promise of Federalist Jurisprudence”, en Northwestern University
Law Review (Nw. U. L. Rev.), Vol. 73, 1978-1979, pp. 26 y ss.; en concreto, pp. 81-93.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 455
185
Apud Stephen B. PRESSER: “A Tale of Two Judges...”, op. cit., pp. 81-82.
456 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“It is not the intention of the court to say that no individual can be guilty
of this crime who has not appeared in arms against his country. On the
contrary, if war be actually levied, that is, if a body of men be actually as-
sembled for the purpose of effecting by force a treasonable purpose, all
those who perform any part, however minute, or however remote from the
scene of action, and who are actually leagued in the general conspiracy,
are to be considered as traitors. But there must be an actual assembling of
men, for the treasonable purpose, to constitute a levying of war”189. (No es
intención del tribunal decir que ningún individuo que no ha aparecido en
armas contra su país puede ser culpable de este delito. Por el contrario, si
realmente se estuviere haciendo la guerra, esto es, si un grupo de hombres
estuviere verdaderamente reunido con el propósito de llevar a cabo por la
186
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., pp. 118-119.
187
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1307.
188
Apud David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court (The First Hundred Years.
1789-1888), University of Chicago Press, Chicago and London, 1985, pp. 79-80.
189
Apud John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 267.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 457
190
En 1842, actuando en un Circuit Court, el gran Justice Story, en su speech o charge ante un gran
jurado, resumía esta misma doctrina de Marshall en los siguientes términos: “To constitute an actual
levy of war, there must be an assembly of persons, met for the treasonable purpose, and some overt
act done, or some attempt made by them with force to execute, or towards executing, that purpose.
There must be a present intention to proceed in the execution of the treasonable purpose by force. The
assembly must now be in a condition tu use force, and must intend to use it, if necessary, to further,
or to aid, or to accomplish the treasonable design”. Apud Charles WARREN: “What is Giving Aid and
Comfort to the Enemy?”, op. cit., p. 339.
191
Edward S. CORWIN: The Constitution and what it means today, Princeton University Press, 12th
edition, 2nd printing, Princeton, New Jersey, 1961, p. 158.
192
Corwin expresará por vez primera esta posición en su libro, John Marshall and the Constitution:
A Chronicle of the Supreme Court, New Haven, 1919.
193
Robert K. FAULKNER: “John Marshall and the Burr Trial”, en The Journal of American History
(J. Am. Hist.), Vol. 53, No. 2, September, 1966, pp. 247 y ss.; en concreto, p. 247.
194
John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 265.
195
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 119.
458 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“It is, therefore, more safe as well as more consonant to the principles of our
constitution, that the crime of treason should not be extended by construc-
tion to doubtful cases; and that crimes not clearly within the constitutional
definition, should receive such punishment as the legislature in its wisdom
may provide....”197. (Es por lo tanto más seguro, así como más conforme
a los principios de nuestra Constitución, que el delito de traición no debe
extenderse por deducción a los casos dudosos, y que aquellos delitos no
claramente dentro de la definición constitucional reciban el castigo que la
sensatez de la legislatura pueda disponer).
196
Robert K. FAULKNER: “John Marshall and the Burr Trial”, op. cit., p. 250.
197
Apud John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 267.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 459
de Ohio, lo que ha permitido a los historiadores poder conocer bien los distintos
momentos procesales. El proceso se desarrolló, según Rhodes198, a través de cuatro
etapas, aunque este autor no se ciñe al juicio de Richmond, sino que incluye un
proceso posterior celebrado en Ohio. Esas etapas serían: investigación del gran
jurado y encarcelamiento de Burr; juicio y absolución del cargo de traición; juicio
y absolución de un cargo de delitos menores (“misdemeanors”), y devolución al
Circuit Court de Ohio con base en una acusación por otro delito menor.
Fue el día 22 de mayo cuando, propiamente, comenzó el juicio. Recuerda
McCaleb, que ese día estaba Richmond lleno de forasteros (“strangers”).
Unos fueron atraídos por la fama del acusado; otros por la notoriedad de la
causa, mientras que muchos más aparecieron como testigos en respuesta a los
llamamientos del Gobierno199. Ello nos da una idea fehaciente, primero, del
enorme impacto e interés que este juicio tuvo en los Estados Unidos, y después,
de la inequívoca toma de partido y manipulación llevada a cabo por Jefferson y su
Gobierno. Por lo demás, en la ciudad había un cierto ambiente amenazador, con
grupos de gentes pidiendo el linchamiento del imputado. Weinberg ha escrito al
respecto200, que los jurados estaban tan temerosos por su propia seguridad (“so
fearful for their own safety”) que Marshall se mostraba preocupado acerca de la
capacidad de los mismos de mantener la imparcialidad.
En el juicio iban a participar los más relevantes abogados. Por la defensa, al
margen ya de que Aaron Burr era un excelente abogado, Luther Martin desempeñó
el papel estelar, aunque también estuvo acompañado, entre otros, por Edmund
Randolph, Charles Lee y John Wickham. Por la acusación, el Gobierno envió junto
al District Attorney George Hay, a William Wirt y Alexander McRae, lo que no debe
extrañar si se advierte que, como escripe Chapin, “Jefferson himself planned the
prosecution”201.
Quizá lo más relevante del proceso mismo fuera el logro de Marshall de que
se respetaran los derechos del acusado, asegurándole un juicio justo, lo que en el
ambiente que rodeó el proceso no era nada fácil de conseguir. Junto a ello, con
esta sentencia, como ya hemos dicho, Marshall impulsó el Derecho constitucional
americano hacia una definición no política de la traición. Ya en ex parte Bollman,
como acabamos de señalar, Marshall pareció separarse, por lo menos en parte,
de la visión expansiva que del delito de traición se tenía en el Derecho inglés, no
obstante los pronunciamientos en contra de la misma de autores tan relevantes
como Coke, decantándose en favor de una interpretación estricta, por lo menos en
los casos dudosos. Y en todo caso, con la interpretación que la Corte iba a llevar
a cabo de lo que debía entenderse por traición, al margen de la doctrina inglesa,
198
Irwin S. RHODES: “What Really Happened to the Jefferson Subpoenas?”, en American Bar
Association Journal (A. B. A. J.), Vol. 60, 1974, pp. 52 y ss.; en concreto, p. 53.
199
Walter Flavius McCALEB: The Aaron Burr Conspiracy, op. cit., p. 265.
200
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1266.
201
Bradley CHAPIN: The American Law of Treason..., op. cit., p. 103.
460 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Marshall, como bien se ha señalado202, ayudó a poner la traición más allá del
alcance de los políticos vengativos (“beyond the reach of vindictive politicians”).
En United States v. Aaron Burr recayó sobre el Tribunal, pero primigeniamente
sobre su Chief Judge, la difícil responsabilidad de evaluar la suficiencia de las
pruebas inculpatorias presentadas contra quien había sido Vicepresidente de
los Estados Unidos. Ya nos hemos referido a la movilización de Jefferson y su
Administración para lograr la condena de Burr. Pero el problema principal para
ello era, que el acto manifiesto (“over act”) constitucionalmente exigido para el
delito de traición era algo excesivamente confuso. La alegación principal era que
en la isla de Blennerhasset, ubicada en Virginia, circunstancia que explicaba la
jurisdicción sobre el acusado del Circuit Court de Virginia, había tenido lugar la
reunión de un conjunto de hombres con el fin de conspirar para hacer la guerra
contra los Estados Unidos. Pero aún admitiéndose que ello fuera así, estaba
probado que Burr no había estado presente en tal reunión conspiradora. El propio
Attorney de los Estados Unidos admitió que Burr no se hallaba presente cuando
el acto, cualquiera que fuere su naturaleza, se cometió. Más aún, se hallaba en
otro Estado y a gran distancia de la mencionada isla. Siendo esto así, parecía que
Burr tenía que ser implicado en la supuesta conspiración por deducción. Y eso
es lo que intentó hacer la acusación pública. Claro está, pocas semanas antes,
Marshall, en ex parte Bollman, como ya expusimos, había dicho que todos aquellos
que desempeñaran cualquier papel por pequeño que fuera o remoto que estuviera
de la escena de la acción, y que se hallaran verdaderamente vinculados con la
conspiración, debían ser considerados traidores. Pero no se olvide, también había
establecido como principio general el de la interpretación estricta en los casos
dudosos. No puede por menos de admitirse, que en el caso que nos ocupa una y
otra interpretación parecían conducir a soluciones antitéticas.
George Hay abrió las intervenciones de la acusación pública, aduciendo que
la verdadera cuestión era dilucidar lo que constituía “a levying of war”. A partir
de la decisión dictada en Ex parte Bollman, Hay sostuvo que el acto de reunirse
con el propósito de llevar a cabo por la fuerza un proyecto traidor (“a treasonable
design”) equivalía a levying war. Las armas y el uso de la fuerza no eran ingredien-
tes necesarios, y todas las personas comprometidas eran traidores. Eran éstas,
añadió el Attorney Hay, máximas establecidas por el common law y que la reciente
decisión de la Supreme Court había venido a reforzar203.
En las alegaciones en su defensa, Burr adujo que la Constitución excluía la
“constructive treason”, esto es, la traición por deducción, y que ello quedaba muy
claro a la vista de los términos de la sección tercera del Art. III; consiguientemente,
la conspiración para traicionar en modo alguno podía ser convertida en un delito
de la misma magnitud que la propia traición. Burr negó asimismo que la reunión
en la isla de Blennerhasset fuera un acto manifiesto de guerra contra los Estados
Unidos, en línea con lo que siempre fue su argumento central: sólo se pretendía
202
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme Court, op. cit., pp. 189-190.
203
Apud Bradley CHAPIN: The American Law of Treason..., op. cit., p. 105.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 461
incitar a una guerra contra España204. El 26 de junio, él, por supuesto, se declaraba
“not guilty” de la acusación de traición. Tras esa sesión, el tribunal aplazaba sus
sesiones hasta el 3 de agosto.
II. El momento nuclear del proceso tuvo lugar el 31 de agosto de 1807, día en el
que Marshall procedió a argumentar ante el jurado su opinión sobre la suficiencia
de las pruebas para mantener la acusación205. A través de su intervención, Marshall
exhortó al jurado acerca del Derecho que debía de aplicar y de la interpretación
que al mismo se había de dar. La declaración del Chief Judge es enormemente
extensa206. Como es lógico, sólo nos vamos a detener en lo que consideramos más
relevante.
204
A fines de julio, Burr escribía una carta a Theodosia, su única hija, por la que sentía verdadera
pasión, y a la que se había dedicado en cuerpo y alma tras enviudar años atrás. En la carta, refiriéndose
a las últimas sesiones del tribunal, le dice a su hija: “I repeat, what has heretofore been writen, that I
should never invite any one, much less those so dear to me, to witness my disgrace. I may be immured
in dungeons, chained, murdered in legal form, but I cannot be humiliated or disgraced”. Apud Walter
Flavius McCALEB: The Aaron Burr Conspiracy, op. cit., p. 282.
205
“Opinion on the Motion to Introduce Certain Evidence in the Trial of Aaron Burr for Treason,
pronounced Monday, August 31 (1807)”. Puede verse en John P. ROCHE (edited by): John Marshall:
Major Opinions..., op. cit., pp. 274-305. De este texto entresacamos nuestras citas.
206
Recuerda McCaleb, que la lectura de su opinión le llevó tres horas a Marshall. Walter Flavius
McCALEB: The Aaron Burr Conspiracy, op. cit., p. 290.
462 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“All those who perform the various and essential military parts of prosecut-
ing the war which must be assigned to different persons, may with cor-
rectness and accuracy be said to levy war”. (De todos aquellos que realizan
las diversas y esenciales partes militares de proseguir la guerra, que debe
atribuirse a diferentes personas, puede con corrección y exactitud decirse
que hacen la guerra).
Y añade Marshall:
“Taking this view of the subject, it appears to the court, that those who
perform a part in the prosecution of the war may correctly be said to levy
war, and to commit treason under the constitution. It will be observed that
this opinion does not extend to the case of a person who performs no act
in the prosecution of the war , who counsels and advises it, or who, being
engaged in the conspiracy, fails to perform his part”. (Adoptando este punto
de vista de la cuestión, le parece al tribunal, que de aquellos que realizan
una parte en la prosecución de la guerra puede correctamente decirse que
hacen la guerra y que cometen traición conforme a la constitución. Debe
observarse que esta opinión no se extiende al caso de una persona que no
realiza ningún acto en la prosecución de la guerra, a quien la aconseja y
asesora sobre ella, o a quien, estando comprometido en la conspiración,
deja de cumplir su parte).
“Those only who perform a part and who are leagued in the conspiracy, are
declared to be traitors. To complete the definition both circumstances must
concur. They must <perform a part>, which will furnish the overt act, and
they must be <leagued in the conspiracy>. The persons who comes within
this description, in the opinion of the court, levies war”. (Sólo aquellos que
realizan una parte y que están vinculados en la conspiración son declara-
dos traidores. Para completar la definición ambas circunstancias deben
concurrir. Ellos deben <realizar una parte> que proporcionará el acto
manifiesto, y deben estar <vinculados en la conspiración>. Las personas
que caen dentro de esta descripción, a juicio de la Corte, hacen la guerra).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 463
“1st. That this indictment, having charged the prisoner with levying war
on Blennerhassett´s island, and containing no other overt act, cannot be
supported by proof that war was levied at that place by other persons, in the
absence of the prisoner, even admitting those persons to be connected with
him in one common treasonable conspiracy”. “2d. That admitting such an
indictment could be supported by such evidence, the previous conviction
of some person who committed the act which is said to amount to levying
war, is indispensable to the conviction of a person who advised or procured
that act” (1º. Que esta acusación, habiendo formulado cargos al prisionero
de hacer la guerra en la isla de Blennerhassett y no conteniendo otro acto
manifiesto, no puede ser sostenida por la prueba de que la guerra se hizo en
aquel lugar por otras personas, en ausencia del prisionero, aún admitiendo
que esas personas estén relacionadas con él en una común conspiración
traidora). (2º. Que admitiendo que tal acusación pudiera sostenerse por tal
prueba, la previa condena de alguna persona que cometió el acto del que se
dice equivaler a hacer la guerra, es indispensable para la condena de una
persona que aconsejó o procuró ese acto).
207
El hecho, a todas luces criticable, de que fuera un cuñado de Marshall quien presidiera el
jurado, no es, desde luego, el único reproche que cabe hacer al gran Chief Justice. Éste, a lo largo
del proceso, se permitió censurar al Gobierno por su supuesta actitud de vendetta frente a Burr y su
actitud irrespetuosa hacia las garantías esenciales de un fair trial. Aunque sus comentarios se dirigían
al Attorney, su destinatario último era Jefferson. Otro detalle no muy presentable fue que Marshall
acudió a una cena ofrecida por el abogado de Burr en honor del acusado. Melvin I. UROFSKY:
“Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 118.
208
John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions...”, op. cit., p. 274.
209
Sobre el mismo, cfr. Walter Flavius McCALEB: The Aaron Burr Conspiracy, op. cit., pp. 292-296.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 465
dicho, no puede caber duda de que el proceso de Aaron Burr constituyó uno de
los momentos culminantes, si es que no el punto álgido, de la larga década de
enfrentamientos entre Jefferson y Marshall.
La victoria, de nuevo, correspondió al Chief Justice, pero no fue una victoria
personal, sino el triunfo de la interpretación jurídica de la Constitución frente a
la manipulación política e interesada de sus normas. Triunfo tanto más meritorio
cuanto que el Presidente, como ya se ha repetido y numerosos datos lo atestiguan,
(particularmente, numerosas cartas a Georges Hay) tomó el mando personal de
la acusación, como escribe Newmyer (“the president took personal command
of the prosecution”)214, volcando todo el poder del ejecutivo en conseguir la
condena de Burr. Marshall, según parece, no llegó a conocer en toda su extensión
la participación del Presidente Jefferson, ni tampoco el público o la prensa, pero
no fue un secreto que el caso United States v. Burr fue también el caso Jefferson
v. Marshall. Eso sí, el caso terminó como había comenzado, entre acusaciones
de que el Chief Justice había politizado el proceso legal y la reconvención de que
Jefferson había hecho lo mismo. La decisiva intervención de Marshall del día 31 de
agosto, con su speech al jurado, inmediatamente antes del veredicto del jurado, al
margen ya de las muy numerosas pruebas y testigos de cargo y de descargo hasta
entonces examinadas y escuchados, condujo la disputa entre los dos hombres a un
punto muy preciso: el de los roles respectivos del juez y del jurado en el Derecho
republicano215.
En fin, Jefferson se sintió ultrajado por el veredicto; ya en pleno desarrollo del
proceso escribía arrogantemente a su yerno, que los procedimientos y el propio
juicio demostraban “the original error of establishing a judiciary independent of
the nation”216. Al margen ya de ello, nada más conocida la absolución de Burr, el
Presidente envió un material de cientos de páginas al Congreso en apoyo de su
solicitud de que el Congreso considerara los pasos adecuados que debían tomarse
frente a Marshall, recomendando como más idóneo la destitución de Marshall de
la Supreme Court217. Tras ello, y durante el tiempo que restaba para finalizar su
segundo mandato, el abierto enfrentamiento entre Jefferson y Marshall pareció
cerrarse. Las tensiones cada vez mayores con Francia y Gran Bretaña exigieron
que el Presidente focalizara su atención sobre las relaciones internacionales,
olvidando todo lo demás.
214
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 192.
215
Ibidem, p. 201.
216
Carta de Thomas Jefferson a John W. Eppes, fechada el 28 de mayo de 1807. Reproducida en
la obra The Writings of Thomas Jefferson, edited by P. FORD, 1898, Vol. 9, pp. 67-68. Cit. por George
L. HASKINS: “Law versus Politics in the Early Years of the Marshall Court”, op. cit., p. 14, nota 69.
No sería ésta la única ocasión en que Jefferson aludiría al error de haber diseñado en la Constitución
un judiciary independiente. En una carta al senador Giles, escrita durante el desarrollo del proceso,
Jefferson decía que no estaba lejano el día en que la Constitución fuera reformada para suprimir “the
error.... which makes any branch independent of the nation”. Apud Melvin I. UROFSKY: “Thomas
Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 119.
217
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 120.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 467
“The word <only> was used to exclude from the criminal jurisprudence
of the new republic, the odious doctrines of constructive treason. Its use,
however, while limiting the definition to plain overt acts, brings these acts
into conspicuous relief as being always and in essence treasonable”218. (La
palabra <solamente> se usó para excluir de la jurisprudencia penal de la
nueva República las odiosas doctrinas de la traición por deducción. Sin em-
bargo, su uso, aunque limitando la definición a los claros actos manifiestos,
conduce estos actos a un llamativo relieve al ser siempre y esencialmente
traidores).
Un incidente procesal en el juicio de Aaron Burr iba a encrespar aún más las
relaciones entre Jefferson y Marshall219. El 11 de junio, Luther Martin, el abogado
de Burr, formulaba ante la corte la solicitud de que emitiera un subpoena duces
tecum al Presidente Jefferson, esto es, una citación al Presidente a fin de que se
personara en el tribunal para testificar y para presentar las órdenes militares de
los Departamentos de Guerra y de la Armada expedidas para la detención de Burr
y sus hombres, así como una carta fechada el 21 de octubre de 1806, del General
Wilkinson al Presidente, en la que supuestamente le informaba acerca de las
intenciones de Burr, carta que el Presidente había mencionado en su informe al
Congreso relativo a la acusación del ex-Vicepresidente. La petición respondía a
la objeción de Burr de que el General Wilkinson había falsificado algunos de los
documentos enviados a Jefferson, en orden tanto a magnificar la implicación
de Burr como a minimizar la suya propia. Se trataba, pues, de documentos
fundamentales para la defensa, como Luther Martin dejó claro en una brillante
intervención220. El Gobierno había denegado a Burr el acceso a esos documentos y
218
Apud Charles WARREN: “What is Giving Aid and Comfort to the Enemy?”, en Yale Law Journal
(Yale L. J.), Vol. XXVII, 1917-1918, pp. 331 y ss.; en concreto, p. 331.
219
Sobre este incidente, cfr. Irwin S. RHODES: “What Really Happened to the Jefferson Subpoe-
nas?”, en American Bar Association Journal (A. B. A. J.), Vol. 60, 1974, pp. 52 y ss.
220
“All that we want –exclamaba iracundo ante el tribunal Luther Martin– is the copies of some
papers, and the original of another. This is a peculiar case, sir. The President has undertaken to prejudge
my client by declaring that <of his guilt there can be no doubt>. He has assumed the knowledge of
the Supreme Being himself, and pretended to search the heart of my highly respected friend. He has
proclaimed him a traitor in the face of that country which has rewarded him. He has let slip the dogs
of war, the hell-hounds of persecution , to hunt down my friend. And would this President of the United
States, who has raised all this absurd clamor, pretend to keep back the papers which are wanted for
this trial, where life itself is at stake? It is a sacred principle, that in all such cases, the accused has
468 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
el acusado veía en la emisión por el tribunal del subpoena un medio de tener acceso
a ellos. De modo un tanto sorprendente, la única objeción del district Attorney Hay
vino referida a la presencia personal del Presidente, aunque otros abogados de la
acusación pública también alegaron el carácter prematuro de la citación.
Marshall se mostró pronto de acuerdo en la emisión de la citación que se le
requería por la defensa. En cualquier caso, se ha puesto de relieve221, que el espíritu
con que Marshall emitió esta citación al Presidente estuvo bien alejado de lo que
podríamos considerar un deliberado cuestionamiento de la autoridad presidencial.
Y en esa línea, Marshall admitió que si el Presidente enviaba la documentación
requerida, no habría, desde luego, necesidad de que él mismo acudiera en persona
ante el tribunal, al margen ya de reconocer que sería una razón para no obedecer
el subpoena el que los documentos fueran “state papers”.
A pesar de la ausencia de controversia sustantiva sobre la emisión de la
citación, el 13 de junio, Marshall emitió una larga opinion sobre la facultad del
tribunal de emitir una citación al Presidente, rechazando a la par las posibles ob-
jeciones que pudieran hacerse al subpoena. En este documento judicial, se refirió a
la necesidad de que el Presidente diera una respuesta a la citación, expresando, en
su caso, su deseo de rehusar cumplir la citación con base en el privilegio ejecutivo
(“executive privilege”), advirtiendo también, algo ambiguamente, que en tal caso
el tribunal también daría su respuesta. Marshall reconocía como era obvio el
privilegio ejecutivo del Presidente, pero dejó bastante claro que correspondía al
tribunal y no al Presidente decidir quién decide.
La decisión de Marshall tuvo una importancia capital, pues, como ya se dijo,
estableció la base para la decisión adoptada por el Chief Justice Warren Burger en
1974 al hilo del célebre caso United States v. Nixon. De hecho, Burger mencionó a
Marshall al ordenar a Richard Nixon ceder al Tribunal todas las cintas magnetofóni-
cas en su posesión, y la Corte, por unanimidad, desestimó la pretensión de Nixon de
que el privilegio ejecutivo le amparaba para no darlas. Siguiendo el razonamiento de
Marshall, la Burger Court declaró que en el Burr trial se estableció la doctrina de que
“while a court would give careful consideration to presidential claims that certain
documents were immaterial or their exposure would endanger government policy,
the materials would have to be produced, and the court, in camera, would make
the final decision as to whether they should be turned over”222. (Aunque un tribunal
diera una cuidadosa consideración a las afirmaciones presidenciales de que ciertos
documentos eran irrelevantes o que su exposición dañaría la política del gobierno,
los documentos tendrían que ser presentados , y el tribunal, a puerta cerrada,
adoptaría la decisión final en cuanto a si debían ser entregados). La trascendental
importancia de esta decisión es sobradamente conocida: forzó la única dimisión
de un Presidente de los Estados Unidos.
the right to all the evidence which is necessary for his defense”. Apud Walter Flavius McCALEB: The
Aaron Burr Conspiracy, op. cit., pp. 269-270.
221
Robert K. FAULKNER: “John Marshall and the Burr Trial”, op. cit., p. 257.
222
Apud Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 120.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 469
223
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 120.
224
Apud Walter Falvius McCALEB: The Aaron Burr Conspiracy, op. cit., p. 271.
225
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1276.
226
Carta de Jefferson a Hay, fechada el 19 de junio de 1807. Apud Walter Flavius McCALEB: The
Aaron Burr Conspiracy, op. cit., pp. 272-273.
470 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
227
Irwin S. RHODES: “What Really Happened to the Jefferson Subpoenas?”, op. cit., p. 53.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 471
poder judicial federal (federal judiciary), generando un tenso clima que alcanzaría
su máxima expresión tras las llegadas de Marshall y de Jefferson a la Chief
Justiceship y a la Presidencia de los Estados Unidos, respectivamente, acaecidas
en fechas muy parejas. En este marco podemos encontrar algunas claves, en
realidad el verdadero background de la sentencia, que pueden ayudar a la mejor
comprensión de la Marbury versus Madison decision. Quizá no sea inoportuno
comenzar haciendo una breve referencia introductoria a la posición inicial de
Federalistas y Republicanos respecto del judiciary.
Contra lo que pudiera pensarse, aunque no tanto tras lo que se ha expuesto
anteriormente acerca del sentir de Jefferson y de algunos otros líderes republica-
nos, la concepción Federalista sobre el judiciary fue compartida, por lo menos en
los primeros años de la década final del siglo, por los Republicanos moderados, y
los Republicanos radicales que se oponían a ella estaban motivados básicamente
por una hostilidad general hacia la profesión jurídica, el rule of law y la idea de
un judiciary independiente228.
Los Federalistas pusieron el acento fundamentalmente en la continuidad con
la tradición inglesa, visualizando la constitutional adjudication, esto es, el proceso
mental que debía seguir el juez a la hora de dictar una sentencia en materia
constitucional, como un caso de interpretación legal, de conformidad con las
reglas hermenéuticas tiempo atrás expuestas por Blackstone, quedando bastante
alejada de esta visión la doctrina proclive a que los tribunales pudieran disponer
de una cierta autoridad general para anular una legislación odiosa (“obnoxious
legislation”), esto es, una legislación en conflicto con la Constitución escrita. Para
los Federalistas, la autoridad judicial para no hacer caso de un texto legislativo,
lejos de poder considerarse un poder general, se había de reconducir al deber
propio de todo tribunal de aplicar las leyes al tener que decidir sobre un caso
concreto.
Los Republicanos, por contra, y en frontal contraste con lo que habría de
acontecer tras su llegada al poder, iban bastante más allá en su visualización
de la autoridad judicial. Como recuerda Clinton229, uno de los más interesantes
aspectos de la controversia acerca de la ratificación de la Constitución federal por
los Estados puede encontrarse en los comentarios hechos sobre el judicial power
en varias Convenciones estatales por quienes se oponían al texto constitucional,
al considerar su regulación defectuosa al no contemplar el adecuado control del
Congreso por los tribunales federales o estatales. Ya nos referimos con anterio-
ridad a algunas manifestaciones de Patrick Henry en la Convención de Virginia.
A las ya expuestas habría que añadir la siguiente reflexión, que formula Henry,
comparando los tribunales estatales con el propuesto federal judiciary:
228
Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., pp. 72-73.
229
Ibidem, pp. 67-68.
472 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“The honorable gentlemen did our judiciary honor in saying that they had
firmness enough to counteract the legislature in some cases. Yes, sir, our
judges opposed the acts of the legislature. We have this landmark to guide
us. They had fortitude to declare that they were the judiciary and would
oppose unconstitutional acts. Are you sure that your federal judiciary
will act thus?”. (Honrarían los honorables caballeros a nuestro judiciary
diciendo que ellos tenían la suficiente firmeza para oponerse a legislatura
en algunos casos. Sí señor, nuestros jueces se opusieron a las leyes de la
legislatura. Nosotros tenemos este hito para que nos guíe. Ellos tenían la
fortaleza para declarar que ellos eran el poder judicial y que se opondrían
a las leyes inconstitucionales. ¿Están Ustedes seguros de que poder judicial
federal actuará así?).
B) Los enfrentamientos entre ambos partidos en los años postreros del siglo
231
Apud David P. CURRIE: The Constitution in Congress (The Federalist Period, 1789-1801), The
University of Chicago Press, Chicago & London, 1997, p. 269.
474 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
todas las leyes aprobadas por el Congreso sin base constitucional era el remedio
legítimo (“the rightful remedy”). Con ello se colocaba la primera piedra para la
construcción de la perniciosa doctrina de la nullification, que en los años treinta
del siguiente siglo volvería a ser reivindicada por algún Estado sureño y a la que
se retornaría en las convulsas vísperas de la guerra civil. De ahí que Weinberg
haya podido escribir que las Resoluciones “furnished the South an intellectual
foundation for civil war”232.
I. La situación política que iba a dar lugar a estas dos leyes es bien conocida.
La firma del Tratado de paz con Gran Bretaña provocó a los franceses y a aquellos
americanos más francófilos, que ya eran conocidos como los Republicanos. La si-
tuación intentó solventarse a través del envío a Francia de una misión negociadora
integrada por Gerry, Pinckney y Marshall, la “XYZ Mission to France”, a la que
ya nos referimos. El fracaso de la misma, de resultas de la intolerable y corrupta
petición de Talleyrand de percibir una cantidad de dinero para poder llevar a cabo
el acuerdo, desacreditó a los partidarios de Francia y desencadenó la puesta en
marcha gubernamental de un programa legislativo destinado en teoría a proteger
al aún muy joven país frente a la opinión extranjera y los propios extranjeros,
fueran éstos franceses, irlandeses violentos o criminales ingleses, pero en todo
caso casi siempre Republicanos. Es verdad que también a través de esta legislación
se contemplaba la adopción de represalias contra las violaciones francesas de
los derechos en alta mar de una América neutral en una guerra entre franceses
e ingleses. Se iniciaban así dos años en los que se ha considerado233 que, con la
excepción de la guerra civil y de los años inmediatamente anteriores y posteriores
a ella, nunca la política se condujo con tal vehemencia y odio
En el verano de 1798, y en el breve lapso de tiempo de poco más de un mes,
el Congreso iba a proceder a aprobar un conjunto de cuatro leyes, relacionadas
todas ellas con la problemática expuesta. La primera fue la Naturalization Law,
que aumentó (de 5 a 14 años) el período de residencia exigible a un extranjero
para que pudiera adquirir la ciudadanía norteamericana. No faltaban entre los
federalistas quienes deseaban prohibir por entero la naturalización, pero para la
mayoría pareció una medida exagerada, que finalmente se encauzó en la dirección
de extender el requisito de la residencia.
La segunda ley era la llamada Alien Friends Act, que autorizaba al Presidente a
expulsar a todos los extranjeros que se contemplaran como “dangerous to the peace
and safety of the United States” o “sobre los que tuviera razonable fundamento
232
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, en Virginia Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 89, 2003, pp.
1235 y ss.; en concreto, p. 1269.
233
Walter BERNS: “Freedom of the Press and the Alien and Sedition Laws: A Reappraisal”, en
Supreme Court Review (Sup. Ct. Rev.), Vol. 1970, 1970, pp. 109 y ss.; en concreto, p. 111.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 475
234
David P. CURRIE: The Constitution in Congress, op. cit., p. 256.
476 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
235
A tenor de la sección segunda: “And be it further enacted, That if any person shall write,
print, utter or publish, or shall cause or procure to be written, printed, uttered or published, or shall
knowingly and willingly assist or aid in writing, printing, uttering or publishing any false, scandalous
and malicious writing or writings against the government of the United States, or either house of
the Congress of the United States, or the President of the United States, with intent to defame the
said government, or either house of the said Congress, or the said President, or to bring them, or
either of them, into contempt or disrepute; or to excite against them, or either of them, the hatred
of the good people of the United States, or to stir up sedition within the United States, or to excite
any unlawful combinations therein, for opposing or resisting any law of the United States, or any
act of the President of the United States, done in pursuance of any such law, or of the powers vested
in him by the constitution of the United States, or to resist, oppose, or defeat any such law or act, or
to aid, encourage or abet any hostile designs of any foreign nation against the United States, their
people or government, then such person, being thereof convicted before any court of the United
States having jurisdiction thereof, shall be punished by a fine not exceeding two thousand dollars,
and by imprisonment not exceeding two years”. Apud Walter BERNS: “Freedom of the Press and the
Alien...”, op. cit., nota 16, pp. 113-114.
236
De conformidad con la sección tercera: “And be it further enacted and declared, That if any
person shall be prosecuted under this act, for the writing or publishing any libel aforesaid, it shall be
lawful for the defendant, upon the trial of the cause, to give in evidence in his defence, the truth of
the matter contained in the publication charged as a libel. And the jury who shall try the cause, shall
have a right to determine the law and the fact, under the direction of the court, as in other cases”.
237
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 120.
238
Walter BERNS: “Freedom of the Press and the Alien...”, op. cit., p. 121.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 477
fiel aliado del Chief Justice Marshall, tal y como ya se dijo. El propio Story, en una
carta dirigida a Harrison Gray Otis, fechada el 27 de diciembre de 1818, se sintió
obligado a disculparse por ello. Sus razonadas palabras, a nuestro juicio, tienen
un interés que trasciende al caso en cuestión; más aún, creemos que siguen siendo
perfectamente válidas, reflejando la sabiduría y equilibrio de su autor, y por eso
las transcribimos. “He who lives a long life & never changes his opinions –escribía
Story con tan sólo 39 años– may value himself upon his consistency; but rarely can
be complimented for his wisdom. Experience cures us of many of our theories”239.
(Quien vive una larga vida y nunca cambia sus opiniones, puede valorarse a sí
mismo por su coherencia, pero raramente podrá felicitársele por su sabiduría. La
experiencia nos cura de muchas de nuestras teorías). Sabias palabras.
Retornando a la cuestión que nos ocupa, cabe recordar que se adujo asimismo
que eran los Estados los que disponían de competencia sobre esta materia, y por
lo mismo sólo ellos tenían la facultad de promulgar criminal libel laws. Roche ha
llegado a escribir, que la posición Jeffersoniana frente a esta ley “had a markedly
states´rights tone”240. Sin embargo, por lo que se refiere al propio Jefferson,
como el texto de una carta que se transcribe a continuación demuestra, su
principal crítica iba a residir en la consideración de que tales leyes suponían una
flagrante violación de la Primera Enmienda, al margen ya de considerar que la
Sedition Act negaba uno de los principios para él más sagrados, the freedom of the
human mind.241 Con su resonante retórica, aún resuenan en los oídos de muchos
americanos estas célebres palabras del que había de ser el tercer Presidente de
los Estados Unidos: “I have sworn upon the altar of God, eternal hostility against
every form of tyranny over the mind of man” (He jurado sobre el altar de Dios,
hostilidad eterna frente a toda forma de tiranía sobre el pensamiento del hombre).
Irónicamente, Marshall, bastantes años después, vendría a sostener en Barron
v. Baltimore (1833) esta interpretación de los derechos de los Estados respecto
del Bill of Rights, al entender que los Estados no estaban limitados por la Quinta
Enmienda. En cualquier caso, poco antes de que la Sedition Act fuera aprobada
en el mes de julio, Jefferson, ya encolerizado, en una carta fechada el 7 de junio,
expuso a Madison su punto de vista:
239
Apud Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: The Germinal Years”, en Harvard Law Review (Harv.
L. Rev.), Vol. 75, 1961-1962, pp. 707 y ss.; en concreto, p. 720.
240
John ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions and Other Writings, The Bobbs-Merrill
Company, Inc., Indianapolis/New York, 1967, p. 33.
241
En una carta escrita por Jefferson a William Green Munford, un estudiante del William and
Mary College, la célebre institución educativa virginiana, fechada el 18 de junio de 1799, se podía
leer: “(W)hile the art of printing is left to us, science can never be retrograde; what is once acquired
of real knowledge can never be lost. To preserve the freedom of the human mind then and freedom
of the press, every spirit should be ready to devote itself to martyrdom; for as long as we may think
as we will, and speak as we think the condition of man will proceed in improvement”. Apud Adrienne
KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode in Jefferson´s and
Madison´s Defense of Civil Liberties”, en The William and Mary Quarterly (Wm. & Mary Q.), Third
Series, Vol. 5, No. 2, April, 1948, pp. 145 y ss.; en concreto, pp. 151-152.
478 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“They (the Federalists) –escribía Jefferson– have brought into the lower
house a sedition bill, which among other enormities, undertakes to make
printing certain matters criminal, tho´ one of the amendments to the Con-
stitution has so expressly taken religion, printing presses &c. out of their
coercion. Indeed this bill & the alien bill both are so palpably in the teeth of
the Constitution as to show they mean to pay no respect to it”242. (Ellos –los
Federalistas– han llevado a la Cámara baja un proyecto de ley de sedición
que, entre otras monstruosidades, se encarga de criminalizar la publica-
ción de ciertos asuntos, aunque una de las enmiendas a la Constitución ha
declarado expresamente la religión, la publicación de la prensa, etc., fuera
de toda coerción. Efectivamente, este proyecto y el proyecto sobre los ex-
tranjeros están tan evidentemente en contra de la Constitución como para
mostrar que ellos tienen la intención de no respetarla).
242
Apud Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An
Episode...”, op. cit., p. 151.
243
Larry D. KRAMER: “We the Court” (The Supreme Court 2000 Term. Foreword), en Harvard
Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 115, 2001-2002, pp. 5 y ss.; en concreto, p. 96.
244
David P. CURRIE: The Constitution in Congress, op. cit., p. 262.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 479
Act sería por cierto declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo en 1964,
en el caso New York Times Co. v. Sullivan.
Aunque como acabamos de señalar, tanto la Alien como la Sedition Act eran
leyes de vigencia temporal, su rechazo entre ciertos sectores de la población fue
tan enorme que cuando el Congreso, en diciembre de 1798, volvió a Filadelfia
para celebrar su última sesión, se vio inundado de peticiones que demandaban la
abrogación de ambos textos legales. Lejos de ello, durante el 6º Congreso, (fue el 5º
el que aprobó estas leyes) un Comité de la Cámara de Representantes recomendó
que se ampliara la vigencia de la Sedition Act por dos años, esgrimiendo que los
tribunales la habían apoyado y que, en consecuencia, no podía dudarse de su
constitucionalidad, ignorando el mayoritario posicionamiento contrario a la ley
por parte de la opinión pública. Finalmente, la Cámara, ajustadamente, (53 votos
frente a 49) votó en favor de no amortizar el texto.
247
De ello se hacen eco Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal
Judges: An Historical Overview”, op. cit., pp. 92-93.
248
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Volume XII, 1913-1914, pp. 538 y ss.; en concreto, p. 568.
249
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States..., op. cit., pp. 171-172.
250
En 1812, la Corte Suprema, en una trascendente decisión, la dictada en el caso Hudson &
Goodwin v. United States, decidida en fecha no exactamente precisada (Suzanna Sherry cita los días
13 de febrero o 14 de marzo de 1812) y por una votación desconocida, ponía fin a más de una década
de enfrentamientos entre Republicanos y Federalistas al negar la existencia de un “federal common
law of crimes”. El Justice William Johnson escribió la opinion of the Court, y aunque no hay constancia
de la existencia de dissents, Sherry señala que es probable que el Chief Justice Marshall y los Justices
Bushrod Washington y Joseph Story disintieran. En su opinion, Johnson aducía: “Although this
question is brought up now for the first time to be decided by this Court, we consider it as having
been long since settled in public opinion... The legislative authority of the Union must first make an
act a crime, affix a punishment to it, and declare the Court that shall have jurisdiction of the offense”.
El principio de legalidad penal quedaba, pues, consagrado jurisprudencialmente. Cfr. al efecto el
comentario de Suzanna SHERRY sobre esta opinion, en The Oxford Guide to United States Supreme
Court Decisions, edited by Kermit L. HALL, op. cit., p. 131. Cfr. asimismo, Charles Evans HUGHES:
The Supreme Court of the United States..., op. cit., p. 173.
251
Según McCloskey, “the judges of the federal bench... had enthusiastically shouldered the task
of enforcing the Sedition Act”. Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 23.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 481
252
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States..., op. cit., pp. 172-173.
253
Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”, op. cit.,
p. 93.
254
En esos mismos términos (“The judicial system was drawn into the vortex of politics”) se
pronunciarían hace ya casi un siglo Felix FRANKFURTER y James M. LANDIS, en “The Business
of the Supreme Court of the United States – A Study in the Federal Judicial System (I)”, en Harvard
Law Review (Harv. L. Rev.), Volume XXXVIII, 1924-1925, pp. 1005 y ss.; en concreto, p. 1025.
255
En este contexto hay un hecho que tiene que ver con John Marshall y que no deja de ser
significativo. Marshall tuvo noticias de que Timothy Pickering, el Secretario de Estado de Adams,
estaba próximo a presentar una acusación por un escrito supuestamente sedicioso contra Clopton,
un dirigente Republicano, por las críticas que había vertido contra el Presidente Adams. En tales
circunstancias, a través de su cuñado Edward Carrington, Marshall remitió una carta a Pickering
instándole a no hacerlo, pues un cargo presentado al amparo de la odiada Sedition Act por un alto
cargo Federalista habría hecho de Clopton un martir inmediato, probando así una vez más que la
Sedition Act era un instrumento de tiranía de un partido concebido para silenciar a la oposición
Republicana. R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 125.
482 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
frente a los cuales era la milicia la única defensa de que disponía el Estado. Sea
como fuere, estas especulaciones ilustran acerca del estado de tensión que generó
la aplicación de estas leyes.
A la vista de los hechos descritos, se comprende perfectamente que cuando
Jefferson alcanzó la Presidencia, una de sus primeras decisiones al frente del Eje-
cutivo nacional fuera la de perdonar a todos aquellos que habían sido condenados
por aplicación de la Sedition Act, ordenando asimismo que les fuera reembolsado
el montante económico pagado como multa por razón de su condena.
Ante el diverso conjunto de circunstancias expuestas, los defensores de los
derechos de los Estados comenzaron a apreciar por vez primera la sanción
añadida dada a la autoridad nacional por una decisión judicial, y por supuesto,
como reacción frente a tan poco equitativa actitud judicial, los Republicanos de
Jefferson vencedores en las elecciones de 1800 llegaron al poder con una, a todas
luces comprensible, profunda desconfianza hacia el poder judicial nacional, que
tan ansiosamente se había unido a la persecución de los Republicanos. A todo
ello habría de añadirse, que los Federalistas salientes, como después se verá,
tendrían una buena parte de culpa en que la mala situación empeorara aún más al
aprobar la Judiciary Act de 1801, creando un buen número de juzgados federales
que fueron apresuradamente cubiertos por Adams con personas de su confianza.
La presunción de unos jueces federales imparciales se había transmutado en la
presuposición justamente opuesta.
Al margen ya de ese terrible daño que para el federal judiciary supusieron
las controvertidas leyes de 1798, para el partido Democrático-Republicano de
Virginia, las Alien and Sedition Acts supusieron, al unísono, una maldición y una
bendición (“a curse and a blessing”)259. Fueron una maldición en cuanto que su
aplicación a lo largo de un dilatado período de tiempo descolocó al partido de
los asuntos políticos, que era en cierto modo lo que los Federalistas pretendían,
pero también los controvertidos textos legales le supusieron un beneficio político
evidente, pues al presentar el peor aspecto de los Federalistas, ayudaron a los Re-
publicanos a recuperarse de la mala imagen que su actitud ante la con anterioridad
mencionada XYZ Mission en Francia les había causado. Y en esta recomposición
de su imagen estuvo una de las causas de su triunfo electoral.
Las Alien and Sedition Acts iban a suscitar una reacción inmediata en Virginia
y Kentucky, cuyo fruto se iba a manifestar a través de la aprobación por las
respectivas legislaturas estatales de las que se conocen como Virginia and Kentucky
259
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 120.
484 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
260
Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinion of the Virginia and Kentucky Resolutions”
(I), en The American Historical Review (Am. Hist. Rev.), Vol. 5, No. 1, October, 1899, pp. 45 y ss.; en
concreto, p. 45.
261
Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode...”,
op. cit., pp. 148-149.
262
Edward CHANNING: “Kentucky Resolutions of 1798”, en The American Historical Review (Am.
Hist. Rev.), Vol. 20, No. 2, January, 1915, pp. 333 y ss.; en concreto, p. 333.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 485
El texto escrito por Jefferson, según parece, fue entregado por George Nicholas
a Breckinridge, y cuando éste llegó a Kentucky con el mismo encontró una opinión
pública muy receptiva. Durante ese verano de 1798 habían tenido lugar, tanto en
Kentucky como en Virginia, gran número de mítines contrarios a las leyes que
nos ocupan. Cuando la Legislatura de Kentucky se reunió el 7 de noviembre, el
Gobernador del Estado, James Gerrard, envió un mensaje en el que sugería la
necesidad de “a protest against all unconstitutional laws” del Congreso. Ese mismo
día se nombraba un Comité de tres miembros encabezado por Breckinridge, quien
en nombre del mismo presentaba un conjunto de resoluciones dirigidas contra
263
Ibidem, p. 334.
264
Adrienne KOCH and Henry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode...”,
op. cit., pp. 149-150.
265
R. T. DURRETT: “The Resolutions of 1798 and 1799”, en The Southern Bivouac, Vol. IV, 1886,
pp. 577-588.
486 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“(W)here powers are assumed which have not been delegated, a nullification
of the act is the rightful remedy: that every State has a natural right in cases
not within the compact.... to nullify of their own authority, all assumptions
of power by others within their limits....”266. (Donde se han asumido poderes
que no han sido delegados, una anulación de la ley es el remedio legítimo,
pues cada Estado, en casos que no están dentro del pacto, tiene un derecho
natural a anular por su propia autoridad todas las usurpaciones de poder
por otros dentro sus límites....). Jefferson llevaba esta propuesta hasta sus
últimas consecuencias, al acoger en su redacción inicial una invitación a
los Estados a “concur in declaring these acts void and of no force”.
268
La carta puede verse en Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky
Resolutions: An Episode...”, op. cit., pp. 165-166.
269
Ibidem, p. 167.
270
Apud Walter BERNS: “Freedom of the Press and the Alien...”, op. cit., p. 129.
488 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
271
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the Doctrine of Judicial Review”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. XII, 1913-1914, pp. 538 y ss.; en concreto, p. 568.
272
David E. ENGDAHL: “John Marshall´s <Jeffersonian> Concept of Judicial Review”, en Duke
Law Journal (Duke L. J.), Vol. 42, 1992-1993, pp. 279 y ss.; en concreto, p. 299.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 489
273
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1271.
274
Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode...”,
op. cit., p. 158.
490 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
275
Norman K. RISJORD: “The Virginia Federalists”, en The Journal of Southern History, (Southern
Historical Association), Vol. 33, No. 4, November, 1967, pp. 486 y ss.; en concreto, p. 504.
276
Ibidem, p. 505.
277
Apud Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An
Episode...”, op. cit., p. 161.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 491
278
Es de interés recordar que Virginia tenía una ley de extranjeros amigos (“alien friends law”)
indistinguible en sus disposiciones esenciales de la ley federal. Virginia no podía pues, coherentemente,
protestar contra los principios de la ley federal. Virginia, señala Berns, (en “Freedom of the Press and
the Alien...”, op. cit., p. 131) no estaba actuando por una supuesta preocupación por los extranjeros,
cuya exclusión, en una de sus clásicas incongruencias, ya había sido sostenida por Jefferson en sus
Notes on Virginia, obra publicada por primera vez en 1784, sino que estaba luchando frente a una
interpretación de la commerce clause que permitiera al Congreso regular el movimiento de extranjeros
y esclavos.
279
En el duro debate de las Virginia Resolutions, George K. Taylor iba a atacar la posición de los
Republicanos en torno a la Sedition Act, poniendo de relieve ciertas actitudes incongruentes por parte
del Estado y de ellos mismos. Tras referirse al art. 12 de la Virginia Bill of Rights (“That the freedom
of the press is one of the great bulwarks of liberty, and can never be restrained but by despotic
governments”), este miembro de la Cámara iba a sostener que “la Legislatura de Virginia.... no podía
aprobar una ley restringiendo la libertad de prensa más de lo que el Congreso podía aprobar una ley
reduciendo la libertad de prensa.... Y sin embargo, nunca había dudado (la Asamblea virginiana) de
que los escritos falsos, escandalosos y maliciosos eran sancionables en Virginia. Taylor se iba a referir
de modo específico a una ley de 1792 castigando a los “divulgers of false news”, si bien adujo que
se podía referir a otras. Su conclusión era que si Virginia podía hacer esto sin violar su propio Bill
of Rights, el Congreso, dijo, podía promulgar la Sedition Act sin violar la Primera Enmienda. Apud
Walter BERNS: “Freedom of the Press and the Alien...”, op. cit., p. 132.
280
Apud Walter BERNS: “Freedom of the Press and the Alien...”, op. cit., p. 130.
281
Akhil Reed AMAR: “The Bill of Rights as a Constitution”, en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol.
100, 1990-1991, pp. 1131 y ss.; en concreto, p. 1132.
492 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“I have not seen the result of the discussions at Richmond of the alien
& sedition laws. It is to be feared their zeal may forget some considera-
tions which ought to temper their proceedings. Have you ever considered
thoroughly the distinction between the power of the State, & that of the
Legislature, on questions relating to the federal pact. On the supposition
that the former is clearly the ultimate Judge of infractions, it does not fol-
low that the latter is the legitiman organ, especially as a convention was the
organ by which the compact was made. This was a reason of great weight
for using general expressions that would leave to other States a choice of
the modes possible of concurring in the substance...”282. (Yo no he visto el
resultado de los debates en Richmond sobre las leyes de extranjeros y de
sedición. Es de temer que su celo pueda olvidar algunas consideraciones
que deben suavizar sus debates. Usted siempre consideró directamente la
distinción entre el poder del Estado y el de la Legislatura sobre cuestiones
relativas al pacto federal. De la suposición de que el primero es claramente
el Juez último de las infracciones no se sigue que el último es el órgano
legítimo, cuando una convención fue el órgano a través del cual se hizo el
pacto. Esta es una razón de gran peso para utilizar expresiones generales
que puedan dejar a los otros Estados una elección de las formas posibles
de concurrir en el fondo).
283
Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode...”,
op. cit., p. 175.
284
Sobre la similar actitud adoptada por otros Estados sureños, cfr. Frank Maloy ANDERSON:
“Contemporary Opinion of the Virginia and Kentucky Resolutions” (II), en The American Historical
Review (Am. Hist. Rev.), Vol. 5, No. 2, December, 1899, pp. 225 y ss.; en concreto, p. 236.
285
Davison M. DOUGLAS: “The Rhetorical Uses of Marbury v. Madison: The Emergence of a <Great
Case>”, en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Volume 38, 2003, pp. 375 y ss.; en concreto,
p. 380.
494 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
286
Apud William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United
States, Volume II, The University of Chicago Press, 2nd impression, Chicago, 1955, p. 1037.
287
Sobre el desarrollo del juicio, cfr. Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinion of the
Virginia and Kentucky Resolutions” (II), op. cit., pp. 225-228.
288
Thomas Adams no fue finalmente sometido a juicio, pues en esos días sufría una grave enfer-
medad, por lo que el sheriff presentó ante el tribunal un certificado firmado por dos médicos en el
que se constataba que no podía ser llevado ante el tribunal sin que su vida corriera un serio peligro.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 495
algún culpable, no podía ser él, que se tradujo en una condena a 30 días de prisión,
al pago de las costas del juicio y al pago adicional de una multa de 500 dólares “to
keep the peace in the commonwealth”, no fue sino un bastardo ejemplo más de la
arbitrariedad de los Federalistas freente a los Republicanos, pues innecesario es
decir que el Chronicle era el medio de expresión en Boston de los Republicanos.
Antes de enviar al condenado a prisión, con unas enormes dosis de cinismo, el
Chief Justice Dana aprovechó para pronunciar una larga arenga política en el curso
de la cual iba a aludir enfáticamente a la que llamó “the montruous positions”
de las Virginia and Kentucky Resolutions. Como es tan normal entre los seres
humanos, Dana veía la paja en el ojo ajeno, no dándose cuenta de la suya propia,
infinitamente mayor.
Por su proximidad a Virginia, Maryland fue el primer Estado que tuvo
oportunidad de pronunciarse sobre las Resoluciones. Antes incluso de que tales
Resoluciones llegasen formalmente a Annapolis, ya había sido nombrado un
Comité de la House of Delegates para analizar las Resoluciones de Kentucky.
El informe del citado Comité era después aprobado por la Cámara por una
amplia mayoría (58 votos frente a 14). El texto, claramente discrepante frente
a las Resoluciones, era breve, formulándose en términos vagos y generales. Las
resoluciones se consideraban “highly improper, and ought not to be acceded to”,
pues ellas “contain sentiments and opinions unwarranted by the Constitution of
the United States, and the several acts of Congress to which they refer”289.
En Pennsylvania la reacción fue más tardía, pero no menos clara en su
rechazo a las Resoluciones. Las dos Cámaras legislativas aprobaron seis contra-
resoluciones, cuyo punto de mira se dirigía básicamente hacia la fórmula de
resolución del problema propuesta por la Legislatura de Kentucky. En síntesis, los
órganos representativos de Pennsylvania consideraron que las leyes cuestionadas
eran “just rules of civil conduct, and component parts of a system against the
aggressions of a nation, aiming at the dominion of the world”, mientras que la
desaprobación del remedio propuesto por Kentucky se hacía en términos más
radicales, al considerarse que una declaración por una Legislatura estatal de que
una ley del gobierno federal es nula y carece de todo efecto era una “revolutionary
measure” tan peligrosa como injustificada290. Si en Maryland el debate había
quedado confinado a la Asamblea legislativa, en Pennsylvania se expandió con
gran intensidad a los medios de comunicación, lo que no podía extrañar a la vista
de la preeminencia cultural, comercial y social de la ciudad de Filadelfia. No nos
vamos a detener en ello. Nos haremos eco simplemente de dos posiciones contra-
puestas. Mientras la Aurora, el conocido medio de expresión de los Republicanos,
publicaba las Resoluciones junto a otras protestas contra las cuestionadas leyes
sin mayores comentarios, lo que parecía mostrar que tales Resoluciones no eran
sino la respuesta frente a unas leyes odiosas, Cobbett, un polémico periodista,
en The Country Procupine, aducía que el Address de la Legislatura de Virginia,
289
Apud Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinions of the Virginia...” (I), op. cit., p. 46.
290
Ibidem, p. 51.
496 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
que como ya dijimos se aprobó pocos días después de las Resoluciones, podía
calificarse como “a little short of high treason”, “the most seditious that ever
daring demagogue drew up, or that ever a factious assembly had the impudence
and folly to sanction”291.
Innecesario es decir, pues las reacciones de las Legislaturas estatales contro-
ladas por los Federalistas a que acabamos de referirnos lo ponen de relieve de
modo manifiesto, que la campaña Federalista contra las Resoluciones comenzó
de inmediato, manifestándose de modos muy diversos, particularmente a través
de publicaciones muy dispares. Común denominador de las mismas fue la
apreciación del carácter infamatorio e insurreccional de ambas Resoluciones. En
su momento se hizo bastante famoso un folleto publicado en febrero de 1799 por
un ciudadano del condado de Westmoreland, que firmó con el rótulo de “Plain
Truth”, en el que después de enumerar las ventajas que suponía la Unión y los
peligros que derivarían de su desmembramiento, mantenía que la Unión tan sólo
era posible bajo el gobierno Federalista existente. En la publicación se abordaba
directamente la tercera de las resoluciones virginianas, la de que la Unión era el
resultado de un pacto entre los Estados. Tal consideración se consideraba “falsa
de hecho” (“untrue in fact”) y peligrosa a modo de principio. El documento del
que derivaban los poderes del gobierno federal, que las Resoluciones calificaban
como un pacto, era la Constitución de los Estados Unidos, y respecto a ella se
sostenía lo que sigue:
“To this constitution the state governments are not parties in any greater
degree than the general government itself. They are in some respects the
agents for carrying it into execution, and so are the Legislature and Ex-
ecutive of the Union; but they are not parties to the instrument, they did
not form or adopt it, nor did they create or regulate its powers. They were
incapable of either. The people, and the people only were competent to
these important objects”292. (De esta Constitución los gobiernos estatales
no son partes en mayor grado que el gobierno federal. Ellos son en algunos
aspectos los agentes para ejecutarla, y así también lo son el Legislativo y el
Ejecutivo de la Unión; pero ellos no son partes del instrumento, no lo hicie-
ron ni adoptaron, ni crearon ni regularon sus poderes. Ellos eran incapaces
de cualquiera de las dos cosas. El pueblo, y sólo el pueblo, era competente
para estos importantes objetivos).
La luminosidad de estos argumentos anticipaba los que, con más rigor técnico,
Marshall vertiría en McCulloch v. Maryland y en otras muchas de sus decisiones.
Añadamos para terminar, que la más alarmante acusación que los Federalistas
hicieron sobre los Republicanos fue la de que éstos estaban contemplando el
empleo de la violencia. En medio de las elecciones de 1799 a la House of Delegates
de Virginia, John Nicholas, hermano menor de Wilson Cary Nicholas, una de las
291
Apud Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinion of the Virginia...” (I), op. cit., p. 49.
292
Apud Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinion of the Virginia...” (II), op. cit., p. 240.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 497
“It is indeed true that the term <States> is sometimes used in a vague
sense, and sometimes in different senses, according to the subject to which
it is applied. Thus it sometimes means the separate sections of territory
occupied by the political societies within each; sometimes the particular
governments established by those societies; sometimes those societies as
organized into those particular governments; and lastly, it means the people
composing those political societies in their highest political capacity.... In
the present instance, whatever different construction of the term <States>
498 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
in the resolution may have been entertained, all will at least concur in that
last mentioned; because in that sense the Constitution was submitted to
the <States>; in that sense the <States> ratified it; and in that sense of the
term <States> they are consequently parties to the compact from which
the powers of the Federal Government result.... The Constitution of the
United States was formed by the sanction of the States, given by each in its
sovereign capacity.... The States then, being the parties to the constitutional
compact, and in their sovereign capacity, it follows of necessity that there
can be no tribunal above their authority to decide”293. (Es efectivamente
exacto que el término “Estados” unas veces es usado en un sentido vago,
y otras en diferentes sentidos, según el tema a que es aplicado. Así, unas
veces significa las partes separadas del territorio ocupado por las sociedades
políticas dentro de cada uno; otras, los gobiernos concretos establecidos
por esas sociedades; a veces, esas sociedades en cuanto organizadas en esos
gobiernos concretos, y finalmente significa el pueblo componiendo esas so-
ciedades políticas en su más alta capacidad política.... En el presente caso,
cualquiera que sea la diferente interpretación del término “Estados” que
pueda haber sido considerada en la resolución, todas concurrirán al menos
en la última mencionada, porque en ese sentido se sometió la Constitución
a los “Estados”, en ese sentido los “Estados” la ratificaron, y en ese sentido
del término “Estados”, ellos son consiguientemente partes del pacto del que
resultan los poderes del gobierno federal.... La Constitución de los Estados
Unidos se hizo por la sanción de los Estados, dada por cada uno de ellos en
su capacidad soberana.... Siendo entonces los Estados las partes del pacto
constitucional, y en su capacidad soberana, se sigue por fuerza de ello que
no puede haber un tribunal para decidir por encima de su autoridad).
293
Apud Edward S. CORWIN: “James Madison: Layman, Publicist and Exegete”, en New York
University Law Review (N. Y. U. L. Rev.), Vol. XXVII, 1952, pp. 277 y ss.; en concreto, p. 290.
294
Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinion of the Virginia...” (II), op. cit., p. 242.
295
“Thus –escribe Corwin– what is at the outset characterized as the highest political capacity of
the people of the States is finally transmuted by verbal legerdemain into the highest political capacity
of the States themselves”. Edward S. CORWIN: “James Madison: Layman, Publicist and Exegete”, op.
cit., p. 290.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 499
296
Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode...”,
op. cit., pp. 172-173.
297
Así, como expone Ketcham, en poco más de una docena de años, Madison adoptó posiciones
contradictorias en al menos tres cuestiones relacionadas con la interpretación de la Constitución.
Primero, él sostuvo que la judicial review funcionaría, y después que no lo haría. Segundo, declaró
que los tres departamentos federales eran iguales en la interpretación de la Constitución, y después,
que el judiciary era preeminente. Tercero, sostuvo que el gobierno general era la única agencia lógica
de interpretación, pero también defendió que los Estados tenían que ser los jueces últimos acerca
del significado de la Constitución. Ralph L. KETCHAM: “James Madison and Judicial Review”, en
Syracuse Law Review (Syracuse L. Rev.), Vol. 8, 1956-1957, pp. 158 y ss.; en concreto, p. 160.
298
Edward S. CORWIN: “The Establishment of Judicial Review” (II), en Michigan Law Review
(Mich. L. Rev.), Vol. IX, 1910-1911, pp. 283 y ss.; en concreto, pp. 296-297.
500 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
other effect than what they may produce on opinion by exciting reflection”, para
añadir de inmediato que “the expositions of the judiciary, on the other hand, are
carried into immediate effect by force”. En definitiva, las posibles declaraciones
sobre la constitucionalidad de una ley de los órganos políticos tenían como único
efecto excitar la reflexión, mientras que las decisiones del judiciary tenían fuerza
jurídica inmediata.
Madison terminaba confiando en que “the temperate consideration and
candid judgment of the American public” justificaría los esfuerzos de Virginia.
Recordando la Revolución como un precedente, el virginiano señalaba a los
lectores del texto, que “the authority of constitutions over governments, and of
the sovereignty of the people over constitutions, are truths which are at all times
necessary to be kept in mind”299.
299
Apud Larry D. KRAMER: “We the Court”, op. cit., p. 98.
300
Frank Maloy ANDERSON: “Contemporary Opinion of the Virginia...” (II), op. cit., p. 244.
301
Adrienne KOCH and Harry AMMON: “The Virginia and Kentucky Resolutions: An Episode...”,
op. cit., p. 147.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 501
ellas, una cuestión de la más estricta ortodoxia partidista era revestida con el
ropaje de una supuesta interpretación constitucional general. Como ha puesto
de relieve Newmyer302, la crisis constitucional desencadenada por las Alien and
Sedition Acts y amplificada por las Virginia and Kentucky Resolutions, confirmó
el temor de Marshall de que el radicalismo importado de Francia, unido a los
excesos democráticos y al enfrentamiento entre los partidos amenazara la propia
supervivencia de la República.
La preocupación a la que acabamos de referirnos estaba lejos de ser injustifica-
da. En los años treinta del siglo XIX, como recuerda Corwin303, el “Webster-Hayne
Debate” en el Estado de Carolina del Sur, que terminaría conduciendo al Estado a
hacer suya la doctrina de la nullification, con todas las consecuencias inherentes a la
misma, tomó como premisas algunas de las reflexiones formuladas en las Kentucky
Resolutions. Ello, por cierto, daría pie para que Madison, ya de avanzada edad, se
manifestara de modo radicalmente contrario. Su testimonio quedó reflejado en
diversas manifestaciones, pero quizá la prueba más palpable fuera una carta a
Edward Everett, que en octubre de 1830 publicó la North American Review, en la que
Madison no sólo sostenía la supremacía federal, sino que añadía, que al interpretar
la Constitución, “the judiciary has been hitherto sustained by the predominant
sense of the nation”304. Calhoun no se apartaría mucho de la doctrina anteriormente
mencionada, y quienes trataban de buscar una justificación constitucional en que
apoyar la secesión sureña también se fijaron en esta doctrina.
En este contexto, las últimas semanas de la Administración Federalista iban a
aportar nuevos argumentos en contra del judiciary para la entrante Administración
Jeffersoniana.
302
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 112.
303
Edward S. CORWIN: “We the People”, en el libro del propio autor, The Doctrine of Judicial
Review (Its Legal and Historical Basis and Other Essays), Peter Smith, Gloucester, Massachusetts,
1963, pp. 79 y ss.; en concreto, p. 81.
304
Apud Ralph L. KETCHAM: “James Madison and Judicial Review”, op. cit., p. 162.
502 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
siglo. La ley dividió el país en trece distritos, en cada uno de los cuales se creaba
un district court305, y en tres grandes circuitos judiciales, ubicando en cada uno de
estos últimos un Circuit Court (al que se le confería una jurisdicción de apelación
respecto de los tribunales de distrito y una jurisdicción original en casos crimi-
nales y en aquellas causas civiles que tuvieran por objeto un asunto cuyo valor
superara los 500 dólares), y estableciendo, en lo que sería una de sus disposiciones
más discutidas, que tales tribunales se integrarían por dos Justices de la Corte
Suprema y por un Juez de distrito. Este punto resultó especialmente controvertido,
hasta el punto de ser considerado el más debatido de la ley, conjuntamente con su
Sección 13 (jurisdicción originaria de la Supreme Court) y con su célebre Sección
25 (jurisdicción de apelación de la Corte Suprema).
Puede sorprender, incluso desde la perspectiva de la compatibilidad puramente
temporal, que los Associate Justices de la Corte Suprema hubieran de ser miembros
de dos tribunales diferentes, pero la dificultad temporal se relativizaba a la
vista de los escasos períodos de tiempo previstos por la ley para que el Tribunal
Supremo desempeñara sus funciones: tan sólo dos períodos de sesiones anuales
en los meses de febrero y de agosto. El más alto Tribunal de la Unión no era, pues,
un órgano cuyos miembros estuvieran llamados a ocupar permanentemente su
puesto. La praxis judicial no haría sino ahondar en la idea de una Corte Suprema
en permanente período vacacional. Warren, el principal historiador de la Corte, ha
estudiado con detalle los días efectivos en que la Supreme Court sesionó, primero
en Nueva York y más tarde en Filadelfia, hasta su traslado definitivo en febrero
de 1801 a Washington306. Sus datos no dejan de sorprender: omisión hecha de los
primeros días de febrero de 1790 (el día uno de ese mes tuvo la Corte la primera
sesión para su organización), la segunda sesión, celebrada también en Nueva York,
se prolongó tan sólo dos días (2 y 3 de agosto de 1790), no habiéndose en ella de
atender a ningún asunto judicial. La tercera sesión, celebrada en Filadelfia en
febrero de 1791, no rompió con esta pauta de brevedad. En el primer decenio de
vida de la Corte, los períodos en que sesionó en los meses de febrero, como término
medio, fueron inferiores a dos semanas (con la única salvedad de febrero de 1796,
en que la Corte prolongó sus sesiones durante 37 días), mientras que los períodos
correspondientes a los meses de agosto aún duraron menos, prolongándose como
media dos o tres días tan sólo (con la única excepción de agosto de 1795, en que
la Corte prolongó sus sesiones un total de 17 días). Esto puede explicar que los
Justices pudieran desplazarse con frecuencia muchos centenares (a veces miles)
de millas para atender sus tareas como jueces integrantes de los Circuit Courts.
305
Los district courts tenían jurisdicción penal, conociendo de aquellos actos cuyo castigo no exce-
diera de 30 latigazos, una multa no superior a 100 dólares o encarcelamiento por un período máximo
de seis meses. Estos tribunales tenían jurisdicción exclusiva en materia de admiralty o almirantazgo,
término que identificaba en el Derecho inglés litigios primariamente relacionados con el comercio y
tráfico marítimos; en materia de embargos (seizures) relacionados con las leyes del comercio y de la
navegación o de embargos de tierras por violación de estatutos federales.
306
Cfr. al efecto, Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court of the United States”,
en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 7, 1939-1940, pp. 631 y ss.; en
concreto, pp. 635 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 503
Una peculiaridad del texto legal fue la de que el mismo no incluyó, como
hubiera sido lo lógico, todos los district courts en un Circuit Court. Y así, a los
tribunales de distrito de Kentucky y de Maine se les dio la misma jurisdicción que
a un tribunal de circuito, permitiéndose la apelación directa de sus decisiones
ante la Corte Suprema.
La doctrina ha puesto de relieve307, que uno de los defectos evidentes de la
Ley de 1789 fue la subordinación del judiciary al ejecutivo en todo lo relativo a
los problemas administrativos. Pero al margen ya de ello, lo cierto es que la ley
no terminó de satisfacer a casi nadie, y menos que a nadie a los litigantes, que
en buen número de casos se veían obligados a recorrer cientos de millas para
llegar al lugar donde se ubicaba el tribunal que había de conocer de su demanda.
Tampoco entre los miembros de los Colegios de Abogados la ley fue especialmente
bien valorada, apreciándose en los años subsiguientes a su entrada en vigor cierta
agitación encaminada a lograr un cambio del texto legal.
Entre las deficiencias que se vieron como evidentes desde el mismo momento
en que el Presidente Washington firmó la ley en septiembre de 1789, quizá la más
clara fue la previsión de la mencionada compatibilidad en el cumplimiento por
los Associate Justices de su doble rol de miembros de la Corte Suprema y de los
Circuit Courts. Tan anómala fórmula de integración nunca fue pacíficamente
aceptada. Como escribe Turner308, durante una década hubo continuas protestas
por parte de los miembros de la Corte Suprema contra un sistema que requería
de ellos actuar como miembros de un tribunal de circuito y, más tarde, decidir en
apelación los mismos casos sobre los que ya se habían pronunciado en el Circuit
Court. Todo ello, que ya era lo suficientemente anómalo, al margen ya de la brutal
carga que suponía que cada año hubieran de recorrer miles de millas con los
medios de locomoción de la época.
307
Erwin C. SURRENCY: “The Judiciary Act of 1801”, en The American Journal of Legal History
(Am. J. Legal Hist.), Vol. 2, 1958, pp. 53 y ss.; en concreto, p. 61.
308
Kathryn TURNER: “Federalist Policy and the Judiciary Act of 1801”, en The William and Mary
Quarterly (Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 22, No. 1, January, 1965, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 5.
309
Sobre este Informe, cfr. Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the
Supreme Court of the United States...”, op. cit., pp. 1018 y ss.
504 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“Those who pronounce the law of the land without appeal, ought to be pre-
eminent in most endowments of the mind. Survey the functions of a judge
of the supreme court. He must be a master of the common law in all its
divisions, a chancellor, a civilian, a federal jurist, and skilled in the laws of
each state.... But what leisure remains from their itinerant dispensation of
justice? Sum up all the fragments of their time, hold their fatigue at naught,
and let them bid adieu to all domestic concerns, still the average term of a
life, already advanced, will be too short for any important proficiency”310.
(Aquellos que declaran la ley de la tierra sin apelación deben ser preemi-
nentes en la mayoría de los atributos de la mente. Examinemos la función
de un juez de la Corte Suprema. Él debe ser un maestro del common law
en todas sus divisiones, un magistrado, un civilista, un jurista federal, y
experto en las leyes de cada Estado.... Pero, ¿qué tiempo libre le queda de
su itinerante administración de justicia? Sumemos todos los fragmentos de
su tiempo, consideremos su inútil fatiga y dejémosle decir adiós a todas las
preocupaciones domésticas, aún el término medio de una vida, ya avanzada,
será demasiado corto para cualquier capacidad importante).
310
Ibidem, p. 1019.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 505
II. Edmund Randolph fue profético, y los peligros que anticipó en su Informe
iban a sufrirlos los Jueces del Supremo. El Chief Justice John Jay y sus Associate
Justices encontraron casi imposibles de cumplir los deberes de los Circuits que
la Ley de 1789 les imponía, reclamando por medio de un escrito del año 1792 el
auxilio del Presidente Washington. Su petición comenzaba poniendo de relieve,
que siempre se pensó en la temporalidad de las previsiones del texto legal de 1789,
no en su carácter definitivo:
Más adelante, los Justices exponían con toda claridad la enorme carga de
trabajo que pesaba sobre ellos, expresando lo que sigue: “We really, sir, find the
burdens laid upon us so excessive that we cannot forbear representing them in
strong and explicit terms.... That the task of holding twenty-seven Circuit Courts a
year, in the different States from New Hampshire to Georgia, besides two sessions
of the Supreme Court at Philadelphia, in the two most severe seasons of the year,
is a task which, considering the extent of the United States and the small number
of Judges, is too burdensome”312. (Nosotros, Señor, verdaderamente, encontramos
las cargas establecidas sobre nosotros tan excesivas que no podemos abstenernos
de describirlas en términos firmes y explícitos.... Que la tarea de desempeñar 27
Tribunales de Circuito al año en los diferentes Estados, desde New Hampshire
a Georgia, además de dos sesiones de la Corte Suprema en Filadelfia, en las dos
estaciones más duras del año, es una tarea que, considerando la extensión de los
Estados Unidos y el pequeño número de Jueces, es demasiado pesada).
En fin, en este Memorial dirigido al Presidente no iba a faltar una alusión a
lo absolutamente inadecuado de un sistema que encomendaba a quienes ya se
habían pronunciado en primera instancia, llamémosle así, sobre un asunto, que
volvieran a conocer del mismo en apelación. De la fórmula legal en cuestión se
311
Apud Erwin C. SURRENCY: “The Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 59.
312
Apud Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court of
the United States...”, op. cit., pp. 1025-1026.
506 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
afirmaba que: “is unfriendly to impartial justice, and to that confidence in the
Supreme Court which is so essential to the public interest should repose in it”313
(es desfavorable al principio de imparcialidad en la administración de justicia, y a
esa confianza en la Corte Suprema que tan esencial es para que el interés público
descanse en ella).
El propio Attorney General Randolph iba a preparar un proyecto de ley para
la revisión del texto de 1789, en el que, en perfecta armonía con lo expuesto en
su Informe, se preveía que fueran los propios jueces de distrito quienes habían
de integrar los Circuit Courts. Sin embargo, el Congreso no hizo absolutamente
nada. En una carta a un amigo, el Chief Justice John Jay explicaba la pasividad
del Congreso por los enemigos con que contaba el sistema judicial federal 314.
Tras el Memorial de los Justices de la Supreme Court, el Presidente Washington
volvió de nuevo a dirigirse al Congreso para recomendar una revisión legislativa
del sistema judicial.
III. Las sucesivas peticiones de reforma del sistema judicial no iban final-
mente, como suele decirse, a caer en saco roto. En 1793, al fin, el Congreso iba a
sensibilizarse ante las disfunciones que el sistema judicial presentaba, y que tan
insistentemente se le habían venido poniendo de relieve, a cuyo efecto emprendía
una primera, aunque bien tímida, reforma legislativa, que plasmaba finalmente
en la Ley de 2 de marzo de 1793, de reforma de la Judiciary Act, que modificó la
composición de los tribunales de circuito de un modo harto discutible, al quedar
integrados ahora estos tribunales por tan sólo dos miembros, un Justice de la Corte
Suprema y un juez de distrito, lo que si bien aliviaba la carga de los miembros de la
Supreme Court, entrañaba el grave inconveniente de imposibilitar el fallo cuando
no hubiere acuerdo entre los dos miembros de la Circuit Court.
La ley disponía que en el caso de que los dos miembros del tribunal de circuito
estuvieren en desacuerdo acerca de la audiencia final de una causa o de un alegato
respecto a la jurisdicción del tribunal, la decisión no se adoptaría hasta el siguiente
período de sesiones del tribunal, y si el juez de distrito no cambiara su decisión,
y el juez de circuito (esto es, el Associate Justice) no estuviera de acuerdo, habría
de prevalecer la opinión del “district court judge”, solución que nos parece
verdaderamente anómala, aunque parezca evidente que el Congreso entendiera
que en cada sesión habría jueces diferentes. En cualquier caso, la fórmula legal de
solución hacía prevalecer el criterio de un juez inferior sobre uno superior. Años
después, la Ley de 29 de abril de 1802 dispondría, que si hubiera una discrepancia
313
Apud Erwin C. SURRENCY: “The Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 60.
314
“The federal Courts –escribía John Jay– have Enemies in all who fear their Influence on State
objects”, para añadir más adelante que “it is to be wished that their Defects should be corrected quietly.
If these Defects were all exposed to public view in striking colors, more Enemies would arise and the
Difficulty of mending them encreased”. (Carta de John Jay a Rufus Kinf, fechada el 22 de diciembre
de 1793). Apud Kathryn TURNER: “Federalist Policy and the Judiciary...”, op. cit., pp. 6-7.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 507
entre los jueces de un Circuit Court, la cuestión tenía que ser enviada a la Supreme
Court a fin de que ésta decidiera definitivamente.
Otro problema que planteaba la Ley de 1793 era que la inasistencia de uno de
los dos miembros del tribunal de circuito, por enfermedad o por cualquier otra
causa, imposibilitaba que el tribunal pudiese actuar. De hecho, durante la primera
década de vida del federal judiciary las sesiones de varios tribunales de circuito no
pudieron celebrarse a causa de la inasistencia de algún miembro. Así, por poner
un ejemplo, el Circuit Court para Pennsylvania no pudo sesionar en el período de
sesiones de octubre de 1799. Y otro tanto había acontecido en Carolina del Norte
en junio de 1797. En ambos casos, el Congreso aprobó una legislación especial
para preservar todos los procesos jurídicos en curso ante esos tribunales hasta el
siguiente período de sesiones. Ya una Ley de 19 de mayo de 1794 había dispuesto
al respecto, que si el Associate Justice no apareciera en el Circuit Court en el
plazo de cuatro días, contabilizados a partir de aquel en que tenía que reunirse el
tribunal, el “district court judge”, o en su defecto el oficial de justicia, declararían
suspendidas las sesiones hasta el siguiente período.
La reforma legal de 1793 no había solucionado los problemas, y el descontento
hacia la regulación del sistema judicial se vio alimentado también por el deseo
de una opinión influyente de ampliar el ámbito de la jurisdicción federal, en lo
que incidieron las interferencias de los prejuicios locales sobre la aplicación de
las leyes federales. Piénsese que la Judiciary Act de 1789 protegió a los Estados
y al rol de sus judiciaries, a través del no otorgamiento a los Circuit Courts de
jurisdicción sobre los litigios civiles privados que se originaran de conformidad
con la Constitución y las leyes federales, lo que entrañaba que de tales causas hu-
biesen de conocer los tribunales estatales, cuando por pura lógica, la competencia
hubiera debido recaer sobre los tribunales federales. En cualquier caso, ningún
intento serio de reforma de la Judiciary Act tuvo lugar hasta, prácticamente, el
último año de la Administración de John Adams. A juicio de Turner315, no iba a
ser accidental que la efectiva presión para revisar el sistema judicial originario se
produjera en 1799-1800, cuando la paz con Francia estaba preparándose, cuando
los argumentos en favor de un ejército permanente se hallaban severamente debi-
litados, cuando, de igual forma, los intereses de los poderosos líderes federalistas
se veían amenazados por algunos Estados, aquéllos en que predominaban los
Republicanos , que simultáneamente estaban cuestionando el concepto de unión,
y cuando, en fin, se asistía a una lucha para fortalecer el soporte del partido con
anterioridad a las venideras elecciones. Y para disponer de un completo panorama
contextual, quizá convenga añadir, que es en la segunda mitad de los años 1790
cuando iba a emerger una clara división partidista en los Estados Unidos. Por un
lado los Republicanos, admitiendo la doctrina de que “mankind are capable of
governing themselves”, y acusados por sus oponentes de tramar introducir “a new
order of things as it respects morals and politics, social and civil duties”. Por el
otro, los Federalistas, reivindicando conservar y proteger “that virtue (which) is
315
Kathryn TURNER: “Federalist Policy and the Judiciary...”, op. cit., p. 32.
508 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
316
William E. NELSON: “The Eighteenth-Century Background of John Marshall´s Constitutional
Jurisprudence”, en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. 76, 1977-1978, pp. 893 y ss.; en concreto,
pp. 930-931.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 509
317
Max FARRAND: “The Judiciary Act of 1801”, en The American Historical Review (Am. Hist.
Rev.), Vol. 5, No. 4, July, 1900, pp. 682 y ss.; en concreto, p. 686.
318
Louise WEINBERG. “Our Marbury”, op. cit., p. 1250.
319
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 134.
320
Newmyer ha señalado (en Ibidem) que Marshall comprendió y quizá incluso temió la naturaleza
enormemente partidista del proyecto (“the highly partisan nature of the bill”). Lo apoyó de todos
modos, en parte como un medio de unir a los Federalistas y en parte porque pensaba que un reforzado
federal judiciary era esencial para preservar el Derecho federal. En este punto, las Virginia and Kentucky
Resolutions, sin duda, incidieron sobre el pensamiento de Marshall, al postular suprimir la autoridad
de los tribunales federales para interpretar la Constitución, dejándola en manos de las legislaturas
estatales.
321
Max FARRAND: “The Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 683.
322
Kathryn TURNER: “Federalist Policy and the Judiciary Act of 1801”, op. cit., pp. 22-23.
510 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
mencionar tan sólo algunas de ellas. En buen número de estos casos la actuación
de los tribunales estatales había sido central hasta que el litigio fue definitivamente
cerrado por la decisión de la Supreme Court. Al hilo de estos conflictos, con grandes
intereses económicos en juego, puede entenderse que hubiera quienes se mostraran
proclives al fortalecimiento del federal judiciary, y quienes prefirieran un judiciary
predominantemente descentralizado y por tanto de sesgo estatal. Una u otra opción
fácilmente podía conectarse con las previsiones apriorísticas acerca de qué modelo
podía ser más beneficioso para los intereses respectivos. Y en conexión con lo que
se acaba de decir, tampoco es un hecho desdeñable el que muchos de estos pleitos
se visualizaran por la opinión pública simbólicamente, esto es, como ejemplo del
enfrentamiento entre los colonos y los especuladores de tierras. Dicho en otras
palabras, la reforma judicial no estuvo movida tan sólo por los intereses políticos de
los Federalistas; también los intereses económicos y la propia visión que cada cual
tenía del orden socio-económico ideal (el agrarismo Republicano frente al desarrollo
comercial Federalista, al que no fueron ajenos los movimientos especulativos de
tierras) desempeñaron un papel digno de consideración.
A lo largo de prolijos debates entre los congresistas, el material del Informe
de Randolph fue una y otra vez reiterado. Y el texto legal, como la mejor doctrina
reconoce323, no careció de méritos. Tras la Ley de 1801, escribirían Frankfurter
y Landis hace ya casi un siglo324, se presenta la presión de sólidas concepciones
profesionales, que toman en consideración una judicatura apropiada al nuevo
país y con ella se trata asimismo de fortalecer el judiciary, eliminando los defectos
revelados con toda evidencia en los trabajos realizados en torno al sistema judicial
federal. Es claro que ambos autores tienen muy en cuenta en su valoración el
Memorial del Chief Justice Jay y el Report del Attorney General Randolph. Pero
siendo ello así, no puede dejar de admitirse que la Ley de 1801 es susceptible
asimismo de ser tratada tan sólo como una formidable intriga (“is apt –escriben
de nuevo Frankfurter y Landis– to be treated too exclusively by historians as a
piece of stupendous jobbery”).
El proyecto no resultó definitivamente aprobado en sede legislativa hasta
después de las elecciones de noviembre de 1800. La Cámara lo aprobó el 20 de
enero y el Senado, el 7 de febrero, siendo finalmente firmado por el Presidente el
13 de febrero de 1801, poco más de dos semanas antes tan sólo de que expirara el
mandato otorgado a su Administración.
323
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 24.
324
Felix FRANFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court of the United
States...”, op. cit., pp. 1025-1026.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 511
325
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”, op. cit.,
pp. 1033-1034.
326
Kathryn TURNER: “Federalist Policy and the Judiciary...”, op. cit., p. 31.
512 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
327
Frankfurter y Landis escribirían al respecto que la ley llevó a cabo “an expansion of the authority
of the federal courts to the full limit of constitutional power”. Felix FRANKFURTER and James M.
LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”, op. cit., p. 1029.
328
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court..., op. cit., p. 30.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 513
II. Dos semanas más tarde, el 27 de febrero, a cinco días de la toma de posesión
como nuevo Presidente de Thomas Jefferson, el Presidente estampaba su firma
sobre otro proyecto de ley que el Senado había aprobado el día 5 de febrero y la
Cámara el día 24; el Congreso y la Administración federalista apuraban hasta el
límite su control de las instituciones. La nueva ley, la District of Columbia Act,
procedía a regular la administración del distrito de Columbia. El texto establecía
un tribunal integrado por tres jueces residentes en el distrito que asumía todas las
competencias de los circuit courts. Asimismo, y ello iba a resultar particularmente
controvertido por los Republicanos, la ley creaba 42 Jueces de paz en ese distrito,
329
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered Branch, 1801-1805”, en
Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Vol. 33, No. 2, 1998, pp. 219 y ss.; en concreto, p. 222.
330
William E. NELSON: “Marbury v. Madison, Democracy, and the Rule of Law”, en Tennessee Law
Review (Tenn. L. Rev.), Vol. 71, 2003-2004, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 229.
331
“It is clear –escribe Surrency– that the Judiciary Act of 1801 made no fundamental change in the
judiciary except insofar as it created the circuit courts”. Y ello lo justifica porque el cambio básico de
descargar a los Associate Justices del circuit riding había venido siendo reclamado en varias ocasiones
desde tiempo atrás. Erwin C. SURRENCY: “The Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 63.
514 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
que, nuevamente, Adams se afanaría por nombrar entre Federalistas leales (uno de
ellos sería justamente William Marbury, que daría su nombre al celebérrimo caso).
Ya en enero de ese año el Presidente había nombrado comisionado de la ciudad
de Washington a su sobrino William Cranch, al que después convertiría en juez,
demostrando importarle poco las fundadas acusaciones de nepotismo que sobre
él podían recaer. Adams designó como presidente del nuevo tribunal del distrito
de Columbia a Thomas Johnson, de Maryland, quien entre 1792 y 1793 había sido
Associate Justice de la Corte Suprema, cesando en la misma por razones de salud.
Sin embargo, el rechazo por parte de Johnson a aceptar el cargo, dejó vacante la
presidencia de este nuevo tribunal, que Jefferson se encargó finalmente de cubrir.
332
Leonard BAKER: “The Circuit Riding Justices”, en Supreme Court Historial Society Yearbook
(Sup. Ct. Hist. Soc´y Y. B.), 1977, pp. 48 y ss.; en concreto, p. 49.
333
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1237.
334
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 25.
335
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 301.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 515
aprobación. Como escribió Warren336, la carga que se había colocado sobre los
Jueces de la Corte Suprema era intolerable. La simple carga física que entrañaban
unos viajes entre ciudades situadas a enormes distancias, por caminos infames y
en diligencias no menos malas, lo explicaba sin mayores comentarios. El Justice
Iredell en un momento dado definió su vida como la de un “travelling postboy”.
En cualquier caso, el común denominador de las críticas giró en torno a la
innecesariedad de la reforma y, de modo particular, de la notable ampliación del
número de jueces que la misma llevaba a cabo, al entenderse que no había carga
de trabajo que la justificara, y que la única razón de la misma había sido copar
el federal judiciary con federalistas afines para, desde él, torpedear en todo lo
que fuera posible la obra reformista que se preveía iba a llevar a cabo la nueva
Administración republicana. Ya al hablar de Jefferson mencionamos , y nos parece
paradigmática del sentir Republicano, su visión del judiciary como una fortaleza
(“a stronghold”) federalista. De esta forma, el emergente partido Republicano vino
a contemplar los tribunales federales como una especie de “adjunto político” de
los odiados Federalistas. Y el lamentable resultado de todo ello es que el poder
judicial federal se vio envuelto de lleno en una lucha política sin cuartel. Como
escribieron Frankfurter y Landis, “the history of the federal bench in these early
days is thus part and parcel of a fierce party strife”337.
Hemos de finalizar. En una reconsideración final, se ha de decir que sería un
error limitarse a contemplar la Judiciary Act como un texto legal aprobado por
razones políticas coyunturales (la derrota electoral Federalista) y con el sólo fin de
proporcionar réditos políticos al partido derrotado y de ofrecerle la oportunidad
de un ejercicio de nepotismo entre sus afines. Como ya se ha puesto de manifiesto,
la necesidad de una reforma del sistema judicial se sintió casi desde el mismo
momento en que se aprobó la Ley de 1789. Razones técnicas aconsejaban esa
reforma, no debiendo causar extrañeza por lo mismo, que algunas de las señas
de identidad de la nueva ley permanecieran durante mucho tiempo como rasgos
del sistema judicial federal 338. La ley ni mucho menos desbordó los límites
constitucionales, como también se ha señalado, aunque pudo alterar los frágiles
equilibrios a los que se llegó en Filadelfia y también en el First Congress al hilo de
la aprobación de la Ley de 1789. Con todo, a nuestro entender, la pésima imagen
que el texto legal tuvo para los Republicanos se debió no tanto al texto jurídico en
sí, cuanto a la sectaria, arbitraria y partidista aplicación del mismo que Adams
llevó a cabo en los últimos días de su mandato.
336
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, revised edition in two volumes,
Little, Brown, and Company, Boston, 1932, Vol. one (1789-1835), p. 86.
337
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”, op. cit.,
p. 1025.
338
El senador Albert J. Beveridge, el gran biógrafo de Marshall, consideró la Judiciary Act de 1801
como “one of the most far reaching reforms in the federal system”. De ello se hace eco Surrency, quien
no obstante admite que este punto de vista no ha sido generalmente aceptado por la doctrina. Erwin
C. SURRENCY: “The Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 53.
516 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
339
Así lo cree también Erwin C. SURRENCY, en “The Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 54.
340
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., p. 340.
341
Cit. por Kathryn TURNER: “The Midnight Judges”, en University of Pennsylvania Law Review
(U. Pa. L. Rev.), Vol. 109, 1960-1961, pp. 494 y ss.; en concreto, pp. 495-496.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 517
concluye342, que once de ellos eran relevantes Federalistas, William Marbury entre
ellos, otros cuatro provenían de viejas familias Federalistas de la zona; cuatro se
alineaban claramente dentro del campo Republicano, lo que se explica porque
ellos venían actuando como jueces de paz en ese territorio de conformidad con
el ordenamiento jurídico de Maryland, Estado al que pertenecía una parte del
territorio que después integraría el distrito federal. Adams también nombró a
William Thornton, el celebrado arquitecto del Capitolio, asimismo Republicano.
En definitiva, según el mencionado autor, de estos 23 jueces, se podía estimar
que 17 se alineaban con los Federalistas, mientras que 6 se situaban junto a los
Republicanos. Para Turner343, comentar que el grupo de personas que recibió
estos nombramientos judiciales no era tan partidista como pudiera haberlo sido
no significa aplaudir este modo de proceder de Adams, pero sí cuestionar que,
por sí sólo, el nombramiento de los midnight Judges resultara suficiente para
explicar tanto la aprobación del texto legal por los Federalistas como su posterior
vehemente rechazo por los Republicanos. Un dato que nos parece significativo al
respecto es que, tras las modificaciones legales que los Republicanos llevaron a
cabo, de los quince hombres que Jefferson nombró jueces de paz para el condado
de Washington, doce, de hecho, habían estado en la lista de Adams344.
Algunos de estos nombramientos judiciales fueron identificados con la
expresión de “Jueces de Medianoche” (Midnight Judges), porque el Presidente
dedicó sus últimas horas en el cargo a firmar los despachos de nombramiento.
Turner habla345 de “the last-minute rush in accomplishing this purpose” (por John
Adams). Los días 2 y 3 de marzo, últimos de su mandato, los senadores los pasaron
aprobando los ultimísimos nombramientos de los jueces de paz, fiscales, oficiales
de justicia... del distrito de Columbia. Se cuenta incluso, y de ello se haría eco
Willoughby346, que en la medianoche del 3 de marzo de 1801, cuando el período
de Adams expiraba formalmente, Marshall, su Secretario de Estado, (aunque ya
nombrado Chief Justice) fue interrumpido por el Attorney General del Presidente
entrante mientras preparaba los últimos nombramientos para los nuevos juzgados
federales.
Para los Republicanos, no sólo el mero hecho de los nombramientos en sí, sino
también la identificación claramente partidista de muchos de los nombrados para
los cargos judiciales, no hacía sino poner de relieve el insaciable deseo de Adams
por controlar el federal judiciary a través del nombramiento de jueces afines,
todo lo cual desencadenó una más que notable indignación por los Republicanos
342
David P. FORTE: “Marbury´s Travail: Federalist Politics and William Marbury´s Appointment
as Justice of the Peace”, en Catholic University Law Review (Cath. U. L. Rev.), Vol. 45, 1995-1996, pp.
349 y ss.; en concreto, pp. 397-399.
343
Kathryn TURNER: “The Midnight Judges”, op. cit., p. 522.
344
El dato lo proporciona David P. FORTE, en “Marbury´s Travail: Federalist Politics...”, op. cit.,
p. 400.
345
Kathryn TURNER: “The Midnight Judges”, op. cit., p. 494.
346
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States, op. cit., p. 86, nota 1.
518 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
347
Entre otros, William S. CARPENTER: “Repeal of the Judiciary Act of 1801”, en The American
Political Science Review (Am. Pol. Sci. Rev.), Vol. 9, No. 3, August, 1915, pp. 519 y ss.; en concreto, p. 520.
348
Apud Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit.,
p. 569.
349
Apud Kathryn TURNER: “The Midnight Judges”, op. cit., p. 519.
350
Apud Kathryn TURNER: “The Midnight Judges”, op. cit., pp. 520-521.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 519
351
Apud Carl E. PRINCE: “The Passing of the Aristocracy: Jefferson´s Remowal of the Federalists,
1801-1805”, en The Journal of American History (J. Am. Hist.), Vol. 57, No. 3, December, 1970, pp. 563
y ss.; en concreto, p. 563.
352
John A. GARRATY: “The Case of the Missing Commissions”, en Quarrels That Have Shaped the
Constitution, edited by John A. Garraty, Harper Torchbooks, Harper & Row, Publishers, New York/
Hagerstown/San Francisco/London, 1975, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5.
353
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 302.
520 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
abrogar la ley y acabar con los jueces federalistas354. Es claro que la abrogación
del texto legal no solventaba el problema en todos sus términos, pero los Republi-
canos contaban con otra arma con la que combatir directamente contra la Corte
Suprema: el impeachment.
Del furor anti-judicial de los Republicanos puede darnos una idea la sectaria y
brutalmente inconstitucional decisión adoptada por el siempre conflictivo Estado
de Kentucky en noviembre de 1801, al decidir la Legislatura estatal la abolición
de los district courts existentes en su territorio, a lo que siguió el establecimiento
de circuit courts para cada condado.
Así las cosas, en su Mensaje al Congreso del 8 de diciembre de 1801, el
Presidente Jefferson ya apuntaba directamente hacia el federal judiciary:
“The Judiciary system of the United States, and especially that portion of it
recently erected, –se afirmaba en el Mensaje– will, of course, present itself
to the contemplation of Congress; and that they may be able to judge of the
proportion which the institution bears to the business it has to perform,
I have caused to be procured from the several States, and now lay before
Congress, an exact statement of all the causes decided since the first estab-
lishment of the courts, and of those which were depending when additional
courts and judges were brought in to their aid”355. (El sistema judicial de
los Estados Unidos, y especialmente esa parte del mismo establecida re-
cientemente, por supuesto, se presentará a la consideración del Congreso,
y para que éste pueda ser capaz de decidir la proporción que es apropiada
a la institución para los asuntos que tiene que cumplir, yo he hecho que se
obtenga de los diversos Estados, y ahora lo expongo ante el Congreso, una
declaración exacta de todas las causas decididas desde el establecimiento
de los tribunales y de aquellas que estaban pendientes cuando los tribunales
y jueces adicionales fueron traídos en su ayuda).
Jefferson iba más adelante a formular la objeción tan compartida entre los
Republicanos, de que la ampliación del federal judiciary viabilizada por la Ley de
1801 no venía exigida por la carga de trabajo de estos órganos, lo que, velada-
354
Un indicio altamente significativo de este sentimiento lo encontramos en dos cartas escritas a
Jefferson por el Republicano William B. Giles, una el 16 de marzo, la otra el 1º de junio, siempre de 1801.
En la primera de ellas se puede leer: “a pretty general purgation of office has been one of the benefits
expected by the friends of the new order of things, and although an indiscriminate privation of office,
merely from a difference in political sentiment, might not be expected; yet it is expected, and confidently
expected, the obnoxious men will be ousted. It appears to me that the only check upon the judiciary
system as it is now organized and filled, is the removal of all its executive officers indiscriminately”.
En la segunda carta, Giles, de modo más radical aún, escribe: “It appears to me that no remedy is
competent to redress the evil but an absolute repeal of the whole judiciary system, terminating the
present offices and creating an entire new system, defining the common law doctrine, and restraining
to the proper constitutional extent the jurisdiction of the courts”. Ambas cartas pueden verse en William
S. CARPENTER: “Repeal of the Judiciary Act of 1801”, op. cit., pp. 521 y 522, respectivamente.
355
Apud Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”,
op. cit., p. 1032, nota 79.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 521
“When we consider that this Government is charged with the external and
mutual relations only of these States; that the States themselves have prin-
cipal care of our persons, our property, and our reputation, constituting the
great field of human concerns, we may well doubt whether our organiza-
tion is not too complicated, too expensive; whether officers have not been
multiplied unnecessarily, and sometimes injuriously to the service they
were meant to promote”356. (Cuando consideramos que este Gobierno está
encargado tan sólo de las relaciones exteriores y mutuas de estos Estados,
que los propios Estados tienen el cuidado principal de nuestras personas,
de nuestra propiedad y de nuestra reputación, constituyendo el gran campo
de las preocupaciones humanas, podemos dudar bien de si nuestra orga-
nización no es demasiado complicada, demasiado costosa; de si nuestros
funcionarios no han sido multiplicados innecesariamente, y a veces per-
judicialmente para el servicio que ellos tenían la intención de promover).
356
Apud James O´FALLON: “Marbury”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 44, 1991-1992,
pp. 219 y ss.; en concreto, p. 222.
357
Carpenter se hace eco del hecho de que con anterioridad a ese momento John Breckinridge
había recibido numerosas cartas de sus electores instándole a introducir cambios en el sistema judicial.
William S. CARPENTER: “Repeal of the Judiciary...”, op. cit., p. 523.
522 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“What will be the effect of the desired repeal? Will it not be a declaration
to the remaining judges that they hold their offices subject to your will
and pleasure? And what will be the result of this? It will be, that the check
established by the Constitution, wished for by the people, and necessary
in every contemplation of common sense, is destroyed.... If mankind were
reasonable, they would want no Government. Hence, checks are required in
the distribution of power among those who are to exercise it for the benefit
of the people. Did the people of America vest all power in the Legislature?
No; they had vested in the judges a check intended to be efficient –a check
of the first necessity, to prevent an invasion of the Constitution by uncon-
stitutional laws– a check which might prevent any faction from intimidat-
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 523
358
Apud James M. O´FALLON: “Marbury”, op. cit., pp. 224-225.
359
Federalistas y Republicanos se contemplaban unos a otros como meras facciones. Los Federa-
listas veían en sus oponentes una suerte de enfermedad, “the Republican disease”, mientras que para
los Jeffersonianos, los Federalistas representaban la visión monárquica del gobierno, “the forces of
monarchism”, una visión que para ellos no era nada democrática por cierto.
360
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 31.
361
James M. O´FALLON: “Marbury”, op. cit., pp. 229-230
362
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe, op. cit., p. 303.
524 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
del cargo por los jueces federales, que tan sólo eran removibles mediante el
impeachment. Una abrogación de la Ley de 1801 venía a privar a los nuevos jueces
del ejercicio del cargo, siendo por consiguiente de dudosa constitucionalidad. Con
todo, la cuestión de si la abolición de los Circuit Courts vulneraba el good-behavior
standard establecido por la Constitución, no tenía una respuesta inequívoca, como
algún sector de la doctrina ha puesto de relieve363.
Los Republicanos, como es obvio, iban a dedicar parte de sus intervenciones
a rechazar la inconstitucionalidad del texto legal que pretendían aprobar. Sus
argumentos al efecto iban a revestir una pluralidad de formas. Breckinridge, desde
el primer momento en que puso en marcha el proceso conducente a la abrogación
de la ley de 1801, se mostró seguro de que, cuando tal hecho se produjere, los
jueces debían cesar en sus cargos. A su juicio, las garantías constitucionales les
protegían frente al cese decidido por el ejecutivo o frente a la disminución de sus
salarios llevada a cabo por el Congreso, pero no contemplaban la posibilidad de
que sobrevivieran a la destrucción de sus cargos acordada en sede legislativa.
Este argumento era bastante endeble, pues como el senador Mason replicaría
frente al mismo, la eliminación selectiva de tribunales suscitaba el mismo riesgo
de actuación arbitraria que el del cese selectivo de sus titulares. Adicionalmente,
Breckinridge aduciría:
“I am free to declare, that if the intent of this bill is to get rid of the judges,
it is a perversion of your power to a base purpose; it is an unconstitutional
act. If, on the contrary, it aims not at the displacing one set of men, from
whom you differ in political opinion, with a view to introduce others, but at
the general good by abolishing useless offices, it is a Constitutional act. The
quo animo determines the nature of this act, as it determines the innocence
or guilt of other acts”364. (Me siento libre para declarar, que si la intención
de este proyecto de ley fuera deshacerse de los jueces, sería una perversión
de su poder para un propósito despreciable; sería una ley inconstitucional.
Si por el contrario, no pretende desplazar un conjunto de hombres, de los
que difiere en su opinión política, con el objetivo de introducir a otros, sino
el bien general a través de la abolición de cargos inútiles , es una ley cons-
titucional. La intención determina la naturaleza de esta ley, como decide
la inocencia o culpabilidad de otros actos).
365
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. IV, 1905-1906, pp. 616 y ss.; en concreto, p. 629.
366
David E. ENGDAHL: “John Marshall´s <Jeffersonian> Concept of Judicial Power”, en Duke
Law Journal (Duke L. J.), Vol. 42, 1992-1993, pp. 279 y ss.; en concreto, p. 321.
367
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 570.
368
Apud J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 303.
526 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
texto legal Republicano: “No es a causa –decía– del miserable gasto (“of the paltry
expense”) del nuevo personal por lo que yo deseo suprimirlo. No señor! Es para dar
el golpe de muerte (“the death blow”) a la pretensión de convertir el judiciary en un
hospital para políticos caídos (“an hospital for decayed politicians”); para impedir
que los tribunales estatales sean sepultados por los de la Unión; para destrozar
la monstruosa ambición de arrogarse de esta Cámara el derecho de sustraerse a
todas las prohibiciones de la Constitución y de considerar la nación acorralada
(“at bay”)”369. Se trataba, en definitiva, de suprimir lo que los Republicanos habían
dado en llamar “the army of the judges”, mediante la abolición de los nuevos
tribunales creados el año anterior. Como escribiría algún autor370, los Midnight
Judges fueron sumariamente liquidados. Y efectivamente, con la abrogación
de la Ley de 1801, todos los jueces de los Circuit Courts nombrados por Adams
perdieron su puesto.
III. En lo básico, el texto legal establecía que todas las leyes relativas a la
organización del poder judicial en vigor con anterioridad a la aprobación de la
Judiciary Act de 1801 veían restablecida su vigencia el 1º de julio de1802. Con ello,
y al margen de la pérdida de su puesto por los jueces de circuito nombrados por
Adams, la ley volvía a vincular a los Associate Justices con los tribunales de circuito
y dejaba asimismo sin efecto la reducción en el número de miembros de la Corte
Suprema que preveía la Ley federalista. De igual forma, los tribunales federales
vieron reconducida su competencia a la que tenían antes de que el texto de 1801
procediera a ampliarla.
Sin embargo, la abrogación de la Ley de 1801 no solventaba todos los proble-
mas de la organización del federal judiciary, por lo que los Republicanos se vieron
obligados a aprobar muy pocas semanas después un nuevo texto legal, la Ley de
29 de abril de 1802.
369
Apud Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States, op. cit., pp. 87-88.
370
Charles B. ELLIOT: “The Legislatures and the Courts: The Power to Declare Statutes Uncon-
stitutional”, op. cit., p. 248.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 527
371
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”, op. cit.,
p. 1036, nota 84.
528 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
372
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”, op. cit.,
p. 1036.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 529
propuesto Richard Henry Lee: “that the jurisdiction of the federal courts should be
confined to cases of admiralty and maritime jurisdiction”373. Esa misma vacuidad
también fue defendida por el propio Breckinridge, quien tras ver aprobada la ley
instaba a ir más lejos, reformando la Constitución a fin de limitar estrictamente
la jurisdicción de los tribunales federales a la materia propia de los tribunales del
almirantazgo (courts of admiralty) y a los “cases arising under the Constitution”.
Quizá por ello se ha podido entender por algún autor374, que el beneficio positivo
para los Republicanos de este texto abrogatorio no fue grande, pues si bien los
tribunales inferiores fueron reducidos, la Corte Suprema fue dejada sin tocar. Pero
no se puede olvidar que esta abrogación era tan sólo un primer paso, pues la meta
final de Jefferson no era otra que la de lograr el sometimiento del judiciary al deseo
final del pueblo, que, como apostilla McCloskey375, en la teoría Jeffersoniana no
era, por supuesto, sino el deseo de los Republicanos; de ahí que a esta primera
medida hubieran de seguir otras en relación a los restantes miembros de la
judicatura federal en general y de la Corte Suprema muy en particular, hasta que
Jefferson lograra erradicar el “spirit of Marshallism”.
373
Apud William S. CARPENTER: “Repeal of the Judiciary Act of 1801”, op. cit., p. 527, nota 22.
374
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States..., op. cit., p. 88.
375
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., pp. 24-25.
376
En esos términos la califica Robert Eugene CUSHMAN, en “Marshall and the Constitution”, en
Minnesota Law Review (Minn. L. Rev.), Vol. V, 1920-1921, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 15.
377
Tal es el caso, por ejemplo, de James M. O´FALLON: “Marbury”, op. cit., p. 239.
530 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
IV. Hemos de referirnos por último a la aplicación que Jefferson hizo de estos
dos textos legislativos. El hecho de que constitucionalmente los jueces federales
no fueran destituibles mientras mantuvieran un buen comportamiento en nada
amilanó al Presidente. Éste no sólo iba a prescindir de los jueces, sino que con más
razón aún, dado que ante ellos se encontraba con las manos libres, iba a llevar a
cabo una auténtica purga en la Administración, prescindiendo en ella de cuantos
se hubiesen significado como Federalistas relevantes.
Prince ha dedicado un estudio al tema, proporcionando datos significativos.
De los 316 funcionarios federales de segundo nivel que existían en los Estados en
378
Entre otros, J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., pp. 303-304, y Robert
Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 82.
379
Felix FRANKFURTER and James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court...”, op. cit.,
p. 1038.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 531
C) La contrarréplica Federalista
380
Carl E. PRINCE: “The Passing of the Aristocracy: Jefferson´s Removal of the Federalists, 1801-
1805”, en The Journal of American History (J. Am. Hist.), Vol. 57, No. 3, December, 1970, pp. 563 y
ss.; en concreto, p. 565.
381
Según los datos que ofrece John A. GARRATY: “The Case of the Missing Commissions”, op. cit.,
p. 5.
382
Carl E. PRINCE: “The Passing of the Aristocracy...”, op. cit., p. 568.
383
Ibidem, p. 566.
532 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“The Judges of the Supreme Court.... can indeed, if they think proper, refuse
to perform the duty of Circuit Judges, and if it could be known that they
would so refuse, it might perhaps be proper, for the Circuit Judges to inform
the Gentlemen of the Bar, that they will attend at the usual times & places,
when they will expect to hear the arguments of Council, upon the great
question whether the Courts, are or are not abolished.... –a basis may thus
be laid, for obtaining the final decision of the Supreme Court, in a regular
form”384. (Los Jueces de la Corte Suprema.... pueden efectivamente, si lo
consideran adecuado, rehusar cumplir el deber de Jueces de Circuito, y si
pudiera conocerse que ellos rehusaran así, quizá podría ser apropiado para
los Jueces de Circuito informar a los caballeros del Colegio de Abogados, de
que ellos pueden asistir en los tiempos y lugares usuales, cuando puedan
esperar oir los razonamientos del Consejo sobre la gran cuestión de si los
tribunales son o no son abolidos...., una base puede así establecerse para
obtener la decisión final de la Corte Suprema en una forma regular).
384
Apud James M. O´FALLON: “Marbury”, op. cit., p. 239.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 533
La tercera vía a cuyo través hacer frente a la Repeal Act buscaba que el propio
Congreso corrigiera lo que había hecho. Un escrito que circuló ampliamente,
redactado por Richard Bassett, quien era juez del Tercer Circuito y suegro del
incondicional Congresista Federalista James Bayard, facilitó el camino. El ensayo
fue seguido por el envío de un Memorial al Congreso firmado por once de los
jueces desposeídos del cargo. Los firmantes del Memorial buscaban que se les
asignaran deberes coherentes con sus nombramientos como jueces y una opor-
tunidad para someter a una decisión judicial sus pretensiones indemnizatorias.
La House of Representatives despachó sin ningún miramiento el Memorial,
rechazándolo el mismo día que le había sido presentado. El Senado, por el con-
trario, adoptó la que bien podía considerarse como enigmática decisión de remitir
el Memorial a un Comité que además iban a integrar tres relevantes Federalistas,
uno de ellos el Gobernador Morris. El Comité presentó la propuesta de que se
ordenara al Attorney General plantear una acción de la naturaleza propia de un
quo warranto, examinando la pretensión al cargo de los jueces y su derecho a una
indemnización. Recuerda O´Fallon385, que esta propuesta fue colmada de insultos
al entenderse que la misma sugería que el Congreso había actuado inconstitucio-
nalmente al eliminar los circuit courts. Tras un día de debate el Senado rechazó la
propuesta con una votación que siguió una línea estrictamente partidista.
II. La Repeal Act planteó un serio dilema a la Corte en relación a si los Justices
iban a participar en los tribunales de circuito tal y como exigía la Judiciary Act de
1789, modificada en 1793, y restablecía la Repeal Act de resultas de la derogación
de la Judiciary Act de 1801. No hacerlo así, como ya hemos visto que se le pidió
desde el lado Federalista, esto es, comportarse como si la Judiciary Act de 1801
estuviera todavía en vigor, equivalía a negar la constitucionalidad de la Repeal Act,
bien que sin que la cuestión se hubiese planteado formalmente ante la Corte. Acep-
tar, por contra, el desempeño de sus deberes en los Circuits evitaba una directa
confrontación con el Congreso. La situación planteada era, con independencia ya
de la opción por la que la Corte se decantase, enormemente delicada.
Un análisis jurídico estricto de la Repeal Act llevó a Marshall a la conclusión
de que los Justices no deberían de participar en los tribunales de circuito. El Chief
Justice lo planteó así, sin ningún rodeo, al Justice William Paterson, en una carta
fechada el 6 de abril de 1802: “I confess –escribía Marshall– I have some strong
constitutional scruples. I cannot well perceive how the performance of circuit duty
by the Judges of the supreme court can be supported”386. Esos “fuertes escrúpulos
constitucionales” a los que aludía Marshall, sobre los que no hay razón alguna para
dudar, presuponían una posición bastante proclive a la inconstitucionalidad de la
ley de abrogación Republicana. En cualquier caso, nadie opuso una más fuerte
resistencia al texto legal que el vehemente Justice Samuel Chase, cumpliendo con
385
James O´FALLON: “Marbury”, op. cit., p. 240.
386
Apud R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 155.
534 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
387
“Petrel (como es sabido, un ave palmípeda muy voladora que anida entre las rocas de las costas
desiertas) tempestuoso” es el calificativo que da a Chase. R. Kent NEWMYER, en Ibidem, p. 154.
388
Leonard BAKER: “The Circuir Riding Justices”, en Supreme Court Historical Society Yearbook
(Sup. Ct. Hist. Soc´y Y. B.), 1977, pp. 48 y ss.; en concreto, p. 50.
389
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 304.
390
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States,
Vol. II, The University of Chicago Press, second impression, Chicago, 1955, pp. 1038-1039.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 535
I. Los hechos del caso Stuart v. Laird son bien simples. Laird obtuvo una
decisión favorable de un tribunal de circuito creado por la Judiciary Act de 1801.
Tras la supresión de esos tribunales de resultas de la Repeal Act, Laird buscó ante
el circuit court al que había sido transferida la jurisdicción del primero (cuya
presidencia correspondía a John Marshall) por la Ley de 29 de abril de 1802, que
se hiciera cumplir la decisión.
En los primeros días de diciembre de 1802, el Cuarto Tribunal de Circuito
se reunía en Richmond bajo la presidencia de John Marshall. Junto a él, el Juez
de Distrito Cyrus Griffin. En el caso que tenía entre manos, Stuart v. Laird, el
relevante abogado Charles Lee, antiguo Attorney General y abogado asimismo
de William Marbury en el celebérrimo Marbury case, y en este litigio defensor de
Stuart, el demandado, sostuvo que el tribunal carecía de jurisdicción porque las
leyes que habían reemplazado a la de 1801 eran inconstitucionales. Lee cuestionó
la autoridad del Congreso para imponer a los Justices de la Corte Suprema el
cumplimiento de deberes en los Circuit Courts, y de igual forma sostuvo, que al
abolir los tribunales establecidos en 1801, la Repeal Act había excluido del ejercicio
de su función a 16 circuit judges que, de conformidad con la sección primera
del Art. III de la Constitución, tenían derecho a “hold their offices during good
behaviour”. Charles Lee adujo asimismo en apoyo de su argumentación, la alusión
de la misma sección primera del Art. III a que el poder judicial es conferido a la
Corte Suprema y a “such inferior Courts as the Congress may from time to time
391
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, p. 1124.
392
Así lo hace R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 156.
536 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
393
David P. CURRIE: “The Constitutionin the Supreme Court: The Powers of the Federal Courts,
1801-1835”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 49, 1982, pp. 646 y ss.; en
concreto, p. 662.
394
Jed Handelsman SHUGERMAN: “Marbury and Judicial Deference: The Shadow of Whittington
v. Polk and the Maryland Judiciary Battle”, en University of Pennsylvania Journal of Constitutional
Law (U. Pa. J. Const. L.), Vol. 5, 2002-2003, pp. 58 y ss.; en concreto, p. 101.
395
Weinberg no cree, sin embargo, que Marshall pensara en la inconstitucionalidad de la norma.
Para ello se apoya en que ningún documento sobreviviente de este período ofrece las razones en que
Marshall hubiera podido apoyar la inconstitucionalidad de la Repeal Act por violar el Congreso “the
life tenure provision of Article III”. Y a ello añade, que hoy el peso de la autoridad estaría del lado
del punto de vista de que el Congreso tiene pleno poder para cerrar completamente los tribunales de
circuito. Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., pp. 1283-1284.
396
James O´FALLON: “Marbury”, op. cit., p. 233.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 537
Así las cosas, es muy conveniente que nos interroguemos sobre si es que
Marshall cambió radicalmente de criterio por puro convencimiento, o si es que sus
convicciones eran tan frágiles que, como la veleta, podían girar en la dirección en
la que en cada momento soplara el viento, esto es el poder político. Ni lo uno ni lo
otro. John Marshall era perfectamente consciente de que los dos casos a que nos
venimos refiriendo, Marbury v. Madison, aún pendiente de ser visto y sentenciado
en la Supreme Court, y el que en ese momento tenía ante sí en su Circuito, Stuart v.
Laird, planteaban la posibilidad de una confrontación directa entre el judiciary Fe-
deralista y el nuevo Congreso Jeffersoniano. Es evidente, que en tal confrontación
el Congreso se posicionaría claramente al ataque. Un periódico de Boston alineado
con los Republicanos, el Boston Independent Chronicle, especulaba en 1803 que
cualquier intento de los Federalistas “to exalt the judiciary over the Executive
and the Legislature” (....) “would terminate in the degradation and disgrace of the
judiciary”397. Marshall no era, sin embargo, un hombre de confrontación, sino de
compromiso (“a compromiser”). De ahí que no se sintiera inclinado a arrostrar un
enfrentamiento directo con Jefferson ni con el Congreso Republicano, y no cree-
mos que ello fuera por el temor a la derrota, pues en esa confrontación las fuerzas
estaban muy desequilibradas en favor de los Republicanos, sino más bien porque
con ello el gran perdedor hubiera sido el federal judiciary, cuyo rol de equilibrio
y de freno frente a los excesos republicanos era, para Marshall, inexcusable para
que la Unión pudiera mantenerse y fortalecerse, algo que siempre situó como su
preocupación primigenia. Y en esta misma dirección, Marshall defendería a toda
costa la necesidad de que los jueces permanecieran al margen de la controversia
partidista en orden tanto a retener sus cargos como a preservar la independencia
del judiciary. La distinción entre law and politics, que Marshall plasmaría en la
Marbury opinion, era un significativo indicio de lo que acabamos de decir, y para
algunos398, la misma ganó una fuerza adicional cuando seis días después de decidir
el Marbury case la Corte se pronunció sobre Stuart v. Laird.
Esta actitud aparece claramente puesta de manifiesto en otra carta que el 19
de abril de 1802 enviaba Marshall a su colega en la Corte William Paterson. En
ella comenzaba explicitando su creencia de que la Repeal Act era inconstitucional,
y tras poner de manifiesto su común acuerdo con los principios en que Samuel
Chase fundamentaba esa misma inconstitucionalidad, comenzaba a cuestionar
la inconveniencia de la radical resistencia frente a la ley que el impetuoso Chase
patrocinaba. Estas son algunas de sus sensatas y atinadas reflexiones:
“The consequences of refusing to carry the law into effect may be very
serious. For myself personally I disregard them, & so I am persuaded does
every other Gentleman on the bench when put in competition with what he
397
Apud William E. NELSON: “Marbury v. Madison and the Establishment of Judicial Autonomy”,
en Journal of the Supreme Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 240 y ss.; en
concreto, p. 248.
398
William E. NELSON: “Marbury v. Madison and the Establishment of Judicial Autonomy”, op.
cit., p. 251.
538 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
thinks his duty, but the conviction of duty ought to be very strong before the
measure is resolved on. The law having been once executed will detract very
much in the public estimation from the merit or opinion of the sincerity of
a determination, not now to act under it”399. (Las consecuencias de rehusar
llevar a cabo la ley pueden ser muy serias. A mí mismo personalmente,
me despreocupan, y también estoy persuadido de lo mismo respecto de
cualquier otro caballero del Tribunal cuando confronte su deber con lo
que piensa, pero la convicción del deber debe ser muy sólida antes de que
la medida sea resuelta. Habiendo sido hace tiempo aplicada la ley, dismi-
nuirá muchísimo en la estima pública el mérito o la opinión acerca de la
sinceridad de una decisión de no actuar ahora de conformidad con esa ley).
399
Apud R. Kent NEWMYER: “John Marshall as an American Original: Some Thoughts on
Personality and Judicial Statesmanship”, en University of Colorado Law Review (U. Colo. L. Rev.), Vol.
71, 2000, pp. 1365 y ss.; en concreto, p. 1381.
400
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1286.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 539
II. Lee apeló la decisión ante la Supreme Court a través de un writ of error. De
esta forma, en la apertura de las sesiones de la Corte de febrero de 1803, el más
alto tribunal de la nación tenía ante sí dos pleitos relevantes: Marbury v. Madison
y Stuart v. Laird. Ambos casos concernían a disposiciones originariamente esta-
blecidas por la Judiciary Act de 1789, aunque en el segundo caso era la Ley de 1802
la que reconducía a las mismas, y aunque ambos asimismo planteaban cuestiones
acerca de la constitucionalidad de algunas de esas previsiones, sólo el primero de
ellos pasaría a la historia, no obstante lo cual no faltan autores, como es el caso de
Levinson401, que consideran que Marbury es, de hecho, mucho menos significativo
que Stuart v. Laird, el caso decidido una semana más tarde, por cuanto, a su juicio,
éste implicaba una más significativa capitulación de la mayoría Federalista (“a
far more significant capitulation by the Federalist majority”) frente a la decisión
de los Jeffersonianos de librarse de las esposas judiciales (“to escape the judicial
handcuffs”) establecidas por Adams en los últimos días de su Administración. Esta
apreciación no deja de ser discutible, enmarcándose en la percepción compartida
por ciertos autores de que con la Stuart opinion la Corte inició una retirada
estratégica frente al Ejecutivo y Legislativo Republicanos. Weinberg ha aducido
varios hechos en contra de esa apreciación; quedémonos con el más significativo,
que Weinberg compendia en pocas palabras: “after Marbury, Laird simply did not
matter”402. No es que realmente no importara en nada Laird, sino que habiendo
ya engrandecido el judiciary en Marbury, prácticamente en todo lo que la Corte
lo podía engrandecer, más allá de la propia comodidad de los Jueces, poco había
que ganar. Y mucho que perder por el contrario, por todo lo que ya se ha dicho
con anterioridad. Pero aún hay algo más. Si la Corte se iba a apartar de lo político,
como Marshall había expresado en la Marbury opinion, no se hallaba carente
de lógica que reculara frente a aquellas decisiones legislativas sobre cuestiones
políticamente controvertidas como era el caso de la constitucionalidad de la Repeal
Act403. Añadamos, que uno y otro caso se decidirían con un brevísimo intervalo
de tiempo: el Marbury case se fallaría el 24 de febrero, mientras que el Stuart case
sería decidido el 2 de marzo, seis días por tanto después.
Como Marshall había presidido el tribunal que enjuició el caso en el Circuit
Court de Richmond, con una absoluta coherencia, que no se le iba a ver por cierto
en el Marbury case, aunque las circunstancias no fueran idénticas, se abstuvo de
participar en la sesión de la Corte Suprema que había de resolver la apelación de
Charles Lee frente a la decisión del Circuit Court. Esta circunstancia iba a conducir
a algunos comentaristas a señalar que Marshall estaba en una precipitada retirada.
El cuadro dibujado por algunos era equivalente al de una capitulación total , si es
401
Sanford LEVINSON: “Why I do not Teach Marbury (Except to Eastern Europeans) and Why
You Shouldn´t Either”, en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Vol. 38, 2003, pp. 553 y ss.;
en concreto, p. 556.
402
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1287.
403
De modo análogo se pronuncia William E. NELSON, en “Marbury v. Madison, Democracy
and the Rule of Law”, en Tennessee Law Review (Tenn. L. Rev.), Vol. 71, 2003-2004, pp. 217 y ss.; en
concreto, p. 236.
540 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
que no a un colapso404. Nada que ver con la realidad de los acontecimientos. Mar-
shall estaba obligado a abstenerse de participar en la decisión de una apelación
en la que se cuestionaba justamente lo que él había decidido en primera instancia.
La más elemental ética jurídica así lo exigía.
La sentencia se decidió por el voto unánime de los cinco Jueces que participa-
ron (el Justice Cushing no lo hizo por enfermedad), escribiendo el Justice Paterson
la opinion of the Court.
En una opinion ciertamente lacónica, Paterson abordó primeramente la
cuestión de si el Congreso podía abolir los Circuit Courts creados por la Ley de
1801, defendiendo a este respecto la Repeal Act a través de una interpretación
amplia de la cláusula segunda de la Sección 2ª del Art. III de la Constitución,
entendiendo que el Congreso tenía autoridad constitucional para establecer
los tribunales inferiores como sus miembros consideraran apropiado, y para
transferir una causa de un tribunal a otro. “In this last particular –se podía leer
en la sentencia– there are no words in the constitution to prohibit or restrain the
exercise of legislative power”405.
Tras la cuestión anterior, la Corte se pronunció acerca de la objeción, “de
fecha reciente”, de que los Justices de la Supreme Court no tenían derecho a actuar
como jueces de los tribunales de circuito al no haber sido nombrados como tales,
o en otras palabras, en cuanto ellos no tenían un nombramiento separado, esto
es, bien determinado (“distinct commission”), como jueces de los tribunales
inferiores. Recuerda Currie406, que había tres argumentos conducentes a concluir
que los Supreme Court Justices no podían ejercer como circuit judges. El primero
de ellos era el de que todo litigante ante la Corte Suprema tenía derecho a que
su caso se decidiese por jueces imparciales (“unbiased Justices”); como es obvio,
difícilmente podía hablarse de imparcialidad en un Juez que ya había conocido
y decidido el mismo caso en primera instancia; como diríamos hoy, ese Juez
se hallaba contaminado. Un segundo argumento era el de que la ley, al atribuir
los deberes de circuit riding a los Associate Justices, les estaba efectivamente
nombrando circuit judges, contraviniendo con ello la disposición del Art. II de la
Constitución, de que el nombramiento tenía que hacerse por el Presidente con
el consentimiento del Senado. En fin, el tercer argumento extraía su fuerza de
la sentencia Marbury v. Madison: los Justices no podían actuar en los Circuits
porque los casos que ellos tenían que enjuiciar allí eran ajenos a la jurisdicción
originaria de la Corte Suprema tal y como la misma era definida por el Art. III.
Bien es verdad que la réplica inmediata que podía hacerse frente a este último
argumento era la de que no se trataba de la Corte Suprema, sino de uno tan sólo
de sus miembros quien ejercía la jurisdicción originaria, pero esta misma réplica,
al deslindar nítidamente al Justice que actuaba en un Circuit Court de la Supreme
404
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1281.
405
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 31.
406
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: The Powers of the Federal Courts,
1801-1835”, op. cit., pp. 663-664.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 541
III. No ha de extrañar por lo mismo, que dos años más tarde, en el caso
United States v. More (1805), Marshall declinara expresamente considerar como
407
“The constitutional arguments against the repeal of the Circuit Court Act –escribe Levinson–
are scarcely frivolous, especially if one takes Marbury seriously with regard to the importance of
maintaining the independence of the Supreme Court (and its members)”. Sanford LEVINSON: “Why
I do not Teach Marbury (Except to Eastern Europeans)...”, op. cit., p. 556.
408
Apud J. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 311. Asimismo, en David P.
CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: The Powers of the Federal Courts, 1801-1835”,
op. cit., p. 664.
542 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
409
Mark A. GRABER: “Federalist or Friends of Adams: The Marshall Court and Party Politics”, en
Studies in American Political Development, Vol. 12, Fall, 1998, pp. 229 y ss.; en concreto, p. 251.
410
James O´FALLON: “The Case of Benjamin More: A Lost Episode in the Struggle over Repeal
of the 1801 Judiciary Act”, en Law and History Review (Law & Hist. Rev.), Vol. 11, 1993, pp. 43 y ss.;
en concreto, p. 56.
411
Sobre el mismo, cfr. David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: The Powers...”,
op. cit., pp. 666-667.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 543
under no control, in legislating for the district of Columbia. Their power, in this
respect, is unlimited”412.
El Tribunal de primera instancia (trial court), por así identificarlo, con una
dissenting opinion de su presidente, apoyó a More, y el Gobierno acudió a la
Supreme Court. Kilty, el Chief Judge, se alineó en su dissent con la posición del
Attorney, considerando que More no había sido nombrado al amparo del Art. III,
sino de conformidad con la previsión del Art. I de la Constitución, que atribuye
al Congreso una competencia para dictar la “exclusive Legislation” sobre el
Distrito de Columbia, y siendo así el Juez More no se hallaba protegido por la
cláusula constitucional que esgrimía en su favor. La conclusión a la que llegaba
con su razonamiento el dissenting Judge planteaba un problema adicional:
¿Porqué no se hallaba la competencia del Congreso para crear los tribunales
del distrito de Columbia, como otras competencias de que disfrutaba, sujeta a
los límites explícitos que se encontraban en otra parte de la Constitución? El
Judge Cranch, justamente, iba a rechazar esa interpretación de su presidente de
que el Congreso no se hallaba vinculado por la Constitución cuando legislaba
para el distrito de Columbia, aduciendo que la competencia de legislar sobre
el distrito se hallaba modificada, más bien habría que decir condicionada,
como el resto de sus competencias legislativas, por las expresas prohibiciones
constitucionales. Evidentemente, si a los jueces de paz del distrito de Columbia
les era de aplicación el Art. III, entonces surgían nuevos problemas jurídicos,
como el de la inconstitucionalidad de la ley, pues la única previsión hecha por
el Congreso para la remuneración de estos jueces, como acaba de decirse, era
la autorización para cobrar honorarios. Pero tampoco esta iba a ser la solución
jurídica de la mayoría del Tribunal, que quiso evitar a toda costa declarar la
inconstitucionalidad del texto legal. La conclusión final fue que la ley del Con-
greso que abolía la facultad de estos jueces de paz de cobrar honorarios por sus
servicios no afectaba a los jueces nombrados con anterioridad a la aprobación
de la ley (como el caso de More).
La sentencia se apeló ante la Corte Suprema. United States v. More era un
caso penal y la Judiciary Act no contemplaba la revisión de los casos criminales
por la Corte Suprema. Es cierto que la Ley de 27 de febrero de 1801, que regía las
actuaciones de este tipo de jueces, autorizaba la revisión última de las decisiones
de los tribunales del distrito de Columbia por la Supreme Court, pero Marshall,
expresando la opinion of the Court, interpretó que la cláusula de la ley que fijaba
una cantidad mínima para la jurisdicción de la Corte era indicativa de que
sólo los casos civiles se hallaban incluidos en la revisión. Consecuentemente,
soslayando el fondo del asunto, declaró la falta de jurisdicción de la Corte para
conocer del caso.
412
Apud James O´FALLON: “The Case of Benjamin More...”, op. cit., p. 49.
544 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
La Repeal Act tan sólo era un primer paso para doblegar al judiciary y acabar
con su independencia. Tras la abrogación de la Ley de 1801 el único instrumento
que quedaba contra los jueces era el del impeachment, que los Republicanos enten-
dieron que podía ser útil frente a la Marshall Court, pudiendo llegar a controlarla
a través del mismo. De ahí que se sostuviera por los líderes Republicanos que si
los Jueces de la Corte Suprema se atrevieran, como por lo demás harían en la
Marbury decision, a declarar una ley del Congreso inconstitucional o a enviar un
mandamus al Secretario de Estado, asistiría a la Cámara de Representantes un
indudable derecho para acusarles y al Senado para destituirles por pronunciar
tales opinions, con independencia ya de la honestidad o sinceridad que hubieren
tenido al mantenerlas.
Como ya tuvimos oportunidad de indicar, el año 1803 vino a acentuar las ya
profundas diferencias que separaban a Jefferson de Marshall. Para éste, al igual
que para otros muchos abogados ordinarios, el Derecho era esencialmente un
judge-made law. Fue por esta misma circunstancia por lo que Marshall haría
especial hincapié sobre el trascendental rol del juez y la necesidad de que el
mismo gozara de plena independencia judicial y de prestigio. “Que en un país
libre –declaraba a su amigo y colega Story– un hombre inteligente deseara un
poder judicial dependiente o pensara que la Constitución no es una ley para la
Corte... me asombraría”413. En sintonía con ello, gran parte de su hostilidad hacia
Jefferson estaba basada en la creencia de Marshall de que Jefferson “looks of
course with ill will at an independent judiciary”. No le faltaba razón, pues la mala
voluntad Jeffersoniana hacia la independencia de los jueces era una contrastada
evidencia. Como escribiera Currie414, aunque “tenemos muchas razones para
estar orgullosos de Thomas Jefferson, sin embargo, él no apareció con el más
favorable aspecto en la gran disputa con la Corte (“in the great court fight”) entre
1802 y 1805, en la que mejor representó su miopía (“his shortsighted”) para
burlar las decisivas disposiciones constitucionales concebidas para asegurar un
poder judicial independiente (“to circumvent the crucial constitutional provisions
designed to ensure an independent judiciary”)”.
En este marco de crecientes tensiones, los Republicanos iban a fijar su
atención en el instituto del impeachment, contemplándolo como un instrumento
idóneo para alcanzar su fin de acabar con el federal judiciary y, de modo particular,
con la Supreme Court. El líder republicano en el Senado, William Giles, expresaba
con meridiana claridad su sesgada y partidista visión de este instituto cuando
decía que “removal by impeachment” no es nada más que una declaración por
413
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 67.
414
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered Branch, 1801-1805”,
en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Vol. 33, No. 2, 1998, pp. 219 y ss.; en concreto, p.
259.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 545
ambas Cámaras del Congreso al juez de que “you hold dangerous opinions”415.
(Usted mantiene opiniones peligrosas). Así pues, para los Republicanos, el
impeachment no era más que un medio de mantener a los jueces en línea con la
voluntad del pueblo.
John Quincy Adams, en sus Memoirs, publicadas en Filadelfia en 1874, en
su etapa como senador por el Estado de Massachusetts, recordaba en su diario
una conversación con el senador Giles, como antes se dijo, el líder de la mayoría
republicana de la Cámara, en la que, refiriéndose al impeachment de Samuel
Chase, aducía que no sólo Chase “but all the other Judges of the Supreme Court,
excepting the one last appointed (a Republican), must be impeached and removed”
(sino todos los demás Jueces de la Corte Suprema, exceptuando el último
nombrado, –un Republicano– deben ser acusados y destituídos). Adams seguía
exponiendo la posición de Giles al respecto en los siguientes términos:
“He treated with the utmost contempt the idea of an independent ju-
diciary –said there was not a word about such an independence in the
Constitution, and that their pretensions to it were nothing more nor less
than an attempt to establish an aristocratic despotism in themselves.
The power of impeachment was given without limitations to the House
of Representatives; the power of trying impeachments was given equally
without limitations to the Senate; and if the Judges of the Supreme Court
should dare, as they had done, to declare an act of Congress unconstitu-
tional, or to send a mandamus to the Secretary of State, as they had done,
it was the undoubted right of the House of Representatives to remove
them, for giving such opinions, however honest or sincere the may have
been in entertaining them”.
“Impeachment was not a criminal prosecution; it was no prosecution at
all. The Senate sitting for the trial of impeachments was not a court, and
ought to discard and reject all process of analogy to a court of justice.
A trial and removal of a judge upon impeachment need not imply any
criminality or corruption in him. Congress had no power over the person,
but only over the offi ce. And a removal by impeachment was nothing
more than a declaration by Congress to this effect: You hold dangerous
opinions, and if you are suffered to carry them into effect you will work
the destruction of the nation. We want your offices, for the purpose of
giving them to men who will fill them better”416.
(Él –Giles– trató con el máximo desprecio la idea de un poder judicial
independiente; dijo que no había una palabra acerca de tal indepen-
dencia en la Constitución y que sus pretensiones de la misma –de los
Federalistas, como es patente– no eran ni más ni menos que un intento
de establecer un despotismo aristocrático en ellos mismos. La facultad
del impeachment se daba sin limitaciones a la Cámara de Represen-
415
Apud Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”, op.
cit., p. 119.
416
Apud Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, en The American Journal of Legal History
(Am. J. Legal Hist.), Vol. 4, 1960, pp. 49 y ss.; en concreto, pp. 56-57.
546 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Por si alguna duda hubiera, creemos que las cínicas reflexiones de Giles, cuyo
enorme interés nos ha conducido a plasmarlas con cierto detalle, confirman
las perversas intenciones de los Republicanos, que no tienen ningún pudor en
confesar su absoluta falta de respeto por la independencia del federal judiciary.
El ataque Jeffersoniano sobre el judiciary en los primeros años del siglo XIX
fue, como dice Turner417, la primera de una larga serie de épicas batallas entre
la vigorosa Administración de Jefferson y la Supreme Court. Así las cosas, el
impeachment contra el Juez Pickering no fue sino la preparación y rodaje del plan
de ataque a un objetivo más dificultoso de alcanzar como era el Associate Justice
Samuel Chase. Innecesario es decir que Marshall era la siguiente víctima. De
esta forma, el impeachment fue tan sólo un instrumento del calculado proyecto
Republicano de debilitar, si es que no de destruir totalmente, la eficacia del
poder judicial federal418.
En esta situación de agrio enfrentamiento se enmarca el proceso de impeach-
ment del Justice Samuel Chase, que devendrá un verdadero y agrio pulso personal
entre Jefferson y Marshall, y que tiene como precedente el exitoso impeachment
del Judge Pickering.
417
Lynn W. TURNER: “The Impeachment of John Pickering”, en The American Historical Review
(Am. Hist. Rev.), Vol. LIV, No. 3, April, 1949, pp. 485 y ss.; en concreto, p. 486.
418
Que este fue el propósito –escribe Willoughby– es mostrado por los sentimientos expresados
por Giles, quien en unión de Randolph, condujo el ataque contra Chase. “Giles –escribe el 21 de
diciembre de 1804 en su Diario John Quincy Adams– labored with excessive earnestness, to convince
Smith of certain principles, upon which not only Mr. Chase, but all the other judges of the Supreme
Court, excepting the last appointed, must be impeached and removed”. Westel W. WILLOUGHBY:
The Supreme Court of the United States, op. cit., pp. 90-91.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 547
A título previo, quizá convenga hacer algunas reflexiones acerca del tratamien-
to constitucional del impeachment y, a la vista del mismo, sobre los fundamentos
constitucionales en que sustentar un impeachment contra un juez. El Art. II de
la Constitución, relativo al poder ejecutivo, dispone en su sección cuarta, que el
Presidente, Vicepresidente y funcionarios civiles de los Estados Unidos serán
destituidos del cargo por “acusación y condena por traición, soborno u otros
graves crímenes y delitos” (“impeachment for, and conviction of, treason, bribery,
or other high crimes and misdemeanors”. Esta determinación, hecha respecto de
los funcionarios civiles (“civil officers”)419 y en un precepto relativo a la “executive
branch”, suscitaba la duda de si incluía a los miembros del judiciary, (éste, como
es bien sabido, es regulado por el Art. III de la Constitución) y, admitiendo una
respuesta positiva, se planteaba otra cuestión: la de si la sección cuarta del Art. II
agotaba los fundamentos para el impeachment de los jueces federales o si, por
el contrario, podía entenderse que el Art. III, al imponer un deber específico a
los jueces, el de tener un buen comportamiento, necesario para mantenerse en
el cargo (“The judges, both of the supreme and inferior courts, shall hold their
offices during good behaviour”), podía estar fundamentando un nuevo motivo de
impeachment. Dicho de otro modo, ¿podía una mala conducta judicial ser motivo
suficiente para la destitución de un juez federal a través del procedimiento de
impeachment?
Muchas dudas, pues, se cernían en torno al instituto que nos ocupa. Y los dos
procesos de impeachment a que nos vamos a referir a continuación, el del Judge
Pickering y el del Associate Justice Chase, no harían sino acentuarlas. Así, por alu-
dir tan sólo a dos cuestiones de la mayor trascendencia en los procesos en cuestión:
la incompetencia de un juez para el ejercicio de los deberes del cargo de resultas,
por ejemplo, de su enajenación mental, ¿era base suficiente para fundamentar
un impeachment contra él? Y otra cuestión, la referencia constitucional a “graves
crímenes y delitos” (“high crimes and misdemeanors”) ¿podía entenderse hecha
tan sólo a conductas delictivas perseguibles procesalmente o, desbordando tal
ámbito, podía equivaler a lo que se conoce como maladministration? El intento de
dar una respuesta a estas problemáticas cuestiones exige detenernos, siquiera sea
mínimamente, tanto en los orígenes ingleses del impeachment, dado el profundo
419
Ello excluye a los funcionarios militares y navales, pero también a los miembros del Congreso,
pues aunque son “civiles”, no son “funcionarios”. La Cámara de Representantes, que asume el poder
exclusivo de la acusación, formuló en 1798 impeachment contra el senador Blount, de Tennessee,
pero el Senado, –que es obviamente el órgano al que se asigna la potestad exclusiva de juzgar, bajo la
presidencia del Vicepresidente de los Estados Unidos, salvo que el procedimiento afecte al Presidente
de los Estados Unidos, en cuyo caso es el Chief Justice quien preside el Senado– tras expulsarlo, declaró
improcedente el procedimiento, desestimando las acusaciones por falta de jurisdicción. Cfr. al respecto
C. Herman PRITCHETT: La Constitución Americana, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires,
1965, pp. 242-244.
548 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
420
“The institution of impeachment –ha escrito Brown– is essentially a growth deep rooted in the
ashes of the past”. Wrisley BROWN: “The Impeachment of the Federal Judiciary”, en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. XXVI, 1912-1913, pp. 684 y ss.; en concreto, p. 685.
421
David Y. THOMAS: “The Law of Impeachment in the United States”, en The American Political
Science Review (Am. Pol. Sci. Rev.), Vol. 2, No. 3, May, 1908, pp. 378 y ss.; en concreto, p. 378.
422
Raoul BERGER: Impeachment: The Constitutional Problems, Harvard University Press, Cam-
bridge, Massachusetts, 1973, p. 1.
423
Jack N. RAKOVE: “Statement on the Background and History of Impeachment”, en George
Washington Law Review (Geo. Wash. L. Rev.), Vol. 67, 1998-1999, pp. 682 y ss.; en concreto, p. 684.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 549
424
Hannis TAYLOR: “The American Law of Impeachment”, en North American Review (N. Am.
Rev.), Vol. 180, No. 4, April, 1905, pp. 502 y ss.; en concreto, p. 503.
425
Ibidem, pp. 504-505.
426
Apud Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges: An
Historical Overview”, en North Carolina Law Review (N. C. L. Rev.), Vol. 49, 1970-1971, pp. 87 y ss.;
en concreto, p. 87.
550 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
431
Peter Charles HOFFER and N. E. H. HULL: Impeachment in America, 1635-1805, op. cit., p. 26.
432
Ibidem, p. 41.
433
David Y. THOMAS: “The Law of Impeachment in the United States”, op. cit., p. 385.
552 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
I. En sus esfuerzos por caracterizar los delitos por los que un impeachment
podía ser autorizado, los Framers se movieron de los términos más generales
a los más específicos. Así, en la cláusula original propuesta el 2 de junio de
1787 por dos de los delegados de Carolina del Norte (Williamson y Davie) se
hablaba de “mal-practice or neglect of duty”, términos entresacados de la propia
Constitución del Estado. Dos meses más tarde, el Committee of Style reemplazó
esa frase por la de “treason, bribery, or corruption”. A primeros de septiembre, el
llamado Comité de las partes aplazadas (Committee on Postponed Parts) suprimió
la palabra “corruption” de esa lista. El día 8 de ese mismo mes, George Mason
propuso añadir el término “maladministration”, que no fue aceptado, dando pie
a que se restableciera el diseño de Williamson y Davie, lo que rápidamente suscitó
la objeción de Madison por la vaguedad de aquellos términos, que se traduciría
en otorgar un enorme poder discrecional al Senado. Así las cosas, Mason formuló
otra nueva propuesta, la de “other high crimes (and) misdemeanors against the
State”, que la Convención aprobó rápidamente (y sin un solo voto, recogido por
lo menos en las actas, en contrario) no obstante parecerle a Madison el término
“misdemeanor” también demasiado expansivo, por lo que propuso trasladar
434
Wrisley BROWN: “The Impeachment of the Federal Judiciary”, op. cit., pp. 684 y 688.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 553
II. La sección cuarta del Art. II, en su redacción definitiva, iba así a prever
como fundamentos habilitantes de la remoción del cargo por impeachment un
díptico de delitos: traición (“treason”) y cohecho o soborno (“bribery”), a los que
la norma añade, como una suerte de amplia cláusula residual final, la referencia
a otros graves crímenes y delitos (“other high crimes and misdemeanours”).
Innecesario es decir que es esta última cláusula la que suscita la enorme mayoría
de dudas interpretativas. La frase recepcionada por los delegados no era ni mucho
menos nueva, sino que se tomó del Derecho inglés, donde, pese a la vertiente
en muchas ocasiones política que asumiría este instituto, es lo cierto que había
adquirido un significado generalmente aceptado, aun cuando no dejaran de
haber cuestiones abiertas. Es por ello por lo que muchos autores han defendido
la necesidad de atender a sus originarias fuentes inglesas llegado el momento de
su interpretación437, aunque no faltan quienes se oponen a ello, como es el caso
de Brant, quien rechaza acudir a los precedentes ingleses, mostrándose partidario
en su lugar de atender a otras cláusulas constitucionales438. Una posición más
435
También el Comité de las partes aplazadas, presidido por David Brearley, propuso en su informe
de 4 de septiembre sustituir el Senado por la Corte Suprema como órgano encargado del enjuiciamiento
del impeachment. Cfr. al respecto, Jack N. RAKOVE: “Statement on the Background and History of
Impeachment”, op. cit., p. 689.
436
Jack N. RAKOVE: “Statement on the Background and History of Impeachment”, op. cit., p. 687.
Fenton coincide en que la causa de la supresión de la frase fue por razones técnicas, para suprimir
la redundancia, pero viene a aducir que el efecto de la supresión fue mayor, pues de no haberse
suprimido, la impeachment clause estaría claramente limitada a las violaciones de las leyes federales
penales y civiles y a la mala conducta en el ejercicio del cargo oficial. Paul S. FENTON: “The Scope
of the Impeachment Power”, op. cit., p. 740.
437
Tal es el caso, entre otros, de Brown, quien escribe al respecto: “It is, then, in the nature of a
term of art, and by all the recognized canons of construction we must look to its source for light in
its interpretation”. Wrisley BROWN: “The Impeachment of the Federal...”, op. cit., p. 690.
438
Brant atiende a los límites que la Constitución establece sobre las consecuencias de la condena,
como por ejemplo, la destitución del cargo y la inhabilitación para el mismo, considerándolos como
una prueba de que los Framers rechazaron la amplitud de la práctica inglesa. Brant sostiene que los
Framers conocían que la House of Commons, a menudo, formuló impeachments de modo casi tiránico,
y se propusieron llevar a cabo una estricta definición de los fundamentos del impeachment a fin de
554 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
matizada, y que nos parece la más correcta, es la de Fenton439, para quien aunque
la práctica inglesa es indudablemente de un valor sustancial al interpretar la
cláusula del impeachment, aceptar este precedente como un criterio inflexible
e invariable (“as an inflexible and unchanging standard”) sería un grave error,
pues el análisis constitucional contemporáneo exige un enfoque flexible para la
interpretación.
La Constitución, como ya tuvimos oportunidad de ver, precisa en otra dispo-
sición lo que entiende por el delito de traición, y en cuanto al delito de cohecho
o soborno (“bribery”), parece suficientemente claro como para que desencadene
dudas interpretativas. Mucho más dificultosa es la interpretación de la referencia
a los “high crimes and misdemeanours”, que ha sido considerada440 como una
de aquellas muchas atormentadoras frases (“tantalizing phrases”) que entró en
la Constitución sin un adecuado debate. En sintonía con lo que acaba de decirse
en relación a la necesidad de no condicionar la interpretación de la impeachment
clause con su significado en el Derecho inglés, parece claro que aunque “high
crimes and misdemeanors” fuera una expresión de procedencia inglesa (su empleo
en los impeachments ingleses se remontaba siglos atrás) no cabe atender tan sólo
a la interpretación dada a la misma en Inglaterra, aunque ciertamente en este país
ya en 1787 existía un sustancial cuerpo interpretativo de cases-law.
Podría sostenerse que “other high crimes and misdemeanors” se refiere a
los delitos tipificados por el Derecho penal tanto federal como estatal, pero ello
encajaría mal con la estructura federal, pues supondría atribuir a los Estados un
poder de incidir sobre una cláusula constitucional a través de sus formulaciones
penales. Circunscribiéndonos al Derecho federal, tampoco parecería lógico que
en el término “misdemeanors” tuvieran cabida todos los delitos que no lleguen a
alcanzar la categoría de graves. El mero hecho de que la dicción constitucional se
refiera a “high crimes and misdemeanours” ya parece que nos está indicando que
las infracciones que han de quedar sujetas a este procedimiento han de ser graves
por su propia naturaleza. Y junto a todo ello surge la cuestión más relevante:
¿Excluye la dicción constitucional que un impeachment pueda encontrar su
fundamento en una conducta no tipificada penalmente?
evitar tales abusos. Irving BRANT: Impeachment: Trials and Errors, Alfred A. Knopf, New York, 1972,
pp. 11-13. Cit. por William BATES III: “Vagueness in the Constitution: The Impeachment Power”
(Books Noted), en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 25, 1972-1973, pp. 908 y ss.; en concreto,
p. 916, nota 45.
439
Paul S. FENTON: “The Scope of the Impeachment...”, op. cit., p. 721.
440
Jack N. RAKOVE: “Statement on the Background and History...”, op. cit., p. 682.
441
Raoul BERGER: Impeachment: The Constitutional Problems, op. cit., p. 55.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 555
put in practice”442. Ahora bien, como señala Rakove443, nada en los debates sugiere
que la rápida aceptación de la repentina sustitución propuesta por Mason del
término “maladministration” por la expresión “other high crimes and misde-
meanors” respondiera, ni en su redacción ni en su aprobación, a una finalidad
blackstoniana. Pero es que, además, un examen de la historia del impeachment en
Inglaterra revela que un significativo número de impeachments se basaron no en
una conducta criminal, sino simplemente en una conducta mala o inapropiada
(misconduct)444, al margen ya de que, como antes se dijo, en muchos casos, los
términos en cuestión eran una mera cobertura que encubría una acusación que tan
sólo respondía a una motivación política. Así se puso de relieve en el impeachment
de Samuel Chase por quienes sostuvieron los articles of impeachment en que se
sustentaba su acusación, que adujeron que nunca la concepción del impeachment
había sido tan limitada en Inglaterra como para circunscribirse a las conductas
sancionables penalmente, y que nada había en el desarrollo de la Constitutional
Convention que sugiriera la intención de los delegados en Filadelfia de apartarse
de modo tan radical de la tradición al constitucionalizar la expresión inglesa
tradicional. En relación con lo que se acaba de decir, es cierto que la “misconduct
in office”, esto es, el mantenimiento de una conducta inadecuada en el ejercicio de
un empleo público, a partir de fines del siglo XVII, se consideró penalmente san-
cionable por el common law, pero este delito quedó confinado a los funcionarios
de rango menor, por lo que no hay que pensar que la misconduct fundamentadora
de un impeachment en Inglaterra se pudiera reconducir al ámbito penal, pues no
obstante ser el ámbito subjetivo del impeachment en Inglaterra, como ya se dijo,
muchísimo más amplio que en Estados Unidos, no era normal que este tipo de
procedimiento se siguiera contra los funcionarios de más bajo nivel.
Por lo demás, de los comentarios posteriores a la Convención hechos por
algunos de los participantes en ella parece desprenderse una intención por parte de
los Framers de incluir conductas no perseguibles penalmente dentro del catálogo
de las contravenciones sujetas a impeachment. Hamilton es un claro exponente
de ello cuando en el número LXV de los Federalist Papers escribe: “The subjects
of its jurisdiction (del juicio de impeachment) are those offences which proceed
from the misconduct of public men, or in other words, from the abuse or violation
of some public trust. They are of a nature which may with peculiar propriety
be denominated political, as they relate chiefly to injuries done immediately to
the society itself”445. (Los temas de su jurisdicción son aquellas infracciones que
proceden de la conducta inadecuada de los hombres públicos, o en otras palabras,
del abuso o violación de la confianza pública. Poseen una naturaleza que con una
442
William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England (A Facsimile of the First Edition
of 1765-1769), Vol. IV (Of Public Wrongs, 1769), The University of Chicago Press, Chicago & London,
1979, p. 256.
443
Jack N. RAKOVE: “Statement on the Background and History...”, op. cit., 683.
444
Paul S. FENTON: “The Scope of the Impeachment Power”, op. cit., p. 728.
445
Alexander HAMILTON, James MADISON, and John JAY: The Federalist or, the new Constitution,
Basil Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948, p. 334 (el núm. LXV, en pp. 333-338).
556 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
446
Alex. SIMPSON, Jr.: “Federal Impeachments”, en University of Pennsylvania Law Review (U.
Pa. L. Rev.), Vol. 64, 1915-1916, pp. 651 y ss.; en concreto, p. 690.
447
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered...”, op. cit., p. 255.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 557
448
Wrisley BROWN: “The Impeachment of the Federal Judiciary”, op. cit., p. 696.
449
Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, en The American Journal of Legal History (Am.
J. Legal Hist.), Vol. 4, 1960, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 54.
450
David Y. THOMAS: “The Law of Impeachment in the United States”, op. cit., p. 393
558 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
absolución del acusado, el autor entresaca como rasgos comunes, en lo que ahora
interesa, la acusación por una conducta inadecuada en el ejercicio oficial del
cargo o por una infracción del Derecho civil o penal. Estos precedentes muestran
que al menos algunas de las actividades por las que los jueces federales han sido
acusados y condenados no son acciones tipificadas penalmente, lo que, unido
a la lógica interna de los términos de la impeachment clause, a los precedentes
ingleses y a lo expresado en los debates de la Convención de Filadelfia, indicaría
que el impeachment no se limita a las infracciones penales455.
Fenton precisa algo más cuando escribe, que “the impeachment power should
exclude misconduct by the respondent in his private capacity which involves
neither the conduct of his official duties, an abuse of his official position, nor
a violation of criminal or civil law”456. (El poder de impeachment excluiría toda
conducta inadecuada del demandado en su calidad privada, –esto es, como
ciudadano particular– que no afecte a su conducta en el ejercicio de sus deberes
oficiales, que no implique un abuso de su posición oficial, –que sería tanto como
decir de su cargo público– ni una violación del Derecho civil o penal). De esta
forma, los articles of impeachment hasta el año 1970 mostrarían que esta acusación
no se limita a las infracciones perseguibles por la vía criminal o por cualquier
otra vía, pero también que las conductas inadecuadas de quienes están sujetos a
este procedimiento que no sean perseguibles penalmente, sólo podrán ser objeto
de impeachment cuando entrañen una violación de normas legales, afecten al
ejercicio de los deberes oficiales del demandado o entrañen una actuación por
parte de éste abusiva de su posición oficial. Estas conclusiones creemos que
encuentran su lógica indiscutible en el hecho de que el objetivo del procedimiento
de impeachment, es proteger el servicio público antes que castigar al ofensor457.
455
Paul S. FENTON: “The Scope of the Impeachment...”, op. cit., pp. 737-738.
456
Ibidem, pp. 745-746.
457
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered...”, op. cit., p. 248.
458
David Y. THOMAS: “The Law of Impeachment...”, op. cit., pp. 385-386.
560 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
mente, se admite que sólo los funcionarios están sujetos a este tipo de acusación.
El mero planteamiento de la cuestión lo creemos improcedente, pues la Sección
cuarta del Art. II se refiere de modo específico al Presidente, Vicepresidente y a
todos los funcionarios civiles de los Estados Unidos, referencia esta última que
incluye también a los jueces federales, a lo que en modo alguno obsta que a ellos
se refiera el Art. III de la Constitución, mientras que el Art. II está dedicado al
poder ejecutivo.
Mayor interés presenta la cuestión de si el funcionario federal debe de estar
ocupando su puesto oficial para poder ser acusado. En sus Commentaries, el
gran Justice Story escribió: “If, then, there must be a judgment of removal from
office, it would seem to follow that the Constitution contemplated that the party
was still in office at the time of impeachment. If he was not his offense was still
liable to be tried and punished in the ordinary tribunals of justice. And it might
be argued, with some force, that it would be a vain exercise of authority to try a
delinquent for an impeachable offense, when the most important object for which
the remedy was given was no longer necessary or attainable”459. (Si por lo tanto
debe de haber una decisión de destitución del cargo, de ello parecería seguirse que
la Constitución contempló que la parte estaba todavía en el cargo en el momento
del impeachment. Si no estaba, su infracción todavía estaba sujeta a ser juzgada y
condenada en los tribunales ordinarios de justicia. Y podría sostenerse con alguna
fuerza, que sería un vano ejercicio de autoridad juzgar a un delincuente por una
infracción acusable –a través del impeachment– cuando el objetivo más importante
para el que se dio el remedio ya no era necesario o alcanzable). El razonamiento
de Story responde a una lógica incuestionable, pero admite objeciones, como la de
que a una persona condenada a través de este procedimiento se le puede privar con
carácter permanente de sus derechos políticos, lo que no puede hacerse a través de
otros procedimientos. Una condena por impeachment supone asimismo, a nuestro
modo de ver, una más radical reconvención pública del funcionario condenado.
La praxis del instituto no parece revelar que el cese en el cargo público sea
un obstáculo insalvable que impida este procedimiento de acusación. En 1846, la
House of Representatives presentó cargos por corrupción en el ejercicio de un cargo
público contra Daniel Webster, aunque ya llevaba varios años al margen del cargo.
La Cámara ordenó la creación de un Comité para investigar acerca de los cargos
que se formulaban contra Webster “with a view of founding an impeachment
against the said Daniel Webster”. Y sólo uno de los miembros del Comité, el
virginiano Bayley, pareció mostrar alguna duda acerca de si quien ya había cesado
en su puesto público podía ser acusado a través de este procedimiento.
Mayor interés presenta a este respecto el impeachment de William Belknap460,
sujeto en 1876 a este procedimiento por abuso de su cargo como Secretario de
Guerra, al aceptar dinero a cambio de un nombramiento para una línea de barcos
mercantes al servicio del ejército, lo que se consideró, a la par, como “bribery” y
459
Apud David Y. THOMAS: “The Law of Impeachment...”, op. cit., p. 386.
460
Cfr. al respecto, David Y. THOMAS: “The Law of Impeachment...”, op. cit., pp. 389-390.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 561
I. La Sección cuarta del Art. II nada dice acerca de quién decide en el proce-
dimiento de impeachment. Ello en realidad era innecesario porque ya la Sección
tercera del Art. I había establecido: “The Senate shall have the sole power to try all
impeachments”, precisando a continuación: “When sitting for that purpose they
562 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
461
Peter Charles HOFFER and N. E. H. HULL: Impeachment in America, 1635-1805, op. cit.,
p. 106.
462
Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”, op. cit.,
p. 88.
463
No debe olvidarse que la Sección segunda del Art. III de la Constitución comienza estableciendo:
“The trial of all crimes, except in cases of impeachment, shall be by jury”.
464
Alex. SIMPSON, Jr.: “Federal Impeachments”, en University of Pennsylvania Law Review (U.
Pa. L. Rev.), Vol. 64, 1915-1916, pp. 651 y ss.; en concreto, pp. 672-673.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 563
ejerce una función judicial análoga, que por supuesto no le sitúa en el ámbito del
poder judicial de los Estados Unidos, como es obvio por lo demás. De hecho, el
Senado actúa como tal: oye primero las pruebas de la acusación y después las
de la defensa. Los testigos prestan igualmente juramento y son interrogados por
el Senado. E innecesario es decir que el acusado goza de todos los derechos y
garantías procesales, y que el Senado debe regirse por principios y máximas tan
arraigados en la administración de justicia como el de que la duda razonable
acerca de la culpabilidad de la persona sujeta a impeachment debe conducir a su
absolución, o como el de que el Senado ha de encontrar la intencionalidad de la
actuación infractora, y como dice Simpson465, aunque se puede presumir que una
persona pretende los resultados naturales y necesarios de sus actos voluntarios,
esto es tan sólo una presunción, que no siempre es deducible del acto realizado.
Basta al efecto con recordar la vieja máxima, Actus non facit reum mens sit rea. El
proceso se cierra con la votación sobre cada uno de los artículos del impeachment,
que como ya se dijo vienen a equivaler a los cargos formulados en un tribunal
respecto de un imputado. Un rasgo peculiar es, sin embargo, el de que el Senado,
al enjuiciar los impeachments, no emite “written opinions”. Ya nos hemos referido
a la two-thirds clause y no insistiremos en ella.
465
Alex. SIMPSON, Jr.: “Federal Impeachments”, op. cit., p. 675.
466
HARVARD-NOTE: “The Exclusiveness of the Impeachment Power Under the Constitution”, en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. LI, 1937-1938, pp. 330 y ss.; en concreto, p. 331.
467
El Judge Ritter fue absuelto de seis de los “articles” de su impeachment, pero fue condenado
por el Senado por la conducta de desprestigiar a su tribunal a través justamente de la conducta
alegada en los “articles” de los que fue absuelto, “articles” que a su vez no entrañaban una violación
del Derecho civil o penal, ni suponían per se una conducta inadecuada. La decisión del Senado fue
vista por muchos como una verdadera arbitrariedad sin base jurídica alguna.
564 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
468
Cfr. al respecto, William BATES III: “Vagueness in the Constitution: The Impeachment Power”
(Books Noted), en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 25, 1972-1973, pp. 908 y ss.; en concreto,
pp. 920-922.
469
Irving BRANT: Impeachment: Trials and Errors, Alfred A. Knopf, New York, 1972, pp. 184-185.
Cit. por William BATES III: “Vagueness in the Constitution...”, op. cit., p. 920.
470
Raoul BERGER: Impeachment: The Constitutional Problems, op. cit., p. 111.
471
Ibidem, p. 108.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 565
En fin, Berger472, en tesis que hacemos nuestra, mantiene que la judicial review
de los impeachments viene exigida para proteger a los otros poderes (“branches”)
de la arbitrariedad del Congreso. Es escasamente probable que los Framers,
tan dedicados al principio de “checks and balances” y que tan cuidadosamente
amontonaron un control del Congreso sobre otro, rechazaran un crucial control
en el punto neurálgico de la separación de poderes (“a crucial check at the nerve
center of the separation of powers”).
I. La Sección primera del Art. III de la Constitución dispone que “the judges,
both of the supreme and inferior courts, shall hold their offices during good
behaviour”. Esta regla, que hace de la buena conducta la condición para la
continuación en el cargo de la magistratura judicial, se consideró por Hamilton, en
el núm LXXVIII de los Federalist Papers, “one of the most valuable of the modern
improvements in the practice of government”473. Innecesario es decir, que los
472
Ibidem, p. 119.
473
Alexander HAMILTON, James MADISON, and John JAY: The Federalist, or the new Constitution,
op. cit., p. 396.
566 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
jueces federales, como cualquier otro funcionario federal, pueden ser acusados a
través del procedimiento que estamos abordando. Con toda razón, se ha dicho474,
que la disposición que garantiza a los jueces la permanencia en el ejercicio de
su cargo debe ser interpretada in pari materia con aquella otra que dispone que
cesarán en el cargo por impeachment. Bien es verdad, que puesta en conexión la
impeachment clause con la good behaviou clause se suscita un problema adicional:
¿No puede propiciar el mal comportamiento del juez su impeachment para
ser cesado así del cargo? Y junto a él surge otro: ¿Es el impeachment el único
procedimiento a cuyo través cesar a un juez federal? Evidentemente, no podemos
abordar in extenso estos problemas, pues ello desbordaría de lejos el objeto de este
trabajo. Nos limitaremos pues, a un breve bosquejo de los mismos.
En Inglaterra, tras la Act of Settlement de 1701, que acabó con la dependencia
del ejercicio del cargo de juez de la voluntad del Rey, pasando ahora a ejercer
el cargo “during good behavior” (quamdiu se bene gesserint), aunque se siguió
manteniendo el impeachment como el procedimiento de cese en el cargo por la
comisión de “high crimes and misdemeanors”, se contempló asimismo otra vía de
destitución del cargo de juez, la vía del address, que se preveía para todas aquellas
conductas inadecuadas no reconducibles a la categoría de “high crimes and
misdemeanors”. En 1776, al otro lado del Atlántico, el punto de vista generalmente
aceptado no difería mucho del inglés, contemplándose la existencia de un doble
método de destitución de los jueces475: 1) la destitución por impeachment, por
la comisión de actos que encajasen en esa amplia categoría de los “high crimes
and misdemeanors”, y 2) la destitución por address, esto es, por una petición del
Congreso, que encontraba su razón de ser en la comisión de actos menores no
reconducibles a la anterior categoría, reveladores de una conducta inadecuada.
Este sistema dual de cese de los jueces fue adoptado por las Constituciones
estatales, estando en vigor en muchas de ellas cuando se celebró la Constitutional
Convention.
II. La previsión del procedimiento de impeachment para “all civil officers of the
United States” incluía como es obvio a los jueces federales. La Constitución no iba
a prever ningún otro procedimiento de remoción en el cargo, y por tanto el cese
por address era omitido, aunque no prohibido, y el impeachment se reconducía
a la categoría tantas veces mencionada de los “high crimes and misdemeanors”,
lo que iba a suscitar un debate doctrinal siempre inacabado acerca, entre otras
cuestiones, de si las conductas gravemente inadecuadas –Rakove habla de “gross
misbehavior” 476, aunque después precisa que, especialmente, de naturaleza
penal– de un juez en el ejercicio de su cargo eran reconducibles a la amplia cate-
goría utilizada por los constituyentes para fundamentar esta acusación, o si esas
conductas podían propiciar el cese del juez a través de un procedimiento distinto
474
Wrisley BROWN: ·The Impeachment of the Federal Judiciary”, op. cit., pp. 694-695.
475
Hannis TAYLOR: “The American Law of Impeachment”, op. cit., p. 507.
476
Jack N. RAKOVE: “Statement on the Background and History of Impeachment”, op. cit., p. 685.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 567
477
Blackmar recordaba en 1964, que un diverso número de Estados había adoptado recientemente
procedimientos diferentes al del impeachment para la destitución de los jueces estatales, destacando al
efecto que ninguno de ellos utiliza los órganos legislativos como tribunales. Charles B. BLACKMAR:
“On the Removal of Judges: The Impeachment Trial of Samuel Chase”, en Journal of the American
Judicature Society (J. Am. Jud. Soc.), Vol. 48, 1964-1965, pp. 183 y ss.; en concreto, p. 187.
478
Paul S. FENTON: “The Scope of the Impeachment Power”, op. cit., pp. 723-724.
568 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
479
Se trata del “McAdoo Bill” (1936) y del “Sumners Bill” (1937).
480
HARVARD-NOTE: “The Exlusiveness of the Impeachment Power...”, op. cit., pp. 333-334.
481
Por ejemplo, la facultad del Presidente para destituir funcionarios ejecutivos inferiores se deriva
de la idea del common law de que la facultad de nombramiento lleva consigo, en ausencia de una
disposición en contrario, la facultad de destitución.
482
HARVARD-NOTE: “The Exclusiveness of the Impeachment Power...”, op. cit., p. 335.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 569
de un juez federal quizá fuera el más difícil salvable obstáculo para la aprobación
de los mencionados proyectos, que terminaron finalmente naufragando.
III. Hemos de abordar una última y peculiar cuestión: ¿puede ser fundamento
de un impeachment la locura o incapacidad mental de un juez? El tema tiene un
interés particular para este trabajo dada la importancia que en su momento tuvo
el impeachment del Juez Pickering, que trataremos después.
En el núm. LXXIX de los Federalist Papers, refiriéndose a los jueces, Hamilton
aducía que el artículo de la Constitución con respecto al impeachment “is the only
provision on the point, which is consistent with the necessary independence of the
judicial character, and is the only one which we find in our constitution in respect
to our own judges”. Sin embargo, unas líneas después, escribía que “insanity,
without any formal or express provision, may be safely pronounced to be a virtual
disqualification”483 (la enajenación mental, sin ninguna disposición formal o
expresa, puede declararse con toda seguridad que es una virtual incapacidad).
Como dice Berger484, el punto de vista de Hamilton puede entenderse que quiere
decir, o que la enajenación mental cae dentro de la categoría de los “high crimes
and misdemeanors”, un solecismo si la criminalidad es el núcleo de la conducta
que puede ser objeto de un impeachment, pues a un loco no se le considera
penalmente responsable de sus actos, o que la Constitución no prohíbe algún
otro medio de destitución “without.... any express provision”. Si el impeachment
fuera efectivamente exclusivo, su declaración sugiere que Hamilton no se echaría
atrás llegado el momento de emplear el impeachment para la destitución de un
juez demente, pues, como su declaración muestra, él se aproxima al problema en
términos eminentemente prácticos.
La tesis de que la incompetencia de un juez, de resultas de su enajenación, sea
motivo legítimo para acusarlo por la vía del impeachment constitucional es, sin
embargo, contradicha por el lenguaje bastante claro del Art. II de la Constitución.
Como escribe Currie485, es dificultoso mantener con una cara impávida (“with
a straight face”) que la enajenación es un delito. Es cierto que, como ya se ha
expuesto, hubo precedentes británicos para acusar a un funcionario por conductas
alejadas de lo que en un sentido técnico conocemos como delitos, y que el propio
Blackstone definió los delitos o infracciones graves (“high misdemeanors”) para
incluir entre ellos la maladministration de altos funcionarios. Es verdad asimismo
que Madison sostuvo en la Convención Constitucional, que debería de haber un
recurso frente a la incapacidad presidencial lo mismo que frente a la negligencia
o perfidia. Pero Madison no dijo que la incapacidad fuera un fundamento para
el impeachment (aunque sí lo dijo el Gobernador Morris) y otro delegado en la
483
Alexander HAMILTON, James MADISON, and John JAY: The Federalist or, the new Constitution,
op. cit., p. 404.
484
Raoul BERGER: Impeachment: The Constitutional Problems, op. cit., p. 184.
485
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered Branch, 1801-1805”,
op. cit., pp. 246-247.
570 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
486
Alexander HAMILTON, James MADISON, and John JAY: The Federalist..., op. cit., p. 404.
487
Raoul BERGER: Impeachment: The Constitutional Problems, op. cit., p. 185.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 571
488
Carta de Plumer a John Hale, fechada el 18 de septiembre de 1786. Impresa en Publications of
the Colonial Society of Massachusetts, Transations for 1906-1907, Boston, 1910, pp. 389-390. Cit. por
Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America, 1635-1805, op. cit., p. 207.
489
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 28.
490
Ibidem, p. 29.
491
Lynn W. TURNER: “The Impeachment of John Pickering”, op. cit., p. 486.
492
“The choice of Judge Pickering as the first target in the Jeffersonian onslaught against the
federal judiciary –escriben Thompson y Pollitt– was excellent political strategy. The unfortunate old
man had been an insane drunkard for some time and was clearly unable to perform his duties as a
federal judge”. Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”,
op. cit., p. 95.
572 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
la par enormemente ruin, por parte del Presidente, pero los designios de Jefferson
iban finalmente a fracasar.
un daño manifiesto al país, perjudicando los ingresos de los Estados Unidos. Todo
ello tenía que ver con un procedimiento judicial llevado por el Juez en relación
a la incautación del barco, el “Eliza”, por violación de la legislación de aduanas,
procedimiento en el que se señaló que Pickering había liberado el barco para
entregarlo a sus dueños no obstante no haber sido pagados los derechos aduane-
ros, tal y como exigía la ley. Se adujo asimismo que había rehusado permitir una
apelación con violación del ordenamiento jurídico.
En el article núm. 4, tras hacer especial hincapié en que la imparcial admi-
nistración de justicia exigía como cualidades esenciales del juez la templanza y
la sobriedad, se afirmaba que el acusado era un hombre que había perdido sus
principios morales y que había adquirido hábitos violentos, refiriéndose a cómo
los días 11 y 12 de noviembre de 1802 había aparecido en el district court de New
Hampshire, con la finalidad de administrar justicia, en estado de total embriaguez,
producido por el libre y excesivo consumo de licores intoxicantes. A la par, “in a
most profane and indecent manner”, invocó blasfemamente el nombre de Dios,
dando un perverso ejemplo a los buenos ciudadanos de los Estados Unidos.
Pickering, estaba claro, no había incurrido en traición, ni era un corrupto
ni mucho menos un criminal, y fuera de tales conductas la impeachment clause,
como ya se ha expuesto, no podía aplicarse. Sus contemporáneos que testificaron
en el juicio fueron unánimes al señalar su grandeza intelectual e integridad
moral. Por supuesto, innecesario es que lo digamos, se trataba de un enfermo
mental, cuya conducta era inadmisible; una persona en su estado en absoluto
estaba capacitada para ejercer la función judicial, pero la vía para canalizar su
cese no podía ser la del procedimiento de impeachment. La Judiciary Act de 1801
había previsto un mecanismo con el que hacer frente a situaciones como la que
comentamos498. La ley autorizaba a los circuit judges a designar a uno de ellos
para ejercer las funciones de cualquier dictrict judge que quedara incapacitado.
Esta previsión legal se había llegado a aplicar a nuestro Juez, al decidir los circuit
judges que Pickering se hallaba incapacitado para el adecuado cumplimiento
de sus funciones, acordando en consecuencia reemplazarlo por el Circuit Judge
Jeremiah Smith. Pero la Repeal Act de 1802 derogó la Ley de 1801, no previendo al
respecto fórmula alternativa alguna, cerrando de esta forma cualquier posibilidad
de solución legal. John Pickering vino obligado así a reincorporarse al ejercicio de
sus funciones judiciales, pese a no hallarse en condiciones para ello.
Así las cosas, los Republicanos tan sólo disponían de dos alternativas: violar
descaradamente la Constitución o dar al término “misdemeanors” una interpre-
juzgado completamente alcoholizado, adoptando una serie de decisiones en cuyos detalles no vamos a
entrar, pero que pueden calificarse como claramente arbitrarias, culminando todo ello con la decisión
del caso en unos minutos. Aplazado el juicio hasta el día siguiente, el Juez se presentó en el estrado
en situación de mayor embriaguez aún que la del día anterior, y tras una corta audiencia decidió la
restitución de la propiedad al demandante, esto es, al propietario del navío y compinche federalista.
498
En el momento en que se producen los hechos, en al menos siete Estados, los jueces afectados
por una enajenación mental o por cualquier otra seria causa de incapacidad podían ser removidos del
cargo por medio de una petición (address) de las dos Cámaras de la Legislatura estatal al Gobernador.
574 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
tación tan omnicomprensiva como para que dentro del mismo se incluyese la
enajenación mental, lo que entrañaba desbordar incluso la amplia visión que de
este término se tenía en el common law inglés. Esta última opción fue descartada
por entero, pues en ningún momento del proceso intentó la mayoría Republicana
alcanzar una interpretación lo suficientemente amplia del término “misdemeanor”
como para que el mismo pudiera abarcar los casos de conducta inadecuada
(“misbehavior”). Se dejó así escapar una posibilidad que hubiera respondido a
una cierta lógica. Lejos de ello, a lo largo de todo el proceso, los Republicanos se
esforzaron en rechazar la admisión de cualquier prueba encaminada a demostrar
la demencia del infortunado Juez de Portsmouth499. Y todo ello se hizo no obstante
plantear las acusaciones formuladas contra Pickering, en la más aguda forma
(“in sharpest form”), como dice Currie500, la cuestión de lo que la Constitución
quería decir al disponer la destitución de los funcionarios civiles por “high crimes
and misdemeanors”. Se dejaba así de lado cualquier consideración jurídica para
convertir el Pickering case en un asunto enteramente político. De esta forma, como
dice Turner, en vez de permanecer en la historia americana como un correcto
precedente para futuros casos de judicial impeachment, se iba a convertir en una
trágica pifia (“a tragic blunder”)501. Quizá sea a causa de ello por lo que la House of
Representatives, desde entonces, ha declinado sistemáticamente acusar a un juez
cuando el único cargo contra él era el alcoholismo. Parece que los Representantes
americanos han aprendido de los errores de sus antecesores.
499
El senador William Plumer cenó un día con Jefferson, indicándole que él no tenía la más mínima
duda de que John Pickering estaba loco, pero interrogó al Presidente acerca de si él pensaba que la
demencia mental (insanity) era una causa constitucionalmente admisible para la destitución del cargo
a través de un impeachment. Ignorando las consecuencias jurídicas de la enfermedad mental, Jefferson
replicó: “If the facts of his denying an appeal and of his intoxication, as stated in the impeachment are
proven, that will be sufficient cause of removal without further enquiry”. La conversación parece que
giró después hacia la investigación ya abierta por la House of Representatives acerca de la irregular
conducta del Justice Samuel Chase, con vistas a plantear un impeachment contra él. Jefferson volvió
a mostrar su apoyo a tal efecto al instituto del impeachment, pero añadió: “This business of removing
Judges by impeachment is a bungling way”. El Presidente admitía lo chapucero del recurso a este
procedimiento. Peter Charles HOFFER and N. E. H. HULL: Impeachment in America, 1635-1805, op.
cit., p. 212.
500
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered Branch, 1801-1805”,
op. cit., p. 240.
501
Lynn W. TURNER: “The Impeachment of John Pickering”, op. cit., p. 487.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 575
502
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress...”, op. cit., pp. 240-241.
576 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
503
Apud David P. CURRIE, en Ibidem, pp. 245-246.
504
Apud Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America..., op. cit., p. 214.
505
Lynn W. TURNER: “The Impeachment of John Pickering”, op. cit., p. 499.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 577
506
Lynn W. TURNER: “The Impeachment of John Pickering”, op. cit., p. 505. En los mismos
términos, Frank THOMPSON, Jr. y Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”, op. cit.,
p. 97.
507
Frank THOMPSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”, op. cit.,
p. 97.
578 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
del Gobernador por sus posiciones contrarias a la Stamp Act. Su militancia anti-
inglesa le dio gran popularidad, y a ello iba a deber en gran parte su elección como
miembro del First Continental Congress, desde donde defendió ardientemente la
independencia, siendo uno de los signatarios de la Declaración de Independencia.
Durante la Revolución, Chase se opuso firmemente a ciertas intrigas contra
Washington, algo que éste, que mantenía una cierta relación de amistad con
Chase, siempre le agradeció. Elegido miembro de la Convención de ratificación
de la Constitución de Maryland, fue uno de los líderes de la misma. El Presidente
Washington, en enero de 1796 le nombró Associate Justice.
No obstante su valía como abogado y como juez, Chase siempre fue un perso-
naje polémico. Cox lo ha calificado como un hombre pendenciero (“quarrelsome”),
violento (“intemperate”) y autoritario (“overbearing”)508, y Thompson y Pollitt
dicen de él que fue un terror en los estrados509. No ha de extrañar este calificativo,
pues Chase tiranizaba a los abogados, intimidaba a los testigos, manipulaba a los
jurados con sus ocurrencias desde el estrado, desencadenaba las carcajadas de los
espectadores sobre el impotente abogado de la defensa510. Era, en definitiva, un
juez y jurista competente, pero que dilapidó su competencia con su partidismo,
su hiriente sarcasmo y su tiranía.
Políticamente, Chase se convirtió en un personaje muy poco grato para los
Republicanos, y con el tiempo llegó a ser su verdadera “bestia negra”. Federalista
furibundo en Maryland, su ya mencionada agresiva conducta en los estrados,
marcada por su despreciativo trato hacia los abogados virginianos, venía sus-
citando quejas desde tiempo atrás. Particularmente polémicas fueron varias de
sus actuaciones judiciales en los Circuits con ocasión de la aplicación de las Alien
and Sedition Acts, siendo posiblemente las más controvertidas de ellas sus actua-
ciones en los juicios por sedición de James Callender (1800) y Thomas Cooper
y en el juicio por traición de John Fries. También sus informes ante los grandes
jurados, que más bien parecían discursos políticos en favor de los Federalistas,
levantaron ampollas, como suele decirse. Su ausencia de la Supreme Court para
hacer campaña en favor de John Adams no fue menos censurada. Sin embargo,
lo que desencadenó definitivamente las iras Republicanas fueron dos discursos
(charges) ante dos grandes jurados: uno, el 2 de mayo de 1803, ante un gran jurado
de Baltimore, en el que condenó la abrogación de la Judiciary Act de 1801, y el otro,
un discurso análogo ante un gran jurado de Maryland, en el que condenó asimismo
la reciente adopción por ese Estado del sufragio universal de los varones adultos
blancos. “These measures –gritó Chase con su volcánico temperamento ante los
grandes jurados– would take away all security for property, and personal liberty”,
508
Archibald COX: “The Independence of the Judiciary: History and Purposes”, en University of
Dayton Law Review (U. Dayton L. Rev.), Vol. 21, 1995-1996, pp. 565 y ss.; en concreto, p. 575.
509
Frank THOMSON, Jr., and Daniel H. POLLITT: “Impeachment of Federal Judges...”, op. cit.,
p. 98.
510
“Judge Chase –.escribe Humphrey– was that character of judge which is to a lawyer the most
exasperating – combative, alert, sarcastic, able”. Alexander Pope HUMPHREY: “The Impeachment
of Samuel Chase”, en American Law Review (Am. L. Rev.), Vol. 33, 1899, pp. 827 y ss.; en concreto,
p. 837.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 579
para añadir más adelante que “the independence of the National Judiciary (was)
already shaken to its foundation”511.
Abraham, en pocas pero muy atinadas palabras, ha compendiado los demé-
ritos, por así denominarlos, del Justice Samuel Chase512: se había hecho odioso
(“obnoxious”) a los Jeffersonianos y a otros por una larga serie de imprudentes
y a menudo ultrajantes ataques partidistas (“injudicious and often outrageous
partisan attacks”) contra ellos, unos dentro y otros fuera del Tribunal; por sus
tiránicos juicios (“tyrannical trials”) (de oponentes) en aplicación de las Alien and
Sedition Laws; por su obvio favoritismo hacia los Federalistas y por su displicente
enfoque (“his cavalier approach”) del concepto de jurados imparciales. La posición
judicial de Chase no era ni mucho menos apropiada, pero él, probablemente, no
había cometido ningún delito por el que pudiera ser encausado. Innecesario es
decir que los cargos en relación a la conducta de Chase, particularmente ante los
grandes jurados, serían mirados hoy muy severamente, pues como dice Currie,
“we do not expect judges to behave like prosecutors or to make partisan political
speeches from the Bench”513. (Nosotros no esperamos jueces para comportarse
como acusadores o para hacer discursos políticos desde el tribunal). Pero lo
que no se puede pasar por alto tampoco es que la relación entre los jueces y los
grandes jurados, como otras muchas, era diferente hace dos siglos. Piénsese en
que Blackstone declaraba categóricamente que era tarea del juez dar instrucciones
a los grandes jurados sobre los objetos de su investigación.
Por lo demás, actuaciones como las de Chase a fines de la última década del
siglo, distaron de ser positivas para los Federalistas, por cuanto se percibieron
como incoherentes con las promesas Federalistas acerca de la puesta en práctica
del principio de la soberanía popular, lo que propició que los Republicanos, con
evidente éxito, como demostraron las elecciones de noviembre de 1800, transmi-
tieran a la ciudadanía la idea de que lo que pretendían realmente los Federalistas
era hacer del pueblo meros súbditos, en vez de ciudadanos. Ello a su vez se tradujo
en que se ignorara el sólido y riguroso trabajo de muchos jueces federalistas que,
por ejemplo, sentaron las bases de “a strong body of commercial law”514.
Al margen de lo que se acaba de decir, Chase hizo aportaciones del mayor valor
en su etapa en la Corte Suprema. Por mencionar algunos ejemplo, en Calder v.
Bull (1798), estableció la doctrina, nunca antes enunciada, de que la disposición
constitucional prohibiendo las ex post facto laws se aplica solamente a la legisla-
ción retroactiva de naturaleza penal. En Ware v. Hylton (1796), consideró que la
Corte era competente para conocer de una ley estatal que contradijera un tratado
suscrito por los Estados Unidos. En Hylton v. United States (1796), interpretó que
los impuestos directos, a la vista de lo establecido por la Constitución, abarcaban
511
Apud David P. CURRIE: “The Constitution in Congress...”, op. cit., p. 250.
512
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., pp. 46-47.
513
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress...”, op. cit., p. 256.
514
Stephen B. PRESSER: “A Tale of Two Judges: Richard Peters, Samuel Chase, and the Broken
Promise of Federalist Jurisprudence”, en Northwestern University Law Review (Nw. U. L. Rev.),
(Northwestern University School of Law), Vol. 73, 1978-1979, pp. 26 y ss.; en concreto, pp. 109-110.
580 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
tan sólo los impuestos de capitación y los impuestos sobre la tierra. En fin, en el
Worrall case, Chase hizo curiosamente suyo el argumento republicano contrario
a la existencia de un common law of crimes. Marshall, que llegó a la Corte cinco
años después que Chase, diría de él que poseía una poderosa inteligencia, un gran
conocimiento jurídico y que era un juez de una gran valía515.
515
No sólo sus contemporáneos valoraron a Chase. También Corwin lo enjuició de modo muy
positivo, como revelan las reflexiones que siguen: “Chase´s performance on the Supreme bench was the
most notable of any previous to Marshall. Opinions were then delivered seriatim, and being the justice
of latest appointment, Chase was required for several terms of court to give his opinions first. This
accident of position, together with the colorful quality of his judicial utterances, their positiveness of
expression, their richness in <political science>, have all contributed to give his opinions predominant
importance in this period”. Edward S. CORWIN: “Samuel Chase”, en Dictionary of American Biography,
edited by Allen Johnson and Dumas Malone, Charles Scribner´s Sons, New York, 1930, IV, p. 34. Cit.
por Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, en The American Journal of Legal History (Am.
J. Legal Hist.), Vol. 4, 1960, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 53.
516
Alexander Pope HUMPHREY: “The Impeachment of Samuel Chase”, op. cit., p. 836.
517
Ibidem, p. 838.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 581
518
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall...”, op. cit., p. 116.
519
Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, op. cit., p. 49.
520
Apud Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, op. cit., p. 51.
582 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
al que antes nos referimos tangencialmente, algo que Marshall podía hacer en
cuanto que había asistido personalmente al mismo. En su respuesta, Marshall
se iba a manifestar de un modo desconcertante, como la doctrina reconoce por
lo general, concluyendo con estas reflexiones generales: “Pienso que la moderna
doctrina sobre el impeachment contra un juez que pronuncia una opinión jurídica
(“a legal opinion”) contraria a la de la Legislatura, debería ceder la palabra a
una jurisdicción de apelación (“to an appellate jurisdiction”). Una revocación
de aquellas decisiones jurídicas consideradas poco sólidas (“unsound”) por la
Legislatura, ciertamente, concordaría mejor con la bondad de nuestro carácter
que la destitución del juez que las ha pronunciado desconociendo su culpa”. Como
bien señala Sosin521, estas palabras están escritas por la pluma del hombre que,
menos de un año antes, en Marbury v. Madison, había declarado enfáticamente
que era de la competencia y deber del judiciary decir lo que es Derecho. Esta
extraña observación , en clara contradicción con otros puntos de vista de Marshall,
se ha interpretado como una muestra reveladora de la profunda preocupación
de Marshall ante ese proceso de impeachment, aunque también hay quien la ha
interpretado como una pura extravagancia o como un intento de confortar al
colega asediado522. ¿Estaba Marshall sugiriendo la “legislative review of judicial
decisions”?, como algunos autores han entendido. Este fue por ejemplo, el punto
de vista de Beveridge, su principal biógrafo, radicalmente rechazado por Engdahl,
quien lo tacha de miope. A juicio del último523, la sugerencia aventurada a Chase
indica que Marshall podía haber encontrado aceptable un acuerdo conforme al
cual las cuestiones constitucionales pudieran resolverse por un órgano responsa-
ble popularmente, o lo que es igual, políticamente, en la medida en que se dejara
a los jueces decidir casos con independencia. Qué quiso realmente decir Marshall
es algo imposible de aclarar.
Al margen ya de lo que se acaba de señalar, Marshall quedó enormemente
preocupado por el procesamiento de su Asociado, viendo con claridad lo que el
mismo entrañaba: un ataque en toda regla contra la independencia judicial. Una
carta escrita a su hermano James el 1º de abril de 1804, inmediatamente después
de recibir los articles of impeachment presentados por la Cámara de Representan-
tes contra Chase era bien significativa al respecto: “They are sufficient –escribe
Marshall– to alarm the friends of a pure & of course an independent judiciary,
if among those who rule our land there be any of that description” 524. (Son
suficientes para alarmar a los amigos de un poder judicial puro y, por supuesto,
independiente, si es que entre aquellos que gobiernan nuestro país hay alguno de
esa descripción). Y quizá, tras el impeachment, Marshall pudo llegar a compartir
con Jefferson la idea de que la votación del Senado sobre la acusación a Chase era
una suerte de referéndum sobre la Marbury v. Madison decision de dos años antes.
521
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 314.
522
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1289.
523
David E. ENGDAHL: “John Marshall´s <Jeffersonian> Concept of Judicial Review”, en Duke
Law Journal (Duke L. J.), Vol. 42, 1992-1993, pp. 279 y ss.; en concreto, p. 331.
524
Apud R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 178.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 583
525
Charles B. BLACKMAR: “On the Removal of Judges: The Impeachment Trial of Samuel Chase”,
en Journal of the American Judicature Society (J. Am. Jud. Soc.), Vol. 48, 1964-1965, pp. 183 y ss.; en
concreto, p. 185.
526
Así, entre otros, Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, op. cit., p. 57.
584 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
527
Respecto al juicio de John Fries, cfr. Stephen B. PRESSER, and Becky Bair HURLEY: “Saving
God´s Republic: The Jurisprudence of Samuel Chase”, en University of Illinois Law Review (U. Ill. L.
Rev.), Vol. 1984, 1984, pp. 771 y ss.; en particular, pp. 802-808.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 585
528
Sobre el juicio de James Thompson Callender, cfr. Stephen B. PRESSER, and Becky Bair
HURLEY: “Saving God´s Republic...”, op. cit., pp. 808-814.
529
Stephen B. PRESSER, and Becky Bair HURLEY: “Saving God´s Republic...”, op. cit., p. 808.
530
Los abogados defensores intentaron presentar como testigo al Coronel John Taylor, a fin de
demostrar la veracidad de una afirmación hecha en un panfleto escrito por Callender, The Prospect
Before Us, en el sentido de que el Presidente Adams era un declarado aristócrata que había demostrado
estar al servicio de los intereses británicos. El coronel Taylor, un declarado enemigo de la aristocracia,
iba a tratar de justificar ante el jurado la certeza de lo escrito por Callender. Chase se negó en redondo
a admitir a tal testigo, al entender que nadie podía demostrar tal cosa, pues esa demostración no era
sino un acto de traición o, como mínimo, extremadamente antipatriótico, que él, como presidente
del tribunal, no podía permitir.
586 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
disposición específica del Derecho penal. Los cargos incluían violaciones no sólo
de “los solemnes deberes de su cargo” y su “sagrada obligación”, sino también
de la 6ª Enmienda de las reglas del proceso penal de Virginia. Sin embargo, no
se alegaba que hubiera cometido ningún delito enjuiciable procesalmente. Ante
ello, tanto Chase, que a diferencia de Pickering asistió al proceso y habló de
modo impresionante en su propia defensa (“and spoke impressively in his own
defense”)533, como sus abogados, particularísimamente, como ya se dijo, Luther
Martin, insistieron en la claridad del lenguaje del Art. II de la Constitución: los
funcionarios civiles podían ser acusados, pero sólo por delitos.
Es consideración general entre la doctrina, que John Randolph no redactó los
articles of impeachment con mucho acierto, pues en ellos no se cuestionaba que
Chase fuera culpable de mala conducta, lo que hubiera sido mucho más lógico y
censurable, sino que se insistía en que era culpable de graves conductas delictivas
en cada uno de los ocho cargos de que había sido objeto. Este rígido planteamiento
chocaba con las alegaciones de los defensores del acusado a las que acabamos de
referirnos y dejaba de lado una cuestión de la máxima relevancia: la de si Chase
era culpable de haber abusado gravemente de su posición, culpabilidad de la
que, tras todo lo expuesto, no podía caber la más mínima duda. La torpeza de los
acusadores se haría aún más patente a la vista de que, como estudiosos neutrales
del caso habrían de reconocer tiempo después, la acusación contra Chase no se
hallaba desprovista de sustancia534. El propio Jefferson calificaría el procedimiento
como un “proceso torpe” (“a clusmy process”)535.
Tampoco la intervención en el Senado del Republicano William Branch
Giles fue especialmente feliz. Tratando de desestimar el alegato Federalista en
favor de un independent judiciary, despreciativamente, consideró tal argumento
como “ni más ni menos que un intento de establecer un despotismo aristocrático
(ejercido) por ellos mismos”. Tras ello, Giles rechazaría que el impeachment
fuese un procedimiento criminal y el Senado un tribunal, pudiendo desecharse
todas las analogías entre el Senado, actuando como juez en un procedimiento de
impeachment, y los tribunales de justicia. Aunque ya nos hicimos eco de la pueril
y a la vez sectaria posición de Giles acerca del impeachment, vale la pena recordar
cómo concluía el senador Giles su speech. Para él, el impeachment no era más que
una declaración por el Congreso a un juez del siguiente tenor: “You hold dangerous
opinions, and if you suffer to carry them into effect you will work the destruction
of the nation”536. La desnaturalización del impeachment que latía en tan infantil,
trivial e inconsistente punto de vista era patente. Con el mismo, el impeachment
533
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress...”, op. cit., p. 251.
534
El Chief Justice Rehnquist, en un estudio específico sobre el caso, señalaría que el caso contra
Chase “was not devoid of substance”. Y Henry Adams, no precisamente un admirador de los Jefferso-
nianos, en su “History of the United States during the Administration of Thomas Jefferson”, reconocería
que los cargos contra Chase eran serios y que en el juicio de Callender, el temperamento de Chase le
había conducido a forzar, si es que no a violar, la ley. Apud David P. CURRIE: “The Constitution in
Congress...”, op. cit., p. 257.
535
De ello se hace eco J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 316.
536
Apud J. M. SOSIN, en Ibidem, p. 315.
588 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
537
Esta es la fecha que da el autor que nos merece mayor confianza, el gran historiador de la Corte
Charles Warren, aunque otros autores facilitan otras fechas próximas, pero no idénticas. Cfr. al efecto,
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, op. cit., Vol. one, p. 289.
538
En tal sentido, Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America, 1635-1805,
op. cit., p. 238.
539
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe..., op. cit., p. 314.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 589
as much, perhaps even more, of a threat to the party as Chase”540. Y desde luego,
la absolución final de Chase, al no alcanzarse en el Senado el umbral de votos
requerido por la Constitución para su condena, se ha vinculado estrechamente
con las rencillas internas de los Republicanos y con el rechazo que entre algunos
de ellos suscitaba la polémica figura de Randolph. Klarman ha sido rotundo
al respecto al sostener541, que la más convincente explicación de la absolución
del Justice Chase no tiene nada que ver con los escrúpulos Republicanos (“with
Republican qualms”) acerca de la exclusión de un Juez de su cargo por tener
opiniones políticas erróneas (“for possessing <wrongs> political opinions”). Más
bien fue el fruto de las rencillas internas, pues al menos seis senadores Republi-
canos votaron contra cada article of impeachment a causa de las disputas en el
interior del partido (“because of internal party squabbles”), que les condujeron
a mancillar la reputación (“to sully the reputation”) del Speaker de la Cámara de
Representantes, el Republicano John Randolph, que era el líder del equipo de la
acusación en el juicio de Chase en el Senado.
Parece bastante claro que los enfrentamientos internos de los Republicanos
pesaron lo suyo en el fracaso del impeachment, pero no puede caber tampoco
la más mínima duda acerca de que los argumentos de la defensa en favor de la
independencia judicial (“Our property, our liberty, our lives, can only be protected
and secured by –independent– judges”) debieron conducir a algunos senadores
republicanos a votar por convicción en contra de la acusación542. Muy posible-
mente, en favor de Chase jugó asimismo la idea de que este Juez estaba siendo
perseguido por sus opiniones políticas.
Vale la pena recordar algunas de las intervenciones de la defensa. En primer
término, hemos de comenzar haciéndonos eco de la propia intervención del
acusado, brillante y relativamente convincente. El 4 de febrero, justamente la
fecha en la que la Supreme Court abría sus sesiones, Chase apareció ante el Senado
acompañado de sus abogados. En su intervención rechazó que hubiese cometido
“any crime or misdemeanor whatever”, y sostuvo que si se había equivocado en
sus decisiones ello no era fundamento para su destitución, por cuanto, según
admitió específicamente, quizá las mismas estuvieran “ill-founded”, pero no eran
“criminal”. En relación a los seis primeros artículos o cargos de la acusación, sin
duda los más graves, Chase, intencionadamente, puso de manifiesto el hecho de
que en cada caso un district judge había estado de acuerdo en sus decisiones, y
sin embargo ninguna acción se había emprendido contra esos otros jueces. En
cualquier caso, de su intervención se desprendía que él se consideraba libre de
toda incorrección en el ejercicio de su función543, y ello lógicamente planteaba
sendos interrogantes sin respuesta: ¿Estaba adoptando una postura cínica o, por
el contrario, tenía una auténtica convicción de que un juez podía hacer y decir lo
540
Ibidem, pp. 314-315.
541
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, op. cit., p.
1168.
542
En tal sentido, entre otros, Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 58.
543
Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America..., op. cit., pp. 239-240.
590 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“.... there may be instances of very high crimes and misdemeanors, for
which an officer ought not to be impeached and removed from office; the
crimes ought to be such as relate to his office, or which tend to cover the
person, who committed them, with turpide and infamy; such as show there
can be no dependence on that integrity and honor which will secure the
performance of his official duties”544. (Puede haber ejemplos de muy graves
delitos e infracciones por los que un funcionario no debe ser acusado y
destituido del cargo; los delitos deben ser de tal tipo que estén relacionados
con su cargo, o que tiendan a cubrir a la persona que los cometió con tal
infamia y bajeza que prueben que no puede haber confianza en esa inte-
gridad y honor que asegurará el cumplimiento de sus deberes oficiales).
“In republican governments there ever have been,--there ever will be, a
conflict of parties. Must an officer, for instance a judge, ever be in favour of
the ruling party, whether wrong or right? or, looking forward to the triumph
of the minority, must he, however improper their views, act with them?
Neither the one conduct or the other is to be supposed but from a total
dereliction of principle. Shall then a judge, by honestly performing his duty,
and very possibly thereby offending both parties, be made the victim of the
one or the other or perhaps of each, as they have power? No, Sir, I conceive
that a judge should always consider himself safe while he violates no law,
544
Apud Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, op. cit., pp. 68-69.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 591
545
Apud David P. CURRIE: “The Constitution in Congress: The Most Endangered...”, op. cit.,
p. 252, nota 240.
546
Louise WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1289.
547
Ibidem, p. 1291.
592 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
548
Apud Alexander Pope HUMPHREY: “The Impeachment of Samuel Chase”, op. cit., p. 842.
549
Apud Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America..., op. cit., p. 253.
550
Según los datos que facilita Humphrey, en el article referente al juicio de Tries la votación fue:
“guilty”, 16, “not guilty”, 18. En referencia al juicio de Callender (hay que suponer que se refiere al
segundo article), los resultados fueron justamente a la inversa: “guilty”, 18, “not guilty”, 16. En el
article relativo al discurso ante el gran jurado de Baltimore, los resultados fueron: “guilty”, 19, “not
guilty”, 15. Alexander Pope HUMHREY: “The Impeachment of Samuel Chase”, op. cit., p. 836.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 593
los excesos en definitiva, con que John Randolph condujo la acusación, en modo
alguno justificada por la naturaleza de los cargos, se ve como un elemento deter-
minante en el fracaso de la pretendida condena de Chase551. John Quincy Adams,
protagonista directo de los hechos, dejó escrito que “Randolph had alienated
many Republican senators by his bluster and incompetence”552. (Randolph había
apartado a muchos senadores Republicanos por sus bravatas y su incompetencia).
Pero también suscita acuerdo, que un cierto espíritu de lo que unos llaman juego
limpio y otros respeto de la justicia condujera al convencimiento de que el Justice
Chase, cualesquiera que fueran sus deméritos, no era merecedor de este estigma.
Pueden esgrimirse otro tipo de razones. Y así, en primer término, la teoría del
impeachment preconizada por Randolph, Giles y Nicholson era demasiado extre-
ma, radical, como para ser compartida por un órgano poblado preferentemente
por abogados, cuyo análisis del instituto no podía dejar de lado sus premisas
jurídico-constitucionales. Y en segundo lugar, los que dirigieron la acusación
se vieron abrumados, sobrepasados, por la brillantez de las intervenciones de
Luther Martin, del propio Samuel Chase y de algunos otros de sus abogados. Fue
una contienda jurídica muy desigual, pues Randolph y quienes actuaban junto a
él prepararon muy deficientemente sus intervenciones. Y a la larga esto no pudo
dejar de influir sobre los senadores.
Inmediatamente después del fracaso en la condena de Chase, la Adminis-
tración republicana trató de buscar otros medios con los que poder destituir
a los jueces. No ha de extrañar esta circunstancia, pues como ya se ha dicho,
el impeachment de Chase no era sino el primer paso de una estrategia de largo
alcance. Es bien significativo que el por aquel entonces senador John Quincy
Adams escribiera a su padre, el ex-Presidente John Adams, en los siguientes
términos: “The assault upon Judge Chase was unquestionably intended to pave
the way for another prosecution, which would have swept the Supreme Judicial
Bench clean at a stroke”553. (El asalto sobre el Juez Chase, incuestionablemente,
fue proyectado para pavimentar el camino para otra acusación que tendría que
haber barrido completamente los estrados de la Corte Suprema de un golpe).
Así, John Randolph propuso en la Cámara de Representantes una enmienda
constitucional para permitir la destitución de los jueces por el Presidente
tras un informe conjunto de las dos Cámaras del Congreso. A ello, Nicholson
añadió una propuesta para permitir a los Estados la revocación (“recall”) de sus
senadores. Como señala Currie con un punto de ironía554, ambas propuestas
fueron entusiásticamente aplazadas hasta la siguiente sesión, terminando por
desaparecer. Randolph volvió a insistir al año siguiente, y el propio Jefferson, el
27 de octubre de 1807, en su Mensaje anual, invitaba al Congreso a actuar. Pocos
551
Coinciden en tal apreciación, entre otros, Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”,
op. cit., p. 71. También Alexander Pope HUMPHREY: “The Impeachment of Samuel Chase”, op.
cit., pp. 839 y 843. Y en el mismo sentido, Archibald COX: “The Independence of the Judiciary...”,
op. cit., p. 576.
552
Apud Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America..., op. cit., p. 253.
553
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit, p. 57.
554
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress...”, op. cit., pp. 258-259.
594 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
II. El fracaso del impeachment del Justice Samuel Chase ha sido considerado555
como uno de los más señalados acontecimientos de la historia del poder judicial
federal, en cuanto, al establecer un decisivo precedente frente a la que se llamó la
teoría de los liberal impeachments556, que, sustentada en una a todas luces inexacta
interpretación del poder de impeachment, tenía como único objetivo posibilitar
la destitución judicial con base en razones políticas, no sólo sentó las bases para
la estricta interpretación del proceso de impeachment, sino que, en coherencia
con ello, vino a convertirse en un sólido punto de apoyo de la doctrina de la
independencia judicial. Blackmar llega a decir557, que el proceso de Chase fue un
verdadero hito en la lucha por la independencia del judiciary. No son necesarios
muchos argumentos para comprender tales afirmaciones. Para Currie558, “Chase´s
acquittal has stood ever since for the salutary principle that judges may not be
removed simply because the Senate disagrees with their decisions”. (La absolución
de Chase ha permanecido desde entonces como el saludable principio de que
los jueces no pueden ser destituidos simplemente porque el Senado no esté de
acuerdo con sus decisiones). En semejante dirección, Graber cree559, que el fracaso
del impeachment aseguró probablemente que los Justices no fueran acusados
meramente a causa de que eran del partido político “equivocado” o de que en sus
opinions hacían afirmaciones que los cargos electos discutían. Si la acusación
a Chase hubiera triunfado, muy posiblemente, se habría sentado la práctica
política de que un juez pudiera ser cesado del cargo siempre que sus oponentes
políticos contaran con la mayoría necesaria a tal fin. Su fracaso aisló al judiciary
de cualquier control sustantivo directo por parte de los dos restantes poderes
del gobierno federal. Y desde entonces no se ha acudido a este instrumento para
555
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 30.
556
Así los denomina, entre otros, Charles B. ELLIOTT: “The Legislatures and the Courts...”, op.
cit., p. 249.
557
Charles B. BLACKMAR: “On the Removal of Judges...”, op. cit., p. 187.
558
David P. CURRIE: “The Constitution in Congress...”, op. cit., p. 259.
559
Mark A. GRABER: “Establishing Judicial Review? Schooner Peggy and the Early Marshall
Court”, en Political Research Quarterly, (University of Utah), Vol. 51, No. 1, March, 1998, pp. 221 y
ss.; en concreto, p. 234.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 595
560
Richard B. LILLICH: “The Chase Impeachment”, op. cit., p. 50.
561
Apud Peter Charles HOFFER, and N. E. H. HULL: Impeachment in America..., op. cit., p. 254.
562
R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age..., op. cit., p. 179.
563
Stephen B. PRESSER: “A Tale of Two Judges...”, op. cit., p. 110.
596 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Por lo demás, con este trascendental episodio, los intentos de los Republicanos
de controlar el judiciary podían considerarse definitivamente fracasados. Hasta
la muerte de Marshall en 1835, los Jeffersonianos Republicanos tendrían que
conformarse con ver la Supreme Court dominada por la poderosa influencia de
Marshall y también de Story, fortaleciendo gradualmente al gobierno federal a
través de sus decisiones. De esta forma, el episodio del impeachment de Chase
vino en cierto modo a cerrar una difícil etapa en la vida de la Corte. Fue la coda
de un período caracterizado por las permanentes refriegas entre Republicanos y
Federalistas con el federal judiciary como último y preciado botín.
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602 EL BACKGROUND DE LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
SUMARIO
* Trabajo originalmente publicado en la Revista de las Cortes Generales, nº 83, segundo cuatrimestre
2011, pp. 7 y ss. Para su actual publicación ha sido ligeramente ampliado en alguno de sus puntos.
1
Sanford LEVINSON and Jack M. BALKIN: “What Are the Facts of Marbury v. Madison?”, en
Constitutional Commentary (Const. Comment.), Volume 20, 2003-2004, pp. 255 y ss.; en concreto, p. 264.
2
No hay –escriben Levinson y Balkin, desde una óptica general– un punto natural de división
(“natural dividing point”) que delimite los “hechos del caso” de los que uno podría desear descartar
604 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
a veces se olvida la intensidad de la batalla política que rodeó el caso, olvido que
se explica porque, con frecuencia, Marbury se lee desde la perspectiva un tanto
anacrónica de un consolidado rule of law en el que los tribunales federales (y
aún más la Supreme Court) desempeñan un rol central. Pero ese rol será en gran
parte una de las consecuencias de la propia sentencia del caso Marbury, porque
en los inicios del siglo XIX, los tribunales federales se presentaban en bastantes
supuestos tan sólo como “another forum for the pursuit of political action”3, algo
que, a nuestro entender, no era sino la resultante del sistema de nombramiento de
los jueces federales (similar al de los restantes funcionarios de la Administración
federal), el spoils system, por el que el partido en el poder distribuía, a modo de
prebendas, los cargos públicos entre sus fieles. Los llamados midnight Judges,
nombrados por el Presidente Adams en el último minuto de su mandato4, ejem-
plifican paradigmáticamente ese perverso sistema.
Frente a la mencionada lectura de la sentencia, el Marbury v. Madison
case se ha visualizado como el escenario de una batalla entre dos diferentes
concepciones del orden político5. Y así, mientras Jefferson tildaba el cambio en
la Administración que se había de producir en marzo de 1801 como la segunda
Revolución americana, el federal judiciary se aprestaba a actuar como un freno
contra-revolucionario, en defensa de las ideas Federalistas. Piénsese que la
elección de noviembre de 1800 planteó una crisis real para una democracia aún
en ciernes, pues no estuvo de ningún modo claro que la transferencia de poder del
viejo partido revolucionario, los Federalistas, a los advenedizos republicanos (“the
upstart Republicans”) pudiera alcanzarse pacíficamente6. El caso del pobre Mar-
bury, pobre por haber estado actuando tan sólo como una “comparsa federalista”
(“as a Federalist stooge”), –ha escrito Lerner7– fue atizado por los fuegos cruzados
de Federalistas y Republicanos, convirtiéndose en un Machtpolitik. Por todo ello,
se puede estar plenamente de acuerdo con Newmyer cuando aduce8, que Marbury,
apriorísticamente, no era uno de esos casos que estuviera hecho para la gran-
deza (“for greatness”). Bien al contrario, si algo presagiaba era el desastre (“if it
promised anything, it was disaster”), pues los hechos parecían conducir a la Corte
hacia una fatídica (“fateful”) confrontación con el poder Republicano. La enorme
habilidad del Chief Justice evitaría esa debacle en ciernes.
como “factual irrelevancies”, esto es, como observaciones basadas en hechos fuera de lugar. Antes
bien, la articulación de los “facts of the case” es siempre pragmática y provisional. Sanford LEVINSON
and Jack BALKIN: “What Are the Facts...?”, op. cit., p. 265.
3
Paul W. KAHN: The Reign of Law (Marbury v. Madison and the Construction of America), Yale
University Press, New Haven and London, 1997, p. 11.
4
Cfr. al respecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: “El trasfondo político y jurídico de la Marbury
v. Madison decision”, en Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional (AIbJC), nº 15, 2011, pp.
139 y ss. Artículo que también se publica en este libro.
5
Paul W. KAHN: The Reign of Law, op. cit., p. 15.
6
Sanford LEVINSON and Jack M. BALKIN: “What Are the Facts...?”, op. cit., p. 257.
7
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, en Columbia Law Review (Colum.
L. Rev.), Vol. XXXIX, 1939, pp. 396 y ss.; en concreto, p. 406.
8
R. Kent NEWMYER: The Supreme Court under Marshall and Taney, Harlan Davidson, Inc.,
Arlington Heights (Illinois), 1968, p. 29.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 605
9
Piénsese que la Sección segunda de la Sedition Act castigaba cualquier crítica hacia el Presidente
o el Congreso con una multa de 2000 dólares y con prisión de hasta dos años. Aunque Newmyer
recuerda que los Federalistas argumentaron, y los historiadores han hecho otro tanto con posterioridad,
que la Sección tercera de esta ley suponía realmente una liberalización del escrito difamatorio del
common law, ya que, a diferencia del Derecho inglés, se permitía algo parecido al derecho de defensa
y al enjuiciamiento por jurados para dictar veredictos, lo cierto es que la disposición fue radicalmente
rechazada por los Republicanos, en base al hecho de que los casos concernientes a los supuestos
escritos sediciosos iban a ser juzgados en tribunales federales por jurados federalmente constituidos,
que serían en su enorme mayoría instruídos por jueces Federalistas y, en bastantes casos, muy poco
imparciales. Cfr. al efecto, R. Kent NEWMYER: John Marshall and the Heroic Age of the Supreme
Court, Louisiana State University Press, Baton Rouge, 2001, p. 120.
10
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Volume XII, 1913-1914, pp. 538 y ss.; en concreto, p. 568.
606 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
control que entrañaba la intervención del poder judicial federal, tal y como se
venía constatando por sus, en ocasiones, muy controvertidas aplicaciones de las
Alien and Sedition Acts11.
En este conflictivo marco político, el Presidente Adams, en el último mes de
ejercicio del cargo, en vísperas pues del traspaso de poderes a Jefferson (el 4 de
marzo de 1801) y a su nueva Administración Republicana, seleccionaría para su
nombramiento para puestos federales a un total de 217 personas, de las que 93 eran
para puestos judiciales y jurídicos, de ellas 53 para el distrito de Columbia, William
Marbury entre ellos. Tan apurado resultó el tiempo, que buen número de los cargos
judiciales así designados fueron llamados los Midnight Judges, porque el Presidente
dedicó sus últimas horas en el cargo a firmar los despachos de nombramiento. Se
cuenta incluso, y de ello se han hecho eco varios autores12, que en la medianoche del
3 de marzo de 1801, cuando el período de Adams expiraba, John Marshall, su Secre-
tario de Estado, que, aún cuando ya nombrado Chief Justice, seguía actuando como
Secretario de Estado, algo realmente insólito, fue interrumpido por el que habría de
ser el Attorney General del Presidente entrante, Levi Lincoln, mientras preparaba los
últimos nombramientos para los recién creados juzgados. Lincoln, supuestamente,
llegó con las órdenes de Jefferson de que tomara posesión del Departamento de
Estado, no permitiendo que se eliminara ningún documento después de iniciado
el día 4 de marzo. Ante la pregunta de Marshall de a qué respondía tal actuación,
la réplica de Lincoln fue la de que “el Sr. Jefferson se consideraba él mismo, a la
luz de un albacea (“in the light of an executor”), obligado a hacerse cargo de los
documentos del gobierno hasta que estuviera debidamente cualificado”. Marshall
se vio forzado a retirarse, echando una mirada de despedida hacia los documentos
aún pendientes de algún trámite que tenía sobre su mesa.
Como fácilmente puede comprenderse, los dos textos legales aprobados por
los Federalistas muy pocas semanas, muy pocos días incluso, antes del cambio
de Administración suscitaron un brutal rechazo por parte de los Republicanos.
McCloskey13 hablaría de “the Jeffersonian tempest”, desencadenada no sólo por
el intento Federalista de politizar la justicia federal, nombrando como jueces
a fieles acólitos, sino también, desde luego, por el propio desatino de algunos
de los nombramientos, que bien pronto, ya en el verano de 1801, iban a dar
muestras de su partidista, y por lo mismo, inequitativo, parcial e injusto, sentido
de administrar justicia. Recurriendo a una metáfora militar, Jefferson vino a decir
11
Las Virginia Resolutions fueron escritas por Madison. Su versión, que intentó ser endurecida
por una enmienda del propio Jefferson, condenaba la Sedition Act como “un deliberado, patente y
peligroso ejercicio de poder” no otorgado por la Constitución federal. A partir de esta premisa se
resolvía que “los Estados están obligados a intervenir”, resistiendo frente a tan patente abuso de poder.
12
Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States (Its History and Influence
in our Constitutional System), The John Hopkins Press, Baltimore, 1890, p. 86, nota 1. Asimismo,
Sylvester PENNOYER: “The Case of Marbury v. Madison”, en American Law Review (Am. L. Rev.),
Volume 30, 1896, pp. 188 y ss.; en concreto, p. 195.
13
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, 2nd edition, revised by Sanford Levinson,
The University of Chicago Press, Chicago & London, 1994 (first published by the University of Chicago
Press, 1960), p. 25.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 607
III. Las prisas de última hora impidieron que algunos de los nombrados para
los nuevos cargos judiciales15 recién creados pudieran recibir su despacho de
nombramiento. Entre ellos se encontraban William Marbury y otros tres fieles
Federalistas, Dennis Ramsay, William Harper y Robert Townshend Hooe, todos
ellos nombrados por Adams jueces de paz del distrito de Columbia (en los con-
dados de Washington y Alexandria). Otros trece nombrados para el mismo cargo
declinaron unirse a William Marbury y los otros demandantes en su búsqueda de
un mandamus de desagravio16.
William Marbury, cuyo nombre ha pasado a la historia, pero del que la
doctrina suele ignorar todo salvo el nombre, al tiempo de su nombramiento,
era un próspero banquero; a la par, era un activo Federalista (jefe del partido
Federalista en Georgetown) y un abierto crítico de Jefferson. En 1800, se trasladó
a Georgetown, convirtiéndose en uno de los principales hombres de negocios de la
ciudad17, siendo poco después nombrado miembro del Consejo de Administración
del Banco de Columbia. Hoy podría resultar asombroso que un banquero aspirara
al modesto cargo judicial de juez de paz, pero como la doctrina ha puesto de
relieve18, en contraste con el cargo menor que hoy significa ser juez de paz, la
posición a la que Marbury había sido nombrado entrañaba un considerable
prestigio y poder en el recién creado Distrito de Columbia. El juez de paz constituía
la principal arma del gobierno local en el Distrito de Columbia, disponiendo de
un elenco de poderes ejecutivo, legislativo, judicial y administrativo, y lo que aún
era más relevante, los jueces de paz eran responsables del mantenimiento del
14
Apud Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit.,
p. 569.
15
Abraham recuerda que fueron diecisiete los nombramientos de jueces de paz no entregados con
los que se encontró, no sin evidente satisfacción, el Presidente Jefferson (“Jefferson on taking office
was delighted to find the seventeen undelivered justice of the peace commissions”) en el despacho de
Madison, su Secretario de Estado, quien aún no se había incorporado al cargo. Henry J. ABRAHAM:
The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United States, England, and France),
Oxford University Press, seventh edition, New York/Oxford, 1998, p. 341.
16
Así lo recuerda David E. ENGDAHL, en “John Marshall´s <Jeffersonian> Concept of Judicial
Review”, en Duke Law Journal (Duke L. J.), Volume 42, 1992-1993, pp. 279 y ss.; en concreto, p. 327.
17
Cfr. al efecto, Cliff SLOAN and David McKEAN: The Great Decision (Jefferson, Adams, Marshall,
and the Battle for the Supreme Court), PublicAffairs, New York, 2009, p. 95.
18
Otis H. STEPHENS, Jr.: “John Marshall and the Confluence of Law and Politics”, en Tennessee
Law Review (Tenn. L. Rev.), Volume 71, 2003-2004, pp. 241 y ss.; en concreto, p. 246.
608 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
orden público. Ciertamente, Marbury había construido a sus 41 años una carrera
extraordinariamente exitosa y lucrativa en el campo de las finanzas en el Estado
de Maryland. En el momento de su nombramiento vivía desde casi dos años
atrás en Georgetown, pero en la tradición del Estado con el que se vinculaba, un
nombramiento como juez de paz era un símbolo esencial de la calidad de miembro
de la élite financiera y política. Por eso se ha podido decir que “Jefferson´s denial of
Marbury´s appointment was a direct blow to twenty years of work and ambition”19.
No debe extrañar a la vista de todo ello que Marbury, con el respaldo de su sólida
situación económica, se hallara dispuesto a iniciar un proceso ante la Supreme
Court, contratando para su defensa a uno de los mejores abogados de la época,
Charles Lee.
19
David P. FORTE: “Marbury´s Travail: Federalist Politics and William Marbury´s Appointment
as Justice of the Peace”, en Catholic University Law Review (Cath. U. L. Rev.), Volume 45, 1995-1996,
pp. 349 y ss.; en concreto, p. 351.
20
Bruce ACKERMAN: The Failure of the Founding Fathers (Jefferson, Marshall, and the Rise of
Presidential Democracy), The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge (Mass.)/London,
2007, p. 191.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 609
21
El hecho de que el 9 de febrero de 1803, en el momento del inicio de la vista, nadie apareciera
en representación de Madison, dio pie a Boudin para hablar de que no hubo juicio en el sentido
ordinario (“there was therefore no trial in the ordinary sense”), sino tan sólo lo que los abogados
califican como una investigación (“an inquest”), pues toda la argumentación estuvo de un lado, no
apareciendo nadie para responder a los argumentos que Charles Lee expuso en apoyo de su demanda.
Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, William Godwin, Inc., New York, 1932, volume I, p. 203.
22
Así calificaría esos nombramientos en una carta dirigida a Henry Knox y fechada el 27 de marzo
de 1801. Apud James M. O´FALLON: “Marbury”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Volume 44,
1991-1992, pp. 219 y ss.; en concreto, p. 242.
23
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 341.
24
Paul W. KAHN: The Reign of Law, op. cit., p. 103.
610 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
30
El siguiente año (1838), la Supreme Court se mostró de acuerdo con la decisión del año anterior
del Circuit Court del Distrito de Columbia. En Kendall v. United States ex rel. Stokes, el Justice Smith
Thompson, escribiendo para la Corte, consideró que el Congreso, al crear el 27 de febrero de 1801 el
Tribunal de Circuito del Distrito de Columbia, había dado claramente a esa Corte jurisdicción sobre
“todos los casos en Derecho y equidad” surgidos de conformidad con la Constitución y las leyes de los
Estados Unidos (aunque, precisémoslo, también sobre los casos surgidos de conformidad con las leyes
adoptadas por los Estados de Virginia y de Maryland, con la sola condición de que una de las partes
fuera residente o se encontrara dentro del distrito) y la facultad para emitir un writ of mandamus en
todos los casos en que tal remedio estuviese justificado. Cfr. al respecto, Susan Low BLOCH: “The
Marbury Mystery...”, op. cit., p. 616.
31
Susan Low BLOCH: “The Marbury Mystery...”, op. cit., p. 613.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 613
El writ of mandamus (del latín mandatus) era un viejo writ (en la traducción
literal, orden o mandato judicial) anglosajón, utilizado ya en el siglo XII, en el
reinado de Enrique II, ordenando a un funcionario público ejecutar su deber
oficial, ministerial incluso, siempre que no se tratase de algo discrecional. Según
Blackstone, un writ of mandamus era un mandato emitido en nombre del Rey
por un tribunal del King´s Bench, dirigido a cualquier persona, corporación o
tribunal inferior, requiriéndoles hacer alguna cosa particular en él especificada,
relacionada con su cargo o con sus deberes y que el tribunal ha determinado
previamente, o al menos presupuesto, que está de acuerdo a Derecho y justicia32.
Se trataba de un writ de amplia naturaleza reparadora (remedial), concediéndose
en todos los casos en que la parte que lo demandara tuviere un derecho a que la
autoridad demandada hiciere algo, no disponiendo de otro medio específico con
el que requerir su ejecución.
Lee, con apoyo en la transcrita norma, el 17 de diciembre de 180133, solicitaba a
la Supreme Court, en nombre de William Marbury y de los otros tres demandantes,
que dirigiera a James Madison, el Secretario de Estado de Jefferson, una orden
judicial obligándole a la actuación, o lo que es igual, un writ of mandamus, a
fin de que les entregara los despachos de sus respectivos nombramientos como
jueces de paz del distrito de Columbia, supuesto que los mismos se hallaban en su
poder, autorizándoles a través de esa entrega a actuar efectivamente en el cargo
judicial para el que habían sido nombrados por la anterior Administración, nom-
bramientos que habían sido debidamente confirmados por el Senado, extendidos
y firmados por el Presidente y puestos en mano del Secretario de Estado para ser
registrados, tal y como disponía la legislación en vigor34, y después ser entregados
a los demandantes. El Marbury case planteaba de esta forma la cuestión de si el
Secretario de Estado podía optar por no entregar un nombramiento de juez de
paz, una vez la persona designada para tal cargo judicial había sido confirmada
por el Senado y su nombramiento firmado y sellado.
32
William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England (A Facsimile of the First Edition
of 1765-1769), Volume III (Of Private Wrongs, 1768), The University of Chicago Press, Chicago &
London, 1979, p. 110.
33
Boudin facilita como fecha de la presentación de la demanda ante la Corte Suprema por Charles
Lee la del 21 de diciembre de 1801. Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, op. cit., Volume I,
p. 199.
34
La Ley de 15 de septiembre de 1789 imponía al Secretario de Estado un deber ministerial de
extender (“make out”), registrar (“record”) y poner el sello (“affix the seal”) de los Estados Unidos
a todo nombramiento o encargo civil. Como señala Clinton, la ley no imponía sobre el Secretario
de Estado la obligación de entregar la comisión de nombramiento, sino que le responsabilizaba
de que la misma fuera puesta en manos de la persona que a ella tuviera derecho, no pudiendo ser
legalmente retenida ni por el Secretario de Estado ni por ninguna otra persona. Por lo demás, todo
ello se hallaba registrado, teniendo el interesado derecho a la entrega de una copia de ese documento
registrado, previo pago de 10 centavos de dólar. Cfr. al respecto Robert Lowry CLINTON: “Marbury
v. Madison, Judicial Review, and Constitutional Supremacy in the Nineteenth Century”, en Marbury
versus Madison. Documents and Commentary, op. cit., pp. 73 y ss.; en concreto, p. 78.
614 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
35
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson: The Political Background of Marbury v. Madison,
Alfred A. Knopf, New York, 1970, p. 98.
36
Bruce ACKERMAN: The Failure of the Founding Fathers, op. cit., p. 187.
37
Sanford LEVINSON and Jack M. BALKIN: “What Are The Facts of Marbury v. Madison?”, op.
cit., p. 258.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 615
por el Secretario de Estado de conformidad con los dos textos legales del Congreso
que incidían sobre la cuestión.
La primera de esas leyes había sido aprobada el 27 de julio de 1789 y había
creado el Departamento de Asuntos Exteriores (“Foreign Affairs Department”), a
cuyo frente se situaba el Secretario, que venía obligado a llevar a cabo y ejecutar
los deberes que le fueran ordenados o encargados por el Presidente.
El segundo texto legal fue aprobado menos de dos meses después del primero,
el 15 de septiembre de 1789, siendo su propósito establecer ciertas disposiciones
para la custodia de los documentos oficiales de los Estados Unidos. Esta ley
cambiaba el nombre del Departamento de Asuntos Exteriores, que ahora pasaba
a ser el de Departamento de Estado, denominación que aún conserva, y encargaba
al Secretario de Estado, entre otros deberes, el de imprimir, publicar, conservar
y registrar todos los proyectos, órdenes, resoluciones y notas del Congreso que
hubieren sido firmados por el Presidente, así como el de extender, registrar y poner
el sello de los Estados Unidos a todos los nombramientos civiles una vez hubieran
sido firmados por el Presidente. Esta ley parecía dejar el asunto controvertido
meridianamente claro en su modo de resolución.
Charles Lee iba a argumentar38, que los deberes del Secretario de Estado
incluidos en el segundo texto legal debían de ser ejecutados independientemente
del Presidente y podían por lo tanto ser impuestos mediante un mandamus en el
supuesto de no ejecución, del mismo modo que podía exigirse el cumplimiento
de otros deberes a otras personas que desempeñaran cargos bajo la autoridad de
los Estados Unidos, a tenor de lo previsto por la Sección 13 de la Judiciary Act
(“persons holding office under the authority of the United States”).
Que Lee interpretó la última frase de la disposición de la Sección 13
concerniente al writ of mandamus, anteriormente transcrita, como relativa a
la jurisdicción original de la Corte, resulta evidente para Clinton (aunque no es
ni mucho menos una opinión pacífica) a la vista de su siguiente observación:
“Congress is not restrained from conferring original jurisdiction in other cases
than those mentioned in the constitution”39, cita que Lee consideró que se podía
extraer del caso United States v. Ravara, una decisión del año 1793 de la Circuit
Court for Pennsylvania concerniente al procesamiento de un cónsul alemán por
extorsión. Puede ser esclarecedor detenernos mínimamente en tal caso. En él, los
abogados del mencionado cónsul habían argumentado contra la jurisdicción del
tribunal de circuito, con fundamento en la disposición constitucional del Art. III
que otorga a la Supreme Court jurisdicción original en casos que afecten a cónsu-
les. El Associate Justice James Wilson y el Juez Peters rechazaron este argumento,
(manifestándose el también Associate Justice James Iredell en dissent) ya que el
Congreso, justamente en la Sección 13 de la Judiciary Act, había especificado que
la jurisdicción de la Supreme Court en casos relativos a cónsules era originaria,
38
Para un mayor detalle respecto de la argumentación efectuada por Lee, cfr. Rober Lowry
CLINTON: Marbury versus Madison and Judicial Review, op. cit., pp. 84-86.
39
Robert Lowry CLINTON: Marbury versus Madison and Judicial Review, op. cit., p. 84.
616 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
45
William E. NELSON: Marbury v. Madison. The Origins..., op. cit., p. 62.
46
Apud Andrew C. McLAUGHLIN: “Marbury vs. Madison Again”, en American Bar Association
Journal (A. B. A. J.), Volume 14, 1928, pp. 155 y ss.; en concreto, p. 158.
47
Sobre este caso, cfr. Susan Low BLOCH and Maeva MARCUS: “John Marshall´s Selective Use
of History in Marbury v. Madison”, en Wisconsin Law Review (Wis. L. Rev.), Volume 1986, 1986, pp.
301 y ss.; en concreto, pp. 312-313.
48
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution in the History of the United States.
The University of Chicago Press, 2nd impression, Chicago, 1955, Volume II, p. 1040.
618 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
49
Cliff SLOAN and David McKEAN: The Great Decision, op. cit., p. 98.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 619
invading the Executive in this manner are deemed here a high-handed exertion
of Judiciary power”50. Es bastante probable, y así lo indican algunos informes
históricos, que la mencionada decisión de la Corte precipitara, si es que no fue la
causa inmediata, la rápida tramitación de la Repeal Act de 180251. Bien significativo
de ello es el hecho de que el 6 de enero de 1802, el senador Breckinridge, quizá el
más cercano aliado de Jefferson en el Senado, presentó una moción reclamando
la abrogación de la Judiciary Act de 1801, moción rápidamente secundada por
otros senadores, debatida entre el 8 y el 19 de enero, y que habría de culminar en
marzo con la aprobación del texto legal, que fue seguido por la Ley de 29 de abril.
La “hibernación” de la Corte durante catorce meses, unida al arduo debate
que desencadenó la aprobación de la Repeal Act, propiciaron que el Marbury case
pasara a un segundo plano, recobrando su actualidad en las semanas anteriores al
reinicio de las sesiones de la Corte. La polémica no se circunscribió al caso del que
nos venimos ocupando, sino que se extendió con gran fuerza al Stuart case, en el
que se había de dilucidar la constitucionalidad de la Repeal Act. Baste con recordar,
que un artículo del periódico republicano Intelligencer, titulado “The Democrat”,
denunciaba “the monstrous pretensions” sustentadas por los partidarios de la
anterior Administración en favor del “departamento judicial”. El artículo se
mofaba de un judiciary que actuara como “the judges of the constitution itself”52.
50
Apud Cliff SLOAN and David McKEAN: The Great Decision, op. cit., p. 99.
51
De ello se hacen eco, entre otros autores, Knight y Epstein. Cfr. al efecto, Jack KNIGHT and Lee
EPSTEIN: “On the Struggle for Judicial Supremacy”, en Law & Society Review (Law & Soc´y Rev.),
Volume 30, 1996, pp. 87 y ss.; en concreto, p. 95.
52
Apud Cliff SLOAN and David McKEAN: The Great Decision, op. cit., p. 126.
53
A través de la muy importante Stuart opinion, aprobada por unanimidad (con la presencia de
cinco Justices, no participando el Chief Justice ni tampoco el Justice Cushing, éste por enfermedad),
expresando el criterio de la Corte el Justice Paterson, la Corte Suprema se pronunció en favor de
la constitucionalidad de la Repeal Act de 1802, ley que abrogó la Judiciary Act de 1801. Marshall se
abstuvo de participar en la Corte con base en que ya había tenido oportunidad de pronunciarse sobre
el mismo caso en su condición de miembro del Circuit Court de Richmond. Presidiendo este tribunal
de circuito, en diciembre de 1802, Marshall había desestimado los alegatos de Charles Lee, el mismo
abogado de William Marbury, que cuestionaba la autoridad del Congreso para imponer a los Justices
de la Supreme Court el cumplimiento de deberes en los Circuit Courts. Contra la decisión del Tribunal
de Richmond, Lee recurrió ante la Corte Suprema a través de un writ of error. Para un tratamiento
más amplio del tema, cfr. Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: “El trasfondo político y jurídico de la
620 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
La Stuart decision ha sido por cierto considerada por Levinson, siguiendo en ello la
posición de Ackerman, como más relevante que la Marbury opinion. Sus palabras
no dejan resquicio alguno a la duda (“Marbury is in fact far less significant than the
case handed down only a week later, Stuart v. Laird”63). Esta valoración nos parece
sencillamente insostenible. Al margen de ello, y este dato no deja de ser igualmente
significativo, de resultas del cambio legal propiciado por los Republicanos, y del
subsecuente aplazamiento de las sesiones de la Corte, la posterior reunión de
ésta no tendría lugar hasta tanto los Justices se hubieran posicionado en torno a
si reasumían o no el cumplimiento de sus deberes como miembros de los Circuit
Courts, lo que parece corroborar nuestra precedente interpretación respecto a las
causas que les movieron a la “hibernación” temporal de la Corte.
4. El desarrollo de la vista
63
Sanford LEVINSON: “Why I Do Not Teach Marbury (Except to Eastern Europeans) and Why
You Shouldn´t Either”, en Wake Forest Law Review (Wake Forest L. Rev.), Volume 38, 2003, pp. 553 y
ss.; en concreto, p. 556.
64
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson: The Political Background..., op. cit., p. 87.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 623
a declarar como testigo, lo que habría colocado al Chief Justice en una posición
realmente incómoda. Como la doctrina ha reconocido65, Lee intentó compensar
la ausencia entre los testigos de John Marshall con los testimonios de Wagner y
Brent, aunque los mismos no fueron de gran valor.
El siguiente testigo al que llamó Charles Lee fue el Attorney General Lincoln,
quien reemplazó a Marshall como Secretario de Estado interino, dado que
Madison, como ya dijimos, no tomó posesión del cargo hasta algunas semanas
después. Lincoln, presumiblemente, era consciente de la orden dada por Jefferson
de no entregar los nombramientos. Según parece, Jefferson (que conocía bien
la Secretaría de Estado, pues había sido titular de la misma con el Presidente
Washington entre 1790 y 1793), recién nombrado Presidente, estuvo un día en
esa Secretaría, descubriendo la existencia de unos nombramientos de jueces de
paz del distrito de Columbia sin entregar, ordenando de inmediato (“I forbade
their delivery”, se ha escrito que dijo con rotundidad) que no fueran entregados y
procediendo en tan sólo dos semanas a cubrir los cargos vacantes con personas de
su confianza66. Al actuar como Secretario de Estado, Lincoln estaba cubierto por
el privilegio ejecutivo; sin embargo, como Attorney General era funcionario de la
Corte. Su posición era por lo mismo un tanto delicada. En esa tesitura, Lincoln,
tras señalar su respeto por la jurisdicción de la Corte, solicitó de la misma, siempre
que ésta considerara que su testimonio era esencial, que le fueran formuladas las
preguntas por escrito para así disponer de un tiempo para contestarlas. Marshall
autorizó tal petición y pidió a Lee que plasmara sus preguntas por escrito,
indicando al Attorney General que podía disponer de todo el tiempo que necesitara
para considerarlas.
El material final de prueba terminaría siendo la declaración jurada de James
Marshall, el hermano menor del Chief Justice, a la que ya nos hemos referido.
Con la misma, Lee consideró probada la existencia de los nombramientos y
fundamentada su petición. Al término de la intervención de Lee, el 14 de febrero,
la expectación creció en la sala. Se esperaba por los asistentes a la vista que la
sentencia marcara un punto de avance o retroceso de la Corte en su particular en-
frentamiento con la nueva Administración. Se admite de modo muy generalizado
que nadie esperaba ni de lejos una sentencia como la que finalmente se dictaría.
65
Jean Edward SMITH: John Marshall. Definer of a Nation, Holt Paperbacks/Henry Holt and
Company, New York, 1998 (originally published in hardcover in 1996 by Henry Holt), p. 316.
66
Entre otros autores que se hacen eco de ello, cfr. David F. FORTE: “Marbury´s Travail: Federalist
Politics and William Marbury´s Appointment as Justice of the Peace”, en Catholic University Law
Review (Cath. U. L. Rev.), Volume 45, 1995-1996, pp. 349 y ss.; en concreto, p. 399. Asimismo, Cliff
SLOAN and David McKEAN: The Great Decision, op. cit., p. 76.
624 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
es obvio, de los asistentes a la fiesta celebrada en el Hotel Stelle sólo los Justices
Paterson y Washington la conocían. Los numerosos invitados (entre ellos, los
líderes Federalistas de ambas Cámaras del Congreso) parecían ansiosos de
escuchar a Marshall, quien dirigió su brindis a “Those few real patriots who love
the people well enough to tell them the truth”67.
El 23 de febrero, la Supreme Court volvió a reunirse y esta vez en el Hotel
Stelle (donde eran frecuentes sus sesiones, aunque la causa de optar por esta sede
tuviera que ver ahora no tanto con el carácter lúgubre de la sala de que disponía
la Corte en el Capitolio, sino con la cojera que una intoxicación por un “bacon”
en mal estado había producido a Chase, que le impedía llegar al “Committee
Room Two”). Todos los jueces salvo Cushing se hallaban presentes ahora, lo que
no dejaba de ser una grata sorpresa dado que, desde el día 15, Samuel Chase se
encontraba mal de salud y Alfred Moore había asimismo enfermado a su llegada a
Washington. La Corte resolvió algunos casos y escuchó las alegaciones en algunas
otras vistas, entre ellas la del importante caso Stuart v. Laird, en el que los alegatos
se prolongaron al día siguiente.
Marshall había preparado la sentencia con notable rapidez, algo que se repe-
tiría en diversas ocasiones a lo largo de su dilatada carrera judicial. Dewey señala
al respecto68, que tanto en Marbury v. Madison como en McCulloch v. Maryland
uno tiene que sospechar que Marshall trabajaba en la decisión mucho antes de
que el litigio se planteara en sede jurisdiccional. Sea o no así, lo cierto es que
en algo menos de dos semanas Marshall tuvo lista una sentencia, calificada por
Wolfe69 como “un golpe político de genio” (“a political stroke of genius”), de 164
parágrafos y alrededor de 11.000 palabras70, con la que obtuvo el apoyo unánime
de sus Asociados71, lo que, entre otros aspectos, revela su extraordinaria capacidad.
67
Apud Cliff SLOAN and David McKEAN: The Great Decision, op. cit., pp. 146-147.
68
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson: The Political Background..., op. cit., p. 111.
69
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review (From Constitutional Interpretation
to Judge-Made Law), Basic Book, Inc., Publishers, New York, 1986, p. 80.
70
La sentencia puede verse en la obra Marbury versus Madison. Documents and Commentary,
Mark A. GRABER and Michael PERHAC, Editors, op. cit., en el Appendix A: “The Annotated Marbury
v. Madison”, pp. 363-382.
71
Una cuestión que no ha dejado de suscitar dudas es la de los miembros de la Corte que real-
mente participaron en la resolución del caso. De ella se ocuparía con cierto detalle, en un breve pero
interesante trabajo, el Associate Justice Harold Burton (miembro de la Corte entre 1945 y 1958). El
informe (report) del caso publicado en Cranch no muestra la ausencia de Justices; sin embargo, las
actas (minutes) de la propia Corte no hacen constar al Justice Cushing en ninguna sesión del proceso ni
en la fecha del anuncio de la sentencia (“on the date of handing down the decision”). Aparentemente,
admite Burton, el Justice Cushing no participó en el caso. Las actas (minutes) muestran también
que el Justice Moore estuvo presente el 24 de febrero, cuando la decisión fue anunciada, pero, por el
contrario, no hacen constar su presencia los días 10 y 11 de febrero, cuando tuvo lugar la vista ante
la Corte. Bien es verdad que en la lectura de la sentencia por el Chief Justice en nombre de la Corte
no se hizo referencia a la ausencia del Justice Cushing a lo largo de todo el caso o a la ausencia del
Justice Moore durante la vista (“hearing”). Cfr. al respecto, Harold H. BURTON: “The Cornerstone
of Constitutional Law: The Extraordinary Case of Marbury v. Madison”, en American Bar Association
Journal (A. B. A. J.), Volume 36, 1950, pp. 805 y ss., y 881 y ss.; en concreto, pp. 807-808.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 625
III. La sentencia, innecesario es decirlo, dictada bajo las más desfavorables cir-
cunstancias, representaba justamente un choque (“clash”) entre los Jeffersonianos
Republicanos y la Marshall Court sobre las facultades del federal judiciary73. Era el
rol de los tribunales lo que se hallaba en la balanza, y ante ello, como bien escribe
Fallon74, “Marshall ingeniously engineered a decision that gave formal victory to
Madison, but rested on a foundation of judicial power, not impotence”. Dicho de
otro modo, aunque Madison y Jefferson fueron técnicamente los vencedores, la
sentencia supuso un exitoso golpe político para Marshall y la Supreme Court. Pero
más allá de esta perspectiva, qué duda cabe que política, la Marbury v. Madison
opinion tuvo el enorme mérito de llevar hasta sus últimas consecuencias la doctri-
na, a nuestro entender ya muy arraigada en la cultura jurídica norteamericana, de
la judicial review, o lo que es igual, que un tribunal federal dispone de la facultad
de rehusar dar aplicación a la legislación del Congreso cuando entienda que es
contradictoria con la interpretación que cree debe darse a la Constitución. Que
ello se enmarque en una arraigada tradición legal americana que hunde sus raíces
en la época colonial, no ensombrece en lo más mínimo el inconmensurable valor
de esta decisión, la más trascendental a largo plazo de todas las sentencias de la
Marshall Court (sin olvidar, desde luego, a la McCulloch v. Maryland opinion, de
72
Jean Edward SMITH: John Marshall. Definer of a Nation, op. cit., p. 321.
73
Kathleen M. SULLIVAN and Gerald GUNTHER: Constitutional Law, sixteenth edition, Founda-
tion Press/Thomson West, New York, 2007, p. 9.
74
Richard H. FALLON, Jr.: “Marbury and the Constitutional Mind: A Bicentennial Essay on the
Wages of Doctrinal Tension”, en California Law Review (Cal. L. Rev.), Volume 91, No. 1, January 2003,
pp. 1 y ss.; en concreto, p. 10.
626 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
1819), en cuanto que, como ha escrito Currie, pavimentó el camino para las gran-
des controversias por venir (“paved the way for gretat controversies to come”)75.
La sentencia dictada en el caso Marbury v. Madison es, sin lugar a dudas, la más
conocida del larguísimo elenco de decisiones pronunciadas por la Corte Suprema
en sus más de 220 años de vida, y en lo que hace a su reconocimiento público, un
sector de la doctrina cree76, que sólo es rebasada por la decidida el 17 de mayo de
1954, que zanjó el caso Brown v. Board of Education of Topeka.
Estamos ante una decisión judicial plena de paradojas. Una de ellas, la de que
pese a haber desencadenado miles y miles de páginas, en tiempos bien recientes
todavía se haya considerado, no sin razón, la más oscura decisión judicial de la
historia de los Estados Unidos77.
Se trata de una sentencia de cierta extensión, pero incluso un dato tan formal
como ese ha propiciado interpretaciones tan contrapuestas como la de quien
parece vincular esa extensión con la tendencia de Marshall hacia la verborrea
(“his tendency toward verbosity”)78, hasta quien, situándose en las antípodas,
considera que se trata de una decisión austera en su simplicidad (“Marshall´s
opinion... was austere in its simplicity”)79. No parece tampoco muy conforme con
tal visión la consideración de algún autor de que, en realidad, de las alrededor de
11000 palabras de la sentencia, 9000 eran un obiter dictum que precedía a su muy
breve fallo y a su relativamente breve declaración de la teoría de la judicial review,
todo ello en base a un objetivo partidista80. Con infinitamente menos justificación,
algunos han llegado a mantener que la decisión en su conjunto, incluyendo la
anulación de la legislación federal, era un puro obiter dictum, no sirviendo por lo
mismo como precedente.
La sentencia, desde luego, trasciende los estrechos límites de un caso concreto.
Ya nos hemos referido a ello al aludir al supuesto de hecho del caso. Ello se traduce
en que la compresión de la decisión de la Corte exige trascender la mera disputa
entre Marbury y Madison, ubicándola en el marco del enfrentamiento entre
Federalistas y Republicanos Jeffersonianos. Por lo mismo, lo menos relevante de
la sentencia será su resolución del caso concreto, algo que cede ante el discurso
75
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred Years. 1789-1888,
University of Chicago Press, Chicago and London, 1985, p. 66.
76
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson..., op. cit., p. 177.
77
“Marbury v. Madison –escriben Graber y Perhac, en el Prefacio de un utilísimo, y a la par riguroso,
libro sobre la sentencia– is possibly the most famous and yet the most obscure judicial decision in U.S.
history”. Mark A. GRABER and Michael PERHAC: “Preface”, en Marbury versus Madison. Documents
and Commentary, op. cit., pp. VII y ss.; en concreto, p. VII.
78
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson..., op. cit., p. 112.
79
R. Kent NEWMYER: The Supreme Court under Marshall and Taney, op. cit., p. 29.
80
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 37.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 627
A) Su enfoque sistemático
81
Así las considera G. Edward WHITE, en The American Judicial Tradition, Oxford University
Press, New York/Oxford, 1988, (first published 1976 by Oxford University Press), p. 23.
82
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 408.
83
F. W. GRINNELL: “The Constitutional History of the Supreme Judicial Court of Massachusetts
from the Revolution to 1813”, chapter IV (“The Anti-Slavery Decisions of 1781 and 1783 and the
History of the Duty of the Court in Regard to Unconstitutional Legislation”), en Massachusetts Law
Quarterly, Volume II, number 5, May, 1917, pp. 437 y ss.; en concreto, p. 442.
628 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
84
Robert Lowry CLINTON: “Marbury v. Madison, Judicial Review, and Constitutional Supremacy
in the Nineteenth Century”, op. cit., pp. 76-77.
85
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 342.
86
En una dirección bien próxima, Kent pudo afirmar que en Marbury, “el poder y el deber del
judiciary para hacer caso omiso de una ley inconstitucional del Congreso o de cualquier legislatura
estatal, fueron declarados a través de un argumento que se aproxima a la certeza de una demostración
matemática”. Cit. por Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p.
107. Clinton, sin embargo, tilda tal consideración de una “famosa exageración”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 629
Parece bastante claro, que al proceder como se acaba de señalar, tratando las
cuestiones en tal orden, la Corte se apartaba del orden procesal habitual. Como la
última cuestión concernía a la jurisdicción de la Corte para considerar el caso, de
acuerdo con la práctica normal, debería de haber sido tratada en primer término.
Es perfectamente comprensible que la cuestión preliminar a abordar por la Corte
fuera la de su propia jurisdicción. Tal jurisdicción estaba basada en la Sección 13
de la Judiciary Act, que facultaba a la Corte para conceder un writ of mandamus,
pero si la ley no podía constitucionalmente conceder tal jurisdicción, como a la
postre habría de considerar la Supreme Court, ésta quedaba privada de autoridad
para entrar en el fondo del asunto, esto es, en la cuestión de si a Marbury le asistía
el derecho a la entrega de su nombramiento, quedando tal nombramiento, de serle
reconocido a Marbury tal derecho, fuera del control tanto de Jefferson como de
Madison.
Innecesario es decir por obvio, que el cambio del orden normal en el trata-
miento de las distintas cuestiones concernidas, entrando primero en el análisis
del fondo del asunto, iba a permitir al Chief Justice explicar al país, ante todo,
que Madison (y por supuesto Jefferson, pues nadie podía creer que el Secretario
de Estado hubiera actuado motu propio) había violado el derecho de Marbury,
actuando por lo mismo ilegalmente al paralizar la entrega de las comisiones, y
después, que de acuerdo con los principios del common law, que la Corte iba a
considerar aplicables, era perfectamente legítimo que William Marbury dispusiera
de un remedio jurídico frente al perjuicio que había sufrido en su derecho, y que el
writ of mandamus era el remedio adecuado para un tribunal que hubiera dispuesto
de jurisdicción en el caso. Si Marshall hubiera pretendido tan sólo reivindicar la
potestad de la Corte para declarar inconstitucional una ley del Congreso, habría
podido perfectamente examinar las cuestiones en el orden con que las presentó
el abogado de la parte actora. Que esta inversión del orden de la argumentación
era considerada como algo inusual lo demostraría, según Boudin88, la especie de
87
Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 37.
88
Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, op. cit., Volume I, p. 212.
630 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
“The peculiar delicacy of this case, the novelty of some of its circumstances,
and the real difficulty attending the points which occur in it, require a
complete exposition of the principles, on which the opinion to be given by
the court, is founded”.
89
Así lo recuerda James O´FALLON, en “Marbury”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Volume
44, 1991-1992, pp. 219 y ss.; en concreto, p. 243.
90
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 539.
91
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution..., op. cit., Volume II, p. 1045.
92
J. A. C. GRANT: “Marbury v. Madison Today”, en The American Political Science Review, Vol.
23, No. 3, August 1929, pp. 673 y ss.; en concreto, p. 675.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 631
93
William W. VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison”, en Duke Law Journal
(Duke L. J.), Volume 1969, number 1, January, 1969, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 7.
94
Van Alstyne complementó su razonamiento con otra nueva reflexión. A su entender, la cuestión
del derecho de Marbury a la entrega de su nombramiento dependía de si, conforme a las circunstancias,
Madison era responsable judicialmente por la conducta seguida en el ejercicio de su cargo de Secretario
de Estado, es decir, de si se hallaba sujeto a la jurisdicción de la Corte en una actuación planteada
contra él por razón de su actuación en el cargo. Siendo ello así, en un cierto sentido, puede entenderse
que la Corte inició el tratamiento del caso “with an issue respectig <jurisdiction>”. William W. VAN
ALSTYNE: “A Critical Guide...”, pp. 7-8.
95
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson: The Political Background..., op. cit., p. 123.
96
Christopher WOLFE: “John Marshall & Constitutional Law”, en Polity, Vol. 15, No. 1, Autumn,
1982, pp. 5 y ss.; en concreto, p. 19.
632 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
97
Harold H. BURTON: “The Cornerstone of Constitutional Law...”, op. cit., p. 881.
98
James E. PFANDER: “Marbury, Original Jurisdiction, and the Supreme Court´s Supervisory
Powers”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Volume 101, 2001, pp. 1515 y ss.; en concreto, p.
1607.
99
Louis WEINBERG: “Our Marbury”, op. cit., p. 1242.
100
Sosin utiliza justamente este calificativo cuando alude a “a clever ordering of the elements of
the court´s opinion”. J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe (The Origins of Judicial Review
in America), Greenwood Press, New York/Westport (Connecticut)/London, 1989, p. 308.
101
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution..., op. cit., Vol. II, p. 1045.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 633
habría gustado hacer, pues la Corte en nada incidió en este caso sobre las funciones
de la rama ejecutiva. Bien distinta habría sido la situación si la Corte hubiera
admitido la pretensión de los demandantes y, en consecuencia, emitido el man-
damus al Secretario de Estado. A la vista de la crispada situación política, de las
manifestaciones de algunos líderes Republicanos y de las envenenadas diatribas
lanzadas por la prensa Jeffersoniana, pensar que Madison hubiera entregado
los nombramientos, dando así cumplimiento al mandamus, era visualizar un
supuesto de ciencia ficción. Y Marshall, “a masterful tactician”, del que no puede
ignorarse que uno de los fines pretendidos con su sentencia, era el de sentar las
bases para el enorme poder judicial que la Corte habría de tener en el futuro102,
no parecía dispuesto a dejar en entredicho la autoridad de su Tribunal; de ahí que
procediera a sacrificar una trivial porción de la jurisdicción de la Corte. Como ha
escrito Abraham103, la exposición de Marshall es una muestra de auto-abnegación
judicial (“judicial self-abnegation”) combinada con la apropiación judicial de
poder (“judicial assumption of power”). Y en último término, la sentencia destila
por todos sus poros el coraje de quien la redactó. Como escribiera otro enorme
Associate Justice, Felix Frankfurter104, “the courage of Marbury v. Madison, is not
minimized by suggesting that its reasoning is not impeccable and its conclusion,
however wise, not inevitable”.
Zanjar la cuestión que nos ocupa a través de la conclusión de que la alteración
del orden procesal respondió tan sólo a meros objetivos políticos es algo que sería
enormemente reductor y que desconocería la trascendencia que Marshall otorgó
siempre a la Constitución. Como ya se ha dicho, Marshall siempre consideró de la
máxima importancia desbrozar el significado de la Constitución, que no era una
norma que hubiera de limitarse a su aplicación in casu. En esos primeros tiempos,
el Derecho constitucional requería de una amplia y progresiva construcción
dogmática y la Corte era el órgano privilegiado para llevarla a cabo. Y el Tribunal,
aún admitiendo que carecía de la facultad de emitir el writ of mandamus, porque
la Sección 13 de la Ley de 1789 violaba la Sección 2ª del Art. III de la Constitución,
que confería la jurisdicción originaria a la Corte, iba a adoptar dos decisiones de la
máxima trascendencia constitucional para el futuro en relación al departamento
ejecutivo: de un lado, la Corte admitía su jurisdicción para conocer del caso,
pues aunque el Presidente dispusiera de una facultad discrecional ilimitada para
nombrar a los funcionarios federales, lo que no podía hacer, y menos aún respecto
a los jueces federales, era destituirlos arbitrariamente una vez nombrados; de
otro, y en coherencia con ello, la Corte precisaba que, en tales casos, el Ejecutivo
venía obligado a exponer la causa por la que el nombramiento no había sido
entregado. En definitiva, la Marshall opinion se iba a pronunciar sobre tres
cuestiones que aunque admitieran, como dice White105, ser consideradas como
políticas, resultaban básicas en el proceso de construcción del Derecho constitu-
102
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 74.
103
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 342.
104
Felix FRANKFURTER: “John Marshall and the Judicial Function”, en Harvard Law Review
(Harv. L. Rev.), Volume 69, 1955-1956, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 219.
105
G. Edward WHITE: The American Judicial Tradition, op. cit., p. 23.
634 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
cional norteamericano: 1ª) que el Presidente tenía discreción para nombrar a los
funcionarios federales a su voluntad (“at his will”); 2ª) que, una vez nombrados, no
podía destituirlos arbitrariamente, viniendo obligado a justificar en sede judicial
la causa de la destitución, y 3ª) que la Corte tenía autoridad para decidir que una
ley del Congreso violaba la Constitución.
En resumen, la alteración del orden procesal normal de la sentencia no fue
algo casual, sino que respondió a objetivos diversos, que no pueden reconducirse
sin más a los meros fines políticos.
una orden para poner el gran sello a la comisión o encargo, y el sello debe ser
puesto tan sólo a un instrumento que está completo (prgfo 31). Al ser firmado
un encargo o comisión, el deber subsiguiente del Secretario de Estado se halla
prescrito por la ley, y no está regido por la voluntad del Presidente (prgfo 33). Tal
deber consiste en poner el sello de los Estados Unidos (“the seal of the United
States”) a la comisión y en registrarlo.
La conclusión de Marshall es inequívoca (prgfo 54): “El Sr. Marbury, en cuanto
que su comisión fue firmada por el Presidente y sellada por el Secretario de Esta-
do, fue nombrado, y como la ley que crea el cargo dio al funcionario un derecho a
ocuparlo durante cinco años, con independencia del ejecutivo, el nombramiento
no es revocable, sino que queda investido (“vested”) de los derechos legales de un
funcionario, derechos que son protegidos por las leyes de este país”.
Como puede apreciarse por lo hasta aquí transcrito, el argumento primario de
Marshall en relación al derecho de Marbury parece asentarse en una distinción
que se hace derivar de la diferenciación constitucional entre “the President´s
appointing” y los “commissioning powers”. Como destaca O´Fallon106, Marshall
rompió los lazos entre los que podríamos tildar como nombramiento y encargo
o comisión (“Marshall drove a wedge between appointment and commission”),
observando que el Presidente puede ser requerido a otorgar encargos de nom-
bramiento a funcionarios que él no ha nombrado realmente. En cualquier caso,
Marshall no argumenta las razones de la diferenciación aducida, que pasa así a
descansar en su simple afirmación.
106
James M. O´FALLON: “Marbury”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Volume 44, 1991-1992,
pp. 219 y ss.; en concreto, p. 246.
107
William E. NELSON: “Marbury v. Madison, Democracy and the Rule of Law”, en Tennessee Law
Review (Tenn. L. Rev.), Volume 71, 2003-2004, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 232.
636 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
108
Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 93.
109
Se ha comparado la situación del Marbury case con la del también trascendental caso United
States v. Nixon, decidido el 24 de julio de 1974 por el voto unánime de ocho miembros de la Corte,
no participando en la deliberación el aún Associate Justice William H. Rehnquist, y exponiendo el
Chief Justice Warren E. Burger la opinion of the Court. En él, la Corte consideró que los documentos
en custodia de los altos funcionarios del ejecutivo, incluyendo al propio Presidente, estaban sujetos a
proceso judicial cuando fueren esenciales en el proceso de elaboración de una sentencia (adjudication)
en relación a los derechos y deberes de las partes, en un caso pendiente ante un tribunal federal,
y en ausencia de una clara demostración de que la exención del profundo examen judicial (“from
judicial scrutiny”) de los documentos era absolutamente necesaria por razones de seguridad nacional.
En cualquier caso, hay importantes diferencias entre los dos casos. En Nixon, un caso criminal, el
Presidente fue llamado directamente como un co-conspirador no acusado. En Marbury, una acción
civil, el Presidente era una figura que se situaba en un segundo plano (“a background figure”), aunque
más tarde Jefferson confesó haber ordenado a Madison, el Secretario de Estado, que rehusara la
entrega de las comisiones o encargos. Cfr. al efecto, Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison
and Judicial Review, op. cit., p. 89. Asimismo, y del propio autor, cfr. “Marbury v. Madison, Judicial
Review, and Constitutional Supremacy in the Nineteenth Century”, op. cit., p. 80.
110
William W. VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison”, op. cit., pp. 9-10.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 637
111
Robert Lowry CLINTON, en Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 90.
112
William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England, Volume III (“Of Private Wrongs”),
The University of Chicago Press, Chicago & London, 1979 (A Facsimile of the First Edition of 1765-
1769), p. 23.
638 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
113
Paul W. KAHN: The Reign of Law..., op. cit., pp. 94-95.
114
William E. NELSON: Marbury v. Madison..., op. cit., p. 59.
115
Joyce APPLEBY: “The American Heritage: The Heirs and the Disinherited”, en The Journal of
American History, Vol. 74, No. 3, December 1987, pp. 798 y ss.; en concreto, p. 811.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 639
Con tan nítidos términos, Marshall sentaba una doctrina que estaba llamada
a tener durante un dilatadísimo período de tiempo una importancia nuclear no
sólo en los Estados Unidos, sino, por influjo de este país, en otros muchos lugares.
La Marshall Court ratificaría en algunas otras de sus decisiones esta doctrina,
116
Paul W. KAHN: The Reign of Law..., op. cit., p. 156.
117
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 571.
640 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
118
Ibidem, p. 571.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 641
a voluntad del Presidente, los derechos que ha adquirido están protegidos por la
ley y no son reasumibles por el Presidente” (prgfo 79). “The question whether a
right has vested or not, is, in its nature, judicial, and must be tried by the judicial
authority” (prgfo 80).
La conclusión final ya resulta evidente. Rechazado por Marshall que lo que
estuviera en juego fuera una actuación del Secretario de Estado como mero agente
ejecutor de la voluntad presidencial, y admitido que de lo que se trataba era del
cumplimiento por aquél de un deber específico exigido por la ley, y disponiendo
Marbury de un título legal para el cargo, resultaba evidente que disponía de un
derecho al encargo o comisión, siendo así el rechazo a entregarlo una clara vio-
lación (“a plain violation”) de ese derecho, frente a la que las leyes de los Estados
Unidos le concedían un remedio (“afford him a remedy”), pues al Chief Justice le
resultaba igualmente claro que “the individual who considers himself injured, has
a right to resort to the laws of his country for a remedy”.
sustentada por Lord Mansfield en el caso the King v. Baker (prgfos 92-93). El
célebre juez inglés razonaba que “whenever there is a right to execute an office,
perform a service, or exercise a franchise (more specifically if it be in a matter of
public concern, or attended with profit) and a person is kept out of the possession,
or dispossessed of such right, and has no other specific legal remedy, this court
ought to assist by mandamus, upon reasons of justice, as the writ expresses, and
upon reasons of public policy, to preserve peace, order and good government”.
A partir de estas concepciones doctrinales, que el Chief Justice también de algún
modo utiliza para poner de relieve la preocupación existente en el pensamiento
jurídico británico en torno a los instrumentos de protección de los individuos
que han sufrido daños120, Marshall constata (prgfo 95), que si el writ demandado
fuera concedido sería dirigido a un funcionario del gobierno, y el mandato
sería, utilizando las palabras de Blackstone, “para hacer una cosa concreta allí
especificada, que corresponde a su cargo y deber y que la Corte ha determinado
previamente o, por lo menos, presupone estar de acuerdo con el derecho y la
justicia”. Estas circunstancias concurren en el caso. Ahora bien, para hacer del
mandamus un remedio adecuado es necesario asimismo que el funcionario a quien
se pretenda dirigir sea uno a quien, con base en los principios jurídicos, pueda
ser dirigido, y la persona que lo solicita debe carecer de cualquier otro específico
remedio jurídico (“the person applying for it must be without any other specific
and legal remedy”) (prgfo 97).
Al abordar la persona a quien ha de dirigirse el mandamus, Marshall vuelve
a rechazar que se esté ante un acto político, o que la Corte se esté entrometiendo
en demasía en el ámbito del poder ejecutivo, no sin antes admitir, que la profunda
relación política que subsiste entre el Presidente y los que, como Madison, se
encuentran al frente de los departamentos ministeriales (de las Secretarías, con
más rigor), “renders any legal investigation of the acts of one of those high officers
peculiarly irksome, as well as delicate; and excites some hesitation with respect
to the propriety of entering into such investigation” (prgfo 98).
La sentencia insiste en que la competencia de la Corte es tan sólo decidir sobre
los derechos de los individuos, no examinar cómo el ejecutivo o sus funcionarios
llevan a cabo los deberes en que ellos gozan de discreción. “Questions, in their
nature political, –se añade en la decisión– or which are, by the constitution and
laws, submitted to the executive, can never be made in this court”. Pero ni remo-
tamente puede entenderse como una cuestión política lo que pide el demandante,
corporation, or inferior court of judicature, within the King´s dominions; requiring them to do some
particular thing therein specified, which appertains to their office and duty, and which the court of
King´s Bench has previously determined, or at least supposes (en la sentencia se transcribe “supposed”),
to be consonant to right and justice”. William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England,
Volume III, op. cit., p. 110.
120
Más ampliamente, Klinkhamer ha aludido a cómo en Marbury Marshall se refirió brevemente
a la historia del Derecho británico para ejemplificar la preocupación que el gobierno había tenido
“to protect individuals who claimed to have suffered injuries”. Sister Marie Carolyn KLINKHAMER,
O.P.: “John Marshall´s Use of History”, en The Catholic University of America Law Review (Cath. U.
Am. L. Rev.), Washington, Volume VI, 1956-1957, pp. 78 y ss.; en concreto, p. 88.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 643
121
James M. O´FALLON: “Marbury”, op. cit., p. 250.
122
Jefferson B. FORDHAM and Theodore H. HUSTED, Jr.: “John Marshall and the Rule of Law”,
en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Volume 104, 1955-1956, pp. 57 y ss.; en
concreto, p. 68.
644 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
la decisión es que tras reconocer el derecho que asiste a Marbury a una reparación
jurídica, la realidad será que la sentencia, finalmente, no amparará al frustrado
juez de paz. Por ello, Kahn123 ha considerado esta parte de la sentencia como la
más desconcertante (“the most puzzling”), la más gratuita. Pero también es cierto,
que afirmar hoy que Marshall formuló aquí una declaración gratuita, inoperativa,
no deja de ser una reflexión completamente académica, pues no cabe olvidar la
trascendencia que la formulación de este principio tuvo en su época. Así lo ha
destacado un sector de la doctrina124, para el que puede haber escasa duda de
que, como la decisión de los jueces ingleses en el famoso caso de Ashby v. White
(1703), la sentencia supuso en este punto un robusto apoyo para el “rule of law”.
Por lo demás, es indudable que, hasta aquí, (con una extensión cercana a las
tres cuartas partes de la sentencia) Marshall había seguido bastante de cerca la
línea argumental sustentada por Charles Lee. Con independencia de que esta parte
pudiera o no ser calificada como mero obiter dictum, lo cierto es que su conclusión
proclive, como cuestión de principio, a la admisibilidad del mandamus frente
al Secretario de Estado no dejaría de tener consecuencias para la doctrina de la
separación de poderes en su conjunto125.
Admitido pues, que se está ante un caso claro de mandamus, sólo resta
preguntarse si ese writ puede expedirse por la Corte. El tratamiento de tal cuestión
da paso a la recepción de la doctrina de la judicial review, previa declaración de la
inconstitucionalidad de la disposición de la Judiciary Act que habilitaba a la Corte
para expedir el mandamus. De todo ello nos ocupamos de inmediato.
No hay que ser muy intuitivo para suponer que el corazón de Marshall se halla-
ba del lado de la causa de William Marbury, colega Federalista, y en cuyo proceso
de nombramiento él había participado, entre otros factores de proximidad. Como
se acaba de ver, el Chief Justice estaba plenamente de acuerdo en que tenía derecho
a la entrega del nombramiento y en que el Derecho le debía facilitar un remedio
jurídico para reparar la vulneración del derecho. Pero la situación a la que se en-
frentaba Marshall no dejaba de ser una enrevesada situación política. La concesión
del writ suponía, de hecho, una intromisión en las facultades presidenciales; así
lo veía Jefferson, aunque tal visión fuera harto discutible. Pero de lo que no debía
de caber duda a Marshall es de que tal concesión suponía el levantamiento por la
Corte del “hacha de guerra” contra la Administración Republicana, y las probabi-
lidades de que Jefferson pusiera en marcha el procedimiento de impeachment eran
mucho más que una mera especulación. Por otro lado, tampoco el Chief Justice
123
Paul W. KAHN: The Reign of Law..., op. cit., p. 148.
124
Jefferson B. FORDHAM and Theodore H. HUSTED, Jr.: “John Marshall and the Rule of Law”,
op. cit., p. 65.
125
Cfr. al respecto, David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred
Years (1789-1888), op. cit., pp. 66-67.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 645
debía dudar acerca de que el otorgamiento del mandamus chocaría con la negativa
del Secretario de Estado, circunstancia que, indiscutiblemente, supondría una
grave erosión de la autoridad de la Supreme Court. A su vez, la consideración de
que la norma legal que habilitaba a la Corte para emitir el mandamus se hallaba en
contradicción con la Constitución, no pudiendo por lo mismo ser aplicada, tenía
todos los visos de ser considerada como un consentimiento por la Corte frente a
una usurpación por el ejecutivo de funciones judiciales, como un repliegue del
supremo órgano jurisdiccional ante el capricho arbitrario de un alto funcionario
del ejecutivo. Todas las opciones que estaban al alcance de la Corte encerraban
efectos políticos perjudiciales para ella misma. Con todo, Marshall se iba a
decantar por la última opción, pues como genial táctico y estratega que era, si
se nos permite el símil, no le importaba perder una batalla si con ello terminaba
venciendo la guerra, como así habría de acontecer con una visión a largo plazo.
En este segundo gran bloque argumental, como ya se dijo, se aborda la cues-
tión de si la Corte puede conceder el mandamus que los demandantes le requieren
que expida. Aunque esta parte (que se inicia en el prgfo 117) no es la más extensa
de la decisión, desde luego, sí es la más trascendente, la que le ha hecho pasar a la
posteridad, pues será en ella donde Marshall recepcione la doctrina de la judicial
review. La sentencia comenzará aquí abordando la cuestión constitucional, que
no era sino la de si la Supreme Court podía ejercer una jurisdicción que entendería
originaria cuando un ciudadano norteamericano requiriera a los Justices la emi-
sión de un writ of mandamus frente a un alto funcionario federal. Ello exigía, ante
todo, analizar la conformidad de la Sección 13 de la Judiciary Act, en la se apoyaba
legalmente la demanda, con las previsiones constitucionales. Llegada la Corte a la
conclusión de la incompatibilidad entre la norma de la Sección 13, que habilitaba
a la Corte para emitir un mandamus dirigido a personas que desempeñaran un
cargo bajo la autoridad de los Estados Unidos, y la previsión de la Sección 2ª del
Art. III de la Constitución, que establecía la doble jurisdicción, originaria (“trial
jurisdiction”) y de apelación (“appellate jurisdiction”), de la Supreme Court, la
sentencia se planteaba la última y definitiva cuestión: la de si la Corte podía ejercer
una jurisdicción que le habilitaba para emitir writs of mandamus a funcionarios
públicos, cuando la misma le había sido conferida por una ley que se consideraba
contradictoria con los postulados constitucionales (“it becomes necessary –aduce
la Corte en el prgfo 131– to enquire whether a jurisdiction, so conferred, can
be exercised”. A partir de aquí, la Marshall opinion procede a recepcionar la
doctrina de la judicial review (prgfos 132 y ss.), fundamentándola, primero, en
una serie de razonamientos de carácter general que recuerdan muy de cerca la
argumentación hecha por Hamilton en el número 78 de los Federalist Papers, y
después, en un breve conjunto de consideraciones que entresaca del propio texto
literal de la Constitución. No deja de resultar un tanto sorprendente la casi total
ausencia en los parágrafos de la decisión de referencias tanto a los precedentes
jurisprudenciales, que los había, como a la posición sustentada por los Framers
respecto al instituto de la judicial review. A todo ello nos referimos a continuación.
646 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
126
Marshall, y nos parece fundamental destacarlo, pues creemos que es un dato muy significativo
de un aspecto claramente criticable en su construcción interpretativa, omite la transcripción completa
de la cláusula segunda de la Sección 2ª del Art. III de la Constitución, que está redactada, exactamente,
en estos términos: “In all Cases affecting Ambassadors, other public Ministers and Consuls, and those
in which a State shall be Party, the Supreme Court shall have original Jurisdiction. In all the other
Cases before mentioned, the Supreme Court shall have appellate Jurisdiction, both as to Law and
Fact, with such Exceptions, and under such Regulations as the Congress shall made”. Prescindir, y no
sólo en la transcripción, pues ello sería un dato puramente formal, sino también en la interpretación,
de la que se conoce como la exception clause, distorsionará la interpretación, que, de atender a la
mencionada cláusula, podría haber conducido a una conclusión bien dispar.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 647
III. Recordaremos, ante todo, que durante los primeros años de vida de
la Corte, ésta había recibido demandas en las que se le requería la emisión de
mandamus. Charles Lee lo puso de relieve en apoyo de su demanda, como tuvimos
ya oportunidad de indicar. De esas solicitudes de concesión de un mandamus
conocieron Associate Justices tales como James Wilson, John Blair y William
Paterson, todos ellos antiguos miembros de la Convención de Filadelfia, y con
independencia de que los writs demandados no fueran concedidos, por entenderse
que no había lugar a ello, nunca se cuestionó la autoridad de la Corte para emitir-
los. Por otro lado, como recuerda la doctrina127, en la época, existía una presunción
de que mientras el Congreso no podía reducir, sí podía por el contrario añadir a
la jurisdicción originaria de la Corte. A este respecto, cabe recordar que en unas
notas añadidas a la decisión de la Corte en el caso United States v. Ferreira (1851),
el Chief Justice Taney admitió que en los primeros días del gobierno el derecho
del Congreso a otorgar jurisdicción originaria a la Supreme Court en casos no
enumerados por la Constitución “era sostenido por muchos juristas y parece haber
sido considerado por los jueces que decidieron el Yale Todd´s case en 1794128. Más
aún, el propio John Marshall había participado tempranamente (en 1800) en la
redacción de un proyecto de ley sobre el judiciary en el que se procedía a expandir
la limitada jurisdicción originaria de la Corte129. Y por si los mencionados no fue-
ran suficientes argumentos, puede recordarse, adicionalmente, que la paternidad
de la Ley Judicial de 1789 había recaído sobre Oliver Ellsworth, miembro de la
Convención Constituyente y después antecesor de Marshall en la Chief Justiceship,
siendo el texto legal posteriormente aprobado por el First Congress, del que eran
miembros muchos de los que habían participado en la Convención de Filadelfia,
y con anterioridad a Marshall nadie cuestionó la cláusula legal que él iba a tildar
de inconstitucional130. En definitiva, la constitucionalidad de la Sección 13 no
fue una cuestión polémica en los años 1790, anteriores a la sentencia, y tanto la
Corte como el Congreso pensaban que el Art. III de la Constitución permitía al
último trasladar casos de la jurisdicción de apelación de la Corte a su jurisdicción
originaria. Las varias decisiones de la Corte sobre las peticiones de mandamus
corroboraban este sentir y la propia historia legislativa de la Judiciary Act de 1801
proporcionaba una prueba adicional de que éste era el entendimiento general131.
127
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe, op. cit., p. 308.
128
Ibidem, p. 307.
129
Se hace eco de ello Donald O. DEWEY, en Marshall versus Jefferson: The Political Background...,
op. cit., p. 131. De conformidad con este proyecto, la Corte Suprema asumía jurisdicción para conocer
de los pleitos presentados por “any state, body politic or corporate, company or person against the
United States”.
130
Wright, criticando la teoría de Marshall, que a su juicio, desde una óptica constitucional, ve en los
jueces “the only true guardians of the permanent will of the people”, considera un comentario esclarecedor
(“an enlightening commentary”) el hecho de que en el primer caso en que una ley del Congreso se
consideró que violaba la Constitución, la ley estaba escrita por hombres que habían ayudado a redactar
la Constitución, mientras que la decisión judicial era de un hombre que no había tomado parte en ese
histórico proceso. Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, op. cit., p. 37.
131
En sentido análogo, Susan Low BLOCH and Maeva MARCUS: “John Marshall´s Selective Use
of History in Marbury v. Madison”, en Wisconsin Law Review (Wis. L. Rev.), Volume 1986, 1986, pp.
301 y ss.; en concreto, pp. 328-329.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 649
132
Robert Jackson, quien fuera Associate Justice entre 1941 y 1954, aludiría específicamente al dato
de cómo en cinco de sus grandes opinions Marshall no mencionó ningún precedente, confrontando
esta pauta con el hecho de que los grandes comentaristas jurídicos como Kent o Story, frecuentemente,
mencionaban en apoyo de sus tesis a autoridades del Derecho civil, principalmente de fuentes alemanas
o francesas. Robert H. JACKSON: The Supreme Court in the American System of Government, Harvard
University Press, Cambridge (Mass.), 1955, p. 30.
133
J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe, op. cit., p. 308.
134
James E. PFANDER: “Marbury, Original Jurisdiction, and the Supreme Court´s Supervisory
Powers”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Volume 101, 2001, pp. 1515 y ss.; en concreto, p.
1561.
650 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
135
Paradigmática de tal posición puede ser la siguiente afirmación de Corwin: “it must be noted
that jurisdiction is always either original or appellate, -- that there is, in other words, no third sort”.
Edward S.CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, en Michigan Law
Review (Mich. L. Rev.), Volume XII, 1913-1914, pp. 538 y ss.; en concreto, p. 540.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 651
del Art. III de la Constitución. Corwin, hace casi un siglo, rebatiría con dureza el
razonamiento de Marshall. Admite tan relevante autor136, que la regla de la exclu-
sividad a menudo se aplica a casos de enumeración afirmativa, de manera que la
única cuestión a dilucidar sería la de si el parágrafo constitucional nos situaba
ante un caso de este género. Pero llegado aquí, Corwin discrepaba de ese sentido
negativo o exclusivo sostenido por Marshall, pues aún reconociendo que los
términos de la disposición constitucional colocan los casos por ella mencionados
fuera del alcance del Congreso, lo que, desde luego, no es nada desdeñable, el
Chief Justice –siempre según el razonamiento de Corwin– omite toda referencia
a las palabras de la propia cláusula constitucional que siguen a aquellas otras de
las que él se hace eco en la sentencia (“in all the other cases before mentioned,
the Supreme Court shall have appellate jurisdiction”). Y en efecto, la sentencia
transcribe de modo incompleto la norma constitucional, pues al texto citado por
el Chief Justice le sigue este otro: “both as to law and fact, with such exceptions,
and under such regulations as the Congress shall made”. Innecesario es decir
que una clave hermenéutica podría encontrarse en esa alusión a: “con las excep-
ciones... que el Congreso estableciere”. ¿Porqué no podrían las excepciones así
permitidas frente a la jurisdicción de apelación de la Corte Suprema haber tenido
la intención de consistir en otorgar a la Corte, si el Congreso así lo considerara
oportuno, jurisdicción originaria en los supuestos abarcados por las mismas? En
una posición no muy distante, Grant137 aduce, que la conclusión de la sentencia
de que el Congreso no puede añadir nada a la jurisdicción originaria de la Corte
es cualquier cosa salvo cierta (“is anything but certain”). La exception clause, qué
duda cabe, podía haber jugado un rol importante en la interpretación de la norma
constitucional y, sin embargo, Marshall la ignora, aunque, desde luego, no falten
quienes consideran que en su diseño originario la exception clause no otorgaba
autoridad al Congreso para ampliar la jurisdicción originaria de la Corte138.
Amplios sectores de la doctrina más cercana en el tiempo a nosotros se
han manifestado igualmente de modo crítico frente a la estricta interpretación
136
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine...”, op. cit., p. 540.
137
J. A. C. GRANT: “Marbury v. Madison Today”, en The American Political Science Review, Vol.
23, No. 3, August 1929, pp. 673 y ss.; en concreto, p. 676.
138
Tal es, por ejemplo, el caso de Amar, para quien la historia de la exceptions clause socava los
puntos de vista de la crítica moderna. Este autor entiende, que en la Convención de Filadelfia el
primitivo diseño de la exceptions clause habría permitido efectivamente al Congreso cambiar casos
propios de la jurisdicción de apelación de la Corte a su listado de la jurisdicción originaria, pero los
términos de este diseño de la cláusula nunca salieron de la Comisión. Además, en una ocasión, la
Convención Constitucional rechazó expresamente dos enmiendas propuestas frente al Art. III, una
de ellas dirigida precisamente frente a la exceptions clause (que postulaba la siguiente redacción
alternativa: “in all the other cases before mentioned the judicial power shall be exercised in such
a manner as the Legislature may direct”), enmiendas éstas que habrían permitido aumentar la
jurisdicción originaria de la Corte. A mayor abundamiento, durante el período de ratificación de la
Constitución, ninguna persona, Federalista o anti-Federalista, reclamó que el Congreso, al amparo
de su exceptions power o de cualquier otra facultad, tuviera autoridad para ampliar la jurisdicción
originaria de la Corte Suprema. Akhil Reed AMAR: “Marbury, Section 13, and the Original Jurisdiction
of the Supreme Court”, en University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 56, 1989, pp.
443 y ss.; en concreto, pp. 467-468.
652 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
del Chief Justice. Y ello nos parece que responde a una percepción análoga. Si
atendemos al conjunto de la cláusula objeto de interpretación (que anteriormente
hemos transcrito a pié de página), resulta bastante claro que la referencia del
párrafo segundo de la disposición que nos ocupa a “in all the other cases before
mentioned” remite al primer párrafo, lo que permite la siguiente interpretación:
fuera de los casos del párrafo primero, la jurisdicción de la Corte será de apelación;
ahora bien, la exception clause (“with such exceptions... as the Congress shall
made”) permite al Congreso establecer excepciones sobre los casos sujetos a la
jurisdicción de apelación, excepciones que, porqué no, podrían entenderse en el
sentido de que casos que sin esa cláusula quedarían sujetos a la jurisdicción de
apelación, pasaran a ser de la jurisdicción originaria de la Corte.
Como puede apreciarse, un buen conjunto de las críticas formuladas por
la doctrina, con unos u otros matices, ha tenido como punto de referencia la
exception clause. Pero al margen ya de la mayor o menor consistencia de esta
interpretación divergente de la de Marshall, lo que estas apreciaciones críticas
dejan meridianamente claro es que la interpretación de Marshall no era en modo
alguno incontrovertible, pues otras lecturas de la norma constitucional eran per-
fectamente posibles139. Por lo mismo, un amplio sector doctrinal ha entendido que
no hubo necesidad real de declarar la inconstitucionalidad; tal declaración habría
respondido antes a una estrategia política que a una verdadera razón jurídica.
139
En sus aceradas críticas a Marshall, Levinson ha llegado a escribir que “no honest person could
claim that both section 13 and Article III are <clear> in their meaning”. Sanford LEVINSON: “Why
I do not Teach Marbury...”, op. cit., p. 565.
140
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: The Powers of the Federal Courts,
1801-1835”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Volume 49, 1982, pp. 646 y ss.;
en concreto, p. 654.
141
William VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison”, op. cit., p. 31.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 653
142
En la misma línea interpretativa, Monaghan escribe: “Powerful, and to my mind convincing,
arguments can be made that the named categories (the three categories specifically named in article
III) stated only the irreducible minimum, not the maximum, of original jurisdiction”. Henry P.
MONAGHAN: “Marbury and the Administrative State”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.),
Vol. 83, No. 1, January 1983, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 8.
143
Akhil Reed AMAR: “Marbury, Section 13, and the Original Jurisdiction of the Supreme Court”,
op. cit., p. 464.
144
James M. O´FALLON: “Marbury”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Volume 44, 1991-1992,
pp. 219 y ss.; en concreto, p. 256. También este autor, en la línea crítica más común, alude a cómo
Marshall ignoró “the <exceptions and regulations> language of Article III” (p. 255).
654 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
145
Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court, op. cit., p. 336.
146
Akhil Reed AMAR: “Marbury, Section 13, and the Original Jurisdiction...”, op. cit., p. 444.
147
James E. PFANDER: “Marbury, Original Jurisdiction, and the Supreme Court´s Supervisory
Powers”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Volume 101, 2001, pp. 1515 y ss.; en concreto,
p. 1518.
148
Cfr. al respecto Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine...”, op. cit.,
pp. 541-542.
149
Aunque ya hemos transcrito parte del texto de la Sección 13, puede ser de utilidad volver a
reproducir la parte de esa Sección que la Marshall Court rehusó aplicar en el Marbury case:
“The Supreme Court shall also have appellate jurisdiction from the circuit courts and the Courts
of the several states, in the cases hereinafter specially provided for; and shall have power to issue
writs of prohibition to the district courts, when proceeding as courts of admiralty and maritime
jurisdiction, and writs of mandamus, in cases warranted by the principles and usages of law, to any
courts appointed or persons holding office under the authority of the United States”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 655
150
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution..., op. cit., Volume II, p. 1040.
151
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine...”, op. cit., pp. 542-543.
152
William W. VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison...”, op. cit., pp. 15-16.
656 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
VI. Frente a las argumentaciones críticas expuestas qué duda cabe que pueden
esgrimirse otras de signo contrario. Y así lo ha hecho un determinado sector
de la doctrina. De entrada, cabe recordar ciertos hechos históricos que pueden
contribuir a contrarrestar algunos de los precedentemente expuestos. Así, durante
el trascendental período de ratificación de la Constitución por los Estados, los
Federalistas aseguraron a su audiencia, que la jurisdicción originaria de la Corte
Suprema se extendería tan sólo a las específicas categorías mencionadas por el
Art. III de la Constitución, mientras que en todos los demás casos de conocimiento
federal la jurisdicción originaria pertenecería a los tribunales inferiores, no dis-
poniendo la Supreme Court sino de una jurisdicción de apelación. La explicación
153
Akhil Reed AMAR: “Marbury, Section 13, and the Original Jurisdiction of the Supreme Court”,
op. cit., p. 455.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 657
de esta visión, que se traducía en que la cláusula del Art. III debiera interpretarse
como una cláusula de máximos, no de mínimos, puede comprenderse fácilmente:
la jurisdicción de la Corte Suprema siempre resultó geográficamente onerosa; las
enormes distancias que separaban a la Corte (independientemente de su ubicación
en Nueva York, Filadelfia o Washington, las tres ciudades en las que, sucesivamen-
te, sesionó) de otros territorios inclinaban a la conveniencia de limitar al máximo
la jurisdicción de la Corte. De ahí que, en conexión con esa finalidad de limitar
al máximo las geográficamente onerosas intervenciones de la Supreme Court,
incluso en su condición de jurisdicción de apelación, no quepa tampoco descartar
que la exception clause persiguiera un fin completamente diferente a los hasta
ahora referidos. A este respecto, la doctrina154 ha recordado, que los Federalistas
siempre hicieron hincapié en que el Congreso podía hacer excepciones frente a la
jurisdicción de apelación de la Corte, permitiendo así a los tribunales inferiores
que dispusieran de la última palabra. En Filadelfia, Madison, significativamente,
razonaba como sigue: “unless inferior tribunals were dispersed throughout the
Republic with final jurisdiction, in many cases, appeals (to the) ever so distant
(Supreme Court) would be multiplied to a most oppressive degree”. Podría
asimismo interpretarse en una onda próxima la consideración que Hamilton hace
en el artículo LXXXI de The Federalist Papers, en el que puede leerse: “El poder de
organizar tribunales inferiores obedece evidentemente al propósito de evitar la
necesidad de acudir a la Corte Suprema en todos los casos que son de competencia
federal”. Y en el artículo LXXXII el propio Hamilton escribe: “No percibo ningún
impedimento por el momento para que se establezca una apelación (frente a las
decisiones) de los tribunales de los Estados ante los tribunales subordinados
nacionales (“to the subordinate national tribunals”), y muchas ventajas pueden
concebirse de resultas de la concesión de tal poder”.
Hemos de admitir desde otra óptica, que muy posiblemente, ningún asunto
fuera tan delicado desde la perspectiva política como el de discernir si el antiguo
writ of mandamus del common law podía ser emitido por la Corte frente al
principal miembro del Gabinete del Presidente sin conculcar uno de los principios
vertebradores de la Constitución, el de separación de poderes. Se ha de reconocer
igualmente que otras varias opciones interpretativas eran posibles, y todas ellas
hubieran soslayado la declaración de inconstitucionalidad de la Sección155. Pero
de ahí a concluir que la decisión, con la subsiguiente articulación de la doctrina
de la judicial review, fue, sin más, el resultado del puro arbitrio político del Chief
Justice, que se tradujo en la usurpación de un poder que no le correspondía,
media un abismo. Abraham156 ha mostrado su rechazo a considerar la sentencia
154
Ibidem, p. 473.
155
Dewey ha llegado a afirmar, que la interpretación estricta de la Constitución que Marshall utilizó
en el Marbury case no solo no guardó sintonía con el Federalismo de Hamilton de los años 1790, sino
tampoco con el Federalismo del propio Marshall de 1804 a 1835. La cláusula de la Constitución que
Marshall empleó para justificar la anulación de la Sección 13 también podía haber sido interpretada
de tal modo que mantuviera la constitucionalidad de la disposición legal. Donald O. DEWEY: Marshall
versus Jefferson: The Political Background..., op. cit., p. 119.
156
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., p. 345.
658 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
como una usurpación, pues lejos de ello, y en alusión a la doctrina que nos ocupa,
considera que tiene unas poderosas declaraciones de autenticidad, basadas en
más de un siglo de historia, en una sólida línea de precedentes y en una literatura
contemporánea convincente. Es cierto que un permanente debate sobre la justi-
ficación y sensatez de la doctrina se iba a originar a partir de los años finales del
siglo XIX, no habiendo cesado realmente nunca, pero tan sólo ha servido para
añadir estatura a su progenitor.
Por supuesto, ni mucho menos faltan autores que consideran que la formu-
lación de Marshall fue la adecuada. Pero sus posiciones nos interesan en menor
medida. Con todo, recordaremos que Clinton cree que una lectural literal de la
Sección 13 permite estas dos plausibles conclusiones: 1) que la disposición se
había de aplicar a cualesquiera personas que desempeñaran un cargo bajo la
autoridad de los Estados Unidos, y 2) que el writ podía ser emitido en ambas
jurisdicciones, la originaria y la de apelación. Así interpretada, la disposición am-
pliaba la jurisdicción originaria de la Corte, siendo por lo mismo inconstitucional
y quedando por lo tanto el Tribunal en libertad de rechazar su aplicación157. A
su vez, Pfander entiende158, que tanto la naturaleza de la “mandamus authority”
como los términos, estructura e historia de la Sección 13, parecen confirmar
la interpretación que Marshall hizo de ese texto legal. Como Marshall, otros
abogados como Charles Lee o St. George Tucker, por mencionar tan sólo a los
dos más conocidos, vieron la concesión del mandamus power en la Sección 13
como una referencia a la prerrogativa del writ of mandamus, esto es, a una fuente
de autoridad permanentemente libre y cercanamente asociada con la facultad de
los tribunales supremos de supervisar a los tribunales y funcionarios inferiores.
157
Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., pp. 92-93.
158
James E, PFANDER: “Marbury, Original Jurisdiction and the Supreme Court´s Supervisory
Powers”, op. cit., p. 1549.
159
Esta no excesiva complejidad del tema, en pura lógica, debiera desembocar en un tratamiento
no en exceso dilatado de la cuestión. No lo entiende así un muy buen conocedor de John Marshall
como es Newmyer, para quien el Chief Justice se extendió olímpicamente (“in Olympian fashion”)
sobre la teoría general de la judicial review, apreciación con la que no terminamos de estar de acuerdo.
R. Kent NEWMYER: The Supreme Court under Marshall and Taney, Harlan Davidson, Inc., Arlington
Heights (Illinois), 1968, p. 30.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 659
lo que para decidirla se considera tan sólo necesario admitir ciertos principios
que, por lo demás, se hallan desde tiempo atrás bien establecidos. La confianza de
Marshall de que podía recorrer el camino que tenía ante sí con una cierta facilidad,
a juicio de Bickel160, es comprensible, pues él ya había formulado la cuestión
principal (“the question-in-chief”), que no se refería a si una ley contradictoria
con la Constitución podía permanecer, sino a quién estaría facultado para decidir
si la ley incurría en tal contradicción.
La Marbury opinion es comúnmente entendida como el locus classicus de una
teoría de la judicial review sustentada en una constitución escrita, pero, como nos
dice Ackerman161, Marshall construye su caso sobre un más profundo fundamento.
Basta para constatarlo con atender a uno de los párrafos de apertura (el prgfo
133) de esta parte de la sentencia, en el que se va a partir de la siguiente premisa:
“That the people have an original right to establish, for their future govern-
ment, such principles as, in their opinion, shall most conduce to their own
happiness, is the basis on which the whole American fabric has been erec-
ted. The exercise of this original right is a very great exertion; nor can it , nor
ought it, to be frequently repeated. The principles, therefore, so established,
are deemed fundamental. And as the authority, from which they proceed, is
supreme, and can seldom act, they are designed to be permanent”.
Quiere ello decir, que el Chief Justice no acude a la Constitución escrita como
punto de partida para la defensa de la autoridad judicial, sino que recurre a un
principio de política constitucional de la máxima trascendencia, como es el del
derecho originario del pueblo a decidir sobre su propio gobierno. Este originario
y supremo deseo del pueblo organiza el gobierno y atribuye a los diferentes
departamentos sus respectivos poderes. Marshall entiende (prgfo 134) que el
pueblo puede detenerse aquí o ir más allá, estableciendo ciertos límites que no
pueden ser sobrepasados por esos departamentos. A su juicio, el gobierno de los
Estados Unidos responde a la última descripción, que por utilizar una expresión
hamiltoniana podríamos identificar como un “gobierno limitado”, en cuanto sus
órganos de gobierno se hallan limitados por la constitución. Y en relación al poder
legislativo, la sentencia es inequívoca cuando en ella se afirma (prgfo 135): “The
powers of the legislature are defined and limited; and that those limits may not
be mistaken, or forgotten, the constitution is written”. El Chief Justice hace aquí
plenamente suya la tesis defendida por Hamilton en el nº 78 de The Federalist162,
160
Alexander M. BICKEL: The Least Dangerous Branch (The Supreme Court at the Bar of Politics),
Yale University Press, 2nd edition, New Haven and London, 1986, p. 3.
161
Bruce ACKERMAN: The Failure of the Founding Fathers (Jefferson, Marshall, and the Rise of
Presidential Democracy), The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge (Mass.)/London,
2005, p. 189.
162
En su conocida monografía biográfica de Marshall, el connotado Profesor Thayer ya señalaba
al respecto: “The reasoning is mainly that of Hamilton in his sort essay of a few years before in the
Federalist”, para añadir más adelante: “His reasoning does not answer the difficulties that troubled
Swift, afterwards Chief Justice of Connecticut, and Gibson, afterwards Chief Justice of Pennsylvania,
and many other strong, learned, and thoughtful men”. Apud A. Inglis CLARK: “The Supremacy of the
660 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
que seguirá bastante de cerca, aun cuando poniendo más adelante cierto énfasis
en los elementos de Derecho positivo, e ignorando en su mayor parte los elementos
del Derecho natural. Como destaca Snowiss163, la Marbury opinion no contenía
referencias a la realidad o precisión sobre el Derecho fundamental americano, a
su status como un contrato social o a la aplicación judicial del mismo como un
sucedáneo de la revolución. El único reconocimiento de los derechos naturales
en Marbury fue indirecto y puede visualizarse en esa alusión del párrafo de la
sentencia precedentemente transcrito al derecho original del pueblo a establecer
para su futuro gobierno aquellos principios que, a su juicio, le conduzcan a su
propia felicidad. También a la vista de esta formulación, Wolfe164 ha considerado,
que el punto de partida de Marshall, en cierto modo, fue la Declaración de
Independencia, que entre los principios fundamentales del régimen considerados
como “verdades evidentes”, había incluido el derecho original del pueblo a
establecer una forma de gobierno fundada en los principios proclamados por la
propia Declaración, que eran los que mayores posibilidades ofrecían al pueblo de
alcanzar su seguridad y felicidad.
La argumentación que sigue Marshall en esta parte nuclear de la sentencia,
dedicada a consagrar la doctrina de la judicial review, puede dividirse en dos
partes. En la primera, como acaba de decirse, sigue muy de cerca el razonamiento
de Hamilton, aunque Schwartz lo haya considerado165 como una versión más
elaborada. Principios como el del gobierno limitado por la Constitución, al que
se acaba de aludir, la idea de la Constitución como ley fundamental y superior, la
nulidad de todo acto legislativo contradictorio con la Constitución y la facultad
de los jueces y tribunales de inaplicar esas mismas leyes que interpretaran
contrarias a la Constitución, vertebran esta parte de la sentencia, que viene a
sustentarse en la propia y peculiar naturaleza de toda Constitución escrita. En
la segunda parte, separándose de la línea argumental de Hamilton, Marshall
recurre a ciertos argumentos de Derecho positivo, pues, a su juicio “the peculiar
expressions of the constitution of the United States furnish additional arguments”
(prgfo 146 in fine). En coherencia con ello, vamos a dividir nuestra exposición en
dos partes: en la primera analizaremos los argumentos de carácter general, en
cuanto conectados con la misma naturaleza de las constituciones escritas; en la
segunda nos centraremos en los argumentos que la sentencia entresaca del texto
literal de la Constitución.
Judiciary under the Constitution of the United States, and under the Constitution of the Commonwealth
of Australia”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XVII, 1903-1904, pp. 1 y ss.; en concreto,
pp. 2-3.
163
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, Yale University Press, New
Haven and London, 1990,p. 113.
164
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 82.
165
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford,
1993, p. 42.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 661
166
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 97.
662 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
act contrary to the constitution is not law; if the latter part be true, then written
constitutions are absurd attempts, on the part of the people, to limit a power in
its own nature illimitable” (prgfo 137). E innecesario es decir, que el Chief Justice
se inclina sin atisbo de duda por la superioridad de la Constitución.
El status de la Constitución como el más alto orden del Derecho (higher order
of law), anterior y superior a los poderes del legislativo, ya había sido expuesto
en sede jurisdiccional, con meridiana claridad, por el Justice Samuel Chase
en el caso Calder v. Bull, decidido el 8 de agosto de 1798, mediante las seriatim
opinions de Chase, Paterson, Iredell y Cushing, no participando en la decisión ni
Ellsworth ni Wilson. En la opinion de Chase se puede leer lo que sigue: “I cannot
subscribe to the omnipotence of a State Legislature, or that it is absolute and
without controul”. “An act of the Legislature (for I cannot call it a law), contrary
to the great first principles of the social compact, cannot be considered a rightful
exercise of legislative authority”167. Marshall, siguiendo la estela de Hamilton,
considerará toda Constitución como “the fundamental and paramount law of
the nation” (prgfo 138), y ello parece claro que lo vinculará al hecho de que la
Constitución escrita plasma ese derecho originario del pueblo a establecer los
principios que han de regir su futuro gobierno, pues es a través de ella como el
pueblo se manifiesta. La supremacía de la Constitución se vincula íntimamente
con la soberanía popular. Años después, en el caso Cohens v. Virginia, decidido el
3 de marzo de 1821, expresando el Chief Justice la opinion of the Court, se puede
leer: “The people made the constitution, and the people can unmake it. It is the
creature of their will, and lives only by their will”168.
En el anterior argumento se halla implícito otro, que sin lugar a dudas viene a
complementarlo. En cuanto la Constitución tiene la intención de limitar el poder
gubernamental, de ello se sigue su superioridad frente a cualquier otro acto nor-
mativo, su supremacía, su configuración como paramount law o, como ha escrito
el actual Justice Antonin Scalia, como super law. Como al respecto constatara el
Chief Justice Burger169, ya desde los tiempos de las colonias, los más distinguidos
abogados y jueces aceptaban que una Constitución escrita era “a restraint”, y en el
caso de la Carta de 1787 podría decirse que “a restraint on every part of the federal
government”. Marshall no hizo pues otra cosa a través de la Marbury decision que
declarar lo que era plenamente aceptado por las mejores mentes jurídicas de su
tiempo, lo que en nada aminora la grandeza de su pensamiento.
Marshall no alberga la más mínima duda acerca de cómo resolver el dilema
precedente. Más aún, considera que ello no es una peculiaridad de la Constitución
norteamericana, sino un principio general predicable de cualquier constitución
167
Apud Lord Irvine of LAIRG: “Sovereignty in Comparative Perspective: Constitutionalism in
Britain and America”, en New York University Law Review (N. Y. U. L. Rev.), Volume 76, 2001, pp. 1
y ss.; en concreto, p. 5.
168
Apud Lord Irvine of LAIRG, en Ibidem, p. 9.
169
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review. Mr. Marshall, Mr. Jefferson, and Mr.
Marbury”, en Current Legal Problems, Volume 25, London, (Stevens & Son) 1972, pp. 1 y ss.; en
concreto, p. 8.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 663
170
Van Alstyne ha criticado con razón esta consideración de Marshall. “That the Constitution is a
<written> one –escribe– yields little or nothing as to whether acts of Congress may be given the force
of positive law notwithstanding the opinion of judges, the executive, a minority or majority of the
population, or even of Congress itself that such Acts are repugnant to the Constitution”. William W.
VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison”, op. cit., p. 17.
171
Por aludir a algunos autores, recordaremos que Thayer, hace más de un siglo, en su monografía
sobre el Chief Justice, ya señalaba que Marshall asumía como un rasgo esencial de la constitución
escrita lo que no existe en ninguna otra de las constituciones escritas de Europa. Apud A. Inglis
CLARK: “The Supremacy of the Judiciary under the Constitution of the United States...”, op. cit.,
p. 3. Algunos lustros después, Boudin aludía a la falsedad de la inferencia sobre la que Marshall
sustentanba la facultad de la judicial review. Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, Volume
I, op. cit., p. 222. Y más recientemente, Dewey ha criticado el que Marshall asumiera alegremente
(“blithely”) como “esencial a todas las constituciones escritas” un control judicial de la legislación que
no había existido en ninguna parte sino en América. Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson:
The Political Background..., op. cit., p. 127.
172
En sentido análogo se manifiesta Robert L. CLINTON, en “Historical Constitutionalism and
Judicial Review in America”, en Policy Studies Journal, Vol. 19, No. 1, Fall 1990, pp. 173 y ss.; en
concreto, pp. 187-188.
173
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 120.
664 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
177
Cfr. al efecto, Dean ALFANGE, Jr.: “Marbury v. Madison and Original Understanding of Judicial
Review: In Defense of Traditional Wisdom”, en The Supreme Court Review, Volume 1993, 1993, pp.
329 y ss.; en concreto, pp. 415 y ss.
178
Herbert WECHSLER: “Toward Neutral Principles of Constitutional Law”, en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Volume 73, 1959-1960, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 3.
179
Análogamente, Dean ALFANGE, Jr.: “Marbury v. Madison and Original Understanding...”, op.
cit., pp. 422-423.
180
Aunque no podemos detenernos en ello, sí queremos por lo menos dejar constancia de que
en la crítica más consistente que se ha hecho del argumento de Marshall, el Justice John Bannister
Gibson, de la Pennsylvania Supreme Court, en su dissenting opinion en el caso Eakin v. Raub (1825),
consideraría erróneo (“fallacious”) el silogismo de Marshall, porque la premisa menor no era correcta,
666 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
ya que, a su juicio, un conflicto entre una ley y la Constitución no era simplemente un caso especial
de conflicto de leyes, sino que se trataba de un asunto completamente diferente.
181
Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Volume IV, 1905-1906, pp. 616 y ss.; en concreto, p. 624.
182
Corwin hurga en estas debilidades cuando señala que la impersonalidad de la Corte Suprema
es meramente ficticia y tautológica (“fictional and tautological”). Siempre habla el lenguaje de la
Constitución, tan sólo porque su opinión de la Constitución es la Constitución (“its opinion of the
Constitution is the Constitution”). Edward S. CORWIN: “The Supreme Court and Unconstitutional...”,
op. cit., p. 625.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 667
II. Las reflexiones transcritas dejan claro que el núcleo vertebrador del
pensamiento de Marshall, al igual que el de Hamilton, reside, primeramente, en la
naturaleza del judiciary: a los jueces y tribunales corresponde como competencia
natural, e incluso como deber, interpretar la ley, decir lo que es el Derecho, y
después, en la propia naturaleza de la Constitución: una Constitución es una ley
fundamental y superior, y así debe ser visualizada por los jueces. Del ensamblaje
de ambos principios deriva la judicial review, que no es sino la resultante natural
del principio de que los jueces deben regir sus decisiones por la ley, optando por
la ley fundamental en detrimento de la ordinaria cuando, siendo de aplicación
a un supuesto concreto una y otra, se hallen en contradicción. Marshall no se
esfuerza pues en justificar la función de revisión judicial en términos de una
superior capacidad institucional de los tribunales para desarrollar un corpus
estable de doctrina constitucional, lo que no deja de ser un déficit importante en
su argumentación, sino que se limita a extrapolar hacia los casos constitucionales
el rol ordinario que cumplen jueces y tribunales en los casos ordinarios.
Tiempo atrás, en esta misma dirección, Corwin señalaba183, que la base jurídica
de la judicial review se encontraba en esa visión de la Constitución como Derecho
exigible por los tribunales, como norma jurídica en definitiva, a lo que el propio
autor entendía que debía añadirse una visión del principio de la separación de
poderes que distingue entre el law-making y el law-interpreting, atribuyendo esta
última exclusivamente a los tribunales. No cabe duda de que la sentencia, como
deja traslucir con bastante claridad su alusión a cuál es la competencia y deber
del departamento judicial, hace fluir naturalmente (tan suavemente, escribiría
Thayer184, como si la Constitución fuera una carta privada de un abogado y el deber
del tribunal conforme a ella fuera justamente semejante a alguna de sus activida-
des ordinarias) la autoridad para pronunciarse sobre la constitucionalidad de una
ley de la función judicial, que no es otra que determinar e interpretar el Derecho,
183
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit.,
pp. 571-572.
184
Refiriéndose al razonamiento de Marshall, Thayer considera que nada podría ser más riguroso
que el mismo, precisando de inmediato, que tal y como el asunto es expuesto, las conclusiones eran
necesarias, bien que también signifique que gran parte del razonamiento no prestó atención a las
notables peculiaridades de la situación; fue hacia delante “as smoothly as if the constitution were a
private letter of attorney, and the court´s duty under it were precisely like any of its most ordinary
operations”. James B. THAYER: “The Origin and Scope of the American Doctrine of Constitutional
Law”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. VII, 1893-1894, pp. 129 y ss.; en concreto, p. 139.
668 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
185
El énfasis puesto por Marshall en el deber del departamento judicial en la declaración de lo
que es Derecho, ha llegado a ser considerado como una piedra angular (“a cornerstone”) del orden
constitucional norteamericano. Henry P. MONAGHAN: “Marbury and the Administrative State”, en
Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Vol. LXXXIII, 1983, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 7.
186
En tal sentido, Kathleen M. SULLIVAN and Gerald GUNTHER: Constitutional Law, op. cit.,
p. 19.
187
Apud Robert Lowry CLINTON: Marbury v. Madison and Judicial Review, op. cit., p. 106.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 669
decisiones son juicio antes que voluntad, capricho o arbitrio, en cuanto que están
fundadas en un razonamiento jurídico.
No ha de extrañar a la vista de lo que acabamos de decir, que amplios sectores de
la doctrina hayan tradicionalmente considerado que la argumentación de Hamilton
resulta más convincente que la de Marshall. Como escribe Gabin193, siguiendo de
cerca a Corwin, “Marshall´s rationale, notwithstanding prevailing opinion to the
contrary, is not thoroughly Hamiltonian in assuming that only judges can know
the Constitution or will base their interpretation of it on knowledge rather than
will”. Hamilton había sostenido la necesidad de unos jueces imparciales y, por lo
mismo, independientes, una exigencia que militaba directamente en contra de una
interpretación final de la Constitución por los órganos políticos. Pero Hamilton no
iba ni mucho menos a presuponer que los jueces eran infalibles. Aunque en teoría
se les prohibía el ejercicio de su mera voluntad, esto es, de su arbitrio, y de ellos se
podía pensar, también por su superior capacidad jurídica, resultante lógica de su
conocimiento, que estaban capacitados para interpretar la Constitución de modo
más imparcial que las “political branches”, Hamilton se dio cuenta de que también
los jueces podían decidir antes por su voluntad y arbitrio que por el razonamiento y
el juicio, como también de vez en cuando uno podía tropezarse con interpretaciones
judiciales equivocadas. Pero Hamilton, en el Nº LXXXI del Federalist, iba a
considerar que tales peligros nunca alcanzarían una importancia tan grande como
para influir de forma sensible en el sistema político. En diversas razones se iba a
apoyar para ello, siendo la última, y más relevante, el freno del impeachment, que
a Hamilton le iba a parecer lo suficientemente fuerte como para considerar que
el peligro de las usurpaciones judiciales a costa de la autoridad legislativa era en
realidad un fantasma (a phantom”)194.
Frente a Hamilton, Marshall, en su fundamentación jurídica en favor de
la judicial review, simplemente optó por plantear el tema como una cuestión
de principio. Como se ha escrito, Marshall, alegremente (“blithely”), saltó a la
conclusión (“jumped to the conclusion”) de que la judicial review era “the very
essence of judicial duty”, ofreciendo una razón mucho menos fuerte que la dada
193
Sanford Byron GABIN: Judicial Review and the Reasonable Doubt Test, National University
Publications-Kennikat Press, Port Washington (New York)/London, 1980, p. 15.
194
Vale la pena reproducir en sus propios términos la argumentación de Hamilton: “It may in
the last place be observed –escribe Hamilton en el Nº LXXXI de los Federalist Papers– that the sup-
posed danger of judiciary encroachments on the legislative authority, which has been upon many
occasions reiterated, is, in reality, a phantom. Particular misconstructions and contraventions of the
will of the legislature may now and then happen; but they can never be so extensive as to amount to
an inconvenience, or in any sensible degree to affect the order of the political system. This may be
inferred with certainty from the general nature of the judicial power; from the objects to which it
relates; from the manner in which it is exercised; from its comparative weakness; and from its total
incapacity to support its usurpation by force. And the inference is greatly fortified by the consideration
of the important constitutional check , which the power of instituting impeachments in one part
of the legislative body, and of determining upon them in the other, would give to that body upon
the members of the judicial department”. Alexander HAMILTON, James MADISON, and John JAY:
The Federalist or, the New Constitution, edited with an Introduction and Notes by Max Beloff, Basil
Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948, p. 414 (el Nº LXXXI en pp. 411-420).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 671
195
Sanford Byron GABIN: Judicial Review and the Reasonable Doubt Test, op. cit., p. 16.
196
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 43.
197
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 85.
672 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
198
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson..., op. cit., p. 127.
199
Tal es, por ejemplo, el caso de Sylvester PENNOYER, en “The Case of Marbury v. Madison”, en
American Law Review (Am. L. Rev.), Volume 30, 1896, pp. 188 y ss.; en concreto, p. 197.
200
Bickel lo relativiza aún más, considerando sin más esta argumentación como una repetición
del previo argumento principal, basado en el propio hecho de un limitado gobierno establecido por
la Constitución. Alexander BICKEL: The Least Dangerous Branch, op. cit., p. 6.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 673
201
Alexander BICKEL: The Least Dangerous Branch, op. cit., p. 12.
202
Paul W. KAHN: The Reign of Law, op. cit., p. 169.
203
El tenor literal del párrafo es el siguiente: “The judicial Power shall extend to all Cases, in Law
and Equity, arising under this Constitution, the Laws of the United States, and Treaties made, or
which shall be made, under their Authority”.
674 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
cosa salvo pacíficas. Los argumentos a los que en algunos supuestos se recurre
son, adicionalmente, de lo más heterogéneos.
Las divergencias comienzan a la hora de visualizar el significado de esta
cláusula en la época de los Founding Fathers. Wolfe, para quien de las “textual
bases” para la judicial review, ésta es, indudablemente, la más poderosa, la
más convincente (“the strongest”)204, recuerda que numerosos miembros de la
generación de los Founding Fathers consideraron que los mencionados términos
del Art. III autorizaban expresamente a los tribunales federales para ponderar la
constitucionalidad de las leyes federales supuestamente contrarias a la Consti-
tución. Así, aludiendo a “the arising under language”, George Mason observaba
que “an express power is given to the Federal Court, to take cognizance of such
controversies”, y de esta forma, –añadía– la Supreme Court podía declarar todas
las leyes federales ex post facto nulas. Y James Wilson observaría que el federal
judiciary estaba en condiciones de declarar las leyes federales inconstitucionales
“null and void” a causa de que tenía jurisdicción sobre los casos “arising under
the Constitution”205.
Bien diferente sería la postura sustentada por Corwin. Al abordar la cuestión,
el connotado Profesor de la “Princeton University” iba a comenzar recordando206,
que el Profesor McLaughlin, en su obra “Confederation and the Constitution”,
aventuró la opinión de que la facultad para supervisar la legislación federal y
anularla cuando fuera contradictoria con la Constitución fue expresamente
conferida (“was expressly bestowed”) al federal judiciary por la cláusula “cases...
arising under the Constitution”. Corwin no se muestra nada de acuerdo con esa
interpretación (“the above argument –llega a escribir207– is open to disparagement
at several points”). Y ofrece al respecto su propia interpretación, que sustenta en
un análisis de la visualización de esta cláusula por los Founding Fathers, prestando
particular atención a la posición de Madison.
Madison, constata Corwin, aludió a la cláusula en la Convención de
ratificación de Virginia en los siguientes términos: “Puede ser una desgracia (“a
misfortune”), que al organizar cualquier gobierno, la explicación de su autoridad
pudiera dejarse a cualquiera de sus poderes coordinados (“to any of its coordinate
branches”). No hay ejemplo de ello en ningún país, pues es de otro modo. Hay
(aquí) una nueva política al someterlo al judiciary de los Estados Unidos”. Un
cuidadoso examen del desarrollo del pensamiento de Madison revela que su idea
de la cláusula “cases under the Constitution” era la de que tales casos eran “casos
de naturaleza federal” originados a causa de leyes injustificables, pero no del
Congreso, sino de los Estados. A mayor abundamiento, Corwin cree208 que este
204
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 97.
205
Apud Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, en University
of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 70, 2003, pp. 887 y ss.; en concreto, p. 901.
206
Edward S. CORWIN:”The Supreme Court and Unconstitutional Acts of Congress”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Volume IV, 1905-1906, pp. 616 y ss.; en concreto, pp. 616-617.
207
Ibidem, p. 618.
208
Ibidem, pp. 618-619.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 675
209
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review. Mr. Marshall, Mr Jefferson, and Mr.
Marbury”, op. cit., p. 15.
210
Edward S. CORWIN: “Marbury v. Madison and the doctrine of judicial review”, op. cit., p. 546.
211
Alexander BICKEL: The Least Dangerous Branch..., op. cit., pp. 5-6.
676 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Con mayores matices se expresan otros autores. Así, Alfange cree que la
disposición constitucional que nos ocupa podría discutiblemente (“arguably”)
emplearse para proporcionar una base textual para la judicial review. Pero el
hecho de que los tribunales federales puedan asumir jurisdicción sobre casos
“arising under this constitution” no implica necesariamente la existencia de una
facultad de judicial review, porque pueden originarse casos de conformidad con la
Constitución que no impliquen ninguna cuestión en cuanto a la constitucionalidad
de una ley del Congreso212. En fin, Currie matiza213, que la arising-under clause
parece ser tan sólo una disposición jurisdiccional, que no necesita ser tomada
en consideración para decidir cuándo debe darse precedencia a la Constitución.
A juicio del propio autor, la supremacy clause se manifiesta al respecto más
directamente, pareciendo la cláusula que nos ocupa subordinar tan sólo la acción
ejecutiva o estatal, no las leyes del Congreso, a la Constitución.
En cualquier caso, y al margen ya de estas y otras posibles consideraciones
críticas, lo cierto es que, aun cuando de la arising-under clause no dimane la facul-
tad de revisión judicial, es un elemento que puesto en conexión con otros puede
contribuir a apoyar la interpretación de Marshall. Así, puesta en conexión esta
cláusula, como se hace en la sentencia, con la existencia constitucional de ciertos
límites específicos sobre la legislatura (como podría ser el caso de la prohibición
de leyes ex post facto), el sustento de la judicial review se puede ver significativa-
mente reforzado, pues resulta obvio que tales limitaciones resultarían ineficaces
si los tribunales, en los casos surgidos como consecuencia de la Constitución,
tuvieran que hacer cumplir las leyes que contravinieran esas mismas restricciones
constitucionales que pesan sobre el Congreso.
Como no podía ser de otro modo, Marshall se hace eco de la supremacy clause
del parágrafo segundo del Art. VI214. Sin embargo, llaman la atención varias cosas.
Ante todo, el que sólo casi al final de la sentencia (en el prgfo 162) y de modo muy
superficial se aluda a tan relevante cláusula, y después, las considerables dudas
con que parece atender a la misma. Recordemos las palabras con las que se abre
el correspondiente párrafo: “It is also not entirely unworthy of observation”. Esto
es, contra lo que pareciera dar a entender esta cláusula, cuando enumera las
normas que integran “the supreme law of the land”, al mencionar a la Constitución
212
Dean ALFANGE, Jr.: “Marbury v. Madison and Original Understandings of Judicial Review...”,
op. cit., p. 418.
213
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred Years 1789-1888,
University of Chicago Press, Chicago and London, 1985, p. 73.
214
Aunque la dicción de esta cláusula creemos que es harto conocida, transcribimos su texto a
continuación. A tenor de la misma: “This Constitution, and the Laws of the United States which shall
be made in pursuance thereof; and all Treaties made, or which shall be made, under the authority of
the United States, shall be the supreme law of the land; and the judges in every State shall be bound
thereby, any thing in the Constitution or Laws of any State to the contrary notwithstanding”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 677
en primer término, y al no incluir dentro de tal categoría más que a las leyes
elaboradas “in pursuance of the constitution”, Marshall considera esta previsión
“no enteramente indigna de atención”, lo que, indiscutiblemente, entraña su
depreciación como elemento de apoyo de la teoría de la judicial review, algo sor-
prendente a la vista del poderoso soporte que la supremacy clause parece ofrecer
a la consideración de la Constitución como “paramount law”, que ha propiciado
que en tiempos posteriores esta cláusula pareciera a muchos el más persuasivo
apoyo del texto constitucional a la doctrina que nos ocupa.
El significado originario de la supremacy clause puede contribuir a explicar el
tratamiento secundario que Marshall le da en la sentencia, a los efectos que nos
ocupan, innecesario es decirlo. Y es que no puede caber duda de que el propósito
de los constituyentes con la supremacy clause parece haber tenido que ver de modo
primario con la supremacía del Derecho federal sobre el Derecho estatal215. Quizá
ello pueda explicar las vacilaciones que Marshall muestra al respecto.
El origen de esta cláusula como un sucedáneo de una propuesta que pretendía
otorgar al Congreso federal la facultad de rechazar aquellas leyes estatales que con-
travinieran la Constitución, contribuye a aclarar su finalidad216. Lo que Madison
llamó “la tendencia centrífuga de los Estados” a “destruir el orden y la armonía
del sistema político” había conducido (según se refleja en sus propias notas per-
sonales) a las violaciones estatales de los tratados nacionales, a las usurpaciones
de la autoridad central o confederal y a las colisiones entre los diversos intereses
de los Estados. Fueron estos bien conocidos hechos los que estuvieron en la base
del llamado Virginia Plan, propuesto por Randolph el 29 de mayo de 1787 y en
cuyo punto sexto se pretendía facultar a la legislatura nacional para “to negative
all laws passed by the several States, contravening in the opinion of the National
Legislature the articles of Union”. Esta previsión, con la adición de las palabras “or
any treaties subsisting under the authority of the Union”, fue aceptada al principio
de la Convención (el 13 de junio) por el Committee of the Whole sin debate217. Era
la reacción manifiesta de la Convención frente al anterior estado de cosas. Sin
embargo, una subsiguiente propuesta de Charles Pinckney para ampliar el veto
a todas las leyes que la legislatura nacional considerara inadecuadas (“should
judge improper”) desencadenó una fuerte reacción inspirada en gran parte por
los temores a una disminución de la soberanía estatal. Las palabras de rechazo
de Gerry, que exageradamente revelan el temor a la “esclavitud” de los Estados,
no dejan lugar a dudas: “The National Legislature with such a power may enslave
the States”. Ante esta situación de rechazo, el 15 de junio, Paterson introdujo en la
215
“The purpose of the supremacy clause –escribe Currie– seems to have been to declare the primacy
of federal over state law”. David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 73.
216
Sobre la génesis de la supremacy clause, cfr. Raoul BERGER: Congress v. the Supreme Court,
Harvard University Press, 2nd edition, Cambridge (Mass.), 1974, pp. 223-225.
217
Los dos textos del Virginia Plan (el propuesto por Randolph y el resultante del Informe aprobado
por el Committee of the Whole) y el del New Jersey Plan, pueden verse en la obra, From the Declaration
of Independence to the Constitution (The Roots of American Constitutionalism), edited by Carl J.
FRIEDRICH and Robert G. McCLOSKEY, The Bobbs-Merrill Company, Inc., Indianapolis/New York,
1954, pp. 24-32.
678 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Convención el que se conoce como el New Jersey Plan, un proyecto más limitado
en sus pretensiones que el Virginia Plan. La sexta resolución del nuevo proyecto,
auspiciado por el Estado de New Jersey, contenía el germen de la supremacy
clause218; por medio de ella se preveía que los jueces estatales estarían vinculados
por las leyes nacionales y los tratados. Sería finalmente una propuesta de Luther
Martin la que se terminaría convirtiendo en el texto de la supremacy clause, siendo
aprobada unánimemente y sin discusión219. La propuesta convertiría las leyes
federales y los tratados en “the supreme law of the respective States”, vinculando
unas y otros a los tribunales estatales. El 23 de agosto Pinckney replanteó la
cuestión con la finalidad de recuperar una más amplia facultad de rechazo de la
legislación estatal por parte del Congreso, pero frente a su propuesta, Sherman
creyó innecesario habilitar al Congreso con tal facultad de rechazo de la legislación
estatal, en cuanto que “the laws of the General Government being supreme and
paramount to the State laws according to the Plan as it now stands”. De esta forma,
la aprobación de la cláusula de supremacía dejaba meridianamente claro que tras
ella latía un principio de superioridad de la legislación federal sobre la estatal.
También Crosskey220 cree que esta cláusula entró en el esquema de la Cons-
titución sustentado por la Convención, el 17 de julio, como un sucedáneo de la
facultad de rechazo general del Congreso (“the general Congressional negative”)
sobre todos los actos legislativos estatales (“over all state legislative acts”), por la
que James Madison y algunos otros delegados habían abogado insistentemente.
Madison deseaba que esta facultad de rechazo de la legislación estatal quedara en
manos del Congreso. Sin embargo, según Crosskey, el objetivo final de esa facultad
de rechazo, que la supremacy clause vino a reemplazar, era habilitar al Congreso
para enfrentarse a la creciente dificultad proveniente del normal y habitual deber
de los jueces estatales de prestar obediencia a las leyes de su propia legislatura.
Este cambio de objetivo de la cláusula se fundamenta con base en una referencia
que aparece en las notas sobre la Convención tomadas por Robert Yates, uno de
los delegados de Nueva York, en la que se alude a la insistencia de Madison en
que “the judges of the states must give the state laws their operation, although
it (should) abridge the rights of the national government”. Esta interpretación
218
Creemos del mayor interés recordar la redacción parcial de esta sexta resolución. De conformidad
con la misma, se proponía que la Convención resolviera : 6. “That all acts of the United States in
Congress, made by virtue and in pursuance of the powers hereby and by the articles of confederation
vested in them, and all treaties made and ratified under the authority of the United States, shall be
the supreme law of the respective States as far forth as those Acts or Treaties shall relate to the said
States or their Citizens; and that the judiciary of the several States shall be bound thereby in their
decisions, anything in the respective laws of the Individual States to the contrary notwithstanding...”.
219
Esa primitiva versión de la supremacy clause propuesta por el delegado Luther Martin venía a
disponer que “the legislative acts of the United States made by virtue and in pursuance of the articles
of Union” and federal treaties “shall be the supreme law of the respective States... any thing in the
respective laws of the individual States to the contrary notwithstanding”. Apud Henry M. HART, Jr.:
“Professor Crosskey and Judicial Review”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Volume 67, 1953-
1954, pp. 1456 y ss.; en concreto, p. 1469.
220
William Winslow CROSSKEY: Politics and the Constitution..., op. cit., Volume II, pp. 985-986.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 679
221
La interpretación histórica de las razones a las que obedeció la supremacy clause no son sino
un punto de apoyo adicional para la aún más controvertida tesis de Crosskey de que la judicial review
no fue visualizada respecto de las leyes del Congreso (“that judicial review –escribe Crosskey– had not
been intended, under the Constitution, as to the laws of Congress”). William Winslow CROSSKEY,
en Ibidem, p. 985.
222
Henry M. HART, Jr.: “Professor Crosskey and Judicial Review”, op. cit., pp. 1469-1470.
223
Edward S. CORWIN: “What Kind of Judicial Review did the Framers Have in Mind?”, en
Pittsburgh Legal Journal, January, 8, 1938, pp. 4 y ss. Publicado asimismo en la obra (que es la que
manejamos) Corwin´s Constitution. Essays and Insights of Edward S. Corwin, edited by Kenneth D.
Crews, Greenwood Press, New York/Westport (Connecticut)/London, 1986, pp. 71 y ss.; en concreto,
p. 78.
680 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
destacar, que ningún mandato se dirige en ella a los tribunales federales. De ahí
que Bickel escribiera224, que sólo una diversión forense (“a forensic amusement”)
puede propiciar que la referencia a “the Judges in every State” se tome para incluir
a los jueces federales con base en que algunos de ellos actúan en los Estados. La
cláusula viene referida a los Estados componentes de la Federación, indicándoles
que el Derecho federal reemplaza a cualquier Derecho estatal contrario, y en
sintonía con ello, se dirige directamente a los jueces estatales, diciéndoles que
será su deber aplicar el supremo Derecho federal frente a cualquier Derecho
estatal contradictorio con el anterior, en el bien entendido de que el cumplimiento
prioritario del Derecho federal vendrá exigido tan sólo cuando el mismo esté
hecho en conformidad con la Constitución. Tras la supremacy clause late, como de
nuevo sostiene Bickel225, el propósito de convertir en suprema la autoridad federal
respecto de la estatal, resultando evidente que, si los jueces estatales dispusieran
de la facultad última de derribar las leyes federales, se habría alcanzado justa-
mente el efecto opuesto, y todo ello al margen ya del obvio interés de alcanzar la
uniformidad en la aplicación del Derecho federal.
En cualquier caso, y no obstante la reconducción de la disposición constitu-
cional en cuestión a la esfera del federalismo, lo cierto es que la supremacy clause
proporciona un fuerte apoyo para el instituto de la judicial review, y ello, al menos,
por tres razones diferentes: 1) porque en ella se indica que la Constitución es parte
primigenia de ese “supreme law of the land”; no es en absoluto inocuo, que en esa
tríada de textos normativos que integran esa suprema ley del país, la Constitución
se mencione en primer lugar; 2) porque la referencia que en ella se hace a las
leyes hechas “in pursuance of the Constitution” sería, como dice Wolfe226, difícil
de explicar de cualquier otro modo que no fuera el de que hay leyes nulas por
su inconstitucionalidad, ya que interpretarla como si se refiriera a la adecuada
forma de promulgación (“form of enactment”) convertiría su mandato en algo
obvio e innecesario227, o dicho de otro modo, porque al limitar el que podríamos
tildar de “supreme law status” a aquellas leyes federales que sean conformes con
la Constitución, lo que la supremacy clause está estableciendo es la superioridad
de la Constitución sobre las leyes federales228, y 3) porque al dirigirse de modo
particular a los jueces (bien que en la literalidad del texto se aluda a los jueces
224
Alexander BICKEL: The Least Dangerous Branch, op. cit., p. 9.
225
Ibidem, pp. 9-10.
226
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 97.
227
No es tal el criterio de Van Alstyne, para quien la frase “in pursuance thereof” podría fácilmente
significar “in the manner prescribed by this Constitution”, en cuyo caso las leyes del Congreso podrían
ser revisables judicialmente en cuanto a la integridad de su procedimiento, pero no en cuanto a su
sustancia”. William W. VAN ALSTYNE: “A Critical Guide to Marbury v. Madison”, op. cit., p. 20.
228
Prakash y Yoo, a nuestro juicio imprecisamente, dicen que la supremacy clause pone de relieve
que “the Constitution is superior to unconstitutional federal statutes”, pero esta reflexión es, cuando
menos, equívoca, pues parece dar a entender que esa superioridad de la Constitución se circunscribe
a las leyes federales inconstitucionales, cuando, es obvio, la superioridad se ha de predicar de las
leyes en general, entendiendo que, tratándose de una ley inconstitucional, esa superioridad de la
Constitución se traduce en la nulidad de la ley contradictoria con aquélla. Cfr. al efecto, Saikrishna
B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 903.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 681
estatales), viene a confirmar la idea de que los jueces tienen una responsabilidad
particular en la interpretación de la Constitución y de las leyes229. Y carecería
de toda lógica y razonabilidad entender, que mientras los jueces estatales deben
acomodarse al mandato latente en esta cláusula, los jueces federales quedan
desvinculados del mismo.
229
Discrepante es al efecto la posición de Sosin, para quien la cláusula de supremacía exige de los
jueces de los Estados hacer respetar la autoridad federal frente a la estatal. Y siguiendo la estela de
Bickel, añade que sólo como una “diversión forense” (“forensic amusement”) podría la frase “judges
in every state” ser tomada en el sentido de incluir a los jueces federales con base en que algunos, los
jueces federales de distrito, actúan en los Estados. En definitiva, para este autor, como para otros, la
Constitución no dirige la supremacy clause a las relaciones entre la Constitución y las leyes federales,
sino entre la autoridad federal y la estatal. J. M. SOSIN: The Aristocracy of the Long Robe, op. cit., pp.
310-311.
230
Saikrishna B. PRAKASH and John C. YOO: “The Origins of Judicial Review”, op. cit., p. 917.
682 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
231
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review..., op. cit., p. 98.
232
Alexander BICKEL: The Least Dangerous Branch, op. cit., p. 8.
233
Charles Grove HAINES: The American Doctrine of Judicial Supremacy, University of California
Press, Berkeley (California), 1932, p. 200.
234
Apud David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 73.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 683
235
Apud Susan Low BLOCH and Maeva MARCUS: “John Marshall´s Selective Use of History in
Marbury v. Madison”, en Wisconsin Law Review (Wis. L. Rev.), Volume 1986, 1986, pp. 301 y ss.; en
concreto, p. 325.
236
Peter Charles HOFFER, Williamjames HULL HOFFER, and N.E.H. HULL: The Supreme Court.
An Essential History, University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 2007, p. 53.
237
Dean ALFANGE, Jr.: “Marbury v. Madison and Original Understandings of Judicial Review...”,
op. cit., p. 421.
238
Horace H. LURTON: “A Government of Law or a Government of Men?”, en North American
Review, Vol. 193, No. 1, January, 1911, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 17.
684 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
caso de John Chandler v. the Secretary of War, pero las imprecisiones de las citas239
conducen a la conclusión de que ningún caso específico se correspondía exacta-
mente a la descripción que de él se daba; desde luego, se trataba de un pension
case, casos planteados al hilo de una Ley de 1792 que reconocía el derecho a una
pensión para quienes, de resultas de la guerra revolucionaria, hubieren quedado
inválidos, pero, posiblemente, Marshall entremezcló varios casos diferentes,
algo, desde luego, poco explicable, salvo que entendiera que el caso o los casos de
referencia no le eran de utilidad en su argumentación240.
Así las cosas, la pregunta pertinente es la de porqué Marshall se apartó,
incluso desdibujó, los precedentes. Innecesario es decir, que se ha de descartar el
desconocimiento de los mismos. No es en absoluto verosímil tal circunstancia. El
propio Marshall había sido testigo directo de la resolución del caso Commonwealth
v. Caton, fallado en Richmond por la Corte de Apelaciones de Virginia en 1782, y
en el que varios Jueces se mostraron decididamente proclives a la doctrina de la
judicial review. Ya hemos dado con anterioridad algunas respuestas, pero no se
pueden descartar otras quizá más convincentes, que podríamos compendiar, lisa
y llanamente, en que tales precedentes no le convenían. Un sector de la doctrina
se ha manifestado en esa dirección. Así, Dewey241, rotundamente, escribe que
Marshall tuvo una muy buena razón para evitar los precedentes y otras evidencias
históricas de la época: todas ellas estaban contra él. Bloch y Marcus, de modo
implícito, vienen a sugerir que el apartamiento de los precedentes respondió a
razones de conveniencia política242. Pero tal juicio puede valer, discutiblemente,
para los precedentes relacionados con el instituto procesal del mandamus, pero
carecen de toda lógica en relación a la teoría de la judicial review. Un cierto
tenebrismo hace de nuevo acto de presencia en una sentencia que, como ya hemos
tenido ocasión de decir, pese a todo lo que sobre ella se ha escrito y reflexionado,
sigue teniendo perfiles oscuros.
239
Bloch y Marcus escriben al respecto, que la caracterización que Marshall hace de la decisión
del caso sugiere que estaba refiriéndose al Chandler case, pero la argumentación que daba más bien
parecía venir referida al Yale Todd case. Susan Low BLOCH and Maeva MARCUS: “John Marshall´s
Selective Use of History...”, op. cit., p. 314.
240
Piénsese que Marshall describe un caso en el que la Corte niega la concesión del mandamus
requerido frente al Secretario de Guerra, pero no con base en que, por razones constitucionales, no
pudiera emitirlo, sino porque, a la vista de las circunstancias del caso, el mandamus en cuestión era
improcedente.
241
Donald O. DEWEY: Marshall versus Jefferson..., op. cit., p. 130.
242
“Perhaps –escriben estos autores– the political situation in which the Court found itself led
it to such a decision”. Susan Low BLOCH and Maeva MARCUS: “John Marshall´s Selective Use of
History...”, op. cit., p. 333.
243
“Of the numerous hermeneutical options that were available in the Framers´ day, none cor-
responds to the modern notion of intentionalism”. H. Jefferson POWELL: “The Original Understanding
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 685
of Original Intent”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Volume 98, 1985, pp. 885 y ss.; en concreto,
p. 948.
244
Cfr. al efecto, William Michael TREANOR: “The Case of the Prisoners and the Origins of Judicial
Review”, en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Volume 143, 1994-1995, pp. 491
y ss.
245
William R. CASTO: “James Iredell and the American Origins of Judicial Review”, en Connecticut
Law Review (Conn. L. Rev.), Volume 27, 1994-1995, pp. 329 y ss.; en concreto, p. 360.
246
Ibidem, p. 358.
247
Louis B. BOUDIN: Government by Judiciary, op. cit., Volume I, p. 223.
686 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
que aún estaba disponible, y podía ser presentada por sus oponentes, supusiera un
cuestionamiento de sus intenciones. De ahí derivaría la imprecisión de la sentencia
al presentar marginalmente los puntos de vista de los autores de la Constitución,
de los que en ningún momento menciona nombres, limitándose a asumir que
quienes elaboraron el documento constitucional pretendían dar al judiciary el rol
relevante que él reivindica para el mismo.
En definitiva, muy posiblemente, fueron un conjunto de causas entrelazadas
las que condujeron a estos silencios o insuficientes referencias de la sentencia,
tanto a la intención de los Framers como a los precedentes jurisprudenciales, y
muy probablemente también, tales circunstancias puedan contribuir a explicar
por qué el núcleo central de la justificación de la doctrina de la judicial review
ha de buscarse en unos argumentos de carácter general antes que en unos
razonamientos extraídos del propio texto de la Constitución. Marshall encontró
innecesario racionalizar la judicial review históricamente, porque tal facultad
judicial se hallaba, supuestamente, implícita en casi todas las Constituciones
escritas y, por lo tanto, también en la de los Estados Unidos. Que tal argumento
respondiera a una sentida convicción o a una estrategia preconcebida es algo que
quedó oculto en la mente del Chief Justice.
Una vez efectuado el recorrido por los dos grandes tipos de argumentos en
que Marshall fundamenta la judicial review, la primera conclusión que se extrae
es la de que el peso de los argumentos de carácter general es notablemente mayor
que el de los argumentos sustentados en el texto de la Constitución; más que
para fundamentar la doctrina, se recurre a las previsiones constitucionales para
reforzarla. No sólo la doctrina de la revisión judicial queda establecida con base en
esos argumentos dogmáticos; también otro de los grandes principios fijados por la
sentencia, el carácter de ley fundamental y suprema de la Constitución, se conecta
con esos argumentos propios de una teoría general del constitucionalismo de la
época. Si se recuerda la ya expuesta inexactitud de alguno de esos argumentos,
como sería el caso de la consideración (como una suerte de dogma constitucional)
de que la nulidad de toda ley contradictoria con la Constitución es un principio
común a las constituciones escritas, la fundamentación jurídica de la sentencia se
resiente. Quizá este modo de articular su argumentación esté en la base de buen
número de las críticas formuladas al efecto por la doctrina.
Con cierta acritud, Boudin248, hace ochenta años, señalaba que no sólo la sen-
tencia estaba desprovista de cualquier fundamento, pues sus deducciones básicas
eran históricamente falsas (“untrue”), sino que resultaba asimismo vulnerable
aun cuando fuera examinada desde su propio método lógico favorito. Fuera
de su injustificable apropiación (hay que entender que se refiere a la supuesta
248
Ibidem, Volume I, p. 224.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 687
249
Alexander M. BICKEL: The Least Dangerous Branch, op. cit., p. 4.
250
Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op. cit., p. 216.
251
Apud Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., p. 343.
252
Lawrence GOLDSTONE: The Activist, op. cit., p. 224.
253
Lewis Henry LaRUE: “How Not to Imitate John Marshall”, en Washington and Lee Law Review
(Wash. & Lee L. Rev.), Volume 56, 1999, pp. 819 y ss.; en concreto, p. 831.
688 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
ocultar la lógica del razonamiento, pero la lógica (y no obstan a ello las críticas
expuestas) es justamente una de las claves del modo característico de pensar y
razonar sobre la Constitución por parte de Marshall. No sin razón, a nuestro
entender, el historiador por excelencia de la Supreme Court, Charles Warren,
pudo escribir como epígono de la sentencia lo que sigue: “In comprehensive and
forceful terms, which for over one hundred years have never been successfully
controverted, he proceeded to lay down the great principles of the supremacy of
the Constitution over statute law, and of the duty and power of the Judiciary to
act as the arbiter in case of any conflict between the two”254. No en vano Marshall,
como otro enorme Justice, Oliver Wendell Holmes, fue un gran diseñador (“a great
stylist”)255, de sentencias, como es obvio, y también al igual que Holmes, el Chief
Justice fue enormemente respetado a lo largo de toda su vida judicial.
Al margen ya de la fundamentación de la sentencia, lo más destacable de la
misma fue el resultado sorprendente que iba a producir. La Corte, por un lado,
excoriaba a Jefferson y Madison por violar la ley al negar la entrega de la comisión
a Marbury. Como se ha dicho256, era la más severa crítica del Presidente y del
ejecutivo que nunca había aparecido en una decisión del supremo órgano judicial.
Pero al mismo tiempo la Corte evitaba la posibilidad de una confrontación directa
con el Presidente, que muy posiblemente habría perdido. Asimismo, la Corte no
sólo anulaba por primera vez formalmente una ley del Congreso, sino que, además,
como tal norma legal ampliaba su jurisdicción, su decisión tenía todos los visos
de una autodenegación jurisdiccional. Pero ni mucho menos iba a ser así. El
derecho de los jueces a la revisión de la constitucionalidad de la legislación, que,
por supuesto, había sido afirmado con anterioridad, iba ahora a ser transformado
en una facultad concreta, que se iba a incorporar al sistema jurídico-político
norteamericano. Aunque no se utilizara de inmediato, la sentencia proporcionaba
una eficaz munición que la Corte habría de utilizar con profusión en el futuro
frente al Congreso, y aún más frente a las legislaturas estatales.
Aún podríamos añadir algo más. En el momento en que se dictó sentencia
había un fuerte movimiento en el Congreso, bajo absoluto control Republicano,
encaminado a abolir los tribunales federales inferiores, distribuyendo su jurisdic-
ción entre la Corte Suprema y los tribunales estatales. La Marbury opinion tuvo la
virtualidad de paralizar este movimiento, y por lo tanto, según Corwin257, también
podría justificarse como protectora del mismo sistema judicial federal y de la
propia independencia de la Corte, o simplemente como un anuncio por el que la
Corte Suprema demandaba el derecho a interpretar por sí misma las cláusulas de
la Constitución que afectaban a su jurisdicción.
254
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, revised edition in two volumes,
Little, Brown, and Company, Boston, 1932 (First published in 1922), Vol. I (1789-1835), p. 243.
255
Jack M. BALKIN: “The Use that the Future Makes of the Past: John Marshall´s Greatness and
Its Lessons for Today´s Supreme Court Justices”, en William and Mary Law Review (Wm. & Mary L.
Rev.), Vol. 43, 2001-2002, pp. 1321 y ss.; en concreto, p. 1330.
256
Cliff SLOAN and David McKEAN: The Great Decision, op. cit., p. 165.
257
Edward S. CORWIN: “What Kind of Judicial Review did the Framers Have in Mind?”, op. cit.,
p. 85.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 689
258
Christopher WOLFE: “John Marshall & Constitutional Law”, en Polity, Vol. 15, No. 1, Autumn
1982, pp. 5 y ss.; en concreto, p. 21.
259
Abraham, que se ha ocupado con cierto detenimiento de la cuestión de la judicial legislating,
considera que John Marshall es quien en mayor medida se ha preocupado de este problema. Cfr. al
respecto, Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process..., op. cit., pp. 352 y ss.
260
Es tópica al respecto la afirmación hecha en 1930 por el senador por Nebraska George W.
Norris, que muy posiblemente por su carácter un tanto desmedido ha pasado a las hemerotecas.
Refiriéndose al problema de la judicial legislating, el senador Norris afirmaba: “We have a legislative
body, called House of Representatives, of over 400 men. We have another legislative body, called the
690 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
Senate, of less than 100 men. We have, in reality, another legislative body, called the Supreme Court,
of nine men; and they are more powerful than all the others put together”.
261
William E. NELSON: Marbury v. Madison. The Origins..., op. cit., p. 67.
262
Ibidem, p. 3.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 691
legal tiene que ser deducida de la obligación de los tribunales de decir lo que es el
Derecho en un caso concreto, decidiéndolo de conformidad a Derecho (un Derecho
que, en ocasiones, viene dado por la Constitución), entonces, es patente que la
facultad de revisión de la constitucionalidad de un texto legal no puede ejercerse
en abstracto y sí sólo con ocasión de la resolución de un caso concreto. Como al
respecto argumenta Bickel263, Marshall no ofreció otra justificación coherente
para conferir tal facultad a los tribunales, y el texto de la Constitución, con inde-
pendencia de los apoyos que pueda o no pueda ofrecer para la argumentación del
Chief Justice , extiende el poder judicial tan sólo “to all Cases” y “to Controversies”,
de lo que se sigue, que los tribunales no pueden hacer pronunciamientos “en lo
amplio y en lo abstracto” (“in the large and in the abstract”), aconsejando a los
otros “departamentos” sobre la demanda; que tampoco pueden dictar sentencias,
ni aún en un caso concreto, que sean consultivas (“advisory”), y que aquéllos no
pueden en forma alguna decidir non-cases, en los que no hay un enfrentamiento
entre partes contradictorias y en los que ninguna consecuencia inmediata para
las partes depende de la resolución. No estamos tanto ante limitaciones para el
ejercicio de la judicial review, cuanto ante apoyos necesarios para el razonamiento
que condujo a esta doctrina.
263
Alexander M. BICKEL: “The Passive Virtues” (The Supreme Court 1960 Term. Foreword), en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Volume 75, 1961-1962, pp. 40 y ss.; en concreto, p. 42.
264
Apud Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, Yale University Press,
New Haven and London, 1990, p. 61.
692 LA SENTENCIA MARBURY V. MADISON
su “golden age”, a fines del siglo XIX265. En un artículo clásico y de gran trascen-
dencia266, aludiría a la “rule of administration”, que hoy podríamos identificar
con el siempre necesario y relevante principio de judicial restraint, del que sería
uno de los más firmes defensores267. Thayer, al igual que Marshall, no veía en la
Constitución un documento diseñado herméticamente, sino, por el contrario,
un texto bosquejado con perfiles amplios, que propiciaba el que, con frecuencia,
personas razonables pudieran diferir acerca de su significado; ello era tanto como
decir que la Constitución ofrecía un amplio ámbito para la discreción legislativa,
por lo que el veto judicial, por así llamar al ejercicio del voiding power, debía
ejercerse tan sólo en aquellos casos que no dejaran espacio para la duda razonable.
“It can only disregard the Act –escribía Thayer268– when those who have the right
to make laws have not merely made a mistake, but have made a very clear one,
-- so clear that it is not open to rational question”.
La argumentación de Hamilton en los núms. 78 y 81 del Federalist, como
también el razonamiento de Marshall en la Marbury opinion, reflejaban la preten-
sión de que esta facultad de anulación de una ley que posibilita el ejercicio de la
judicial review fuera ejercida tan sólo en casos claros e inequívocos, no en casos
dudosos. En relación a Hamilton, podemos recordar una de las reflexiones que
virtió en el núm. 81: “I admit (...) that the constitution ought to be the standard
of construction for the laws, and that wherever there is an evident opposition,
the laws ought to give place to the constitution”. Hamilton deja meridianamente
claro que la oposición entre la ley y la Constitución ha de ser evidente, patente,
manifiesta. En cuanto a Marshall, recordemos que en el prgfo 145 de la sentencia
razonaba, que la doctrina que sostuviera que una ley que “de acuerdo con los
principios y la teoría de nuestro gobierno es completamente nula”, en la práctica,
tal ley debía de ser obligatoria, equivaldría a declarar que “if the legislature shall
do what is expressly forbidden, such act, notwithstanding the express prohibition,
is in reality effectual”. Se puede advertir claramente cómo se subraya que lo que
está prohibido lo ha de estar “expresamente”, lo que es tanto como decir que la
contradicción con la Constitución debe ser nítida, meridiana.
265
Wallace MENDELSON: “The Influence of James B. Thayer upon the Work of Holmes, Brandeis,
and Frankfurter”, en Vanderbilt Law Review, Volume 31, 1978, pp. 71 y ss.; en concreto, pp. 71-72.
266
Cfr. al respecto, James B. THAYER: “The Origin and Scope of the American Doctrine of
Constitutional Law”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. VII, 1893-1894, pp. 129 y ss.
267
Esa “rule of administration” que los tribunales formulan, a la que se refiere Thayer, en términos
que, aunque expuestos hace casi 120 años, siguen gozando de una vivísima actualidad, reconoce:
que, teniendo en cuenta las grandes, complejas y siempre desplegadas (“ever-unfolding”) exigencias
de gobierno, mucho de lo que parecerá inconstitucional a un hombre, o conjunto de hombres, puede
razonablemente no parecerlo a otro; que la constitución admite a menudo diferentes interpretaciones;
que con frecuencia hay una variedad de elección y decisión (“a range of choice and judgment”); que
en tales casos la constitución no impone sobre la legislatura ningún específico criterio, sino que deja
abierta esta variedad de elección (“leaves open this range of choice”), y que cualquier elección que
sea racional es constitucional (“that whatever choice is rational is constitutional”). “This is –concluye
Thayer– the principle which the rule that I have been illustrating affirms and supports”. James B.
THAYER: “The Origins and Scope...”, op. cit., p. 144.
268
James B. THAYER: “The Origins and Scope...”, op. cit., p. 144.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 693
E) Para finalizar, y aunque esta cuestión no tenga que ver tanto con la
caracterización de la judicial review cuanto con el rol que, al hilo del ejercicio
de esta facultad, va a asumir la Supreme Court, creemos de interés decir algo al
respecto. En Cooper v. Aaron, un caso decidido en septiembre de 1958, que se
alinea en la dirección del célebre Brown v. Board of Education (1954), y por tanto,
de supresión de la segregación racial en la escuela, la Corte, por primera vez en
su historia, se arrogó de modo expreso para sí misma la facultad exclusiva de
interpretar la Constitución, dando por supuesto que venía ejerciendo tal facultad
desde la Marbury opinion. Pero eso no es exactamente así. En ningún momento
el Chief Justice y sus colegas se consideraron ellos mismos los árbitros últimos
de las opciones políticas constitucionales de la nación, o lo que igual, “the final
arbiter of the Constitution”. Es una opinión generalmente reconocida, que ni en
Marbury ni en ninguna otra sentencia de la Marshall Court, ésta reivindicó para
sí una autoridad “exclusiva” para interpretar la ley fundamental o una autoridad
última para hacerla respetar por las otras dos “ramas” del gobierno federal. Se
ha llegado incluso a entender, que la sentencia que venimos analizando sostiene
explícitamente la igualdad del rol del Congreso en lo que hace a la interpretación
constitucional cuando afirma en el prgfo 157: “(I)t is apparent, that the framers
of the constitution contemplated that instrument, as a rule for the government of
273
Robert Lowry CLINTON: “Marbury v. Madison, Judicial Review, and Constitutional Supremacy
in the Nineteenth Century”, en Marbury versus Madison. Documents and Commentary, op. cit., pp. 73
y ss.; en concreto, p. 91.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 695
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274
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V. LA PRIMERA DECISIÓN CONSTITUCIONAL
DE LA SUPREME COURT CON BASE EN LA
CONTRACT CLAUSE: EL CASO FLETCHER V.
PECK (1810) Y LA PRIMERA DECLARACIÓN DE
INCONSTITUCIONALIDAD DE UNA LEY ESTATAL *
SUMARIO
La concurring opinion del Justice William Johnson.– 11. La sentencia y sus consecuencias.
El debate suscitado por ella.– 12. Consideraciones finales acerca de la evolución de la
jurisprudencia de la Marshall Court en torno a la contract clause: A) Algunas reflexiones
generales. B) La interpretación de la cláusula en los años subsiguientes a Fletcher: del caso
State of New Jersey v. Wilson (1812) al Sturges case (1819). C) El trascendental Dartmouth
College case (1819). D) De Green v. Biddle (1823) a la última jurisprudencia de la Marshall
Court. 13. Bibliografía manejada.
1
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the Property-Privilege Distinction and <Takings> Clause Jurisprudence”, en Southern California Law
Review (S. Cal. L. Rev.), Vol. 60, 1986-1987, pp. 1 y ss.; en concreto, pp. 3-4.
2
Sobre esa conexión entre la contract clause y el desarrollo del federalismo americano ha hecho
especial hincapié Boyd, para quien esta cláusula “has proven particularly important in American
constitutional history and in the development of American federalism”. Steven R. BOYD: “The Contract
Clause and the Evolution of American Federalism, 1789-1815”, en The William and Mary Quarterly
(Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 44, No. 3 (monográfico sobre “The Constitution of the United
States”), July, 1987, pp. 529 y ss.; en concreto, p. 529.
3
Todos los comentaristas constitucionales durante el primer siglo de la República concurren,
como recuerda Schwartz, en la crucial importancia de la contract clause. Y a título de ejemplo, el
propio autor se hace eco de la opinión de Sir Henry Maine, para quien “in point of fact there is no
more important provision in the whole Constitution”. Escribiendo en 1885, Maine caracterizaría
esta cláusula como “the basis of the credit of many of the great American Railway Incorporations”.
Bernard SCHWARTZ: “Old Wine in Old Bottles? The Renaissance of the Contract Clause”, en Supreme
Court Review (Sup. Ct. Rev.), Vol. 1979, 1979, pp. 95 y ss.; en concreto, p. 97.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 703
4
Charles A. BEARD: An Economic Interpretation of the Constitution of the United States, The
Free Press/Collier-MacMillan Limited, New York/London, First Free Press Paperback edition, 1965,
p. 179.
5
Apud Bernard SCHWARTZ: “Old Wine in Old Bottles?...”, op. cit., pp. 96-97.
6
Alexander HAMILTON, James MADISON and John JAY: The Federalist or, the New Constitution,
edited with an Introduction and Notes by Max Beloff, Basil Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948,
p. 30. (El núm. 7, obra de Hamilton, en pp. 25-31).
7
McConnell cree que la explicación hamiltoniana podría ser puesta en duda, pues si el propósito
de la cláusula en cuestión fuera la protección de los acreedores (“obligees”) residentes en otros
Estados, ¿porqué no se confinó la misma a los contratos interestatales? Michael W. McCONNELL:
“Contract Rights and Property Rights: A Case Study in the Relationship Between Individual Liberties
and Constitutional Structure”, en California Law Review (Cal. L. Rev.), Vol. 76, 1988, pp. 267 y ss.; en
concreto, pp. 285-286.
704 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
8
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause of the Constitution, Harvard University
Press, Cambridge, Massachusetts, 1938, pp. 17-18.
9
De ello se hacen eco Douglas W. KMIEC y John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return
to the Original Understanding”, en Hastings Constitutional Law Quarterly (Hastings Const. L. Q.), Vol.
14, 1986-1987, pp. 525 y ss.; en concreto, p. 535. Bien es verdad que Merrill puntualiza esa afirmación
al sostener que hasta la entrada en vigor de la XIV Enmienda, en 1868, la contract clause fue la
segunda, no la primera, disposición generadora de litigios ante la Corte Suprema, correspondiendo
el primer puesto a la commerce clause, aunque el mismo autor admite que la cláusula que estamos
estudiando fue el vehículo principal por el que la Corte Suprema afirmó el control constitucional
federal sobre los gobiernos estatales. Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts,
and the Transformation of the Constitutional Order”, en Case Western Reserve Law Review (Case W.
Res. L. Rev.), (Case Western Reserve University. School of Law. Cleveland, Ohio), Vol. 37, 1986-1987,
pp. 597 y ss.; en concreto, pp. 597-598.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 705
10
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights: A Reappraisal”, en John Marshall
Law Review (J. Marshall L. Rev.), Vol. 33, 1999-2000, pp. 1023 y ss.; en concreto, 1029.
11
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause: The
Transformation From Vested to Substantive Rights Against the State”, en Buffalo Law Review (Buff.
L. Rev.), (Faculty of Law and Jurisprudence. State University of New York at Buffalo), Vol. 31, 1982,
pp. 381 y ss.; en concreto, p. 381.
12
Charles F. HOBSON: “Remembering the Great Chief Justice”, en Journal of Supreme Court
History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 293 y ss.; en concreto, p. 297.
13
Edward S. CORWIN: The Constitution and what it means today, Princeton University Press,
second printing of the twelfth edition, Princeton, New Jersey, 1961, p. 85.
14
Así lo constata Robert A. RUTLAND, en The Oxford Companion to the Supreme Court of the
United States, editor in chief, Kermit L. Hall, Oxford University Press, New York/Oxford, 1992, p. 517.
15
La carta puede verse en su integridad en The Founders´ Constitution, edited by Philip B.
KURLAND and Ralph LERNER, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1987, vol.
one, pp. 644-647 (el exto transcrito en p. 646).
706 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
16
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, MacMillan Publishing Company/
Collier MacMillan Publishers, New York/London, 1988, p. 130.
17
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundations of Power: John Marshall, 1801-
1815, (Vol. II de la History of the Supreme Court of the United States, The Oliver Wendell Holmes
Devise), MacMillan Publishing Co., Inc./Collier MacMillan Publishers, New York/London, 1981, p.
350. Haskins visualiza el “executory contract” como “a promise to perform at a future date”.
18
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause of the Constitution, Harvard University
Press, Cambridge, Mass., 1938, p. 95.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 707
II. La cláusula que nos ocupa, sin embargo, presenta notables oscilaciones.
Pocas disposiciones de la Constitución, ha escrito Merrill22, han experimentado
más dramáticos altibajos (“ups and downs”) que la contract clause. Recordaba
Cardozo 23 en uno de los trabajos que publicara antes de incorporarse a la
Supreme Court (lo que haría en 1932), de la que llegaría a ser uno de sus grandes
Associate Justices, las palabras de Pascal, “le droit a ses époques”, que el Profesor
Hazeltine, a inicios de los años veinte del pasado siglo, reformulaba así: “the law
has <its epochs of ebb and flow>”. Esta famosa observación iba a ser revivida,
más de medio siglo después, por Schwartz, para proyectarla sobre la cláusula
que analizamos, de la que bien se puede señalar, efectivamente, que ha tenido
épocas de flujo y reflujo, pudiéndose considerar el primer siglo de la República
19
Ibidem, p. 248.
20
Ibidem, p. 243.
21
Estos datos son corroborados por otros autores posteriores. Así, por poner un ejemplo, Siegel
aduce, que puede emerger un modelo si la inmensa masa de litigios desencadenados por la contract
clause durante el siglo XIX se separa en dos tipos de casos: los concernientes a franquicias otorgadas
por el Estado (“cases involving state-granted franchises”) y los relativos a los contratos ordinarios,
principalmente los que crean relaciones entre deudor y acreedor. Siguiendo a Wright, nuestro autor
constata que cerca del 90 por 100 concierne a la primera categoría de casos, concernientes princi-
palmente a estatutos corporativos (“corporate charters”). Stephen A. SIEGEL: “Understanding the
Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 7.
22
Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts, and the Transformation of the
Constitutional Order”, op. cit., p. 597.
23
Benjamin N. CARDOZO: “A Ministry of Justice”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol.
XXXV, 1921-1922, pp. 113 y ss.; en concreto, p. 126.
708 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
24
Bernard SCHWARTZ: “Old Wine in Old Bottles?...”, op. cit., p. 98.
25
Tal ha sido el caso de Kmiec y McGinnis, quienes consideran que la historia de la contract
clause en la Corte Suprema puede dividirse en cuatro períodos: El primero se prolongaría hasta fines
de los años 1880, y en él la Corte aplicaría la cláusula con vigor para derribar la legislación estatal
que, retroactivamente, menoscabara o alterara derechos contractuales, con independencia de que
esos derechos fueran esgrimibles frente a otro individuo privado o frente a un Estado. En el segundo
período, que se extendería hasta los años 1930, la cláusula cayó ampliamente en desuso. El desarrollo
del substantive due process permitió a los defensores del laissez faire mantener con éxito la anulación
de la legislación económica con efectos prospectivos lo mismo que retroactivos, convirtiendo por
lo tanto la contract clause en un instrumento en gran medida superfluo. El tercer período lo inician
estos autores con la importantísima sentencia dictada por la Corte en el caso Home Building & Loan
Association v. Blaisdell (1934). En esta etapa el modelo de revisión jurisdiccional a través del substantive
due process analysis continuó siendo aplicado a casos que caían bajo la contract clause; sin embargo,
al relajarse enormemente el due process standard, la cláusula de los contratos se convirtió en una
“virtual nullity”. En el período final, la Corte se ha encargado de revivir la cláusula que nos ocupa en
una limitada medida, sujetando a un mayor examen las interferencias retroactivas de la legislación
estatal con la esencia de las expectativas contractuales. Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS:
“The Contract Clause: A Return to the Original Understanding”, op. cit., p. 534.
26
Alpheus Thomas MASON: “Myth and Reality in Supreme Court Decisions”, en Virginia Law
Review (Va. L. Rev.), Vol. XLVIII, 1962, pp. 1385 y ss.; en concreto, p. 1391.
27
Ya en 1787, en la Asamblea del Estado de Nueva York, Alexander Hamilton iba a sostener que
la Constitución estatal impedía que cualquiera fuera privado de sus derechos excepto “by the law
of the land”, o como una reciente ley de la propia Asamblea newyorkina había establecido, “by due
process of law”, que, dijo Hamilton, –en lo que Wood califica como un asombroso y nuevo rasgo
(“an astonishing and novel twist”)– tenía un preciso significado técnico. Estos términos, precisaba
Hamilton, eran ahora “only applicable to the process and proceedings of the courts of justice; they
can never be referred to an act of legislature”, aun cuando sea la legislatura la que les ha dado vida.
Como de nuevo dice Wood, esto era, como mínimo, un extraordinario argumento, una de las primeras
numerosas interpretaciones imaginativas de la historia americana, dada en este caso a la frase due
process of law. En esta, como en tantas otras cuestiones jurídicas, añadiríamos por nuestra cuenta, el
ingenio y la agilidad y viveza del pensamiento de Hamilton siempre fueron por delante de los demás.
Cfr. al efecto, Gordon S. WOOD: “The Origins of Vested Rights in the Early Republic”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 85, 1999, pp. 1421 y ss.; en concreto, pp. 1437-1438.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 709
28
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1054.
29
Alpheus Thomas MASON: “Myth and Reality in Supreme Court Decisions”, op. cit., p. 1391.
30
Ibidem, p. 1392.
31
Bernard SCHWARTZ: “Old Wine in Old Bottles?...”, op. cit., p. 98.
32
Cfr. al respecto, James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract
Clause...”, op. cit., p. 382. Esta es justamente la tesis central del artículo de este autor.
710 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
33
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”, op.
cit., p. 404.
34
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 57.
35
Bernard SCHWARTZ: “Old Wine in Old Bottles?...”, op. cit., p. 99.
36
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 20.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 711
a convertirla en la segunda mitad del pasado siglo casi en una mera curiosidad
histórica37, pero tal apreciación ha de considerarse como muy exagerada; piénsese,
por ejemplo, que en 1941, en Wood v. Lovett, la Fletcher opinion era citada como
autoridad 38. También Merrill, un cuarto de siglo atrás, señalaba que en ese
momento la cláusula no era sino una pálida sombra de sí misma (“a pale shadow
of its former self”)39, pero la realidad es que a fines de los años setenta del pasado
siglo la cláusula pareció revivir, en alguna pequeña medida al menos, sin que con
ello queramos dar a entender, ni mucho menos, que está en vías de recuperar su
esplendor de antaño. En cualquier caso, en 1977, en el caso United States Trust
Co. v. New Jersey, la Corte anuló la abrogación de un contrato de fianza pública
con fundamento en el menoscabo del contrato. El siguiente año, en el caso Allied
Structural Steel Co. v. Spannaus, la Corte anuló una ley estatal de pensiones por
imponer obligaciones no negociadas sobre una parte de un contrato privado. Se
ha considerado40, quizá un tanto exageradamente, que estas decisiones señalan
un nuevo activismo en el empleo por la Corte Suprema de la contract clause para
proteger derechos económicos, pero en cualquier caso revelan que la cláusula no
es mera letra muerta.
Digamos para terminar, que el vigor jurisprudencial de esta cláusula, como
creemos haber dejado ya claro, es directamente deudor del Chief Justice Marshall.
Nadie puede estar seguro de la importancia que tal disposición constitucional
habría tenido de no presidir John Marshall la Corte. Un autor tan relevante en
el estudio de este instituto jurídico como Wright ha puesto de relieve41, que la
cláusula pensada por los Framers era algo muy diferente (“it was a very different
thing”) de su conformación en los años finales de Marshall en el Tribunal,
apreciación con la que no terminamos de estar de acuerdo, como trataremos de
justificar llegado el momento de abordar los perfiles característicos de la contract
clause. Ciertamente, en algunas de las más controvertidas decisiones de la Marshall
Court, como pueden ser Fletcher v. Peck (1810), Dartmouth College v. Woodward
(1819), Providence Bank v. Billings (1830), Sturges v. Crowninshield (1819) y Ogden
v. Saunders (1827), la “cláusula de los contratos” fue la cuestión central, como ha
reflejado un sector de la doctrina42, con un innegable afán crítico subyacente. Pero
que esas decisiones fueran controvertidas en su momento no es razón en absoluto
37
Kmiec y McGinnis escriben que “the Clause was construed so narrowly that it became little
more than a historical curiosity”. Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause:
A Return to the Original Understanding”, op. cit., p. 526.
38
Cfr. al efecto, Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part II), en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944, pp. 621 y ss.; en concreto, pp. 635-636.
Fletcher, diría en la Wood opinion el Justice Hugo L. Black, descansaba sobre la suposición de que
había una continua obligación por parte del Estado, como de parte de cualquier otro otorgante, de
no repudiar un traspaso válido, intentando volver a hacer valer una pretensión a una propiedad que
había sido vendida.
39
Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts...”, op. cit., p. 598.
40
YALE-NOTE: “A Process-Oriented Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal (Yale
L. J.), Vol. 89, 1979-1980, pp. 1623 y ss.; en concreto, p. 1624.
41
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause of the Constitution, op. cit., p. 27.
42
Así, Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review (From Constitutional Interpretation
to Judge-Made Law), Basic Books, Inc., Publishers, New York, 1986, p. 54.
712 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
suficiente para descalificarlas, como tampoco para censurar con mayor o menor
acritud la doctrina jurisprudencial sentada por Marshall en torno a esta importan-
tísima disposición constitucional. Con sus luces y sus sombras, la jurisprudencia
marshalliana sobre esta cláusula tuvo en su momento un extraordinario valor,
y juzgada en su conjunto merece un juicio notablemente positivo, como iremos
viendo de inmediato al tratar de desentrañar y explicar esa doctrina.
Añadamos, en fin, que Fletcher v. Peck, aun siendo la más conocida de las
decisiones relativas a disputas sobre títulos de tierras, y la que puede considerarse
el primer leading case en lo que a la interpretación de la contrac clause se refiere,
no fue ni mucho menos la única. Si Fletcher (1810) tuvo como referencia las tierras
del Yazoo, Green v. Biddle (1821) se relacionó con las tierras de Kentucky; en
Huidekoper´s Lessee v. Douglas (1805) fueron las tierras de la “Holland Company”
las que desencadenaron el litigio, mientras que en el caso Fairfax´s Devisee v.
Hunter´s Lessee (1813) fue el título de las tierras de lord Fairfax el desencadenante
de la decisión, que ocasionaría a su vez directamente esa “piedra angular de
la supremacía federal” (“that cornerstone of federal supremacy”), como la ha
llamado Turner43, que fue la sentencia dictada en el caso Martin v. Hunter´s Lessee
(1816). Estas sentencias, en las que la controversia giró siempre en torno a una
actuación estatal, presentan la peculiaridad de que las cuestiones controvertidas
se habían iniciado en la mayor parte de los casos con anterioridad al acceso de
Marshall a la Chief Justiceship.
43
Kathryn TURNER: “Federalist Policy and the Judiciary Act of 1801”, en The William and Mary
Quarterly (Wm. & Mary Q.), Third Series, Vol. 22, No. 1, January, 1965, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 23.
44
El Art. V de los Articles of Confederation disponía, que para la mejor gestión de los intereses
generales de los Estados Unidos, anualmente, y del modo que estableciera la legislatura de cada Estado,
se nombraran delegados que habían de reunirse en un Congreso el primer lunes de noviembre de
cada año, órgano en el que ningún Estado tendría menos de dos representantes ni más de siete. El
texto de los Articles of Confederation puede verse como “Appendix” en Alexander HAMILTON, James
MADISON and John JAY: The Federalist or, the New Constitution, op. cit., pp. 453-460.
45
Denis P. DUFFEY: “The Northwest Ordinance as a Constitutional Document”, en Columbia Law
Review (Colum. L. Rev.), Vol. XCV, 1995, pp. 929 y ss.; en concreto, p. 931.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 713
tucional, aunque no se haya profundizado gran cosa en esta idea, que es por cierto
la tesis que sustenta el mencionado autor en su trabajo, en el que concluye que la
Ordenanza, a causa de la naturaleza de su autoridad y del significado de sus prin-
cipios, debería incluirse entre los “foundational documents of our constitutional
tradition”46, pues, a través de este texto, el Continental Congress promulgó un
conjunto de principios que grabó eficazmente sobre las instituciones y prácticas
no simplemente del Northwest Territory, sino también sobre el gobierno nacional.
Recordemos, retrotrayéndonos unos años en la historia, que al término de
la Guerra de Independencia, una vez ya articulada una primera vinculación
jurídico-política entre las antiguas trece colonias, instada insistentemente por
John Adams47, que tendría su reflejo en los mencionados Articles of Confederation
and perpetual Union, y entrado en vigor este documento en marzo de 178148, el
Continental Congress se hubo de enfrentar a una diversidad de problemas políticos
y económicos relacionados con el Territorio del Noroeste. Ya en 1784 un primer
documento, la Ordenanza de ese mismo año, que se suele considerar redactado
por Thomas Jefferson, y que fue llamado el “Jefferson´ plan”, por cuanto fue él
quien presidió el Comité que escribió el informe49 que, tras ser enmendado por
el Continental Congress, se convirtió en el texto de la Ordenanza50, abordó la
regulación de las mismas cuestiones, dividiendo el Territorio en diez Estados.
Pero aunque el texto llegó a ser aprobado, poco tiempo después el Continental
Congress se dio cuenta de que la Ordenanza era inadecuada en diversos aspectos51,
por lo que se entendió necesario proceder a redactar un nuevo documento, que
en realidad se ha considerado52 más una extensión que una repudiación del texto
anterior. Jefferson había abandonado el país camino de Francia y la redacción de
46
Ibidem, p. 968.
47
“Each colony –escribía Adams en marzo de 1776– should establish its own government and then
a league should be formed between them all”. Apud Bernard SCHWARTZ: Some Makers of American
Law, Ajoy Law House (University of Calcutta), Calcutta, 1985, pp. 2-3.
48
Aunque en julio de 1777 el Continental Congress ya había elaborado los Articles, sometiéndolos
de inmediato a los Estados, que en dos años los habían ratificado, su entrada en vigor se prolongó
dos años más, por cuanto Maryland negó su aprobación hasta marzo de 1781, no por su discrepancia
con el texto de los Articles, sino por el hecho de que sus ciudadanos consideraban que ciertas tierras
del Oeste pretendidas por varios Estados (Virginia, Pennsylvania, Massachusetts, New York y Con-
necticut) debían ser cedidas a la nación. Sobre los Articles, cfr. Carl J. FRIEDRICH and Robert G.
McCLOSKEY: “The Roots of American Constitutionalism”, en From the Declaration of Independence
to the Constitution, edited by Carl J. Friedrich and Robert G. McCloskey, The Bobbs-Merril Company,
Inc., Indianapolis/New York, 1954, pp. VII y ss.; en concreto, pp. XL y ss.
49
George H. ALDEN: “The Evolution of the American System of Forming and Admitting New
States into the Union”, en Annals of the American Academy of Political and Social Sciences (Annals Am.
Acad. Pol. & Soc. Sci.), Vol. 18, 1901, pp. 469 y ss.; en concreto, p. 475. Junto a Jefferson, “chairman”
del Comité, integraron el mismo Howell, de Rhode Island, y Chase, de Maryland.
50
Cfr. al respecto, Robert F. BERKHOFER, Jr.: “Jefferson, the Ordinance of 1784, and the Origins
of the American Territorial System”, en The William and Mary Quarterly (Wm. & Mary Q.), Third Series,
Vol. 29, No. 2, April, 1972, pp. 231 y ss.; en concreto, p. 231.
51
Alden aduce, que fue el deseo de estructurar el Territorio del Noroeste en un número mucho
menor de Estados, como a la postre establecería el texto de 1787, lo que condujo a la derogación de
la Ordenanza de 1784. George H. ALDEN: “The Evolution of the American System of Forming...”,
op. cit., p. 477.
52
Robert F. BERKHOFER, Jr.: “Jefferson, the Ordinance of 1784, and the Origins...”, op. cit., p. 261.
714 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
II. Son, sin embargo, las previsiones que podrían englobarse bajo el genérico
rótulo del mercantilismo las que presentan a los efectos de este trabajo particular
interés. La Ordenanza, entre otros fines, pretendía potenciar la riqueza de los
colonos, facilitándoles un más fácil acceso a la propiedad de la tierra. Pero el
documento también puede considerarse que fortalecía el mercantilismo con la
disposición que iba a incorporar asegurando el cumplimiento de los contratos,
que a su vez aparecía estrechamente conexa con la just compensation clause.
En efecto, en la segunda parte del art. 2º se disponía: “(N)o man shall be
deprived of his liberty or property but by the judgment of his peers, or the law
of the land; and should the public exigencies make it necessary for the common
preservation to take any person´s property, or to demand his particular services,
full compensation shall be made for the same”. (“Nadie será privado de su libertad
o propiedad, sino a través del juicio de sus iguales o de acuerdo con el Derecho del
país, y cuando el interés público hiciera necesario, para la conservación común,
apropiarse de la propiedad de alguna persona o exigirle determinados servicios,
deberá hacérsele una previa indemnización por lo mismo”). La previsión transcrita
53
Alden, a diferencia de Berkhofer, considera que, una vez que Jefferson abandonó el país, “the
leading figure in the movement to organize the west” fue Monroe. George H. ALDEN: “The Evolution
of the American System of Forming...”, op. cit., p. 477.
54
Ulrich B. PHILLIPS: American Negro Slavery, New York/London, 1933, p. 128. Cit. por Staughton
LYND: “The Compromise of 1787”, en Political Science Quarterly (Pol. Sci. Q.), Vol. 81, No. 2, June,
1966, pp. 225 y ss.; en concreto, p. 225. El acuerdo antiesclavista, aceptado por un Congreso en el que
la mayoría sureña del mismo, unánimemente, votó a favor de la Ordenanza, no deja de sorprender,
mucho más aún si se tiene en cuenta que el 12 de julio, esto es, un día antes de la aprobación de la
Ordenanza, en Filadelfia, la Convención Constitucional votó la famosa y harto controvertida cláusula
de los 3/5 en relación a la composición de la House of Representatives. Recogida en el párrafo tercero
de la Sección 2ª del Art. I de la Constitución, cabe recordar que la misma operaba en el cómputo
de la población de los distintos Estados, algo que resultaba decisivo a efectos del prorrateo de los
impuestos directos y del cálculo del número de representantes. A su tenor, la población se había de
determinar sumando al número total de personas libres las 3/5 partes de todas las personas restantes,
(eufemismo tras el que subyacía la referencia a las personas de raza negra) excluyendo a los indios
no sujetos al pago de contribuciones.
55
Staughton LYND: “The Compromise of 1787”, op. cit., p. 225.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 715
iba inmediatamente seguida por esta otra: “And, in the just preservation of rights
and property, it is understood and declared; that no law ought ever to be made or
have force in the said territory, that shall, in any manner whatever, interfere with
or affect private contracts, or engagements bona fide, and without fraud previously
formed”. (“Y en justa preservación de los derechos y de la propiedad, se entiende y
declara que nunca se hará, ni tendrá vigencia en dicho territorio, ninguna ley que
de algún modo interfiera o afecte a los contratos privados o a los compromisos
anteriormente concertados de buena fe y sin fraude”).
Se ha dicho, que esta disposición, como la cláusula constitucional de la
contract clause que de ella deriva, no hacía sino encarnar una máxima de justicia
(“a maxim of justice”) que parecía venir demandada por las circunstancias del
país y por el vago sistema de legislación (“the lax system of legislation”) entonces
prevaleciente56. Richard Henry Lee, en referencia sobre todo a la cláusula de
justa compensación o indemnización, escribiría que “parecía necesario para la
seguridad de la propiedad entre una ignorante y quizá licenciosa gente (“among
uninformed, and perhaps licentious people”), como era la mayor parte de los que
allí estaban, que existiera un gobierno fuertemente armonizado y unos derechos
de propiedad claramente definidos”57, lo que podía sugerir la necesidad de una
explícita definición y protección de los derechos de propiedad impuesta a nivel
nacional, que fuera más allá de la proporcionada por el common law y por la
legislación local.
Las dos previsiones transcritas, como se ha podido ver, aparecían estrecha-
mente asociadas, presentándosenos como dos cláusulas del mismo artículo
conectadas con la conjunción “and”. Además, la contract clause pretendía,
y así se hacía constar explícitamente, la justa preservación de los derechos
contractuales y de la propiedad, enfatizándose de esta forma la conexión entre
los derechos protegidos. Ambas disposiciones se aplicaban a la misma unidad
de gobierno, el Territorio. Cuando la Constitución entró en vigor, los Territorios
quedaron sujetos a las restricciones aplicables al gobierno federal, pero en
algunos aspectos el poder federal sobre los Territorios recordaba cercanamente
los poderes gubernamentales estatales. Es por lo mismo por lo que McConnell
considera que estas disposiciones podían haber fijado un precedente para aplicar
las restricciones que establecían al gobierno federal, a los gobiernos estatales o
a uno y a otros, circunstancias todas ellas que hacen un tanto sorprendente que
los Framers separaran las dos cláusulas en la Constitución, aplicando cada una
de ellas a un diferente nivel de gobierno.
De la importancia de esta temprana recepción jurídica de la contrac clause
para afianzar todo tipo de actividad comercial y, a la par, fortalecer el principio de
seguridad jurídica, daría buena cuenta George F. Hoar, en un speech pronunciado
56
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, en Southern Law Review (New
Series), (S. L. Rev. n. s.), Vol. 1, No. III, Saint Louis, October, 1875, pp. 401 y ss.; en concreto, p. 408.
57
Apud Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op. cit., p. 277.
716 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“For the first time in history the Ordinance of 1787 extended that domain
from which all human government is absolutely excluded by forbidding any
law interfering with the obligation of good faith between man and man.
This provision, adapted afterward in the Constitution of the United States,
and thereby made binding as a restraint on every state, is the security upon
which rests at last all commerce, all trade, all safety in the dealing of men
with each other”58.
58
Apud Denis P. DUFFEY: “The Northwest Ordinance as a Constitutional Document”, op. cit.,
p. 960.
59
Albert P. MELONE: “Mendelson v. Wright: Understanding the Contract Clause”, en The Western
Political Quarterly, Vol. 41, No. 4, December, 1988, pp. 791 y ss.; en concreto, p. 794.
60
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights: A Reappraisal”, en John Marshall
Law Review (J. Marshall L. Rev.), Vol. 33, 1999-2000, pp. 1023 y ss.; en concreto, p. 1031.
61
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 530.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 717
62
Staughton LYND: “The Compromise of 1787”, op. cit., p. 244.
63
Farrand, en la clásica, y de largo más completa, obra de recopilación de las actas de la Conven-
ción Constitucional de Filadelfia, refiriéndose a la sesión del martes 28 de agosto, escribe: “Mr. King
moved to add, in the words used in the Ordinance of Congs. establishing new States, a prohibition
on the States to interfere in private contracts”. Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal
Convention of 1787, revised edition in four volumes, Yale University Press, New Haven and London,
1937 (first published by Yale University Press in 1911), vol. II, p. 439.
64
Así, entre otros, Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op. cit.,
pp. 277-278.
718 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
propiedad. Los términos del Tratado exigían de los Estados Unidos proteger los
derechos de los súbditos británicos dimanantes de los contratos y de la propiedad
frente a cualquier menoscabo legal, una obligación lógicamente colindante con las
protecciones que encarnaban las just compensation and contracts clauses. Si los
Framers habían estado preocupados por hacer efectivas las obligaciones asumidas
convencionalmente frente a la Gran Bretaña, parecía por entero lógico prohibir el
menoscabo de las obligaciones o compromisos asumidos en un contrato, pero no
era menos lógico que esa prohibición se hiciera en ambos niveles de gobierno, el
federal y el estatal. No sería así por cuanto, como ya se ha visto, la contract clause
tan sólo operaría en el nivel estatal.
65
Tal es el caso, por ejemplo, de Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts...”,
op. cit., p. 600.
66
Casi nadie –escribe Levy– se preocupó acerca de la contract clause ni en la Convención
Constitucional ni en la controversia sobre la ratificación. Quienes defendían la ratificación y los que
se oponían a ella no pudieron ser más apáticos de lo que fueron acerca de esta cláusula. Leonard
LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 124. También Ely se hace eco de cómo
esta cláusula no ocupó un lugar relevante en los debates de ratificación, en los que gran parte de la
discusión sobre la misma se vinculó a otras restricciones sobre el poder estatal, muy notablemente,
sobre la prohibición de emitir papel moneda. James W, ELY, Jr.; “The Marshall Court and Property
Rights...”, op. cit., p. 1031.
67
Cfr. al respecto, Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention of 1787, op.
cit., vol. II, pp. 439-440.
68
G. Edward WHITE (with the aid of Gerald Gunther): The Marshall Court and Cultural Change
1815-1835 (Abridged edition), Oxford University Press, New York/Oxford, 1991, pp. 600-601.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 719
73
Crosskey señala, que en cuanto la prohibición de la Ordenanza se refería a contratos “previously
formed”, la misma estaba expresamente limitada a intromisiones sobre contratos previamente
formalizados, por lo que la moción de Rufus King había de entenderse como una moción “for a
prohibition of retrospective <interferences> only”. William Winslow CROSSKEY: “The Ex-Post-Facto
and the Contracts Clauses in the Federal Convention: A Note on the Editorial Ingenuity of James
Madison”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 35, 1967-1968, pp. 248 y ss.;
en concreto, p. 248.
74
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 8.
75
Apud Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention of 1787, op. cit., vol.
II, p. 439.
76
Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op. cit., p. 279.
77
Farrand, refiriéndose a Madison, escribe: “He conceived however that a negative on the State
laws could alone secure the effect”. Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal..., op. cit.,
vol. II, p. 440.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 721
78
Quizá fuera en base a ello por lo que Denham, hace un siglo, considerara (una consideración que
no creemos pueda ser suscribible) a James Wilson como el autor de la cláusula de los contratos. (“There
is –escribe– but little doubt that the author of this bone of contention, or <the obligation clause>, as
it has often been called, was Mr. James Wilson, later one of the justices of the Supreme Court of the
United States, and a very learned lawyer, who had always contended that acts of a legislative body
were of the nature of compacts, particularly when rights were vested under them”). R. N. DENHAM,
Jr.: “An Historical Development of the Contract Theory in the Dartmouth College Case”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. VII, No. 3, January, 1909, pp. 201 y ss.; en concreto, p. 216. Denham
no es, desde luego, el único que ha atribuido la paternidad de la contract clause a James Wilson. La
razón de ello hay que buscarla en que algunos autores, en atención a los términos de su redacción,
han vinculado esta cláusula con el civil law. Wilson estaba muy familiarizado con el civil law, pues su
educación jurídica se afianzó en Escocia, donde había nacido en 1742, y el Derecho escocés estaba
basado en los principios del Derecho romano.
79
Apud Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal..., op. cit., vol. II, p. 440.
80
De conformidad con el párrafo tercero de la Sección 9ª del Art. I de la Constitución, “no bill
of attainder or ex post facto law shall be passed”, prohibición esta que tiene como destinatario al
Congreso de los Estados Unidos.
81
William Winslow CROSSKEY: “The Ex-Post-Facto and the Contracts Clauses in the Federal
Convention...”, op. cit., p. 249.
82
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return to the Original
Understanding”, op. cit., p. 531.
722 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
III. El Committee on Revision and Style había sido seleccionado por votación
el 8 de septiembre, y quedó integrado por el Dr. William Samuel Johnson,
delegado de Connecticut, que lo presidiría (“Chairman”), el Gobernador Morris,
de Pennsylvania, Rufus King, de Massachusetts, James Madison, de Virginia, y
Alexander Hamilton, de New York. Aunque Johnson era el presidente, parece que
fue a Morris a quien correspondió el rol protagonista en este Comité. En una carta
de James Madison a Jared Sparks, fechada en Montpellier, el 8 de abril de 1831,
se puede leer: “The finish given to the style and arrangement of the Constitution
83
Apud Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention..., op. cit., vol. II,
pp. 448-449.
84
William Winslow CROSSKEY: “The Ex-Post-Facto and the Contracts Clauses in the Federal
Convention...”, op. cit., p. 250.
85
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 126.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 723
86
Esa carta puede verse en Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention of
1787, op. cit., vol. III, pp. 498-500. Las líneas transcritas, en p. 499.
87
La carta puede verse en Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention...,
op. cit., vol. III, pp. 419-420. Las líneas transcritas, en p. 420.
88
Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, en Georgetown Law Journal (Geo. L. J.), Vol. XVI,
1927-1928, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 37.
89
Puede verse en Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal..., op. cit., vol. II,
pp. 590-603.
90
William Winslow CROSSKEY: “The Ex-Post-Facto and the Contracts Clauses in the Federal
Convention...”, op. cit., p. 252.
91
Justamente por la ausencia de tal explicación, así como por la incomplitud de las actas y demás
documentos relacionados con la Convención, la doctrina norteamericana ha podido efectuar muy
diversas elucubraciones respecto al contenido de la cláusula y en relación a su autoría. Respecto de
ésta, Ulmer, hace medio siglo, intentó dar un cierto protagonismo en la adopción de la contract clause
a Charles Pinckney, cuya contribución al texto constitucional enfatiza. “The prohibition against state
impairement of the obligation of contracts –escribe Ulmer– was inserted by the Committee of Style
but only after Charles Pinckney had expressed similar ideas in respect to national laws on August 18”.
724 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
S. Sidney ULMER: “Charles Pinckney: Father of the Constitution?”, en South Carolina Law Quarterly
(S. C. L. Q.), Vol. 10, 1958, pp. 225 y ss.; en concreto, p. 244.
92
Apud Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal..., op. cit., vol. II, p. 619. Ponemos
entre paréntesis el término facto, porque este término, presuponemos que por un error de impresión,
está ausente del texto de Farrand.
93
Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op. cit., p. 280.
94
Valga como ejemplo el más caracterizado estudioso del tema, Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.:
The Contract Clause..., op. cit., p. 10. Se hace eco Wright de cómo la peculiar terminología utilizada
por los constituyentes vino a sugerir a algunos autores, que los Framers pudieron quizá apropiarse de
los términos del Derecho Romano. Desde luego, la evidencia de la similitud, si es que no identidad,
de los términos es grande. Pero no hay de ningún modo otra prueba de este supuesto seguimiento
del Derecho romano. “In none of the discussions of which we have any record –escribe Wright– is
the meaning of the clause traced to or explained by reference to the Civil Law”.
95
“The Constitution of the United States –afirmó Roosevelt, en un address recogido, entre otros
muchos medios, por la edición del New York Herald Tribune del 18 de septiembre de 1937– was
a layman´s document, not a lawyer´s contract. That cannot be stressed too often, Madison, most
responsible for it, was not a lawyer–nor was Washington or Franklin, whose sense of the give and
take of life had kept the Convention together”. Apud Edward S. CORWIN: “James Madison: Layman,
Publicist and Exegete”, en New York University Law Review (N. Y. U. L. Rev.), Vol. XXVII, 1952, pp.
277 y ss.; en concreto, p. 278.
96
Señala Diamond, que la mayoría de los delegados eran inteligentes, que muchos habían sido
muy bien educados, que unos pocos eran profundos y casi todos tenían experiencia en los asuntos
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 725
Aun cuando sea entrar en una polémica que, hasta donde nos alcanza, ha sido
bastante marginal entre la doctrina americana, que, por lo general, ha seguido a
pie juntillas las actas de la Convención plasmadas por Farrand en su clásico libro,
siendo de recordar que lo que hizo Farrand fue recopilar, con enorme rigor, dicho
sea al margen, diversas actas y escritos relacionados con la Convención (las escri-
tas por Madison, primariamente, pero también el Journal de la Convención y otros
escritos, como los de Mason y McHenry), lo cierto es que como la información
crucial sobre el devenir de la contract clause en la Convención se debe a Madison,
Crosskey, vale la pena recordarlo, ha descalificado por entero tal información:
“But Madison´s notes, –escribe el Profesor de la “University of Chicago”97– as
they relate to the Contracts Clause, are incredible, not only because of these
things that they do contain, but, also, because of the things they do not contain”.
En apoyo de su tesis, Crosskey aduce, que cuando George Mason, delegado
por Virginia, leyó una copia impresa del Informe del Committee of Style, vio de
inmediato con evidencia cierta, que la nueva cláusula añadida por el Committee
tenía un amplio significado. Y así, en un “memorandum” redactado por Mason
con vistas a postular la introducción de diversos cambios en el texto presentado
por el Committee, este delegado por Virginia añadió una anotación para proponer
la inserción de la palabra “previous” después de las palabras “obligation of” en la
disposición sobre la contracts clause del Committee. Ello habría conducido a que
la disposición dijera: “No state shall.... pass any laws altering or impairing the
obligation of previous contracts”.
Durante las sesiones de la Convención de los días 14 y 15 de septiembre, Mason
propuso la mayoría de los cambios que él había anotado en sus papeles y junto
a cada una de las modificaciones postuladas, él anotó la decisión que al efecto
adoptó la Convención. Sus documentos, hoy en la Library of Congress, muestran
que uno de los cambios propuestos por Mason fue justamente el ya señalado:
la inserción de la palabra “previous” en la contracts clause, y que tal cambio
fue rechazado98 por la Convención. El cambio propuesto era bien revelador,
desde luego, como también lo fue su rechazo por la Convención, que –especula
Crosskey– debió decepcionar completamente a Madison99, y quizá por lo mismo no
públicos. Hombres como Franklin, Madison, Hamilton, Wilson, Livingston y Mason eran además
estudiosos y autores de importantes trabajos, bien versados en la literatura política y acostumbrados
a llevar a los asuntos políticos el estilo y penetración de su formación e intelecto. Y además eran muy
jóvenes, promediando los 40 años de edad, aunque muchos de los más relevantes quedaban muy por
bajo de esa edad (Pinckney, 29 años; Hamilton, 32; Edmund Randolph, 34; el Gobernador Morris, 35
y James Madison, 36). Martin DIAMOND: The Founding of the Democratic Republic, F. E. Peacock
Publishers, Inc., Itasca, Illinois, 1981, pp. 16-17.
97
William Winslow CROSSKEY: “The Ex-Post-Facto and the Contracts Clauses...”, op. cit., p. 253.
98
Ibidem, p. 253.
99
Recuerda McConnell (Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op.
cit., p. 276), que Madison, en una carta de 17 de octubre de 1788 dirigida a Jefferson, le comentó que
la contracts clause, al igual que otras dos prohibiciones de la Sección 10ª del Art. I de la Constitución,
“created more enemies than all the errors in the System positive and negative put together”. Esta
apreciación revelaría ciertamente un juicio un tanto crítico respecto del diseño de la cláusula, pero no
es menos cierto que en otra carta (quizá incluso en la misma, pues hemos de expresar nuestras dudas
acerca de si el dato que recoge McConnell en la nota 46, p. 276, de su trabajo, es erróneo, y en realidad
726 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
se hizo eco de todo ello en sus “Notas sobre la Convención”. Innecesario es decir,
que la información reflejada por Crosskey era significativa, pues el rechazo por
la Convención del término propuesto por Mason venía a significar un amplísimo
entendimiento de la cláusula por la Convención, por cuanto, de modo implícito
al menos, ello se traducía en que las leyes estatales no podrían menoscabar los
compromisos derivados de contratos celebrados no sólo con anterioridad a la
promulgación de la ley, sino que tampoco podrían afectar a contratos formalizados
con posterioridad100.
El lunes 17 de septiembre era finalmente aprobada la Constitución, ese
documento señero en la historia del constitucionalismo que el británico William
Gladstone ensalzara como “the most wonderful work ever struck off at a given time
by the brain and purpose of man”101, si bien, como con enorme sensatez precisaría
uno de los destacados protagonistas de la Convención de Filadelfia, el Gobernador
Morris, que fuera o no un buen texto no iba a depender tanto de su redacción como
de su interpretación102, y aquí es donde Marshall desempeñaría un papel estelar.
se está refiriendo a una carta de 24 de octubre de 1787) dirigida también a Jefferson, de la que ya nos
hemos hecho eco en el primer epígrafe de este trabajo, Madison criticará con dureza la mutabilidad
e injusticia de determinadas leyes estatales que afectaban a los derechos de los particulares. Más aún,
como hemos podido ver, en el breve debate habido en la Convención al hilo de la propuesta por King
de la contract clause, Madison, tras sopesar las ventajas e inconvenientes de la misma, consideraría
que las primeras eran mayores que los segundos.
100
Quizá por lo mismo, Rappaport pudo escribir hace una treinta de años que “discussion of the
clause at the time of its ratification assumed that it would operate absolutely”, a lo que el propio autor
añade la existencia de una evidencia histórica en el sentido de que los Framers no pretendían crear
a través de la cláusula de los contratos “a balancing test”. Michael B. RAPPAPORT: “A Procedural
Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol. 93, 1983-1984, pp. 918 y ss.;
en concreto, pp. 923-924.
101
William E. GLADSTONE: “Kin Beyond Sea”, en North American Review (North Am. Rev.), Vol.
CXXVII, Nº 264, September/October, 1878, pp. 179 y ss.; en concreto, p. 185. Para Gladstone, “as
the British Constitution is the most subtile organism which has proceeded from the womb and the
long gestation is progressive history, so the American Constitution is, so far as I can see, the most
wonderful work ever struck off at a given time by the brain and purpose of man”.
102
Recuerda Corwin, que una vez aprobada la Constitución, un amigo comentó al Gobernador
Morris: “Ustedes han hecho una buena Constitución”, a lo que éste replicó: “depends on how it is
construed”; y en su caracterización de la Constitución como “un experimento”, Hamilton sostuvo
el mismo punto de vista pragmático. Edward S. CORWIN: “The Constitution as Instrument and as
Symbol”, en The American Political Science Review (Am. Pol. Sci. Rev.), Vol. 30, No. 6, December, 1936,
pp. 1071 y ss.; en concreto, p. 1073.
103
Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause of the United States Constitution: Public and/or
Private Contracts”, en University of Arkansas at Little Rock Law Journal (UALR L. J.), Vol. 11, 1988-1989,
pp. 343 y ss.; en concreto, p. 346.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 727
104
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause of the Constitution, op. cit., p. 12.
105
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 128.
106
Apud Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause of the United States Constitution...”, op. cit.,
p. 346.
107
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 16.
728 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“Bills of attainder, ex post facto laws, and laws impairing the obligation of
contracts, are contrary to the first principles of the social compact, and to
every principle of sound legislation. The two former are expressly prohibited
by the declarations prefixed to some of the state constitutions, and all of
them are prohibited by the spirit and scope of these fundamental charters.
Our own experience has taught us, nevertheless, that additional fences
against these dangers ought not to be omitted. Very properly, therefore,
have the convention added this constitutional bulwark in favour of personal
security and private rights; and I am much deceived, if they have not, in
so doing, as faithfully consulted the genuine sentiments, as the undoubted
interests of their constituents. The sober people of America are weary of
the fluctuating policy which has directed the public councils. They have
108
Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause of the United States Constitution”, op. cit., pp.
346-347.
109
Luther MARTIN: “The Genuine Information, delivered to the Legislature of the State of Maryland,
relative to the Proceedings of the General Convention, held at Philadelphia, in 1787, by Luther Martin,
Esquire, Attorney-General of Maryland, and one of the Delegates in the said Convention”, en Max
FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention of 1787, op. cit., vol. III, Appendix A
CLVIII, pp. 172-232.
110
Consideramos de interés transcribir algunas de las reflexiones efectuadas por Luther Martin
en relación a su rechazo de la “cláusula de los contratos”, pues tras ellas late justamente, como se
verá más adelante, lo que los constituyentes de Filadelfia pretendían combatir con esta disposición. “I
considered, Sir, –razona Luther Martin– that there might be times of such great public calamities and
distress, and of such extreme scarcity of specie, as should render it the duty of a government, for the
preservation of even the most valuable part of its citizens, in some measure to interfere in their favor,
by passing laws totally or partially stopping the courts of justice, or authorizing the debtor to pay by
instalments, or by delivering up his property to his creditors at a reasonable and honest valuation”.
Apud Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal..., op. cit., vol. III, pp. 214-215.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 729
seen with regret and with indignation, that sudden changes, and legislative
interferences, in cases affecting personal rights, become jobs in the hands of
enterprising and influential speculators; and snares to the more industrious
and less informed part of the community. They have seen, too, that one
legislative interference is but the first link of a long chain of repetitions;
every subsequent interference being naturally produced by the effects of
the preceding. They very rightly infer, therefore, that some thorough reform
is wanting, which will banish speculations on public measures, inspire a
general prudence and industry, and give a regular course to the business
of society”111.
111
Alexander HAMILTON, James MADISON and John JAY: The Federalist or the New Constitution,
op. cit.; el Nº 44, en pp. 226-233 (el texto transcrito en p. 228).
112
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, en Columbia Law Review (Colum.
L. Rev.), Vol. XXXIX, 1939, pp. 396 y ss.; en concreto, p. 413.
113
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change 1815-1835, op. cit., p. 601.
730 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
de sus propios contratos. Por contra, al propio autor le resulta muy dificultoso
extraer una conclusión acerca del limitado efecto retroactivo (esto es, frente a las
leyes de efectos retroactivos) de la cláusula, pues el rechazo a incluir la palabra
“previous” antes de “obligation” iba a generar dudas irresolubles al respecto. Por
supuesto, esta última apreciación está lejos de ser pacífica entre la doctrina. Baste
con un ejemplo. Para Olken114, a diferencia de su predecesora, esto de la cláusula
contemplada por la Ordenanza de 1787, la contract clause, presumiblemente,
incluía los contratos públicos e incluso aquellos acuerdos alcanzados mediante
fraude ya que los términos de la disposición constitucional no los excluía. La
cláusula constitucional difería asimismo de la acogida por la Northwest Ordinance
en que prohibía tan sólo el menoscabo estatal de las obligaciones dimanantes de
los contratos, mientras que la Ordenanza contenía una más amplia prohibición
respecto de cualquier interferencia legislativa sobre los contratos.
114
Samuel R. OLKEN: “Charles Evans Hughes and the Blaisdell Decision: A Historical Study of
Contract Clause Jurisprudence”, en Oregon Law Review (Or. L. Rev.), Vol. 72, 1993, pp. 513 y ss.; en
concreto, p. 519.
115
Charles A. BEARD: “The Supreme Court–Usurper or Grantee?”, en Political Science Quarterly
(Pol. Sci. Q.), Vol. 27, No. 1, March, 1912, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 28.
116
Matthew P. HARRINGTON: “Judicial Review Before John Marshall”, en George Washington
Law Review (Geo. Wash. L. Rev.), Vol. 72, 2003-2004, pp. 51 y ss.; en concreto, p. 65.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 731
117
Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts...”, op. cit., p. 612.
118
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine> and Its Lessons
for the Contract Clause”, en Stanford Law Review (Stan. L. Rev.), Vol. 44, 1991-1992, pp. 1373 y ss.;
en concreto, p. 1381.
119
Alexander HAMILTON, James MADISON and John JAY: The Federalist or, the New Constitution,
edited with an Introduction and Notes by Max Beloff, Basil Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948;
el Nº 7, en pp. 25-31 (el texto transcrito en p. 30).
120
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine>...”, op. cit.,
pp. 1375-1376.
732 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
125
Ibidem, p. 73. En otro lugar de su libro (Ibidem, p. 324), escribe Beard que: “The movement for
the Constitution of the United States was originated and carried through principally by four groups
of personalty interests which had been adversely affected under the Articles of Confederation: money,
public securities, manufactures, and trade and shipping”.
126
“Doubtless, –escribe Beard (Ibidem, p. 153)– the most illuminating of these sources on the
economic character of the Constitution are the records of the debates in the Convention”.
127
Charles A. BEARD: An Economic Interpretation..., op. cit., p. 152.
128
Ibidem, p. 156.
129
Ibidem, p. 161.
130
Martin DIAMOND: The Founding of the Democratic Republic, op. cit., p. 48.
131
Así lo destaca, entre otros muchos autores, Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization of
the Contract Clause”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 51, 1984, pp. 703
y ss.; en concreto, p. 703.
734 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
132
Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op. cit., p. 270.
133
Apud The Founders´ Constitution, edited by Philip B. KURLAND and Ralph LERNER, op. cit.,
vol. one, p. 646.
134
Stuart BRUCHEY: “The Impact of Concern for the Security of Property Rights on the Legal
System of the Early American Republic”, en Wisconsin Law Review (Wis. L. Rev.), Vol. 1980, 1980,
pp. 1135 y ss.; en concreto, pp. 1136-1137.
135
Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention of 1787, op. cit., vol. I, p. 512.
136
Ibidem, vol. I, p. 541.
137
Ibidem, vol. I, p. 147.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 735
Esta amplia adhesión a los derechos de propiedad iba más allá de esa posición
filosófica de que la posesión de la propiedad era la base de la sociedad civil y una
salvaguarda de la libertad, pues también reflejaba el punto de vista de que la
protección de la propiedad privada y de los acuerdos contractuales era esencial
para la prosperidad económica. Incluso sin una cláusula constitucional de la
naturaleza de la que examinamos, la reputación de cualquier gobierno incentiva
no sólo a que éste cumpla sus propios acuerdos, sino también a que se preocupe
de impedir las interferencias sobre los acuerdos contractuales negociados por par-
ticulares. Como se ha escrito, “no sensible entrepreneur will be eager to invest in a
jurisdiction where the government regularly interferes with existing contracts”138.
Y esta idea, que hoy nos parece una obviedad, ya estaba asumida por amplios
sectores dirigentes de la sociedad en la época. No ha de extrañar por lo mismo que
muchos pensaran, que el creciente número de leyes estatales que incidían sobre
las deudas y otras obligaciones contractuales socavaba el crédito de los mercados
y las transacciones interestatales, que se consideraban necesarias para que la
economía americana fuera, a la par, estable y saludable. En coherencia con ello,
se ha podido constatar139, que la preocupación más frecuentemente mencionada
era la atinente a la reputación de la nación en el crédito de los mercados exteriores.
A la vista de todo lo expuesto, Hale140 no duda de que los Framers, a través de
la cláusula de los contratos, pretendieron ante todo impedir la repetición de los
ataques que las legislaturas estatales, periódicamente, llevaban a cabo contra la
propiedad.
III. La insatisfacción existente hacia la Confederación tuvo mucho que ver con
la lamentable situación política reinante en bastantes Estados, con legislaturas
actuando con una flagrante arbitrariedad, a través de la aprobación de leyes que
iban en contra de los intereses de los acreedores, y que se acentuaban cuando tales
acreedores eran ciudadanos de otros Estados, o a través asimismo de su conver-
sión en órganos cuasi-judiciales, lo que les conducía a interferir en decisiones
judiciales firmes, obligando a los tribunales a volver a ver cuestiones (relacionadas
por lo general con las relaciones entre deudores y acreeedores) ya decididas
anteriormente. Bien es verdad que todo ello fue a su vez la resultante última de
la débil unión posibilitada por los Articles of Confederation. Bajo la vigencia de
este texto los Estados retuvieron casi la totalidad de su poder, y las autoridades de
índole nacional se vieron impotentes para abordar la regulación de cuestiones tan
vitales para una unión mínimamente consistente como el comercio interestatal.
Con la escasez de capital y la dificultad de acceso al crédito, los Estados se vieron
obligados a poner en circulación moneda y a emitir papel moneda. El efecto de
138
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, p. 1147.
139
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine> and Its Lessons
for the Contract Clause”, op. cit., pp.1382-1383.
140
Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), en Harvard Law Review
(Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944, pp. 512 y ss.; en concreto, p. 512.
736 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
todo ello fue una economía enormemente inestable, con constantes fluctuaciones
en el valor de la moneda, lo que a su vez propició un comercio muy especulativo
que contribuyó a agravar la situación de una gran parte de la población, lastrada
por sus deudas.
Se ha escrito141, que los Framers se sintieron desolados a la vista de una legis-
lación estatal que repudiaba deudas, establecía moratorias para la liquidación de
las mismas, fijaba plazos para su pago e incluso articulaba como vía alternativa el
pago de la deuda en especies. Las legislaturas institucionalizaron así las llamadas
stay laws (leyes que aplazaban o posponían el pago de las deudas privadas más
allá del período de tiempo fijado en los contratos); las installment laws (leyes que
disponían que las deudas podían ser pagadas en varios plazos durante un período
determinado de meses, incluso de años, antes que a través de la entrega de una
suma única, como se estipulaba en el contrato), y las commodity payment laws
(leyes que permitían que el pago de una deuda se hiciera por intermedio de una
serie de artículos que se enumeraban, en una proporción que, por lo general,
era de 3/4 o 4/5 de su valor). El enfado de los Framers alcanzó su cénit a la vista
de las llamadas special acts, a cuyo través las legislaturas intervenían en pleitos
pendientes y dejaban de lado los contratos. Ante esta situación, los Framers no
se quedaron impasibles. Baste con recordar que el Virginia Plan incluía un veto
nacional sobre la legislación estatal. Tras su rechazo, habrían de transcurrir varias
semanas antes de que hubiera alguna mención acerca de la prohibición de la
legislación a que acabamos de hacer referencia.
Puede ser útil detenernos, aunque sea haciendo un excursus, en la situación
del Estado de New Hampshire, cuya legislatura puede ser considerada un para-
digma de la arbitrariedad y el despotismo, que habría de prolongarse hasta bien
entrado el siglo XIX. Tras la Revolución que condujo a la Independencia, la special
legislation fue la más común forma de legislación en este Estado142. Ello se tradu-
ciría en que los litigantes insatisfechos con una decisión dictada en sede judicial
se dirigían a la Legislatura, que, siguiendo las prácticas establecidas durante la
Revolución, siempre se mostró dispuesta a decidir ella misma estas disputas
privadas. A tal efecto, la Legislatura respondía con una legislación personal con la
que trataba de interferir en la base del caso. El incremento de la litigiosidad en la
economía de la posguerra multiplicó las intervenciones de la Legislatura (General
Court), que optó por decidir caso por caso de acuerdo con el mismo modo del
“common sense” con el que operaban los jueces143, antes que a través del recurso
a una ley general, como hubiera sido acorde con el rol de un órgano legislativo.
Todo ello fue fruto del cambio que la legislación estatal experimentó en
los años 1780. Animados por la retórica democrática de la Revolución y no
141
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, en Columbia Law Review (Colum.
L. Rev.), Vol. XXXIX, 1939, pp. 396 y ss.; en concreto, p. 413.
142
Timothy A. LAWRIE: “Interpretation and Authority: Separation of Powers and the Judiciary´s
Battle for Independence in New Hampshire, 1786-1818”, en American Journal of Legal History (Am.
J. Legal Hist.), Vol. 39, 1995, pp. 310 y ss.; p. 312.
143
Ibidem, p. 314.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 737
144
Ibidem, p. 316.
145
Ibidem, p. 322.
146
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, op. cit., p. 407.
147
Aunque los graves acontecimientos de la “Shays´ Rebellion” tuvieron lugar a fines de 1787, y
por tanto una vez aprobada la Constitución, los mismos son ilustrativos de la actitud de los deudores
respecto de los compromisos que habían asumido. Por esas fechas, Henry Knox, Secretario de Guerra,
escribía al Presidente Washington diciéndole que la “Shays´ Rebellion” representaba una formidable
rebelión, decidida “to annihilate all debts public and private”, por lo que exigía un gobierno central
fuerte que pudiera “secure our lives and property”. Apud Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of
the Judicial Impairment <Doctrine>...”, op. cit., p. 1381.
738 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
148
Michael B. RAPPAPORT: “A Procedural Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal
(Yale L. J.), Vol. 93, 1983-1984, pp. 918 y ss.; en concreto, p. 931. Análogamente, Merrill cree que la
explicación más plausible para la inclusión en la Constitución de la contract clause es que la misma fue
diseñada para impedir la promulgación por los Estados de ciertos tipos de leyes (las ya mencionadas en
este trabajo anteriormente) de ayuda a los deudores privados. Thomas W. MERRILL: “Public Contracts,
Private Contracts...”, op. cit., p. 602. Y en fin, sin ánimo exhaustivo, idéntico es el posicionamiento de
Corwin, para quien “the clause was framed primarily for the purpose of preventing the States from
passing laws to relieve debtors of their legal obligation to pay their debts, the power to afford such
relief having been transferred to the National Government”. Edward S. CORWIN: The Constitution
and what it means today, Princeton University Press, 12th edition, 2nd printing, Princeton, New Jersey,
1961, p. 83.
149
HARVARD–NOTE: “Rediscovering the Contract Clause”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.),
Vol. 97, 1983-1984, pp. 1414 y ss.; en concreto, p. 1426.
150
No faltan autores que sitúan a la prohibición de las ex post facto laws como una barrera
adicional, junto a la contract clause, frente a las leyes en ayuda de los deudores. En último término,
según Melone, estaríamos ante una constelación de disposiciones diseñadas para hacer frente a los
ataques sobre la propiedad llevados a cabo por las clases deudoras. Albert P. MELONE: “Mendelson
v. Wright: Understanding the Contract Clause”, op. cit., p. 792.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 739
un juicio ante los tribunales), de las ex post facto laws, y de las leyes menoscabando
los compromisos u obligaciones dimanantes de los contratos (a lo que habría
que añadir la taking clause de la Vª Enmienda, que impide ocupar o expropiar la
propiedad privada para uso público sin una justa indemnización), prohibiciones
todas ellas que, como se ha dicho151, derivan de las mismas fibras (“strands”) del
concepto de rule of law, para el que las leyes deben de ser generales, prospectivas
y relativamente estables.
De cuanto se ha expuesto hasta ahora creemos que puede extraerse, que
la cláusula de los contratos respondió a objetivos dispares, aunque, en último
término, estrechamente relacionados entre sí. Si se atiende además a la notable
generalidad con que se redactó esta disposición constitucional, rasgo sobre el que,
con toda razón, ha hecho hincapié la doctrina152, todo ello parecería trascender
los detalles de cualquier inmediata disputa. Los términos de la cláusula vendrían
a imponer límites sobre las facultades estatales, que sugerirían, como mucho, un
ataque sobre ciertas prácticas tradicionales de los Estados. Por otro lado, al no
aludirse en ningún lado a las viciosas prácticas de ayuda al deudor, y en atención
a la propia historia de la cláusula y a su precedente inmediato en la Ordenanza
del Noroeste, tampoco cabría descartar que, con una mayor amplitud de miras,
viniera dirigida, tal y como algunos autores han indicado153, a todo tipo de pro-
yectos redistributivos de efectos retroactivos que violaran derechos contractuales
adquiridos, de los que la legislación de ayuda al deudor no sería sino un primer
ejemplo.
“No state shall.... pass any.... law impairing the obligation of contracts”. Aun-
que ya transcrita la disposición constitucional que nos ocupa, vale la pena iniciar
este epígrafe recordándola. La cláusula se halla redactada con la caracterización
propia de una declaración general, lo que lejos de extrañar se ha de considerar
perfectamente coherente con los enunciados normativos de una constitución. Por
lo mismo, la dicción constitucional de la contract clause no contribuye en modo
alguno a aclarar el contenido y operatividad jurídica de esta disposición. Más
bien todo lo contrario, pues abre una amplia serie de interrogantes de no fácil
respuesta. Incluso los términos nucleares de la cláusula, como pueden ser los de
“contracts”, “obligation” o “impairing” quedan indefinidos. En realidad, lo único
que la disposición parece dejar meridianamente claro es que su operatividad
151
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 527.
152
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization of the Contract Clause”, en The University of
Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 51, 1984, pp. 703 y ss.; en concreto, p. 706.
153
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return to the Original
Understanding”, op. cit., pp. 533-534.
740 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
154
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine>...”, op. cit.,
p. 1384.
155
John P. FRANK: “Historical Bases of the Federal Judicial System”, en Indiana Law Journal (Ind.
L. J.), Vol. 23, 1947-1948, pp. 236 y ss.; en concreto, pp. 269-270.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 741
litan de raíz que los Estados puedan, desde formalizar un tratado o alianza, hasta
acuñar moneda, pasando por aprobar bills of attainder, ex post facto laws o leyes
que menoscaben los compromisos dimanantes de los contratos, mientras que, por
contra, las prohibiciones que acogen los párrafos segundo y tercero de la misma
Sección son relativas, pues impiden actuar a los Estados sin el consentimiento
del Congreso, lo que, como es obvio, a sensu contrario, implica que su actuación
en los ámbitos mencionados por esos dos párrafos es posible una vez obtenido tal
consentimiento. Muy posiblemente, esta diferencia de régimen jurídico responda
a que una actuación estatal en los ámbitos vedados por el párrafo primero de esta
Sección podría poner en peligro la propia Unión (pensemos en la celebración de
una confederación entre Estados) o derechos personales y principios de la máxima
trascendencia, como sería el caso de una actuación estatal contraria a la cláusula
de los contratos.
La aplicación unidireccional de la cláusula frente a los Estados no deja de
ser discutible, y como hace ya algo más de un siglo constataba la doctrina164, por
asombroso que pueda parecer (“astonishing as it may appear”), la mayoría de la
Corte Suprema ha considerado que el gobierno general (“the general government”)
puede actuar con total despreocupación de la disposición constitucional. Ya hemos
tenido oportunidad de aludir a la estrecha conexión que se establecía en el artº
2º de la Northwest Ordinance, de la que trae su origen la constitucionalización de
la contract clause, entre esta última y la just compensation clause. Y la primera
paradoja ante la que nos sitúa la Constitución norteamericana es ante la diversidad
de ámbitos de aplicación de una y otra cláusula. Si la que nos ocupa opera tan sólo
frente a los Estados, la cláusula de la justa compensación, contemplada por la Vª
Enmienda, que como es sabido forma parte del Bill of Rights, y que entra en juego
cuando se ocupe, se expropie si se quiere decir de este otro modo, la propiedad
privada para uso público, ha regido históricamente sólo frente al gobierno federal.
Así se encargó además de interpretarlo con precisión el propio John Marshall en la
sentencia unánime de la Corte que él escribió en el caso Barron v. Baltimore (1833),
que versó además de modo específico sobre la aplicación de la just compensation
clause de la Quinta Enmienda. Dejando ya al margen el hecho de que una recep-
ción constitucional plenamente coherente con la común procedencia histórica de
ambas cláusulas habría exigido un tratamiento similar de una y otra, tal y como
ya tuvimos oportunidad de decir, no cabe por menos de mostrar la anomalía que
produce su tratamiento diferenciado. Si ambas disposiciones constitucionales, en
último término, tratan de salvaguardar los derechos de propiedad, aunque ello se
manifieste con mayor intensidad en la just compensation clause, parece evidente
que ese ligero matiz diferencial no puede proporcionar un soporte sólido en el que
fundamentar la diferencia de tratamiento. ¿Cómo es posible que se haya podido
permitir a los Estados una expropiación de la propiedad privada, para su uso
of debts; pass any bill of attainder, ex post facto law, or law impairing the obligation of contracts; or
grant any title of nobility”.
“No state shall, without the consent of the congress, lay any imposts or duties on imports or exports,
except what may be absolutely necessary for executing its inspection laws...”
164
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, op. cit., pp. 409-410.
744 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
público, sin una justa indemnización? ¿Cómo puede justificarse que el Congreso
pueda dictar leyes que vulneren o menoscaben los derechos surgidos de una
relación contractual entre particulares?
La posibilidad de que los Estados pudieran expropiar la propiedad sin la con-
trapartida de una justa indemnización resulta absolutamente sorprendente, pues
no se puede olvidar que hasta mediados de la década de los sesenta del pasado siglo
se pensaba que un liberalismo de corte lockeano había sido el principal estímulo
ideológico de la Revolución, y en perfecta coherencia con ello, los historiadores
tendían a asumir que los americanos habían estado comprometidos desde tiempo
inmemorial con la idea de que un gobierno no podía expropiar la propiedad sin,
al menos, compensar a su propietario. La reevaluación de los orígenes ideológicos
de la Revolución que iniciaron los Profesores Bailyn y Wood ha conducido a la
doctrina a reconsiderar esta presuposición. Y como se ha dicho165, ello ha llevado a
un sector de la doctrina a la adopción del punto de vista de que la takings provision
de la Vª Enmienda no se hallaba predeterminada, sino que más bien reflejaba, y
ayudaba a asegurar, la victoria de los partidarios del liberalismo en su lucha con los
seguidores del republicanismo. Sin embargo, una reconsideración del problema
nos conduce a constatar que, en esa época revolucionaria, una enorme mayoría de
ciudadanos americanos compartían una manifiesta hostilidad hacia la posibilidad
de que la propiedad pudiera ser expropiada sin una justa indemnización, y siendo
ello así, no se vislumbra una explicación lógica ni razonable de la posibilidad
antes referida.
En cuanto a la posibilidad de que el Congreso pueda aprobar leyes que menos-
caben los derechos surgidos de una relación contractual, la doctrina ha acudido
a su vez a diversas explicaciones para justificar lo que a nuestro entender es
difícilmente justificable. Así, en la Harvard Law Review se ha argumentado166, que
los Framers dirigieron esta cláusula exclusivamente frente a los Estados porque
eran las legislaturas estatales las que habían aprobado la serie de leyes de ayuda
al deudor que originó su preocupación por la estabilidad contractual. En contra-
partida, se ha recordado, que varios miembros de la Convención Constitucional,
en alusión al legislativo federal, enfatizaron acerca de que una modificación con
efectos retroactivos de las obligaciones contractuales era a veces necesaria, y que
nadie mostró su desacuerdo al efecto. Sobre ello, efectivamente, como ya vimos,
hizo especial hincapié Luther Martin en su speech ante la Legislatura de Maryland,
aunque este relevante miembro de la Convención de Filadelfia se refería a la
hipotética necesidad de tal legislación retroactiva para las legislaturas estatales.
Presumiblemente, se dice167, este acuerdo más o menos implícito en la Convención
condujo a una mayoría de delegados a dejar exento al Congreso de cualquier
165
William W. FISHER III: “Ideology, Religion, and the Constitutional Protection of Private Property:
1760-1860”, en Emory Law Journal (Emory L. J.), Vol. 39, 1990, pp. 65 y ss.; en concreto, p. 95.
166
HARVARD-NOTE: “Rediscovering the Contract Clause”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.),
Vol. 97, 1983-1984, pp. 1414 y ss.; en concreto, p. 1422.
167
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine>...”, op. cit.,
p. 1381.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 745
168
Michael W. McCONNELL: “Contract Rights and Property Rights...”, op. cit., p. 286.
746 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
169
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 15.
170
Ibidem, p. 16.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 747
altering the terms of their own contracts”171. También Merrill parece ubicarse
en esta línea de pensamiento cuando, a la vista de la probable comprensión de
la cláusula por los Framers, considera172, que debió ser una sorpresa (de “ mild
surprise” la tilda) el alcance que Marshall dió a la cláusula en Fletcher v. Peck.
En fin, para Lerner173, aunque en las discusiones habidas en las Convenciones
de ratificación no hubo mucha claridad en torno al significado de la cláusula, sí
existió en ellas un acuerdo general (“a general agreement”) acerca de que la misma
se refería solamente a los contratos privados, opinión ésta harto discutible.
Un notable sector doctrinal se ha ubicado en la posición contraria, no sin
también establecer ciertas matizaciones. Casi medio siglo después de la publi-
cación del libro de Wright (1938), Mendelson ha cuestionado con cierta dureza
los planteamientos de tal autor, que considera particularmente viciados (“flawed
particularly”) en lo que atañe a las primeras decisiones de la Corte Suprema
acerca de la cláusula de los contratos174. En lo que al ámbito de la cláusula se
refiere, el Profesor de la Universidad de Texas argumenta, que si la Convención
Constitucional hubiera querido que la cláusula cubriera tan sólo los contratos
privados, podía fácilmente haberlo dicho así, del mismo modo que lo había hecho
el art. 2º de la Northwest Ordinance. Remontándose a lo que parece considerar
un antecedente remoto, pero digno de ser tomado en consideración, Mendelson
recuerda que en Inglaterra, en 1649, el Agreement of the People había condenado
las leyes que menoscabaran las obligaciones asumidas en los contratos públicos. Y
también es considerado un dato significativo, el que no obstante que la propuesta
de Rufus King a la Convención, el 28 de agosto, circunscribiese la cláusula a los
contratos privados, en armonía con la Ordenanza de 1787, la redacción final dada
a la cláusula por el Committee of Style prescindiera de esa referencia a los contratos
privados, aludiéndose tan sólo a los contratos. “Surely –concluye Mendelson175–
this suggests deliberate choice; namely, that a state too much keep its word”. Por lo
demás, los propios términos con que la cláusula está redactada en la Constitución
abarcan las violaciones tanto de los contratos privados como públicos. Mendelson
otorga finalmente un especial significado a la comprensión que Madison, “the
father of the Constitution”, parece tener de la disposición y que explicita en el Nº
44 del Federalist, al que ya hemos aludido en varias ocasiones. Frente a la idea
prevalente en Wright de que la cláusula estaba pensada, primigeniamente, para
hacer frente a las violaciones estatales de los contratos en favor de los deudores,
el Profesor de Texas replica176 apoyándose en Madison, para quien, siempre según
Mendelson, aunque su argumento es bastante suscribible, la contract clause no
era justamente una prescripción especial para hacer frente a una peculiar enfer-
171
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change 1815-1835, op. cit., p. 601.
172
Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts...”, op. cit., p. 602.
173
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 413.
174
Wallace MENDELSON: “B. F. Wright on the Contract Clause: A Progressive Misreading of the
Marshall-Taney Era”, en The Western Political Quarterly, Vol. 38, No. 2, June, 1985, pp. 262 y ss.; en
concreto, p. 262.
175
Ibidem, p. 265.
176
Ibidem, p. 266.
748 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
medad del período crítico de América, sino que tal cláusula encarnaba principios
fundamentales del natural law tan básicos como para hallarse cubiertos por el
“pacto social”. Esta postura lockeana implicaba inevitablemente un axioma del
siglo de la Ilustración: “government must honor its contractual obligations, or –for
persistent lapses– suffer revolution”. Ello nos situaba ante el fondo de la teoría del
pacto propugnada por Locke, sin olvidar que tras ella descansaba un más amplio
axioma moral, o de Derecho natural, crucial en el pensamiento de los siglos XVI
y XVII: el de pacta sunt servanda.
En esta controversia casi dialéctica que ha enfrentado a Mendelson con
Wright se ha introducido de lleno el Profesor de la “Southern Illinois University”,
Albert Melone. quien se alinea junto a Wright, dedicando su trabajo casi en
exclusiva a refutar los argumentos de Mendelson177. No vamos a entrar a analizar
con todo detalle este trabajo fundamentalmente destructivo. Nos limitaremos
a hacernos eco de algunos de sus planteamientos. Melone deja desde el inicio
inequívocamente clara su posición. Puede haber pocas dudas, nos dice, de que la
contract clause fue parte de una constelación de decisiones diseñadas para hacer
frente a los ataques de la clase deudora (“the debtor class”) sobre la propiedad.
El Profesor de Illinois se cuestiona si del hecho de que los Framers no recurrieran
a la dicotomía privado/público debe desprenderse que ellos pretendían incluir
los contratos públicos dentro del ámbito de la cláusula, siendo su respuesta
negativa. Melone priva de todo valor al Agreement of the People inglés, por no ser
un estatuto parlamentario con fuerza de ley, sino una declaración de Cromwell,
quien con su ejército tiranizó al pueblo inglés. Más creíble le parece a nuestro
autor el recurso a la Northwest Ordinance, que se refería de modo específico a los
contratos privados, lo que finalmente no haría la Constitución. Sin embargo, las
posibles conclusiones que de la comparación pudieran extraerse las neutraliza
Melone, recordando que el pensamiento americano sobre los contratos en la era de
los Founding Fathers siempre los conectó con las relaciones entre partes privadas,
y no entre partes públicas y privadas. Y en cuanto al rechazo por los Framers de
la propuesta de Rufus King, de incorporar a la Constitución la cláusula de los
contratos en los mismos términos en que se hallaba redactada por la Ordenanza
de 1787, el Profesor de Illinois recuerda que dicha negativa no condujo a que la
contract clause se incorporara a la Constitución con otros términos, sino, lisa y
llanamente, a la incorporación a la misma de las disposiciones referentes a los
bills of attainder y a las ex post facto laws.
Otros muchos autores, sin plantear la cuestión como una disputa dialéctica,
han interpretado con amplitud la cláusula en cuestión. Es el caso de Ely, quien,
como ya comentamos, parte de la consideración de que es imposible establecer
de modo concluyente el pensamiento de los constituyentes de Filadelfia, no
obstante lo cual cree que hay razones para concluir que aquéllos contemplaron
una interpretación expansiva (“an expansive reading”) de la contract clause178.
177
Albert P. MELONE: “Mendelson v. Wright: Understanding the Contract Clause”, en The Western
Political Quarterly, Vol. 41, No. 4, December, 1988, pp. 791 y ss.; en concreto, pp. 792-796.
178
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1032.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 749
179
Ibidem, p. 1031.
180
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization of the Contract Clause”, op. cit., pp. 718-719.
181
Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause of the United States Constitution...”, op. cit.,
p. 343.
182
El propio Clinton nos recuerda en otro lugar, (Ibidem, p. 351) que el bien conocido Canciller
Kent, al parecer, se hallaba plenamente de acuerdo con la temprana visión de la Marshall Court sobre
la cláusula de los contratos. Kent no sólo iba a pensar que los contratos públicos caían adecuadamente
dentro del significado de la cláusula, sino que también el principio de “interpretación estricta” (“strict
interpretation”) de las concesiones estatales, anunciado por el Chief Justice Taney en el Charles River
Bridge case (1837), “era de lamentar profundamente”. En cuanto a Cooley, algún tiempo después
(1868), al referirse en su obra al Fletcher case, no parecía, según Clinton (Ibidem, p. 353), tener
ningún problema con la inclusión de los contratos públicos en la cláusula, aunque algún comentario
hecho por Cooley en una publicación doce años posterior (refiriéndose al período de la Convención
Constitucional, escribía Cooley que “apparently nothing was in view at the time except to prevent the
repudiation of debts and private obligations, and the disgrace, disorders, and calamities that might
be expected to follow”) puede hacer surgir dudas acerca de su posición.
183
Ibidem, pp. 345-346.
750 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
184
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., pp. 129-130.
185
Apud James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1032.
186
“Alexander Hamilton´s Opinion on the Georgia Repeal Act”, en C. Peter MAGRATH: Yazoo.
Law and Politics in the New Republic. The Case of Fletcher v. Peck, The Norton Library, W.W. Norton
& Company, Inc., New York, 1967, pp. 149-150.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 751
187
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 243.
188
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 7.
752 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
189
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization of the Contract Clause”, op. cit., p. 709.
190
Ibidem, p. 721.
191
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return to the Original
Understanding”, op. cit., p. 526.
192
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, op. cit., p. 413.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 753
193
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause...”, op. cit., pp. 527-528.
194
También Rappaport entiende que la contract clause debe verse como una de las muchas dispo-
siciones de la Constitución que imponen al gobierno los requisitos de prospectividad y generalidad.
Michael B. RAPPAPORT: “A Procedural Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal (Yale
L. J.), Vol. 93, 1983-1984, pp. 918 y ss.; en concreto, p. 932.
195
Max FARRAND (edited by): The Records of the Federal Convention of 1787, op. cit., vol. II,
p. 636.
754 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
196
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return to the Original
Understanding”, op. cit., p. 529.
197
Steven R. BOYD: “The Contract Clause and the Evolution..., op. cit., p. 533.
198
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization of the Contract Clause”, op. cit., pp. 723-724.
199
Ibidem, p. 725.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 755
200
Ibidem, p. 726.
201
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred Years 1789-1888,
The University of Chicago Press, Chicago and London, 1985, p. 152.
202
Apud David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 153.
756 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
203
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization of the Contract Clause”, op. cit., pp. 744-745.
204
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, op. cit., p. 421.
205
Charles BUNN: “The Impairment of Contracts: Mortgage and Insurance Moratoria”, en The
University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. I, 1933-1934, pp. 249 y ss.; en concreto, pp.
251-252.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 757
“altering or” pudo significar un tácito reconocimiento por los delegados de que
los Estados, legítimamente, podían verificar algunos cambios con tal de que los
mismos no incidieran sobre las obligaciones de los contratos206, aunque no cabe
duda de que el cambio en el texto pudo ser también puramente estilístico.
La Supreme Court, como regla general, consideró desde los primeros momen-
tos en que tuvo oportunidad de pronunciarse, que una extensión de la protección
que otorga la cláusula a los remedios procesales, en igual forma que a los derechos
adquiridos de resultas de un contrato, habría restringido a las legislaturas el
ejercicio de sus legítimas facultades para regular el procedimiento a seguir en
sus tribunales, aunque la Corte también precisara, que una ley alterando un
recurso podía extinguir un derecho existente en no menor medida que una que
incidiera directamente sobre el derecho. Las vacilaciones de la Corte al respecto
menudearon.
Esa distinción entre legislación relativa al remedio procesal y legislación
referente a la obligación propiamente dicha fue propuesta primeramente por uno
de los abogados del caso Sturges v. Crowninshield (1819), que ofreció el primer
test sobre la constitucionalidad de una ley de insolvencia estatal, en el caso, una
ley de Nueva York de 1811 que liberaba a los deudores de la prisión por deudas.
La distinción a que nos referimos ganó reconocimiento formal en esa misma
sentencia al admitir el Chief Justice en la misma, que tal distinción existía “in the
nature of the things”, añadiendo que, sin menoscabar la obligación del contrato,
el remedio podía ser modificado como considerara más oportuno la legislatura
estatal. Vale la pena transcribir la reflexión de Marshall:
“The distinction between the obligation of a contract, and the remedy given
by the legislature to enforce that obligation, (....) exists in the nature of
things. Without impairing the obligation of the contract, the remedy may
certainly be modified as the wisdom of the nation shall direct. (....) Impris-
onment is no part of the contract, and simply to release the prisoner does
not impair its obligation”207.
206
En tal sentido, Steven R. BOYD: “The Contract Clause and the Evolution...”, op. cit., p. 546
207
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944, pp. 512 y ss.; en concreto, p. 535.
758 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
podía incluir no sólo el cuerpo de un deudor, sino también sus ingresos futuros,
pues dicha exoneración no dañaba la obligación de un contrato. En su dissent,
Marshall volvió a sostener la misma tesis, aduciendo que la obligación y el remedio
se originan en momentos diferentes, que la obligación dimanante de un contrato
no es otorgada por el Derecho positivo, sino que es intrínseca y deriva del acto
de las partes, que la obligación se origina con el contrato mismo, mientras que
el remedio surte efecto a partir de la ruptura de un contrato y hace valer una
obligación prexistente. De todo ello, Marshall concluía que “the laws pertaining to
the remedy do not enter into the contracts of parties at all, but that insolvent laws
which discharge the debtor, though passed before the contract is made, impair its
obligation, which arises and exists independently of all law”208.
Otros Justices tuvieron oportunidad de pronunciarse en torno a esta contro-
vertida cuestión. Y así, en la segunda de las decisiones de la Corte sobre el caso
Green v. Biddle (1823), quizá el mayor esfuerzo tras Fletcher v. Peck para expandir la
contract clause con vistas a abarcar tanto los acuerdos públicos como privados (en
el caso, lo que estaba en juego era un acuerdo de 1792 entre Virginia y Kentucky
acerca de cómo decidir la validez de los títulos de tierra de Kentucky, una vez que
este territorio, antes de convertirse en Estado, pertenecía a Virginia), el Justice
Story observaba:
“It is no answer, that the acts.... now in question are regulations of the
remedy, and not of the right to lands. If those acts so change the nature
and extent of existing remedies, so as materially to impair the rights and
interests of the owner, they are just as much a violation of the compact as
if they directly overturned his rights and interests”209.
“(A) law which denies to the owner of land a remedy to recover possession
of it.... or which clogs his recovery of such possession and profits, by con-
ditions and restrictions tending to diminish the value and amount of the
thing recovered,impairs his right to, and interest in, the property”.
208
Apud R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation...”, op. cit., p. 422.
209
Apud James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause: The
Transformation from Vested to Substantive Rights Against the State”, en Buffalo Law Review (Buff. L.
Rev.), (State University of New York at Buffalo), Vol. 31, 1982, pp. 381 y ss.; en concreto, p. 453.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 759
Marshall de que “the distinction between the obligation of a contract, and the
remedy.... exists in the nature of the things”.
210
Edward S. CORWIN: The Constitution and what it means today, Princeton University Press, 12th
edition, 2nd printing, Princeton, New Jersey, 1958, p. 83 (first published in 1920).
211
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization...”, op. cit., p. 722.
760 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
sentencia unánime, aunque con una concurring opinion de Johnson y tres Jueces
ausentes, sustentaba esta interpretación, argumentando:
212
Cabe recordar, anticipando algo sobre lo que volveremos más adelante, que en el célebre caso
Dartmouth College v. Woodward (1819), Marshall, que escribió la opinion of the court, rechazó el argu-
mento del abogado de Woodward de que la ley de la Legislatura de New Hampshire que había alterado
el número de fideicomisarios establecido inicialmente en la charter que dio vida jurídica al Dartmouth
College, no violaba el contrato que entrañaba esa charter, pues la Legislatura se había limitado a añadir
un número adicional de fideicomisarios o más bien, en ese momento, de administradores, respecto de
los previstos originariamente. Marshall interpretó que la palabra “menoscabar” equivalía a “alterar”.
“By this contract –escribió Marshall en la sentencia– the crown was bound, and could have made no
violent alteration in its essential terms, without impairing the obligation”. Apud Douglas W. KMIEC
and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return to the Original Understanding”, op. cit., p.
537, nota 56.
213
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 538.
214
Richard A. EPSTEIN: “Toward a Revitalization...”, op. cit., pp. 747-750.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 761
any.... law”). Ello deja bastante claro que las decisiones judiciales no tienen
encaje en la contract clause. Dos consideraciones adicionales pueden hacerse al
respecto. La primera es que la interpretación de la cláusula se ha visto alentada
por la preocupación existente sobre las facciones legislativas y sus actividades
buscando la escisión. La segunda es que si los tribunales estatales se quedaran
fuera del ámbito de la cláusula, el crecimiento rutinario y el desarrollo del common
law del contrato podría actuar totalmente en el nivel estatal sin la influencia de
los principios del Derecho constitucional. Todo ello, al margen ya de que hay que
presuponer que la Constitución no estipula un examen o control federal donde
ninguno se necesita.
Otros argumentos juegan, sin embargo, en la dirección contraria. El principal
lo entresaca Epstein del juego combinado de la contract clause y la previsión de la
Primera Enmienda en relación a la libertad de expresión (“Congress shall make no
law.... abridging the freedom of speech”). Esta disposición aparece frontalmente
como un límite tan sólo frente a la acción legislativa. Más aún, el ámbito de la
prohibición es más estricto que en el caso de la contract clause, pues ésta se
refiere al Estado mientras que la Primera Enmienda tiene como destinatario al
Congreso.Y sin embargo, la libertad de expresión ha recibido una mucho más
amplia interpretación, aplicándose por ejemplo a las citaciones por desacato
judicial en Bridges v. California (1941). Y en New York Times Co. v. Sullivan (1964),
la Corte consideró que la Primera Enmienda prohíbe las acciones de difamación
del common law contra funcionarios públicos a menos que esté probada su
verdadera intención delictiva. El principio básico que emerge de casos como
esos es que donde la acción judicial es un sustituto cercano de la legislación, una
prohibición establecida frente a la última debe alcanzar a la primera.
Epstein, ponderando los argumentos a favor y en contra en juego, se muestra
inclinado a extender la contract clause a las actividades judiciales estatales del
mismo modo que se aplica a las legislaturas, tesis que no nos parece compartible.
Ni el origen de la cláusula, ni la regulación constitucional de la misma, ni su inter-
pretación en sede judicial dan pie para ello, y no terminamos de ver la necesidad
de esta tan desbordante interpretación.
215
Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part III), en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII,1943-1944, pp. 852 y ss.; en concreto, p. 872.
216
Así, por ejemplo, en HARVARD-NOTE: “Rediscovering the Contract Clause”, en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. 97,1983-1984, pp. 1414 y ss.; en concreto, p. 1414.
217
Maurice H. MERRILL: “Application of the Obligation of Contract Clause to State Promises”, en
University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 80, 1931-1932, pp. 639 y ss.; en concreto,
p. 667.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 763
218
Collins DENNY, Jr.: “The Growth and Development of the Police Power of the State”, en Michigan
Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. XX, 1921-1922, pp. 173 y ss.; en concreto, p. 173.
219
Apud Edward S. CORWIN: The Constitution and what it means today, op. cit., p. 84.
220
Los License cases fueron tres casos (Thurlow v. Massachusetts; Fletcher v. Rhode Island, y Peirce
v. New Hampshire), decididos en marzo de 1847 por unanimidad (9-0). Concernían a la legalidad de
sendas leyes de Massachusetts, Rhode Island y New Hampshire que imponían impuestos sobre la
venta de bebidas alcohólicas importadas, procediendo a la par a la regulación de otros aspectos. La
Corte apoyó la autoridad estatal para esas regulaciones.
221
Vale la pena transcribir en su literalidad algunas de las reflexiones formuladas por Taney en la
sentencia de los License cases: “What are –se pregunta el Chief Justice– the police powers of a state?” Y
así responde de inmediato: “They are nothing more or less than the powers of government inherent in
every sovereignty to the extent of its dominion, and whether a state passes a quarantine law or a law
to punish offenses, or to establish courts of justice, or requiring certain instruments to be recorded,
or to regulate commerce within its own limits, in every case it exercises the same power: that is to say,
this power of sovereignty, the power to govern men and things within the limits of its own dominions.
It is by virtue of this power that it legislates, and its authority to make regulations of commerce is as
absolute as its power to pass health laws, excepting so far as it has been restricted by the constitution
of the United States”. Apud W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated by the Decisions
Relating to the Police Power of the State”, en Proceedings of the American Philosophical Society (Proc.
Amer. Philos. Soc.), Vol. XXXIX, Nº 163, September, 1900, pp. 359 y ss.; en concreto, p. 382.
764 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
222
Collins DENNY, Jr.: “The Growth and Development of the Police Power of the State”, op. cit.,
p. 173.
223
Ruth Locke ROETTINGER: The Supreme Court and State Police Power. A Study in Federalism,
Public Affairs Press, Washington D.C., 1957, p. 12.
224
W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated by the Decisions Relating...”, op.
cit., p. 360.
225
Alpheus Thomas MASON: “Myth and Reality in Supreme Court Decisions”, en Virginia Law
Review (Va. L. Rev.), Vol. XLVIII, 1962, pp. 1385 y ss.; en concreto, p. 1390.
226
Collins DENNY, Jr.: “The Growth and Development of the Police Power of the State”, op. cit.,
p. 177.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 765
227
Refiriéndose a la obra de Cooley, el Decano Stason escribía: “It has been authoritatively written
that the appearance of this volume may be accorded significance, so far as American constitutional
history is concerned, not far short of another great event of 1868 –the ratification of the Fourteenth
Amendment to the American Constitution”. Apud Ruth Locke ROETTINGER: The Supreme Court and
State Police Power..., op. cit., p. 13.
228
Apud Ruth Locke ROETTINGER: The Supreme Court and State Police Power..., op. cit., pp. 13-14.
766 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“The Framers of the Constitution did not intend to restrain the states in
the regulation of their civil institutions adopted for internal government,
229
Escribe Hastings que, a pesar de una cuidadosa investigación de la frase, no ha conseguido
encontrarla en los escritos políticos o jurídicos del país anteriores a ese momento, para añadir, que la
combinación de sus términos parece ser aún desconocida al otro lado del Atlántico, no obstante que
las dos palabras integrantes del concepto hayan llegado a los Estados Unidos de Francia, y la idea o
insinuación que en ellas late sea claramente fácil de encontrar en Montesquieu. W. G. HASTINGS:
“The Development of Law as Illustrated by the Decisions...”, op. cit., p. 860.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 767
“Although many of the powers formerly exercised by the States are trans-
ferred to the government of the Union, yet the State governments remain
and constitute a most important part of our system.... The acknowledged
power of the state to regulate its police, its domestic trade, and to govern
its own citizens may enable it to legislate on this subject to a considerable
extent”231.
En Brown v. Maryland, tres años después (1827), la Corte consideró que una ley
del Estado de Maryland, exigiendo a un importador obtener una licencia estatal
antes de que le fuera permitido vender unas mercancías importadas, estaba en
conflicto con la disposición constitucional que prohibía a los Estados establecer
impuestos sobre los artículos importados, así como con aquella otra que otorgaba
al Congreso la potestad de regular el comercio interestatal. Pero a continuación,
Marshall dijo: “El poder para dirigir el traslado de la pólvora es una derivación del
poder de policía (“a branch of the police power”), que incuestionablemente per-
manece y debe permanecer en los Estados”. Aquí, por primera vez, encontramos el
término police power, que como claramente se aprecia, se utiliza para enfatizar la
doctrina de la soberanía residual (“residual sovereignty”), aplicándose a aquellos
supuestos en que el público, la gente, tiene que ser protegida. Sin embargo, el
Brown case no iba a ser suficiente para otorgar al concepto del police power un
uso corriente. De hecho, no se encuentra su utilización inmediata ni por los jueces
ni por los políticos, como corrobora el que, como antes se dijo, Calhoun, en su
conocida Resolución de diciembre de 1837, no recurriera al mismo.
II. Habrían de pasar diez años hasta que el concepto fuera utilizado nue-
vamente en el caso Mayor of the City of New York v. Miln (1837). El caso llegó
primeramente ante la Corte en 1834, aún en vida de Marshall. El Chief Justice
había anunciado que en casos constitucionales la Corte no se pronunciaría a
menos que se hallaran presentes cuatro Jueces, y como tal circunstancia no se
daba, el caso quedó pospuesto, no volviéndose a ver hasta tres años después, con
el Tribunal presidido ya por Taney. Fue el Juez Philip Barbour quien pronunció la
opinion of the Court. La cuestión que se suscitó fue la de si una ley del Estado de
Nueva York que exigía del capitán de cada barco que llegaba al puerto presentar
ante las autoridades de la ciudad, dentro de las 24 horas siguientes a la llegada,
una declaración con una serie de datos preestablecidos, fijándose una sanción de
230
Apud W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated by the Decision...”, op. cit.,
p. 363.
231
Apud Ruth Locke ROETTINGER: The Supreme Court and State Police Power..., op. cit., p. 11.
768 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
25 dólares a cargo del capitán, de los propietarios del navío o del consignatario,
por cada uno de los pasajeros que proviniendo de un país extranjero o de otro
Estado no fuere objeto de declaración, debía ser considerada nula de resultas de
considerarse incompatible con la facultad del Congreso de regular el comercio
interestatal o con países extranjeros. El Tribunal consideró válida la ley y el Juez
Barbour se hizo eco en la sentencia de las palabras de Marshall en el Brown case
en estos términos:
“The court admits the power of a state to direct the removal of gunpowder
as a branch of the police power which unquestionably remains and ought
to remain with the state”.
“Can anything fall more directly within the police power and internal regu-
lation of the state than that which concerns the care and management of
paupers or convicts or any other class or description of persons that may
be thrown into the country and likely to endanger its safety or become
chargeable for maintenance?”232.
Era bastante evidente que la finalidade perseguida por la ley newyorkina era
impedir la entrada de pobres y criminales en la ciudad, y el medio para alcanzar
tal objetivo es apoyado por la Corte, con base en la protección de la seguridad,
felicidad, prosperidad y bienestar general de la población. El Justice Barbour va
a llegar a decir, que toda legislación estatal que tenga en perspectiva este elevado
propósito “is complete, unqualified, and exclusive”.
Ese mismo año (1837) la Corte, ciertamente muy dividida (fue una decisión
4-3), dictaba una importantísima sentencia en el caso Charles River Bridge v.
Warren Bridge, que marca el primer paso en el establecimiento de límites respecto
de la doctrina sentada en el Dartmouth College case, con base fundamentalmente
en la que habrá de ser una trascendente doctrina, la strict construction. Expre-
sando la opinion of the Court, Taney consideró que aunque una charter, esto es,
un estatuto de una corporación o sociedad (que Marshall había equiparado
a un contrato en Dartmouth) era vinculante, no implicaba, sin embargo, un
derecho exclusivo más allá de lo que se hallaba expresamente declarado. Los
precedentes del common law establecían una regla de interpretación estricta
para las concesiones públicas, y las mismas consideraciones de interés público
que habían llevado a Marshall a considerar, en Providence Bank v. Billings (1830),
que una “corporate charter” no implicaba una promesa de inmunidad fiscal,
llevaban a la conclusión de que el mero derecho a cobrar peaje (pues el Estado
de Massachusetts, al otorgar una franquicia para la construcción de un puente,
no había prescindido en el contrato que era la charter de su derecho a autorizar
232
Apud W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated by the Decisions...”, op. cit.,
p. 367.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 769
233
Vale la pena recordar algunas de las reflexiones llevadas a cabo por el Chief Justice Taney en su
sentencia: “The whole community are interested in this inquiry, and they have a right that the power
of preventing their comfort and convenience, and of advancing the public prosperity, by providing
safe, convenient, and cheap ways for the transportation of produce, and the purposes of travel, shall
not be construed to have been surrendered or diminished by the state; unless it shall appear in plain
words, that it was intended to be done”. Apud Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause of the
United States Constitution”, en Kentucky Law Journal (Ky. L. J.), Vol. XVI, 1927-1928, pp. 222 y ss.;
en concreto, p. 230.
234
Apud Maurice H. MERRILL: “Application of the Obligation of Contract Clause...”, op. cit.,
p. 659.
235
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 65.
770 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
condado quedó establecida en Canfield. Sin embargo, a través de una ley ulterior
de la Legislatura, tal capitalidad fue suprimida. El abogado Garfield, en nombre
de la ciudad, sostuvo que la ley posterior de la Legislatura violaba las obligaciones
dimanantes del contrato, fundamentándolo en la doctrina, extraída de anteriores
decisiones de la propia Corte Suprema, de que: “The rule that legislative grants
and contracts are to be construed most favorably to the State not tolerate the
defeating of the grant or contract by any hipercritical construction”. La Corte
decidió, sin embargo, que:
236
Apud Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 231.
237
“We are by no means –razonaba Story– to be understood in any manner whatsoever to doubt
or interfere with the police power belonging to the states in virtue of their general sovereignty. That
police power extends over all the subjects within the territorial limits of the states.... and.... is entirely
distinguishable from the right and duty of claiming and delivering slaves which comes from the
general government”. Apud Collins DENNY, Jr.: “The Growth and Development of the Police Power
of the State”, op. cit., nota 13, pp. 177-178.
238
Sí creemos del mayor interés hacernos eco de la reflexión inmediatamente subsiguiente a aquella
otra ya transcrita más arriba en la que Taney procedía a definir el police power. Nos parece claramente
tributaria de la doctrina, que más adelante expondremos, establecida por Marshall en Fletcher v.
Peck. Así razona Taney en los License cases: “When the validity of a state law is drawn in question
in a judicial tribunal, the authority to pass it cannot be made to depend upon the motives that may
be supposed to have influenced the legislature, nor can the court inquire whether it was intended to
guard the citizens of a state from pestilence and disease or to make regulations of commerce for the
interests and convenience of trade”. Apud W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated
by the Decisions Relating to the Police Power of the State”, op. cit., p. 382.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 771
power, de competencia del Congreso, como es sabido. Con una Corte muy dividida
(la sentencia fue 5-4), el Justice John McLean, expresando la opinion of the Court,
declaró la inconstitucionalidad de sendas leyes de New York y Massachusetts239.
Pero de la sentencia, lo que ahora nos interesa es la reflexión que el Juez hace al
relacionar el poder de policía y el poder de imposición de impuestos:
“The police power of the state –sostiene McLean– cannot draw within its
jurisdiction objects which lie beyond it.... In guarding the safety, health and
morals of its citizens a state is restricted to appropriate and constitutional
means. If extraordinary expenses be incurred an equitable claim to an
indemnity can give no power to a state to tax objects not subject to its
jurisdiction”240.
El caso Moore v. Illinois (1852) dio pie asimismo para que la Corte retornara
al concepto de police power. Una ley disponiendo que nadie refugiara a un esclavo
o impidiera a su dueño capturarlo fue apoyada por la Corte al considerarla “una
regulación para la represión y castigo de los delitos, para la preservación de la
salud, la moral y la paz pública”. Los enfrentamientos en el seno de la Corte por
el tema de la esclavitud, muy comunes en esos años, conducirían a situaciones
un tanto paradójicas. Así, en sus fallos, el Tribunal iba a considerar que una ley
que prohíbe refugiar u ocultar a un esclavo era “due exercise of the police power”,
mientras que otra norma legal que prohíbe al dueño capturarlo y trasladarlo a la
fuerza no estaba amparada por el police power.
En fin, en 1855, en el caso Thorpe v. Rutland & B. R. Co., que Denny conside-
ra241 el primer paso dado por los tribunales americanos para establecer límites
sobre la inviolabilidad de los contratos por virtud del police power, la Corte
consideró que un Estado podía legalmente añadir deberes adicionales a los que
ya estaban establecidos en una charter de creación de una sociedad242 con tal que
esas restricciones se hicieran por virtud del police power.
Al margen ya de la Corte Suprema, es de interés recordar, que en los primeros
casos suscitados ante los tribunales estatales, en los que entró en juego la doctrina
239
En los Passenger Cases (Smith v. Turner y Norris v. Boston) estaban en juego una ley de Nueva
York por la que se autorizaba el cobro de una tasa a cada persona que desembarcara en la ciudad de
Nueva York, tasa cuyo importe iba a sufragar los gastos del hospital de marina de la ciudad, y una
disposición de Massachusetts disponiendo que se nombraran funcionarios para impedir a cualquier
persona incompetente o tonta (“an idiot or person incompetent”) entrar en el Estado para ganarse la
vida, a menos que se dejara una fianza con el fin de que tal persona no llegara a ser una carga pública
en los siguientes diez años. La mayoría de la Corte declaró nulas ambas leyes por vulneración de la
commerce clause.
240
Apud Collins DENNY, Jr.: “The Growth and Development of the Police Power of the State”, op.
cit., nota 24, pp. 181-182.
241
Collins DENNY, Jr.: “Growth and Development of the Police Power...”, op. cit., p. 184.
242
La cuestión que se planteó en el caso era la de si un Estado podía exigir a una compañía de
ferrocarriles vallar sus vías y poner guardas frente al ganado en todos los cruces, si tales restricciones
habían sido establecidas una vez otorgada la concesión a través de la correspondiente charter, que no
las contemplaba.
772 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
243
W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated by the Decisions...”, op. cit., p. 418.
En igual sentido, Ruth Locke ROETTINGER: The Supreme Court and State Police Power..., op. cit.,
p. 13.
244
Edward S. CORWIN: “The Basic Doctrine of American Constitutional Law”, en Michigan Law
Review (Mich. L. Rev.), Vol. XII, No. 4, February, 1914, pp. 247 y ss.; en concreto, p. 247.
245
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., pp. 66-67.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 773
(1848)246, en el que el Juez Peter Daniel, expresando una muy mayoritaria (7-1) sen-
tencia, decidió que el ejercicio del poder de dominio eminente para extinguir una
franquicia no violaba la contract clause, considerando que un puente, no obstante
ser propiedad de una compañía habilitada por una charter estatal para cobrar un
peaje a su paso por el mismo y temporalmente aún en vigor, podía ser confiscado
y tomado como parte de una vía pública, de conformidad con las leyes del Estado.
Del mayor interés nos parecen algunas de las reflexiones del Juez Daniel. De ellas
es de subrayar de modo muy particular su idea de que en los contratos se han de
presuponer siempre una serie de reglas y principios provenientes del Derecho
natural, del Derecho internacional y de los propios principios subyacentes en la
comunidad a la que las partes pertenecen; tales reglas vinculan y no necesitan ser
reflejadas en las específicas estipulaciones de un contrato. Vale la pena transcribir
algunas de esas reflexiones:
246
En síntesis, los hechos del caso son los siguientes: En 1795, la Legislatura de Vermont confirió a
una sociedad el privilegio exclusivo de mantener un peaje sobre el paso por un puente sobre el “West
River” durante un centenar de años. Posteriormente, el Estado decidió establecer una vía pública libre
de peaje sobre el mismo puente. A la compañía se le concedió una indemnización por la apropiación
por el Estado de su propiedad y franquicia, no obstante lo cual la sociedad , representada por Daniel
Webster, inició un litigio, aduciendo que la actuación estatal violaba la contract clause.
247
Apud Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause of the United States Constitution”, op. cit.,
p. 232.
774 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
presentó una cuestión referida al licor, materia fértil en casos ante la Corte en
la época. A la compañía le había sido otorgada su franquicia unos años antes
como compañía de elaboración de cerveza, y cuando una ley de Massachusetts
prohibió el consumo de bebidas alcohólicas, la “Beer Co.” planteó un litigio al
entender que, con tal ley, el Estado destruía su franquicia al prohibir la venta de
su producto en Massachusetts. La Corte decidió que, habiéndose reservado el
Estado el derecho a modificar o derogar la franquicia, podía prohibir la venta del
producto sin por ello violar la contract clause, y además, que el Estado no podía
en ningún caso renunciar a su derecho a controlar las bebidas alcohólicas, pues
tal control caía dentro de su police power. Un segundo caso, Fertilizing Co. v. Hyde
Park, planteó el mismo problema, aunque desde un campo nuevo. A la compañía
le fue concedida una charter para establecerse y llevar adelante sus negocios
durante cincuenta años. Su terreno finalmente quedó dentro del pueblo de Hyde
Park, y éste prohibió a la compañía llevar sus productos a través de las calles.
Esta ordenanza municipal fue apoyada por la Corte, que consideró que no había
ninguna disposición impidiéndola y que si la hubiera habido sería probablemente
nula como una limitación ilegal del police power.
Dos años más tarde, la Corte iba dictar una decisión verdaderamente
fundamental en la cuestión que nos ocupa, en el caso Stone v. Mississippi (1880).
Un sector de la doctrina ha sostenido que esta sentencia representa el inicio del
declive de la contract clause. Al reconocer la Corte de modo específico la excepción
del police power frente a la cláusula, esta decisión pavimentó el camino para
la que, a la postre, habría de suponer la casi total postergación de la misma,
esto es, la sentencia dictada en el caso Home Building and Loan Association v.
Blaisdell (1934). Una vez que el concepto de police power iba a evolucionar en el
siglo XX para incluir la facultad estatal de contribuir al bienestar público (“the
public welfare”) a través de la redistribución de los recursos, los Estados iban a
poder legítimamente justificar una amplia variedad de menoscabos de derechos
contractuales de carácter retroactivo248.
El caso se planteó al hilo de la aprobación por la Legislatura de Mississippi
de una charter por la que se otorgaba una franquicia para dirigir una lotería
durante veinticinco años. Justamente el siguiente año la nueva Constitución del
Estado prohibía el juego de lotería. La Corte Suprema, mencionando dos casos
anteriores, consideró que un Estado no puede hallarse limitado por tal tipo de
contrato y que, además, ningún contrato estatal podía limitar el police power, que
era, pues, irrenunciable. De esta forma, la Corte avaló la proscripción de la lotería.
El Chief Justice Morrison Waite, expresando con términos vigorosos la opinion of
the Court, argumentaba:
“No legislature can bargain away the public health or the public morals. The
people themselves cannot do it, much less their servants. The supervision
of both these subjects of governmental powers is continuing in its nature,
248
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return...”, op. cit., p. 540.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 775
and they are to be dealt with as the special exigencies of the moment may
require. Government is organized with a view to their preservation, and
cannot divest itself of the power to provide for them. For this purpose the
largest legislative discretion is allowed, and the discretion cannot be parted
with any more than the power itself”.
“But the power of governing is a trust committed by the people to the
government, no part of which can be granted away. The people, in their
sovereignty capacity, have established their agencies for the preservation
of the public health and the public morals, and the protection of public
and private rights. These several agencies can govern according to their
discretion, if within the scope of their general authority, while in power;
but they cannot give away nor sell the discretion of those that are to come
after them, in respect to matters the government of which, from the very
nature of things, must <vary with varying circumstances>”. “The contracts
which the Constitution protects are those that relate to property rights, not
governmental”249.
de 1866 hizo de todos los transportes por ferrocarril que llevaran mercancías
o pasajeros, a la par, transportes postales o de correos, y les autorizó a hacer
negocios y a recibir un pago por ello. Fuller envió unas mercancías de Chicago
(Illinois) a Marshalltown (Iowa), y al serle cargada una tarifa superior a la que
estaba anunciada, planteó un litigio para recuperar el exceso pagado. La compañía
férrea sostuvo que la ley de Iowa era inconstitucional al infringir la competencia
exclusiva del Congreso de regular el comercio interestatal. La Suprema Corte del
Estado de Iowa consideró que la ley era válida en cuanto que se trataba de una
medida de policía. Llegado el litigio a la Supreme Court, el Juez Noah Swayne,
expresando la opinion of the Court, consideró también que la ley de Iowa era un
ejercicio legítimo del police power del Estado. Vale la pena transcribir algunas de
sus reflexiones:
“While the police power has been most frequently exercised with respect
to matters which concern the public health, safety or morals, we have
frenquently held that corporations engaged in a public service are subject
to legislative control, so far as it becomes necessary for the protection of
the public interests”253.
251
Apud W. G. HASTINGS: “The Development of Law as Illustrated by the Decisions...”, op. cit.,
pp. 450-451.
252
Collins DENNY, Jr.: “The Growth and Development of the Police Power...”, op. cit., p. 186.
253
Apud Maurice H. MERRILL: “Application of the Obligation of Contract Clause...”, op. cit.,
p. 662.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 777
Ya en el nuevo siglo, la Corte iba a acentuar aún más esta doctrina, que
relegaba a un papel cada vez más secundario a la cláusula de los contratos. Buena
prueba de ello la hallamos en su argumentación en el caso Atlantic Coast Line R. R.
v. Goldsboro (1914), sentencia en la que se puede leer: “Se halla establecido, que ni
la contract clause ni la due process clause tienen el efecto de anular la competencia
del Estado para establecer todas aquellas regulaciones que sean razonablemente
necesarias para asegurar la salud, la seguridad, el buen orden, la comodidad o
el bienestar general de la comunidad; que no puede abdicarse de este poder ni
echarlo por la borda, y que es inalienable incluso mediante una expresa concesión,
y que cualesquiera contratos y derechos de propiedad se consideran sujetos a su
ejercicio razonable”.
254
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return...”, op. cit.,
pp. 541-542.
255
YALE-NOTE: “A Process-Oriented Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal (Yale
L. J.), Vol. 89, 1979-1980, pp. 1623 y ss.; en concreto, pp. 1639-1640.
778 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
fueren instados a ello por un deudor que atravesare momentos difíciles (“a
beleaguered debtor”), a considerar exenta su propiedad de la ejecución de una
hipoteca (“foreclosure”) “mientras continue la emergencia y en ningún caso más
allá del 1 de mayo de 1935”. La ley fue aprobada por una legislatura especialmente
sensibilizada ante los graves problemas de los granjeros que tenían que hacer
frente a la ejecución de sus hipotecas por impago. Aunque pueda admitirse con
Wright256, que el texto legal, cuidadosamente redactado, intentaba proteger los
intereses tanto del deudor como del acreedor, era obvio que incidía con efectos
retroactivos sobre unas relaciones contractuales cuya existencia alteraba.
En aplicación del test de razonabilidad antes mencionado, el Chief Justice
Hughes no intentará negar que la ley afectaba frontalmente a la esencia misma
de la contract clause. Lo que tratará por el contrario es de ver si el texto se en-
cuentra justificado como un razonable ejercicio del poder reservado del Estado.
Hughes iba a declarar de modo expreso, que la Corte no estaba vinculada por el
entendimiento originario de la cláusula. Antes bien, a juicio del Chief Justice, el
Tribunal debía considerar el caso “a la luz de la completa experiencia adquirida,
no meramente de lo que se dijo un centenar de años atrás”, y teniendo en cuenta
el creciente reconocimiento de las necesidades públicas, la salvedad del razonable
ejercicio del poder protector del Estado puede interpretarse en todos los contratos.
Advierte de igual forma Hughes, que la legislatura siempre retiene la facultad
de legislar en interés de la salud, moral y seguridad públicas. Si la legislación
se dirige a un fin legítimo y las medidas adoptadas son razonables y apropiadas
a ese fin, no importa si los contratos se ven afectados incidental, indirecta o
directamente. En fin, argumenta el Chief Justice Hughes, aunque el poder del
Estado no puede ejercerse para destruir la limitación constitucional, pueden surgir
circunstancias “in which a temporary restraint of enforcement may be consistent
with the spirit and purpose of the constitutional provision and thus be found to be
within the range of the reserved powers of the state to protect the vital interests
of the community”257. El razonamiento nos parece impecable, pues los derechos
dimanantes de un contrato no pueden sobreponerse a los intereses vitales de
una colectividad, mucho menos aún en unos momentos de una crisis económica
tan fuerte como la que atravesaban los Estados Unidos en esos años. Lo que nos
sorprende es una decisión impregnada de tanta sensibilidad social en una Corte
frontalmente enfrentada en esos años al Presidente Franklin D. Roosevelt y a su
programa social del New Deal, enfrentamiento que no se resolverá, con el triunfo
de las tesis más progresistas, hasta que la Corte decida, el 29 de marzo de 1937,
la sentencia del caso West Coast Hotel Co. v. Parrish.
La Corte, en coherencia con todo lo expuesto, mantuvo la ley de Minnesota,
tras constatar que reunía un conjunto de criterios en último término determinantes
del fallo: l) la ley era una legislación de emergencia aprobada a modo de respuesta
a una feroz crisis económica; 2) el objetivo del texto legal era la protección de “un
256
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 110.
257
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 110.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 779
258
Samuel R. OLKEN: “Charles Evans Hughes and the Blaisdell Decision: A Historical Study of
Contract Clause Jurisprudence”, en Oregon Law Review (Or. L. Rev.), Vol. 72, 1993, pp. 513 y ss.; en
concreto, p. 601.
259
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return...”, op. cit., p. 543.
780 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
I. Con anterioridad a 1810, año del trascendental caso Fletcher v. Peck, encontra-
mos varios casos en los tribunales federales de circuito (Circuit Courts), y también
alguno de importancia en los tribunales estatales, en los que la interpretación
judicial de la cláusula va a arrojar algo de luz sobre ella antes de que la Marshall
Court se pronuncie en el caso objeto de nuestro estudio. También Marshall tendrá
oportunidad de decir algo al respecto en 1805, en Huidekoper´s Lessee v. Douglas.
El más temprano de estos litigios parece ser el caso de Alexander Champion
and Thomas Dickason v. Silas Casey (abreviadamente, Champion and Dickason
v. Casey) (1792). El caso no se halla impreso, y por ello su existencia escapó a los
260
Michael B. RAPPAPORT: “A Procedural Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal
(Yale L. J.), Vol. 93, 1983-1984, pp. 918 y ss.; en concreto, p. 919.
261
No falta quien, como Hale, considera que, con su argumentación, el Chief Justice Hughes revivió
un siglo después la posición sustentada por el Justice William Johnson en su dissent en el caso Ogden
v. Saunders (1827). Recordemos que Johnson, en lo que ahora interesa, argumentó como sigue: “No
one questions the duty of the government to protect and enforce the just rights of every individual
over all within its control. What we contend for is no more than this, that it is equally the duty and
right of governments to impose limits to the avarice and tyranny of individuals, so as not to suffer
oppression to be exercised under the semblance of right and justice”. Robert L. HALE: “The Supreme
Court and the Contract Clause” (Part III), en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944,
pp. 852 y ss.; en concreto, p. 880.
262
Doglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return...”, op. cit., p. 544.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 781
historiadores del Derecho, siendo descubierto en los archivos del “Federal District
Court for Rhode Island” por ese grandísimo historiador de la Corte Suprema que
fue Charles Warren263. Fue el Circuit Court para el distrito de Rhode Island, inte-
grado por el Chief Justice John Jay, el Associate Justice William Cushing y el District
Judge Henry Marchant, el que en esa sentencia iba a considerar inconstitucional
una ley del Estado de Rhode Island por menoscabar la obligación de un contrato,
conculcando por lo mismo la cláusula de la que venimos ocupándonos.
La ley se había aprobado en febrero de 1791, en respuesta a una petición de un
deudor para una ampliación de tres años del período de tiempo de que disponía
para saldar sus deudas, quedando exento en ese período de cualquier arresto o em-
bargo. La decisión, adoptada por unanimidad, se hizo en los siguientes términos:
“The Court.... determined.... that the Legislature of a State have no right to make
a law to exempt an individual from arrests and his estate from attachments for his
private debts, for any term of time, it being clearly a law impairing the obligation
of contracts, and therefore contrary to the Constitution of the United States”.
Recuerda Warren, que aunque a esta decisión se le dio una gran publicidad en los
periódicos de todos los Estados, parece que no desencadenó ninguna oposición a
los tribunales federales, lo que no deja de sorprender si se tiene en cuenta que años
después la declaración de inconstitucionalidad de leyes estatales por tribunales
federales fue duramente atacada en ciertos Estados.
Es una opinión doctrinal muy generalizada, que el siguiente litigio en relación
a la contract clause fue el bien conocido caso de Vanhorne´s Lessee v. Dorrance
(1795), que muchos, incluso, ignorando el caso precedente, lo consideran como
el primero en que se iba a abordar en sede judicial la cláusula, lo que es un craso
error. Pero también la generalidad de la doctrina olvida que en el trascendental
Chisholm v. Georgia (1793), el primer gran caso decidido por la Supreme Court,
en el que ésta admitió la constitucionalidad de que un Estado fuera demandado
por un ciudadano de otro Estado, lo que a su vez propiciaría la aprobación, en
1798, de la Undécima Enmienda, que iba a vedar tal posibilidad, algunos Jueces
de la Corte Suprema se manifestaron con toda nitidez acerca de que a los Estados
les estaba vedado menoscabar sus contratos, lo que presuponía dar cabida en la
cláusula a los contratos públicos. Y así, en la mencionada sentencia, el Justice
James Wilson, escribiendo una seriatim opinion, observaba:
263
De ello se hace eco el propio Warren. Cfr. al respecto, Charles Warren: The Supreme Court in
United States History, revised edition in two volumes, Little, Brown, and Company, Boston, 1932, Vol.
I (1789-1835), p. 67 y nota 1 de la misma página.
264
Apud James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1032.
782 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
265
Así, por ejemplo, Benjamin F. WRIGHT: The Growth of American Constitutional Law, Phoenix
Books (University of Chicago Press), reprinted, Chicago and London, 1967, p. 29. (First published
in 1942). En la misma línea, Maeva MARCUS: “The Founding Fathers, Marbury v. Madison – and
so What?”, en Constitutional Justice Under Old Constitutions, edited by Eivind Smith, Kluwer Law
International, The Hague/London/Boston, 1995, pp. 23 y ss.; en concreto, pp. 27-28. Y también William
M. MEIGS: “The Relation of the Judiciary to the Constitution”, en American Law Review (Am. L. Rev.),
Vol. 19, 1885, pp. 175 y ss.; en concreto, p. 186. Recuerda este autor, que la cuestión abordada en el
Vanhorne case fue de nuevo considerada en 1797 en United States v. Villato.
266
Warren E. BURGER: “The Doctrine of Judicial Review. Mr. Marshall, Mr. Jefferson, and Mr.
Marbury”, en Current Legal Problems, (The Faculty of Laws. University College London), Vol. 25, 1972,
pp. 1 y ss.; en concreto, p. 7.
267
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 130.
268
Stephen B. PRESSER and Becky Bair HURLEY: “Saving God´s Republic: the Jurisprudence
of Samuel Chase”, en University of Illinois Law Review (U. Ill. L. Rev.), Vol. 1984, 1984, pp. 771 y ss.;
en concreto, p. 773.
269
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics in the New Republic. The Case of Fletcher v. Peck,
op. cit., p. 83.
270
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 244.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 783
271
Leonard W. LEVY: Original Intent..., op. cit., p. 130.
784 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
272
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 20.
273
Leonard LEVY: Original Intent..., op. cit., pp. 131-132.
274
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, op. cit., Vol. one, p. 69.
275
Cfr. al respecto, C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics in the New Republic..., op. cit.,
pp. 52-53.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 785
“The idea of a Legislature reclaiming property they had once sold, and been
paid for, was said by the Court to be not less preposterous than for an indi-
vidual to repeal his own note of hand, or to render void by his own act and
determination, any contract however sacred or solemn. The vociferations of
the Georgia Legislature, who were the very granters of the property in ques-
tion, about fraud and circumvention, could not be admitted in a Judiciary
of Massachusetts, as evidence of the real existence of such facts–Whether
the original grant of the Georgia Legislature were valid or not, was con-
sidered by the Court a cause of judicial, and not of legislative cognizance.
The Repealing Act of Georgia was moreover declared void, because it was
considered directly repugnant to Article 1st Sec. 10, of the Unitede States
Constitution, which provides that <no state shall pass any ex post facto law,
or law impairing the obligation of contracts>”277.
276
Robert Goodloe HARPER: “The Case of the Georgia Sales on the Mississippi Considered”, en
C. Peter Magrath, Yazoo. Law and Politics in the New Republic..., op. cit., Appendix C, en pp. 140-148.
277
Apud C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics in the New Republic..., op. cit., p. 53.
786 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
Para resolver esta cuestión la propia Legislatura aprobó otro texto legal en 1799,
disponiendo que la ley de 1715 había continuado, y continuaría, en vigor. Tras
considerar que la ley de 1799 suponía una invasión por parte de la Legislatura en
las funciones que corresponden al Judiciary, al intentar pronunciarse legislativa-
mente sobre el efecto jurídico de la ley de abrogación de 1789, Marshall añadió
estas reflexiones278:
“It seems also to be void for another reason; the federal Constitution
prohibits the States to pass any law impairing the obligation of contracts.
Now will it not impair the obligation, if a contract, which, at the time of
passing the act of 1789, might be recovered on by the creditor, shall by the
operation of the act of 1799, be entirely deprived of his remedy?”279.
278
De ellas se hace eco Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 226.
279
Al discrepar la opinión de Marshall de la del District Justice Potter, miembro asimismo del
tribunal de circuito, el caso fue recurrido ante la Corte Suprema, que en 1804, en el ahora identificado
como Ogden v. Blackledge, expresando William Cushing la opinion of the Court, confirmó la decisión
del Circuit Court, bien que sin aludir para nada a la contract clause.
280
Herbert A. JOHNSON: Foundations of Power: John Marshall, 1810-1815, (Vol. II de la “History
of the Supreme Court of the United States”, elaborado conjuntamente con George Lee HASKINS, part
two), MacMillan Publishing Co., Inc./Collier MacMillan Publishers, New York/London, 1981, p. 594.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 787
281
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 29.
282
Jennifer NEDELSKY: “Confining Democratic Politics: Anti-Federalists, Federalists, and the
Constitution” (Book Review), en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 96, 1982-1983, pp. 340 y ss.;
en concreto, p. 358.
283
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 20.
788 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“The principle asserted is, –argumenta el Chief Justice– that one legislature
is competent to repeal any act which a former legislature was competent
to pass; and that one legislature cannot abridge the powers of a succeed-
284
Así las considera Currie, quien las califica como “landmarks”. David P. CURRIE: The Constitution
in the Supreme Court. The First Hundred Years 1789-1888, University of Chicago Press, Chicago and
London, 1985, pp. 61-62.
285
Así, por ejemplo, Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”, en
Seton Hall Law Review (Seton Hall L. Rev.), Vol. 13, 1982-1983, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 20.
286
Felix FRANKFURTER: “John Marshall and the Judicial Function”, en Harvard Law Review
(Harv. L. Rev.), Vol. 69, 1955-1956, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 226.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 789
287
Apud James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”,
op. cit., p. 405.
288
Matiza Nedelky, que aunque la Corte fundamentó la sentencia sobre esa aceptación general de
la santidad de la propiedad, dio, sin embargo, a ese sentido general un significado particular dirigido
a contener la amenaza democrática a los derechos (“the democratic threat to the rights”) que los
Federalistas consideraban necesario para una economía de mercado estable y una sociedad libre y
segura. Jennifer NEDELSKY: “Confining Democratic Politics...”, op. cit., p. 357.
289
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change 1815-1835, op. cit., p. 598.
290
Shannon C. STIMSON: The American Revolution In The Law (Anglo-American Jurisprudence
before John Marshall), The Macmillan Press, London, 1990, p. 141.
790 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
ejemplo de ello sería la irónica afirmación de Lerner291, quien cree que Marshall
debería ser colocado como uno de los grandes héroes de la humanidad, por cuanto
él dio a los contratos la santidad, anulando cualquier consideración de política
pública o de control económico.
Digamos por último, que la visión del Derecho de propiedad en los Estados
Unidos era fundamentalmente de naturaleza expansiva antes que defensiva. Ello
puede apreciarse en los cambios realizados en los Estados Unidos en el Derecho
sobre las tierras (land law), que había liberado los bienes raíces (“real property”)
de la mayoría de las restricciones que todavía en ese momento prevalecían en el
Derecho inglés. Hablando del sistema inglés, un tribunal newyorkino afirmaba
en 1835 (en el caso Coster v. Lorillard): “This ancien, complicated and barbarous
system.... is entirely abrogated”292.
291
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 411.
292
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford,
l993, p. 49.
293
Así, por ejemplo, para Kainen, “Fletcher was the second case in which the full Court exercised the
power of judicial review and the first in which the Court struck down a state statute”. Evidentemente
la afirmación sólo es cierta si se circunscribe, como parece, a la Marshall Court. James L. KAINEN:
“Nineteenth Century Interpretation of the Federal Contract Clause...”, op. cit., p. 383. Hawkins, por
referirnos a un segundo autor, esta vez en referencia genérica a la Supreme Court, escribe: “Fletcher v.
Peck, the first case in which the Supreme Court declared a state law to be unconstitutional”. Michael
Daly HAWKINS: “John Marshall Through the Eyes of an Admirer: John Quincy Adams”, en William
and Mary Law Review (Wm. & Mary L. Rev.), Vol. 43, 2001-2002, pp. 1453 y ss.; en concreto, p. 1458.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 791
294
Charles WARREN: “The Early History of the Supreme Court of the United States, in Connection
with Modern Attacks on the Judiciary”, en Massachusetts Law Quarterly (Mass. L. Q.), 1923, Vol. 8,
pp. 1 y ss.; en concreto, p. 14.
295
No deja de ser un dato curioso, aunque también significativo, al margen ya de que pueda tener
el simple valor de lo anecdótico, el que John Marshall actuara en Ware v. Hylton en defensa del deudor
demandado, apoyándose jurídicamente en una ley de Virginia. Esgrimiendo que Virginia tenía derecho
a confiscar la propiedad de los acreedores, sostendría que “the legislative authority of any country
can only be restrained by its own municipal constitution”. Cfr. al respecto, Suzanna SHERRY: “The
Founders´ Unwritten Constitution”, en The University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol.
54, 1987, pp. 1127 y ss.; en concreto, pp. 1168-1169.
296
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 41.
297
De ello se hace eco Schwartz en dos de sus libros. Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme
Court, op. cit., pp. 43-44. Del propio autor, Some Makers of American Law, Ajoy Law House–Oceana
Publications, Inc., Calcutta/ Dobbs Ferry, New York, 1985, p. 38.
792 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
298
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States (Its Foundation, Methods and
Achievements. An Interpretation), Columbia University Press, New York, 1928, pp. 94-95.
299
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, 2nd edition (revised by Sanford Levinson),
The University of Chicago Press, Chicago and London, 1994, p. 33.
300
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, p. 1125.
301
Se ha escrito que la Corte, con anterioridad al nombramiento de Marshall, no se había llegado
a apoderar de la imaginación del país, no había ejercido poderes enérgicos y era contemplada
comúnmente como una débil y relativamente insignificante derivación del gobierno federal. Robert
Eugene CUSHMAN: “Marshall and the Constitution”, en Minnesota Law Review (Minn. L. Rev.), Vol.
V. 1920-1921, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 5.
302
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 34.
303
Robert Eugene CUSHMAN: “Marshall and the Constitution”, op. cit., p. 8.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 793
304
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, op. cit., vol. one, p. 392.
305
Robert Kenneth FAULKNER: The Jurisprudence of John Marshall, Princeton University Press,
Princeton, New Jersey, 1968, p. 32.
306
Robert R. WRIGHT: “The Relation of Law in America to Socio-Economic Change”, en Arkansas
Law Review (Ark. L. Rev.), Vol. 28, 1974-1975, pp. 440 y ss.; en concreto, p. 463.
794 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
a proteger los derechos adquiridos, sino que, al hilo de ello, otorgó su salvaguarda
a un importante principio económico.
Este benéfico influjo de la sentencia sobre el mercado ha sido generalmente
reconocido por la doctrina. Para Schwartz, no cabe duda de que el status jurídico
que Marshall otorgó a los contratos y transacciones comerciales facilitó el desarro-
llo comercial del mercado307. Beveridge, el ya mencionado biógrafo de Marshall,
coincidía en que Fletcher dio estabilidad al intercambio comercial (“steadiness
to commercial intercourse”) en una época en que ello era lamentablemente
necesario308. Es cierto que no faltan autores, como sería el caso de Newmyer, que
con una perspectiva más amplia, consideran que las sentencias de Marshall, y
no sólo la Fletcher opinion, arraigaron en un contexto de conflicto económico,
y de resultas de ello, el capitalismo fue la moneda común de las decisiones de la
Corte309. Desde otro punto de vista, tampoco faltan sectores de la doctrina que
han relativizado la relevancia de las contribuciones hechas por la Marshall Court
al desarrollo económico al hilo de su interpretación de la contract clause, consi-
derando que las mismas han sido grandemente exageradas310. Ni por supuesto,
quienes vierten un duro juicio sobre la sentencia, considerándola “una decisión en
armonía con el progreso de un capitalismo mercantil explotador” (“an exploitative
merchant capitalism”)311, algo que casa con el juicio de un sector doctrinal que
ha considerado que las sentencias de Marshall siempre estuvieron orientadas al
servicio de los intereses conservadores del momento. Pero como escribe Magrath,
la falacia de algunos de estos argumentos, como el que atribuye a sus decisiones
unos intereses mezquinos, no puede ocultar el hecho de que esta sentencia en
particular, y otras muchas, encontró el favor, el apoyo si así se prefiere, de “a
majority of the politically conscious Americans of his day”312. También Klarman,
un autor no precisamente proclive a Marshall, estima que Fletcher no fue una
decisión impopular, excepto quizá entre algunos miembros de la vieja guardia
del partido Republicano313.
314
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign...”, op. cit., p. 411.
315
John P. ROCHE (edited with an Introduction and Commentary by): John Marshall. Major
Opinions and Other Writings, The Bobbs-Merrill Company, Inc., Indianapolis/New York, 1967, p. 119.
316
Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”, en Seton Hall Law
Review (Seton Hall L. Rev.), Vol. 13, 1982-1983, pp. 1 y ss.; en concreto, pp. 17-18.
796 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
las Yazoo Lands, era objeto de una enconada disputa entre Inglaterra, España,
Georgia y los escasos colonizadores que las disputaban encarnizadamente con los
indios. En este contexto, se puede entender que el Estado, cuya única fuente de
riqueza parecía hallarse en la tierra, viera su salvación en la venta de sus tierras
occidentales.
Los Estados Unidos experimentaron diversos períodos de una ardiente
especulación de tierras. Sin embargo, nunca el frenesí especulador atrajo tanto
la atención de todo el país como en los años inmediatamente subsiguientes a la
Independencia de las colonias. Y aunque la especulación se expandió por todo el
país, en coherencia con el hecho de que la mayor riqueza de éste había de buscarse
en la tierra, en ningún otro lugar alcanzó el nivel de Georgia. Hacia 1789 el interés
de Georgia en la venta de sus tierras occidentales llevó a su Legislatura a aprobar
una ley autorizando la venta por unos 200.000 dólares de 25´5 millones de acres,
a varias compañías dedicadas a la especulación de terrenos. Sin embargo, la
operación se frustró debido a que las sociedades compradoras ofrecieron pagar en
una moneda depreciada, casi sin valor real, por lo que el Estado rehusó vender, lo
que propiciaría un buen número de demandas contra Georgia, una de las cuales
llegaría a la Corte Suprema, el famoso caso de Chisholm v. Georgia (1793).
En diciembre de 1794, la Legislatura de Georgia, que Beveridge describió
como una “saturnalia of corruption”317, volvió a aprobar un nuevo proyecto de ley
por el que el territorio occidental del Estado era vendido a cuatro empresas (la
“Upper Mississippi Company”, la “Tennessee Company”, la “Georgia Mississippi
Company” y la “Georgia Company”), compañías que se conocen genéricamente
como las “Yazoo Land Companies”, tomando su nombre del río afluente del
Mississippi al que nos hemos referido. La venta alcanzaba un total de 35 millones
de acres (unas tierras que hoy, prácticamente, ocupan los Estados de Alabama y
Mississippi, lo que da una idea de la magnitud de la operación), que se vendían por
un montante total de medio millón de dólares, pagados en metálico, lo que suponía
la cantidad de un centavo y medio por acre, un precio irrisorio, o como se ha escri-
to318, un precio de saldo (“a bargain price”), aun cuando, ciertamente, la operación
resultara mucho más rentable para Georgia de lo que hubiera resultado la venta
si se hubiera consumado cinco años antes. Presentado el proyecto al Gobernador
para su firma, éste lo vetó el 29 de diciembre, en lo que puede considerarse uno de
los más tempranos ejercicios del poder de veto en los Estados Unidos, lo que, como
recuerda Hagan319, a la vista de que este poder había quedado completamente
obsoleto en Gran Bretaña, desencadenó una serie de arduas críticas.
La Legislatura no se conformó; nombró un comité para negociar con el
Gobernador Matthews, y tras modificar algunas cuestiones menores de su anterior
proyecto, objetadas por el Gobernador, volvió a aprobarlo. Esta vez el Gobernador
317
Apud Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 412.
318
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1033.
319
Horace H. HAGAN: “Fletcher v. Peck”, en Georgetown Law Journal (Geo. L. J.), (Georgetown
University School of Law), Vol. XVI, 1927-1928, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 7.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 797
320
Ese mismo año 1795 los Estados Unidos abrieron una oficina pública para la venta de las tierras
del Noroeste, previéndose su venta a dos dólares por acre. Pero incluso unos años antes, en 1790,
hubo una propuesta de venta de las tierras de titularidad pública de los Estados Unidos, libres de
disputa y por tanto con buen título, manejándose como precio de venta la cantidad de 30 centavos
por acre. Todo ello iba a llegar a conocimiento de los ciudadanos de Georgia, que de la comparación
extraían una más clara idea del expolio llevado a cabo por su Legislatura. Cfr. al respecto, M. C.
KLINGELSMITH: “James Wilson and the So-Called Yazoo Frauds”, en University of Pennsylvania
Law Review and American Law Register (U. Pa. L. Rev. & Am. L. Reg.), Vol. 56, January/June, 1908,
pp. 1 y ss.; en concreto, p. 13.
321
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundatios of Power: John Marshall, 1801-1815,
op. cit, p. 340.
322
Horace H. HAGAN: “Fletcher v. Peck”, op. cit., p. 12.
798 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
recuerda la doctrina, “the theatrical scene of the burning of the offending Act”323. El
13 de febrero de 1796 era aprobada la nueva ley, que también preveía la devolución
a los compradores del precio que habían pagado por la adquisición de la tierra.
Es posible que la rápida propagación en esos años por todo el Estado de la recién
inventada desmotadora de algodón, que al facilitar su limpieza rentabilizaba
mucho más el cultivo del algodón, y la firma entre los Estados Unidos y España,
en octubre de 1795, del tratado por el que este país renunciaba a sus pretensiones
sobre las western lands, contribuyeran aún más a ver la fraudulenta venta de tierras
con tonos más negruzcos324.
En el interregno entre una y otra ley, como antes se dijo, la compraventa de
tierras continuó. Valga como ejemplo, que en una venta fechada el mismo día de
la ley abrogatoria, la “Georgia Mississippi Company” vendió 11 millones de acres
a 10 céntimos el acre. Como es obvio, el conocimiento de la abrogación de la
venta iba a suscitar una amplísima controversia, al margen ya de aparecer como
la causa desencadenante del Fletcher case, cuyos orígenes han sido juzgados con
gran dureza por la doctrina americana; y así, mientras unos los han considerados
tan excéntricos como la ley que sirvió de detonante del mismo325, otros han llegado
a decir que tras Fletcher se encuentran los más malolientes episodios (“the most
malodorous episodes”) de la historia de América326. Un elevado número de com-
pradores, como ya se ha dicho, vivían en Nueva Inglaterra y sostuvieron que eran
compradores de buena fe, que no habían tenido conocimiento del fraude y que la
Ley de 1796 no podía legalmente anular los títulos conferidos sobre la propiedad
de la tierra, pero Georgia insistía en que los títulos asentados en una ley fraudu-
lenta eran nulos. Para articular más eficazmente sus intereses, los compradores
de tierras de Nueva Inglaterra recurrieron a la “New England Mississippi Land
Company”, que iba a ser así la encargada de representar sus intereses.
alude a que Hamilton fue contratado por una de las compañías para formalizar su opinión en 1796.
Cfr. al respecto, G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change 1815-1835, op. cit., p. 603.
328
El texto del folleto, como ya se indicó en otro momento, puede verse en C. Peter MAGRATH:
Yazoo. Law and Politics in the New Republic, op. cit., pp. 140-148.
329
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 140.
330
John P. ROCHE: John Marshall: Major Opinions..., op. cit., pp. 119-120.
331
En la Georgia Repeal Act de 1796, se determina: “That the said usurped act, passed on the 7th day
of January, in the year 1795, entitled <An act, supplementary to an act, entitled An act for appropriating
a part of the unlocated territory of this State, for the payment of the late State troops, and for other
purposes therein mentioned, declaring the right of this State to the unappropriated territory thereof,
for the protection of the frontiers, and for other purposes>, be, and the same is hereby, declared
null and void; and the grant or grants, right or rights, claim or claims, issuing, deduced, or derived
therefrom, or from any clause, letter, or spirit of the same, or any part of the same, is hereby also
annulled, rendered void, and of no effect; and, as the same was made without constitutional authority,
and fraudulently obtained, it is hereby declared of no binding, force, or effect, on this State, or the
people thereof....”. Apud C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 136. (El texto de
la “Georgia Repeal Act of 1796”, en “Appendix B”, pp. 127-139).
800 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
332
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 413.
333
Clinton ROSSITER: Alexander Hamilton and the Constitution, Harcourt, Brace & World, Inc.,
New York, 1964, p. 123.
334
Los escritos de Hamilton corroboran esa sintonía con los principios de la justicia natural. Así,
para refutar el principio inglés de la supremacía parlamentaria, Hamilton va a recurrir, entre otros
puntos en que fundamentar su tesis, a “la voz de la naturaleza”. En The Farmer Refuted (1775), Hamilton
escribía: “I will now venture to assert, that I have demonstrated, from the voice of nature, the spirit
of the British constitution, and the charters of the colonies in general, the absolute nonexistence
802 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
of that parliamentary supremacy for which you contend”. Apud Gary J. JACOBSOHN: “Hamilton,
Positivism & the Constitution: Judicial Discretion Reconsidered”, en Polity (Northeastern Political
Science Association), Vol. 14, No. 1, Autumn, 1981, pp. 70 y ss.; en concreto, p. 81.
335
Talleyrand, supuestamente afirmó: “I consider Napoleon, Pitt and Hamilton as the three greatest
men of our age, and if I had to choose among the three, I would without hesitation give the first place
to Hamilton”. Apud Clinton ROSSITER: Alexander Hamilton and the Constitution, op. cit., p. VIII (en
el “Preface”).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 803
En estos párrafos, Hamilton sentaba las dos premisas básicas que catorce
años después vertebrarían la Fletcher opinion: que la cláusula de los contratos no
circunscribía su ámbito a los contratos privados, sino que era asimismo de aplica-
ción a los contratos públicos, aunque es verdad que en ello, como ya hemos puesto
de manifiesto, vino precedido por dos grandes Associate Justices, James Wilson y
William Paterson, y que una concesión no era jurídicamente sino un contrato, y
por lo mismo, reconducible al inequívoco mandato de la contract clause.
Señaladas ya las patentes similitudes de esta interpretación con la que hará
suya Marshall, cabe decir que también se pueden apreciar algunas diferencias
menores. Snowiss336 se ha referido a una que, a su juicio, tendría significativas
consecuencias en la vertebración de la judicial review durante la época de la
Marshall Court. La diferencia atañe al modo en que Hamilton y Marshall iban
a decidir que las cesiones de tierras de Georgia estaban incluidas dentro de la
prohibición que acoge la contract clause. Como se puede ver en el texto transcrito,
Hamilton iba a fijar el significado de la Constitución mediante la consideración
de los términos constitucionales en un sentido amplio (“taking the terms of the
constitution in their large sense”) y acorde con el espíritu y política general de
las disposiciones (“according to the general spirit and policy of the provisions”).
Marshall, anticipando su modo de proceder, se iba a concentrar en los propios
términos constitucionales, visualizándolos en el mismo “pequeño, exiguo” sentido
utilizado en la interpretación de los textos legales, aunque después los reformulaba
con la intención de reforzar el significado derivado de las estrictas palabras.
III. Recuerda la doctrina337, que los puntos de vista expresados por Harper
y Hamilton sobre las ventas de las tierras del Yazoo fueron objeto de una gran
publicidad. Su publicación en la American Gazetteer, una popular publicación
sobre la geografía de Norteamérica, auspiciada por Jedidiah Morse, “the father
of American Geography”, contribuyó decisivamente a ello. Morse describió la
región del Yazoo con entusiastas términos como una “potential land of milk and
honey” y expresó una interpretación pro-Yazoista de la venta original de tierras,
336
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, Yale University Press, New
Haven and London, 1990, p. 133.
337
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., pp. 22-23.
804 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
338
Su texto puede verse en C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., pp. 151-171.
339
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 24.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 805
340
Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: The Germinal Years”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.),
Vol. 75, 1961-1962, pp. 707 y ss.; en concreto, p. 713.
341
Richard E. ELLIS: The Jeffersonian Crisis: Courts and Politics in the Young Republic, The Norton
Library–W. W. Norton & Company, Inc., (reprint of the edition published by Oxford University Press,
1971), New York, 1974, p. 87
806 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
a los funcionarios que habían negociado el acuerdo con Georgia a recibir los
ofrecimientos de compromisos por parte de las personas que reclamaban “de con-
formidad con cualquier ley, o pretendida ley, del Estado de Georgia”, informando
inmediatamente después al Congreso de su opinión. Cuando parecía a punto de
fraguarse definitivamente el acuerdo en el seno del Congreso, John Randolph, un
excéntrico virginiano342 que se encontraba al frente de la mayoría Jeffersoniana,
iba a atacarlo con todo vigor. “Si los representantes del pueblo habían traicionado
su confianza, –declaraba Randolph, en obvia referencia a los primeros legisladores
de Georgia– el pueblo tenía un inalienable derecho a abrogar la ley objeto de la
traición. La ley abrogatoria estaba de acuerdo con las Constituciones de Georgia
y de los Estados Unidos”. Un arduo debate siguió a la propuesta de resolución de
Randolph, que preveía la prohibición de que los cinco millones de acres pudieran
utilizarse para satisfacer las demandas de los compradores de terrenos. La
propuesta de la Comisión fue pospuesta y, reiniciado el debate y tras cuatro días
de notables controversias, la resolución encaminada a la compensación de los
demandantes se aprobó por la Cámara de Representantes343, que por 63 votos a
favor frente a 58 en contra decidió tramitar el proyecto de ley. Aunque derrotada su
propuesta, Randolph no se rindió y encaminó sus esfuerzos a dilatar la tramitación
del proyecto, lo que finalmente consiguió, pues las sesiones del Congreso fueron
aplazadas sin que la ley hubiese sido aprobada. El lobby de la “New England
Company” continuó batallando para lograr las indemnizaciones a que creían tener
derecho, pero lo cierto es que en el Congreso la solución parecía dilatarse sine die,
y de hecho habrían de pasar dieciséis años hasta que el problema quedara resuelto
de modo definitivo. En ello tendría que ver la vendetta personal, por utilizar el
calificativo que le da Haskins344, llevada adelante por John Randolph of Roanoke
contra los compradores de las tierras de Georgia procedentes de Nueva Inglaterra.
Los numerosos inversores de Nueva Inglaterra, más aún a la vista de la
parálisis resolutoria del Congreso, se hallaban ansiosos de obtener una decisión
judicial acerca de la validez de los títulos de los terrenos que habían adquirido en
Georgia. La XIª Enmienda les impedía demandar al Estado de Georgia y la Ley
abrogatoria de 1796 prohibía a los tribunales del Estado considerar las acciones
que pudieran emprenderse al hilo de ese texto legal. En esta situación, es más
342
Así lo califica Hagan. Horace H. HAGAN: “Fletcher v. Peck”, op. cit., p. 16.
343
Puede ser de algún interés recordar algunas de las reflexiones vertidas por Root, un miembro del
Congreso en el momento de este debate. “It is further insisted, –argumentaba este congresista– that
the grant of 1795 was fraudulent–of course, that it is void ab initio. The abominable fraud, the gross
and odious corruption, which is said to have been practiced by and upon the members of the granting
Legislature of 1795, have been depicted in the most artful and detestible colors. But if I were to admit
for a moment that the motives of a Legislature can be questioned in order to nullify their acts, I should
extremely doubt whether that abominable corruption did even exist to the extent alleged. Where, let
me ask, is the proof of its existence? I can find it nowhere except in ex parte affidavits, taken before
no one knows whom, and sworn to by persons equally strangers to us”. Apud M. C. KLINGELSMITH:
“James Wilson and the So-Called Yazoo Frauds”, op. cit., pp. 17-18.
344
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundations of Power: John Marshall, 1801-
1815, op. cit., p. 343.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 807
No debe extrañar tras todo lo expuesto que algún autor haya escrito346, que el
Fletcher case encontró su comienzo en las cenizas de ese histórico incendio que
tuvo lugar en Georgia (“in the ashes of that historic Georgia fire”). El litigio que
iba a culminar en la trascendental Fletcher opinion se planteó inicialmente ante
el United States Circuit Court for Massachusetts, que era presidido por el Associate
Justice William Cushing. John Peck, un residente en la ciudad de Boston, que
había invertido una gran cantidad en las tierras de Georgia, vendió una parte de
sus propiedades a Robert Fletcher, un residente en la ciudad de Amherst, en el
Estado de New Hampshire. Ambos, y es un dato significativo, eran accionistas de
la “New England Mississippi Co.”. Tras la compra, Fletcher presentó una demanda
contra Peck por un montante total de 3000 dólares, a fin en realidad de obtener
un pronunciamiento judicial sobre el título de las tierras que había comprado. La
residencia de las partes (en dos Estados diferentes) entrañaba la competencia de
un tribunal federal por mor de la diversity jurisdiction347, y otro tanto se puede decir
de las cantidades que se manejaban en el litigio. Que el propósito de la acción era
resolver la validez de los títulos de la tierra de Georgia, más que decidir un pleito
privado, con intereses contrapuestos, parecía bastante evidente. White348 ve un
sólido indicio de ello en el hecho del aplazamiento de la controversia por mutuo
consentimiento desde 1803 hasta 1807, cuando ya parecía bastante claro que el
problema no iba a ser resuelto por el Congreso.
Los abogados que iban a intervenir en el caso dan una buena idea de la
importancia del mismo y de las relevantes consecuencias que se le atribuían.
Fletcher contó con Luther Martin para la presentación del caso. No obstante
la impopularidad de algunas de sus causas, el prestigio de Luther Martin (que
había sido miembro de la Convención Federal) como abogado era notable, y
desde 1801 venía apareciendo con frecuencia ante la Supreme Court. Peck, por su
345
Así, entre otros muchos, Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”,
op. cit., p. 8.
346
Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 2.
347
Cabe recordar, que en la redacción inicial del texto de la Judiciary Act la jurisdicción en los
llamados diversity cases requería que ninguna parte fuera ciudadano del Estado donde el caso era
planteado. El Senado modificó esa exigencia, circunscribiendo la diversity jurisdiction a casos en que
una de las partes, no las dos como es obvio, fuera ciudadano del Estado donde el pleito era formulado.
Cfr. al respecto, Wythe HOLT: “<To Establish Justice>: Politics, the Judiciary Act of 1789, and the
Invention of the Federal Courts”, en Duke Law Journal (Duke L. J.), Vol. 1989, 1989, pp. 1421 y ss.;
en concreto, p. 1503.
348
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change 1815-1835, op. cit., p. 603.
808 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
parte, estuvo representado por Robert Goodloe Harper, al que ya hemos tenido
oportunidad de referirnos, y por John Quincy Adams, (que en 1825 se convertiría
en el sexto Presidente de los Estados Unidos) quien, posteriormente, tras ser
nombrado Ministro plenipotenciario en Rusia, fue sustituido nada menos que
por Joseph Story (que en 1812 se convertiría en la persona con menor edad al
acceder a la Corte). En 1807, Story había sido invitado a integrarse en las filas de
la “New England Co.”. Dunne especula349 acerca de quién pudo ser decisivo en
convencerle para tal incorporación, concluyendo que lo mismo pudieron ser los
poco brillantes lobbyists Republicanos los que buscaran su asistencia jurídica,
como los Federalistas. De hecho, el lobby había enviado a Story a Washington no
para entrevistarse con Marshall, sino para hablar en la Cámara de Representantes.
Se confiaba en que la vigorosa oratoria de Story pudiera tener algún efecto en la
Cámara.
Formalmente, Robert Fletcher buscaba la rescisión del contrato con base en
que Peck no podía transmitir un buen título en relación a las tierras vendidas
(un total de 15000 acres), que eran parte de la concesión original posteriormente
anulada por la Ley de Georgia de 1796. Peck esgrimió en su defensa que él había
comprado la propiedad por una cantidad considerable sin tener noticia alguna
del soborno; por lo mismo, de conformidad con la doctrina de la buena fe del
comprador, su título era bueno y no se hallaba afectado por la ley abrogatoria
de Georgia. Los alegatos de Fletcher contenían cuatro cargos, que habían sido
redactados cuidadosamente a fin de plantear todas las cuestiones controvertidas
atinentes a la validez de las cesiones de las tierras del Yazoo. La primera quiebra
del título sobre las tierras se apoyaba en la posibilidad de que la Legislatura de
Georgia, el 7 de enero de 1795 (fecha del texto legal) no tuviera autoridad para
vender las tierras en cuestión. La segunda quiebra alegada formulaba la cuestión
de las fraudulentas prácticas que habían posibilitado la concesión de tierras. La
tercera se basaba en la ley de rescisión de Georgia, mientras que la última alegada
quiebra del título tenía como fundamento la consideración de que en la fecha de
la primera ley el título de las tierras pertenecía realmente a los Estados Unidos.
Respecto de los primeros tres cargos, el demandado presentó alegatos cuya
suficiencia impugnó el demandante mediante una objeción perentoria. En cuanto
al cuarto cargo, el demandado presentó igualmente un alegato, y en relación a este
cargo hubo un veredicto especial del jurado, que se refirió a los diversos hechos
históricos relativos a la complicada fijación de los límites de Georgia, aunque
finalmente, y en alusión al título de las tribus indias a esas tierras, el jurado declaró
su ignorancia y rogó por lo tanto recibir el consejo del tribunal.
En octubre de 1807, el Justice Cushing anunció la decisión del tribunal,
resolviendo todos los asuntos en liza en favor de John Peck. La Corte se pronunció
así en el sentido de que la transmisión de las tierras era buena, la ley abrogatoria
de Georgia era nula y Peck había transmitido un título válido cuando la venta
349
Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: The Germinal Years”, op. cit., p. 715.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 809
El caso fue visto por primera vez por la Corte Suprema en el período de sesio-
nes de marzo de 1809. La argumentación de Luther Martin en favor de Fletcher,
el demandante, ha sido generalmente calificada de superficial (“perfunctory”)351.
Martin dejó por completo de sostener la validez de la Rescinding Act, y se apoyó
casi enteramente en la opinión de que las tierras concedidas por Georgia no per-
tenecían al Estado sino a los Estados Unidos. Martin ignoró asimismo la relevante
cuestión de si las prácticas fraudulentas empleadas para lograr la aprobación de
la Ley de 1795 habían viciado la cesión de las tierras.
Mucho más consistentes resultaron los argumentos ofrecidos por los abogados
de Peck, el demandado “in error”. De entrada, iban a plantear exacta y hábilmente
la cuestión constitucional. “La Legislatura de Georgia –se decía, con unas claras
reminiscencias de la argumentación desarrollada por Robert G. Harper en su
panfleto– no podía revocar una concesión una vez ejecutada. No tenía derecho a
declarar la ley nula, pues ese era un ejercicio propio de la función judicial, no de
la legislativa. Era competencia del judiciary decir lo que es, o lo que era, Derecho,
mientras que la Legislatura sólo puede decir lo que será”. A este argumento, del
ejercicio por la Legislatura de una función que no le correspondía, se iba a añadir
una argumentación directamente incardinada en la Constitución de los Estados
350
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural..., op. cit., p. 604.
351
Así, entre otros, Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 20.
810 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
Unidos. “A la Legislatura –se razona por los abogados, siguiendo a su vez de cerca
la posición sustentada por Hamilton en su dictamen– le estaba prohibido por la
Constitución de los Estados Unidos aprobar cualquier ley que menoscabara las
obligaciones de los contratos. Una cesión es un contrato ejecutado, y crea también
de modo implícito un contrato pendiente de ejecutar (“an implied executory
contract”), que se manifiesta en la obligación que pesa sobre el otorgante de que
el cesionario continúe disfrutando de la cosa otorgada de conformidad con los
términos de la cesión”.
Los abogados del demandado, a diferencia del que representaba al deman-
dante, sí se ocuparon de la cuestión de si las prácticas corruptas empleadas en la
aprobación de la ley habían viciado la concesión de las tierras, dando la siguiente
respuesta al problema: “La validez de una ley no puede ser cuestionada a causa
de la indebida influencia que pueda haber sido utilizada para obtener el texto
legal. Por inadecuada que pueda ser y con independencia de lo severamente que
puedan ser castigados los infractores o delincuentes, si son culpables de soborno
(“bribery”), sin embargo, la más grosera corrupción no debe autorizar a un
tribunal judicial a desacatar la ley. Esto abriría una fuente de litigios que nunca
podría ser cerrada. La ley sería diferentemente decidida por diferentes jurados;
se cometerían innumerables perjurios, y una confusión inconcebible se seguiría”.
En fin, en relación al principal argumento del demandante, que Georgia no
tenía el título de las tierras transferidas, los abogados del demandado adujeron
que, de conformidad con los Articles of Confederation, los Estados Unidos no tenían
el dominio público, excepto en cuanto les era cedido por los diversos Estados, y
que el Tratado de París (Jay Treaty) confirmaba los límites de los Estados y no
otorgaba territorio a los Estados Unidos separado del de sus partes componentes.
La solidez de la argumentación de los abogados de Peck, Harper y Adams, es
patente352.
En sus “Diarios”, John Quincy Adams pinta un curioso cuadro del devenir de
las sesiones ante la Corte entre los días 2 y 11 de marzo de 1809353. Podemos recor-
dar alguno de sus datos. Recuerda Adams que él intervino el día 2, ocupándole su
intervención la totalidad del día (desde las 11 de la mañana hasta las 4 de la tarde).
Se muestra muy crítico consigo mismo al admitir que no estuvo lo suficientemente
claro ni en el orden de su exposición ni en su método, calificando su exposición de
monótona y tediosa (“dull and tedious”). Harper intervino el día 3 y habló durante
352
Comenta Dunne a este respecto, que Peck trató sus facturas legales con una indiferencia (“a
nonchalance”) más digna de un procedimiento ante un juez de paz que de un gran caso constitucional,
y su actitud apenas sugiere la existencia de un acuerdo (entre las partes como es obvio) en el que
cada detalle hubiera sido preparado de antemano. Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: The Germinal
Years”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 75, 1961-1962, pp. 707 y ss.; en concreto, p. 749.
Esa indiferencia, de ser cierta, no se tradujo sin embargo en generosidad con los abogados, pues,
según Magrath, John Peck demostró ser un litigante algo ingrato, pues debiendo a Robert Goodloe
Harper 250 dólares por su trabajo como abogado en el caso, retrasó el pago más de dos años. C. Peter
MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 85.
353
Cfr. al respecto, Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, op. cit., vol. one,
pp. 394-395.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 811
354
Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 21.
355
Mark A. GRABER: “Federalist or Friends of Adams: The Marshall Court and Party Politics”, en
Studies in American Political Development, Vol. 12, Fall, 1998, pp. 229 y ss.; en concreto, pp. 255-256.
812 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
356
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundatios of Power: John Marshall, 1801-1815,
op. cit., p. 346.
357
Donald M. ROPER: “Judicial Unanimity and the Marshall Court – A Road to Reappraisal”, en
The American Journal of Legal History (Am. J. Legal Hist.), Vol. 9, 1965, pp. 118 y ss.; en concreto,
p. 121.
358
Apud Forrest Revere BLACK: “The Role of the United States Senate in Passing on the Nomina-
tions to Membership in the Supreme Court of the United States”, en Kentucky Law Journal (Ky. L.
J.), Vol. XIX, 1930-1931, pp. 226 y ss.; en concreto, p. 232.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 813
sobre todas las cuestiones polémicas. Según parece, habría sido un miembro de
la Corte, el Justice Brockholst Livingston, quien le comunicara la reluctancia del
Tribunal a decidir el caso en razón de que “parecía manifiestamente hecho con el
propósito de obtener un juicio de la Corte sobre todas las cuestiones”. Adams, en
cualquier caso, no llegó a dar su propio punto de vista en cuanto a la bona fides
del pleito, aunque él se refirió en sus “Diarios” a una declaración de Marshall
desde el Tribunal que, con toda evidencia, aludía a la naturaleza colusoria del
caso359. Conviene sin embargo precisar, que tildar el caso de colusorio quizá no
sea del todo exacto, pues de existir un pacto oculto entre las partes, el mismo no
tenía por objeto el perjuicio de un tercero, que es lo que en puridad conduciría a
calificar el pleito de colusorio, sino tan sólo lograr que, de una vez por todas, se
pudiesen sentar las bases jurídicas para la resolución de un problema que venía
arrastrando desde muchos años atrás.
También en su concurring opinion, el Justice Johnson iba a expresar análoga
preocupación: “I have been –puede leerse en su dissent– very unwilling to proceed
to the decision of this cause at all. It appears to me to bear strong evidence, upon
the face of it, of being a mere feigned case. It is our duty to decide on the rights
but not on the speculations of parties”360. Es sobradamente conocido el requisito
constitucional de la Sección 2ª del Art. III de la norma suprema, a cuyo tenor el
poder judicial se extenderá a “cases” y “controversies”, y como señalara Corwin361,
lo que sobresale de la previsión constitucional es la exigencia de “adverse litigants
presenting an honest and antagonistic assertion of rights”. Y en la medida en
que la judicial review se ejerce sólo en conexión con la decisión de casos y con el
propósito de encontrar y declarar la ley aplicable al caso, se halla intrínsecamente
sujeta a las limitaciones que se adhieren a la función judicial como tal. Dicho de
otro modo, la judicial review no puede tener lugar en abstracto, sino tan sólo en el
curso de la decisión de un auténtico caso jurídico. De ahí justamente que la Corte
se haya negado a pronunciar advisory opinions.
La doctrina actual, en buen número, no ha hecho sino corroborar esta idea
de que se trató de un caso amañado. Para Johnson, la acción desencadenante
del caso fue una acción inventada (“a contrived action”)362. Y Haskins, coautor
con el anterior del mismo libro, precisa algo más, al señalar diversos indicadores
que apuntan hacia la conclusión de que se trató de un caso fingido363: Primero,
aunque el pleito se formalizó en 1803, se mantuvo de común acuerdo, período tras
período de sesiones del tribunal ante el que se había presentado la demanda, hasta
octubre de 1806. No había ninguna aparente razón para este retraso, a menos
que tal pueda haber sido la esperanza de los inversores de obtener ayuda a través
del Congreso, que siempre se mostró dispuesto a buscar una fórmula de solución
359
George Lee Haskins and Herbert A. JOHNSON: Foundatios of Power..., op. cit., p. 344.
360
Apud Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, op. cit., vol. one., p. 395,
nota 1.
361
Edward S. CORWIN: The Constitution and what it means today, op. cit., pp. 138 y 143.
362
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundatios of Power..., op. cit., p. 403.
363
Ibidem, pp. 343-344.
814 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
364
También Frank califica el caso como “a feigned case”. John P. FRANK: “Historical Bases of
the Federal Judicial System”, en Indiana Law Journal (Ind. L. J.), Vol. 23, 1947-1948, pp. 236 y ss.;
en concreto, p. 261. Y White estima que el Fletcher case fue una disputa fingida. G. Edward WHITE:
The American Judicial Tradition (Profiles of Leading American Judges), expanded edition, Oxford
University Press, New York/Oxford, 1988, pp. 25-26.
365
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 54.
366
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 412.
367
John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 120.
368
William TRICKETT: “Is a Grant a Contract? (A Review of Fletcher v. Peck, 6, Cranch, 87)”, en
American Law Review (Am. L. Rev.), Vol. 54, 1920, pp. 718 y ss.; en concreto, p. 719.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 815
369
Apud Christopher WOLFE: “John Marshall & Constitutional Law”, en Polity, Vol. 15, No. 1,
Autumn, 1982, pp. 5 y ss.; en concreto, p. 5.
370
Felix FRANKFURTER: “John Marshall and the Judicial Function”, en Harvard Law Review
(Harv. L. Rev.), Vol. 69, 1955-1956, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 218.
371
Bernard SCHWARTZ: Some Makers of American Law, op. cit., p. 30.
372
En la misma dirección, hace ya un siglo, escribía Cushman: “That Marshall decided great
constitutional questions correctly every one now recognizes; but the same can be said of many other
distinguished judges. It was his peculiar distinction that he was able to make it appear that those
questions could have been decided in no other way”. Robert Eugene CUSHMAN: “Marshall and the
Constitution”, en Minnesota Law Review (Minn. L. Rev.), Vol. V, 1920-1921, pp. 1 y ss.; en concreto,
p. 10. En la misma dirección, Schwartz señala que es difícil leer una de las grandes sentencias de
Marshall sin convertirse a sus puntos de vista. Y el relevante Profesor de la “New York University
School of Law” trata de reforzar su afirmación apelando a un excelente maestro del arte judicial, el
gran Justice Benjamin N. Cardozo, quien hablando de las sentencias de Marshall escribía: “Nosotros
oímos la voz del Derecho hablando a través de sus consagrados ministros, con la calma y seguridad
que nacen de un sentido de la maestría y de la autoridad. Así parecía Marshall juzgar, y un silencio
cae sobre nosotros aún ahora cuando prestamos atención a sus palabras. Esos tonos de órgano suyos
tenían la intención de llenar las catedrales o los más exaltados tribunales. La emoción es irresistible.
Sentimos el misterio y el temor de la inspirada revelación. Sus mayores decisiones están formuladas
sobre este plano de exaltación y reserva (“exaltation and aloofness”)”. Selected Writings of Benjamin
Nathan Cardozo, Hall ed., 1947, pp. 342-343. Cit. por Bernard SCHWARTZ: Some Makers of American
Law, op. cit., pp. 46-47.
373
Edward S. CORWIN: John Marshall and the Constitution, 1919. Cit. por Bernard SCHWARTZ:
A History of the Supreme Court, op. cit., pp. 36-37.
374
Felix FRANKFUERTER: “John Marshall and the Judicial Function”, op. cit., p. 217.
816 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
que era debido a la creencia fija de Marshall de que sus “irrelevantes” doctrinas
debían enunciarse en la más temprana ocasión posible375.
Es necesario reconocer por otro lado, que Marshall, desde luego, fue el benefi-
ciario de un proceso histórico que le permitió jugar un rol esencial en la creación
del Derecho constitucional americano; por eso podría decirse, como hizo otro
grandísimo Associate Justice, Oliver Wendell Holmes, con ocasión del centenario
del nombramiento de Marshall para la Chief Justiceship, que parte de la grandeza
de Marshall consistió en estar allí376, reflexión que, innecesario es decirlo, no se
formula con el ánimo de relativizar los enormes méritos del Chief Justice.
Marshall, es evidente, no estuvo solo, pero está fuera de cualquier duda que su
liderazgo sobre el resto de sus colegas fue incontrovertible. Los Associate Justices,
como se reconoce generalmente, admitieron la habilidad forense (“forensic
skill”) de su Chief Justice, y por ello, y también por su gran carisma personal,
habilitaron a Marshall para que fuera él quien redactara la gran mayoría de las
sentencias, particularmente en lo que atañe a las sentencias constitucionales377.
En fin, aún admitiendo, como no podría ser de otro modo, que el trabajo de la
Corte, como dijera el Justice Frankfurter, es orquestal antes que solista, bien
podría decirse, que la forma en que el Chief Justice presidió el Tribunal podría
compararse al modo en que el gran Arturo Toscanini (quien, entre otros muchos
relevantes cargos musicales, dirigiría la Scala de Milán y el Metropolitan de Nueva
York, además ya de dirigir los estrenos mundiales de La Bohème de Puccini y de
Turandot, también del gran Giacomo Puccini) dirigía la orquesta378. Nuestro gran
musicólogo Fernández-Cid lo compendiaría a la perfección379: “Arturo Toscanini,
con la estela de su inflexibilidad y rigor, su impulso hacia la vivacidad de los tempos
y lo inexorable de realizaciones en muchos aspectos difíciles de superar” podía
equipararse a genios de la dirección musical tales como Wilhelm Furtwängler,
aunque en ciertos aspectos se situase en sus antípodas, Bruno Walter, Clemens
Kraus, Erich Kleiber, Otto Klemperer, Hans Knappertsbusch o, diríamos ya por
nuestra cuenta, el más grande entre los grandes directores, Von Karajan, “cuyo
maridaje con la Berliner Philarmoniker se habría de convertir en la más perfecta,
375
Robert Eugene CUSHMAN: “Marshall and the Constitution”, op. cit., p. 10.
376
“A great man –escribe Holmes– represents a great ganglion in the nerves of society, (....) and
part of his greatness consists in his being there”. Oliver Wendell HOLMES: “John Marshall”. Cit. por
Charles F. HOBSON: “The Origins of Judicial Review: A Historian´s Explanation”, en Washington and
Lee Law Review (Wash. & Lee L. Rev.), Vol. 56, 1999, pp. 811 y ss.; en concreto, p. 817.
377
“That Marshall wrote most of the Supreme Court´s opinions after abandoning the seriatim tradi-
tion –escribe Engdahl– suggests, not that Marshall dominated the other minds on the Court, but rather
that Marshall´s colleagues (most of whom had strong intellectual talents of their own) acknowledged his
peculiar forensic skill, and trusted him to articulate and elucidate the consensus emerging from their
deliberations–even sometimes when he personally disagreed”. David E. ENGDAHL: “John Marshall´s
<Jeffersonian> Concept of Judicial Review”, en Duke Law Journal (Duke L. J.), Vol. 42, 1992-1993,
pp. 279 y ss.; en concreto, p. 330.
378
Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten: America´s Greatest Judges”, en Southern Illinois
University Law Journal (S. Ill. U. L. J.), Vol. 4, 1979, pp. 405 y ss.; en concreto, p. 409.
379
Antonio FERNÁNDEZ-CID: “Obertura”, en Von Karajan. Mi Vida (en Conversación con Franz
Endler), Biografías Espasa, Espasa-Calpe, Madrid, 1990, pp. 7 y ss.; en concreto, pp. 12-13.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 817
II. Marshall, desde otra perspectiva bien distinta, pero no menos trascendente,
se esforzó al máximo en conseguir a living Constitution, una Constitución viva,
viviente si así se prefiere, que propiciara de este modo las bases de una nación
sólida. Como una vez más escribe Schwartz380, su inquebrantable objetivo (“his
unswerving aim”) fue utilizar la Corte para colocar a través de ella la piedra
angular constitucional para una nación eficaz (“the constitutional cornerstone for
an effective nation”). Esta idea de lograr una constitución viva era perfectamente
coherente con la visión que Marshall tenía de la Constitución como un documento
que había de perdurar en el tiempo y perpetuarse de generación en generación,
como a la postre así habría de acontecer. Recordemos la célebre reflexión que
hace en McCulloch v. Maryland (1819), cuando afirma que las leyes de los Estados
Unidos se han hecho de conformidad con una Constitución que “was intended to
endure for ages to come and, consequently, to be adapted to the various crises of
human affairs”. En ello, el contraste con Jefferson era brutal, pues, como se ha
escrito, “Jefferson thought each generation ought to make its own constitution”381.
La Constitución que Marshall veneraba, a los ojos de Jefferson, constituía una
amenaza a la libertad. Craso error, como la experiencia histórica ha venido a
demostrar.
La visión que Marshall tenía de la Constitución, el núcleo de su filosofía cons-
titucional, aparece magistralmente compendiado en la celebérrima expresión que
recoge en su más trascendental decisión, por lo menos en lo que a la conformación
del Estado federal se refiere, la anteriormente mencionada sentencia McCulloch v.
Maryland: “we must never forget that it is a constitution we are expounding”. Sólo
esta afirmación ha dado pie a ríos de tinta vertida por la doctrina norteamericana.
Nosotros no podemos detenernos ahora en ello, pero sí haremos nuestro una
vez más el juicio de Frankfurter, para quien tal reflexión es la más importante
expresión individual en la literatura del Derecho constitucional, la más importante
porque es la más amplia y la que más se comprende (“most important because
most comprehensive and comprehending”)382.
380
Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten...”, op. cit., p. 408.
381
Melvin I. UROFSKY: “Thomas Jefferson and John Marshall: What Kind of Constitution Shall
Have?”, en Journal of Supreme Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 31, Issue 2, 2006, pp. 109 y ss.;
en concreto, p. 123.
382
Felix FRANKFURTER: “John Marshall and the Judicial Function”, op. cit., pp. 218-219.
818 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
Añadamos, que aunque algunos autores han entendido que lo que Marshall
quería decir con su célebre afirmación era que la Constitución no debía ser
interpretada como un detallado proyecto para el gobierno, lo cierto es que en una
decisión anterior, Bank of the United States v. Deveaux (1809), una cita de Marshall
parece sugerir que el Chief Justice quería otorgar algo de significado sustantivo,
no refiriéndose simplemente a las diferencias esbozadas entre las constituciones
y las leyes. En Deveaux Marshall decía:
“A constitution, from its nature, deals in generals, not in detail... Its framers
cannot perceive minute distinctions which arise in the progress of the
nation, and therefore confine it to the establishment of broad and general
principles”383 (“Una constitución, por su naturaleza, trata en términos
generales, no en detalle. Sus autores no pueden percibir distinciones
detalladas que se originan con el progreso de la nación, y por lo tanto la
confinan al establecimiento de principios amplios y generales”).
“The object of the instrument is not a single one which can be minutely
described, with all its circumstances. The attempt to do so, would totally
change its nature, and defeat its purpose. It is intended to be a general
system for all future times, to be adapted by those who administer it, to
all future occasions that may come within its own view. From its nature,
such an instrument can describe only the great objects it is intended
to accomplish, and state in general terms, the specific powers which
are deemed necessary for those objects. To direct the manner in which
these powers are to be exercised, the means by which the objects of the
government are to be effected, a legislature is granted”384. (El objetivo
del instrumento no es un objetivo único que pueda ser detalladamente
descrito, con todas sus circunstancias. El intento de hacerlo así cambiaría
completamente su naturaleza y haría fracasar su propósito. Se pretende
que sea un sistema general para todos los tiempos, adaptándose por
quienes lo aplican a todas las ocasiones futuras que puedan entrar en su
propia perspectiva. Por su naturaleza, tal instrumento sólo puede describir
los grandes objetivos que se pretenden cumplir, y declarar en términos
generales los poderes específicos que se consideran necesarios para esos
objetivos. Para dirigir el modo en que esos poderes deben ejercerse, el
medio por el que los objetivos del gobierno se han de realizar, se concede
una legislatura”).
383
Apud Walter J. KENDALL III: “Chief Justice Marshall as Modern”, en John Marshall Law Review
(J. Marshall L. Rev.), Vol. 33, 1999-2000, pp. 1145 y ss.; en concreto, p. 1150.
384
John MARSHALL: “A Friend of the Constitution” (Essays from the Alexandria Gazette), en
Stanford Law Review (Stan L. Rev.), Vol. 21, 1968-1969, pp. 456 y ss.; en concreto, p. 467.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 819
385
Sanford Byron GABIN: Judicial Review and the Reasonable Doubt Test, National University
Publications–Kennikat Press, Port Washington (New York)/London, 1980, p. 23.
386
Apud Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review (From Constitutional Interpreta-
tion to Judge-Made Law), Basic Books, Inc., Publishers, New York, 1986, p. 42. El texto de Marshall
en su dissent en Ogden, también está sacado de este mismo autor y obra.
820 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“To say that the intention of the instrument must prevail; that this intention
must be collected from its words; that its words are to be understood
in that sense in which they are generally used by those for whom the
instrument was intended;that its provisions are neither to be restricted
into insignificance, nor extended to objects not comprehended in them
nor contemplated by its framers, is to repeat what has been already said
more at large, and is all that can be necessary”. (“Decir que la intención del
instrumento debe prevalecer, que esta intención debe ser inferida de sus
palabras, que sus palabras tienen que ser entendidas en el sentido en que
son generalmente utilizadas por los destinatarios del documento, que sus
disposiciones no tienen que restringirse a la insignificancia ni extenderse
a objetos no comprendidos en ellas ni contemplados por sus autores, es
repetir lo que ya se ha dicho más extensamente, y es todo lo que puede
necesitarse”).
387
Christopher WOLFE: The Rise of Modern..., op. cit., p. 42.
388
Stephen A. SIEGEL: “Lochner Era Jurisprudence and the American Constitutional Tradition”,
en North Carolina Law Review (N. C. L. Rev.), Vol. 70, 1991-1992, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 45.
389
Christopher WOLFE: The Rise of Modern..., op. cit., p. 41.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 821
“Courts are the mere instruments of the law, and can will nothing. When
they are said to exercise a discretion, it is a mere legal discretion, a
discretion to be exercised in discerning the course prescribed by law”390.
(“Los tribunales son meros instrumentos del Derecho y no pueden querer
nada. Cuando dicen que ejercen una discreción, es una mera discreción
jurídica, una discreción que se ejerce al discernir la dirección prescrita por
el Derecho”).
390
G. Edward WHITE: “The Working Life of the Marshall Court, 1815-1835”, en Virginia Law
Review (Va. L. Rev.), Vol. 70, 1984, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 50.
391
G. Edward WHITE: “Recovering the world of the Marshall Court”, en John Marshall Law Review
(J. Marshall L. Rev.), Vol. 23,1999-2000, pp. 781 y ss.; en concreto, p. 793.
822 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
Marshall fue desde luego intérprete, pero también, de facto, actuó como
legislador392. Los tribunales, afirmaba, no pueden querer nada, pero como escribe
Abraham393, no queriendo nada (“willing nothing”), Marshall anunció, entre otras
muchas, cuatro de las más trascendentales decisiones de la historia, y para el futu-
ro, de la Corte, de la Constitución y del país, sin las que, en el mejor de los casos,
es dudoso que la nación hubiera crecido y prosperado como lo hizo: 1) Marbury v.
Madison (1803), estableciendo la judicial review y la supremacía de la Constitución;
2) McCulloch v. Maryland (1819), consagrando la decisiva doctrina de los poderes
implícitos del Congreso, la inmunidad federal frente a la imposición de impuestos
por los Estados, y encontrando en el pueblo, no en los Estados, el origen de los
poderes del gobierno federal; 3) Gibbons v. Ogden (1824), reconociendo la plena
autoridad federal sobre el comercio interestatal y exterior, y 4) Darmouth College
v. Woodward (1819), sentando la inviolabilidad de los contratos, complementando
y ampliando la por otro lado ya amplísima interpretación dada por Marshall a la
contract clause en Fletcher v. Peck.
Al diseñar estas, y otras muchas, grandes doctrinas constitucionales, Marshall
estaba, sin ningún género de dudas, desbordando el estricto ámbito de intérprete,
para aproximarse al rol propio de un legislador. Pero además, estaba impregnando
su jurisprudencia de su propio mundo de valores. El nacionalismo de Marshall y su
deseo de fortalecer un sólido poder federal es algo omnipresente en sus sentencias;
Wright, por ejemplo, recuerda394, que las decisiones dictadas al hilo de la contract
clause han sido consideradas frecuentemente como una ilustración adicional de
su nacionalismo. En su clásica obra John Marshall and the Constitution, Corwin
escribió395, que la interpretación que Marshall hizo de la Constitución puede
resumirse en una frase: traspasó la soberanía estatal con una espada de doble filo,
en un filo de ella se inscribió el principio de la “supremacía nacional”, mientras
que en el otro fue inscrito el de los “derechos privados”, materia en la que a su
vez, añadiríamos por nuestra cuenta, brillaría con luz propia el principio de la
“santidad de los contratos” (“sanctity of contracts”). Y es bien conocido que el
sucesor de Marshall, el Chief Justice Taney, no compartió las mismas sensibilidades
de Marshall ni puso el mismo énfasis sobre las diversas cuestiones abordadas, lo
que no hace sino corroborar lo precedentemente dicho: los valores y sensibilidades
de Marshall impregnaron sus sentencias.
En fin, que Marshall interpretara fielmente la Constitución, como algunos
autores sostienen, es cuando menos discutible. Pongamos dos ejemplos. En la
392
En la misma dirección se manifiesta Schwartz, para quien el rol de Marshall fue tanto el de
legislador como el de juez. El llevó a cabo su tarea de trasladar la estructura constitucional a la realidad
de los casos decididos. Y como Frank, en su libro Marbre Palace, escribe, “Marshall se encontró con
la Constitución como Dios se encontró con el caos, en una época en la que todo necesitaba crearse”.
Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 36.
393
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United
States, England and France), 7th edition, Oxford University Press, New York/Oxford, 1998, p. 376.
394
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 27.
395
Edward S. CORWIN: John Marshall and the Constitution. A Chronicle of the Supreme Court, p.
173. Cit. por Robert Eugene CUSHMAN: “Marshall and the Constitution”, op. cit., p. 26.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 823
Marbury opinion, es harto dudoso que la interpretación que el Chief Justice hace
del Art. III de la Constitución, al confrontarlo con la Sección 13 de la Judiciary Act,
sea justamente la perseguida por los Framers. Y en la Fletcher decision, aunque
no faltan autores que, como Ely, creen que Marshall podía justamente pensar que
estaba siguiendo la perspectiva de los Founding Fathers al interpretar la contract
clause ampliamente396, esto no deja de ser cuestionable, pues, como ya se ha
expuesto con anterioridad, no creemos ni siquiera que los Framers tuvieran una
idea clara del significado de la cláusula. Con lo anterior no se pretende ni mucho
menos cuestionar la grandeza de Marshall y de su obra, que es más propia de un
estadista que de un juez, quizá porque, como Dunne ha escrito397, exagerando
quizá un tanto los términos, con el afán de acentuar el contraste entre el Chief
Justice y su gran amigo el Justice Story, Marshall no es en absoluto un juez, sino
más bien un estadista-soldado398, mientras que Story es el filósofo y el erudito,
“the builder of legal summas”.
IV. No podemos finalizar estas breves reflexiones sobre los rasgos caracte-
rísticos de las decisiones de Marshall, mucho menos en un estudio que tiene
como objeto la Fletcher opinion, sin hacernos eco de algo a lo que ya aludimos
someramente en un momento precedente: la preocupación de Marshall por los
derechos de propiedad, cuya protección era la finalidad primigenia del Derecho
de la época. “I consider –escribió Marshall en una ocasión– the interference of
the legislature in the management of our private affairs, whether those affairs
are committed to a company or remain under individual direction, as equally
dangerous and unwise. I have always thought so and still think so”399.
Habría que comenzar recordando algo que ya se ha dicho, que la preocupación
por la propiedad privada constituyó siempre un principio fundamental de la teoría
política republicana, apareciendo como una idea nuclear en la conciencia de los
americanos de fines del XVIII y principios del XIX. Pensemos en que la propiedad
era fundamentalmente el producto del trabajo humano. En la filosofía de Locke,
396
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights”, op. cit., p. 1056.
397
Gerald T. DUNNE: “The American Blackstone”, en Washington University Law Quarterly (Wash.
U. L. Q.), (Washington University, St. Louis, Missouri), Vol. 1963, 1963, pp. 321 y ss.; en concreto, p.
330. “Marshall –escribe Dunne– is no judge at all but rather a statesman-soldier who brings all the
resources of his iron will and charismatic personality to the task of shaping his times to his measure”.
398
Esta idea es tributaria del pensamiento de McLaughlin, quien relativiza el rigor técnico como
jurista de Marshall, no ciertamente para desvalorizar su labor, sino para acentuar su vertiente de
estadista. “In his greatest and most powerful opinions, –escribe McLaughlin– as we read them to-day,
he appears to us to be speaking not in the terms of technical law but as one of Washington´s soldiers
who had suffered that the nation might live. Had he been more of a technical lawyer, thoroughly
steeped in the history and entangled in the intricacies of the law, he might not have been so great a
jurist; for his duties called for the talent and the insight of a statesman capable of looking beyond
the confines of legal learning and outward onto the life of a vigorous people entering upon the task
of occupying a continent and soon to be confronted with new and imperious problems”. Andrew C.
McLAUGHLIN: A Constitutional History of the United States, D. Appleton–Century Company, New
York/London, 1935, p. 300.
399
Apud Bernard SCHWARTZ: A History of the Supreme Court, op. cit., p. 49.
824 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
400
Robert Kenneth FAULKNER: The Jurisprudence of John Marshall, Princeton University Press,
Princeton, New Jersey, 1968, p. 18.
401
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1025.
402
William Clarence WEBSTER: “Comparative Study of the State Constitutions of the American
Revolution”, en Annals of American Academy of Political and Social Sciences (Annals Am. Acad. Pol.
& Soc. Sci.), Vol. 9, 1897, pp. 380 y ss.; en concreto, p. 386.
403
Apud James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property...”, op. cit., p. 1028.
404
Faulkner cree que la devoción de Marshall hacia el derecho de propiedad ha sido enfatizada y
exagerada. Robert Kenneth FAULKNER: The Jurisprudence of John Marshall, op. cit., p. 17.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 825
405
Henry J. ABRAHAM: “President Jefferson´s Three Appointments to the Supreme Court of the
United States: 1804, 1807, and 1807”, en Journal of Supreme Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 31,
Issue 2, 2006, pp. 141 y ss.; en concreto, p. 151.
406
No puede olvidarse que los propósitos de la contract clause eran un componente central del
principio de los derechos adquiridos y del gobierno limitado, per se, y las leyes que menoscababan
las obligaciones dimanantes de los contratos eran calificadas como “contrary to the first principles
of the social compact”. Sylvia SNOWISS: “Text and Principle in John Marshall´s Constitutional Law:
The Cases of Marbury and McCulloch”, en John Marshall Law Review (J. Marshall L. Rev.), Vol. 33,
1999-2000, pp. 973 y ss.; en concreto, p. 993.
407
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 126.
826 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
1796 del Estado de Georgia. Como puede apreciarse pues, la sentencia se vertebra
en tres grandes partes, aunque la tercera presente una notable pluralidad de
cuestiones que tienen como referencia directa a la cláusula de los contratos, que
en sucesivas sentencias seguirá suscitando una notable variedad de temas. Como
al respecto dice Snowiss408, uno de los más notables aspectos de las sentencias
sobre esta cláusula será la amplitud de la discusión generada por un texto tan
parco como el de esta disposición constitucional.
Parece claro pues, que es la contract clause la que vertebra el razonamiento
jurídico de Marshall y la que termina resultando determinante para la declaración
de inconstitucionalidad. Ello no obstante, Marshall trata de modo un tanto elíptico
otros principios jurisprudenciales sobre los que podía haber basado su sentencia.
Recordaremos dos de esos principios. Uno de ellos era el que Coke proclamara en
el Bonham´s case, al entender contrario al common law and reason que una per-
sona pudiera ser juez en su propio caso. Marshall, en un determinado momento,
observa que la Legislatura de Georgia parecía actuar como “judge in its own case”,
porque rescindió su anterior concesión mediante una ley en lugar de impugnar
el título de Peck a través de un procedimiento judicial. No era inimaginable que
Marshall hubiera podido sustentar su sentencia sobre la bien conocida máxima del
Derecho natural. Y en la decisión se puede leer, que aunque la Legislatura “might
claim to itself the power of judging in its own case, yet there are certain great
principles of justice, whose authority is universally acknowledged, that ought not
to be entirely disregarded”409. Sin embargo, Marshall evitó cualquier consideración
concluyente que pudiera derivar del argumento cokeano.
El otro principio en el que Marshall podía haber sustentado su sentencia era
el principio de la división de poderes. Aunque finalmente descartara hacerlo,
Marshall observó que la abrogación por la Legislatura de Georgia de su propia
concesión de tierras parecía violar esta doctrina, al usurpar una función que
realmente pertenecía al judiciary. Bien es verdad que el Chief Justice constataba,
que ni la Constitución de Georgia ni la de los Estados Unidos ofrecían un mandato
específico en sus textos para derribar la ley abrogatoria de Georgia, tras lo que
dejaba abierto un interesante interrogante: “It is the peculiar province of the
legislature –se puede leer en la sentencia– to prescribe the rules for the government
of society; the application of those rules to individuals in society would seem to be
the duty of other departments. How far the power of giving the law may involve
every other power, in cases where the constitution is silent, never has been, and
perhaps never can be, definitely stated”. Para Snowiss410, este oblicuo comentario
era la contrapartida de la cualificada alusión de Blackstone en sus Commentaries a
la supremacía del Derecho natural. Blackstone reconocía que había límites frente
408
Sylvia SNOWISS: “Text and Principle in John Marshall´s Constitutional Law...”, op. cit., p. 989.
409
Apud Arthur E. WILMARTH, Jr.: “Elusive Foundation: John Marshall, James Wilson, and the
Problem of Reconciling Popular Sovereignty and Natural Law Jurisprudence in the New Federal
Republic”, en George Washington Law Review (Geo. Wash. L. Rev.), Vol. 72, 2003-2004, pp. 113 y ss.;
en concreto, p. 124.
410
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 128.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 827
411
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 132.
412
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 83.
413
También Dunne vincula la argumentación de la sentencia con los escritos de Hamilton y Harper.
Tras destacar que la sentencia “fue escrita con su característica prosa de soldado (“soldier´s prose”):
tersa, lúcida, persuasiva, y libre de una sola cita jurídica, cree que en ella se une el argumento de
Hamilton sobre la contract clause y el alegato de Derecho natural de Harper. Gerald T. DUNNE:
“Joseph Story: The Germinal Years”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. 75, 1961-1962, pp.
707 y ss.; en concreto, pp. 748-749.
414
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1034.
415
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundations of Power: John Marshall, 1801-
1815, op. cit., p. 596.
828 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“The question, whether a law be void for its repugnancy to the constitution,
is, at all times, a question of much delicacy, which ought seldom, if ever, to
be decided in the affirmative, in a doubtful case. The court, when impelled
by duty to render such a judgment, would be unworthy of its station could
it be unmindful of the solemn obligations which the station implies. But it
is not on slight implication or vague conjecture that the legislature is to be
pronounced to have transcendend its powers, and its acts to be considered
as void. The opposition between the constitution and the law should be such
that the judge feels a clear and strong conviction of their incompatibility
with each other”417. (“La cuestión de si una ley es nula por su contradicción
416
William TRICKETT: “Is a Grant a Contract?...”, op. cit., p. 720.
417
Apud Westel W. WILLOUGHBY: The Supreme Court of the United States (Its History and Influence
in our Constitutional System), The John Hopkins Press, Baltimore, Maryland, 1890, p. 38.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 829
Con estas reflexiones, Marshall estaba utilizando esta sentencia para reconocer
las peculiares cualidades de los límites constitucionales y las dificultades políticas
que rodeaban los intentos de restringir el poder soberano. Marshall repetía el
comentario de Iredell de que la anulación de una ley por su contradicción con la
Constitución era una cuestión delicada, aunque omitía la referencia del propio
Justice Iredell a su horrible calidad (“awful quality”). En cualquier caso, en
comparación con otras declaraciones similares, muy comunes en la época, esta
directa alusión de Marshall a la doubtful case rule era una declaración bastante
débil418, como las referencias a algunas otras declaraciones de corte similar que
hacemos a continuación creemos que corroboran.
Quizá convendría recordar, haciendo un breve excursus, que la “clear case o
doubtful case rule” era una variación –de hecho, una revocación– de la “Tenth
Rule of Statutory Construction” de Blackstone, que a su vez era ella misma una
variación de la conocida idea plasmada por Lord Coke en el Bonham´s Case, de
que los tribunales tenían derecho a dejar de lado las leyes que violaran la “natural
justice” o el “common law and reason”419. Blackstone, al vivir en un régimen de
supremacía legislativa, estaba de acuerdo, pero solamente si la violación era
poco clara (“unclear”), de modo tal que la Corte estuviera en la duda en cuanto
a si la legislatura pretendía la violación o no. En otras palabras, si el Parlamento
pretendía claramente violar la justicia natural, entonces ningún tribunal podía ser
un obstáculo420. Rechazando la supremacía legislativa blackstoniana, varios Jueces
418
En sentido análogo, Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit.,
p. 126.
419
Robert Lowry CLINTON: “The Supreme Court Before John Marshall”, en Journal of Supreme
Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 222 y ss.; en concreto, p. 234.
420
En estos términos se manifestaba Blackstone: “Thus if an act of parliament gives a man power
to try all causes, that arise within his manor of Dale; yet, if a cause should arise in which he himself
is party, the act is construed not to extend to that; because it is unreasonable that any man should
determine his own quarrel. But, if we could conceive it possible for the parliament to enact, that he
should try as well his own causes as those of other persons, there is no court that has the power to
defeat the intent of the legislature, when couched in such evident and express words, as leave no
doubt whether it was the intent of the legislature or no”. (“Así, si una ley del Parlamento da a un
hombre la facultad de juzgar todas las causas que se originen dentro dentro del valle de su señorío,
si se originara, sin embargo, una causa en la que él mismo fuera parte, la ley no debe interpretarse
para extenderse a ella, porque no es razonable que cualquier hombre deba decidir su propia disputa.
Pero si pudiéramos concebir posible para el Parlamento promulgar que él debía juzgar también sus
propias causas, como las de otras personas, no hay tribunal que tenga el poder de anular la intención
de la legislatura, cuando se exprese en tan evidentes y expresas palabras que no dejen duda acerca
830 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
El Justice Iredell seguiría a pie juntillas esta misma posición, como ejemplifica
su opinion en el caso Calder v. Bull (1798), en la que sostendría:
“It is but a decent respect due to the wisdom, the integrity, and the
patriotism of the legislative body by which any law is passed, to presume in
favor of its validity until its violation of the Constitution is proved beyond
all reasonable doubt”422.
Marshall iba a apoyar la doubtful case rule en casos tan importantes como
McCulloch v. Maryland (1819), Dartmouth College v. Woodward (1819) y Brown v.
Maryland (1827). Sin embargo, la idea de que este principio hermenéutico era un
importante elemento de la judicial review en los primeros años de la República
no se encuentra libre de dificultad, como atestiguarían las posiciones de algunos
de los participantes en el llamado Case of the Prisoners (1782) en Virginia423.
Desde otro punto de vista, no faltan las críticas sobre Marshall por esta sentencia,
justamente por considerarse que, no obstante su invocación de la que se entiende
como ya familiar contraseña (“the already familiar shibboleth”) de que una ley
debe ser muy rara vez considerada inconstitucional en un caso dudoso, la realidad
es que el Chief Justice lleva a cabo una interpretación verdaderamente expansiva
de la contract clause en un caso fingido y en gran parte sobre una base política
(“largely on the basis of policy”)424. Esta crítica, sin embargo, creemos que ha de
ser notablemente relativizada. Que el caso fuese fingido, como lo era, no empece
en absoluto la calidad de la argumentación jurídica de la sentencia, que por lo
demás iba a sustentar la declaración de inconstitucionalidad de la Repeal Act en
un denso y minucioso análisis jurídico. En absoluto creemos que esta sentencia
pueda ser descalificada por su supuesta base política.
Tras examinar la validez de la ley de Georgia que propició la venta de las
tierras, Marshall va a concluir que no encuentra nada en la Constitución del
Estado que prohiba a la Legislatura actuar como lo hizo. La Corte asume pues,
que la Legislatura podía aprobar esa ley, pues tal facultad no se hallaba negada
por la Constitución estatal. Desde este punto de vista, pues, no puede albergarse
duda de la validez constitucional de la venta de las tierras por la Legislatura del
Estado de Georgia.
423
Stephen M. GRIFFIN: “The Idea of Judicial Review in the Marshall Era”, en Marbury Versus
Madison. Documents and Commentary, Mark A. Graber and Michael Perhac, editors, CQ Press (A
Division of Congressional Quarterly Inc.), Washington, D.C., 2002, pp. 61 y ss.; en concreto, p. 64.
424
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred Years 1789-1888,
University of Chicago Press, Chicago and London, 1985, pp. 135-136.
832 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
425
George L. HASKINS: “Law versus Politics in the Early Years of the Marshall Court”, en University
of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 130, 1981-1982, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 21.
426
En tal sentido, entre otros muchos, William E. NELSON: “The Eighteenth-Century Background
of John Marshall´s Constitutional Jurisprudence”, en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. 76,
1977-1978, pp. 893 y ss.; en concreto, p. 943.
427
George Lee HASKINS and Herbert A. JOHNSON: Foundations of Power..., op. cit., p. 348.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 833
móviles particulares (“the particular inducements”) que han operado sobre los
miembros del poder soberano supremo de un Estado, para la realización de un
contrato por ese mismo poder, son examinables por un tribunal de justicia428. Las
dificultades de admitir tal fiscalización son de inmediato expuestas por Marshall
en los siguientes términos:
“If the principle be conceded, that an act of the supreme sovereign power
might be declared null by the court, in consequence of the means which
procured it, still would there be much difficulty in saying to what extent
those means must be applied to produce this effect. Must it be direct
corruption, or would interest or undue influence of any kind be sufficient?
Must the vitiating cause operate on a majority, or on what number of the
members? Would the act be null, whatever might be the wish of the nation,
or would its obligation or nullity depend upon the public sentiment?”429.
428
Como escribe Abraham, en relación al control por la Corte de los motivos del legislador, “the
Court is not supposed to consider motives at all”. Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit.,
p. 405.
429
Apud Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 23.
430
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred..., op. cit., p. 129.
834 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“If the title be plainly deduced from a legislative act, which the legislature
might constitutionally pass, if the act be clothed with all the requisite forms
of a law, a court, sitting as a court of law, cannot sustain a suit brought by
one individual against another founded on the allegation that the act is a
nullity, in consequence of the impure motives which influenced certain
members of the legislature which passed the law”431.
431
Apud Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 24.
432
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred..., op. cit., pp.
129-130.
433
John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 121. Asimismo, Max
LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 414.
434
Análogamente se manifiesta William TRICKET, en “Is a Grant a Contract?...”, op. cit., p. 725.
435
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, vol. one, op. cit., p. 397.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 835
443
Charles Grove HAINES: “The Law of Nature in State and Federal Judicial Decisions”, en Yale
Law Journal (Yale L. J.), Vol. XXV, 1915-1916, pp. 617 y ss.; en concreto, p. 629.
444
Arthur E. WILMARTH, Jr.: “Elusive Foundation...”, op. cit., p. 123.
445
En sentido análogo, B. F. WRIGHT, Jr.: “American Interpretations of Natural Law”, op. cit.,
p. 535.
446
Apud John V. ORTH: “Taking from A and Giving to B: Substantive Due Process and the Case
of the Shifting Paradigm”, en Constitutional Commentary (Const. Comment.), Vol. 14, 1997, pp. 337
y ss.; en concreto, p. 341.
838 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
de las leyes. No pensaría así Chase, el polémico Justice, que tiene el triste mérito
de haber sido objeto de un impeachment, del que no obstante saldría indemne. En
Calder haría su más famoso discurso apologético del control del poder legislativo
con base a los principios del natural law447.
La posición sustentada por el Justice William Paterson en el caso Vanhorne,
que ya analizamos con cierto detenimiento, podría considerarse otra manifes-
tación paradigmática del omnipresente influjo de los principios del natural law.
Recordemos su defensa de la “santidad o supremacía de los intereses adquiridos
de la propiedad”, que le llevó a recomendar al jurado que debía declarar la incons-
titucionalidad de cualquier abuso legislativo sobre “the sacred property rights”,
aun en ausencia de una limitación constitucional escrita sobre el poder legislativo.
Vinculando este enfoque hermenéutico de corte iusnaturalista con la contract
clause, Levy constata que esta cláusula se iba a convertir en “the repository of the
judicial doctrine of vested rights and of judicially inferred higher-law limitations
on legislative power”448. Algunos autores, en tiempos no lejanos, han tratado de
restar importancia a esa idea de que la interpretación de la pre-Marshall Court
fue en gran medida deudora de un enfoque extraconstitucional449, mientras que
otros entienden450, que justamente esta idea de la interpretación constitucional
extratextual por los Jueces de la pre-Marshall Court estaba destinada a ceder el
paso ante la insistencia de Marshall en que la propia Constitución debía de ser la
piedra de toque (“the touchstone”) del Derecho constitucional americano.
Esta última apreciación, aún siendo en alguna medida cierta, debe, sin
embargo, matizarse en el sentido de que Marshall, por lo menos en sus sentencias
sobre la contract clause, en modo alguno iba a desentenderse de esos principios
fundamentales del gobierno republicano que anidaban en el natural law. Como
recuerda Faulkner451, en varias sentencias, tanto sobre el Derecho interno como
sobre el Derecho internacional, Marshall se pronunció de modo expreso acerca de
que los “general principles of law” podían restringir a la autoridad política incluso
en ausencia de disposiciones constitucionales expresas. Wolfe, por su parte, cree
que Marshall jugueteó con la posibilidad de la judicial review con fundamentos
extraconstitucionales452. Y en Fletcher, sin ir más lejos, Marshall admitía que:
447
Las exigencias de la natural justice no eran difíciles de descubrir, y para constatarlo, Samuel Chase
iba a ofrecer unos pocos ejemplos de ello: “A law that punished a citizen for an innocent action, –escribía
en Calder v. Bull– or, in other words, for an act, which, when done, was in violation of no existing law; a
law that destroys, or impairs, the lawful private contracts of citizens; a law that makes a man a Judge in
his own cause; or a law that takes property from A and gives it to B: It is against all reason and justice,
for a people to entrust a Legislature with such powers; and, therefore, it cannot be pressumed that they
have done it”. Apud John V. ORTH: “Taking from A...”, op. cit., p. 342.
448
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 130.
449
Cfr. al respecto, Matthew J. FRANCK: Against the Imperial Judiciary: The Supreme Court vs. the
Sovereignty of the People, University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 1996.
450
Robert Lowry CLINTON: “The Supreme Court Before John Marshall”, op. cit., p. 234.
451
Robert Kenneth FAULKNER: The Jurisprudence of John Marshall, op. cit., p. 196.
452
Cree Wolfe, que Marshall jugueteó brevemente con la posibilidad de sustentar la judicial review
en fundamentos extraconstitucionales (“on extraconstitutional grounds”). Y para este autor, en Fletcher,
su flirteo (“his flirtation”) con la idea de que los jueces puedan derribar aquellas leyes que violen
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 839
456
Vale la pena transcribir algunas de las reflexiones del Justice Joseph Story en su opinion of
the court: “But that the legislature can repeal statutes creating private corporations, or confirming
to them property already acquired under the faith of previous laws, and by such repeal, can vest the
property of such corporations exclusively in the state, or dispose of the same to such purposes as they
may please, without the consent or default of the corporators, we are not prepared to admit; and we
think ourselves standing upon the principles of natural justice, upon the fundamental laws of every
free government, upon the spirit and the letter of the constitution of the United States, and upon the
decisions of most respectable judicial tribunals, in resisting such a doctrine”. Apud James W. ELY,
Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1050.
457
Creemos igualmente de gran interés transcribir la siguiente reflexión que se hace en la sentencia:
“That government can scarcely be deemed to be free, where the rights of property are left solely
dependent upon the will of a legislative body, without any restraint. The fundamental maxims of a
free government seem to require, that the rights of personal liberty and private property should be
held sacred. At least, no court of justice in this country would be warranted in assuming, that the
power to violate and disregard them –a power so repugnant to the common principles of justice and
civil liberty– lurked under any grant of legislative authority, or ought to be implied from any general
expressions of the will of the people”. Apud James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property
Rights...”, op. cit., p. 1051.
458
Arthur E. WILMARTH, Jr.: “Elusive Foundation: John Marshall, James Wilson, and the Problem
of Reconciling...”, op. cit., p. 117.
459
Suzanna SHERRY: “The Founders´ Unwritten Constitution”, en The University of Chicago Law
Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 54, 1987, pp. 1127 y ss.; en concreto, p. 1169.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 841
“When, then, a law is in its nature a contract, when absolute rights have
vested under that contract, a repeal of the law cannot divest those rights;
and the act of annulling them, if legitimate, is rendered so by a power
applicable to the case of every individual in the community”.
“It may well be doubted whether the nature of society and of government
does not prescribe some limits to the legislative power; and if any be
prescribed, where are they to be found, if the property of an individual,
fairly and honestly acquired, may be seized without compensation”462.
Los dos párrafos transcritos, de los que ya nos hicimos eco de modo parcial
con anterioridad, demuestran, ante todo, la relevancia que presenta para el Chief
Justice la contract clause, algo que ha de ser especialmente destacado, si bien es
verdad que a continuación Marshall retorna a las menos tangibles limitaciones que
vienen impuestas sobre el poder legislativo “by the nature of society and govern-
ment”. En el trasfondo de este juego dual de fundamentaciones en que sustentar
su sentencia, bien pueden atisbarse las dudas de Marshall. Dudas posiblemente
acerca de si la cláusula constitucional englobaba los contratos en que el Estado
460
Alexander HAMILTON: “The Examination” No. XII (Feb. 23, 1802), en The Papers of Alexander
Hamilton, Harold C. Syrett y otros (edited by), 1977, vol. 25, pp. 529 y ss.; en concreto, p. 533. Cit.
por Gordon S. WOOD: “The Origins of Vested Rights in the Early Republic”, op. cit., p. 1442.
461
Edward S. CORWIN: “The Basic Doctrine of American Constitutional Law”, en Michigan Law
Review (Mich. L. Rev.), Vol. XII, No. 4, February, 1914, pp. 247 y ss.; en concreto, p. 247.
462
Apud John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 128.
842 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
463
Wright argumenta que Marshall no estaba seguro de que la contract clause pudiera aplicarse a
contratos en que el Estado fuere parte, pero creía que ésta era una interpretación deseable y siempre
consideró que había estado acertado al decantar a la Corte en favor de esa interpretación. Benjamin
Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 244.
464
Para Roche, “there is no evidence to support the proposition that the Founders had intended to
subsume lands grants under the contract clause”. John P. ROCHE (edited by): John Marshall: Major
Opinions..., op. cit., p. 121.
465
Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”, op. cit., p. 13.
466
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred..., op. cit., p. 131.
467
Apud Charles Grove HAINES: “The Law of Nature in State and Federal Judicial Decisions”, op.
cit., p. 628.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 843
468
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1048.
469
Esta es justamente la interpretación de Wilmarth, para quien Marshall tan sólo estaba dispuesto
a utilizar “extratextual sources” como herramientas interpretativas (“as interpretative tools”) para
confirmar el significado y el propósito ampliamente aceptados de una disposición constitucional. Sin
embargo, Marshall, a juicio del propio autor, por lo general, declinó dar un “constitutional status” a
aquellos derechos naturales que él no encontraba que se hallaran expresamente codificados en el texto
de la Constitución a través de un proceso de interpretación razonable (“fair construction”). Arthur E.
WILMARTH, Jr.: “Elusive Foundation: John Marshall, James Wilson...”, op. cit., p. 129.
470
Suzanna SHERRY: “Natural Law in the States”, en University of Cincinnati Law Review (U. Cin.
L. Rev.), Vol. 61, 1992-1993, pp. 171 y ss.; en concreto, pp. 171-172.
844 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
integran el natural law: “(T)he state of Georgia –puede leerse en la misma– was
restrained, either by general principles which are common to our free institutions,
or by the particular provisions of the constitution of the United States...”. Evidente-
mente, no era imprescindible ese doble sustento en que apoyar el fallo. Es posible
que Marshall, ante las dudas que pudiera albergar acerca de su interpretación
de la contract clause, quisiera dar más fuerza a la decisión final con la alusión a
esos principios de corte iusnaturalista. Pero tampoco puede descartarse que la
referencia a los mismos viniera motivada por el deseo de reconducir la sentencia
de la mayoría al dissent (en forma de concurring opinion) de Johnson, que se ciñe
a la fundamentación de la sentencia, no al fallo propiamente dicho, pues como
se verá más adelante, la argumentación de Johnson girará en torno a la violación
de esos principios generales característicos del gobierno. Como Marshall anuncia
que la posición de la Corte es unánime, era inexcusable integrar de algún modo
en ese párrafo final de la sentencia el fundamento que Johnson iba a considerar
adecuado471. En cualquier caso, lo que este último párrafo de la sentencia deja
meridianamente claro es que la Corte va a sustentar la inconstitucionalidad de la
Rescinding Act tanto en la disposición constitucional de la cláusula de los contratos
como en esos principios propios del Derecho natural a que nos hemos venido
refiriendo. Esto es tan claro que no deja de sorprender que haya autores, como
Snowiss472, que entiendan que Fletcher es el único caso en que Marshall apoyó
una decisión de inconstitucionalidad en el natural law en una opinion of the court.
Hemos de finalizar este epígrafe. Pocas cuestiones han suscitado visiones tan
enfrentadas como el discernimiento del verdadero significado que ha de darse
al frecuente recurso de la Marshall Court a esos “general principles which are
common to our free institutions”. A nuestro modo de ver, que el Tribunal apoyó
su interpretación de la contract clause y la fundamentación de algunas de sus
sentencias en principios de esta naturaleza es algo de lo que no puede caber duda.
Que el recurso a estos principios es más frecuente en las primeras decisiones de
la Corte que en las postreras, también nos parece patente, sin que de ello se haya
de desprender que en su etapa final el Tribunal prescindió de tales principios. Y
también nos resulta evidente que Marshall procuró reconducir los fundamentos
de las declaraciones de inconstitucionalidad de leyes estatales a normas consti-
tucionales. Por otro lado, también nos parece asumible, que el contenido de la
contract clause, de modo progresivo, se fue enriqueciendo jurisprudencialmente
con el aporte de una considerable parte de “the laws of nature”, por lo que, como
dice Wright473, llegaron a ser mucho menos necesarias las iniciales referencias a
471
En esta misma dirección, aduce Wilmarth que, dado el rechazo de Johnson a la contract
clause como fundamento de la decisión, Marshall pudo haber optado por esa interpretación alter-
nativa (“either.... or”) para que la unánime conclusión de la Corte incorporara los puntos de vista de
Johnson sobre el Derecho natural, evitando a la par cualquier fuerte respaldo a los mismos. Arthur
E. WILMARTH, Jr.: “Elusive Foundation: John Marshall, James Wilson...”, op. cit., p. 126.
472
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 126.
473
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., pp. 244-245.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 845
474
Edward S. CORWIN: “The Debt of American Constitutional Law to Natural Law Concepts”, en
Notre Dame Lawyer (Notre Dame L.), Vol. XXV, 1949-1950, pp. 258 y ss.; en concreto, pp. 274-275.
475
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change 1815-1835, op. cit., p. 602.
476
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine>...”, op. cit., p.
1387.
477
Cfr. al respecto Robert N. CLINTON: “Original Understanding, Legal Realism, and the Interpreta-
tion of <This Constitution>”, en Iowa Law Review (Iowa L. Rev.), Vol. 72, 1986-1987, pp. 1177 y ss.;
en particular, pp. 1213 y ss. Para Clinton, “perhaps the most readily available and most important
primary historical source available during the first three decades of judicial interpretation of the
Constitution was The Federalist” (p. 1215).
846 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
La Fletcher opinion iba a dejar meridianamente claro que una concesión era
un contrato. Marshall se iba a plantear si el caso sometido a la consideración del
Tribunal podía caer dentro del mandato acogido por la cláusula de los contratos.
Como es obvio, ello presuponía, ante todo, dar una adecuada respuesta a la
cuestión de qué es un contrato, para a continuación responder al interrogante de
si una concesión es un contrato.
Anticipemos que el Chief Justice va a distinguir dos tipos de contratos en fun-
ción de la situación en que se encuentran respecto de su cumplimiento: “executed
contracts” y “executory contracts”, o lo que es igual, contratos que ya han sido
ejecutados y contratos pendientes de ejecutar. Y a partir de esta distinción, va a
considerar que una concesión es un contrato ejecutado, pero, y en ello el Justice
Johnson discrepará de Marshall, un contrato ejecutado, lo mismo que un contrato
pendiente de ejecutar, contiene obligaciones vinculantes para las partes. Como
escribe Levy478, la inclusión de los contratos ejecutados dentro de la protección
de la cláusula no es sorprendente a la vista de la consideración de que existe una
obligación continua por parte del otorgante, que en el caso en cuestión se traduce
en no hacer valer un derecho a la tierra que ya ha otorgado. Dicho de otro modo,
mientras un “executory contract” contiene una promesa de realizar lo convenido
en fecha futura, un contrato ya ejecutado (“executed contract”), en un caso como
el que se plantea ante la Corte, exige que las pasadas concesiones legislativas no
puedan ser revocadas por ninguna de las partes, o lo que es igual, el otorgante, el
Estado de Georgia, una vez formalizada la cesión, ya no puede pretender hacer
valer su derecho sobre las tierras cedidas.
Marshall, como dijera Hunting479, dio al término “obligation” el significado
general que al mismo se le atribuía en el Derecho romano, en el civil law y por los
modernos juristas. El Chief Justice venía a ver en una”obligación”, por utilizar la
definición de lord Holland, “a tie, whereby one person is bound to perform some
act for the benefit of another”. Si se tiene en cuenta que la expresión “obligation
of contracts”, utilizada por la Constitución, era extraña al common law, debiendo
reconducirse más bien al civil law, y también al llamado law of nature, y que los
principios propios de este law of nature constituían la generalmente aceptada
filosofía jurídica de la época, se puede concluir que la concepción sustentada por
Marshall era la correcta.
La cuestión en litigio no era, sin embargo, sencilla, sino incierta y complicada,
pues existía una cierta idea entre la comunidad de que una concesión estaba
dirigida hacia el bien público. Ello no obstante, Marshall intentó equiparar tal
concesión a un caso de Derecho privado, y apoyándose en Blackstone480, sostuvo,
478
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 132.
479
Warren B. HUNTING: The Obligation of Contracts Clause of the United States Constitution, The
John Hopkins Press, Baltimore, Maryland, 1919, pp. 25-26.
480
Blackstone, en el volumen II de sus Commentaries, y dentro de un capítulo en el que aborda la
adquisición del título de una cosa por donación, concesión o contrato, sostiene al respecto: “A contract
may also be either executed, as if A agrees to change horses with B, and they do it immediately; in
which case the possession and the right are transferred together; or it may be executory, as if they agree
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 847
que una concesión era un contrato porque equivalía a la extinción del derecho del
otorgante e implicaba un compromiso de no pretender hacer valer su originario
derecho sobre la propiedad. El problema que este argumento presentaba no era,
como dice White481, el de su exactitud, desde la óptica de la doctrina del common
law, sino su idea de que la cláusula de obligación de los contratos estaba diseñada
para abarcar las leyes abrogatorias de concesiones estatales. Marshall consideraría
que la ley abrogatoria equivalía a un embargo de la propiedad sin compensación,
y aunque es cierto que el inciso final de la Vª Enmienda contemplaba la taking
clause (“No person.... shall private property be taken for public use without just
compensation”), no lo es menos que esta Enmienda, como las restantes del Bill
of Rights, impedía una expropiación sin justa compensación cuando la misma se
llevare a cabo tan solo por el gobierno federal, pues es bien sabido que, de acuerdo
con la primera interpretación de la Marshall Court, de la que es paradigmática la
sentencia dictada en el caso Barron v. Baltimore (1833), las disposiciones del Bill
of Rights operaban tan sólo en el ámbito federal, no en el ámbito de los Estados.
Es del mayor interés, antes de continuar, atender directamente al razona-
miento seguido por Marshall. Anticipemos que el Chief Justice va a utilizar una
definición abstracta de la noción de “contrato” para dilucidar si la rescisión por
la Legislatura de Georgia de su concesión es válida o nula. También va a vincular
ese concepto abstracto del contrato, y la resolución del caso, a la intención de
los Framers. Y en coherencia con todo ello, Marshall presenta su definición
abstracta no como un principio extratextual, sino como un principio implícito en
el texto constitucional. En sintonía con todo ello, Marshall, como se ha dicho482,
se presentaba a sí mismo no como un intérprete de la Constitución que optara
por sus preferencias políticas, “but as discovering and elaborating an abstract
concept the founders placed in the nation´s fundamental law”. A partir de estas
reflexiones pueden comprenderse mejor algunos de los párrafos plasmados por
Marshall en su sentencia:
to change next week; here the right only vests, and their reciprocal property in each other´s horse is
not in possession but in action; for a contract executed (which differs nothing from a grant) conveys
a chose in possesssion; a contract executory conveys only a chose in action”. William BLACKSTONE:
Commentaries on the Laws of England (A Facsimile of the First Edition of 1765-1769), Vol. II (Of the
Rights of Things, 1766), The University of Chicago Press, Chicago and London, 2002 (first published
by The University of Chicago Press in 1979), p. 443.
481
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural..., op. cit., p. 605.
482
Stephen A. SIEGEL: “Lochner Era Jurisprudence and the American Constitutional Tradition”,
op. cit., p. 46.
848 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
II. Es de interés recordar, como hace algún autor485, que aunque Marshall no
lo mencionó en apoyo de su crucial afirmación de que, de modo implícito, un
483
Apud Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., pp. 27-28.
484
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 78.
485
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court. The First Hundred..., op. cit.,
pp. 133-134.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 849
“Very different is the case with regard to a law by which the state grants
privileges to a congregation or other society. Here two parties are instituted,
and two distinct interests subsist. Rules of justice, of faith, and of honor,
must, therefore, be established between them: for if interest alone is to
be viewed, the congregation or society must always lie at the mercy of
community”. “Still more different is the case with regard to a law by
which an estate is vested or confirmed in an individual; if, in this case, the
legislature may, at discretion, and without any reason assigned, divest and
destroy his estate, then a person, seized of an estate in fee simple, under
legislative sanction, is, in truth, noting more than a solemn tenant at will”.
486
Warren B. HUNTING: The Obligation of Contracts Clause of the United States Constitution, op.
cit., pp. 36-37.
850 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
487
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, en Southern Law Review (New
Series), (S. L. Rev. n. s.), Vol. 1, No. 3, Saint Louis, October, 1875, pp. 401 y ss.; en concrfeto, p. 414.
488
Bejamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 32.
489
Wallace MENDELSON: “New Light on Fletcher v. Peck and Gibbons v. Ogden”, en The Yale Law
Journal (Yale L. J.), Vol. 58, 1948-1949, pp. 567 y ss.; en concreto, p. 572.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 851
con las obligaciones privadas a los efectos de la cláusula de los contratos. Como
la doctrina destaca generalizadamente, y por nuestra parte ya se ha puesto de
relieve, esta consideración iba a tener un profundo efecto sobre el curso futuro
de la historia americana, en gran medida, como se ha dicho490, porque en años
sucesivos la Corte iba a considerar la cláusula aplicable a las diversas formas de
la “new property” del siglo XIX, tales como las exenciones de impuestos (New
Jersey v. Wilson, 1812) o los estatutos de las corporaciones (“corporate charters”,
Trustees of Dartmouth College v. Woodward, 1819).
La disposición constitucional no distingue entre obligaciones públicas y
privadas, no delimita su ámbito a los contratos celebrados entre particulares,
y a ello puede añadirse que otras previsiones constitucionales, estrechamente
relacionadas con la que nos ocupa, como la relativa a la interdicción de las
ex post facto laws, limitan claramente la actividad estatal. Incluso, la original
disposición del Art. III, permitiendo que los Estados pudieran ser demandados,
implicaba, según se hace constar en la sentencia, que el Estado no pudiera evitar
su responsabilidad a través del repudio legislativo de sus propios contratos. A
todo ello podrían añadirse principios de corte más general como sería el caso
de la necesidad de respetar la “santidad de los contratos” y la conveniencia de
proteger las expectativas de los acreedores y de los compradores de buena fe,
principios éstos que parecen de plena aplicación no sólo a los contratos privados,
sino también a los públicos. Todo ello iba a conducir a la Corte a la conclusión de
que un contrato entre un Estado y un particular es un contrato reconducible a las
exigencias de la cláusula constitucional, a efectos de la cual, por tanto, no cabe
distinguir entre contratos públicos y privados.
Llegados aquí, como venimos haciendo por lo general, vamos a hacernos eco
de algunas de las reflexiones que Marshall hace en la sentencia en relación a esta
cuestión, transcribiendo en su literalidad algunas de ellas. El Chief Justice comienza
planteándose dos interrogantes. El primero de ellos es el de que si las concesiones
públicas están incluidas dentro del término “contratos”; ¿se halla una concesión
estatal excluida de la aplicación de la previsión constitucional? El segundo interro-
gante atañe a si se ha de considerar que la cláusula constitucional, aún impidiendo al
Estado cualquier posible menoscabo de las obligaciones dimanantes de los contratos
celebrados entre dos individuos, le excluye de ese impedimento respecto de los
contratos en que el propio Estado sea parte. Marshall va a responder de inmediato
a ambas cuestiones. Su primera argumentación es que las propias palabras de la
cláusula no contienen esa distinción; por el contrario, sus términos son generales
y son aplicables a contratos de todo tipo (“they are general, and are applicable
to contracts of every description”). Por lo mismo, se argumenta, si los contratos
hechos con el Estado hubieren de hallarse exentos de la aplicación de esta cláusula,
la excepción debe resultar de la naturaleza de la parte contratante (“the exception
490
Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts, and the Transformation of the
Constitutional Order”, en Case Western Reserve Law Review (Case W. Res. L. Rev.), (Case Western
Reserve University. School of Law, Cleveland, Ohio), Vol. 37, 1986-1987, pp. 597 y ss.; en concreto,
p. 603.
852 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
must arise from the character of the contracting party”), no de las palabras que se
emplean. A partir de aquí, Marshall aborda de modo frontal la cuestión de si del
hecho de que una parte contratante sea un Estado puede derivarse tal excepción,
esto es, lo que bien podríamos tildar de la inmunidad del contrato público frente
al mandato imperativo que late en la contract clause. Estas son algunas de las
reflexiones que al respecto se hacen en la sentencia para rechazar tal excepción:
“Whatever respect might have been felt for the state sovereignties, it is
not to be disguised that the framers of the constitution viewed, with some
apprehension, the violent acts which grow out of the feelings of the moment;
and that the people of the United States, in adopting that instrument, have
manifested a determination to shield themselves and their property from
the effects of those sudden and strong passions to which men are exposed.
The restrictions on the legislative power of the States are obviously founded
in this sentiment; and the constitution of the United States contains what
may be deemed a bill of rights for the people of each State”. “No State shall
pass any bill of attainder, ex post facto law, or law impairing the obligation
of contracts”. “A bill of attainder may affect the life of an individual, or may
confiscate his property, or may do both”. “In this form the power of the
legislature over the lives and fortunes of individuals is expressly restrained.
What motive, then, for implying, in words which import a general prohibition
to impair the obligation of contracts, an exception in favor of the right to
impair the obligation of those contracts into which the State may enter?”491.
491
Apud Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., pp. 28-29. Asimismo, en John P. ROCHE
(edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., p. 130.
492
Un dato indiciario de la actitud de Marshall respecto de los abusos de las legislaturas estatales
en la etapa preconstitucional lo podemos encontrar en el 5º volumen de su magna biografía sobre
el Presidente Washington (Life of George Washington). Como recuerda Dunne, allí Marshall había
condenado en los más vigorosos términos el repudio de los contratos públicos y privados durante
el período de la Confederación. Marshall hacía suya la insistencia federalista en los principios de
“the exact observance of public and private engagements” y “the rigid compliance with contracts”,
principios inexcusables para que la fe de una nación o de un particular se considerara una sagrada
garantía. Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: The Germinal Years”, en Harvard Law Review (Harv. L.
Rev.), Vol. 75, 1961-1962, pp. 707 y ss.; en concreto, p. 748.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 853
Otro dato bien significativo del sentir de Marshall en torno al tema lo encontramos en que durante
durante los años 1780, siendo miembro de la Virginia House of Delegates, él se opuso, bien que sin
éxito, a la política del gobierno republicano del Estado, que incitaba a sus ciudadanos a ignorar las
deudas que debían a los acreedores ingleses. De hecho, Virginia rehusó hacer caso al Jay Treaty (1783),
el Tratado de paz entre Inglaterra y los Estados Unidos, dejando de derogar sus leyes de tiempo de
guerra que exoneraban a los virginianos de sus deudas con los ingleses. C. Peter MAGRATH: Yazoo.
Law ans Politics..., op. cit., p. 71.
Puede que no sea del todo irrelevante para la comprensión de la actitud de Marshall ante el problema
abordado, el hecho de que aunque el Chief Justice no estaba interesado en las tierras del Yazoo, él si se
hallaba implicado personalmente en otros asuntos relativos a la especulación de tierras, pues junto a
algunos de sus hermanos había adquirido grandes cantidades de tierras en las antiguas propiedades
del británico Lord Fairfax. De ahí que su gran biógrafo y admirador, el senador Beveridge, escribiera:
“Marshall was profoundly interested in the stability of contractual obligations. The repudiation of
these by the Legislature of Virginia had powerfully and permanently influenced his views upon this
suject. Also, Marshall´s own title to part of the Fairfax estate had more than once been in jeopardy...”.
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 31, nota 13.
493
G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural..., op. cit., p. 606.
854 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
494
Sylvia SNOWISS: “Text and Principle in John Marshall´s Constitutional Law...”, op. cit.,
pp. 988-989.
495
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., pp. 32-33.
496
Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause of the United States Constitution: Public and/or
Private Contracts”, en University of Arkansas at Little Rock Law Journal (UALR L. J.), Vol. 11, 1988-1989,
pp. 343 y ss.; en concreto, p. 349.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 855
497
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1030.
498
Douglas W. KMIEC and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return...”, op. cit., p. 539.
499
Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”, op. cit., pp. 19-20.
500
Max LERNER: “John Marshall and the Campaign of History”, op. cit., p. 413.
501
Barton H. THOMPSON, Jr.: “The History of the Judicial Impairment <Doctrine>...”, op. cit.,
pp. 1387-1388.
856 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
constatando, que la validez de la Rescinding Act podría incluso ser puesta en duda
si Georgia fuese un Estado soberano. Y ello parece estar basándolo Marshall en la
consideración que efectúa en los dos párrafos inmediatos anteriores, que plantean
de modo implícito el principio de la división de poderes. Marshall parte de que a
la legislatura le es concedido todo el poder legislativo, pero de inmediato precisa
que la cuestión de si una ley de transferencia de la propiedad de un individuo
a la colectividad pública (o lo que es igual, la segunda ley de la Legislatura de
Georgia) se puede reconducir a la naturaleza propia del poder legislativo, es algo
que considera digno de seria reflexión (“is well worthy of serious reflection”). Y
ello es así por cuanto si es competencia peculiar de la legislatura “to prescribe
general rules for the government of society”, “la aplicación de esas normas a los
individuos en sociedad, pareciera ser el deber de otros departamentos”. No actuar
así puede incluso conducir al poder legislativo a ser juez y parte en un caso que
le afecta frontalmente502. La cuestión no es fácil de resolver, pues como Marshall
dice, “hasta qué punto la facultad de dar la ley puede implicar cualquier otro poder
en casos en que la Constitución se mantenga en silencio, nunca ha sido, y quizá
nunca pueda ser, definitivamente determinado”.
Las reflexiones precedentes dejan en todo caso una cosa clara: el problema de
fondo no surge para Marshall porque la Legislatura de Georgia no pueda aprobar
una ley en contra de lo establecido en otro texto legal aprobado por la legislatura
anterior. Marshall lo aclara meridianamente:
“The principle asserted is, that one legislature is competent to repeal any act
which a former legislature was competent to pass; and that one legislature
cannot abridge the powers of a succeeding legislature”.
502
Hobson viene a aducir que para Marshall, cuando la Legislatura de Georgia rescinde la venta,
está actuando como “its own judge in its own case”. La legislatura había quitado derechos que
previamente había conferido de conformidad con la ley de venta, derechos que pertenecían a terceras
partes inocentes que los habían comprado. Si la legislatura suponía que lo que estaba en juego era
el derecho a decidir una cuestión de título, esto es, una cuestión judicial, entonces, como el propio
Marshall diría, “it would seem equitable that its decision should be regulated by those rules which
would have regulated the decision of a judicial tribunal”. Sin embargo, la Legislatura de Georgia no
había seguido esas normas; por lo tanto, al rescindir la venta había ejercido “a mere act of power in
which it was controlled only by its own will”. Charles F. HOBSON: “Remembering the Great Chief
Justice”, en Journal of Supreme Court History (J. Sup. Ct. Hist.), Vol. 27, Issue 3, 2002, pp. 293 y ss.;
en concreto, p. 298.
503
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 76.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 857
504
“(A)fter the brief consideration of that clause´s meaning, astonishingly brief when one considers
how far-reaching this interpretation was to be, he talks vaguely about the bills of attainder and ex
post facto provisions”. Todo ello aún le resulta más sorprendente a Wright cuando recuerda que este
era un caso civil, en el que nadie que estuviera implicado se hallaba acusado de un delito. Benjamin
Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 33.
505
En una dirección que nos parece bastante próxima, Merrill sostiene que aquí Marshall proyectó
el peso de su irrebatible lógica en contra de una interpretación estricta de la contract clause. Y a tal
efecto, Marshall iba a insistir mucho en la improbabilidad (“the unlikelihood”) de que una Conven-
ción que prohibía ampliamente a los Estados promulgar legislación retroactiva en forma de bills of
attainder o de leyes ex post facto, sin una indicación específica, pretendiera limitar la aplicación de una
prohibición general contra el menoscabo de las obligaciones contractuales. Maurice H. MERRILL:
“Application of the Obligation of Contract Clause to State Promises”, en University of Pennsylvania
Law Review and American Law Register (U. Pa. L. Rev. & Am. L. Reg.), Vol. 80, 1931-1932, pp. 639 y
ss.; en concreto, p. 639.
858 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“It is, then, the unanimous opinion of the court, that, in this case, the estate
having passed into the hands of a purchaser for a valuable consideration,
without notice, the state of Georgia was restrained, either by general
principles, which are common to our free institutions, or by the particular
provisions of the constitution of the United States, from passing a law
whereby the estate of the plaintiff in the premises so purchased could be
constitutionally and legally impaired and rendered null and void”506.
El Justice William Johnson, que había accedido a la Corte en 1804, iba a concu-
rrir en el fallo propiamente dicho, pero, sin embargo, se iba a separar de Marshall
506
Apud Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 29. Asimismo, en John P. ROCHE
(edited by): John Marshall: Major Opinions..., op. cit., pp. 131-132.
507
Wilmarth cree que, a primera vista, la decisión de Marshall de incluir como una base alternativa
para la conclusión de la Corte una consideración basada en el natural law parece altamente sorpren-
dente, lo que justifica porque, a su juicio, la discusión de los principios de Derecho natural en Fletcher
fue equívoca e inconcluyente. Arthur E. WILMARTH, Jr.: “Elusive Foundation: John Marshall, James
Wilson, and the Problem of Reconciling...”, op. cit., p. 126.
508
Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”, op. cit., p. 17.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 859
509
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 130.
510
Apud G. Edward WHITE: The Marshall Court & Cultural Change..., op. cit., p. 605.
860 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
Johnson, además, iba a dejar muy claro que su opinion no se fundaba en las
previsiones constitucionales511.
Se ha señalado 512, que la base última de la separate opinion de Johnson
habría que buscarla en James Madison, y de modo más específico, en el Nº 44 del
Federalist. Sin lugar a dudas, en ese texto Johnson pudo encontrar un indudable
punto de apoyo para su fundamentación. Recordemos de nuevo (pues ya trans-
cribimos el párrafo completo en un momento anterior) la conocida afirmación
de Madison, que muy posiblemente influyó en Johnson: “Bills of attainder, ex post
facto laws, and laws impairing the obligation of contracts, are contrary to the first
principles of the social compact, and to every principle of sound legislation”.
La posición de Madison armoniza perfectamente con esa idea de corte ius-
naturalista de la existencia de unos principios fundamentales (“first principles”)
que se verían conculcados por una ley que menoscabara las obligaciones
dimanantes de las relaciones contractuales. Esto queda muy claro en el párrafo
transcrito, en el que también explicita que una ley que contrariara el mandato de
la contract clause estaría prohibida por el espíritu y por la propia esfera de acción
de la Constitución. En fin, Madison llega a calificar de “baluarte constitucional”
en favor de la seguridad personal y de los derechos privados el mandato acogido
por la contract clause, considerando que con ello el constituyente no ha hecho
sino plasmar algo que late en el sentir de la ciudadanía. Johnson, parece claro,
adoptó como punto de partida la posición de Madison513, pero no creemos que
su concurring sea directamente deudora del pensamiento madisoniano, que a
nuestro modo de ver desborda los estrictos límites iusnaturalistas en que se queda
la argumentación de Johnson.
Johnson coincide por entero con Marshall en rechazar como “absurda” la
opinión de que el judiciary podía anular leyes de aquellos legisladores de quienes
se alegara que habían sido sobornados o que eran corruptos. Y también se muestra
de acuerdo con el Chief Justice en que una concesión es un contrato, o por lo
511
“I do not hesitate to declare –se puede leer en la concurring opinion– that a state does not
possess the power of revoking its own grants. But I do it on a general principle, on the reason and
nature of things: a principle which will impose laws even on the Deity. When the legislature have
once conveyed their interest or property in any subject to the individual, they have lost all control
over it; (this interest) is vested in the individual; becomes intimately blended with his existence, as
essentially so as the blood that circulates through his system. (....) I have thrown out these ideas that
I may have it distinctly understood that my opinion on this point is not founded on the provision
in the Constitution of the United States, relative to the laws impairing the obligation of contracts”.
Apud Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause of the United States Constitution”, en Kentucky
Law Journal (Ky. L. J.), Vol. XVI, 1927-1928, pp. 222 y ss.; en concreto, p. 225. Asimismo, en Sylvia
SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 130.
512
Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 224.
513
Es bien significativo que en su concurring se refiriese a “the letters of Publius, which are well-
known to be entitled to the highest respect”, mostrando que “the object of the convention was to afford
a general protection to individual rights against the acts of the state legislatures”. Cfr. al respecto,
David McGOWAN: “Ethos in Law and History: Alexander Hamilton, The Federalist, and the Supreme
Court”, en Minnesota Law Review (Minn. L. Rev.), Vol. 85, 2000-2001, pp. 755 y ss.; en concreto, p.
841.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 861
menos manifiesta no tener una “sólida objeción” frente a tal consideración. Sin
embargo, una discrepancia frontal se manifiesta en relación a la interpretación
que Marshall iba a dar a la contract clause.
El Juez de Carolina del Sur no iba a compartir la interpretación dada por
Marshall a la “obligación” dimanante de los contratos. El Justice nombrado por
Jefferson observaba en su concurring que la contract clause protegía tan sólo la
“obligación” de los contratos, y que tal “obligación” no continuaba después de que
el contrato hubiere sido ejecutado. En el caso en cuestión, ello se traducía en que
Johnson no creía que la “obligación” continuara una vez que la cesión de tierras
se había hecho. No existía pues una obligación continuada que la ley de Georgia
pudiera haber vulnerado. “The difficulty –escribe Johnson– arises with the word
<obligation> which certainly imports an existing moral or physical necessity.
Now, a grant of conveyance by no means necessarily implies the continuance
of an obligation beyond the moment of executing it. It is most generally but the
consummation of a contract, is functus officio the moment it is executed, and
continues afterwards to be nothing more that the evidence that a certain act
was done”514. De resultas de lo anterior, Johnson cree que al tratar de proteger la
“obligación” la Constitución pretendía tan sólo proteger los “executory contracts”,
no los “executed contracts”. Es claro pues, que para Johnson una cesión que
entraña un traspaso de propiedad no implica de ningún modo la continuación de
una obligación más allá del momento de ejecutarla, y en sintonía con ello, rechaza
que la contract clause se pueda aplicar a un contrato completamente ejecutado,
como era el caso de la cesión de tierras llevada a cabo por Georgia. Para el Juez
nacido en Charleston, la interpretación que Marshall llevaba a cabo de la cláusula
garantizaba tanto la obligación como el efecto de los contratos, y esta ampliación
de la garantía, a su juicio, era indeseable, pues, por ejemplo, la misma amenazaba
con privar al Estado de su poder soberano de dominio eminente. Por otro lado,
Johnson iba a contemplar la cláusula como una disposición demasiado equívoca
como para restringir el poder de los Estados para interferir sobre los contratos
privados. Y a este respecto argumentaba:
“To give it the general effect of a restriction of the state powers in favor of
private rights, is certainly going very far beyond the obvious and neccesary
import of the words, and would operate to restrict the states in the exercise
of that right which every community must exercise”515.
514
Apud Joseph M. LYNCH: “Fletcher v. Peck: The Nature of the Contract Clause”, op. cit., p. 11.
515
Apud Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 225.
516
Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause...”, op. cit., p. 225.
517
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 133.
862 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
una acción judicial por expulsión o apropiación (de su propiedad), pero no por la
quiebra del contrato. En esencia, la ley abrogatoria de Georgia habría expropiado
la propiedad de sus propietarios sin indemnización. Radicalmente distinto es el
juicio de Levy, para quien la opinion de Johnson constituye un especimen del
más desembridado activismo judicial (“a specimen of the most unbridled judicial
activism”)518, caracterizado por la imposición de sus conceptos morales sobre el
espíritu de la Constitución como base para anular una ley, pues ningún apoyo
en el texto de la Constitución se encuentra en la argumentación de Johnson. Por
nuestra parte, compartimos en gran medida el juicio crítico de Levy. Vigente
la Constitución más de veinte años, no parecía de recibo que la declaración de
inconstitucionalidad de una ley estatal se llevase a cabo justamente al margen de
la propia norma constitucional. Los principios del Derecho natural podían servir
de punto de apoyo, pero no de único fundamento en que sustentar la declaración
de inconstitucionalidad. Ese gran jurista y tratadista del siglo XIX americano que
sería Thomas McIntyre Cooley, figura clave en la Universidad de Michigan y en
la Michigan Supreme Court, en la que sirvió durante veinte años, en sus General
Principles of Constitutional Law, se mostraría decididamente contrario a que
los tribunales pudieran decidir la anulación de leyes por violar supuestamente
“principles”. Su reflexión es inequívoca: “nor can a Court –escribe Cooley– declare
a statute unconstitutional and void when the objection to it is merely that it is
unjust and oppressive, and violates rights and privileges of the citizen, unless
it can be shown that such injustice is prohibited, or such rights and privileges
guaranteed by the Constitution”519.
Se ha especulado asimismo con la sospecha de que la opinion de Johnson fuera
un documento básicamente político, algo que Magrath ve reforzado en el párrafo
con el que concluye la misma. En él, Johnson escribe que se había sentido muy
poco dispuesto a decidir el caso, porque “it appears to me to bear strong evidence,
upon the face of it, of being a mere feigned case”, a lo que añade que “it is our duty
to decide on the rights, but not on the speculation of parties”. Ya aludimos a ello al
abordar la posibilidad de que se tratase de un caso fingido, amañado. No obstante
la tentación que le asalta, Johnson, finalmente, se pronuncia, lo que justifica en
su “confianza (...) en los respetables caballeros que han sido contratados por las
partes, que le ha inducido a abandonar sus principios, en la creencia de que ellos
nunca consentirían aprovecharse de un caso fingido ante este Tribunal”520. Esa
confianza a la que se refiere Johnson no deja de ser una muestra de ingenuidad,
pues la respetabilidad de los relevantes abogados del caso no impedía que fueran
hombres perfectamente identificados con el lobby de los Yazooístas, y como tales,
muy interesados en buscar una solución por parte de la Corte Suprema al proble-
ma por el que venían batallando desde muchos años atrás. Johnson, argumenta de
nuevo Magrath521, sin duda, debió verse perturbado por la naturaleza ficticia del
518
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 133.
519
Thomas M. COOLEY: General Principles of Constitutional Law, p. 166. Cit. por William
TRICKETT: “Is a Grant a Contract?...”, op. cit., p. 731.
520
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 81.
521
Ibidem, p. 82.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 863
caso; de otro modo, él no habría hecho mención alguna a ese problema. Pero como
Juez bien consciente de su alineamiento con los Republicanos, él era también
reacio a escribir una opinion que pudiera desbaratar los callados esfuerzos de las
dos Administraciones Republicanas (las de Jefferson y Madison) para solucionar
la podrida controversia del Yazoo (“the festering Yazoo controversy”). En este
argumento no vemos la suficiente consistencia como para apoyar esa supuesta
intencionalidad política de la concurring opinion de Johnson. Más bien creemos
que se trata de una mera especulación, y puestos a especular también podríamos
pensar en que con su sentencia Marshall pudo pretender contribuir a la futura
solución de un problema que le afectaba: el relativo a las tierras de lord Fairfax, en
las que, como ya se ha señalado, tenía importantes intereses. Pero esto no dejaría
de ser otra mera especulación.
Mucho más apropiado nos parece vincular la interpretación de Johnson
con su sustrato ideológico de defensor del poder de los Estados para regir sus
propios asuntos. En cuanto Justice nombrado por Jefferson, innecesario es decir
que había que presuponerle esa orientación tan propia de los Republicanos. Sin
embargo, en su rol judicial, el Juez de Carolina del Sur más bien se mostró como
un decidido partidario de un gobierno nacional sólido y de un enérgico federal
judiciary. Ahora bien, su interpretación de la contract clause parecía revelar una
profunda preocupación por el mantenimiento de los poderes intrínsecos de los
Estados para dirigir sus propios asuntos dentro de los márgenes más amplios
posibles que posibilitaba la Constitución. A este respecto, se ha puesto de relieve522
que, con carácter general, el análisis llevado a cabo por Johnson en los contract
clause cases difirió en ocasiones tanto del propio de los Jueces federalistas como
incluso del de otros Justices republicanos.
Por supuesto, posiciones como la de Johnson no dejarían de manifestarse
periódicamente en la Corte. Por poner un ejemplo significativo, en el enorme-
mente relevante Dartmouth College case (1819), la concurring opinion del Justice
Joseph Story se asentaría de modo preeminente en principios generales de corte
iusnaturalista.
522
Samuel R. OLKEN: “Charles Evans Hughes and the Blaisdell Decision...”, op. cit., p. 528.
523
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 75.
864 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
524
Horace H. HAGAN: “Fletcher vs. Peck”, op. cit., p. 22.
525
Ibidem, p. 38.
526
BEVERIDGE: Life of Marshall, vol. III, p. 595. Cit. por Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The
Contract Clause..., op. cit., p. 54.
527
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 87.
528
William E. NELSON: “The Eighteenth-Century Background of John Marshall´s Constitutional
Jurisprudence”, en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. 76, 1977-1978, pp. 893 y ss.; en concreto,
p. 943.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 865
529
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause: The Role of the
Property-Privilege Distinction and <Takings> Clause Jurisprudence”, en Southern California Law
Review (S. Cal. L. Rev.), Vol. 60, 1986-1987, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 9.
530
Charles WARREN: The Supreme Court in United States History, op. cit., Vol. one, p. 398.
531
Ibidem, p. 399.
532
Apud C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 87.
533
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 56.
866 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
II. La recepción de la sentencia por la doctrina, como era lógico suponer, nos
muestra una heterogénea gama de posiciones. Cabe comenzar recordando, que
entre 1874 y 1879 aparecieron diversos artículos muy críticos con la interpretación
dada por Marshall en las primeras sentencias relativas a la cláusula que venimos
considerando. Clinton compendia en tres tipos los argumentos que se iban a
manejar al respecto534. El primero de ellos gira alrededor de la afirmación de que
James Wilson fue el autor real de la “obligation clause”. La idea básica es la de
que ya que Wilson fue el único de los Founders perfectamente familiarizado con
la tradición del civil law, y ya que la frase “obligation of contract”, al parecer, tenía
su origen lingüístico en la expresión latina obligatio ex contractu, ampliamente
usada en el Derecho romano, de ello se seguía que Wilson debía de haber escrito
la cláusula, y además debía de haber pretendido la adopción del significado de
la frase en el civil law, que en el primitivo Derecho romano se refería tan sólo a
las “private debts and obligations”. La segunda línea argumental concierne a una
consecuencia de la obligación en el civil law. Ya que en el civil law hay solamente
contratos y “cuasi-contratos”, ya que ninguna obligación se origina de un “cuasi-
contrato” y ya que en el civil law los contratos implícitos son meramente una
especie de “cuasi-contratos”, se sigue de ello que ninguna obligación real puede
surgir de un contrato meramente implícito. En fin, el tercer tipo de argumentos
atañe al origen de la diferenciación entre contratos públicos y privados. Algunos
autores entendieron que esta distinción se basaba no en el origen del contrato sino
más bien en los objetivos para los que era formalizado. Conforme a esta teoría,
si un Estado concede un estatuto de constitución de una sociedad (“charter of
incorporation”), o lleva a cabo una cesión de tierras con la finalidad de cumplir
importantes fines públicos, entonces se estaría ante un contrato público, que no
se hallaría protegido por la contract clause. Estas argumentaciones críticas desde
luego que admiten contra-argumentaciones535. No vamos a detenernos en ellas.
Tan sólo diremos que si los Founders creían que la construcción de una estructura
jurídica y política para la protección de los derechos privados servía asimismo al
interés público, entonces ninguna clara distinción entre los contratos públicos y
privados era posible. En cualquier caso, estas críticas habrían de ser el punto de
partida para el aluvión de reprobaciones que desencadenó el famoso caso Pollock
v. Farmers´ Loan & Trust Co., más conocido como el Income Tax Case (1895), en el
que la Corte, mostrando una absoluta carencia de sensibilidad social, se adhirió
de modo absoluto al que podríamos denominar constitucionalismo del laissez
faire, en unos años en que ya alboreaba el Welfare State; recordemos que ocho
años después Hermann Heller iba a acuñar el concepto de sozialer Rechtsstaat.
En el pensamiento político americano siempre ha habido una tensión entre la
protección de los derechos privados de propiedad, por un lado, y la del bienestar de
la comunidad, por el otro536. Y en ese contexto ha encontrado fortuna el argumento
534
Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause of the United States Constitution...”, op. cit.,
pp. 354-355.
535
Cfr. al respecto, Robert L. CLINTON: “The Obligation Clause...”, op. cit., pp. 357-364.
536
Albert P. MELONE: “Mendelson v. Wright: Understanding the Contract Clause”, op. cit., p. 797.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 867
de que Marshall interpretó con enorme amplitud la cláusula con el fin de proteger
los intereses de las clases adineradas. En el pasado siglo, Wright, como ya hemos
tenido oportunidad de señalar, contribuyó a acentuar esas críticas con base en que
Marshall, a su juicio, se desvinculó por completo de la intención de los Framers
llegado el momento de interpretar la cláusula. Como parece bastante evidente,
la premisa de la que partía el Profesor de Harvard era la de que la Constitución
debía significar lo que sus redactores tenían en mente. Y aunque no vamos a
volver sobre el tema, sí recordaremos lo que ya dijimos, que no está nada claro qué
pensaban realmente los Framers sobre esta cláusula537. Más recientemente, Levy
ha retomado esa crítica, al señalar, en directa referencia a Fletcher, que desde sus
más tempranos años la Corte se ha comportado irresponsablemente, actuando
“without regard to original intent or indifferent to it”, excepto quizá donde esa
intención apoyaba el resultado preferido, para añadir algo tan duro como que,
desde sus primeros años, la Corte no se ha sentido vinculada por la Constitución.
Los Justices, añade el conocido historiador constitucional, han ido libremente
y a lo loco más allá del texto constitucional, allá al azul celestial, en busca de
doctrinas extraconstitucionales que harían el trabajo cuando la Constitución
pareciera inadecuada a la tarea538. Una crítica tan radical y sin matices creemos
que se descalifica por sí misma.
En años también recientes, con una ponderación digna de ser subrayada,
Wolfe ha abordado la cuestión. Tras señalar que no es del todo claro que una
mayoría de los Framers hubiera estado descontenta con la idea de que las cesiones
estuvieran incluidas en la categoría de los “contratos”, nuestro autor recuerda539,
que al considerar esta cuestión, debe tenerse presente que el pueblo de los Estados
Unidos ratificó una Constitución que contenía principios generales, cuyas plenas
consecuencias no siempre podían ser evidentes. En realidad, tales consecuencias
no fueron conocidas por nadie (hubo demasiadas cuestiones que ni siquiera
se pensaron en el amplio debate, y añadiríamos por nuestra cuenta, que muy
posiblemente la contract clause fue una de ellas), aunque es razonable afirmar,
que los autores más relevantes de la Constitución tenían una mayor erudición y
habían reflexionado más sobre estas cuestiones, por lo que eran más sensibles
a las potenciales aplicaciones del documento. Y ya en consideración directa a la
cláusula que nos ocupa, Wolfe entiende540, que si Marshall ensanchó la cláusula,
no cree que pueda decirse imparcialmente que la haya pervertido, excepto sobre la
base de un punto de vista completamente inadecuado (“a wholly inadequate view”)
de la “intención constitucional” (“constitutional intent”). En fin, nuestro autor no
537
También Wolfe, por destacar a un autor relevante de nuestro tiempo, muestra sus dudas al
respecto, al interrogarse si se puede demostrar que los Framers, de modo explícito, pretendían que
la contract clause no se aplicase a las cesiones de tierras, a los contratos estatales, a los estatutos
corporativos y a las leyes de quiebras de efecto prospectivo. Su respuesta, en absoluto tajante, es que
es probable que con respecto a algunas de esas cuestiones algunos Framers hubieran dicho que el
principio general de la santidad de los contratos no debía ser legalmente hecho valer. Christopher
WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review, op. cit., p. 57.
538
Leonard W. LEVY: Original Intent and the Framers´ Constitution, op. cit., p. 134.
539
Christopher WOLFE: The Rise of Modern Judicial Review, op. cit., p. 58.
540
Ibidem, p. 59.
868 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
piensa que pueda demostrarse que Marshall interpretara mal la Constitución. Sus
juiciosas y reflexivas sentencias proporcionan una más que amplia base para la
reputación que llegó a poseer por su implacable e ineluctable lógica (“for relentless
and ineluctable logic”). Si bien esa lógica no siempre es ineludible, sin embargo, la
fuerza de sus sentencias es tal que siempre exige un gran esfuerzo para rebatirlas
y merece la deferencia con que ha sido tratado.
541
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 86.
542
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 54.
543
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 89. Los aspectos fundamentales de la
intervención del congresista Harper en defensa de la ley habilitando la indemnización, en pp. 90-91.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 869
544
Ibidem, p. 96.
545
Ibidem, p. 100.
870 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
546
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1045. Más aún,
para este autor, aunque la interpretación de la contract clause por el Tribunal presidido por Marshall
protegió mucho los derechos de propiedad y favoreció el crecimiento de la empresa, ninguna de sus
famosas decisiones impidió a los Estados jugar un rol principal en la economía.
547
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 159.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 871
552
Gordon S. WOOD: “The Origins of Vested Rights...”, op. cit., p. 1441.
553
Samuel R. OLKEN: “Charles Evans Hughes and the Blaisdell Decision: A Historical Study of
Contract Clause Jurisprudence”, en Oregon Law Review (Or. L. Rev.), Vol. 72, 1993, pp. 513 y ss.; en
concreto, p. 544.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 873
554
“Misinterpreted as a form of substantive economic due process, –escriben Kmiec y McGinnis–
the clause was wrongly discredited when that doctrine was rightly discarded”. Douglas W. KMIEC
and John O. McGINNIS: “The Contract Clause: A Return to the Original Understanding”, en Hastings
Constitutional Law Quarterly (Hastings Const. L. Q.), Vol. 14, 1986-1987, pp. 525 y ss.; en concreto,
p. 526.
555
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”, op.
cit., p. 384.
556
Wallace MENDELSON: “New Light on Fletcher v. Peck and Gibbons v. Ogden”, en The Yale Law
Journal (Yale L. J.), Vol. 58,1948-1949, pp. 567 y ss.; en concreto, p. 573, nota 24. También Magrath asume
esta consideración, y al respecto escribe que “Fletcher v. Peck which the majority studiously ignored,
was in effect overruled and its holding that public grants are constitutionally inviolate relegated to the
status of a judicial relic”. C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 109.
557
En esta sentencia de 1882, la Corte, hablando a través del Justice Field, consideraba que “any
attempted cession of the ownership and control of the State in and over the submerged lands in Lake
Michigan, by the act of April, 6, 1869, was inoperative (....) any such attempted operation of the act
was annulled by the repealing act of April 15, 1873, which to that extent was valid and effective. There
can be no irrepealable contract in a conveyance of property by a grantor in disregard of a public
trust....”.
874 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
formalizados no con base en la contract clause, sino con apoyo en la due process
clause, con lo que la cuestión de la razonabilidad de la regulación reemplazó el
litigio acerca del ámbito de los derechos reconocidos en la charter de la compañía
o corporación558. El desplazamiento de la cláusula que hemos venido estudiando
por la due process clause tendría otras consecuencias enormemente relevantes.
Pensemos en que, a diferencia de la contract clause, la due process clause se iba
a aplicar tanto en el ámbito estatal como en el federal (por intermedio, respecti-
vamente, de las Enmiendas XIV y V), siendo su protección potencial mucho más
amplia que la ofrecida por la cláusula de los contratos.
Como consecuencia de todo lo expuesto, el declive de la cláusula de los
contratos en los últimos años del siglo XIX fue pronunciado. Con anterioridad
a 1889, como ya se dijo, la cláusula figuraba en casi el 40 por 100 de los casos
en los que se cuestionaba la constitucionalidad de las leyes estatales; en los años
que pasó a presidir la Corte el Chief Justice Melville W. Fuller (1888-1910), la
presencia de la cláusula quedó limitada a algo menos del 25 por 100 de los casos
concernientes a la validez de la legislación estatal. En 28 de esos casos, la ley
estatal fue declarada inconstitucional, siendo de destacar que de esos casos sólo
dos concernían a contratos privados, que tenían que ver a su vez con el pago o ex-
tinción de hipotecas. La disminución progresiva de los casos relativos a la contract
clause se descubre inexorablemente conforme va avanzando el nuevo siglo. Bajo
la presidencia del Chief Justice Edward D. White (1910-1921) la cláusula estará
presente tan sólo en el 15 por 100 de los casos, porcentaje que se reducirá al 9 por
100 en la Corte presidida por William Howard Taft (1921-1930)559. Es cierto que
durante la Chief Justiceship de Charles Evans Hughes (1930-1941), el porcentaje
de casos en los que, cuestionándose la constitucionalidad de una ley estatal, hizo
acto de presencia la cláusula de los contratos ascendió ligeramente hasta el 13 por
100560, pero no lo es menos que fue precisamente la Hughes Court la que conoció
del Blaisdell case (1934), informalmente conocido como el Minnesota Moratorium
Case, que, de hecho, acabó con la contract clause, como ya tuvimos oportunidad
de exponer al inicio de este trabajo con algún detenimiento.
Aunque admitiendo que esta decisión fue controvertida y ocasionalmente
incomprendida, Olken, a diferencia de otros autores, no cree que la Blaidell opinion
constituyera un abrupto abandono de la jurisprudencia anterior en torno a la
contract clause. En su lugar, considera561 que vino a significar la confluencia de
varias antiguas intromisiones en el ámbito de la prohibición constitucional a la
autoridad estatal de regular los contratos, propiciando interferencias legislativas
sobre los mismos. El explícito reconocimiento por la mayoría de la Corte de que
558
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”, op.
cit., p. 385.
559
Extraemos estos datos de Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit.,
pp. 95-97.
560
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 98. Conviene precisar que
este autor contabiliza tan sólo los siete primeros años de la Hughes Court (1930-1937), dado que su
obra se publicó en 1938.
561
Samuel R. OLKEN: “Charles Evans Hughes and the Blaisdell Decision...”, op. cit., p. 601.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 875
I. Tras el Fletcher case, el siguiente caso relativo a la contract clause fue New
Jersey v. Wilson (1812). Los hechos del caso, en síntesis, se retrotraen al año
1758, fecha en la que New Jersey aprobaba una ley para dar efecto a un acuerdo
concertado por unos comisionados de la colonia con los indios Delaware. A tenor
del acuerdo, New Jersey compraba tierras para las tribus indias a cambio de la
renuncia por éstas de todas las demás demandas que tenían. Como parte de ese
acuerdo, las tierras quedaban exentas de impuestos. Con el tiempo, los indios,
deseando establecerse en Nueva York, iban a abandonar el Estado, pidiendo a la
Legislatura de New Jersey que vendiera sus tierras. Nuevos acuerdos se hicieron
en 1801, a través de la legislación del Estado, que no mencionó la inicial exención
impositiva. En 1803 se vendieron las tierras y el siguiente año (1804), mediante
una nueva ley, se revocó tal exención. En esta situación, el comprador de las
tierras formalizó un pleito frente al Estado, en relación al gravamen impositivo,
562
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 99.
563
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 110.
876 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
aduciendo que la tierra no podía ser gravada con un impuesto. Como es obvio, la
cuestión suscitada en sede judicial era la de si la exención impositiva podía ser
considerada un contrato, al amparo de la cláusula que nos ocupa.
El caso llegó a la New Jersey Supreme Court, ante la que el abogado del compra-
dor adujo que las leyes privadas o charters eran contratos, y que ese contrato había
sido menoscabado en el caso en cuestión, ya que la exención fiscal se vinculaba
a la tierra, no siendo algo personal vinculado a los indios. A su vez, el abogado
del Estado sostuvo que si se había concedido una exención perpetua, ello había
sido a causa de que a los indios les estaba prohibido enajenar la tierra, y que si la
disposición relativa a la no enajenación podía ser abrogada, también lo podía ser la
previsión referente a la exención fiscal. El abogado que intervino en defensa de los
intereses del Estado también sostendría que una exención perpetua de impuestos
era nula. El tribunal estatal iba a seguir estos argumentos, considerando que la
exención tributaria nunca fue algo distinto o desvinculado de la posesión de la
tierra por los indios, habiéndose otorgado con la finalidad de impedir el embargo
de las tierras a consecuencia del impago de impuestos. Habiendo cesado la causa
que motivó la exención impositiva, ésta no podía ya continuar existiendo. El
tribunal estatal para nada vio implicada en el litigio la contract clause.
El caso iba a llegar a la Supreme Court con base en la Sección 25 de la
Judiciary Act. Marshall iba a escribir la opinion of the court respaldada de modo
unánime. Con ella, dice Magrath564, la contract clause iba a expandirse muchísimo
(“infinitely”). En esta decisión, el Chief Justice ya no se iba a apoyar, ni siquiera
en parte, en el natural law, al margen ya de que la New Jersey v. Wilson opinion no
iba a venir caracterizada por el elíptico lenguaje de Fletcher565. Tras hacerse eco de
los hechos y mencionar el Fletcher case, a los efectos de recordar que la Sección
10ª del Art. I de la Constitución se extendía a los contratos en que fuere parte el
Estado, Marshall se enfrentaba a la cuestión determinante, que no era otra sino
la de si en el caso suscitado en sede judicial existía un contrato, y en tal supuesto,
si ese contrato podía considerarse violado por la Ley de 1804 de la Legislatura de
New Jersey.
Marshall iba a examinar el acuerdo inicial entre New Jersey y los indios
Delaware, concluyendo que contenía todos los requisitos propios de un contrato.
A continuación, el Chief Justice llegó a la conclusión de que, aunque no se hallaba
expresamente formulada en la transacción original, la exención impositiva había
de considerarse vinculada con la tierra y no con las personas de los indios566. A
partir de esta interpretación, era evidente que una ley posterior que suprimiera
el mencionado beneficio fiscal incidía sobre una parte esencial del contrato,
564
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., pp. 103-104.
565
Así lo subraya Sylvia SNOWISS, en Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit.,
p. 134.
566
Recuerda Currie, que hacia fines del XIX, en el caso Chesapeake & O. Ry v. Miller (1885), la
Corte consideró una promesa de “no imposición tributaria sobre la propiedad de una compañía”
como una exención personal, por lo menos hasta que sus beneficios alcanzaran un cierto nivel. David
P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 136.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 877
“The act (repealing the exemption), in the opinion of this Court, –puede
leerse en la sentencia– is repugnant to the Constitution of the United States,
in as much as it impairs the obligation of contract, and is, on that account,
void”567.
567
Apud Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause of the United States Constitution”, op. cit.,
p. 227.
568
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 137.
569
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”, op.
cit., p. 386.
878 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
570
Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 135.
571
Apud David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 138.
572
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 139.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 879
ficativa. Pensemos que en Terrett la Iglesia no había adquirido la tierra del Estado,
sino que la había comprado a un tal Daniel Jennings en 1770. Siendo ello así, la
confiscación de las tierras que intenta Virginia más bien parece ser una suerte de
expropiación de la propiedad privada, reconducible por lo mismo a la taking clause
de la V Enmienda. Y desde luego, no cabe descartar que con su sentencia Joseph
Story estuviera sugiriendo que cualquier expropiación de propiedad (“taking of
property”) entrañaba un menoscabo de un contrato. De ser así, la sentencia estaba
ampliando extraordinariamente el ámbito protector de la contract clause.
Al margen de lo anterior, la Corte dio claros argumentos en que fundamentar
su decisión. La Ley de 1786 revocando la charter de la Iglesia y la abrogación de
las leyes de 1776 y 1784 llevada a cabo por la Legislatura en 1798 habían dejado
intacto el título de las tierras preexistente. Y la Ley de 1801 se aprobó después de
que las tierras en cuestión hubieran pasado a ser parte del Distrito de Columbia,
que se encontraba “bajo la exclusiva jurisdicción del Congreso”. Consiguiente-
mente, el derecho de Virginia a legislar sobre tierras pertenecientes al Distrito de
Columbia ya no existía.
Tanto en Fletcher como en Terrett la Corte derribó la legislación estatal con una
fundamentación alternativa en la violación de principios generales y de la Cons-
titución. Parece que Marshall y Story coincidían en este punto. Sin embargo, una
diferencia significativa se podía apreciar al respecto entre una y otra sentencia.
La confianza de Story en esos principios propios del natural law parece nítida,
cristalina, mientras que, como ya vimos, Marshall parece estar lleno de dudas.
573
De conformidad con las previsiones de la ley newyorkina, un deudor insolvente tenía que
ser liberado de la prisión por deudas y, cumpliendo con un cierto procedimiento y cediendo la
propiedad que poseyera a los síndicos, tenía que ser liberado de su obligación de pagar la deuda, con
independencia de lo inadecuado que los beneficios de la venta de su propiedad pudieran ser para
pagar la deuda en su totalidad. La ley dejaba inmune frente a los acreedores cualquier propiedad que
el deudor insolvente pudiera adquirir más adelante.
880 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
sion against them, and all others, proceeding from the defect of the confederation on this head, by
authorizing the general government to establish an uniform rule of naturalization throughout the
United States”. Alexander HAMILTON, James MADISON and John JAY: The Federalist, or the new
Constitution, op. cit., p. 217 (el Nº 42 en pp. 211-218).
576
Extraordinaria importancia presenta la delimitación que Alexander Hamilton iba a hacer en
el Nº 32 del Federalista entre las competencias de la Unión y de los Estados. Para este grandísimo
jurista e intelectual, la total consolidación de los Estados dentro de una completa soberanía nacional
implicaría la total subordinación de las partes, esto es, de los Estados respecto de la Unión, con lo que
cualesquiera que fueren las competencias que se dejaren en manos estatales, estarían completamente
(“altogether”) subordinadas a la voluntad general (“the general will”). Hamilton cree que tal inter-
pretación no es la correcta, por cuanto el proyecto de la Convención tendía tan sólo a conseguir una
unión o consolidación parcial (“a partial union or consolidation”), con lo que los gobiernos estatales
habían de conservar claramente todos los derechos de soberanía (“all the rights of sovereignty”) que
tenían antes y que no fueran por esa ley (la Constitución) delegados exclusivamente (“exclusively”)
a los Estados Unidos. Llegado aquí, Hamilton entiende que tal delegación exclusiva existe tan sólo
en tres casos concretos. Y reproducimos sus palabras literales: “This exclusive delegation, or rather
this alienation of state sovereignty, would only exist in three cases; where the constitution in express
terms granted an exclusive authority to the union; where it granted, in one instance, an authority
to the union; and in another, prohibited the states from exercising the like authority; and where it
granted an authority to the union, to which a similar authority in the states would be absolutely and
totally contradictory and repugnant” (en cursivas en el texto original). Alexander HAMILTON, James
MADISON and John JAY: The Federalist, or the new Constitution, op. cit., pp. 151-152 (el Nº 32 en pp.
151-154).
577
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., pp. 148-149.
882 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
578
Gerald T. DUNNE: “Joseph Story: The Great Term”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol.
79, 1965-1966, pp. 877 y ss.; en concreto, p. 906.
579
Apud Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 149.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 883
“To punish honest insolvency by imprisonment for life, and to make this a
constitutional principle, would be an excess of inhumanity which will not
readily be imputed to the illustrious patriots who framed our constitution,
nor to the people who adopted it” 581. (Castigar la honesta insolvencia
mediante la prisión de por vida y hacer de esto un principio constitucional,
sería un exceso de inhumanidad que no debe atribuirse fácilmente a los
ilustres patriotas que elaboraron nuestra constitución, ni al pueblo que la
adoptó).
“It has been contended, that as a contract can only bind a man to pay to
the full extent of his property, it is an implied condition that he may be
discharged on surrendering the whole of it”. “But it is not true that the
parties have in view only the property in possession when the contract
is formed, or that its obligation does not extend to future acquisitions.
Industry, talents, and integrity, constitute a fund which is a confidently
trusted as property itself. Future acquisitions are, therefore, liable for
contracts; and to release them from this liability impairs their obligation”583.
583
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944, pp. 512 y ss.; en concreto, p. 520.
584
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1040.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 885
Los amplios términos utilizados por el Chief Justice, al parecer, excluían cual-
quier ayuda estatal a los quebrados, pero las reflexiones específicas de Marshall
en Sturges indicaban que la contract clause tan sólo se traducía en la anulación
de la exoneración de deudas contraídas con anterioridad a la promulgación de la
ley. Dicho de otro modo, la cláusula parecía operar tan sólo frente a las leyes con
efectos retroactivos. La Corte ignoró el argumento de que la cláusula no debía
aplicarse a las leyes que tenían un propósito estatal legítimo, en este caso la ayuda
al pobre frente a la opresión de las deudas. Por utilizar unos términos modernos, la
ayuda retroactiva al deudor no estaba justificada por el interés estatal en promover
el bienestar general. Esta consideración encontraba su último apoyo en los propios
términos de la disposición constitucional y en el contexto histórico que rodeó su
inclusión en la Constitución.
El abogado del acreedor pretendió que la Corte diera una más amplia
proyección a la cláusula de los contratos, al aducir que la invalidez de una ley no
dependía de su aplicación retroactiva. Su razonamiento era inequívoco:
Con ello, se estaba sugiriendo que todas las leyes de quiebras era inconstitu-
cionales y no sólo las que se aplicaban a liberar deudas preexistentes. Marshall,
sin embargo, no se iba a pronunciar con claridad acerca de si la Corte estaba
anulando una ley de quiebras por serlo, o tan sólo por eximir deudas preexistentes,
operando así con efectos retroactivos. Al observar el Chief Justice que la distinción
entre “the obligation of a contract, and the remedy given by the legislature to
enforce that obligation, has been taken at bar, and exists in the nature of things”,
Marshall parecía sugerir que el poder legislativo para promulgar reglas respecto
de las relaciones contractuales se extendía tan sólo a la previsión de remedios. En
cualquier caso, la posición de la Corte en este punto se hallaba lejos de ser clara.
De hecho, la doctrina está lejos de ser pacífica en torno al sentido exacto de la
Sturges opinion. Y así, para Hale586, es el carácter prospectivo de este tipo de leyes,
que supone su aplicación a los contratos hechos después de su aprobación, lo que
convierte tales leyes en válidas, y a la inversa, fue el carácter retroactivo de la ley
de Nueva York en Sturges lo que condujo a la Corte a declararla nula.
En M´Millan v. M´Neil (1819), el caso inmediato siguiente a Sturges en las
actas de la Corte, Marshall clarificó su posición al declarar que, en Sturges, el
resultado no había dependido del hecho de que la ley en ese caso se aplicara
585
Apud James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”,
op. cit., p. 411.
586
Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), op. cit., p. 520.
886 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
a las deudas preexistentes. Sin embargo, con ello no quedó ni mucho menos
resuelta la cuestión, pues en el M´Millan case, como la ley de quiebras declarada
nula por inconstitucional se había aplicado para liberar a un deudor de pagar
una deuda que había contraído en otro Estado, se reconoció que la Corte no se
había enfrentado cara a cara a la cuestión de la constitucionalidad de las leyes de
quiebras con efectos prospectivos. Habría que esperar a Ogden v. Saunders (1827)
para ver resuelta esta cuestión.
Para terminar, hemos de ocuparnos de algo que no deja de ser indiciario de
las prácticas internas de la Corte. Como ya se dijo, actuando en el Circuit Court,
el Justice Livingston se mostró favorable a la constitucionalidad de la ley de
Nueva York, dictando por lo mismo una sentencia que con posterioridad se vería
contradicha por la Corte. A su vez, el Justice Washington, como también referimos,
actuando en otro caso también en un tribunal de circuito, había rechazado la
interpretación de que el “bankruptcy power” fuera una competencia concurrente,
y sin embargo, no hubo dissents en la Sturges decision, adoptándose ésta por
unanimidad (7-0). Más aún, posteriores declaraciones del Justice William Johnson
condujeron a algunos observadores a concluir que Johnson estaba plenamente de
acuerdo con la posición de Livingston. Es verdad, como ya se expuso, que parece
ser que el Chief Justice fue especialmente hábil al lograr reconducir las posiciones
discrepantes de los Jueces, hasta conseguir un respaldo unánime a su opinion of
the court, pero no le falta tampoco razón a Currie cuando señala587, que lo que
las actas de la Corte nos dicen era justamente algo muy alejado de la realidad,
pues la sentencia, lejos de reflejar el armónico pensamiento de siete Jueces, no
reflejaba más que el de tres o cuatro de los miembros de la Corte, no dejando de
causar sorpresa que en este caso, como en muchos otros de la era de Marshall,
los miembros de la Corte optaran por aparcar sus puntos de vista, no obstante ser
éstos en muchas ocasiones fundamentalmente diferentes.
587
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 150.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 887
el Colegio en una Universidad estatal bajo control del Estado. En una acción de
los viejos fideicomisarios para reclamar los libros corporativos a un funcionario
nombrado de conformidad con la nueva ley, el Sr. Woodward, el abogado de
los demandantes sostuvo que la ley estatal violaba la Constitución del Estado y
también la Constitución federal, porque la charter era un contrato y, como tal,
estaba protegida por la contract clause.
La New Hampshire Supreme Court no admitió ninguna de esas argumenta-
ciones, apoyando los cambios estatutarios llevados a cabo por la legislatura. Sin
embargo, llegado el caso en apelación ante la Corte Suprema a través de un writ of
error, ésta, en una sentencia escrita por Marshall y decidida el 2 de febrero de 1819,
por el voto de 5 Jueces frente a uno (Duvall en dissent sin opinion, quizá porque,
como se ha dicho con aguda intención crítica588, después de ocho años de silencio
en la Corte, había perdido la capacidad de expresarse por sí mismo, y Washington
y Story mediante concurring opinions), revocó la sentencia del tribunal estatal.
Innecesario es decir, que al recurrirse frente a una decisión de un tribunal estatal,
el asunto sobre el que debía versar el conocimiento de la Corte era la cuestión
constitucional de si la charter del Dartmouth College era un contrato protegido por
la cláusula constitucional frente a su posible menoscabo por la legislatura estatal.
La Corte, anticipémoslo ya, entendió que las charters of incorporation, esto es, las
cartas o estatutos de constitución jurídica de una sociedad o corporación, eran
contratos cuyos términos no podían ser cambiados unilateralmente por el Estado
sin violar con ello la contract clause.
En este célebre caso, Trustees of Dartmouth College v. Woodward, la Corte,
en su función de intérprete supremo de la Constitución, e incluso, como dice
Newmyer589, en la de árbitro entre el Estado y la nación, hubo de enfrentarse de
modo frontal con el desarrollo de las corporaciones. El caso tenía como trasfondo
el hipotético carácter público de una corporación educativa y el rol que las
corporaciones en general debían desempeñar en la historia americana. ¿Debía
una corporación tomar su naturaleza jurídica de los individuos que la constituían?
Si así fuera, se convertiría en heredera de los derechos de propiedad privada tan
ansiosamente protegidos por el Derecho americano, dejando a la legislatura sólo
una limitada autoridad sobre la corporación por ella creada. O por el contrario,
¿debía considerarse la corporación de naturaleza pública, con base en la premisa
de que tal concesión de poder solamente podía justificarse si así lo fuera? Si tal
fuera su naturaleza, la corporación podía quedar sujeta a la regulación legislativa
con vistas a salvaguardar el interés público. Era mucho, pues, lo que se hallaba
en juego590. Con todo, la sentencia, fuera de Nueva Inglaterra, no atrajo en su
588
Ibidem, p. 142.
589
R. Kent NEWMYER: Supreme Court Justice Joseph Story. Statesman of the Old Republic, The
University of North Carolina Press, Chapell Hill and London, 1985, p. 129.
590
Para Newmyer, “the issue, in short, was whether American law (and American ideology) would
treat the business corporation as the individual entrepreneur writ large or as a revolutionary new
social force”. R. Kent NEWMYER: Supreme Court Justice Joseph Story..., op. cit., p. 129.
888 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
época una especial atención. Con el paso del tiempo, la decisión iría sin embargo
adquiriendo notable celebridad.
Un sector de la doctrina ha puesto de relieve591 cómo antes incluso de la Dart-
mouth decision, en el Estado de Virginia al menos, –aunque más bien creemos que
este sentir habría de considerarse común a la totalidad de los Estados592– las “busi-
ness corporation charters” representaban tratos (“bargains”) entre empresarios y
la legislatura estatal. Los empresarios se mostraban de acuerdo en emprender un
específico proyecto de conformidad con las exigencias, limitaciones, restricciones
y reservas establecidas en la charter; a su vez, la legislatura les otorgaba el derecho
a ser una corporación o compañía, como también otras valiosas concesiones,
como por ejemplo, el derecho de cobrar peajes o tasas. Y aunque la legislatura
podía alterar las “corporate charters” en ciertas circunstancias, sobre el poder
legislativo pesaban importantes limitaciones. Por lo general, estos límites sólo
podían originarse por “a state of things involving public utility, which includes
the observance of justice and good faith towards all men”593. En fin, como regla
general, tanto la propiedad como los derechos nacidos de los contratos fueron
ampliamente respetados en los Estados americanos porque la mayor parte del
pueblo pensaba que debía ser así, bien por razones de justicia, bien por razones
de eficiencia económica. Quizá sea por ello por lo que Klarman cree594, que la
aplicación por los tribunales de la contract clause (como asimismo de las takings
clauses de las Constituciones estatales) puede haber tenido una contribución
marginal a la creación de un clima de buena inversión, pero su significado, proba-
blemente, no fue más allá de eso. No compartimos esta apreciación, mucho menos
cuando pensamos en las consecuencias que se anudaron a la Darmouth College
opinion. Dictada en una época de crecimiento económico, cuando los americanos,
progresivamente, recurrían a las sociedades o corporaciones como un medio de
promover tal crecimiento, la sentencia encomió ampliamente las ventajas de
la administración corporativa. “Corporations –escribió Marshall– are deemed
beneficial to the country”. De acuerdo con la sentencia, una carta corporativa
otorgada por el Estado se hallaba protegida en la misma medida que otros tipos
de contratos públicos o privados. De resultas de todo ello, no solo el número de
corporate charters se multiplicó en la era pos-revolucionaria, sino que, como dice
Ely595, tales cartas llegaron a ser contempladas como una especie de propiedad
privada inmune frente a la revocación legislativa.
591
Bruce A. CAMPBELL: “John Marshall, the Virginia Political Economy, and the Dartmouth
College Decision”, en The American Journal of Legal History (Am. J. Legal Hist.), Vol. 19, 1975, pp. 40
y ss.; en concreto, p. 61.
592
Bien significativo al respecto es el juicio de Siegel, para quien “there is no doubt that the
norm that state-granted franchises were entitled to some degree of sanctity was widely held at the
time the Constitution was adopted and throughout the early republic period”. Stephen A. SIEGEL:
“Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 31.
593
Ibidem, pp. 52-53.
594
Michael J. KLARMAN: “How Great Were the <Great> Marshall Court Decisions?”, en Virginia
Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 87, 2001, pp. 1111 y ss.; en concreto, p. 1148.
595
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., pp. 1038-1039.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 889
En cualquier caso, conviene recordar que no siempre la actitud hacia las cartas
corporativas fue igual de receptiva en los Estados. Particularmente relevante fue
la acerba controversia desencadenada por la creación del llamado “Bank of North
America” durante la época de la Confederación. En 1781, el Continental Congress
y la Legislatura de Pennsylvania crearon el Banco, mediante la aprobación de la
correspodiente charter. La crisis económica que siguió a la guerra revolucionaria
propició un movimiento de rechazo del Banco, que condujo a la Legislatura de
Pennsylvania a abrogar la charter, decisión que suponía acabar con la entidad
financiera. James Wilson intentó utilizar todo su peso y prestigio jurídicos para
persuadir a la Legislatura de su Estado adoptivo (ya comentamos que era escocés
de nacimiento), por así decirlo, de que no revocara la charter, utilizando entre otros
argumentos el de que la ley de constitución de la sociedad (“act of incorporation”)
era “a charter of compact” entre la legislatura y la compañía, para añadir que
“while these terms are observed on one side, the compact cannot, consistently
with the rules of good faith, be departed from the other”596. Para Wilson, una
legislatura no podía revocar una carta corporativa en mayor medida de lo que
podía desposeer a un propietario de sus bienes raíces. Junto a Wilson se situó nada
menos que Thomas Paine, quien llegó a escribir:
“The state, or its representatives, the assembly, has no more power over an
act of this kind, after it has passed, than if the state was a private person
(....) No law made afterwards can apply to the case, either directly, or by
construction or implication: for such a law would be a retrospective law, or
a law made after the fact, and cannot even be produced in court as applying
to the case before it for judgment”597. (El Estado o sus representantes, la
Asamblea, no tiene más poder sobre un acto de este tipo, después de que
se haya aprobado, de lo que lo tendría si el Estado fuera una persona
privada (....) Ninguna ley aprobada después se puede aplicar al caso, ni
directamente, ni por interpretación o por consecuencia, pues tal ley sería
una ley retroactiva, o una ley aprobada después del hecho, y ni siquiera
puede ser presentada ante un tribunal para que se aplique al caso que está
ante el mismo pendiente de juicio).
596
Apud James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1039.
597
Apud Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 18.
890 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
que “it can require no argument”, aunque no falten autores, como es el caso de
Newmyer598, que consideren tal afirmación como una audaz presuposición, por
cuanto no había un claro precedente ni en el Derecho inglés ni en el americano
para apoyarla. No obstante este juicio, que no vemos fundamentado, la realidad
es que si la decisión de Marshall en Dartmouth no levantó particular polémica
se debió a que, como se ha dicho599, con su decisión, la Corte estaba expresando,
antes que imponiendo, una norma social.
II. Ante la Corte Suprema se iba a encargar de defender a los antiguos fidei-
comisarios del Dartmouth College el gran abogado Daniel Webster, en el que se
daba la circunstancia adicional de que había estudiado en dicho Colegio, con lo
que en este caso tendría la oportunidad de defender a su alma mater. Ciertamente,
éste sería uno de sus primeros grandes casos ante la Corte Suprema, en la que sus
elocuentes argumentos jurídicos lo consagrarían como el abogado por excelencia
ante ella, en la que tendría la oportunidad de sostener nada menos que 249
casos, entre ellos algunos de los más célebres, contribuyendo con sus profundas
reflexiones jurídicas a marcar el sendero a seguir por Marshall en algunos casos.
La historia del caso muestra las dudas albergadas tanto por Webster como
por algunos de los Justices acerca de si la protección de la charter podía basarse
en la contract clause. Ello no obstante, en su intervención ante la Corte, Webster
se interrogaba acerca del pleno significado de la cláusula constitucional. Webster
acudió en su argumentación al apoyo que le facilitaban los principios generales
de la justicia abstractamente considerada, mencionando, por ejemplo, el punto de
vista expresado por Madison en el Nº 44 de los Federalist Papers. La propia Corte,
se respondía el gran abogado nacido en New Hampshire, aunque estrechamente
vinculado con la ciudad de Boston, había decidido en el Fletcher case que una
concesión era un contrato, tras lo que añadía que la Dartmouth charter se hallaba
contenida dentro de los propios términos de esa decisión, pues “a grant of corpo-
rate powers and privileges is as much a contract as a grant of land”. Hacia el final
de su argumentación formal, Webster iba a permanecer en silencio durante un
tiempo para, después, dirigiéndose a Marshall, afirmar:
“This, sir, is my case. It is the case not merely of that humble institution; it
is the case of every college in our land (....) It is more. It is, in some sense,
the case of every man who has property of which he may be stripped, for
the question is simply this: Shall our state legislature be allowed to take that
which is not their own, to turn it from its original use, and apply it to such
ends or purposes as they, in their discretion, shall see fit?”600. (Este, señor, es
mi caso. Es el caso no simplemente de esa humilde institución; es el caso
598
R. Kent NEWMYER: Supreme Court Justice Joseph Story..., op. cit., p. 130.
599
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 32.
600
Apud Richard N. CURRENT: “The Dartmouth College Case”, en Quarrels That Have Shaped the
Constitution, edited by John A. Garraty, Harper Torchbooks, Harper & Row, Publishers, New York/
Hagerstown/San Francisco/London, 1975, pp. 15 y ss.; en concreto,p. 27.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 891
“This is plainly a contract to which the donors, the trustees, and the
crown (....) were the original parties. It is a contract made on a valuable
consideration. It is a contract for the security and disposition of property.
It is a contract, on the faith of which, real and personal estate has been
conveyed to the corporation. It is then a contract within the letter of the
constitution, and within its spirit also, unless the fact, that the property
is invested by the donors in trustees for the promotion of religion and
education, for the benefit of persons who are perpetually changing,
though the objects remain the same, shall create a particular exception,
taking this case out of the prohibition contained in the constitution”602.
(Claramente, este es un contrato en el que los donantes, los fideicomisarios
y la corona eran las partes originales. Es un contrato hecho a través de
una valiosa retribución. Es un contrato para la seguridad y disposición de
la propiedad. Es un contrato en la confianza del cual se ha transferido a
la corporación la propiedad inmobiliaria y personal. Es pues un contrato
que cae dentro de los términos de la constitución, y también dentro de su
espíritu, a menos que el hecho de que la propiedad sea conferida por los
donantes a fideicomisarios para la promoción de la religión y educación,
para el beneficio de personas que están cambiando continuamente, aunque
el objeto permanezca el mismo, creara una particular excepción, sacando
este caso de la prohibición contenida en la constitución).
601
Raymond T. JOHNSON: “The Contract Clause of the United States Constitution”, op. cit.,
p. 229.
602
Apud Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, op. cit., p. 138.
892 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“But although a particular and a rare case may not, in itself, be of sufficient
magnitude to induce a rule, yet it must be governed by the rule, when
established, unless some plain and strong reason for excluding it can be
given. It is not enough to say, that this particular case was not in the mind
of the Convention, when the article was framed, nor of the American people,
when it was adopted. It is necessary to go farther, and to say that, had this
particular case been suggested, the language would have been so varied,
as to exclude it, or it would have been made a special exception. The case
being within the words of the rule, must be within its operation likewise,
unless there be something in the literal construction so obviously absurd,
or mischievous, or repugnant to the general spirit of the instrument, as to
justify those who expound the constitution in making it an exception”603.
(Pero aunque un caso raro y particular no puede en sí mismo ser de
magnitud suficiente para producir una norma, debe, sin embargo, ser
regulado por la norma, cuando esté establecida, a menos que pueda darse
alguna clara y convincente razón para excluirla. No es suficiente decir,
que este caso particular no estaba en el pensamiento de la Convención
cuando el artículo fue formulado, ni en la del pueblo americano cuando
fue adoptado. Es necesario ir más lejos y decir que si este caso particular
hubiera sido sugerido, los términos se habrían cambiado tanto como para
excluirlo, o que se habría hecho una especial excepción. Estando el caso
dentro de los términos de la norma, debe hallarse del mismo modo dentro
de su aplicación, a menos que haya algo en la interpretación literal tan
obviamente absurdo, perjudicial o incompatible con el espíritu general
del instrumento como para justificar a aquellos que interpretan que la
constitución hace una excepción).
603
Apud Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law..., op. cit., p. 139.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 893
deba ser, sin más, razón suficiente para excluirlo de la aplicación de la misma.
Ello casa a la perfección con la idea siempre sustentada por este grandísimo juez
virginiano de que los tribunales deben aplicar los términos de la Constitución
antes que los puntos de vista particulares de quienes la redactaron, aunque esto
no deba entenderse en el sentido de que Marshall ignore por completo la intención
de los Framers; ya hemos dicho que no es así. Marshall deja entrever con cierta
claridad, como se ha podido ver, que los formuladores de la contract clause, muy
posiblemente, no tenían en mente las corporate charters, pero ello le parece menos
definitorio que atender al fin general que se pretendió con esta cláusula, que no era
otro que el de salvaguardar los acuerdos contractuales, lo que unido al hecho de
que la cláusula no queda confinada en su redacción a ninguna categoría específica
de contratos, le conduce a incluir las charters bajo la protección de la disposición
constitucional. Como ha escrito Ely604, este modo de interpretación era congruente
con la convicción de Marshall de que la contract clause encarnaba un principio
constitucional vital, y en sintonía con esa idea, añadiríamos por nuestra cuenta,
la cláusula debía cubrir bajo su manto protector un amplio espectro de acuerdos
de naturaleza contractual. Y como lógica y última consecuencia de todo ello, bien
podríamos decir, recurriendo a términos más bien propios del Derecho penal, que
la carga de la prueba de que la cláusula no era de aplicación a una determinada
relación contractual debía recaer en quien sostuviera tal argumentación.
Al margen ya de la reconducción de las corporate charters a la cláusula de los
contratos, Marshall iba a apreciar una violación de esta disposición constitucional
por cuanto la ley de New Hampshire venía de hecho a transferir el control total del
Colegio de los fideicomisarios al ejecutivo del Estado. Marshall constataba que la
ley había transmutado una escuela privada en otra pública, y tras todo ello, lo que
latía era una descompensada expropiación llevada a cabo por los poderes públicos.
Un dato adicional de interés es que la sentencia, a diferencia de la Fletcher
opinion, no recurre a una fundamentación adicional o complementaria de corte
iusnaturalista. Aún admitiendo el hecho de que la Corte se contentó con invocar
tan sólo la obligation clause, Corwin iba a hacer una matización al respecto. A su
juicio605, la dependencia de la consideración de premisas del Derecho natural toda-
vía permanece. La cláusula constitucional presupone una obligación preexistente
a ser protegido. ¿De dónde si no del Derecho natural, se pregunta Corwin, puede
descender tal obligación respecto de una concesión pública?
Por supuesto, no faltan posiciones críticas frente a la sentencia. Y así, Currie ha
visto en la mayoría de los argumentos de los Justices esfuerzos para refutar lo que
hoy parece haber rayado en lo frívolo. A su juicio606, Marshall dirigió el grueso de
su munición argumental contra la idea de que la razón última del establecimiento
del Dartmouth College era el objetivo público de la educación, y siendo así debía ser
604
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1037.
605
Edward S. CORWIN: “The Debt of American Constitutional Law to Natural Law Concepts”,
en Notre Dame Lawyer (Notre Dame L.), (University of Notre Dame, Notre Dame, Indiana), Vol. XXV,
1949-1950, pp. 258 y ss.; en concreto, p. 275.
606
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., pp. 142-143.
894 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
una corporación pública que podía ser abolida fácilmente. Este razonamiento no
nos parece muy suscribible, pues parece presuponer que toda institución educativa
ha de ser inexcusablemente pública, lo que sólo puede sustentarse desde una
perspectiva ideológica bastante sesgada. Adicionalmente, el propio autor cree que
se podría dudar de que las expropiaciones de propiedad (“takings of property”)
pudieran reconducirse a la contract clause, si bien, a renglón seguido, admite que
esa objeción también cabría frente a las decisiones de la Corte en Fletcher y en
Terrett, lo que obviamente debilita sustancialmente la objeción.
III. La concurring opinion del Juez Joseph Story ha sido estudiada por la
doctrina con gran detenimiento, al entenderse que varios puntos de la misma
justifican esa atención. Al plantearse la cuestión de si una charter de constitución
jurídica de una corporación privada de caridad dedicada a fines públicos, como
era el caso de los fines educativos, se hallaba protegida por las previsiones de
la contract clause, Story observaba que lo que la Constitución pretendía con la
cláusula no era crear nuevas obligaciones, sino tan sólo preservar toda la fuerza
obligatoria que los contratos tenían según los principios generales del Derecho.
Con su extraordinaria erudición, el Juez que tanta relación tuvo con la Harvard
University acudiría a los precedentes del common law para demostrar que la
Dartmouth charter se hallaba protegida por la Constitución, trayendo a colación
el fundamental precedente del caso inglés Phillips v. Bury (1695), en el que se
consideró que una institución privada de caridad, aunque se hallara dedicada a
objetivos de interés público, debía sin embargo considerarse privada607.
El propósito evidente del gran Juez nacido en Marblehead (Mass.) fue vincular
las instituciones de caridad y las corporaciones de negocios de un modo tal que
viniera a restringir la posibilidad de la regulación estatal de las primeras. Story
diferenció a este respecto entre las corporaciones públicas y las privadas, y con
ello estaba haciendo hincapié en que las corporaciones bancarias, de seguros, de
canales y de carreteras, cuyos capitales sociales estaban en manos de inversores
privados, eran de naturaleza privada aun cuando sus actividades pudieran benefi-
ciar al público, a la sociedad. Con ello, Story estaba definiendo las corporaciones
por su organización y no por su función608. De esta forma, el Juez que tanta
vinculación tuvo con la célebre ciudad de Salem (Massachusetts) –célebre, recor-
démoslo marginalmente, por el brutal proceso de brujería que tendría lugar en
esta ciudad en 1692, que culminó con la ejecución de veinte personas inocentes,
proceso que a su vez inspiró al gran dramaturgo norteamericano Arthur Miller
para escribir su famosa obra “The crucible” (1953), “Las brujas de Salem” en su
versión española, una acerba crítica al maccarthismo– iba a abolir la doctrina
medieval que exigía a una corporación actuar tan sólo mediante una escritura de
conformidad con su sello común.
607
También la concurring opinion del Justice Washington se apoyó en este temporalmente lejano,
pero fundamental para la materia aquí dilucidada, caso inglés de Phillips v. Bury.
608
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1038.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 895
609
Maurice H. MERRILL: “Application of the Obligation of Contract Clause to State Promises”,
en University of Pennsylvania Law Review and American Law Register (U. Pa. L. Rev. & Am. L. Reg.),
Vol. 80, 1931-1932, pp. 639 y ss.; en concreto, p. 642.
610
Michael B. RAPPAPORT: “A Procedural Approach to the Contract Clause”, en Yale Law Journal
(Yale L. J.), Vol. 93, 1983-1984, pp. 918 y ss.; en concreto, p. 935.
611
El Chief Justice Roger B. Taney, en el caso Ohio L. Ins. & Trust Co. v. Debolt (1853), había sugerido
una teoría algo diferente, la de que una legislatura no poseía un poder para vincular al Estado a menos
que la Constitución estatal le delegara expresamente tal poder.
612
R. Kent NEWMYER: Supreme Court Justice Joseph Story..., op. cit., p. 130.
896 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
613
R. N. DENHAM, Jr.: “An Historical Development of the Contract Theory in the Dartmouth
College Case”, en Michigan Law Review (Mich. L. Rev.), Vol. VII, No. 3, January, 1909, pp. 201 y ss.;
en concreto, p. 222.
614
R. HUTCHINSON: “Laws Impairing the Obligation of Contracts”, op. cit., p. 431.
615
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit., p. 89.
616
Gerald T. DUNNE: “The American Blackstone”, en Washington University Law Quarterly (Wash.
U. L. Q.), (Washington University, St. Louis, Missouri), Vol. 1963, pp. 321 y ss.; en concreto, p. 331.
617
Stanley I. KUTLER: Privilege and Creative Destruction: The Charles River Bridge Case (1971), pp.
172-179. Cit. por James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1059.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 897
622
Ibidem, p. 4.
623
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1043.
624
Ruth WEDGWOOD: “Cousin Humphrey”, op. cit., p. 252.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 899
“It is no answer, that the acts of Kentucky, now in question, are regulations
of the remedy, and not of the right to lands. If those acts so change the
nature and extent of existing remedies, as materially to impair the rights
and interests of the owner, they are just as much a violation of the compact,
as if they directly overturned his rights and interests”625.
625
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), op. cit., p. 537.
626
Ruth WEDGWOOD: “Cousin Humphrey”, op. cit., p. 247.
627
Paul W. GATES: “Tenants of the Log Cabin”, op. cit., p. 6.
628
Ruth WEDGWOOD: “Cousin Humphrey”, op. cit., p. 248.
629
Cfr. al respecto, Ruth WEDGWOOD: “Cousin Humphrey”, op. cit., pp. 254-257.
900 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
the final Opinion, of the Supreme Court of the United States, in the case of Green,
against Biddle” (noviembre de 1823)630.
Retornando al proceso judicial propiamente dicho, hay que recordar, que
fue tan grande la insistencia por parte de las autoridades de Kentucky (entre
otras, el Gobernador y la Legislatura del Estado) en el sentido de que el acuerdo
con Virginia no era un contrato vinculante para el Estado, –tesis a la que esas
autoridades intentaron que se sumara el gobierno de Virginia631, lo que tras
largas y difíciles negociaciones no lograron, al rechazar la Legislatura del Old
Dominion (como se denominaba históricamente a Virginia) unirse a Kentucky en
su petición de una revisión del caso– demandando en consecuencia una revisión
del caso (“a rehearing”), que la Supreme Court otorgó finalmente la revisión del
caso solicitada. Sólo cuatro Jueces participaron en esta segunda deliberación.
Marshall se abstuvo, muy posiblemente preocupado por la implicación de una
parte de su familia en las especulaciones de tierras en Kentucky. Escribiendo de
esta forma para un Tribunal muy reducido y una mínima mayoría (de tan sólo
tres miembros)632, el Justice Bushrod Washington redactó la opinion of the court,
reafirmando la anterior decisión de Story, de que un pacto o acuerdo entre dos
Estados era un contrato desde la perspectiva constitucional, reconducible por
lo mismo a las exigencias de la contract clause. A partir de esta interpretación,
Washington consideró que “the occupancy laws deprived <the rightful owner of
the land, of the rents and profits received by the occupants>”633, y atendiendo al
“common law of England”, que era el Derecho de Virginia cuando el acuerdo entre
los Estados se formalizó, encontró que, de conformidad con los precedentes del
common law, nada justificaba que se pudiera privar al propietario del importe del
alquiler de su tierra, de lo que lógicamente se seguía que Kentucky había vulnerado
las obligaciones dimanantes de ese contrato al otorgar títulos de tierras (“land
titles”) menos seguros que los que se derivaban del Derecho de Virginia. El Justice
William Johnson se pronunciaría en dissent, considerando que con el acuerdo
entre los dos Estados no se pretendía vincular para siempre al poder legislativo
de Kentucky en relación a los títulos de las tierras del propio Estado.
El hecho de que la decisión se adoptase por una escuálida mayoría de tan sólo
tres Jueces, con un cuarto manifestándose en dissent, preocupó notablemente a la
Corte, siendo la decisión diferida durante un año, quizá con la esperanza de que los
dos Jueces enfermos pudiesen mejorar e incorporarse a la deliberación de la Corte
y quizá también esperando que Marshall cambiase de criterio y se incorporase a
630
En este segundo escrito, Humphrey Marshall, entre otras lindezas sobre la Corte, escribe: “The
Court´s <gauzy sophistry> reduced Kentucky to a servitude below other states: <if the compact withy
Virginia, was verily such as the court have made it, Kentucky should have been excluded from the
Union as a mere appendage to Virginia>”. Apud Ruth WEDGWOOD: “Cousin Humphrey”, op. cit., p.
256.
631
Cfr. al respecto, Paul W. GATES: “Tenants of the Log Cabin”, op. cit., pp. 20-21.
632
El Justice Thomas Todd, de Kentucky curiosamente, y el Justice Brockholst Livingston no
participaron al hallarse enfermos de gravedad; de hecho, el último falleció ese mismo año 1823 y el
primero tres años más tarde.
633
Apud Paul W. GATES: “Tenants of the Log Cabin”, op. cit., p. 22.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 901
634
Apud Paul W. GATES: “Tenants of the Log Cabin”, op. cit., p. 24.
635
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 214.
636
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights..., op. cit., p. 1044.
637
C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., p. 105.
638
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 156.
902 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
cláusula. Con anterioridad a Ogden, la Corte tan sólo había rechazado una de-
manda fundada en la cláusula de los contratos, en el caso Owings v. Speed (1820),
al considerar que la cláusula era inaplicable a una ley aprobada antes de que la
Constitución entrara en vigor. A la inversa, la Corte había invocado la cláusula
para anular leyes de quiebras con efectos retroactivos (Sturges v. Crowninshield),
cambios en leyes de remedios o recursos procesales que se consideró que obstruían
seriamente las obligaciones contractuales (Green v. Biddle), y había proyectado
la cláusula sobre las concesiones de tierras (Fletcher v. Peck), sobre las cartas
corporativas (Trustees of Dartmouth College v. Woodward) y, como se acaba de ver,
sobre los acuerdos interestatales (Green v. Biddle). La cláusula parecía hallarse en
permanente expansión, carecer incluso de límites, pero el Ogden case iba a mostrar
que ello no era así, al establecer el muy relevante principio de que la contract clause
no se aplicaba a las leyes con efectos prospectivos. La cláusula tan sólo protegía
derechos contractuales existentes frente a un daño retroactivo. A ello habría de
añadirse que en los años inmediatos posteriores, en otras sentencias, la Corte iba
incluso a apoyar ciertas leyes con efectos retroactivos con respecto a los contratos.
639
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”, op.
cit., p. 405.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 903
definir los parámetros de las cuestiones relativas a los derechos individuales que
se podían someter a soluciones puramente jurídicas. De esta forma, la judicial
review de los derechos individuales reflejaba la decisión de proteger solamente los
derechos adquiridos, y esta posición prevalecería hasta bien después de finalizada
la Guerra de Secesión (1861-1865).
En el trasfondo de todo ello latía un problema potencial del federalismo, el de
dilucidar el respectivo rol del poder judicial federal y del poder legislativo estatal
en la definición de los derechos individuales. Marshall intentó tomar la iniciativa
sobre esta importante cuestión, aduciendo que la protección de los derechos
adquiridos por la Corte supondría una mayor intrusión sobre la soberanía estatal
de lo que entrañaría la protección por el Tribunal de los derechos sustantivos.
Valiéndose del fracaso de la mayoría en respaldar expresamente la facultad del
legislativo estatal para alterar los remedios o recursos contractuales con carácter
retroactivo, el Chief Justice sostuvo que el efecto de la sentencia de la mayoría sería
“a mischievous abridgement of legislative power over subjects within the proper
jurisdiction of states, by arresting their power to repeal or modify such laws with
respect to existing contracts” (una perjudicial limitación del poder legislativo
sobre materias dentro de la adecuada jurisdicción de los Estados, mediante la
paralización de su competencia para abrogar o modificar tales leyes con respecto
a contratos existentes). Sólo el Justice William Johnson respondió directamente
a Marshall, y lo hizo en los siguientes términos:
“I hold the doctrine untenable, and infinitely more restrictive on State power
than the doctrine contended for by the opposite party. Since, if the remedy
enters into the contract, then the States lose all power to alter their laws
for the administration of justice (....) The law of the contract remains the
same every where, and it will be the same in every tribunal; but the remedy
necessarily varies, and with it the effect of the constitutional pledge, which
can only have relation to the laws of distributive justice known to the policy
of each State severally”640.
640
Apud James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations...”, op. cit., p. 426.
904 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
641
Benjamin Fletcher WRIGHT, Jr.: The Contract Clause..., op. cit., p. 50.
642
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 151.
643
Apud Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit.,
p. 14.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 905
El Justice Thompson también pensaba que la ley de Nueva York era parte del
contrato. “El contrato –escribía en su opinion– es una ley que las partes imponen
sobre sí mismas, sujeta, sin embargo, a la ley superior, que no es otra que la ley
del país donde el contrato se hace. Y cuando se ha de hacer cumplir por tribunales
ajenos, tales tribunales pretenden tan sólo hacer efectivos esos contratos, de
conformidad a las leyes que les dieron validez”.
El Juez Trimble fue más explícito que Thompson y más coherente que
Washington al distinguir entre el propio contrato y su obligación. Desde su punto
de vista, el contrato dependía plenamente de la voluntad de las partes, pero tras
ello argumentaba:
“... the language of the constitution plainly supposes that the obligation of
a contract is something not wholly depending upon the will of the parties.
It incontestibly supposes the obligation to be something which attaches to,
and lays hold of the contract, and which, by some superior external power,
regulates and controls the conduct of the parties in relation to the contract;
it evidently supposes, that superior external power to rest in the will of the
legislature”644.
Mientras Daniel Webster, el gran abogado, había aducido en el caso que era el
natural law el que creaba la obligación, Robert Trimble rechazaba esa tesis para
considerar que era la ley del Estado la que creaba la obligación, aunque esa ley,
precisaba el único Juez que había de nombrar el Presidente John Quincy Adams,
“is no part of the contract itself”. Como la ley de Nueva York en el momento en
que se hizo el contrato disponía, que la obligación del contrato no sería absoluta,
sino restringida por la condición de que la parte quedaría exenta del pago de
la deuda en el caso de una apropiada insolvencia, esto es, siempre que fuere
declarada de conformidad con las exigencias de la ley reguladora de las quiebras,
y como igualmente esa restricción se anudaba al contrato “a lo largo de todas las
etapas de su existencia, hasta que la condición se consumara por el certificado
final de exoneración”, no podía considerarse que hubiera menoscabo de ninguna
obligación que nunca antes existió.
Particular interés iba a tener la opinion del Justice William Johnson. Su
pronunciamiento en Ogden indicaba que la unanimidad que se había producido
en la Sturges opinion, formulada ocho años antes, respondía, como mucho, a un
compromiso puntual. En Ogden, Johnson criticó abiertamente el textualismo
de Marshall, observando que la Constitución debía interpretarse por lo que se
refiere a su intención general sin sujetarla a una severa interpretación literal. La
discrepancia parecía frontal, pues mientras Marshall interpretaba el texto consti-
tucional, sus “fellow Justices” defendían los “principios de la justicia natural”, los
“principios generales del Derecho” y el “verdadero espíritu de la Constitución”. Sin
embargo, no se puede olvidar que en Sturges, el Chief Justice se había referido de
modo explícito a la relación entre el espíritu y el texto de la Constitución. En un
644
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), op. cit., p. 525.
906 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
pasaje de esa sentencia, Marshall planteó y rechazó una defensa de las bankruptcy
laws sustentada en la opinión de que aunque podía decirse que tales leyes estaban
“dentro de las propias palabras de la Constitución”, las mismas “no se hallaban
dentro de su espíritu”. Marshall replicaría con la observación de que “the spirit
of an instrument, especially of a constitution, is to be respected not less than its
letter, yet the spirit is to be collected chiefly from its words”645.
Retornando a la interpretación de Johnson, cabe decir que, desde su punto
de vista, Nueva York había establecido límites frente a la voluntad de las partes
contratantes, y en consecuencia el acreedor nunca había adquirido un derecho
a hacer cumplir la totalidad del pago por parte del deudor ante los tribunales de
Nueva York, en cuanto que el deudor podía ser exonerado en un procedimiento
de insolvencia. Pero aun cuando hubiera adquirido ese derecho, Johnson pensaba
que el Estado todavía tenía la facultad de tratarlo como un derecho relativo, no
como uno absoluto, y subordinarlo al bien de la comunidad. A partir de aquí
Johnson hacía unas reflexiones del mayor interés acerca del derecho y la facultad
que confiere un contrato a una de las partes sobre las actuaciones de la otra. Tal
derecho iba a argumentar:
“.... will be found to be measured neither by moral law alone, nor universal
law alone, nor by the laws of society alone, but by a combination of the
three – an operation in which the moral law is explained and applied by the
law of nature, and both modified and adapted to the exigencies of society
by positive law. The constitution was framed for society, and an advanced
state of society, in which I will undertake to say that all the contracts of
men receive a relative, and not a positive interpretation: for the rights of
all must be held and enjoyed in subserviency to the good of the whole. The
State construes them, the State applies them, the State controls them, and
the State decides how far the social exercise of the rights they give us over
each other can be justly asserted. I say the social exercise of these rights,
because in a state of nature, they are asserted over a fellow creature, but in
a state of society, over a fellow citizen”646.
645
Apud Sylvia SNOWISS: “Text and Principle in John Marshall´s Constitutional Law...”, op. cit.,
p. 992.
646
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part III), en Harvard
Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944, pp. 852 y ss.; en concreto, pp. 876-877.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 907
vinculado a cumplir respecto de ellos los deberes reconocidos del gobierno hacia
la sociedad, de conformidad con los principios admitidos de la “equal justice”. A
tenor de este razonamiento, muy sumariamente expuesto, era claro que el Estado,
contrariamente a lo decidido en Sturges v. Crowninshield, tenía competencia para
aprobar leyes de insolvencia, liberando incluso del cumplimiento de contratos
preexistentes a través de ellas. Mostrando de forma expresa su desacuerdo con
esa decisión, Johnson añadía:
647
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part III), op. cit.,
pp. 878-879.
648
Apud Ibidem, p. 880.
908 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“All admit, –se lee en el dissent de Marshall– that the constitution refers
to, and preserves, the legal, and not the moral obligation of a contract.
Obligations purely moral, are to be enforced by the operation of internal and
invisible agents, not by the agency of human laws. The restraints imposed
on States by the constitution, are intended for those objects which would,
if not restrained, be the subject of State legislation. What, then, was the
original legal obligation of the contract now under the consideration of
the Court?”650.
649
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part I), op. cit., p. 527.
650
Apud James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”,
op. cit., p. 413.
651
Una de las objeciones de Marshall a la doctrina de que las leyes estatales vigentes formaban
parte del contrato era la de que si así fuera, los Estados estarían impotentes para cambiar sus leyes
en cuanto a los remedios jurídicos a aplicar a los contratos preexistentes.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 909
so”652. (La cláusula del contrato no estaba para prohibir a las leyes que
afectaran prospectivamente los remedios contractuales porque la misma
protegía tan sólo las obligaciones contractuales. Ni tampoco era la cláusula
del contrato un obstáculo para la mayoría de las leyes que afectan los
derechos contractuales prospectivamente, porque la cláusula protegía las
obligaciones contractuales tan sólo frente a su menoscabo. La mayoría
de las leyes que afectaban prospectivamente los derechos contractuales
lo hacían así por medio de la afectación de la formación de los contratos;
tales leyes prohibían in futuro que ciertos acuerdos fueran obligatorios, o
alteraban in futuro la circunstancias conforme a las cuales los acuerdos
llegaban a ser tales).
Las bankruptcy laws, sin embargo, eran diferentes de la mayoría de las leyes
que cambiaban con efectos prospectivos el Derecho de los contratos (contract law).
No eran leyes reparadoras (“remedial”), ni impedían que los acuerdos llegaran
a ser obligatorios. Permitían que los contratos se formalizaran y surgieran las
obligaciones, y después las eximían. Tales leyes daban a los contratos una aplica-
ción condicional o con reservas, determinable en función de que aconteciera un
evento futuro. Por ello, para Marshall, las “prospective bankruptcy laws involved
the power to treat contracts as a <conditional> obligation”. Y aunque el Chief
Justice reconocía que los gobiernos soberanos podían tratar los contratos como
“a conditional obligation”, la contract clause, aducía de inmediato, prohibía a un
Estado que actuara así, incluso si la ley estatal de quiebras precedía al contrato del
quebrado. En cuanto la ley preexistente no se convertía en parte del contrato, esa
ley no se aplicaba al contrato en su formación, sino cuando era aplicado. “Then
(....) and not till then, –concluía Marshall– it acts on the contract, and becomes a
law impairing its obligation”653. Así pues, de conformidad con la contract clause,
los Estados podían impedir la formación de las obligaciones contractuales, pero
una vez concertadas éstas, eran inviolables.
La conclusión de Marshall era que, al apoyar una legislación de quiebras con
efecto prospectivo, se estaba reconociendo un principio que transformaba la
promesa de perpetua protección de las obligaciones contractuales establecida en
la contract clause, en una restricción que cada Estado de la Unión podía eludir a su
gusto. En consecuencia, para Marshall, entre las pocas leyes que encajaban dentro
de su concepción de las leyes estatales de quiebras estaban las que reservaban
a los Estados la facultad de alterar la obligación del contrato in futuro654. Estas
cláusulas de reserva, como ya expusimos en un momento precedente, ya habían
comenzado a insertarse en las corporate charters.
Los temores de Marshall nunca se vieron realizados, pues ningún Estado
estableció nunca una cláusula de reserva aplicable a los contratos ordinarios. El
consenso acerca de la santidad de los contratos ordinarios terminó preevaleciendo.
652
Apud Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century Contract Clause...”, op. cit.,
p. 15.
653
Stephen A. SIEGEL: “Understanding the Nineteenth Century...”, op. cit., p. 17.
654
Ibidem, p. 18.
910 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
De esta forma, la controversia desencadenada por el Ogden case fue tan acerba
como fugaz, lo que no obsta para reconocer, como ya hemos hecho en un momento
anterior, que tras esta sentencia se convirtió pronto en un dogma constitucional
que la contract clause no tenía aplicación prospectiva, o lo que es igual, no
operaba frente a las leyes de efectos prospectivos. En cualquier caso, como ya se
dijo, la Ogden decision marcó un mar de cambios (“a sea change”), por utilizar
los términos de Ely655, en la jurisprudencia sobre la cláusula del contrato de la
Marshall Court. Después, la Corte fue más cautelosa llegado el momento de aplicar
el amplio ámbito de la cláusula constitucional, ubicándose progresivamente en
una posición cada vez más inclinada a apoyar la legislación estatal que trataba
sobre asuntos contractuales.
655
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1043.
656
Cfr. al respecto, James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract
Clause...”, op. cit., pp. 429-430.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 911
very extreme of that class of arbitrary and despotic acts, which bear upon
individual rights and liabilities, and against (....) which the Constitution
most clearly intended to interpose a protection”657.
657
Apud David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 157.
658
James L. KAINEN: “Nineteenth Century Interpretations of the Federal Contract Clause...”, op.
cit., p. 431.
659
James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., p. 1047.
912 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
“And it would be a doctrine new in the law, that the existence of a private
contract of the corporation should force upon it a perpetuity of existence,
contrary to public policy, and the nature and objects of its charter”.
660
Apud Robert L. HALE: “The Supreme Court and the Contract Clause” (Part II), en Harvard Law
Review (Harv. L. Rev.), Vol. LVII, 1943-1944, pp. 621 y ss.; en concreto, p. 642.
661
Cfr. al efecto, James W. ELY, Jr.: “The Marshall Court and Property Rights...”, op. cit., pp. 1046-
1047.
662
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: Contracts and Commerce, 1836-
1864”, en Duke Law Journal (Duke L. J.), (Duke University School of Law. Durham, North Carolina),
Vol. 1983, pp. 471 y ss.; en concreto, pp. 473-474.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 913
Bridge v. Warren Bridge), el nuevo día amaneció con un estampido (“dawned with
a bang”), y la Corte pareció mostrarse más solícita hacia la autoridad estatal de lo
que lo había sido bajo la presidencia de Marshall. Pero quizá estas sentencias de
1837 crearon una falsa impresión, pues lo cierto sería que la Taney Court manejó
la contract clause con considerable vigor para proteger los derechos adquiridos,
frente a su posible menoscabo estatal. En cualquier caso, bajo la Charles River
opinion sí parecía latir una cierta hostilidad hacia la amplísima interpretación
hecha por Marshall de la contract clause. Vale la pena antes de poner punto final
detenernos mínimamente en esa celebérrima sentencia.
En 1785 la Legislatura de Massachusetts otorgó una corporate charter a los
propietarios del “Charles River Bridge”, autorizándoles a construir un puente entre
Boston y Charlestown y a cobrar un peaje durante un período que se extendía
durante setenta años. En 1828, la Legislatura autorizó a otra compañía a construir
un segundo puente muy próximo al primero, disponiendo que el nuevo puente
revertiría al Estado, y después de un período máximo de seis años se convertiría
en un puente de paso libre, exento pues, del pago de un peaje. Los propietarios
del primer puente, defendidos por el gran abogado Daniel Webster, adujeron en
el litigio que iniciaron, que la autorización del segundo puente menoscababa las
obligaciones contractuales a que había dado lugar su charter, violando conse-
cuentemente la contract clause. El Estado no lo consideró así. Después de que la
Supreme Judicial Court of Massachusetts diera la razón al Estado, los propietarios
del “Charles River Bridge”, por medio de un writ of error, llegaron a la Corte Su-
prema, que ya en 1831 mantuvo una audiencia pública en la que se expusieron los
diversos argumentos de las partes. Las diversas vicisitudes que atravesó la Corte
en los años sucesivos –enfermedades de algunos Jueces y fallecimientos del Chief
Justice Marshall (1835) y de los Justices William Johnson (1834) y Gabriel Duvall
(1835)– se tradujeron en una serie de vacantes que dificultaron la resolución del
caso. Finalmente, el 12 de febrero de 1837, la Corte, muy dividida (4-3), decidió en
contra de los propietarios de la compañía del “Charles River Bridge”, escribiendo
el propio Chief Justice Roger Taney la opinion of the court, la primera en un caso
constitucional.
Rechazando los conceptos propios del natural law subyacentes en decisiones
tales como Calder v. Bull o Fletcher v. Peck, Taney centró la argumentación en la
cuestión, la única relevante a su juicio, de si el Estado había prometido no permitir
la construcción de un puente libre de peaje en el lugar en que el “Warren Bridge”
se había ubicado. Los precedentes del common law establecían un principio
de interpretación estricta para las concesiones públicas, de tal forma que “any
ambiguity in the terms of contract , must operate against the adventurers, and in
favor of the public, and the plaintiffs can claim nothing that is not clearly given
them by the act”663. La charter en absoluto otorgaba a la compañía propietaria del
“Charles River Bridge” un derecho exclusivo, siendo de recordar al respecto que
las legislaturas, con cierta frecuencia, autorizaban la construcción de carreteras
663
David P. CURRIE: The Constitution in the Supreme Court..., op. cit., p. 209.
914 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
664
Apud C. Peter MAGRATH: Yazoo. Law and Politics..., op. cit., pp. 106-107.
665
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: Contracts and Commerce, 1836-
1864”, op. cit., p. 481.
666
Thomas W. MERRILL: “Public Contracts, Private Contracts...”, op. cit., p. 604.
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922 LA CONTRACT CLAUSE Y EL CASO FLETCHER V. PECK
SUMARIO
1. Reflexión preliminar
rasgo que se ha acentuado de modo muy notable en el último cuarto del pasado
siglo, pudiéndose poner en estrecha sintonía con la universalidad de la idea de
libertad, con la expansión sin fronteras de un sentir que ve en el respeto de la
dignidad de todo ser humano y de los derechos inviolables que le son inherentes,
la regla rectora de la convivencia social civilizada y, por ende, de todo gobierno
democrático. Bien significativo al respecto es el hecho de que la caída de gobiernos
autoritarios siempre haya ido seguida de la creación de mecanismos de justicia
constitucional, de lo que encontramos cumplido testimonio en Alemania, Italia,
Portugal y España, por poner algunos ejemplos próximos. Ello no hace sino
corroborar la esencialidad de la justicia constitucional en el Estado constitucional.
Como al efecto ha señalado Zagrebelsky1, “la giustizia costituzionale è divenuta
pietra di paragone di quel tipo di democrazia –la democrazia nello Stato costitu-
zionale di Diritto– che si vuol essere tipica della cultura politico-costituzionale
europea”.
Esta expansión sin límites de la justicia constitucional, como no podía ser de
otro modo, ha incidido sobre la clásica contraposición bipolar a la que durante
bastante tiempo trataron de ser reconducidos los distintos sistemas de justicia
constitucional: el sistema norteamericano y el europeo-kelseniano, o si se prefiere,
el modelo de la judicial review y el de la Verfassungsgerichtsbarkeit.
Esta bipolaridad, que ya quedó un tanto relativizada tras la aprobación de la
Zweite Bundesverfassungsnovelle (la segunda Constitución nueva) austriaca, de
7 de diciembre de 1929, por lo que después se dirá, se iba a ver sustancialmente
afectada por el diseño de los nuevos modelos de justicia constitucional creados en
la segunda posguerra en Italia y Alemania, en cuanto que los mismos partieron de
una idea de Constitución muy próxima a la norteamericana, configuraron a sus
respectivos Tribunales Constitucionales como una jurisdicción más que como un
“legislador negativo”, que es como Kelsen concibió a este tipo de órganos, aunque
esta idea-fuerza siguiera estando presente y a ella se anudaran ciertas consecuen-
cias jurídicas, y otorgaron un especial protagonismo a los órganos integrantes del
poder judicial, tanto en su rol de tutores del sistema de derechos y libertades, como
en la función que iban a asumir en relación al control de constitucionalidad, de
resultas de la introducción por estos ordenamientos de un elemento difuso en un
modelo de justicia constitucional de estructura y organización concentrada, el
instituto procesal conocido entre nosotros como cuestión de inconstitucionalidad
(las denominadas en Italia questioni di legittimità costituzionali).
La enorme expansión de la justicia constitucional que ha seguido desde
entonces, ha propiciado una mixtura e hibridación de modelos, que ha operado
en paralelo a un proceso de progresiva convergencia entre los elementos, antaño
supuestamente contrapuestos, configuradores de los dos tradicionales sistemas de
control de la constitucionalidad de los actos del poder. La resultante de todo ello
es la pérdida de gran parte de la utilidad analítica de la tan generalmente asumida
1
Gustavo ZAGREBELSKY: “Premessa”, en La Giustizia Costituzionale in Europa, coordinada
por Marco Olivetti y Tania Groppi, Giuffrè Editore, Milano, 2003, p. XII.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 927
2
Francisco RUBIO LLORENTE: “Tendencias actuales de la jurisdicción constitucional en
Europa”, en Manuel Fraga. Homenaje Académico, Fundación Cánovas del Castillo, Madrid, 1997, vol.
II, pp. 1411 y ss.; en concreto, p. 1416.
3
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, en Benda, Maihofer, Vogel, Hesse y Heyde,
Manual de Derecho Constitucional, Instituto Vasco de Administración Pública–Marcial Pons, Madrid,
1996, pp. 823 y ss.; en concreto, p. 826.
4
Ernst FRIESENHAHN: La Giurisdizione Costituzionale nella Repubblica Federale Tedesca, Giuffrè,
Milano, 1973, p. 3.
928 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
5
Ernst BENDA: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit der Bundesrepublik Deutschland”, en Christian
STARCK y Albrecht WEBER (Hrsg.), Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Nomos Verlagsgesellschaft,
Baden-Baden, 1986, pp. 121 y ss.; en concreto, p. 124.
6
Cfr. al respecto, Jean-Claude BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois en République
Fédérale d´Allemagne, Economica, Paris, 1982, en particular, pp. 16-21.
7
Kurt SONTHEIMER: Antidemokratischen Denken in der Weimarer Republik, München, 1968, p.
75. Cit. por Giuseppe VOLPE: L´ingiustizia delle leggi (Studi sui modelli di giustizia costituzionale),
Giuffrè, Milano, 1977, p. 100.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 929
8
Entre otros conocidos defensores de la misma tesis habría que mencionar a Heinrich Triepel,
quien, como recuerda José Luis Carro (en el “Prólogo” a la obra de Heinrich TRIEPEL, Staatsrecht
und Politik, en su traducción española, Derecho público y política, Civitas, Madrid, 1974, p. 19),
no sólo defendió la necesaria vinculación del legislador al principio de igualdad, sino, asimismo,
el reconocimiento de un derecho de control judicial de las normas bajo el prisma de los derechos
fundamentales, todo ello en el mismo III Congreso de la Asociación de Profesores alemanes de Derecho
público.
9
Erich KAUFMANN, en las publicaciones (Veröffentlichungen) del Congreso de Münster, fasc.
3, p. 19. Cit. por Carl SCHMITT: Der Hüter der Verfassung, Tübingen, 1931. Manejamos la versión
española, La defensa de la Constitución, traducción de Manuel Sánchez Sarto, Tecnos, Madrid, 1983,
p. 54, nota 19.
10
Oskar BÜLOW: Gesetz und Richteramt, Neudruck der Ausgabe Leipzig 1885 (reimpresión de la
edición de Leipzig en 1885 por Duncker & Humblot), Scientia Verlag Aalen, 1972.
930 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
11
Giuseppe VOLPE: L´ingiustizia delle leggi, op. cit., pp. 103-104.
12
Carl SCHMITT: La defensa de la Constitución, op. cit., p. 52.
13
Ibidem, pp. 46 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 931
14
Cfr. al efecto, Adriano GIOVANNELLI: “Alcune considerazioni sul modello della Verfassungsge-
richtsbarkeit kelseniana nel contesto del dibattito sulla funzione <politica> della Corte Costituzionale”,
en Scritti su la Giustizia Costituzionale (In onore di Vezio Crisafulli), vol. I, CEDAM, Padova, 1985, pp.
381 y ss.; en concreto, p. 395.
15
Herman HELLER: “Rechtsstaat oder Diktatur?”, en Die Neue Rundschau, Fischer Verlag,
Berlin, 1929. Manejamos la traducción española, “¿Estado de Derecho o Dictadura?, en Escritos
políticos, (Prólogo y selección de Antonio López Pina), Alianza Editorial, Madrid, 1985, pp. 283 y ss.;
en concreto, pp. 288-289.
932 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
16
Edouard LAMBERT: Le gouvernement des juges et la lutte contre la législation sociale aux États-
Unis (L´expérience américaine du contrôle judiciaire de la constitutionnalité des lois), Marcel Giard
& Cie., Paris, 1921. En versión italiana, Il governo dei giudici e la lotta contro la legislazione sociale
negli Stati Uniti (L´esperienza americana del controllo giudiziario della costituzionalità delle leggi),
a cura di Roberto D´Orazio, Giuffrè Editore, Milano, 1996.
17
Klaus von BEYME: “The Genesis of Constitutional Review in Parliamentary Systems”, en
Christine Landfried (ed.), Constitutional Review and Legislation (An International Comparison), Nomos
Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1988, pp. 21 y ss.; en concreto, p. 29.
18
A mayor abundamiento, el propio von Beyme (Ibidem, p. 29) recuerda que “in the commentaries
on Kelsen´s Collection of Austrian Constitutional Laws, it is even stated explicitly: <In all the drafts,
the Swiss Constitution served as an example, alongside the Imperial German one>”. (Hans KELSEN,
ed., Die Verfassungsgesetze der Republik Oesterreich, Teil 5, Deuticke, Wien, 1922, p. 55).
19
Hans KELSEN: “Judicial Review of Legislation. A Comparative Study of the Austrian and the
American Constitution”, en The Journal of Politics, Vol. 4, No. 2, May, 1942, pp. 183 y ss.; en concreto,
pp. 185-186. En versión española, con traducción de Domingo García Belaunde, “El control de la
constitucionalidad de las leyes”, en Ius et Veritas (Revista de la Facultad de Derecho de la PUC del
Perú), Lima, Junio de 1993, pp. 81 y ss. En versión francesa, con traducción de Louis Favoreu, “Le
contrôle de constitutionnalité des lois. Une étude comparative des Constitutions autrichienne et
américaine”, en Revue Française de Droit Constitutionnel, num. 1, 1990, pp. 17 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 933
20
Adriano GIOVANNELLI: “Alcune considerazioni sul modello...”, op. cit., p. 395.
21
Giuseppe VOLPE: L´ingiustizia delle leggi, op. cit., p. 138.
22
Hans KELSEN: “La garantie juridictionnelle de la Constitution” (La Justice constitutionnelle),
en Revue du Droit Public, tome quarante-cinquième, 1928, pp. 197 y ss.; en concreto, p. 200. En
versión española, “La garantía jurisdiccional de la Constitución “ (La Justicia Constitucional), nota
preliminar y revisión de la traducción de Domingo García Belaunde, en Anuario Iberoamericano de
Justicia Constitucional (AIbJC), nº 15, 2011, pp. 249 y ss.
23
“Denn die Aufhebung eines Gesetzes –escribe Kelsen en uno de sus trabajos más emblemáticos–
hat den gleichen generellen Charakter wie die Erlassung eines Gesetzes. Aufhebung ist ja nur Erlassung
mit einen negativen Vorzeichen gleichsam” (Porque la anulación de una ley tiene el mismo carácter
general que la promulgación de una ley. La anulación es, en efecto, sólo una promulgación con un
signo en cierto modo negativo). Hans KELSEN: “Wesen und Entwicklung der Staatsgerichtsbarkeit”,
en Veröffentlichen der Vereinigung der Deutschen Staatsrechtslehrer (VVDStRL), 5. Heft, 1929, pp. 30 y
ss.; en concreto, p. 54.
934 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
24
Hans KELSEN: “Wesen und Entwicklung der Staatsgerichtsbarkeit”, op. cit., p. 54.
25
Cfr. al efecto, Giuseppe VOLPE: L´ingiustizia delle leggi, op. cit., pp. 157 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 935
26
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law”, en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, No. 2, December, 1928, pp. 149 y ss., y pp. 365 y ss.;
en concreto, pp. 409 y 152, respectivamente. Publicado igualmente, con el mismo título, por Great
Seal Books (A Division of Cornell University Press), 5th printing, Ithaca, New York, 1963.
27
“By a limited constitution, –escribe Hamilton en el nº 78 del Federalist– I understand one which
contains certain specified exceptions to the legislative authority”, para añadir casi inmediatamente
después que “(l)imitations of this kind can be preserved in practice no other way than through the
medium of the courts of justice; whose duty it must be to declare all acts contrary to the manifest
tenor of the constitution void”. Alexander HAMILTON, James MADISON and John JAY: The Federalist
or, the New Constitution, edited by Max Beloff, Basil Blackwell, Oxford (Great Britain), 1948, p. 397.
En edición española, El Federalista, Fondo de Cultura Económica, 1ª reimpresión de la 2ª edición,
México, 1974.
28
Gustavo ZAGREBELSKY: La giustizia costituzionale, Il Mulino, Bologna, 1977, p. 321.
29
Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA: La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional,
Civitas, Madrid, 1981, pp. 133-134.
936 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
30
Alessandro PIZZORUSSO: “I sistemi di giustizia costituzionale: dai modelli alla prassi”, en
Quaderni Costituzionali, Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 521 y ss.; en concreto, p. 527.
31
Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA: La Constitución como norma..., op. cit., p. 134.
32
Wolfgang HEYDE: “La Jurisdicción”, en Manual de Derecho Constitucional, op. cit., pp. 767 y
ss.; en concreto, pp. 769 y 772.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 937
33
Costantino MORTATI: Istituzioni di Diritto pubblico, tomo II, 9ª ed., CEDAM, Padova, 1976,
pp. 1248-1250.
34
Temistocle MARTINES: Diritto Costituzionale, 8ª ed., Giuffrè, Milano, 1994, p. 522.
938 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
35
Otto BACHOF: Grundgesetz und Richtermacht, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1959.
Manejamos la versión española, Jueces y Constitución, Civitas, Madrid, 1985, pp. 39-40.
36
Alessandro PIZZORUSSO: “I sistemi di giustizia costituzionale...”, op. cit., p. 522.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 939
37
Giuseppino TREVES: “Il valore del precedente nella Giustizia costituzionale italiana”, en La
dottrina del precedente nella giurisprudenza della Corte costituzionale, a cura di Giuseppino Treves,
UTET, Torino, 1971, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 4.
38
Ello explica que Vigoriti haya escrito, en referencia a la Corte Costituzionale, que: “In its place
must come recognition that constitutional judges are the masters, not the servants, of a living constitu-
tion”. Vincenzo VIGORITI: “Italy: The Constitutional Court”, en The American Journal of Comparative
Law, Vol. 20, 1972, pp. 404 y ss.; en concreto, p. 414.
39
Volker HAAK: Normenkontrolle und Verfassungskonforme Gesetzesauslegung des Richters, Ludwig
Röhrscheid Verlag, Bonn, 1963, p. 304.
40
Otto BACHOF: “Der Verfassungsrichter zwischen Recht und Politik”, en Summum Ius Summa
Iniuria (Ringvorlesung gehalten von Mitgliedern der Tübinger Juristenfakultät im Rahmen des Dies
academicus. Wintersemester 1962/63), J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1963, pp. 41 y ss.; en
concreto, p. 48.
940 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
41
Thierry DI MANNO: Le juge constitutionnel et la technique des décisions “interprétatives” en
France et en Italie, Economica–Presses Universitaires d´Aix-Marseille, Paris, 1997, p. 74.
42
Vezio CRISAFULLI: “La Corte Costituzionale ha vent´anni”, en Giurisprudenza Costituzionale,
Anno XXI, 1976, Fasc. 10, pp. 1694 y ss.; en concreto, p. 1703.
43
Silvestri, refiriéndose a la Corte Costituzionale, de la que por cierto es Giudice desde hace unos
años, recuerda que con este tipo de sentencias se ha propiciado una doble interacción hermenéutica:
de la norma constitucional sobre la disposición legislativa y de la evolución de las condiciones socio-
culturales (reflejadas, aunque sólo sea en parte, en la legislación) sobre las mismas disposiciones
constitucionales. Gaetano SILVESTRI: “Le sentenze normative della Corte Costituzionale”, en Scritti
su la Giustizia Costituzionale (In onore di Vezio Crisafulli), CEDAM, Padova, 1985, Vol. I, pp. 755 y ss.;
en concreto, p. 757.
44
Esta vinculación de la interpretación llevada a cabo por la Supreme Court no ha dejado, sin
embargo, de ser objeto de algunos cuestionamientos. Aunque las decisiones de la Supreme Court,
generalmente, se consideran vinculantes para todos, incluyendo al Presidente y al Congreso, Rosenfeld
recuerda que, periódicamente, ha habido impugnaciones recurrentes en relación a esta idea del carácter
vinculante de tales decisiones. Michel ROSENFELD: “El juicio constitucional en Europa y los Estados
Unidos: paradojas y contrastes”, en Revista Iberoamericana de Derecho Procesal Constitucional, nº 8,
Julio/Diciembre 2007, pp. 241 y ss.; en concreto, p. 247.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 941
como para todos los tribunales (“alle Gerichte”) y autoridades (“und Behörden”). El
sentido de esta eficacia vinculante (Bindungswirkung) es la extensión de la fuerza de
cosa juzgada personal de las resoluciones (“die Erstreckung der personellen Rechts-
kraft der Entscheidungen”) frente a todos los órganos estatales (“gegenüber allen
staatlichen Organen”), eficacia vinculante ésta que también se extiende a la ratio
decidendi, o si así se prefiere, a los tragenden Gründe, todo lo cual, según Weber45,
conduce a convertir al BVerfG no sólo en guardián de la Constitución (“Hüter der
Verfassung”), sino también en “intérprete determinante” (“massgeblicher Interpret”)
de la misma. De este modo, si en el marco de una decisión de interpretación
conforme, el BVerfG declara determinadas interpretaciones, posibles en sí mismas,
disconformes con la Constitución, las restantes jurisdicciones no pueden deducir
tales “posibilidades interpretativas” como conformes a la Constitución46. Innecesario
es decir que todo ello redunda en que el Tribunal Constitucional ya no sea tan sólo el
“legislador negativo” que concibiera Kelsen, sino que haya pasado a ser, en bastantes
ocasiones, un verdadero legislador positivo.
Pero es que, incluso en aquellas sentencias que parecen limitarse a expulsar
una norma del ordenamiento jurídico por su contradicción con la Constitución,
el rol del Tribunal Constitucional va más allá del de un mero “legislador nega-
tivo”. Como dijera Leopoldo Elia, siendo Presidente de la Corte Costituzionale,
la motivación de una decisión incluye, implícita o explícitamente, “condizioni
di comportamento conforme a costituzione per il legislatore”47. Aun cuando
la sentencia pueda parecer, en sintonía con la doctrina kelseniana, tan sólo un
contrarius actus, casi siempre es posible superar tal visión, “traendo condiziona-
menti impliciti o espliciti per la futura condotta del legislatore”. Por lo mismo, y
en referencia ya a España, bien creemos poder decir que la trascendencia de la
doctrina constitucional sentada por nuestro Tribunal Constitucional desborda de
lejos la que el Código Civil, con carácter general, atribuye (art. 1º.6) a la jurispru-
dencia ordinaria, que viene a complementar el ordenamiento jurídico. No estamos,
en el caso de la jurisprudencia constitucional, ante un mero complemento del
ordenamiento jurídico, sino ante un componente que va a impregnar la totalidad
de ese mismo ordenamiento al acomodar su significado a la interpretación que de
los principios y preceptos constitucionales va a llevar a cabo el juez constitucional.
Pensemos que en nuestro país, al igual que en Alemania, también se admite de
modo generalizado (aunque, por supuesto, haya quienes piensen lo contrario),
que la eficacia vinculante no se circunscribe tan sólo al fallo, a la parte dispositiva
de la sentencia, sino que se proyecta asimismo a la ratio decidendi, o lo que es
45
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, en
Christian Starck y Albrecht Weber (Hrsg.), Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Teilband I
(Berichte), 2. Auflage, Nomos, Baden-Baden, 2007, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 61.
46
En sentido análogo, quien fuera Presidente del BVerfG, Wolfgang ZEIDLER, en “Cour cons-
titutionnelle fédérale allemande” (7ème Conférence des Cours constitutionnelles européennes), en
Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III, 1987, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 53.
47
Leopoldo ELIA: “Il potere creativo delle Corti costituzionali”, en La Sentenza in Europa. Metodo,
Tecnica e Stile (Atti del Convegno internazionale per l´inaugurazione della nuova sede della Facoltà.
Università degli Studi di Ferrara. Facoltà di Giurisprudenza), CEDAM, Padova, 1988, pp. 217 y ss.;
en concreto, p. 224.
942 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
igual, en los términos de Abraham48, a “the essence, the vitals, the necessary legal
or constitutional core of the decision”.
48
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United
States, England and France), 7th edition, Oxford University Press, New York/Oxford, 1998, p. 245.
49
Nos remitimos al respecto a un artículo de nuestra autoría. Cfr. Francisco FERNÁNDEZ SEGA-
DO: “El control de constitucionalidad de las omisiones legislativas. Algunas cuestiones dogmáticas”,
en Revista de las Cortes Generales, nº 75, Tercer cuatrimestre 2008, pp. 7 y ss.
50
Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale dei diritti di libertà”
(Studio comparativo sul diritto tedesco), en Archivio Giuridico <Filippo Serafini>, Vol. CLXXVIII,
Fascicoli 1-2, Gennaio/Aprile, 1970, pp. 88 y ss.; en concreto, pp. 106-107.
51
Wessel, Juez del BVerfG, en 1952, muy poco después por tanto de que el Tribunal Constitucional
Federal iniciara sus tareas, en un trabajo ya clásico, vino a sentar las bases de la más conocida y
reiterada tipología de las omisiones legislativas. Wessel diferenciará entre las omisiones absolutas
del legislador y las relativas. Las primeras (“Absolutes Unterlassen des Gesetzgebers”) son aquellas
en las que hay una total falta de desarrollo por parte del legislador de una disposición constitucional,
mientras que las omisiones relativas (“relatives Unterlassen”) presuponen una regulación parcial
que, al omitir, por ejemplo, del goce de un derecho a determinados grupos de personas, vienen a
entrañar una violación del principio de igualdad. Cfr. al efecto, WESSEL: “Die Rechtsprechung des
Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”, en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBl), 67.
Jahrgang, Heft 6, 15. März 1952, pp. 161 y ss.; en particular, p. 164.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 943
legislativas. Y para ello, en muchos casos, ambos Tribunales iban a actuar como
auténticos legisladores positivos. La técnica de la declaración de inconstituciona-
lidad sin nulidad (Unvereinbarkeitserklärung) del Tribunal alemán lo ejemplifica
paradigmáticamente, más aún si se tiene en cuenta que, “a posteriori”, el legislador
alemán, mediante la reforma de la Ley del Tribunal Constitucional (BVerfGG)
de 1970, positivaría la creación llevada a cabo en sede jurisdiccional doce años
antes. En Italia, las sentencias manipulativas constituyen asimismo un perfecto
ejemplo de creación normativa. Piénsese sin más en los dos subtipos de tales
decisiones que suelen diferenciarse: sentenze additive y sentenze sostitutive, o más
recientemente, en las “sentencias aditivas de principios”, e incluso, en cierto modo,
en las sentenze-monito, en las que la Corte Costituzionale recurre a la técnica de
dar avisos, sugerencias o advertencias (monito) al legislador.
La gran novedad a destacar de la justicia constitucional de la segunda posguerra,
puesta de relieve de uno u otro modo por numerosos autores52, es pues, la de que
los Tribunales Constitucionales no circunscriben su rol al de simples “legisladores
negativos”. El horror a los vacíos normativos, el principio de conservación de la
norma, en coherencia con las exigencias dimanantes del principio de seguridad
jurídica, la conveniencia de evitar problemas mayores de los que se tratan de atajar
con las sentencias declaratorias de la inconstitucionalidad, con la subsiguiente
búsqueda de fórmulas más flexibles que la pura dicotomía validez/nulidad53, la
multiplicación del número de leyes, de lo que constituye buena muestra el fenómeno
de las llamadas leggine en Italia, la reconocida naturaleza objetiva de los derechos,
que exige su interpretación como un orden objetivo de valores, la enorme relevancia
que ha asumido el principio de igualdad en su doble vertiente formal y material,
y un dispar conjunto de razones estructurales que tienen bastante que ver con las
nuevas exigencias del Estado de nuestro tiempo, y en particular, con los problemas
redistributivos del Estado social, respecto a los cuales, como afirma Weber54 en
relación al BVerfG, en una reflexión proyectable a otros órganos análogos, éste
órgano siempre debe incidir con carácter correctivo, tanto en el reconocimiento
52
Pensemos en que ya Calamandrei, en los años cincuenta, se manifestaba en tal sentido, al poner
de relieve que la Corte Costituzionale, si bien su consideración era aplicable a cualquier otro Tribunal
Constitucional, lejos de circunscribir su función a la mera anulación de normas, desempeñaba una
función positiva que se manifestaba en una doble vertiente: una acción de estímulo frente al legislador
y una cooperación activa al indirizzo politico, resultante de que, más allá del efecto negativo, expreso
en la parte dispositiva de la sentencia, de anulación de la ley contraria a la Constitución, las conside-
raciones efectuadas por la Corte en los fundamentos jurídicos de la sentencia tenían un significado
positivo de cooperación activa al indirizzo politico. Piero CALAMANDREI: “Corte Costituzionale e
autorità giudiziaria”, en Rivista di Diritto Processuale, 1956, I, pp. 7 y ss. Trabajo recogido en la obra
del propio autor, que manejamos, Studi sul processo civile, vol. 6º, CEDAM, Padova, 1957, pp. 210 y
ss.; en concreto, p. 258.
53
Como sostiene Modugno, la estricta alternativa accoglimento/rigetto dispuesta en el diseño
constituyente italiano, no fue sino fruto de la ingenuidad (quizá también, añadiríamos por nuestra
cuenta, del potente influjo de esa idea-fuerza que fue la del “legislador negativo”), pues las sentencias
interpretativas, en su variada tipología, representan una respuesta realista y siempre flexible frente
a los requerimientos de un diseño abstracto y rígido. Franco MODUGNO: “Corte Costituzionale e
potere legislativo”, en Paolo Barile, Enzo Cheli y Stefano Grassi (a cura di), Corte Costituzionale e
sviluppo della forma di governo in Italia, Il Mulino, Bologna, 1982, pp. 19 y ss.; en concreto, p. 48.
54
Albrecht WEBER: “Alemania”, en Eliseo Aja (editor), Las tensiones entre el Tribunal Constitucional
y el Legislador en la Europa actual, Editorial Ariel, Barcelona, 1998, pp. 53 y ss.; en concreto, p. 84.
944 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
55
Vezio CRISAFULLI: “La Corte costituzionale ha vent´anni”, op. cit., p. 1704.
56
Piero CALAMANDREI: “La ilegitimidad constitucional de las leyes en el proceso civil”, en su
obra Instituciones de Derecho Procesal Civil (Estudios sobre el proceso civil), traducción de Santiago
Sentís Melendo, Librería El Foro, Buenos Aires, 1996, Vol. III, pp. 21 y ss.; en concreto, pp. 32-33.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 945
El primero de los rasgos diferenciales entre los dos grandes modelos atañe
al órgano legitimado para llevar a cabo el control. Ya se ha dicho, y es de sobra
57
Mauro CAPPELLETTI: Il controllo giudiziario di costituzionalità delle leggi nel diritto comparato,
settima ristampa inalterata, Giuffrè, Milano, 1978, p. 95.
58
Mauro CAPPELLETTI: “Judicial Review in Comparative Perspective”, en California Law
Review (Cal. L. Rev.), Vol. LVIII, 1970, pp. 1017 y ss.; en concreto, p. 1053. En versión francesa, “Le
contrôle juridictionnel des lois en Droit comparé”, en la obra del propio autor, Le pouvoir des juges,
Economica–Presses Universitaires d´Aix-Marseille, Paris, 1990, pp. 179 y ss.
946 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
59
Hartmut SÖHN: “Die abstrakte Normenkontrolle”, en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz
(Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens des Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von
Christian Starck, Erster Band (Verfassungsgerichtsbarkeit), J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen,
1976, pp. 292 y ss.
60
Theo ÖHLINGER: “La giurisdizione costituzionale in Austria”, en Quaderni Costituzionali,
Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 535 y ss.; en concreto, p. 542.
61
Recordemos que Kelsen admitía, que la mayor garantía en orden al desencadenamiento del
procedimiento de control de constitucionalidad consistía ciertamente en la previsión de una actio
popularis, de acuerdo con la cual, el VfGH habría de proceder al control a instancia de cualquiera.
“C´est incontestablement de cette façon que l´intérêt politique qu´il y a à l´élimination des actes
irréguliers recevrait la satisfaction la plus radicale”. A partir de tal reconocimiento, Kelsen considera
esta solución como no recomendable, porque la misma entrañaría un muy considerable peligro de
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 947
I. Una segunda diferencia entre los dos sistemas atañe al carácter incidental
o principal del control. Recordemos que en el sistema de la judicial review la ley
acciones temerarias “et le risque d´un insupportable encombrement des rôles”. Sin embargo, casi de
inmediato, Kelsen se manifiesta favorable a un acercamiento del recurso de inconstitucionalidad a la
actio popularis, a cuyo efecto postula que se permita a las partes de un proceso judicial o administra-
tivo provocar tal control de constitucionalidad frente a actos de autoridades públicas (resoluciones
judiciales o actos administrativos) cuando entendieren que tales actos, aun siendo inmediatamente
regulares, se hubieren realizado en ejecución de una norma irregular (ley inconstitucional o reglamento
ilegal). Hans KELSEN: “La garantie juridictionnelle de la Constitution”, op. cit., pp. 245-246.
62
Francisco RUBIO LLORENTE: La forma del poder (Estudios sobre la Constitución), Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, p. 588.
948 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
63
Hans KELSEN: “Judicial Review of Legislation. A Comparative Study...”, op. cit., pp. 192-193.
64
Charles WARREN: “The First Decade of the Supreme Court of the United States”, en The
University of Chicago Law Review (U. Chi. L. Rev.), Vol. 7, 1939-1940, pp. 631 y ss.; en concreto,
p. 646.
65
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States. Its Foundation, Methods and
Achievements. An Interpretation, Columbia University Press, New York, 1928, pp. 29-30. En la versión
española, La Suprema Corte de los Estados Unidos, 2ª ed. española, Fondo de Cultura Económica,
México, 1971, p. 53.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 949
66
El propio Charles Evans Hughes, ocupando la Chief Justiceship, y expresando la opinión de
la Corte en el caso Aetna Life Insurance Co. v. Haworth (1937), razonaba, que “una controversia
jurisdiccional se distingue de una diferencia o disputa de carácter hipotético o abstracto (...). La
controversia debe ser determinada y concreta, con referencia a las relaciones jurídicas de las partes
que tengan intereses jurídicos opuestos (...). Debe ser una controversia real y sustancial que admita
un remedio específico a través de una resolución de carácter definitivo”.
67
C. Herman PRITCHETT: La Constitución Americana, Tipográfica Editora Argentina, Buenos
Aires, 1965, p. 136.
68
James Allan C. GRANT: “Judicial Control of Legislation. A Comparative Study”, en The American
Journal of Comparative Law, Vol. III, number 2, Spring 1954, pp. 186 y ss.; en concreto, pp. 191-192.
69
Hans KELSEN: “Judicial Review of Legislation. A Comparative Study...”, op. cit., p. 193.
70
James Allan C. GRANT: “Judicial Control of Legislation...”, op. cit., p. 192.
950 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
al que con anterioridad nos referimos, y ello por cuanto, siguiendo el sistema
usado largo tiempo en México, la Ley de 1937 dispuso que cuando la validez de
una ley federal fuera cuestionada por un litigante, el tribunal debía de proceder
a notificarlo al Attorney General, a fin de permitirle que fuera parte en el caso71.
La Ley concedía asimismo al ejecutivo la facultad de recurrir en apelación ante
la Supreme Court una sentencia dictada por un tribunal federal, por la que una
ley federal fuera declarada contraria a la Constitución, lo que posibilitaba al
ejecutivo federal el derecho a intervenir judicialmente en cualquier acción entre
particulares, convirtiéndose así en una de las partes a los efectos de la presentación
de pruebas y de la argumentación de la cuestión constitucional. Con anterioridad a
la Judiciary Act de 1937, en semejantes casos, no siendo parte los Estados Unidos,
a sus representantes legales no les cabía otra opción que la de comparecer en el
proceso como amici curiae, opción claramente insuficiente.
El valor de la nueva norma legal quedó demostrado pocos años después, en el
caso United States v. Johnson (1944). El pleito surgió en torno a la cuestión de la
validez de las normas relativas al control de los alquileres, que había establecido
la Emergency Price Control Act de 1942, considerando el tribunal, en el pertinente
proceso, que la norma legal era unconstitutional. En apelación, la sentencia
fue anulada y la petición considerada como colusoria, porque se probó que el
demandante había formulado la demanda con un nombre ficticio a instancias del
demandado, que había contratado al abogado del demandante y pagado todos los
gastos judiciales. Tales hechos no habrían salido a la luz si el Attorney General no
hubiera podido personarse como parte, lo que fue posible gracias a la Ley de 1937.
Como puede apreciarse, desde la perspectiva del Derecho norteamericano,
el interés público pasó a hacer acto de presencia hace tres cuartos de siglo en
los procesos en los que pudiera ventilarse la inconstitucionalidad de “a national
statute”. Pero también desde la óptica de los sistemas de corte kelseniano nos
encontramos con una importantísima relativización de la diferencia que ahora
estamos analizando.
71
En el comentario relativo a la legislación (particularmente a la Judiciary Act de 1937) que se
lleva a cabo en la Harvard Law Review (Harv. L. Rev., Vol. LI, No. 4, February 1938, pp. 148-155, en
particular, pp. 148-149), puede leerse, en relación a la finalidad perseguida por este texto legal, lo
siguiente: “The chief purpose of the Act is to remove the possibility of having a federal statute declared
unconstitutional in a suit to which the United States was not a party, and in which the relation of
the litigants was such that a proper presentation of the case in favor of the validity of the statute in
question was not obtained”.
72
Alessandro PIZZORUSSO: “I sistemi di giustizia costituzionale: dai modelli alla prassi”, op. cit.,
p. 522.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 951
73
Francisco RUBIO LLORENTE: La forma del poder (Estudios sobre la Constitución), op. cit.,
p. 511.
952 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
Una última y doble diferencia entre los dos sistemas atañe a la extensión y
naturaleza de los efectos de las sentencias estimatorias de la inconstitucionalidad
de la norma impugnada.
En el modelo norteamericano, en sentido estricto, el Juez no anula la ley sino
que declara una nulidad preexistente, por lo que se limita a inaplicar la ley que
considera contradictoria con la Constitución. Estaríamos, pues, ante una sentencia
declarativa. En sintonía con ello, los efectos de la declaración son retroactivos (ex
tunc) y, dado el carácter incidental de la demanda, limitados al caso concreto (inter
partes); dicho de otro modo, y en términos de Calamandrei, se trata de un control
“especial”, no “general”. Incidiendo en estos mismos rasgos, Grant75 ha procedido
a sintetizarlos con meridiana claridad: “The American doctrine –escribía el
conocido profesor americano– is based upon a single concept: a statute contrary
to the Constitution is void. The unconstitutional law does not became unenforce-
able when it is declared unconstitutional by a court; it is void ab initio –from the
beginning– and the court cannot apply it because of its nullity”76.
74
Javier JIMÉNEZ CAMPO: “Consideraciones sobre el control de constitucionalidad de la ley
en el Derecho español”, en La Jurisdicción Constitucional en España (La Ley Orgánica del Tribunal
Constitucional. 1979-1994), Tribunal Constitucional–Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1995, pp. 71 y ss.; en concreto, pp. 77-78.
75
James Allan C. GRANT: “Judicial Control of Legislation. A Comparative Study”, op. cit., p. 190.
76
Años antes, Corwin se había pronunciado en términos muy parejos. “When the Supreme Court
of the United States pronounces an act of Congress <void>, it ordinarily means void ab initio, because
beyond the power of Congress to enact, and it furthermore generally implies that it would similarly
dispose of any future act of the same tenor”. Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background
of American Constitutional Law”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, No. 2, December,
1928, pp. 149 y ss., y 365 y ss.; en concreto, pp. 371-372.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 953
77
Hans KELSEN: Wer soll der Hüter der Verfassung sein?, 1931. Manejamos el texto en versión
española, traducido por Roberto J. Brie, ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución?, Tecnos,
Madrid, 1995, pp. 36-37.
78
Adriano GIOVANNELLI: “Alcune considerazioni sul modello della Verfassungsgerichtsbarkeit
kelseniana...”, op. cit., pp. 388-389.
79
Kelsen admite una sola excepción frente a la regla general de exclusión de fuerza retroactiva
de la sentencia: la ley anulada por la sentencia constitucional no puede ya ser aplicada al caso que
dio lugar al control jurisdiccional y subsiguiente anulación de la ley. Esta salvedad la justifica Kelsen
como una necesidad técnica. “This retroactive force, –escribe el gran jurista austriaco– exception-
ally granted to the judgement of annulment, was a technical necessity, because without it the
authorities charged with the application of the law (that is, the judges of the Supreme Court and of
the Administrative Court respectively) would not have had an immediate and consequently sufficiently
cogent interest to cause the intervention of the Constitutional Court”. Innecesario es decir que cuando
Kelsen escribe esto, ya regía en Austria la reforma constitucional de 1929, que como ya se ha expuesto,
introducía limitadamente la que, con términos del ordenamiento español, llamaríamos cuestión de
inconstitucionalidad. Hans KELSEN: “Judicial Review of Legislation. A Comparative Study of the
Austrian and the American Constitution”, op. cit., p. 196.
954 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
80
Ugo MATTEI: Stare Decisis. Il valore del precedente giudiziario negli Stati Uniti d´America, Giuffrè
Editore, Milano, 1988, pp. 12-13.
81
Ibidem, p. 35.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 955
en el más clásico estudio sobre el rol del poder judicial norteamericano, definiera
en términos devenidos clásicos del siguiente modo: “stare decisis is at least the
everyday working rule of our law”82, dándole por lo mismo la naturaleza propia
de una regla o pauta cotidiana.
La Supreme Court, desde luego, es libre de separarse de sus propios prece-
dentes en materia constitucional, como defendiera en una dissenting opinion
el prestigioso Justice Louis Brandeis, nombrado Juez del Tribunal en 1916 a
propuesta del Presidente Woodrow Wilson. La reflexión de Brandeis se convirtió
en la justificación teórica de un número relativamente elevado de casos de “cambio
de ruta” constitucional. Pero no sería tal Juez el único que se iba a manifestar en
tal dirección. Cardozo, –que llegaría a la Corte Suprema en 1932, permaneciendo
como Juez en ella hasta el año de su muerte, 1938, siendo por tanto colega de Bran-
deis en la Corte durante seis años– en su célebre obra sobre el proceso judicial, se
manifestaba dispuesto a admitir, que aunque la regla de la adhesión al precedente
no debía ser abandonada, sí podía ser en alguna medida relativizada, relajada,
cuando el precedente se encontrara incoherente con el sentido de la justicia o con
el bienestar social83. Aunque no deja de ser significativa la facilidad de la Supreme
Court para mutar su jurisprudencia, en teoría, esta facultad de overruling se acepta
tan sólo cuando se asienta en una especial justificación. En último término, bien
podría afirmarse con Abraham84, que “stare decisis is a principle of policy and not a
mechanical formula of adherence to the latest decision”. Y que la regla stare decisis
no pueda, ni deba, ser una fórmula mecánica es algo que se puede entender muy
bien si se tiene en cuenta la reflexión crítica que en relación a una visión estática
del principio de seguridad en el Derecho, formulara a mediados del pasado siglo
el Justice William Orville Douglas, uno de los que más años ha pasado en la Corte
(fue Juez entre 1939 y 1975), quien consideraría que “security can only be achieved
through constant change, through the wise discarding of old ideas that have
outlived their usefulness and through the adapting of others to current facts”85.
Hay tan sólo –concluía el Justice Douglas– una ilusión de seguridad en una “línea
Maginot” (“Maginot Line”). Por lo demás, la Supreme Court ha considerado que
sus propias resoluciones judiciales vinculan a las restantes jurisdicciones, no sólo a
las federales, sino también a las estatales en materia federal o de interés nacional.
La teoría clásica del precedente, que siempre se fundó en la distinción teórica
entre la ratio decidendi y el obiter dictum, ha sufrido una profunda grieta respecto
82
Benjamin Nathan CARDOZO: The Nature of the Judicial Process, 36th printing, Yale University
Press, New Haven and London, 1975, p. 20.
83
“I am ready to concede –escribe Cardozo– that the rule of adherence to precedent, though it
ought not to be abandoned, ought to be in some degree relaxed. I think that when a rule, after it has
been duly tested by experience, has been found to be inconsistent with the sense of justice or with
the social welfare, there should be less hesitation in frank avowal and full abandonment”. Benjamin
N. CARDOZO: The Nature of the Judicial Process, op. cit., p. 150.
84
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process. An Introductory Analysis..., op. cit., p. 360.
85
William O. DOUGLAS: “Stare decisis”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Vol. 49, No.
6, June, 1949, pp. 735 y ss.; en concreto, p. 735.
956 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
86
Ugo MATTEI: Stare Decisis. Il valore del precedente..., op. cit., p. 297.
87
Edouard LAMBERT: “Quatre années d´exercise du contrôle de la constitutionnalité des lois par
la Cour suprême des États-Unis”, en Mélanges Maurice Hauriou, Recueil Sirey, Paris, 1929, pp. 467 y
ss.; en concreto, p. 481.
88
“Quand il s´agit d´arrêts constitutionnels –escribe de nuevo Lambert (Ibidem)– (le ruling) a
infiniment plus d´autorité que les arrêts de règlement de nos anciens parlements –qu´une ordonnance
royale pouvait abroger–, tandis que ces rulings font la loi aux législatures”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 957
89
Mauro CAPPELLETTI: “Judicial Review in Comparative Perspective”, op. cit., p. 1043.
90
Hans KELSEN: “Judicial Review of Legislation. A Comparative Study of the Austrian and the
American Constitution”, op. cit., p. 190.
958 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
91
En análogo sentido, Ángel LATORRE SEGURA y Luis DÍEZ-PICAZO: “Tribunal Constitutionnel
espagnol” (7ème Conférence des Cours constitutionnelles européennes), en Annuaire International de
Justice Constitutionnelle, III, 1987, pp. 85 y ss.; en concreto, p. 132.
92
Recordemos que Kelsen, tras defender, por exigencias de la seguridad jurídica, el efecto pro
futuro de una sentencia de inconstitucionalidad, escribe: “Il faut même envisager la possibilité de ne
laisser l´annulation entrer en vigueur qu´à l´expiration d´un certain délai. De même qu´il peut y avoir
des raisons valables de faire précéder l´entrée en vigueur d´une norme générale (...) d´une vacatio
legis, de même il pourrait y en avoir qui porteraient à ne faire sortir de vigueur une norme générale
annulée qu´à l´expiration d´un certain délai après le jugement d´annulation”. Hans KELSEN: “La
garantie juridictionnelle de la Constitution”, op. cit., pp. 218-219.
93
Karl KORINEK und Andrea MARTIN: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in Österreich”, en
Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Christian Starck/Albrech Weber (Hrsg.), 2. Auflage, Nomos,
Baden-Baden, 2007, Teilband I (Berichte), pp. 67 y ss.; en concreto, p. 80.
94
No es éste ni mucho menos el único ejemplo que se puede mencionar. Recientemente, también
en Francia se ha optado por una fórmula semejante. La Ley constitucional nº 2008-724, de 23 de julio
de 2008, de modernización de las instituciones de la V República (Journal Officiel de la République
Française, 24 juillet 2008), adiciona al art. 62 de la Constitución un nuevo párrafo a tenor del cual,
una disposición declarada inconstitucional con fundamento en el nuevo art. 61-1 (que introduce
en la justicia constitucional francesa la excepción de inconstitucionalidad, correspondiendo su
planteamiento al Conseil d´État o a la Cour de cassation) es abrogada a partir de la publicación de
la decisión, si bien se faculta al Conseil constitutionnel a que fije en su decisión una fecha ulterior,
y asimismo, a que determine “les conditions et limites dans lesquelles les effets que la disposition a
produits sont susceptibles d´être remis en cause”.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 959
dado origen al fallo (excepción, como ya dijimos, admitida asimismo por Kelsen),
facultan al Tribunal Constitucional para que disponga otra cosa en la sentencia de
anulación; dicho de otro modo, el Tribunal dispone de una potestad discrecional
en orden a proyectar retroactivamente los efectos de su sentencia, lo que supone
una notable relativización del principio kelseniano de los efectos ex nunc.
95
Enrico Tullio LIEBMAN: “Contenuto ed efficacia delle decisioni della Corte costituzionale”, en
Rivista di Diritto Processuale, Vol. XII, 1957, pp. 507 y ss.; en concreto, p. 512.
96
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, en
Christian Starck und Albrecht Weber (Hrsg.), Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Teilband I
(Berichte), 2. Auflage, Nomos, Baden-Baden, 2007, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 60.
97
Entre la doctrina foránea, un excelente conocedor de la justicia constitucional alemana como
es D´Orazio ha escrito en la misma dirección: “... nell´ordinamento tedesco-federale (come in quello
degli Stati Uniti d´America) la legge incostituzionale, anche prima della sentenza, è considerata nulla
ab origine”. Giustino D´ORAZIO: “Il legislatore e l´efficacia temporale delle sentenze costituzionali
(nuovi orizzonti o falsi miraggi?)”, en Effetti temporali delle sentenze della Corte costituzionale anche
con riferimento alle esperienze straniere, Giuffrè, Milano, 1989, pp. 345 y ss.; en concreto, p. 365.
960 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
98
Análogamente, Hans LECHNER und Rüdiger ZUCK: Bundesverfassungsgerichtsgesetz Kom-
mentar, 5. Auflage, Verlag C. H. Beck, München, 2006, p. 412.
99
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”, en Revista
Española de Derecho Constitucional, nº 5, Mayo/Agosto 1982, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 58.
100
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber
Appellieren?”, en Festschrift für Gebhard Müller (Zum 70. Geburtstag des Präsidenten des Bundesver-
fassungsgerichts), Herausgegeben von Theo Ritterspach und Willi Geiger, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1970, pp. 355 y ss.; en concreto, pp. 364-365.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 961
de sus decisiones101, y no sólo, añadiríamos por nuestra cuenta, las políticas, sino
también las económicas y las sociales. Como dijera Krüger102, es difícil imaginar
que, según el sano criterio de la jurisdicción constitucional, se pueda disponer la
posibilidad de condenar al Estado a su ruina en nombre del Derecho. Pero esto,
que hoy nos resulta bastante obvio, no siempre lo fue así, pudiendo recordarse
al respecto que el Tribunal Supremo del Reich (Reichsgericht) sostuvo la opinión
de que poseía el derecho de resolver sin atender a las consecuencias prácticas de
sus fallos.
101
En similar sentido se pronuncia Klaus SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal Alemán”,
en Tribunales Constitucionales y Derechos Fundamentales, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1984, pp. 133 y ss.; en concreto, p. 201.
102
Herbert KRÜGER: Allgemeine Staatslehre, Kohlhammer Verlag, Stuttgart/Berlin/Köln/Mainz,
1966, p. 620.
103
A tenor del primer párrafo del art. 136: “Quando la Corte dichiara l´illegittimità costituzionale
di una norma di legge o di atto avente forza di legge, la norma cessa di avere efficacia dal giorno
successivo alla pubblicazione della decisione”.
104
Atendiendo al art. 136 de la Constitución, que en el momento en que escribía aún no había sido
desarrollado por la importante Ley de 11 de marzo de 1953, nº 87 (Norme sulla costituzione e sul
funzionamento della Corte costituzionale), cuyo art. 30, párrafo tercero, introducirá una relevante
matización respecto de la citada previsión constitucional, Calamandrei, aun admitiendo la existencia
de no pocas dificultades en la interpretación del art. 136, ante la cuestión de si las leyes viciadas de
ilegitimidad constitucional eran nulas o anulables, se inclinaba por la interpretación de que el control
de legitimidad constitucional en el ordenamiento italiano se hallaba construido como control de
anulación, no como control de nulidad. Recurriendo en su apoyo a Kelsen, Calamandrei añadía que
la anulación de la ley ilegítima no tiene efecto retroactivo. Piero CALAMANDREI: “La ilegitimidad
constitucional de las leyes en el proceso civil”, op. cit., pp. 96 y 98.
105
En 1956, atendiendo primigeniamente a la previsión del penúltimo párrafo del art. 30 de la Ley
de 11 de marzo de 1953, nº 87 (a cuyo tenor: “Le norme dichiarate incostituzionali non possono avere
applicazione dal giorno successivo alla pubblicazione della decisione”), el gran procesalista italiano
escribía: “In questo modo la dichiarazione di inefficacia ex nunc, come sembrava fosse chiaramente
voluta dall´art. 136 della Costituzione, è diventata un annullamento”. Piero CALAMANDREI: “Corte
costituzionale e autorità giudiziaria” , en Rivista di Diritto processuale, Anno XI, Gennaio/Marzo 1956,
pp. 7 y ss.; en concreto, p. 26.
106
“Senonché l´annullamento, proprio perciò, implica l´inefficacia ex tunc dell´atto annullato; in
altri termini ha logicamernte effetto retroattivo. Perciò una costituzione, la quale, come avviene in
Italia, fa decorrere l´inefficacia della legge, che la Corte costituzionale riconosce invalida, solo dal
giorno successivo alla decisione, sembra contrastare all´ipotesi dell´annullamento. Questa è stata la
difficoltà, che ha travagliato assai gli interpreti dell´art. 136 della Costituzione italiana e costituisce,
probabilmente, il più problematico degli aspetti dell´istituto”. En tales términos se pronunciaba el
gran maestro romano. Francesco CARNELUTTI: “Aspetti problematici del processo al legislatore”,
en Rivista di Diritto processuale, Anno XIV, nº 1, Gennaio/Marzo 1959, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 6.
962 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
107
Aldo M. SANDULLI: “Natura, funzione ed effetti delle pronunce della Corte costituzionale
sulla legittimità delle leggi”, en Rivista trimestrale di Diritto pubblico, Anno IX, 1959, pp. 23 y ss.; en
concreto, pp. 41-42.
108
“Cour constitutionnelle italienne” (artículo sin ninguna referencia a la autoría, de responsabi-
lidad directa de la propia Corte Costituzionale), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle,
III, 1987, pp. 165 y ss.; en concreto, pp. 172-173.
109
Cfr. al respecto, Adele ANZON: “Nuove tecniche decisorie della Corte costituzionale”, en
Giurisprudenza Costituzionale, Anno XXXVII, Fasc. 4, Luglio/Agosto 1992, pp. 3199 y ss.; en concreto,
p. 3203.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 963
110
Roberto ROMBOLI: “Italia”, en Eliseo Aja (editor), Las tensiones entre el Tribunal Constitucional
y el Legislador en la Europa actual, Editorial Ariel, Barcelona, 1998, pp. 89 y ss.; en concreto, p. 118.
111
Antonio RUGGERI e Antonino SPADARO: Lineamenti di Giustizia Costituzionale, 2ª edizione,
Giappichelli, Torino, 2001, p. 189.
112
Paolo BARILE: “Considerazione sul tema”, en Effetti temporali delle sentenze della Corte costi-
tuzionale anche con riferimento alle esperienze straniere (Atti del Seminario di Studi tenuti al Palazzo
964 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
haga presente como regla sustantiva en las relaciones ya agotadas. Ello, por lo
demás, está lejos de ser extraño, pues la teoría de la nulidad de los actos, aún
entrañando la desaparición de los efectos jurídicos producidos por el acto nulo,
nunca es tan radical como para privar de todo efecto a cualquier relación jurídica
surgida al amparo del acto legislativo presuntamente válido cualquiera que fuere
la situación jurídica en que tal relación se encontrare. De ahí que las situaciones
agotadas, consolidadas por medio de una sentencia con fuerza de cosa juzgada (res
judicata), en aras del trascendental principio de la seguridad jurídica, quedan al
margen de todo efecto retroactivo, a salvo, claro es, la retroactividad in bonum. El
Tribunal Constitucional, por si cupiese alguna duda, se ha encargado de precisar
que esa nulidad que se anuda a la inconstitucionalidad de una norma no es otra
que la nulidad ab initio. El juez constitucional ha tenido ocasión de recordar, que
la inconstitucionalidad desencadena los efectos propios de la nulidad a radice113
o de la invalidez de la norma ex origine114.
El planteamiento ante el Tribunal de asuntos cuya resolución entrañaba una
especial complejidad le iba a llevar a modular, progresivamente, los efectos de
sus decisiones. Sería la Sentencia 45/1989 la que marcaría un decisivo punto de
inflexión en torno a esta cuestión. El Tribunal abordaba en ella la posible incons-
titucionalidad de la tributación conjunta para los miembros de un matrimonio
exigida por la Ley del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas, entendiendo
que lo que resultaba constitucionalmente ilegítimo no era la sujeción conjunta al
impuesto, sino el hecho de que la carga tributaria que pesaba sobre una persona
integrada en una unidad familiar fuere mayor que la correspondiente a otro
contribuyente con idéntico nivel de renta, pero no integrado en una unidad de
este género.
Al tratar de discernir los efectos de su decisión, el Tribunal se iba a plantear
por primera vez con algún detenimiento la posibilidad de romper la conexión
entre inconstitucionalidad y nulidad115. A su juicio, “ni esa vinculación entre
inconstitucionalidad y nulidad es (...) siempre necesaria, ni los efectos de la
nulidad en lo que toca al pasado vienen definidos por la Ley (afirmación, dicho
sea al margen, por entero inexacta, bastando para constatarlo con atender al art.
40.1 LOTC), que deja a este Tribunal la tarea de precisar su alcance, dado que la
categoría de la nulidad no tiene el mismo contenido en los distintos sectores del
ordenamiento”. A partir de aquí, el Juez constitucional considera que la conexión
entre inconstitucionalidad y nulidad quiebra, entre otros casos, en aquellos en los
que la razón de la inconstitucionalidad del precepto reside, no en determinación
textual alguna, sino en su omisión. El Tribunal estima además, que la sanción de
nulidad, como medida estrictamente negativa, es manifiestamente incapaz para
reordenar el régimen del Impuesto sobre la Renta en términos compatibles con
della Consulta il 23 e 24 novembre 1988), Giuffrè Editore, Milano, 1989, pp. 327 y ss.; en concreto,
p. 331.
113
Sentencia del Tribunal Constitucional (STC) 83/1984, de 24 de julio, fund. jur. 5º.
114
STC 60/1986, de 20 de mayo, fund. jur. 1º.
115
El planteamiento del problema puede verse en la STC 45/1989, de 20 de febrero, fund. jur. 11.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 965
116
Apud Henri SIMONART: “Le contrôle exercé par la Cour d´Arbitrage”, en La Cour d´Arbitrage
(Actualité et Perspectives), Bruylant, Bruxelles, 1988, pp. 121 y ss.; en concreto, p. 191.
966 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
no puede desinteresarse de los efectos de sus sentencias es algo que está fuera de
toda duda. “La Corte –ha escrito Zagrebelsky117– non può desinteressarsi degli
effetti delle pronunce di incostituzionalità, quando queste possono determinare
conseguenze sconvolgenti (...). In tali casi, essa non può mirare puramente e
semplicemente –cioè ciecamente– all´eliminazione della legge incostituzionale,
per il passato come per il futuro. L´etica della responsabilità esige da essa questa
attenzione”.
No faltan sectores de la doctrina que expresan su preocupación por este
desmedido protagonismo de los Tribunales Constitucionales en orden a la solu-
ción de los problemas de Derecho intertemporal planteados por las sentencias
de inconstitucionalidad. Atribuir a estos órganos un rol excesivamente “fuerte”
en el sistema puede desembocar en el puro arbitrio del juez constitucional. No
puede caber duda, por supuesto, de que pueden derivarse inconvenientes del
hecho de que un órgano de esta naturaleza pueda graduar la eficacia temporal
de sus sentencias, pero no menos inconveniencias e incluso disfunciones pueden
desprenderse del hecho de que no lo pueda hacer118. El Tribunal Constitucio-
nal, a nuestro entender, debe poder graduar los efectos de sus sentencias de
inconstitucionalidad, y ello no sólo para acomodarlos a las consecuencias que
puedan derivarse de ellas, a fin de soslayar los efectos dañinos, sino para poder
asimismo modularlos en función de la previa ponderación de los principios,
bienes y valores constitucionales en juego.
En cualquier caso, que en este ámbito los binomios de Calamandrei valen muy
poco como elemento diferencial entre los dos sistemas es algo tan obvio que no
merece de mayores reflexiones.
117
Gustavo ZAGREBELSKY: “Il controllo da parte della Corte costituzionale degli effetti tempo-
rali delle sue pronunce”, en Quaderni Costituzionali, Anno IX, nº 1 (monográfico sobre “L´efficacia
temporale delle sentenze della Corte”), Aprile 1989, pp. 67 y ss.; en concreto, p. 70.
118
En sentido análogo, Sergio FOIS: “Il problema degli effetti temporali alla luce delle fonti sul
processo costituzionale”, en Quaderni Costituzionali, Anno IX, nº 1, Aprile 1989, pp. 27 y ss.; en
concreto, p. 29.
119
En tal sentido, entre otros muchos, Paul J. MISHKIN: “The Supreme Court 1964 Term. Foreword:
The High Court, the Great Writ, and the Due Process of Time and Law”, en Harvard Law Review (Harv.
L. Rev.), Vol. 79, 1965-1966, pp. 56 y ss.; en particular, pp. 58 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 967
120
William BLACKSTONE: Commentaries on the Laws of England (A Facsimile of the First Edition
of 1765-1769), 4 vols., The University of Chicago Press, Chicago & London, 1979.
121
Orvill C. SNYDER: “Retrospective Operation of Overruling Decisions”, en Illinois Law Review
(Ill. L. Rev.), (of Northwestern University), Vol. XXXV, 1940-1941, pp. 121 y ss.; en concreto, p. 123.
122
William HOLDSWORTH: “Case Law”, en The Law Quarterly Review (L. Q. Rev.), Vol. 50, 1934,
pp. 180 y ss.; en concreto, p. 184.
123
Entre otros diversos autores, Rupert CROSS y J. W. HARRIS: Precedent in English Law, 4th
edition, Clarendon Press, Oxford, 2004, p. 25.
968 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
evidence, that can be given, of the existence of such a custom as shall form a part
of the common law”124. Esto dicho, Blackstone reconoce que la regla expuesta
admite excepciones, razonando al respecto del siguiente modo: “Yet this rule
admits of exception, where the former determination is most evidently contrary
to reason, much more if it be contrary to the divine law. But even in such cases the
subsequent judges do not pretend to make a new law, but to vindicate the old one
from misrepresentation. For if it be found that the former decision is manifestly
absurd or unjust, it is declared, not that such a sentence was bad law, but that it
was not law; that is, that it is not the established custom of the realm, as has been
erroneously determined”125.
La explicación clásica del efecto retroactivo del precedente judicial articulada
por Blackstone iba a residir pues, en la consideración de que el Derecho existe
con independencia de las decisiones judiciales, visión ésta que llegaría a tener,
según el gran Justice Holmes, una verdadera omnipresencia en el mundo jurídico
americano126. La exigencia de retroactividad, o lo que es igual, los efectos ex
tunc, sería vista así como una inexcusable consecuencia de la teoría de que la
facultad propia de los tribunales se hallaba limitada a la declaración del Derecho
preexistente, no extendiéndose a la creación de nuevo Derecho. De esta forma, el
dogma de la nulidad ab initio encontraba su explicación.
En Norteamérica, la declaratory theory arraigó fuertemente, visualizándose
como parte de un ideal tradicional, como un elemento integrante de los modos
habituales del pensamiento; también contribuiría a su enraizamiento la dificul-
tad casi insuperable de probar que los jueces hacían el Derecho, y el hecho de
que en cualquier sistema jurídico que en un previsible futuro pudiera tenerse,
el factor del precedente judicial se iba a hallar presente. Bien es verdad que la
doctrina del precedente no dejaba de encerrar serios peligros, siendo quizá el
más preocupante de ellos, el de que la misma podía conducir a los tribunales
a perpetuar reglas arcaicas o a hacer una multiplicidad de distinciones sin
ningún sentido que los propios tribunales revocaban en ocasiones de modo
inconsciente, y todo ello al margen ya de que principios tales como el de justicia
y el de confianza justificaban, en ocasiones, el establecimiento de excepciones
frente al efecto retroactivo.
En cualquier caso, lo cierto iba a ser que el pensamiento jurídico norteame-
ricano iba a hallarse dominado durante mucho tiempo por el persistente influjo
de la obra del Profesor de Oxford, plasmada en los célebres Commentaries, que
ejercería un enorme influjo durante más de un siglo. El gran Decano de Harvard,
Roscoe Pound127, recordaba al respecto, que alrededor de 2500 ejemplares de
la obra fueron vendidos en las colonias con anterioridad a la Independencia,
124
William BLACKSTONE: Commentaries..., op. cit., Vol. I (Of the Rights of Persons, 1765), p. 69.
125
Ibidem, Vol. I, pp. 69-70.
126
Apud Thomas S. CURRIER: “Time and Change in Judge-made law: Prospective Overruling”,
en Virginia Law Review (Va. L. Rev.), Vol. 51, No. 2, March, 1965, pp. 201 y ss.; en concreto, p. 206.
127
Roscoe POUND: “The Development of American Law and its Deviation from English Law”, en
The Law Quarterly Review (L. Q. Rev.), Vol. 67, January 1951, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 51.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 969
añadiendo que “Blackstone was the beginner´s law book in America till well
into the twentieth century and brought up generations of American lawyers on a
uniform systematic basis”.
La declaratory theory quedó reflejada en la doctrina establecida en el caso
Swift v. Tyson (1842), en el que otro enorme Justice, Joseph Story, razonaba del
siguiente modo: decisions “are, at most, only evidence of what the laws are, and
not of themselves laws (...). The state tribunals are called upon to perform like
functions as ourselves, that is, to ascertain upon general reasoning and legal
analogies, what is the true exposition of the contract or instrument, or what is
the just rule furnished by the principles of commercial law to govern the case”.
Con todo, como suele admitirse por la doctrina128, la declaración clásica de que
una decisión que determine el sentido de la Constitución debe ser retroactiva
aun cuando se trate de una “overruling decision”, se encuentra en el caso Norton
v. Shelby County (1886). En Norton, el Justice Stephen Johnson Field (miembro
de la Corte entre 1863 y 1897) rechazaba el argumento de que una ley estatal
considerada inconstitucional pudiera sin embargo dar validez a las actuaciones
oficiales adoptadas al amparo del texto legal con anterioridad al anuncio de su
inconstitucionalidad. “An unconstitutional act –se puede leer en la sentencia– is
not a law; it confers no right; it imposes no duties; it affords no protection; it
creates no office; it is, in legal contemplation, as inoperative as though it had
never been passed”. De este modo, la Supreme Court rechazaba la interpretación
de que, por la vía fáctica, actos realizados con base en una ley aún no declarada
disconforme con la Constitución, aunque con posterioridad así se considerara,
pudieran entenderse válidos.
En cualquier caso, sería ilusorio pensar que todavía hacia finales del siglo
XIX los tribunales americanos mantenían una posición común, en la órbita
blackstoniana, acerca de esta cuestión. Uno de los autores clásicos en el estudio
del tema de los efectos atribuibles a las leyes inconstitucionales, Oliver Field129,
en un conocido trabajo, ponía de relieve hace ya cerca de noventa años, que los
tribunales norteamericanos se hallaban bien lejos de una posición común en
torno a esta cuestión. “It must not be imagined (...) –escribía Field130– that all of
our courts are in agreement as to the effect of unconstitutionality”.
128
Así, por ejemplo, Paul BENDER: “The Retroactive Effect of an Overruling Constitutional Deci-
sion: Mapp v. Ohio”, en University of Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 110, 1961-1962,
pp. 650 y ss.; en concreto, pp. 650-651.
129
Cfr. al respecto, Oliver P. FIELD: The Effect of an Unconstitutional Statute, Da Capo Press, New
York, 1971 (an unabridged republication of the first edition published by the University of Minnesota
Press, Minneapolis, 1935).
130
Oliver P. FIELD: “Effect of an unconstitutional statute”, en Indiana Law Journal (Ind. L. J.),
Vol. 1, No. 1, January, 1926, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 4.
970 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
custom by the judges”131, iba a ser fuertemente criticada por Bentham y Austin, y
entrado el siglo XX se constataba132 que la misma contaba con muy pocos adeptos.
Frente a Blackstone, Austin (1790-1859), en sus Lectures on Jurisprudence
or the Philosophy of Positive Law, se separaba de una concepción puramente
mecanicista del common law. Austin diferenciaría los mandatos generales que
integran la legislación, establecidos de forma directa, de aquellos otros estable-
cidos con ocasión de las decisiones judiciales, que no son mandatos generales,
sino particulares133, si bien, con ocasión de tales decisiones, también se formula
de forma implícita el mandato general en que se inspira la decisión134. Austin, en
definitiva, vendría a propiciar el reconocimiento de una cierta creatividad del
Derecho judicial, o como dice Mishkin135, Austin posibilitaría el reconocimiento
de que los jueces desarrollan “a lawmaking function”.
Apenas veinte años después de la Norton decision, en el que, no obstante no
provenir de la Corte Suprema, se ha considerado el leading case en oposición a
Norton, esto es, en el caso Lang v. Mayor of Bayonee (1907), se sostenía: “Every
law of the Legislature, however repugnant to the Constitution, has not only the
appearance and semblance of authority, but the force of law”. Otros casos análogos
pueden ser traídos a colación. Y todo ello iba a conducir a Field a considerar que
también existía la doctrina de que “a statute which is declared unconstitutional
is inoperative only from the time of the decision and not from the time of its
purported enactment”136.
La conclusión de todo ello era clara para Field: hay algunas situaciones en las
que los tribunales están dispuestos a seguir la “void ab initio doctrine”, si bien las
mismas no son muy numerosas. Hay, por el contrario, otro grupo de situaciones en
las que “all courts refuse to adhere to the doctrine that the statute is void from the
beginning”. De resultas de todo ello no puede sino concluirse en que “es imposible
establecer la regla general de que una ley inconstitucional es nula, o que debe ser
131
Recordemos que, para Blackstone, estas general customs, que integraban el common law
propiamente dicho (aunque Blackstone admitiera asimismo como integrantes de ese “unwritten or
common law”, las “particular customs” y ciertos tipos de leyes que por costumbre son adoptadas y
usadas por algunos tribunales concretos), eran “that law, by which proceedings and determinations in
the king´s ordinary courts of justice are guided and directed”. William BLACKSTONE: Commentaries
on the Laws of England, op. cit., Vol. I (Of the Rights of Persons, 1765), pp. 67-68.
132
A. L. GOODHART: “Precedent in English and Continental Law”, en The Law Quarterly Review
(L. Q. Rev.), Vol. 50, January, 1934, pp. 40 y ss.; en concreto, p. 44.
133
En su famoso ensayo On the Uses of the Study of Jurisprudence, Austin ya distinguía entre el
Derecho que procede directamente de un soberano o legislador superior, y el Derecho que procede
directamente de un súbdito o de un creador de Derecho subordinado, al que presta autoridad un
legislador soberano o supremo. Cfr. al efecto, John AUSTIN: Sobre la utilidad del Estudio de la juris-
prudencia, CEC, Madrid, 1981, pp. 27-28. Asimismo, El objeto de la jurisprudencia, CEPC, Madrid,
2002.
134
Cfr. al respecto, Rafael HERNÁNDEZ MARÍN: Historia de la Filosofía del Derecho contemporáneo,
Tecnos, Madrid, 1986, pp. 204-205.
135
Paul J. MISHKIN. “The High Court, the Great Writ, and the Due Process of Time and Law”, op.
cit., p. 58.
136
Oliver P. FIELD: “Effect of an unconstitutional statute”, op. cit., p. 5.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 971
tratada como si no fuera Derecho (“as no law”). Como una cuestión de hecho, hay
tantos o más casos y tantas o más situaciones en los que los tribunales consideran
la ley inoperativa solamente desde la fecha de su decisión, como los hay en que
consideran tal ley nula desde el principio137.
Esta posición no iba a ser, desde luego, pacífica entre la doctrina, no obstante
provenir quizá del más cualificado estudioso del tema. El propio Field admitía138 la
persistencia con la que eminentes escritores se aferraban al punto de vista de que
las leyes inconstitucionales eran nulas desde el inicio (void ab initio), mencionando
específicamente la conocida obra de Cooley, Constitutional Limitations.
En cualquier caso, parece fuera de toda duda, que la blackstoniana visión
de la “judicial decision-making” iba a ser progresivamente rechazada. Y así, ese
enorme Juez que fue Oliver Wendell Holmes, en un conocido dissent formulado en
el Black and White Taxicab case (1928)139, se mostraba disconforme con la doctrina
establecida en el caso Swift v. Tyson, doctrina cuya lógica, como el propio Justice
Holmes había reconocido en otra dissenting opinion, la formulada en el caso Kuhn
v. Fairmont Coal Co. (1910), chocaba con el otorgamiento a una decisión judicial
de un efecto tan sólo ex nunc o pro futuro140. La oposición de Holmes a la doctrina
fijada en Swift v. Tyson se entrelazaba con su crítica frente a la declaratory theory.
Otro bien conocido Justice, Benjamin Nathan Cardozo, ha sido considerado
“the major advocate of prospective overruling”141. Ya en 1921, antes de acceder a la
Supreme Court (a la que llegaría en marzo de 1932, en sustitución justamente del
Juez Holmes, permaneciendo en ella hasta el año de su muerte, 1938), en su clásica
obra The nature of the judicial process, escribía Cardozo, que en la mayor parte de
los casos el “retrospective effect of judge-made law” no ocasionaba dificultades
o, por lo menos, éstas eran de índole menor; sin embargo, siendo mayores tales
dificultades o siendo innecesarias, el efecto retroactivo debía ser negado142. La
opinión de Cardozo concordaba con la posición que algunos años antes había
expuesto Freeman, partidario de que en aquellos casos en que los tribunales
se vieran implicados por las dificultades causadas por la retroactividad de una
overruling decision, pudieran ser capaces de enfrentarse a su responsabilidad de
“eliminar la influencia de un mal precedente”143. Cardozo coincidiría asimismo
137
Ibidem, pp. 12-13.
138
Ibidem, p. 15.
139
Black and White Taxicab & Transfer Co. v. Brown & Yellow Taxicab & Transfer Co. (1928).
140
En su dissent en el caso Kuhn v. Fairmont Coal Co., Holmes escribía: “I know of no authority in
this court to say that in general state decisions shall make law only for the future. Judicial decisions
have had retrospective operation for near a thousand years”. Apud John F. DAVIS and William L.
REYNOLDS: “Juridical cripples: plurality opinions in the Supreme Court”, en Duke Law Journal
(Duke L. J.), Vol. 1974, 1974, pp. 59 y ss.; en concreto, p. 67, nota 30.
141
Apud YALE-NOTE: “Prospective and Retroactive Application in the Federal Courts”, en Yale
Law Journal (Yale L. J.), Vol. 71, 1961-1962, pp. 907 y ss.; en concreto, p. 911.
142
Benjamin N. CARDOZO: The Nature of the Judicial Process, 27th printing (first published 1921),
Yale University Press, New Haven and London, 1967, pp. 146-147.
143
Robert Hill FREEMAN: “The Protection Afforded Against the Retroactive Operation of an Over-
ruling Decision”, en Columbia Law Review (Colum. L. Rev.), Vol. 18, 1918, pp. 230 y ss.; en concreto,
p. 251.
972 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
144
Beryl Harold LEVY: “Realist Jurisprudence and Prospective Overruling”, en University of
Pennsylvania Law Review (U. Pa. L. Rev.), Vol. 109, No. 1, November, 1960, pp. 1 y ss.; en concreto,
p. 12.
145
Great Northern Railway v. Sunburst Oil & Refining Co. (1932).
146
En la sentencia podía leerse lo siguiente: “It is quite clear (...) that such broad statements as
to the effect of a determination of unconstitutionality must be taken with qualifications. The actual
existence of a statute prior to such a determination, is an operative fact and may have consequences
which cannot justly be ignored. The past cannot always be erased by a new judicial declaration. The
effect of the subsequent ruling as to invalidity may have to be considered in various aspects, –with
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 973
de distrito había pronunciado una sentencia de conformidad con una ley antes
de que ésta fuera tachada de inconstitucional. La Supreme Court consideró que
el asunto de la decisión del tribunal de distrito era res judicata. La confianza de
las partes en un “overruled federal law”, probablemente, proporcionaría también
un argumento para negar la aplicación retroactiva de una “overruling decision”
en tales circunstancias. Parecen, pues, existir límites potenciales respecto de la
aplicación retroactiva de “overruling constitutional decisions”. El problema, como
fácilmente puede entreverse, es el de determinar en cada caso si hay razones para
imponer un límite a la retroactividad. Y como señala Bender147, la Chicot County
decision sugiere que la confianza y la res judicata no son las únicas razones que
pueden ser consideradas como apremiantes en orden a limitar la retroactividad.
Mediado el pasado siglo, la reacción frente a una inflexible aplicación del
Derecho había incrementado el número de críticos que hasta ese momento se
posicionaban en pro del abandono de la regla stare decisis. Así, para Covington148,
el judiciary debía quitarse de encima el viejo polvo acumulado de la ficción y
de un seguimiento a ciegas del precedente, considerando en su lugar como su
deber primigenio la máxima tan claramente impresa en cada página de cualquier
decisión que ha sobrevivido a lo largo del tiempo: fiat justitia, ruat coelum. Llegado
el caso, a los tribunales les debía corresponder restringir sus decisiones, de modo
similar a como pueden utilizarse ciertos billetes de tren, que tan sólo son válidos
para una determinada fecha y tren (“railroad ticket, good for this day and train
only”). La reiteración final por Covington del adagio latino (“Let justice be done
though the heavens fall”) no hacía más que poner de relieve su inequívoca opción
en pro de la relativización de la declaratory theory y de sus consecuencias anexas149.
No lejana a estas inquietudes era la preocupación que algunos años más
tarde iba a mostrar un autor tan relevante como el Profesor de la Universidad
de California en Los Ángeles (UCLA), James Allan Grant, quien señalaba como
un defecto inherente al sistema americano de la judicial review la inseguridad
resultante del hecho de que, por lo general, las decisiones de los tribunales sobre
ámbitos materiales constitucionales tenían efectos retroactivos. “Consequently,
respect to particular relations, individual and corporate, and particular conduct, private and official.
Questions of rights claimed to have become vested, of status, or prior determinations deemed to have
finality and acted upon accordingly, of public policy in the light of the nature both of the statute and
of its previous application, demand examination. These questions are among the most difficult of
those which have engaged the attention of courts, state and federal, and it is manifest from numerous
decisions that an all-inclusive statement of a principle of absolute retroactivity invalidity cannot be
justified”. Apud Paul BENDER: “The Retroactive Effect of an Overruling Constitutional Decision...”,
op. cit., pp. 651-652.
147
Paul BENDER: “The Retroactive Effect of an Overruling Constitutional Decision...”, op. cit.,
p. 653.
148
Hayden C. COVINGTON: “The American Doctrine of Stare Decisis”, en Texas Law Review (Tex.
L. Rev.), Vol. XXIV, 1945-1946, pp. 190 y ss.; en concreto, p. 190.
149
Ibidem, pp. 204-205.
974 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
–añadía Grant150– in order to know the law of today one must be able to divine the
decisions of tomorrow–or of several years hence”.
III. En los años sesenta, la Supreme Court iba a establecer una serie de reglas
jurisprudenciales relativamente novedosas en lo que a los efectos temporales de
las sentencias atañe151. Particular importancia tendría al respecto el caso Linkletter
v. Walker (1965), en el que la Corte parecía introducir un punto de inflexión en
su doctrina sobre la nulidad ab initio, e incluso sobre los matices que ya desde
tiempo atrás venía haciendo en relación a sus decisiones en el ámbito procesal
penal. En Linkletter, el Tribunal Supremo desarrolló una doctrina de conformidad
con la cual, podría denegarse el efecto retroactivo a una recién declarada “rule of
criminal law”. En la sentencia, la Corte razonaba que “the Constitution neither
prohibits nor requires retrospective effect”, consideración que apoyaba en la
autorizada voz del Justice Cardozo, para quien “the federal constitution has no
voice upon the subject”152.
En el Linkletter case, la Corte negó el recurso a un habeas corpus federal frente
a una condena estatal basada en una prueba obtenida inconstitucionalmente, con
base en que la condena de quien se hallaba en prisión había adquirido firmeza
–quedando por lo mismo al margen de cualquier posible revisión directa (res
judicata)– con anterioridad a la trascendental sentencia dictada en el caso Mapp v.
Ohio (1961), caso este último en el que la Corte Suprema recondujo las condenas
impuestas por tribunales estatales que se basaran en pruebas constitucionalmente
inválidas, a las previsiones de la XIV Enmienda153. Según Tribe154, la Corte, en
Linkletter, trató básicamente la cuestión de la retroactividad en los casos criminales
150
James Allan C. GRANT: “Judicial Control of Legislation. A Comparative Study”, en The American
Journal of Comparative Law, Vol. III, No. 2, Spring, 1954, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 192.
151
Para una exposición detallada del tema, cfr. Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law,
3rd edition, Foundation Press, New York, 2000, Vol. 1, pp. 218 y ss.
152
Cita del Juez Cardozo extraída de la sentencia dictada en el ya referido caso Great Northern
Railway v. Sunburst Oil & Refining Co. (1932).
153
En Mapp v. Ohio la Corte afrontó la sugestiva cuestión del efecto retroactivo de una overruling
decision. En la decisión, se llevaba a cabo un overruling de la doctrina fijada en Wolf v. Colorado
(1949), de acuerdo con la cual, la Corte entendió que la Constitución no imponía a los Estados la
misma obligación que establecería sobre el gobierno nacional en el caso Weeks v. United States (1914),
decisión en la que la Corte vino a excluir la condena en aquellos juicios penales en los que la prueba
inculpatoria fuese el resultado de un irrazonable registro y detención. Toda inculpación obtenida por
medio de pruebas violatorias de las previsiones constitucionales impedía la condena del así inculpado.
Pero la Wolf decision dejó claro que esta doctrina no regía en el ámbito estatal, quedando circunscrita
al ámbito federal. En Mapp v. Ohio la Corte entendió que “all evidence obtained by searches and
seizures in violation of the Constitution is, by that same authority, inadmissible in a state court”. Por
lo demás, la exclusión de cualquier prueba inculpatoria obtenida en violación de la XIV Enmienda
se consideró por la Corte como una exigencia dimanante del due process, impuesta a los procesos
penales por la mencionada Enmienda. “Mapp, –escribiría Currier– like other decisions expanding
the concept of due process in the same area, should be viewed as simply recognizing a constitutional
right–here, a right to the exclusion of unconstitutionally obtained evidence”. Thomas S. CURRIER:
“Time and Change in Judge-Made Law: Prospective Overruling”, op. cit., pp. 269-270.
154
Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, op. cit., Vol. 1, p. 219.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 975
como una materia política, que por tanto debía de ser decidida en cada caso. El
resultado de la doctrina Linkletter puede reconducirse a la afirmación de la facul-
tad general de la Corte para limitar los efectos de sus decisiones a su aplicación
pro futuro (prospective operation) y, por lo mismo, para limitar la retroactividad
de sus decisiones.
El Justice Thomas C. Clark, que escribió la opinion of the Court (adoptada por
7 votos frente a 2), reconocía la novedad de la decisión cuando escribía: “It is true
that heretofore, without discussion, we have applied new constitutional rules
to cases finalized before the promulgation of the rule”, no obstante lo cual sería
erróneo creer, que aunque ninguna “opinion of the Court” hubiera discutido la
cuestión, el cambio de jurisprudencia se había producido de modo imprevisible
y por entero sorprendente. Como creemos que queda claro tras lo expuesto, y
recuerda por lo demás la doctrina que se ha ocupado del tema155, en diversos
momentos los Justices habían avanzado la idea de que la Corte pudiera otorgar
en algún caso particular tan sólo un efecto ex nunc (prospective effect) a una
sentencia. El hecho de que quienes hablaban por la Corte nunca aludieran a esta
posibilidad, ni siquiera para refutarla, no dejaba de encerrar un cierto significado.
Dos años más tarde, la Corte reiteraría la doctrina Linkletter en el caso Stovall v.
Denno (1967).
En casos no ya penales sino civiles, la Corte permitió denegar el efecto
retroactivo a un nuevo principio jurídico (“a new principle of law”) si tal limi-
tación evitaba injusticias o dificultades (“injustice or hardship”). En 1971, en
el caso Chevron Oil Co. v. Huson, el Tribunal, en coherencia con esta dirección
jurisprudencial, elaboró una suerte de “test for retroactivity”156, al que atender para
ponderar los efectos temporales de un overruling. Dicho test podía resumirse en
una fórmula de tres factores: 1º) la decisión a aplicar no retroactivamente debe
de establecer un nuevo principio jurídico, bien por la vía de un cambio respecto
a la jurisprudencia precedente, bien por la de un pronunciamiento ex novo sobre
una cuestión cuya resolución no se hallase claramente predeterminada; 2º) se
han de sopesar los pros y los contras que cada una de las dos soluciones posibles,
la retroactiva y la prospectiva, provocarían sobre la operatividad de la decisión,
y 3º) deben asimismo valorarse y evitarse todas aquellas consecuencias injustas
(“inequitable results”) que pudieran anudarse a la retroactividad. Estos criterios
podrían corroborar la apreciación de McCloskey157 acerca del carácter abierto y
no dogmático de su visión para afrontar los diversos problemas158.
155
Paul J. MISHKIN: “The High Court, the Great Writ, and the Due Process of Time and Law”, op.
cit., p. 57.
156
Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, op. cit., Vol. 1, p. 219.
157
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, 2nd edition, revised by Sanford Levinson,
The University of Chicago Press. Chicago and London, 1994, p. 208. “The facts of the Court´s history
–escribe McCloskey– impellingly suggest a flexible and non-dogmatic institution fully alive to such
realities as the drift of public opinion and the distribution of power in the American republic”.
158
A tal apreciación quizá convendría añadir otra. En cuanto “children of their times”, como
la considera McCloskey, las posiciones de la Corte Suprema nunca se han alejado en exceso de los
puntos de vista de las mayorías mutantes del Congreso, con la salvedad de las cuestiones relativas a
976 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
los derechos. En tal dirección se manifiesta Abraham, para quien: “In any case, the policy views of the
Court (...) never remain for long out of line with the policy views of the lawmaking majority–with the
probable, but not inevitable, exception of decisions involving the Bill of Rights”. Henry J. ABRAHAM:
The Judicial Process, op. cit., p. 367.
159
Paul J. MISHKIN: “The High Court, the Great Writ...”, op. cit., p. 62.
160
Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, op. cit., p. 220.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 977
161
Harper v. Virginia Department of Taxation (1993). El Justice Clarence Thomas redactó la opinion
of the Court. El Juez Antonin Scalia presentó una concurring opinion. Por su lado, el Justice Anthony
Kennedy presentó una concurring parcial y una concurring in the judgment a la que se unió el Juez
Byron R. White. Finalmente, la Jueza Sandra O´Connor presentó una dissenting opinion a la que se
unió el Chief Justice William H. Rehnquist.
162
Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, op. cit., p. 226.
978 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
163
James Story habla de una original or primary jurisdiction frente a una appellate jurisdiction.
James STORY: “American Law”, en The American Journal of Comparative Law, Vol. III, No. 1, Winter,
1954, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 17.
164
Así lo recuerda Robert G. McCLOSKEY, en The American Supreme Court, op. cit., p. 106.
165
Seguimos los datos que facilita Alberto A. BIANCHI, en Jurisdicción y procedimientos en la Corte
Suprema de los Estados Unidos, Editorial Ábaco de Rodolfo Depalma, Buenos Aires, 1994, p. 117.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 979
166
William H. REHNQUIST: The Supreme Court. How It Was. How It Is, Quill/William Morrow,
New York, 1987, p. 268.
167
William Howard TAFT: “The jurisdiction of the Supreme Court under the Act of February 13,
1925”, en Yale Law Journal (Yale L. J.), Vol. XXXV, No. 1, November, 1925, pp. 1 y ss.; en concreto, p.
2.
168
Cfr. sobre ellas, Charles W. BUNN: “The New Appellate Jurisdiction in Federal Courts”, en
Minnesota Law Review (Minn. L. Rev.), (Journal of the State Bar Association), Vol. 9, No. 4, March,
1925, pp. 309 y ss.; en concreto, p. 312.
169
“A petition for certiorari –escribe el Chief Justice William REHNQUIST (en The Supreme Court...,
op. cit., p. 263)– is, stripping away the legal verbiage, a request to the Supreme Court to hear and decide
a case that the petitioner has lost either in a federal court of appeals or in a state supreme court”.
980 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
opportunity to litigants in all other cases to apply for a writ of certiorari to bring any case from a lower
court to the Supreme Court, so that it may exercise absolute and arbitrary discretion with respect to
all business but constitutional business, will enable the court so to restrict its docket that it can do
all its work, and do it well”. William H. TAFT: “The Attacks on the Courts and Legal Procedure”, en
Kentucky Law Journal (Ky. L. J.), Vol. 5, No. 2, 1916, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 18.
175
Así lo constata Robert G. McCLOSKEY, en The American Supreme Court, op. cit., p. 106.
176
William Howard TAFT: “The jurisdiction of the Supreme Court...”, op. cit., p. 2
177
Stephen C. HALPERN and Kenneth N. VINES (en “Institutional Disunity, the Judges´ Bill and
the Role of the U. S. Supreme Court”, en The Western Political Quarterly, Vol. 30, No. 4, December,
1977, pp. 471 y ss.; en concreto, p. 473) hablan de “the persistent politicking of Taft”.
178
Así lo constatan, entre otros, Felix FRANKFURTER y James M. LANDIS: “The Business of the
Supreme Court at October Term, 1928”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLIII, 1929-1930,
pp. 33 y ss.; en concreto, p. 34. Ello no obstante, Van Devanter hizo constar en la audiencia celebrada
en el Congreso que, en un punto o en otro, todos los Justices habían participado en la redacción del
982 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
ante el Congreso por intermedio del senador Sr. Cummins y del congresista Sr.
Walsh. La más que notable influencia de Taft propició que la ley fuera aprobada
justamente tres años después (el texto legal fue sancionado el 13 de febrero de
1925, entrando en vigor el 1 de mayo de 1925) en términos sustancialmente
semejantes a como había sido redactado en la Corte.
Otro Chief Justice, William Rehnquist, consideró a Taft como uno de los
arquitectos de la Certiorari Act de 1925, haciéndose eco a continuación de su punto
de vista sobre la Supreme Court, tal y como fuera compendiado por su biógrafo,
Henry F. Pringle: “It was vital, –escribía Pringle en obvia alusión a Taft179– he said
in opening his drive for the Judges´ Bill, that cases before the Court be reduced
without limiting the function of pronouncing <the last word on every important
issue under the Constitution and the statutes of the United States>. A Supreme
Court, on the other hand, should not be a tribunal obligated to weigh justice
among contesting parties”. En realidad, habría que decir que Taft fue mucho
más que el arquitecto de la ley, y con ella de la enorme transformación que iba a
experimentar la Corte Suprema, fue su ideólogo, fue quien desde mucho tiempo
atrás había venido defendiendo con constancia y con una gran visión de futuro
el nuevo rol, muy próximo al de un Tribunal constitucional, que con el paso del
tiempo, y en gran medida de resultas de la Certiorari Act de 1925, asumiría la Corte
Suprema. Desde esta perspectiva, Taft fue un verdadero visionario.
La filosofía de la Ley de 1925 –que, como se ha dicho, iba a revolucionar la
jurisdicción de apelación de la Corte Suprema y de las Circuit Courts of Appeals180–
se acomodaba a la teoría de que los litigantes tenían sus derechos suficientemente
protegidos a través de una audiencia o de un juicio en los tribunales de primera
instancia y de una revisión en el inmediato tribunal de apelación federal. “La
función de la Corte Suprema –escribía nuevamente Taft181– es concebida para ser
no la que ha de remediar la injusticia de un litigante concreto, sino la que ha de
considerar aquellos casos cuya decisión concierne a principios cuya aplicación es
de considerable interés público o gubernamental (“wide public or governmental
interest”) y que deberían ser autorizadamente decididos por el tribunal último”.
La ley, escriben a su vez Frankfurter y Landis182, se entendió como un dique (“a
dike”) frente a la amenaza de aumento de la jurisdicción obligatoria de la Corte,
pero más allá de ello el verdadero espíritu de la propuesta amparada por el texto
“bill”. De ello se hacen eco Stephen C. HALPERN y Kenneth N. VINES: “Institutional Disunity, the
Judges´ Bill and the Role of the U. S. Supreme Court”, op. cit., p. 473, nota 20.
179
Henry F. PRINGLE: Life and Times of William Howard Taft, Vol. II, Shoe String Press, Hamden
(Conn.), 1965, pp. 997-998. Cit. por William H. REHNQUIST: The Supreme Court..., op. cit., pp. 268-269.
180
Charles W. BUNN: “The New Appellate Jurisdiction in Federal Courts”, op. cit., p. 309.
181
William Howard TAFT: “The Jurisdiction of the Supreme Court under the Act of February 13,
1925”, op. cit., p. 2.
182
Felix FRANKFURTER y James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court at October
Term, 1928”, op. cit., p. 34. En otro lugar, los mismos autores escribían: “The bill was essentially a bill
to relieve the Supreme Court, not by any reexamination of the existing sources of federal jurisdiction,
but by a drastic transfer of existing Supreme Court business to the circuit court of appeals”. Felix
FRANKFURTER y James M. LANDIS: “The Business of the Supreme Court of the United States–A
Study in the Federal Judicial System”, op. cit., p. 851.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 983
183
Felix FRANKFURTER y James M. LANDIS: “The Supreme Court under the Judiciary Act of
1925”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, No. 1, November, 1928, pp. 1 y ss.; en concreto,
pp. 1-2.
184
Ibidem, p. 10.
185
Ibidem, p. 14.
186
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 92.
187
William O. DOUGLAS: “The Supreme Court and its case load”, en Cornell Law Quarterly (Cornell
L. Q.), Vol. 45, 1959-1960, pp. 401 y ss.; en concreto, p. 409.
984 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
188
De ello se hace eco Erwin N. GRISWOLD: “The Supreme Court´s Case Load: Civil Rights and
Other Problems”, en University of Illinois Law Forum, Vol. 1973, 1973, pp. 615 y ss.; en concreto,
p. 617.
189
Felix FRANKFURTER y Adrian S. FISHER: “The business of the Supreme Court at the October
terms, 1935 and 1936”, en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. LI, No. 4, February, 1938, pp.
577 y ss.; en concreto, p. 582. “If the past is any guide –escriben estos mismos autores– the problems
raised for the Court by the volume of its business will largely be solved by the use which it makes of
the two devices for exercising selective jurisdiction”.
190
Tomamos estos datos de Alberto B. BIANCHI: Jurisdicción y procedimientos en la Corte
Suprema..., op. cit., p. 120.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 985
191
William H. REHNQUIST: The Supreme Court. How It Was, How It Is, op. cit., p. 269.
192
Lawrence BAUM: El Tribunal Supremo de los Estados Unidos de Norteamérica, Librería Bosch,
Barcelona, 1987, p. 152.
193
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 209.
194
Lawrence BAUM: El Tribunal Supremo..., op. cit., p. 148.
195
Así lo ha subrayado Linde, para quien, aunque los profesionales del Derecho y la opinión pública
pueden no considerar resuelta una cuestión constitucional relevante hasta tanto la Supreme Court
haya decidido sobre ella, lo cierto es que en la teoría y en la práctica los tribunales inferiores dictan
constantemente sentencias en materia constitucional. Hans A. LINDE: “The United States Experience”,
en The American Journal of Comparative Law, Vol. XX, No. 3, Summer, 1972 (parte monográfica
dedicada a las “Admonitory Functions of Constitutional Courts”), pp. 415 y ss.; en concreto, p. 416.
196
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 213.
986 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
197
Peter HÄBERLE: “La jurisdicción constitucional en la fase actual de desarrollo del Estado
constitucional”, en Teoría y Realidad Constitucional, nº 14, 2º semestre 2004, pp. 153 y ss.; en concreto,
p. 160.
198
Robert A. DAHL: “Decision-making in a democracy: The Supreme Court as a national policy-
maker”, en Journal of Public Law, Vol. 6, Spring, 1957, pp. 279 y ss.; en concreto, p. 279.
199
Es el caso, entre la doctrina española, de Rubio Llorente, para quien la Supreme Court es, en
razón de la selección de los asuntos que ella misma hace, un Tribunal Constitucional. (Francisco
RUBIO LLORENTE: “Tendencias actuales de la jurisdicción constitucional en Europa”, op. cit., p.
1416). Y en el mismo sentido, entre otros, se manifiesta Pegoraro, para quien “negli ultimi anni, la
Corte suprema s´è trasformata... in una vera e propria corte costituzionale, e cioè in un organo dotato
di competenze specializzate”. (Lucio PEGORARO: Lineamenti di giustizia costituzionale comparata,
G. Giappichelli Editore, Torino, 1998, p. 21).
200
Mayores matices presenta la posición de Cappelletti, bien que la exprese en 1970. Para el
gran procesalista italiano, el Tribunal Supremo norteamericano y, entre otros, su análogo japonés
(pues de conformidad con la Constitución de 1947 se ha introducido en Japón un sistema análogo
al norteamericano), se hallan lejos de ser equivalentes a los Tribunales Constitucionales europeos,
pues mientras los últimos tratan tan sólo cuestiones constitucionales, la jurisdicción de la Corte
Suprema estadounidense no se halla confinada de tal modo, ya que la mayoría de los casos llegan
a ella a través del sistema de apelación normal y no por medio de un procedimiento especial.
Incluso para las cuestiones constitucionales ningún procedimiento extraordinario es utilizado.
Evidentemente, aunque esta opinión fuera expresada con anterioridad a la reforma legal de 1988,
no deja de parecernos harto discutible y, desde luego, creemos que choca con lo que después señala
el propio autor. (Mauro CAPPELLETTI: “Judicial Review in Comparative Perspective”, op. cit., p.
1045). Esta posición es matizada (si es que no, lisa y llanamente, contradicha) más adelante por
el propio autor, quien, tratando las tendencias hacia la convergencia (“converging trends”) entre
los dos sistemas de justicia constitucional, argumenta que el movimiento hacia la convergencia
no está confinado al lado europeo del Atlántico, pues, a través del empleo del certiorari, la Corte
Suprema de los Estados Unidos se ha ido confinando ella misma a tan sólo “the most significant
–mostly constitutionally grounded– questions”. Y este es justamente el exacto rol de los Tribunales
Constitucionales europeos, que no tienen en absoluto jurisdicción en los casos ordinarios. (Mauro
CAPPELLETTI, en Ibidem, p. 1051).
201
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States..., op. cit., pp. 229-230.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 987
hacer efectiva la Constitución. Más allá de ello, precisaba el gran Juez nacido en
1862 en el Estado de Nueva York, del que en 1906 sería elegido Gobernador, la
Corte es el último intérprete (“the final interpreter”) de las leyes aprobadas por
el Congreso. Las leyes, añadiría, sufren la prueba judicial, no sólo en cuanto a
su validez constitucional, sino también con respecto a su verdadero significado
(“their true import”), y en último término, una ley federal significa lo que la Corte
dice que significa (“a federal statute finally means what the Court says it means”).
Dicho de otro modo, en cuanto juez último de la constitucionalidad de las leyes, la
Supreme Court no sólo controla su conformidad con la Constitución, sino que las
interpreta de conformidad con la misma, de modo tal que cuando una ley fuere
susceptible de dos interpretaciones, una de las cuales la haría inconstitucional y la
otra válida, Hughes consideraría deber de la Corte adoptar aquella interpretación
que dejara a salvo su constitucionalidad (“to adopt that construction which saves
its constitutionality”)202.
Pero aún puede señalarse algo más. La apertura de vías procesales antes
inexistentes, como es el caso, por ejemplo, de la acción declarativa, que posibilita
plantear la impugnación de la constitucionalidad de normas legislativas y el
empleo de categorías y técnicas decisorias ajenas a la tradición de la Supreme
Court, conducen, a juicio de un sector de la doctrina203, a que este <Tribunal
Constitucional> adopte modos y formas propios de la Verfassungsgerichtsbarkeit.
202
Ibidem, p. 36.
203
Francisco RUBIO LLORENTE: “Tendencias actuales de la jurisdicción constitucional...”, op.
cit., p. 1416.
204
René DAVID et Camille JAUFFRET-SPINOSI: Les grands systèmes de Droit contemporains,
11ème édition, Dalloz, Paris, 2002, p. 25.
988 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
205
Gustavo ZAGREBELSKY: La giustizia costituzionale, Il Mulino, Bologna, 1977, pp. 152-153.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 989
206
Gaetano SILVESTRI: “La Corte costituzionale nella svolta di fine secolo”, en Storia d´Italia –
Annali, Vol. 14, Einaudi, Torino, 1998, pp. 941 y ss.; en concreto, p. 969.
207
Lucio PEGORARO: “La circolazione, la recezione e l´ibridacione dei modelli di giustizia
costituzionale”. Trabajo publicado, en su versión española, en el Anuario Iberoamericano de Justicia
Constitucional (AIbJC), nº 6, 2002, pp. 393 y ss. Manejamos, antes de su traducción, el texto original
italiano mecanografiado que nos remitió su autor, p. 2. (en su versión española, p. 395).
208
Lucio PEGORARO: Lineamenti di giustizia costituzionale comparata, G. Giappichelli Editore,
Torino, 1998, p. 27.
209
Ibidem, pp. 39-45.
210
Alessandro PIZZORUSSO: “I sistemi di giustizia costituzionale...”, op. cit., pp. 530-531.
211
En análogo sentido se manifiesta Giancarlo ROLLA, en “El control de constitucionalidad en
Italia. Evolución histórica y perspectivas de reforma”, en Cuadernos de Derecho Público, nº 3, Enero/
Abril 1998, pp. 137 y ss.; en concreto, p. 177.
990 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
A) En Austria, Alemania, Italia, Bélgica y España, por aludir tan sólo a algunos
países, coexiste un control de la ley, esto es, al margen de su aplicación, con un
control realizado con ocasión de su aplicación en una litis, que desencadena
el juez que conoce de la controversia concreta; dicho de otro modo, en buen
número de países europeos conviven el control principal con el incidental, o lo
que es lo mismo, los dos procedimientos a cuyo través se puede desencadenar la
fiscalización en sede constitucional de la ley, procedimientos que, como el propio
Kelsen admitiría, constituían la seña de identidad de cada modelo. Además, este
control con ocasión de la aplicación de la ley puede viabilizarse igualmente a
través de instrumentos procesales específicamente diseñados para la tutela de los
derechos fundamentales, como sería el caso del Verfassungsbeschwerde alemán
o del recurso de amparo español, que pueden desencadenar una fiscalización
de la norma legal por el Tribunal Constitucional, en unos casos (el Verfassungs-
beschwerde) directamente, en otros (el recurso de amparo) de modo indirecto, a
través de un mecanismo interpuesto, como sería el de la llamada cuestión interna
de inconstitucionalidad, o también autocuestión de inconstitucionalidad. En
tales condiciones, ya el mero recurso, aunque sea a los solos efectos didácticos,
de acudir a la diferenciación tradicional para catalogar el modelo de justicia
constitucional de cualquiera de los países mencionados se nos antoja inadecuado.
212
Louis FAVOREU: “Reflexiones sobre algunos problemas planteados por la justicia constitucio-
nal”, en Revista Jurídica de Castilla-La Mancha, nºs. 3-4, Abril/Agosto 1988, pp. 47 y ss.; en concreto,
p. 50.
213
Pierre BON: “Présentation générale”, en La Justice Constitutionnelle au Portugal, Economica,
Paris, 1989, pp. 19 y ss.; en concreto, p. 24.
992 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
214
La influencia brasileña, como recuerda Miranda, fue expresamente reconocida por el pre-
sidente de la Comisión del Proyecto de Constitución, el diputado Sr. Francisco Correia de Lemos.
Jorge MIRANDA: Manual de Direito Constitucional, tomo VI (“Inconstitucionalidade e garantia da
Constituiçâo”), Coimbra Editora, Coimbra, 2001, p. 125, nota 1.
215
En tal sentido, Mauro CAPPELLETTI, en Il controllo giudiziario di costituzionalità delle leggi
nel diritto comparato, op. cit., p. 54.
216
“Le système suisse de juridiction constitutionnelle –escribe Hottelier– est bâti sur le mode diffus
de contrôle des normes et des décisions que celles-ci génèrent. Cette caractéristique signifie que toute
autorité chargée de l´application des normes est tenue d´examiner si celles-ci sont conformes au
droit supérieur et, si tel n´est pas le cas, de refuser de les appliquer. Cette obligation est désignée par
l´expression contrôle préjudiciel général. Michel HOTTELIER: “La justice constitutionnelle en Espagne
et en Suisse”, en Francisco Fernández Segado (editor), The Spanish Constitution in the European
Constitutional Context, Dykinson, Madrid, 2003, pp. 983 y ss.; en concreto, p. 996.
217
En el Derecho suizo se consagró una suerte de poder/deber general de los jueces de inaplicar las
leyes cantonales que interpretaran contrarias a la Constitución federal, como consecuencia implícita
en el principio Bundesrecht bricht kantonales Recht.
218
En 1991, el Tribunal Federal ha flexibilizado el rigor de la inmunidad conferida a las leyes
federales al precisar que “pour certes l´obliger à appliquer les lois fédérales, la Constitution ne lui
faissait nullement interdiction d´examiner, voire de constater, que celles-ci pouvaient n´être pas
conformes à la Constitution”.
219
Recuerda Miranda, que la Constitución de 1933 confirmó el principio de la fiscalización jurisdic-
cional de la constitucionalidad de las leyes, no sin modificaciones importantes, unas positivas y otras
que representaron un grave retroceso. Así, por ejemplo, todos los tribunales asumieron la función, que
ejercían de oficio, de controlar la constitucionalidad de las normas que hubiesen de aplicar en un caso
concreto. Jorge MIRANDA: Manual de Direito Constitucional, op. cit., tomo VI, p. 125.
220
Allan R. BREWER-CARÍAS: “Judicial Review in Comparative Law”, en la obra recopilatoria
de trabajos del propio autor, Études de Droit public comparé, Bruylant, Bruxelles, 2001, pp. 525 y ss.;
en concreto, p. 855.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 993
Constitucional que siempre cabe respecto de las decisiones llevadas a cabo por
los tribunales ordinarios al hilo de su potestad de control de constitucionalidad.
Difícilmente podríamos explicar un sistema tan complejo como el portugués recu-
rriendo a los modelos tradicionales y a los rasgos binomiales que supuestamente
los contraponen.
Argumentos semejantes podrían darse en relación a las democracias de la
Europa oriental, aunque no vayamos a entrar en ellos. Digamos tan sólo que, entre
otros países, Polonia, las Repúblicas checa y eslovaca, Hungría, Rumania, Bulgaria
y Rusia, han creado un Tribunal Constitucional. En todos ellos se halla asimismo
presente un elemento difuso de control, pues todos ellos, con unas u otras carac-
terísticas, han recepcionado el instituto de la cuestión de inconstitucionalidad.
222
Lautaro RÍOS ÁLVAREZ: “El nuevo Tribunal Constitucional chileno”, en Anuario Iberoamericano
de Justicia Constitucional (AIbJC), nº 11, 2007, pp. 243 y ss.; en concreto, p. 257.
996 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
223
Jorge Reinaldo A. VANOSSI y Pedro Fermín UBERTONE: “Instituciones de defensa de la
Constitución en Argentina”, en La Constitución y su defensa, UNAM, México, 1984, pp. 87 y ss.; en
concreto, p. 191.
224
Juan Carlos HITTERS: “La Jurisdicción Constitucional en Argentina”, en Domingo García
Belaunde y Francisco Fernández Segado (coords.), La Jurisdicción Constitucional en Iberoamérica,
Dykinson (y otras Editoriales), Madrid, 1997, pp. 283 y ss.; en concreto, p. 301.
225
Ignacio BURGOA: El juicio de amparo, 20ª ed., Editorial Porrúa, México, 1983, p. 148.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 997
226
José AFONSO DA SILVA: “O controle de constitucionalidade das leis no Brasil”, en Domingo
García Belaunde y Francisco Fernández Segado (coords.), La Jurisdicción Constitucional en Iberoamé-
rica, op. cit., pp. 387 y ss.; en concreto, p. 394.
227
Antonio BALDASSARRE: “Parlamento y justicia constitucional en el Derecho comparado”, en
Francesc Pau i Vall (coordinador), Parlamento y Justicia Constitucional (IV Jornadas de la Asociación
Española de Letrados de Parlamentos), Aranzadi Editorial, Elcano (Navarra), 1997, pp. 183 y ss.; en
concreto, pp. 190 y ss.
998 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
228
Alessandro PIZZORUSSO: “I sistemi di giustizia costituzionale: dai modelli alla prassi”, op. cit.,
pp. 527-529.
229
Francisco RUBIO LLORENTE: “Tendencias actuales de la jurisdicción constitucional en
Europa”, en Manuel Fraga. Homenaje Académico, Fundación Cánovas del Castillo, Madrid, 1997, Vol.
II, pp. 1411 y ss.; en concreto, pp. 1416 y ss.
230
Michel FROMONT: La justice constitutionnelle dans le monde, Dalloz, Paris, 1996, pp. 42-44.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 999
una cuestión planteada por un actor de la vida política relativa a conflictos entre
normas u órganos del Estado). Sin embargo, Fromont termina reconociendo
que numerosos Estados combinan los dos tipos de procedimientos de justicia
constitucional, combinación que se hace en proporciones muy variables según
los casos.
II. Anticipemos ya, que por nuestra parte no pretendemos establecer una nueva
clasificación a la que hayan de reconducirse los sistemas de justicia constitucional
de cada país. Tan sólo intentamos, con una finalidad analítica, diferenciar un
conjunto de variables, asentadas en la mayoría de los casos, aunque no en todos,
en binomios dicotómicos, y sujetas a una cierta articulación, con las que poder
ofrecer pautas explicativas de las muy distintas modalidades o vertientes que,
como regla general, nos ofrece el control de constitucionalidad en cada país,
modalidades que, por lo común, como ya se ha podido constatar, se presentan
entremezcladas en los muy heterogéneos sistemas de justicia constitucional que la
realidad nos ofrece, lo que convierte en ilusorio tratar de identificar y caracterizar
un modelo de justicia constitucional con la vista puesta en la contraposición entre
el modelo europeo-kelseniano y el norteamericano. No se trata ésta ni mucho
menos de una construcción acabada, sino de un primer esbozo, que esperamos
poder ir desarrollando con el tiempo.
Dentro a su vez del control sucesivo, puede tener un cierto interés establecer
una diferenciación adicional según que el control se halle delimitado temporal-
mente o no exista, por contra, límite temporal para su desencadenamiento. A
nuestro entender, la delimitación temporal del plazo para interponer una acción
de inconstitucionalidad es coherente con las exigencias del principio de seguridad
jurídica, y allí donde, como en España, existe también la posibilidad de un control
con ocasión de la aplicación de la ley, desencadenado por los jueces, la sujeción
de la acción o recurso de inconstitucionalidad a un plazo temporal breve en
modo alguno cierra en el futuro la posibilidad de someter una norma legal a su
fiscalización en sede constitucional.
231
Juventino V. CASTRO: El artículo 105 constitucional, 5ª ed., Editorial Porrúa, México, 2004,
pp. 59-60.
1002 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
salvaguarda del orden constitucional general. Ello, con todo, no resta interés a la
división que hemos establecido; si acaso revela la notable dificultad de sujetar a
patrones dogmáticos generales la enorme diversidad y riqueza de matices que nos
muestran los sistemas de control de constitucionalidad recepcionados por cada país.
a´) El control instado por un órgano jurisdiccional nos sitúa ante el caso, bien
frecuente en Europa como ya se vio, de la cuestión de inconstitucionalidad, de las
questioni di legittimità costituzionali o del konkrete Normenkontrollen, por poner
algunos ejemplos. En estos supuestos, los jueces a los que la norma que han de
aplicar en un litigio concreto del que estén conociendo les suscite dudas acerca de
su conformidad con la Constitución, han de llevar a cabo un primer, y provisional,
control de constitucionalidad, y sólo cuando de resultas del mismo lleguen al
convencimiento de la inconstitucionalidad de esa norma, podrán fundadamente
elevar la cuestión a la resolución del Tribunal Constitucional.
232
Peter HÄBERLE: “El recurso de amparo en el sistema germano-federal de jurisdicción
constitucional”, en Domingo García Belaunde y Francisco Fernández Segado (Coordinadores), La
Jurisdicción Constitucional en Iberoamérica, op. cit., pp. 225 y ss.; en concreto, p. 263.
233
Ignacio BURGOA: El juicio de amparo, 20ª ed., Editorial Porrúa, México, 1983, pp. 222 y 224.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1005
c´) El control instado por los entes territoriales de un Estado compuesto, diri-
gido a reivindicar la titularidad de una competencia indebidamente asumida por
otro ente territorial. Piénsese, por ejemplo, en el control que puede desencadenar
un conflicto de competencias que, en el marco de un Estado compuesto (federal,
autonómico o regional), enfrente al Estado y a un ente territorial del mismo. Este
conflicto se presenta como una disputa entre entes públicos con respecto a sus res-
pectivos ámbitos competenciales. En España, este conflicto se ha deslindado del
recurso de inconstitucionalidad en atención al rango de la norma controvertida, de
modo tal que sólo cabe en el caso de disposiciones de rango infralegal, por lo que,
en principio, parece que podría concluirse, que en nuestro país los conflictos de
competencias que oponen al Estado con una Comunidad Autónoma no son recon-
ducibles al control con ocasión de la aplicación de la ley. Pero esta conclusión no
puede dejar de matizarse si se atiende al art. 67 LOTC, que contempla el supuesto
de que la competencia controvertida hubiera sido atribuida por una ley o norma
con rango de ley, pues aunque es cierto que el citado precepto exige en tal caso
la tramitación del conflicto de competencias en la forma prevista para el recurso
de inconstitucionalidad, no lo es menos que materialmente se sigue estando ante
un conflicto competencial, en el que la particularidad esencial reside en que la
disposición o acto frente al que se suscitó el conflicto estaba habilitado por una
norma legal. Aunque el Tribunal Constitucional ha hablado de que el art. 67 LOTC
prevé un “expediente de transformación procesal”, de pertinente aplicación tan
sólo cuando la cuestión de a quién corresponda la competencia debatida viene a
ser inseparable de la apreciación sobre la adecuación o inadecuación de la norma
o normas legales invocadas para fundamentar aquella competencia al orden
competencial derivado de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía235, tal
transformación dista de ser absoluta236. Más aún, el propio juez constitucional
admitió en un primer momento237, que el art. 67 LOTC se situaba “en la línea de
234
Eduardo CIFUENTES MUÑOZ: “La Jurisdicción Constitucional en Colombia”, en Domingo
García Belaunde y Francisco Fernández Segado (coords.), La Jurisdicción Constitucional en Iberoamé-
rica, op. cit., pp. 469 y ss.; en concreto, p. 475.
235
Sentencia del Tribunal Constitucional (STC) 80/1988, de 28 de abril, fund. jur. 2º.
236
En sentido análogo, Javier GARCÍA ROCA: “Comentario al artículo 67”, en Juan Luis Requejo
Pagés (Coordinador), Comentarios a la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, Tribunal Constitu-
cional/Boletín Oficial del Estado, Madrid, 2001, pp. 1085 y ss.; en concreto, p. 1087.
237
STC 39/1982, de 30 de junio, fund. jur. 3º.
1006 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
8. Bibliografía manejada
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i paesi che non hanno controllo”, en Rivista Trimestrale di Diritto Pubblico, Anno XII,
1962, pp. 663 y ss.
BAUM, Lawrence: El Tribunal Supremo de los Estados Unidos de Norteamérica, Librería
Bosch, Barcelona, 1987.
BÉGUIN, Jean-Claude: Le contrôle de la constitutionnalité des lois en République Fédérale
d´Allemagne, Economica, Paris, 1982.
238
Battaglini va aún más lejos al considerar que, como principio general, el control debe venir
referido al acto (legislativo) ya formado, lo que presupone el rechazo de todo tipo de control previo o
preventivo. “Il controllo in itinere (como nel caso del veto) è assai dubbio che possa essere considerato
un vero e proprio controllo di costituzionalità”. Mario BATTAGLINI: “Contributo allo studio comparato
del controllo di costituzionalità: i paesi che non hanno controllo”, en Rivista Trimestrale di Diritto
Pubblico, Anno XII, 1962, pp. 663 y ss.; en concreto, p. 769.
1008 LOS SISTEMAS DE JUSTICIA CONSTITUCIONAL
ZAGREBELSKY, Gustavo: “Il controllo da parte della Corte costituzionale degli effetti
temporali delle sue pronunce”, en Quaderni Costituzionali, Anno IX, nº 1 (monográfico
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ZAGREBELSKY, Gustavo: “Premessa”, en La Giustizia Costituzionale in Europa, a cura di
Marco Olivetti e Tania Groppi, Giuffrè Editore, Milano, 2003.
ZEIDLER, Wolfgang: “Cour constitutionnelle fédérale allemande” (7ème Conférence
des Cours constitutionnelles européennes), en Annuaire International de Justice
Constitutionnelle, III, 1987, pp. 37 y ss.
TERCERA PARTE
SUMARIO
1. Introducción
* Este trabajo, en una versión más reducida, ha sido publicado en la obra Il Diritto costituzionale
come regola e limite al potere.( Scritti in onore di Lorenza Carlassare), a cura di Giuditta Brunelli, Andrea
Pugiotto e Paolo Veronesi, Jovene Editore, Napoli, 2009, tomo IV, pp. 1633 y ss. En su versión completa
se ha publicado en la Revista de las Cortes Generales, nº 75, tercer cuatrimestre 2008, pp. 7 y ss.
1
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, en Jairo Gilberto
Schäfer (organizador), Temas polêmicos do constitucionalismo contemporâneo, Conceito Editorial,
Florianópolis, 2007, pp. 137 y ss.; en concreto, p. 138.
1018 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
2
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBl), 67. Jahrgang, Heft 6, 15. März 1952, pp. 161 y ss.; en concreto,
p. 164.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1019
I. El control de las omisiones del legislador entraña una ruptura frontal, podría
decirse incluso que brutal, con los principios dogmáticos básicos sobre los que se
construyó el Estado constitucional liberal, circunstancia que ya por sí sola haría
conveniente una cierta prudencia por parte de los constituyentes a la hora de
proceder a incorporar al acervo constitucional un instituto procesal tan rupturista
como sería el de la acción de inconstitucionalidad por omisión legislativa.
Una perspectiva histórica siempre contribuye a la comprensión de las institu-
ciones al visualizar el proceso evolutivo de su forja. Y desde tal óptica, puede ser de
utilidad –con vistas a la constatación de la profundidad de los cambios que el con-
trol de las omisiones legislativas supone en la dogmática constitucional– recordar
1020 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
3
Mauro CAPPELLETTI: Judicial Review in the Contemporary World, The Bobbs Merrill Company,
Indianapolis/Kansas City/New York, 1971, p. 31, nota 24.
4
En tal sentido, Edward S. CORWIN: The <<Higher Law>>. Background of American Constitutional
Law, Great Seal Books, (A Division of Cornell University Press), Ithaca, New York, fifth printing, 1963,
p. 67.
5
“The legislature –escribía Corwin (Ibidem, pp.67-68)– is the supreme organ of Locke´s com-
monwealth, and it is upon this supremacy that he depends in the main for the safeguarding of the
rights of the individual. But for this very reason legislative supremacy is supremacy within the law,
not a power above the law”.
6
G. ANSCHÜTZ: Die Verfassungsurkunde für den preussischen Staat. Ein Kommentar für Wis-
senschaft und Praxis, 1912, p. 94. Cit. por Ernst-Wolfgang BÖCKENFÖRDE: Escritos sobre Derechos
Fundamentales, Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1993, p. 97.
7
Apud Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale dei diritti di
libertà (Studio comparativo sul diritto tedesco)”, en Archivio Giuridico “Filippo Serafini”, vol. CLXXVIII,
fascicoli 1-2, Gennaio/Aprile 1970, pp. 88 y ss.; en concreto, p. 108, nota 41.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1021
8
Hans KELSEN: Teoría General del Derecho y del Estado, Imprenta Universitaria, México, 1949,
p. 275.
9
Ernst BÖCKENFÖRDE: Escritos sobre Derechos Fundamentales, op. cit., p. 97.
10
Recordemos que el precepto se completa con la sujeción de los poderes ejecutivo y judicial a la
ley y al Derecho. A tenor del art. 20.3 GG: “Die Gesetzgebung ist an die verfassungsmässige Ordnung,
die vollziehende Gewalt und die Rechtsprechung sind an Gesetz und Recht gebunden”.
11
Erhard DENNINGER: “Verfassungsauftrag und gesetzgebende Gewalt”, en Juristenzeitung (JZ),
21. Jahrgang, Nummer 23/24, 9. Dezember 1966, pp. 767 y ss.; en concreto, p. 772.
1022 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
12
Christian PESTALOZZA: “<<Noch Verfassungsmässige>> und <<bloss Verfassungswidrige>>
Rechtslagen” (Zur Feststellung und Kooperativen Beseitigung verfassungsimperfekter Zustände),
en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz (Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens des
Bundesverfassungsgericht), herausgegeben von Christian Starck, Erster band (primer volumen),
J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1976, pp. 519 y ss.; en concreto, p. 526.
13
Ibidem, p.527.
14
Cfr. al efecto, Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”,
en Revista Española de Derecho Constitucional, nº 5, Mayo/Agosto 1982, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 55.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1023
Es cierto que otros sectores doctrinales, más matizadamente, han seguido de-
fendiendo la mencionada libertad del legislador. Es el caso, por ejemplo, de Lerche,
quien entiende que los mandatos constitucionales (Verfassungsbefehle) no pueden
cambiar en lo esencial la imagen dada por la Constitución, es decir, y en lo que ahora
interesa, la libertad de iniciativa y de configuración del legislador, si bien, matiza
Lerche de inmediato15, en una metáfora que nos trae a la memoria la extraordinaria
pintura del gran romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-l840), aquellos
mandatos son algo más que simples arrecifes (“Klippen”) que se adentran en el
mar de la libertad de configuración del legislador (“das Meer der gesetzgeberischen
Freiheit”). En otro momento, Lerche aún matizará más, al señalar que el legislador
ni es soberano, ni se ha convertido en un mero poder ejecutivo. Su posición sólo se
deja determinar de modo relativo (“Seine Stellung lässt sich nur relativ bestimmen”),
según los grupos de directivas constitucionales de que se trate, o lo que viene a ser
igual, según los ámbitos constitucionales en cuestión16.
En una dirección próxima a la de los primeros autores mencionados se ubica
Gomes Canotilho, quien ha tratado con detenimiento el tema. Desde el primer
momento, el Profesor de Coimbra defendió la reducción de la existencia de una
omisión inconstitucional a los supuestos en que la norma constitucional impu-
siera un deber concreto de actuación, deber que, en cualquier caso, se expandía
enormemente en el texto inicial de la Constitución portuguesa de 197617. Ya en
referencia al texto constitucional portugués reformado en 1982, el propio autor
ha significado, que las omisiones legislativas inconstitucionales derivan del
incumplimiento de una imposición o mandato constitucional de legislar en sentido
estricto, esto es, del incumplimiento de normas que, de forma permanente y con-
creta, vinculan al legislador a la adopción de medidas legislativas de concreción o
desarrollo constitucional (“medidas legislativas concretizadoras da constituiçâo”).
Ciertamente, ese no será el caso de las que Canotilho denomina “normas-fim
ou normas-tarefa”, abstractamente impositivas18. En definitiva, a la inacción
del legislador ante las “ordems de legislar” podrá anudarse una declaración de
inconstitucionalidad, lo que no sucederá respecto de las “normas-tarefa”.
En resumen, la doctrina que con más detenimiento se ha ocupado del tema
admite generalizadamente que determinadas normas constitucionales impelen al
legislador a actuar en desarrollo y concreción de la Constitución, pudiendo generar
la pasividad del legislador una omisión inconstitucional. Pero, más allá de ello,
el deber constitucional de legislar, como ha interpretado en Alemania el BVerfG,
puede derivar no sólo de mandatos concretos contenidos en la Grundgesetz, sino
también de principios identificados en el proceso de interpretación de la Norma
15
Peter LERCHE: “Das Bundesverfassungsgericht und die Verfassungsdirektiven. Zu den <<nicht
erfüllten Gesetzgebungsaufträgen>>”, en Archiv des öffentlichen Rechts (AöR), 1965, pp. 341 y ss.; en
concreto, p. 355.
16
Ibidem, pp. 371-372.
17
José Joaquim GOMES CANOTILHO: Constituiçâo dirigente e vinculaçâo do legislador. Contributo
para a compreensâo das normas constitucionais programáticas, Coimbra Editora, Coimbra, 1982, p. 351.
18
Cfr, al efecto, J.J. GOMES CANOTILHO: Direito Constitucional e Teoría da Constituiçâo, 5ª
ediçâo, Almedina, Coimbra, 2002, pp. 1021-1022.
1024 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
suprema 19, lo que aún abre en mayor medida el campo de posibilidades del
instituto analizado.
III. La búsqueda de las fuentes del deber de legislar no puede, sin embargo,
quedar estrictamente circunscrita a una visión que se limite a atender a la
heterogénea tipología de las normas constitucionales, extrayendo este deber que
recae sobre el poder legislativo tan sólo de la estructura y configuración de la
norma constitucional.
Analizada la cuestión desde esa óptica de los tipos normativos, nos vamos a
centrar ahora en una visión diferente, de sesgo material, en la que resulta obligado
prestar atención preferente a los derechos constitucionales, pues es indiscutible
que en ellos encontramos, por así decirlo, fuentes privilegiadas del deber de
legislar, lo que no es sino la resultante obligada de la centralidad de los derechos
en los ordenamientos constitucionales de nuestro tiempo.
Häberle, en su obra ya clásica, Die Wesensgehaltgarantie des Art. 19 Abs. 2
Grundgesetz, consideraría que todas las disposiciones de la Grundgesetz sobre
derechos fundamentales eran susceptibles y estaban necesitadas, por un lado, de
una delimitación negativa, y por otro, de la conformación y precisión de contenido
por la ley. El legislador está para ello al servicio del correspondiente derecho
fundamental afectado. La Constitución presupone su actividad como evidente
y, por tanto, no sólo como permitida, sino también como ordenada20. Para el
Profesor de Bayreuth, la intervención del legislador en el ámbito de los derechos
fundamentales es tanto más apremiante cuanto más intensa sea la relación social
de la correspondiente libertad21. La Grundgesetz –añade Häberle22– necesita a la
legislación como medium y como mediadora respecto a la realidad social, siendo a
través de la legislación como la Ley Fundamental alcanza “vigencia real”, pues sin
ella, se queda en un “nivel ideal” de validez sólo formal. En definitiva, los derechos
fundamentales sólo pueden cumplir su función social a través de la legislación,
lo que deja meridianamente clara la trascendencia que para la vigencia de la
Constitución en el ámbito de los derechos fundamentales tiene la intervención del
legislador. En coherencia con ello, el incumplimiento del mandato de intervención
que pesa sobre el legislador afecta a la propia vigencia constitucional, generando
situaciones en la vida social alejadas, cuando no lisa y llanamente contrapuestas,
a los mandatos del constituyente, o propiciando en las relaciones jurídicas la
vigencia de normas implícitas en franca contradicción con la Constitución.
19
En tal sentido, Gilmar FERREIRA MENDES: Jurisdiçâo Constitucional (O controle Abstrato de
Normas no Brasil e na Alemanha), 5ª ediçâo, Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2005, p. 274.
20
Peter HÄBERLE: Die Wesensgehaltgarantie des Art. 19 Abs. 2 Grundgesetz, Karlsruhe, 1ª ed., 1962.
Manejamos la versión española. Peter HÄBERLE: La garantía del contenido esencial de los derechos
fundamentales en la Ley Fundamental de Bonn (Una contribución a la concepción institucional de los
derechos fundamentales y a la teoría de la reserva de ley), Dykinson, Madrid, 2000, p. 169.
21
Ibidem, p. 170.
22
Ibidem, p. 172.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1025
El BVerfG no iba a tardar mucho tiempo en abordar la cuestión que ahora nos
ocupa. Es cierto que en una decisión de 19 de diciembre de 1951 rechazó admitir
un recurso de queja constitucional (Verfassungsbeschwerde) contra una omisión
del legislador relacionada con un derecho fundamental, al considerar que los
preceptos de la Grundgesetz no aseguraban al ciudadano cualquier pretensión a
una actividad legislativa susceptible de ser recurrida, caso de omisión, a través de
tal vía procesal, pero, como posteriormente se verá, los años 1957 y 1958 marcarán
un punto de inflexión frente a tal interpretación.
Por lo demás, el deber constitucional de legislar puede dimanar también del
llamado “deber de protección” (Schutzpflicht), que obliga al Estado a actuar en
defensa y protección de ciertos valores y derechos como la vida y la integridad
física, sobre todo, frente a agresiones llevadas a cabo por terceros. Innecesario es
decir que el verdadero protagonismo lo asumen aquí los derechos fundamentales,
que se visualizan como deberes de protección, lo que, a juicio de Böckenförde23,
resulta una consecuencia necesaria del carácter de los derechos fundamentales
como normas objetivas de principio y decisiones axiológicas, pudiéndonos incluso
plantear si el “deber de protección”, abstracción hecha de su relativamente tardío
despuntar, no representa el concepto central de la dimensión jurídico-objetiva de
los derechos fundamentales.
Klein, quien se ha ocupado con algún detalle de la jurisprudencia del BVerfG en
torno al “deber de protección” 24, ha llegado a contraponer la tradicional función
negativa de los derechos (“<<negatorische>> Funktion der Grundrechte”), esto
es, su visión como libertades negativas o, si se prefiere, como garantías de defensa
frente al propio Estado, a la innovadora función de los derechos que ahora nos
ocupa: “die grundrechtliche Schutzpflicht” 25.
Análoga tesis en relación a los derechos fundamentales (grundrechte) ha
mantenido Scholz26, quien se ha referido a la notable relevancia en la doctrina
del BVerfG , en lo que ahora interesa, de la llamada “teoría de la sustancialidad”
(Wesentlichkeitstheorie), de conformidad con la cual, el BVerfG ha entendido que
el mandato prioritario que la Grundgesetz hacía recaer sobre el legislador en este
ámbito era la protección de los derechos fundamentales, lo que, es obvio, no
sólo es relevante en el plano de la delimitación atributiva entre el legislativo y el
ejecutivo, sino que también lo es, y mucho, respecto a la cuestión que venimos
tratando, esto es, la asunción por el legislador de un deber de legislar.
En su extraordinariamente relevante jurisprudencia, el BVerfG no sólo ha
reconocido que los derechos fundamentales aseguran a toda persona un derecho
23
Ernst-Wolfgang BÖCKENFÖRDE: Escritos sobre Derechos Fundamentales, op. cit., pp. 114-115.
24
Eckart KLEIN: “Grundrechtliche Schutzpflicht des Staates”, en Neue Juristische Wochenschrift
(NJW), 42. Jahrgang, Heft 27, 5. Juli 1989, pp. 1633 y ss.; en especial, pp. 1634-1635.
25
Ibidem, p. 1633.
26
Rupert SCHOLZ: “Alemania: cincuenta años de la Corte Constitucional Federal”, en Anuario de
Derecho Constitucional Latinoamericano, Konrad Adenauer Stiftung, 2002, pp. 57 y ss.; en concreto,
p. 64.
1026 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
27
“Grundrechte –escribe Klein (en Ibidem, p. 1633)– sind staatsgerichttete Abwehrrechte”.
28
El art, 2º.2 GG reconoce a cada uno (“Jeder”) el derecho a la vida (“das Recht auf Leben”) y a
la integridad física (“und körperliche Unversehrtheit”) y declara de inmediato que la libertad de la
persona (“Freiheit der Person”) es invulnerable (“unverletzlich”).
29
Klaus STERN: Derecho del Estado de la República Federal Alemana, Centro de Estudios Cons-
titucionales, Madrid, 1987, p. 225.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1027
34
Robert ALEXY: Teoría de los Derechos Fundamentales, op. cit., p. 496.
35
José Carlos VIEIRA DE ANDRADE: Os Direitos Fundamentais na Constituiçâo Portuguesa de
1976, 3ª ediçâo, 2ª reimpressâo, Almedina, Coimbra, 2007, p. 413,
36
Helmut KALKBRENNER: “Verfassungsauftrag und Verpflichtung des Gesetzgebers”, en Die
Öffentliche Verwaltung (DÖV), 16. Jahrgang, Heft 2, 1963, pp. 41 y ss.; en concreto, p. 43.
37
Costantino MORTATI: “Appunti per uno studio sui rimedi giurisdizionali contro comportamenti
omissivi del legislatore”, en la obra del propio autor, Problemi di Diritto pubblico nell´attuale esperienza
costituzionale repubblicana (Raccolta di Scritti-III), Giuffrè, Milano, 1972, pp. 923 y ss.; en concreto,
p. 992. Artículo inicialmente publicado en Il Foro Italiano, 1970, V, pp. 153 y ss.
38
Vezio CRISAFULLI: “Giustizia costituzionale e potere legislativo”, en Aspetti e tendenze del
Diritto costituzionale. Scritti in onore di Costantino Mortati, Giuffrè, Milano, 1977, vol. 4º, pp. 129 y
ss.; en concreto, p. 143.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1029
plazo haya sido constitucionalmente establecido, pues “la facoltà, che in tal caso
deve ritenersi attribuita al legislatore, di graduare nel tempo secondo criteri di
opportunità politica i propri interventi incontra pur sempre un limite, oltrepassato
il quale la non attuazione diventa (...) inadempienza vera e propria”. En fin, quien
fuera presidente de la Corte costituzionale, Livio Paladin, hace más de medio siglo,
ya concebía la discrecionalidad del legislador como libertad limitada39.
Aún en Francia, en donde es bien sabido el rol estelar que siempre ha
correspondido a la ley, el cambio de perspectiva ha sido más que notable. En
pocas palabras, Georges Vedel, en su condición de ponente (“rapporteur”) de la
importante Decisión del Conseil constitutionnel nº 85-197 DC, de 23 de agosto de
1985, “Évolution de la Nouvelle Calédonie (II)”, condensaría brillantemente tal
cambio: “La loi votée, –puede leerse en el considerando nº 27 de dicha decisión–
qui n´exprime la volonté générale que dans le respect de la Constitution”.
39
Livio PALADIN: “Osservazioni sulla discrezionalità e sull´eccesso di potere del legislatore
ordinario”, en Rivista trimestrale di Diritto pubblico, Anno VI, 1956, pp. 993 y ss.; en concreto, p. 1025.
40
Sentencia del Tribunal Constitucional (STC) 209/1987, de 22 de diciembre, fundamento jurídico
(fund. jur.) 3º.
41
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”, op. cit., p. 51.
1030 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
I. Fue Wessel, juez del BVerfG, quien en 1952, muy poco después por tanto de
que el Tribunal Constitucional Federal iniciara sus tareas, en un trabajo ya clásico
en el que abordó el estudio de la jurisprudencia del BVerfG sobre el Verfassungs-
beschwerde, vino a sentar las bases de la más conocida y reiterada tipología de las
omisiones legislativas.
Wessel niega por principio que se produzca una lesión de derechos a través
de una omisión absoluta del legislador (“eine Grundrechtsverletzung durch ein
absolutes Unterlassen des Gesetzgebers”), que innecesario es decir que se da cuando
el poder legislativo ha omiso la norma legislativa constitucionalmente requerida.
De ahí que se haga eco de inmediato de que el BVerfG había rechazado por
improcedente (“unzulässig”) un recurso de queja constitucional a cuyo través se
impugnaba una lesión del derecho fundamental al libre desarrollo de la persona-
lidad (“eine Verletzung des Grundrechts auf freie Entfaltung der Persönlichkeit”)
con base en que el legislador no había implementado una ley a cuyo través todos
tuvieran la posibilidad de plantear una pretensión adecuada a este derecho. En tal
caso42, argumentará Wessel43, se trataría no de una cuestión puramente jurídica,
sino de una cuestión política (“eine politische Frage”).
Se hará eco a renglón seguido el mencionado juez constitucional de la omisión
relativa (relatives Unterlassen), señalando que se reprocha al legislador una lesión
de derechos fundamentales a través de una omisión relativa, cuando se le imputa
haber regulado tan sólo ciertas pretensiones jurídicas de algún grupo, con lesión
del principio de igualdad (“unter Verletzung des Gleichheitsgrundsatzes”). En
tal caso, para Wessel, el recurso de queja constitucional se dirige en realidad no
contra la omisión, sino frente a una actuación positiva del legislador (“die Verfas-
sungsbeschwerde in Wahrheit nicht gegen eine Unterlassung, sonder gegen ein
42
Wessel se está refiriendo, como creemos queda claro si se atiende a lo ya expuesto, a la Sentencia
dictada por el BVerfG con fecha de 19 de diciembre de 1951.
43
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
op. cit., p. 164.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1031
II. La tipología de Wessel tendría un enorme eco doctrinal, bien que las
posiciones de los autores no siempre fueran coincidentes, encontrándose entre
ellas posturas bastante críticas. Así, por poner algún ejemplo, Mortati consideraría
que la clasificación formulada por el juez constitucional alemán se hallaba
necesitada de precisión desde un doble punto de vista: en primer lugar, porque la
ausencia de toda disciplina legal para el desarrollo de un principio constitucional
no era, per se, suficiente para considerar inadmisible una acción dirigida a poner
remedio a tal situación, “non potendo escludersi che la norma impugnabile si
ricavi dal sistema”, y en segundo término, porque desarrollos parciales de la Carta
constitucional son perseguibles ante la justicia constitucional (“in giudizio di
costituzionalità”) no en el único caso de que se opongan al principio de igualdad,
44
Recordemos que, a tenor del art. 3º.1 GG: “Alle Menschen sind vor dem Gesetz gleich” (“Todos
los hombres son iguales ante la Ley”). Como señalara Rupp, el principio general de la igualdad del
párrafo primero del art. 3º de la Grundgesetz adquiere su mayor alcance en el campo de la actividad
del Estado relativa al otorgamiento de alguna cosa por él, por lo tanto, en el terreno de la preservación
de las condiciones de existencia y de las prestaciones de carácter social en su más amplio sentido.
En definitiva, el principio de igualdad se dirige ante todo al legislador. Hans G. RUPP: “El Tribunal
Constitucional Federal Alemán”, (dentro de la temática relativa al objeto y alcance de la protección
de los derechos fundamentales), en la obra colectiva, Tribunales Constitucionales y Derechos Funda-
mentales, CEC, Madrid, 1984, pp. 319 y ss.; en concreto, p. 341.
45
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
op. cit., p. 164.
1032 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
sino también cuando de ello se derive una lesión de “qualsiasi altra direttiva posta
dalla medesima” 46.
Muy crítico frente a las omisiones absolutas se iba a mostrar Delfino, para
quien una hipótesis reconducible a tal tipo de omisiones, en realidad, estaría
desprovista de relieve práctico, siendo casi imposible encontrar en la experiencia
jurídica el caso de relaciones previstas a nivel de la normativa constitucional y, sin
embargo, absolutamente desconocidas ni tan siquiera de modo indirecto por el
legislador ordinario47. Y en fin, sin ánimo exhaustivo, Picardi, aún admitiendo que
la diferenciación de Wessel tenía el mérito de poner de relieve la exigencia de una
delimitación de las atribuciones de la Corte costituzionale en sus confrontaciones
con el poder legislativo, consideraba que tal tipología se revelaba imprecisa y
difícilmente utilizable en la práctica48, y ello, en buena medida, porque tras ella
subyacía un punto de vista político o sociológico antes que jurídico49.
46
Costantino MORTATI: “Appunti per uno studio sui rimedi giurisdizionali...”, op. cit., p. 928.
47
Felice DELFINO: “Omissioni legislative e Corte costituzionale (delle sentenze costituzionali c.
d. creative)”, en Studi in onore di Giuseppe Chiarelli, Giuffrè, Milano, 1974, tomo secondo, pp. 911 y
ss.; en concreto, p. 917.
48
Nicola PICARDI: “Le sentenze <<integrative>> della Corte costituzionale”, en Aspetti e tendenze
del Diritto costituzionale. Scritti in onore di Costantino Mortati, Giuffrè, Milano, 1977, vol. 4º, pp. 597
y ss.; en concreto, p. 606.
49
Ibidem, p. 604.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1033
50
Giuliano AMATO: “Troppo coraggio o troppa cautela nella Corte contestata?”, en Giurisprudenza
Costituzionale, anno XVI, 1971, fasc. 2, pp. 603 y ss.; en concreto, p. 603.
51
Sentencia de 30 de marzo de 1971, nº 62, terzo considerando in diritto. La sentencia puede
verse en Giurisprudenza Costituzionale, anno XVI, 1971, fasc. 2, pp. 601 y ss..
1034 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
52
STC 31/1994, de 31 de enero de 1994, fund. jur. 7º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1035
pública militar, con base en que no era posible admitir la petición hasta que fuere
promulgada una ley que posibilitare el acceso de la mujer a las Fuerzas Armadas,
acto administrativo que sería a su vez confirmado por una sentencia de la Sala
Quinta del Tribunal Supremo. El juez constitucional otorgará el amparo y anulará
tanto el acto administrativo como la sentencia del Tribunal Supremo, razonando al
efecto, que la incidencia del mandato contenido en el art. 9º.2 CE (que reproduce
la famosa “cláusula Lelio Basso” de la Constitución italiana) sobre el que encierra
el art. 14 (principio de igualdad formal e interdicción de discriminación, entre
otras causas, por razón de sexo), supone una modulación de este último, que,
entre otras consecuencias, y en lo que ahora importa, se traduce en que “exige
de los poderes públicos, enfrentados a una situación de desigualdad de origen
histórico, la adopción de una actitud positiva y diligente tendente a su corrección;
de tal modo que, si bien no cabe, por lo general, mesurar ex constitutione la falta
de celo y presteza del legislador en la procura de aquella corrección cuando una
desigualdad de hecho no se traduce en una desigualdad jurídica, la concurrencia
de esta última por la pervivencia en el ordenamiento de una discriminación no
rectificada en un lapso de tiempo razonable habrá de llevar a la calificación de
inconstitucionales de los actos que la mantengan53.
En resumen, los distintos casos expuestos nos muestran cómo los Tribunales
Constitucionales de esos tres países, no obstante no existir en ellos específicos
institutos de control de la inconstitucionalidad de una omisión, han fiscalizado
a través de cauces procesales diferentes las omisiones relativas, pero también
las absolutas, del legislador. Parece claro, pues, que la praxis jurisprudencial no
ha corroborado la finalidad última a que respondió en su momento la tipología
creada por Wessel.
53
STC 216/1991, de 14 de noviembre de 1991, fund. jur. 5º, in fine.
54
Jorge MIRANDA: “Inconstitucionalidade por omissâo”, en la obra colectiva, Estudos sobre a
Constituiçâo, vol. I, Livraria Petrony, Lisboa, 1977, pp. 333 y ss.; en concreto, p. 345.
1036 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
55
J.J. GOMES CANOTILHO: Direito Constitucional..., op. cit., p. 1022.
56
Giuseppe BRANCA: “Caratteristiche e funzione dei giudizi di legittimità costituzionale” (Re-
lazione dell´Accademia dei Lincei, 1972). Seguimos la transcripción que hace Giustino D´ORAZIO:
“Le sentenze costituzionali additive tra esaltazione e contestazione”, en Rivista trimestrale di Diritto
pubblico, 1972, fasc. 1, pp. 61 y ss.; en concreto, p. 72.
57
Vezio CRISAFULLI: “La Corte costituzionale ha vent´anni”, en La Corte costituzionale tra norma
giuridica e realtà sociale (Bilancio di vent´anni di attività), a cura di Nicola Occhiocupo, CEDAM,
Padova, 1984 (ristampa), pp. 69 y ss.; en concreto, p. 84. Este artículo fue inicialmente publicado en
Giurisprudenza Costituzionale, anno XXI, 1976, fasc. 10, pp. 1694 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1037
58
Franco MODUGNO: “La Corte costituzionale oggi”, en Scritti su la Giustizia Costituzionale.
In onore di Vezio Crisafulli, CEDAM, Padova, 1985, vol. I, pp. 527 y ss.; en concreto, nota 62, en pp.
564-565.
59
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle allemande” (7ème Conférence des Cours consti-
tutionnelles européennes), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III, 1987, pp. 37 y
ss.; en concreto, p. 48.
1038 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
Por nuestra parte, creemos con Pereira da Silva60, que la omisión inconsti-
tucional se nos presenta como una realidad bifronte, esto es, si por un lado, tal
omisión es el incumplimiento de una obligación constitucional del legislador, por
otro, es también el resultado objetivamente producido en el ordenamiento jurídico
por ese mismo incumplimiento. Dicho de otro modo, la caracterización jurídica
del concepto que nos ocupa ha de atender tanto a la perspectiva obligacional
como a la óptica normativa. Y desde esta óptica, las concepciones obligacionales
y normativistas se manifiestan reductoras frente a la complejidad de la figura
jurídica considerada.
La conclusión es, a nuestro modo de ver, bastante clara: la inconstitucionalidad
de una omisión exige constatar que el legislador ha incumplido la obligación que
la Constitución le exige de dictar un texto legislativo con el que dar adecuada
respuesta a un mandato constitucional o con el que posibilitar la plena eficacia de
una determinada previsión constitucional, incumplimiento que se ha prolongado
en el tiempo más allá de un “plazo razonable”, pero también exige verificar de
igual modo que la ausencia de esa normación “constitucionalmente debida” ha
propiciado la vigencia de normas preconstitucionales en contradicción con los
mandatos constitucionales, o que se ha producido una situación en las relaciones
jurídico-sociales inequívocamente opuesta a las previsiones de la Constitución.
Desde otra óptica, la verificación de la inconstitucionalidad de una inacción del
legislador, tratándose ésta de una omisión parcial o relativa, requiere verificar
que el poder legislativo, al dictar el texto, ha incurrido en una omisión parcial
vulneradora del principio de igualdad, al generar, por ejemplo, una exclusión
arbitraria de beneficio.
Como puede apreciarse por lo que se acaba de decir, no siempre podrá
reconducirse el control de las omisiones a la existencia de una norma implícita.
Piénsese en ciertos derechos prestacionales o socio-laborales cuya falta de desa-
rrollo conduce a privarlos de toda eficacia. La omisión puede no propiciar aquí la
vigencia de una norma implícita o preconstitucional, sino simplemente el vacío
jurídico, un vacío en contradicción con un mandato constitucional. Por poner un
ejemplo, la falta de desarrollo por el legislativo de la previsión del art. 37.VIII de la
Constitución brasileña (“A lei reservará percentual dos cargos e empregos públicos
para as pessoas portadoras de deficiência e definirá os critérios de su admissâo”),
lisa y llanamente, se traducirá en un vacío jurídico que, prolongado en el tiempo
más allá de un plazo razonable, generará una situación social frontalmente
contradictoria con las previsiones constitucionales. En supuestos análogos a éste,
es claro que el objeto del control no será una norma, sino la determinación de si la
omisión es constitucionalmente reprobable, tanto por venir obligado el legislador
a dictar un texto legislativo y no haberlo hecho no obstante haberse superado un
“plazo razonable”, como por la constatación de que a esa omisión se ha anudado
60
Jorge PEREIRA DA SILVA: Dever de legislar e protecçâo jurisdicional contra omissôes legislativas
(Contributo para uma Teoria da Inconstitucionalidade por Omissâo), Universidade Católica Editora,
Lisboa, 2003, p. 13.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1039
61
J.J. GOMES CANOTILHO: Constituiçâo dirigente e vinculaçâo do legislador, op. cit., p. 334.
62
Christian PESTALOZZA: “<<Noch Verfassungsmässige>> und <<bloss Verfassungswidrige>>
Rechtslagen”, op. cit., p. 526.
63
Jorge MIRANDA: “La Justicia Constitucional en Portugal”, en Anuario Iberoamericano de Justicia
Constitucional, 1997, pp. 325 y ss.; en concreto, pp. 345-346.
1040 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
por omisión se traduce en un juicio sobre el tiempo en que debería ser elaborada la
norma, por lo que ninguna omisión puede ser descrita en abstracto, sino tan sólo
en concreto, determinada por hechos de signo positivo. La ausencia o insuficiencia
de la norma legal no puede ser deslindada de un determinado tiempo histórico,
señalado por la necesidad de producción legislativa y cuya duración, mayor o
menor, será prefijada –muy raramente– por la propia Constitución o dependerá
de la naturaleza de las cosas (o sea, de la naturaleza de la norma constitucional
no exigible por sí misma en confrontación con las situaciones de hecho). Esta
doctrina ha sido plenamente asumida por el Tribunal Constitucional portugués
(con anterioridad a 1982, por la Comisión Constitucional), pudiendo afirmarse
otro tanto del Supremo Tribunal Federal brasileño.
Podría pensarse que este entendimiento es válido tan sólo para aquellos países
que, como Portugal o Brasil, han configurado constitucionalmente el instituto
procesal de la acción directa de inconstitucionalidad por omisión. No nos parece,
sin embargo, que sea así, y la jurisprudencia constitucional sentada en otros
países creemos que lo avala. Paradigmática es al efecto la sentencia del BVerfG de
29 de enero de 1969, de la que ya nos hemos hecho eco con algún detenimiento.
Recordemos que el Tribunal Constitucional Federal entenderá que la voluntad de
la Constitución no puede ser interpretada en el sentido de que el legislador pueda
dilatar el encargo encomendado por el constituyente por tiempo indeterminado,
con la consecuencia de que la situación legal, rechazada y considerada por el
constituyente necesitada de una urgente reforma, pueda quedar en vigor por
tiempo indeterminado tras la entrada en vigor de la Constitución. Dicho de otro
modo, aunque la Constitución no delimite un plazo para la intervención del
legislador, éste no puede demorar indefinidamente el cumplimiento de su deber de
legislar. En definitiva, es meridianamente claro que el BVerfG maneja, aunque no
la califique expresamente así (el BVerfG habla de un “plazo adecuado”), la doctrina
del “plazo razonable” de que dispone el legislador para dar cumplimiento a los
mandatos que le imponen ciertas normas constitucionales.
También el Tribunal Constitucional español ha hecho suyo este elemento en
algunas sentencias, como sería el caso de la ya comnentada STC 31/1994, en la que
el juez constitucional razona, como ya dijimos, que “lo que no puede el legislador
es diferir sine die, más allá de un plazo razonable y sin que existan razones que
justifiquen la demora, la regulación de una actividad (...) que afecta directamente
el ejercicio de un derecho fundamental” 64.
Añadamos que, a nuestro entender, aun cuando consideremos que el objeto
del control llevado a cabo en sede constitucional pueda ser la norma preconsti-
tucional cuya aplicación es posibilitada por la falta de desarrollo constitucional,
o la norma implícita que cobra vida de resultas de una norma legislativa parcial
o el acomodo a la Constitución de la situación jurídico-social que ha generado
la inacción legislativa y, en íntima conexión con ella, la bondad constitucional
de esa misma inacción, nada de ello puede conducir a privar de toda relevancia
64
STC 31/1994, de 31 de enero, fund. jur. 7º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1041
65
Jorge MIRANDA: “La Justicia Constitucional en Portugal”, op. cit., p. 346.
66
Así, Mª Angeles AHUMADA RUIZ: “El control de constitucionalidad de las omisiones legislativas”,
en Revista del Centro de Estudios Constitucionales, nº 8, Enero/Abril 1991, pp. 169 y ss.; en concreto,
p. 173.
67
Ignacio VILLAVERDE MENÉNDEZ: La inconstitucionalidad por omisión, McGraw-Hill, Madrid,
1997, p. 49.
1042 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
Nos parece claro, que la expresión natural del control de las omisiones
legislativas se manifiesta en los casos concretos, pero de ahí no creemos que deba
desprenderse la inconveniencia o imposibilidad de un control de tales omisiones
en abstracto. Bastaría al efecto con pensar en la ineficacia de los derechos
prestacionales que puede anudarse a su falta de desarrollo legislativo, pudiendo
servir de ejemplo paradigmático el antes mencionado derecho a la “la participaçâo
nos lucros, ou resultados, desvinculada da remuneraçâo” del art. 7º.XI de la
Constitución brasileña de 1988. Piénsese, adicionalmente, en que si el legislador
brasileño omite más allá de un plazo razonable dictar la ley que le exige el art.
37.VIII de la Carta de 1988, en la que debe contemplar el porcentaje de cargos y
empleos públicos que se ha de reservar a las personas deficientes, definiendo a la
par los criterios para su admisión, independientemente de que se suscite o no un
caso litigioso, se estará generando una situación en el marco jurídico regulador
del acceso a la función pública claramente lesiva de un derecho constitucional
reconocido a las personas con minusvalías o deficiencias. Los ejemplos podrían
multiplicarse, y no sólo, desde luego, en relación a previsiones de la Constitución
brasileña. En supuestos de esta naturaleza, es perfectamente comprensible que
quien esté legitimado para instar el control de las omisiones, desencadene tal
proceso de fiscalización.
En definitiva, presupuesto nuclear de la omisión inconstitucional es una
lesión objetiva de las previsiones constitucionales. Sin transgresión de las normas
constitucionales no hay inconstitucionalidad ni por acción ni por omisión. No es,
por tanto, el silencio del legislador lo que por sí solo vulnera la Constitución, sino
la interacción de la omisión de un deber constitucional de legislar prolongada
en el tiempo más allá de un plazo razonable con su consecuencia objetivamente
transgresora de la Norma suprema. La inconstitucionalidad aparece pues, como
la resultante de diferentes presupuestos estrechamente interconectados.
68
Costantino MORTATI: “Appunti per uno studio sui rimedi giurisdizionali...”, op. cit., p. 927,
nota 4.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1043
69
Mª Angeles AHUMADA RUIZ: “El control de constitucionalidad de las omisiones legislativas”,
op. cit., p. 174.
1044 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
70
Nicola PICARDI: “Le sentenze <<integrative>> della Corte costituzionale”, op. cit., pp. 604-605.
71
Anna Cândida DA CUNHA FERRAZ: “Protecçâo jurisdicional da omissâo inconstitucional dos
poderes locais”, en Revista Mestrado em Direito, ano 5, nº 5, Osasco (Sâo Paulo), 2005, pp. 157 y ss.;
en concreto, p. 160.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1045
72
Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale dei diritti di libertà
(Studio comparativo sul diritto tedesco), en Archivio Giuridico “Filippo Serafini”, volume CLXXVIII,
Fascicoli 1-2, Gennaio/Aprile, 1970, pp. 88 y ss.; en concreto, pp. 106-107.
1046 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
73
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht (Die Verfassungsgerichtsbarkeit des Bundes
und der Länder), C.H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, 3., völlig neubearbeitete Auflage (3ª ed.
completamente revisada), München, 1991, p. 344.
74
Vezio CRISAFULLI: “Giustizia costituzionale e potere legislativo”, op. cit., p. 141.
75
Análoga posición mantienen, entre otros, Angelo Antonio CERVATI: “Incostituzionalità delle
leggi ed efficacia delle sentenze delle Corti costituzionali austriaca, tedesca ed italiana”, en Quaderni
Costituzionali, anno IX, nº 2, Agosto 1989, pp. 257 y ss.; en concreto, p. 270. Asimismo, Jean-Claude
BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois en République Fédérale d´Allemagne, Economica,
Paris, 1982, pp. 250 y ss.
76
Gilmar FERREIRA MENDES: Jurisdiçâo Constitucional (O controle abstrato de normas no
Brasil e na Alemanha), 5ª ediçâo, Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2005, pp. 275-276.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1047
Quizá antes de aludir a las técnicas decisorias a las que el BVerfG ha recurrido
para el control de las omisiones del legislador77 convenga recordar que el instru-
mento procesal utilizado para hacer frente a tales omisiones ha sido el recurso de
queja constitucional (Verfassungsbeschwerde). Es cierto que, en un primer momen-
to, el BVerfG no pareció mostrarse muy proclive a esta modalidad de control. En
efecto, ya en la mencionada decisión de 19 de diciembre de 1951 el Tribunal hubo
de enfrentarse con el problema de las omisiones supuestamente inconstitucionales
, reconociendo en esa sentencia que de la sujeción a la Constitución, y muy
particularmente a los Grundrechte, podían surgir para los órganos judiciales y ad-
ministrativos concretas obligaciones de actuar, cuya inobservancia podía conducir
a una auténtica omisión inconstitucional lesiva de derechos fundamentales. Sin
embargo, en la misma decisión, el Tribunal, en línea de principio, excluyó que una
inacción del legislador pudiera dar lugar a una omisión inconstitucional78 lesiva de
derechos fundamentales79. A la vista del fallo, Lechner pondría de relieve80, que el
hecho de que el Tribunal no reconociera la posibilidad de una inconstitucionalidad
por omisión del legislador no entrañaba que el legislador no debiese extraer, en
el ámbito de sus competencias y de sus facultades legislativas, las conclusiones
necesarias de una sentencia como ésta. En cualquier caso, tal y como ya dijimos,
en los años 1957 y 1958 el BVerfG, en sendas decisiones de las que ya nos hicimos
eco, abandonando sus primeros posicionamientos, admitiría de modo inequívoco
que la inconstitucionalidad podía provenir no sólo por vía de acción, sino también
de resultas de una omisión legislativa.
Estas tomas de posición jurisprudencial marcaban una pauta diferencial
más que notable respecto de épocas anteriores. Kalkbrenner así lo destacaba
en 196381, haciéndose eco de cómo se estaba prestando una creciente atención
al problema de las omisiones del legislador, tanto por parte de la jurisprudencia
(“Rechtsprechung”) como de la literatura jurídica (“Schrifftum”), lo que no
había acontecido en la época de la República de Weimar (“die Zeit der Weimarer
Republik”), en la que prevaleció la opinión de “la soberanía y el autoritarismo del
legislador” (“Souveranität und Selbstherrlichkeit des Gesetzgebers”).
Por lo demás, como ya se dijo, el control llevado a cabo por el BVerfG no se iba
a limitar a las omisiones relativas, sino que se iba a proyectar asimismo sobre las
omisiones absolutas, como ejemplificaría a la perfección la también comentada
decisión de 29 de enero de 1969.
77
Para un análisis más amplio que el más esquemático que aquí hacemos, cfr. Francisco FER-
NÁNDEZ SEGADO: “El control de las omisiones legislativas por el <<Bundesverfassungsgericht>>”,
en Teoría y Realidad Constitucional, nº 22, 2º semestre 2008, pp. 95 y ss.; en concreto, pp. 108 y ss.
78
Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela...”, op. cit., pp. 100-101.
79
De la importancia de esa sentencia se hacía eco Mauro CAPPELLETTI en su clásica obra, La
giurisdizione costituzionale delle libertà (Primo studio sul ricorso costituzionale), Giuffrè Editore,
Milano, 1955, p. 82.
80
Dr. LECHNER: “Zur Zulässigkeit der Verfassungsbeschwerde gegen Unterlassungen des
Gesetzgebers”, en Neue Juristische Wochenschrift (NJW), 8. Jahrgang, Heft 49, 9. Dezember 1955, pp.
1817 y ss.; en concreto, p. 1819.
81
Helmut KALKBRENNER: “Verfassungsauftrag und Verpflicht des Gesetzgebers”, op. cit., p. 41.
1048 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
A) Fue la conocida Jueza del BVerfG Wiltraut Rupp-v. Brünneck quien acuñó
por primera vez la expresión “Appell-Entscheidungen” en un trabajo publicado en
1970 en el que se interrogaba acerca de si el Tribunal Constitucional podía apelar
al legislador85. La mencionada Jueza iba a considerar injustificado (“unbegrün-
det”) el reproche (“der Vorwurf”) realizado por algunos frente a estas sentencias,
de que las mismas entrañaban “una inadmisible intrusión en la competencia del
legislador” (“eines unzulässigen Übergriffes in dem Funktions bereich des Ge-
setzgebers”), entendiendo, por el contrario, que “sind die Appell-Entscheidungen
geradezu eine Bestätigung des vom Bundesverfassungsgericht geübten judicial
self-restraint” 86 (las sentencias de apelación son realmente una confirmación de
la experimentada judicial self-restraint del Tribunal Constitucional Federal).
82
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”, op. cit., p. 58.
83
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber
Appellieren?”, en Festschrift für Gebhard Müller (Zum 70. Geburtstag des Präsidenten des Bundes-
verfassungsgerichts), Herausgegeben von Theo Ritterspach und Willi Geiger, J.C.B. Mohr (Paul
Siebeck), Tübingen, 1970, pp. 355 y ss.; en concreto, pp. 364-365.
84
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle Fédérale allemande”, op. cit., p. 48.
85
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber
Appellieren?”, op. cit., p. 355.
86
Ibidem, p. 369.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1049
Estas decisiones nos ofrecen una pluralidad de tipos, que se presentan como
la resultante del hecho de que estas resoluciones emergen en la jurisprudencia
del BVerfG como una constelación de casos diferentes. Todo ello ha propiciado
que Schulte llegue incluso a esbozar una tipología bajo el enunciado general de
“Fallgruppen von Appellentscheidungen” 87 (grupos de casos de decisiones de
apelación). El citado autor diferencia tres casos de grupos típicos (“drei typische
Fallgruppen”) 88: 1) Appellentscheidungen con motivo de cambios en la realidad
o en la interpretación constitucional (“eines Wandels der Realität oder der
Verfassungsinterpretation”); 2) Appellentscheidungen con motivo de un mandato
al legislador (un encargo a la legislación en la traducción literal: “aus Anlass
unerfüllter Gesetzgebungsaufträgen”), y 3) Appellentscheidungen con motivo de
la falta de evidencia de una vulneración constitucional (“aus Anlass fehlender
Evidenz der Verfassungsvertossses”). Parece patente que sería el segundo tipo el
que respondería al supuesto que venimos tratando.
La praxis nos muestra por lo demás, que el legislador ha seguido sin significa-
tivas manifestaciones en contrario, las indicaciones del BVerfG, plasmadas por lo
general en los fundamentos jurídicos de estas decisiones. Como al efecto escribe
Landfried, “Members of Parliament perceive the binding efficacy to last forever and
to include nearly every sentence of a decision. That is why an appeal to the Members
of Parliament to have more <<political self-confidence>> is as important as an ap-
peal to the judges to practise more <<judicial self-restraint>>”89. En definitiva, con
esta técnica de la apelación y reenvío al legislador, a través de una decisión plagada
por lo general de directivas, el BVerfG se ha dotado de un instrumento eficaz frente
a las omisiones, permitiéndole impulsar la intervención del legislador.
87
Martin SCHULTE: “Appellentscheidungen des Bundesverfassungsgerichts”, en Deutsches
Verwaltungs Blatt (DVBl), 103. Jahrgang, 15. Dezember 1988, pp. 1200 y ss.; en concreto, pp. 1201-1202.
88
Ibidem, p. 1201.
89
Christine LANDFRIED: “Constitutional Review and Legislation in the Federal Republic of
Germany”, en Christine Landfried (Ed.), Constitutional Review and Legislation. An International
Comparison, Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1988, pp. 147 y ss.; en concreto, pp. 166-167.
1050 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
90
Christian PESTALOZZA: “<<Noch verfassungsmässige>> und <<bloss verfassungswidrige>>
Rechtslagen”, op. cit., p. 526.
91
Gilmar FERREIRA MENDES: “O apelo ao legislador (Appellentscheidung) na práxis da Corte
Constitucional Federal alemâ”, en Revista da Faculdade de Direito da Universidade de Lisboa, Vol.
XXXIII, 1992, pp. 265 y ss.; en concreto, p. 279.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1051
92
Aldo M. SANDULLI: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in Italien”, en Verfassungsgerichtsbarkeit
in der Gegenwart (Länderberichte und Rechtsvergleichung), Herausgegeben von Hermann Mosler,
Carl Heymanns Verlag KG, Köln/Berlin, 1962, pp. 292 y ss.; en concreto, p. 308.
93
Aldo M. SANDULLI: Il giudizio sulle leggi (La cognizione della Corte costituzionale e i suoi
limiti), Giuffrè, Milano, 1967, p. 64.
94
Sandulli consideraría esta decisión como “il primo caso di sentenza <creativa> a contenuto
<aggiuntivo>”. Aldo M. SANDULLI: Il giudizio sulle leggi, op. cit., p. 65.
95
Vezio CRISAFULLI: “Le sentenze <<interpretative>> della Corte costituzionale”, en Rivista
trimestrale di Diritto e procedura civile, anno XXI, nº 1, Marzo 1967, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 12.
96
Leopoldo ELIA: “Divergenze e convergenze della Corte costituzionale con la magistratura
ordinaria in materia di garanzie difensive nell´istruzione sommaria”, en Rivista italiana di Diritto e
1052 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
A) Dos son los subtipo que pueden diferenciarse dentro de las sentencias
manipulativas: las sentenze additive y las sentenze sostitutive. Respecto a las
primeras, la doctrina, generalizadamente, las identifica como aquellas en las que
la Corte declara la inconstitucionalidad “della omessa previsione di qualcosa” por
una disposición98 o aprecia su inconstitucionalidad “nella parte in cui non prevede
alcunché” 99. Quiere ello decir que el juez constitucional aprecia en la disposición
que va a considerar inconstitucional un alcance normativo menor del que debería
tener. Las sentencias aditivas se han vinculado a través de una relación muy estre-
cha con el principio de igualdad y con los derechos sociales. Hace una treintena
de años, Zagrebelsky destacaba100, que el supuesto de más frecuente recurso a
este tipo de sentencias era aquél en que se trataba de restablecer el principio de
igualdad, violado por disposiciones irrazonablemente discriminatorias, al prever
una de ellas “qualcosa di più “ respecto a lo que para otra categoría de supuestos y
destinatarios se establecía por otra norma. Con frecuencia, también en situaciones
de privilegios a eliminar se iba a recurrir a este tipo de decisiones, con las que, en
último término, se pretendía la generalización del privilegio o beneficio.
B) Las sentenze sostitutive son aquellas a las que recurre la Corte en aquellos
supuestos en que la ley prevé algo, mientras que, constitucionalmente, debería
disponer otra cosa. En tales casos, el juez constitucional italiano declara la incons-
titucionalidad de una ley en cuanto (en la parte) contiene una cierta prescripción
antes que otra.
procedura penale, nuova serie, anno VIII, 1965, pp. 537 y ss.; en concreto, p. 562. “La Corte costituzio-
nale –escribe Elia– mediante sentenze di accoglimento parziale (che chiamarei manipolative, stavolta
in senso buono), considera come contenuto della legge, onde eliminarlo, una entità che è cresciuta
contro la legge, anche se innestandosi su di essa: e dichiara si illegittimo (“in quanto” o “nella parte”
idealmente scindibile) un testo, ma solo per salvarne la sostanza originaria, conforme a Costituzione,
per ripristinare la volontà del legislatore contraddetta da quella dei giudici”.
97
Vezio CRISAFULLI: “La Corte costituzionale ha vent´anni”, op. cit., p. 80.
98
Vezio CRISAFULLI: Lezioni di Diritto costituzionale, vol. II (L´ordinamento costituzionale
italiano. Le fonti normative. La Corte costituzionale), 5ª edizione riveduta, CEDAM, Padova, 1984,
p. 403.
99
Gustavo ZAGREBELSKY: La giustizia costituzionale, Il Mulino, Bologna, 1977, p. 157.
100
Ibidem, p. 162.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1053
101
En la sentencia se declara la ilegitimidad de la norma penal “nei limiti” en que la misma atribuye
“il potere di dare l´autorizzazione a procedere per il delito di vilipendio della Corte costituzionale al
Ministro di grazia e giustizia anziché alla Corte stessa”.
102
Paladin identificó las sentencias que siguen la pauta de la nº 15, de 1969, como las decisiones
que se hallan “empernadas” (“imperniate”), o lo que es igual, sujetas por el perno de la conjunción
anziché. Livio PALADIN: Diritto costituzionale, CEDAM, Padova, 1991, p. 778.
103
Nicola PICARDI: “Le sentenze <<integrative>> della Corte costituzionale”, en la obra colectiva,
Aspetti e tendenze del Diritto costituzionale. Scritti in onore di Costantino Mortati, Giuffrè Editore,
Milano, 1977, vol. 4º, pp. 597 y ss.; en concreto, pp. 632-633.
104
Alessandro PIZZORUSSO: “El Tribunal Constitucional italiano”, en la obra colectiva, Tribunales
Constitucionales Europeos y Derechos Fundamentales, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1984, pp. 233 y ss.; en concreto, pp. 261-262.
105
Adele ANZON: “Nuove tecniche decisorie della Corte costituzionale”, en Giurisprudenza
Costituzionale, anno XXXVII, fasc. 4, Luglio/Agosto 1992, pp. 3199 y ss.; en concreto, p. 3199.
106
La primera de las decisiones que suscita un cierto eco entre la doctrina es la nº 497, de 27 de abril
de 1988. Puede verse en Giurisprudenza Costituzionale, anno XXXIII, 1988, fasc. 3, pp. 2209 y ss.
1054 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
107
Adele ANZON: “Nuove tecniche decisorie della Corte costituzionale”, op. cit., p. 3216.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1055
108
Henry ROUSSILLON: “Le problème du contrôle de la constitutionnalité des lois dans les pays
socialistes”, en Revue du Droit Public, nº 1-1977, Janvier/Février 1977, pp. 55 y ss.; en particular,
pp. 97-103.
109
A. NASCHITZ: “Introduction aux règles de contrôle de la constitutionnalité et de la légalité
dans l´activité étatique socialiste”. Cours de la Faculté Internationale pour l´Enseignement du Droit
comparé (langue anglaise), Strasbourg, 1970, p. l9. Cit. por Henry ROUSSILLON: “Le problème du
contrôle de la constitutionnalité des lois...”, op. cit., p. 98, nota 166.
1056 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
110
Tomamos la cita de J. ZAKRZEWSKA: “Le contrôle de la constitutionnalité des lois dans les
États socialistes”, en Res Publica (Revue de l´Institut Belge de Science Politique), Vol. XIV, 1972,
nº 4, pp. 771 y ss.; en concreto, p. 777.
111
J.J. GOMES CANOTILHO y Vital MOREIRA: Constituiçâo da República Portuguesa. Anotada,
Coimbra Editora, Coimbra, 1978, p. 8.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1057
112
En tal sentido, Canotilho, de modo rotundo, consideraba que la expresa consagración de la
inconstitucionalidad por los comportamientos omisivos del legislador era una consecuencia lógica
y necesaria del carácter predominantemente prescriptivo y dirigente de la Ley Fundamental de
1976. J.J. GOMES CANOTILHO: Constituiçâo dirigente e vinculaçâo do legislador (Contributo para a
compreensâo das normas constitucionais programáticas), Coimbra Editora, Coimbra, 1982, p. 354.
113
Jorge MIRANDA: Manual de Direito Constitucional, tomo II (Constituiçâo e inconstitucionali-
dade), 3ª ediçâo revista, Coimbra Editora, Coimbra, 1991, p. 405.
114
Rui MEDEIROS: A Decisâo de Inconstitucionalidade (Os autores, o conteúdo e os efeitos da
decisâo de inconstitucionalidade da lei), Universidade Católica Editora, Lisboa, 1999, p. 520.
1058 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
115
Jorge PEREIRA DA SILVA: Dever de legislar e protecçâo jurisdicional contra omissôes legislativas
(Contributo para uma Teoria da Inconstitucionalidade por Omissâo), Universidade Católica Editora,
Lisboa, 2003, p. 17.
116
Jorge MIRANDA: “O Tribunal Constitucional Português em 2002”, en Anuario Iberoamericano
de Justicia Constitucional, nº 7, 2003, pp. 561 y ss.; en concreto, p. 576.
117
Carlos Roberto SIQUEIRA CASTRO: O devido processo legal e os princípios da razoabilidade e
da proporcionalidade, 4ª ed., Editora Forense, Rio de Janeiro, 2006, p. 379.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1059
118
El discurso del presidente de la Asamblea Constituyente puede verse en Paulo BONAVIDES y
PAES DE ANDRADE: História Constitucional do Brasil, 3ª ed., Editora Paz e Terra, Rio de Janeiro,
1991, pp. 921-925; la cita, en p. 921.
119
En tal sentido, entre otros, José Carlos BARBOSA MOREIRA: “El control judicial de la cons-
titucionalidad de las leyes en el Derecho brasileño: un bosquejo”, en Eduardo Ferrer Mac-Gregor
(coordinador), Derecho Procesal Constitucional, 4ª ed., Editorial Porrúa/Colegio de Secretarios de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, México, 2003, tomo III, pp. 1991 y ss.; en concreto, p. 2001.
120
Lenio Luiz STRECK: Jurisdiçâo Constitucional e Hermenêutica (Uma Nova Crítica do Direito),
2ª ediçâo revista, Editora Forense, Rio de Janeiro, 2004, p. 788.
1060 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
121
Willis Santiago GUERRA FILHO: Processo Constitucional e Direitos Fundamentais, 2ª ediçâo
revista, Celso Bastos editor, Sâo Paulo, 2001, p. 111.
122
J. M. OTHON SIDOU: “Habeas Corpus”, Mandado de Segurança, Mandado de Injunçâo, “Habeas
Data”, Açâo Popular, 6ª ediçâo, Editora Forense, Rio de Janeiro, 2002, p. 284.
123
En su jurisprudencia tradicional, el Supremo Tribunal Federal venía equiparando los efectos del
mandado de injunçâo a los propios de la açâo direta de inconstitucionalidade por omissâo, traduciéndose
la apreciación por el Tribunal de la violación de un derecho de resultas de la falta de su regulación en
una comunicación al legislativo para que adoptara las providencias oportunas, comunicación que,
por lo general, era ignorada por el poder legislativo.
124
Puede verse el texto de esta ley en Annuaire Internationale de Justice Constitutionnelle, VI, 1990,
pp. 867-880.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1061
125
Antal ADAM: “La Cour constitutionnelle en Hongrie”, en Giustizia costituzionale e sviluppo
democratico nei paesi dell´Europa centro-orientale, a cura di Giuseppe de Vergottini, G. Giappichelli
Editore, Torino, 2000, pp. 207 y ss.; en concreto, p. 224.
126
Gerhard LEIBHOLZ: “Einleitung”, en “Der Status des Bundesverfassungsgerichts” (Gutachten,
Denkschriften und Stellungnahmen mit einer Einleitung), en Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der
Gegenwart (JÖR), Band 6, 1957, pp. 110 y ss.; en concreto, p. 111.
127
Mauro CAPPELLETTI: “Des juges législateurs?” (Étude dédiée à la mémoire de Tullio Ascarelli
et d´Alessandro Pekelis). Recogido en la obra recopilatoria de artículos del autor, Le pouvoir des juges,
Economica/Presses Universitaires d´Aix-Marseille, Paris, 1990, pp. 23 y ss.; en concreto, pp. 70-71.
1062 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
aforismos “ubi non est actio, ibi non est jurisdictio” o “nemo judex sine actore”, o
la máxima alemana “wo kein Kläger ist, da ist auch kein Richter” (donde no hay
demandante, no hay juez).
Quizá la iniciativa conferida al Tribunal Constitucional húngaro para iniciar ex
officio este procedimiento sea en alguna medida deudora de la concepción que de
la justicia constitucional se tenía en los países socialistas, que puede ejemplificar
el Tribunal Constitucional yugoslavo en 1974, y a la que ya nos hemos referido,
pero esa visión, innecesario es decirlo, poco, o más bien nada, tiene que ver con
la visión que de la justicia constitucional se tiene en la Europa democrática, a la
que ya pertenece Hungría.
6. El debate en torno a las vías idóneas con las que hacer frente al
control de las omisiones relativas
128
Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La justicia constitucional: una visión de Derecho
comparado, Dykinson, Madrid, 2009, tomo I, pp. 1112 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1063
control que nos ocupa con ocasión de su conocimiento de litis concretas en las que
habían de aplicarse normas que, a su juicio, eran dudosamente constitucionales.
El argumento precedente adquiere un peso específico mayor en el concreto
supuesto a que aludimos: el de las omisiones relativas, que presuponen la exis-
tencia de un texto legislativo que genera, por su carácter parcial o incomplitud,
un trato diferencial vulnerador del principio de igualdad, que suele desencadenar
una exclusión arbitraria de beneficio. Es fácilmente comprensible, que sea con
ocasión de la aplicación del texto legal cuando más perceptiblemente se pueda
manifestar el vicio de la omisión inconstitucional. En tal argumentación se han
apoyado aquellos sectores de la doctrina partidarios de encauzar todo posible
control de las inacciones legislativas a través de los antes mencionados cauces
procesales, rechazando la constitucionalización de instrumentos específicos de
control de las omisiones. No vamos a retornar a esta polémica. Ya nos hemos
pronunciado acerca de cómo, a nuestro juicio, la constitucionalización de tales
mecanismos procesales, allí donde se ha producido, responde a unas causas
perfectamente justificadas. Que la aplicación práctica de esos instrumentos haya
sido decepcionante, que desde luego lo ha sido, en nada obsta a lo anterior.
El debate en torno a la cuestión abordada ha adquirido perfiles de mayor
trascendencia y gravedad en países como Portugal, entre otras razones, porque
la existencia de un instituto específico de control de las omisiones ha supuesto,
por mor de la interpretación del Tribunal Constitucional, el encauzamiento de la
fiscalización de cualquier tipo de omisión, con independencia de que la misma
sea absoluta o relativa, a través del mencionado instrumento procesal, lo que no
ha dejado de desencadenar serias distorsiones. A ellas pasamos a referirnos.
El problema principal que se suscita en nuestro vecino país es el de la vía
procesal a utilizar para el control de las omisiones parciales o relativas. ¿Cabe
reconducir su fiscalización al control por acción? Un amplio sector de la doctrina
portuguesa se ha mostrado bastante acorde en la conveniencia del control por vía
de acción de este tipo de omisiones vulneradoras del principio de igualdad. Así,
Miranda129 ha admitido tal vía de control siempre que dichas omisiones “acarretem
um tratamento mais favorável ou desfavorável prestado a certas pessoas ou a
certas categorias de pessoas, e nâo a todas as que estando em situaçâo idêntica
ou semelhante, deveriam também ser contempladas do mesmo modo pela lei”.
En semejante dirección, Alves Correia130 considera, que las omisiones relativas,
que derivan básicamente de la incomplitud de la medida, pueden dar origen a una
“inconstitucionalidade por açâo” por violación del principio de igualdad, y no, por
contra, a una inconstitucionalidad por omisión.
Es bastante evidente a nuestro entender, que en los casos de omisiones relativas,
el control de la inconstitucionalidad por acción será más útil para los ciudadanos
129
Jorge MIRANDA: Manual de Direito Constitucional, tomo VI (Inconstitucionalidade e Garantía
da Constituiçâo), Coimbra Editora, Coimbra, 2001, p. 290.
130
Fernando ALVES CORREIA: Direito Constitucional. A Justiça Constitucional, Almedina, Coimbra,
2001, p. 476.
1064 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
que el control por omisión, siempre que el Tribunal Constitucional sea capaz de
adoptar algunas de las técnicas decisorias que hemos contemplado al referirnos al
BVerfG o a la Corte costituzionale. No lo será (particularmente cuando la ley establez-
ca un beneficio) si el Tribunal se limita sin más a declarar la nulidad del precepto
que genera el trato discriminatorio. Puede pensarse en la posible reparación de la
situación inconstitucional a través del control difuso, que en Portugal asumen los
tribunales ordinarios131 ; sin embargo, esta vía procesal presenta el serio problema
de que los efectos de las sentencias se circunscriben al caso concreto. Y ello no sólo
cuando quien aprecia la inconstitucionalidad es el juez ordinario, sino también
cuando quien la verifica es el Tribunal Constitucional. Cabe recordar al respecto,
que lo normal será que el problema de constitucionalidad termine llegando al
Tribunal Constitucional, que para apreciar la inconstitucionalidad de la norma
con efectos erga omnes, necesita de la verificación de tal inconstitucionalidad
en tres casos concretos; mientras tal triple pronunciamiento no se produzca, los
efectos de las sentencias del Tribunal Constitucional se circunscribirán también al
caso concreto, todo lo cual, de facto, acentúa la dificultad de proceder con cierta
rapidez a la subsanación de la quiebra del principio de igualdad a través de esta vía
del control concreto o con ocasión de la aplicación de la ley, en este caso, de la ley
parcial generadora de la omisión relativa.
No ha de extrañar por lo expuesto, que ciertos autores se hayan mostrado
especialmente críticos frente al empleo de la vía procesal del control omisivo para
hacer frente a la fiscalización de las omisiones relativas. Ha sido Medeiros quien
con más detenimiento se ha ocupado del tema132. A su juicio, aún pudiéndose
aceptar la aplicación acumulativa de los regímenes de fiscalización de la inconsti-
tucionalidad por acción y por omisión respecto a las leyes que, de resultas de una
omisión relativa, se presentan como discriminatorias, no puede aceptarse que,
en la opción por uno de ellos, se prefiera el régimen prácticamente inocuo de la
fiscalización de la inconstitucionalidad por omisión. La dualidad de fundamentos
de la inconstitucionalidad no puede implicar la prevalencia del estatuto más
favorable para el mantenimiento de la situación inconstitucional. Por lo mismo,
el citado autor cree forzoso reconocer, que el régimen de la fiscalización de la
inconstitucionalidad por omisión no se aplica a las leyes que conceden derechos
con violación del principio de igualdad.
Pereira da Silva, desde una perspectiva más amplia del problema133, puesto
que no atiende tan sólo al control de las omisiones relativas, sino a la fiscalización
de todo tipo de omisiones, se inclina decididamente a favor de complementar el
diseño portugués actual de la açâo de inconstitucionalidade por omissâo a través
del reconocimiento de la facultad de los tribunales ordinarios de llevar a cabo la
fiscalización en el caso concreto de las omisiones legislativas. Para el mencionado
131
Cfr. al respecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La justicia constitucional: una visión de
Derecho comparado, tomo I, Dykinson, Madrid, 2009, pp. 778 y ss.
132
Rui MEDEIROS: A Decisâo de Inconstitucionalidade , op. cit., p. 520.
133
Jorge PEREIRA DA SILVA: Dever de legislar e protecçâo jurisdicional contra omissôes legislativas,
op. cit., pp. 167 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1065
autor, la única razón esgrimible para impedir el control concreto de las omisiones
inconstitucionales por cualquier tribunal en el caso sub judice, se encuentra en la
interpretación literal del art. 204 de la Constitución portuguesa (“Apreciaçâo da in-
constitucionalidade”), que al contemplar la fiscalización de la inconstitucionalidad
por los órganos jurisdiccionales ordinarios se refiere a las “normas que infrinjan
lo dispuesto en la Constitución o los principios en ella configurados”. Al derivar
la inconstitucionalidad por omisión de la ausencia de norma (salvo cuando se
trate de una omisión relativa), faltaría el objeto de la fiscalización. Y no habiendo
fiscalización difusa al amparo del art. 204, tampoco puede haber fiscalización
concreta concentrada, porque en ella, de acuerdo con el art. 280 de la propia Carta
constitucional lusa, los recursos ante el Tribunal Constitucional han de tener por
base una decisión judicial aplicativa de normas o que rechace su aplicación. Tales
objeciones no serían en modo alguno impeditivas del control si se optase por
una visión normativista de la omisión, con arreglo a la cual, de la inactividad del
legislador no resulta una “nada” o un “vacío”, sino una prescripción de sentido
negativo, o dicho de otro modo, que la inactividad del legislador, inserta en un
contexto lógico y teleológico, adquiere la naturaleza, la función y el efecto de una
norma negativa o de exclusión.
No ha sido la precedente la interpretación del Tribunal Constitucional
portugués. Sus Acuerdos 32/90, 499/97 y 500/99, entre otros, pueden ofrecer una
buena muestra de ello.
Por lo demás, innecesario es decir que en el problema que ahora abordamos
(control de las omisiones relativas) la objeción precedentemente expuesta aún
sería menos pertinente si se piensa en que en tales casos la omisión no es fruto
de la ausencia de un texto legislativo, sino de su incomplitud, de su parcialidad.
En definitiva, hemos de reivindicar un rol activo por parte de los jueces y
tribunales ordinarios, particularmente en lo que atañe al desencadenamiento del
control de las omisiones relativas, a través, allí donde tal instrumento procesal
existe, del planteamiento de una cuestión de inconstitucionalidad. Este argumento
debería dirigirse en Portugal en favor del conocimiento por esos mismos órganos
judiciales –legitimados, como ya se ha dicho, para llevar a cabo un control difuso
e in casu de la constitucionalidad– de las omisiones relativas (y aún diríamos
que de las absolutas, cuando la ausencia de un texto legislativo se traduzca en
la aplicación de una norma preconstitucional en contradicción con la Norma
suprema) supuestamente vulneradoras de la Constitución. En cualquier caso, y a
la vista del art. 280 de la Constitución lusa, que prevé un específico recurso ante
el Tribunal Constitucional frente a las decisiones de los tribunales ordinarios
dictadas tras haber llevado a cabo un control de constitucionalidad134, sería
necesario reivindicar al unísono una reforma de la previsión constitucional del art.
281.3, que exige la declaración de inconstitucionalidad de una norma en tres casos
134
A tenor del art. 180.1 del vigente texto de la Constitución portuguesa: “Cabe recurso ante el
Tribunal Constitucional de las decisiones de los tribunales: a) Que rechacen la aplicación de cualquier
norma con fundamento en su inconstitucionalidad. b) Que apliquen una norma cuya inconstitucio-
nalidad haya sido suscitada durante el proceso”.
1066 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
Uno de los más relevantes problemas dogmáticos que suscita la posible declara-
ción de la inconstitucionalidad de una omisión legislativa atañe a los efectos de la
misma, y en ello existe una amplia convergencia doctrinal. Como al efecto escribe
Ribes135, “la difficulté réside pour le juge constitutionnel dans l´établissement d´un
remède approprié à cette pathologie particulière de la loi”. Por supuesto, conviene
señalar desde este mismo momento que los efectos en cuestión se hallan lejos de
ser unívocos, pues, inexcusablemente, van a depender del tipo de recurso a cuyo
través se desencadene el pronunciamiento del juez constitucional.
La búsqueda de una solución se ha revelado especialmente dificultosa en
relación al instituto procesal de la acción de inconstitucionalidad por omisión.
No en vano en tal caso afloran con particular intensidad problemas de no fácil
solución, que en ocasiones conducen a fórmulas antitéticas. Y así, si de un lado
las dificultades prácticas de la concreción judicial de las imposiciones del juez
constitucional conducen al carácter platónico de que habla Canotilho136 –refi-
riéndose al específico instituto portugués de control de las omisiones– de las
órdenes, apelaciones o condenas del silencio legislativo, de otro, la salvaguarda
de la libertad de configuración del legislador puede no dar mucho más margen
a ese carácter de incitación o de reconvención que para el legislador tienen este
tipo de sentencias en Portugal o en Brasil.
Digamos desde una perspectiva general, y admitida la capacidad de las
sentencias constitucionales de innovar el orden legislativo preexistente, lo que es
propio de la función legislativa, que aun reconociendo los peculiares efectos de
las sentencias constitucionales, en modo alguno puede confundirse la naturaleza
jurisdiccional de las decisiones de un Tribunal Constitucional con el ejercicio de
la función legislativa. Es cierto, y así se reconoce pacíficamente por la doctrina,
que en su interpretación de la Constitución y del resto del ordenamiento jurídico
en conformidad con la misma, el juez constitucional desarrolla una actividad que
no se agota en la mera repetición de los mandatos jurídicos, sino que comporta
también opciones según criterios de oportunidad política137. Ahora bien, el juez
135
Didier RIBES: “Le juge constitutionnel peut-il se faire législateur? (À propos de la décision
de la Cour constitutionnelle d´Afrique du Sud du 2 décembre 1999)”, en Les Cahiers du Conseil
constitutionnel, nº 9, Mars 2000/ Septembre 2000, p. 2 del texto al que se accede al través de la página
web del Conseil: http://www.conseil-constitutionnel.fr/cahiers.
136
J.J. GOMES CANOTILHO: Constituiçâo dirigente e vinculaçâo do legislador, op. cit., p. 350.
137
Federico SORRENTINO: “Strumenti tecnici e indirizzi politici nella giurisprudenza della Corte
costituzionale”, en Scritti su la Giustizia Costituzionale. In onore di Vezio Crisafulli, CEDAM, Padova,
1985, tomo I, pp. 795 y ss.; en concreto, p. 795.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1067
138
Alexander von BRÜNNECK: “Constitutional Review and Legislation in Western Democracies”,
en Christine Landfried (Ed.), Constitutional Review and Legislation. An International Comparison,
Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1988, pp. 219 y ss.; en concreto, p. 256.
139
Konrad ZWEIGERT: “Einige rechtsvergleichende und kritische Bemerkungen zur Verfassungs-
gerichtsbarkeit”, en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz (Festgabe aus Anlass des 25 jährigen
Bestehens des Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von Christian Starck, Erster band (primer
volumen), J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1976, pp. 63 y ss.; en concreto, p. 74. El otro peligro
que, según Zweigert, se cierne sobre un Tribunal Constitucional es el de una autoalienación a través
de un déficit de realidad (“eine Selbstentfremdung durch ein Realitätsdefizit”).
140
Gaetano SILVESTRI: “Le sentenze normative della Corte costituzionale”, en Giurisprudenza
Costituzionale, anno XXVI, fasc. 8/10, 1981, pp. 1684 y ss.; en concreto, p. 1719.
141
En pocas, pero acertadas, palabras compendia Rostow la relevancia del principio en cuestión:
“The separation of powers under the Constitution serves the end of democracy in society by limiting
the roles of the several branches of government and protecting the citizen, and the various parts of the
state itself, against encroachments from any source. The root idea of the Constitution is that man can
be free because the state is not”. Eugene V. ROSTOW: “The democratic character of judicial review”,
en Harvard Law Review, Volume 66, December 1952, pp. 193 y ss.; en concreto, p. 195.
1068 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
que tiene atribuidas142. A su vez, Scholz razona, que los límites sobre el control
constitucional y la función política no siempre son unívocos y que también el poder
legislativo, ocasionalmente, ha asignado al BVerfG, al menos fácticamente, el papel
de “legislador sustituto” por obra de sus propias falencias u omisiones143. En análoga
dirección, Schlaich argumenta, que el principio de la división de poderes prevé
la complementariedad y el apoyo por parte de todas las instituciones respecto de
aquellos órganos que no se encuentren en condiciones de concluir completamente
sus funciones144. Según este planteamiento funcional, el BVerfG , por ejemplo,
podría colmar provisionalmente un vacío legislativo, desarrollando las funciones
propias del legislador. En fin, el mismo Bachof se ha referido a cómo los Tribunales
Constitucionales, en ocasiones, adoptan una regulación transitoria, por lo que, en
cierto modo, actúan como legisladores sustitutos145.
Con todo, no obstante las apreciaciones que preceden, creemos que sería erró-
neo pensar en que cuando el Tribunal Constitucional federal ha podido adoptar
decisiones que parecieran convertirlo en legislador sustituto, ello lo ha hecho para
suplantar al legislador. Bachof ha efectuado al respecto una precisión de interés,
al subrayar que la asunción transitoria por los Tribunales Constitucionales de
funciones propias del legislador no la llevan a cabo “para ganarle de mano al
legislador, sino precisamente para todo lo contrario, esto es, para salvaguardarle
la necesaria libertad de movimiento requerida para una regulación definitiva”146.
Las reflexiones que anteceden pueden considerarse una obviedad y, en cuanto
tal, algo innecesario de mención. Sin embargo, el constitucionalismo comparado
nos revela la necesidad de insistir en ciertos aspectos dogmáticos por obvios que
puedan parecer, por cuanto no faltan sistemas que contradicen abiertamente tan
elementales principios. Podemos recordar al respecto, que al hilo del procedimien-
to de control de las omisiones legislativas, algunas entidades federativas de México
han convertido a sus órganos titulares de la justicia constitucional en verdaderos
colegisladores. Tal es el caso del Estado de Veracruz, en el que una reforma
constitucional del año 2000 ha habilitado al órgano de fiscalización, el Superior
Tribunal de Justicia del Estado, para que, una vez reconocida en sede judicial la
omisión legislativa inconstitucional y fijado un plazo de dos períodos de sesiones
ordinarias del Congreso del Estado para que éste expida la ley o decreto omisos, e
incumplida la expedición del texto, dicte las bases a que deben quedar sujetas las
142
BIRKE: Richterliche Rechtsanwendung und gesellschaftliche Auffassungen, Köln, 1968, p. 21.
Cit. por Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale...”, op. cit., p. 124,
nota 65.
143
Rupert SCHOLZ: “Alemania: cincuenta años de la Corte Constitucional Federal”, en Anuario
de Derecho Constitucional Latinoamericano, Konrad Adenauer Stiftung, edición 2002, pp. 57 y ss.; en
concreto, p. 72.
144
Klaus SCHLAICH: “Corte costituzionale e controllo sulle norme nella Repubblica Federale di
Germania”, en Quaderni Costituzionali, anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 557 y ss.; en concreto, p.
584.
145
Otto BACHOF: “Nuevas reflexiones sobre la jurisdicción constitucional entre Derecho y política”,
en Boletín Mexicano de Derecho comparado, año XIX, nº 57, Septiembre/Diciembre 1986, pp. 837 y
ss.; en concreto, pp. 848-849.
146
Ibidem, p. 849.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1069
autoridades hasta que se expida la ley o decreto omisos. De esta forma, el Tribunal
se convierte en legislador. Algo análogo puede decirse del Estado de Chiapas, en
el que, tras la reforma constitucional del año 2007, el Tribunal Constitucional del
Estado que en ese mismo momento se crea asume similar función legislativa en
un supuesto sustancialmente semejante.
Unas previsiones como las que se acaban de mencionar nos parecen por entero
inaceptables en cuanto claramente atentatorias contra la libertad de configuración
del legislador, el cual, como es bien sabido, en modo alguno se encuentra respecto
de la Constitución en la misma situación que el poder reglamentario respecto
de la ley. El legislador se halla lejos de ser un mero ejecutor de la Constitución,
cuyas cláusulas abiertas le permiten diferentes desarrollos normativos, que a su
vez el poder legislativo, que actualiza de modo permanente la voluntad soberana
del pueblo, está plenamente legitimado para precisar en una u otra dirección,
innecesario es decir que con respeto en todo caso de las cláusulas constitucionales.
A nuestro entender, es un tópico decir que la conversión del juez constitucional
en legislador conculca de modo frontal el principio de la división de poderes,
una de las claves de bóveda de la arquitectura constitucional, pero conviene
añadir, que lo grave de tal vulneración no es tan sólo que un poder del Estado
asuma la función reservada a otro, sino que se asuma la función legislativa sin
quedar sujeto a responsabilidad alguna, pues es patente que el poder legislativo,
al inclinarse en su diseño normativo por una de las varias opciones de desarrollo
que la Constitución le permite, ejerce una opción política para la que se encuentra
específicamente legitimado y a la que, se quiera o no, se anuda una responsabi-
lidad que el cuerpo electoral puede sancionar en el momento en que acuda a las
urnas. Como escribiera Simon en alusión a su país, aunque sea una reflexión sin
fronteras, la decisión del constituyente alemán en favor de una democracia asen-
tada en la división de poderes veda una interpretación sin límites que, eludiendo
la reforma constitucional, difumine los lindes entre interpretación y potestad
normativa y haga subrepticiamente soberano a quien únicamente es custodio
de la Constitución147. Y esta reflexión, que compartimos por entero, creemos que
puede proyectarse válidamente sobre el problema que nos ocupa.
No es ajeno a las reflexiones anteriores que las Constituciones portuguesa y
brasileña hayan privado al juez constitucional de toda posibilidad de suplir la
omisión del legislador cuando, conociendo del instituto de control de la misma,
lleguen a la conclusión de que la inacción es contraria a la Constitución. Más aún,
ni tan siquiera han previsto la posibilidad de que el juez constitucional, declarada
la inconstitucionalidad de la omisión legislativa, pueda fijar compulsivamente
un plazo al legislador a fin de que éste, dentro del mismo, proceda a dictar la ley
omisa.
147
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, en Benda, Maihofer, Vogel, Hesse y Heyde,
Manual de Derecho Constitucional, IVAP/Marcial Pons, Madrid, 1996, pp. 823 y ss.; en concreto,
p. 854.
1070 EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
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VIII. EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS
POR EL BUNDESVERFASSUNGSGERICHT (BVerfG) *
EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLA
TIVAS POR EL...
SUMARIO
RESUMEN
La evolución de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional Federal alemán (BVerfG)
con respecto a las omisiones legislativas de larga duración es un excelente ejemplo para la
búsqueda de sus técnicas de decisión frente al problema de las violaciones de los derechos
resultantes de una omisión legislativa. El Tribunal Constitucional Federal ha creado una
pluralidad de tipos de decisiones por medio de las cuales el Tribunal pretende modificar
algunos de los efectos jurídicos concretos de las sentencias constitucionales con el objeto
de alcanzar una justicia material y funcional. Las decisiones de apelación al legislador y
las sentencias de inconstitucionalidad sin nulidad constituyen los tipos más originales.
ABSTRACT
The evolution of the BVerfG´s jurisprudence with regard the control of long-standing legisla-
tive inactions it is an excellent example for searching its decision´s techniques confronted
with the problem of the fundamental rights´ violations as a result of a legislative inaction.
The Federal Constitutional Court has created a plurality of types of decisions by means of
them the Court intends to modify some of particular juridical effects of the constitutional
rulings with an object of material and functional justice. The legislative appeal´s decisions
and the decisions of unconstitutionality without nullity constitute the most original types.
1. Reflexión previa
“Die Bundesrepublik Deutschland ist (...) nicht nur eine stabile Demokratie,
sondern auch ein stabiler, wehrhafter Rechtsstaat geworden” (La República Fede-
* Este trabajo fue publicado en la Revista Teoría y Realidad Constitucional, nº 22, 2º semestre
2008, pp. 93 y ss. Ahora ha sido revisado y ligeramente ampliado.
1076 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
ral Alemana no sólo es una democracia estable, sino que ha llegado a ser también
un Estado de Derecho capaz de defenderse). Es ésta una de las conclusiones
con las que Scholz finaliza un trabajo1 realizado con ocasión del cincuentenario
del Tribunal Constitucional Federal (BVerfG), en el que trata de dar respuesta al
sugestivo interrogante de si el Tribunal es un guardián de la Constitución (“Hüter
der Verfassung”) o un legislador sustituto (“Ersatzgesetzgeber”). Tal reflexión nos
parece muy pertinente para empezar el estudio de la fiscalización llevada a cabo
en Alemania, en sede constitucional, de las omisiones legislativas, por cuanto
la evolución seguida al efecto por la jurisprudencia del BVerfG creemos que es
un excelente ejemplo de la búsqueda de fórmulas con las que tratar de dar una
respuesta jurídica, demandada por el Estado de Derecho, a cuyo través poder
hacer frente a un problema de más que notable trascendencia constitucional como
es el de las lesiones de derechos fundamentales resultantes de las omisiones del
legislador.
El Tribunal Constitucional iba a partir de una posición contraria a la fisca-
lización de las omisiones legislativas, careciendo además de un instrumental
adecuado con el que hacerles frente, no obstante lo cual, progresivamente, iba a
ir modulando su posición, primero, admitiendo el recurso de queja constitucional
(Verfassungsbeschwerde) como vía procesal adecuada para hacer frente a las
omisiones del legislador vulneradoras de derechos fundamentales del recurrente,
recurso que más tarde iba asimismo a admitirse frente a las sentencias de los
órganos jurisdiccionales superiores lesivas de derechos, de resultas, básicamente,
de la inexistencia de normas legislativas que diesen plena eficacia a determinadas
disposiciones constitucionales. Finalmente, no obstante la específica previsión
del art. 100.1 de Ley Fundamental (Grundgesetz, GG)2, el BVerfG ha reconocido
la posibilidad de un control concreto incidental de las omisiones del legislador.
Es por todo ello por lo que se ha podido afirmar, con evidente razón, que el caso
alemán es un buen ejemplo de cómo superar objeciones de tipo procesal para
proporcionar a los ciudadanos protección jurisdiccional en supuestos de omisión
inconstitucional3.
El análisis del control de las omisiones del poder legislativo por el Bundes-
verfassungsgericht exige atender a dos cuestiones diferenciadas: la primera de
ellas es la del instrumento procesal utilizado para hacerles jurídicamente frente;
la segunda, la de las técnicas decisorias a las que el BVerfG ha recurrido para
pronunciarse en relación al control de las omisiones del legislador.
1
Rupert SCHOLZ: “Das Bundesverfassungsgericht: Hüter der Verfassung oder Ersatzgesetzge-
ber?”, en Aus Politik und Zeitgeschichte, Band 16/1999, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 8.
2
El art. 100.1 GG contempla un instituto procesal análogo al de la cuestión de inconstitucionalidad
del art. 163 de la Constitución española, refiriéndose específicamente a que el tribunal debe considerar
inconstitucional “una ley” (“Hält ein Gericht <ein Gesetz>...”) de cuya validez ha de depender la decisión
(“auf dessen Gültigkeit es bei der Entscheidung ankommt”). Obviamente, tal dicción presupone que
el planteamiento de la cuestión venga referido a una ley vigente, no a una omisión legislativa.
3
Jorge PEREIRA DA SILVA: Dever de legislar e protecçâo jurisdicional contra omissôes legislativas,
Universidade Católica Editora, Lisboa, 2003, p. 190.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1077
4
Como es bien sabido, la BVerfGG es de 12 de marzo de 1951. Ha sido modificada en
diversas ocasiones. Nosotros manejamos el texto de la Ley del Tribunal Constitucional Federal
en la versión promulgada el 11 de agosto de 1993. Puede verse en la obra, Grundgesetz,
Menschenrechtskonvention, Europäischer Gerichtshof, Bundesverfassungsgerichtsgesetz, Parteiengesetz,
Untersuchungsausschussgesetz, 41. Auflage, Deutscher Taschenbuch Verlag, München, 2007, pp. 145
y ss.
5
Tal sería el caso, por ejemplo, de SEIWERTH: Zur Zulässigkeit der Verfassungsbeschwerde
gegenüber Grundrechtsverletzungen des Gesetzgebers durch Unterlassen, Berlin, 1962. Asimismo,
Helmut KALKBRENNER: “Verfassungsauftrag und Verpflichtung des Gesetzgebers”, en Die Öffentliche
Verwaltung (DÖV), 16. Jahrgang, Heft 2, Januar 1963, pp. 41 y ss.
6
Helmut KALKBRENNER: “Verfassungsauftrag und Verpflichtung des Gesetzgebers”, op. cit.,
pp. 50-51.
1078 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
También en los años sesenta, Denninger, aún admitiendo el cauce del recurso
de queja constitucional para combatir las omisiones del legislador vulneradoras
de un derecho fundamental, se inclinaba a favor de ciertas cautelas para que
el BVerfG pudiera constatar de modo efectivo la existencia de una violación
constitucional. La comprobación de una lesión constitucional a través de la
omisión (“Bei der Feststellung einer Verfassungsverletzung durch Unterlassen”)
–razonaba Denninger7– se ha de tomar en consideración de forma seria en razón
de la libertad dispositiva de los legisladores (“der gesetzgeberischen Dispositions-
freiheit”), del carácter político de la formación de la voluntad (“den politischen
Charakter der Willensbildung”) y, en muchos casos, también de resultas del
carácter programático de los mandatos constitucionales (“den Plancharakter der
Verfassungsauftrages”).
Incluso un autor como Friesenhahn, que en el bien conocido e importante
Coloquio Internacional de Heidelberg sobre la justicia constitucional celebrado
en 1961, se mostraba, por principio, contrario a que un recurso de queja constitu-
cional contra una omisión del legislador pudiera ser tomado en consideración8, de
inmediato matizaba su opinión al razonar que, a la vista de que la Grundgesetz da
al legislador el encargo de dictar determinadas leyes, conectadas con el principio
del Estado social (“Sozialstaatsprinzips”), como, por ejemplo, el art. 33.5 GG,
que encomienda al legislador la regulación del régimen jurídico de la función
pública (“das Recht des öffentlichen Dienstes”) con respeto a los principios tradi-
cionales de la profesión funcionarial (“der hergebrachten Grundsätze des Berufs-
beamtentums”), una omisión del legislador que violara el principio de igualdad
o los principios tradicionales del empleo público, podía ser hecha valer a través
del Verfassungsbeschwerde9. Friesenhahn admitía finalmente, que el BVerfG había
compendiado su opinión (“seine Auffassung”) al respecto en el siguiente axioma
(“Leitsatz”): “Si el legislador realiza tan sólo parcialmenter la tarea de promulgar
unas determinadas leyes, a consecuencia de una interpretación inexacta de la
Ley Fundamental (“unrichtiger Auslegung des Grundgesetzes”) y viola, a través
de la no consideración de todas las circunstancias (“durch die Nichtberücksichti-
gung”), los derechos fundamentales del art. 3º GG de determinados sectores de la
población (“eines bestimmten Bevölkerungskreises Grundrechte aus Art. 3 GG”),
puede ser interpuesto contra su omisión un recurso de queja constitucional”10. En
definitiva, Friesenhahn, que, recordémoslo, fue Juez del Tribunal Constitucional
Federal, compendiaba el criterio al respecto del propio Tribunal en la posición
proclive de éste a conocer, a través de un recurso de queja constitucional, de las que
7
Erhard DENNINGER: “Verfassungsauftrag und gesetzgebende Gewalt”, en Juristenzeitung (JZ),
nummer 23/24, 9. Dezember 1966, pp. 767 y ss.; en concreto, p. 772.
8
“Eine Verfassungsbeschwerde –escribe Friesenhahn– gegen ein Unterlassen des Gesetzgebers
kommt grundsätzlich nich in Betracht”. Ernst FRIESENHAHN: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in
der Bundesrepublik Deutschland”, en Verfassungsgerichtsbarkeit in der Gegenwart (Länderberichte und
Rechtsvergleichung), Herausgegeben von Hermann Mosler, (Max-Planck-Institut für Auslandisches
Öffentliches Recht und Völkerrecht), Carl Heymanns Verlag KG, Köln/Berlin, 1962, pp. 89 y ss.; en
concreto, p. 149.
9
Ibidem, p. 150.
10
Ibidem, p. 150.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1079
casi un decenio antes otro Juez constitucional, Wessel11, había tildado de relatives
Unterlassen (omisiones relativas), contraponiéndolas a las absolutes Unterlassen
des Gesetzgebers. No era una posición la suya especialmente novedosa.
Al analizar los diversos aspectos del Verfassungsbeschwerde frente a las omisio-
nes del legislador, la doctrina no ha parecido albergar la más mínima duda acerca
de la obligatoriedad que para el poder legislativo tiene el cumplimiento de una
sentencia constitucional en la que se constate la inconstitucionalidad resultante
de una omisión. Una decisión dictada en sede constitucional en el marco de un
recurso de queja constitucional –escribe Schenke en un amplio estudio sobre
las garantías jurídicas frente a las omisiones de normas jurídicas12– obliga al
legislador a través de la realización de la ley (“durch Vornahme des Gesetzes”) a
eliminar las omisiones inconstitucionales.
En fin, por aludir a algún otro problema que se ha suscitado en torno al tema
que nos ocupa, la doctrina se ha planteado la cuestión de la vigencia del principio
de la subsidiariedad del recurso de queja en los supuestos de omisión de normas.
Como es bien sabido, y constituye jurisprudencia muy reiterada, el recurso de
queja constitucional no es un recurso adicional, o lo que es igual, un instrumento
procesal que se suma a los existentes ante los jueces y tribunales ordinarios con
vistas a recabar la tutela de un derecho fundamental supuestamente transgredido;
bien al contrario, se trata de un recurso extraordinario para la tutela de los
Grundrechte (derechos fundamentales), al margen ya de algunos otros derechos
a los que alude de modo específico el art. 93.4, a/ de la Ley Fundamental, tras la
reforma introducida en ella por la Ley de 29 de enero de 1969, , frente a aquellas
transgresiones de los mismos llevadas a cabo por los poderes públicos. Es por
lo mismo por lo que Weber ha podido afirmar13, que el Verfassungsbeschwerde
no es un recurso en sentido procesal, sino un remedio jurídico autónomo, y en
todo caso, uno de los rasgos característicos del mencionado recurso de queja
constitucional es su función subsidiaria respecto de los recursos ordinarios. En
conexión con la misma cuestión, Detterbeck se iba a plantear la problemática
de si ese principio procesal de subsidiariedad podía predicarse asimismo
de las omisiones normativas. A su juicio14, la presentación inmediata de los
11
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBl), 67. Jahrgang, Heft 6, 15. März 1952, pp. 161 y ss.; en concreto,
p. 164.
12
Wolf-Rüdiger SCHENKE: “Rechtsschutz gegen das Unterlassen von Rechtsnormen”, en
Verwaltungs-Archiv (VerwArch), 82. Band, Heft 3, 1. Juli 1991, pp. 307 y ss.; en concreto, p. 327.
13
Albrecht WEBER: “La Jurisdicción Constitucional de la República Federal de Alemania”, en
Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, nº 7, 2003, pp. 495 y ss.; en concreto, p. 514. En
su versión original, cfr. Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik
Deutschland”, en Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Christian Starck und Albrecht Weber
(Hrsg.), 2. Auflage, teilband I (Berichte), Nomos, Baden-Baden, 2007, pp. 37 y ss. “Die Verfassungs-
beschwerde –ha escrito Weber (p. 52)– ist daher nicht ein Rechtsmittel im Sinne der Prozessordnung,
sondern ein eigenständiger Rechtsbehelf”.
14
Steffen DETTERBECK: “Subsidiarität der Verfassungsbeschwerde nach Art. 93 Abs. 1 Nr. 4
a GG auch bei normativem Unterlassen?”, en Die Öffentlichen Verwaltung (DÖV), Heft 20, Oktober
1990, pp. 858 y ss.; en concreto, p. 864.
1080 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
II. El Tribunal Constitucional Federal bien pronto iba a tener que enfrentarse
con el problema de las omisiones inconstitucionales del legislador. Ello iba a
acontecer en la Sentencia de 19 de diciembre de 1951, en la que el BVerfG se iba a
pronunciar acerca de un recurso de queja constitucional. Un ciudadano inutilizado
para trabajar y privado de otros medios de subsistencia, salvo una mínima pensión
mensual para mantener a sus tres hijos menores de edad, recurría ante el Tribunal
Constitucional Federal, reclamando del juez constitucional que se pronunciara
en el sentido de que el legislador, al no asegurar una más adecuada y decorosa
subsistencia, había violado diferentes derechos fundamentales proclamados por la
Ley Fundamental, y de modo particular, los garantizados por el art. 1º (“die Würde
des Menschen”, la dignidad de los hombres), 2º (“Recht auf die freie Entfaltung
seiner Persönlichkeit”, el derecho al libre desarrollo de su personalidad) y 3º (“Alle
Menschen sind vor dem Gesetz gleich”, igualdad de todos los hombres ante la ley).
El recurrente en queja demandaba además al BVerfG que determinase la obliga-
ción del Gobierno federal de presentar un proyecto de ley para la modificación
de la hasta ese momento vigente legislación.
El BVerfG reconoció en la mencionada sentencia, que de la sujeción a la
Constitución, y de modo muy particular a los Grundrechte, podían surgir para
los órganos judiciales y administrativos concretas obligaciones de actuar, cuya
inobservancia podía conducir al desencadenamiento de una auténtica omisión
inconstitucional lesiva de derechos fundamentales. Sin embargo, en la misma
decisión, el Tribunal, en línea de principio, excluyó que una inacción del legislador
pudiera dar lugar a una omisión inconstitucional17. No obstante ese fallo, Lechner,
al margen ya de alguna otra consideración18, pondría de relieve, que el hecho de
15
A tenor del inciso primero del art. 90.2 BVerfGG: “Ist gegen die Verletzung der Rechtsweg
zulässig, so kann die Verfassungsbeschwerde erst nach Erschöpfung des Rechtswegs erhoben werden”
(“Si contra la infracción –se refiere a toda lesión de derechos fundamentales causada por un poder
público (“durch die öffentliche Gewalt”)– fuese admisible la vía judicial, sólo podrá formularse el
recurso de queja constitucional después de agotada la vía judicial”).
16
Steffen DETTERBECK: “Subsidiarität der Verfassungsbeschwerde...”, op. cit., p. 864.
17
Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale dei diritti di libertà
(Studio comparativo sul diritto tedesco)”, en Archivio Giuridico “Filippo Serafini”, Vol. CLXXVIII,
Fascicoli 1-2, Gennaio/Aprile 1970, pp. 88 y ss.; en concreto, pp. 100-101.
18
Subraya Lechner, que la Sentencia del Tribunal Constitucional Federal de 19 de diciembre de
1951 deja claro, que la inadmisibilidad de los recursos de queja constitucional frente a las omisiones
del legislador, sean absolutas o relativas, (“Die Unzulässigkeit von Verfassungsbeschwerden gegen
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1081
–absolute und relative– Unterlassungen des Gesetzgebers”) no podría, por ejemplo, hacerse derivar del
art. 95 BVerfGG. Dr. LECHNER: “Zur Zulässigkeit der Verfassungsbeschwerde gegen Unterlassungen
des Gesetzgebers”, en Neue Juristische Wochenschrift (NJW), 8. Jahrgang, Heft 49, 9. Dezember 1955,
pp. 1817 y ss.; en concreto, p. 1819.
19
De la importancia de esta sentencia se haría eco explícitamente el propio Cappelletti. Mauro
CAPPELLETTI: La giurisdizione costituzionale delle libertà (Primo studio sul ricorso costituzionale),
Dott. A. Giuffrè Editore, Milano, 1955, p. 82.
20
Entre los alemanes, Wessel, en su clásico trabajo, “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungs-
gerichts zur Verfassungsbeschwerde”, op. cit., p. 164. Y entre los foráneos, y más claramente aún,
como por lo demás se desprende de lo que se acaba de decir en la nota anterior, Cappelletti, quien
escribe literalmente: “quanto invece alle omissioni del legislatore, la giurisprudenza del Tribunale
costituzionale federale –ricordo soprattutto un´importante pronuncia del 19 dicembre 1951– è finora
nel senso che esse possano essere oggetto di ricorso solo nel caso che si tratti di <omissioni relative>...”.
Mauro CAPPELLETTI: La giurisdizione costituzionale delle libertà, op. cit., p. 82.
21
Nicola PICARDI: “Le sentenze <integrative> della Corte costituzionale”, en Aspetti e tendenze
del Diritto costituzionale, Scritti in onore di Costantino Mortati, Giuffrè Editore, Milano, 1977, vol. 4º,
pp. 597 y ss.; en concreto, p. 616.
1082 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
22
Cfr. al respecto, Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, en Jairo
Schäfer (organizador), Temas polêmicos do constitucionalismo contemporâneo, Conceito Editorial,
Florianópolis, 2007, pp. 137 y ss.; en concreto, p. 142.
23
Helmut KALKBRENNER: “Verfassungsauftrag und Verpflicht des Gesetzgebers”, op. cit., p. 41.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1083
24
Ernst-Wolfgang BÖCKENFÖRDE: Escritos sobre derechos fundamentales, Nomos
Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1993, p. 97.
25
Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale dei diritti di libertà”,
op. cit., p. 127.
1084 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
26
Cfr. al respecto, Hans-Uwe ERICHSEN: “Die Einstweilige Anordnung”, en Bundesverfassungsge-
richt und Grundgesetz (Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens des Bundesverfassungsgerichts),
herausgegeben von Christian Starck, Erster Band (Verfassungsgerichtsbarkeit), J.C.B. Mohr (Paul
Siebeck), 1976, pp. 170 y ss.
27
Ibidem, p. 190.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1085
28
Rupert SCHOLZ: “Alemania: cincuenta años de la Corte Constitucional Federal”, en Anuario de
Derecho Constitucional Latinoamericano (Konrad Adenauer Stiftung), 2002, pp. 57 y ss.; en concreto,
p. 64.
29
Sobre el deber de protección jurídica de los derechos fundamentales y la “Drittwirkung der
Grundrechte”, cfr. Eckart KLEIN: “Grundrechtliche Schutzpflicht des Staates”, en Neue Juristische
Wochenschrift (NJW), 42. Jahrgang, Heft 27, 5. Juli 1989, pp. 1633 y ss.; en concreto, pp. 1639-1640.
30
Gilmar FERREIRA MENDES: Jurisdiçâo Constitucional (O controle abstrato de normas no
Brasil e na Alemanha), 5ª ediçâo, Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2005, p. 303.
31
Sobre el mismo, cfr. Gilmar FERREIRA MENDES: “O apelo ao legislador (Appellentscheidung)
na práxis da Corte Constitucional Federal Alemà”, en Revista da Faculdade de Direito da Universidade
de Lisboa, Vol. XXXIII, 1992, pp. 265 y ss.; de modo específico, pp. 291-293.
1086 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
32
Michael SACHS: “Tenorierung bei Normenkontrollentscheidungen des Bundesverfassungs-
gerichts”, en Die Öffentliche Verwaltung (DÖV), 35. Jahrgang, Heft 1, Januar 1982, pp. 23 y ss.; en
concreto, p. 29.
33
Nicolò TROCKER: “Le omissioni del legislatore e la tutela giurisdizionale dei diritti...”, op. cit.,
p. 111.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1087
34
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”, en Revista
Española de Derecho Constitucional, nº 5, Mayo/Agosto 1982, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 51.
35
Christian PESTALOZZA: “<Noch Verfassungsmässige> und <bloss Verfassungswidrige>
Rechtslagen” (Zur Feststellung und kooperativen Beseitigung verfassungsimperfekter Zustände), en
Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz, herausgegeben von Christian Starck, Erster Band, op. cit.,
pp. 519 y ss.; en concreto, p. 531.
36
En cualquier caso, en los supuestos de omisión parcial (“Teilunterlassen”), el propio Pestalozza,
en otro lugar, precisa que la laguna (“die Lücke”) se examinará como parte de la norma (“als <Teil>
der Norm”) y no como algo aislado. Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht (Die Verfas-
sungsgerichtsbarkeit des Bundes und der Länder), 3., völlig neubearbeitete Auflage, C. H. Beck´sche
Verlagsbuchhandlung, München, 1991, p. 125.
37
Jean-Claude BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois en République Fédérale
d´Allemagne, Economica, Paris, 1982, pp. 232-233.
1088 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
38
Christian PESTALOZZA: “<Noch Verfassungsmässige> und <bloss Verfassungswidrige>
Rechtslagen”, op. cit., p. 531.
39
Jörn IPSEN: “Nichtigerklärung oder <Verfassungswidrigerklärung>–Zum Dilemma der
verfassungsgerichtlichen Normenkontrollpraxis”, en Juristenzeitung (JZ), 38. Jahrgang, 21. Januar
1983, pp. 41 y ss.; en concreto, p. 44.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1089
modificar determinados efectos jurídicos de las mismas desde una óptica de justi-
cia material40. En el fondo de todo ello late una idea que todos podemos compartir:
un Tribunal de esta naturaleza no puede quedar al margen de la realidad, guiar
sus decisiones por meras abstracciones jurídicas, desconectadas de los problemas
reales e ignorar las consecuencias que puedan desprenderse de sus decisiones.
Una actuación tan formalista podría despeñar a un órgano de este tipo en la sima
de la fantasmagoría. No se aleja mucho de estas reflexiones Rupp-v. Brünneck
cuando aduce, que la institucionalización del Tribunal Constitucional Federal,
como órgano constitucional independiente que es, no puede tener el sentido de
que se confían sus tareas a un gremio que se mueve lejos de la política normal,
pues sus sentencias no pueden limitarse a ofrecer ideales teóricos constitucionales
(“theoretischen Verfassungsidealen”), sin tener en cuenta los posibles efectos de
las mismas (“ohne Rücksicht auf die möglichen Wirkungen seines Urteils”): fiat
iustitia, pereat mundus41.
Conviene poner de relieve a este respecto el enorme cambio que en este punto
ha venido a suponer el BVerfG con respecto al Reichsgericht. El Tribunal Supremo
del Reich alemán sostenía la opinión de que poseía el derecho de resolver sin
atender a las consecuencias prácticas de sus fallos. Frente a ello, el Tribunal
Constitucional Federal toma en cuenta los efectos reales, esto es, políticos,
sociales o económicos, que pueden desencadenar sus sentencias. Como dice
Krüger42, es difícil imaginar que, según el sano criterio de la jurisdicción consti-
tucional, se pueda disponer de la posibilidad de condenar al Estado a su ruina en
nombre del Derecho. Por lo demás, como en un artículo con el sugestivo título
interrogativo de “Götterdämmerung?” (“¿El crepúsculo de los dioses?”) sostiene
Grossfeld43, el BVerfG no debe de cambiar el ordenamiento estatal federal ni, en
lo que ahora más importa, tampoco puede convertirse en un “puntiagudo crítico
jurídico-constitucional”44. En definitiva, con la jurisprudencia sentada al hilo de
las notables sentencias que pueden reconducirse al ámbito del control omisivo,
muy plural por lo demás, el Tribunal Constitucional Federal ha puesto de relieve,
con particular nitidez, que un órgano de esta naturaleza debe tener muy presentes
las consecuencias políticas de sus fallos45, y es por ello mismo por lo que no puede
soslayar los graves efectos que el mismo vacío jurídico, o incluso el caos jurídico,
40
En análogo sentido, Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de
poderes”, op. cit., p. 58.
41
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber
Appellieren?”, en Festschrift für Gebhard Müller (Zum 70. Geburtstag des Präsidenten des Bundesver-
fassungsgerichts), Herausgegeben von Theo Ritterspach und Willi Geiger, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1970, pp. 355 y ss.; en concreto, pp. 364-365.
42
Herbert KRÜGER: Allgemeine Staatslehre, Kohlhammer Verlag, Stuttgart/Berlin/Köln/Mainz,
1966, p. 620.
43
Bernhard GROSSFELD: “Götterdämmerung? Zur Stellung des Bundesverfassungsgerichts”,
en Neue Juristische Wochenschrift (NJW), 48. Jahrgang, 1995, 2. Halbband, pp. 1719 y ss.
44
Ibidem, p. 1723.
45
En sentido análogo, Klaus SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal Alemán”, en la obra
colectiva, Tribunales Constitucionales y Derechos Fundamentales, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1984, pp. 133 y ss.; en concreto, p. 201.
1090 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
46
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle fédérale allemande” (Rapport. 7ème Conférence
des Cours constitutionnelles européennes), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III,
1987, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 48.
47
Giustino D´ORAZIO: “Le sentenze costituzionali additive tra esaltazione e contestazione”, en
Rivista trimestrale di Diritto pubblico, 1992, fasc. 1, pp. 61 y ss.; en concreto, p. 101.
48
Gilmar FERREIRA MENDES: “O apelo ao legislador (Appellentscheidung) na práxis da Corte
Constitucional Federal Alemâ”, op. cit., p. 270.
49
Puede verse al efecto el trabajo sobre la jurisprudencia del Tribunal del Profesor de la Univer-
sidad de Linz, Peter OBERNDORFER: “Die Verfassungsrechtsprechung im Rahmen der staatlichen
Funktionen (Arten , Inhalt und Wirkungen der Entscheidungen über die Verfassungsmässigkeit von
Rechtsnormen)”, en Europäische Grundrechte Zeitschrift, 15. Jahrgang, Heft 8/9, 6. Mai 1988, pp. 193
y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1091
I. Fue la bien conocida Jueza del BVerfG Wiltraut Rupp-v. Brünneck quien
acuñó por primera vez la expresión Appell-Entscheidungen, en un no menos
famoso artículo publicado en 1970, en el que se interrogaba acerca de si el Tribunal
Constitucional Federal podía apelar al legislador. En la introducción de su trabajo,
Rupp-v. Brünneck aducía51, que en los casi veinte años de jurisprudencia del
Tribunal había algunas significativas resoluciones (“einige bedeutsame Entschei-
dungen”) en las que aunque se daban aún (“noch”) por constitucionales ciertas
leyes, tras el control llevado a cabo en sede constitucional, daban, sin embargo,
lugar a su derogación (“Aufhebung”) por el propio legislador, en cuanto que tales
resoluciones dejaban entrever sólidas dudas (“massive Bedenken”) en contra de
la constitucionalidad de la ley (“gegen die Verfassungsmässigkeit des Gesetzes”).
En algunos casos se llegó incluso a predecir que la ley sería declarada nula a
causa de su inconstitucionalidad en un determinado momento futuro (“zu einem
bestimmten zukünftigen Zeitpunkt”).
La Juez Rupp-v. Brünneck se planteaba en otro momento el sentido de este tipo
de resoluciones dictadas en sede constitucional. A su juicio, con ellas se trataba
de facilitar la tarea de la legislación por parte de los órganos constitucionales
interesados, a la par que se pretendía dar claridad (“Klarheit”) a los ciudadanos
afectados (“dem betroffenen Bürger”) sobre las posibilidades y límites admisibles
desde la óptica jurídico-constitucional de una determinada regulación. De esta
manera, se daba validez igualmente a las apelaciones al legislador (“so gilt das
gleiche für die Appelle an den Gesetzgeber”). Con tales resoluciones se pretende
asimismo indicar una discrepancia (“eine Diskrepanz”) entre las exigencias
constitucionales (“den Anforderungen der Verfassung”) y el simple Derecho
(“dem einfachen Recht”), discrepancias cuya eliminación (“Beseitigung”) queda
en manos del legislador52.
Con base, entre otros, en los argumentos precedentes, la mencionada Jueza
del BVerfG considedará injustificado (“unbegründet”) el reproche (“der Vorwurf”)
realizado por algunos frente a este tipo de sentencias, en el sentido de que las
mismas entrañaban “una inadmisible intrusión en la competencia del legislador”
(“eines unzulässigen Übergriffes in dem Funktions bereich des Gesetzgebers”),
entendiendo por el contrario, que “sind die Appell-Entscheidungen geradezu eine
50
Christoph GUSY: Parlamentarischer Gesetzgeber und Bundesverfassungsgericht, Duncker &
Humblot, Berlin, 1985, p. 214.
51
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber Ap-
pellieren?”, op. cit., p. 355.
52
Ibidem, p. 369.
1092 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
53
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber Ap-
pellieren?”, op. cit., p. 369.
54
Ibidem, p. 377.
55
Eckart KLEIN: “Verfassungsprozessrecht – Versuch einer Systematik an Hand der Rechtspre-
chung des Bundesverfassungsgerichts”, en Archiv des öffentlichen Rechts (AöR), 108. Band, Heft 3,
September 1983, pp. 410 y ss.; en concreto, p. 434.
56
Brun-Otto BRYDE: Verfassungsentwicklung (Stabilität und Dynamik im Verfassungsrecht der
Bundesrepublik Deutschland), Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1982, pp. 397-398.
57
Ibidem, p. 399.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1093
58
Otto BACHOF: “Nuevas reflexiones sobre la jurisdicción constitucional entre Derecho y política”,
en Boletín Mexicano de Derecho Comparado, Año XIX, nº 57, Septiembre/Diciembre 1986, pp. 837 y
ss.; en concreto, pp. 847-848. Ciertamente, las reflexiones de Bachof tienen como punto de referencia
más las decisiones que analizaremos con posterioridad que las ahora contempladas, pero aludimos
a su punto de vista ahora porque, en realidad, encierra una reflexión crítica generalizada respecto de
estos tipos de decisiones que estamos analizando.
59
Eckart KLEIN: “Verfassungsprozessrecht – Versuch einer Systematik an Hand der Rechtspre-
chung des Bundesverfassungsgerichts”, op. cit., p. 434.
60
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung, Verfahren,
Entscheidungen, 5., neubearbeitete Auflage, Verlag C.H. Beck, München, 2001, p. 290.
61
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle fédérale allemande”, op. cit., pp. 43-44.
1094 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
III. Cuanto hasta aquí se ha expuesto, creemos que deja claro, por lo menos
de modo implícito, algo a lo que ya hemos aludido: la pluralidad de tipos de
decisiones de apelación al legislador que pueden ubicarse bajo el genérico rótulo
de Appellentscheidungen. Schulte ha llegado incluso a esbozar una tipología bajo el
enunciado general de “Fallgruppen von Appellentscheidungen”64 (grupos de casos
de decisiones de apelación). Este tipo de decisiones emerge en la jurisprudencia
del BVerfG en una constelación de casos diferentes (“unterschiedlichen Fallkons-
tellationen”). Con frecuencia, señala el mencionado autor, la argumentación del
Tribunal Constitucional viene caracterizada por las particularidades de estos casos
especiales y poco consistentes (“wenig konsistent”). Es por lo mismo por lo que
Schulte entiende que las Apellentscheidungen sólo admiten una sistematización
relativa, no obstante lo cual nuestro autor separa tres grupos de casos típicos
(“drei typische Fallgruppen”)65: 1) Decisiones de apelación con motivo de cambios
62
Christian PESTALOZZA: “<Noch verfassungsmässige> und <bloss verfassungswidrige>
Rechtslagen”, op. cit., p. 540.
63
Ibidem, p. 540.
64
Martin SCHULTE: “Appellentscheidungen des Bundesverfassungsgerichts”, en Deutsches
Verwaltungs Blatt (DVBl), 103. Jahrgang, 15. Dezember 1988, pp. 1200 y ss.; en concreto, pp. 1201-1202.
65
Ibidem, p. 1201.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1095
66
Cfr. al respecto, Gilmar FERREIRA MENDES: “O apelo ao legislador...”, op. cit., pp. 289-290.
1096 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
67
“No se puede decir en la actualidad –argumentaba el BVerfG– que las más rigurosas condiciones
que establece la legislación vigente para la pensión de un viudo en comparación con las exigencias
para ser acreedor a una pensión de este tipo por una viuda en la Seguridad Social sean incompatibles
con la Grundgesetz. El legislador debe, sin embargo, esforzarse por encontrar una solución apropiada
que excluya en el futuro una violación del art. 3º, apartados 2 y 3 de la Ley Fundamental”. Apud Klaus
SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal Alemán”, op. cit., pp. 200-201.
68
Klaus SCHLAICH: “Corte costituzionale e controllo sulle norme nella Repubblica Federale
di Germania”, en Quaderni Costituzionali, Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 557 y ss.; en concreto,
p. 576.
69
Martin SCHULTE: “Appellentscheidungen des Bundesverfassungsgerichts”, op. cit., p. 1206.
70
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung, Verfahren,
Entscheidungen, op. cit., p. 290.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1097
71
Schneider, justamente, tilda estas decisiones dictadas en sede constitucional de “resoluciones de
aviso” (“Warn – oder Signalentscheidung”), diferenciándolas de las “resoluciones de recomendación” (o
más bien de apelación) (“Appellentscheidung”). Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional
y separación de poderes”, op. cit., p. 59.
72
Christian PESTALOZZA: “<Noch verfassungsmässige> und <bloss verfassungswidrige>”, op.
cit., p. 556.
73
En igual sentido se manifiesta Zeidler, quien escribe que “les pures décisions d´appel au législa-
teur n´ont aucune autorité directe de la chose jugée”. Wolfgang ZEIDLER: “La Cour constitutionnelle
fédérale allemande”, op. cit., p. 51.
74
Jean-Claude BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois en République Fédérale
d´Allemagne, op. cit., p. 272.
1098 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
que en no pocas ocasiones el BVerfG ha ido más allá de una mera apelación al legis-
lador, pronunciándose de modo imperativo sobre la situación que ha de subsistir
tras su decisión, Buen ejemplo de ello lo podemos en estas dos circunstancias:
en ocasiones, el Tribunal Constitucional Federal ha reconocido a los tribunales
ordinarios la facultad de otorgar plena eficacia a las disposiciones constitucionales
a través del proceso de su concreción (Konkretisierung); en otras oportunidades,
el Tribunal ha previsto taxativamente un plazo para que el legislador proceda a
realizar su obra de mediación normativa. Ciertamente, el BVerfG no puede forzar
al legislador a que proceda a llevar a cabo tal actuación de mediación normativa;
por lo mismo, ni tan siquiera la fijación de ese plazo puede entenderse en el sentido
de imposición inexcusable de legislar. Pero resulta una obviedad que, transcurrido
ese período de tiempo sin que el legislador lleve a cabo la actuación normadora a
la que ha sido instado en sede constitucional, el Tribunal, siempre, por supuesto,
que sea requerido a ello, declarará la inconstitucionalidad del texto legal, pues es
patente que a la inacción del legislador no se anuda el automático reconocimiento
de la inconstitucionalidad de la ley. Por lo demás, la praxis revela, que no es en
modo alguno imposible que el Tribunal proceda a prorrogar el plazo que en un
primer momento dio al poder legislativo. Ese plazo, según Moench75, debe ser
considerado tan sólo como un plazo de carencia (“Karenzfrist”) dentro del cual la
ley “aún constitucional” (“noch verfassungsmässige”) parece poder ser legítima-
mente aplicada. Bien es verdad que este autor precisa de inmediato, que dentro
de ese plazo, la respectiva ley puede mantenerse en la parte constitucionalmente
indiscutida (“innerhalb der das betreffende Gesetz von verfassungsgerichtlicher
Seite aus unangefochten aufrechterhalten bleiben kann”), con lo que parece
estar matizando en un sentido muy preciso la aplicación de la ley en cuestión.
Por lo demás, como de nuevo argumenta Moench76, en caso necesario, e instado
a ello como es obvio, la posterior verificación por el Tribunal Constitucional de la
inconstitucionalidad de la misma norma legal no mostraría ninguna incoherencia
(“steht in keinem Bedingungszusammenhang”) con la constatación hic et nunc de
la constitucionalidad (“mit der hic et nunc konstatierten Verfassungsmässigkeit”).
Innecesario es decir, que no entra en el ámbito competencial del BVerfG
adoptar decisiones normativas en defecto de una actuación del legislador, si bien
no puede ignorarse, aunque en rigor se trate de una cuestión no estrictamente
relacionada con la que ahora nos ocupa, que al amparo del ya mencionado art.
35 BVerfGG, en ocasiones, el Tribunal ha procedido a dictar normas jurídicas
transitorias con las que viabilizar la ejecución de sus sentencias. Una de las
resoluciones relativas a la interrupción voluntaria del embarazo podría ser para-
digmática a estos efectos. La cuestión no deja de ser problemática, como revela el
interrogante que al efecto se plantea Schlaich: ¿Puede un sistema jurídico basado
en los principios de legalidad y seguridad jurídica soportar este modo de decidir
75
Christoph MOENCH: Verfassungswidriges Gesetz und Normenkontrolle (Die Problematik der
verfassungsgerichtlichen Sanktion, dargestellt anhand der Rechtsprechung des Bundesverfassungs-
gerichtes), Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1977, pp. 186-187.
76
Ibidem, p. 186.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1099
84
Jürgen JEKEWITZ: “Bundesverfassungsgericht und Gesetzgeber (Zu den Vorwirkungen von
Existenz und Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts in den Bereich der Gesetzgebung)”, en
Der Staat, 19. Band, 1980, pp. 535 y ss.; en concreto, p. 542.
85
La función democrática del Tribunal –añade Jekewitz más adelante– se encuentra en sus
autorizadas (dotadas de autoridad) resoluciones sobre cuestiones jurídico-constitucionales dudosas
(“in der autoritativen Entscheidung verfassungsrechtlicher Zweifelsfragen”). Jürgen JEKEWITZ:
“Bundesverfassungsgericht und Gesetzgeber...”, op. cit., p. 542.
86
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, en Benda, Maihofer, Vogel, Hesse y Heyde,
Manual de Derecho Constitucional, IVAP/Marcial Pons, Madrid, 1996, pp. 823 y ss.; en concreto,
p. 853.
87
GROSSFELD: “Götterdämmerung? Zur Stellung des Bundesverfassungsgerichts”, en Neue
Juristische Wochenschrift (NJW), 48. Jahrgang, 1995, 2. Halbband, pp. 1719 y ss.; en concreto, p. 1721.
88
Konrad HESSE: “Verfassungsrechtsprechung im geschichtlichen Wandel”, en Juristen Zeitung
(JZ), 50. Jahrgang, 17. März 1995, pp. 265 y ss.; en concreto, p. 267.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1101
Las críticas doctrinales, creemos que más bien puntuales, hacia algunos aspec-
tos de la actuación del BVerfG no deben obscurecer en lo más mínimo el extraordi-
nario rol que la jurisprudencia constitucional del Tribunal ha jugado en relación a
los derechos fundamentales. Bastaría con recordar la sentencia dictada en el “caso
Elfes”, de 16 de enero de 1957, en la que se definirá el derecho al libre desarrollo
de la personalidad (“Recht auf die freie Entfaltung seiner Persönlichkeit”) del art.
2º.1 GG como “libertad general de acción” que, por lo mismo, ampara a todas las
demás libertades, con independencia de que estén o no enumeradas en la Ley
Fundamental, o la celebérrima Lüth Urteil (la decisión del caso Lüth), de 15 de
enero de 1958, cuyo “redemptive style” sería puesto en contraste con “the United
States Supreme Court´s caution”89, y a la que se debe la definición de los derechos
fundamentales como un sistema de valores que debe regir y definir la totalidad
del sistema jurídico, para dejar meridianamente clara la relevancia de la función
desempeñada por el BVerfG en relación a los Grundrechte, y ello no sólo en la
República Federal, pues es bien conocido el notabilísimo impacto que su doctrina
en materia de derechos ha tenido en otros órganos de la justicia constitucional
europea. Y qué duda cabe de que a través de este peculiar tipo de sentencias que
son las Appellentscheidungen, el Tribunal Constitucional alemán ha proyectado
su jurisprudencia sobre el legislador, instándole a una actuación plenamente
sensible tanto hacia los derechos fundamentales como hacia los grandes valores
que subyacen en el ordenamiento constitucional germano-federal90. Sin ir más
lejos, el caso resuelto por la Sentencia de 29 de enero de 1969, en un supuesto tan
sensible socialmente como el de la igualdad de los hijos, con independencia de
que se tengan dentro o fuera del matrimonio, ilustraría acerca de este influjo del
Tribunal sobre el legislador en materia de derechos fundamentales.
89
Bruce ACKERMAN: “The Rise of World Constitutionalism”, en Virginia Law Review (Va. L.
Rev.), Vol. 83, 1997, pp. 771 y ss.; en concreto, p. 796.
90
Como con toda razón aduce Ipsen, del legislador es exigible algo más que la voluntad de no
actuar de forma inconstitucional (“den Willen nicht verfassungswidrig zu handeln”). Jörn IPSEN:
“Nichtigerklärung oder <Verfassungswidrigerklärung> – Zum Dilemma...”, op. cit., p. 44.
1102 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
91
En sentido análogo, entre otros autores, Antonio CERVATI: “Tipi di sentenze e tipi di motivazioni
nel giudizio incidentale di costituzionalità delle leggi”, en la obra colectiva, Strumenti e tecniche di
giudizio della Corte costituzionale (Atti del Convegno, Trieste, 26-28 maggio 1986), Giuffrè, Milano,
1988, pp. 125 y ss.; en concreto, pp. 131-132.
92
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht (Die Verfassungsgerichtsbarkeit des Bundes
und der Länder), op. cit., p. 340.
93
Christian PESTALOZZA: “<Noch verfassungsmässige> und <bloss verfassungswidrige>
Rechtslagen”, op. cit., p. 526.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1103
Basta con lo hasta aquí expuesto para que ya pueda comprenderse que no
siempre es posible diferenciar con precisión las Appellentscheidungen de las
declaraciones de inconstitucionalidad sin pronunciamiento de nulidad o de mera
incompatibilidad (Unvereinbarkeitserklärungen). Como bien se ha indicado94, la
simple determinación para que el legislador regule una determinada materia
dentro de un cierto plazo (o, añadiríamos por nuestra cuenta, sin fijación de plazo
alguno) no expresa un rasgo exclusivo del primer tipo de decisiones, en tanto en
cuanto también en las que ahora analizamos se recogen, en bastantes ocasiones,
recomendaciones o exhortaciones expresas para que el legislador promulgue una
nueva ley o modifique la fiscalizada en sede constitucional.
Ahora bien, dicho lo que antecede, conviene hacer una puntualización relevan-
te en cuanto que nos proporciona una diferencia significativa entre uno y otro tipo
de decisiones. Ya con anterioridad pusimos de relieve que las Appellentscheidungen
pueden considerarse una modalidad particular de las sentencias desestimatorias,
y en ello difieren de modo radical las que ahora contemplamos, pues las Unve-
reinbarkeitserklärungen son sentencias declaratorias de la inconstitucionalidad,
aunque rompan con el tradicional binomio inconstitucionalidad/nulidad. De
esta por lo demás obvia diferencia ha extraído Ipsen una divergencia adicional:
mientras las decisiones de apelación al legislador tienen un contenido preventivo,
en oposición a las represivas declaraciones de nulidad (“repressiven Nichtig-
erklärung”) operando como “preludio de la patología constitucional” (“im Vorfeld
der verfassungsrechtlichen Pathologie”)95, la declaración de inconstitucionalidad
sin pronunciamiento de nulidad, por el contrario, tiene un carácter prescriptivo,
obligando al legislador a suprimir, con la mayor presteza posible, la situación de
inconstitucionalidad. En la distinción práctica de la eficacia imperativa entre la
Verfassungswidrigerklärung y la Appellentscheidung, escribe textualmente Ipsen96,
la primera incluye un mandato incondicional (“ein unbedingtes Gebot”) al
legislador de eliminar la violación constitucional (“den Verfassungsverstoss zu
beseitigen”), mientras que la última requiere tan sólo que el legislador intervenga
bajo la premisa de evitar el resultado imprevisible (“die unabsehbaren Folgen”) de
una situación jurídica inconstitucional (“einer verfassungswidrigen Rechtslage”).
Las múltiples posibilidades que este tipo de resoluciones ofrecen iban a ser
puestas de relieve por la doctrina. Tal sería el caso de Schlaich y Korioth97, para
quienes en la figura de las leyes incompatibles (“von der Figur des <unvereinba-
ren> Gesetzes”) se ve tan sólo un pequeño paso (“ein kleiner Schritt”) hacia unas
ulteriores variantes de veredictos en las resoluciones (“zu einer weiteren Spielart
von Entscheidungsaussprüchen”).
94
Gilmar FERREIRA MENDES: “O apelo ao legislador...”, op. cit., p. 279.
95
Jörn IPSEN: Rechtsfolgen der Verfassungswidrigkeit von Norm und Einzelakt, Nomos Velagsge-
sellschaft, Baden-Baden, 1980, p. 268.
96
Ibidem, pp. 268-269.
97
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung, Verfahren,
Entscheidungen, op. cit., p. 290.
1104 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
98
Para un análisis más profundo del caso y de la decisión constitucional, cfr. Jean-Claude BÉGUIN:
Le contrôle de la constitutionnalité des lois..., op. cit., pp. 239-241.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1105
99
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht, op. cit., p. 344.
100
Vezio CRISAFULLI: “Giustizia costituzionale e potere legislativo”, en la obra Aspetti e tendenze
del Diritto costituzionale. Scritti in onore di Costantino Mortati, Giuffrè, Milano, 1977, Vol. 4º, pp. 129
y ss.; en concreto, p. 141.
101
Análoga posición mantiene, entre otros, Angelo Antonio CERVATI: “Incostituzionalità delle
leggi ed efficacia delle sentenze delle Corti costituzionali austriaca, tedesca ed italiana”, en Quaderni
Costituzionali, Anno IX, nº 2, Agosto 1989, pp. 257 y ss.; en concreto, p. 270. Asimismo, Jean-Claude
BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois..., op. cit., pp. 250 y ss. Y también, Wolfgang
ZEIDLER: “Cour constitutionnelle fédérale allemande”, op. cit., p. 49.
1106 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
102
Cfr. al efecto, Jörn IPSEN: “Nichtigerklärung oder <Verfassungswidrigerklärung>...”, op. cit.,
p. 44.
103
Cfr. al respecto, Jean-Claude BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois..., op. cit., pp.
257-258.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1107
104
Jean-Claude BÉGUIN: Le contrôle de la constitutionnalité des lois en République Fédérale
d´Allemagne, op. cit., p. 262.
1108 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
105
En tal sentido, Gilmar FERREIRA MENDES: Jurisdiçâo Constitucional..., op. cit., pp. 274-275.
106
Jörn IPSEN: “Nichtigerklärung oder <Verfassungswidrigerklärung>...”, op. cit., p. 41.
107
Ibidem, p. 41.
108
Antonio CERVATI: “Tipi di sentenze e tipi di motivazioni nel giudizio incidentale di costitu-
zionalità delle leggi”, en la obra Strumenti e tecniche di giudizio della Corte costituzionale (Atti del
Convegno, Trieste 26-28 maggio 1986), Giuffrè Editore, Milano, 1988, pp. 125 y ss.; en concreto,
pp. 133-134.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1109
109
Klaus SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal Alemán”, op. cit., p. 198.
110
Gilmar FERREIRA MENDES: Jurisdiçâo Constitucional. O controle abstrato de normas no Brasil
e na Alemanha, op. cit., p. 286.
111
Christian PESTALOZZA: “<Noch verfassungsmässige> und <bloss verfassungswidrige>
Rechtslagen”, op. cit., pp. 565-566.
1110 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
opción del juez constitucional. No se puede decir otro tanto de la doctrina foránea,
entre la que este tipo de decisiones, y más aún con tales efectos, no ha dejado de
suscitar algunas formulaciones críticas. Este sería el caso, por poner un significado
ejemplo, de Elia, para quien la lógica continuidad de la aplicación parcial de la ley
inconstitucional denuncia la falta de lógica (“illogicità”), la íntima contradicción
(“contraddittorietà”) de la solución acogida por el Tribunal de Karlsruhe112.
Al margen ya de la salvedad precedentemente señalada, la regla general es que
la declaración de inconstitucionalidad, aún sin un pronunciamiento de nulidad,
impide que los tribunales o la Administración puedan aplicar la ley en cuestión.
Puede hablarse, pues, de un efecto de suspensión o bloqueo de la aplicación
de la norma (Amwendungssperre), aunque la misma no quede eliminada del
ordenamiento jurídico. Ipsen, quien como ya se dijo, en un determinado momento
habla de una “paralización jurídica por razón de Estado” (“Rechtsstillstand
aus Staatsräson”), considera113 que la suspensión de la aplicación de la norma
(“Normenwendungssperre”) debe entenderse no como una precaución o cautela
para situaciones de excepción, sino como la consecuencia jurídica dimanante
de la declaración de inconstitucionalidad (“Rechtsfolge der Verfassungswidrig-
erklärung”). No se puede olvidar al respecto algo a lo que ya aludimos, el hecho
de que el art. 31.2 BVerfGG otorga “fuerza de ley” (Gesetzeskraft) a la sentencia en
los casos de los recursos de queja constitucional, cuando en ella se declare una
determinada ley incompatible (“unvereinbar”) con la Ley Fundamental. No hay,
pues, en relación a este efecto, diferencia alguna entre las resoluciones que decla-
ren la compatibilidad, la mera incompatibilidad o la nulidad de la ley impugnada a
través de un Verfassungsbeschwerde. Ello se traduce a su vez en la paralización de
los procesos pendientes ante los tribunales ordinarios de justicia. Esta suspensión
del proceso debe perdurar hasta tanto el legislador proceda a dictar un nuevo texto
legal o a reformar el tildado de incompatible con la Grundgesetz.
112
Leopoldo ELIA: “Le sentenze additive e la piú recente giurisprudenza della Corte costituzionale
(ottobre 81 – luglio 85)”, en Scritti su la Giustizia Costituzionale. In onore di Vezio Crisafulli, CEDAM,
Padova, 1985, Vol. I, pp. 299 y ss.; en concreto, p. 309.
113
Jörn IPSEN: “Nichtigerklärung oder <Verfassungswidrigerklärung> – Zum Dilemma der
verfassungsgerichtlichen Normenkontrollpraxis”, op. cit., p. 44.
114
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung, Verfahren,
Entscheidungen, op. cit., p. 293.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1111
un supuesto más teórico que real, aunque es evidente que, de producirse, no podría
dejar de tener consecuencias jurídicas de ser instado el BVerfG a pronunciarse al
respecto, en cuyo caso la única respuesta lógica habría de ser la invalidación total
de la ley previamente tildada de incompatible con la Grundgesetz.
Un sector de la doctrina ha equiparado las situaciones que en ocasiones
pueden crear estas decisiones, al efecto que la legislación austriaca posibilita al
prever una vacatio sententiae. Y así, Schlaich, refiriéndose a la sentencia relativa
a la admisión en establecimientos de enseñanza superior, pone de relieve115, que
la decisión del Tribunal de considerar que el art. 17 de la Ley de Universidades era
incompatible con la Grundgesetz, precisando de inmediato que, ello no obstante,
debía ser aplicado hasta la elaboración de una nueva regulación legislativa y
fijando el plazo en que la misma debía ser aprobada, recordaba la solución
austriaca. También D´Orazio116, entre la doctrina foránea, se ubica en esta línea
de pensamiento, considerando que la disociación (lógica y cronológica) de los
dos momentos (el de la incompatibilidad y el de la nulidad) en la jurisprudencia
del BVerfG equivale, sustancialmente, a la vacatio sententiae austriaca. Y entre
nosotros, Rubio Llorente entiende 117, que este modo de operar del Tribunal
Constitucional Federal entraña un regreso a la vieja fórmula austriaca de diferir la
eficacia de la declaración de nulidad para que el legislador pueda mientras tanto
obrar en consecuencia, si bien hay una divergencia que no puede dejar de ser
tenida en cuenta: en tanto que en Austria esta solución, prevista constitucional-
mente, resulta perfectamente coherente con la teoría del legislador negativo, cuyas
decisiones son constitutivas y operan ex nunc, es difícil justificarla en un sistema
en el que a las decisiones del juez constitucional se les atribuye una naturaleza
declarativa y una eficacia ex tunc.
Bien significativo de la proximidad de la solución jurisprudencialmente
asumida por el BVerfG a la fórmula austriaca, es el hecho de que entre 1969 y 1970
se intentara la reforma del art. 79 BVerfGG, al que ya hemos aludido, precepto que
regula algunos de los efectos de estas decisiones, con la finalidad de aproximar
esta disposición a la fórmula vigente en Austria118, reforma que finalmente fue
rechazada por el Bundestag, que, como ya se dijo, en 1970 se limitó a admitir la
alternativa entre la inconstitucionalidad con nulidad o sin ella.
115
Klaus SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal Alemán”, op. cit., pp. 197-198.
116
Giustino D´ORAZIO: “Aspectos y problemas de la justicia constitucional italiana”, en Revista
Vasca de Administración Pública , nº 31, Septiembre/Diciembre 1991, pp. 59 y ss.; en concreto, p. 91.
117
Francisco RUBIO LLORENTE: “La jurisdicción constitucional como forma de creación de
Derecho”, en Revista Española de Derecho Constitucional, nº 22, Enero/Abril 1988, pp. 9 y ss.; en
concreto, pp. 36-37.
118
La reforma pretendía introducir en el art. 79 BVerfGG un nuevo primer párrafo del siguiente
tenor: “El Tribunal Constitucional Federal, por graves motivos de interés público, podrá establecer
en su decisión que una ley declarada nula continúe en vigor hasta el momento en que la decisión
judicial haya determinado su pérdida de vigencia. Este término no puede ser posterior a la producción
de los efectos de la decisión”. Cfr. al respecto, María Jesús MONTORO CHINER: “Protección de la
familia y fiscalidad (A propósito de la STC 45/1989, de 20 de febrero)”, en Revista Española de Derecho
Constitucional, nº 28, Enero/Abril 1990, pp. 223 y ss.; en concreto, pp. 228-229.
1112 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
119
Proporciona este dato Klaus SCHLAICH, en “Corte costituzionale e controllo sulle norme nella
Repubblica Federale di Germania”, op. cit., p. 575.
120
Se ha señalado por Flad, que ya en Weimar, en relación al control abstracto del Derecho de
los Länder, al amparo del párrafo segundo del art. 13 de la Constitución de 1919, que contemplaba
el que bien podríamos llamar “control de federalidad” (“En caso de duda o de divergencias sobre la
cuestión de si una disposición del Derecho de un Land es conciliable con el Derecho del Reich, la
autoridad central competente del Reich o la del Land interesado podrán, de conformidad con las reglas
que establezca una ley del Reich, provocar la decisión de una jurisdicción suprema del Reich”. En
tales términos estaba redactado el párrafo segundo del mencionado art. 13), se percibió que cuando
una disposición de un Land que pareciese válida en sí misma, mostrase que una de sus aplicaciones
pudiese revelarse como inconstitucional, sería legítimo declarar la incompatibilidad de esa aplicación
de la disposición jurídica del Land respecto del Derecho federal. Flad apunta incluso a la decisión del
Reichsgericht de 29 de mayo de 1923, en la que, a su juicio, el Tribunal habría declarado expresamente
la inconstitucionalidad de una determinada aplicación de la norma jurídica de un Land. Wolfgang
FLAD: Verfassungsgerichtsbarkeit und Reichsexecution (Beiträge zur Lehre von den Streitigkeiten
Zwischen Reich und Ländern und Deren Entscheidung), Carl Winters Universitätsbuchhandlung,
Heidelberg, 1929, p. 43.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1113
121
Vezio CRISAFULLI: “Le sentenze <interpretative> della Corte costituzionale”, en Rivista
trimestrale di Diritto e procedura civile, Anno XXI, nº 1, Marzo 1967, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 2.
122
En un pasaje de su opinion en esa sentencia el Juez Chase razonaba como sigue: “The deliberate
decision of the national legislature (...) would determine me, if the case was doubtful, to receive the
construction of the legislature (...) I will never exercise (the power of review) but in a very clear case”.
Apud Sylvia SNOWISS: Judicial Review and the Law of the Constitution, Yale University Press, New
Haven and London, 1990, p. 61.
123
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States (Its Foundation, Methods and
Achievements. An Interpretation), Columbia University Press, New York, 1928, pp. 229-230.
124
Charles Evans HUGHES: The Supreme Court..., op. cit., p. 36.
125
Konrad HESSE: Escritos de Derecho Constitucional, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1983, pp. 54-55.
1114 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
126
Volker HAAK: Normenkontrolle und verfassungskonforme Gesetzesauslegung des Richters, Ludwig
Röhrscheid Verlag, Bonn, 1963, p. 304.
127
“Verfassungskonforme Auslegung –escriben Schlaich y Korioth– ist also Auslegung”. Klaus
SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung, Verfahren, Entscheidungen,
op. cit., p. 296.
128
Volker HAAK: Normenkontrolle und verfassungskonforme..., op. cit., p. 304. Haak alude a otro
límite de este principio: la tendencia histórica de las leyes (“der historischen Tendenz des Gesetzes”).
129
El Tribunal Constitucional Federal ha consagrado esta orientación en la medida en que reconoce
que la expresión literal impone un límite a la interpretación conforme. Por otro lado, Ferreira Mendes
recuerda (en Jurisdiçâo Constitucional..., op. cit., p. 290) que el BVerfG, siguiendo una orientación
jurídico-funcional, ha entendido que también los propósitos perseguidos por el legislador imponen
límites a la interpretación conforme, lo que, como creemos que es evidente, no puede considerarse
sino como una manifestación más del principio de la autolimitación judicial (judicial self-restraint),
al que ya hemos tenido oportunidad de referirnos.
130
Christoph GUSY: Parlamentarischer Gesetzgeber und Bundesverfassungsgericht, op. cit., p. 214.
131
Reinhold ZIPPELIUS: “Verfassungskonforme Auslegung von Gesetzen”, en Bundesverfassungsge-
richt und Grundgesetz (Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens der Bundesverfassungsgerichts),
herausgegeben von Christian Starck, Zweiter Band, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1976, pp.
108 y ss.; en concreto, p. 108.
132
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht..., op. cit., p. 266.
133
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle fédérale allemande”, op. cit., p. 42. En análogo
sentido se pronuncia Schlaich, quien no manifiesta duda alguna cuando en relación a este principio
escribe: “In realtà si tratta di una dichiarazione di parziale nullità di una legge”. Klaus SCLAICH:
“Corte costituzionale e controllo sulle norme...”, op. cit., p. 577.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1115
134
Reinhold ZIPPELIUS: “Verfassungskonforme Auslegung von Gesetzen”, op. cit., p. 110.
135
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, op. cit., pp. 853-854.
136
Klaus SCHLAICH: “Corte costituzionale e controllo sulle norme...”, op. cit., p. 576.
137
Christoph GUSY: Parlamentarischer Gesetzgeber und Bundesverfassungsgericht, op. cit., p. 214.
1116 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
II. Hemos de terminar este análisis de la tarea llevada a cabo por el BVerfG en
relación con las omisiones del legislador. Quizá pueda ser de utilidad, desde una
óptica general, recordar la reflexión llevada a cabo en un trabajo relativamente
reciente por Walter, quien parece tratar de responder al interrogante acerca de
si el Tribunal Constitucional es el guardián (“Hüter”) de la Constitución o el
transformador (“Wandler”) de la misma, entrando a tal efecto en el análisis del rol
que el Tribunal Constitucional Federal viene jugando en los procesos de cambios
constitucionales140. Con vistas a reducir la tensión entre normatividad y cambio,
el citado autor propone la comprensión del Derecho constitucional desde la
perspectiva del proceso de su aplicación por el BVerfG, enfoque que gira en torno
al trascendental rol desempeñado por ese Tribunal en cuanto órgano central de
la interpretación constitucional. Y si al Tribunal hoy, como dice Walter en la con-
clusión de su trabajo141, se encomienda la obligación (“die Aufgabe”) de defender
la continuidad de la Ley Fundamental (“die kontinuität des Grundgesetzes”)
frente a las demandas de cambios correspondientes al presente (a la actualidad)
(“verändernden Anfragen der jeweiligen Gegenwart”), antaño asumió la labor de
acomodar el orden social a los principios y valores constitucionales. Esta atinada
reflexión no sólo es válida para el caso alemán, sino que también lo es para órganos
semejantes de otros países, como sería el caso español.
No ha de pensarse, ni mucho menos, precisaríamos por nuestra cuenta, que
se trate de dos tareas diferenciadas, esas a las que alude el mencionado autor.
Bien al contrario, creemos que se trata de la misma tarea, quizá contemplada
desde perfiles diferentes. Y la tarea no es otra que la de acomodar las respuestas
normativas que los poderes públicos en general, y el legislador muy en particular,
dan en cada momento, frente a los requerimientos sociales, a los principios y
valores constitucionales, interpretados no como un orden estático, sino flexible
y evolutivo. Como es lógico, la situación no es la misma cuando, tras un régimen
autoritario o dictatorial, entra en vigor una Constitución democrática, que ha de
convivir (en cierta medida al menos) en un primer momento con un ordenamiento
138
Así, por ejemplo, Klaus SCHLAICH, en “Corte costituzionale e controllo sulle norme...”, op.
cit., pp. 576-577.
139
Atendiendo a la jurisprudencia constitucional –BVerfGE 64, 229 (242), y BVerfGE 88, 203 (331)–
y refiriéndose a la variante de las resoluciones de interpretación de las leyes constitucionalmente
conforme (“Entscheidungensvariante der verfassungskonformen Auslegung von Gesetzen”), Weber
subraya el principio (“die Grundsätzlich”) de que tales resoluciones obligan a todos y cada uno de
los jueces (“jedem Richter obliegt”) y son preferidas como “interpretación” (“und als <Auslegung>
zu bevorzugen ist”). Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik
Deutschland”, en Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Christian Starck und Albrecht Weber
(Hrsg.), 2. Auflage, Nomos, Baden-Baden, 2007, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 61.
140
Christian WALTER: “Hüter oder Wandler der Verfassung? – Zur Rolle des BVerfG im Prozess der
Verfassungswandels”, en Archiv des öffentlichen Rechts (AöR), 125. Band, 2000, Heft 4, pp. 517 y ss.
141
Christian WALTER: “Hüter oder Wandler der Verfassung?...”, op. cit., p. 550.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1117
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1118 EL CONTROL DE LAS OMISIONES LEGISLATIVAS POR EL BVerfG
SUMARIO
RESUMEN
apartándose de la lex superior, aprobó una decisión en mayo de 2007 en la que abandonó
su jurisprudencia tradicional y estableció un período de 18 meses para que el legislativo
aprobara la ley cuya omisión fue declarada inconstitucional.
Palabras clave: acción de inconstitucionalidad, Constitución de Brasil, control de constitu-
cionalidad, efectos de las sentencias de inconstitucionalidad, omisiones inconstitucionales,
Supremo Tribunal Federal.
ABSTRACT
In Brazil, the direct action for unconstitutionality by omission is intended to put end to
an historical falsification of constitutional provisions (especially regarding rights and
freedoms) due to a systematic inaction of the Legislative. It is an autonomous procedural
institution that can lead into procedures for controlling constitutionality of the normative
omissions. Its object is the omission of a normative act by the public power and not just of
the Legislative power, as in Portugal, that undermines the full efficacy of the Constitution.
The Act No. 12.063, 27th October 2009, for the first time, regulates this action, which
previously, insofar as applicable, was subject to the Act No. 9.868, regulating the direct
action of unconstitutionality. Its most controversial provision concerns with the power
it grants the Supreme Federal Court to adopt cautionary measures, in exceptional cases,
which, in the hypothesis of a partial omission, may entail the suspension of the application
of the law or of the normative act or even the suspension of the judicial proceedings and
the administrative proceedings already under way. We think that this does not appear
compatible with the nature and the finality of this action.
The Act also establishes the possibility of the Court extending the 30-day period that the
Constitution establishes for the administrative body that has caused delay to proclaim
the omitted act. Although the Constitution does not envisages any deadline for cases
in which the legislative has caused the delay, the Supreme Federal Court, moving away
from lex superior, passed a resolution in May 2007, in which it abandoned its traditional
jurisprudence, ans established a period of 18 months for the legislative to approve the law
whose omission was declared unconstitutional.
Key words: unconstitutionality action, the Brazilian Constitution, constitutionality control,
effects of unconstitutionality rulings, unconstitutional omissions, Supreme Federal Court.
ser considerado por el MFA como más idóneo para llevar a cabo este doble control,
positivo y negativo, que un órgano extraído de su seno, como sería el Consejo de la
Revolución, el órgano al que se encomendará la salvaguarda de la Carta Suprema
en la inicial redacción constitucional, lo que pervivirá hasta la reforma de 1982.
En definitiva, razones primigeniamente ideológicas explican la constitucionali-
zación del instituto en el Portugal de 1976, tan sólo dos años posterior al proceso
revolucionario. Una Constitución “empeñada en la transformación (de Portugal)
en una sociedad sin clases” (art. 1º de la Constitución) requiere de un órgano de
control que fiscalice las omisiones del legislador que hagan peligrar tal meta final.
En Brasil, sin querer con ello ignorar que la Carta de 1988, como ya se ha
dicho, se sitúa en la línea de las Constituciones dirigentes, las preocupaciones del
constituyente eran diferentes a las de los militares portugueses. El poner coto al
histórico falseamiento de las previsiones constitucionales, particularísimamente
de las relativas a los derechos, y dentro de ellas de las que proclamaban derechos
de naturaleza socio-económica, es una de las grandes metas que persigue la
Asamblea Constituyente brasileña. Esta finalidad era tanto más importante si
se tiene en cuenta la amplísima recepción que el constituyente iba a dar a esos
derechos, hasta el extremo de haberse podido hablar, con fundamento en la
prodigalidad de derechos de los trabajadores constitucionalmente recepcionados,
de la “celetizaçâo da Constituiçâo”9. No sería ajeno a ello la célebre caracterización
que de la Constitución haría Ulysses Guimarâes, en el discurso que pronunciara
ante la Asamblea Constituyente con ocasión de la aprobación por ésta de la Carta
Fundamental, al tildarla de Constituiçâo Cidadâ. Sin embargo, el devenir histórico
venía mostrando que los derechos en general, y los derechos prestacionales
de modo muy particular, eran “ninguneados” por la sistemática inacción del
legislador, que convertía en letra muerta las previsiones constitucionales a ellos
referidas. No se trataba aquí de soslayar el peligro frente al que hace una veintena
de años mostraba su preocupación el gran Justice de la Supreme Court Brennan,
garantizar la fuerza legal del Bill of Rights frente a una legislación rutinaria10, sino
justamente el contrario, evitar que la ausencia de una legislación de desarrollo
privase a este tipo de derechos de su eficacia.
No es inoportuno recordar al respecto, que la Constitución brasileña de 1934,
directamente inspirada en la de Weimar de 1919, tal y como constataría Cavalcan-
ti11, quien había integrado la Comisión redactora del Anteproyecto, se ubicaba en
plenitud en la dirección del constitucionalismo social, acogiendo en su articulado
(dentro de los Títulos III, IV y V) una amplísima declaración de derechos, siendo
9
Ives GANDRA MARTINS FILHO: “Os direitos sociais na Constituiçâo Federal de 1988”, en
Ives Gandra Martins e Francisco Rezek (Coordinaçâo), Constituiçâo Federal. Avanços, contribuiçôes
e modificaçôes no processo democrático brasileiro, Editora Revista dos Tribunais-Centro de Extensâo
Universitária, Sâo Paulo, 2008, pp. 83 y ss.; en concreto, p. 83.
10
William J. BRENNAN Jr.: “Why Have a Bill of Rights?”, en Oxford Journal of Legal Studies (Oxford
J. Legal Stud.), Volume 9, 1989, pp. 425 y ss.; en concreto, p. 427. Brennan alude a “the susceptibility
of a bill of rights to amendment and its legal force as against routine legislation”.
11
Themistocles Brandâo CAVALCANTI: Las Constituciones de los Estados Unidos de Brasil, Instituto
de Estudios Políticos, Madrid, 1958, p. 376.
1126 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
12
Carlos Roberto SIQUEIRA CASTRO: O devido processo legal e os principios da razoabilidade e
da proporcionalidade, 4ª ed., Editora Forense, Rio de Janeiro, 2006, p. 379.
13
Sobre este instituto, del que nada diremos, nos remitimos a un trabajo de nuestra autoría.
Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de Derecho
Comparado, tomo I, Dykinson, Madrid, 2009, pp. 1009 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1127
15
José DA SILVA PACHECO: O mandado de segurança e outras açôes constitucionais típicas, 2ª
ed., Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo, 1991, p. 290.
16
El discurso puede verse en la obra de Paulo BONAVIDES y PAES DE ANDRADE: História
Constitucional do Brasil, 3ª ediçâo, Editora Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1991, pp. 926-928.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1129
17
Manoel GONÇALVES FERREIRA FILHO: Curso de Direito Constitucional, 20ª ed., Editora
Saraiva, Sâo Paulo, 1993, p. 35.
1130 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
parágrafo segundo del art. 103, ya antes transcrito, para ver contemplada la acción
que nos ocupa, esbozada tan sólo desde la perspectiva de sus peculiares efectos.
Es en base a ello por lo que Barbosa Moreira entiende18, que el transcrito
precepto no pretendió crear una nueva figura procesal (la acción declarativa de
inconstitucionalidad por omisión) sino únicamente dejar en claro que el control
abstracto de constitucionalidad por el Supremo Tribunal Federal abarca tanto los
casos de violación positiva, cuanto los de violación negativa de la Constitución.
Esta posición entrañaba una reconducción de la acción de inconstitucionalidad
por omisión a la acción directa de inconstitucionalidad, que de esta forma tendría
una doble cara, por así decirlo, perdiendo la açâo direta de inconstitucionalidade
por omissâo su individualidad procesal, su carácter autónomo.
Tal visión se hallaba lejos de ser pacífica. Frente a tal entendimiento, Ferreira
Mendes19 –anticipemos que, a nuestro entender, con plena razón– iba a considerar,
que tanto la introducción de una especial garantía procesal para la protección
de derechos subjetivos constitucionalmente asegurados, cuanto la adopción
de un proceso abstracto para el control de la inconstitucionalidad por omisión
legislativa, venían a demostrar que el constituyente brasileño partió de una nítida
diferencia entre la inconstitucionalidad por acción y la inconstitucionalidad por
omisión, interpretación ésta que nos parece plenamente ajustada a la realidad
del iter constituyente.
Es cierto que la diferenciación entre la inconstitucionalidad por acción
y por omisión se puede convertir en especialmente complicada en el caso de
las omisiones parciales o relativas, por utilizar la clásica diferenciación que el
Bundesverfassungsrichter Wessel formulara hace más de medio siglo20, al separar
las omisiones absolutas (Absolutes Unterlassen des Gesetzgebers) de las omisiones
relativas (relatives Unterlassen), entendiendo que estas últimas presuponen una
regulación parcial que, al omitir del goce de un derecho a determinados grupos
de personas (Wessel habla de “Unterlassung der Beteiligung einer bestimmten
Gruppe”, esto es, de la omisión de participación de un determinado grupo), viene
a entrañar una violación del principio de igualdad, lo que tendría como consecuen-
cia “die Nichtigkeit der gesetzlichen <Teilregelung>”21 (la nulidad de la regulación
legal parcial). Parece claro que en este tipo de omisiones la inconstitucionalidad
puede combatirse tanto por la vía de la acción, que es obvio que tiene en el sistema
brasileño contornos y efectos más precisos22, como por la de la omisión. Ello, por
18
José Carlos BARBOSA MOREIRA: “El control judicial de la constitucionalidad de las leyes en
el Brasil: un bosquejo”, en Víctor Bazán (Coordinador), Desafíos del Control de Constitucionalidad,
Ediciones Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1996, pp. 271 y ss.; en concreto, p. 285.
19
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, en Jairo Schäfer (Or-
ganizador), Temas polêmicos do constitucionalismo contemporâneo, Conceito Editorial, Florianópolis,
2007, pp. 137 y ss.; en concreto, p. 154.
20
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBl), 67. Jahrgang, Heft 6, 15. März 1952, pp. 161 y ss.
21
Ibidem, p. 164.
22
Regina Maria MACEDO NERY FERRARI: Efeitos da declaraçâo de inconstitucionalidade, 5ª ed.,
Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo, 2004, p. 372.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1131
23
Gilmar FERREIRA MENDES: Direitos Fundamentais e Controle de Constitucionalidade (Estudos
de Direito Constitucional), 3ª ediçâo revista, Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2004, p. 372.
24
Recordaremos que, a tenor del art. 37.X: “A remuneraçâo dos servidores públicos e o subsídio
de que trata o (parágrafo) 4º do art. 39 somente poderâo ser fixados ou alterados por lei específica,
observada a iniciativa privativa em cada caso, assegurada revisâo geral anual, sempre na mesma data
e sem distinçâo de índices”.
25
ADIn (Açâo direta de inconstitucionalidade) nº 526. Relator Ministro Sepúlveda Pertence. Cit.
por Gilmar FERREIRA MENDES: Direitos Fundamentais..., op. cit., pp. 372-374.
1132 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
26
ADIn nº 986. Relator Ministro Néri da Silveira, Diário da Justiça de 8 de Abril 1994. Cit. por
Gilmar FERREIRA MENDES: Direitos Fundamentais..., op. cit., p. 375.
27
ADIn nº 1.458. Relator Ministro Celso de Mello. Diário da Justiça de 20 Setembro 1996. Cit. por
Gilmar FERREIRA MENDES: Direitos Fundamentais..., op. cit., p. 376.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1133
pretender alcanzar a través de una mera decisión cautelar unos efectos positivos
inalcanzables por la propia decisión final del Tribunal.
Parece claro pues, que ni siquiera en el caso de las omisiones parciales, en
el que podría admitirse una cierta convergencia en lo que hace al objeto del
control entre las acciones directas de inconstitucionalidad y las acciones directas
de inconstitucionalidad por omisión, cabe admitir que uno y otro instrumento
puedan intercambiarse, dada la divergencia de efectos que se anuda a cada acción,
lo que, ineludiblemente, afecta a otros aspectos de su régimen jurídico, como el
relativo a la adopción de medidas cautelares. Si ello puede defenderse en relación
al control de las omisiones relativas, en mayor medida aún puede postularse
respecto a la fiscalización de las omisiones absolutas, en las que el objeto de
la acción (la omisión legislativa) difiere frontalmente del propio de una acción
directa de inconstitucionalidad.
En definitiva, la acción directa de inconstitucionalidad por omisión es un
instituto procesal autónomo, que no puede confundirse con la acción directa
de inconstitucionalidad, aunque presente con ella, en el caso brasileño, ciertos
elementos comunes, como sería, por ejemplo, el caso de la legitimación. Y a
ello no puede obstar el hecho de que el texto constitucional no la haya regulado
independientemente28, ni mucho menos la circunstancia puramente coyuntural
de que durante diez años la única regulación procesal existente haya sido la
relativa a la acción directa de inconstitucionalidad, habiéndose tenido, por lo
mismo, que acudir al régimen establecido para tal acción por la Ley 9.868, de 10
de noviembre de 1999, para la regulación, en lo que le fuera de aplicación, de la
acción de inconstitucionalidad por omisión.
28
En análogo sentido se pronuncia, entre otros, Da Cunha Júnior, quien escribe: “Cuida-se (la
acción directa de inconstitucionalidad por omisión), a nosso ver, de uma açâo específica, a despeito
de ter sido instituída em simples parágrafo de artigo que dispôe sobre a açâo direta de inconstitu-
cionalidade”. Dirley DA CUNHA JÚNIOR: Controle Judicial das Omissôes do Poder Público, 2ª ediçâo
revista, Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2008, p. 560.
29
Figueiredo escribe, que con esta acción se persigue acortar las distancias entre las normas
constitucionales y sus destinatarios finales. Marcelo FIGUEIREDO: “Una visión del control de
constitucionalidad en Brasil”, en Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, nº 11, 2007, pp.
131 y ss.; en concreto, p. 176.
1134 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
30
Anna Cândida DA CUNHA FERRAZ: “Apontamentos sobre o controle de constitucionalidade”, en
Revista da Procuradoria Geral do Estado de Sâo Paulo, nº 34, Dezembro 1990, pp. 27 y ss.; en concreto,
p. 36.
31
Hartmut SÖHN: “Die abstrakte Normenkontrolle”, en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz
(Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens des Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von
Christian STARCK, Erster Band (Verfassungsgerichtsbarkeit), J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen,
1976, pp. 292 y ss.; en concreto, p. 304.
32
Así lo constata Anna Cândida DA CUNHA FERRAZ: “Anotaçôes sobre o controle de constitu-
cionalidade no Brasil e a protecçâo dos direitos fundamentais”, en Anuario Iberoamericano de Justicia
Constitucional, nº 11, 2007, pp. 73 y ss.; en concreto, p. 84.
33
Análogamente, Piovesan señala que esta acción persigue como objetivo, en último término,
permitir que toda norma constitucional alcance eficacia plena, si bien, a renglón seguido, la autora
establece una vinculación privilegiada entre esta acción y la plena eficacia de los derechos, al añadir,
que con ella se impide que la inacción del legislador venga a imposibilitar el ejercicio de derechos
constitucionales. Flávia C. PIOVESAN: Protecçâo judicial contra omissôes legislativas. Açâo direta de
inconstitucionalidade por omissâo e mandado de injunçâo, Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo,
1995, p. 97.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1135
Por lo que se acaba de decir, conviene evitar el equívoco de creer que estamos
ante un instituto exclusivamente circunscrito al desarrollo de los derechos.
Ciertamente, y ya nos hemos hecho eco de ello, esta acción surgió en el proceso
constituyente estrechamente conectada a la preocupación que desencadenaba
entre los constituyentes un hecho histórico bien constatado en Brasil: el des-
mantelamiento de la eficacia de los derechos constitucionales de resultas de la
sistemática inacción del legislador. Bonavides y Paes de Andrade34 han insistido en
esta idea; para ellos, la inconstitucionalidad por omisión se presenta como una de
las mejores y más seguras innovaciones protectoras de la concreción y desarrollo
de los derechos, que antes se insertaban adormecidos en el espacio programático
de las Cartas constitucionales.
El instituto de la inconstitucionalidad por omisión, y ello nos parece evidente,
se ha venido vinculando con aquellos textos constitucionales de mayor densidad
programática, con lo que ello entraña de conexión del instituto con aquella parte
de la Norma suprema que en mayor medida podría reflejar el “carácter dirigente”
de la Constitución: los derechos socio-económicos y las normas de asignación de
fines al Estado. Admitida tal conexión, se hace necesario de inmediato precisar,
que ni son las inacciones en materia de derechos las únicas objeto de fiscalización
a través de la acción estudiada, ni ésta puede confundirse con un instrumento
de garantía de los derechos. Piénsese tan sólo en el hecho de que el titular de un
derecho eventualmente obstaculizado en la plenitud de su ejercicio por la ausencia
de una norma infraconstitucional de desarrollo carece de legitimación para
instar este proceso de control, cuyo desencadenamiento se deja en manos no de
ciudadanos particulares, sino de órganos constitucionales, autoridades públicas y
entes sociales o profesionales, lo que casa a la perfección con el rasgo ya expuesto
de que nos hallamos ante un procedimiento objetivo en el que la legitimación no
se otorga en función de la existencia de un interés subjetivo; el único interés que
ha de mover a las instancias legitimadas es el de velar por la plenitud de eficacia
del ordenamiento constitucional en su conjunto, no sólo, innecesario es decirlo,
de una parte del mismo, por importante que ésta pueda ser, cual es el caso de los
derechos constitucionales, cuyo papel nuclear es por todos admitido.
34
Paulo BONAVIDES y PAES DE ANDRADE: História Constitucional do Brasil, op. cit., pp. 511-512.
1136 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
36
Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de
Derecho Comparado, op. cit., tomo I, pp. 861 y ss.
37
Por el contrario, el Supremo Tribunal Federal ha considerado, que el Presidente de la República,
las Mesas del Senado Federal y de la Cámara de Diputados, el Procurador General de la República, el
Consejo General de la Orden de los Abogados de Brasil y los partidos políticos con representación en
el Congreso Nacional tienen interés en preservar la Constitución debido a sus propias atribuciones
institucionales, no siéndoles exigible la “pertinência temática”.
38
Ives GANDRA DA SILVA MARTINS, en la obra escrita conjuntamente con Gilmar FERREIRA
MENDES, Controle concentrado de constitucionalidade (Comentários à Lei n. 9.868, de 10-11-1999),
Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2001, p. 71.
1138 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
El propio presidente anterior del Supremo Tribunal Federal cree que esta solución
sería más ortodoxa39.
Este requisito de la pertinencia no ha dejado por lo demás de suscitar críticas.
Así, Ramos Tavares discrepa de esa construcción jurisprudencial, algo que, a su
juicio, no termina de insertarse en el contexto de los procesos objetivos de control
de constitucionalidad40, y ello por cuanto no puede existir duda de que la “per-
tinência temática” es un sucedáneo del interés de obrar del proceso subjetivo. Y
ese entremezclamiento es extremadamente perjudicial para la clara comprensión
de un proceso de índole esencialmente objetiva.
No nos cabe duda de que esa interpretación es la más ortodoxa a la vista de
la naturaleza objetiva del proceso que nos ocupa. Sin embargo, no podemos por
menos de hacer alguna reflexión adicional. Si se atiende a la amplísima legitimación
contemplada por el art. 103 de la Constitución y por el art. 2º de la Ley 9.868, quizá
podría encontrarse algún argumento que coadyuvara a explicar esa exigencia
jurisprudencial de una relación de pertinencia en relación a alguno de los poten-
ciales actores, como sería el caso, por ejemplo, de las confederaciones sindicales
o entidades de clase, siempre sobre la base de establecer un elemento diferencial
entre esa relación de pertinencia y el interés subjetivo de obrar. En cualquier caso,
lo ideal sería más que una interpretación restrictiva de la legitimación llevada a
cabo en sede judicial, un ejercicio de self restraint por parte de esos posibles actores.
Pongamos un ejemplo comparativo. El Defensor del Pueblo está legitimado en
España para interponer un recurso de inconstitucionalidad. Potencialmente, puede
recurrir contra cualquier ley. Nada le condiciona ni le impide impugnar cualquier
ley o disposición normativa con fuerza de ley, por cuanto el ius agendi en que la
facultad de promover un recurso de inconstitucionalidad consiste se le otorga sin
conexión alguna con el ámbito de los fines de la institución (en esencia, la defensa
de los derechos comprendidos en el Título I de la Constitución)41. Ahora bien, la
experiencia nos muestra que el Defensor del Pueblo ha sido cauteloso a la hora de
ejercer esta competencia que le reconoce el art. 162.1 a) de la Constitución; dicho
de otro modo, se ha ajustado al self restraint a que antes aludíamos.
Por lo demás, el Supremo Tribunal Federal ha clarificado a través de su
jurisprudencia algunos aspectos relacionados con los legitimados para este tipo
de acción. Tal ha sido el caso de las llamadas entidades de clase. Para el supremo
órgano jurisdiccional, una “entidad de clase” es una asociación de personas que, en
esencia, representa el interés común de una determinada categoría. En contrapar-
tida, los grupos formados circunstancialmente, como por ejemplo, una asociación
de empleados de una empresa, no podrían ser calificados como “organizaciones
39
Gilmar FERREIRA MENDES: “O Poder Executivo e o Poder Legislativo no controle de cons-
titucionalidade”, en Revista de Informaçâo Legislativa (Senado Federal), Ano 34, nº 134, Abril/Junho
1997, pp. 11 y ss.; en concreto, p. 20.
40
André RAMOS TAVARES: Curso de Direito Constitucional, 5ª ediçâo, Editora Saraiva, Sâo Paulo,
2007, p. 289.
41
Así lo reconoció el propio Tribunal Constitucional español en su Sentencia 150/1990, de 4 de
octubre, fund. jur. 1º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1139
42
Supremo Tribunal Federal (STF), Pleno. ADIn nº 779-3-DF. Relator Ministro Celso de Mello.
Cit. por José AFONSO DA SILVA: Comentário Contextual à Constituiçâo, 4ª ediçâo (de acordo com a
Emenda Constitucional 53, de 19-12-2006), Malheiros Editores, Sâo Paulo, 2007, p. 556.
43
Tal es el caso, por ejemplo, de José AFONSO DA SILVA, en su Curso de Direito Constitucional
Positivo, op. cit., p. 49.
44
Cfr. al respecto, José AFONSO DA SILVA: Açâo popular constitucional. Doutrina e Processo, 2ª
ed., Malheiros Editores, Sâo Paulo, 2007, en particular, pp. 32-42.
1140 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
4. Objeto de la acción
El parágrafo 2º del art. 103 de la Constitución se inicia del siguiente modo: “De-
clarada a inconstitucionalidade por omissâo de medida para tornar efetiva norma
constitucional...”; más adelante, se alude a la necesidad de poner en conocimiento
del “Poder competente” la inconstitucionalidad de su inacción, aludiéndose final-
mente al efecto particular que derivaría del hecho de que la quiescencia provenga
de un “órgâo administrativo”. Todo ello nos sitúa con claridad meridiana ante
el objeto de esta acción, que no es otro que cualquier omisión del poder público
que inviabilice la plena eficacia de una norma constitucional. Ello entraña que el
control a llevar a cabo en sede constitucional tenga por objeto el “vicio omisivo”,
como lo denomina Ribeiro Bastos45, o la mera inconstitucionalidad morosa para
el desarrollo de la norma constitucional, como lo identifica algún otro autor46. En
definitiva, la omisión objeto de control no proviene tan sólo del poder legislativo,
como acontece en el caso portugués, donde el art. 283.1 del texto constitucional
vigente se refiere a la “omissâo das medidas legislativas necessárias para tornar
exequíveis as normas constitucionais”, sino que puede provenir asimismo de
cualquier órgano administrativo, lo que revela la notable amplitud del objeto de
control de este instituto.
El mismo art. 103 habla de la “omissâo de medida para tornar efetiva norma
constitucional”, y ello exige que nos planteemos con algo más de detalle la cuestión
de a qué tipo de medidas se está refiriendo el precepto. El marco contextual
en que se ubica la mencionada disposición puede contribuir a dar respuesta
a esta cuestión. El art. 103 se refiere de modo expreso a la acción directa de
inconstitucionalidad y a la acción declaratoria de constitucionalidad, y el art.
102.I, a), al contemplar la competencia originaria del Supremo Tribunal Federal
para conocer de una y otra acción, se refiere de modo específico a la acción
45
Celso RIBEIRO BASTOS: Curso de Direito Constitucional, 14ª ed., Editora Saraiva, Sâo Paulo,
1992, p. 327.
46
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op. cit., p. 149.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1141
47
Roque Antonio CARRAZZA: “Açâo direta de inconstitucionalidade por omissâo e mandado de
injunçâo”, en Jurisprudência Brasileira (Jurúa Editora), Volume 167, pp. 53 y ss.; en concreto, p. 56.
48
Dirley DA CUNHA JÚNIOR: Controle Judicial das Omissôes do Poder Público, op. cit., p. 564.
1142 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
esas interpretaciones encaminadas a abrir el control más allá de los actos adminis-
trativos de naturaleza normativa podrían tener ciertos visos de verosimilitud. La Ley
nº 12.063, lejos de clarificar el tema, parece haber arrojado aún más dudas. Baste
como botón de muestra la redacción de su art. 12-B, que, al contemplar el contenido
del escrito de formalización de la acción, señala que en ella se indicará la omisión
inconstitucional total o parcial “quanto ao cumprimento de dever constitucional de
legislar ou quanto à adoçâo de providência de índole administrativa”. Esa alusión a
una “providencia de índole administrativa” más parece venir referida a una decisión
administrativa puntual, concreta, que a un acto normativo general.
En cualquier caso, dos objeciones parecen oponerse a la apertura de la fiscali-
zación a través de esta vía de la ausencia de medidas administrativas concretas. A la
primera de ellas se ha referido Ferreira Mendes49, para quien parece difícil imaginar
un acto administrativo indispensable para convertir en plenamente efectiva, eficaz,
una norma constitucional, aun cuando pueda admitirse que la omisión por autori-
dades administrativas de diferentes providencias pueda llegar a dificultar el pleno
desarrollo de la voluntad constitucional. Bien es verdad que la conclusión del anterior
presidente del Supremo Tribunal Federal es la de que no se puede excluir de plano
la posibilidad de que la acción de inconstitucionalidad por omisión tenga por objeto
la organización de un determinado servicio público o la adopción de una concreta
providencia de índole administrativa. No terminamos de compartir tal apreciación,
pues a nuestro entender, esta primera objeción juega en contra de la proyección de
este control en sede constitucional hacia las medidas (más bien habría que decir la
falta de medidas) administrativas concretas. Y una segunda objeción puede aducirse;
en realidad ya ha sido expuesta. Los institutos procesales a que se refiere el art. 103,
pese a sus divergencias, comparten la naturaleza propia de los instrumentos de
control normativo, y siendo ello así, sólo las omisiones de actos administrativos de
naturaleza normativa son susceptibles de fiscalización a través de esta vía.
Cabría añadir a todo lo expuesto, que en una decisión de 23 de febrero de
1989, el Supremo Tribunal Federal rechazó que cupiese la inconstitucionalidad
por la omisión de un mero acto administrativo, considerando que en el supuesto
de medida proveniente de los órganos de la Administración, tal medida no
podía ser sino un acto (en rigor, la ausencia del mismo) normativo de naturaleza
administrativa. Algunas de las reflexiones formuladas en dicha sentencia por
su ponente, el Ministro Aldir Passarinho, son bien elocuentes en relación a lo
que ahora interesa: “A açâo direta de inconstitucionalidade por omissâo, de que
trata o (parágrafo) 2º do art. 103 da nova CF, nâo é de ser proposta para que seja
praticado determinado ato administrativo em caso concreto, mas sin visa a que
seja expedido ato normativo que se torne necessário para o cumprimento de
preceito constitucional que, sem ele, nâo poderia ser aplicado”50.
49
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op. cit., pp. 163-164.
50
ADIn nº 19, de 23 de febrero de 1989. Relator Ministro Aldir Passarinho. Cit. por José AFONSO
DA SILVA: Comentário Contextual à Constituiçâo, op. cit., p. 558.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1143
51
Jorge PEREIRA DA SILVA: Dever de legislar e protecçâo jurisdicional contra omissôes legislativas,
op. cit., p. 13.
52
J. J. GOMES CANOTILHO: Constituiçâo dirigente e vinculaçâo do legislador, op. cit., p. 334.
1144 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
53
Christian PESTALOZZA: “<Noch Verfassungsmässige> und <bloss Verfassungswidrige>
Rechtslagen” (Zur Feststellung und kooperativen Beseitigung verfassungsimperfekter Zustände),
en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz (Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens des
Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von Christian Starck, Erster Band, J.C.B. Mohr (Paul
Siebeck), Tübingen, 1976, pp. 519 y ss.; en concreto, p. 526.
54
Lenio Luiz STRECK: Jurisdiçâo Constitucional e Hermenêutica (Uma Nova Crítica do Direito),
2ª ediçâo revista, Editora Forense, Rio de Janeiro, 2004, p. 788.
55
Zeno VELOSO: Controle Jurisdicional de Constitucionalidade, 3ª ediçâo, 2ª tiragem, Del Rey
Editora, Belo Horizonte, 2003, p. 252.
56
Erhard DENNINGER: “Verfassungsauftrag und gesetzgebende Gewalt”, en Juristenzeitung (JZ),
21. Jahrgang, Nummer 23-24, 9. Dezember 1966, pp. 767 y ss.; en concreto, p. 772.
57
Helmut KALKBRENNER: “Verfassungsauftrag und Verpflichtung des Gesetzgebers”, en Die
Öffentliche Verwaltung (DÖV), l6. Jahrgang, Heft 2, 1963, pp. 41 y ss.; en concreto, p. 41.
58
Ibidem, p. 43.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1145
59
J.J. GOMES CANOTILHO: Direito Constitucional e Teoría da Constituiçâo, 5ª ediçâo, Almedina,
Coimbra, 2002, pp. 1021-1022.
60
Ibidem, p. 1023.
61
Roque Antonio CARRAZZA: “Açâo direta de inconstitucionalidade...”, op. cit., p. 55.
1146 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
62
Lenio Luiz STRECK: Jurisdiçâo Constitucional e Hermenêutica, op. cit. p. 795.
63
Klaus STERN: Derecho del Estado de la República Federal Alemana, Centro de Estudios Cons-
titucionales, Madrid, 1987, p. 225.
64
Supremo Tribunal Federal (STF). Açâo Direta de Inconstitucionalidade por Omissâo nº 1.458-
7-DF. Relator Ministro Celso de Mello. Diário da Justiça 20-09-1996. Cit. por Luís Roberto BARROSO:
Constituiçâo da República Federativa do Brasil. Anotada, 2ª ed., Editora Saraiva, Sâo Paulo, 1999, p.
275. Puede verse asimismo en Ivo DANTAS: Constituiçâo & Processo, 2ª ed., Juruá Editora, Curitiba,
2007, pp. 516-517.
65
Paulo MODESTO: “Inconstitucionalidade por omissâo: categoria jurídica e açâo constitucional
específica”, op. cit., p. 121.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1147
66
Regina Maria MACEDO NERY FERRARI: Efeitos da declaraçâo de inconstitucionalidade, 5ª ed.,
Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo, 2004, pp. 368-369.
67
Jorge MIRANDA: “La Justicia Constitucional en Portugal”, en Anuario Iberoamericano de Justicia
Constitucional, 1997, pp. 325 y ss.; en concreto, p. 346.
68
Costantino MORTATI: “Appunti per uno studio sui rimedi giurisdizionali contro comportamenti
omissivi del legislatore”, en la obra de recopilación de escritos del propio autor, Problemi di Diritto
pubblico nell´attuale esperienza costituzionale repubblicana (Raccolta di Scritti – III), Giuffrè Editore,
Milano, 1972, pp. 923 y ss.; en concreto, p. 927, nota 4.
69
Luiz PINTO FERREIRA: “A Jurisdiçâo Constitucional e o controle difuso e concentrado da
constitucionalidade das leis”, en Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, nº 4, 2000, pp.
309 y ss.; en concreto, p. 327.
1148 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
70
El Supremo Tribunal Federal razonaba al respecto como sigue: “A insuficiência do valor corres-
pondente ao salário-mínimo, definido em importância que se revele incapaz de atender as necessidades
vitais básicas do trabalhador e dos membros de sua família, configura um claro descumprimento,
ainda que parcial, Constituiçâo da República, pois o legislador, em tal hipótese, longe de atuar como
o sujeito concretizante do postulado constitucional que garante à classe trabalhadora um piso geral
de remuneraçâo (CF, art. 7º.IV), estará realizando, de modo imperfeito, o programa social assumido
pelo Estado na ordem jurídica. A omissâo do Estado –que deixa de cumprir, em maior ou menor
extensâo, a imposiçâo ditada pelo texto constitucional– qualifica-se como comportamento revestido
da maior gravidade político-jurídica, eis que, mediante inércia, o Poder Público tambén desrespeita a
Constituiçâo, também ofende direitos que nela se fundam e também impede, por ausência de medidas
concretizadoras, a própria aplicabilidade dos postulados e princípios da Lei Fundamental”. Cit. por
Ivo DANTAS: Constituiçâo & Processo, op. cit., pp. 516-517.
71
Hay una frontera muy tenue –escribe en la misma dirección Streck– entre la inconstitucionalidad
por omisión parcial y la violación que el parcial cumplimiento de la Constitución provoca en el campo
de la violación de los principios de igualdad, de proporcionalidad y de razonabilidad. Lenio Luiz
STRECK: Jurisdiçâo Constitucional e Hermenêutica, op. cit., p. 794.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1149
Uno de los supuestos paradigmáticos de esa inaptitud del instituto que analiza-
mos en los casos de vulneración del principio de igualdad lo encontramos en Brasil
en la acción de inconstitucionalidad por omisión que presentó el “Partido dos Tra-
balhadores” contra la Medida Provisória nº 26, de mayo de 1991, que incrementaba
la remuneración de los funcionarios militares, pero no la de los civiles, violando
con ello el art. 37.X de la Constitución. Para combatir tal transgresión de la Norma
suprema el “Partido Socialista Brasileiro” formalizó a su vez una acción directa
de inconstitucionalidad por acción. En la primera de tales acciones, el Supremo
Tribunal Federal, frente a la solicitud del recurrente de que el Tribunal instara al
Presidente de la República a que dictara otra Medida Provisória o, en su caso, a que
enviara un proyecto de ley al Congreso, a fin de establecer la equiparación en la
subida salarial de unos y otros funcionarios, esgrimió que le faltaban poderes para
la extensión de la ley y que, a la vista del parágrafo 2º del art. 103, la declaración
de la inconstitucionalidad por omisión había de ceñirse a comunicar tal inconsti-
tucionalidad al órgano legislativo competente para que la supliera72, lo que, siendo
intachable desde una óptica constitucional, mostraba a las claras las insuficiencias
de este instrumento procesal frente a las omisiones relativas.
Por lo demás, no es necesario insistir mucho en que la declaración de nulidad
de la norma que establecía un trato desigual –que en el fondo era lo que perseguía
la acción directa de inconstitucionalidad presentada por el Partido Socialista–
tampoco era la técnica adecuada para hacer frente al problema. Ferreira Mendes
lo aclara con singular nitidez cuando afirma73 que “a soma de duas omissôes
nâo gera uma açâo ou afirmaçâo, mas uma <omissâo ao quadrado>”. De ahí
la conveniencia de buscar nuevas técnicas decisorias, en la línea seguida por el
Bundesverfassungsgericht o la Corte costituzionale.
En definitiva, el problema que plantean las omisiones parciales a las que se
anuda una exclusión arbitraria de beneficio no es el de dilucidar cuál es la acción
más operativa para el restablecimiento de la igualdad, si la acción directa de
inconstitucionalidad o la acción directa de inconstitucionalidad por omisión, sino
el de discernir qué técnicas decisorias son las más idóneas para hacer frente a
estos problemas, técnicas que no son las características de uno u otro instrumento
procesal, pues ni la comunicación al legislador de la inconstitucionalidad de su
inacción, sin ninguna garantía de que el poder legislativo subsane efectivamente
su omisión, ni la declaración de nulidad de la disposición que otorga el beneficio
discriminatorio, nos parecen las técnicas adecuadas, que, sin ningún género de
dudas, han de buscarse, por el contrario, en la creatividad de los órganos titulares
de la justicia constitucional, como ejemplifican los casos alemán e italiano.
72
Cfr. al respecto, Regina Maria MACEDO NERY FERRARI: Normas constitucionais programáticas
(Normatividade, Operatividade e Efetividade), Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo, 2001,
pp. 245-246.
73
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op. cit., p. 157.
1150 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
76
Hartmut SÖHN: “Die abstrakte Normenkontrolle”, op. cit., p. 304.
1152 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
77
Fernando Luiz XIMENES ROCHA: “Evoluçâo do controle de constitucionalidade das leis no
Brasil”, en Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, nº 8, 2004, pp. 577 y ss.; en concreto,
p. 588.
78
Moreira Reis no duda de que sobre el Abogado General de la Unión pende la obligación de “açâo
de defesa do ato ou texto en exame”. Recuerda el propio autor, que el Supremo Tribunal Federal se
pronunció expresamente en el sentido de que no existía contradicción entre el ejercicio de la función
normal del Abogado General de la Unión, fijada en el inicio del art. 131 de la Constitución, y la defensa
de la norma o acto tachado en abstracto (“em tese”) de inconstitucional cuando actúa como “curador
especial” (tutor particular), por causa del principio de la presunción de constitucionalidad de la norma.
Palhares MOREIRA REIS: “O controle da constitucionalidade das leis na Constituiçâo de 1988”, en
Revista de Informaçâo Legislativa (Senado Federal), Ano 29, nº 115, Julho/Setembro 1992, pp. 151 y
ss.; en concreto, pp. 177-178.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1153
79
José Ronald CAVALCANTE SOARES JÚNIOR: “ADIN por Omissâo, o Supremo Tribunal Federal
e a Hermenêutica Constitucional”, en José Ronald Cavalcante Soares (Coordenador), Estudos de
Direito Constitucional (Homenagem a Paulo Bonavides), Editora LTR, Sâo Paulo, 2001, pp. 249 y
ss.; en concreto, p. 257. En igual se sentido se pronunciaría Zeno VELOSO: Controle Jurisdicional de
Constitucionalidade, op. cit., p. 254.
80
Apud Michel TEMER: Elementos de Direito Constitucional, op. cit., p. 52, nota 20.
1154 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
81
En análogo sentido sentido se manifiesta Palhares MOREIRA REIS: “O controle da constitu-
cionalidade das leis...”, op. cit., p. 177.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1155
84
STF. ADIn por Omissâo nº 267-DF. Relator Ministro Celso de Mello. Cit. por Zeno VELOSO:
Controle jurisdicional de constitucionalidade, op. cit., p. 257.
85
Cfr. al respecto, Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op.
cit., pp. 167-168.
86
Recuerda el propio autor en otro lugar, que lo que él denomina la declaración de inconstitucio-
nalidad de carácter restrictivo, esto es, sin pronunciamiento de nulidad, no expresa propiamente un
novum en el Derecho constitucional brasileño. Ya en 1946 adoptó el constituyente una modalidad de
decisión en la que el Tribunal debería limitarse, en el proceso preliminar de intervención federal, a
constatar la eventual violación de los llamados “principios sensibles”. Gilmar FERREIRA MENDES,
en la obra escrita conjuntamente con Inocêncio MÁRTIRES COELHO y Paulo GONET BRANCO,
Curso de Direito Constitucional, Editora Saraiva/Instituto Brasiliense de Direito Público, Sâo Paulo,
2007, pp. 1195-1196.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1157
87
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht (Die Verfassungsgerichtsbarkeit des Bundes
und der Länder), C.H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, 3., völlig neubearbeitete Auflage, München,
1991, p. 340.
88
Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: “El control de las omisiones legislativas por
el Bundesverfassungsgericht”, en Teoría y Realidad Constitucional, nº 22, 2º semestre 2008, pp. 95 y ss.
89
Christian PESTALOZZA: “<Noch verfassungsmässige> und <bloss verfassungswidrige>
Rechtslagen”, op. cit., p. 526.
1158 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
por el Tribunal, cláusula residual esta última que deja en manos del Supremo
Tribunal Federal un amplio margen de discrecionalidad.
Lo primero que ha de destacarse es que la adopción de medidas cautelares
parece circunscribirse al proceso de inconstitucionalidad que tiene por objeto el
control de una omisión relativa, no previéndose nada específico cuando de una
omisión absoluta se trata.
No vamos a volver a pronunciarnos sobre el dislate que, a nuestro entender,
supone suspender el texto legal o acto normativo que el Tribunal entiende incons-
titucional por incurrir en una omisión parcial, que puede intuirse que vulnera el
principio de igualdad. Y decimos que el Tribunal entiende inconstitucional esa
omisión, porque aunque en realidad no se esté pronunciando sobre el objeto de
la acción, al exigirse para adoptar la medida cautelar una decisión tomada por
la misma mayoría que se requiere para acordar la inconstitucionalidad, hay que
presuponer que la sentencia final no hará sino corroborar esa decisión de incons-
titucionalidad. Quiere todo ello decir que la decisión acerca de la medida cautelar
entraña un efecto mucho más impactante y profundo que la decisión definitiva
del proceso desencadenado por la acción de la que nos venimos ocupando. Un
verdadero absurdo y una contradicción difícilmente justificable.
En lo que hace a la medida cautelar consistente en la suspensión de procesos
judiciales o de procedimientos administrativos, lo primero que ha de observarse,
aunque el texto legal no termine de aclararlo con la nitidez suficiente, es que la
misma ha de entenderse igualmente circunscrita al caso de omisión parcial de la
ley o acto normativo. En el marco de un procedimiento como el que analizamos
tampoco vemos la razón de ser de esta suspensión. Tal medida cautelar aún
podría cobrar un cierto sentido si una decisión final del Tribunal declaratoria de
la inconstitucionalidad de la omisión parcial se tradujera en una obligación del
legislador parcialmente omisivo de completar o subsanar, de una u otra forma, la
incomplitud del texto generadora de la inconstitucionalidad. Pero ello no es así.
En el supuesto en cuestión, y tratándose de un texto legal, el parágrafo segundo
del art. 103 de la Norma suprema es bastante claro: “será dada ciência ao Poder
competente para a adoçâo das providências necessárias”. Y, claro está, ninguna
obligación jurídica presupone esa comunicación para el órgano legislativo que
con su omisión parcial ha violado la Constitución. Más aún, la praxis del instituto,
como después se verá, nos revela casos en que el poder legislativo ha sido bien
poco sensible a comunicaciones del Supremo Tribunal en el sentido de que, de
resultas de sus inacciones, absolutas o relativas, se ha producido una vulneración
de las normas constitucionales. Si nada obliga al legislativo a subsanar su omisión,
puede suceder efectivamente que no la subsane. ¿Qué sucedería en tal caso con la
suspensión de procedimientos judiciales acordada cautelarmente?
Siendo un órgano administrativo quien ha vulnerado la Constitución al dictar
un acto normativo parcial, podría tener alguna lógica mayor la previsión de esta
medida cautelar de suspensión de un procedimiento administrativo, porque la
Constitución, como después analizaremos con más calma, otorga un breve plazo
1160 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
de treinta días para que dicho órgano subsane su omisión. Pero no creemos que
con esta previsión del art. 12-F sean las omisiones parciales inconstitucionales
producidas por actos administrativos lo que más haya querido combatirse. Y en
último término, la Ley siempre podría haber circunscrito la adopción de medidas
cautelares a estos solos supuestos, lo que no ha hecho.
Podría, en fin, pensarse que con la previsión de la posible adopción de medidas
cautelares por el Supremo Tribunal Federal, lo que se consigue en último término
es dotar a este órgano de un arma con la que presionar al legislador que incurre
en una omisión parcial contraria a la Constitución. La suspensión de la aplicación
de la ley se orientaría en tal dirección. Y ciertamente, una medida cautelar de esta
naturaleza puede llegar a generar una presión irresistible frente al Congreso, y
desde este punto de vista puede coadyuvar a la mayor operatividad de la acción
directa de inconstitucionalidad por omisión en los casos de omisión parcial. Esto
nos parece evidente. Pero esta mayor operatividad del instituto, no lo olvidemos,
se consigue a costa de introducir en el proceso una muy grave contradicción. La
innovación no nos merece por todo lo dicho un juicio positivo, sino justamente lo
contrario. Y por si todo ello fuera poco, choca con una jurisprudencia del Supremo
Tribunal Federal claramente orientada en sentido opuesto al normativizado por
el legislador.
Para terminar de comentar las previsiones legales en torno a la adopción de
las reseñadas medidas cautelares, habría que aludir a algunos rasgos del procedi-
miento a seguir al efecto. Mientras, como ya se dijo, la audiencia del Procurador
General de la República es preceptiva en el proceso desencadenado por una
acción directa de inconstitucionalidad por omisión, no lo es, por el contrario, en
el procedimiento ciertamente mucho más breve que ha de seguirse en el Tribunal
para la adopción de una medida cautelar. El parágrafo 2º del art. 12-F señala que,
juzgándolo indispensable, el juez ponente (“o relator”) oirá al Procurador General
en el plazo de tres días. Dicho de otro modo, esta audiencia pasa a depender de
la decisión del ponente, deja de ser preceptiva, convirtiéndose en meramente
potestativa del “relator”. Ello no deja de ser paradójico, por cuanto la medida
cautelar puede conducir a la suspensión del texto legal que por su contenido
parcial vulnera la Norma suprema, medida más grave que el efecto que se anuda
a la decisión final de inconstitucionalidad.
En el procedimiento conducente a la decisión acerca de la petición de adopción
de una medida cautelar, debe posibilitarse que los representantes ante el Tribunal
del actor y de las autoridades u órganos responsables de la omisión inconstitucio-
nal puedan defender en una vista oral lo que estimen oportuno, acomodándose tal
vista a las formalidades establecidas en el Reglamento del Tribunal.
En fin, el art. 12-G dispone que, concedida la medida cautelar, el Supremo
Tribunal hará publicar, en la sección especial del Diário Oficial da Uniâo y también
en el Diário da Justiça da Uniâo, la parte dispositiva de la decisión en el plazo de
diez días, debiendo informar de todo ello a las autoridades u órgano responsable
de la omisión inconstitucional.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1161
I. El parágrafo segundo del art. 103 de la lex superior, al que ya hemos tenido
diversas oportunidades de aludir, se limita a decir que cuando se declare la
inconstitucionalidad por omisión, “será dada ciência ao Poder competente para
a adoçâo das providências necessárias e, em se tratando de órgâo administrativo,
para fazê-lo em trinta dias”. Tal previsión ha sido mínimamente desarrollada por
el art. 12-H, siempre de la Ley nº 12.063. En esencia, las únicas previsiones legales
son las tres siguientes: 1) La inconstitucionalidad, como ya se dijo precedente-
mente, ha de ser declarada con observancia de lo dispuesto en el art. 22 de la Ley
nº 9.868, o lo que es igual, tal decisión no puede adoptarse si no se hallan presentes
en la sesión, al menos, ocho de los once Ministros integrantes del Tribunal.
2) En el supuesto de que la omisión inconstitucional sea imputable a un órgano
administrativo, el plazo para la adopción de las providencias oportunas, como no
puede ser de otro modo, por cuanto así lo dispone la Constitución, es de treinta
días; sin embargo, el parágrafo 1º del art. 12-H habilita al Tribunal para ampliar tal
plazo, al prever, subsidiariamente, que tales providencias deberán ser adoptadas
“em prazo razoável a ser estipulado excepcionalmente pelo Tribunal, tendo
em vista as circunstâncias específicas do caso e o interesse público envolvido”.
3) Determinación de que se aplicará, en lo que fuere pertinente, a la acción directa
de inconstitucionalidad por omisión, lo dispuesto en el Capítulo IV de la Ley
nº 9.868, relativo a la “decisâo na açâo direta de inconstitucionalidade e na açâo
declaratória de constitucionalidade”.
A la vista de los efectos transcritos, la doctrina se ha dividido en torno a
la naturaleza de estas sentencias entre quienes ven en ellas unas resoluciones
de naturaleza “mandamental”, esto es, que encierran un efecto de mandar, un
mandato, que no sería otro que el de dictar la ley o acto normativo omiso, y quienes
las consideran “declaratórias”, o lo que es igual, puramente declarativas, si bien
no faltan posiciones híbridas, que entienden que estas decisiones presentan, al
unísono, una naturaleza “mandamental” y una naturaleza puramente declarativa.
Para Ferreira Mendes90, la decisión dictada en la acción directa de inconstitu-
cionalidad por omisión tiene, para el legislador, carácter obligatorio. Entiende el
citado autor, que este instrumento procesal, al igual que el mandado de injunçâo,
–apreciación esta última de la que discrepamos absolutamente, pero en la que
ahora no podemos entrar 91– busca “a expediçâo de uma ordem judicial ao
legislador, configurando o chamado Anordnungsklagerecht” de que hablaba James
Goldschmidt en su Zivilprozessrecht, o lo que es igual, una açâo mandamental (en
la traducción de la expresión alemana, habría que hablar de una acción jurídica
que contiene un mandato, una orden). En definitiva, para quien fuera presidente
90
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op. cit., p. 168.
91
Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de
Derecho Comparado, op. cit., tomo I, pp. 1073 y ss.
1162 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
del Supremo Tribunal Federal92, la decisión de este mismo órgano a cuyo través
aprecia una omisión inconstitucional genera la obligación del legislador de llevar a
cabo las medidas necesarias para la supresión del estado de inconstitucionalidad.
No faltan sectores de la doctrina que, por el contrario, ven en estas decisiones
judiciales del Supremo Tribunal una naturaleza meramente declarativa (“decla-
ratória”). Bien es verdad que quienes así las califican suelen establecer algún
matiz respecto de las decisiones que tienen como destinatario a un órgano admi-
nistrativo, pues en tal caso tienden a considerar que la decisión, adicionalmente,
tiene una naturaleza “mandamental”. Así, para Carrazza93, la decisión tiene una
eficacia básicamente declarativa, tras lo que apostilla, que establece el matiz de
“básicamente” porque “ela também possui, em relaçâo ao Executivo, eficácia man-
damental média, pois o concita a praticar o ato, sob pena de responsabilidade”; a
su vez, en referencia al Legislativo, habla de una “eficácia mandamental mínima”.
No muy diferente es la posición de Modesto94, para quien “o provimento tem
sentido predominantemente declaratório ou verificativo”, si bien en las hipótesis
en que se dirige a los órganos administrativos, la decisión “assume verdadeiro
caráter de <ordem judicial>”95.
En fin, para Afonso da Silva96, con cuya posición nos sentimos identificados,
la sentencia que reconoce la inconstitucionalidad por omisión es declarativa en
cuanto a ese reconocimiento, pero no es meramente declarativa, porque de ella
dimana un efecto ulterior de naturaleza “mandamental” en el sentido de exigir
al poder competente la adopción de las providencias necesarias para suplir la
omisión, acentuándose esa naturaleza de orden o mandato en relación a los
órganos administrativos97.
Quizá convenga añadir, que en su importante decisión de 9 de mayo de
2007, a la que nos referiremos más adelante, el Supremo Tribunal Federal se ha
decantado de modo inequívoco por la naturaleza “mandamental” de la resolución,
considerándola verdadero mandato dirigido al legislador.
92
La misma posición es sustentada por Gilmar FERREIRA MENDES, en Direitos fundamentais
e controle de constitucionalidade, op. cit., p. 402.
93
Roque Antonio CARRAZZA: “Açâo direta de inconstitucionalidade por omissâo”, op. cit., p. 57.
94
Paulo MODESTO: “Inconstitucionalidade por omissâo: categoria jurídica e açâo constitucional
específica”, op. cit., p. 124.
95
Análogamente, Oliveira Pachú entiende que las decisiones dictadas respecto de un órgano
legislativo tienen carácter declarativo, mientras que las que tengan como destinatarios los órganos
administrativos tienen un carácter “mandamental”. Claudio OLIVEIRA PACHÚ: “Aspectos gerais dos
efeitos da declaraçâo de (in)constitucionalidade das leis no controle abstrato de normas”, en Revista
de Direito Constitucional e Internacional, Ano 15, nº 59, Abril/Junho 2007, pp. 56 y ss.; en concreto,
p. 66.
96
José AFONSO DA SILVA: “O controle de constitucionalidade das leis no Brasil”, en Domingo
García Belaunde y Francisco Fernández Segado (Coordinadores), La Jurisdicción Constitucional en
Iberoamérica, Dykinson (y otras editoriales), Madrid, 1997, pp. 387 y ss.; en concreto, p. 404.
97
Haciendo suya la posición de Afonso da Silva, Zeno VELOSO, en Controle jurisdicional de
constitucionalidade, op. cit., pp. 254-255.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1163
II. El análisis de los efectos de las decisiones en las que el Supremo Tribunal
aprecia la inconstitucionalidad de una omisión exige diferenciar entre que la
inconstitucionalidad se aprecie respecto del poder legislativo o de un órgano
administrativo. Por lo mismo, los analizaremos separadamente.
98
André RAMOS TAVARES: Curso de Direito Constitucional, op. cit., p. 297.
99
Ivo DANTAS: Constituiçâo & Processo, op. cit., p. 512.
100
André Vicente PIRES ROSA: Las omisiones legislativas y su control constitucional, Editora
Renovar, Rio de Janeiro, 2006, p. 295.
101
El alcance del instituto –escribe Rodrigues Machado– se limita al simple reconocimiento
por el Supremo Tribunal Federal de la obligación jurídica preexistente, siendo, desde ese aspecto,
virtualmente ineficaz. Marcia RODRIGUES MACHADO: “Inconstitucionalidade por omissâo”, en
Revista da Procuradoria Geral do Estado de Sâo Paulo, nº 30, Dezembro 1988, pp. 41 y ss.; en concreto,
p. 57.
102
Para Oliveira Pachú, la solución adoptada por la Constitución brasileña es tímida, bien que, a
renglón seguido, admita que tal vez el constituyente haya pretendido con ello respetar el principio de
división de poderes y la libertad de conformación del legislador. Claudia OLIVEIRA PACHÚ: “Aspectos
gerais dos efeitos da declaraçâo...”, op. cit., p. 66.
103
La declaración de inconstitucionalidad por omisión –escribe Ximenes Rocha– no produce efectos
jurídicos precisos, como ocurre con la decisión dictada con ocasión de un proceso de inconstitucio-
nalidad por acción. Fernando Luiz XIMENES ROCHA: “Evoluçâo do controle de constitucionalidade
das leis no Brasil”, en Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, nº 8, 2004, pp. 577 y ss.; en
concreto, p. 586.
104
Dircêo TORRECILLAS RAMOS: “Inconstitucionalidade por omissâo e o mandado de injunçâo”,
en Jorge Miranda (Organizaçâo), Perspectivas Constitucionais Nos 20 Anos da Constituiçâo de 1976,
Volume II, Coimbra Editora, Coimbra, 1997, pp. 1015 y ss.; en concreto, p. 1021.
1164 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
105
José Ronald CAVALCANTE SOARES JÚNIOR: “ADIN por Omissâo, o Supremo Tribunal...”,
op. cit., p. 258.
106
José AFONSO DA SILVA: Curso de Direito Constitucional Positivo, op. cit., p. 49.
107
José AFONSO DA SILVA: Aplicabilidade das normas constitucionais, 3ª ed., Editora Revista dos
Tribunais, Sâo Paulo, 1985, p. 118.
108
José Carlos BARBOSA MOREIRA: “El control judicial de la constitucionalidad de las leyes en
el Derecho brasileño: un bosquejo”, op. cit., p. 2001.
109
Didier RIBES: “Le juge constitutionnel peut-il se faire législateur?” (À propos de la décision de la
Cour constitutionnelle d´Afrique du Sud du 2 décembre 1999), en Les Cahiers du Conseil constitutionnel,
nº 9, Mars 2000/Septembre 2000, p. 2 del texto al que se accede a través de la página web del Conseil
constitutionnel: http://www.conseil-constitutionnel.fr/cahiers.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1165
110
Federico SORRENTINO: “Strumenti tecnici e indirizzi politici nella giurisprudenza della Corte
costituzionale”, en Scritti su la Giustizia Costituzionale. In onore di Vezio Crisafulli, CEDAM, Padova,
1985, tomo I, pp. 795 y ss.; en concreto, p. 795.
111
Como con evidente razón escribe von Brünneck, “the constitutional review process may not
actually sit in place of the legislature. It must pay regard to the freedom of discretion with which
the constitution has provided the legislature”. Alexander von BRÜNNECK: “Constitutional Review
and Legislation in Western Democracies”, en Christine Landfried (Ed.), Constitutional Review and
Legislation. An International Comparison, Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1988, pp. 219 y
ss.; en concreto, p. 256.
112
Konrad ZWEIGERT: “Einige rechtsvergleichende und kritische Bemerkungen zur Verfas-
sungsgerichtsbarkeit”, en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz (Festgabe aus Anlass des 25
jährigen Bestehens des Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von Christian Starck, Erster
Band, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1976, pp. 63 y ss.; en concreto, p. 74.
113
Gaetano SILVESTRI: “Le sentenze normative della Corte costituzionale”, en Giurisprudenza
Costituzionale, Anno XXVI, fasc. 8/10, 1981, pp. 1684 y ss.; en concreto, p. 1719.
1166 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
que la Constitución, norma abierta y plural por excelencia, le permite, ejerce una
opción política para la que se encuentra específicamente legitimado y a la que, se
quiera o no, se anuda una responsabilidad que el cuerpo electoral puede sancionar
en el momento en que acuda a las urnas. Quien es guardián de la Constitución no
puede convertirse en legislador
Las reflexiones que preceden nos parecen bastante obvias, pero, como se ha
expuesto, no faltan autores que sustentan tesis contrapuestas. Más aún, el Derecho
comparado, particularmente en América Latina, nos muestra la proliferación
de normas constitucionales que, al hilo del control de las omisiones legislativas,
están convirtiendo al juez constitucional en legislador. Los entidades federativas
mexicanas de Veracruz, Chiapas y Querétaro constituyen un ejemplo de ello, al
que se habría de adicionar la reciente Constitución ecuatoriana. Parece haber
prendido una chispa que se extiende peligrosamente. Si los órganos que ejercen
el control de la constitucionalidad de las leyes deben tener siempre bien presente
en su actuación el principio del self restraint, ello debe acentuarse notablemente
cuando del control de las omisiones legislativas se trata.
Proyectando ahora nuestras reflexiones a la acción que estamos analizando,
hemos de decir que el hecho de que el Supremo Tribunal Federal no pueda suplir
al legislador inactivo , ni debiera siquiera estar al alcance de su mano constreñirlo
con la fijación de un plazo para dictar la ley omisa, aunque sobre ello volveremos
más adelante, no debe de traducirse, pues ello supondría una inadmisible visión
hiperformalista, en la idea de que la decisión que declara la inconstitucionalidad
de la omisión agota todo su valor en la mera comunicación formal al legislador
quiescente. Téngase en cuenta que tal decisión explicita públicamente que el
legislador, con su omisión, ha transgredido la Constitución. La sujeción a la Norma
suprema de todos los poderes públicos, también del legislador, y la constatación
formal por quien está legitimado para hacerlo, de que con su inacción el legislador
se ha desvinculado de lo que la Constitución le exige, no puede dejar de ejercer un
cierto efecto sobre el poder legislativo inactivo, del que cabe exigir una inequívoca
actitud de lealtad constitucional. De ahí que Ferreira Mendes haya señalado114,
que el deber de los poderes constitucionales de proceder a la inmediata elimi-
nación del “estado de inconstitucionalidad” es una de las consecuencias menos
controvertidas de una decisión de este tipo. El principio del Estado de Derecho y la
cláusula que asegura la inmediata aplicación de los derechos fundamentales –pues
no es infrecuente, sino más bien todo lo contrario, que las omisiones afecten al
desarrollo de derechos constitucionales– imponen al legislador el deber de obrar
para viabilizar la plena eficacia de tales derechos, requieren, en definitiva, de su
actuación a fin de eliminar lo antes posible el “estado de inconstitucionalidad”.
Ciertamente, si el legislador mantiene su inacción, no cabrá más reacción
jurídica que la reiteración de la inconstitucionalidad si el Supremo Tribunal,
que obviamente no puede actuar de oficio, es instado nuevamente a ello a través
de la pertinente acción, pero no cabe ignorar, ni puede menospreciarse este
114
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op. cit., pp. 170-171.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1167
dato, que una situación de ese género puede tener un alto coste político para los
responsables últimos de la inacción.
115
Apud Zeno VELOSO: Controle jurisdicional de constitucionalidade, op. cit., pp. 255-256.
1168 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
116
ADIn por Omissâo nº 1.458-DF. Relator Ministro Celso de Mello. Diário da Justiça de 20-09-1996.
En esta decisión, el Ministro “relator” argumentaba, adicionalmente, lo que sigue: “(a) procedência
da açâo direta de inconstitucionalidade por omissâo, importando em reconhecimento judicial do
estado de inércia do poder Público, confere ao Supremo Tribunal Federal, unicamente, o poder de
cientificar o legislador inadimplente, para que este adote as medidas necessárias à concretizaçâo
do texto constitucional”. Apud Dirley DA CUNHA JÚNIOR: Controle Judicial das Omissôes do Poder
Público, op. cit., p. 572, nota 1156.
117
Dirley DA CUNHA JÚNIOR: Controle Judicial das Omissôes..., op. cit., p. 573.
118
ADIn por Omissâo nº 3.682-MT, de 9-05-2007. Relator Ministro Gilmar Ferreira Mendes. El
Supremo Tribunal Federal, por unanimidad, juzgó procedente la acción de inconstitucionalidad por
omisión interpuesta por la Asamblea Legislativa del Estado de Mato Grosso, reconociendo la mora
inconstitucional del Congreso Nacional, al omitir la elaboración de la ley complementaria federal a que
se refiere el art. 18, parágrafo 4º de la CF, en la redacción dada al mismo por la Enmienda Constitucional
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1169
nº 15/1996, y, por mayoría, le fijó el plazo de 18 meses para que subsanara la omisión. El Tribunal
reconoció que no se podía hablar de una total inercia legislativa, por cuanto varios proyectos de ley
sobre la materia habían sido presentados y discutidos en el Congreso. Ello no obstante, entendió que
la inertia deliberandi (en la discusión y votación) también podía configurar una omisión que pudiera
llegar a ser considerada morosa, en el caso de que los órganos legislativos no deliberaran dentro de
un plazo razonable sobre el proyecto de ley en tramitación. Adujo, en fin, el Tribunal que, en el caso
en cuestión, no obstante la diversidad de proyectos de ley presentados, se configuraba una omisión
inconstitucional en cuanto a la efectiva deliberación de la ley complementaria, sobre todo teniendo
en cuenta el gran número de municipios creados tras la Enmienda Constitucional nº 15/1996, con
base en los requisitos establecidos en las antiguas legislaciones estatales, algunas de las cuales habían
sido declaradas inconstitucionales por el propio Supremo Tribunal Federal.
1170 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
119
José Carlos BARBOSA MOREIRA: “El control judicial de la constitucionalidad de las leyes...”,
op. cit., p. 2001. En análogo sentido, Roque Antonio CARRAZZA: “Açâo direta de inconstitucionalidade
por omissâo...”, op. cit., p. 56.
120
Ivo DANTAS: Mandado de injunçâo (Guia teórico e prático), 2ª ed., Aide Editora, Rio de Janeiro,
1994, p. 65.
121
Dircêo TORRECILLAS RAMOS: “Inconstitucionalidade por omissâo e o mandado de injunçâo”,
en Jorge Miranda (Organizaçâo), Perspectivas Constitucionais. Nos 20 anos da Constituiçâo de 1976,
Coimbra Editora, Coimbra, 1997, Volume II, pp. 1015 y ss.; en concreto, p. 1021.
122
André Vicente PIRES ROSA: Las Omisiones Legislativas..., op. cit., p. 303.
123
En tal sentido se manifiesta Walter Claudius ROTHENBURG, en Inconstitucionalidade por
Omissâo e Troca de Sujeito: A Perda de Competência como Sançâo à Inconstitucionalidade por Omissâo,
Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo, 2005. Cit. por André RAMOS TAVARES: Curso de Direito
Constitucional, op. cit., p. 297.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1171
126
Cfr. al efecto, Gilmar FERREIRA MENDES: Jurisdiçâo Constitucional (O controle abstrato de
normas no Brasil e na Alemanha), 5ª ediçâo, Editora Saraiva, Sâo Paulo, 2005, pp. 380 y ss.
127
Ibidem, p. 383.
128
José AFONSO DA SILVA: “O controle de constitucionalidade das leis no Brasil”, en Domingo
García Belaunde y Francisco Fernández Segado (Coordinadores), La Jurisdicción Constitucional en
Iberoamérica, Editorial Dykinson (y otras editoriales), Madrid, 1997, pp. 387 y ss.; en concreto, p. 404.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1173
cuanto estas decisiones se dictan en abstracto (em tese), sus efectos no pueden
ser sino erga omnes, beneficiándose todos de esos efectos129. En similar posición
se sitúan, entre otros varios autores, Macedo Nery Ferrari130 y Ferreira Mendes131.
El Supremo Tribunal Federal ha hecho suya la posición mayoritaria, recono-
ciendo que las decisiones dictadas en el control abstracto de la omisión tienen
eficacia erga omnes132.
129
Flávia C. PIOVESAN: Protecçâo judicial contra omissôes legislativas. Açâo direta de inconstitu-
cionalidade por omissâo e mandado de injunçâo, Editora Revista dos Tribunais, Sâo Paulo, 1995, p.
103.
130
“As açôes de declaraçâo de inconstitucionalidade por omissâo –escribe la Profesora de Curi-
tiba– têm por objeto o restabelecimento da harmonia do sistema, quebrada pela omissâo violadora
da norma constitucional, e que tal declaraçâo é feita em tese, sem necessidade de estar relacionada
con um caso concreto e, portanto, seus efeitos sâo erga omnes, aproveitando a todos os que dela
puderam fazer uso , revestindo-se, ainda, da autoridade de coisa julgada”. Regina Maria MACEDO
NERY FERRARI: Efeitos da declaraçâo de inconstitucionalidade, op. cit., p. 373.
131
Para Ferreira Mendes, la decisión dictada en la acción directa de inconstitucionalidad, que da
lugar a un típico proceso objetivo, destinado principalmente a la preservación de la Constitución,
debería de tener, por su propia naturaleza, eficacia erga omnes. El propio autor entiende que debe
excluirse de plano la idea de que la decisión dictada en el marco del control abstracto de la omisión
debe tener eficacia vinculante inter partes, porque tales procesos de garantía de la Constitución,
en cuanto procesos objetivos, no conocen partes. Gilmar FERREIRA MENDES: Curso de Direito
Constitucional, op. cit., p. 1201.
132
De ello se hace eco Gilmar FERREIRA MENDES, en su obra Jurisdiçâo Constitucional, op. cit.,
p. 382.
133
Gilmar FERREIRA MENDES: “O controle da omissâo inconstitucional”, op. cit., p. 171.
1174 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
compatibles con el mismo en el Departamento de Policía Federal, con observancia de las disposiciones
constitucionales. A su vez, el parágrafo único del propio precepto disponía: “A lei referida disporá
sobre o aproveitamento dos censores federais, nos termos deste artigo”.
140
Diário da Justiça da Uniâo, de 12-04-1994.
141
Ivo DANTAS: Constituiçâo & Processo, op. cit., p. 515.
1176 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
de los potenciales actores quizá tenga que ver con la reducida operatividad de este
mecanismo de control.
Ya hemos tenido oportunidad de aludir a la relativamente reciente decisión
de 29 de mayo de 2007 y al cambio que ha entrañado, al marcarle un plazo al
legislador para que supla su omisión. No se puede estar seguro de si se podría
establecer algún vínculo entre esta sentencia y las tres decisiones dictadas el 25
de octubre del mismo año, que han venido a suponer un cambio bastante drástico
de la jurisprudencia del Tribunal respecto al mandado de injunçâo142, lo que no
dejaría de ser significativo, pues este instrumento procesal es el alter ego de la
acción estudiada en el ámbito de los institutos de garantía de los derechos. Si así
fuera, podría constatarse, de entrada, un cambio de posicionamiento global del
Tribunal en relación a los diversos institutos (de control normativo y de garantía
de los derechos) con los que el constituyente brasileño intentó hacer frente a las
endémicas omisiones del legislador que, de una u otra forma, entrañan violaciones
de la lex superior.
En este contexto, la nueva regulación de la acción de inconstitucionalidad por
omisión introducida por la Ley nº 12.063, no parece que pueda cambiar mucho las
cosas, excepción hecha de la viabilización que propicia de las medidas cautelares
en los procesos de control de omisiones parciales, generalmente relativas, esto
es, vulneradoras del principio de igualdad. No nos cabe duda de que con ello se
puede potenciar esta acción, pero tampoco dudamos de que tales medidas tienen
un difícil, por no decir que imposible, encaje en la actual regulación constitucional
de este instituto procesal.
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BARROSO, Luís Roberto: Constituiçâo da República Federativa do Brasil. Anotada, 2ª ediçâo,
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142
Sobre tales sentencias, cfr. Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una
visión de Derecho comparado, op. cit., tomo I, pp. 1092 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1177
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1180 LA AÇÂO DE INCONSTITUCIONALIDADE POR OMISSÂO BRASILEÑA
SUMARIO
RESUMEN
La dissenting opinion es una institución que ha sido a lo largo de dos siglos el sello del
Poder Judicial en Norteamérica. El nombramiento de John Marshall como Presidente
del Tribunal Supremo supuso el abandono de las seriatim opinions, una herencia inglesa,
y su sustitución por las opinions of the Court. Del mismo modo, las dissenting opinions
iban a aparecer bajo la Corte presidida por Marshall. El Juez Oliver Wendell Holmes
es considerado como el “gran disidente” del Tribunal Supremo, no sólo por el elevado
número de sus votos particulares, sino por su impacto y por su enorme trascendencia. En
efecto, un porcentaje muy poco común de sus dissenting opinions llegaron a convertirse en
Derecho. La Corte posterior a 1937 adoptó, efectivamente, el criterio requerido por el Juez
Holmes en su clásica serie de disidencias sostenidas durante las tres primeras décadas del
siglo. Holmes fue, y aún lo es, la figura mejor conocida que siempre se ha vinculado con
el Tribunal Supremo y una de las cuatro o cinco personas más admiradas de la historia
del sistema de gobierno norteamericano. Ha sido llamado el “apóstol de la libertad” y
considerado un gran liberal. Como el Juez Frankfurter dijo, la piedra filosofal que el Juez
Holmes ha empleado constantemente para el arbitraje es la convicción de que nuestro
sistema constitucional descansa sobre la tolerancia y de que su gran enemigo es lo absoluto.
Holmes fue un decidido partidario del realismo legal. El común denominador de las teorías
del realismo legal será la concepción del Derecho como un medio para los fines sociales y no
* Este artículo ha sido publicado en la Revista Teoría y Realidad Constitucional, nº 25, primer
semestre 2010, pp. 129 y ss. Ahora ha sido revisado y objeto de algunas modificaciones.
1184 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
como un medio en sí mismo. Nadie como Holmes combatió tanto la tiranía de los tópìcos
y las etiquetas. Su rechazo de la lógica y del método lógico es bien conocido. Para Holmes,
ninguna proposición concreta sería “per se” evidente. Posiblemente, su dissent en el caso
Lochner sea el más relevante en la Corte anterior a Roosevelt. En él, Holmes consideraría
que la Constitución no debe entenderse que encarne una teoría económica particular, sea
la del paternalismo y la relación orgánica del ciudadano con el Estado, sea la del laissez
faire. Su dissent en el caso Lochner fue un elemento decisivo en la legitimación del instituto
de las dissenting opinions.
ABSTRACT
The dissenting opinion is an institution that has been for some two centuries the hallmark
of the American judiciary. The Mr. John Marshall´s appointment as Chief Justice of the
United States Supreme Court supposed the abandon of the seriatim opinions, an English
inheritance, and its substitution for the opinions of the Court. In like manner, the dissent-
ing opinions appeared under Marshall Court. Justice Oliver Wendell Holmes has been
considered “the great dissenter” of the Supreme Court, not only for the high number of
his dissents but for its impact and for its great importance. In fact, un uncommon degree
Justice Holmes´ dissenting opinions became the law. The post-1937 Court in effect adopted
the criterion urged by Mr. Justice Holmes in his classic series of dissents during the first
three decades of the century. He was and remains the best known figure who has ever been
connected with the Supreme Court and one of the four or five most widely regarded indi-
viduals in American government history. He has been named the Freedom´s Apostle and he
was always considered a great liberal. As Justice Frankfurter said, the philosopher´s stone
which Mr. Justice Holmes has constantly employed for arbitrament is the conviction that
our constitutional system rests upon tolerance and that its greatest enemy is the absolute.
Holmes was a determined partisan of the legal realism. The common denominator of the
legal realism theories is the conception of the law as a means to social ends and not as an
end in itself. Nobody as Holmes fighted so mucho the tyranny of tags and tickets. Its refusal
of logic and of the logical method it is very well known. For Holmes, no concrete proposition
would be self-evident. Perhaps, its dissent in the Lochner case be the most important in the
pre-Rooseveltian Court. In this dissent Holmes would consider that a Constitution is not
entended to embody a particular economic theory, whether of paternalism and the organic
relation of the citizen to the state or of laissez faire. His dissent in the Lochner case was a
decisive element in the legitimation of the dissenting opinion´s institution.
1
Entre otros muchos, Gino GORLA: “Le opinioni non <segrete> dei giudici dissenzienti nelle
tradizioni dell´Italia preunitaria”, en Il Foro Italiano, Anno CVII, Vol. CV, Roma, 1982, pp. 97 y ss.;
en concreto, p. 97.
2
Ruth Bader GINSBURG: “Speaking in a judicial voice”, en New York University Law Review,
Vol. 67, No. 6, December 1992, pp. 1185 y ss.; en concreto, p. 1205.
3
Para el actual Associate Justice Antonin Scalia, nombrado Juez del Tribunal Supremo en 1986,
el sistema de las separate opinions ha convertido al Tribunal Supremo en el foro central del debate
legal. Antonin SCALIA: “Remarks on dissenting opinions”, en la obra L´opinione dissenziente, a cura
di Adele ANZON, Giuffrè Editore, Milano, 1995, pp. 411 y ss.; en concreto, p. 421. No distinto es el
juicio de un autor foráneo como el italiano Vigoriti, para quien “le opinioni dissenzienti dei giudici
supremi rappresentino, per la qualità delle stesse e la posizione dell´organo, la manifestazione più
nota ed articolata dell´istituto, e quindi il punto di riferimento naturale di qualunque indagine sul
tema”. Vincenzo VIGORITI: “Corte costituzionale e <dissenting opinions>”, en Il Foro Italiano, Anno
CXIX, nº 7-8, Luglio/Agosto 1994, pp. 2060 y ss.; en concreto, p. 2061.
4
Edward C. VOSS: “Dissent: Sign of a Healthy Court”, en Arizona State Law Journal, Vol. 24,
1992, pp. 643 y ss.; en concreto, p. 643.
5
Michael A. MUSMANNO: “Dissenting opinions”, en Kansas Law Review, Vol. 6, 1957-1958, pp.
407 y ss.; en concreto, pp. 408-409.
6
“It is plainly evident –afirmaba Roberts hace más de un siglo– that the public has been familiar
with judicial dissents from the first days of our American judiciary and that such opinions were viewed
with no alarm by either the profession or laity”. V. H. ROBERTS: “Dissenting Opinions”, en American
Law Review, Vol. 39, 1905, pp. 23 y ss.; en concreto, p. 29.
1186 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
7
Voss alude al “irrepressible instinct of expression” que, aplicado a los jueces, se manifestaría
en las dissenting opinions. Edward C. VOSS: “Dissent: Sign of a Healthy Court”, op. cit., p. 647.
8
Brennan, nombrado Associate Justice en 1956 por el Presidente Eisenhower, cargo que ejercería
durante 34 años, calificaría el dissent como un derecho, tildándolo como “one of the great and cher-
ished freedoms that we enjoy by reason of the excellent accident of our American births”. William J.
BRENNAN, Jr.: “In Defense of Dissents”, en The Hastings Law Journal, Vol. 37, 1985-1986, pp. 427 y
ss.; en concreto, p. 438.
9
Charles AIKIN: “The role of dissenting opinions in American Courts”, en Il Politico, Anno
XXXIII, 1968, nº 2, pp. 262 y ss.; en concreto, pp. 264-265.
10
William Orville DOUGLAS: “The Dissent: A Safeguard of Democracy”. (Address before the ABA
Section of Judicial Administration, Seatle, Wash., 1948). Inicialmente publicado en Journal American
of Judicial Society, Vol. 32, 1948, pp. 104 y ss. Nosotros manejamos el mismo trabajo publicado bajo
el título de “In Defense of Dissent”, en la obra The Supreme Court: Views From Inside, edited by Alan
F. WESTIN, W.W. Norton & Company, Inc., New York, 1961, pp. 51 y ss.; en concreto, p. 52. Existe
una versión italiana de este trabajo bajo el título “Il <dissent>: una salvaguardia per la democrazia”,
publicada en la obra Le opinioni dissenzienti dei giudici costituzionali ed internazionali, a cura di
Costantino MORTATI, Giuffrè Editore, Milano, 1964, pp. 105 y ss.
11
De ello se ha hecho eco con algún detenimiento Lawrence BAUM: El Tribunal Supremo de los
Estados Unidos de Norteamérica, Librería Bosch, Barcelona, 1987, pp. 192 y ss.
12
Benjamin N. CARDOZO: The nature of judicial process, Yale University Press, twenty-seventh
printing, New Haven and London, 1967, p. 12.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1187
13
Angelo Piero SERENI: “Les opinions individuelles et dissidentes des juges des tribunaux
internationaux”, en Revue générale de droit international publique, 1964, pp. 819 y ss.; en concreto,
pp. 827-828.
1188 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
14
A su vez, dentro del reasoning se plantea la problemática de la distinción entre holding y dictum,
un sub-aspecto del problema atinente al referente del decisis, de especial relevancia en los sistemas de
common law si se tiene presente el principio stare decisis. Abordando la cuestión, Hardisty escribía:
“under rule stare decisis, decisis refers only to those precedential rules of law labeled <holdings>
(or rationes decidendi) not those labeled <dicta>. “A <dictum> –añadía poco después– is a judicial
statement of a legal rule which was not <necessary> to the judicial result”. En definitiva, holding será
aquella <rule of law> necesaria para el fallo o parte dispositiva de la decisión y, por lo mismo, será
vinculante (stare decisis). Pero el problema, en ocasiones, puede seguir en pie a la vista de la dificultad
que a veces suscita determinar lo que es “necessary”. Cfr. al respecto, James HARDISTY: “Reflections
on Stare Decisis”, en Indiana Law Journal, Vol. 55, 1979-1980, pp. 41 y ss.; en concreto, pp. 57-58.
15
“Broadly speaking –escribe Abraham en su ya clásica obra, en alusión a las concurring– it usu-
ally signifies the concurrence of its author in the decision, but not reasoning of the Court”. Henry J.
ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United States, England
and France), seventh edition, Oxford University Press, NewYork/Oxford, 1998, pp. 225-226.
16
“Plurality decisions, also called no-clear-majority decisions, are those in which a majority of
the Court agrees upon the judgment but not upon a single rationale to support the result. Thus, there
is no <opinion of the Court> in the ordinary sense. Plurality decisions are to be distinguished from
affirmances by an equally divided Court, when there is no majority agreement even on the result , and
from per curiam opinions in which a majority of Justices expresses at least summary agreement on
the reasoning”. Con esta claridad se pronuncia Novak, una de las autoras que más certeramente ha
estudiado esta problemática. Cfr. al respecto, Linda NOVAK: “The Precedential Value of Supreme Court
Plurality Decisions”, en Columbia Law Review, Vol. 80, No. 4, May 1980, pp. 756 y ss.; en concreto,
p. 756, nota 1.
17
C. Herman PRITCHETT: “The divided Supreme Court, 1944-1945”, en Michigan Law Review,
Vol. 44, 1945-1946, pp. 427 y ss.; en concreto, p. 427.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1189
periódicamente han tenido lugar en Norteamérica acerca de qué textos podían ser
considerados canónicos, esto es, “canons of constitutional law”, no faltan autores
que defienden la inserción de los dissents dentro de estos cánones, aunque sea más
bien con el perfil de anti-cánones. En tal sentido, Primus entiende18, que la noción
de un “canonical dissent” requiere de una explicación que se asienta en dos ideas,
una acerca de la naturaleza del dissent y otra acerca de la forma del “constitutional
canon”. La idea tradicional es la de que los dissents son declaraciones de puntos de
vista (“statements of positions”) rechazados por el Derecho, a lo que se une la idea
de que el canon está compuesto de aquellos textos a los que el Derecho ha dado
autoridad. Sin embargo, para el mencionado autor, el canon es actualmente más
amplio (“more capacious”). Su estructura es dual y su trayectoria anticanónica
da asilo a muchas posiciones rechazadas. Por lo mismo, hay un sentido en el
que es erróneo pensar que las posiciones expresadas en un dissent han quedado
rechazadas. “Because the constitutional canon is dual, its authorities always keep
us mindful of the set of their possible replacements”.
En definitiva, la escritura de dissenting o minority opinions se ha convertido
en una fase normal del modelo de acción judicial norteamericano, utilizando los
Justices numerosas vías para la formulación de su desacuerdo, tal y como recuerda
la doctrina19: separate opinion, concurring opinion, concurring in the result, dissent
in part, dissent from a per curiam...
El hecho de que el instituto en cuestión se considere en nuestro tiempo “a
regular component of Supreme Court decision making”20 no debe hacer olvidar
que no siempre en la vida del Tribunal Supremo fue visualizado así. Bien al con-
trario, en el curso de los primeros años de la Marshall Court, el Tribunal desarrolló
una regla institucional que favorecía fuertemente las “opiniones únicas”, viéndose
las “opiniones disidentes” como una forma de desobediencia institucional, siendo
por lo mismo desaconsejadas. Y aunque tal visión no dejara de ser fugaz, y,
progresivamente, el dissent fuera incorporándose al paisaje natural del American
judiciary21, es lo cierto que no han faltado, ni faltan, percepciones críticas acerca
de la institución. Como significara uno de los grandes Jueces norteamericanos,
Chief Justice de la Corte Suprema de California, Roger Traynor22, algunos miran
la dissenting opinion como “l´enfant terrible of appellate practice”. Sería otro bien
relevante Juez, el Judge Learned Hand, quien formulara las más duras críticas
18
Richard A. PRIMUS: “Canon, Anti-Canon, and Judicial Dissent”, en Duke Law Journal, Vol. 48,
1998-1999, pp. 243 y ss.; en concreto, p. 301.
19
Charles AIKIN: “The United States Supreme Court: The Judicial Dissent”, en Jahrbuch des
Öffentlichen Rechts der Gegenwart, Band 18, 1969, pp. 467 y ss.; en concreto, p. 468.
20
Matthew P. BERGMAN: “Dissent in the judicial process: discord in service of harmony”, en
Denver University Law Review, Vol. 68, 1991, pp. 79 y ss.; en concreto, p. 79.
21
Tan es así que, como destaca Abraham, un simple dissent sin explicación, tal como “Mr. Justice
Butler dissents” (en Palko v. Connecticut, 1937), representa un voto en el lado opuesto a la opinión
mayoritaria. Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process, op. cit., pp. 222-223. Demás está añadir que
ello presupone la innecesariedad de la motivación de los dissents.
22
Roger J. TRAYNOR: “Some open questions on the work of State Appellate Courts”, en The
University of Chicago Law Review, Vol. 24, No. 2, Winter 1957, pp. 211 y ss.; en concreto, p. 218.
1190 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
23
Learned HAND: The Bill of Rights, Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1958,
pp. 72-73.
24
“In the dissent, –escribía Ganoe en 1941– perhaps, lies the secret of the success of the Court in
the American system”. John T. GANOE: “The passing of the old dissent”, en Oregon Law Review, Vol.
XXI, 1941-1942, pp. 285 y ss.; en concreto, p. 295.
25
“Enjoying a relatively homogeneous court –escribe Voss– Chief Justice Marshall developed the
process of delivering an <opinion of the court>, an opinion usually presented by the Chief Justice with
the majority´s assent”. Edward C. VOSS: “Dissent: Sign of a Healthy Court”, op. cit., p. 645.
26
Felix FRANKFURTER: “John Marshall and the judicial function”, en Harvard Law Review, Vol.
69, No. 2, December 1955, pp. 217 y ss.; en concreto, p. 218.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1191
con el texto, Marshall asumió que ellos habían querido que el mismo permaneciera
“for ages to came”27. De ahí que el Chief Justice asumiera como tarea propia “to fix
for all times the basic meanings of the Constitution, to establish the constitutional
system so clearly and so authoritatively that attempts at deviation would prove
futile”28.
Marshall, escribiría Garfield29, se encontró con la Constitución de papel e hizo
de ella poder; se encontró con un esqueleto y lo revistió de carne y hueso, o lo que
es igual, le dio naturaleza humana. Marshall fue quien estableció el trascendental
rol de la Supreme Court como intérprete autorizado de la Constitución (“authori-
tative expounder of the Constitution”) y fue él asimismo quien asumió la función
de asentar los fundamentos jurídicos de una nación fuerte, dotada de la autoridad
necesaria para permitir gobernarla eficazmente.
El rule of law significa para toda persona que vive en una sociedad política-
mente organizada, que ha conseguido un relativamente alto grado de objetividad
e imparcialidad en su Derecho sustantivo, rasgos que resultan a su vez vitalizados
por la existencia de un poder judicial independiente guiado por el procedimiento
del due process y fiel a la perspectiva de que tanto el gobierno como los funcio-
narios públicos están sujetos al rule of law. Pues bien, la influencia de Marshall
respecto de estos tres vitalizadores elementos resultó sustancial y muy benefi-
ciosa. Quien fuera Decano de la “Law School” de la Universidad de Pennsylvania
compendiaría en la idea “equal justice under law” la aportación de Marshall al
“American rule of law”30.
La Corte de Marshall, contra lo que pudiera pensarse por lo dicho, está lejos de
presentarse como monolítica. Si acaso, por el alto grado de unanimidad alcanzado
en las controversias suscitadas en cuestiones relativas al poder nacional o federal,
si así se prefiere, se podría visualizar como “an ideological monolith” hasta 182331,
pero nunca, desde luego, más allá de esa fecha. Por lo demás, las tensiones en la
Corte fueron abundantes desde el primer momento de la llegada de Marshall a
la presidencia, entre otras razones, por el complejo proceso de acomodo de las
diversas filosofías en presencia.
Fue en el caso Talbot v. Seeman (1801) donde Marshall puso fin a la práctica de
las seriatim opinions. A partir del mismo, la Supreme Court escribió como “a single
unit”, quedando toda disensión producida en su seno en secreto, circunstancia que
27
“A Constitution –escribe Marshall en el caso Cohens v. Virginia (1821)– is framed for ages to
come, and is designed to approach immortality as nearly as human institutions can approach it”.
28
Donald G. MORGAN: “The Origin of Supreme Court Dissent”, en The William and Mary Quarterly,
Vol. 10, No. 3, July 1953, pp. 353 y ss.; en concreto, p. 361.
29
Apud Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten: America´s Greatest Judges”, en Southern Illinois
University Law Journal, Vol. 4, 1979, pp. 405 y ss.; en concreto, p. 408. Existe versión española de este
trabajo con el título: Los diez mejores jueces de la Historia norteamericana, Cuadernos Civitas, Madrid,
1980.
30
Jefferson B. FORDHAM and Theodore H. HUSTED: “John Marshall and the rule of law”, en
University of Pennsylvania Law Review, Vol. 104, 1955-1956, pp. 57 y ss.; en concreto, p. 68.
31
En tal sentido, Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the origins of Supreme Court leadership”,
en University of Pittsburg Law Review, Vol. 36, No. 4, Summer 1975, pp. 785 y ss.; en concreto, p. 813.
1192 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
32
Matthew P. BERGMAN: “Dissent in the judicial process: discord in service of harmony”, op.
cit., p. 81.
33
Ello no obstante, hay quienes consideran que la primera opinion of the Court pronunciada por
la Marshall Court se produjo en el caso United States v. Schooner Peggy (1801). Así se sostiene, por
ejemplo, en el artículo que, con el título de “Plurality Decisions and Judicial Decisionmaking”, aparece
dentro de las “Notes” de la Harvard Law Review (en adelante aludiremos a la autoría de este tipo de
artículos bajo la rúbrica de “Harvard-Note”), Vol. 94, No. 5, March 1981, pp. 1127 y ss.; en concreto,
p. 1127, nota 1.
34
“Supreme Court no-clear-majority decisions. A study in stare decisis”, Comments, en The
University of Chicago Law Review (en adelante nos referiremos a la autoría de este tipo de artículos
bajo la rúbrica de “Chicago-Comment”), Vol. 24, 1956-1957, pp. 99 y ss.; en concreto, p. 99.
35
David P. CURRIE: “The Constitution in the Supreme Court: The Powers of the Federal Courts,
1801-1835”, en The University of Chicago Law Review, Vol. 49, 1982, pp. 646 y ss.; en concreto, p. 647.
36
Entre otros, Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court: a history of judicial
desintegration”,en Cornell Law Quarterly, Vol. 44, 1958-1959, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 195.
Asimismo, William J. BRENNAN, Jr.: “In Defense of Dissents”, en The Hastings Law Journal, Vol. 37,
1985-1986, pp. 427 y ss.; en concreto, p. 434.
37
Evans A. EVANS: “The Dissenting Opinion–Its Use and Abuse”, en Missouri Law Review, Vol.
III, 1938, pp. 120 y ss.; en concreto, p. 139.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1193
38
Cfr. al respecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de
Derecho Comparado, tomo I, Editorial Dykinson, Madrid, 2009, en especial, pp. 347 y ss.
39
Robert G. SEDDIG: “John Marshall and the origins of Supreme Court leadership”, op. cit.,
p. 810.
40
Bushrod Washington, sobrino del Presidente Washington, sería nombrado Associate Justice en
1799 por el Presidente Adams, permaneciendo en el cargo hasta 1829. Su actuación no dejaría de ser
polémica en algún momento, como cuando, ofendiendo el sentido del decoro y oportunidad de una
función como la judicial, descendió del bench a la arena política para hacer campaña activa en favor
de un candidato a un cargo político. Cfr. al respecto, George L. HASKINS: “Law versus Politics in the
early years of the Marshall Court”, en University of Pennsylvania Law Review, Vol. 130, 1981-1982, pp.
1 y ss.; en concreto, pp. 3-4.
41
Carta de Joseph Story a Henry Wheaton, fechada el 8 de abril de 1818. Recogida en la obra Life
and Letters of Joseph Story, W. Story ed., 1851, pp. 303-304. Cit. por Robert G. SEDDIG: John Marshall
and the origins...”, op. cit., p. 814.
42
Robert G. SEDDIG, en Ibidem, p. 800.
43
Ibidem, p. 824.
1194 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
II. El examen del recurso a las separate opinions en el período que media entre
1810 y 1910 revela la aparición de un histórico tipo peculiar de la American juris-
prudence, el dissenting Justice45, que difiere no sólo de la opinión de la mayoría,
sino también del espíritu que la informa, aun cuando en este período la literatura
del dissent esté dominada por el trabajo de muy pocos hombres.
Muchos han sido los dissents expresados en la vida del Tribunal Supremo y
muy numerosos también los jueces disidentes. Sin embargo, son pocos los que
han pasado a la historia, circunstancia que, en gran medida, se ha debido a su
visión profética. En expresión de Barth46, se trata de los “Prophets with Honor”.
Se trata, dicho de otro modo, de los dissents que a menudo revelan la congruencia
percibida entre la Constitución y los “evolving standards of decency that mark the
progress of a maturing society”47.
Profética sería la visión del Justice John Marshall Harlan (nombrado en 1877
por el Presidente Hayes, permaneciendo en su cargo hasta 1911, año de su muerte)
en el celebérrimo caso Plessy v. Fergusson (1896), en el que, frente a la infame
doctrina de la Corte, que apoyó la segregación racial impuesta por algunos Estados
en base a la denigrante doctrina de que un trato “separado pero igual” no violaba
el derecho de los ciudadanos a la igual protección ante la ley, el Justice Harlan
escribió unas memorables palabras: “Our Constitution is color-blind, and neither
knows nor tolerates classes among citizens”. El dissent de Harlan se convertiría
medio siglo después en la doctrina unánime de la Supreme Court en el no menos
célebre caso Brown v. Board of Education of Topeka (1954), que deshizo la doctrina
44
Igor KIRMAN: “Standing Apart to Be Part: The Precedential Value of Supreme Court Concur-
ring Opinions”, en Columbia Law Review, Vol. 95, No. 8, December 1995, pp. 2083 y ss.; en concreto,
p. 2087.
45
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court...”, op. cit., pp. 195-196.
46
Alan BARTH: Prophets with Honor: Great Dissents and Great Dissenters in the Supreme Court,
Alfred A. Knopf, New York, 1974.
47
Trop v. Dulles (1958). En esta sentencia, decidida el 31 de marzo de 1958 por una escasa mayoría
de 5 votos a favor frente a 4 en contra, en la que se acoge esa alusión a los “standards de decencia
que el progreso de las sociedades va imponiendo”, el Tribunal decidió, que la expatriación por
cualquier razón constituía un “cruel and unusual punishment” prohibido por la Octava Enmienda.
Consecuentemente, el Congreso no podía imponer ese castigo sin violar la mencionada cláusula de
la VIII Enmienda.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1195
48
William J. BRENNAN, Jr.: “In Defense of Dissents”, op. cit., p. 431.
49
Charles CURTIS: Lions Under the Throne, 1947, pp. 74-75. Cit. por Maurice KELMAN: “The
Forked Path of Dissent”, en Supreme Court Review, Vol. 1985, 1985, pp. 227 y ss.; en concreto, p. 239.
50
“The majority –escribe el propio Curtis (Ibidem)– exercise all the powers of the Court, but the
minority have a curious concurrent jurisdiction over the future. For a dissent is a formal appeal for
a rehearing by the Court sometime in the future, if not on the next occasion”.
51
Maurice KELMAN: “The Forked Path of Dissent”, op. cit., p. 257.
1196 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
52
Evans A. EVANS: “The Dissenting Opinions–Its Use and Abuse”, op. cit., pp. 138-139.
53
Ibidem, p. 140.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1197
ella McReynolds, que entre 1929 y 1937 acumula 79 separate opinions, lo que le
hace totalizar 237.
Tan sólo añadiremos que, si nos circunscribimos a esa última etapa computada
por Evans, los cinco Justices que en ella acumulan mayor número de separate
opinions son, por este orden: Harlan Fiske Stone (Associate Justice entre 1925 y
1941, año en que sería promovido por el Presidente Roosevelt al cargo de Chief
Justice); Louis Dembitz Brandeis (Juez, como antes se dijo, entre 1916 y 1939);
Benjamin Nathan Cardozo (Justice entre 1922 y 1938); James Clark McReynolds
(como asimismo dijimos, Juez entre 1914 y 1941), y Pierce Butler (Juez del
Supremo entre 1923 y 1939).
No vamos a detenernos más en estos datos numéricos, que en todo caso se
cierran aproximadamente en el momento del triunfo de la que se conoce como
“Revolución constitucional”. Ya se ha señalado que el número de disidencias
irá progresivamente en aumento a partir de 1937, encontrándonos en los años
subsiguientes, a lo largo del siglo, con Justices que superarán de largo el número de
disidencias del Juez Brandeis, que dijimos que era quien encabezaba ese escalafón,
por así llamarlo. Así, por poner algunos ejemplos, el Juez John Marshall Harlan, o
el segundo Justice Harlan, como también se le conoce, (Juez entre 1955 y 1971), y
aún teniendo en cuenta que las cifras de cómputo de los distintos autores que de ello
se han ocupado no concuerdan por entero, escribió más de 400 separate opinions, y
un número aún superior sería el que suscribiría el Justice William Joseph Brennan,
Jr. (Juez de la Corte entre 1956 y 1990), que supera el medio centenar.
Todo ello deja meridianamente claro, que el Justice Oliver Wendell Holmes, del
que vamos a pasar a ocuparnos de inmediato, no fue ni de lejos el mayor disidente, si
se atiende a los datos cuantitativos, pero pocos dudan de que nadie como él merece
el título de “the great dissenter”, no por la cantidad de sus separate opinions, sino
por la enorme trascendencia e impacto de sus votos particulares. Ningún otro Juez
vería sus posiciones disidentes convertidas, tan rápidamente y en tan gran número,
en la doctrina oficial de la Corte a través lógicamente del pertinente overruling.
Posiblemente, ningún otro fue tan original, y al unísono tan rupturista en sus
planteamientos como este inconmensurable jurista. En él nos centramos.
54
Como recuerda Kurland, en su comentario bibliográfico a la obra de Mark De Wolfe Howe,
Justice Oliver Wendell Holmes: The Shaping Years, 1841-1870 (Harvard University Press, Cambridge,
1198 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
Mass., 1957), la profesión jurídica no fue, sin embargo, completamente ajena a su familia, pues su
abuelo materno fue un distinguido Juez de la Supreme Judicial Court of Massachusetts. Philip B.
KURLAND: “Portrait of the Jurist as a Young Mind” (Book Reviews), en The University of Chicago
Law Review, Vol. 25, 1957-1958, pp. 206 y ss.; en concreto, p. 216.
55
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court...”, op. cit., p. 201.
56
John T. GANOE: “The passing of the old dissent”, en Oregon Law Review, Vol. XXI, 1941-1942,
pp. 285 y ss.; en concreto, p. 287.
57
Harvard Law Review, Vol. XLIV, 1930-1931, pp. 677-696. Colaboraciones de Charles Evans
Hughes, C. Sankey, W. A. Jowitt, Benjamin Nathan Cardozo y Sir Frederick Pollock.
58
“Cardozo –escribe, por ejemplo, Griswold– was appointed in his place and carried on the same
tradition, though with his own lustre”. Erwin N. GRISWOLD: “Owen J. Roberts as a Judge”, en
University of Pennsylvania Law Review, Vol. 104, 1955-1956, pp. 332 y ss.; en concreto, p. 335.
59
Benjamin N. CARDOZO: “Mr. Justice Holmes”, en Harvard Law Review, Vol. XLIV, 1930-1931
(No. 5, March 1931), pp. 682 y ss.; en concreto, p. 687.
60
A efectos de los dissents de Holmes, manejamos, indistintamente, estas dos obras: Los votos
discrepantes del Juez O. W. Holmes, estudio preliminar y traducción de César ARJONA SEBASTIÀ,
Iustel, Madrid, 2006, y la obra publicada en Italia, Oliver WENDELL HOLMES: Opinioni dissenzienti,
a cura di Carmelo GERACI, Giuffrè Editore, Milano, 1975.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1199
61
Carl Brent SWISHER: “The Supreme Court–Need for Re-Evaluation”, en Virginia Law Review,
Vol. 40, No. 7, November 1954, pp. 837 y ss.; en concreto, p. 842.
62
Samuel J. KONEFSKY: “Holmes and Brandeis: companions in dissent”, en Vanderbilt Law
Review, Vol. 10, 1956-1957, pp. 269 y ss.; en concreto, p. 269.
63
Ibidem, p. 270.
64
Oliver Wendell HOLMES: “The path of the law”, en Harvard Law Review, Vol. X, 1896-1897,
pp. 457 y ss.
65
Samuel J KONEFSKY: “Holmes and Brandeis: companions in dissent”, op. cit., p. 281.
1200 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
66
Paul A. FREUND: “Mr. Justice Brandeis. A Centennial Memoir”, en Harvard Law Review, Vol.
70, No. 5, March 1957, pp. 769 y ss.; en concreto, p. 776.
67
Así lo reconocen, entre otros muchos, Karl M. ZoBELL, en su clásico y documentadísimo
trabajo, “Division of opinion in the Supreme Court: a history of judicial desintegration”, en Cornell
Law Quarterly, Vol. 44, 1958-1959, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 202. En idéntico sentido y dentro ya
de la doctrina europea, Carmelo GERACI, en la “Introduzione” a la obra del propio Oliver Wendell
HOLMES: Opinioni dissenzienti, op. cit., pp. VII y ss.; en concreto, p. XI. En este libro se recoge, en
lengua italiana, gran parte de la obra escrita de Holmes, incluyendo su célebre artículo “La via del
Diritto” (“The Path of the Law”).
68
Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten: America´s Greatest Judges”, op. cit., p. 421.
69
Michael MELLO: “Adhering to our views: Justices Brennan and Marshall and the relentless
dissent to death as a punishment”, en Florida State University Law Review, Vol. 22, 1994-1995, pp.
591 y ss.; en concreto, p. 627.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1201
70
Frederick POLLOCK: “Mr. Justice Holmes”, en Harvard Law Review, Vol. XLIV, No. 5, March
1931, pp. 693 y ss.; en concreto, p. 695.
71
Charles AIKIN: “The United States Supreme Court: The Judicial Dissent”, en Jahrbuch des
Öffentlichen Rechts der Gegenwart, Band 18, 1969, pp. 467 y ss.; en concreto, p. 470.
72
No deja de tener interés recordar la apreciación hecha por quien habría de ser otro gran
Associate Justice, Felix Frankfurter, que ejerciera el cargo entre 1939 y 1962. “To consider Mr. Justice
Holmes´opinions –decía Frankfurter antes de su acceso a la Supreme Court– is to string pearls”. Cit.
por Frederick POLLOCK: “Mr. Justice Holmes”, op. cit., p. 695.
73
Samuel F. KONEFSKY: “Holmes and Brandeis: companions in dissent”, op. cit., p. 277.
74
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion...”, op. cit., p. 211.
1202 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
Suprema75– in effect adopted the criterion urged by Justice Holmes in his classic
series of dissents during the first three decades of the century”76.
Mientras hubo de pasar una generación tras su muerte para que el gran Justice
John Marshall Harlan, el primer Harlan (Juez entre 1877 y 1911), autor de uno
de los más célebres dissents de la historia judicial norteamericana, del que ya nos
hemos hecho eco, el formulado en la infame sentencia del caso Plessy v. Ferguson
(decidido el 18 de mayo de 1896), fuera realmente (desde un plano jurídico)
redescubierto, al producirse el overruling de Plessy en el no menos célebre caso
Brown v. Board of Education of Topeka (decidido el 17 de mayo de 1954), tan sólo
tres años después del famoso dissent holmesiano en Lochner v. New York (1905),
el Tribunal fundamentaba una excepción frente a la rotunda decisión del caso
Lochner, al enfrentarse a una norma legal que regulaba las horas de trabajo de las
mujeres. Como recuerda McCloskey77, la Corte razonó en el sentido de que “the
social and physical characteristics of women put them at a special disadvantage
in the struggle for subsistence, and it is therefore reasonable for the state to limit
the hours they can be worked”. Pocos años después, en 1917, el caso Bunting v.
Oregon suponía el overruling de la doctrina Lochner, en la línea defendida por el
dissent de Holmes, al que nos referiremos con algún detalle más adelante. Y el
conocidísimo caso West Coast Hotel v. Parrish (decidido el 29 de marzo de 1937)
supondrá el punto de inflexión del Tribunal Supremo en su jurisprudencia sobre
el New Deal rooseveltiano, tan combatida por Holmes, y con ello el triunfo de la
que se conoce como “Revolución constitucional”.
La procedencia de Oliver W. Holmes de la Corte Suprema de Massachusetts no
dejó de condicionarlo en su posicionamiento en torno al dissent. En Massachusetts
era muy raro que los jueces disidentes hicieran público su dissent. No debe
extrañar por ello, que en su primer dissent en la United States Supreme Court, en
el caso Northern Securities Co. v. United States (1903), afirmara Holmes: “I am
unable to agree with the judgment of the majority of the Court, and although I
75
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, 2nd ed. (revised by Sanford Levinson),
The University of Chicago Press, Chicago & London, 1994, pp. 124-125.
76
Bien significativa de este cambio de tendencia, en perfecta ósmosis con el pensamiento de
Holmes, será la sentencia dictada en el célebre caso United States v. Carolene Products Co. (1938),
que escribe como opinion of the Court el muy relevante Justice Harlan Fiske Stone, posteriormente
nombrado Chief Justice. En ella puede leerse lo que sigue:
“Sólo podemos declarar inconstitucionales las leyes que afecten a las transacciones comerciales
ordinarias en caso de que, a la luz de los hechos conocidos o que puedan tenerse por ciertos, pueda
descartarse que se fundamenten en una base racional, dados el conocimiento y la experiencia de los
legisladores”.
El Tribunal sentaba de esta forma un auténtico principio de presunción de la constitucionalidad,
que aunque en la muy trascendental nota a pie de página núm. 4 de la sentencia (“a footnote that has
become more important than the text”, dirá de ella J. M. BALKIN, en “The Footnote”, en Northwestern
University Law Review, Vol. 83, 1988-1989, pp. 275 y ss.; en concreto, p. 281) se vea un tanto aminorado,
cuando la ley de que se trate parezca a simple vista referirse a alguna de las prohibiciones expresamente
contenidas en la Constitución, como, por ejemplo, las establecidas en las diez Primeras Enmiendas
(el conocido como Bill of Rights), regla que también puede extenderse a la Enmienda XIV, lo cierto
es que ni tan siquiera en esos casos se prescinde por entero del referido principio.
77
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 104.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1203
78
Kurt H. NADELMANN: “The Judicial Dissent. Publication v. Secrecy”, en The American Journal
of Comparative Law, Vol. 8, 1959, pp. 415 y ss.; en concreto, p. 419. Este artículo, uno de los más
importantes sobre el tema del dissent, puede verse asimismo en versión italiana, “Il <dissenso> nelle
decisioni giudiziarie (pubblicità contro segretezza)”, en la obra Le opinioni dissenzienti dei giudici
costituzionali ed internazionali, a cura di Costantino Mortati, Giuffrè Editore, Milano, 1964, pp. 31 y
ss. Asimismo, en versión alemana, “Das Minderheitsvotum im Kollegialgericht – Bekanntgabe oder
Geheimhaltung?”, en Archiv des öffentlichen Rechts, 86. Band, Heft 1, Juli 1961, pp. 39 y ss.
79
Bien significativas al respecto son las siguientes reflexiones de Holmes en el dissent que suscribe
en el mencionado caso, Abrams v. United States (1919): “Pero cuando los humanos se han dado cuenta
de que el tiempo ha frustrado muchas doctrinas, pueden llegar a creer, incluso más de lo que creen en
los fundamentos mismos de su conducta, que la mejor manera de alcanzar el bien último es a través
del libre intercambio de ideas, que el mejor test para la verdad es que la idea pueda ser aceptada en la
competición del mercado, y que la verdad es la única base sobre la que sus deseos pueden realizarse.
Esa es al menos la teoría de nuestra Constitución”.
80
Oliver Wendell HOLMES: “Holdsworth´s English Law”, en Collected Legal Papers, 1920, pp. 285
y ss.; en concreto, p. 290. Cit. por Herbert WECHSLER: “Toward Neutral Principles of Constitutional
Law”, en Harvard Law Review, Vol. 73, No. 1, November 1959, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 17.
81
Puede verse el texto de este dissent en Oliver W. HOLMES: Opinioni dissenzienti, op. cit., pp.
250-252.
82
Benjamin N. CARDOZO: “Mr. Justice Holmes”, en Harvard Law Review, Vol. XLIV, 1930-1931,
pp. 682 y ss.; en concreto, p. 688.
1204 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
83
Felix FRANKFURTER: “The constitutional opinions of Justice Holmes”, en Harvard Law Review,
Vol. XXIX, 1915-1916, pp. 683 y ss.; en concreto, pp. 691-692.
84
César ARJONA, en su “Estudio Preliminar” a la obra Los votos discrepantes del Juez O. W.
Holmes, op. cit., pp. 11 y ss.; en concreto, p. 39.
85
Kurland se ha hecho eco del profundo interés del joven Holmes por la filosofía, de lo que
constituirían buena prueba sus lecturas de Platón, Comte, Fichte, Butler (“Ancien Philosophy”),
Vaughan (“Hours with the Mystics”) y Spencer, entre otros. Philip B. KURLAND: “Portrait of the
Jurist as a Young Mind”, op. cit., p. 212.
86
De esta obra diría Jowitt que era “one of the few legal textbooks which the courts have recog-
nized”. W. A. JOWITT: “Mr. Justice Holmes. On behalf of the English Bar”, en Harvard Law Review,
Vol. XLIV, No. 5, March 1931, p. 681.
87
Oliver Wendell HOLMES: “The Path of the Law”, en Harvard Law Review, Vol. X, No. 8, March
25, 1897, pp. 457 y ss.; en concreto, p. 465.
88
En el origen de este dominio de la lógica hay que retrotraerse a la rígida y dogmática concepción
medieval, según la cual la jurisprudencia, que en cuanto norma de vida se reconducía a una de las
especies de la filosofía, en tanto que interpretatio verborum, se insertaba en la lógica. De ahí que,
como puede leerse en el Cod. Haenel, siempre “quod tractat de interpretatione verborum supponitur
loice”. Cfr. al efecto, Mauro CAPPELLETTI: “L´attività e i poteri del giudice costituzionale in rapporto
con il loro fine generico” (Natura tendenzialmente discrezionale del provvedimento di attuazione
della norma costituzionale), en Scritti Giuridici in memoria di Piero Calamandrei, vol. terzo, CEDAM,
Padova, 1958, pp. 83 y ss.; en particular, cfr. el punto relativo a “conferme desunte dalle critiche alla
teoria dell´interpretazione giuridica come <pura> attività logica o conoscitiva” (pp. 132-138).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1205
las distintas escuelas, si bien el error no queda aquí confinado. Recuerda Holmes
haber escuchado en una ocasión a un eminente juez afirmar no haber dictado
jamás una decisión de cuya justicia no estuviese absolutamente seguro.
Este modo de pensar lo concibe enteramente natural, pues la formación
de los juristas es una formación en la lógica. Los procedimientos de analogía,
diferenciación y deducción son los más habituales. “The language of judicial
decision –añade nuestro Justice– is mainly the language of logic. And the logical
method and form flatter that longing for certainty and for repose which is in
every human mind”89. Sin embargo, este deseo de certeza y de tranquilidad es un
tanto inconsistente, pues la certeza es generalmente ilusión y la tranquilidad no
pertenece al destino del hombre. Es por ello por lo que Holmes entiende90, que
ninguna proposición concreta es “per se” evidente: “No concrete proposition is
self-evident, no matter how ready we may be to accept it, non even Mr. Herbert
Spencer´s. Every man has a right to do what he wills, provided he interferes not
with a like right on the part of his neighbors”.
Aunque los primeros teóricos del realismo jurídico norteamericano, Karl N.
Llewellyn, Profesor de la Columbia Law School, y el Decano Roscoe Pound, de
la Harvard Law School91, no formalizarán, por así decirlo, su posición sino hasta
los últimos años de la década de los veinte, o incluso en los primeros años de la
89
Oliver Wendell HOLMES: “The Path of the Law”, op. cit., pp. 465-466.
90
Ibidem, p. 466.
91
Especialmente sugestiva sería la trayectoria de Roscoe Pound. En el homenaje que la Harvard
Law Review le rindió en 1964, con ocasión de su fallecimiento, el Justice de la Suprema Corte Thomas
Campbell Clark subrayaba la paradoja de que un Doctor en Botánica sea recordado imperecederamente
“as an architect of the law”. Tom. C. CLARK: “A Tribute to Roscoe Pound”, en Harvard Law Review,
Vol. 78, No. 1, November 1964, pp. 1 y ss.; en concreto, p. 1.
Desde que en 1896 publicara en The Green Bag su primer artículo, “Dogs and the Law”, hasta su
desaparición en 1964, un millar de títulos vieron la luz, los cuales eran considerados por Griswold,
en el mismo homenaje, como sus monumentos, “more durable than bronze and granite” (Erwin N.
GRISWOLD: “Roscoe Pound–1870-1964, en Harvard Law Review, Vol. 78, No. 1, November 1964, pp.
4 y ss.; en concreto, p. 4). “The Causes of Popular Dissatisfaction with the Administration of Justice”,
“The Scope and Purpose of Sociological Jurisprudence”, “Interpretations of Legal History” y “The
Spirit of the Common Law”, este último traducido al español por José Puig Bretau (El espíritu del
“common law”, Bosch, Barcelona, 1954).
En el Prefacio que el mismo Pound hacía de la mencionada edición española (escrito en Boston,
en abril de 1954), el autor, en pocas palabras, condensaba lo que había sido su permanente visión del
Derecho. Tras poner de relieve los enormes cambios producidos en la sociedad (la urbanización), en
la economía (la industrialización, la mecanización total, la unificación económica...) y, de resultas
de todo ello, en el propio Estado (el Estado se ha convertido en una empresa de servicios), desde
que se publicara la 1ª edición de su libro (en 1921) hasta el momento en que escribe este Prefacio,
Pound señalaba, que ello no obstante, “tenemos motivos para confiar en que la técnica del common
law, la manera de aplicar la experiencia a nuevas situaciones, de buscar su desarrollo de manera
racional y de someter la obra de la razón a la prueba de la ulterior experiencia, permitirán al jurista
americano triunfar en la empresa de situar al common law a la altura de las necesidades de esta
hora”. Tras recordar unas conocidas palabras de Holmes (“la continuidad histórica no es un deber,
es una necesidad”), Pound concluye: “No tenemos ninguna obligación de conservar las normas y los
dogmas del pasado en la forma que los hemos recibido, pero nos incumbe el deber de trabajar con
la experiencia del pasado y con el mismo espíritu del Derecho que nos la ha proporcionado” (Roscoe
POUND, Prefacio a la traducción española antes mencionada, pp. 7-9; en concreto, p. 9).
1206 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
92
En 1931, Llewellyn reafirmaba que no existía una escuela de realistas, que no había un grupo
con un credo oficial aceptado, ni tan siquiera emergente. “There is, however, a movement in thought
and work about law. The movement, the method of attack, is wider than the number of its adherents”.
Karl N. LLEWELLYN: “Some Realism about Realism–Responding to Dean Pound”, en Harvard Law
Review, Vol. XLIV, 1930-1931, pp. 1222 y ss.; en concreto, pp. 1223-1224.
93
Cfr. al efecto, Karl N. LLEWELLYN: “Some Realism about Realism...”, op. cit., pp. 1235 y ss.
94
Cfr. al respecto, Roscoe POUND: “The call for a realist jurisprudence”, en Harvard Law Review,
Vol. XLIV, 1930-1931, pp. 697 y ss.; en concreto, pp. 710-711.
95
“... our new realist in jurisprudence will urge particularly study of concrete instances of rules
or doctrines or institutions in action”. Roscoe POUND: “The call for a realist jurisprudence”, op. cit.,
p. 710.
96
Ibidem, p. 711.
97
Norberto BOBBIO: “Diritto e Logica”, en Rivista Internazionale di Filosofia del Diritto, Anno
XXXIX, fascicolo I-III, Gennaio/Giugno 1962, pp. 9 y ss.; en concreto, pp. 11-12. Añadamos, aunque
sea de modo marginal, que en este clásico trabajo, Bobbio postulará la distinción entre lógica del
Derecho y lógica de los juristas, análoga a la que postularía Kalinowski entre lógica de las normas y
lógica jurídica.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1207
98
Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten...”, op. cit., p. 424.
99
En palabras de uno de los más brillantes realistas, Felix S. Cohen, formuladas en su etapa final,
“las vivas ficciones y metáforas de la jurisprudencia tradicional no son más que poéticas y nemotécnicas
estratagemas para formular decisiones sustentadas con base en otros fundamentos”. L. K. COHEN,
ed.: The Legal Conscience–Selected Papers of Felix S. Cohen, Yale University Press, New Haven, 1960,
p. 37. Cit. por Alexander M. BICKEL: The Least Dangerous Branch (The Supreme Court at the Bar of
Politics), 2nd ed., Yale University Press, New Haven and London, 1986 (first published, 1962, by the
Bobbs-Merrill Company, Inc.), p. 79.
100
Análogamente, Carmelo GERACI, en su “Introduzione” a la obra de Oliver W. HOLMES, Opinioni
dissenzienti, op. cit., p. XXXIX.
101
Piero CALAMANDREI: “La funzione della giurisprudenza nel tempo presente”, en Rivista
trimestrale di Diritto e procedura civile, Anno IX, nº 2, Giugno 1955, pp. 252 y ss.; en concreto, p. 258.
102
Ibidem, p. 253.
1208 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
era un panfleto escrito por el Sr. Gitlow, “The Left Wing Manifesto”, publicado
por el ala izquierda del partido socialista en Nueva York, en junio de 1919. El
Justice Edward Terry Sanford, redactor de la opinion of the Court, reconoció que
la ley no castigaba doctrinas abstractas, pero entendió que en su última frase (“La
Internacional Comunista llama al proletariado del mundo a la lucha definitiva”) el
manifiesto contenía un lenguaje de instigación directa. Ante la cuestión realmente
relevante de si la ley newyorkina privaba a Gitlow de su libertad de expresión en
violación de la cláusula del due process of law de la Decimocuarta Enmienda, San-
ford afirmó que había peligro “en una simple chispa revolucionaria” y confirmó
la constitucionalidad de la ley.
En su dissent, suscrito conjuntamente con el Justice Brandeis, Holmes
consideró que la decisión debía ser revocada. Tras reivindicar la aplicación del
criterio utilizado por la Corte en el caso Schenck v. United States (1919) (atender
a las circunstancias para apreciar si se ha creado realmente un peligro claro e
inminente que el Estado tiene el derecho de impedir) y relativizar la diferencia
entre la expresión de una opinión y una instigación (en sentido estricto, la única
diferencia es el entusiasmo del orador en relación con el resultado), Holmes
sostendrá: “Si las creencias expresadas a través de la dictadura del proletariado
están destinadas a ser aceptadas por las fuerzas dominantes de la comunidad, el
único sentido de la libertad de expresión es que se les conceda su oportunidad y
puedan abrirse camino”. La grandeza del pensamiento holmesiano aún se puede
apreciar en mayor medida si se recuerda que no tenía ninguna simpatía respecto
de la ideología comunista. Pero la tolerancia y el rechazo de cualquier absolutismo
marcarían toda su vida. Felix Frankfurter, que habría de ser otro de los grandes
Justices de la Supreme Court, así lo subrayaba en 1931, cuando concluía un estudio
introductorio a la publicación de varios de los trabajos de juventud de Holmes,
afirmando: “The philosopher´s stone which Mr. Justice Holmes has constantly
employed for arbitrament is the conviction that our constitutional system rests
upon tolerance and that its greatest enemy is the Absolute”103.
Las reflexiones precedentemente transcritas en su dissent en el caso Gitlow
no son sino una muestra más de su pragmatismo, de su rechazo de toda visión
intransigente y absoluta y, en último término, de su visión de la Constitución como
una norma abierta hacia el futuro, como a living Constitution.
case, a la que se unieron los Jueces Brandeis, McKenna y Clarke, y la que quizá
ha suscitado mayores comentarios de todas las opiniones divergentes expresadas
por Holmes: su dissenting opinion en el caso Lochner.
104
En la opinion of the Court, escrita por el Justice William Rufus Day, se puede leer lo que sigue:
“The Act in its effect does not regulate transportation among the States, but aims to standardize the
ages at which children may be employed in mining and manufacturing within the States. The goods
shipped are of themselves harmless... When offered for shipment, and before transportation begins,
the labor of their production is over, and the mere fact that they were intended for interstate commerce
transportation does not make their production subject to federal control under the commerce power”.
105
Samuel J. KONEFSKY: “Holmes and Brandeis: companions in dissent”, op. cit., p. 286.
1210 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
judicial objectivity was stern and even sardonic”. Algunas de las reflexiones del
gran disidente corroboran tal apreciación:
“The notion that prohibition is any less prohibition when applied to things
now thought evil I do not understand –escribe Holmes en su dissent–. But if there
is any matter upon which civilized countries have agreed –far more unanimously
than they have with regard to intoxicants and some other matters over which
this country is now emotionally aroused– it is the evil of premature and excessive
child labor. I should have thought that if we were to introduce our own moral
conceptions where in my opinion they do not belong, this was preeminently a case
for upholding the exercise of all its powers by the United States.
But I had thought that the propriety of the exercise of a power admitted to
exist in some cases was for the consideration of Congress alone and that this Court
always has disavowed the right to intrude its judgment upon questions of policy
or morals. It is not for this Court to pronounce when prohibition is necessary to
regulation if it ever may be necessary–to say that it is permissible as against strong
drink but not so against the product of ruined lives”.
El rechazo de Holmes a que la Corte impregne su pronunciamiento de consi-
deraciones políticas o morales es manifiesto, y constituirá una de las constantes
de su posicionamiento judicial.
El Congreso reaccionaría con rapidez frente a la desafortunada decisión de
la Corte, aprobando una segunda federal Child Labor law, utilizando para ello
su taxing power para aplicar a los fabricantes los mismos standards normativos
incluidos en la Keating-Owen law. La Corte, impertérrita, y dando una vez más
muestra de su absoluta insensibilidad social, volvió a derribar la nueva ley
protectora de los niños, en esta ocasión en el caso Bailey v. Drexel Furniture Co.
(1922). Sin embargo, el tiempo terminaría dando la razón a Holmes dos décadas
más tarde. En efecto, en el caso United States v. Darby Lumber Co., una sentencia
decidida por unanimidad el 3 de febrero de 1941, escribiendo para la Corte el
Justice Harlan Fiske Stone, que justamente cinco meses después (el 3 de julio) sería
nombrado Chief Justice por el Presidente Roosevelt, y en la que Stone aludiría de
modo explícito al “poderoso y ahora clásico dissent de Holmes”, la Corte llevaba
a cabo el overruling de la doctrina sentada en el Child Labor case, considerando
plenamente conforme con la Constitución la Fair Labor Standards Act (también
llamada la Wages and Hours Act), aprobada en 1938, y considerada el texto legal
principal de la New Deal legislation. Añadamos que esta ley establecía un marco
de salarios mínimos y de unos máximos de horas de trabajo para los empleados
de las industrias cuyos productos fueren transportados y utilizados para el
comercio interestatal. Poco más de 22 años después, la posición de Holmes en
este punto, tan relevante socialmente, se convertía en la doctrina oficial de una
Corte unánime, dato este último bien revelador del cambio de posicionamiento
de sus miembros, nuevos en su gran mayoría.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1211
La sentencia del caso Lochner, que Rehnquist, quien fuera hasta su fallecimien-
to hace muy pocos años Chief Justice del Tribunal, calificara como una de las más
desafortunadas decisiones de la Corte106, representa uno de esos momentos de la
historia de la Supreme Court en el siglo XX en que los jueces, temporalmente, se
hicieron la ilusión de que el movimiento de progresiva normación de la vida social
y laboral podía ser interrumpido más que retrasado por los pronunciamientos
judiciales. Las excepciones que los jueces admitieron en sus decisiones frente
a las leyes reguladoras de los horarios laborales (hours laws), particularmente
el principio relativo a las ocupaciones insalubres, no podían ocultar, como
reconocería McCloskey107, el hecho de que una rigurosa línea había sido trazada.
De los muchos dissents que escribió Holmes, ninguno tan celebrado y conocido
como el que formularía en un caso no menos comentado y, desde luego, emblemá-
tico de la reticente actitud de la Corte frente a la legislación social, como sería el
Lochner case. El caso Lochner v. New York fue decidido el 17 de abril de 1905 por
el voto de 5 frente a 4 Jueces, escribiendo la opinion of the Court el Justice Rufus
W. Peckham y presentando sus dissents los Jueces Holmes y Harlan (uniéndose al
del último los Jueces Edward D. White y William R. Day). La mejor comprensión
de las posiciones de la Corte y de los disidentes creemos que exige hacer unas
reflexiones previas sobre el que venía siendo (y sería hasta el triunfo en 1937 de
la Revolución constitucional) el posicionamiento de la Supreme Court desde fines
del siglo XIX en torno a los temas socio-económicos, absolutamente condicionado
por el desmesurado y absolutista enfoque que, al amparo de la cláusula del due
process of law, iba a dar a la liberty of contract. Ello puede contribuir a explicar,
que no a justificar, el sistemático rechazo de la Corte a las leyes integrantes del
New Deal rooseveltiano.
I. En el tramo final del siglo XIX, la Corte Suprema había elaborado laborio-
samente un “set of doctrines” que podía ser utilizado para el control judicial de
las relaciones atinentes a los asuntos de gobierno. Con arreglo a estas doctrinas,
las medidas económicas quedaban ahora sujetas a revisión judicial, con la parti-
cularidad de que esta supervisión, como señala McCloskey108, podía ser estricta y
constante o laxa y ocasional, como el Tribunal prefiriera. Esta libertad de opción
106
William H. REHNQUIST: The Supreme Court. How It Was How It Is, Quill/William Morrow,
New York, 1987, p. 205.
107
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 103.
108
Robert G. McCLOSKEY: The American Supreme Court, op. cit., p. 108.
1212 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
en el control fue inherente, entre otras doctrinas, a las tax doctrines, a las commerce
doctrines y, sobre todo, a las due process doctrines.
La cláusula del due process of law fue contemplada por la Enmienda V y repro-
ducida más tarde por la sección primera de la Enmienda XIV109, visualizándose
inicialmente dentro del ámbito del criminal process en un doble sentido: procedural
due process y substantive due process, lo que no significaba un abandono del ám-
bito procesal penal, sino tan sólo que dentro del mismo algunas garantías tenían
un contenido más sustantivo, como la no obligación de responder por un delito
“unless on a presentment or indictment of a Grand Jury”. Sin embargo, ya antes de
la Guerra Civil, y el caso Dred Scott (1857) es un buen ejemplo de ello, comenzó a
acudirse a la V Enmienda como una garantía sustantiva de determinados derechos
de propiedad.
La nueva jurisprudencia iba a consolidarse en 1897, en el caso Allgeyer v.
Louisiana, decidido por unanimidad, escribiendo la opinion of the Court el Juez
Peckham. En esta sentencia, la Corte, por primera vez, consideró inconstitucional
una ley estatal (de Louisiana) por el hecho de que privaba a una persona de su
derecho a contratar, de su libertad contractual. La Corte establecía de esta forma
la liberty of contract, entendiendo que la libertad garantizada por la Constitución
incluye el derecho de una persona “to be free in the enjoyment of all his faculties,
to be free to use them in all lawful ways; to live and work where he will; to earn
his livelihood by any lawful calling; to pursue any livelihood or avocation , and
for that purpose to enter into all contracts” que puedan ser apropiados para la
realización de tales objetivos110. La ley en cuestión, en pocas palabras, prohibía
actuar como intermediarios de seguros a empresas que no estuviesen autorizadas
para realizar operaciones en el Estado de Louisiana.
Progresivamente, el contenido sustantivo de la Quinta y Decimocuarta
Enmiendas se acentuó, lo que, innecesario es decirlo, incrementó notablemente
el activismo judicial. La liberty of contract se convirtió en algo sagrado, con la sola
excepción de los “business affected with a public interest”, anudándose a tal visión
la consideración de que cualquier interferencia gubernamental con las relaciones
109
Recordemos la dicción de esta bien conocida norma constitucional: “All persons born or
naturalized in the United States and subject to the jurisdiction thereof, are citizens of the United States
and of the State wherein they reside. No State shall make or enforce any law which shall abridge the
privileges or immunities of citizens of the United States; nor shall any State deprive any person of life,
liberty, or property, without due process of law; nor deny to any person within its jurisdiction the equal
protection of the laws”. La Enmienda XIV, a cuya sección 1ª pertenece el texto transcrito, fue ratificada
en 1868, y forma parte del trío de Enmiendas (XIII, XIV y XV) que se ratificaron tras la Guerra Civil
(en 1865, 1868 y 1870, respectivamente). En cualquier caso, ya el texto de la Enmienda V –que en
cuanto integrante de las diez primeras Enmiendas (ratificadas en 1791) constituye el llamado Bill of
Rights, que inicialmente se consideró de aplicación tan sólo a la Unión– incluye la cláusula del due
process of law (“No person... be deprived of life, liberty, or property, without due process of law...”).
110
Cfr. al efecto, Charles Evans HUGHES: The Supreme Court of the United States (Its Foundation,
Methods and Achievements. An Interpretation), Columbia University Press, New York, 1928, pp.
204-205. Existe asimismo una edición en español, La Suprema Corte de los Estados Unidos, Fondo de
Cultura Económica, 2ª ed. española, México, 1971.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1213
económicas esenciales, tales como los precios o los salarios, violaba esa misma
libertad de contrato.
El caso Adair v. United States, decidido el 27 de enero de 1908 por 7 votos
frente a 2, expresando Harlan la opinion of the Court, y manifestándose en dissent
Holmes y McKenna, es verdaderamente paradigmático de este posicionamiento
de la Suprema Corte. En este caso se enjuició la llamada Erdman Act de 1898, que
trataba de prevenir la ruptura del comercio interestatal de resultas de disputas
laborales. John Marshall Harlan, escribiendo para la Corte, razonaría como sigue:
“The right of a person to sell his labor upon such terms as he deems proper, is
in its essence, the same as the right of the purchaser of labor to prescribe the
conditions upon which he will accept such labor from the person offering to sell
it. So the right of the employee to quit the service of the employer, for whatever
reason, is the same as the right of the employer, for whatever reason, to dispense
with the services of such employee (...). In all such particulars the employer and
the employee have equality of right, and any legislation that disturbs that equality
is an arbitrary interference with the liberty of contract, which no government can
legally justify in a free land”.
El Justice Joseph McKenna, en su disidencia, clamó en favor del judicial
realism, mientras que Oliver W. Holmes se hizo eco de la posición que ya había
manifestado con toda nitidez en su dissent en el Lochner case. Para Holmes, no
cabía duda: el legislativo era el árbitro adecuado de las políticas públicas y, en
cuanto tal, podía razonablemente limitar la libertad de contrato. Añadamos que
Roscoe Pound consideraría esta sentencia como el emblema de la “mechanical
jurisprudence”, en cuanto que, a su juicio, la misma recurría a tecnicismos y
conceptualizaciones (“technicalities and conceptualizations”) cuyo fin último no
era otro que hacer fracasar los fines exigidos por la justicia.
Los sociólogos y los partidarios de un enfoque realista del Derecho se
situarían a años luz del enfoque del Adair case. “Much of discussion about equal
rights –escribe Ward, un conocido sociólogo111– is utterly hollow. All the ado made
over the system of contract is surchaged of fallacy”. Pound, de cuya dura crítica
a la sentencia acabamos de hacernos eco, se situaba de modo inequívoco en la
misma posición. A su juicio112, para cualquier persona bien informada acerca de
las actuales condiciones de la industria, la precedente afirmación no tenía vuelta
de hoja (“goes without saying”). ¿Por qué entonces los tribunales persisten en la
falacia? ¿Por qué imponen muchos de ellos una teoría económica de la igualdad
frente a las condiciones reales de desigualdad?
111
WARD: Applied Sociology, p. 281. Cit. por Roscoe POUND: “Liberty of contract”, en Yale Law
Journal, Vol. XVIII, 1908-1909, pp. 454 y ss.; en concreto, p. 454.
112
Roscoe POUND: “Liberty of contract”, op. cit., p. 454.
1214 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
Como soporte último de esta visión nos encontramos con la teoría del laissez
faire, que, como recordara uno de los mayores constitucionalistas norteamerica-
nos, Corwin113, dominó el pensamiento de la American Bar Association, fundada
en 1878, y posteriormente el de la propia Supreme Court. Se trataba de una
construcción pretenciosa y compleja que se presentó de la noche a la mañana
al pueblo norteamericano como si de una nueva doctrina de Derecho natural se
tratase, una doctrina que, innecesario es decirlo, otorga al mantenimiento de la
competitividad económica el “status of a preferred constitutional value”.
En el trasfondo de todo ello hemos de remontarnos a Adam Smith (1723-1790)
y a su obra clave, Wealth of Nations (Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones), publicada en Londres en 1776, en la que, a partir
de la sencilla idea de que la fuente de toda riqueza es la actividad, el trabajo del
hombre, de resultas de la cual, la mejor organización económica se alcanza de
modo espontáneo cuando el hombre puede actuar bajo el impulso de su interés
personal, se vienen a fijar unos principios del orden económico llamados a asegu-
rar automáticamente el bienestar social. En 1857, John Stuart Mill, en su Political
Economy, planteaba una visión revisada de la obra smithiana, proponiendo el
principio del laissez faire como un principio útil tanto para la política como para
la legislación. Esta filosofía era seguida asimismo por Charles Darwin (1809-1882)
en su obra capital, Origins of Species (1859), e igualmente por el sociólogo y
filósofo Herbert Spencer (1820-1903), –objeto en los dissents de Holmes de algunas
célebres referencias– en cuya obra Justice (1891) se planteará por vez primera con
cierta amplitud la cuestión de si “the right to free contract” podía ser considerado
como un derecho fundamental.
En Norteamérica, uno de los discípulos de Spencer, John Fiske, contribuiría a
que se reforzara la noción de la “governmental passivity”. Spencer vino a deducir
de su doctrina, comúnmente conocida como del laissez faire, su formulación de
la justicia, de modo tal que llegó a ser un principio fundamental del credo de
quienes pretendían minimizar las funciones del Estado, que la más trascendente
de sus funciones era reforzar a través del Derecho las obligaciones creadas por
los contratos. Sin embargo, como recordaba Pound114, no cabía olvidar que con
su filosofía los individualistas ingleses pretendían abolir un cuerpo institucional
anticuado que impedía el progreso humano. A tal efecto, “the freedom of contract”
pareció ser el mejor y más operativo instrumento. Ello, por supuesto, propició que
el common law llegara a ser completamente individualista. Pero es obvio, que las
circunstancias de fines del siglo XIX eran muy distintas a las de un siglo antes, no
obstante lo cual tal concepción iba a mantenerse en las instituciones clave de la
113
Edward S. CORWIN: “John Marshall, Revolutionist malgré lui”, en University of Pennsylvania
Law Review, Vol. 104, 1955-1956, pp. 9 y ss.; en concreto, p. 17.
114
Roscoe POUND: “Liberty of contract”, op. cit., p. 457.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1215
115
Edward S. CORWIN –en The Twilight of the Supreme Court (A History of our Constitutional
Theory), Archon Books (first edition by Yale University Press, 1934), 1970, pp. 20-21– se hace eco
de cómo el principio del laissez faire también interfirió sobre “the power to regulate commerce in
the sense of governing it”, lo que ocurrió por vez primera en el Sugar Trust case, que concernía a la
Sherman Anti-Trust Act de 1890.
116
Ibidem, pp. 77-78.
117
Quizá no deba extrañar por ello mismo que en 1913 Beard, en su célebre libro An Economic
Interpretation of the Constitution of the United States, incluyera entre sus conclusiones la siguiente:
“La Constitución es fundamentalmente un texto económico que parte del principio según el cual los
derechos esenciales de propiedad son anteriores a todo gobierno y moralmente se hallan fuera del
alcance de las mayorías populares”. Manejamos la versión francesa de la obra. Charles A. BEARD:
Une Relecture Économique de la Constitution des États-Unis, Economica, Paris, 1988, p. 297.
En sintonía con la idea precedente, aún debe extrañar menos que Beard sostuviera en su obra
que la separación entre legislativo y ejecutivo formalizada en la Constitución de 1787 fuera en
último término la resultante de que los propietarios, los capitalistas, quisieran asegurarse frente a
la supremacía del legislativo, impidiendo así que pudiera atentar contra sus intereses de resultas de
los impulsos democratizadores del pueblo. Ello, por supuesto, no significaba postergar la influencia
de Montesquieu, sino tan sólo , como bien adujera Cotta, explicar que tras la aceptación del célebre
principio de Charles Louis de Secondat existía un puro determinismo económico. Cfr. a este respecto,
Sergio COTTA: “Montesquieu, la séparation des pouvoirs et la Constitution Fédérale des États-Unis”,
en Revue Internationale d´Histoire Politique et Constitutionnelle, 1951, pp. 225 y ss.; en concreto, p. 245.
1216 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
mática que se planteó el ponente de la sentencia, el Juez Peckham, fue la de qué debía
prevalecer: si la libertad de contratación o, por el contrario, el police power estatal.
Definiendo la posición ajustadamente mayoritaria, Peckham consideró que la
ley traspasaba el límite marcado constitucionalmente frente al ejercicio por parte
de los Estados de sus competencias de policía. La mayoría iba a rechazar que la ley
tuviera un fundamento razonable, pues no podía considerarse que una ley de sa-
nidad pudiera entrañar una injerencia ilegítima en los derechos de los ciudadanos
(tanto trabajadores como patronos) a pactar sus horarios de trabajo como mejor
les conviniera. “Leyes como ésta –puede leerse en la sentencia– que limitan las
horas que los adultos con plena capacidad pueden trabajar para ganarse la vida, no
son sino intromisiones ilegítimas en los derechos de los ciudadanos”. En definitiva,
la ley sería declarada inconstitucional al ser considerada como una innecesaria,
irrazonable y arbitraria interferencia sobre la libertad de contratación y, por lo
mismo, como una norma legal vulneradora de la Decimocuarta Enmienda.
Sería justamente esta sentencia, junto a otras dos dictadas en la misma época
por la Corte Suprema del Estado de Nueva York, los casos en que ya el Presidente
Theodore Roosevelt fundamentó las bases de su crítica a los tribunales, propi-
ciando su famosa “Charter of Democracy”, discurso pronunciado en Columbus
(Ohio), en 1912, en el que se manifestó a favor del recall de los jueces118.
118
Thomas Jefferson KNIGHT: “The dissenting opinions of Justice Harlan”, en The American Law
Review, Vol. LI, July/August 1917, pp. 481 y ss.; en concreto, p. 504.
119
Así lo reconocería Rehnquist, quien se hace eco al efecto de un juicio de Hofstadter, para quien:
“In the three decades after the Civil War it was impossible to be active in any field of intellectual work
without mastering Spencer”. William H. REHNQUIST: The Supreme Court, op. cit., p. 208.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1217
120
Laura Krugman RAY: “Justice Brennan and the jurisprudence of dissent”, en Temple Law Review,
Vol. 61, No. 2, Summer 1988, pp. 307 y ss.; en concreto, p. 310.
121
Ben W. PALMER: “Supreme Court of the United States: Analysis of Alleged and Real Causes of
Dissents”, en American Bar Association Journal, Vol. 34, 1948, pp. 677 y ss.; en concreto, pp, 680-681.
122
Los cambios sociales de fines del siglo XIX y principios del XX iban a tener un reflejo en la
reformulación de los derechos fundamentales. Hough fijará el alba de una nueva época en 1883, de
resultas de la sentencia dictada en el caso Hurtado v. California (1884). Charles M. HOUGH: “Due
Process of Law–To Day”, en Harvard Law Review, Vol. XXXII, 1918-1919, pp. 218 y ss.; en concreto,
p. 227.
En el caso que acabamos de mencionar, la Corte Suprema reconoció que las Constituciones escritas
en los Estados Unidos fueron consideradas esenciales para la protección de los derechos y libertades
del pueblo frente a los abusos del poder delegado a sus gobiernos, y que las previsiones de los Bill
of Rights “were limitations upon all the powers of government, legislative as well as executive and
judicial” (Charles Evans HUGHES: The Supreme Court..., op. cit., p. 194). Si la nueva época de las
libertades podía entenderse que ya había sido esbozada, aún habría de verse obscurecida por brumas
y nieblas. Todavía en 1905 la decisión dictada en el Lochner case mantenía un discurso insensible a
la luz del nuevo espíritu. Sin embargo, no se podía decir otro tanto del dissent de Holmes. Todo lo
contrario. Como escribiría Cardozo, “it is the dissenting opinion of Justice Holmes which men will
1218 EL JUSTICE OLIVER WENDELL HOLMES: “THE GREAT DISSENTER”
turn to in the future as the beginning of an era”. (Benjamin N. CARDOZO: The nature of the judicial
process, op. cit., p. 79).
El antes citado Hough escribiría al respecto: “No man has seen more plainly that the court was
measuring the legislature´s reasons by its own intellectual yardstick than has Justice Holmes; none
more keenly perceived that the notations thereupon marked those results of environment and educa-
tion which many men seem to regard as the will of Good or the decrees of fate” (Charles M. HOUGH:
“Due Process of Law...”, op. cit., p. 232). En fin, quien habrá de ser otro gran Justice, Frankfurter,
subrayará el crudo empirismo latente en otra de las conocidas afirmaciones que Holmes hace en su
dissent del Lochner case, aquélla en la que dice: “General propositions do not decide concrete cases.
The decision will depend on a judgment or intuition more subtle than any articulate major premise”.
(Felix FRANKFURTER: “The constitutional opinions of Justice Holmes”, en Harvard Law Review,
Vol. XXIX, 1915-1916, pp. 683 y ss.; en concreto, p. 687.
123
Philip B. KURLAND: “The Supreme Court and the Attrition of the State Power”, en Stanford
Law Review, Vol. 10, 1957-1958, pp. 274 y ss.; en concreto, p. 277.
124
“In the reports of the courts of last resort –escribe Stager– there are many decisions by a
divided court. That judges frequently do not agree, is not at all strange – it would be strange if it were
otherwise, for the law is not an exact science, like mathematics, but, at the last analysis, it is merely
some person´s or person´s opinion, judgment”. Walter STAGER: “Dissenting Opinions”, en Illinois
Law Review, Vol. XIX, 1924-1925, pp. 604 y ss.; en concreto, p. 604.
125
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court...”, op. cit., p. 203.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1219
viction that our constitutional system rests upon tolerance and that its greatest
enemy is the Absolute”126. Y es que esta afirmación, con simplicidad y brillantez,
muestra, a nuestro entender, la clave de bóveda de la arquitectura holmesiana.
4. Bibliografía manejada
ABRAHAM, Henry J.: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the
United States, England and France), 7th edition, Oxford University Press, New York/
Oxford, 1998.
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Milano, 1964, pp. 61 y ss.
XI. LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN
ALEMANIA *
LA RECEPCIÓN DELSONDERVOTUMEN ALEMANIA
SUMARIO
* Este artículo ha sido publicado en la Revista de las Cortes Generales, nº 77, segundo cuatrimestre
2009, pp. 7 y ss. Ahora ha sido revisado y ligeramente ampliado.
1
Gino GORLA: “Le opinioni non <segrete> dei giudici dissenzienti nelle tradizioni dell´Italia
preunitaria”, en Il Foro Italiano, Anno CVII, Volume CV, Roma, 1982, pp. 97 y ss.; en concreto, p. 97.
1224 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
2
Ginsburg ha compendiado con claridad la diferenciación entre la tradición británica de las
seriatim y la continental europea , ejemplificada en Francia y Alemania, de las sentencias colegiadas
o corporativas: “In contrast to the British tradition of opinions separately rendered by each judge as an
individual, the continental or civil law traditions typified and spread abroad by France and Germany
call for collective, corporate judgments. In dispositions of that genre, disagreement is not disclosed.
Neither dissent nor separate concurrence is published. Cases are decided with a single, per curiam
opinion generally following a uniform, anonymous style”. Ruth Bader GINSBURG: “Speaking in a
judicial voice”, en New York University Law Review, Volume 67, number 6, December 1992, pp. 1185
y ss.; en concreto, p. 1189.
3
Kurt H. NADELMANN: “Disqualification of Constitutional Court Judges for Alleged Bias?”, en
Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der Gegenwart, Band 19, 1970, pp. 323 y ss.; en concreto, p. 328.
4
Angelo Piero SERENI: “Les opinions individuelles et dissidentes des juges des tribunaux
internationaux”, en Revue générale de droit international publique, 1964, pp. 819 y ss.; en concreto,
pp. 827-828.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1225
sistemas de common law, en los que el Derecho no se halla codificado, el juez, ante
un caso concreto, debe con frecuencia entregarse a la delicada y compleja función
de búsqueda de las reglas jurídicas vigentes (“finding the law”); quiere ello decir
que el juez, antes de interpretar la regla, debe de buscarla. Es evidente que el juez
de common law desarrolla esta función creadora más consciente e intensamente
que el de un sistema de civil law. Así las cosas, los dissents cumplen una función
que se relaciona con la que es propia de la motivación en tales sistemas jurídicos.
El juez de common law viene obligado a invocar con mucha mayor frecuencia que
su homólogo de los sistemas europeo-continentales principios generales que aún
no han alcanzado el estadio de la sistematización y rígida enunciación en forma
escrita. En tal contexto, los dissents encuentran su principal justificación en la
posibilidad de que sean enunciadas (y en su día aplicadas) reglas diferentes de las
que se invocan en la fundamentación de la sentencia.
El devenir histórico ha propiciado, sin embargo, una evolución en este punto,
de tal forma que la implantación del instituto del dissent en algunos países de la
Europa continental está lejos de ser una utopía, siendo, bien al contrario, una
realidad perceptible en varios países, no obstante lo cual algunos sectores de la
doctrina norteamericana, hace no muchos años, seguían entendiendo que en
este bloque de países el dissent era un anatema5, en sintonía –se afirmaba– con
las decisiones per curiam de los tribunales, en los que su presidente habla en
nombre de la Corte, entendida como un todo único, lo que, en último término,
se considera tributario de la impersonalidad e inexorabilidad de la ley. De tener
alguna validez tal discurso, hoy habría de circunscribir sus efectos a Francia y a
algunos otros países que siguen la rígida concepción francesa, pero ni tan siquiera
valdría para otros países, como Italia, en los que la no admisión del instituto no
ha de equipararse en absoluto a un visceral rechazo del mismo.
Es cierto que las decisiones judiciales características de los países de la
Europa continental, de Derecho codificado, siguen respondiendo al carácter
sustancialmente burocrático de la función jurisdiccional por ellos acogida6, fruto
de la encomienda de la administración de justicia a un cuerpo de funcionarios
públicos, lo que se traduce, como antes dijimos y subraya generalizadamente la
doctrina7, en que la sentencia aparezca como un acto oficial atribuido al órgano;
impersonal, si proviene de un órgano colegiado; unitario y deliberado en secreto
en el seno del propio órgano, rasgos que se reiteran en buen número de órganos
de la justicia constitucional europea. Pero siendo ello así, la realidad nos muestra
5
Así, entre otros, Edward C. VOSS: “Dissent: Sign of a Healthy Court”, en Arizona State Law
Journal, Volume 24, 1992, pp. 643 y ss.; en concreto, p. 645.
6
Como escribiera Forsthoff, la historia del sistema judicial alemán es, sobre todo, historia del
Estado, o mejor, de la Administración. El cuerpo judicial alemán surgió en el transcurso del siglo
XVIII como una parte de los funcionarios del Estado caracterizada por su no sometimiento a ningún
tipo de indicaciones y por su inamovilidad. Ernst FORSTHOFF: El Estado de la sociedad industrial,
Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1975, p. 217.
7
Entre otros muchos autores, Adele ANZON: “Forma delle sentenze e voti particolari. Le
esperienze di giudici costituzionali e internazionali a confronto”, en Politica del Diritto, Anno XXV,
nº 2, Giugno 1994, pp. 229 y ss.; en concreto, pp. 230-231.
1226 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
8
De ello se hace eco Jörg LUTHER: “L´esperienza del voto dissenziente nei paesi di lingua
tedesca”, en Politica del Diritto, Anno XXV, nº 2, Giugno 1994, pp. 241 y ss.; en concreto, p. 257.
9
Para captar la trascendencia de esta relativización del principio stare decisis, nos bastará con
recordar que un autor tan relevante en su época como Arthur Goodhart, en 1934, consideraba que tal
doctrina (“the doctrine of the binding precedent”) era de tal importancia que de ella podía decirse que
suministraba “the fundamental distinction between the English and the Continental legal method”, o
como el propio autor decía en un Apéndice del mismo trabajo, “I have placed the chief emphasis on
the binding precedent which, as I have suggested, is the distinctive feature of the common law system”.
Arthur L. GOODHART: “Precedent in English and Continental Law”, en The Law Quarterly Review, Vol.
L, 1934, pp. 40 y ss.; en concreto, pp. 42 y 64, respectivamente. Bien es verdad que en tiempos muchos
más recientes, dos comparatistas tan importantes como los alemanes Zweigert y Kötz, refiriéndose a
la teoría del efecto vinculante de las decisiones prejudiciales (“die Lehre von der bindenden Wirkung
präjudizieller Entscheidungen”), o lo que es lo mismo, a la doctrina del stare decisis, rechazaban,
o por lo menos cuestionaban abiertamente, el punto de vista formulado casi medio siglo atrás por
Goodhart. Aún considerando la visión de Goodhart, todavía hoy, aún plausible (“dieser Standpunkt
auch heute noch plausibel”), entenderán los citados autores que, por lo que más arriba se ha dicho,
la trascendencia de tal doctrina como elemento diferencial entre los dos grandes sistemas jurídicos
carece de toda importancia práctica en la realidad. De ahí que se manifestaran en favor de la tesis de
la aproximación cada vez mayor de uno y otro sistema. Existe fundamento –dirán– en la suposición
(“zu der Annahme”) de que opuestos puntos de vista (“entgegengesetzten Ausgangspunkten”) en
cuanto al common law y al civil law, y también respecto a sus métodos jurídicos y técnicos, poco a
poco (“allmählich”) tienden a aproximarse. Konrad ZWEIGERT und Hein KÖTZ: Einführung in die
Rechtsvergleichung auf dem Gebiete des Privatrechts, Band I (Grundlagen), 2. neubearbeitete Auflage,
J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1984 (1ª edición de 1971), pp. 299 y ss. Aunque efectuando
ciertos matices al razonamiento de los precedentes autores, que va demasiado lejos, justamente en el
libro de homenaje al primero de ellos, también Cappelletti concuerda en lo fundamental: “A powerful
<convergence of trends> –escribe– between the Civil Law and the Common Law is certainly apparent,
and I have myself analyzed several of its aspects on various occasions”. Mauro CAPPELLETTI: “The
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1227
Doctrine of Stare Decisis and the Civil Law: A Fundamental Difference – or no Difference at All?”,
en Festschrift fürKonrad Zweigert zum 70. Geburtstag, herausgegeben von Herbert Bernstein, Ulrich
Drobnig und Hein Kötz, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1981, pp. 381 y ss.; en concreto, p.
381.
10
Vale la pena recordar algunas reflexiones del gran Decano de Harvard, y uno de los más grandes
juristas norteamericanos, Roscoe Pound, quien tras condensar la diferencia entre los dos grandes
sistemas jurídicos en estos términos: “Roman law and by derivation Continental law is characteristically
administrative. The Anglo-American common law is characteristically judicial”, se hacía eco del
contraste entre los jueces en Inglaterra, Norteamérica y los antiguos Dominios británicos y el muy
inferior prestigio de aquéllos en los sistemas continentales. “In the English or the American Who´s
Who –escribía Pound– one will find the names of the judges of the higher courts. In the equivalent
Continental books one will scarcely ever find the name of a judge”. Roscoe POUND: “A comparison
of systems of law”, en University of Pittsburgh Law Review, Vol. X, number 3, March 1948, pp. 271 y
ss.; en concreto, p. 271.
1228 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
11
Piero CALAMANDREI: “La funzione della giurisprudenza nel tempo presente”, en Rivista
trimestrale di Diritto e procedura civile, Anno IX, nº 2, Giugno 1955, pp. 252 y ss.; en concreto, p. 253.
12
Para Zagrebelsky, el grado de libertad de que gozan los intérpretes es directamente proporcional
al grado jerárquico del texto normativo a considerar. Gustavo ZAGREBELSKY: “Appunti in tema di
interpretazione e di interpreti della Costituzione”, en Giurisprudenza Costituzionale, Anno XV, 1970,
fasc. 2, pp. 904 y ss.; en concreto, p. 913.
13
Enzo CHELI: Il giudice delle leggi (La Corte costituzionale nella dinamica dei poteri), Società
editrice Il Mulino, nuova edizione, Bologna, 1999, p. 15.
14
Mauro CAPPELLETTI: “L´attività e i poteri del giudice costituzionale in rapporto con il loro
fine generico” (Natura tendenzialmente discrezionale del provvedimento di attuazione della norma
costituzionale), en Scritti giuridici in memoria di Piero Calamandrei, vol. terzo, CEDAM, Padova, 1958,
pp. 83 y ss.; en concreto, p. 151.
15
Juan IGARTUA SALAVERRÍA: “Voto particular vs. tesis de la única solución correcta”. Estudio
introductorio a la obra de Francisco Javier Ezquiaga Ganuzas, El voto particular, CEC, Madrid, 1990,
pp. 11 y ss.; en concreto, p. 54.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1229
16
Sobre estos lejanos antecedentes históricos, puede verse el trabajo sobre la publicación de los
dissents de los jueces de la minoría del Juez del Tribunal Constitucional (Bundesverfassungsgericht,
BVerfG) Julius FEDERER: “Die bekanntgabe der abweichenden Meinung des überstimmten Richters”,
en Juristenzeitung, 1968, pp. 511 y ss.; en concreto, pp. 512-513.
17
Wolfgang HEYDE: Das Minderheitsvotum des überstimmten Richters, (Schriften zum deutschen
und europäischen Zivil–, Handels– und Prozessrecht), Verlag Ernst und Werner Gieseking, Bielefeld,
1966, p. 81.
18
Kurt H. NADELMANN: “The Judicial Dissent. Publication v. Secrecy”, en The American Journal
of Comparative Law, Vol. 8, 1959, pp. 415 y ss.; en concreto, p. 426.
1230 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
19
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, en
Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der Gegenwart, Band 19, 1970, pp. 201 y ss.; en concreto, p. 204.
20
En tal sentido, E. J. COHN: “Dissenting Opinions in German Law”, en The International and
Comparative Law Quarterly, Vol. 6, London, 1957, pp. 540 y ss.; en concreto, p. 540.
21
Gerd ROELLECKE: “Sondervoten”, en Festschrift 50 Jahre Bundesverfassungsgericht, Heraus-
gegeben von Peter Badura und Horst Dreier, Erster Band, Mohr Siebeck, Tübingen, 2001, pp. 363 y
ss.; en concreto, p. 366.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1231
22
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht (Die Verfassunsgerichtsbarkeit des Bundes
und der Länder), C.H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, 3. Auflage, München, 1991, p. 413.
23
Nos remitimos en este punto a otro trabajo de nuestra autoría. Cfr. Francisco FERNÁNDEZ
SEGADO: La Justicia Constitucional; una visión de Derecho Comparado, tomo I (Los sistemas de
justicia constitucional. Las <dissenting opinions>. El control de las omisiones legislativas. El control
de <comunitariedad>), Editorial Dykinson, Madrid, 2009, pp. 488 y ss.
24
Así, Jörg LUTHER: “L´esperienza del voto dissenziente nei paesi di lingua tedesca”, op. cit.,
pp. 242-243.
25
Ernst FRIESENHAHN: La Giurisdizione Costituzionale nella Repubblica Federale Tedesca, Giuffrè
Editore, Milano, 1973, p. 141. Puede verse asimismo en una versión muy próxima a la original de este
texto, “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, en la obra Verfassungs-
gerichtsbarkeit in der Gegenwart, Herausgegeben von Herman Mosler, Carl Heymanns Verlag KG,
Köln/Berlin, 1962, pp. 89 y ss.; en concreto, p. 189.
1232 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
saludada al otro lado del Atlántico con cierto alborozo, interpretándose que con
ella llegaba el instituto del dissent a los tribunales germanos26. Ciertamente, dos
Sondervoten fueron publicitados en relación a la mencionada sentencia, suscrito
cada uno de ellos por dos diferentes grupos de tres jueces cada uno.
El 26 de noviembre de 1957, el presidente del Tribunal Constitucional de
Baviera, Josef Wintrich, que poco tiempo después alcanzaría la Presidencia del
BVerfG, declaraba en un discurso, que la praxis de los votos disidentes no había
dado lugar a ningún inconveniente ni había producido una minusvaloración de
la autoridad del Tribunal27.
Bastantes años después, en 1982, obviamente ya institucionalizado el Sonder-
votum a nivel federal, el Land de Hamburgo consagraba legalmente este mismo
instituto en relación al Tribunal Constitucional del propio Land.
30
Cfr. al efecto Kurt H. NADELMANN: “Das Minderheitsvotum im Kollegialgericht–Bekanntgabe
oder Geheimhaltung?” (versión alemana del artículo en inglés, “The Judicial Dissent. Publication v.
Secrecy”, op. cit.), en Archiv des öffentlichen Rechts, Band 86, Heft 1, Juli 1961, pp. 39 y ss.; en concreto,
p. 56.
31
En la República de Weimar fue específicamente prohibida la formulación de votos disidentes
por el párrafo segundo del Art. 8 de la Geschäftsordnung des Staatsgerichtshofs, de 20 de septiembre
de 1921, órgano previsto por el Art. 108 de la Constitución del Reich de 1919, que venía a ejemplificar,
por las competencias que asumía, la tradicional concepción germana de la jurisdicción constitucional
como cauce de resolución de conflictos entre órganos supremos (Organstreit), que llega a nuestros días.
Cfr. al efecto, Giuseppe VOLPE: L´ingiustizia delle leggi (Studi sui modelli di giustizia costituzionale),
Giuffrè Editore, Milano, 1977, p. 166.
32
Arthur Von MEHREN: “The Judicial Process: A Comparative Analysis”, en The American Journal
of Comparative Law, Vol. 5, 1956, pp. 197 y ss.; en concreto, p. 208, nota 42.
1234 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
33
Kurt H. NADELMANN: “Das Minderheitsvotum im Kollegialgericht...”, op. cit., p. 58
34
Arthur T. Von MEHREN: “Constitutionalism in Germany–The First Decision of the New
Constitutional Court”, en The American Journal of Comparative Law, Vol. I, 1952, pp. 70 y ss.; en
concreto, p. 92.
35
Edward McWHINNEY: “Judicial Restraint and the West German Constitutional Court”, en
Harvard Law Review, Vol. 75, 1961-1962, pp. 5 y ss.; en concreto, pp. 6-7.
36
Arthur Von MEHREN: “The Judicial Process: A Comparative Analysis”, op. cit., pp. 197 y ss.;
en concreto, p. 208.
37
GEIGER: Gesetz über das Bundesverfassungsgericht (Textausgable), 1951, pp. IX y XXI. Del propio
autor, Gesetz über das Bundesverfassungsgericht (Kommentar), 1952. Cit. por Kurt H. NADELMANN:
“Non-Disclosure of Dissent in Constitutional Courts: Italy and West Germany”, op. cit., p. 271, nota
17.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1235
38
Kurt H. NADELMANN: “Das Minderheitsvotum im Kollegialgericht...”, op. cit., p. 55.
39
Kurt H. NADELMANN: “Non-Disclosure of Dissents in Constitutional Courts: Italy and West
Germany”, op. cit., p. 273.
1236 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
sition were heard”. Como resultado de ello, en el debate del texto legal en segunda
lectura hubo claros cambios de posicionamiento; algunos de los diputados que
se habían mostrado favorables al Sondervotum señalaron que no querían llevar
la cuestión más allá, decantándose por un debate más meditado del asunto en el
futuro. Así las cosas, la previsión inicial del texto gubernamental –que ignoraba
el instituto analizado– terminó normativizándose en la Deutsches Richtergesetz
de 8 de septiembre de 1961, estableciéndose que el juez no hablaría acerca de las
incidencias de la deliberación ni de la votación, ni tan siquiera después de que su
servicio como juez hubiese terminado.
La prescripción legal a que acabamos de referirnos no iba a ser tampoco
determinante, pues no cabe olvidar que se hallaba prevista en una ley dedicada a
los miembros de las jurisdicciones ordinarias, y es claro que el BVerfG se regía por
las propias. También aquí hubo disparidad de interpretaciones. Nadelmann se ha
hecho eco de ellas en sus documentadísimos trabajos40. Y así, en un comentario
inspirado con carácter oficial de la Ley sobre el estatuto de los jueces, escrito por
un miembro del staff del Ministerio de Justicia, se consideraba que el principio
del secreto era de aplicación a los jueces constitucionales porque las normas
relativas al Bundesverfassungsgericht establecían el secreto de la deliberación y
no había una mayoría parlamentaria que propiciara un cambio hacia el modelo
anglo-americano. La argumentación, a nuestro juicio, era bastante endeble. No
debe extrañar por ello que una interpretación contrapuesta fuera defendida por
buen número de autores, entre otros, por Heyde, en su Tesis Doctoral justamente
dedicada al instituto procesal en cuestión41. El razonamiento manejado por este
autor, a nuestro modo de ver, encerraba una lógica muy superior. Mientras las
normas relativas al BVerfG prescribían el secreto de las deliberaciones, no adop-
taban, sin embargo, ninguna posición respecto a la publicación de dissents, por
lo que las previsiones de la Deutsches Richtergesetz que entrañaban la prohibición
de su publicación eran incompatibles con el tratamiento dado a la cuestión por
la BVerfGG. En fin, no deja de ser significativo que la posición parlamentaria,
que en un primer momento parecía muy clara a favor del reconocimiento del
Sondervotum en el ámbito de los Tribunales Constitucionales alemanes, fuese
trastocada de alguna manera por los representantes de la Asociación alemana
de Jueces.
40
Cfr., en particular, Kurt H. NADELMANN: “Non-Disclosure of Dissents in Constitutional
Courts...”, op. cit., p. 274.
41
Wolfgang HEYDE: Das Minderheitsvotum des überstimmten Richters (Tesis Doctoral), Bonn,
1964, p. 148. Cit. por Kurt H. NADELMANN: “Non-Disclosure...”, op. cit., p. 274, nota 40.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1237
al año 1961 (volumen 86) dos artículos, uno de Nadelmann49 y otro de Zeidler50,
se ocupaban del problema. Este último autor era muy claro cuando señalaba,
que después de diez años de existencia del Tribunal y tras la consolidación de la
institución, debía de someterse a discusión la problemática que nos ocupa sine ira
et studio. Los partidarios de los votos divergentes (abweichenden Votums), añadía
Zeidler51, reenvían a la praxis de la Supreme Court, mientras que sus oponentes se
remiten a la tradición alemana. Ello no obstante, los argumentos esgrimidos por
unos y por otros son mucho más abundantes y diversos, como también muestra
el propio autor52, al igual que otros sectores de la doctrina53.
En 1966, como ya tuvimos oportunidad de mencionar, aunque fuera sólo de
modo tangencial, Wolfgang Heyde publicaba su Tesis Doctoral, que había sido
defendida poco más de tres años antes en la Universidad de Bonn54. Los argu-
mentos a que recurre el autor en apoyo del instituto eran ponderados, evitando
la irritación innecesaria de los opositores al mismo, presentándosenos a veces de
modo muy abierto y en otras ocasiones más solapadamente55.
El debate en cuestión no era peculiar tan sólo de Alemania, sino que se
presentaba como una discusión científica de más largo alcance, a la que aludían
Cappelletti y Adams cuando escribían: “Doctrinal movements in favor of publi-
cizing the dissenting opinions of constitutional judges are, however, gaining
strength in Italy and Germany”56. En similar dirección y por las mismas fechas,
Nadelmann efectuaba con gran seguridad un pronóstico inequívoco: “Sooner or
later, open dissents will be admitted, perhaps first in the constitutional courts”57.
Este autor llevaba a cabo bastante más que un pronóstico al poner de relieve
inmediatamente después que lo que él denominaba “the right to the open dissent”
había sido correctamente vinculado con la defensa de la democracia. La progresiva
expansión del sistema democrático presuponía por lo mismo, en coherencia con
tal razonamiento, la generalización de este instituto.
49
Kurt H. NADELMANN: “Das Minderheitsvotum im Kollegialgericht...”, op. cit., pp. 39 y ss.
50
Karl ZEIDLER: “Gedanken zum Fernseh-Urteil des Bundesverfassungsgericht”, en Archiv des
öffentlichen Rechts, 86. Band, Heft 4, Januar 1962, pp. 361 y ss.
51
Ibidem, p. 368.
52
Ibidem, pp. 366-369.
53
Entre la literatura jurídica de los años sesenta cabe destacar asimismo el trabajo publicado
por el Profesor de Tübingen, siendo ya juez constitucional, Hans G. RUPP: “Zur Frage der Dissenting
Opinion”, en Die Moderne Demokratie und ihr Recht. Festschrift für Gerhard. Leibholz zum 65.
Geburtstag, Herausgegeben von K. D. Bracher, Ch. Dawson, W. Geiger und R. Smend, J.C.B. Mohr
(Paul Siebeck), Tübingen, 1966, Zweiter Band, pp. 531 y ss.
54
Wolfgang HEYDE: Das Minderheitsvotum des überstimmten Richters (Schriften zum deutschen
und europäischen Zivil-, Handels- und Prozessrecht), Verlag Ernst und Werner Gieseking, Bielefeld,
1966.
55
Kurt H. NADELMANN: “Review” de la obra de Wolfgang HEYDE, Das Minderheitsvotum des
überstimmten Richters, en American Journal of Comparative Law, Vol. 15, 1966-1967, pp. 382 y ss.; en
concreto, p. 383.
56
Mauro CAPPELLETTI and John Clarke ADAMS: “Judicial Review of Legislation : European
Antecedents and Adaptations”, en Harvard Law Review, Vol. 79, 1965-1966, pp. 1207 y ss.; en concreto,
p. 1214, nota 22.
57
Kurt H. NADELMANN: “Non-Disclosure of Dissents...”, op. cit., p. 276.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1239
La Primera Sala (der Erste Senat) no hizo uso inmediato de tal facultad, a
diferencia de la Segunda (der Zweite Senat), que ya hizo público el resultado de
la votación de una sentencia de 11 de abril de 1967, menos, pues, de dos meses
después del acuerdo del Pleno. Recuerda Heyde62, que a partir de ese momento
la Segunda Sala siempre haría públicos los resultados de las votaciones de las
sentencias celebradas en su seno, lo que podía entenderse claramente, como
señalaba Forsthoff63, como un primer paso hacia la introducción de lo que el autor
alemán denominaba el dissenting vote.
El importante Plenum celebrado el 23 de junio de 1967, dando un paso más
en la dirección de la institucionalización del Sondervotum, se pronunció favo-
rablemente a la introducción del dissent por una mayoría de nueve jueces frente
a seis64.
Cuanto acaba de exponerse creemos que contribuye a explicar el por qué la
cuestión del dissent recabó una atención prioritaria por parte de la Deutschen
Juristentag. Friesenhahn, antiguo juez del BVerfG, que ya en su conocido libro
sobre la jurisdicción constitucional en la República Federal se había pronunciado,
a nuestro entender, favorablemente respecto de la institucionalización del Sonder-
votum65, fue uno de los expositores de la mencionada Asamblea, aduciendo que la
opinión disidente afectaba más bien a las convicciones que a la razón, lo que hacía
difícil a los partidarios de una u otra posición convencer a los que no compartían
su punto de vista. También intervendría en la Asamblea Konrad Zweigert, antiguo
Juez del BVerfG y en ese momento director del Max-Planck-Institut de Hamburgo,
quien, lisa y llanamente, propondría la introducción del Sondervotum en todos
los tribunales del país. No faltarían voces opuestas a ello, como la del juez federal
Rudolf Pehle66.
las posiciones expresadas muchos años atrás por otros sectores de la doctrina germana, como sería
el caso de Wolfgang HEYDE: “Dissenting Opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, en
Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der Gegenwart, Band 19, 1970, pp. 201 y ss.; en concreto, p. 214, o
el de Hans G. RUPP: “Zur Frage der Dissenting Opinion”, op. cit., p. 533.
62
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op. cit.,
p. 215.
63
Ernst FORSTHOFF: Der Staat der Industriegesellschaft, Beck´sche Verlagsbuchhandlung,
München, 1971. Manejamos la versión española, El Estado de la sociedad industrial, Instituto de
Estudios Políticos, Madrid, 1975, p. 215.
64
Jörg LUTHER (en “L´esperienza del voto dissenziente nei paesi di lingua tedesca”, op. cit.,
p. 246) recuerda que entre los jueces favorables estaban Julius Federer, Gerhard Leibholz y Hans
Georg Rupp, y entre los opuestos, Theodor Ritterspach.
65
Ernst FRIESENHAHN: Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland, Karl
Heymans Verlag K.G., Köln/Berlin, 1963. Manejamos la traducción italiana, La Giurisdizione Costitu-
zionale nella Repubblica Federale Tedesca, Giuffrè Editore, Milano, ristampa, 1973. A juicio del autor:
“Si chiede spesso proprio per la corti costituzionali, nell´interesse dell´evoluzione della giurisprudenza,
che le opinioni divergenti siano pubblicate, con o senza il nome del giudice dissenziente, con o senza
l´indicazione del numero dei voti con i quali è stata presa la decisione” (p. 141).
66
Cfr. al respecto, Julius FEDERER: “Die Bekanntgabe der abweichenden Meinung des übers-
timmten Richters”, en Juristen Zeitung, 23. Jahrgang, 1968, Nr. 15/16, pp. 511 y ss.: en concreto,
p. 511.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1241
67
Christian WALTER: “La pratique des opinions dissidentes en Allemagne”, en Cahiers du Conseil
constitutionnel, nº 8, Octobre 1999 à Février 2000, (estudios monográficos en relación al tema “Con-
tribution au débat sur les opinions dissidentes dans les juridictions constitutionnelles”, coordinado
por Dominique ROUSSEAU), pp. 1 y ss. del texto conseguido a través de la dirección electrónica del
Conseil constitutionnel (http://www.conseil-constitutionnel.fr); en concreto, p. 3.
68
Cabe recordar también, que el Juez del BVerfG Hugo Berger, al hilo de la Asamblea del
Juristentag, en un trabajo en el que se preguntaba acerca de si era recomendable la publicación de
las opiniones discrepantes de los jueces que no habían logrado la mayoría, iba a considerar que tal
publicación, para la gran masa de resoluciones judiciales, de las instancias intermedias e inferiores,
aparecía como poco realista, pero que, sin embargo, no se podía decir otro tanto respecto de las
instancias más elevadas. Más adelante, Berger iba a señalar que las convicciones jurídicas básicas
(“Die grundsätzliche Rechtsüberzeugung”) de las distintas personalidades de los jueces, en relación
a los grandes conceptos de la Constitución, se encontraban mejor en primer plano, lo que significaba
la publicidad del dissent. Hugo BERGER: “Empfiehlt sich die Bekanntgabe abweichender Meinungen
überstimmter Richter?”, en Neue Juristische Wochenschrift, 21. Jahrgang, Heft 21, 22 Mai 1968,
pp. 961 y ss.; en concreto, p. 966.
69
“Die Politik griff den Vorschlag des Juristentages –escribe Roellecke– sofort auf”. Gerd
ROELLECKE: “Sondervoten”, op. cit., p. 367.
70
Ernst FRIESENHAHN: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”,
en Verfassungsgerichtsbarkeit in der Gegenwart, herausgegeben von Herman Mosler, Carl Heymans
Verlag K.G., Köln/Berlin, 1962, pp. 89 y ss.; en concreto, pp. 188-189.
1242 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
71
Una detenida exposición del tema puede verse en Karl LOEWENSTEIN: “The Bonn Constitution
and the European Defense Community Treaties. A Study in Judicial Frustration”, en Yale Law Journal,
Vol. 64, 1954-1955, pp. 805 y ss.
72
Contemplada inicialmente la solicitud de opiniones consultivas por el Art. 97 de la BVerfGG,
una Ley de 21 de julio de 1956, de reforma de la precedente, derogó el Art. 97, quedando por lo tanto
suprimido este procedimiento, ciertamente discutible según el tipo de normas objeto de la consulta.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1243
73
Loewenstein se mostraría crítico al respecto: “the resolution of the Court that a plenary advisory
opinion is binding on both Senates is subject to grave legal doubts”. Karl LOEWENSTEIN: “The Bonn
Constitution and the European Defense Community Treaties...”, op. cit., p. 812.
74
Hans G. RUPP: “Judicial Review in the Federal Republic of Germany”, en The American Journal
of Comparative Law, Vol. 9, 1960, pp. 29 y ss.; en concreto, p. 45.
1244 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
75
El Juez Willi Geiger haría público que había escrito 14 votos disidentes secretos. Y en 1979,
Ernst Friesenhahn publicaba su dissent secreto, presentado precisamente en la Konkordatsurteil.
76
Kurt H. NADELMANN, en su “Review” de la obra de Wolfgang Heyde, op. cit., p. 384.
77
Jörg LUTHER: “L´esperienza del voto dissenziente nel Bundesverfassungsgericht”, en la obra
L´opinione dissenziente, a cura di Adele Anzon, Giuffrè Editore, Milano, 1995, pp. 259 y ss.; en concreto,
pp. 275-276.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1245
II. El régimen jurídico de ejercicio del instituto iba a ser desarrollado por
medio de un Reglamento especial de procedimiento (Verfahrensordnung) de 27 de
enero de 1971, posteriormente modificado e incorporado al Reglamento general
(Geschäftsordnung)81. A tenor de la mencionada reglamentación82:
1) El voto separado, en el que un juez redacta la propia opinión disidente, sos-
tenida durante la discusión, en discrepancia con la decisión o con la motivación,
78
En su dicción original, posteriormente objeto de alguna modificación, el precepto quedaba
así redactado: “Ein Richter kann seine in der Beratung vertretene abweichende Meinung zu der
Entscheidung oder zu deren Begründung in einem Sondervotum niederlegen; das Sondervotum ist
der Entscheidung anzuschliessen. Die Senate können in ihren Entscheidungen das Stimmenverhältnis
mitteilen. Das Nähere regelt eine Verfahrensordnung, die das Plenum des Bundesverfassungsgerichts
beschliesst”.
79
Análogamente, Gerd ROELLECKE: “Sondervoten”, op. cit., p. 365.
80
La sentencia de la Sala Segunda (Urteil des Zweiten Senats), de 15 de diciembre de 1970, puede
verse en Entscheidungen des Bundesverfassungsgerichts, 30. Band, J. C. B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1971, pp. 1 y ss.; los “Sondervoten”, en pp. 33 y ss. Este voto particular, suscrito por tres
Jueces, estaba detallada y extensamente fundamentado, hasta el extremo de que ocupaba justamente
una extensión igual a la mitad de la que abarcaba la sentencia.
81
El texto actualizado del Geschäftsordnung des Bundesverfassungsgerichts, de 15 de diciembre
de 1986, en la versión publicada el 7 de enero de 2002, puede verse en Hans LECHNER und Rüdiger
ZUCK: Bundesverfassungsgerichtsgesetz. Kommentar, 5. Auflage, Verlag C.H. Beck, München, 2006,
pp. 713 y ss.
82
Este texto es nuestra traducción de la versión italiana que del texto alemán recoge Jörg LUTHER,
en “L´esperienza del voto dissenziente...”, op. cit., pp. 247-248.
1246 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
debe ser presentado al presidente de la Sala dentro de las tres semanas posteriores
a la redacción de la decisión. La Sala puede ampliar este plazo.
2) Cualquiera que desee depositar un voto separado debe comunicarlo a la
Sala en cuanto el desarrollo de la discusión lo permita.
3) Si es depositado un voto separado relativo a una sentencia, el presidente de
la Sala debe dar cuenta del mismo durante la lectura pública de aquélla. Posterior-
mente, el juez puede comunicar el contenido esencial del propio voto separado.
4) El voto separado viene notificado conjuntamente con la decisión.
5) El voto separado debe publicarse en la colección oficial de decisiones del
Tribunal Constitucional Federal, en un apéndice a la decisión con el nombre del
juez.
6) Las disposiciones precedentes se aplican de modo análogo a los votos
separados en discrepancia con las decisiones del Plenum.
III. Varios aspectos son de destacar del régimen jurídico expuesto. Procede-
mos a exponerlos sistematizadamente, partiendo de la idea, que puede parecer
obvia, no obstante lo cual es subrayada de modo específico en el bien conocido
comentario de Maunz83, de que se trata de un derecho, pero ninguna obligación
hay sobre un Sondervotum (“aber keine Pflicht zu einem Sondervotum”).
83
Bundesverfassungsgerichtsgesetz. Kommentar, razonado por (“begründet von”) Theodor MAUNZ,
y continuado por Bruno SCHMIDT-BLEIBTREU, Franz KLEIN, Gerhard ULSAMER, Herbert BEIHGE
y Klaus WINTER, C.H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, München, Dezember 1993, Artículo 30,
p. 10.
84
Jörg LUTHER: “L´esperienza del voto dissenziente...”, op. cit., p. 248.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1247
85
Ernst-Gottfried MAHRENHOLZ: “Das richterliche Sondervotum”, en Rechtsprechungslehre
(Zweites Internationales Symposium. Münster 1988), Herausgegeben von Werner Hoppe, Werner
Krawietz und Martin Schulte, Carl Heymanns Verlag KG, Köln/Berlin/Bonn/München, 1992, pp. 167
y ss; en concreto, p. 169.
86
Klaus SCHLAICH y Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung. Verfahren.
Entscheidungen, 5. Auflage, Verlag C. H. Beck, München, 2001, p. 38.
87
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht, 3. Auflage, C. H. Beck´sche Verlagsbuch-
handlung, München, 1991, p. 292.
88
El texto de este Reglamento puede verse en Theo ÖHLINGER und Martin HIESEL: Verfahren vor
den Gerichtshöfen des öffentlichen Rechts, Band I (Verfassungsgerichtsbarkeit), Manzsche Verlags- und
Universitätsbuchhandlung, Wien, 2001, pp. 629 y ss.
1248 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
89
Hans LECHNER und Rüdiger ZUCK: Bundesverfassungsgerichtsgesetz, Kommentar, 4. Auflage,
C. H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, München, 1996, p. 182.
90
Críticamente al respecto se ha manifestado Theodor RITTERSPACH: “Gedanken zum Sondervo-
tum”, en Festschrift für Wolfgang Zeidler, Herausgegeben von Walther Fürst, Roman Herzog und Dieter
C. Umbach, Walter de Gruyter, Berlin/New York, 1987, Band 2, pp. 1379 y ss. El propio Ritterspach
admite (en p. 1389) el carácter escéptico de sus reflexiones (“skeptischen Betrachtungen”).
91
Hans LECHNER und Rüdiger ZUCK: Bundesverfassungsgerichtsgesetz. Kommentar, 5. Auflage,
Verlag C.H. Beck, München, 2006, p. 168.
92
Bundesverfassungsgerichtsgesetz. Kommentar, begründet von Theodor MAUNZ, op. cit., Art. 30,
p. 10.
93
Adele ANZON: “Forma delle sentenze e voti particolari. Le esperienze di giudici costituzionali
e internazionali a confronto”, en Politica del Diritto, Anno XXV, nº 2, Giugno 1994, pp. 229 y ss.; en
concreto, p. 233.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1249
los miembros del colegio judicial. Como dice Geiger94, ello encuentra su razón
de ser en que con tal principio de secreto se pretende asegurar el libre y sereno
desarrollo de la discusión en el interior del órgano judicial. Formalmente, ello es
cierto, pero qué duda cabe que la publicidad de las posiciones disidentes relativiza
notablemente la sustancia del mencionado principio.
europeos, como sería el caso de España, al que nos referiremos, a efectos tan sólo
comparativos, más adelante. Se ha subrayado asimismo99, que en Alemania el
recurso al dissent ha ido progresivamente decreciendo, lo que contrastaría con
lo que ha sucedido en los Estados Unidos. Sin embargo, esa apreciación puede
ser válida para una determinada etapa, pero por los datos que más adelante faci-
litaremos, no lo sería con carácter absolutamente general, pues hay oscilaciones
dignas de ser tenidas en cuenta.
Frente al inicio podríamos decir que fulgurante de la institución, con la
presentación de 12 Sondervoten en 1971, sobre un total de 72 resoluciones judi-
ciales de los dos Senaten, lo que equivalía a un 16,6 por 100, el número descendió
notablemente en años posteriores: 3 Sondervoten en 1972; 8 en 1973; 6 en 1974; 5
en 1975... Zierlein facilita unos datos muy precisos sobre el recurso a este instituto
procesal en el período que media entre el 15 de diciembre de 1970 (fecha, como
ya se ha visto, de la primera decisión del BVerfG que fue objeto de opiniones
discrepantes) y el final del año 1979100, atendiendo lógicamente a las resoluciones
de las dos Salas (Senaten) integrantes del Tribunal. En ese período se presentaron
un total de 56 Sondervoten sobre un montante total de 659 resoluciones del
Tribunal (entendemos que el autor se está refiriendo tanto a las sentencias, Urteil,
como a las resoluciones que podríamos equiparar a nuestros autos, Beschluss), lo
que equivale a un 8,5 por 100. No deja de sorprender el hecho de que mientras en
Las estadísticas son inapelables y Pritchett lo corrobora cumpidamente cuando escribe: “The
statistics show, in fact, that from a quantitative point of view at least, the reorganized Supreme
Court has become by far the most badly divided body in the history of that institution”. C. Herman
PRITCHETT: “The coming of the new dissent: the Supreme Court, 1942-1943”, en The University of
Chicago Law Review, Vol. 11, 1943-1944, pp. 49 y ss.; en concreto, p. 49.
Nos haremos eco de algunos datos estadísticos ofrecidos por uno de los mejores conocedores del
instituto del dissent. Según ZoBell, si en 1937 el porcentaje de nonunanimous opinions había alcanzado
el 27 por 100, en 1938 ya llegaba al 34 por 100; en 1942, al 44 por 100; en 1943, al 58 por 100; en
1946, al 64 por 100; en 1948, al 75 por 100, y en 1952, al 78 por 100. Karl M. ZoBELL: “Division of
opinion in the Supreme Court: a history of judicial desintegration”, en Cornell Law Quarterly, Vol. 44,
1958-1959, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 205.
Por nuestra parte, atendiendo a los datos que ofrece la Harvard Law Review, que a partir de su
volumen 64 (1950-1951) comenzó a publicar una utilísima sección dedicada a las estadísticas de la
Supreme Court, hemos elaborado unos cuadros estadísticos anuales que, comenzando en 1949, llegan
hasta el año 2004 (Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una
visión de Derecho comparado, op. cit., tomo I, pp. 349-353). Asimismo, hemos confeccionado un cuadro
en el que periodificamos tales datos estadísticos por decenios y por etapas de la Corte, que atienden a
la figura del Chief Justice (Ibidem, p. 354). Reflejaremos ahora, muy sintéticamente, algunos de esos
datos. En el período 1981-1989, el porcentaje de full opinions unánimes fue tan sólo del 23,4 por 100;
en el período 1990-1999, del 32,2 por 100, y en el período 2000-2004, ese porcentaje se elevó al 33,7
por 100. Quiere ello decir que, grosso modo, en el cuarto de siglo analizado, no más de un 30 por 100
de las full opinions de la Corte Suprema norteamericana se han adoptado por unanimidad, contando
el 70 por 100 restante con algún dissent o concurrence.
99
Walter lo ha puesto claramente de relieve. Cfr. al efecto, Christian WALTER: “La pratique des
opinions dissidentes en Allemagne”, op. cit., p. 3.
100
Cfr. al efecto Karl-Georg ZIERLEIN: “Erfahrungen mit dem Sondervotum beim Bundesverfas-
sungsgericht”, en Die Öffentliche Verwaltung, 34. Jahrgang, 1981, pp. 83 y ss.; en concreto, en la p. 89
puede verse el cuadro primero (Übersicht 1) relativo a los “Veröffentliche Sondervoten zu Entschei-
dungen des BVerfG”, esto es, referente a los Sondervoten publicados respecto de las resoluciones del
Tribunal.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1251
la Primera Sala tan sólo fueron formalizados 11 votos particulares, ese número
ascendió a 45 en la Segunda, siendo el número de resoluciones de ambas Salas
muy semejante (319 en la Primera frente a 340 en la Segunda).
Ese porcentaje se iba a mantener en términos no muy diferentes en los años
sucesivos, incluso con una clara tendencia a la baja. Así, por poner un ejemplo,
Jutta Limbach, quien fuera Presidenta del BVerfG, ponía de relieve en 1998 que
el porcentaje de Sondervoten ese mismo año no había excedido del 6 por 100 del
total de las resoluciones dictadas por el Tribunal Constitucional.
Por nuestra parte, atendiendo a los datos que periódicamente facilita el
volumen de registro (Registerband) de las decisiones del BVerfG, que compendia
a su vez los datos facilitados cada 10 volúmenes de la colección de decisiones
dictadas en sede constitucional que se publican en Tübingen, hemos realizado unos
cálculos que, en relación a las decisiones dictadas entre el 20 de marzo de 1979
(Beschluss) y el 14 de septiembre de 1989 (Beschluss)101, nos ofrecen estos datos:
en el período delimitado, algo superior a un decenio, el Bundesverfassungsgericht
dictó un total de 697 decisiones (Urteil und Beschluss); en 38 de ellas hubo uno
o más votos discrepantes, lo que se traduce en un porcentaje de un 5,45 por 100,
cifra ciertamente reducida.
De modo sin embargo un tanto sorprendente, en nuestro análisis del período
que inicia la decisión de 27 de enero de 2004 y cierra la de 11 de marzo de 2008
(decisiones comprendidas en los volúmenes 111 a 120 de la antes mencionada
colección)102, los datos han variado significativamente. En los poco más de cuatro
años cubiertos, el Tribunal ha dictado un total de 123 decisiones, 19 de las cuales
han contado con uno o más Sondervoten, lo que entraña un porcentaje del 15,44
por 100, casi tres veces superior al período precedentemente analizado. Este
porcentaje, curiosamente, se aproxima mucho al equivalente español del período
que media entre los años 2000 y 2006103.
101
Hemos atendido al respecto a los siguientes tres volúmenes: Registerband zu den Entscheidungen
des Bundesverfassungsgerichts, Band 51-60 (J.C.B. Mohr - Paul Siebeck, Tübingen, 1983); Band 61-70
(J.C.B. Mohr – Paul Siebeck, Tübingen, 1987), y Band 71-80 (J.C.B. Mohr – Paul Siebeck, Tübingen,
1990).
102
Hemos atendido al efecto al Registerband zu den Entscheidungen des Bundesverfassungsgerichts,
Band 111-120, Mohr Siebeck, Tübingen, 2009; la relación de abweichende Meinungen, en pp. 15-17.
103
Según los datos que hemos calculado personalmente, atendiendo a las sentencias dictadas en
todo tipo de procedimientos por el Tribunal Constitucional español, en el año 2000, el porcentaje
de sentencias con votos particulares fue de un 17,0 por 100; en el 200l, de un 15,0 por 100; en el año
2002, de un 11,3 por 100; en el 2003, de un 13 por 100; en el 2004, de un 20,4 por 100; en el 2005, de
un 17,8 por 100, y en el año 2006, de un 18,9 por 100. Totalizando los siete años, nos encontramos con
que el Tribunal dictó en ese período un total de 1.983 sentencias, de ellas 328 incluyendo algún voto
particular, lo que se traduce en 16,5 por 100 del total. Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO:
La Justicia Constitucional: una visión de Derecho comparado, op. cit., tomo I, pp. 435 y ss. Salvo alguna
excepción, como aconteció en 1981, año en que el porcentaje de sentencias constitucionales que
incluían algún voto particular llegó a ser de un 23,8 por 100, como regla general, ese porcentaje ha sido
bastante más bajo. Y así, por ofrecer un dato significativo, para el período 1981-1994, Luatti señala
que se formularon opiniones discrepantes en un total de 245 sentencias sobre un montante global de
2.854, lo que, porcentualmente, significa un 8,5 por 100. Lorenzo LUATTI: Profili costituzionali del
1252 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
voto particolare (L´esperienza del Tribunale Costituzionale spagnolo), Giuffrè Editore, Milano, 1995,
pp. 311 y ss.
104
Gerd ROELLECKE: “Sondervoten”, op. cit., pp. 380-381.
105
Así lo constata Adele ANZON: “Forma delle sentenze e voti particolari. Le esperienze di giudici
costituzionali e internazionali a confronto”, en Politica del Diritto, Anno XXIII, nº 2, Giugno 1992,
pp. 209 y ss.; en concreto, p. 233. Este artículo también puede verse publicado en la obra L´opinione
dissenziente, a cura di Adele Anzon, Giuffrè Editore, Milano, 1995, pp. 429 y ss.
106
Josef ISENSEE: “Bundesverfassungsgericht–quo vadis?”, en Juristen Zeitung, 51. Jahrgang,
22. November 1996, pp. 1085 y ss.; en concreto, p. 1087.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1253
107
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung. Verfahren.
Entscheidungen, 5. Auflage, Verlag C. H. Beck, München, 2001, p. 40.
108
Jörg LUTHER: “L´esperienza del voto dissenziente nel Bundesverfassungsgericht”, op. cit.,
p. 270.
109
Adele ANZON: “Per l´introduzione dell´opinione dissenziente dei giudici costituzionali”, op.
cit., p. 340.
110
Wilhelm Karl GECK: “Wahl und Status des Bundesverfassungsrichter”, en Handbuch des
Staatsrechts der Bundesrepublik Deutschland, Herausgegeben von Josef Isensee und Paul Kirchhof,
1254 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
115
Peter HÄBERLE: “Los derechos fundamentales en el espejo de la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional Federal alemán. Exposición y crítica”, en Revista de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Granada, 3ª época, nº 2, 1999, pp. 9 y ss.; en concreto, pp. 14-15. Asimismo, en “La
jurisdicción constitucional institucionalizada en el Estado constitucional”, en Anuario Iberoamericano
de Justicia Constitucional, nº 5, 2001, pp. 169 y ss.; en concreto, p. 180.
116
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op. cit.,
p. 217.
117
Particularmente significativa al efecto es la posición de uno de los mejores conocedores del
instituto en Norteamérica, Musmanno. “If there were no dissenting opinions , –escribe el citado
autor– court opinions would bear the imprimatur of infallibility which no one would dare to criticize.
This would mean that court decisions would be immune from the principle of government which
controls every American institution, namely, that of checks and balances. Without the checks and
balances of dissenting opinions, error could be exalted, mistakes glorified, indifference encouraged
and eventually injustice become commonplace”. Michael A. MUSMANNO: “Dissenting Opinions”,
en Kansas Law Review, Vol. 6, 1957-1958, pp. 407 y ss.; en concreto, p. 416.
118
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht, 3. Auflage, C.H. Beck´sche Verlagsbuch-
handlung, München, 1991, p. 292.
119
Bundesverfassungsgerichtsgesetz. Kommentar, begründet von Theodor MAUNZ, op. cit., Art. 30,
p. 10.
1256 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
120
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opionions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op.
cit., p. 219.
121
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht, op. cit., p. 293.
122
Gerd ROELLECKE: “Sondervoten”, op. cit., p. 382.
123
Roger J. TRAYNOR: “Some open questions on the work of State appellate Courts”, en The
University of Chicago Law Review, Vol. 24, 1956-1957, pp. 211 y ss.; en concreto, p. 218.
124
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op. cit.,
p. 218.
125
Costantino MORTATI: “Le opinioni dissenzienti dei giudici costituzionali ed internazionali”, en
Problemi di Diritto pubblico nell´attuale esperienza costituzionale repubblicana (Raccolta di Scritti – III),
Giuffrè Editore, Milano, 1972, pp. 847 y ss.; en concreto, pp. 869-870.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1257
consideraba desde la óptica sustancial, era claro que la misma no podía depender
del hecho puramente numérico de los votos que la sustentan, “bensì sul rigore
dell´argomentazione che sostiene la sentenza”. En una dirección muy próxima se
iba a manifestar, como antes anticipábamos, Schlaich126, que aún admitiendo que
el Sondervotum sacrifica ciertamente algo de la colegialidad, entendía que, ello no
obstante, no debilita la autoridad de la sentencia constitucional, tesis reiterada
(“Das Sondervotum... es schwächt aber nicht die Autorität der Gerichtsentschei-
dung”) en la ya clásica obra del propio autor y de su discípulo, el Prof. Korioth,
sobre el BVerfG127, que complementan con la reflexión de que el Sondervotum se
limita a exteriorizar que la discusión jurídica de los problemas constitucionales
sigue abierta.
C) El tercer bloque argumental tiene que ver con la aplicación judicial del De-
recho. Un primer argumento es el de que el dissent contribuye al dinamismo de la
126
Klaus SCHLAICH: “Corte costituzionale e controllo sulle norme nella Repubblica Federale
di Germania”, en Quaderni Costituzionali, Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 557 y ss.; en concreto,
p. 564.
127
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung. Verfahren.
Entscheidungen, op. cit., p. 37.
128
Richard B. STEPHENS: “The function of concurring and dissenting opinions in courts of last
resort”, en University of Florida Law Review, Vol. V, 1952, pp. 394 y ss.; en concreto, p. 410.
129
Wilhelm Karl GECK: “Wahl und Status der Bundesverfassungsgericht”, op. cit., p. 731.
130
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op. cit.,
p. 225.
1258 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
131
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op. cit.,
p. 217.
132
Bruno HEUSINGER: “Überlastung der Zivilsenate des Bundesgerichtshofes und Mittel zur
Abhilfe”, en Zeitschrift für Zivilprozess, 76. Band, Heft 5/6, Dezember 1963, pp. 321 y ss.; en concreto,
p. 338.
133
Zeidler habló en Alemania, antes de que se institucionalizara el Sondervotum, de “la válvula
de los votos discrepantes” (“das Ventil des abweichenden Votums”). Karl ZEIDLER: “Gedanken zum
Fernseh-Urteil des Bundesverfassungsgerichts”, en Archiv des öffentlichen Rechts, 86. Band, 1961, pp.
361 y ss.; en concreto, p. 368.
134
Jesse W. CARTER: “Dissenting Opinions”, en Hastings Law Journal, Vol. 4, 1952-1953, pp. 118
y ss.; en concreto, p. 119.
135
Giuliano AMATO: “Osservazioni sulla <dissenting opinion>”, en la obra Le opinioni dissenzienti
dei giudici costituzionali ed internazionali, a cura di Costantino MORTATI, Giuffrè Editore, Milano,
1964, pp. 21 y ss.; en concreto, pp. 22-23.
136
Así lo reconocen, entre otros muchos, Karl M. ZoBELL, en su clásico y documentadísimo
trabajo “Division of opinion in the Supreme Court: a history of judicial desintegration”, en Cornell
Law Quarterly, Vol. 44, (Ithaca, New York), 1958-1959, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 202.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1259
Frederick Pollock en 1919137. Nadie, dirá otro gran Associate Justice, Cardozo138,
combatió más eficazmente que él la represión de una fórmula y la tiranía de los
tópicos y de las etiquetas (“the tyranny of tags and tickets”).
A partir de las premisas que preceden, se comprende que amplios sectores de
la doctrina reivindiquen la bondad del dissent como instrumento que coadyuva
muy positivamente a esa lectura plural del ordenamiento desde la luz que le
proporcionan los principios y valores constitucionales. En tal dirección se sitúan
en Alemania Schlaich y Korioth, para quienes la introducción del Sondervotum
es la expresión, a nivel de organización procesal, del pluralismo inequívocamente
presente en muchos sectores del Derecho constitucional, bien bajo el perfil meto-
dológico, bien como resultado de la interpretación constitucional (“Pluralismus
in Methode und Ergebnis der Verfassungsinterpretation”)139. En similar dirección,
Luther entiende140, que el dissent responde a una exigencia objetiva de dar expre-
sión procesal a la idea de desarrollo de la Constitución, garantizando no sólo la
estática de sus decisiones, sino también su dinámica y, con ella, su carácter abierto.
La mejora de la calidad de la argumentación y de la propia jurisprudencia es
otro argumento muy reiterado por quienes apoyan el instituto que nos ocupa, y
también reconducible a este bloque. Esta consideración está muy extendida. El
actual Justice de la Supreme Court Antonin Scalia escribió hace no muchos años141:
“The most important effect of a system permitting dissents and concurrences is
to improve the majority opinion”. Este punto de vista ha encontrado numerosos
adeptos entre la doctrina alemana.
En la importante obra que dirigiera Maunz, se aduce que quien esgrime
un voto particular no es ningún mal perdedor, sino que documenta en primer
lugar la calidad e intensidad de la argumentación interna del Tribunal (“die
Qualität und Intensität der gerichtsinternen Argumentation”), y además, más
detalladamente y con más meticulosidad de como figura en la propia decisión
mayoritaria142. Más adelante, se añade143, que las opiniones divergentes (“die
abweichenden Auffassungen”) suponen aportaciones a la discusión pública
137
Carta de Holmes a Sir Frederick Pollock, fechada el 26 de mayo de 1919. Puede verse en
Holmes-Pollock Letters, Vol. 2º, 2ª ed., 1961, p. 13. Cit. por Bernard SCHWARTZ: “The Judicial Ten:
America´s Greatest Judges”, en Southern Illinois University Law Journal, Vol. 4, 1979, pp. 405 y ss.;
en concreto, p. 423, nota 136. Hay una versión española de este trabajo con el título, Los diez mejores
jueces de la Historia norteamericana, Cuadernos Civitas, Madrid, 1980.
138
Benjamin Nathan CARDOZO: “Mr. Justice Holmes”, en Harvard Law Review, Vol. XLIV, 1930-
1931, pp. 682 y ss.; en concreto, p. 688.
139
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung. Verfahren.
Entscheidungen, op. cit., p. 37.
140
Jörg LUTHER: “L´esperienza del voto dissenziente nel Bundesverfassungsgericht”, en la obra
L´opinione dissenziente, a cura di Adele ANZON, Giuffrè Editore, Milano, 1995, pp. 259 y ss.; en
concreto, p. 277.
141
Antonin SCALIA: “Remarks on Dissenting Opinions”, en la obra L´opinione dissenziente, a cura
di Adele ANZON, Giuffrè Editore, Milano, 1995, pp. 411 y ss.; en concreto, p. 422.
142
Bundesverfassungsgerichtsgesetz. Kommentar, begründet von Theodor MAUNZ, op. cit., Art. 30,
p. 7.
143
Ibidem, Art. 30, p. 10.
1260 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
144
Wolfgang HEYDE: “Dissenting opinions in der deutschen Verfassungsgerichtsbarkeit”, op. cit.,
p. 218.
145
Christian WALTER: “La pratique des opinions dissidentes en Allemagne”, op. cit., p. 4.
146
Klaus SCHLAICH y Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht. Stellung. Verfahren.
Entscheidungen, op. cit., p. 39.
147
Karl-Heinz MILLGRAMM: Separate Opinions und Sondervotum in der Rechtsprechung des
Supreme Court und des Bundesverfassungsgerichts, 1985, pp. 65 y ss. Cit. por Christian WALTER: “La
pratique des opinions dissidentes en Allemagne”, op. cit., p. 5.
148
Julius FEDERER: “Die Bekanntgabe der abweichenden Meinung des überstimmten Richters”,
op. cit., p. 521.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1261
149
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, op. cit., p. 845.
150
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”,
en Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Christian Starck/Albrecht Weber (Hrsg.), Teilband I
(Berichte), 2. Auflage, Nomos, Baden-Baden, 2007, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 59. En versión española,
“La Jurisdicción constitucional de la República Federal de Alemania”, en Anuario Iberoamericano de
Justicia Constitucional, nº 7, 2003, pp. 495 y ss.; en concreto, p. 524.
151
Josef ISENSEE: “Bundesverfassungsgericht–quo vadis?”, en Juristen Zeitung, 51. Jahrgang,
22. November 1996, pp. 1085 y ss.; en concreto, p. 1087.
1262 LA RECEPCIÓN DEL SONDERVOTUM EN ALEMANIA
152
Matthew P. BERGMAN: “Dissent in the Judicial Process: Discord in Service of Harmony”, en
Denver University Law Review, Vol. 68, 1991, pp. 79 y ss.; en concreto, p. 89.
153
Karl M. ZoBELL: “Division of opinion in the Supreme Court: a history of judicial desintegration”,
en Cornell Law Quarterly, Vol. 44, 1958-1959, , pp. 186 y ss.; en concreto, p. 213.
154
Cfr. al efecto, Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozessrecht..., op. cit., p. 519.
155
Gerd ROELLECKE: “Sondervoten”, op. cit., p. 368.
156
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, op. cit., p. 846.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1263
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QUINTA PARTE
SUMARIO
RESUMEN
ABSTRACT
The author presents some constitutional rulings’ peculiarities. They are the out-come of
a whole series of circumstances, particularly: the specific features of the constitutional
procedure (an objective process) and, especially, the Constitutional Court’s functions in
the normative system.
The author finishes that some effects of the unconstitutionality rulings, for example
the understanding that the unconstitutional law is void ab initio and for that reason
the subsequent retroactivity effect must be understood with a relativity vision keeping
out any absolutism. Coherently with this understanding, the author considers that the
Constitutional Court must assume a clear capacity of weighing and decision.
Key words: Constitutional Court, constitutional ruling, effects of the constitutional rulings,
res iudicata, void ab initio, retroactivity.
1
José ALMAGRO NOSETE (con la colaboración de Pablo Saavedra Gallo): Justicia Constitucional
(Comentarios a la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional) 2ª ed., Tirant lo Blanch, Valencia, 1989,
p. 261.
2
Marco RUOTOLO: La dimensione temporale dell’invalidità della legge, CEDAM, Padova, 2000,
p. 240.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1271
Hace ya medio siglo Leibholz escribía algo que, no obstante el tiempo transcu-
rrido, sigue teniendo perfecta vigencia: «Gewiß sind die Verfassungsgerichte Ge-
richte, und zwar selbständige und unabhängige Gerichte, die wie andere Gerichte
eine rechtsprechende Tätigkeit im materiellen Sinne entfalten und Rechtsfragen
zu entscheiden haben»3. (Indudablemente, el Tribunal Constitucional es un
Tribunal, un Tribunal independiente y autónomo, que, como otros Tribunales,
desarrolla una actividad jurisprudencial en sentido material y que tiene que decidir
sobre cuestiones jurídicas). Esta reflexión, al igual que otras4, ilustran acerca de
la arraigada idea existente en Alemania e Italia, en los inicios de sus respectivos
sistemas constitucionales subsiguientes a la segunda guerra mundial, respecto a
la naturaleza jurisdiccional de los órganos creados por los constituyentes con la
finalidad básica de salvaguardar la primacía normativa de la Constitución. Esta
idea creemos que ha arraigado como si de un auténtico dogma se tratara.
3
Gerhard LEIBHOLZ: “Einleitung”, en “Der Status des Bundesverfassungsgerichts” (Gutachten,
Denkschriften und Stellungnahmen mit einer Einleitung), en Jahrbuch des Öffentlichen Rechts der
Gegenwart, Band 6, 1957, pp. 110 y ss.; en concreto, p. 111.
4
También en Italia la «jurisdiccionalidad» del órgano equivalente se admitía sin ambages. Ya
en 1954, antes de que iniciase su andadura la Corte costituzionale, Pierandrei se pronunciaba en esa
dirección, defendiendo la naturaleza jurisdiccional de la actividad desempeñada por la «justicia
constitucional». “Quando si dice che essa assicura la «garanzia giudiziaria» della costituzione e che
gli organi i quali la esercitano tutelano la costituzione con criterî e metodi giurisdizionali, si esprime
un concetto in cui si riflette fedelmente la realtà positiva; è invece opinione sostanzialmente inesatta
quella di coloro che, facendo riferimento ai peculiari atteggiamenti della «giustizia costituzionale»
ma attribuendo loro una importanza eccessiva, negano che essa sia una «giustizia» vera e propria”.
Franco PIERANDREI: “Le decisioni degli organi della «Giustizia costituzionale» (Natura, efficacia,
esecuzione)”, en Rivista Italiana per le Scienze Giuridiche, Serie III, Anno VIII, Volume VII, 1954, pp.
101 y ss.; en concreto, p. 101.
1272 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
5
Nicola JAEGER: “Sui limiti di efficacia delle decisioni della Corte costituzionale”, en Rivista di
Diritto Processuale, anno XIII, nº 3, Luglio/Settembre 1958, pp. 364 y ss.; en concreto, p. 372.
6
Mauro CAPPELLETTI: “Des juges législateurs?” (Étude dédiée à la mémoire de Tullio Ascarelli
et d’Alessandro Pekelis). Recogido en la obra recopilatoria de artículos del autor, Le pouvoir des juges,
Economica/Presses Universitaires d’Aix-Marseille, Paris, 1990, pp. 23 y ss.; en concreto, pp. 70-71.
7
Cfr. al respecto Erwin N. GRISWOLD: “Lon Luvois Fuller – 1902-1978”, en Harvard Law Review,
volume 92, 1978-1979” pp. 351-352.
8
«If, on the other hand, –escribe Fuller– we start with the notion of a process of decision in
which the affected party’s participation consists in an opportunity to present proofs and reasoned
arguments, the office of judge or arbitrator and the requirement of impartiality follow as necessary
implications». Lon L. FULLER: “The Forms and Limits of Adjudication”, en Harvard Law Review,
volume 92, 1978-1979, pp. 353 y ss.; en concreto, p. 365.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1273
quindi del processo”9. Puede sorprender que aludamos a estas máximas, más
aún si se piensa que los procesos de control normativo son procesos sin partes
propiamente dichas, o lo que es igual, sin partes empeñadas en la defensa de un
interés propio o subjetivo. Y ciertamente es así, como vamos a ver con más detalle
con posterioridad. Pero aún siendo así, no nos cabe duda de que las reglas que tales
aforismos identifican han de ser inexcusablemente respetadas. Y no siempre ni en
todo lugar lo son. Como prueba de ello nos referiremos a dos ejemplos puntuales.
El Tribunal Constitucional húngaro ha sido dotado de una autoridad ex officio
que le permite intervenir en ciertos asuntos al margen de la existencia de una
demanda que inste su intervención. En efecto, el art. 49.1 de la Ley nº XXXII,
de 1989, del Tribunal Constitucional magiar10, dispone que el procedimiento de
fiscalización de la inconstitucionalidad por omisión, como también el procedi-
miento de control de la convencionalidad (que puede llevarse a cabo tanto por
acción como por omisión), pueden iniciarse de oficio, por el propio Tribunal
Constitucional. Un antecedente de esta particularidad procesal, que sin embargo
tiene a los efectos de nuestro estudio un interés residual, lo encontramos en la
Constitución yugoslava de 1974, que habilitó al Tribunal Constitucional (que
ya se creara en 1963) para fiscalizar de oficio no sólo la ausencia de normas
requeridas por la Constitución, sino también la inexistencia de normas exigidas
para la ejecución de las leyes federales o, más ampliamente, de actos generales
federales, pero todo ello se hallaba en perfecta sintonía con la concepción que
los constituyentes yugoslavos tenían del Tribunal Constitucional, perfectamente
reflejada por Edvard Kardelj, presidente de la Comisión de coordinación, que
se encargó de elaborar el Anteproyecto de Constitución, en su discurso ante la
Asamblea Federal11.
Conviene añadir quizá, que la referida concepción era perfectamente coheren-
te con la visión que de la justicia constitucional se tenía en los países socialistas;
de acuerdo con la misma, se subrayaba la trascendencia del control “positivo” de
constitucionalidad de las leyes. Mientras en los países occidentales el control se
presentaba como una fiscalización esencialmente “negativa”, en la medida en que
permitía expulsar del ordenamiento jurídico aquellos actos legislativos contrarios
a la Constitución, paralizando de esta forma, por así decirlo, las actuaciones del
poder legislativo contradictorias con la Norma suprema, tal visión fue considerada
por el pensamiento socialista como absolutamente insuficiente. Roussillon ha
9
Elio FAZZALARI: “La imparzialità del giudice”, en Rivista di Diritto Processuale, volume XXVII
(II Serie), anno 1972, pp. 193 y ss.; en concreto, p. 199.
10
Puede verse el texto de la ley en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, VI, 1990,
pp. 867-880.
11
«La Cour constitutionnelle –afirmaría Kardelj– ne saurait être un organe purement judiciaire qui
se contenterait d’examiner, de manière statique et d’un point de vue juridique formel, les phénomènes
et problèmes en matière d’organisation constitutionnelle (...) Dans ce sens, la Cour constitutionnelle
prendra, avec la souplesse voulue, des initiatives politiques...». Tomamos la cita de J. ZAKRZEWSKA:
“Le contrôle de la constitutionnalité des lois dans les États socialistes”, en Res Publica (Revue de
l’Institut Belge de Science Politique), vol. XIV, nº 4, pp. 771 y ss.; en concreto, p. 777.
1274 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
12
Henry ROUSSILLON: “Le problème du contrôle de la constitutionnalité des lois dans les pays
socialistes”, en Revue du Droit Public, nº 1-1977, Janvier/Février 1977, pp. 55 y ss.; en particular,
pp. 97-103.
13
Bien significativa al respecto es la reflexión que a continuación transcribimos de Naschitz, para
quien el aspecto “positivo” del control de constitucionalidad era, al menos, tan importante como el
“negativo”. “The constitutionalism –escribe el citado autor– does not imply only the negative obligation
not to adopt a legal regulation inconsistent with the constitution, but also the positive obligation to
adopt all the necessary legal regulation, in the absence of which the constitutional norm would remain
only an abstract principle”. A. NASCHITZ: Introduction aux règles de contrôle de la constitutionnalité et
de la légalité dans l’activité étatique socialiste. Cours de la Faculté Internationale pour l’Enseignement de
Droit comparé, Strasbourg, 1970 (langue anglaise), p. 19. Cit. por Henry ROUSSILLON: “Le problème
du contrôle de la constitutionnalité...”, op. cit., p. 98, nota 166.
14
Nos remitimos al efecto a nuestro trabajo “El control de constitucionalidad de las omisiones
legislativas: de la fiscalización concreta de las Omisiones, por lo general relativas, del legislador al
control abstracto de las omisiones por lo general absolutas. Las nuevas técnicas de control de la
omisión inconstitucional en Portugal y Brasil”, en Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia
Constitucional: una visión de Derecho Comparado, tomo I, Dykinson, Madrid, 2009, pp. 559 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1275
15
Gustavo ZAGREBELSKY: La giustizia costituzionale, Il Mulino, nuova edizione, Bologna, 1988,
p. 279.
16
Vezio CRISAFULLI: “Disposizione (e norma)”, en Enciclopedia del Diritto, XIII, Giuffrè Editore,
Milano, 1964, pp. 195 y ss. Sin entrar ni mucho menos en detalle, recordaremos tan sólo que para
Crisafulli “per disposizione (...) non si intende la norma (...) formulata, quanto, più propriamente, la
formula istituzionalmente rivolta a porre e a rivelare la norma” (p. 196).
1276 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
17
Vezio CRISAFULLI: “La Corte costituzionale ha vent’anni”, en Giurisprudenza Costituzionale,
anno XXI, 1976, fasc. 10, pp. 1694 y ss.; en concreto, p. 1703.
18
«A decided case –escribía en 1934 el Profesor de la Harvard Law School Gordon Ireland,
especializado en Derecho latinoamericano, refiriéndose a los sistemas de civil law– is incapable of
creating a rule of law; and nowhere does the authority of precedent prevent a decision on the merits of
the case at hand». Gordon IRELAND: “Precedents’ place in Latin Law”, en West Virginia Law Quarterly
at the Bar, volume XL, number 2, February 1934, pp. 115 y ss.; en concreto, p. 133.
19
Alessandro PIZZORUSSO: “Stare decisis e Corte costituzionale”, en La dottrina del precedente
nella giurisprudenza della Corte costituzionale, a cura di Giuseppino Treves, UTET, Torino, 1971, pp.
31 y ss.; en concreto, p. 34.
20
Gerhard LEIBHOLZ: “Einleitung”, op. cit., p. 111.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1277
21
Werner WEBER: “Das Richtertum in der Deutschen Verfassungsordnung”, en Festgabe für
Niedermeyer, 1953, pp. 272 y ss. Cit. por Gerhard LEIBHOLZ: “Einleitung”, op. cit., p. 111, nota 5.
22
Gerhard LEIBHOLZ: Ibidem, p. 112.
23
Ludwig ADAMOVICH: “Esperienze della Corte costituzionale della Repubblica austriaca”, en
Rivista Italiana per le Scienze Giuridiche, Serie III, anno VIII, volume VII, 1954, pp. 3 y ss.; en concreto,
pp. 7-8.
24
Hartmut SÖHN: “Die abstrakte Normenkontrolle”, en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz
(Festsgabe aus Anlaß des 25 jährigen Bestehens des Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von
Christian Starck, Erster Band (Verfassungsgerichtsbarkeit), J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen,
1976, pp. 292 y ss.
1278 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
procedentes del Derecho procesal general. Desde esta misma óptica, se explica que
para regir los efectos de las sentencias la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional
(LOTC) no haya recurrido a la aplicación, aunque no fuera más que supletoria,
del Derecho procesal común30.
Häberle ha avanzado bastante más en esta misma dirección de divergencia
del proceso constitucional respecto del proceso común, defendiendo la tesis, bien
conocida, del “Verfassungsprozeßrecht als «konkretisiertes Verfassungsrecht»” (el
Derecho procesal constitucional como Derecho constitucional concretizado)31.
Esta tesis quiere decir, en primer término, que el Derecho procesal consti-
tucional es fuertemente material (“stärker materiell”), habiendo de extraerse su
comprensión de los principios del Derecho constitucional. Entre tales principios
Häberle menciona su carácter público (“Öffentlichkeit”), con la positiva manifes-
tación de la publicidad de los votos particulares (Sondervotum) y de los negativos,
lo que no debe extrañar por cuanto, como en otro lugar hemos señalado32, para el
Profesor de Bayreuth, los votos particulares, en una Constitución del pluralismo,
forman parte del “élan vital” (impulso vital) de la Constitución, son expresión de
la publicidad y del “carácter abierto” de la Constitución, de la apertura de sus
intérpretes33 y del “pluralismo constitucional”. A la par, posibilitan alternativas
interpretativas en el sentido de “pensar en posibilidades”. Cumplen además una
función de pacificación, de “reencuentro” de la parte derrotada (por así llamarla),
abriendo una específica “ventana del tiempo”, por cuanto la minoría de hoy puede
convertirse mañana en la mayoría.
En segundo lugar, la tesis häberliana se traduce en que el Derecho procesal
constitucional requiere de una interpretación global (“Das Verfassungsprozeßrecht
ist ganzheitlich zu interpretieren”)34, o lo que es igual, se ha de atender no sólo
a las normas procesales en sentido específico (“die Prozeßrechtlichen Normen
im engeren Sinne”), sino también a las que el Profesor de Bayreuth llama
30
A. LATORRE SEGURA y L. DÍEZ-PICAZO: “Tribunal constitutionnel espagnol” (7ème Conférence
des Cours constitutionnelles européennes), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III,
1987, pp. 85 y ss.; en concreto, p. 111. «Ceci –añaden de seguido estos autores– se comprend parfai-
tement si l’on prend en considération l’existence d’une réglementation constitutionnelle spécifique et
les exigences qui pourraient être difficilement satisfaites si l’on s’en tenait à la simple transposition,
en la matière, de constructions ou de catégories édifiés en prenant seulement en considération les
traits propres aux procès ordinaires, particulièrement les procès civils».
31
Peter HÄBERLE: “Grundprobleme der Verfassungsgerichtsbarkeit”, en Verfassungsgerichts-
barkeit, Herausgegeben von Peter Häberle, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1976,
pp. 1 y ss.; en concreto, p. 23.
32
Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: “Peter Häberle: la gigantesca construcción constitucional de
un humanista europeo”. Estudio preliminar a la obra de Peter HÄBERLE: La garantía del contenido
esencial de los derechos fundamentales, Dykinson, Madrid, 2003, pp. XVII y ss.; en concreto, p. XLVII.
33
Recuérdese la conocida tesis de Häberle de la «sociedad abierta de los intérpretes constitu-
cionales» («Die offene Gesellschaft der Verfassungsinterpreten»). Cfr. al efecto Peter HÄBERLE: “La
sociedad abierta de los intérpretes constitucionales (Una contribución para la interpretación pluralista
y «procesal» de la Constitución)”, en la obra recopilatoria de trabajos del autor, Retos actuales del
Estado constitucional, IVAP, Oñati, 1996, pp. 15 y ss.
34
Peter HÄBERLE: “Grundprobleme ...”, op. cit., p. 24.
1280 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
35
Ibidem.
36
Raúl BOCANEGRA SIERRA: El valor de las sentencias del Tribunal Constitucional, Instituto de
Estudios de Administración Local, Madrid, 1982, p. 163.
37
Jaime GUASP y Pedro ARAGONESES: Derecho Procesal Civil, tomo 1º, 7ª ed., Thomson-Civitas,
Madrid, 2005, p. 573.
38
Ibidem, p. 578.
39
Ibidem, pp. 579-580.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1281
a auténticas aberraciones (el aforismo “res iudicata facit de albo nigrum” es bien
significativo de ello). Su naturaleza es neta y estrictamente jurídica, presentándose
como una creación del ordenamiento jurídico que, como tal, sólo tiene validez y
vigencia dentro del ámbito ordinamental.
Pues bien, en algunos países, y desde luego entre ellos España, existe una
amplia convergencia por parte de la doctrina en la insuficiencia de esta noción
en el ámbito del proceso constitucional, o por lo menos, en la inexcusabilidad de
que no sea recepcionada en tal ámbito sin notables matizaciones. Ello al margen,
el Derecho procesal constitucional europeo nos muestra profundas divergencias
respecto al valor de la cosa juzgada material, al extremo de que en el “Informe
general” elaborado en la VII Conferencia de Tribunales Constitucionales europeos,
celebrada en Lisboa en 1987, se pudo afirmar40, que quizá el único punto de con-
vergencia en relación al instituto de la cosa juzgada fuera el de que las decisiones
constitucionales, como regla general, adquieren la fuerza propia de la cosa juzgada
formal, existiendo, por contra, profundas diferencias respecto de la cosa juzgada
material, reflejo de visiones completamente diferentes en torno a la noción o a su
alcance. Vale la pena, por todo ello, detenernos mínimamente en determinados
posicionamientos doctrinales y jurisprudenciales en algunos países europeos.
40
José Manuel CARDOSO DA COSTA: “La Justice constitutionnelle dans le cadre des pouvoirs
de l’État. Rapport général”, en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III, 1987, pp. 15 y
ss.; en concreto, p. 33.
41
Enrico TULLIO LIEBMAN: “Contenuto ed efficacia delle decisioni della Corte costituzionale”,
en Rivista di Diritto Processuale, volume XII, 1957, pp. 507 y ss.; en concreto,p. 515.
42
Giorgio BALLADORE PALLIERI: “Effetti e natura delle sentenze della Corte costituzionale”, en
Rivista di Diritto Processuale, anno XX, nº 2, Aprile/Giugno 1965, pp. 161 y ss.; en concreto, p. 162.
43
Franco PIERANDREI: “Le decisioni degli organi della «giustizia costituzionale»...”, op. cit., p. 179.
1282 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
44
«I1 serait par contre difficile –escribe el gran iuspublicista italiano– d’appliquer aux arrêts de la
Cour les principes de la chose jugée, au sens de vérité légale s’imposant une fois pour toutes aux parties
du procès et à leurs successeurs. En effet, les arrêts déclarant l’illégitimité constitutionnelle des lois
sont pourvus (...) d’efficacité générale, et il n’est point nécessaire d’expliquer une telle efficacité par
un recours à la notion de la chose jugée. Tandis que les arrêts de rejet n’empêchent pas que la même
question puisse être proposée à nouveau partant d’un autre procès principal, même s’il se déroule
entre les sujets qui étaient parties dans le procès au cours duquel la question avait été soulevée la
première fois». Vezio CRISAFULLI: “Le système de contrôle de la constitutionnalité des lois en Italie”,
en Revue du Droit Public, nº 1-1968, Janvier/Février 1968, pp. 83 y ss.; en concreto, p. 129.
45
Vezio CRISAFULLI: “Le système de contrôle de la constitutionnalité des lois...”, op. cit., pp. 129-130.
46
Así, por ejemplo, Alessandro PIZZORUSSO: “Un point de vue comparatiste sur la réforme de la
justice constitutionnelle française”, en Revue française de Droit constitutionnel, nº 4-1990 (monográfico
sobre «L’exception d’inconstitutionnalité»), pp. 659 y ss.; en concreto, p. 664.
47
“Cour constitutionnelle italienne” (artículo sin referencia a autoría alguna, de responsabilidad
directa de la propia Corte costituzionale), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III,
1987, pp. 165 y ss.; en concreto, p. 184.
48
Christian PESTALOZZA: Verfassungsprozeßrecht (Die Verfassungsgerichtsbarkeit des Bundes und
der Länder), 3. völlig neubearbeitete Auflage, C.H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, München, 1991,
p. 300.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1283
C) En relación a otros países, cabe decir que en Austria tanto las decisiones
estimatorias como las desestimatorias tienen la autoridad de la cosa juzgada no
sólo respecto del demandante, sino respecto de cualquiera, si bien en el último
tipo de decisiones las tachas de inconstitucionalidad que no hayan sido sometidas
al Tribunal con ocasión de una demanda de fiscalización de una ley o de un
reglamento pueden ser en cualquier momento ulterior válidamente planteadas
ante el Verfassungsgerichtshof en otro proceso dirigido contra la misma norma52.
A su vez, en Portugal, las sentencias desestimatorias tan sólo tienen fuerza de
cosa juzgada formal, careciendo por lo mismo de la eficacia de la cosa juzgada
material, en la medida en que no impiden que el mismo recurrente vuelva a
solicitar al Tribunal Constitucional que verifique la constitucionalidad de la
disposición anteriormente declarada conforme con la Constitución53.
54
Jerónimo AROZAMENA SIERRA: “El recurso de inconstitucionalidad”, en El Tribunal Cons-
titucional (Dirección General de lo Contencioso del Estado), vol. I, Instituto de Estudios Fiscales,
Madrid, 1981, pp. 131 y ss.; en concreto, p. 175.
55
Mª del Carmen BLASCO SOTO: “Reflexiones en torno a la fuerza de cosa juzgada en la sentencia
dictada en (la) cuestión de inconstitucionalidad”, en Revista Española de Derecho Constitucional, nº
41, Mayo/Agosto 1994, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 40.
56
No muy distante de esta posición se sitúa García Martínez, para quien el concepto de cosa
juzgada material tiene una serie de restricciones en su aplicación a las sentencias recaídas en
procesos de inconstitucionalidad, que impiden en buena parte su consideración como efecto propio
de aquéllas. Asunción GARCÍA MARTÍNEZ: El recurso de inconstitucionalidad (El proceso directo de
inconstitucionalidad), Editorial Trivium, Madrid, 1992, p. 225.
57
Francisco RUBIO LLORENTE: “Les effets des décisions du juge constitutionnel. Réaction”, en
Annuaire International de Justice Constitutionnelle, X, 1994, pp. 20 y ss.; en concreto, p. 21.
58
A. LATORRE SEGURA y L. DÍEZ-PICAZO: “Tribunal constitutionnel espagnol”, op. cit., p. 122.
59
Ángel GARRORENA MORALES: “Condiciones y efectos de las sentencias del Tribunal Cons-
titucional” (Comentario al artículo 164 de la Constitución), en Óscar Alzaga Villaamil (director),
Comentarios a la Constitución Española de 1978, tomo XII, Cortes Generales/Editoriales de Derecho
Reunidas, Madrid, 1999, pp. 299 y ss.; en concreto, p. 338.
60
ÁNGEL J. GÓMEZ MONTORO, “Comentario al artículo 38 de la LOTC”, en Comentarios a la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional, Juan Luis Requejo Pagés (coordinador), Tribunal Constitucional/
Boletín Oficial del Estado, Madrid, 2001, pp. 553 y ss.; en concreto, p. 559.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1285
61
Raúl BOCANEGRA SIERRA: El valor de las sentencias..., op. cit., p. 107. En otro lugar (“Sobre
el alcance objetivo de las sentencias del Tribunal Constitucional”, op. cit., p. 526), el propio autor
aduce que el manejo de los principios generales de la cosa juzgada conduce a resultados satisfactorios,
sirviendo adecuadamente la función pacificadora que al Tribunal Constitucional corresponde, y sin
que ello suponga, más allá de lo que es estrictamente necesario, una congelación de la capacidad de
cambio y desarrollo constitucional.
62
STC 169/1985, de 13 de diciembre, fund. jur. único.
1286 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
63
William O. DOUGLAS: “Stare decisis”, en Columbia Law Review, vol. 49, No. 6, June 1949,
pp. 735 y ss.; en concreto, p. 735.
64
Benjamin N. CARDOZO: The Nature of the Judicial Process (first edition 1921 by Yale University
Press), twenty-seventh printing, Yale University Press, New Haven and London, 1967, p. 160.
65
La realidad judicial norteamericana, por lo demás, nos muestra que la evolución y el dinamismo
jurisprudencial siempre han terminado prevaleciendo frente a las tendencias estáticas. «The full history
of American courts –escriben al respecto Cavanagh y Sarat– which has yet to be written, would be
a history of dinamic adaptation – not of rigid institutional adherence to any ideal of “courtness”».
Ralph CAVANAGH and Austin SARAT: “Thinking about Courts: Toward and Beyond a Jurisprudence
of Judicial Competence”, en Law & Society Review, Volume 14, Number 2, Winter 1980, pp. 371 y ss.;
en concreto, p. 411.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1287
Dos son las funciones que, a la vista de la problemática que nos ocupa,
tienen para nosotros particular interés. La primera de ellas es la de preservación
del principio de supremacía constitucional, con la subsecuente expulsión del
ordenamiento jurídico de aquellas disposiciones o normas contradictorias con la
Constitución. La segunda función que al efecto cumple el Tribunal Constitucional,
aunque en íntima conexión con la precedente, es la interpretación vinculante para
todos los poderes públicos, y de modo muy particular para los Jueces y Tribunales
(art. 5º.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial), de los preceptos y principios
constitucionales, lo que también conlleva la interpretación del ordenamiento
“en conformidad con la Norma suprema”. En cierto modo, a través de ambas
funciones, el Tribunal actúa, utilizando una expresión de Crisafulli66, como órgano
de cierre del sistema normativo. Y qué duda cabe que tan particulares funciones
no pueden por menos que tener su reflejo en la especificidad de los efectos de sus
decisiones.
66
Refiriéndose a Italia, Crisafulli identificaría el rol de la Corte costituzionale como el propio
«di organo di chiusura del sistema che le spetta nella logica e nello spirito della Costituzione».
Vezio CRISAFULLI: “Le funzioni della Corte costituzionale nella dinamica del sistema: esperienze e
prospettive”, en Rivista di Diritto Processuale, anno XXI (II Serie), nº 2, Aprile/Giugno 1966, pp. 206
y ss.; en concreto, p. 232.
1288 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
67
Quizá convenga recordar, que ya en la República de Weimar tenían «fuerza de ley» (Gesetzeskraft),
y por lo tanto disponían de una eficacia erga omnes, todas las decisiones que el Staatsgerichtshof
dictaba, al margen ya de su contenido, bien en relación al control de los actos legislativos de los
Länder, bien respecto de las decisiones atinentes a las «controversias constitucionales», salvo algunos
supuestos un tanto excepcionales. Igual eficacia tenían las decisiones del Supremo Tribunal del Reich
(Reichsgericht), previendo la Ley de 8 de abril de 1920, dictada en desarrollo del párrafo segundo del
art. 13 de la Constitución, tal eficacia de forma explícita.
68
José Manuel CARDOSO DA COSTA: “La justice constitutionnelle dans le cadre des pouvoirs...”,
op. cit., p. 32.
69
Hans KELSEN: “La garantie juridictionnelle de la Constitution (La Justice constitutionnelle)”,
en Revue du Droit Public, tome quarante-cinquième, 1928, pp. 197 y ss.; en concreto, pp. 224-225.
70
Análogamente se pronunció entre nosotros tiempo atrás Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA: La
Constitución como norma y el Tribunal Constitucional, Civitas, Madrid, 1981, p. 143.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1289
71
Alessandro PIZZORUSSO: “Comentario del artículo 136 de la Constitución italiana”, en
Commentario della Costituzione, a cura di Giuseppe Branca, vol. sobre «Garanzie costituzionali
(Art. 134-139)», Zanichelli Editore/Soc. Ed. del Foro Italiano, Bologna/Roma, 1981, pp. 175 y ss.; en
concreto, pp. 176 y 180.
72
Alessandro PIZZORUSSO: “Les effets des décisions du juge constitutionnel (Point de vue)”, en
Annuaire International de Justice Constitutionnelle, X, 1994, pp. 11 y ss.; en concreto, p. 13.
73
Gerhard LEIBHOLZ: “El Tribunal Constitucional de la República Federal Alemana y el problema
de la apreciación judicial de la política”, en Revista de Estudios Políticos, nº 146, Marzo/Abril 1966,
pp. 89 y ss.; en concreto, pp. 91-92.
1290 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
74
A. LATORRE SEGURA y L. DÍEZ-PICAZO: “Tribunal Constitutionnel espagnol”, op. cit., pp. 114-115.
75
Federico SORRENTINO: “Strumenti tecnici e indirizzi politici nella giurisprudenza della Corte
costituzionale”, en Scritti su la Giustizia Costituzionale. In onore di Vezio Crisafulli, CEDAM, Padova,
1985, tomo I, pp. 795 y ss.; en concreto, p. 795.
76
Konrad ZWEIGERT: “Einige rechtsvergleichende und kritische Bemerkungen zur
Verfassungsgerichtsbarkeit”, en Bundesverfassungsgericht und Grundgesetz (Festsgabe aus
Anlaß des 25 jährigen Bestehens des Bundesverfassungsgerichts), herausgegeben von Christian
Starck, Erster Band (primer volumen), J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1976, pp. 63
y ss.; en concreto, p. 74. El otro peligro que, según Zweigert, se cierne sobre el Tribunal Constitucional
es el de una autoalienación a través de un déficit de realidad (“eine Selbstentfremdung durch ein
Realitätsdefizit”).
77
Konrad HESSE: “Verfassungsrechtsprechung im geschichtlichen Wandel”, en Juristen Zeitung,
50. Jahrgang, 17. März 1995, pp. 265 y ss.; en concreto, p. 267.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1291
78
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, en Benda, Maihofer, Vogel, Hesse y Heyde:
Manual de Derecho Constitucional, IVAP/Marcial Pons, Madrid, 1996, pp. 823 y ss.; en concreto, p. 854.
79
En relación con identica problemática, Azzariti, siendo Presidente de la Corte costituzionale,
escribía: «L’àmbito del giudizio di legittimità esclude in ogni modo qualsiasi indagine di merito, cioè
ogni valutazione di natura politica e ogni sindacato sull’uso del potere discrezionale del Parlamento».
Gaetano AZZARITI: “Sulla illegittimità costituzionale delle leggi”, en Rivista trimestale di Diritto e
procedura civile, anno XIII, 1959, pp. 437 y ss.; en concreto, p. 444.
1292 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
80
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber
Appellieren?”, en Festschrift für Gebhard Müller (Zum 70. Geburtstag des Präsidenten des Bundesver-
fassungsgerichts), Herausgegeben von Theo Ritterspach und Willi Geiger, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1970, pp. 355 y ss.
81
Ibidem, p. 369.
82
Ibidem, p. 369.
83
Christian PESTALOZZA: “«Noch Verfassungsmässige» und «bloss Verfassungswidrige»
Rechtslagen” (Zur Feststellung und kooperativen Beseitigung verfassungsimperfekter Zustände),
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1293
legislador en el marco del art. 3º.1 de la Grundgesetz (“die Rücksichtnahme auf die
sog. “Gestaltungsfreiheit des Gesetzgebers” in Rahmen des Art. 3 I GG”) a través
de la declaración de incompatibilidad84.
Es ésta, por lo demás, una opinión ampliamente compartida por la doctrina
germana, pero no sólo por ella, sino también por la foránea. Así, por poner algún
ejemplo significativo, en Italia, Crisafulli ha puesto de relieve85, que esta peculiar
variante decisoria tiene la finalidad de dejar plenamente libre al poder legislativo
en la elección de los modos con los que hacer cesar la comprobada vulneración
de la Constitución86.
En definitiva, la libertad de configuración del legislador ha pasado a ser una
suerte de cláusula general para justificar la declaración de inconstitucionalidad
sin un pronunciamiento de nulidad, con base en que tal libertad exige que sea el
poder legislativo quien decida acerca de las posibles alternativas en presencia para
la eliminación de la inconstitucionalidad.
No es el Tribunal Constitucional Federal (BVerfG) el único que ha recurrido
a crear técnicas decisorias peculiares con vistas a salvaguardar la libertad de
configuración del legislador. También en la creatividad de la Corte costituzionale
italiana, puesta de manifiesto reiteradamente en la acuñación de una heterogénea
gama de decisiones, podría verse, por lo menos en algunos de tales tipos de
decisiones (no, desde luego, en todos los acuñados, pues el respeto hacia esa
libertad del legislador ha sido notablemente menor en Italia que en Alemania)
esa finalidad última.
Dos tipos de decisiones pueden aportarse como botón de muestra: las senten-
cias aditivas de principio y las sentenze-monito. Las primeras iban a responder al
deseo de evitar que el juez constitucional operara como legislador, que es lo que,
lisa y llanamente, ocurría con las sentencias aditivas clásicas. Con este tipo de
decisiones no sólo se defería al legislador la regulación, sino que al viabilizar la
eficacia inmediata del principio proclamado por la Corte, a través de la interven-
ción de los jueces ordinarios, aunque fuera a través de su intervención in casu,
se evitaba el efecto de parálisis que podía acompañar a otro tipo de decisiones
constitucionales, como por ejemplo, las apelaciones al legislador.
También las sentenze-monito pueden traerse a colación a este respecto. En
estrecha conexión con las mismas se ha situado la llamada técnica de la doppia
87
Adele ANZON: “Nuove tecniche decisorie della Corte costituzionale”, en Giurisprudenza
Costituzionale, anno XXXVII, fasc. 4, Luglio/Agosto 1992, pp. 3199 y ss.; en concreto, p. 3200.
88
Modugno ha llegado a hablar de una «dichiarazione di incostituzionalità temporalmente
limitata». Franco MODUGNO: “Considerazioni sul tema”, en la obra colectiva Effetti temporali delle
sentenze della Corte costituzionale anche con riferimento alle esperienze straniere (Corte costituzionale),
Giuffrè, Milano, 1989, pp. 13 y ss.; en concreto, p. 20.
89
Otto BACHOF: “Nuevas reflexiones sobre la jurisdicción constitucional entre Derecho y política”,
en Boletín Mexicano de Derecho Comparado, año XIX, nº 57, Septiembre/Diciembre 1986, pp. 837 y
ss.; en concreto, pp. 848-849.
90
Alexander VON BRUNNECK: “Constitutional Review and Legislation in Western Democracies”,
en Christine Landfried (ed.), Constitutional Review and Legislation. An International Comparison,
Nomos Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 1988, pp. 219 y ss.; en concreto, p. 256.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1295
91
Gaetano SILVESTRI: “Le sentenze normative della Corte costituzionale”, en Giurisprudenza
Costituzionale, anno XXVI, fasc. 8, 10, 1981, pp. 1684 y ss.; en concreto, p. 1719. Este trabajo puede
verse asimismo en la obra colectiva Scritti su la Giustizia Costituzionale. In onore di Vezio Crisafulli,
CEDAM, Padova, 1985, tomo I, pp. 755 y ss.
92
Giuseppino TREVES: “Il valore del precedente nella Giustizia costituzionale italiana”, en La
dottrina del precedente nella giurisprudenza della Corte costituzionale, a cura di Giuseppino Treves:
UTET, Torino, 1971, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 4.
93
Vincenzo VIGORITI: “Italy: The Constitutional Court”, en The American Journal of Comparative
Law, volume 20, 1972, pp. 404 y ss.; en concreto, p. 414.
1296 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
94
Volker HAAK: Normenkontrolle und Verfassungskonforme Gesetzesauslegung des Richters, Ludwig
Röhrscheid Verlag, Bonn, 1963, p. 304.
95
Otto BACHOF: “Der Verfassungsrichter zwischen Recht und Politik”, en Summum Ius Summa
Iniuria (Ringvorlesung gehalten von Mitgliedern der Tübinger Juristenfakultät im Rahmen des Dies
academicus. Wintersemester 1962/63), J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1963, pp. 41 y ss.; en
concreto, p. 48.
96
Reinhold ZIPPELIUS: “Verfassungskonforme Auslegung von Gesetzen”, en Bundesverfassungsgericht
und Grundgesetz, herausgegeben von Christian Starck, op. cit., Zweiter Band (Verfassungsauslegung),
pp. 108 y ss.; en concreto, p. 115.
97
En términos bien similares se han pronunciado Klaus SCHLAICH y Stefan KORIOTH (en Das
Bundesverfassungsgericht..., op. cit., p. 299), quienes subrayan que la jurisprudencia del BVerfG ha
decantado dos limitaciones frente a esta técnica: 1) La interpretación conforme debe contenerse en
los límites del sentido literal de la prescripción («im Rahmen des Vortlauts der Vorschrift»). 2) Las
determinaciones fundamentales del legislador («Die gesetzgeberischen Grundentscheidungen»), las
valoraciones («Wertungen») y las intenciones u objetivos de la regulación legislativa («Zwecke der
gesetzlichen Regelungen») no pueden ser atacadas («dürfen nicht angetastet werden»).
98
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, op. cit., pp. 853-854.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1297
99
Cfr. al efecto Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de Derecho
Comparado, tomo III, Dykinson, Madrid, 2009, pp. 1031 y ss.
100
Esta vinculación de las decisiones y de la interpretación llevada a cabo por la Supreme Court
no ha dejado, sin embargo, de ser objeto de algunos cuestionamientos. Aunque las decisiones de la
Supreme Court, generalmente, se consideran vinculantes para todos, incluyendo al Presidente y al
Congreso, Rosenfeld recuerda que ha habido al respecto impugnaciones periódicas y recurrentes
a esta idea del carácter vinculante de aquéllas. Michel ROSENFELD: “El juicio constitucional en
Europa y los Estados Unidos: paradojas y contrastes”, en Revista Iberoamericana de Derecho Procesal
Constitucional, nº 8, Julio/Diciembre 2007, pp. 241 y ss.; en concreto, p. 247.
La polémica quizá más significativa y reciente a este respecto es la que tuvo lugar en 1987, de resultas
de la posición sustentada en un speech por Edwin Meese, Attorney General of the United States, con
el Presidente Reegan (cfr. Edwin MEESE III: “The Law of the Constitution”, en Tulane Law Review,
Tulane University, New Orleans, volume 61, 1986-1987, pp. 979 y ss.), quien vino a sustentar que una
decisión de la Supreme Court no establece un Derecho superior que a todos vincule. Refiriéndose a la
vinculatoriedad de tales decisiones judiciales, Meese escribía: «Obviously it does have binding quality:
it binds the parties in a case and also the executive branch for whatever enforcement is necessary. But
such a decision does not establish a supreme law of the land that is binding on all persons and parts
of government henceforth and forevermore» (p. 983). Tras ello, el Fiscal General iba a sostener: «The
Supreme Court, then, is not the only interpreter of the Constitution. Each of the three coordinate
branches of government created and empowered by the Constitution –the executive and legislative
no less than the judicial– has a duty to interpret the Constitution in the performance of its official
functions. In fact, every official takes an oath precisely to that effect» (pp. 985-986).
Esta discutibilísima toma de postura suscitaría una inmediata reacción del bien conocido Profesor
de la New York University School of Law, Burt Neuborne (Burt NEUBORNE: “The Binding Quality
of Supreme Court Precedent”, en Tulane Law Review, volume 61, 1986-1987, pp. 991 y ss.). En
discrepancia frontal con el Attorney General, Neuborne escribía: «The executive branch is, of course,
free to disagree with the judiciary’s resolution of a legal question and to seek to persuade the Court,
the Congress, or the people to overturn it. However, so long as the judicial precedent remains viable,
the executive’s duty is to conform its conduct to the Supreme Court’s precedent, not merely as a matter
of respect, prudence, expedience, or real-politik, but as a matter of formal legal obligation» (p. 993).
1298 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
Federal para todos los órganos constitucionales del Bund y de los Länder, así
como para “alle Gerichte” (todos los tribunales) “und Behörden” (y autoridades).
El sentido de esa eficacia vinculante (Bindungswirkung) es la extensión de
la fuerza de cosa juzgada personal de las resoluciones (“die Erstreckung der
personellen Rechtskraft der Entscheidungen”) frente a todos los órganos estatales
(“gegenüber allen staatlichen Organen”), eficacia vinculante ésta que también se
extiende a la ratio decideadi, o si así se prefiere, a los tragenden Gründe, todo lo
cual conduce, según Weber101 a convertir al BVerfG en intérprete determinante
(“maßgeblicher Interpret”) y guardián de la Constitución (“Hüter der Verfassung”).
De este modo, si en el marco de una decisión de interpretación conforme, el
BVerfG declara determinadas interpretaciones, posibles en sí mismas, discon-
formes con la Constitución, las restantes jurisdicciones no pueden deducir tales
“posibilidades interpretativas” (“possibilités d’interprétation”) como conformes
a la Constitución102.
También en España, sin ningún género de dudas por influjo alemán, el art.
38.1 LOTC ha introducido el efecto vinculante para todos los poderes públicos
de las sentencias recaídas en procedimientos de inconstitucionalidad, efecto que
no ha de confundirse con el mandato genérico que, con carácter general, esta-
blece el art. 118 de la Constitución (“Es obligado cumplir las sentencias y demás
resoluciones firmes de los Jueces y Tribunales...”), ni tampoco con la concreción
de tal mandato que, en relación al Tribunal Constitucional, precisa el art. 87.1
LOTC (“Todos los poderes públicos están obligados al cumplimiento de lo que el
Tribunal Constitucional resuelva”). Si este precepto trae su causa del mencionado
art. 118 de la Constitución, esto es, de la obligación general de cumplimiento de las
sentencias y resoluciones judiciales, la vinculatoriedad a que alude el art. 38.1 de
la propia LOTC ha de conectarse con el rol que al juez constitucional atribuye su
misma ley reguladora en el art. 1º.1, que no es otro que el de “intérprete supremo
de la Constitución”. En cuanto tal, y en cuanto órgano independiente de los demás
órganos constitucionales y único en su jurisdicción, no puede caber duda de que su
jurisprudencia, la doctrina constitucional, debe imponerse con carácter vinculante
a todos los poderes, y de modo muy específico a los jueces y tribunales, en cuanto
aplicadores del ordenamiento, un ordenamiento regido por la Constitución, que
el Tribunal Constitucional interpreta en último término al igual que interpreta
el resto del ordenamiento “en conformidad con la Constitución”, de lo que
constituyen ejemplo paradigmático las sentencias interpretativas.
Ya la Constitución, en un precepto un tanto elíptico como es el del inciso
segundo de su art. 161.1, a), apunta a ello. A tenor del mismo: “La declaración de
inconstitucionalidad de una norma jurídica con rango de ley, interpretada por
la jurisprudencia, afectará a ésta, si bien la sentencia o sentencias recaídas no
101
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, op.
cit., p. 61.
102
En tal sentido, el Presidente del BVerfG, Wolfgang ZEIDLER, en “Cour constitutionnelle fédérale
allemande”, op. cit., p. 53.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1299
103
Luis DÍEZ-PICAZO: “Constitución y fuentes del Derecho” en Revista española de Derecho
Administrativo, nº 21, Abril/Junio 1979, pp. 189 y ss.; en concreto, p. 196.
104
Cfr. al efecto Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La reforma del régimen jurídico-procesal del
recurso de amparo, Dykinson, Madrid, 2008.
105
Leopoldo ELIA: “Il potere creativo delle Corti costituzionali”, en La Sentenza in Europa. Metodo,
Tecnica e Stile (Atti del Convegno internazionale per l’inaugurazione della nuova sede della Facoltà.
1300 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
Università degli Studi di Ferrara. Facoltà di Giurisprudenza), CEDAM, Padova, 1988, pp. 217 y ss.;
en concreto, p. 224.
106
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United
States, England and France), seventh edition, Oxford University Press, New York/Oxford, 1998, p. 245.
107
Piero CALAMANDREI: “La ilegitimidad constitucional de las leyes en el proceso civil”. Trabajo
recogido en la obra recopilatoria de artículos del propio autor, Instituciones de Derecho Procesal Civil,
vol. III, traducción de Santiago Sentís Melendo, Librería El Foro, Buenos Aires, 1996, pp. 21 y ss.; en
concreto, pp. 32-33. Precisemos que este trabajo fue publicado inicialmente en Padova en 1950.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1301
113
Así, entre otros, Edoardo GARBAGNATI: “Efficacia nel tempo della decisione di accoglimento
della Corte costituzionale”, en Rivista di Diritto processuale, volume XXIX (II Serie), 1974, pp. 201 y
ss.; en concreto, p. 207.
114
Aldo M. SANDULLI: “Natura, funzione ed effetti delle pronunce della Corte costituzionale
sulla legittimità delle leggi”, en Rivista trimestrale di Diritto pubblico, anno IX, 1959, pp. 23 y ss.; en
concreto, p. 41.
115
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción Constitucional y separación de poderes”, en Revista
Española de Derecho Constitucional, nº 5, Mayo/Agosto 1982, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 38.
116
A. LATORRE SEGURA y L. DÍEZ-PICAZO: “Tribunal constitutionnel espagnol”, op. cit., p. 132.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1303
117
Recordemos que Kelsen, tras defender, por exigencias de la seguridad jurídica, el efecto pro
futuro de una sentencia de inconstitucionalidad, escribe: «Il faut même envisager la possibilité de ne
laisser l’annulation entrer en vigueur qu’à 1’expiration d’un certain délai. De même qu’il peut y avoir
des raisons valables de faire précéder l’entrée en vigueur d’une norme générale (...) d’une vacatio
legis, de même il pourrait y en avoir qui porteraient à ne faire sortir de vigueur une norme générale
annulée qu’à l’expiration d’un certain délai après le jugement d’annulation». Hans KELSEN: “La
garantie juridictionnelle de la Constitution”, op. cit., pp. 218-219.
118
Karl KORINEK und Andrea MARTIN: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in Österreich”, en
Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Christian Starck/Albrecht Weber (Hrsg.), 2. Auflage, Nomos,
Baden-Baden, 2007, Teilband I (Berichte), pp. 67 y ss.; en concreto, p. 80.
1304 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
119
Enrico TULLIO LIEBMAN: “Contenuto ed efficacia delle decisioni della Corte costituzionale”,
op. cit., p. 512.
120
Francisco RUBIO LLORENTE: “La jurisdicción constitucional como forma de creación de
Derecho”, en Revista Española de Derecho Constitucional, nº 22, Enero/Abril 1988, pp. 9 y ss.; en
concreto, pp. 45-46.
121
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la Lengua Española, Espasa-Calpe, Madrid, 20ª
ed., 1984, tomo I, p. 512.
122
Oliver P. FIELD: “Effect of an unconstitutional statute”, en Indiana Law Journal, Vol. 1, No. 1,
January 1926, pp. 1 y ss.
123
Ibidem, p. 4.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1305
Otros casos análogos podían ser traídos a colación. Y todo ello iba a conducir
a Field a considerar que también existía la doctrina de que “a statute which is
declared unconstitutional is inoperative only from the time of the decision and
not from the time of its purported enactment”124.
La conclusión de todo ello era clara para Field: hay algunas situaciones en las
que los tribunales están dispuestos a seguir la “void ab initio doctrine”, si bien las
mismas no son muy numerosas. Hay, por contra, otro grupo de situaciones en las
que “all courts refuse to adhere to the doctrine that the statute is void from the
beginning”. De resultas de todo ello no puede sino concluirse que “it is impossible
to lay down as a general rule that an unconstitutional statute is void, or is to be
treated as no law. As a matter of fact there are as many cases or more, and as many
situations or more, where the courts hold the statute inoperative only from the
date of the decision as there are that hold it void from the beginning”125.
Ciertamente, esta posición, pese a provenir de un cualificado autor, no es
pacífica entre la doctrina. El propio Field admite126 “the persistence with which
even eminent text writers will cling to the view that unconstitutional statutes
are void ab initio”, mencionando específicamente la conocida obra de Cooley,
Constitutional Limitations.
La posición de Field está lejos de ser exótica entre la doctrina norteamericana.
No pretendemos ni mucho menos ser exhaustivos, y por lo mismo tan sólo
recordaremos que medio siglo después del mencionado trabajo de Field, otro
notable autor, el Profesor de la Universidad de California (Los Angeles) James
Allan C. Grant, no obstante haber puesto de relieve bastantes años antes que la
doctrina norteamericana en torno a la cuestión que nos ocupa estaba asentada en
un concepto simple: “a statute contrary to the Constitution is void”127, aludía a que
uno de los más desafiantes (“most challenging”) problemas del otorgamiento a un
124
Ibidem, p. 5.
125
Ibidem, pp. 12-13.
126
Ibidem, p. 15.
127
“The unconstitutional law –añadía Grant– does not become unenforceable when it is declared
unconstitutional by a court; it is void ab initio –from the beginning– and the court cannot apply it
because of its nullity”. J.A.C. GRANT: “Judicial Control of Legislation. A Comparative Study”, en The
American Journal of Comparative Law, Vol. 3, 1954, pp. 186 y ss.; en concreto, p. 190.
1306 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
134
Nos remitimos al efecto a nuestro trabajo “El control de las omisiones legislativas por el «Bun-
desverfassungsgericht»”, en Teoría y Realidad Constitucional, nº 22, 2° semestre 2008, pp. 95 y ss.
135
En similar sentido se pronuncia Klaus SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal Alemán”,
en la obra colectiva Tribunales Constitucionales y Derechos Fundamentales, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid, 1984, pp. 133 y ss.; en concreto, p. 201.
136
Herbert KRÜGER: Allgemeine Staatslehre, Kohlhammer Verlag, Stuttgart/Berlin/Köln/Mainz,
1966, p. 620.
137
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle fédérale allemande”, op. cit., p. 48.
138
Giustino D’ORAZIO: “Le sentenze costituzionali additive tra esaltazione e contestazione”, en
Rivista trimestrale di Diritto pubblico, 1992, fasc. 1, pp. 61 y ss.; en concreto,p. 101.
139
«Senonché l’annullamento, proprio perciò, implica l’inefficacia ex tunc dell’atto annullato; in
altri termini ha logicamente effetto retroattivo. Perciò una costituzione, la quale, come avviene in
Italia, fa decorrere 1’inefficacia della legge, che la Corte costituzionale riconosce invalida, solo dal
giorno successivo alla decisione, sembra contrastare all’ipotesi dell’annullamento. Questa è stata la
difficoltà, che ha travagliato assai gli interpreti dell’art. 136 della costituzione italiana e costituisce,
probabilmente, il più problematico degli aspetti dell’istituto». En tales términos se pronunciaba al
1308 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
Bien es verdad que, tras ese inicial debate, la doctrina, muy mayoritariamente,
se ha decantado por la vinculación de la nulidad a la ilegitimidad constitucional.
“Questo effetto –escribía Sandulli en 1959140– consiste –come è ormai chiaro
sia in dottrina che in giurisprudenza– nella totale e definitiva eliminazione
dall’ordinamento, non ex nunc, ma ex tunc, di ogni effetto della norma dichiarata
illegittima: una volta accertatane l’illegittimità, e quindi l’invalidità, l’ordinamento
non tollera che gli effetti della norma operino oltre nel suo sistema, e li fa venir
meno... Si tratta, in sostanza, di un vero e proprio effetto di annullamento”. Tam-
bién Crisafulli, de modo rotundo, se pronunciaba en la misma dirección, al señalar
que el efecto de las sentencias de la Corte declarando la ilegitimidad constitucional
no es asimilable al efecto de abrogación, que se produce, en principio, ex nunc; “il
s’agit par contre d’un effet qu’on doit considérer comme d’annulation”141.
Este supuesto efecto radical de nulidad no iba, sin embargo, a ser tan rotundo
como pudieran hacer pensar las afirmaciones de los autores que anteceden.
La Corte costituzionale lo iba a dejar muy claro en el Informe presentado, bajo
responsabilidad directa de la propia Corte, en la 7ª Conferencia de Tribunales
Constitucionales europeos (Lisboa, 1987). En él se hacía eco del hecho de que
aunque la misma Corte costituzionale, en más de una ocasión (así, por poner
un ejemplo, en la Sentencia nº 127, de 1966), había calificado el efecto de sus
decisiones en términos de anulación de la norma censurada, no había extraído
de ello, sin embargo, la consecuencia de la caducidad radical de las relaciones
jurídicas ya creadas en aplicación de la norma, por lo que se inclinaba por
no visualizar los efectos de las sentencias de inconstitucionalidad ni desde la
perspectiva de la abrogación, ni desde la óptica de la “nulidad inicial”, sino más
bien desde su contemplación como un “tipo intermedio” entre estos dos casos
extremos (abrogación y nulidad)142.
A lo que se acaba de precisar habría que añadir la creación por el juez consti-
tucional italiano de algunos tipos de sentencias, ya mencionados con anterioridad,
que, no obstante declarar la inconstitucionalidad, no extraen de ella la nulidad
de la norma constitucionalmente ilegítima. Las sentencias aditivas de principio
constituirían el ejemplo paradigmático. La falta de inmediata operatividad jurídica
y el reenvío al legislador, serían sus dos rasgos característicos143, que en buena
medida se explican por el hecho de ser supuestos paradigmáticos de este tipo de
decisiones los de violación de normas constitucionales atributivas de derechos
prestacionales. Junto a estas sentencias hay que recordar las sentenze-monito,
respecto el gran maestro romano. Francesco CARNELUTTI: “Aspetti problematici del processo al
legislatore”, en Rivista di Diritto processuale, anno XIV, nº 1, Gennaio/Marzo 1959, pp. 1 y ss.; en
concreto, p. 6.
140
Aldo M. SANDULLI: “Natura, funzione ed effetti delle pronunce della Corte costituzionale
sulla legittimità delle leggi”, en Rivista trimestrale di Diritto pubblico, anno IX, 1959, pp. 23 y ss.; en
concreto, pp. 41-42.
141
Vezio CRISAFULLI: “Le système de contrôle de la constitutionnalité des lois en Italie”, op.
cit., p. 115.
142
“Cour constitutionnelle italienne”, op. cit., pp. 172-173.
143
Cfr. al efecto Adele ANZON: “Nuove tecniche decisorie della Corte costituzionale”, en Giurispru-
denza Costituzionale, anno XXXVII, fasc. 4, Luglio/Agosto 1992, pp. 3199 y ss.; en concreto, p. 3203.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1309
144
STC 14/1981, de 29 de abril, fund. jur. 4º, ab initio.
145
STC 83/1984, de 24 de julio, fund. jur. 5º.
146
STC 60/1986, de 20 de mayo, fund. jur. 1º.
1310 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
147
El planteamiento del problema en la STC 45/1989, de 20 de febrero, fund. jur. 11.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1311
148
Hans KELSEN: “Wesen und Entwicklung der Staatsgerichtsbarkeit”, en Veröffentlichungen der
Vereinigung der Deutschen Staatsrechtslehrer, nº 5, 1929, pp. 30 y ss.; en concreto, p. 77.
149
Albert KOCOUREK y Harold KOVEN: “Renovation of the common law through stare decisis”,
en Illinois Law Review, Volume XXIX, Number 8, April 1935, pp. 971 y ss.
150
Ibidem, p. 972.
1312 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
con ello, al decidir un caso litigioso se entendía que el juez venía obligado a declarar
el Derecho existente al originarse la controversia y a proclamarlo como el principio
determinante del caso. De la “declaratory nature” de la decisión judicial, Blackstone
derivó la necesidad de que la decisión tuviera efecto retroactivo (retrospective effect).
Si la decisión interpretaba el Derecho, entonces no hacía más que declarar lo que
el Derecho siempre había sido. Si, por el contrario, llegaba a considerar necesario
anular la primera interpretación, esto es, el precedente, era igualmente claro para
Blackstone que la overruling decision no hacía más que declarar el Derecho, aunque
quiza de un modo más meditado. En el lenguaje que a Blackstone gustaba utilizar,
podría decirse que la primera decisión había sido tan sólo “an evidence” del Derecho
cuyo posterior desarrollo la convertía en “an erroneous evidence”.
En un famoso pasaje de sus Commentaires on the Laws of England (1765-
1769), Blackstone escribía: “The judicial decisions are the principal and the most
authoritative evidence that can be given of the existence of such a custom as shall
form part of the common law... Yet this rule admits of exceptions where the former
determination is most evidently contrary to reason... But even in such cases the
subsequent judges do not pretend to make a new law, but to vindicate the old one
from misrepresentation. For if it be found that the former decision is manifestly
absurd or unjust, it is declared, not that such a sentence was bad law, but that it
was not law; that is, that it is not the established custom of the realm, as had been
erroneously determined”151.
En definitiva, la explicación clásica del efecto retroactivo del cambio respecto
del precedente judicial articulada por Blackstone fue que el Derecho existe con
independencia de las decisiones judiciales. Holmes, en una conocida afirmación,
hablaba de “a brooding omnipresence” absoluta e inmodificable152. La exigencia
de retroactividad será vista así como una inexcusable consecuencia de la teoría de
que la facultad de los tribunales se hallaba limitada a la declaración del Derecho
preexistente, no extendiéndose a la creación de nuevo Derecho.
Frente a Blackstone, Austin, en sus Lectures on Jurisprudence or the Philosophy
of Positive Law, se separaba de una concepción mecanicista del common law,
viniendo a propiciar el reconocimiento de una cierta creatividad del Derecho
judicial, o como dice Mishkin153, Austin posibilitaría el reconocimiento de que los
jueces desarrollan “a lawmaking function”.
La blackstoniana visión iba a ser progresivamente rechazada. Y así, ya el gran
Justice Oliver Wendell Holmes, en un conocido dissent formulado en el Black &
White Taxicab case (1928), se mostraba disconforme con la doctrina establecida
en el caso Swift v. Tyson154, doctrina cuya lógica chocaba con el otorgamiento a
151
Apud YALE-NOTE: “Prospective Overruling and Retroactive Application in the Federal Courts”,
en Yale Law Journal, vol. 71, 1961-1962, pp. 907 y ss.; en concreto, p. 908.
152
Thomas S. CURRIER: “Time and Change in Judge-made law: Prospective Overruling”, en Virginia
Law Review, vol. 51, number 2, March 1965, pp. 201 y ss.; en concreto, p. 206.
153
Paul J. MISHKIN: “The High Court, the Great Writ, and the Due Process of Time and Law”, en
Harvard Law Review, vol. 79, 1965-1966, pp. 56 y ss.; en concreto, p. 58.
154
Black and White Taxicab & Transfer Co. v. Brown & Yellow Taxicab & Transfer Co. (1928).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1313
una decisión judicial de un efecto tan sólo ex nunc o pro futuro. La oposición de
Holmes a la doctrina fijada en Swift v. Tyson se entrelazaba con su crítica a la
“declaratory theory”.
Otro bien conocido Justice, Benjamin Nathan Cardozo, ha sido considerado
“the major advocate of prospective overruling”155. Ya en 1921, antes de acceder a
la Supreme Court (a la que llegó en marzo de 1932, en sustitución del gran Justice
Oliver W. Holmes), en su más clásica obra156, escribía que en la mayor parte de los
casos el “retrospective effect of judge-made-law” no ocasionaba dificultades o, por
lo menos, éstas eran de índole menor; sin embargo, siendo mayores tales dificul-
tades, o siendo innecesarias, el efecto retroactivo debía ser negado. La opinión de
Cardozo concordaba con la posición que algunos años antes expusiera Freeman,
partidario de que en aquellos casos en que los tribunales se vieran implicados por
las dificultades causadas por la retroactividad de una overruling decision, pudieran
ser capaces de enfrentarse a su responsabilidad de “eliminar la influencia de un
mal precedente”157. Recuerda Levy158, que en enero de 1932, aún siendo miembro
(Chief Judge) de la New York Court of Appeals, Cardozo pronunció una importante
conferencia en la “New York State Bar Association” en la que se adhirió a la tesis
de la prospective overruling. No ha de extrañar por lo mismo que ese año de 1932,
ya incorporado a la Supreme Court y llamado a escribir la “opinion of the Court”
en el relevante Sunburst case159, Cardozo expresara el punto de vista de que el
alcance de los límites a la adhesión al precedente era una materia que los Estados
habían de decidir por sí mismos.
El progresivo impacto de la tesis austiniana no podía dejar de afectar a
los efectos temporales de las sentencias, pues si éstas podían innovar, creaban
Derecho en definitiva, las situaciones anteriores ajenas a la litis debían ser tenidas
en cuenta. Se explica así que en 1940 el Chief Justice Hughes considerara la
situación normativa anterior a la sentencia declarativa de la inconstitucionalidad
como un operative fact que no podía ser ignorado160.
En los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, amplios sectores de la
doctrina se iban a mostrar críticos frente a la declaratory theory y hacia la “retro-
spective operation of overruling decisions”. Así, Grant señalaba como un defecto
inherente al sistema americano de la judicial review, la inseguridad resultante
del hecho de que, por lo general, las decisiones de los tribunales sobre ámbitos
materiales constitucionales tenían efectos retroactivos. “Consequently –añadía
155
YALE-NOTE: “Prospective Overruling and Retroactive Application in the Federal Courts”, op.
cit., p. 911.
156
Benjamin N. CARDOZO: The Nature of the Judicial Process (first published, 1921), 27th printing,
Yale University Press, New Haven and London, 1967, pp. 146-147.
157
Robert Hill FREEMAN: “The Protection Afforded Against the Retroactive Operation of an
Overruling Decision”, en Columbia Law Review, vol. 18, 1918, pp. 230 y ss.; en concreto, p. 251.
158
Beryl Harold LEVY: “Realist Jurisprudence and Prospective Overruling”, en University of
Pennsylvania Law Review, vol. 109, No. 1, November 1960, pp. l y ss.; en concreto, p. 12.
159
Great Northern Railway v. Sunburst Oil & Refining Co. (1932).
160
En una “opinion of the Court” unánime redactada por el Chief Justice Hughes, la dictada en el
caso Chicot County Drainage Dist. v. Baxter State Bank (1940).
1314 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
Grant161– in order to know the law of today one must be able to divine the decisions
of tomorrow –or of several years hence”.
En los años sesenta, al fin, la Supreme Court creaba reglas diferentes para los
“civil and criminal judicial proceedings”. Particularísima importancia tendría el
caso Linkletter v. Walker (1965), en el que la Corte introducía un punto de inflexión
en su doctrina sobre la nulidad ab initio. En Linkletter, el Tribunal desarrolló una
doctrina a cuyo tenor podría denegarse el efecto retroactivo a una recién declarada
“rule of criminal law”. En la sentencia, la Supreme Court razonaba que “the
Constitution neither prohibits nor requires retrospective effect”, consideración
que apoyaba en la autorizada voz del Justice Cardozo, para quien “the federal
constitution has no voice upon the subject”162.
Dos años más tarde, la Corte Suprema reiteró la doctrina Linkletter en el caso
Stovall v. Denno (1967). En 1971, en el caso Chevron Oil Co. v. Huson, el Tribunal
elaboró una suerte de “test for retroactivity”163 con el que identificar los requisitos
necesarios para que los overruling limitasen sus efectos pro futuro. Ciertamente, en
los años subsiguientes, las decisiones de la Corte han estado lejos de ser unánimes
en el punto que nos ocupa. Pero lo dicho es suficiente para mostrarnos, que incluso
en Estados Unidos el efecto retrospectivo exigido por la declaratory theory se halla
lejos de ser un dogma inamovible.
Al margen ya de Estados Unidos, el Derecho comparado nos revela una tenden-
cia general hacia la búsqueda de instrumentos decisorios que aseguren una cierta
flexibilidad al régimen de los efectos de las decisiones de inconstitucionalidad,
flexibilidad alcanzada en algunos casos a través de la vía jurisprudencial, y por lo
general, posteriormente consolidada legislativamente, y en otros, expresamente
contemplada en los textos constitucionales o en las leyes que rigen los Tribunales
Constitucionales164.
El problema de fondo está lejos de provenir de la conveniencia de postergar
los efectos ex tunc en favor de los efectos ex nunc. Ciertamente, la opción por
una u otra fórmula no es indiferente, pero lo crucial de esta problemática reside,
como con evidente razón aduce Ruotolo165, en el anacronismo de un sistema que
se cierra en nombre de la rigidez de uno u otro principio (eficacia pro praeterito/
eficacia pro futuro) sin admitir derogación o matización alguna.
161
James Allan Clifford GRANT: “Judicial Control of Legislation. A Comparative Study”, en The
American Journal of Comparative Law, vol. III, number 2, Spring 1954, pp. 186 y ss.; en concreto,
p. 192.
162
Cita del Justice Cardozo extraída de la sentencia dictada en el caso Great Northern Raylway v.
Sunburst Oil & Refining Co. (1932).
163
Cfr. al efecto Laurence H. TRIBE: American Constitutional Law, volume one, third edition,
Foundation Press, New York, 2000, p. 219.
164
Marco RUOTOLO: La dimensione temporale dell’invalidità della legge, op. cit., p. 351.
165
Ibidem, p. 310.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1315
168
«Un tel délai –se afirma por el propio VfGH [en “Cour constitutionnelle autrichienne” (7ème
Conférence des Cours Constitutionnelles Européennes), en Annuaire International de Justice Con-
stitutionnelle, III, 1987, pp. 59 y ss.; en concreto, p. 79]– a pour conséquence que la norme annulée
jusqu’à l’entrée en vigueur de l’annulation conformément au délai fixé doit “être traitée comme un
élément de l’ordre juridique conforme à la Constitution et irréprochable”».
169
Theo ÖHLINGER: “La giurisdizione costituzionale in Austria”, en Quaderni Costituzionali, anno
II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 535 y ss.; en concreto, p. 547.
170
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, op. cit.,
p. 60.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1317
171
Ibidem, p. 61.
172
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”, op. cit., p. 58.
173
Wolfgang HEYDE: “Gesetzgeberische Konsequenzen aus der Verfassungswidrigerklärung von
normen”, en W. ZEIDLER (Hrsg.): Festschrift für H. J. Faller, München, 1984, p. 53. Cit. por Marco
RUOTOLO: La dimensione temporale dell’invalidità della legge, op. cit., p. 318.
174
Sabine STUTH: “Il Bundesverfassungsgericht e il profilo tecnico delle sue pronunce”, en Quaderni
Costituzionali, anno IX, nº 2, Dicembre 1989, pp. 287 y ss.; en concreto, p. 289.
1318 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
175
Temistocle MARTINES: “Considerazioni sul tema”, en la obra colectiva Effetti temporali delle
sentenze della Corte costituzionale anche con riferimento alle esperienze straniere, Giuffrè, Milano, 1989,
pp. 235 y ss.; en concreto, p. 236.
176
Beniamino CARAVITA: “La modifica della efficacia temporale delle sentenze della Corte
costituzionale: limiti pratici e teorici”, en la obra colectiva Effetti temporali delle sentenze della
Corte..., op. cit., pp. 243 y ss.; en concreto, p. 255.
177
Alessandro PIZZORUSSO: “Comentario al art. 136 de la Constitución”, en Commentario della
Costituzione, a cura di Giuseppe Branca, volumen sobre «Garanzie costituzionali (Art. 134-139)»,
Nicola Zanichelli Editore/Soc. Ed. del Foro Italiano, Bologna/Roma, 1981, pp. 175 y ss.; en concreto,
p. 184.
178
Gustavo ZAGREBELSKY: La giustizia costituzionale, Il Mulino, nuova edizione, Bologna, 1988,
p. 266.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1319
179
Franco MODUGNO: “Considerazioni sul tema”, en la obra colectiva Effetti temporali delle
sentenze della Corte..., op. cit., pp. 13 y ss.; en concreto, p. 20.
180
Paolo BARILE: “Considerazioni sul tema”, en la obra colectiva Effetti temporali delle sentenze
della Corte...”, op. cit., pp. 327 y ss.; en concreto, p. 331.
181
Javier JIMÉNEZ CAMPO: “Qué hacer con la ley inconstitucional”, en la obra colectiva La senten-
cia sobre la constitucionalidad de la Ley, Tribunal Constitucional/Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1997, pp. 15 y ss.; en concreto, p. 42.
1320 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
182
En tal sentido, Encarnación MARÍN PAGEO: La cuestión de inconstitucionalidad en el proceso
civil, Civitas, Madrid, 1990, p. 359.
183
STC 60/1986, de 20 de mayo, fund. jur. 5º, in fine.
184
STC 45/1989, de 20 de febrero, fund. jur. 11.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1321
Cuanto hasta aquí se ha expuesto creemos que deja claro varios aspectos: la
inconveniencia de una aplicación rígida de estrictas categorías dogmáticas en lo que
a los efectos de las sentencias de inconstitucionalidad se refiere, el desbordamiento
que de las fórmulas legales vienen haciendo los Tribunales Constitucionales en el
punto objeto de nuestra atención y el seguimiento que a su vez hace el legislador de
las pautas previamente fijadas por la jurisprudencia constitucional, procediendo
en muchos casos a su positivación. Parece clara por todo ello la necesidad de que el
legislador no trate de sujetar de un modo absolutamente rígido al juez constitucional
a la hora de discernir los efectos de las sentencias de inconstitucionalidad, dejándole
siempre un cierto resquicio, un determinado margen de maniobra. El Tribunal debe
siempre tener a su alcance la posibilidad de graduar los efectos de sus sentencias de
inconstitucionalidad a fin de poder acomodarlos a las consecuencias que extraiga de
las ponderaciones que realice a la vista de los diferentes principios, bienes y valores
constitucionales en presencia.
Por lo demás, que un Tribunal Constitucional no puede desinteresarse de
los efectos de sus sentencias es algo que está fuera de toda duda. “La Corte –ha
escrito Zagrebelsky186– non può desinteressarsi degli effetti delle pronunce di
185
STC 54/2002, de 27 de febrero, fund. jur. 8º.
186
Gustavo ZAGREBELSKY: “Il controllo da parte della Corte costituzionale degli effetti temporali
delle sue pronunce”, en Quaderni Costituzionali, anno IX, nº 1 (monográfico sobre «L’efficacia temporale
delle sentenze della Corte»), Aprile 1989, pp. 67 y ss.; en concreto, p. 70.
1322 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
187
Marco RUOTOLO: La dimensione temporale dell’invalidità della legge, op. cit., p. 357.
188
Juan Luis REQUEJO PAGÉS: “Constitución y remisión normativa (Perspectivas estática y
dinámica en la identificación de las normas constitucionales)”, en Revista Española de Derecho
Constitucional, nº 39, Septiembre/Diciembre 1993, pp. 115 y ss.; en concreto, p. 150.
189
Cfr. al respecto M. GAUCHET: La Révolution des pouvoirs, Gallimard, Paris, 1995, pp. 178 y ss.
190
Georg JELLINEK: Ein Verfassungsgerichtshof für Österreich, Alfred Holder, Wien,1885, 70 pp.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1323
Ante la problemática de fondo, hay autores, como Cervati 191, que hacen
especial hincapié en la motivación de las opciones interpretativas que el Tribunal
Constitucional lleve a cabo de la Constitución, pero no sólo de ella, también de las
leyes ordinarias, subrayando que ello debe hacerlo sobre todo cuando se trate de
opciones hermenéuticas que presenten un más amplio margen de opinabilidad.
Otros autores, como es el caso del actual Giudice della Corte costituzionale,
Gaetano Silvestri192, se inclinan por deferir las soluciones de los problemas de
Derecho intertemporal planteados por las sentencias de inconstitucionalidad a los
jueces comunes o a la Administración, en el caso de que no se evidencien intereses
constitucionalmente relevantes que impongan una graduación, racional y racio-
nalizada, de los efectos de la decisión sobre las “relaciones pendientes”, fórmula
de solución en tales casos (no en otros) que nos parece por entero razonable193.
No cabe duda de que si pueden derivar inconvenientes de que un Tribunal
Constitucional pueda graduar la eficacia temporal de sus sentencias, no menos
inconvenientes pueden desprenderse del hecho de que no lo pueda hacer194.
Por nuestra parte, no albergamos duda de que aún existiendo peligros, el
juez constitucional debe estar en condiciones de poder graduar los efectos de sus
sentencias de inconstitucionalidad, no sólo para acomodarlos a las consecuencias
que puedan derivarse de las mismas, a fin de soslayar sus efectos dañinos, sino
para poder asimismo modularlos en función de la previa ponderación de los
principios, bienes y valores constitucionales en juego. Ello no debe entenderse
en el sentido de que el legislador otorgue un cheque en blanco al Tribunal Cons-
titucional. La ley debe regular con cierta precisión los efectos de las sentencias
de inconstitucionalidad, dejando siempre abierta la posibilidad de que, cuando
razones de naturaleza constitucional, debidamente justificadas, así lo acrediten,
el Tribunal pueda decidir dentro de unos márgenes flexibles que se aparten de la
regla general.
En coherencia con ello, hubiera sido deseable, a nuestro juicio, la aprobación
de la previsión que al texto del art. 39.1 LOTC se incorporaba en el Proyecto de Ley
Orgánica de modificación de la LOTC, presentado en el Congreso de los Diputados
el 18 de noviembre de 2005195, texto que aunque se convertiría finalmente en la Ley
191
Angelo Antonio CERVATI: “Incostituzionalità delle leggi ed efficacia delle sentenze delle Corti
costituzionali austriaca, tedesca ed italiana”, en Quaderni Costituzionali, anno IX, nº 2, Agosto 1989,
pp. 257 y ss.; en concreto, p. 285.
192
Gaetano SILVESTRI: “Effetti normativi ed effetti temporali delle sentenze della Corte costitu-
zionale”, en Quaderni Costituzionali, anno IX, nº 1, Aprile 1989, pp. 61 y ss.; en concreto, p. 64.
193
En forma análoga, Onida, quien fuera presidente de la Corte, cree que tras el pronunciamiento
del Tribunal es el juez común quien debe aplicar la norma resultante; “e che quindi alla fine è il
giudice comune ad avere l’ultima parola sul modo in cui operano gli effetti delle sentenza della Corte”.
Valerio ONIDA: “Considerazioni sul tema”, en la obra colectiva Effetti temporali delle sentenze della
Corte costituzionale..., op. cit., pp. 185 y ss.; en concreto, p. 187.
194
Análogamente se pronuncia Sergio FOIS, en “Il problema degli effetti temporali alla luce delle
fonti sul processo costituzionale”, en Quaderni Costituzionali, anno IX, nº 1, Aprile 1989, pp. 27 y ss.;
en concreto, p. 29.
195
El Proyecto de Ley Orgánica fue publicado en el Boletín Oficial de las Cortes Generales. Congreso
de los Diputados, VIII Legislatura, Serie A, n° 60-1, 25 de noviembre de 2005. A tenor del texto dado
1324 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
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preservar los valores e intereses que la Constitución tutela, la sentencia podrá declarar únicamente la
inconstitucionalidad o diferir los efectos de la nulidad por un plazo que en ningún caso será superior
a tres años”.
196
RICARDO ALONSO GARCÍA: “El Tribunal Constitucional y la eficacia temporal de sus sentencias
anulatorias”, en Revista de Administración Pública, nº 119, Mayo/Agosto 1989, pp. 255 y ss.; en concreto,
p. 268.
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1330 LOS EFECTOS DE LAS SENTENCIAS CONSTITUCIONALES
SUMARIO
1
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lotta contro la legislazione sociale negli Stati Uniti (L´esperienza americana del controllo giudiziario
della costituzionalità delle leggi), a cura di Roberto D´ORAZIO, Giuffrè Editore, Milano, 1996.
2
Hans KELSEN: “La garantie juridictionnelle de la Constitution” (La Justice constitutionnelle),
en Revue du Droit Public, tome quarante-cinquième, 1928, pp. 197 y ss.; en concreto, p. 200.
3
Hans KELSEN: “Wesen und Entwicklung der Staatsgerichtsbarkeit”, en Veröffentlichen der
Vereinigung der Deutschen Staatsrechtslehrer (VVDStRL), 5. Heft, 1929, pp. 30 y ss.; en concreto, p. 54.
4
Ibidem.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1335
misma función legislativa, y un Tribunal que anula la ley, un propio órgano del
poder legislativo). Este órgano, y es importante recordarlo, en el pensamiento
kelseniano está llamado a colaborar, por decirlo quizá impropiamente, con el
poder legislativo, al venir a reafirmar tal Tribunal el principio de sujeción de
los jueces a la ley sin fisura alguna, lo que, ciertamente, supone un refuerzo
del órgano parlamentario frente al poder judicial. Por lo demás, conviene no
olvidar que de esta caracterización del Tribunal Constitucional como “legislador
negativo” (negativ Gesetzgeber) derivarán las más acusadas diferencias entre los
tradicionalmente considerados como dos grandes (y contrapuestos) sistemas de
la justicia constitucional: el americano o difuso (judicial review of legislation) y el
europeo-kelseniano o concentrado (Verfassungsgerichtsbarkeit).
Tras la Segunda Guerra mundial el sistema constitucional americano vendrá
a asumir una posición verdaderamente central en los ordenamientos europeos,
lo que, desde luego, no dejará de incidir sobre sus respectivos sistemas de justicia
constitucional, pudiéndose de este modo sostener, que el modelo concentrado
de estirpe kelseniana no entrañará, allí donde se siga, más que modificaciones
estructurales respecto del modelo americano, como por lo demás admiten amplios
sectores de la doctrina5.
Esta centralidad del sistema americano no es casual, sino que responde a unas
concretas circunstancias históricas, que mucho tienen que ver con el hecho de que
en Alemania e Italia fuera el legislador la principal amenaza para las libertades
durante un crucial período histórico, lo que explicará que los constituyentes de
ambos países opten por una concepción de la Constitución muy próxima a la
norteamericana, una percepción que la concibe, como la visionara Corwin en un
clásico trabajo6, como the higher Law, como la Ley superior, como un complejo
normativo de igual naturaleza que la ley, pero con una eficacia capaz de desen-
cadenar la invalidez de las normas contrarias a las constitucionales. Y ello tanto
por su legitimidad de origen popular (Corwin hablará de “an entirely new sort of
validity, the validity of a statute emanating of the sovereign people”) como por su
propio contenido (Corwin se refería a cómo en un primer momento la supremacía
constitucional tenía que ver con el contenido de la Constitución, al entenderse
que había “certain principles of right and justice which are entitled to prevail of
their own intrinsic excellence”). La supremacía constitucional se hallaba, pues,
lejos de obedecer a razones puramente formales.
Ciertamente, el originario modelo difuso norteamericano no será recepciona-
do. Más aún, pareció optarse por el modelo austriaco-kelseniano. No podía ser de
otra manera en cuanto que el sistema americano, lleno de convenciones, prácticas
y sobreentendidos, era producto vivo de una historia perfectamente singular y
5
Entre otros, Alessandro PIZZORUSSO: “I sistemi di giustizia costituzionale: dai modelli alla
prassi”, en Quaderni Costituzionali, Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 521 y ss.; en concreto, p. 527.
6
Edward S. CORWIN: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law”, en
Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, No. 2, December 1928, pp. 149 y ss. y 365 y ss. Publicado
asimismo con el mismo título por Great Seal Books (A Division of Cornell University Press), fifth
printing, Ithaca, New York, 1963.
1336 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
7
Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA: La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional,
Civitas, Madrid, 1981, pp. 133-134.
8
Ibidem, p. 134.
9
Konrad HESSE: Escritos de Derecho Constitucional, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1983, pp. 54-55.
10
Volker HAAK: Normenkontrolle und verfassungskonforme Gesetzesauslegung des Richters, Ludwig
Röhrscheid Verlag, Bonn, 1963, p. 304.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1337
11
Thierry DI MANNO: Le juge constitutionnel et la technique des décisions <interprétatives> en
France et en Italie, Economica--Presses Universitaires d´Aix-Marseille, Paris, 1997, p. 74.
12
Vezio CRISAFULLI: “La Corte Costituzionale ha vent´anni”, en Giurisprudenza Costituzionale,
Anno XXI, 1976, fasc. 10, pp. 1694 y ss.; en concreto, p. 1703.
1338 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
13
Así, entre otros, Edoardo GARBAGNATI: “Efficacia nel tempo della decisione di accoglimento
della Corte costituzionale”, en Rivista di Diritto processuale, Volume XXIX (II Serie), 1974, pp. 201 y
ss.; en concreto, p. 207.
14
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción Constitucional y separación de poderes”, en Revista
Española de Derecho Constitucional, nº 5, Mayo/Agosto 1982, pp. 35 y ss.; en concreto, p. 38.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1339
15
Refiriéndose a Italia, Crisafulli identificaría el rol de la Corte costituzionale como el propio
“di organo de chiusura del sistema che le spetta nella logica e nello spirito della Costituzione”.
Vezio CRISAFULLI: “Le funzioni della Corte costituzionale nella dinamica del sistema: esperienze e
prospettive”, en Rivista di Diritto Processuale, Anno XXI (II Serie), nº 2, Aprile/Giugno 1966, pp. 206
y ss.; en concreto, p. 232.
16
En términos semejantes, entre otros, Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA: La Constitución como
norma..., op. cit., p. 143.
1340 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
17
Alessandro PIZZORUSSO, en su “Comentario del artículo 136 de la Constitución italiana”, en
Commentario della Costituzione, a cura di Giuseppe BRANCA, vol. sobre “Garanzie costituzionali.
Art. 134-139”, Zanichelli Editore–Soc. Ed. del Foro Italiano, Bologna–Roma, 1981, pp. 175 y ss.; en
concreto, pp. 176 y 180.
18
A. LATORRE SEGURA y L. DÍEZ-PICAZO: “Tribunal constitutionnel espagnol” (7ème Conférence
des Cours constitutionnelles européennes), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III,
1987, pp. 85 y ss.; en concreto, pp. 114-115.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1341
19
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, en
Christian STARCK und Albrecht WEBER (Hrsg.), Verfassungsgerichtsbarkeit in Westeuropa, Teilband
I (Berichte), 2. Auflage, Nomos, Baden-Baden, 2007, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 60.
20
Hans-Peter SCHNEIDER: “Jurisdicción constitucional y separación de poderes”, op. cit., p. 58.
21
Wiltraut RUPP-v. BRÜNNECK: “Darf das Bundesverfassungsgericht an den Gesetzgeber
Appellieren?”, en Festschrift für Gebhard Müller (Zum 70. Geburtstag des Präsidenten des Bundesver-
fassungsgerichts), Herausgegeben von Theo Ritterspach und Willi Geiger, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1970, pp. 355 y ss.; en concreto, pp. 364-365.
22
En similar dirección se pronuncia Klaus SCHLAICH: “El Tribunal Constitucional Federal
Alemán”, en la obra colectiva, Tribunales Constitucionales y Derechos Fundamentales, Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1984, pp. 133 y ss.; en concreto, p. 201.
23
Herbert KRÜGER: Allgemeine Staatslehre, Kohlhammer Verlag, Stuttgart/Berlin/Köln/Mainz,
1966, p. 620.
1342 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
alemán) sostuvo la opinión de que poseía el derecho de resolver sin atender a las
consecuencias prácticas de sus fallos, esto es, fiat iustitia pereat mundus!
A todo ello hay que añadir que este esfuerzo dogmático del BVerfG se ha hecho
particularmente necesario en el caso de las sentencias que declaran la inconsti-
tucionalidad de resultas de una omisión del legislador, por lo general, aunque no
siempre, de una omisión relativa (relatives Unterlassen) , por utilizar la categori-
zación dogmática que creara hace ya más de medio siglo el Bundesverfassungsge-
richtrichter Wessel24, esto es, aquella omisión del legislador a la que se anuda una
lesión del principio de igualdad (“unter Verletzung des Gleichheitsgrundsatzes”),
al haber regulado tan sólo ciertas pretensiones jurídicas de algún grupo o colectivo
de individuos25. Y la necesidad a que acaba de aludirse se comprende si se advierte
que el Tribunal Constitucional alemán, a diferencia del italiano, ha partido de la
consideración de que es difícil declarar nulo un vacío jurídico, tesis de la que se
haría eco uno de sus presidentes, Wolfgang Zeidler26, argumento, dicho sea al
margen, que sería objeto de alguna crítica por parte de la doctrina italiana, cual
sería el caso de D´Orazio27, quien lo tildaría de “pregiudiziale”, contraponiéndolo
a la superación del obstáculo llevada a cabo por la Corte costituzionale, que ha
reconstruido de modo diferente la relación entre disposición, norma y omisión.
Nos hemos detenido en el caso alemán por cuanto, en España, el proceso
evolutivo seguido por el Tribunal Constitucional recuerda en alguna medida el
acontecido en la República Federal con el BVerfG, aun cuando el ritmo del juez
constitucional español haya sido más lento en sus avances hacia la desvinculación,
en casos determinados, de inconstitucionalidad y nulidad.
El Art. 39.1 de la LOTC despeja cualquier duda acerca de que a la inconstitu-
cionalidad se anuda la nulidad. A su tenor: “Cuando la sentencia declare la incons-
titucionalidad, declarará igualmente la nulidad de los preceptos impugnados, así
como, en su caso, la de aquellos otros de la misma Ley a los que deba extenderse
por conexión o consecuencia”.
24
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBl), 67. Jahrgang, Heft 6, 15. März 1952, pp. 161 y ss.
25
Ibidem, p. 164.
26
Wolfgang ZEIDLER: “Cour constitutionnelle fédérale allemande” (Rapport. 7ème Conférence
des Cours constitutionnelles européennes), en Annuaire International de Justice Constitutionnelle, III,
1987, pp. 37 y ss.; en concreto, p. 48.
27
Giustino D´ORAZIO: “Le sentenze costituzionali additive tra esaltazione e contestazione”, en
Rivista trimestrale di Diritto pubblico, 1992, fasc. 1, pp. 61 y ss.; en concreto, p. 101.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1343
que pesaba sobre una persona integrada en una unidad familiar fuere mayor
que la correspondiente a otro contribuyente con idéntico nivel de renta, pero no
integrado en una unidad de este género.
Al tratar de discernir los efectos de su sentencia, el Tribunal se iba a plantear
con algún detenimiento, por primera vez, la posibilidad de romper la conexión
entre inconstitucionalidad y nulidad32. A su juicio, “ni esa vinculación entre
inconstitucionalidad y nulidad es (...) siempre necesaria, ni los efectos de la
nulidad en lo que toca al pasado vienen definidos por la Ley (afirmación, dicho
sea al margen, que consideramos por entero inexacta, bastando para constatarlo
con atender al Art. 40.1 LOTC, al que nos referiremos en un momento ulterior),
que deja a este Tribunal la tarea de precisar su alcance, dado que la categoría de la
nulidad no tiene el mismo contenido en los distintos sectores del ordenamiento”.
A partir de aquí, el Juez constitucional señala que la conexión entre inconstitu-
cionalidad y nulidad quiebra, entre otros casos, en aquellos en los que la razón
de la inconstitucionalidad del precepto reside, no en determinación textual
alguna, sino en su omisión. Por lo demás, el Tribunal estima que la sanción de
nulidad, como medida estrictamente negativa, es manifiestamente incapaz para
reordenar el régimen del Impuesto sobre la Renta en términos compatibles con
la Constitución. En sintonía con tal reflexión, la sentencia declara en su punto 2º
“la inconstitucionalidad del Art. 4.2 de la citada Ley (la Ley 44/1978), en cuanto
que no prevé para los miembros de la unidad familiar , ni directamente ni por
remisión, posibilidad alguna de sujeción separada”. Por todo ello, el Tribunal
concluye considerando que le cumple al legislador, a partir de la propia sentencia,
llevar a cabo las modificaciones o adaptaciones pertinentes en el régimen legal del
impuesto, sirviéndose para ello de su propia libertad de configuración normativa.
Con la Sentencia 45/1989, el Tribunal no sólo se separaba de las previsiones
legales, dando vida al margen del texto legal a las decisiones de mera inconstitucio-
nalidad o de inconstitucionalidad sin nulidad, situándose en la estela del BVerfG,
sino que, a la par, rompía tajantemente con el binomio inconstitucionalidad/
nulidad característico de la visión del juez constitucional como “legislador
negativo” (en rigor, en el pensamiento kelseniano, ese binomio había de formularse
más bien como inconstitucionalidad/anulación).
Paradigmática de la inconstitucionalidad sin nulidad sería asimismo la
Sentencia 13/199233, en la que el Tribunal declararía la inconstitucionalidad de
determinadas partidas presupuestarias de las Leyes de Presupuestos Generales del
Estado para 1988 y 1989 por violación de competencias autonómicas. En cuanto
que la anulación de tales partidas presupuestarias podría suponer graves perjuicios
y perturbaciones a los intereses generales, afectando no sólo a situaciones jurídicas
consolidadas, sino también, y particularmente, a la política económica y financiera
del Estado, y en cuanto, asimismo, dichas partidas se referían a ejercicios económi-
32
El planteamiento de esta problemática puede verse en la STC 45/1989, de 20 de febrero, fund.
jur. 11.
33
STC 13/1992, de 6 de febrero, fund. jur. 17.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1345
cos ya cerrados, que habían agotado sus efectos, el Tribunal Constitucional entendió
que la pretensión del recurrente (la Generalidad de Cataluña) podía considerarse
satisfecha mediante la declaración de inconstitucionalidad de las partidas que
invadieron sus competencias, sin necesidad de anular los preceptos presupuestarios.
Por todo ello, era obvio que el alcance de los efectos generales de la declaración de
inconstitucionalidad acordada se limitaba a los futuros ejercicios presupuestarios
posteriores a la fecha de publicación de la sentencia34
Un supuesto no idéntico a los precedentes, pero que puede asimismo traerse
a colación aquí por la similitud del problema planteado es el abordado por la
Sentencia 235/1999, en la que la declaración de inconstitucionalidad recaía en
un precepto de la Ley 3/1994, por la que se adapta la legislación española en
materia de entidades de crédito a la Segunda Directiva comunitaria europea de
Coordinación Bancaria, que excluía a las Comunidades Autónomas de un ámbito
competencial estatutariamente reconocido. El Tribunal, como ya había significado
en su Sentencia 96/1996, entendió que no debía proceder a examinar cuál había de
ser la regulación básica de las potestades de disciplina respecto de los estableci-
mientos financieros de crédito, “puesto que ese juicio implicaría la reconstrucción
de una norma no explicitada debidamente en el texto legal y, por ende, la creación
de una norma nueva, con la consiguiente asunción por el Tribunal Constitucional
de una función de legislador positivo que no le corresponde”35. Son las Cortes
Generales, aducía el juez constitucional, quienes deben determinar cuál haya de
ser la legislación básica en la materia. Y en cuanto que la inconstitucionalidad
advertida, por razón de la vulneración de competencias autonómicas, no podía ser
reparada mediante la anulación, simple e inmediata, de la disposición enjuiciada,
le correspondía al legislador una inicial labor configuradora de lo que pudiera
estimarse básico en la materia y de la intervención que, correlativamente, debía
reconocerse a las Comunidades Autónomas con arreglo a sus respectivos Estatutos
de Autonomía.
El común denominador de esta doctrina jurisprudencial reside, en definitiva,
en la consideración de que de la nulidad inmediata asociada, como regla general,
a los pronunciamientos de inconstitucionalidad, no cabe esperar la reconstrucción
de unas previsiones legales cuya ausencia es la causa de esa misma inconstitucio-
nalidad, no cabiéndole al Tribunal impartir pautas o instrucciones positivas, a lo
que hay que añadir que la declaración de nulidad generaría un vacío normativo
no deseable. Así las cosas, al Juez constitucional no le resta más que reiterar el
llamamiento al legislador estatal, recordándole el inexcusable imperativo cons-
titucional que sobre él pesa en orden a la reparación con presteza de la situación
contraria a la Constitución y, en algunos casos y más ampliamente, al bloque de la
constitucionalidad. El Tribunal asume que la declaración de inconstitucionalidad
y la reiteración de la necesaria intervención legislativa bastan para propiciar una
pronta sanación de la situación inconstitucional.
34
Esta doctrina sería reiterada, entre otras, en la STC 16/1996, de 1º de febrero, fund. jur. 8º, y
asimismo en la STC 68/1996, de 18 de abril, fund. jur. 14.
35
STC 235/1999, de 16 de diciembre, fund. jur. 13.
1346 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
36
Hans KELSEN: “Wesen und Entwicklung der Staatsgerichtsbarkeit”, op. cit., p. 77.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1347
37
Cfr. al efecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: “Algunas reflexiones generales en torno a los
efectos de las sentencias de inconstitucionalidad y a la relatividad de ciertas fórmulas estereotipadas
vinculadas a ellas”, en Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional, nº 12, 2008, pp. 135 y ss.;
en concreto, pp. 171 y ss. Este trabajo se publica en este libro.
38
Marco RUOTOLO: La dimensione temporale dell´invalidità della legge, CEDAM, Padova, 2000,
p. 351.
39
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, op.
cit., p. 60.
40
Ibidem, p. 61.
41
Wolfgang HEYDE: “Gesetzgeberische Konsequenzen aus der Verfassungswidrigerklärung von
normen”, en W. ZEIDLER (Hrsg.), Festschrift für H. J. Faller, München, 1984, p. 53. Cit. por Marco
RUOTOLO: La dimensione temporale dell´invalidità della legge, op. cit., p. 318.
1348 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
42
Javier JIMÉNEZ CAMPO: “Qué hacer con la ley inconstitucional”, en la obra colectiva La senten-
cia sobre la constitucionalidad de la Ley, Tribunal Constitucional/Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1997, pp. 15 y ss.; en concreto, p. 42.
43
Análogamente, Encarnación MARÍN PAGEO: La cuestión de inconstitucionalidad en el proceso
civil, Civitas, Madrid, 1990, p. 359.
44
Voto particular formulado por los Magistrados Sres. Rubio Llorente y Díez-Picazo en la STC
116/1987, de 9 de julio, dictada en la cuestión de inconstitucionalidad núm. 107/1986.
45
STC 60/1986, de 20 de mayo, fund. jur. 5º, in fine.
46
STC 45/1989, de 20 de febrero, fund. jur. 11.
1350 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
“un inaceptable trato de disfavor para quien recurrió, sin éxito, ante los Tribunales
en contraste con el trato recibido por quien no instó en tiempo la revisión del
acto de aplicación de las disposiciones hoy declaradas inconstitucionales”. Como
es obvio, esta interpretación se traduce, en lo que ahora interesa, en una nueva
limitación del efecto retroactivo de la declaración de nulidad.
En otras sentencias posteriores, el juez constitucional se ha manifestado
sin ambages en favor de diferir los efectos de la nulidad, lo que no dejaba de ser
chocante si se recuerda que en su Sentencia 45/1989, el Tribunal, de modo expreso,
aducía: “... pues la Ley Orgánica no faculta a este Tribunal, a diferencia de lo que
en algún otro sistema ocurre, para aplazar o diferir el momento de efectividad de
la nulidad”47. Común denominador de las sentencias en que, de una u otra forma,
el Tribunal ha optado por diferir los efectos de la nulidad, es una asunción de
competencias por parte del Estado que resulta contraria al orden constitucional
y estatutario de distribución de competencias, si bien, en unos casos, esa invasión
competencial estatal es fruto no tanto de previsiones específicas cuanto de
silencios de la legislación estatal conducentes al vaciamiento de competencias
autonómicas previamente reconocidas y asumidas por la vía estatutaria, mientras
que en algún otro supuesto la quiebra competencial es la resultante de una
específica determinación de la legislación estatal que invade competencias ajenas.
a) En el primero de los casos expuestos, esto es, cuando la invasión competen-
cial por parte del Estado es fruto de silencios de la legislación estatal, se ubica la
Sentencia 96/1996, en la que el Tribunal consideraría inconstitucional un precepto
de la Ley 26/1988, sobre Disciplina e Intervención de las Entidades de Crédito, no
por el hecho de que el mismo no mencionara a las Cajas de Ahorro y Cooperativas
de Crédito, sino porque al mencionar tan sólo a éstas, sin ninguna referencia a
las distintas entidades crediticias comprendidas en el ámbito de aplicación de
la ley, se privaba a las Comunidades Autónomas de un ámbito competencial
reconocido en sus Estatutos de Autonomía. El Juez constitucional decidió48,
que la inconstitucionalidad del precepto debía ser remediada por el legislador,
en uso de su potestad de configuración normativa. Es a las Cortes Generales a
quien corresponde determinar cuál haya de ser la legislación básica en materia
de disciplina e intervención respecto de aquellas entidades de crédito que no son
Cajas de Ahorro o Cooperativas de Crédito, y tal tarea, según el Tribunal, “debe
ser llevada a cabo dentro de un plazo de tiempo razonable”. Todo ello conduce al
Tribunal a considerar, que no obstante la declaración de inconstitucionalidad del
precepto legal, no procede, sin embargo, la de su nulidad en lo que de regulación
expresa en él se contiene.
En la Sentencia 208/1999, se reproduce a grandes rasgos el caso anterior. El
Tribunal consideraría que el Art. 7º de la Ley 16/1989, de Defensa de la Competen-
cia (que contemplaba el falseamiento de la competencia por actos desleales), al
atribuir la función ejecutiva en la materia que regula exclusivamente al Tribunal
47
STC 45/1989, de 20 de febrero, fund. jur. 11.
48
STC 96/1996, de 30 de mayo, fund. jur. 23.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1351
49
STC 208/1999, de 11 de noviembre, fund. jur. 7º.
50
Ibidem, fund. jur. 8º.
51
STC 195/1998, de 1º de octubre, fund. jur. 5º.
1352 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
52
STC 54/2002, de 27 de febrero, fund. jur. 8º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1353
53
Giuseppino TREVES: “Il valore del precedente nella Giustizia costituzionale italiana”, en La
dottrina del precedente nella giurisprudenza della Corte costituzionale, a cura di Giuseppino Treves,
UTET, Torino, 1971, pp. 3 y ss.; en concreto, p. 4.
54
Vincenzo VIGORITI: “Italy: The Constitutional Court”, en The American Journal of Comparative
Law, Volume 20, 1972, pp. 404 y ss.; en concreto, p. 414.
55
Volker HAAK: Normenkontrolle und Verfassungskonforme Gesetzesauslegung des Richters, op.
cit., p. 304.
56
Otto BACHOF: “Der Verfassungsrichter zwischen Recht und Politik”, en Summum Ius Summa
Iniuria (Ringvorlesung gehalten von Mitgliedern der Tübinger Juristenfakultät im Rahmen des Dies
academicus. Wintersemester 1962-63), J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1963, pp. 41 y ss.; en
concreto, p. 48.
1354 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
57
Reinhold ZIPPELIUS: “Verfassungskonforme Auslegung von Gesetzen”, en Bundesverfas-
sungsgericht und Grundgesetz, (Festgabe aus Anlass des 25 jährigen Bestehens des Bundesverfas-
sungsgerichts), herausgegeben von Christian Starck, Zweiter Band, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1976, pp. 108 y ss.; en concreto, p. 115.
58
En términos similares se han pronunciado dos grandes especialistas en la justicia constitucional
alemana como son Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH, en Das Bundesverfassungsgericht.
Stellung, Verfahren, Entscheidungen, 5. neubearbeitete Auflage, Verlag C. H. Beck, München 2001,
p. 299. Estos autores, sin embargo, añaden junto a los límites del sentido literal de la prescripción y
de la intención u objetivo de la regulación legislativa, el atinente a las determinaciones fundamentales
del legislador (“die gesetzgeberischen Grundentscheidungen”) y a sus valoraciones (“Wertungen”),
aun cuando engloben estas limitaciones dentro de la segunda precedentemente mencionada.
59
Klaus SCHLAICH und Stefan KORIOTH: Das Bundesverfassungsgericht..., op. cit., p. 296.
60
Klaus SCHLAICH: “Corte costituzionale e controllo sulle norme nella Repubblica Federale di
Germania”, en Quaderni Costituzionali, Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 557 y ss.; en concreto, p. 576.
61
Helmut SIMON: “La Jurisdicción Constitucional”, en Benda, Maihofer, Vogel, Hesse y Heyde,
Manual de Derecho Constitucional, Instituto Vasco de Administración Pública–Marcial Pons, Madrid,
1996, pp. 823 y ss.; en concreto, pp. 853-854.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1355
62
Albrecht WEBER: “Die Verfassungsgerichtsbarkeit in der Bundesrepublik Deutschland”, op.
cit., p. 61.
63
En tal sentido, quien fuera presidente del BVerfG, Wolfgang ZEIDLER, en “Cour constitutionnelle
fédérale allemande”, op. cit., p. 53.
64
Francisco Javier EZQUIAGA GANUZAS: “Diez años de fallos constitucionales” (Sentencias
interpretativas y poder normativo del Tribunal Constitucional), en Revista Vasca de Administración
Pública, nº 31, Septiembre/Diciembre 1991, pp. 117 y ss.; en concreto, p. 121.
1356 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
La Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC), siguiendo sin duda los
pasos de la legislación alemana, ha establecido en su Art. 38.1 el efecto vinculante
para todos los poderes públicos de las sentencias recaídas en procedimientos de
inconstitucionalidad, efecto que no ha de confundirse con el mandato genérico
que, con carácter general, establece el Art. 118 de la Constitución (“Es obligado –se
prescribe– cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los Jueces y
Tribunales...”), ni tampoco con la concreción de tal mandato que, en referencia al
Tribunal Constitucional, precisa el Art. 87.1 de la propia LOTC: “Todos los poderes
públicos están obligados al cumplimiento de lo que el Tribunal Constitucional
resuelva”. Si este precepto trae su causa del citado Art.118, esto es, de la obligación
general de cumplimiento de las sentencias y resoluciones judiciales, la vincula-
toriedad a que alude el Art. 38.1 LOTC ha de conectarse con el rol de “intérprete
supremo de la Constitución” que al juez constitucional atribuye el Art. 1º.1 de su
propia ley reguladora. En cuanto tal, y en cuanto órgano independiente de los
demás órganos constitucionales y único en su jurisdicción, no puede caber duda
de que la totalidad de esos otros órganos constitucionales se hallan vinculados por
las decisiones dictadas en sede constitucional. Ahora bien, esa vinculatoriedad no
sólo se ha de predicar de la parte dispositiva de las sentencias constitucionales,
sino que ha de proyectarse asimismo a los fundamentos determinantes de los
respectivos fallos, esto es, a la ratio decidendi.
Los efectos que el Art. 38.1 LOTC menciona son, al menos, tres: el efecto de
cosa juzgada, que debe encontrar su marco operativo referencial en el ámbito del
Poder judicial, de los jueces y tribunales; el efecto erga omnes, que innecesario es
decir que se extiende a todos, ciudadanos incluídos, y en fin, el efecto vinculatorio
a que venimos aludiendo, que se predica respecto de los poderes públicos, y que
se explica por la especialísima posición de independencia que, respecto de todos
ellos, corresponde al Tribunal, así como por el rol de “intérprete supremo de la
Constitución” que se le otorga. Parece lógico entender que esta vinculatoriedad
no puede quedar circunscrita a la parte dispositiva de sus pronunciamientos. La
Constitución vincula a todos, algo que deja inequívocamente claro el Art. 9º.1 de la
65
STC 5/1981, de 13 de febrero, fund. jur. 6º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1357
propia Norma suprema (“Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la
Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”), siendo además esta sujeción
mucho más intensa para los poderes públicos, pues, como ha entendido el Tribunal
Constitucional66, mientras los ciudadanos “tienen un deber general negativo de
abstenerse de cualquier actuación que vulnere la Constitución (...) los titulares
de los poderes públicos tienen además un deber general positivo de realizar sus
funciones de acuerdo con la Constitución”; esa actuación regida siempre por los
principios constitucionales hace necesario, que tanto en el diseño de sus fines
como en la aplicación y desarrollo del ordenamiento jurídico los principios
constitucionales sirvan de criterio orientador. Y ello, innecesario es decirlo, exige
que atiendan a la interpretación que el Tribunal Constitucional lleva a cabo de
tales principios, y por tanto, de modo primigenio, a los fundamentos jurídicos de
las sentencias, a las motivaciones que constituyen su auténtica ratio decidendi.
En los primeros momentos de vida constitucional, García Pelayo67, que al margen
de su relevancia como iuspublicista, fue el primer presidente del Tribunal, ya se
pronunció con meridiana claridad al respecto. “Dada la preeminencia que tiene
la interpretación en materia constitucional –escribía– puede afirmarse (y así lo
muestra la práctica de los tribunales de otros países) que las motivaciones, la
ratio o el discurso lógico de la sentencia, tiene con respecto al fallo una mayor
importancia que en otras jurisdicciones. Si extremando las cosas suele decirse que
lo importante de una sentencia es el fallo, de la jurisdicción constitucional podría
decirse que lo fundamental es la motivación”.
Ya la Constitución, en un precepto un tanto elíptico como es el del inciso
segundo de su Art. 161.1, a), apunta en la dirección señalada. A tenor del mismo:
“La declaración de inconstitucionalidad de una norma jurídica con rango de ley,
interpretada por la jurisprudencia, afectará a ésta, si bien la sentencia o sentencias
recaídas no perderán el valor de cosa juzgada”. Si se tiene presente que la idea
de jurisprudencia que la Constitución consagra se refiere a un cuerpo reiterado y
constante de doctrina emanada de los tribunales de justicia y, más precisamente,
del más alto de todos, el Tribunal Supremo, en su función de Tribunal de casa-
ción68, se puede vislumbrar que el Art. 161.1, a) está refiriéndose al impacto de la
jurisprudencia constitucional sobre la jurisprudencia ordinaria, algo que el Art.
40.2 LOTC confirma cuando determina: “En todo caso, la jurisprudencia de los
tribunales de justicia recaída sobre leyes, disposiciones o actos enjuiciados por el
Tribunal Constitucional habrá de entenderse corregida por la doctrina derivada
de las sentencias y autos que resuelvan los procesos constitucionales”.
El texto que acabamos de transcribir es fruto de la reforma de la LOTC
llevada a cabo por la Ley Orgánica 6/2007, que ha introducido una modificación
ciertamente conveniente. En su redacción originaria, el precepto disponía que
66
STC 101/1983, de 18 de noviembre, fund. jur. 3º.
67
Manuel GARCÍA PELAYO: “El <status> del Tribunal Constitucional”, en Revista Española de
Derecho Constitucional, Vol. 1, nº 1, Enero/Abril 1981, pp. 11 y ss.; en concreto, p. 33.
68
Luis DÍEZ-PICAZO: “Constitución y fuentes del Derecho”, en Revista española de Derecho
administrativo, nº 21, Abril/Junio 1979, pp. 189 y ss.; en concreto, p. 196.
1358 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
69
Leopoldo ELIA: “Il potere creativo delle Corti costituzionali”, en La Sentenza in Europa. Metodo,
Tecnica e Stile (Atti del Convegno internazionale per l´inaugurazione della nuova sede della Facoltà.
Università degli Studi di Ferrara. Facoltà di Giurisprudenza), CEDAM, Padova, 1988, pp. 217 y ss.;
en concreto, p. 224.
70
Henry J. ABRAHAM: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the United
States, England and France), seventh edition, Oxford University Press, New York/Oxford, 1998, p. 245.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1359
71
STC 14/1981, de 29 de abril, fund. jur. 6º.
1360 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
72
STC 178/1985, de 19 de diciembre, fund. jur. 2º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1361
73
STC 108/1986, de 29 de julio, fund. jur. 27.
74
STC 74/1987, de 25 de mayo, fund. jur. 3º.
75
Ibidem, fund. jur. 4º.
1362 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
76
STC 115/1987, de 7 de julio, fund. jur. 1º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1363
77
STC 15/1989, de 26 de enero, fund. jur. 8º, b).
78
STC 204/1992, de 26 de noviembre, fund. jur. 6º.
1364 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
79
STC 76/1996, de 30 de abril, fund. jur. 7º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1365
ción Asistida. Frente a uno de los preceptos impugnados, el Art. 12.2 de la ley,
que hacía referencia a determinadas intervenciones sobre el embrión o sobre el
feto, en el útero o fuera de él, vivos, con fines diagnósticos, considerando que tal
intervención “no es legítima si no tiene por objeto el bienestar del nasciturus y
el favorecimiento de su desarrollo, o si está amparada legalmente”, el Tribunal
iba a acudir a la técnica decisoria que nos ocupa. Entiende el Tribunal80, que la
inconstitucionalidad alegada por los actores carece, en este punto, de consistencia,
pues no parece discutible que el “amparo legal” a que se refiere el precepto debe
entenderse como una remisión a los supuestos de aborto no punible del Art.
417 bis del derogado Código Penal que, sin embargo, la disposición derogatoria
única del Código vigente mantiene expresamente en vigor. Aunque, según el
Tribunal, ese es el sentido propio del inciso final del mencionado Art. 12.2 de la
Ley 35/1988, entiende asimismo pertinente despejar cualquier duda en materia
de tanta trascendencia y, por ello, considera necesario afirmar de modo expreso
“que el mencionado inciso sólo resulta constitucional en la medida en que las
intervenciones <amparada (s) legalmente> del Art. 12.2 de la ley sólo aluden al
referido, y aún vigente Art. 417 bis del derogado Código Penal”, reflexión que
queda asimismo plasmada en en el punto 2º, a) del fallo.
En fin, la Sentencia 159/2001 constituye otro ejemplo de decisión, por lo menos
en una de sus partes, interpretativa. A través de la misma, el Tribunal resuelve la
cuestión de inconstitucionalidad promovida por la Sección Tercera de la Sala de lo
Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña frente
a diversas disposiciones del Decreto Legislativo 1/1990, de 12 de julio, por el cual
aprobó el Consejo Ejecutivo de la Generalidad de Cataluña el texto refundido de las
disposiciones legales vigentes en esta Comunidad Autónoma en materia urbanística.
Una de esas disposiciones sería el Art. 47 del mencionado Decreto Legislativo81. La
Sala del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña achacaba a este precepto una vul-
neración constitucional originaria o primaria y otra derivada: como había incurrido
en ultra vires, atentaría contra la autonomía local. Consiguientemente, el argumento
central del auto de planteamiento era el de un supuesto exceso del Gobierno catalán
en el ejercicio de su tarea refundidora, y precisamente, y en la medida en que se
hubiera producido, ese exceso del Decreto Legislativo respecto del Texto Refundido
de la Ley del Suelo de 1976 vulneraría, además, la posición constitucional reconocida
80
STC 116/1999, de 17 de junio, fund. jur. 12.
81
A tenor del Art. 47 del Decreto Legislativo 1/1990, aprobado por el Consejo Ejecutivo de la
Generalidad de Cataluña:
“1. Si las necesidades urbanísticas de un Municipio aconsejaren la extensión del planeamiento a
otros términos municipales vecinos, se podrá disponer la formulación de un Plan Conjunto, de oficio
o a instancia del Municipio.
El organismo competente para adoptar el acuerdo será la Comisión de Urbanismo cuando se
trate de Municipios incluidos en el ámbito territorial de su competencia. En los demás supuestos, el
acuerdo lo adoptará el Consejero de Política Territorial y Obras Públicas.
2. El Consejero o la Comisión determinarán la extensión territorial de los Planes, el Ayuntamiento
u Organismo que deba redactarlos y la proporción en que los Municipios afectados han de contribuir
a los gastos.
3. Los Ayuntamientos comprendidos en el Plan asumirán las obligaciones que de éste se derivaren”.
1366 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
82
STC 159/2001, de 5 de julio, fund. jur. 10.
83
STC 22/1981, de 2 de julio, fund. jur. 8º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1367
84
Ibidem, fund. jur. 9º.
85
STC 199/1987, de 16 de diciembre, fund. jur. 11.
1368 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
86
STC 105/1988, de 8 de junio, fund. jur. 3º, b).
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1369
87
STC 62/1990, de 30 de marzo, fund. jur. 10, b).
1370 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
88
STC 235/2007, de 7 de noviembre, fund. jur. 7º.
89
Cfr. al respecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de
Derecho Comparado, Editorial Dykinson, Madrid, 2009, tomo III, pp. 893 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1371
serán elegidos entre los candidatos presentados por las Asambleas Legislativas de
las Comunidades Autónomas en los términos que determine el Reglamento de la
Cámara”. Ello entrañaba, que mientras con anterioridad a la reforma de 2007, la
propia Cámara alta seleccionaba libremente los candidatos a proponer al Rey, para
su nombramiento como Magistrados constitucionales, de entre aquellas personas
que reunieran los requisitos exigidos por el Art. 159.2 de la Constitución, tras la
Ley Orgánica 6/2007, el Senado había de llevar a cabo su selección de entre los
candidatos formalmente propuestos por los órganos legislativos autonómicos. El
recurso de inconstitucionalidad planteado por más de 50 Diputados del Grupo
Parlamentario Popular del Congreso contra, entre otros preceptos de la Ley
Orgánica 6/2007, el anteriormente transcrito, fue resuelto por medio de la STC
49/2008, de 9 de abril, en la que el Tribunal desestimó el recurso.
La lógica remisión al Reglamento del Senado por parte del párrafo segundo del
Art. 16.1 de la LOTC conducía a la reforma reglamentaria formalizada finalmente
el 22 de noviembre de 2007, que se traducía en la adición de un nuevo apartado
séptimo al Art. 184 del Reglamento del Senado, norma que contemplaba las reglas
generales a las que se había de acomodar el procedimiento encaminado a las
propuestas de nombramiento encomendadas al Senado. El inciso final del punto
b) del nuevo apartado resolvía la polémica cuestión de si la alta Cámara se hallaba
vinculada por las propuestas formuladas por las sedes legislativas autonómicas.
La previsión, la única acorde por lo demás con la nueva fórmula de selección
de los candidatos a Magistrados constitucionales establecida en la reforma de
2007, venía a acoger la plena vinculación de las propuestas autonómicas, con
una única, y muy excepcional (por no decir que impensable), salvedad: que no
se hubieran presentado en plazo candidaturas suficientes. Piénsese, que en los
supuestos normales, el Senado propone al Rey cuatro miembros del Tribunal, y
el Reglamento del Senado, tras su reforma, habilita a cada Asamblea Legislativa
autonómica para proponer hasta dos candidatos, lo que, habida cuenta de la
existencia de 17 Asambleas legislativas, supone que éstas van a poder proponer
un total de 34 candidatos; así las cosas, pensar en que, transcurrido el plazo para
que se lleven a cabo tales propuestas, no haya candidatos suficientes para que, de
entre ellos, el Senado proponga al Rey los nombres de cuatro personas para sus
nombramientos como Magistrados del Tribunal Constitucional, más bien parece
un supuesto de ciencia ficción.
La totalidad de la Sentencia 101/2008 gira en torno a la necesidad de interpre-
tar la expresión del inciso final del apartado b) del Art. 184.7 RS, “candidaturas
suficientes”90, en un sentido no sólo literal, numérico o cuantitativo, sino también
en otro cualitativo o de mérito, de forma tal que solamente serán consideradas
“suficientes” las candidaturas de aquellas personas sobre las que pueda recaer el
apoyo de la Cámara, puesto de manifiesto en la exigencia de que obtengan el voto
favorable de los tres quintos de los Senadores. Dicho de otro modo, para el Tribu-
nal, la expresión “candidaturas suficientes” debe entenderse como “candidaturas
90
STC 101/2008, de 24 de julio, fund. jur. 9.
1372 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
91
Cfr. al efecto, para un análisis más detallado, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia
Constitucional: una visión de Derecho comparado, op. cit., tomo III, pp. 1031 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1373
92
STC 101/2008, de 24 de julio, fund. jur. 10.
1374 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
por otra sentencia constitucional, la ya citada STC 49/2008, tan sólo tres meses
anterior a la que ahora comentamos.
En definitiva, el Tribunal, a partir de esos supuestos ficticios que se inventa,
no obstante carecer los mismos de cualquier cobertura normativa, entiende
que la norma reglamentaria impugnada sólo será conforme con la Constitución
si se interpreta de modo tal, que en esos supuestos hipotéticos que el Tribunal
pergeña, que en último término quedan en dependencia del puro arbitrio del
Senado (bien podrían reconducirse tan sólo al hecho de que la Cámara no quiera
respaldar por los tres quintos de sus miembros a los candidatos propuestos por
las sedes autonómicas), se vacíe de contenido la disposición acogida por el Art.
16.1 LOTC, retornando en tales casos al sistema anterior a la reforma llevada a
cabo por la Ley Orgánica 6/2007, pasando a ser la propuesta de candidatos de la
competencia de los Grupos Parlamentarios de la Cámara. Dicho de otro modo, la
constitucionalidad de una norma puramente procedimental, llamada a desarrollar
una norma sustantiva, se supedita a una interpretación tal que entraña el vacia-
miento, la ignorancia –en realidad, habría que decir la flagrante vulneración– de la
norma sustantiva de la que trae su causa la norma procedimental. Tal es el dislate
mayúsculo que subyace a esta interpretación del Juez constitucional.
93
Leopoldo ELIA: “Divergenze e convergenze della Corte costituzionale con la magistratura
ordinaria in materia di garanzie difensive nell´istruzione sommaria”, en Rivista italiana di Diritto e
procedura penale, nuova serie, Anno VIII, 1965, pp. 537 y ss.; en concreto, p. 562.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1375
94
Vezio CRISAFULLI: “Giustizia costituzionale e potere legislativo”, en la obra colectiva Aspetti
e Tendenze del Diritto Costituzionale. Scritti in onore di Costantino Mortati, Giuffrè Editore, Milano,
1977, vol. 4º, pp. 129 y ss.; en concreto, p. 141.
95
STC 103/1983, de 22 de noviembre, fund. jur. 7º.
1376 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
96
STC 116/1987, de 9 de julio, fund. jur. 8º.
97
Ibidem, fund. jur. 9º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1377
98
STC 154/1989, de 5 de octubre, fund. jur. 6º.
99
STC 142/1990, de 20 de septiembre, fund. jur. 4º.
1378 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
100
STC 222/1992, de 11 de diciembre, fund. jur. 5ª.
101
Ibidem, fund. jur. 6º.
102
Ibidem, fund. jur. 7º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1379
103
STC 3/1993, de 14 de enero, fund. jur. 5º.
104
STC 134/1996, de 22 de julio, fund. jur.8º.
1380 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
105
STC 73/1997, de 11 de abril, fund. jur. 4º.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1381
106
STC 56/1990, de 29 de marzo, fund. jur. 13, b).
107
STC 5/1981, de 13 de febrero, fund. jur. 14.
1382 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
108
Ibidem, fund. jur. 17.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1383
109
STC 113/1989, de 22 de junio, fund. jur. 3º.
1384 EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ESPAÑOL COMO LEGISLADOR POSITIVO
3. Reflexión final
4. Bibliografía manejada
ABRAHAM, Henry J.: The Judicial Process (An Introductory Analysis of the Courts of the
United States, England and France), 7th edition, Oxford University Press, New York/
Oxford, 1998.
BACHOF, Otto: “Der Verfassungsrichter zwischen Recht und Politik”, en Summum Ius
Summa Iniuria (Ringvorlesung gehalten von Mitgliedern der Tübinger Juristenfakultät
im Rahmen des Dies academicus. Wintersemester 1962-63), J. C. B. Mohr (Paul Siebeck),
Tübingen, 1963, pp. 41 y ss.
CORWIN, Edward S.: “The <Higher Law> Background of American Constitutional Law”,
en Harvard Law Review (Harv. L. Rev.), Vol. XLII, No. 2, December, 1928, pp. 149 y
ss. y 365 y ss.
CRISAFULLI, Vezio: “Le funzioni della Corte costituzionale nella dinamica del sistema:
esperienze e prospettive”, en Rivista di Diritto Processuale, Anno XXI (II Serie), nº 2,
Aprile/Giugno 1966, pp. 206 y ss.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1387
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
El libro que comento bien podría calificarse como un estudio del Derecho
constitucional brasileño desde la óptica de los case law books norteamericanos,
que se aproximan a ese ordenamiento desde el estudio de la jurisprudencia de
la Supreme Court, de tal forma que, por poner un ejemplo, analizar los derechos
individuales presupone acercarse a la doctrina sentada por la Corte, entre otros
ámbitos, en las contracts and takings clauses, en las due process and equal protection
clauses o, en fin, en las speech, press, and religion clauses de la Primera Enmienda.
Este planteamiento puede sorprender si uno se aproxima al mismo desde la óptica
de tópicos tan manidos como el de que no debe ser la misma la metodología de
estudio en un sistema de common law que la que se debe seguir en otro de civil
law. Pero sin negar las evidentes diferencias entre uno y otro sistema, tampoco
cabe soslayar su progresiva relativización y la cada vez mayor aproximación entre
los antaño opuestos sistemas jurídicos, lo que en gran medida creemos que puede
atribuirse a la existencia y rol desempeñado por los Tribunales Constitucionales.
Y no ha de olvidarse al respecto que el Supremo Tribunal Federal brasileño es,
de facto, un Tribunal Constitucional, aunque no sea ese su nombre, y en ello coin-
cide la mejor doctrina iuspublicística brasileña. También en Brasil, la “voluntad de
la Constitución” de que hablara Konrad Hesse, se expresa a través de las decisiones
del órgano que se sitúa en la cúpula del Poder Judicial brasileño.
El Ministro Gilmar Mendes (y optamos, en concordancia con lo que es práctica
común en Brasil, por priorizar el segundo apellido) recoge en la extensa obra que
nos ocupa las decisiones más relevantes que aprobó el Supremo Tribunal Federal
en el período que media entre los años 2002 y 2010, siendo él quien expresó el
parecer de este órgano en buen número de esos acuerdos, y por tanto quien
elaboró la decisión, en su condición bien de Ministro, bien de Presidente del
mismo órgano. Pero no pensemos que el libro se limita a una mera transcripción
cronológicamente ordenada de sentencias. Ni mucho menos.
La obra consta de dos partes diferentes, aunque íntimamente entrelazadas.
En la primera, por decirlo de alguna manera, el autor extrae la sustancia del
amplísimo acopio jurisprudencial que recoge en la segunda. En cierto modo,
estaríamos ante un estudio del Derecho constitucional jurisprudencial brasileño,
sustentado, como es normal en los libros del Profesor Gilmar Mendes, en un
riquísimo respaldo bibliográfico, pues su erudición nos atreveríamos a decir que
es casi ilimitada. En la segunda parte, el libro recoge un buen número de acuerdos
del Supremo Tribunal Federal. El autor no recurre para ello a la ordenación cro-
nológica, sino que, en perfecta armonía con la primera parte, sigue la sistemática
recogida en ésta.
La primera parte del libro ha sido subdividida en cinco grandes núcleos
temáticos, relativos a: 1) los derechos fundamentales; 2) los derechos políticos
fundamentales, partidos políticos y sistemas electorales; 3) el control de cons-
titucionalidad; 4) la Administración pública, y 5) las funciones esenciales a la
justicia. Encontramos aquí gran parte del ordenamiento constitucional, siendo
de constatar que el núcleo central de la obra se halla en lo que, a nuestro juicio al
menos, es la médula de la Constitución, los derechos fundamentales. Si se tiene en
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1393
especie tributaria. Esta decisión suscitaba una serie de problemas temporales, que
también a instancias del entonces Presidente, Gilmar Mendes, iban a resolverse,
con el voto contrario del Ministro Marco Aurélio, en el sentido de aplicar unos
efectos ex nunc a la decisión.
IV. El libro se cierra con una perspectiva de ciertos temas abordados en sede
jurisprudencial en relación a la Administración pública y a las funciones esenciales
de la justicia. Respecto a las primeras, la pluralidad de aspectos abordados va de
los límites del poder reglamentario a la responsabilidad civil del Estado, pasando
por la moralidad administrativa y el proceso administrativo de demarcación de
las tierras indígenas. En cuanto a las cuestiones institucionales relativas a la
justicia, destacaríamos el tema del nombramiento de miembros del “Tribunal
Regional do Trabalho”, como asimismo el pronunciamiento del Tribunal sobre
la organización de esa importantísima institución de la Abogacía que es la OAB
(Ordem dos Advogados do Brasil).
Nos hallamos por todo lo dicho ante una obra de innegable interés práctico, pero
también teórico-dogmático, que contribuye a facilitar una visión clara de la siempre
relevante interpretación llevada a cabo en sede constitucional no sólo del ordena-
miento supremo del Estado, sino también de la interpretación dada al ordenamiento
jurídico ordinario en conformidad con los mandatos constitucionales. Sólo un autor
con tan vastos conocimientos teóricos y con muchos años ya de experiencia como
Juez (y también Presidente) del Supremo Tribunal Federal puede proporcionarnos
una visión tan omnicomprensiva como es la que esta excelente obra nos ofrece.
esto escribe ha tenido la oportunidad de manejar una versión del mismo en lengua
portuguesa, llevada a cabo en 1977 por el Profesor portugués Cardoso da Costa,
quien fuera discípulo del Prof. Bachof (Normas constitucionais inconstitucionais?,
Almedina, Coimbra, 1977, con reimpresión en 1994).
Estamos, como bien hacen constar en su Presentación los Profesores García
Belaunde y Díaz Revorio, ante una obra de referencia, que si bien debe enmarcarse
en el contexto cultural de la Alemania de la segunda posguerra mundial, presenta
una indiscutible proyección intemporal, como también adquiriría esa misma
cualificación de “obra de referencia” el discurso que, sobre el tema Grundgesetz
und Richtermacht, pronunciaría Otto Bachof en mayo de 1959 al tomar posesión
de la dignidad rectoral en la Universidad de Tubinga, que entre nosotros vería
la luz con el rótulo de Jueces y Constitución (Cuadernos Civitas, Madrid, 1985).
Nacido en Bremen en 1914, y tras estudiar Derecho en varias Universidades,
Otto Bachof realizaría su examen de Estado en 1935 en la Universidad de Munich,
doctorándose tres años después en la de Friburgo. En 1950 quedaría habilitado
en la Universidad de Heidelberg. Desde 1955 iba a enseñar en la Universidad de
Tubinga, como es sobradamente conocido, una de las más antiguas (fundada en
1477) y prestigiosas de Europa, de la que, como se ha dicho, llegaría a ser Rector.
Tras una larga vida, fallecería en enero de 2006.
El autor justifica su estudio en el hecho de que los interrogantes sobre
la posibilidad de hablar de normas constitucionales inconstitucionales o, en
general, inválidas, así como sobre la competencia jurisdiccional para su control,
constituyen “un problema específicamente actual” del Derecho constitucional de
la República Federal alemana, lo que se ha puesto de manifiesto en el considerable
número de sentencias que debieron de ocuparse de esas cuestiones y en no pocas
opiniones difundidas, bien que de modo esporádico, por la literatura jurídica, no
obstante lo cual, hasta ese momento, Bachof constata la inexistencia de un estudio
de conjunto sobre el tema, ausencia a la que quizá pudo contribuir el hecho de
que el motivo de las disputas existentes hasta ese momento fuesen en gran parte
normas constitucionales políticamente muy discutidas, lo que con frecuencia
resultó contraproducente para una toma de posición objetiva.
II. El libro se vertebra a través de seis capítulos en los que el autor, sucesiva-
mente, aborda el problema constitucional de las normas constitucionales inválidas
y de la competencia jurisdiccional de su control (capítulo 1); las manifestaciones
existentes al respecto en la jurisprudencia y la doctrina (capítulo 2); el concepto
de Constitución y la relación existente entre la Constitución y el Derecho
metapositivo (capítulo 3); las distintas posibilidades de normas constitucionales
inconstitucionales (capítulo 4); la competencia jurisdiccional de control respecto
de las normas constitucionales (capítulo 5), y, a modo de excursus final, dos
cuestiones particulares: el monopolio de decisión por el Tribunal Constitucional
sobre la comprobación de la pérdida de vigencia de las normas constitucionales y
la inexistencia de un monopolio decisorio del Bundesverfassungsgericht (BVerfG)
1400 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
La conclusión final del autor en el punto que nos ocupa no va a ser sino la de
la competencia de los Tribunales Constitucionales para el control de constitucio-
nalidad (validez) de las normas constitucionales. A estos órganos les corresponde
también la fiscalización de la constitucionalidad de las mismas normas constitu-
cionales y, por cierto, de la constitucionalidad en el sentido amplio de la “validez”
de las normas constitucionales con arreglo a la totalidad de normas incluidas en
la Constitución (sea la Grundgesetz, sean las Constituciones de los Länder) o al
Derecho presupuesto por ella. Según Bachof, todo lo engloba la competencia de
control y en esto hay que adherirse a la interpretación sentada por el Tribunal
Constitucional de Baviera en los años cincuenta.
III. El libro hasta aquí comentado se puede ubicar en el marco de las grandes
aportaciones de la dogmática iuspublicística alemana. Podrá o no estarse de
acuerdo con las posiciones sostenidas por el Profesor de Tubinga en este clásico
opúsculo, podrá incluso aducirse, no sin razón, que el mismo es directamente
tributario de una peculiar situación que entronca con las preocupaciones e
inquietudes que impactan de modo frontal sobre el Derecho público subsiguiente
a la segunda gran guerra, de resultas de la cual se tratarán de buscar nuevas
y convincentes respuestas ante los grandes destrozos que la guerra produjo
sobre buena parte de las concepciones jurídicas hasta ese momento plenamente
arraigadas. Pero la lógica de su discurso y su decidido posicionamiento ante estos
nuevos retos a los que el Derecho público se enfrentaba se halla fuera de toda
discusión. De ahí que una obra como ésta esté por encima de las circunstancias
coyunturales a las que pudo responder; se trata de una obra imperecedera, y de
ahí que hayamos de felicitarnos ante iniciativas como ésta, que tratan de revivir
los grandes clásicos del pensamiento iuspublicístico.
II. En esta larga y casuística evolución hallamos rasgos dignos de ser destaca-
dos, como también hitos especialmente significativos en el devenir de la libertad.
Nos detendremos a continuación en algunos de ellos, particularmente en los más
remotos en el tiempo, que por lo mismo son los menos conocidos, sin que con ello
pretendamos, desde luego, detenernos en todas y cada una de las etapas objeto
de la atención del autor.
que desde el primer momento acompañó a esta obra, que hoy puede considerarse
un verdadero clásico del pensamiento norteamericano. La versión española parte
de la segunda edición de la obra, algo ampliada, publicada en 1992 bajo el sello
editorial de la “Harvard University Press”.
Catedrático de Historia de la Universidad de Harvard, de la que fue nom-
brado Profesor Emérito en 1992, el Prof. Bailyn es, sin duda, el más prestigioso
historiador del período de la Revolución americana. Baste como significativa
constatación, que fue a él a quien la Casa Blanca le encomendó la conferencia
conmemorativa del 200 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos.
Antes de este libro su autor publicó Pamphlets of the American Revolution (2 vols.,
The Belknap Press of the Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1965) y
con posterioridad, por aludir tan sólo a obras relacionadas con el tema de la
que comentamos, The Debate on the Constitution (“Federalist and Antifederalist
Speeches, Articles, and Letters During the Struggle over Ratification”, 2 vols., 12th
printing, The Library of America, New York, 1993, datos éstos relativos a la edición
que obra en nuestro poder), en la que nuestro autor seleccionó los contenidos del
libro y escribió los títulos de los capítulos y las notas.
El libro surgió, como en su prólogo nos cuenta su autor, con ocasión del
encargo que el jefe de redacción de la “John Harvard Library” le hizo de preparar
una colección de folletos sobre la Revolución americana. Bailyn constató que la
bibliografía completa de los folletos publicados en las colonias durante el año 1776
alcanzaba los cuatrocientos títulos, llegando a la conclusión de que setenta y dos
de ellos debían ser publicados. Los folletos comprendían toda suerte de escritos,
desde tratados de teoría política hasta sermones, cartas y poemas, pasando por
ensayos históricos y alegatos políticos, presentando todos ellos, pese a su variedad,
un común denominador: todos son, en un grado inusitado, explicativos, pues
revelan no sólo las posiciones adoptadas, sino las razones por las que se adoptaron;
exponen los motivos y las interpretaciones... Revela el autor, que ante esta docu-
mentación, se encontró contemplando con asombro los orígenes de la Revolución
americana. Era una incitación muy fuerte como para no ponerse manos a la obra
de escribir el libro que finalmente salió de su pluma. Por lo demás, nos dice Bailyn,
que la lectura del material vino a confirmarle en su punto de vista, un tanto fuera
de moda, de que la Revolución norteamericana había sido ante todo una lucha
ideológica, constitucional y política, y no primordialmente una controversia
entre grupos sociales empeñados en forzar cambios en la organización social o
económica de su tiempo. Confirmaba también esa documentación, la creencia
del Profesor de Harvard de que el progreso intelectual en la década anterior a la
Independencia condujo a una radical idealización y conceptualización del siglo y
medio anterior de experiencia norteamericana, y de que esta íntima relación entre
el pensamiento revolucionario y las circunstancias de vida en la Norteamérica del
siglo XVIII era la que había infundido a la Revolución su fuerza particular y la
había convertido en un acontecimiento tan profundamente transformador.
Frente a la idea tradicional que considera el pensamiento de la Revolución
como una mera expresión de la filosofía del Derecho natural (las ideas del contrato
1418 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
páginas y servir, por lo tanto, para difundir breves sátiras, como también podía
dar cabida a un material mucho más extenso, serio y permanente. Por su gran
flexibilidad, su fácil manufactura y su bajo costo, los folletos se publicaban en
cualquier lugar de las colonias norteamericanas donde hubiera una imprenta,
aspiraciones intelectuales e inquietudes políticas.
Bailyn catalogaría los folletos en tres clases: 1) Los que respondían a los
grandes acontecimientos públicos; así, por ejemplo, la Ley del Timbre (Stamp Act)
levantó una densa ráfaga de publicaciones de ese tipo, como habría de suceder
asimismo con la Masacre de Boston, el Tea Party bostoniano (episodio acontecido
en 1773, en el que un grupo de patriotas disfrazados de indios arrojó al agua de
la bahía un cargamento de té, a modo de protesta contra los nuevos impuestos)
o la reunión del First Continental Congress. 2) Los folletos publicados en series
polémicas, esto es, como una reacción en cadena de polémicas personales, como
las series de intercambios individuales (argumentaciones, réplicas, refutaciones
y contrarrefutaciones) en los que pueden descubrirse fervorosas personifica-
ciones del conflicto general. 3) En fin, los folletos connotados por el carácter
ritualista de sus temas y de su lenguaje. Recuerda el autor, que en el transcurso
de la controversia revolucionaria, la publicación regular, generalmente anual, de
oraciones conmemorativas bajo la forma de folletos, llegó a constituir un sensible
aporte al conjunto de la literatura de la Revolución. En un período anterior tales
publicaciones habían reproducido sobre todo sermones pronunciados en días
de elecciones en Nueva Inglaterra. Pero desde mediados de la década de 1760 en
adelante se sumaron las celebraciones de aniversarios de carácter más profano,
como el aniversario de la derogación de la Stamp Act, de la Masacre de Boston,
del desembarco de los Peregrinos... Como fácilmente puede comprenderse, no
todos los folletos correspondían a este tríptico de categorías. Algunos, como el
denominado Votes and Proceedings the Freeholders... of... Boston (1772) constituían
en sí mismos hechos políticos a los que respondían otros folletistas.
Importantes, sobre todo, por ser expresión de las ideas, actitudes y motivacio-
nes que conformaban la médula de la Revolución, los folletos publicados en las dos
décadas que precedieron a la Independencia son primordialmente documentos
políticos y no literarios, si bien, como dice el autor, forma y sustancia nunca se
hallan totalmente separadas. Por lo demás, estos folletos forman parte del vasto
conjunto de la literatura inglesa polémica y periodística de los siglos XVII y XVIII,
al cual contribuyeron los más eminentes hombres de letras, como Milton, Halifax,
Locke, Swift, Defoe, Bolingbroke o Addison.
Innecesario es decir, que los folletistas norteamericanos, aunque integrados
en una gran tradición, no eran sino aficionados, frente a polemistas de la talla de
Swift o Defoe. En ningún lugar, en la relativamente indiferenciada sociedad colo-
nial norteamericana, se formó antes de 1776 un grupo de escritores profesionales
en el sentido en que podían serlo Jonathan Swift, Daniel Defoe o James Ralph, el
amigo de Franklin, capaces de ganarse la vida con su pluma. Piénsese, que sólo la
producción en prosa del irlandés Swift (1667-1745) llena catorce volúmenes, y en
ella encontramos la célebre novela Los viajes de Gulliver; que Defoe (1660-1731)
1420 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
escribió por lo menos 400 opúsculos, folletos y libros, entre ellos su celebérrima
Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinsón Crusoe de York, cuya
aparición lo elevó a la inmortalidad, sin olvidar su Moll Flanders, el paradigma de
la novela realista, y todo ello al margen ya de que sus colaboraciones en un solo
periódico durante un decenio alcanzaron las 5000 páginas impresas, y que Ralph,
que alcanzó notable éxito como escritor político pagado, luego de años de intentos
en poesía, teatro y crítica, publicó en sus últimos años una voluminosa Historia
de Inglaterra, cuya sola introducción crítica y bibliográfica ocupaba 1078 páginas.
Para nuestro autor, entre todos aquellos que escribieron folletos, sólo parece
haber habido tres (James Otis, Thomas Paine y John Allen) que tuvieron algo
parecido a ese furor concentrado que impulsaba el pensamiento y la fantasía de
Swift por las intensas tortuosidades de las formas literarias. El apasionamiento
de Otis, su extravagancia, que tanto sorprendió a sus contemporáneos, no tardó
en precipitarse en la incoherencia. El “atrevido descaro”, el “frenesí inusitado”
que, según el Profesor de Harvard, Paine comunicó a su Common Sense, dándole
una fuerza sin igual, había sido importado de Inglaterra por el propio Paine en
1774. Y Allen, sin igualar a Paine como folletista, adquirió sus medios de expresión
literaria en el extranjero.
El esfuerzo por concebir, expresar y concretar su destino fue sostenido de
modo permanente por toda la generación revolucionaria, no obstante lo cual
Bailyn cree que se pueden diferenciar tres fases de particular intensidad: l) el
período que abarca hasta 1776, inclusive, en el que la discusión se concentró sobre
las diferencias angloamericanas; 2) el establecimiento de los primeros gobiernos
estatales, sobre todo entre los años 1776 y 1780, y 3) la reconsideración de las
Constituciones de los Estados y la reorganización del gobierno nacional, en la
segunda mitad de la década de los ochenta y comienzos de la del noventa.
III. El segundo capítulo aborda lo que el autor llama las fuentes y tradiciones.
Se interroga al efecto acerca de cuáles eran las fuentes de la nueva concepción del
mundo sustentada por los revolucionarios. Las fuentes manejadas por aquéllos
nos revelan un eclecticismo general, aparentemente indiscriminado. A juzgar por
una mera apreciación de sus citas, los autores de las colonias tenían siempre a su
alcance, y hacían uso de ella, una gran porción de la herencia cultural de Occi-
dente, desde Aristóteles a Molière, desde Cicerón al “Philoleutherus Lipsiensis”
(Richard Bentley), desde Virgilio a Shakespeare, Pufendorf, Swift y Rousseau.
Estos escritores hacían alarde de su conocimiento del pensamiento occidental, en
su más amplio sentido, por lo que citaban y transcribían a esos (y muchos otros)
autores con total libertad.
Hay coincidencia entre la doctrina, y Bailyn no es una excepción, en que la
influencia más notoria en los textos del período revolucionario fue la de la Antigüe-
dad clásica. Homero, Sófocles, Platón, Eurípides, Herodoto, Tucídides, Jenofonte,
Aristóteles, Polibio, Plutarco, Estrabón, por citar sólo a algunos, entre los griegos,
y Cicerón, Horacio, Virgilio, Tácito, Lucano, Séneca. Tito Livio, Salustio Ovidio,
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1421
Lucrecio, Catón, Plinio, Juvenal, Marco Aurelio, Petronio, César y, entre otros
muchos, los jurisconsultos Ulpiano, Gayo y Justiniano, fueron mencionados, a
veces reiteradamente, por la literatura revolucionaria.
El pensamiento de la Ilustración iba a tener una muy relevante presencia entre
los colonos, como no podía ser de otra manera. Como aduce el autor, el pensamien-
to de la generación revolucionaria fue cobrando forma bajo la influencia mucho
más directa de las ideas y actitudes vinculadas a la literatura del racionalismo
de la Ilustración, cuyos escritos expresaban no solamente el racionalismo de
la reforma liberal, sino también el del conservadurismo ilustrado. Los grandes
virtuosos de la Ilustración norteamericana (Franklin, Adams y Jefferson), pero
no sólo ellos, se inspirarían y citarían con frecuencia las ideas y escritos de los
grandes pensadores seculares de la Ilustración europea: reformistas y críticos
sociales como Voltaire, Rousseau y Beccaria; analíticos conservadores como
Montesquieu; Locke en lo concerniente a los derechos naturales; De Lolme (y
también obviamente Montesquieu), en cuanto a la índole de las libertades inglesas;
y Grocio, Pufendorf, Burlamaqui y Vattel en lo referente al Derecho natural y
de gentes, pero también, añadiríamos por nuestra cuenta, los tres últimos en lo
referente a la idea de un Derecho fundamental, que impregnaría posteriormente
la Constitución y que tendría mucho que ver, siempre, insistimos, a nuestro juicio,
con el nacimiento de la judicial review. Bailyn considera asombrosas la fuerza
de tales citas, si bien matiza, que el conocimiento que las mismas revelan, como
sucedería con el pensamiento de la Antigüedad clásica, era en ocasiones un tanto
superficial.
El common law influyó manifiestamente en la formación de la conciencia de
la generación revolucionaria, pero no determinó por sí solo la índole de las con-
clusiones que los norteamericanos opondrían a las crisis de su tiempo. Destaca al
efecto nuestro autor, que Otis y Hutchinson (recordemos por nuestra cuenta, que
uno y otro se enfrentaron en el celebérrimo Writs of assistance Case) reverenciaban
a Coke, pero, por razones completamente ajenas al gran jurisconsulto, ambos
atribuyeron significativamente distinto sentido a su sentencia en el Bonham´s case.
Particular interés creemos que tiene la observación de nuestro autor, en el
sentido de que, para los colonos, el Derecho no era una ciencia que indicara lo
que debía de hacerse, sino que representaba más bien un caudal de experiencia
acerca de las relaciones humanas, en el que se corporeizaban los principios de
justicia y equidad, y sus derechos. El Derecho inglés, como autoridad, como
precedente legitimador, como corporeización de un principio y como armazón de
la comprensión histórica, actuó sobre el espíritu de la generación revolucionaria
estrechamente unida al racionalismo de la Ilustración.
Para Bailyn, los más importantes publicistas e intelectuales de las colonias
fueron los dos portavoces del extremismo liberal, John Trenchard (1662-1723) y
Thomas Gordon (muerto en 1750). Ambos aunaron sus fuerzas para la publicación
de un semanario, el Independent Whig, y para una de las obras más conocidas
de la época en las colonias, las “Cartas de Catón” (Cato´s Letters), una cáustica
1422 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
denuncia de la política y sociedad inglesas del siglo XVIII. Tan populares llegaron
a ser en las colonias, y de tal modo se hizo sentir su influencia, que gracias a su
denso contenido ideológico y reforzadas por la universalmente conocida pieza
dramática de Joseph Addison, Catón, publicada en 1713, y por el apoyo favorable
a la tendencia whig que de los escritos de los historiadores romanos circulaba
entre los colonos, que las famosas “Cartas” iban a dar origen a lo que bien se puede
llamar una imagen “catónica”, fundamental para la teoría política de la época y
en la que la trayectoria del casi mitológico romano se fusionó inextricablemente
con las palabras de los dos periodistas londinenses (Trenchard y Gordon). No debe
extrañar, por cuanto las obras de los dirigentes radicales de la metrópoli, en esta
época, se vieron como particularmente razonables y apropiadas, ejerciendo bien
pronto una notable influencia.
IV. El capítulo cuarto trata del poder y de la libertad, lo que es tanto como
decir, de la teoría política que se desprende de la literatura revolucionaria. Para
nuestro autor, la esencia de lo que los colonos entendían por poder fue revelada por
John Adams, quizá de modo no deliberado, mientras buscaba el vocablo adecuado
para redactar el borrador de su Dissertation on the Canon and Feudal Law. Por dos
veces eligió, y luego rechazó, la palabra “poder”, decidiéndose por último para
expresar el pensamiento que tenía en mente por el término “dominio”, y toda su
generación se mostró de acuerdo con esta asociación de palabras. De esta forma,
“poder” vino a significar para ellos el dominio de algunos hombres sobre otros, el
control humano de la vida humana.
Con frecuencia, las discusiones acerca del poder se centraban en su esencial
carácter de agresividad, en su permanente e impulsiva propensión a extenderse
más allá de sus legítimos límites. Hubo una clara conciencia, y no debe extrañar
que ese fuera el aspecto sobre el que más se insistió, acerca de la incapacidad de
la especie humana para dominar las tentaciones inspiradas por el poder. Samuel
Adams, dirigiéndose a la Asamblea de Ciudadanos de Boston, afirmaba que “la
perversión de la humanidad” era justamente tal incapacidad. “La ambición y
la voluptuosidad del poder por encima de la ley, –añadía Adams– son pasiones
predominantes en el corazón de la mayoría de los hombres”, palabras que
desgraciadamente, dos siglos y medio después, siguen conservando su vigencia
entre gran número de seres humanos detentadores de poder.
El término “constitución” y el concepto que implicaba iban a revestir una
capital importancia para el pensamiento político desarrollado en las colonias; más
aún, toda su comprensión de la crisis en las relaciones anglo-americanas se basó
en esta idea. El concepto de constitución, nos dirá Bailyn, se hallaba tan estraté-
gicamente ubicado en el espíritu de ingleses y americanos y sufrió tal presión a lo
largo de una década de insistentes debates, que terminó finalmente escindiéndose,
hasta desembocar en dos conceptos diferentes de constitucionalismo que, desde
entonces, han quedado como característicos de Inglaterra y de Norteamérica.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1423
dentro de los límites de la ley, de los derechos naturales, cuya naturaleza esencial
se hallaba enunciada sumariamente en las leyes y costumbres inglesas.
C) De todos los problemas intelectuales que los colonos debieron afrontar hubo
uno absolutamente decisivo, pues, en último término, la Revolución se disputó
1428 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
algunas de ellas, que parecían tener poca o ninguna relación con los conflictos
inmediatos de la contienda anglo-norteamericana. Inesperadamente, surgieron
nuevos y arduos problemas que trascendían el ámbito de los considerados hasta
entonces. El autor trata de compendiar esos nuevos problemas abordados en los
folletos en tres grandes tópicos: la esclavitud, el establecimiento de una religión
oficial, la democracia desencadenada. A ellos añade los cambios en la esfera de las
creencias y actitudes, en la concepción que los hombres tenían acerca de la rela-
ción mutua que los unía, en definitiva, acerca del orden social y de su estructura.
VIII. La espléndida obra del Profesor Bernard Bailyn, como escribe Méndez
Baiges en su “Estudio preliminar”, no sólo se halla lejos de poder ser considerada
una erudita aclaración de ciertos aspectos pertenecientes a la parte más altamente
retórica de una controversia histórica ya superada, una indagación de un mundo
intelectual muerto y enterrado, como en algún momento pudo considerarse por
algunos, sino que en ella se pueden ver planteados aspectos básicos de la expe-
riencia política occidental, y ello, añadiríamos ya por nuestra cuenta, por cuanto
algunas de las cuestiones de esa apasionante etapa revolucionaria, que primero
condujo a la Independencia, y más tarde a la vertebración jurídico-política de un
sistema completamente nuevo, están lejos de haber perdido su carga polémica.
La obra nos ofrece un verdadero fresco histórico de la historia del pensamiento de
esa etapa, de una riqueza de matices y originalidad difícil de encontrar en ningún
otro momento o país. El autor compatibiliza además su extraordinaria erudición
con la claridad, amenidad y facilidad de la lectura, algo nada fácil de conseguir.
Estamos ante un verdadero clásico intemporal, por lo que es de celebrar que haya
sido vertido a la lengua de Cervantes.
paralelismo con la vida de John Marshall en esos años. En fin, la última parte, la
más extensa, circunscribiendo la investigación a los primeros años de la Marshall
Court, aborda el proceso a cuyo través Marshall sentará los cimientos del posterior
espectacular crecimiento del Tribunal.
II. El libro se abre con un primer capítulo que, bajo el título de “Law and
Politics”, se nos presenta como una suerte de Introducción. En él, el autor ironiza
acerca de la posición de un bien conocido Juez del sector más conservador de la
Corte Suprema, el Justice Antonin Scalia, nombrado por el Presidente Reagan
en 1986, y que todavía hoy desempeña el cargo. Recuerda Goldstone, que en una
conferencia pronunciada por Scalia en la Universidad Católica, con el título de
“A Theory of Constitutional Interpretation”, temática por cierto bien próxima a
las inquietudes intelectuales de este relevante Juez (recordemos el libro de Scalia,
A Matter of Interpretation. Federal Courts and the Law, Princeton University Press,
Princeton, New Jersey, 1997), observó: “Yo pertenezco a una escuela, una pequeña
pero resistente escuela, llamada “textualistas”, también “literalistas” (“textualists”)
u “originalistas” (“originalists”), afirmación con la que el Juez Scalia no revelaba
nada nuevo, pues su posición es bien conocida, por lo menos en los Estados
Unidos. Describiendo el significado de esos términos, Scalia observaba que para
un “originalista” no podía ser Derecho algo que no se hallara específicamente
enunciado por la Constitución. Pero el Justice Scalia admitía una relevante excep-
ción en los siguientes términos: “The Constitution of the United States nowhere
says that the Supreme Court shall be the last word on what the Constitution
means. Or that the Supreme Court shall have the authority to disregard statutes
enacted by the Congress of the United States on the ground that in its view they do
not comport with the Constitution. It doesn´t say that anywhere. We made it up”.
Scalia, en pocas palabras, entendía que la Constitución no contemplaba
la posibilidad de que la Supreme Court tuviera la última palabra acerca del
significado de la Constitución, no obstante lo cual la Corte había suplido esa
omisión, había inventado esa potestad y se la había atribuido para sí misma, y no
obstante su posición “textualista”, Scalia se estaba mostrando absolutamente de
acuerdo con esa interpretación de la Corte tan arraigada históricamente. Nuestro
autor no esconde una velada crítica (que no terminamos de ver justificada) al
posicionamiento de Scalia, que, por lo demás, le da pie para trasladarse a ese
“seminal case” de la jurisprudencia americana que es Marbury.
Goldstone, con carácter previo al desarrollo de su exposición, hace hincapié
en las consecuencias a que condujo la sentencia. Marbury tenía derecho al
nombramiento, pero su demanda fue desestimada por cuanto, tras declararse
inconstitucional la cláusula de la Judiciary Act en la que sustentaba la petición
del mandamus, ya no disponía de una norma legal válida en la que apoyar su
pretensión. De esta forma, escribe Goldstone, Marshall había tenido éxito en su
denuncia a Jefferson por la violación de los derechos civiles de Marbury sin verse
forzado a conceder un writ of mandamus que Jefferson, por supuesto, habría
1436 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
ignorado. Con ello, Jefferson estaba metido en un lío (“was in a bind”). Si no hacía
nada, estabá tácitamente otorgando a la Corte controlada por los Federalistas el
poder de supervisar la constitucionalidad de los actos legislativos, una alternativa
repulsiva (“a repugnant alternative”). El único modo de evitar el establecimiento
de tal precedente era entregar los despachos de nombramiento a Marbury y a los
otros jueces frustrados, socavando completamente a través de ello su autoridad.
En definitiva, tras estas reflexiones late implícitamente una crítica que otros
muchos autores, con unos u otros matices, han formulado desde hace al menos
un siglo: Marshall adoptó una decisión guiado por una maquiavélica estrategia
política antijeffersoniana, pues cualquier reacción del Presidente frente a la
sentencia tenía incuestionables costes políticos.
Jefferson optó por no entregar los nombramientos y, siempre según nuestro
autor, de esta forma “the power of judicial review was born”. De resultas, con su
decisión, Marshall expandió para siempre el rol del federal judiciary en la vida
americana. Con su dilatado servicio en la Corte (hasta 1835, en que falleció), se
convirtió en “the second father of the Constitution–the man who made the Court
supreme”.
Tras Marbury –escribe Goldstone– la Corte Suprema llegó a ser no simplemente
el instrumento para decidir cuestiones de “law and equity”, tal como se especifi-
caba en el Art. III, Sección 2ª de la Constitución, sino también la autoridad última
sobre el significado y aplicación de la propia Constitución. El derecho a interpretar
la ley, a decir lo que la Constitución significa, pasó de la legislatura al judiciary, y
esto no fue puramente accidental, sino algo planeado por el Chief Justice: “This
was no accident or unintended byproduct–in his Marbury opinion, Chief Justice
Marshall announced his intention of claiming that very role”.
De todo ello nuestro autor extrae una posterior conclusión. Sin el incruento
golpe de Marshall en Marbury, nos dice, términos tales como “originalism”, “tex-
tualism”, “strict construction”, “broad construction”, y “original intent” tendrían
que haber quedado simplemente como “pienso” (“fodder”) para los teóricos del
Derecho. Con Marbury, sin embargo, estos términos y los puntos de vista que los
mismos representan rebosan sobre las principales corrientes políticas y llegan a
ser una de las más acaloradamente discutidas cuestiones de gobierno.
Con este bien discutible sustrato argumental de fondo, el autor considera vital
aclarar las cualidades políticas y judiciales tanto de la Constitución como de la
Corte Suprema, y para ello, en el contexto histórico, cree necesario determinar en
qué medida Marbury v. Madison fue un acto judicial y en qué medida igualmente
proporciona una idea de hasta qué punto el “originalismo” es una doctrina judicial
o política. Y a partir de aquí, el autor pasa a dar su visión de los hechos históricos.
no por ésta directamente. En fin, hace tres cuartos de siglo, otro relevante autor,
Louis B. Boudin (en “Majority Rule and Constitutional Limitations”, en Lawyers
Guild Review, Vol. 4, 1944, pp. 1 y ss.), en similar dirección, consideraba que la
Sección 25 establecía las bases técnicas para el posterior desarrollo de la doctrina
de la judicial review. Que Marshall estuviera o no acertado en su consideración
como inconstitucional de la cláusula del mismo texto legal atinente al writ of
mandamus, es una cuestión puntual que en nada empece a la anterior.
que algunas de sus decisiones permiten, sin género alguno de dudas, anticipar la
doctrina sentada por Marshall en 1803. Como ha escrito Schwartz (en A History
of the Supreme Court, Oxford University Press, New York/Oxford, 1993), la Corte
comenzó a asentar los fundamentos de la judicial review poco después de que
entrara en funcionamiento, siendo varios los casos de particular significado al
respecto. Recordemos, sin ánimo exhaustivo, los casos Hylton v. United States
(1796), Ware v. Hylton (1796) y Calder v. Bull (1798).
1
Celso AGRICOLA BARBI: “Protecçâo Processual dos Direitos Fundamentais na Constituiçâo de
1988”, en As Garantias do Cidadâo na Justiça, Coordenaçâo do Ministro Sálvio de Figueiredo Teixeira,
Editoral Saraiva, Sâo Paulo, 1993, pp. 93 y ss.; en concreto, p. 105.
2
También Afonso da Silva cree, que la fuente más próxima del mandado de injunçâo es el writ of
injunction del Derecho norteamericano, que progresivamente se ha ido aplicando cada vez más a la
protección de los derechos de la persona, hallándose en la base del célebre caso Brown vs. Board of
Education of Topeka (1954). José AFONSO DA SILVA: Comentário contextual à Constituiçâo, 4ª ediçâo
(de acordo com a Emenda Constitucional 53, de 19.12.2006), Malheiros Editores, Sâo Paulo, 2007,
p. 165.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1445
3
Clémerson MÉRLIN CLÉVE: “O controle de constitucionalidade e a efetividade dos direitos
fundamentais”, en José Adércio Leite Sampaio (Coordenador), Jurisdiçâo Constitucional e Direitos
Fundamentais, Del Rey Editora, Belo Horizonte, 2003, pp. 385 y ss.; en concreeto, p. 390.
4
Paulo BONAVIDES y PAES DE ANDRADE: História Constitucional do Brasil, 3ª ediçâo, Editora
Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1991, p. 501.
5
José AFONSO DA SILVA: Comentário Contextual à Constituiçâo, op. cit., p. 165.
6
Tal sería el caso de Mártires Coelho, a cuyo juicio, el problema a dilucidar se hallaba localizado,
esencialmente, en la determinación de la naturaleza de la decisión judicial que se ha de proferir en el
juicio a que da lugar la presentación del mandado de injunçâo, y al margen ya de tal problema, este
autor creía que faltaba prácticamente todo para que se pudiera convertir en aplicable el precepto
que instituía el mandado de injunçâo. Inocêncio MÁRTIRES COELHO: “Sobre a aplicabilidade da
norma constitucional que instituiu o mandado de injunçâo”, en Paulo Lopo Saraiva (Coordenador),
1446 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
estamos plenamente de acuerdo con Rothenburg cuando esgrime7, que una de las
más ridículas discusiones que se pretendió activar respecto del instituto que nos
ocupa fue la atinente a la autoaplicabilidad del art. 5º, LXXI de la Constitución,
que el propio autor tilda de verdadero despropósito, e incluso, dependiendo de
quien la sustentase, de una tesis mal intencionada, en cuanto destinada a mantener
el mandado de injunçâo desactivado durante el mayor tiempo posible.
El Supremo Tribunal Federal (STF) iba a suplir la quiescencia del legislador
al pronunciarse por primera vez sobre el instituto en cuestión en el Mandado de
Injunçâo (MI) nº. 107-3-DF, resuelto definitivamente a través de una decisión de
21 de noviembre de 1990, pero en el que, a modo de cuestión incidental (como una
“questâo de ordem”), el Tribunal hubo de abordar y resolver, el 23 de noviembre de
1989, el problema que ahora nos ocupa. Al abordar la cuestión de la aplicabilidad
inmediata de este instituto procesal-constitucional de garantía de los derechos,
el Tribunal partió del principio de que la solución que propugnaba la necesaria
elaboración de una norma general debía desecharse, por cuanto el mandado de
injunçâo, cuya competencia le encomendaba el art. 102.I, q) de la Constitución, era
autoejecutable, en cuanto que su utilización no dependía de norma jurídica que
lo regulara, ni tan siquiera en cuanto al procedimiento a seguir, que, por analogía,
no era otro sino el procedimiento del mandado de segurança, otro instrumento
constitucional de garantía de los derechos, en lo que le fuere aplicable (“Questâo
de Ordem no Mandando de Injunçâo nº 107-3-DF, relator Min. Moreira Alves,
decidida el 23 de noviembre de 1989).
Con posterioridad a la citada resolución de 1989, la Ley nº 8.038, de 28 de
mayo de 1990, que estableció las normas procedimentales para los procesos que
la propia ley especificaba, todos ellos ante el Superior Tribunal de Justiça y ante el
Supremo Tribunal Federal, vino a consolidar positivamente la solución adoptada
en sede jurisprudencial, al disponer en el parágrafo único de su art. 24, que “no
mandado de injunçâo e no habeas data, serâo observadas, no que couber, as
normas do mandado de segurança, enquanto nâo editada legislaçâo específica”.
II. Esta amplia introducción, con la que hemos querido mostrar una perspecti-
va amplia del instituto del mandado de injunçâo que ayude al mejor entendimiento
de las cuestiones tratadas en el libro y de las que nos vamos a hacer eco, viene a
cuento de la obra que vamos a comentar, Mandado de Injunçâo. Estudos sobre sua
regulamentaçâo, que este mismo año han editado de modo conjunto el “Instituto
Brasiliense de Direito Público” de Brasília D. F. y la “Editora Saraiva” de Sâo
Paulo. El libro ha sido coordinado por el Profesor Gilmar Ferreira Mendes,
Ministro del Supremo Tribunal Federal, órgano del que fue durante años atrás
su presidente, y Profesor de “Direito Constitucional” de la Facultad de Derecho
Antologia luso-brasileira de Direito Constitucional, Livraria e Editora Brasília Jurídica, Brasília, 1992,
pp. 138 y ss.; en concreto, p. 153.
7
Walter Claudius ROTHENBURG: “O Mandado de Injunçâo Finalmente terá sua Lei”, en la obra
que comentamos, pp. 119 y ss.; en concreto, p. 123.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1447
IV. El primer aspecto a destacar del Proyecto de ley es que el mismo contempla
dos tipos posibles de omisiones legislativas que pueden inviabilizar el ejercicio
de los derechos y libertades constitucionales y de las prerrogativas inherentes
a la nacionalidad, la soberanía y la ciudadanía: la omisión de carácter total y
la omisión parcial (el art. 2º del Proyecto comienza diciendo: “Conceder-se-á
mandado de injunçâo sempre que a falta total ou parcial de norma regulamen-
tadora torne inviável o exercício dos direitos...”). El propio precepto, en su único
parágrafo, precisa lo siguiente: “Considera-se parcial a regulamentaçâo quando
forem insuficientes as normas editadas pelo órgâo legislador competente”. Esta
diferenciación entraña un paso adelante respecto a la previsión constitucional,
que para nada alude a ella. En cualquier caso, Ramos Tavares recuerda, que en
el inicio de la tramitación legislativa del Proyecto, en el seno de la Comisión
8
Juliano ZAIDEN BENVINDO: “Mandado de Injunçâo em Perigo: os riscos da abstraçâo de seis
efeitos no contexto do ativismo judicial brasileiro”, en la obra que comentamos, pp. 255 y ss.
9
Luís Roberto BARROSO: Curso de Direito Constitucional, 25º ediçâo, Editora Saraiva, Sâo
Paulo, 1999, p. 315.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1449
10
André RAMOS TAVARES: “O Cabimento do Mandado de Injunçâo: a omissâo inconstitucional
e suas espécies”, en la obra que comentamos, pp. 383 y ss.; en concreto, p. 401.
11
WESSEL: “Die Rechtsprechung des Bundesverfassungsgerichts zur Verfassungsbeschwerde”,
en Deutsches Verwaltungsblatt (DVBl), 67. Jahrgang, , Heft 6, 15. März 1952, pp. 161 y ss.
12
Carlos BLANCO DE MORAIS: “As Omissôes Legislativas e os Efeitos Jurídicos do Mandado
de Injunçâo: um ângulo de visâo português”, en la obra que comentamos, pp. 334 y ss.; en concreto,
p. 354.
1450 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
13
Gilmar FERREIRA MENDES: “O Mandado de Injunçâo e a Necessidade de sua Regulaçâo
Legislativa”, en la obra que comentamos, pp. 16 y ss.; en concreto, p. 17.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1451
V. Destaca el Ministro del STF Zavascki14, uno de los dos autores (el otro, como
ya se dijo, fue el Ministro Gilmar Mendes) del proyecto del que trae su causa el
que desencadena el simposio que da lugar a este libro, esto es, el Proyecto de Ley
nº 6.128, de 2009, cómo este último ha incorporado en su art. 12 el mandado de
injunçâo coletivo, indicando los titulares de la legitimación activa: el Ministerio
Público, los partidos políticos con representación en el Congreso Nacional y
las organizaciones sindicales, entidades de clase o asociaciones legalmente
constituidas durante, al menos, un año, estableciendo asimismo los respectivos
límites para su actuación. El mencionado precepto positiva esta modalidad del
mandado de injunçâo, lo que no significa que ello suponga ninguna novedad. Y
ello, justamente, por lo que ya escribíamos hace cuatro años15.
Una importante novedad –decíamos– de la Constitución de 1988 fue la
entronización del mandado de segurança coletivo (en el apartado LXX del art. 5º),
instituto que se iba a asentar en un doble elemento: un elemento institucional,
caracterizado por la atribución de legitimación procesal a instituciones asociativas
para la defensa de los intereses de sus miembros o asociados, y un elemento
objetivo, que se identifica por el uso de la garantía para la defensa de los intereses
colectivos16. Como derivación inmediata del mencionado instituto, iba a admitirse
el mandado de injunçâo coletivo, cuya consagración jurisprudencial no iba a
suponer otra cosa que una aplicación analógica del art. 5º, LXX de la Constitución.
Más aún, en el caso del mandado de injunçâo, la admisión de su vertiente colectiva
iba a ser mucho más fácil que el mismo reconocimiento en el caso del mandado de
segurança, recepcionado constitucionalmente por vez primera en 1934. En aquel
momento, la aparición de este instrumento procesal de garantía suscitó la duda
de si se debía de permitir su empleo por personas jurídicas, dado que el mandado
de segurança se hallaba en un capítulo relativo a “dos direitos e das garantias
individuais”. En 1988, la recepción constitucional, justamente en el apartado
inmediato anterior al del mandado de injunçâo, del mandado de segurança coletivo
facilitaba en gran medida la vertiente “colectiva” del mandado de injunçâo. Se ha
llegado incluso a afirmar, quizá de modo un tanto exagerado, que el interés de
esta acción judicial “é coletivo, nunca individual”; por lo mismo, la legitimación
para interponer la acción debía de ser de entes colectivos, siempre interesados en
la defensa del interés público17.
14
Teori Albino ZAVASCKI: “Mandado de Injunçâo: anotaçôes sobre o PL n. 6.128/2009”, en la
obra que comentamos, pp. 96 y ss.; en concreto, p. 99.
15
Cfr. al respecto, Francisco FERNÁNDEZ SEGADO: La Justicia Constitucional: una visión de
Derecho Comparado, Tomo I, Editorial Dykinson, Madrid, 2009, en particular, pp. 1035-1044.
16
En análogo sentido, José AFONSO DA SILVA: Comentário Contextual..., op. cit., p. 163.
17
Carlos Frederico MARÉS DE SOUZA FILHO: “O Direito Constitucional e as Lacunas de Lei”,
en Revista da Faculdade de Direito, Curitiba, ano 28, nº 28, 1994-1995, pp. 149 y ss.; en concreto,
p. 168.
1452 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
efectivizar los derechos. Dicho esto, el propio autor añade, que no se puede
pretender utilizar “este bellísimo instrumento” como argumento estratégico
para el proceso de desnaturalización del control concreto de constitucionalidad
y, finalmente, para la concentración del debate constitucional en el Supremo
Tribunal Federal. El Profesor de Brasilia, como se suele decir, pone el dedo en la
llaga, por cuanto la lectura del precepto antes transcrito deja la impresión de que
las excepciones a la regla general del efecto subjetivo o inter partes de este tipo de
decisiones pueden terminar convirtiéndose en la pauta general, lo que entrañaría
la conversión del STF en un órgano con una fuerte capacidad normativa, algo que,
claramente, lo desnaturalizaría.
También Blanco de Morais constata (p. 376), que la solución del parágrafo 1º
art. 9º del Proyecto de conferir eficacia erga omnes a la decisión del STF le merece
diversos tipos de reservas. La primera de ellas es la de que si el STF decide imponer
con fuerza vinculante sobre la Administración y los tribunales los fundamentos
de una decisión que contenga una interpretación conforme, o dictar una “súmula
vinculante” que obligue a las actuaciones de esos mismos poderes, o en fin, proce-
de a sustituir al legislador a través de una decisión con fuerza obligatoria general,
tal Tribunal estará materialmente ejerciendo una función normativa equiparada
a la actividad legislativa, y ésta es una función que la Constitución no le atribuye
expresamente ni se puede deducir de sus facultades generales de control. Y las
excepciones a la regla que sienta el principio de separación de poderes, claramente
constatables cuando el Tribunal ejerce un poder normativo, sólo pueden ser el
fruto, diríamos por nuestra cuenta, de previsiones constitucionales explícitas. El
Profesor de Lisboa aduce asimismo (p. 378), que existe una ausencia de consenso
doctrinal sobre esta eficacia general del mandado de injunçâo, ya que un amplio
sector de constitucionalistas (incluyendo algunos Ministros del STF) continúan
defendiendo que este instituto debe circunscribir su eficacia a los efectos inter par-
tes. En fin, y en ello no le falta razón al Profesor portugués, la eficacia erga omnes
resulta ser algo no estrictamente necesario desde un punto de vista procesal, ya
que existen otros mecanismos que permiten alguna generalización de la decisión
o el refuerzo de su componente “mandamental” sobre el legislador moroso.
A la regulación expuesta han de añadirse algunas de las previsiones del art. 8º
del texto, que Mello do Amaral califica como el “corazón del Proyecto”18, de con-
formidad con el cual, reconocida la situación de mora legislativa, será concedida
la injunçâo requerida con el fin de: 1º) determinar el plazo razonable para que el
órgano quiescente dicte la norma constitucionalmente exigida, y 2º) establecer
las condiciones en las que se producirá el ejercicio de los derechos, libertades o
prerrogativas reclamados. Ambos efectos ya estaban previstos desde la “Questâo
de Ordem” resuelta en el MI-107-3-DF. Con todo, ambas determinaciones no han
dejado de suscitar observaciones críticas. En relación a la fijación del plazo, no
18
José Levi MELLO DO AMARAL JÚNIOR: “Regulamentaçâo do Mandado de Injunçâo”, en la
obra que comentamos, pp. 152 y ss.; en concreto, p. 155.
1456 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
sin razón, Rufino do Vale cree19, que tal previsión, además de no ser conforme
(“nâo ser consentânea”) con el principio de la división de poderes, pues implica
una clara y desmesurada ingerencia de un poder en otro, parece ser un tanto
ingenua, pues parte del presupuesto de que la actividad parlamentaria de carácter
eminentemente legislativo puede quedar sometida a mandatos judiciales de este
tipo, y de que el legislativo tenderá siempre a cumplir fielmente las decisiones de
los tribunales. Es por lo mismo, por lo que el propio autor entiende (p. 220), que
en vez de estipular la fijación de plazos para la actuación del órgano legislativo,
la ley reguladora de este instituto debería de prever una cláusula de apelación
al legislador, una suerte diríamos por nuestra cuenta, de Appellentscheidung,
incentivando las prácticas de diálogo institucional entre los poderes. A nuestro
modo de ver, quedarse en una mera apelación al legislador no sería suficiente, por
cuanto a través del mandado de injunçâo el Tribunal viene obligado a viabilizar
in casu la plena eficacia del derecho cuyo ejercicio ha quedado inviabilizado de
resultas de la omisión. En cuanto a la segunda previsión, según Andrade Barbosa20,
representa “per se” un desestímulo al debate legislativo de la cuestión. Como regla
general, políticamente, el Congreso tendrá pocas razones para enfrentarse de
nuevo a las disputas políticas que las decisiones adoptadas por el Judiciário en sede
de mandado de injunçâo pueden resolver con menos estruendo (“estardalhaço”).
Zavascki, uno de los autores de la propuesta de la que dimanó el Proyecto
de Ley que nos ocupa, no sólo admite que la opción de conferir al mandado de
injunçâo un perfil “normativo-concretizador” entraña la atribución al poder
judicial de una actividad típicamente legislativa, sino que, en coherencia con ello,
atribuye a la decisión del STF unas especialísimas características que, a nuestro
modo de ver, aún profundizan en mayor medida esa vertiente normativa. A juicio
del citado Ministro del STF, esos rasgos característicos de la decisión serían: a) una
decisión con eficacia prospectiva natural, o sea, con efectos normalmente aptos
para proyectarse también el futuro; b) una decisión que queda sujeta, cuando
ello se entienda necesario, a los ajustes exigidos por las modificaciones fácticas
o jurídicas sobrevenidas, y c) una decisión con natural vocación expansiva en
relación a las situaciones análogas, efecto que también dimana de las exigencias
del principio de igualdad.
No faltan juicios favorables a la regulación que el Proyecto establece en torno
a los efectos de estas decisiones. Es el caso, por ejemplo, de Silva Ramos, quien la
considera bastante razonable, teniendo a la vista las situaciones de viabilización
del ejercicio de los derechos colectivos a través de la injunçâo21. Más aún, tampoco
se hallan ausentes posiciones un tanto exóticas, por decirlo de alguna manera, que
19
André RUFINO DO VALE: “Mandado de Injunçâo: comentários ao projeto de regulamentaçâo”,
en la obra que comentamos, pp. 161 y ss.; en concreto, p. 214.
20
Leonardo Augusto de ANDRADE BARBOSA: “Armadilhas Constitucionais: estudo sobre a
regulamentaçâo do mandado de injunçâo sob a perspectiva das relaçôes entre Legislativo e Judiciário”,
en la obra que comentamos, pp. 281 y ss.; en concreto, p. 293.
21
Elival da SILVA RAMOS: “Mandado de Injunçâo e Separaçâo dos Poderees”, en la obra que
comentamos, pp. 230 y ss.; en concreto, p. 251.
FRANCISCO FERNÁNDEZ SEGADO 1457
VIII. Unas últimas reflexiones se imponen por nuestra parte. No cabe duda
de que uno de los más relevantes problemas dogmáticos que suscita la posible
declaración del “estado de mora legislativa” atañe a los efectos que se anudan a tal
decisión judicial. La misma puede oscilar desde una mera declaración platónica,
por utilizar los términos de Canotilho, aun cuando en referencia al específico
instituto portugués del control de las omisiones, que subyacería en las órdenes,
apelaciones o condenas del silencio legislativo23, hasta la conversión del Tribunal
en un verdadero legislador.
Principios constitucionales de la máxima relevancia, como el de la división de
poderes, el de la legitimidad democrática del legislador y el del pluralismo, cons-
tituyen a nuestro entender barreras infranqueables que impiden la conversión del
juez constitucional en legislador en ningún momento ni circunstancia. Piénsese,
por ejemplo, en que el respeto de la libertad configuradora del legislador adquiere
particularísima relevancia cuando la norma constitucional admite múltiples
posibilidades de desarrollo, algo bastante habitual en las disposiciones de la parte
dogmática de las constituciones; es el legislador quien queda habilitado por ese
principio poliédrico del pluralismo político para decantarse por una u otra opción.
Cierto es que, como ha argumentado Schlaich24, el principio de la división de
poderes prevé la complementariedad y el apoyo por parte de todas las instituciones
respecto de aquellos órganos que no se encuentre en condiciones de concluir
completamente sus funciones, pero claro está, una cosa es complementar y otra
22
André Vicente PIRES ROSA: “Mandado de Injunçâo sob a Perspectiva do Projeto de Lei n.
6.128, de 2009”, en la obra que comentamos, pp. 101 y ss.; en concreto, p. 105.
23
José Joaquim GOMES CANOTILHO: Constituiçâo dirigente e vinculaçâo do legislador. Contributo
para a compreensâo das normas constitucionais programáticas, Coimbra Editora, Coimbra, 1982, p. 350.
24
Klaus SCHLAICH: “Corte costituzionale e controllo sulle norme nella Repubblica Federale di
Germania”, en Quaderni Costituzionali, Anno II, nº 3, Dicembre 1982, pp. 557 y ss.; en concreto, p. 584.
1458 COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
bien diferente sustituir. Además, sería un grave error pensar, que el legislador
es un mero ejecutor de la constitución; en modo alguno puede equipararse su
relación con la Constitución con la que media entre el poder reglamentario y la
ley. En cuanto actualiza de modo permanente la voluntad soberana del pueblo, el
legislador se halla plenamente legitimado para precisar en una u otra dirección el
desarrollo que se ha de dar a esas cláusulas constitucionales abiertas que permiten
una diversidad de opciones de desarrollo. Y a nuestro entender, el poder judicial
carece de esa específica legitimidad.
En resumen, y por lo que al instituto que nos ocupa se refiere, el STF debe
viabilizar el derecho inviable de resultas de la omisión; ello, inevitablemente, le
acercará al ejercicio de una función normativa, pero creemos que sería fundamen-
tal que la misma opere in casu, esto es, que quede circunscrita al caso concreto.
Más tranquilizadora nos parece la fórmula de que, llegado el caso, el efecto ultra
partes provenga del precedente jurisprudencial, aún a sabiendas de que Brasil no
es un país con un sistema jurídico de common law, que de una específica habi-
litación legal para que el STF pueda otorgar a su decisión un efecto erga omnes.
Debemos felicitarnos, ante todo, por el hecho de que al fin parezca próxima
una ley reguladora de este novedoso e interesante instituto procesal constitucio-
nal. Pocas oportunidades habrá más adecuadas para la aprobación de un texto
legal como éste que el ya muy vecino 25º aniversario de esa, por tantas razones,
importantísima e innovadora carta jurídico-política que fue la Constitución de
1988. Y también hemos de congratularnos por la propia existencia de este libro,
que creemos se publica en un momento óptimo, y que en cuanto reflejo de múl-
tiples, y en ocasiones contrapuestas, interpretaciones del instituto del mandado
de injunçâo, debe contribuir a ilustrar a los legisladores brasileños en la no fácil
tarea de diseñar la ley que ha de regularlo. Estamos ante un instituto en verdad
novedoso, revelador de la evolución del constitucionalismo, del dinamismo de
las técnicas de protección de los derechos y también, desde luego, de la propia
justicia constitucional. Pero no es fácil imbricarlo en el siempre delicado marco
relacional entre el poder legislativo y el judicial.