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JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

Catedrático de Derecho civil


Universidad de las Islas Baleares

EL USUFRUCTO LEGAL DE
FIDELIDAD COMO LIMITACIÓN
A LA FACULTAD DE DISPOSICIÓN
MORTIS CAUSA
SUMARIO

I. IDEAS INTRODUCTORIAS
II. CONCEPTO Y CARACTERES DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD
III. LOS SUJETOS DE LA RELACIÓN
IV. OBJETO DEL DERECHO
V. LA OBLIGACIÓN DE INVENTARIO Y SU DISPENSA
VI. ESTATUTO JURÍDICO DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD
VII. EN ESPECIAL, LA REGLA DE LA LEY 260
VIII.EXTINCIÓN DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD
IX. CAUSAS DE PRIVACIÓN DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD
X. EL IMPACTO DE LA CONVIVENCIA MARITAL EN LA CONCLU-
SIÓN DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD
XI. CONCLUSIONES

I. IDEAS INTRODUCTORIAS

La nota fundamental del sistema jurídico navarro –su carácter abierto– no contri-
buye precisamente a facilitar el estudio de su ordenamiento, puesto que éste es, en prin-
cipio, dispositivo (ley 8). Parece, pues, que, también en principio, sólo puede explicarse
desde una peculiar perspectiva metodológica: aquella que lo considera no como un ele-
mento configurador, sino como una mera herramienta supletoria de los olvidos u omi-
siones de los sujetos interesados, con algún correctivo puntual de naturaleza imperativa.
Ésta es la razón de que, de entrada, el título X del libro II del FN lleve un ladillo
por lo menos sorprendente: “De las limitaciones a la libertad de disponer”. En este títu-
lo aparecen, junto a la que constituye el objeto de estas páginas, el usufructo de fideli-
dad, varias limitaciones más: las legítimas, los derechos de los hijos de anterior matri-
monio, la reserva del bínubo y la reversión de bienes. Esta pluralidad de instituciones
tienen de común su problemática convergencia con las piedras angulares del sistema
jurídico de Navarra, es decir, con aquellas normas que reconocen los principios que las

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instituciones referidas vienen a modificar. Me refiero, claro está, a las reglas que esta-
blecen el orden de prelación de fuentes, la primacía de la libertad civil y la excepciona-
lidad de las limitaciones que se impongan a la misma (leyes 2, 3, 7, 8 y 149 del FN).
El usufructo de fidelidad constituye en Derecho navarro la comunmente llamada
legítima vidual. De ahí, su calificación como limitación a la libertad de disponer. Es
más; puede observarse de inicio que, en cuanto limitación, el usufructo de fidelidad
presenta una mayor intensidad que la legítima foral. Ésta se reduce en la práctica a evi-
tar la preterición, puesto que su contenido material no sólo es simbólico, sino que no es
exigible (ley 267 del FN). Por el contrario, el usufructo del viudo en Navarra ofrece de
entrada unas exigencias y un contenido mínimo de mayor enjundia. Ciertamente, la
autonomía privada puede modificar hondamente el régimen legal, pero, como digo, de
entrada, éste se presenta con una entidad y consistencia mayores.
Por otro lado, no puede olvidarse la aparición de una figura que ha penetrado
abruptamente en el sistema resquebrajando su carácter originario. Me refiero, claro
está, al convivente o pareja estable. La Ley foral 6/2000, de 3 de julio, para la igualdad
jurídica de las parejas estables, ha equiparado a los miembros de la misma con la posi-
ción jurídica del viudo. Lo ha hecho mediante una solución técnica plausible, como ha
sido la de proceder a la reforma de la ley 253 del FN. Sin embargo, la introducción de
esta nueva figura en un ámbito –el familiar-sucesorio– tan nítidamente delineado por el
usufructo de fidelidad ha sido realizada de forma poco reflexiva, sin calibrar el alcance
que tal equiparación tenía. El resultado, como no podía ser de otra manera, ha generado
una zona de fricción, de tensión, puesto que la consideración del convivente supérstite
como titular del usufructo de fidelidad además del viudo, ha supuesto el ingreso en el
sistema de una rueda loca que ataca frontalmente la coherencia del mismo, comenzan-
do por el mismo diseño del ámbito de aplicación y del punto de conexión que lo deter-
mina.
Es precisamente el tema que acaba de esbozarse una cuestión previa que debe
abordarse en este momento con carácter general. Como es lógico, el ámbito de aplica-
ción del usufructo de fidelidad –como el de cualquier otra institución de Derecho nava-
rro– está determinado por las reglas generales de aplicación del FN y, para el caso, por
las específicas contenidas en el párrafo tercero de la Ley 253, bajo el ladillo “Ley per-
sonal”. En su redacción primitiva, la norma era claramente discriminatoria para la
mujer, puesto que establecía como punto de conexión la vecindad civil del marido. La
inconstitucionalidad sobrevenida de la misma era evidente. Por esta razón, el tenor lite-
ral de la ley 253 fue modificado por la Ley foral 5/1987, de 1 de abril, y su redacción es
ahora la siguiente: “El usufructo de fidelidad se dará a favor del cónyuge sobreviviente
cuando el premuerto tuviera la condición foral de navarro al tiempo de su fallecimien-
to”. Como acabo de exponer, la Ley foral 6/2000 ha introducido en esta misma ley un
párrafo segundo para equiparar a la situación del cónyuge viudota la del miembro
sobreviviente de una pareja estable reconocida por la Ley. Olvidó, sin embargo, modifi-
car este párrafo tercero para incluir expresamente al miembro sobreviviente de tal pare-
ja estable. Hay que salvar, sin embargo, el error del legislador, pues la ratio legis es ine-
quívoca. Por consiguiente, debe entenderse que, si el miembro premuerto de una pareja
estable ostenta la vecindad civil navarra, el sobreviviente tendrá derecho al usufructo de
fidelidad.
Queda, finalmente, por solucionar el problema de las fuentes del sistema, es
decir, de su relación con los principios fundamentales en cuyo rededor gira el sistema
navarro. La principal cuestión que hay que resolver en este punto es la de si nos encon-
tramos ante una alteración –cabalmente una inversión– de la ley 2 del FN, la que esta-
blece el orden de prelación de las fuentes del Derecho civil navarro. En apariencia, así
es. Ello no sólo por el rotundo ladillo del Título X del Libro II, sino también por la
norma que contiene la ley 149, bajo el ladillo “Libertad de disposición”. Según el párra-
fo primero de dicha ley, “los navarros pueden disponer libremente de sus bienes, sin
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más restricciones que las establecidas en el título X de este libro”. El aparente carácter
incompleto de la norma debe integrarse con la anterior y, en general, con el enunciado
del libro II, “De las donaciones y sucesiones”; se completa así la proposición normativa
y así resulta que la libertad de disposición que la ley 149 proclama se ciñe a la disposi-
ción a título gratuito, tanto inter vivos –donaciones–, como mortis causa.
Lo que sí queda claro es que la regla general es la plena libertad de disposición.
Por tanto las limitaciones de la misma constituyen excepciones que, como tales, han de
ser interpretadas restrictivamente. Desde esta perspectiva, la ponderación conjunta de
las leyes que integran el capítulo I del título X de este libro, es decir, las referidas al
usufructo de fidelidad, invierte la conclusión que provisionalmente he dejado asentada
al comienzo de este epígrafe.
En efecto; aparentemente, el régimen establecido por el FN se superpone y se
impone al juego de la voluntad del causante. Así parece resultar del tenor de las propo-
siciones normativas que lo integran y que configuran un sistema coherente con el enun-
ciado de la ley 149, de acuerdo con el cual, la limitación legalmente establecida susti-
tuiría al juego de la autonomía privada del causante si ésta es contraria a aquella. De
esta manera, surgiría un régimen similar al que respecto a esta misma materia establece
el CC dentro de su propio ámbito por medio del art. 834, sus concordantes y jurispru-
dencia que lo ha interpretado. Como digo, una primera ojeada a una serie de normas
básicas induce a sentar esta primera impresión: así, por ejemplo, la ley 254 (causas de
exclusión), el párrafo cuarto de la ley 253 (inalienabilidad del objeto por el usufructua-
rio), la ley 257 (obligación de realizar inventario) o la ley 261.3 (la extinción por matri-
monio). Sin embargo, una reflexión más detenida permite apreciar que realmente son la
autonomía privada del causante o la del propio usufructuario los verdaderos vectores
del sistema. Se verá en su momento con mayor profundidad. Cabe, sin embargo, antici-
par ya aquí que el derecho es renunciable, incluso anticipadamente (ley 253) o que es
posible dispensar de la obligación de realizar inventario, de la prohibición de enajenar
el objeto del usufructo o incluso de su extinción por matrimonio posterior del usufruc-
tuario (ley 264), todo ello, bien por voluntad del disponente o por pacto.
Resulta así que la inversión del sistema es más aparente que real. En efecto; el
análisis integral de la regulación revela un suave matiz imperativo, pero tan suave que
cabalmente subordina la letra de la ley a la eficacia configuradora de la autonomía pri-
vada. Es, por tanto, respetuoso con el funcionamiento normal de dicho sistema.

II. CONCEPTO Y CARACTERES DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD

La naturaleza familiar-sucesoria, característica de muchas instituciones jurídicas


navarras, brilla con una intensidad especial en el usufructo legal de fidelidad. No es
óbice para ello la honda incidencia y subsiguiente transformación producidas por la
Ley foral 6/2000, puesto que ésta se ha limitado a pretender en este punto la extensión
del círculo de potenciales usufructuarios al miembro superviviente de una pareja esta-
ble. Es por ello por lo que, a mi juicio, sigue siendo válido el tradicional concepto de
esta figura si al mismo se añade el indispensable aggiornamento exigido por la entrada
en vigor de la Ley foral 6/2000. De esta manera, puede quedar definido como sigue:
“Institución de naturaleza familiar-sucesoria que atribuye a una persona el usufructo de
todos los bienes de su cónyuge o pareja estable premuertos mientras no contraiga ulte-
rior matrimonio o inicie una nueva relación estable de pareja”.
Hay, sin embargo, casos en que el usufructo no llega a nacer. La ley 254 del FN,
bajo el ladillo “Exclusión del usufructo” contiene un catálogo de supuestos cuya con-
currencia impide el nacimiento del usufructo. La norma ha sido reescrita por la Ley
foral 5/1987 para adecuarla a las modificaciones que la Ley 30/1981, de 7 de julio,
operó en el CC respecto a la separación matrimonial. Esta patología, la separación, es

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la única que la ley 254 contempla. No se refiere al divorcio porque la disolución del
vínculo hace desaparecer la condición de cónyuge; pero tampoco contempla la pareja
estable legalmente reconocida que puede persistir –siquiera sea de manera muy tenue–
cuando la convivencia ha cesado si no ha transcurrido un año desde dicho cese (art.
4.1.e de la Ley foral 6/2000). La norma resulta, así, confusa y confundida puesto que
exige la integración en el enunciado del FN de un supuesto no previsto y hasta cierto
punto contradictorio con su ratio, que no es otra que la de constituir el usufructo tan
sólo en los casos de normalidad matrimonial.
De esta manera, el cuadro podría ser el siguiente.
a) Tiene derecho al usufructo:
–El cónyuge que no hubiese consentido la separación de hecho y así lo hubiere
manifestado si hubiese sido requerido en los términos del núm. 1.a de la ley (los mis-
mos que los previstos en el art. 82.4 del CC).
–El miembro de la pareja estable cuya convivencia hubiese cesado sin que
hubiere transcurrido un año desde la cesación, con idéntica respuesta que en el caso
anterior al requerimiento eventualmente formulado.
b) No ostentan el usufructo el cónyuge o miembro de pareja estable que:
–Hubiesen incurrido en causa de separación judicial con independencia de que,
en el caso del cónyuge, la hubiese solicitado o no (núms.. 1.b y 2.b);
–Hubiesen sido ejecutoriamente condenados por haber atentado contra a vida del
otro (núm. 3);
–Hubiesen sido privados por sentencia firme de la patria potestad sobre los hijos
comunes (núm 3).
c) No ostenta el usufructo el cónyuge que hubiese solicitado la separación judi-
cial tras haber originado la separación de hecho no consentida por el otro (núm. 2.c),
supuesto que por razones obvias no es aplicable al miembro de una pareja estable.
d) No existe el usufructo para ninguno de los cónyuges o miembros de una pare-
ja estable
–Cuando la separación –por supuesto, de hecho– haya sido convenida por ambos
(núm 1.a);
–Cuando la separación se base en las causas 3 y 4 del art. 82 del CC (núm. 2.b);
e) No existe usufructo para ninguno de los cónyuges (es decir, sólo cuando exis-
te matrimonio):
–Cuando la separación judicial haya sido convenida (núm. 2.a);
–Cuando la separación judicial se base en las causas 3, 4, 6 y 7 del art. 82 del
CC.
La inaplicabilidad del art. 82 del CC, núms. 6 y 7, éste último, en relación con el
86, a la situación de convivencia estable de pareja es, a mi juicio, obvia, puesto que los
plazos que en estas normas se establecen son iguales o superiores al establecido por el
art. 4.1.e de la Ley foral 6/2000, lo que supone la extinción de la pareja estable (disolu-
ción, en la terminología legal). En cualquier caso, ya habrá podido comenzar a apre-
ciarse la constante falta de sintonía entre la regulación del FN y la Ley foral 6/2000.
Por otra parte, el usufructo de fidelidad, como verdadero usufructo que es –aun-
que lo sea sui generis–, participa de los caracteres inherentes a todo usufructo. Así
resulta de la remisión que en este sentido realiza la ley 266 al cap. I, del tít. IV, del libro
III del FN. Es la ley 408, que abre el capítulo, la que contiene la caracterización genéri-
ca de la figura, de la que el usufructo de fidelidad también participa.
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En primer lugar, se trata de un ius in re aliena, derecho real que otorga a su titu-
lar, como expresa la ley 408, “las facultades dominicales con exclusión de la de dispo-
ner de la cosa objeto del usufructo”. La fórmula es poco afortunada pues existen facul-
tades dominicales diferentes de la de disposición que tampoco se atribuyen al
usufructuario (vg., las de accesión), pero expresa con la claridad suficiente el principio
salva rerum substantia, esencial, en principio, a esta figura. Sin embargo, esta regla
queda modificada por la regulación especial contenida en las leyes 253 y 264.2. La pri-
mera autoriza a enajenar el objeto del usufructo mediante la actuación conjunta de
nudo propietario y usufructuario; la segunda, recoge la facultad del disponente para
autorizar la enajenación y el gravamen de los bienes.
En segundo lugar, se trata de un derecho temporal (ley 408), temporalidad que
en el régimen general se anuda principal aunque no exclusivamente a la vida del titular
(ley 421). El usufructo de fidelidad dispone a este respecto de un régimen especial pro-
pio y, por tanto, de aplicación preferente establecido en las leyes 261 y 264.
En tercer lugar, es un derecho personalísimo, carácter que deriva de su especial
naturaleza y que comparten ambas modalidades de usufructo, el general y el de fideli-
dad. Consecuencia directa de este especial carácter es la concurrencia de otras dos
notas, la inalienabilidad y la inembargabilidad..
La inalienabilidad es nota común a ambas modalidades de usufructo. Así resulta
del tenor del párrafo segundo de la ley 408 y del cuarto de la 253. El régimen general
sigue la tradición romana y se separa en este punto del sistema del CC (art. 480), prohi-
biendo la cesión del derecho en sí, pero no de su ejercicio durante el tiempo que dure el
usufructo. El fundamento de la prohibición radica en su originaria finalidad económica,
de manutención del titular (BARBER CÁRCAMO), pero las consecuencias son impor-
tantes, puesto que la cesión tan solo del ejercicio mantiene como titular del derecho al
primitivo usufructuario. El citado párrafo cuarto de la ley 253 se limita a afirmar que
“este derecho es inalienable”. El resto de la norma, pese a ir enlazada a esta proposi-
ción inicial, no se refiere a ella y es reveladora de una grave deficiencia técnica puesto
que confunde la cesión de derecho en sí con la de su objeto. La inalienabilidad del
derecho se ha justificado como una vinculación de los bienes del fallecido en atención
a la relación conyugal extinguida (Auto de la Audiencia de 1 de diciembre de 1998).
Sin embargo, entiendo que sí es admisible la hipótesis permitida por la ley 408 de
cesión del ejercicio del derecho, manteniendo el usufructuario de fidelidad tal condi-
ción por todo el tiempo que dure el usufructo. Es más; esta posibilidad –que no se dife-
rencia mucho de la conmutación (art. 839 del CC)—.puede flexibilizar la relación, per-
mitiendo abonar al titular del derecho un capital o una renta periódica que le liberase de
la obligación, engorrosa y a veces excesiva, de proceder personalmente a la explotación
económíca de los bienes usufructuados.
La inembargabilidad es consecuencia de la inalienabilidad. Así lo ha afirmado
otro Auto de la Audiencia, éste de 19 de junio de 2000, aunque admite el embargo de
“una concreta manifestación del mismo”, en el caso de las facultades de disfrute sobre
un bien concreto. La doctrina sentada por la Audiencia podría ser discutible. Sin
embargo, ha quedado corroborada por la nueva LEC. Su art. 605 dispone que “no serán
en absoluto embargables: 1º. Los bienes que hayan sido declarados inalienables”. Cier-
tamente, cabe poner en cuestión que la LEC estuviera pensando en el supuesto que
ahora nos ocupa, pero hay que reconocer que el tenor de ambas normas –tanto la ley
253 como el art. 605– es tan contundente y expresivo que deja poco margen para la
duda.
Asimismo, y contra lo que pudiera pensarse, el usufructo de fidelidad es renun-
ciable anticipadamente. Así lo establece de forma expresa el párrafo quinto de la ley
253, en claro contraste con la radical prohibición contenida en el art. 816 del CC. La
renunciabilidad anticipada constituye, sin duda, un carácter propio y específico de la
figura, expresivo de la fuerza del principio de libertad civil, capaz de eludir la eficacia

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de una norma imperativa. La renunciabilidad no debe confundirse con la renuncia del


derecho ya nacido, que opera, según establece la ley 261.1, como causa de extinción
del usufructo, es decir, una vez constituido éste. La exigencia de escritura pública es,
sin embargo, común a ambos supuestos. Respecto a este extremo, cabe interrogarse por
la función de esta forma pública. En principio, el tenor del último párrafo de la ley 18
del FN obliga a considerar la forma requerida como “de solemnidad”. Es cierto que la
ley 253 no utiliza la expresión “exigir”, pero parece indudable que la ratio legis es con-
figurar el cumplimiento de la forma como un requisito de validez de la renuncia, tanto
sea ésta anticipada como posterior. Ello constituye una muestra bien expresiva de lo
que se ha llamado “rigor formal del Derecho navarro” (DORAL), que resulta ser en
alguna medida el contrapeso a la regla de la libertad civil proporcionando al sistema
una especial firmeza probatoria; pero también es una buena piedra de toque de la ten-
sión existente entre dicho rigor formal y el principio de libertad civil. Acaso la irrevo-
cabilidad de la renuncia haya constituido también una de las razones de esa específica
exigencia formal, para asegurar el conocimiento pleno por el renunciante de las conse-
cuencias de un acto que, cuando se produce, no admite marcha atrás por lo que la reha-
bilitación del usufructo renunciado es imposible (STS de 7 de julio de 1978).
Finalmente, se trata de un usufructo universal, de acuerdo con la inequívoca
expresión del párrafo primero de la ley 253. Es ésta una nota relativa a su objeto, un
patrimonio entero, razón por la cual será tratada con mayor detenimiento en el epígrafe
correspondiente de este trabajo (infra, ep. 4).

III. LOS SUJETOS DE LA RELACIÓN

En principio, el usufructo de fidelidad reproduce en este punto el régimen gene-


ral establecido por la ley 408. El usufructo supone de suyo un desglose de las diferentes
facultades dominicales para independizar las de uso y disfrute y atribuirlas a persona
diferente del que ostenta las restantes. Dejando aparte las situaciones de comunidad de
bienes, el usufructo constituye el paradigma de las situaciones de concurrencia de titu-
laridades jurídico reales sobre un mismo objeto, si bien con un contenido diferente.
De ahí, pues, que haya que contraponer respectivamente las figuras y posiciones
del usufructuario y del nudo propietario, aunque es de observar respecto a este último
que el capítulo primero del título X utiliza continuamente el plural (así, leyes 253, 260,
262, 263, etc.). Ciertamente, la pluralidad de sujetos en ambos polos de la relación no
es una hipótesis patológica dentro del régimen general (así, la ley 412). Tampoco lo es
la pluralidad de nudo propietarios en el usufructo de fidelidad. Sí lo es, en cambio, la
pluralidad de usufructuarios de fidelidad, supuesto impensable para el legislador que,
sin embargo, acaso podría excepcionalmente presentarse. Lo veremos más abajo.
En principio, como digo, el usufructuario de fidelidad ha de ser una persona y
solamente una. Además, ha de ser una persona física, exigencia que modifica la posibi-
lidad de que lo sean personas jurídicas, prevista o al menos admitida con carácter gene-
ral por la ley 411. Tales peculiaridades no son más que exigencias de la especial natura-
leza familiar sucesoria de la figura, que nace anudada al hecho de un fallecimiento y a
la preexistencia de una relación afectiva, sancionada por el Derecho o meramente fácti-
ca, entre el fallecido y el usufructuario. Del mismo modo, la cualidad de nudo propieta-
rios cuando existe el usufructo de fidelidad sólo pueden ostentarla las personas –ahora
sí, físicas o jurídicas– que estén llamadas a suceder mortis causa al fallecido: herede-
ros, legales o voluntarios, y legatarios.
Lo anterior es revelador de las profundas modificaciones padecidas por el siste-
ma desde su ratio originaria. Ésta era, en este punto, que usufructuario de fidelidad
fuese el cónyuge viudo, supérstite, por tanto. Actualmente, sin embargo, hay que some-
ESTUDIOS 17

ter a revisión ambas notas: el usufructuario de fidelidad ni tiene por qué ser cónyuge ni
tiene por qué ser supérstite.
El tenor literal originario de la ley 253 atribuía el usufructo de fidelidad únicamen-
te al cónyuge viudo. De ahí que titular del mismo sólo pudiera serlo una persona física,
como ya ha quedado expuesto. La propia condición de cónyuge viudo implica, evidente-
mente, la preexistencia de un vínculo matrimonial, tema éste sobre el que hace tiempo se
suscitó la cuestión del tipo de matrimonio requerido para que el usufructo llegase a nacer.
Hoy día, el vigente sistema matrimonial español ha simplificado la respuesta: basta que
se trate de un matrimonio reconocido por el ordenamiento civil. Pero incluso esta exigen-
cia ha quedado notablemente suavizada por la introducción, llevada a cabo por la Ley
foral 6/200, de un párrafo segundo en la ley 253 que equipara al cónyuge y al miembro
sobreviviente de una pareja estable reconocida por la Ley. Al hilo de esta reforma parece
fuera de duda que pueden adquirir el usufructo de fidelidad personas unidas por un víncu-
lo matrimonial no reconocido e incluso no reconocible por el ordenamiento español. No
hay que olvidar, en efecto, que la Ley foral 6/2000, reguladora de las parejas estables, se
muestra particularmente flexible en materia de reconocimiento de las mismas, flexibili-
dad que, en este punto, resulta especialmente distorsionadora de la institución a la que se
acopla. Lo veremos con mayor detenimiento al final de este mismo epígrafe.
Respecto a la exigencia de premoriencia, hay que recordar que el sistema no sólo se
basaba en la preexistencia de vínculo matrimonial entre el fallecido y el usufructuario, sino
que requería también la indisolubilidad del matrimonio. De esta manera, sólo la muerte de
un cónyuge otorgaba al supérstite la condición de usufructuario, porque sólo la muerte de
un cónyuge disolvía el matrimonio. Por eso, la ley 253 se refiere expresamente al “cónyuge
premuerto”, porque tanto el vínculo matrimonial como la premoriencia constituían los dos
presupuestos insoslayables a los que se anudaba el nacimiento de la figura. El diseño fue
alterado sustancialmente por la reforma operada por Ley de 7 de julio de 1981. La introduc-
ción del divorcio como causa de disolución del matrimonio implicaba la extinción de la
cualidad de cónyuge y correlativamente, de la de legitimario. Pero además la introducción,
también como causa de disolución del matrimonio, de la declaración de fallecimiento ponía
en tela de juicio la supervivencia requerida hasta entonces como presupuesto de la legítima
vidual, tanto en el régimen del CC como en el Derecho navarro. La reforma operada en el
Derecho navarro por la Ley foral 5/1987, de 1 de abril, no tuvo en cuenta este extremo. No
hay, pues, al respecto ni norma específica del Derecho navarro, ni –que yo sepa– tradición
jurídica alguna. Ello conduce a entender aplicable en Navarra el art. 196 del CC que, aun-
que con especiales cautelas, ordena la apertura de la sucesión del declarado fallecido. ¿Nace
en ese momento el derecho a la legítima vidual? En el CC no hay duda de que sí. Tampoco
debe haberla, según entiendo, en Derecho navarro, puesto que la situación es análoga a la
creada por el fallecimiento del cónyuge –y ahora también, de la pareja estable, como ya se
ha visto–: cese de la convivencia y eventual falta de asistencia económica.
Finalmente, dos palabras ya anunciadas sobre la distorsión que la equiparación
del miembro superviviente de una pareja estable con el cónyuge viudo supone para el
sistema creado por el FN. Para empezar, puede darse el caso, desde luego no previsto ni
querido por el FN, de que premuerto y usufructuario de fidelidad sean del mismo sexo.
La admisión de la pareja estable entre personas del mismo sexo llevada a cabo por los
arts. 1 y 2.1 de la Ley foral 6/2000 así lo autoriza.
Pero cabe incluso pensar malévolamente en la hipótesis –no por excepcional,
anómala– de la existencia de una pluralidad de usufructuarios de fidelidad, hipótesis
originada por una grave deficiencia técnica de la Ley foral 6/2000. El tema merece,
según creo, una breve explicación. Con anterioridad a la Ley foral 6/2000, la hipótesis
planteada era de todo punto imposible puesto que sólo podía haber un cónyuge viudo.
La Ley foral, al igual que alguna otra, pero no todas, intenta impedir la concurrencia de
situaciones de pareja, bien entre ellas, bien respecto a una situación matrimonial. Por
eso exige que ninguno de los miembros de la pareja esté ligado por vínculo matrimo-

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nial o mantenga una relación de pareja con otra persona. Sin embargo, lo que se ha
intentado ha sido poner puertas al campo. Por eso, la propia imperfección del sistema
propicia las fugas del mismo. Veámoslo más despacio.
A diferencia de otras normas reguladoras de esta misma materia, la Ley foral
6/2000 configura con gran amplitud y flexibilidad las normas de reconocimiento de la
pareja estable; acabo de indicarlo más arriba. La Ley navarra no exige ningún requisito
supuestamente constitutivo de la situación, tales como manifestación o inscripción en un
Registro administrativo. En coherencia con esta flexibilidad –que admite incluso la convi-
vencia durante un año como presupuesto configurador (art. 2.2, párrafo segundo)– indica
en su art. 3, bajo el ladillo “Acreditación”, que “la existencia de pareja estable y el trans-
curso del año de convivencia podrán a través de cualquier medio de prueba admitido en
Derecho”. De aquí puede deducirse que el único requisito para que la Ley navarra sea
aplicable es el punto de conexión establecido por el art. 2.3, sobre el que pende un recur-
so de inconstitucionalidad, es decir, la vecindad civil navarra de al menos uno de los
miembros de la pareja. Pero, obviamente, la Ley foral sólo podrá aplicarse cuando la
pareja cumpla los presupuestos exigidos legalmente exigidos, señalados en los arts. 1 y 2.
Por otro lado, en las referencias que la norma realiza hacia sí misma, tanto en su
texto como en su Exposición de motivos se autodenomina siempre como “Ley foral”
(párrafo quinto de la E. de M., arts. 2.1, 2.3, 5.1, etc.). Sin embargo, el párrafo segundo
introducido en la Ley 253 del FN por el art. 11.1 de la Ley foral prescinde de esta cali-
ficación para equiparar con el cónyuge viudo al miembro de una pareja estable “reco-
nocida por la Ley”. A mi juicio, esta omisión tiene una transcendencia jurídica que no
puede negarse ni desconocerse, puesto que conduce a trascender el ámbito del ordena-
miento civil navarro, en sintonía con el grado de aperturismo y flexibilidad de que
constantemente hace gala la Ley foral.
Y, por último, hay que tener también en cuenta que la adquisición de la cualidad
de usufructuario de fidelidad tiene asimismo su propio punto de conexión, establecido
por el párrafo tercero de la Ley 253 del FN, bajo el ladillo “Ley personal”: “El usufruc-
to de fidelidad se dará a favor del cónyuge sobreviviente cuando el premuerto tuviera la
condición foral de navarro al tiempo de su fallecimiento”. Aunque el texto no ha sido
modificado, la equiparación realizada por el párrafo anterior obliga a extender la apli-
cación de la norma a los miembros de una pareja estable.
De esta suerte bastará con que el miembro premuerto de una pareja configurada al
amparo de cualquier otra Ley autonómica ostente la vecindad civil navarra, para que el
otro miembro superviviente pueda adquirir el usufructo de fidelidad. Y ello, aunque el
premuerto tuviese pareja estable sometida a la Ley foral navarra, cuyo miembro supérstite
también lo ostentaría. Y más todavía. Este mismo supuesto de concurrencia podría exten-
derse a los casos en que, pese a la separación, el cónyuge viudo conservase el derecho al
usufructo de acuerdo con lo establecido en el complejo texto de la ley 254: cónyuge aban-
donado que no hubiese consentido la separación, en el supuesto de la de hecho, y cónyu-
ge que no hubiese incurrido en causa de separación, en el supuesto de la judicial. En tal
caso ocurriría algo que el legislador nunca previó ni podía haber previsto: existirían dos
–¡o más!– usufructuarios de fidelidad.
Como he dicho, el supuesto será insólito, pero no anómalo. Sin embargo, el
juego normal del sistema organizado respecto a las parejas de hecho constituye una
subversión particularmente intensa del articulado en torno al usufructo de fidelidad.

IV. OBJETO DEL DERECHO

El usufructo de fidelidad es universal. Lo establece expresamente la ley 253, y lo


reitera la 255 que especialmente dedica su primer párrafo a regular la extensión del
derecho. La primera es más contundente en su expresividad: utiliza la palabra “todos”;
ESTUDIOS 19

la segunda lo es por el diseño de su ámbito objetivo que específicamente incluye los


bienes sujetos a llamamiento, reversión o restitución. El objeto del derecho es, pues,
una masa patrimonial, hipótesis que también prevé de modo expreso el párrafo primero
de la ley 410 al señalar que “el usufructo puede constituirse (…) sobre la totalidad o
parte alícuota de un patrimonio”.
La universalidad del llamamiento condiciona, como es evidente el soporte obje-
tivo o material del derecho, pues permite al menos las siguientes tres posibilidades:
–Que en la masa patrimonial existan cosas no fructíferas: ello no altera la viabi-
lidad del derecho. Es más; la ley 410 permite su constitución singular sobre toda clase
de bienes “aunque no produzcan frutos”, anomalía no esencial que queda enmascarada
cuando el objeto es todo un patrimonio;
–Que en la masa existan bienes en cotitularidad, de la que eventualmente puede
formar parte el propio usufructuario, lo que exige una disociación de contenidos y posi-
ciones jurídicas ajustadas a las reglas que rigen las situaciones de titularidad múltiple;
–Que en la masa existan bienes en nuda propiedad –es decir, gravados con otro
usufructo anterior–, lo que cabalmente supone el nacimiento del usufructo de una nuda
propiedad. La hipótesis no es tan excepcional como pudiera pensarse y tiene precisa-
mente su sede más frecuente en materia de legítima vidual. En este caso, y como se ha
afirmado hace ya tiempo (MORENO QUESADA), se produce un llamamiento sucesivo, de
suerte que el usufructuario posterior –en este caso, el de fidelidad– se limitará a osten-
tar la cualidad de tal, aunque carente de contenido, pues la plenitud del mismo surgirá
cuando se haya extinguido el usufructo anterior.
La universalidad es la regla y la manifestación natural del ámbito objetivo del
derecho. Sin embargo, ello no significa que no haya excepciones a la misma. Éstas se
contienen en las leyes 255 y 256. Entiendo que, como tales excepciones, los supuestos
incluidos en ambas preceptos conforman, en primer lugar, un catálogo exhaustivo y, en
segundo, han de ser interpretados de forma restrictiva.
En realidad, ambas leyes constituyen una sola norma, aunque acaso su separa-
ción formal se haya visto justificada o aconsejada por su diferente ratio. Se ha discuti-
do sobre la que inspira a la primera de ellas: la opinión más convincente –o, al menos,
la más acorde con el Derecho histórico– entiende que se trata de la falta de plenitud del
poder de disposición por el premuerto (así lo ha entendido la jurisprudencia: SSTS de
22 de diciembre de 1920 y 9 de febrero de 1963). La segunda también evidencia su
ratio ante los supuestos a los que alcanza: el interés del viudo –y también ahora del
miembro sobreviviente de la pareja– frente a los hijos habidos por el premuerto que
sean fruto de una relación anterior.
La ratio de la ley 255 abarca, a su vez, varios supuestos que pueden reconducir-
se a tres grandes subgrupos. El primero de ellos es el más expresivo, el que excluye del
usufructo de fidelidad a los bienes sujetos a sustitución fideicomisaria. Se trata, en
efecto, de un supuesto en el que destaca la ausencia de la totalidad de las facultades de
disposición por parte del causante, fiduciario a su vez. Prevalece en este punto la volun-
tad del disponente, pero tanto para permitir la aplicación de la norma, como para modi-
ficarla estableciendo lo contrario.
El segundo grupo comprende los derechos de usufructo, uso y habitación y otros
de carácter vitalicio, según el tenor del párrafo segundo nº 2 de la ley 255. Esta norma
es severamente criticable por la profunda contradicción lógica que encierra. En efecto;
los derechos “de carácter vitalicio” se extinguen de soie por el fallecimiento de su titu-
lar. Si el titular fallecido era causante del cónyuge o pareja premuerto, éste nunca pudo
llegar a adquirirlos. Y si el titular era el propio premuerto, causante del usufructuario
de fidelidad, el que no pudo adquirirlos era el propio usufructuario. En ambos casos la
razón es la misma: el carácter personalísimo de tales derechos en el ordenamiento

EL USUFRUCTO LEGAL...
20 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

navarro o, lo que es lo mismo, su intransmisibilidad. La norma parece haberlo olvidado


y, por esta razón, es perfectamente inútil: nunca podrá llegar a aplicarse.

El tercer grupo, párrafo segundo nº 3 de la ley, es una reafirmación del carácter


abierto del sistema: la voluntad de quien ha dispuesto a título gratuito a favor del pre-
muerto puede excluir los bienes atribuidos del usufructo de fidelidad.

Tampoco tienen una justificación coherente los tres últimos números de la rela-
ción. ¿A qué bienes se refiere? ¿A los que el premuerto ha legado o a los que le han
sido legados a él? Si lo primero, hay que dudar de que al morir el causante tales bienes
sigan formando parte de su patrimonio a los efectos que ahora nos ocupan; si lo segun-
do habría que recriminarle su tardanza en cumplir la voluntad de un causante anterior.
La norma parece pensar en el primer caso. Podría justificarse en la prevalencia del
interés de los legatarios sobre el del viudo o pareja sobreviviente; pero más lógico es
considerarla tan prescindible como la contenida en el nº 2.

Por su parte, la ley 256 exige la delimitación previa de su ámbito de aplicación.


La norma no se aplica al usufructo del bínubo o convivente de segunda relación, sino a
su viudo a pareja sobreviviente. De esta suerte, su ratio queda también patente: el con-
flicto entre los intereses de los hijos habidos por el premuerto en una relación anterior
–sea ésta matrimonial o no– y los del cónyuge viudo o miembro sobreviviente de la
pareja se resuelve claramente a favor de los primeros. En realidad, en este punto, que
comprende sus dos primeros números, la ley 256 constituye una mera norma de remi-
sión a las leyes 272, 274 y 275, pues son éstas las que configuran tanto la obligación de
reservar como las preferencias. Pese al tenor literal de la norma, que repetidamente
menciona y se refiere al matrimonio, no es preciso actualmente que la filiación sea
matrimonial; basta con que haya sido legalmente establecida conforme a lo prevenido
en las leyes 68 y 72. Los bienes excluidos son los bienes sujetos a reserva y así lo ha
declarado la jurisprudencia (SA de 21 de octubre de 1994 y STSJ de 20 de septiembre
de 1997).

El fundamento de la exclusión del usufructo establecida en el núm. 3 de la ley


256 es el mismo que el del núm. 1 de la ley anterior: en ambos caso, la voluntad del
atribuyente traza el destino de los bienes adquiridos por el bínubo a título lucrativo. Tal
voluntad es la que rige la trayectoria de los bienes, pero sólo cuando lo previsto sea un
llamamiento sucesorio a favor de hijos o descendientes del bínubo. La ley utiliza una
denominación muy ambigua para describir el título de atribución: gratuito con llama-
miento sucesorio. Ello permite incluir en el supuesto de hecho de la norma todas las
formas típicas: donación, pacto sucesorio, testamento y, dentro de éste, la sustitución
vulgar (no la fideicomisaria, porque, en tal caso, la exclusión del usufructo se funda-
mentaría en el núm. 1 de la ley 255). Ahora bien; el supuesto previsto por el núm. 3
puede eludir la aplicación de la norma, es decir, de la exclusión del usufructo de los
bienes a que se refiere, cuando existe consentimiento unánime de los disponentes para
las segundas o ulteriores nupcias. Naturalmente, no se trata propiamente de un consen-
timiento en sentido técnico, sino más bien de una especie de aprobación no formal y
unilateral. De nuevo la norma carece de una justificación lógica de peso. Lo demuestra
así su inciso final que parece tolerar la extensión del usufructo a aquellos bienes exclui-
dos por el juego normal del núm. 3, si quienes manifestaron su oposición hubieren ya
fallecido, lo que equivale a sustituir la regla de la unanimidad, inicialmente establecidas
–“todas las personas”– por la de la supervivencia. Resulta también sorprendente que los
hijos o descendientes de la relación anterior, matrimonial o no, que son los más directa-
mente afectados por la constitución del usufructo sobre los bienes en principio exclui-
dos carezcan de posibilidades para reclamar. Ellos, en efecto, recibirán tan sólo la nuda
propiedad de los bienes, en vez del pleno dominio. Sin embargo, su única opción sería
impugnar la autorización legitimadora del usufructo si ésta se encuentra viciada, de
acuerdo con el régimen general establecido al respecto por la ley 19.
ESTUDIOS 21

Además de lo dicho, la disposición transitoria tercera del FN contiene una norma


que se refiere a esta ley 256 de justificación también difícil. Configura en ella una especie
de excepción a la excepción que la ley 256 establece. Según la misma, tampoco se aplica
la ley 256 si con anterioridad a la Compilación se hubiese formalizado el inventario sin
oposición de los nudo propietarios. Por consiguiente, los bienes que dicha ley excluye del
usufructo de fidelidad dejarán de estar excluidos en aquellos supuestos en que hayan con-
currido los dos requisitos que la transitoria establece: la formación del inventario antes de
la entrada en vigor del FN y la ausencia de oposición de los nudo propietarios. Desde
luego, la norma tendrá muy poco juego práctico y aun éste será caducario. Se hace difícil
pensar, en efecto, que actualmente pueda ser aplicada.
Resta, por último, hacer una brevísima referencia a la insólita posibilidad de que
concurran dos o más usufructuarios. Como ya ha quedado expuesto más arriba, esta
hipótesis es excepcional, pero no anómala. Se apoya en la defectuosa redacción de la
Ley foral 6/2000, sobre la cual seguramente recaerá bien pronto una amplia jurispru-
dencia correctora. Pero, en el ínterin, habrá que aventurar alguna solución a tal hipóte-
sis, por desconcertante que pueda resultar. Obviamente, la dualidad de llamamientos
enerva la universalidad del mismo y propicia la solución que con carácter general se
prevé en la ley 412. Según su párrafo segundo
“cuando se constituya el usufructo a favor de varias personas, éstas podrán usar
solidariamente las cosas objeto de su derecho y se repartirán los frutos por partes
iguales, salvo que otra cosa se hubiere dispuesto en el título de su constitución”.

Esta, según entiendo, ha de ser la solución que, desde luego, se augura nada
pacífica y harto conflictiva dada la situación desde la que surge.

V. LA OBLIGACIÓN DE INVENTARIO Y SU DISPENSA

Los párrafos tercero y cuarto de la ley 410 del FN se refieren a la clásica obliga-
ción del usufructuario de proceder al inventario de los bienes usufructuados. En Dere-
cho navarro, como se desprende de la lectura de las normas referidas, el régimen gene-
ral es más suave que el establecido por el CC. La formación de inventario sigue siendo,
ciertamente, una garantía en favor del nudo propietario, pero la ley 410 no establece
una obligación legal de realizarlo, sino que concede al nudo propietario la facultad de
exigirlo en cualquier momento; entrega, pues, de la tutela a la voluntad del titular de la
garantía.
La ley 257 es reflejo de esta misma norma en sede de usufructo de fidelidad,
pero su contenido es mucho más contundente: en principio, la formación de inventario
es más que una facultad del nudo propietario y más que una obligación del usufructua-
rio, pues parece constituir un presupuesto de adquisición del derecho. El problema que
se plantea en este punto es si la palabra adquisición significa “constitución” del dere-
cho o puesta en posesión de los bienes en poder del usufructuario. Si no concurre causa
de privación posiblemente haya que entender que el usufructo se constituye en el
mismo momento de fallecer el causante, es decir, que en ese instante se produce la
disociación de titularidades. Es cierto que el ordenamiento navarro no es tan expresivo
como el art. 834 del CC, más revelador del automatismo con que nace la legítima
vidual. Si esto es así, a pesar del tenor legal habrá que entender que lo que se subordina
a la formación de inventario no es tanto el nacimiento del derecho cuanto la entrega al
usufructuario de los bienes objeto del mismo, es decir, el comienzo de su ejercicio. Esta
interpretación es coherente con la distinción que con carácter general establece la ley
408 entre la titularidad del derecho, que es intransmisible, y su ejercicio, que sí lo es y
encuentra base positiva –bien que no muy rotunda– en el párrafo segundo de la ley 257.
La SA de 19 de noviembre de 2002 se ha referido a este tema, pero de forma incidental

EL USUFRUCTO LEGAL...
22 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

y tampoco es muy esclarecedora. El Derecho navarro era inaplicable en el caso y, afir-


maba la SA,
“Y si se aplicara el Derecho navarro en pura hipótesis (…), la petición también
sería inadmisible por ser requisito inexcusable para reclamar el usufructo de fideli-
dad el haber realizado el inventario de los bienes” dentro de los 50 días siguientes
al fallecimiento del cónyuge”.
De todas formas, tampoco se comprende bien cómo puede formarse inventario
desde una situación de lejanía posesoria de los bienes, es decir, sin poder tener acceso a
ellos y sin que sea preciso que el nudo propietario participe en dicho acto, extremo este
último que parece deducirse del tenor del párrafo cuarto de la ley 257. En el CC idénti-
ca situación se resuelve de modo distinto y mejor, puesto que la obligación de inventa-
rio, aunque es previa al goce de los bienes, requiere la citación del propietario o de su
representante legítimo (art. 491, 1º). Resulta lógico pensar que sólo de esta forma el
usufructuario, que es un tercero, pueda elaborar una relación de bienes que le son aje-
nos y que no posee.
Por otro lado, la mayor dureza del régimen no deja de sorprender por estas dos
razones: en primer lugar, por la posibilidad de su dispensa por el disponente o por
pacto (ley 264, nº 1); en segundo lugar, porque cuando la norma se promulgó el usu-
fructuario normalmente sería no sólo cónyuge del premuerto, sino las más de las veces
pariente próximo –acaso progenitor– del nudo propietario. Este era, desde luego, el
escenario contemplado por la ley 257 y de ahí el reparo que entonces podía tener una
cierta justificación. Hoy, sin embargo, lo que está justificado es el mantenimiento de la
cautela puesto que, por mandato del art. 11 de la Ley foral 6/2000, el usufructo de fide-
lidad se extiende ahora también a los supuestos de convivencia extramatrimonial. Ello
puede originar un mayor alejamiento personal y afectivo entre el nudo propietario y el
usufructuario y, desde luego, generar tensiones y fricciones.
El inventario no es un balance. Comprende, por tanto, sólo el activo y alcanza,
según el tenor literal de la ley 257, a “todos los bienes a que conocidamente se extienda
el usufructo”. La norma encierra una verdad de Perogrullo, pero expresa con toda clari-
dad su objetivo que no es otro que la protección de los derechos del nudo propietario.
Por ello el inventario debe ser lo más completo posible. Y por ello, claro está, se prevé
la adición al mismo de aquellos bienes que se hubieran omitido.
Esta última hipótesis merece particular atención. En efecto; la interpretación
literal de la expresión “omitir” evoca la idea de de una infracción voluntaria de la obli-
gación legal. La norma, no obstante, ni prejuzga nada al respecto, ni establece conse-
cuencia alguna para esta omisión; únicamente exige que la omisión se subsane dentro
del plazo previsto de cien días. Sin embargo, su propio tenor conduce a pensar que
efectivamente ha de aplicarse sólo en el caso de que la omisión de bienes hubiera sido
deliberada. La ausencia de adición en este caso podría traer como consecuencia la pri-
vación del usufructo ex ley 262, nº 4 (hipótesis que de modo incidental parece admitir
la STSJ de 5 de octubre de 2000).
No se prevé, en cambio, el supuesto de que la no inclusión hubiese sido involun-
taria, supuesto que la economía global hará cada día más frecuente. Cuando la diligen-
cia exigible al usufructuario no ha permitido la inclusión de la totalidad de los bienes
por desconocimiento de su existencia la solución ha de ser otra menos rigurosa. Creo
que los bienes descubiertos con posterioridad deberán incluirse en el inventario
mediante una adición al mismo, pero los plazos para la misma han de computarse a
partir del día en que se haya tenido noticia de su existencia. Esta manera de colmar la
laguna legal es la más coherente, a lo que pienso, con la ratio de la norma.
El formalismo propio del Derecho navarro se manifiesta con claridad en la letra
y el espíritu de la regla que al respecto contiene el párrafo primero de la ley 257. Según
su tenor, el inventario “debe constar en escritura pública”. Además, a la obligación
ESTUDIOS 23

expresada en el primer párrafo se une, siquiera sea de forma incidental, la referencia al


notario ante quién se formalizó el inventario realizada en el cuarto. Parece, pues, que la
norma no se aparta del régimen general del Derecho navarro sobre la forma. Recorde-
mos que éste se contiene en la ley 18 del FN, cuyo párrafo tercero dispone que “en los
casos en que esta Compilación exija cierta forma, se considerará de solemnidad”. De
acuerdo con ello, la exigencia formal del párrafo primero de la ley 257 será ad validita-
tem. Esta conclusión es, a mi juicio, demasiado rigurosa pues parece presuponer una
oposición insalvable entre los titulares de los bienes. De ahí, la curiosa facultad que el
último párrafo de la ley concede al nudo propietario que sólo se justifica si el usufruc-
tuario ha realizado el inventario por sí solo, por su cuenta y prácticamente a escondi-
das. El supuesto ahora puede ser frecuente si el usufructuario no era el cónyuge sino el
convivente del premuerto, pues no serán insólitas las malas relaciones con los herede-
ros de éste (hijos o parientes). Pero si las relaciones entre las partes no están tan dete-
rioradas, es posible al menos cuestionarse si la firma conjunta por ambas de un docu-
mento privado no suministraría la misma certeza, fehaciencia y protección de los
derechos del nudo propietario que el otorgamiento de una escritura notarial. La res-
puesta parece claramente afirmativa.
Anudada al tema de la forma, el último párrafo de la ley 257 concede una facul-
tad al nudo propietario que acabo de calificar como curiosa. No de otra manera, en
efecto, cabe considerarla. Se trata, a mi modo de ver, de una obligación por completo
incoercible. ¿Qué puede hacer el nudo propietario si el usufructuario no contesta a su
requerimiento? ¿Entablar un proceso para obligarle a ello? La respuesta requerida
constituye un hacer tan personal que desde luego resulta incoercible y difícilmente sus-
tituible por una pretensión indemnizatoria. Lo mismo cabe decir si la respuesta es ine-
xacta. Parece mucho más sensato y rentable para el nudo propietario dar por sentado
que no se ha formado inventario y proceder a solicitar la privación del usufructo. De
esta manera la situación quedará invertida y será el usufructuario el que tendrá interés
–y eventualmente, la carga procesal– en acreditar que ha cumplido con su obligación de
inventariar.
Queda, por último, la cuestión de los plazos legalmente fijados para formar el
inventario. El FN ha dedicado una especial atención a este punto y, sin embargo, el
resultado de la regulación no ha sido excesivamente acertado, como se verá a continua-
ción.
En el párrafo primero de la ley 257 no se establece un plazo, sino dos: “El inven-
tario –expresa la ley– (…) se iniciará dentro de los cincuenta días siguientes a la fecha
de la muerte o de la declaración de fallecimiento y se terminará dentro de otros cin-
cuenta”. Se trata de plazos civiles, por lo que no se excluyen los días inhábiles, conclu-
sión que es concorde con el Derecho histórico, manifestado en la Ley 49 de las Cortes
de Pamplona de 1765-1766.
El juego de los plazos es sucesivo, de forma que el momento inicial del segundo
lo marca el comienzo de las operaciones de inventario, que debe realizarse dentro del
primero. Ahora bien, el comienzo del cómputo del primer plazo se ha enlazado a una
serie de acontecimientos que la ley 257 expone de manera muy desordenada en los
párrafos primero a tercero.
La sistematización de la confusa norma ha de realizarse, a mi juicio, como
sigue:
1º. Regla general: el inventario ha de iniciarse dentro de los cincuenta días
siguientes a la muerte o declaración de fallecimiento;
2º. Excepciones a la regla general. En este punto, la ley distingue los dos
siguientes supuestos.

EL USUFRUCTO LEGAL...
24 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

–Preexistencia de otro usufructo a favor de otra persona: en este caso, el primer


plazo de cincuenta días comenzará a contarse desde la fecha de extinción del usufructo
voluntario anterior. Es de hacer notar que, como ya he dejado apuntado, esta hipótesis
aparece apoyar que la cualidad de usufructuario es independiente del comienzo de ejer-
cicio del derecho.
–Supuesto de nulidad del testamento, del contrato sucesorio o de la institución
de heredero: el primer plazo de cincuenta días comenzará a contarse desde el momento
en que se notifique al cónyuge viudo o miembro sobreviviente de la pareja la sentencia
firme de nulidad de los instrumentos o institución expresados en la norma.
Los plazos expresados se suspenderán por causa de fuerza mayor y mientras ésta
dure. El concepto y concurrencia de fuerza mayor habrá de establecerse de acuerdo con
las reglas generales sobre esta materia. Así pues, suspenderán el plazo, en principio, los
acontecimientos absolutamente extraordinarios e imprevisibles que impidan absoluta-
mente la formación del inventario. La jurisprudencia, sin embargo, ha matizado la
regla. Así, la SA de 11 de abril de 2001 ha considerado como fuerza mayor a estos
efectos una grave depresión que impedía, por falta de interés, fuerza física y valoración
de las propias necesidades, no solamente la realización de los trámites administrativos,
sino el cuidado de la propia persona.
Resulta sorprendente que una norma tan prolija no se haya ocupado del supues-
to, al que me he referido más arriba, de que aparezcan bienes no inventariados de exis-
tencia desconocida. Ya he sugerido la solución que parece más plausible: iniciar el
cómputo en el momento e que haya tenido conocimiento por el usufructuario de la
existencia de tales bienes.
La regulación de los plazos realizada por la ley 257 merece un juicio abierta-
mente desfavorable. Es excesivamente minuciosa y procedimental. Sin embargo, se
trata de una norma imperfecta, en la medida en que no establece consecuencias a la
infracción de los plazos señalados. Por un lado, parece otorgar una importancia singu-
lar al respeto a estos plazos; por otro, no establece sanción a su incumplimiento y,
finalmente, permite la dispensa de la propia obligación de inventariar.
La dispensa de la obligación de realizar el inventario se ha previsto en la ley 264
nº 1. En general, la norma ha articulado una serie de supuestos en los que la autonomía
privada prevalece sobre la regulación subsidiariamente establecida. Sobre este punto
hay que observar que el pacto que la ley menciona en su inciso inicial normalmente ha
de ser el que se realice entre el usufructuario y el nudo propietario. No tiene sentido, en
efecto, que se refiera a un convenio entre usufructuario y causante cuando éste con su
sola voluntad puede ya conseguir el mismo efecto o propósito. Pero tampoco hay que
excluir éste, sobre todo si es aprovechado para establecer condiciones de pervivencia o
ejercicio del usufructo. Tanto la voluntad del causante como el pacto o convenio, cua-
lesquiera que fueren los intervinientes del mismo, se rigen por el régimen general sobre
esta materia. En este punto bastará la capacidad general, tanto en el disponente como
en los otorgantes del pacto. Respecto a la forma, aunque normalmente el pacto será
expreso y escrito, tampoco hay excepción al régimen general.
Mayor interés tiene el inciso con que se cierra el nº 1 de la ley 264, puesto que
excepciona de la posibilidad de dispensa el supuesto “de segundas o posteriores nup-
cias habiendo hijos o descendientes de anterior matrimonio”. Naturalmente, de nuevo
hay que injertar en la hipótesis normativa los supuestos de uniones estables de pareja,
equiparadas al matrimonio por el art. 11 de la Ley foral 6/2000, aunque el tenor de la
ley 264 no haya sido modificado. Pero el verdadero problema, a mi modo de ver, no es
ése, sino de nuevo la tensión entre el enunciado de la norma y la autonomía privada. En
orden a esto, no me parece que la regla legal tenga un fundamento de tal naturaleza que
justifique su prevalencia sobre la voluntad unilateral, del disponente, o convencional,
ESTUDIOS 25

de disponente y usufructuario o de éste y nudo propietario. Por ello entiendo que la


autonomía privada debe prevalecer en caso de discordancia.

VI. ESTATUTO JURÍDICO DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD

Cualquier situación de coexistencia de dos titularidades distintas sobre un


mismo objeto exige el establecimiento de un estatuto de concurrencia que permita
armonizar la obtención por cada uno de los diferentes titulares del máximo aprovecha-
miento económíco de su derecho con el respeto de la otra titularidad concurrente. El
paradigma de la regla es la comunidad de bienes, pero el problema se presenta en
muchos otros supuestos y, desde luego, en el que ahora nos ocupa. En efecto; siempre
que la propiedad aparece gravada por un ius in re aliena, como es el caso, se produce el
fenómeno aludido: disociación de titularidades y convergencia de las mismas sobre un
único objeto. La consecuencia de la afirmación anterior es que cada una de las situacio-
nes de titularidad convergentes se presenta compuesta por un haz de facultades y obli-
gaciones referidas tanto al objeto único como al otro cotitular. En hipótesis, ello permi-
tirá conseguir la armonización pretendida.
El usufructo de fidelidad es un verdadero usufructo; pero, a su vez, es un usu-
fructo marcado por su específica naturaleza familiar-sucesoria. Por ello, junto al haz de
facultades y deberes que el Fuero Nuevo concede de forma genérica a todo usufructua-
rio, el de fidelidad presenta a su vez un perfil propio.
Así, de acuerdo con la Ley 408 corresponden a todo usufructuario –y natural-
mente, también al de fidelidad– las facultades dominicales con la exclusión de la de
disponer de la cosa objeto del usufructo. Posiblemente hubiese sido más riguroso desde
el punto de vista técnico que la norma hubiese empleado la expresión “facultades de
usos y disfrute”, más representativa del contenido tradicional del usufructo y más ajus-
tada a la realidad. En efecto; la expresión legal podría inducir a pensar que la facultad
de accesión forma parte del contenido del usufructo, puesto que es dominical y no es
dispositiva. No es así, pero hay que acudir a la Ley 355 para refrendar esta negativa; en
esta ley se considera la accesión –con fórmula peculiar, por cierto– como modo de
adquirir la propiedad y sólo la propiedad.
El usufructuario de fidelidad ostenta además las facultades expresamente concedidas
por el causante. Entre éstas destacan las de enajenar y gravar los bienes. El supuesto está
expresamente admitido por la ley 264, 2º, y permite al constituyente configurar un régimen
del usufructo exorbitante puesto que atribuye al usufructuario la facultad más rigurosamente
dominical, la de disposición. La norma aclara la contenida en la ley 253, párrafo cuarto, y
corrobora además la inutilidad de ésta: no hay duda de que la reunión de todos los interesa-
dos implica la conjunción de la totalidad de las facultades imaginables sobre el objeto. Por
esta razón, la ley 264, 2º, enlaza más con la 259.4 y con la 408. La primera contiene una
excepción que autoriza la disposición del objeto del usufructo para abonar deudas del pre-
muerto; y ello, sin o contra la voluntad del nudo propietario. En la segunda se ha instalado
la prohibición general de disponer que se echa en falta en sede de usufructo de fidelidad.
Es evidente que el fundamento de la facultad de disposición del usufructuario es
la autonomía privada, unilateral o convencionalmente expresada. Lo reconoce el inciso
inicial de la ley 264. El título en que la misma conste desempeña una doble misión, cre-
ativa y configuradora. En efecto; el mismo puede contener no sólo el otorgamiento de
la facultad dispositiva, sino también determinaciones respecto a la misma que acoten o
restrinjan su significado general u originario. De esta manera no será infrecuente
encontrar estipulaciones como las siguientes:
–Tipo de acto de disposición permitido: enajenación, gravamen o ambos;
–Tipo de enajenación permitido, en su caso: compraventa, permuta, donación;

EL USUFRUCTO LEGAL...
26 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

–Clases de gravamen autorizado: prenda, hipoteca, garantías atípicas o indepen-


dientes o incluso la constitución de derechos in re aliena que implican también un gra-
vamen del pleno dominio aunque sean de uso y disfrute;
–Límites cualitativos del acto: bienes muebles o inmuebles o sitos en un deter-
minado lugar o pertenecientes a una determinada clase dentro de la clasificación básica
(vg., acciones, pero no obligaciones);
–Límites cuantitativos del acto;
–Plazos mínimos de inalienabilidad;
–Ámbito de actuación del usufructuario, es decir, si puede ejercitar las faculta-
des concedidas libremente o sólo cuando concurran determinadas circunstancias, de la
que el estado de necesidad es la más relevante.
En relación con esta cuestión, se ha planteado la de si el usufructuario puede dis-
poner en caso de necesidad incluso sin estar expresamente autorizado por el disponen-
te, es decir, para el caso del usufructo de fidelidad, por el causante. Históricamente la
cuestión era por lo menos dudosa. Un riguroso trabajo doctrinal de GARCÍA-GRANE-
RO, anterior al Fuero Nuevo, optó de forma tajante por la solución negativa. La vigente
regulación del Fuero Nuevo no autoriza a pensar que este criterio haya de ser modifica-
do. Por tanto, parece sostenible rechazar la legitimación del usufructuario para disponer
incluso en caso de necesidad si no está expresamente autorizado por el causante.
Típicas facultades dominicales son también las de accesión, excluidas, en princi-
pio, del contenido natural del usufructo como acabo de exponer. Sin embargo, cabe
plantearse la posibilidad de que se concedieran facultades de accesión al usufructuario,
modificando la regla de la ley 355. La hipótesis es imaginable, aunque resulte perturba-
dora. Y podría referirse acaso a los derechos de propiedad separados del suelo (ley
427) como el de superficie (ley 430) o el de sobre y subedificación (ley 435).
Existe una norma peculiar que afecta al contenido normal del usufructo, es decir,
a las facultades de uso y disfrute. Se trata de la contenida en el párrafo segundo de la
ley 258 para el supuesto de que el usufructo de fidelidad recaiga sobre acciones de
sociedades anónimas. La norma es doblemente peculiar. En primer lugar, porque de ser
una norma especial, pensada sólo para el usufructo de fidelidad, ha pasado a serlo
general por la remisión que la nueva redacción dada al último párrafo de la ley 418 por
Ley foral 5 /1987, de 1 de abril, ha realizado precisamente a esta ley 258. De esta suer-
te, la norma que se contiene en ella es ahora aplicable a cualquier usufructo. La segun-
da nota peculiar resulta de la propia singularidad del supuesto contemplado. El precep-
to contenido en el párrafo segundo de la ley 258 es un trasunto de la solución prevista
en legislación mercantil para el supuesto de usufructo de acciones de sociedad anóni-
ma. La norma expresa de nuevo su respeto a lo establecido por el juego de la auto-
nomía privada, en este caso, a lo plasmado en los estatutos sociales. El equilibrio entre
los intereses de nudo propietario y usufructuario ha tratado de obtenerse mediante un
procedimiento que ya es clásico: la titularidad del derecho de suscripción preferente de
nuevas acciones se atribuye al nudo propietario y, en consecuencia, lo mismo ocurre
con la propiedad de las mismas y con la obligación de abonar su importe. Sin embargo,
el interés bien directo que el usufructuario ostenta sobre la cuestión se encarna en la
facultad que se le concede de ejercitar tal derecho de suscripción a nombre del nudo
propietario si éste no lo hace. El derecho de usufructo se extiende a las nuevas acciones
así adquiridas y de nuevo la necesidad de equilibrio entre ambos intereses exige, como
así lo hace la ley, establecer un sistema de reembolso de las cantidades anticipadas por
el usufructuario y una específica previsión de los supuestos de amortización de títulos o
sustitución de acciones que aplica el principio de subrogación real.
El anterior conjunto de facultades aparece contrapesado por un haz de obligacio-
nes enumeradas en la ley 259. Se imponen al usufructuario una obligación general y
ESTUDIOS 27

cuatro obligaciones más concretas de carácter pecuniario. La general puede resultar


sorprendente, puesto que obliga al usufructuario a “administrar y explotar los bienes
con la diligencia de un buen padre de familia”. Desde luego, el uti fruique inherente a
todo usufructo presupone la posesión y puesta en rendimiento del bien o bienes objeto
del mismo. Por otro lado, no puede olvidarse que el objeto usufructuado es ajeno, no
pertenece al usufructuario. De ahí resulta la posible justificación de la exigencia de un
standard de conducta bien conocido que implica la aplicación a la gestión de esfuerzos
y cautelas razonables. Así lo ha entendido la jurisprudencia, aunque para el ámbito del
CC. No parece que en dicho standard quede incluida la inversión de alto riesgo, pero sí
ha de entenderse comprendida la legítima pretensión de obtener un beneficio ajustado y
proporcional a la naturaleza del objeto, lo que autoriza a ceder el bien en arrendamiento
siempre que la renta resulte congrua.
Los núms. 2, 4 y 5 de la ley 259 imponen al usufructuario el pago de determina-
dos gastos, deudas y cargas. Las reglas tienen un aspecto común: participan todas de la
naturaleza de pecuniarias. Y tienen un aspecto diferencial: su fuente y su exigibilidad.
Los núms. 2 y 4 se refieren a pago de deudas del premuerto: los de última enfermedad,
entierro y funerales y sufragios (núm.2) y las demás que fuesen exigibles (núm. 4). En
realidad, los supuestos del núm. 2 son tan exigibles como los genéricamente previstos
en el núm. 4. Por eso parece razonable aplicar también al núm. 2 la excepcional facul-
tad de enajenar bienes de la herencia, incluso contra la voluntad de los nudo propieta-
rios –aunque siempre con autorización judicial-, si no hubiese en la herencia dinero
suficiente. La regla del núm. 5 es perfectamente innecesaria de puro lógica. Las cargas
a que se refiere y cuyo pago impone no lo son del capital, sino del propio derecho de
usufructo y, por tanto, el más elemental sentido común exige su atribución al usufruc-
tuario.
El nº 3 impone al usufructuario una obligación alimentaria respecto de los hijos
que además sean alimentistas del cónyuge o pareja estable premuertos. La norma, que
se apoya en el Derecho histórico, tiene un fundamento de equidad y se refiere, según
doctrina concorde, a los alimentos civiles, más amplios que los naturales y proporcio-
nados al rango social recíproco de quien los presta y de quien los recibe. Existe un
límite a esta obligación: el usufructuario responde solamente intra vires, lo cual es lógi-
co desde un doble punto de vista: por un lado, porque no es heredero del causante y,
por otro, porque el fallecimiento del obligado a prestar alimentos implica un desplaza-
miento de la obligación hacia otros obligados, según el régimen general de ésta (espe-
cialmente, leyes 63 y 72 del FN, en relación con los arts. 142 y siguientes del CC).
Las consecuencias del incumplimiento de las obligaciones impuestas al usufruc-
tuario ni están previstas en la ley 259 ni se producen automáticamente. Sin embargo,
ello no quiere decir que quede sin reproche. En efecto; los núms. 3, 4 y 5 de la Ley
262, que configuran causas de privación del usufructo de fidelidad, acogen sin distor-
sión alguna el incumplimiento de la totalidad de las obligaciones impuestas al usufruc-
tuario. Ahora bien; como acabo de decir, y lo veremos en el epígrafe 9 con mayor dete-
nimiento, la privación no se produce de forma automática sino que debe ser instada por
los nudo propietarios.
El estatuto de concurrencia alcanza también, como es lógico, al nudo propieta-
rio. Hay que reconocer que el FN no se ha mostrado especialmente preocupado. Res-
pecto a esta cuestión. Existen disposiciones fragmentarias y muy concretas, tanto en
sede de usufructo de fidelidad –las que ahora más nos interesan– como en la regulación
general del usufructo.
Modernamente, la concepción de la nuda propiedad ha experimentado una pro-
funda revitalización. Ha pasado de ser considerada un mero vestigio residual, concep-
tual y sin contenido práctico, a ponderarse como un derecho autónomo con un conteni-
do propio y un haz de facultades y deberes bien concreto. El CC supo verlo cuando
estableció con carácter general el respeto a la forma y la sustancia de la cosa usufruc-

EL USUFRUCTO LEGAL...
28 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

tuada no sólo como límite del usufructuario (art. 467), sino también del nudo propieta-
rio (art. 489). De esta manera, quedaron establecidos dentro del ámbito de aplicación
del CC los límites generales –para usufructuario y para nudo propietario– que configu-
ran el marco jurídico básico del estatuto de concurrencia. En Derecho navarro se echa
en falta una norma equivalente; pero, según pienso, la nuda propiedad no se aparta
mucho del diseño del CC y ofrece un concreto contenido positivo de facultades activas
que puede reconstruirse sobre los parámetros que a continuación paso a exponer.
En primer lugar, corresponden al nudo propietario las facultades dominicales de
disposición. Así resulta del tenor de la ley 408, aplicable también al usufructo de fideli-
dad. Las mismas se desglosan en las de enajenación, gravamen y defensa de la cosa
usufructuada. El nudo propietario ostenta, pues, la titularidad y el ejercicio de las accio-
nes reivindicatoria y declarativa de dominio. Puede también determinar e identificar el
objeto del derecho, mediante el ejercicio de las acciones de deslinde y cerramiento
(leyes 349 y 348); conviene señalar que estas facultades no las ostenta en exclusiva,
sino que las comparte con otros titulares de derechos reales limitados. Tiene asimismo
derecho a exigir al usufructuario la formación del inventario con carácter previo a la
entrega de los bienes o a la “adquisición” del derecho (ley 410 en relación con la 257) y
la constitución de fianza o garantía (asimismo, ley 410). Ostenta también las facultades
de accesión (ley 355) por más que el incremento entre simultáneamente a formar parte
del objeto del usufructo.
Concretamente para el usufructo de fidelidad, el nudo propietario ostenta tres
facultades específicas: en primer lugar, puede solicitar la transformación del usufructo ex
ley 260, tema éste del que me ocuparé con mayor detalle en el epígrafe siguiente; En
segundo lugar, está legitimado para solicitar la privación del mismo en los supuestos y
dentro de los límites previstos en el FN (ley 262); y, en tercer lugar, puede acceder a la
posesión de la cosa usufructuada mediante interdicto, expresión que todavía emplea la ley
263 respecto de la que me detendré con mayor detalle en el epígrafe 8. Baste anticipar,
por ahora, que la referencia al interdicto ha quedado desfasada y resulta inadecuada.
Por último, el nudo propietario ostenta un derecho general absolutamente lógi-
co, como es el de exigir el cumplimiento de todas las obligaciones impuestas al usu-
fructuario. Derecho recíproco que corresponde asimismo al usufructuario respecto a las
obligaciones y deberes impuestos al nudo propietario. Ambos derechos constituyen la
línea máxima de cerramiento, derivada genéricamente del respeto a las situaciones de
poder de otros.
Todo lo anterior confirma que la consideración de la nuda propiedad como un
derecho sin contenido y residual no es correcta. La ausencia de facultades de uso y dis-
frute no implica ni siquiera la pérdida de todo valor económico de la nuda propiedad:
permanece en la titularidad del nudo propietario el valor en cambio y, desde luego, la
expectativa de consolidación del pleno dominio.
Finalmente, no he incluido aquí el singular supuesto previsto en la ley 260 por-
que entiendo que merece un tratamiento especial, que llevaré a cabo en el epígrafe
siguiente. Cabe anticipar que en la referida norma se configuran consecuencias al
incumplimiento de una hipotética obligación del usufructuario que no le ha sido expre-
samente impuesta. Sin embargo, la claridad del enunciado obliga, como he dicho, a una
reflexión más detenida.

VII. EN ESPECIAL, LA CURIOSA REGLA DE LA LEY 260

No aparece expresamente en el cuadro de derechos del nudo propietario el de


realizar indicaciones o advertencias al usufructuario relativas a la administración y
explotación de los bienes; tampoco se ha impuesto al usufructuario por ningún lado el
deber de acatar y cumplir dichas instrucciones. Sin embargo, la ley 260 se dedica ínte-
ESTUDIOS 29

gramente a regular los efectos del incumplimiento por el usufructuario de ese hipotéti-
co deber de obediencia. La ley configura una norma extravagante dentro del sistema:
carece de precedentes y hasta de justificación, salvo que se considere como tal mera-
mente la buena intención que la inspira.
Conviene tener presente para proceder a su análisis el tenor literal de la ley, que
es el siguiente, bajo el sorprendente ladillo Transformación: “Si el usufructuario desa-
tendiere las indicaciones o advertencias que respecto a la administración y explotación
de los bienes le hicieran los nudo propietarios, éstos podrán acudir al juez. – –Si el
viudo usufructuario no pudiera o no se aviniera a cumplir la decisión judicial, los nudo
propietarios podrán pedir la entrega de los bienes y la sustitución del usufructo por una
renta a su cargo no inferior al rendimiento medio obtenido en los cinco últimos años y
revisable cuando varíen las circunstancias objetivas”.
El desafortunado texto sugiere una serie de consideraciones sobre el carácter y la
naturaleza de este deber, que paso a exponer.
Este deber u obligación impuesto al usufructuario no es, según creo, una sexta
obligación del usufructuario de fidelidad diferente y añadidas a las cinco enumeradas
en la ley 259. Creo que más bien se trata de una suerte de corolario anudado a la prime-
ra de ellas, aquella que impone al usufructuario la obligación de administrar y explotar
los bienes con la diligencia de un buen padre de familia. Este enlace se deduce con
facilidad, puesto que el inciso inicial de la ley 260 reitera la misma expresión que utili-
za la ley 259.1. Uno y otro parecen enlazar, además, de alguna forma con el art. 497 del
CC. Es en este artículo donde el CC impone el standard de conducta que no aparece ni
el art. 467, ni en el 489.
En segundo lugar, y como acabo de dejar señalado, la norma tiene muy difícil
encaje y justificación. Puede defenderse su existencia argumentando que trata de defen-
der los intereses del nudo propietario para evitar que éstos resulten perjudicados por un
gestión deficiente, descuidada o dolosa del usufructuario. Pero en contra de esta tesis
cabe oponer otros dos sólidos razonamientos: el primero –y principal– consiste en que
la defensa frente a la gestión mala o negligente del usufructuario se encuentra asentada
en los núms. 4 y 5 de la ley 262 y consiste sencillamente en la privación del usufructo y
no en su mera transformación; el segundo, que el deber cuya infracción se regula aquí
no tiene que ver con la gestión ni con sus resultados buenos o malos, sino con la aten-
ción que el usufructuario haya o no prestado a unas evanescentes “indicaciones o
advertencias”, que ni son órdenes, ni son requerimiento, ni son instrucciones ni se sabe
qué son. Lo que sí puede imaginarse con cierta facilidad es que las indicaciones no tie-
nen por qué ser más acertadas para el resultado de la gestión de los bienes usufructua-
dos que los actos que esté realizando el usufructuario. Pueden ser incluso más perjudi-
ciales. Sin embargo, parece que el tenor de la ley no deja al usufructuario otra
posibilidad que la de atender en todo caso las indicaciones que se le hagan, con inde-
pendencia del mayor o menor acierto económico de éstas. Volveré de nuevo sobre este
tema más abajo.
Desde otro punto de vista ha tratado de justificarse la existencia de la norma de
la ley 260 considerándola como “norma de equidad con la que se pretende paliar situa-
ciones de abuso sin llegar a remedios extremos como pudieran ser –entre otros– la pri-
vación de todo derecho” (SALINAS QUIJADA). La postura me parece difícilmente admisi-
ble. La conducta abusiva del usufructuario puede ser reprimida mediante los
mecanismos generales de represión del abuso del derecho y de las conductas contrarias
a la buena fe. En este punto, el juego de las leyes 17 y 22 del FN será suficiente para
corregir la conducta desviada, corrección en la que evidentemente puede incluirse la
solución prevista en la ley 260. Tampoco me parece que la norma sea de equidad. En la
práctica, la solución prevista en última instancia por la ley 260 es la misma que la que
se prevé en la ley 262, es decir, la privación del usufructo o, mejor dicho, su conmuta-
ción y sustitución por el pago de una renta; pero, en todo, caso, la desposesión del usu-

EL USUFRUCTO LEGAL...
30 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

fructuario y su alejamiento de la gestión del objeto del usufructo. La sanción me parece


de una gran dureza y precisamente por ello muy poco equitativa: en la práctica equivale
casi a equiparar la simple desatención de las indicaciones y advertencias por parte del
usufructuario con algo mucho más serio, como es el incumplimiento grave y continuo
de sus obligaciones. La única diferencia con las causas de privación del usufructo pre-
vistas en los núms. 4 y 5 de la ley 262 radica en la transformación del derecho real de
usufructo en el personal de percibir una renta. Ésta es una transformación sustancial, de
enormes consecuencias prácticas en orden, como he dicho, a la posesión, goce y utili-
zación del objeto del usufructo, etc.
Por la demás, la ley 260 es una norma muy defectuosa y poco concreta. La
acción que otorga a los nudo propietarios tenía que haber sido mejor perfilada. En efec-
to; la interpretación literal del párrafo primero de la ley conduce a pensar que basta la
mera “desatención” para justificar la intervención judicial, al margen –como he apunta-
do más arriba– de que las indicaciones resulten o no más acertadas o más favorables
para la explotación o administración de los bienes. Si esto es así, resultaría que los
nudo propietarios podrían pedir pura y simplemente que el usufructuario les obedezca
en todo caso. Esto supone una honda subversión del sistema porque implica atribuir al
nudo propietario unas improcedentes facultades de injerencia y cogestión carentes de
justificación alguna. En el clásico planteamiento contemplado por la ley, es decir, aquel
en que sólo el cónyuge viudo pueda ser usufructuario de fidelidad hay que reconocer
que los conflictos de la índole prevista en la ley 260 no debían ser muy frecuentes.
Ahora la situación es distinta, porque el usufructo de fidelidad se extiende a la pareja
estable del premuerto que puede ser considerado por el nudo propietario como un odio-
so intruso. Por esta razón, la interpretación literal debe ser rechazada. Dicho de otro
modo, el nudo propietario no puede pretender en su demanda simplemente que el usu-
fructuario le obedezca y le haga siempre caso. Debe, a mi juicio, acreditar que la ges-
tión del usufructuario es deficiente, que también es además perjudicial para sus intere-
ses –expectativa de consolidación– y que las indicaciones y advertencias desatendidas
la mejoraría. De no entenderlo así y de no acreditarse el perjuicio para el demandante,
encuentro muy difícil justificar la legitimación activa con lo que peligraría gravemente
el éxito de la pretensión. Por su parte, el usufructuario puede defenderse probando,
bien la calidad de su gestión, bien la ausencia de perjuicio producido por la misma para
el nudo propietario. Naturalmente, este debate exige no un procedimiento de jurisdic-
ción voluntaria, sino un verdadero proceso contencioso –ordinario o verbal, según pro-
ceda– terminado con sentencia. A esta conclusión conduce la aplicación de las normas
generales que rigen esta materia, aunque es dudoso que éste fuera el sentir de la ley
260, sobre todo si se la considera como norma de equidad. A este respecto, es significa-
tivo que el párrafo segundo utilice la expresión “decisión judicial” y no la de sentencia,
como sería lo lógico si la remisión se hubiera realizado a un proceso ordinario.
El párrafo segundo de la ley 260 produce perplejidad y asombro. Prever que una
persona no pueda cumplir una decisión judicial –en el caso, una sentencia firme, como
se ha visto– es razonable; pero admitir que no quiera –inequívoco sentido de la expre-
sión “no se aviniera”– resulta inaudito incluso para el Derecho navarro. Desde luego,
no se trata ya de materia civil, sino procesal: hacer ejecutar lo juzgado, cuestión de
ribetes constitucionales (arts. 117, nº 3 y 118 de la CE y 2 de la LOPJ). Parece que la
ley está pensando en el cumplimiento voluntario, pero desconoce o prefiere hacerlo el
cumplimiento forzoso, es decir, la ejecución forzosa. Precisamente la posibilidad de
hacer ejecutar lo juzgado –es decir, de pedir la ejecución de la sentencia dictada en el
proceso– hará seguramente que la drástica solución prevista con carácter subsidiario
tenga pocas posibilidades de ser empleada en la práctica, lo que suaviza algo el rigor de
la misma.
Conviene insistir en que la entrega de los bienes y el correlativo apartamiento de
ellos del usufructuario sólo puede realizarse con carácter subsidiario a la imposibilidad
o negativa –a salvo lo dicho– a cumplir la sentencia. Se trata, pues, de un supuesto difí-
ESTUDIOS 31

cilmente imaginable. Es más, aunque la ley no diga en qué proceso ha de realizarse la


solicitud, parece por pura lógica que habrá de hacerse en el propio proceso al que la
sentencia puso fin. Pero no podrá solicitarse en la fase de ejecución si no se incluyó
como pedimento –aunque fuere de forma subsidiaria– en el suplico de la demanda y si
la sentencia no lo concedió; y, desde luego, el juzgado no puede concederlo si no se
incluyó en el petitum, so pena de incurrir en incongruencia.
Por otro lado, como ya ha quedado dicho, la facultad que el párrafo segundo de
la ley 260 otorga al nudo propietario consiste ni más ni menos que en la conmutación
del usufructo por una renta periódica. La hipótesis recuerda vagamente la previsto en el
art. 839 del CC. Éste es el sentido de la expresión “sustitución” que la ley 260 emplea.
Esta medida ofrece una consecuencias muy profundas que acaso el legislador no tuvo
en cuenta. La entrega de los bienes implica la privación posesoria del usufructuario, lo
que le deja no sólo sin disfrute, sino también sin uso. Esto plantea un problema sobre el
que conviene reflexionar. ¿Qué bienes pueden ser objeto de esa solicitud de entrega que
la ley otorga: todos los que integran el objeto del usufructo o solamente los fructíferos?
Una respuesta razonable incluiría sólo los segundos. Sin embargo, parece que el tenor
literal de la ley lo extiende a todos los bienes objeto del usufructo. En realidad, no
puede ser de otro modo. Lo que la ley dice no es que el usufructo –o mejor, su objeto–
se reduzca, sino que se sustituye por una renta periódica. La conclusión es obvia: cuan-
do esta ley se aplica el usufructo se extingue como derecho real. Se mantiene solamen-
te, y aun esto de manera aproximativa, su consistencia económica.
La referencia a la renta periódica que ha de ser pagada al usufructuario es tam-
bién absolutamente escueta. Aunque la ley no diga nada, parece que, por principio, tal
renta ha de consistir en una prestación dineraria y periódica. No está establecida la
periodicidad, por lo que hay que entender que en defecto de acuerdo entre las partes
–que será lo frecuente–, habrá de ser fijada por el juez. Obviamente, las partes pueden
acordar la conmutación de la renta por la entrega de una cantidad alzada, hipótesis que
tampoco será muy probable pero que aumenta la similitud del supuesto con el previsto
en el art. 839. La ley 260 tampoco prevé la constitución de garantía alguna que asegure
al usufructuario la percepción de la renta; ni siquiera se pronuncia al respecto. El esta-
blecimiento de una garantía es una cautela razonable y aconsejable, derivada del cam-
bio radica que se ha producido en la posición jurídica del antiguo usufructuario: su
derecho real se ha transformado en un derecho de crédito contra una o varias personas
cuyas circunstancias personales de solvencia, probidad, lealtad en la conducta o incluso
actitud hacia el acreedor pueden estar muy lejos de ser las óptimas. Piénsese que, para
empezar, la conmutación presupone un litigio basado en la mala gestión del usufructua-
rio y, para seguir, éste puede ser no el cónyuge y presumible progenitor del nudo pro-
pietario, sino su pareja estable, normalmente ajena y extraña al círculo familiar de los
herederos. La falta de previsión legal, sin embargo, no implica la prohibición de la
constitución de garantías. No veo fácil que ésta se produzca como consecuencia de un
convenio entre el usufructuario desposeído y el nudo propietario, pero si se admite que
la discusión sobre este tema se producirá normalmente en ejecución de la sentencia, el
defecto de acuerdo puede ser suplido por una decisión judicial.
Finalmente, no parece suscitar excesivos problemas la cuestión referente en la
pluralidad de obligados al pago: deberán aplicarse las reglas generales sobre la materia
–mancomunidad, ex ley 492–, aunque tal solución no es la más beneficiosa para el
acreedor.
La ley sólo se refiere de forma indirecta a tema tan importante como el quantum
de la renta. Establece tan sólo un módulo mínimo: el correspondiente al rendimiento
medio obtenido en los últimos cinco años. El criterio no resulta del todo satisfactorio,
pero es difícilmente mejorable. Tampoco es fácil que se produzca acuerdo en este
punto, por lo que será el juez, normalmente asistido de dictámenes periciales, quien
deberá decidir.

EL USUFRUCTO LEGAL...
32 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

Por último, la ley tampoco especifica los criterios de revisión de la renta ni el


grado de alteración o variación de las circunstancias que legitimen para exigir tal revi-
sión.. No parece descabellado entender aplicable el criterio establecido en materia
arrendaticia y referirlo anualmente a las variaciones que experimente el Índice de Pre-
cio al Consumo.
Lo expuesto hasta aquí permite establecer una conclusión: el incumplimiento
por el usufructuario de una hipotética obligación de acatamiento legitima al nudo pro-
pietario nada más y nada menos que para solicitar la extinción del usufructo y conver-
tirlo en un derecho de crédito. El juicio sobre la ley 260 no puede, pues, ser nada favo-
rable. Sólo invita al optimismo el augurio razonable de su escasa aplicación práctica. Si
no fuera así, esta misma práctica pondría de manifiesto, con la tozudez propia de los
hechos, que la norma crea más problemas que los que pretende resolver.

VIII. EXTINCIÓN DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD

El FN distingue la extinción del usufructo de fidelidad y la privación del mismo.


Las causas que dan lugar a la primera se encuentran recogidas en la ley 261, que hay
que poner en relación con la 421, en sede de régimen general del usufructo; las que ori-
ginan la segunda se han enumerado en la ley siguiente, la 262.
Además de lo que acaba de decirse, una primera aproximación a la ley 261 reve-
la otras dos cuestiones más: la primera, la delimitación entre las causas generales de
extinción de todo usufructo y las específicas y propias del de fidelidad, y la segunda, la
incidencia que la llamada por la ley 262 “vida marital del usufructuario con otra perso-
na” genera en todo el ámbito del usufructo de fidelidad. Parece patente que el criterio
legal de considerar la vida marital del usufructuario con otra persona como causa de
privación y no de extinción del usufructo debe ser revisado. Pero el análisis detenido de
esta cuestión será realizado en el epígrafe 10, dedicado a estudiar la incidencia general
que las parejas estables y su regulación en Navarra presentan en este punto.
El análisis del tema exige detenerse en primer lugar a analizar la diferencia que
existe entre la extinción y la privación del usufructo. Esta distinción es evidente, aun-
que no parezca acertada. Carece de antecedentes en el Derecho histórico navarro. Tam-
poco ha sido seguida en otro sistema foral próximo al navarro, el aragonés (vid. art. 86
de la Compilación de Aragón).
La extinción opera automáticamente, ope legis. El usufructo de fidelidad se
extingue tan pronto como surge o aparece la causa de extinción. Así resulta, tanto de
los propios términos de la ley 261, como de los precedentes históricos de cada una de
las causas de extinción. Sin embargo, ello no es óbice para que en ocasiones el nudo
propietario tenga que acudir al juez para que así lo declare. Esto ocurrirá cuando el usu-
fructuario se niegue a admitir la concurrencia de la causa de extinción, extremo que
naturalmente dependerá de su prueba o de la ausencia de la misma. La sentencia que,
en su caso, ponga fin al proceso no constituye una situación jurídica, sino que se limita
a declarar que existe el estado de cosas que la crea. Sus efectos, por tanto, habrán de ser
ex tunc.
La causa de privación del usufructo, por el contrario, no actúa de forma automá-
tica. La norma otorga legitimación a los nudo propietarios para que, a su instancia, el
viudo –ahora también el convivente supérstite, no lo olvidemos– “pierda” el usufructo
de fidelidad, dato que también incide en la naturaleza de la sentencia que se dicte. Pero,
a la vez, plantea una serie de cuestiones de no fácil solución. Las veremos con más
detalle en el epígrafe siguiente, al tratar de las causas de privación del usufructo de
fidelidad, pero pueden dejarse aquí apuntadas: son cuestiones tales como la prescrip-
ción o caducidad de la acción de privación, tema enlazado con el plazo de ejercicio de
la misma, o la posibilidad de recuperación del usufructo por el titular privado del
ESTUDIOS 33

mismo si se produce el caso –que puede augurarse como muy infrecuente– de que cese
o desaparezca la causa de privación invocada. La fricción entre ambos conceptos se
presenta con sus aristas más agudas de nuevo respecto a la convivencia marital y a su
verdadera carácter respecto a la terminación del usufructo, lo que será analizado con
más detalle, como he indicado, en el epígrafe 10.
Corresponde, pues, abordar ahora la otra cuestión, aquella que se refiere a la rela-
ción entre las causas previstas en la ley 262 y las que con carácter general establece la ley
421 para el usufructo voluntario. La ley 262 –como en general toda la regulación sobre el
usufructo de fidelidad– ha optado por insularizar esta materia, es decir, por prescindir de
remisiones concretas al régimen general o común de la institución; tan sólo ha realizado
una y muy genérica desde la ley 266 a las disposiciones generales sobre el usufructo (leyes
408 a 422). Esta es la razón de que se haya producido un solapamiento entre las dos regu-
laciones que ha tenido como consecuencia la duplicación en ambas sedes de dos de las
causas de extinción, en concreto, la muerte del usufructuario y su renuncia al derecho.
Por otro lado, resulta incuestionable que, aunque la ley 262 no lo diga, el usu-
fructo de fidelidad se extingue también por el resto de las causas establecidas con
carácter general por la ley 421. No parece haber ninguna duda sobre la operatividad y
eficacia extintiva de la falta de ejercicio del derecho por el plazo ordinario de usuca-
pión del dominio, de la consolidación con la nuda propiedad o de la pérdida del objeto
usufructuado. Tan sólo conviene precisar, en relación a esta última causa, que el usu-
fructo de fidelidad es un usufructo universal que recaerá normalmente sobre una plura-
lidad de bienes. Por consiguiente, la extinción por destrucción del objeto sólo podrá
producirse cuando se hayan perdido o destruido todos los bienes o el último de ellos;
las pérdidas singulares sólo producirán el efecto relativo de reducir el objeto a los bie-
nes que continúen existiendo. Todo ello, como es lógico, sin mengua de las posibles
pretensiones indemnizatorias que correspondan a usufructuario o nudo propietario.
La regulación específica de estas causas generales que el FN ha realizado en
sede de usufructo de fidelidad añade muy poco, o nada, a dicho régimen. Conviene
tener presente que además de la muerte del usufructuario hay que entender incluida
como causa extintiva del derecho también la declaración de fallecimiento del mismo.
Así resulta de las consecuencias que dicha declaración genera en el orden sucesorio.
Por lo demás, en este punto, la ley 261 no añade nada a la regulación general contenida
en la ley 421.
La segunda de las causas extintivas, la renuncia, sí presenta caracteres propios
que la diferencian, tanto de la prevista en el régimen general de la ley 421, como de la
renuncia anticipada, admitida por el párrafo quinto de la ley 253.
Las leyes 261.2 y 253, párrafo quinto, son claramente complementarias y consa-
gran, como el haz y el envés, la renunciabilidad general del usufructo de fidelidad,
tanto a priori, como a posteriori. La renuncia previa exige, por principio, que el dere-
cho no haya nacido todavía, es decir, que no se haya producido la premoriencia –o
declaración de fallecimiento– del cónyuge o pareja. La renuncia admitida por la ley
261 se inscribe dentro de la renunciabilidad general de todo derecho una vez que ha
ingresado en el patrimonio de su titular, es decir, cuando el derecho ya ha nacido y, en
este caso, cuando ha fallecido –o ha sido declarado fallecido– el cónyuge o pareja.
Las diferencias entre la ley 262 y las otras dos son las siguientes: la ley 421 no
exige ningún requisito adicional a la renuncia, sino que se limita a admitirla como
causa extintiva del usufructo voluntario; el párrafo quinto de la ley 253, añade que la
renuncia ha de constar en escritura pública; y la 261 exige, además, que sea expresa. En
este sentido, la ley 262 se distancia de las otras dos en su mayor rigor respecto a los
caracteres adicionales requeridos a la renuncia posterior para que tenga eficacia: no
sólo ha de constar en escritura pública, sino que ha de ser expresa. La precisión tiene
sentido porque el sistema jurídico navarro admite la renuncia tácita (ARREGUI GIL; ley 9

EL USUFRUCTO LEGAL...
34 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

del FN). Puede discutirse la oportunidad o conveniencia de esta exigencia; personal-


mente, la veo más justificada en el supuesto de renuncia previa.
Respecto a la función de la forma, tanto en el supuesto comentado, como en el
previsto por la ley 253, ha de entenderse que se trata de un requisito ad validitatem. Cier-
tamente, existen reservas, como ya he dejado expuesto más arriba, en el epígrafe 2, pero
abona esta conclusión el tenor del párrafo tercero de la ley 18, y la refuerza, para el
supuesto de la renuncia a posteriori que ahora nos ocupa, el hecho, bien significativo, de
que la ley 421 no exige forma alguna a la renuncia general del usufructo voluntario.
Frente a la opinión de algún autor, ha de recordarse, por último, la irrevocabili-
dad de la renuncia válidamente realizada, tal como ha sostenido la STS de 7 de julio de
1978..
Mayores problemas parece presentar la aplicabilidad al usufructo de fidelidad de
otras dos causas extintivas establecidas por la ley 421: el vencimiento del término y el
cumplimiento de la condición resolutoria. Esto es así porque la peculiar naturaleza del
usufructo de fidelidad rechaza aparentemente su subordinación a un plazo o a una con-
dición. Sin embargo, un sistema abierto como el navarro requiere que el causante pueda
imponer plazos y condiciones incluso respecto de una institución tan especial. En defi-
nitiva, ello tan sólo supone abandonar a la voluntad unilateral del premuerto la resolu-
ción del conflicto de intereses entre usufructuario y nudo propietario. Consciente de
ello, el núm. 5 de la ley 264 reconoce esta facultad del causante o constituyente.
Las nuevas nupcias del usufructuario constituyen la causa de extinción específi-
ca y más propia del usufructo de fidelidad. No sería de recibo, en efecto, que se aplica-
se al régimen general. Nuevas nupcias significa matrimonio posterior del usufructuario
de fidelidad. Pero es ésta una causa dispensable. Esta posibilidad resulta del propio
texto de la ley 262.3, correlativamente reiterado en la ley 264.3, que diseña el ámbito
de actuación general de la autonomía de la voluntad respecto a esta institución.
Lógicamente –quizá sea innecesario decirlo–, para que un nuevo matrimonio
extinga el usufructo de fidelidad debe ser reconocido y eficaz ante el ordenamiento
jurídico español, aplicable en este punto en Navarra.
DE PABLO CONTRERAS se ha ocupado con acierto de este tema y, siguiéndole,
pueden establecerse las siguientes formas matrimoniales como extintivas del usufructo
de fidelidad:
–Matrimonio en forma civil celebrado ante cualquiera de las personas señaladas
en el art. 51 CC (art. 49.1 del CC).
–Matrimonio en forma canónica (art. 49.2, en relación con el 60, del CC);
–Matrimonio en forma religiosa inscrita o autorizada por el Estado (arts. 49.2 y
59 del CC): existen al respecto Acuerdos de cooperación entre el Estado español y la
Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, la Federación de Comuni-
dades Israelitas de España y la Comisión Islámica de España, aprobados respectiva-
mente por las Leyes 24, 25 y 26 de 1992, todas de 10 de noviembre.
–Matrimonio celebrado en el extranjero conforme a la forma establecida por la
ley del lugar de celebración (art. 49, párrafo segundo, del CC).
Debe hacerse notar que es el propio hecho de la celebración del nuevo matrimo-
nio lo que extingue el usufructo de fidelidad. Sin embargo, y como es lógico, la pleni-
tud de efectos civiles –en el caso, la oponibilidad a terceros de dicha extinción y de la
subsiguiente consolidación dominical– se hace depender de la inscripción en el Regis-
tro civil. Así lo dispone el art. 61 del CC.
Respecto al supuesto de matrimonio contraído en país extranjero de acuerdo a la
lex loci, hay que tener en cuenta que el sistema matrimonial español, facultativo, reser-
ESTUDIOS 35

va al Estado el control de los requisitos esenciales sobre la materia, tanto respecto a su


validez (arts. 44 y siguientes del CC), como respecto a su eficacia (arts. 61 y 63 del
CC). Ello significa que no todo matrimonio contraído con arreglo a la forma local tiene
eficacia automática en España, sino tan sólo aquel que cumpla los requisitos exigidos
por la legislación civil española. De esta manera, se deniega la validez del matrimonio
entre menores de catorce años, entre parientes consanguíneos dentro de las líneas y gra-
dos incluidos en la prohibición del art. 47 del CC y entre personas del mismo sexo,
supuesto permitido ya por algún sistema jurídico europeo y no prohibido expresamente
por el ordenamiento español, pero desde luego rechazado por éste en virtud de una tra-
dición jurídica permanente hasta el momento.
Parece excesivo que estas variedades matrimoniales no reconocidas por el orde-
namiento español no desplieguen idéntica eficacia extintiva del usufructo de fidelidad
que las que sí lo sean o puedan serlo. Sin embargo, cabe observar al respecto que todas
ellas aparejan o pueden aparejar una convivencia estable entre sus miembros, lo que
eventualmente puede permitir su consideración como parejas estables dentro del marco
creado por la Ley foral 6/2000; en particular, para nuestro tema, por el art. 11 de dicha
Ley foral y el nuevo segundo párrafo insertado por esta ley foral en la ley 253 del Fuero
Nuevo. En cualquier caso, el tema de la pareja estable no casada exige, como ya he
indicado, una reflexión específica.
Aunque, como ya he dicho, las causas de extinción del usufructo operan de
forma automática, la ahora analizada puede requerir para su apreciación la intervención
judicial; también lo he apuntado al comienzo de este epígrafe. Si el usufructuario niega
la existencia del nuevo matrimonio –por más que sea difícil de ocultar– o, más proba-
blemente, su eficacia ante el Derecho español el litigio resultará inevitable. La legitima-
ción corresponde en el aspecto activo al nudo propietario y en el pasivo al usufructua-
rio. Por tratarse de una acción personal, de naturaleza meramente declarativa, su plazo
de prescripción será el de treinta años previsto en la ley 39, párrafo primero.
El FN no ha previsto expresamente los efectos de la extinción, ni del usufructo
en general (ley 421) ni del de fidelidad en particular. Desde luego, el primero y princi-
pal es la consolidación del pleno dominio en la mano del hasta entonces nudo propieta-
rio. El segundo es la cuestión de la adquisición o reintegración de la posesión. En este
sentido, ya he mencionado en el epígrafe 6 a la facultad que la ley 263 otorga al nudo
propietario de “hacer efectiva la posesión” –torpe expresión– por medio de interdicto y
he demorado su análisis hasta este momento. La norma se inspira en el art. 88 de la
Compilación aragonesa, más concreta y expresiva, y precisa actualmente de una nece-
saria relectura a la luz de la vigente LEC 1/2000. Como es sabido, ésta ha suprimido
los interdictos como medio específico de defensa posesoria y los ha sustituido por una
llamada tutela sumaria de la posesión que se realiza por medio del juicio verbal. El art.
250 de la LEC, que enumera las pretensiones que deben tramitarse en el juicio verbal,
incluye en sus números 2 a 5 la práctica totalidad de los antiguos procesos interdictales.
Posiblemente el más apropiado al caso que ahora nos ocupa, de adquisición posesoria,
sea el cauce previsto en el nº 3: “Las [demandas] que pretendan que el tribunal ponga
en posesión de bienes a quien los hubiere adquirido por herencia si no estuvieren sien-
do poseídos por nadie a título de dueño o usufructuario”. El tercer efecto de la extin-
ción del usufructo es eventualmente el de la liquidación de la gestión posesoria, someti-
da al régimen general previsto en las leyes 353 y 362.

IX. CAUSAS DE PRIVACIÓN DEL USUFRUCTO DE FIDELIDAD

Como ya ha quedado expuesto en el epígrafe anterior, la distinción entre causas


de extinción y causas de privación del usufructo de fidelidad carece de una justificación
razonable. Sin embargo, su régimen hace aparecer unas diferencias innegables entre
uno y otro conceptos. Para empezar, la norma contenida en la ley 262 es, como también

EL USUFRUCTO LEGAL...
36 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

ha quedado expuesto en el epígrafe anterior, una norma de legitimación. La concurren-


cia de la causa de privación no apareja automáticamente la extinción del usufructo de
fidelidad, sino que legitima al nudo propietario para exigirla; dicho de otra manera, les
concede acción para ello, acción de carácter personal y sometida, por tanto, al plazo de
prescripción propio de las de esta clase (30 años, según la ley 39, párrafo primero).
La proposición inicial de la ley 262 indica claramente cómo debe establecerse la
relación procesal. La legitimación activa corresponde al nudo propietario. En caso de
que sean varios, parece suficiente que cualquiera de ellos pueda ejercitar la acción en
beneficio de la comunidad. Sin embargo, esta solución, que es conforme a la jurispru-
dencia, no deja de plantear problemas. Puede haber, en efecto, nudo propietarios que no
quieran que el usufructuario sea privado del usufructo. La discrepancia, en este punto,
habrá de resolverse acudiendo al régimen general establecido para las situaciones de
cotitularidad en las leyes 370 y siguientes. Parece que la norma aplicable habrá de ser
el no muy afortunado párrafo cuarto de la ley 272. La legitimación pasiva corresponde,
claro está, al usufructuario, sea éste el viudo o la pareja estable del premuerto. Es cierto
que la ley 262 dice “viudo” en su inciso inicial, pero está mal dicho, porque ello supone
desconocer la equiparación de la relación fáctica a la matrimonial operada por el nuevo
párrafo segundo de la ley 253. Resultará clarificador modificar la expresión legal. Será
suficiente sustituirla por la de “usufructuario”.
La sentencia que estime la pretensión del nudo propietario será constitutiva y, por
tanto, de eficacia ex tunc. Su efecto primero y principal, como en el caso de la extinción,
consiste en la consolidación del pleno dominio en el nudo propietario, continúa por la
restitución de los bienes y adquisición de su posesión –en su caso mediante auxilio judi-
cial, que aquí será la ejecución de sentencia– y concluye eventualmente con la liquida-
ción posesoria de acuerdo con el régimen general previsto en las leyes 353 y 362.
La desaparición de la causa de privación del usufructo no provoca la “resurrec-
ción” del mismo; la privación es, pues, irreversible. Aunque sea por otro cauce y con
otras causas, el usufructo también se extingue, el pleno dominio se consolida y los bienes
han de restituirse, todo lo cual presupone que se trata de una desaparición definitiva.
Por lo demás, las causas de privación que enumera la ley 262 responden a tres
diversos fundamentos: a razones éticas (las incluidas en los dos primeros números); al
quebrantamiento de una obligación esencial inherente a todo usufructo (núm. 3) y, por
último, al incumplimiento de obligaciones específicas impuestas al usufructuario, pero
tan sólo cuando lo es de fidelidad.
Las causas éticas de privación del usufructo son la convivencia marital del usu-
fructuario con otra persona y el llevar una vida notoriamente licenciosa o corromper a
los hijos. El primer supuesto, sin embargo, debe ser ahora sometido a una seria crítica y
revisión, lo que tendrá lugar en el epígrafe siguiente, al que ahora me remito. Queda,
pues, como causa ética tan sólo el supuesto previsto en el número 2 de la ley: la vida
licenciosa del usufructuario y la corrupción de sus hijos.
La vida licenciosa se ha entendido tradicionalmente desde una perspectiva
estrictamente sexual. Así puede deducirse, ya desde la nota de la Recopilación Privada
en la que expresamente se equiparaba la vida licenciosa con “vivir lujuriosamente” (así
también LACARRA y ARREGUI). Sin embargo, en la primitiva redacción del Fuero Nuevo
la vida licenciosa incluía también la convivencia marital del usufructuario con otra per-
sona. Es más; una revisión doctrinal y de las fuentes históricas revela que en la práctica
la vida licenciosa se predicaba de forma casi exclusiva de la vida marital del usufruc-
tuario con un tercero. De nuevo se produce la injerencia de esta cuestión en este punto
y de nuevo me remito aquí a lo que diré en el epígrafe siguiente.
Creo que en la actualidad es conveniente dotar a la noción de vida licenciosa de
un contenido distinto de su connotación estrictamente sexual. La vida moderna ofrece
un nutrido elenco de conductas desordenadas o antisociales que podrían perfectamente
ESTUDIOS 37

incluirse en el concepto de vida licenciosa, tales como las adicciones patológicas o las
toxicomanías. Podría argüirse en contra de esta inclusión que propiamente tales con-
ductas no implican de suyo un quebrantamiento de la fidelidad. Ello es cierto, pero
tampoco lo quebranta propiamente la corrupción de los hijos que figura en el mismo
número entre las causas de privación. Lo veremos enseguida.

La ley 262 exige que la vida licenciosa sea notoria. Ello obliga a indagar sobre
lo que pueda ser esta idea de notoriedad. Hay que recordar en este punto que, en otra
sede, el FN otorga una importante consecuencia a la notoriedad cuando la predica de la
costumbre: la incluye en el ámbito de la regla iura novit curia. Respecto a este último
tema SANCHO REBULLIDA ha propuesto equiparar notoriedad con ostensibilidad y con
cognoscibilidad. La idea es acertada y plenamente trasladable al supuesto que ahora
nos ocupa- Debe recalcarse que la notoriedad no es un atributo objetivo de la situación
en sí, sino de un estado intelectual de los sujetos, de la sociedad en general.

Finalmente, ¿qué debe entenderse por corrupción de los hijos? Hay que hacer
notar que antes de la Ley foral 5/1987 el tenor de la causa ahora analizada era ligera-
mente distinto: “Corrompiera [el viudo] la honestidad de los hijos”. De nuevo una con-
notación sexual –¿acaso inducción a la prostitución?—, afortunadamente desaparecida.
Como acabo de indicar, la corrupción de los hijos no supone propiamente un quebran-
tamiento de la fidelidad. Su justificación como causa de privación parece apoyarse
tanto en la profunda interpenetración familiar-sucesoria de la institución como en con-
sideraciones éticas generalmente admitidas. Con carácter general, por corrupción ha
den entenderse el apartamiento o rechazo de valores socialmente aceptados y, por con-
siguiente, la adopción de valores o pautas de conducta que sean objeto de un mayorita-
rio rechazo social: la prostitución, desde luego, pero también de nuevo la iniciación a
adicciones, toxicomanías, actividades delictivas y, en suma, la conducción de los hijos
por el progenitor hacia una vida licenciosa. No vale para llenar el concepto la remisión
hacia el art. 756, nº 1, del CC, en sede de indignidad para suceder, que realiza la ley
153, 1º, del FN porque es estática y no dinámica. Esta indefinición obliga a la solución
casuística de los problemas que se planteen respecto a esta materia, ponderando cuida-
dosamente las circunstancias concurrentes.

El segundo grupo de causas de privación del usufructo de fidelidad incluye la


enajenación o el gravamen de bienes usufructuados. Esta referencia es una idea recu-
rrente en toda la regulación de esta figura: aparece en el párrafo cuarto de la ley 253, en
el de la ley 259, en la ley 262 y en la 264. Podría decirse que la regla general es la
prohibición de enajenar los bienes usufructuados, pero se trata de una regla llena de
excepciones. Son éstas, el pacto con el nudo propietario (leyes 254 y 264, nº 2), la
autorización del causante o el pacto con él (ley 264, nº 2) o la necesidad para poder
pagar las deudas exigibles de éste (ley 259, nº 4). Todas las excepciones son causales,
como es lógico. La causa de privación del usufructo no es, por tanto, la mera enajena-
ción o gravamen de bienes, sino que la misma carezca de fundamento legitimador. Los
actos a que se refiere la ley responden a la idea de acto de disposición: compraventa,
permuta, más difícilmente donación, constitución de garantías reales mobiliarias o
inmobiliarias, etc. Es de hacer notar que el supuesto previsto por la ley 262 no pretende
impugnar el acto de enajenación llevado a cabo por el usufructuario; ni siquiera discute
su validez o eficacia, cuestión que se rige por las reglas generales sobre la materia. Por
eso, si el nudo propietario no exige la privación del usufructo, el quebrantamiento por
el usufructuario de su obligación básica de conservar los bienes pueda quedar libre de
consecuencias sancionadoras. Él continuará ostentando la cualidad de usufructuario,
bien es verdad que amenazada por la espada de Damocles del plazo de prescripción de
la acción de privación; pero también podrá alegar en su defensa la extemporaneidad en
el ejercicio de la acción cuando por el tiempo transcurrido el mismo resulte abusivo
(por ejemplo, a los veintinueve años y medio de haberse producido la enajenación o el
gravamen).

EL USUFRUCTO LEGAL...
38 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

Los dos últimos números de la ley 262 se refieren a supuestos de incumplimien-


to de las obligaciones impuestas al usufructuario. Creo que hay que excluir del ámbito
de aplicación de esta norma la ausencia de formación de inventario. Existe alguna sen-
tencia que incidentalmente parece optar por la solución contraria (SA de 31 de marzo
de 2000 y STSJ de 5 de octubre de 2000), pero ésta postura contradice dos importantes
reglas: la que impone el inventario como requisito para la adquisición del usufructo
(ley 257) y la que, coherentemente, no lo considera como obligación del usufructuario,
porque realmente no lo es (ley 259).
Esto sentado, parece claro que, aunque la ley 262 sólo lo indique expresamente
en el núm. 5, ambos números se refieren a las obligaciones impuestas al usufructuario
de fidelidad por la ley 259, pero sólo a esas. El quebrantamiento de aquellas otras que
se imponen con carácter general a todo usufructuario queda sometido al régimen gene-
ral. El concepto de incumplimiento hay que tomarlo del suministrado por el régimen
general, en este caso las leyes 488 y siguientes y, en especial, la 493, La distinción
entre el supuesto del nº 4 y el del nº 5 de la ley 262 se apoya en la intencionalidad o en
el grado de descuido de la conducta del usufructuario. Para incurrir en causa de priva-
ción del usufructo no basta con el mero incumplimiento; éste debe ser o doloso o cul-
poso, con intensidad variable de la culpa exigida.
El nº 4 impone la privación por incumplimiento doloso o gravemente culposo.
En el primer supuesto, el incumplimiento ha de ser voluntario y artero; en el segundo,
han de infringirse de forma grosera los más elementales deberes de diligencia y cuida-
do. En cambio, en el supuesto previsto por el nº 5 la infracción, y por tanto su conse-
cuencia, se encuentra más matizada: es suficiente la simple culpa, pero la situación de
incumplimiento ha de durar año y día, plazo señalado en concordancia con los prece-
dentes históricos.
Desde el punto de vista conceptual, ambas normas presentan pocos problemas y
sus respectivos ámbitos de aplicación se complementan a la perfección: bastará el
incumplimiento puntual de alguna de las obligaciones impuestas por la ley 259 con
dolo o con culpa grave para legitimar la exigencia de privación del usufructo. Por el
contrario, si en el incumplimiento no concurre, no ya el dolo, ni siquiera la culpa grave,
sino la mera negligencia, no es suficiente la infracción puntual, sino que ésta ha de pro-
longarse en el tiempo durante un año y un día para constituir causa de privación. Parece
claro que el nivel de diligencia exigido en el supuesto del nº 5 es el del padre de familia
al que se refiere la ley 259, nº 1.
En la práctica, a pesar de la nitidez de su distinción conceptual, el juego de una y
otra regla no resulta tan claro ni tan satisfactorio. En efecto; ambas encajan perfecta-
mente al aplicarse al supuesto previsto por la ley 259, 1º: administración y explotación
de los bienes con la diligencia de un buen padre de familia. En este ámbito sí puede
hablarse con propiedad de conducta dolosa, gravemente negligente o simple y mera-
mente negligente; también pueden aplicarse sin problemas las diferentes consecuencias
previstas por una y otra regla. Incluso puede admitirse que la explotación o la adminis-
tración de los bienes que sea contraria a estas pautas de conducta exigibles se prolon-
gue durante más de un año. Lo mismo cabe decir del supuesto previsto en el nº 3: la
prestación alimenticia puede dejarse de cumplir por un período de tiempo superior a un
año. Sin embargo, en el resto de los supuestos previstos por la ley 259 como obligacio-
nes del usufructuario de fidelidad, la aplicabilidad de la ley 262 no es tan fácil: las mis-
mas son prestaciones pecuniarias de tracto único –es decir, se cumplen o se incumplen
total o parcialmente– y por esta razón no tiene un encaje fácil ni claro en las hipótesis
previstas en los núms. 4 y 5 de la ley 262 y ello en un doble sentido: ni respecto a la
relevancia que el dolo o la culpa puedan tener en el incumplimiento, ni respecto a la
función del plazo de año y día establecido por la norma.
Ello revela la falta de engranaje entre las dos leyes, lo que conduciría a una apli-
cación bastante problemática. Por fortuna, el carácter rogado de la privación del usu-
ESTUDIOS 39

fructo permite dudar con fundamento del arraigo práctico de estos dos supuestos nor-
mativos.
Los efectos de la privación del usufructo son los mismos que los de la extinción
relatados en el epígrafe anterior: consolidación del pleno dominio en la persona del
nudo propietario, adquisición de la posesión y liquidación en su caso de la gestión
posesoria de acuerdo con el régimen general previsto para esta cuestión. Conviene indi-
car, aunque probablemente resulte innecesario, que, en orden a la adquisición de la
posesión por parte del nudo propietario, el régimen aplicable es el mismo que aparece
establecido por la ley 263, cuyo ámbito es muy amplio, puesto que se limita a estable-
cer como presupuesto la “terminación” del usufructo, sin prejuzgar cual sea la forma en
que ésta se haya producido. Vale, pues, en este punto lo dicho al respecto en el epígrafe
anterior al tratar de la extinción.

X. EL IMPACTO DE LA CONVIVENCIA MARITAL EN LA CONCLUSIÓN DEL


USUFRUCTO DE FIDELIDAD

Como ya he dejado apuntado en los dos epígrafes anteriores, la cuestión de la


convivencia marital o en pareja estable merece una reflexión específica. Y ello por dos
razones: la primera, para poner de relieve la dislocada regulación preexistente a la Ley
foral 6/2000, para la igualdad jurídica de las parejas estables, y la segunda, para tratar
de evidenciar que ésta seguramente sólo ha contribuido a empeorar las cosas.
Tracemos brevemente el panorama anterior. Para ello, hay que partir de una base
positiva previa. En la redacción vigente del FN, la convivencia marital presenta un juego
distinto al del matrimonio en orden a la terminación del usufructo de fidelidad. En efecto;
de acuerdo con lo previsto en la ley 263, nº 1, la convivencia marital del usufructuario
con otra persona no es causa de extinción del usufructo de fidelidad, sino de privación del
mismo. Es más; todavía hay que tener en cuenta que este supuesto no figuraba en la
redacción originaria de la ley 262, la correspondiente a 1973, sino que fue introducido
por la Ley foral 5/1987, de 1 de abril. Hasta esta última fecha, el nº 1 de la ley 262 era el
actual nº 2, el referente a la vida licenciosa del viudo. Esta ausencia de tratamiento expre-
so y específico no significaba que la convivencia marital del viudo usufructuario con otra
persona careciese en absoluto de efectos respecto al propio usufructo. Hasta entonces
había venido entendiéndose que la vida licenciosa del viudo podía incluir la convivencia
de éste con otra persona. Pero siempre como causa de privación del usufructo, no como
causa de extinción, con las diferencias ya expuestas entre una y otra.
La Ley foral 5/1987 otorgó relevancia jurídica propia a la convivencia marital
del viudo y la incluyó de forma expresa en el texto del FN, pero lo hizo entre las causas
de privación del usufructo de fidelidad y no entre las de extinción. La solución –que no
deja de parecer sorprendente para la época– ha tratado de justificarse en el texto del F.
G. , 4, 2, 3:
“Fealdat debe tener de esta guisa, non casando (…). Si por aventura casare á furto,
á iuras ó de otra manera, diziendo que la tiene por clavera ó por manceba, et si
podieren provar con ombres que fueron en logar á la iura, ó en el casamiento, pier-
da fealdad; et si no podieren provar, prenga su iura cada ayno, et déxenlo en paz”.
Sin embargo, este texto no resulta coherente con el sistema que inspira el FN.
Más aún; actualmente es discriminatorio, puesto que sólo dispensa al varón con mance-
ba, pero no a la mujer. Existe además otro texto, más diáfano si se quiere, que permite
defender la solución contraria y más razonable, la de que la convivencia ha de consti-
tuir causa de extinción del usufructo de fidelidad. Está incluido en el Amejoramiento
de Carlos III, el noble:
“En aquella manera que se pierda por fuero la fealdad por tajar, en aquella misma
manera se pierda por amigar”.

EL USUFRUCTO LEGAL...
40 JOSÉ ÁNGEL TORRES LANA

Por esta razón, incluso al margen de la reforma operada por la Ley foral 6/2000,
parecía más ajustado al espíritu tradicional del Derecho navarro considerar la vida
marital del usufructuario de fidelidad con otra persona como causa de extinción y no de
privación del usufructo. Lo contrario implicaría situar la convivencia marital en mejor
posición que el matrimonio, porque aquella no opera automáticamente como causa
extintiva del usufructo y éste sí. Lo mismo ha venido ocurriendo respecto a las pensio-
nes de viudedad.
La Ley foral 6/2000, sobre la igualdad jurídica de las parejas estables, ha tratado
de resolver definitivamente el problema y disipar cualquier duda al respecto. Pero, en
honor a la verdad, ha de reconocerse que no lo ha conseguido por completo. En efecto;
la equiparación entre cónyuge viudo y sobreviviente de la pareja estable realizada por
el nuevo párrafo segundo de la ley 253 no zanja del todo la problemática porque el
legislador foral no ha modificado otras leyes del FN que hubieran debido serlo y que
han permanecido con su texto inalterado. Podría decirse que ha seguido una perniciosa
costumbre de la moderna política legislativa y se ha apartado a la vez de un conjunto de
buenos ejemplos proporcionados en este punto por otras leyes autonómicas reguladoras
de la misma materia, como la aragonesa, la Ley de Derecho civil foral del País Vasco o
el Código catalán de sucesiones. Todas ellas han considerado expresamente la vida
marital del usufructuario como causa de extinción del usufructo vidual.
El Derecho navarro no lo ha hecho así, pero, en tesis de principio, la introduc-
ción del miembro sobreviviente de la pareja estable dentro del régimen del usufructo de
fidelidad debería aparejar la extinción del usufructo tan pronto como se inicie una rela-
ción de convivencia por el usufructuario, simili modo a lo previsto por la ley 261, nº 3
para el matrimonio. Sin embargo, la falta de adecuación del resto de las normas a la
nueva regulación plantea algún problema sobre el que se hace necesaria una reflexión
algo más detenida.
Para empezar, se echa en falta la derogación expresa del nº 1 de la ley 262. Al
respecto puede alegarse, y con razón, que el contrario imperio emanado del conjunto de
la Ley foral 6/2000 y del nuevo segundo párrafo de la ley 253 resulta suficientemente
explícito. Sin embargo, una norma explícitamente derogatoria no hubiera sido redun-
dante. Para seguir, también se echa en falta la modificación de la ley 261 para incluir
esta cuestión en el texto de la ley de forma expresa, bien como nº 4 o, mejor todavía,
como adición al texto del nº 3. Sólo de esta manera se evita tener que forzar el tenor
literal de la ley mediante una interpretación extensiva, casi abiertamente correctora, por
más que se base en el párrafo segundo de la ley 253 y en la Ley foral 6/2000. Y, para
terminar, también es preciso averiguar si las expresiones “vida marital”, empleada por
la ley 262, nº 1, y “pareja estable” significan o no lo mismo, cuestión que merece una
reflexión algo más detenida.
Creo que el concepto de vida marital no coincide exactamente con el de pareja
estable. Aquel consiste en una recreación, bien que sea meramente fáctica, del esquema
matrimonial típico al menos respecto a tres de sus elementos más característicos: esta-
bilidad, monogamia y heterosexualidad. La unión entre dos personas del mismo sexo
no sería, pues, vida marital, a los efectos previstos en la ley 261, por contradecir el pre-
supuesto de la heterosexualidad; podría, acaso, haberse incluido en el concepto de vida
licenciosa. Sin embargo, el concepto de pareja estable que suministra el art. 2 de la Ley
foral 6/2000 es diferente del anterior y se extiende a supuestos y casos que no encajan
en aquel y lo desbordan. Respeta el número de los integrantes de la relación, pues
expresamente exige que sean dos, lo cual es coherente con la propia idea de pareja. La
regulación deja traslucir también una cierta idea de estabilidad (véase, como ejemplo,
el art. 2.2 de la Ley foral). Pero no sólo no se exige la heterosexualidad, sino que la Ley
foral en su art. 2.1 la excluye o elimina de forma expresa del concepto de pareja estable
pues considera configurada la misma “con independencia de su orientación sexual” de
sus miembros. Este concepto amplio es el que debe prevalecer. Por tanto, la conclusión
ESTUDIOS 41

sólo puede ser que la relación afectiva del usufructuario de fidelidad con otra persona
de su mismo sexo extingue el derecho de usufructo desde el momento mismo en que se
inicia tal unión.
Hay que tener además en cuenta que, a este respecto, el nuevo párrafo segundo
de la Ley 253 ha incurrido en un evidente error: la equiparación general entre matrimo-
nio y unión estable que el mismo contiene no exige la sujeción de ésta última al ámbito
de la Ley foral 6/2000, sino que se limita a establecer que la pareja debe estar “recono-
cida por la Ley”. El lapsus puede salvarse con facilidad, pues parece claro que la Ley
foral 6/2000, que es la norma que introduce la modificación en la ley 253 del FN, esta-
ba pensando en ella misma y no en otras leyes de Comunidades Autónomas distintas.
Constituye, pues, una muestra de lo que podría llamarse “egocentrismo legislativo”. Si
embargo, si el inciso final del párrafo segundo de la ley 253 se entiende literalmente, se
propicia el fraude, con el consiguiente perjuicio para el nudo propietario. Basta, en
efecto, no ya con no convivir aunque se tenga una relación afectiva, sino con acogerse a
otra ley reguladora de esta clase de uniones –de momento, sólo autonómicas–, para
poder continuar la titularidad del usufructo.
La última cuestión que hay que abordar ahora es la referente a la dispensabilidad
de esta causa de extinción. Existe, al respecto, alguna opinión contraria (DE PABLO
CONTRERAS), que ha entendido que la excepción de la ley 261, nº 3, traspasa los límites
genéricos impuestos a la autonomía privada –unilateral o contractual– por la ley 7. Sin
decirlo expresamente, parece entender que una dispensa de esta clase iría contra la
moral. La opinión, que probablemente en el momento en que se emitió (1989) era
correcta o, al menos, defendible, debe revisarse al hilo del tiempo transcurrido. Actual-
mente creo que debe prevalecer la tesis contraria, por estas dos razones, a mi juicio
suficientes: la primera es que ya no puede considerarse la unión estable no matrimonial
como contraria al ordenamiento jurídico o a la moral navarros, desde el momento en
que existe una Ley foral que la regula; la segunda, es que así lo exige la equiparación
genérica entre la pareja estable y el matrimonio en sede de usufructo de fidelidad (de
nuevo, el párrafo segundo de la ley 253). Si son dispensables las nuevas nupcias del
usufructuario, también debe poder serlo la nueva convivencia en pareja. Una vez más la
voluntad del causante debe revelarse como decisiva en este punto, aunque puede aven-
turarse, desde luego, que la dispensa no será muy frecuente.
Tampoco es aventurado augurar a esta causa de extinción una mayor litigiosidad
que en el supuesto de nuevo matrimonio. Como acaba de verse, las vías de escape del
usufructuario en este punto –y, correlativamente, las de defraudar al nudo propietario–
son numerosas: desde luego, mucho más que en el caso del matrimonio. La negativa
del usufructuario a reconocer la existencia de una relación suya estable con otra perso-
na obligará de forma ineludible al nudo propietario a entablar un litigio de resultado
mucho más incierto que en el caso del matrimonio.
Esto es consecuencia de la necesidad de acreditar la existencia de una situación
fáctica, no formalizada y en ocasiones ni siquiera formal, lo que favorece su ocultación
y dificulta la prueba; dificultad que se extiende también y por las mismas razones al
momento en que hay que considerar extinguido el usufructo, puesto que en ocasiones la
nueva relación sólo podrá acreditarse a partir de una fecha posterior a aquella en la que
comenzó verdaderamente, con la incidencia que ello tiene en el caso del usufructo res-
pecto a la liquidación posesoria y restitución de frutos.
Todo lo anterior no altera, sin embargo, los requisitos y presupuestos procesales,
que son los mismos que en el caso del matrimonio: legitimación activa del nudo propie-
tario, pasiva del usufructuario, carácter meramente declarativo de la acción y plazo de
prescripción de la misma de treinta años. Respecto a la naturaleza declarativa de la
acción, ha de hacerse observar que la sentencia que declare la extinción del usufructo
por esta causa tendrá eficacia ex tunc, desde el momento en que se inició la relación

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estable o, al menos, desde el primero momento en que pudo acreditarse su existencia


dentro del proceso.

XI. CONCLUSIONES

La exposición anterior sugiere varios órdenes distintos de consideraciones fina-


les, que paso a exponer con brevedad.
En primer lugar, parece evidente que la ratio de la norma ha sido, en general, la
armonización de una institución que se justifica en criterios imperativos con el respeto
a la autonomía privada. Ya me he referido a esta cuestión al comienzo del presente
estudio, pero no está de más insistir en la misma como colofón, al menos desde el
plano técnico. En efecto, el respeto general al funcionamiento normal del sistema que
emana de la totalidad de la regulación ha tratado de conseguirse mediante la introduc-
ción de excepciones o referencias puntuales diseminadas a lo largo de toda ella, que
restituyen al ámbito y juego de la autonomía privada lo que en principio parecía haber
sido sustraído de la misma. Posiblemente hubiera sido más clarificador establecer con
carácter general una norma en la que se afirmara tanto el carácter imperativo del naci-
miento de la figura, cuestión ésta sí sustraída a la autonomía privada, como el orden de
prelación de fuentes propio del Derecho navarro (de manera similar a como se hace,
por ejemplo, en la ley 380). En este orden de cosas hay que reafirmar asimismo la con-
veniencia de suprimir una norma tan improcedente como la contenida en la ley 260, en
primer lugar, porque desvirtúa por completo la esencia de la institución, en segundo
lugar, porque será una continua fuente de litigios y, en tercer lugar, porque carece por
completo de justificación (ni tradicional, ni conceptual, ni técnica). En el lugar corres-
pondiente he criticado in extenso una norma tan censurable, pero no sobra reiterar la
cuestión en este punto.
De otra parte, la que pudiera llamarse regulación genuina del usufructo de fideli-
dad no ofrece, a mi juicio, el nivel técnico que sería deseable. Se manifiesta lo que digo
en el empleo de expresiones carentes del necesario rigor y que, por tanto, pueden gene-
rar problemas de interpretación. Hay abundantes muestras representativas de estas defi-
ciencias técnicas. Podrían, al respecto, mencionarse las siguientes. En primer lugar, la
exclusión del usufructo de los derechos vitalicios del causante, grave error de lógica,
pues, como ya he advertido en su momento, el fallecimiento de éste, del causante,
extingue, por principio, todos sus derechos vitalicios que, en consecuencia, no pueden
ser objeto de transmisión, negociación o titularidad de clase alguna por parte de otra
persona. En segundo lugar, el párrafo último de la ley 257, que establece ingenuamente
una obligación por completo incoercible, también lo he indicado en su momento, como
es la de que el usufructuario revele el nombre del notario ante el que realizó el inventa-
rio o las adiciones al mismo. Y el último ejemplo sería la frase “hacer efectiva la pose-
sión”, utilizada por la ley 263. Su sentido no puede ser otro que el de “adquirir” la
posesión, al menos por ese título (a raíz de la extinción del usufructo); en tal caso, ¿por
qué no usar una expresión más propia y ajustada?
Otras veces, se incluyen normas redundantes y ajenas a la lógica del precepto en
que se insertan, lo que revela en el mejor de los casos impropiedad y en el peor una
notable confusión conceptual. En este sentido negativo destaca, creo, el actual párrafo
cuarto de la ley 253, que parece confundir la inalienabilidad del derecho con la de la
cosa objeto del mismo –el empleo de la adversativa “sin embargo” así lo delata– y
constituye además, respecto a este último supuesto, una norma redundante e innecesa-
ria, pues es patente que la reunión de todos los intereses concurrentes legitima para rea-
lizar actos de disposición sobre cualquier cosa u objeto de derecho real. Asimismo,
tiene difícil explicación técnica el continuo empleo del plural para designar al nudo
propietario. El FN habla siempre de “nudos propietarios” en sede de usufructo de fide-
lidad; no así, las escasas veces que se refiera al mismo en la regulación general del usu-
ESTUDIOS 43

fructo. Finalmente, la impresión general que se obtiene desde la lectura atenta de las
leyes 253 a 266 del FN, es que buena parte de la regulación que se contiene en ellas se
ha diseñado ex novo, con pocas o ninguna raíces en la disciplina tradicional de la insti-
tución. Ello, de suyo, no es un óbice ni un reproche, puesto que precisamente el gran
objetivo del FN es haber pretendido recoger el Derecho efectivamente vivido en Nava-
rra, pero en ocasiones produce impresión de artificiosidad.
Finalmente, y por si lo anterior fuera poco, la Ley foral 6/2000, sobre la igualdad
jurídica de las parejas estables, ha terminado de dislocar por completo la regulación
preexistente. De hecho, la introducción del divorcio en el Derecho español y navarro ya
supuso una fuerte sacudida en el núcleo de una institución como la que acaba de estu-
diarse, pensada seguramente en clave de matrimonio indisoluble. Pero, desde luego, la
equiparación de la pareja estable al matrimonio para todos los efectos, tanto configura-
dores de la situación como extintivos de la misma, distorsiona a mi juicio gravemente
el sistema. Es cierto que, seguramente, el legislador foral no ha podido ni debido hacer
otra cosa que proceder a esta equiparación. Pero, en tal caso, hubiese debido también
modificar la regulación del usufructo de fidelidad en aquellos otros extremos que resul-
tasen imprescindibles para armonizar la regulación de la institución clásica y tradicio-
nal con la del fenómeno moderno.

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