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EMILIO KOMAR FE Y CULTURA

El Doctor Emilio Komar nació en Ljubljana el 4 de junio de 1921, hijo de inmigrantes eslovenos de la zona de Venecia Julia que debieron emigrar al finalizar la
primer guerra mundial. Sus padres fueron Ludovico Komar, militar retirado del ejercito del imperio habsúrgico, y Cecilia Blazic. Cursó la escuela primaria unos
años en la ciudad de Skofija Loka, y la terminó en Ljubljana. En esta última ciudad cursó la secundaria, de orientación clásica. En el año 1939 se inscribió en la
Universidad Ljubljana, realizar estudios de derecho, siendo estudiante, fue dirigente juvenil de la Acción Católica y presidente del grupo cadémico Pravda,
colaborando en distintas publicaciones: Dom in Svet, Domoljub, etc. En el año 1941 recibió el premio Svetosavsko por un trabajo sobre el Derecho Canónico en
los sínodos de los obispados yugoslavos.
Continuó sus estudios en Turín (Italia), en cuya Universidad recibió el título de Doctor en Derecho en 1943.
Ya en Ljubljana estudiaba filosofía con profesores como Josip Turky y Eugen Spektorsky. En Turín profundizó estos estudios con Fran Walland, Giuseppe
Gemelliaro y Cario Mazzantini.
En los comienzo de la Segunda Guerra se desempeñó como oficial en el Ejército de su patria, de la que debió emigrar por oposición al régimen en el año 1945.
En 1948 llegó con su mujer y dos de sus hijas a la Argentina. Despuees de realizar diversos trabajos, completó, en el Instituto de Profesorado del Consejo
Superior de Educación Católica (CONSUDEC), los estudios para habilitarse como profesor de filosofía y pedagogía. Muy pronto comenzó a dar clases de
filosofía y lenguas clásicas en distintos institutos (Instituto Grafotécnico de la Obra del Cardenal Ferrari, Instituto de Cultura Religiosa Superior, Instituto del
profesorado del Consudec). Ha sido profesor del Seminario de San Isidro desde su fundación. Ha dictado cursos de filosofía para psiquiatras y psicólogos
(Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Instituto Jackson, Fundación Argentina para la Salud Mental, Fundación Arché), como también para
economistas y abogados en diversas asociaciones, y numerosos cursos privados para distintos grupos de profesionales. En la Universidad Católcia Argentina
fue profesor de Historia de la Filosofía Moderna desde 1960, y se hizo cargo de la cátedra de Etica en 1971. Conservó ambas cátedras hasta su retiro en 1998.
Fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UCA durante los años 1981 y 1982.
El Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC) le otorgó el premio del Divino Maestro en 1988.

EL ARTICULO 41 DEL DOCUMENTO "LA ESCUELA CATÓLICA "


a. La presente conferencia consistirá en un amplio comentario - meditación sobre el artículo 41 del documento La Escuela
Católica que dice: “El maestro preparado en la propia disciplina, y dotado además de sabiduría cristiana, transmite al
alumno el sentido profundo de lo mismo que enseña y lo conduce, trascendiendo las palabras, al corazón de la verdad
total”.
b. Esto aparentemente no tiene que ver con la cultura, si miramos esta desde una exterioridad sociológica, pero nos va a dar
la explicación, no de la exterioridad, sino de la interioridad de la cultura, es decir, de su misma esencia y de su brotar
interior.
c. Además no nos interesa el tema de la cultura y la fe en abstracto, sino en la educación, en la síntesis que, entre las dos
realizan en las escuelas católicas, fundamentalmente “gracias a la armonía orgánica de fe y vida en la persona de los
educadores” (art. 43 del citado documento).
d. Entonces, ¿cuáles son los elementos del artículo 41? En primer lugar se habla del “maestro preparado y dotado de la
sabiduría cristiana”, quiere decir, no sólo especialista en su materia, sino también hombre formado sapiencialmente.
No se trata de una simple suma o yuxtaposición de los dos saberes, sino de una profunda convergencia entre ambos.
Después se dice que “el maestro preparado y dotado de sabiduría cristiana transmite al alumno el sentido profundo de
lo mismo que enseña.” Esto es, no sólo los hechos, no sólo las informaciones, esquemas, fórmulas y métodos, sino el
“sentido profundo”, de todo aquello. No simplemente un sentido cualquiera, sino profundo- Y en tercer lugar, el
maestro, mediante este sentido profundo, “trascendiendo las palabras”, “conduce” al alumno “al corazón de la verdad
total”. El camino a la verdad total pasa por la transmisión del sentido profundo de lo que se enseña. La verdad total
tiene que surgir, con toda naturalidad, de una enseñanza que nunca puede quedar en la mera superficie porque por su
propio peso tiende a penetrar en la razón honda de las cosas.
e. El sentido de las cosas no es otra cosa que la semilla del Verbo, concepto usado en el documento de Puebla (art. 401) o,
como se expresaba Santo Tomás de Aquino, quae- dam sigillatio divinae scientiae in rebus - Cierto sello del
pensamiento divino impreso en las cosas-. (1, 4). Las creaturas hablan del Creador. El sentido con minúscula participa
del Sentido con mayúscula, o si se quiere, el lógos intrínseco de las cosas participa del Lógos divino, el verbo del Verbo.
f. La fórmula del artículo 41 es extremadamente feliz. En pocas palabras expresa lo esencial. Su estilo apretado estalla de
riqueza y amplitud. Por esto puede ser objeto magnífico de fecundas meditaciones.

La sabiduría no puede faltar en la educación

a. La sabiduría es sapientia y sapientia es sápida scientia, esto es, ciencia sabrosa, gustosa. Es decir, ciencia no seca, no
meramente fáctica o fríamente nocional, sino sabrosa. Y el sabor, ¿de dónde proviene? Precisamente del sentido de las
cosas, estrechamente unido a su valor. Lo que tiene sentido, también vale. Las creaturas llevan en sí el sello del
pensamiento y del amor del Creador. Por eso son sabrosas. Conocerlas de veras, en profundidad, nos revela su sabor.
b. En este sentido hay que entender el conocido dicho tomista: Res autem naturalis ínter dúos intellectos constituía -La cosa
natural (está) constituida entre dos intelectos- (l, 2). Es decir, entre el intelecto creador divino y el intelecto conocedor
humano. La cosa resulta inteligible para el conocedor humano porque ha sido inteligentemente concebida por la
inteligencia divina. Esa es la única respuesta-explicación válida a la constatación del físico De Broglie: “No nos
maravillamos lo suficiente ante el hecho de que cierto conocimiento científico sea posible”. En un sentido analógico lo
dicho anteriormente vale también para las res artificialis, esto es, para las creaciones humanas, por ejemplo, para las
obras de arte o de ingeniería: un cuadro está colocado entre dos intelectos: el del artista y el del admirador. Lo mismo
un aparato. La perfección del conocimiento se reduce a la perfección del encuentro entre dos intelectos. Pero, este
encuentro no se limita sólo a lo cognoscitivo, sino que incluye también lo afectivo: toda cosa está colocada entre dos
amores; es amable, esto es, susceptible de ser amado, sólo aquello que ha sido amado.
c. En esta línea se ubica la enseñanza de la Constitución Gaudium et Spes: ‘El que con humildad y constancia intenta escrutar
los secretos de las cosas, es guiado, sin saberlo, por la mano de Dios, quien al conservar todas las cosas, hace que sean
lo que son” (art. 36) “ el hombre puede y debe amar las cosas creadas por Dios y las ve como brotando siempre de su
mano; por eso las respeta.” (art. 39) la inteligencia no se limita a los fenómenos solos, sino que es capaz de llegar con
verdadera certeza a la realidad inteligible.. ” (art. 15). “La creatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, todos los
creyentes, de cualquier religión, han oído siempre en el lenguaje de las creaturas la voz y la manifestación de Dios;
cuando se lo olvida, la creatura queda en tinieblas” (art. 36).
d. Estas tinieblas cuando envuelven la mente del hombre, tienen un nombre bíblico: necedad, estupidez. La estupidez no es
defecto de razonar, sino incapacidad de ver. De ver el sentido o la esencia de las cosas. La estupidez es “oscurecimiento
del intelecto”. Por esto el filósofo agustiniense italiano M. F. Sciacca, habla de los nuevos “animales racionales”, no en
el sentido que le daban a este término los griegos, definiendo así al ser humano, sino en un sentido totalmente distinto:
seres que razonan mucho, calculan, combinan, manejan aparatos, etc. pero que no ven, no contemplan, no se
comunican con el sentido de las cosas, y en ellos la racionalidad convive con la más cruda animalidad. “Sólo vida animal
y cálculo racional, oscurecido también en la voluntad y en los sentimientos completamente alienado, capaz solamente
de actos espontáneos, de reflejos condicionados, pero no de actos libres”1. La estupidez bíblica no es falta de
información, de erudición, de conocimientos técnicos, sino de sabiduría.

La profundidad no es privilegio de nadie


a. Entonces, la profundidad no es privilegio de nadie. No es prerrogativa de la alta intelectualidad de esferas académicas; es,
sencillamente, exigencia de la naturaleza humana, que siendo dotada de inteligencia, tiene indestructible vocación de
entender en profundidad. Intelligere viene de intus-legere, esto es “leer adentro, leer en hondura”. A pesar de las
consecuencias del pecado que debilitó las capacidades cognoscitivas del hombre, él “siempre buscó y encontró una
verdad más profunda” (G. et S., art. 15).
b. Por esto la profundidad y con ella la sabiduría no tiene ninguna vinculación esencial, por ejemplo, con los estudios
universitarios o con la llamada investigación, que perfecta y lamentablemente puede realizarse sin profundidad ni
sabiduría. “La Universidad no acorta las orejas”, repetía con insistencia en sus conversaciones un poeta cordobés. Y es
cierto. Y por otro lado, la sencilla cultura popular puede ser depositaría de tesoros de sabiduría y profundidad.
Pensemos en el elogio de los pastores de la montaña castellana, hecho por Unamuno, rector de Salamanca, que
escapaba periódicamente de su sede para regenerarse con el vigoroso sentido común de aquellos. Mencionemos el
elogio de los analfabetos de Castilla, hecho por Pedro Salinas y José Bergamín.
c. El documento de Puebla, refiriéndose a la cultura popular latinoamericana, constata: “Esta cultura, impregnada de fe y con
frecuencia sin una conveniente catequesis, se manifiesta en las actitudes propias de la religión de nuestro pueblo,
penetradas de hondo sentido de trascendencia, y a la vez, de la cercanía de Dios. Se traduce en una sabiduría popular
con rasgos contemplativos, que orienta el modo peculiar como nuestros hombres viven su relación con la naturaleza y
con los demás hombres; en su sentido del trabajo y las fiestas, de la solidaridad, de la amistad y el parentesco. También
en el sentido de su propia dignidad que no ven disminuida por su vida pobre y sencilla (art. 413). “Es una cultura que,
conservada de un modo más vivo y articulador de toda la existencia en los sectores pobres, está particularmente
sellada por el corazón y su intuición” (art.414) .
d. El documento usa el término bíblico y agustiniense corazón que no excluye la inteligencia, sino que la incluye, porque si
tuviéramos que traducir en lenguaje escolástico este término, deberíamos traducirlo como intellectus entendido como
capacidad simple de captar el sentido de las cosas (en griego, nus) y la correspondiente respuesta afectiva a este simple
conocimiento, lo que los escolásticos llamaban voluntas ut intellectus (en griego, thélesis). El corazón no es de ninguna
manera una potencia irracional, sino que -como dijo Pascal- “tiene sus razones, que la razón [meramente calculadora,
razonadora] no conoce”.
e. Entonces, el corazón no es otra cosa que el órgano de profundidad, de penetración, del discernimiento o criticidad y
entonces “la punta fina del alma” (la pointe fine de 1 'ame) como lo definió San Francisco de Sales, lugar de grandes y
definitivas opciones. Nos encontramos entre dos interioridades: una representada por nuestro corazón y otra que está
en las cosas a las cuales tenemos que penetrar. Así vamos a entender el alcance de la expresión “el sentido profundo de
lo que se enseña”. Lo que no viene de la interioridad no llega a la interioridad. Lo cual se extiende también a las
relaciones entre los hombres: lo que no viene del corazón no habla al corazón.

Donde se descubrió el sentido, aparece la fuerza atractiva del valor


a. El citado documento de Puebla advierte: “Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como barniz
superficial, sino de manera vital en profundidad, y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre” (art.
384, cfr. E.N. 19-20). “En el cuadro de esta totalidad, la evangelización busca alcanzar la raíz de la cultura, la zona de los
valores fundamentales, suscitando una conversión que pueda ser base y garantía de la transformación de las
estructuras” (art. 388, E.N. 18).
b. Es decir, ir a lo hondo, penetrar en el corazón es obligatorio. Sin esto la tarea educativa queda frustrada. El corazón, sede
de las opciones profundas, es también lugar de la conversión. El verdadero cambio, el único auténtico big change se
realiza allí.
c. Ahora bien, el descubrimiento del sentido, hemos dicho, es inseparable de la experiencia del valor. Si desde el corazón
descubrimos el genuino sentido de las cosas, desde allí experimentamos también los valores, esto es la bondad
atractiva de las cosas. Y dado que la voluntad humana no se mueve ella misma, sino que es movida por el bien (Santo
Tomás, De divinis nominibus, 439), al corazón abierto a lo real no le faltarán energías volitivas y afectivas: por eso el
corazón resulta ser también sede de la vida fuerte.
d. Edith Stein, filósofa y teóloga carmelita que fue asistente predilecta de Husserl, cuyo proceso de beatificación está en
curso, enseña al respecto: “Cada sentido comprendido exige una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que
mueve a actuar en conformidad. Nosotros llamamos motivación a este “poner en movimiento” del alma, en el que algo
colmado de sentido, fuerza, nos lleva hacia una conducta a su vez llena de sentido y fuerza. De esta manera se hace de
nuevo patente hasta qué punto en la vida espiritual están unidos el sentido y el vigor” 2.
e. Entonces, al maestro “preparado, y dotado además de la sabiduría cristiana” que “transmiten al alumno el sentido
profundo de lo que enseña”, en virtud de su misma profundidad no le pueden faltar energías efectivas y volitivas para
conducir al alumno “al corazón de la verdad total”. Operación esta que es demasiado sublime como para ser fácil y
alcanzable con medios baratos. Hace falta mucha energía. Pero esta energía está, no falta, para quien la busca donde
hay que buscarla.

El potencial ateizante de la insipidez


a. Nos encontramos en el centro mismo de nuestra meditación, tocamos el núcleo de nuestra argumentación: sin la
profundidad no hay sabiduría, no hay entusiasmo, no hay participación cordial, y sin esto no hay acceso a la verdad
total, no hay acceso a Dios.
b. Esto lo formuló con toda claridad Santo Tomás en la Summa theologica (1, 65, 1 ad 3): ... creaturae quantum est de se, non
retrahunt a Deo, sedin ipsum ducunt, sed quod avertat a Deo, hoc esi ex culpa eorum qui insipienter eis utuntur, las
creaturas en cuanto de ellas depende no apartan de Dios sino que llevan a El. Pero lo que aparta de Dios, esto sucede
por culpa de aquellos que se sirven de ellas insípidantente. ¿Y qué es insípido? Insípido es lo no-sápido, no sabroso. La
insipidez es el reverso de la sabiduría, que es saber sabroso.
e. Lo mismo enseña otro Tomás, maestro de la vida espiritual, autor de La Imitación de Cristo, es decir Tomás de Kempis,- Si
rectum cor tuum est, tune omnis creatura speculum vitae, et líber sacrae doctrina esset. Non est creatura tam parva et
vilis, quae Dei bonitatem non represen te t. Si es recto tu corazón, entonces toda creatura será espejo de la vida y libro
de la sagrada doctrina. No es la creatura tan pequeña y vil que no pudiera representar la bondad de Dios (11, 4, l). Es
desde la rectitud del corazón de donde se pueden ver las creaturas tales como son en su profunda verdad: creaturas de
Dios.
d. Pero este no es sólo el problema de la educación, sino de la vida espiritual toda entera. “Sólo hay un problema. Uno solo. Y
el problema es este. Todas las cosas están hechas para conducirnos a Dios. De hecho, la mayor parte nos apartan de El.
La única cuestión es hacer que las cosas que nos apartan de Dios se conviertan en medios de conducirnos a El. Aquí está
toda la cuestión. Somos nosotros, por el mal uso que hacemos de las cosas, quienes las transformamos en obstáculos
entre Dios y nosotros-, y, por tanto, el problema es simplemente: transformar esas realidades mismas, que son las de
nuestra vida cotidiana, de obstáculos en medios. Toda la vida espiritual está en eso” 2.
e. De lo dicho podemos apreciar el tremendo potencial ateizante y deshumanizante que se encuentra en la insipidez, en la
superficialidad, en la visión meramente fáctica y utilitaria de lo que nos rodea. “Lo que aparta de Dios, sucede por culpa
de aquéllos que se sirven de las cosas insípidamente”. De aquéllos que no les ven ni sentido, ni valor, es decir, bondad
intrínseca, ni belleza. Nada es más subversivo de los valores fundamentales que la superficialidad.

"El navegante no necesita conocer los abismos del océano’’


a. Esta superficialidad, esta insipidez se ha vuelto en el mundo moderno muchas veces programática. Queremos decir que no
se trata de un descuido, un defecto no querido en sí, sino precisamente de lo opuesto: de un propósito bien claro de no
ocuparse del sentido profundo de las cosas, de nada que puede llevar a la “verdad total”. Propósito este a menudo
fundamentado con los motivos de practicidad. La frase atribuida al empirista inglés John Locke (1632-1704), que el
navegante no necesita conocer los abismos del océano porque, para navegar bien, es suficiente conocer su superficie,
define vastas corrientes del pensamiento de los últimos siglos, del iluminismo del siglo XVIII hasta el neopositivismo
actual.
b. Las cosas, dentro de esta impostación, no tienen sentido, y si lo tienen, no se lo puede conocer. Entonces organicemos,
dicen, la vida y la cultura, limitándonos a aquello que es controlable por nuestros sentidos, que puede ser objeto de
métodos rigurosamente establecidos de tipo lógico o matemático. Con otras palabras: limitémonos a \os sentidos y a la
razón razonadora. Dejando fuera el intelecto propiamente dicho y, con él, al corazón.
e. Así dice uno de los representantes más conspicuos del neopositivismo actual, el profesor milanés Ludovico Geymonat:
“Nuestra conclusión es simplísima mientras tiene sentido hablar de racionalidad, refiriéndose a un sistema preciso de
proposiciones, no tiene sentido hablar de racionalidad, en general, como algo que debería resultar de una intuición
primitiva.3 La logicidad de las construcciones lógicas es algo bien controlable, y, por eso, es una expresión provista de
sentido. Pero la logicidad genérica de la naturaleza no es de ningún modo controlable, y, por eso, es una idea vaga y
confusa que no puede ser discutida seriamente”.4
d. De esta manera el hombre no puede salir de su mundo, porque lo que le merece atención son sus propias
construcciones que son las únicas perfectamente controlables. El camino a la “verdad total” queda terminantemente
precluído. De esta manera la negación del saber profundo queda presentada como único saber serio posible.
e. De esto se burló sarcásticamente Hegel ya hace más de 150 años, constatando: “No hay nada que sea mejor recibido por la
superficialidad del saber y del carácter, nada que comprenda tan de buen grado como esta doctrina de la carencia del
saber, merced a la cual, justamente, dicha superficialidad e insipidez se presentan como la meta, el resultado del
esfuerzo intelectual”. Hegel no era pensador cristiano, pero, como a toda mente profunda, le repugnaba la arbitraria
limitación del saber a los hechos sensitivamente verificables.
f. Por esto constituye una ligereza escalofriante el introducir en las escuelas católicas el uso indiscriminado de autores y
corrientes que se inspiran en esta filosofía negadora del sentido profundo de las cosas, como, por ejemplo, de la
lingüística estructuralista de Ferdinand de Saussure, que reduce el lenguaje a un sistema convencional, o la pedagogía
de Jean Piaget cuyos principios inspiradores coinciden con el neopositivismo del Círculo de Viena. Estos autores pueden
ofrecer ciertos aportes parciales, pero jamás deben servir para brindar los enfoques generales, siendo la negación del
sentido objetivo de las cosas, una tesis profundamente atea y para la educación católica en alto grado nefasta.

Dos culturas, dos mentalidades


a. La exigencia del sentido profundo, y de la actitud sapiencial implica necesariamente una actitud crítica. El corazón es órgano
de discernimiento antes de ser órgano de oraciones profundas. Es la tesis agustiniense del amor bene discernens -amor
que discierne bien-. ” Todo verdadero amor es así. Discierne bien. Dicho con término griegos, es crítico. Kri- nein en
griego significa “discernir”. Por esto la Iglesia, que ama al mundo, lo mira críticamente y no puede renunciar a esto. “La
Iglesia al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica, y exorciza los
desvalores. Establece por consiguiente una crítica de las culturas” (Documento de Puebla, 405).
b. Como ya hemos vinculado la exigencia crítica con el amor, conviene hacer algunas precisiones. Criticar no significa agredir;
criticar significa simplemente discernir, juzgar, teniendo presente la realidad de las cosas. La crítica de algo puede ser
buena, hasta muy buena, si la cosa es buena o muy buena. Ser crítico no significa ser agresivo, pero sí valiente en
establecer la verdad. Por esto el genuino sentido crítico no sólo no excluye, sino que incluye una cierta benevolencia
para la cosa que es objeto de discernimiento, porque sin un poco de buena disposición no hay verdadera atención, sin
lo cual, a su vez, no hay discernimiento objetivo. Decía un ilustre tomista italiano Cario Mazzantini (de origen argentino,
porque nació en Reconquista, Santa Fe): Per essere críticamente benevoli critici -Para ser críticamente benévolos es
preciso ser benévolamente críticos. La criticidad y la benevolencia pueden y deben moverse en sentido de una siempre
mayor convergencia.
c. Contra esta disposición “benévolamente crítica” y “críticamente benévola” que debe acompañar el quehacer cultural y
educacional católicos en el transcurrir del tiempo presente, conspira un cierto actualismo, para el cual lo que se
presenta como actual es ya válido y debe ser aceptado. No interesa la verdad, sino la mera vigencia social, para usar
una expresión de Ortega y Gasset.
d. Pero este mismo autor advierte contra esta clase de actualismo: “No, no se trata de aceptar “nuestro tiempo” sin más ni
más. Todo lo contrario. Cada “nuestro tiempo” trae consigo su norma y su enormidad, su decálogo auténtico y su
falsificación. De aquí que sea preciso hacer constantemente la crítica de “nuestro tiempo ”, puro, traerlo de su
falsificación a su esencial verdad, medirlo consigo mismo. Cuanto más seriamente se acepte “nuestro tiempo”, tanto
mayor rigor se pondrá en no pactar con sus falsificaciones” 5.
e. El actualismo mencionado expresa una determinada concepción de la cultura, reducida a lo “social”, es decir a lo que dice
la sociedad, a lo que son las “vigencias sociales” y los “convencionalismos”. Queda excluida la referencia esencial de la
verdad de las cosas (veritas rerum). Para toda cultura vale lo que dijo Santo Tomás de Aquino con respecto a la filosofía:
que no le debe interesar en primer lugar qué dijeron los hombres sino cómo está la verdad de las cosas- Studium
philosophiae non est ad hoc, quod sciatur, quid homines senserint, sed qualiter se habeat veritas rerum- (De cáelo et
mundo, I. 22)
f. Cuando la verdad de las cosas queda excluida, todo el pretendido saber cultural deja de ser crítico, para convertirse en un
conocimiento fáctico acerca de lo que es ahora actual, es decir, lo que está de moda o se pondrá pronto de moda. La
criticidad entonces pierde todo el discernimiento para transformarse en una agresividad al servicio del carácter
tiránico, propio de las modas 6.
g. Ahora bien, este punto de llegada, este parar en la actualidad y la modistería es inevitable para toda orientación que
renunció a la búsqueda del sentido profundo de las cosas. Volvamos a meditar el artículo 41 del documento La escuela
católica .

Cultura e interioridad
a. El genuino sentido crítico es inseparable de la exigencia de la profundidad y esta, de la interioridad. Juan Pablo II hablando
en Gniezno, el 3 de junio de este año a los jóvenes, definió así la cultura: “La cultura es la expresión del hombre, es la
confirmación de la humanidad. El hombre la crea y, mediante ella, el hombre se crea a sí mismo. Se crea a sí mismo con
el esfuerzo interior del espíritu, del pensamiento, de la voluntad, del corazón. Y al mismo tiempo, crea la cultura en
comunión con los otros. La cultura es la expresión del comunicar, del pensar juntos, del colaborar juntos, de los
hombres. Nace del servicio al bien común y se convierte en bien esencial de las comunidades humanas”.
b. La cintura nace del esfuerzo interior del espíritu y este respaldo interior que garantiza la verdad y excluye la mentira, es la
base de la comunión con los otros porque los hombres se comunican en la verdad. La mentira separa. Esta es la secular
enseñanza de San Agustín y de toda buena filosofía agustinense: “No vayas afuera. Vuelve a ti mismo- en el hombre
interior habita la verdad” (De vera religione, 39, 72).
c. En la interioridad la mentira es imposible. El que miente sabe cómo es la verdad: sin embargo, afirma lo opuesto. Ahora
bien, cuando está en su interior, frente al espejo de su conciencia, no puede mentir, porque sabe muy bien cuál es la
verdad. Necesita salir de sí mismo, encontrar el eco confirmatorio: en los demás. La mentira es esencialmente social. Y
cuando una vida social carece del respaldo de la interioridad tiende hacia la mentira. Lo mismo vale para la cultura.
d. Si el tiempo nos lo permitiera, podríamos incluir en este punto de la exposición, una reflexión sobre la vanidad y el engaño
de la cultura como la pinta Hegel en su Fenomenología del Espíritu 7, tema este que se ha proyectado ampliamente en
la contestación juvenil de los años 60, cuando la juventud cuestionante reprochaba a la cultura de los padres su
esencial insinceridad y falsedad. Una cultura que no va más allá de los convencionalismos y que no muerde en la verdad
de las cosas, no puede escapar a su esencial cuestionabilidad.
e. La interioridad es la gran guardiana de la cultura.

Tres enseñanzas evangélicas


a. Entonces, si se trata de la verdad que se revela en la interioridad, valen para nosotros tres importantes y, a menudo, muy
olvidadas enseñanzas evangélicas: la del trigo y la cizaña (Mt. 13, 24-30) la de inimici hominis domestici eius - enemigos
del hombre son sus allegados- (Mt. 10, 36) y la de los fariseos (Mt. 23, 13-23).
b. El trigo y la cizaña son gramináceas que se distinguen sólo en el tiempo de la cosecha, antes es imposible distinguirlas. La
apariencia engaña. Hay que, ir más allá. Penetraren la interioridad. “No juzguéis según la apariencia” (Jn. 7, 24). Si nos
quedamos en lo apariencial, basta cierta adhesión exterior que no compromete la interioridad; por esto los peores
enemigos de una buena causa pueden estar en el campo de la buena causa misma y no en la vereda de enfrente. Y,
finalmente, si importa sobre todo la “imagen” externa, será difícil evitar el fariseísmo, que consiste en pulir las
formalidades exteriores y no las actitudes profundas del corazón.
c. Estas son tentaciones permanentes e inevitables de la vida del espíritu, incluyendo la cultura y la enseñanza. Confundir el
crecimiento interior con la expansión, a menudo cancerosa, de formalismos (métodos, técnicas, didácticas,
organizaciones, programaciones, planificaciones, “mecánicas”, etc..) ¿Qué hacen los métodos, cuando no hay nada
substancial que transmitir, cuando no hay vida intelectual auténtica?
d. O la tentación de conformarse con un exterior presentable. Decía un gran teólogo católico alemán Johann Adam Moehler
(1796-1838), polemizando en los directores de seminarios en aquella época revuelta: “...ningún campesino ni sueña en
compensar la pérdida de una parte de su trigo, sembrando la cizaña, ahora bien, como se dice, es justamente esto lo
que hacen con tanta facilidad ciertos superiores eclesiásticos” 8. Ninguno de los que estamos en el quehacer educativo
puede quedar indiferente ante la advertencia severa y siempre actual de Moehler.
e. Este es también el núcleo sano y aceptable de la conocida obra polémica del obispo anglicano John A,T. Robinson: Honest
to God (Honesto para con Dios), es decir, aquello que queda de válido, una vez eliminadas las confusiones y los errores
que caracterizan el libro: a Dios nadie lo engaña. Es la tesis de San Pablo en Gal. 6, 7 u. Pero también a los hombres, a la
larga nadie los engaña, Y a los jóvenes, que están a nuestro cuidado, tampoco.

Técnica y sentido de las cosas


a. Acercándonos al final de la exposición, parece oportuno volver sobre el tema del sentido de las cosas y la capacidad de
visualizarlo en ellas y vincular este tema con la ob- sesividad de métodos y de técnicas que acosan la enseñanza de hoy.
b. Para esto nos va a servir excelentemente un pensamiento de Martín Heidegger, que de ninguna manera pienso proponer
como maestro seguro, quien, sin embargo, tiene a veces intenciones extremadamente acertadas, ayudado en esto
también por un seguro instinto poético. Refiriéndose a nuestro tema dice: “La técnica como forma suprema de la
conciencia racional, entendida en sentido técnico, y la ausencia de la meditación, como incapacidad organizada,
incomprensible a sí misma de establecer la relación con lo que merece ser interrogado, están íntimamente unidas; más,
son la misma cosa “.
c. El haber renunciado a buscar el sentido hondo de las cosas, lleva a un conocimiento extrínseco (en el caso contrario habría
un conocimiento intrínseco), que se desvive en una racionalidad que es esencialmente una técnica, un método.
Entonces para este modo de pensar, la técnica es “forma suprema de la conciencia racional, entendida en sentido
técnico”. Para esta mentalidad las técnicas y los métodos se bastan a sí mismos. No son más instrumentos para llegar a
algo, son ya fines. Su despliegue es despliegue del espíritu y de la cultura.
d. Esto nos hace recordar a un antiguo libro de Bertrand Russel, Logic and Mysticism. La lógica es la construcción racional
extrínseca, el misticismo no sería, en cambio, el intento de penetrar en el sentido intrínseco de las cosas. La ciencia, el
progreso, la civilización, el futuro está con la lógica. El sentido profundo de las cosas, la búsqueda de la verdad total, el
realismo, el intelecto, el corazón, la interioridad, por ser rasgos místicos, formarán en cambio el reino de lo sentimental,
no-científico, fantástico, lindante con la superstición.
e. Este planteo lo quiere imponer el actual neopositivismo en sus distintas variantes, en nombre de la ciencia actual,
desarrollando una especie de fino terrorismo intelectual “Si no pensáis como nosotros, marcháis contra la ciencia
actual.” Sin embargo, no es así. La ciencia actual no confirma en nada la filosofía neopositivista. Me sea permitido, con
este fin, leer una página de Albert Einstein, cuyo centenario de nacimiento conmemoramos precisamente este año.

Las palabras de Albert Einstein


a. Las palabras de Einstein están sacadas del prólogo de la obra ¿Adonde va la ciencia?3 de otro gran físico contemporáneo,
Max Planck, creador de la mecánica cuántica, premio Nobel igual que Einstein.

“Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia misma. Hay algunos que entran
en su templo porque se les ofrece la oportunidad de desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres, la
ciencia es una especie de deporte en cuya práctica hallan un regocijo, lo mismo que el atleta se regocija con la ejecución
de sus proezas musculares. Y hay otro tipo de hombres que penetran en el templo para ofrendar su masa cerebral con la
esperanza de asegurarse un buen pago. Estos hombres son científicos tan sólo por una circunstancia fortuita que se
presentó cuando elegían su carrera.
Si las circunstancias hubieran sido diferentes podrían haber sido políticos o magníficos hombres de negocios. Si
descendiera un ángel del Señor y expulsara a todos aquéllos que pertenecen a las categorías mencionadas, temo que el
templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían: algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre
estos últimos se hallaría nuestro Planck. He aquí porque siento tanta estima por él.”
“Me doy cuenta de que esa decisión significa expulsión de algunas gentes dignas que han construido una gran parte,
quizás la mayor, del templo de la Ciencia, pero, al mismo tiempo, hay que convenir que si los hombres que se han
dedicado a la ciencia pertenecieran tan sólo a esa segunda categoría, el edificio nunca hubiera adquirido las grandiosas
proporciones que exhibe al presente, igual que un bosque jamás podría crecer si sólo se compusiera de enredaderas.”
“Pero olvidémonos de ellos. Non ragionam di loro. Y vamos a dirigir nuestras miradas a aquellos que merecieron el favor
del ángel. En su mayor parte son gentes extrañas, taciturnas, solitarias. Pero a pesar de su mutua semejanza, están muy
lejos de ser iguales a los que nuestro hipotético ángel expulsó.”
“...la labor suprema del físico es el descubrimiento de las leyes elementales más generales a partir de las cuales puede
ser deducida lógicamente la imagen del mundo. Pero, no existe un camino lógico para el descubrimiento de estas leyes
elementales. Existe únicamente la vía de la intuición, ayudada por un sentido para el orden que yace tras de las
apariencias, y esta ‘Einfühlung” se desarrolla por la experiencia. ”
“Todo investigador que tenga experiencia sabe que el sistema teórico de la física depende del mundo de la percepción
sensorial y está controlado, por él, aunque no exista un camino lógico que nos permita elevarnos desde la percepción a
los principios que rigen la estructura teórica. De todos modos, la síntesis conceptual, que es un trasunto del mundo
empírico, puede ser reducida a unas cuantas leyes fundamentales sobre las cuales se construye lógicamente toda la
síntesis. En cualquier progreso importante, el físico observa que las leyes fundamentales se simplifican cada vez más a
medida que avanza la investigación experimental. Es asombroso ver cómo de lo que parece caos surge el más sublime
orden. Y esto no puede ser referido al trabajo mental del físico, sino a una cualidad que es inherente al mundo de la
percepción. Leibniz expresaba adecuadamente esta cualidad, denominándola “armonía preestablecida.”
“Los físicos combaten algunas veces a los filósofos que se ocupan de las teorías del conocimiento, alegando que estos
últimos no llegan a apreciar completamente este hecho. Yo creo que esa fue la base de la controversia entablada hace
pocos años entre Ernst Mach y Max Planck. El último tuvo probablemente la sensación de que Mach no apreciaba
completamente el afán del físico por la percepción de esta armonía preestablecida, Este afán ha sido la fuente
inagotable de la paciencia y persistencia de que ha hecho gala Planck al dedicarse a las cuestiones más comunes que
surgen en relación con la ciencia física, cuando hubiera podido intentar otras vías que le condujeran a resultados más
atrayentes.
“Muchas veces he oído que sus compañeros tienen la costumbre de atribuir esta actitud a sus extraordinarias dotes
personales de energía y disciplina. Creo que están en un error. El estado mental que proporciona en este caso el poder
impulsor es semejante al del devoto o al del amante. El esfuerzo largamente prolongado no es inspirado por un plan o
propósito establecido. Su inspiración surge de un hambre del alma ”.

Del elogio de Planck escrito por Einstein resulta clara la primacía de la ciencia desinteresada que brota del hambre interior del
alma, apagada por el descubrimiento del orden profundo de lo real. La ciencia no invalida, sino convalida el espíritu del
artículo 41 que constituyó el centro de nuestra exposición.

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