El Doctor Emilio Komar nació en Ljubljana el 4 de junio de 1921, hijo de inmigrantes eslovenos de la zona de Venecia Julia que debieron emigrar al finalizar la
primer guerra mundial. Sus padres fueron Ludovico Komar, militar retirado del ejercito del imperio habsúrgico, y Cecilia Blazic. Cursó la escuela primaria unos
años en la ciudad de Skofija Loka, y la terminó en Ljubljana. En esta última ciudad cursó la secundaria, de orientación clásica. En el año 1939 se inscribió en la
Universidad Ljubljana, realizar estudios de derecho, siendo estudiante, fue dirigente juvenil de la Acción Católica y presidente del grupo cadémico Pravda,
colaborando en distintas publicaciones: Dom in Svet, Domoljub, etc. En el año 1941 recibió el premio Svetosavsko por un trabajo sobre el Derecho Canónico en
los sínodos de los obispados yugoslavos.
Continuó sus estudios en Turín (Italia), en cuya Universidad recibió el título de Doctor en Derecho en 1943.
Ya en Ljubljana estudiaba filosofía con profesores como Josip Turky y Eugen Spektorsky. En Turín profundizó estos estudios con Fran Walland, Giuseppe
Gemelliaro y Cario Mazzantini.
En los comienzo de la Segunda Guerra se desempeñó como oficial en el Ejército de su patria, de la que debió emigrar por oposición al régimen en el año 1945.
En 1948 llegó con su mujer y dos de sus hijas a la Argentina. Despuees de realizar diversos trabajos, completó, en el Instituto de Profesorado del Consejo
Superior de Educación Católica (CONSUDEC), los estudios para habilitarse como profesor de filosofía y pedagogía. Muy pronto comenzó a dar clases de
filosofía y lenguas clásicas en distintos institutos (Instituto Grafotécnico de la Obra del Cardenal Ferrari, Instituto de Cultura Religiosa Superior, Instituto del
profesorado del Consudec). Ha sido profesor del Seminario de San Isidro desde su fundación. Ha dictado cursos de filosofía para psiquiatras y psicólogos
(Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Instituto Jackson, Fundación Argentina para la Salud Mental, Fundación Arché), como también para
economistas y abogados en diversas asociaciones, y numerosos cursos privados para distintos grupos de profesionales. En la Universidad Católcia Argentina
fue profesor de Historia de la Filosofía Moderna desde 1960, y se hizo cargo de la cátedra de Etica en 1971. Conservó ambas cátedras hasta su retiro en 1998.
Fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UCA durante los años 1981 y 1982.
El Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC) le otorgó el premio del Divino Maestro en 1988.
a. La sabiduría es sapientia y sapientia es sápida scientia, esto es, ciencia sabrosa, gustosa. Es decir, ciencia no seca, no
meramente fáctica o fríamente nocional, sino sabrosa. Y el sabor, ¿de dónde proviene? Precisamente del sentido de las
cosas, estrechamente unido a su valor. Lo que tiene sentido, también vale. Las creaturas llevan en sí el sello del
pensamiento y del amor del Creador. Por eso son sabrosas. Conocerlas de veras, en profundidad, nos revela su sabor.
b. En este sentido hay que entender el conocido dicho tomista: Res autem naturalis ínter dúos intellectos constituía -La cosa
natural (está) constituida entre dos intelectos- (l, 2). Es decir, entre el intelecto creador divino y el intelecto conocedor
humano. La cosa resulta inteligible para el conocedor humano porque ha sido inteligentemente concebida por la
inteligencia divina. Esa es la única respuesta-explicación válida a la constatación del físico De Broglie: “No nos
maravillamos lo suficiente ante el hecho de que cierto conocimiento científico sea posible”. En un sentido analógico lo
dicho anteriormente vale también para las res artificialis, esto es, para las creaciones humanas, por ejemplo, para las
obras de arte o de ingeniería: un cuadro está colocado entre dos intelectos: el del artista y el del admirador. Lo mismo
un aparato. La perfección del conocimiento se reduce a la perfección del encuentro entre dos intelectos. Pero, este
encuentro no se limita sólo a lo cognoscitivo, sino que incluye también lo afectivo: toda cosa está colocada entre dos
amores; es amable, esto es, susceptible de ser amado, sólo aquello que ha sido amado.
c. En esta línea se ubica la enseñanza de la Constitución Gaudium et Spes: ‘El que con humildad y constancia intenta escrutar
los secretos de las cosas, es guiado, sin saberlo, por la mano de Dios, quien al conservar todas las cosas, hace que sean
lo que son” (art. 36) “ el hombre puede y debe amar las cosas creadas por Dios y las ve como brotando siempre de su
mano; por eso las respeta.” (art. 39) la inteligencia no se limita a los fenómenos solos, sino que es capaz de llegar con
verdadera certeza a la realidad inteligible.. ” (art. 15). “La creatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, todos los
creyentes, de cualquier religión, han oído siempre en el lenguaje de las creaturas la voz y la manifestación de Dios;
cuando se lo olvida, la creatura queda en tinieblas” (art. 36).
d. Estas tinieblas cuando envuelven la mente del hombre, tienen un nombre bíblico: necedad, estupidez. La estupidez no es
defecto de razonar, sino incapacidad de ver. De ver el sentido o la esencia de las cosas. La estupidez es “oscurecimiento
del intelecto”. Por esto el filósofo agustiniense italiano M. F. Sciacca, habla de los nuevos “animales racionales”, no en
el sentido que le daban a este término los griegos, definiendo así al ser humano, sino en un sentido totalmente distinto:
seres que razonan mucho, calculan, combinan, manejan aparatos, etc. pero que no ven, no contemplan, no se
comunican con el sentido de las cosas, y en ellos la racionalidad convive con la más cruda animalidad. “Sólo vida animal
y cálculo racional, oscurecido también en la voluntad y en los sentimientos completamente alienado, capaz solamente
de actos espontáneos, de reflejos condicionados, pero no de actos libres”1. La estupidez bíblica no es falta de
información, de erudición, de conocimientos técnicos, sino de sabiduría.
Cultura e interioridad
a. El genuino sentido crítico es inseparable de la exigencia de la profundidad y esta, de la interioridad. Juan Pablo II hablando
en Gniezno, el 3 de junio de este año a los jóvenes, definió así la cultura: “La cultura es la expresión del hombre, es la
confirmación de la humanidad. El hombre la crea y, mediante ella, el hombre se crea a sí mismo. Se crea a sí mismo con
el esfuerzo interior del espíritu, del pensamiento, de la voluntad, del corazón. Y al mismo tiempo, crea la cultura en
comunión con los otros. La cultura es la expresión del comunicar, del pensar juntos, del colaborar juntos, de los
hombres. Nace del servicio al bien común y se convierte en bien esencial de las comunidades humanas”.
b. La cintura nace del esfuerzo interior del espíritu y este respaldo interior que garantiza la verdad y excluye la mentira, es la
base de la comunión con los otros porque los hombres se comunican en la verdad. La mentira separa. Esta es la secular
enseñanza de San Agustín y de toda buena filosofía agustinense: “No vayas afuera. Vuelve a ti mismo- en el hombre
interior habita la verdad” (De vera religione, 39, 72).
c. En la interioridad la mentira es imposible. El que miente sabe cómo es la verdad: sin embargo, afirma lo opuesto. Ahora
bien, cuando está en su interior, frente al espejo de su conciencia, no puede mentir, porque sabe muy bien cuál es la
verdad. Necesita salir de sí mismo, encontrar el eco confirmatorio: en los demás. La mentira es esencialmente social. Y
cuando una vida social carece del respaldo de la interioridad tiende hacia la mentira. Lo mismo vale para la cultura.
d. Si el tiempo nos lo permitiera, podríamos incluir en este punto de la exposición, una reflexión sobre la vanidad y el engaño
de la cultura como la pinta Hegel en su Fenomenología del Espíritu 7, tema este que se ha proyectado ampliamente en
la contestación juvenil de los años 60, cuando la juventud cuestionante reprochaba a la cultura de los padres su
esencial insinceridad y falsedad. Una cultura que no va más allá de los convencionalismos y que no muerde en la verdad
de las cosas, no puede escapar a su esencial cuestionabilidad.
e. La interioridad es la gran guardiana de la cultura.
“Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia misma. Hay algunos que entran
en su templo porque se les ofrece la oportunidad de desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres, la
ciencia es una especie de deporte en cuya práctica hallan un regocijo, lo mismo que el atleta se regocija con la ejecución
de sus proezas musculares. Y hay otro tipo de hombres que penetran en el templo para ofrendar su masa cerebral con la
esperanza de asegurarse un buen pago. Estos hombres son científicos tan sólo por una circunstancia fortuita que se
presentó cuando elegían su carrera.
Si las circunstancias hubieran sido diferentes podrían haber sido políticos o magníficos hombres de negocios. Si
descendiera un ángel del Señor y expulsara a todos aquéllos que pertenecen a las categorías mencionadas, temo que el
templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían: algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre
estos últimos se hallaría nuestro Planck. He aquí porque siento tanta estima por él.”
“Me doy cuenta de que esa decisión significa expulsión de algunas gentes dignas que han construido una gran parte,
quizás la mayor, del templo de la Ciencia, pero, al mismo tiempo, hay que convenir que si los hombres que se han
dedicado a la ciencia pertenecieran tan sólo a esa segunda categoría, el edificio nunca hubiera adquirido las grandiosas
proporciones que exhibe al presente, igual que un bosque jamás podría crecer si sólo se compusiera de enredaderas.”
“Pero olvidémonos de ellos. Non ragionam di loro. Y vamos a dirigir nuestras miradas a aquellos que merecieron el favor
del ángel. En su mayor parte son gentes extrañas, taciturnas, solitarias. Pero a pesar de su mutua semejanza, están muy
lejos de ser iguales a los que nuestro hipotético ángel expulsó.”
“...la labor suprema del físico es el descubrimiento de las leyes elementales más generales a partir de las cuales puede
ser deducida lógicamente la imagen del mundo. Pero, no existe un camino lógico para el descubrimiento de estas leyes
elementales. Existe únicamente la vía de la intuición, ayudada por un sentido para el orden que yace tras de las
apariencias, y esta ‘Einfühlung” se desarrolla por la experiencia. ”
“Todo investigador que tenga experiencia sabe que el sistema teórico de la física depende del mundo de la percepción
sensorial y está controlado, por él, aunque no exista un camino lógico que nos permita elevarnos desde la percepción a
los principios que rigen la estructura teórica. De todos modos, la síntesis conceptual, que es un trasunto del mundo
empírico, puede ser reducida a unas cuantas leyes fundamentales sobre las cuales se construye lógicamente toda la
síntesis. En cualquier progreso importante, el físico observa que las leyes fundamentales se simplifican cada vez más a
medida que avanza la investigación experimental. Es asombroso ver cómo de lo que parece caos surge el más sublime
orden. Y esto no puede ser referido al trabajo mental del físico, sino a una cualidad que es inherente al mundo de la
percepción. Leibniz expresaba adecuadamente esta cualidad, denominándola “armonía preestablecida.”
“Los físicos combaten algunas veces a los filósofos que se ocupan de las teorías del conocimiento, alegando que estos
últimos no llegan a apreciar completamente este hecho. Yo creo que esa fue la base de la controversia entablada hace
pocos años entre Ernst Mach y Max Planck. El último tuvo probablemente la sensación de que Mach no apreciaba
completamente el afán del físico por la percepción de esta armonía preestablecida, Este afán ha sido la fuente
inagotable de la paciencia y persistencia de que ha hecho gala Planck al dedicarse a las cuestiones más comunes que
surgen en relación con la ciencia física, cuando hubiera podido intentar otras vías que le condujeran a resultados más
atrayentes.
“Muchas veces he oído que sus compañeros tienen la costumbre de atribuir esta actitud a sus extraordinarias dotes
personales de energía y disciplina. Creo que están en un error. El estado mental que proporciona en este caso el poder
impulsor es semejante al del devoto o al del amante. El esfuerzo largamente prolongado no es inspirado por un plan o
propósito establecido. Su inspiración surge de un hambre del alma ”.
Del elogio de Planck escrito por Einstein resulta clara la primacía de la ciencia desinteresada que brota del hambre interior del
alma, apagada por el descubrimiento del orden profundo de lo real. La ciencia no invalida, sino convalida el espíritu del
artículo 41 que constituyó el centro de nuestra exposición.