En 1945, Salinger había afirmado que sus compañeros veteranos de guerra “merecían
algún tipo de melodía trémula que les rindiera homenaje sin vergüenza ni
arrepentimiento”. Podría argüirse que el escritor empezó esa melodía con The Stranger
o, seguramente, con Un día perfecto para el pez banana y la continuó con otras historias
posteriores; pero, antes de permitirse a sí mismo continuar con su novela, se sentía
obligado a completar la melodía. El resultado fue Para Esmé, con amor y sordidez,
ampliamente considerada como una de las piezas literarias más bellas surgidas de la
Segunda Guerra Mundial.
Todo parece indicar que Salinger ya había terminado el borrador original de Para Esmé
cuando se trasladó a Westport. Inicialmente devuelta por The New Yorker, Salinger
decidió reescribirla. En febrero de 1950, informó a Gus Lobrano que había recortado
seis páginas del relato. Esta versión final sobresale entre los trabajos más logrados de
Salinger y muestra una atención al detalle que recuerda Un día perfecto para el pez
banana. Cuando fue publicada en The New Yorker dos meses más tarde, en la mente de
los lectores quedaron pocas dudas de que Salinger había creado su mejor obra hasta la
fecha.
Los objetivos de Para Esmé, con amor y sordidez son “edificar, instruir”. A lo largo de
ese relato, Salinger intentará informar al mundo civil de los persistentes traumas que
soportaban los soldados de la Segunda Guerra Mundial. Pero su finalidad principal es
rendir homenaje a esos soldados y ofrecer una lección sobre el poder del amor para
superar el sufrimiento. Esta es la “melodía trémula” de Salinger, su homenaje a sus
camaradas. Al elaborar el relato, el escritor profundizó en los acontecimientos de su
propia vida con fuentes de inspiración que sólo un veterano podía poseer.
La acción salta en mayo de 1945 y se sitúa en Bavaria. Se trata de “la parte sórdida o
emotiva” de la historia, se nos dice, y no sólo cambia el escenario, sino que “los
personajes también cambian”. Disfrazado “con (...) astucia” como el “sargento X” el
narrador se aloja, junto con otros soldados, en un hogar alemán ocupado. X está sentado
a la mesa de su oscura y caótica habitación, intentando en vano leer. Ese mismo día ha
sido atendido en un hospital por una crisis nerviosa. Las encías todavía le sangran, las
manos le tiemblan, tiene tics faciales y está sentado en la oscuridad después de vomitar
en una papelera. Delante de X hay una pila de correo sin abrir. Busca en el montón y
extrae una carta escrita por su hermano mayor desde casa pidiéndole “unas bayonetas o
unas esvásticas”. X rompe la misiva en pedazos, con disgusto y desesperanza. El
silencio se interrumpe con la entrada del compañero de jeep del sargento X, el cabo
Clay (también denominado “cabo Z”). Cubierto de cintas y medallas, Clay suelta un
eructo y hace comentarios insensibles sobre la lamentable condición de X. Menciona
que le ha escrito a su novia diciéndole que X ha sufrido una crisis nerviosa, dando a
entender que el sargento ya debía de estar desequilibrado antes de la guerra.
Cuando el insufrible Clay se marcha por fin, el sargento X se queda de nuevo a solas
con su depresión y con el montón de correo sin abrir. Hurga de manera distraída en la
pila y saca un pequeño paquete. La caja contiene una carta de Esmé, quien además ha
incluido el reloj de su padre. La carta explica que el reloj es “sumamente sumergible y a
prueba de golpes” e invita al sargento X a llevarlo “en estos días difíciles”. Al final de la
carta, Esmé expresa su esperanza de que el sargento X se mantenga en contacto; y
Charles ha añadido su propio saludo: “Hola Hola Hola [...] Recuerdos y besos Charles”.
El símbolo principal del relato es el reloj del padre de Esmé, y su significado cambia a
medida que avanza la historia. En la primera parte, simboliza la conexión de la niña con
su padre muerto y dirige la atención del lector hacia la tragedia que sufre Esmé por
culpa de la guerra. En la segunda parte, cuando X descubre el reloj dentro de la carta de
Esmé, se convierte en símbolo del propio sargento. Al examinar el reloj, nota que se ha
parado y que en el viaje se ha “roto el cristal”, una clara analogía con su propio estado
emocional, en la que el viaje del reloj se identifica con su propio periplo a través de la
guerra. X se pregunta entonces si “además (el reloj) no se habría estropeado”, pensando
en la capacidad del amor para superar los efectos del trauma. Al reconocer que el amor
puede de verdad superar la sordidez, el sargento X queda transformado.
Las últimas palabras del relato constituyen la confirmación por parte de X de que podrá
recupera sus “fa-cul-ta-des”. También pueden representar el ritmo del reloj, que para
entonces el lector está seguro de que sólo ha sufrido daños leves. Este es el
reconocimiento de la esperanza por parte de Salinger. En su manera de confortar y
animar a sus camaradas.
Al escribir Para Esmé, con amor y sordidez, Salinger tuvo que revivir los
acontecimientos de su propio pasado. El hecho de que esta historia fuera escrita por un
veterano que había sufrido el mismo estrés postraumático que el narrador otorga a Para
Esmé... una cierta autoridad moral. Sin embargo, Salinger no escribió la historia como
una evocación personal, ni para llamar la atención hacia su propia experiencia. Lo que
hizo, en cambio, es garantizar su autenticidad mediante su propio conocimiento de los
hechos. Para los interesados por la vida de Salinger, el examen de los paralelismos entre
el autor y sus personajes resulta tentador, pero semejante inspección es contraria al
espíritu con el que fue creado el relato. Aunque es posible que nosotros reconozcamos a
Salinger en el personaje del sargento X, los veteranos de la época se reconocían a sí
mismos.