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Luciano de Samosata. Obras, t. 3: opúsculos 44-68.

Tr. Juan Zaragoza Botella. Madrid:


Gredos (Biblioteca Clásica Gredos: 138), 1990.

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LA A SA M B L E A D E LOS D IO SE S

Trata de los dioses intrusos. Los únicos interlocutores son Zeus


y M om o, personificación de la censura, que es más bien una fi­
gura literaria que un dios real. Es la obra más crítica, aunque
no la más larga o más com pleja, en la que M om o cuestiona las
credenciales de una serie de dioses, em pezando por los más acep­
tados entre los O lím picos a pesar de sus madres mortales: D ioni-
so, A sclepio y Heracles. En segundo lugar, pasando por Ganime-
des, se dirige a las im portaciones del extranjero: A tis, Coribas,
Sabacio, Mitra y los dioses de Egipto con cabeza de anim al. Lue­
go habla de tres parejas de héroes, Trofonio y A n fü o co , con oci­
dos por sus oráculos, los atletas Polidam ante y Teágenes, cuyas
estatuas se usaban para curar fiebres, y los héroes troyanos H éc­
tor y Protesilao. C ondena a continuación las abstracciones, co ­
mo la Virtud, que los filósofos convirtieron en divinidades.
Finalmente presenta una m oción por la que se nombra una com i­
sión para que com pruebe las credenciales de los dioses. Zeus,
sin añadir su voto, promete una revisión rápida, pero am enazan­
do a los com isionados «para que no investiguen si alguien tiene
un templo grande en la tierra o los hombres lo consideran un dios».
Luciano se ha inspirado, desde luego, en la literatura ante­
rior. M enipo puede haber facilitado la estructura del d iálogo, y
los paralelos con la Apocolocynt'osis de Séneca son frecuentes
y concretos. A lgunos de los argumentos contra los dioses intru­
sos se han dado en la literatura ya, com o por ejem plo el Acadé-
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mico C otta en D e natura deorum de Cicerón, y fueron, sin duda,


m unición de las escuelas y en las discusiones públicas. También
se ha pensado que los dioses olím picos y sus m itos no se tom aron
en serio por más tiem po y que, por otra parte, los nuevos dioses,
especialmente los orientales, habían avanzado mucho más de lo
que dice Luciano. Pero si los m itos tradicionales no se hubieran
tom ado en serio, sería difícil de comprender por qué los ap o lo ­
gistas cristianos contem poráneos de Luciano los atacaban tan
duramente.
La difusión de nuevos cultos en el mundo grecorrom ano, so­
bre todo los orientales, ha sido una preocupación real de los eru­
ditos, que tratan de explicar el triunfo definitivo del cristianism o.
En este tema Luciano ha sido censurado tanto por lo que dice
com o por lo que om ite. Se ha alegado que los dioses que escoge,
Atis, Coribas, Sabacio, Mitra y los egipcios, com o A nubis, el
toro de Menfis y Zeus A m ón, de hecho fueron objeto de culto
durante siglos. El interés primario de Luciano no está, sin embar­
go, en los dioses nuevos, sino en los espurios, y ninguno de los
que nombra perdieron terreno desde su introducción, y algunos
incluso ganaron rápidamente.
Es cierto que Luciano om ite ciertos dioses de los que podría
pensarse que merecen un lugar en su obra. Adriano prom ovió
el culto de su favorito A ntínoo en Bitinia, Egipto y otros lugares,
y este hecho lo presentan con frecuencia los escritores cristianos
com o una ofensa contra la moral. El silencio de Luciano podría
ser debido al tacto, pero también al sentim iento de que A ntínoo
era demasiado artificial com o divinidad para merecer una sátira.
Una teoría reciente sugiere que la Asamblea de los dioses es­
taba fuertemente vinculada con los emperadores en otro sentido
y le daría una gran relevancia. El reinado de M arco A urelio, que
coincide en líneas generales con la estancia de Luciano en A te­
nas, fue un período de turbulencia política, marcado en particu­
lar por ataques contra el envejecido Herodes Á tico. M arco Aure­
lio y Lucio Vero intentaron reformar el A reópago en el 165 y
purgarlo de intrusos, y los sucesos de los años siguientes, sobre
todo la devastación producida por la gran peste, m ovió a M.
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Aurelio a tomar una decisión en la que intentaba no sólo desti­


tuir a los indignos de posiciones de prestigio, sino asegurar la
vida política de la ciudad. Se ha pensado que la sátira lucianesca
está secretamente dirigida a las perturbaciones que precedieron
las reformas de los dos emperadores en el 165. N o hay duda
de que él plantea el debate en términos de vida civil griega, no
que algunos escritores imperiales igualen el papel de emperador
con Zeus. Habría que pensar en los éxitos contem poráneos de
Atenas y esperar la mayor capacidad de conocim iento de sus lec­
tores para advertir la alusión, pero estos acontecim ientos no pue­
den significar la llave para el disfrute de esta obra, puesto que
tales disputas eran endémicas en las ciudades griegas del Imperio,
incluida Atenas.

Z e u s . — No andéis murmurando, dioses, ni sigáis cu­


chicheando entre vosotros, reuniéndoos por las esquinas,
a causa de vuestra indignación porque muchas personas
indignas participan de nuestros banquetes. En cambio, pues­
to que se ha autorizado una asamblea para tratar estos
temas, que cada uno diga públicamente su opinión y pre­
sente sus cargos. Y tú, Hermes, haz la proclamación públi­
ca requerida por la ley.
H e r m e s . — Escucha, calla. ¿Quién de los dioses nume­
rarios a los que se les permite hablar desea hacerlo? El
debate será sobre residentes y extranjeros.
M o m o . — Yo, Momo, Zeus, si me das permiso para
hablar.
Z e u s . — La propia proclamación ya te lo permite, de
modo que no necesitarás mi permiso.
M o m o . — Pues bien, yo afirmo que es intolerable lo
que hacen algunos de nosotros, que no se conforman con
haberse convertido ellos mismos de seres humanos en dio­
ses sino que encima, si no consiguen que se reconozca a
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sus servidores y criados con los mismos derechos que a


nosotros, creen que no han hecho nada importante ni va­
liente. Y yo te pido, Zeus, que me permitas hablar con
franqueza, ya que no podría hacerlo de otra manera, sino
que todos saben que yo soy muy independiente de lengua
y no podría pasar por alto nada que no esté bien. Y o lo
critico todo y digo públicamente lo que me parece, sin miedo
a nadie y sin ocultar mi opinión por vergüenza. Por ello
muchos me consideran molesto y de temperamento maledi-
cente y me llaman acusador público. Sin embargo, puesto
que la ley lo permite y así ha sido proclamado, aparte de
que tú también, Zeus, me das permiso para hablar con
libertad, hablaré sin reservas.
Afirm o, en efecto, que muchos, no contentos con par- 3
ticipar personalmente en nuestras asambleas y banquetes
en igualdad de derechos, a pesar de ser mortales a medias,
encima nos traen al cielo a sus propios criados y colegas
y los inscriben fraudulentamente, de modo que ahora par­
ticipan en igualdad de derechos de nuestros repartos de
carne y de los sacrificios, pero no nos pagan siquiera el
impuesto de residentes.
Z e u s . — No hables en términos enigmáticos, Momo,
sino con claridad y explícitamente, añadiendo incluso el
nombre, puesto que ya has lanzado tu discurso al medio
y muchos están comparando y acomodando tus observa­
ciones a unos y a otros. Tú que confiesas ser sincero no
debes tener miedo a decir nada.
M o m o . — Estupendo, Zeus, ya que me incitas a la 4
franqueza. De este modo te comportas regiamente y con
magnanimidad, de modo que voy a decir incluso nombres.
En efecto, este incomparable Dioniso, que es medio huma­
no y ni siquiera es griego por parte de madre, sino hijo
de la hija de un comerciante sirofenicio llamado Cadm c,
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tan pronto como se vio honrado con la inmortalidad, no


voy a hablar de su aspecto personal, ni de su mitra, ni
de su borrachera, ni de sus andares, pues estoy seguro de
que todos conocéis su naturaleza amanerada y afeminada,
medio loco, apestando a tinto desde la madrugada, pero
nos ha metido a todo el clan, comparece al frente de su
coro y ha convertido en dioses a Pan, a Sileno y a los
Sátiros, la mayoría de ellos campesinos y cabreros, saltari­
nes y con figuras extrañas. Uno tiene cuernos, con la mi­
tad inferior de aspecto de cabra, provisto de larga barba,
apenas distinto de un macho cabrío. Otro es calvo, viejo,
chato de nariz, montado generalmente en un asno, lidio
él, los Sátiros con las orejas puntiagudas, también ellos
calvos, cornudos, como suelen tener los cuernos los cabri­
tos recién nacidos, y algunos son frigios. Todos tienen ra­
bo. ¿Ya veis qué clase de dioses nos ha fabricado el muy
noble?
5 ¿Y luego nos extrañamos de que los hombres nos des­
precien, cuando ven dioses tan ridículos y portentosos? Por­
que omito decir que también trajo dos mujeres, una ena­
morada de él, Ariadna, cuya corona incluyó en el coro
de las estrellas, y la otra la hija del granjero Icario '. Y
lo más ridículo de todo, dioses, es que el perro de Erígone
también se lo trajo, para que la niña no sufriera si no
podía tener en el cielo aquel perrito suyo predilecto. ¿No
os parece esto una insolencia, un insulto de borracho y
una burla? Pero dejad que os hable también de otros.

1 Erígone; su perro, llam ado M aera, la guió hasta el lugar donde se


encontraba el cadáver de su padre sin sepultura. Erígone al verlo se ahor­
có de un árbol y luego se convirtió en la constelación VIRGO. Dioniso
transform ó al perro en la constelación de su nom bre.
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Z e u s . — No digas nada, Momo, ni de Asclepio ni de


Heracles, que ya estoy viendo adonde te dejas llevar en
tu discurso. Porque uno de ellos es médico y cura a la
gente de sus enfermedades y es «equivalente a muchos hom­
bres» 2, mientras Heracles, que es hijo mío, compró la in­
mortalidad pagándola con muchos trabajos, de modo que
no los denuncies.
M o m o . — M e callaré por ti, Zeus, aun pudiendo decir
muchas cosas. Aunque no sea otra cosa, todavía tienen
las señales del fuego 3. Si pudiera emplear también la fran­
queza hablando de ti, también podría decir mucho.
Z e u s . — Pues conmigo tienes la máxima licencia. ¿Es
que vas a acusarme de extranjería también a mí?
M o m o . — En Creta no sólo puede oírse esto de ti sino
que dicen también otra cosa y muestran tu sepultura. En
lo que a mí se refiere, ni me dejo convencer por ellos ni
de los aqueos de Egio, que afirman que eres un niño cam­
biado por otro 4. En cambio voy a decir lo que me parece
más digno de censura.
Porque fuiste tú, Zeus, quien originó tales infracciones
y fuiste la causa de que se bastardeara nuestro cuerpo polí­
tico cuando ligaste con las mortales y bajaste a visitarlas
cada vez en una forma distinta, hasta el punto de que nos­
otros temíamos que alguien te cogiera y te sacrificara cuan­
do eras un toro o que algún orífice te trabajara cuando
eras oro y te nos convirtieras de Zeus en collar, brazalete
o pendientes. Lo cierto es que nos has llenado el cielo de

2 II. XI 514, aludiendo a M acaón.


3 Heracles se autocrem ó y Asclepio tam bién se quem ó al nacer.
4 Según la m itología, Zeus no sólo había nacido en Creta sino que
los cretenses m ostraban tam bién una «tum ba de Zeus» con gran escánda­
lo de m itógrafos y poetas.
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estos semidioses. No podría hablar de otra manera. Y re­


sulta muy ridículo cuando alguien oye de repente que He­
racles ha sido declarado dios, y que Euristeo, que estuvo
dándole órdenes, ha muerto, y que cerca del templo de
Heracles, que era su criado, está la tumba de Euristeo su
amo. A su vez, en Tebas Dioniso es un dios, pero sus pri­
mos Penteo, Acteón y Learco son los más desgraciados
de todos los seres humanos 5.
Porque desde que tú, Zeus, por primera vez abriste
las puertas a éstos y te dedicaste a las mujeres mortales,
todos te han imitado, y no sólo los machos, sino, lo que
es más vergonzoso, también las diosas hembras. Porque
¿quién no conoce a Anquises, a Titono, a Endimión y a
Yasión y al resto de ellos? De modo que creo que voy
a pasar por alto estas incidencias, porque resultaría dema­
siado largo censurarlas.
Z e u s . — No hables de Ganimedes, M omo, porque me
enfadaré si molestas al muchacho metiéndote con su familia.
M o m o . — ¿Entonces tampoco voy a poder hablar del
águila, puesto que también ella está en el cielo, posada
sobre el cetro real y casi anidando sobre tu cabeza, pasan­
do por ser un dios? ¿Pasaré también de ella por gracia
de Ganimedes?
Pero en todo caso, ¿de dónde se han inmiscuido entre
nosotros Atis, Coribas, Sabacio 6 o el famoso Mitra, el
medo, el del caftán y la tiara, que ni siquiera habla griego

5 Prim os de Dioniso por ser los tres hijos de otras hijas de Cadmo:
Penteo de Agave, Acteón de A utonoe y Learco de Ino.
6 En el Icarom enipo 27 hay una lista parecida de dioses extraños de
situación dudosa, donde junto a P an, Atis y Sabacio encontram os a los
C oribantes. Cf. tam bién Sobre la danza 8. En cuanto a Sabacio, era
el centro de una difundida e im portante religión mistérica.
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y no se le entiende cuando ofrece un brindis? Por eso, los


escitas, al ver esta situación, y los getas entre ellos, nos
mandan a paseo y también ellos conceden la inmortalidad
y votan dioses a los que desean, de la misma manera que
Zamolxis, siendo esclavo fue inscrito en la lista fraudulen­
tamente, sin que pueda saberse cómo pasó desapercibido.
Aunque todo esto son cosas sin importancia, dioses.
Pero tú, cara de perro, egipcio vestido de lino, ¿quién eres,
buen hombre, o cómo pretendes ser un dios con tus ladri­
dos? 7 ¿O con qué pretensión es adorado este toro motea­
do de Menfis, da oráculos y tiene profetas? 8. Porque me
da vergüenza hablar de los ibis, los monos y otras criatu­
ras mucho más ridiculas que se nos han metido no sé có­
mo en el cielo procedentes de Egipto. ¿Cómo podéis aguan­
tar, dioses, el ver que se les rinde culto tanto o más que
a vosotros? O tú, Zeus, ¿cómo lo llevas cuando te ponen
cuernos de carnero? 9.
Z e u s . — Todo lo que estás diciendo de los egipcios
es verdaderamente vergonzoso. Sin embargo, Momo, la ma­
yor parte de esas cosas son simbólicas y no debe burlarse
demasiado de ellas uno que no está iniciado en los misterios.
M o m o . — ¡Pues sí que necesitamos nosotros muchos
misterios, Zeus, para saber que los dioses son dioses y las
cabezas de perro, cabezas de perro!
Z e u s . — Te digo que dejes de hablar de los egipcios.
En otra ocasión podremos hablar de ellos con más tiempo.
Dedícate a hablar de los otros.
M o m o . — Trofonio y (lo que más se me atraganta)
Anfíloco, que era hijo de un hombre maldito y parrici­

7 Anubis.
8 Apis.
9 Zeus Am ón.
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da l0, profetiza el muy pillo en Cilicia, mintiendo por lo


general y timando con su charlatanería a la gente por dos
óbolos. Precisamente por eso tú ya no tienes fama, Apolo,
sino que ya cada piedra y cada altar emite oráculos, con
tal de que se empape de aceite, tenga coronas y disponga
de un charlatán, de los que hay una gran abundancia. Ya
hasta la estatua de Polidamante el atleta cura las fiebres
en Olimpia, la estatua de Teágenes hace lo mismo en T a­
so 11 ; le ofrecen sacrificios a Héctor en Ilion y a Protesilao
en la orilla de enfrente, en el Quersoneso. Desde que so­
mos tantos, han crecido el perjurio y el sacrilegio y en ge­
neral nos desprecian, y hacen bien,
o Y a basta con lo dicho sobre los bastardos y registrados
fraudulentamente. Pero yo he oído también muchos nom­
bres extraños de seres que ni existen entre nosotros ni pue­
den mantenerse como realidades, Zeus, y yo me carcajeo
de ellos. Porque, ¿dónde está la célebre Virtud, la Natura­
leza, el Destino y el Azar, nombres sin consistencia y ca­
rentes de realidad, imaginados por hombres bobalicones,
los filósofos? Y , sin embargo, a pesar de ser nombres im­
provisados, de tal manera han persuadido a los ignorantes,
que nadie está ya dispuesto a ofrecernos sacrificios a nos­
otros, convencidos de que aunque ofrezcan mil hecatom­
bes la fortuna hará lo que ya está decidido por el destino y

10 Alcmeón, hijo de A nfiarao, m ató a su m adre, huyó de Argos y


no volvió.
11 Polidam ante era un gigantesco luchador de pancracio, que se decía
que había m atado leones con sus m a n o s y p a r a d o carros lanzados a toda
velocidad poniéndose delante. P a u s a n i a s (VI 5 , 1) m enciona su estatua,
e n Olimpia, hecha por Lisipo. Tam bién tenemos una cita de P a u s a n i a s
(VI 11, 6-9) sobre la estatua de Teágenes, que ganó 1.400 coronas en
el boxeo, adem ás de luchar en el pancracio y ser corredor, considerado
hijo de Heracles.
LA ASAMBLEA DE LOS DIOSES 207

lo que desde el principio ha sido hilado a cada uno por


las Parcas. Me gustaría preguntarte, Zeus, si tú viste en
alguna parte la virtud, la fortuna o el destino. Yo ya
sé que tú has oído hablar siempre de ellos en las discusio­
nes de los filósofos, a menos que estés tan sordo que no
seas capaz de oírlos vociferando.
Aunque tengo todavía muchas cosas que decir, voy a
poner fin a mi discurso, porque estoy viendo que a mu­
chos les molestan mis palabras y están silbando, sobre to­
do los afectados por mi libertad de expresión. Para termi- u
nar, pues, si me lo permites, voy a leer un proyecto de
decreto que ya tengo redactado.
Z e u s . — Léelo, pues en realidad no todas tus acusacio­
nes eran absurdas y hay que parar muchas de ellas para
que no crezcan demasiado.
M o m o . — «¡Que sea para bien! Decreto: En una asam­

blea regular celebrada el día siete del mes en curso, bajo


la presidencia de Zeus, dirigiendo la mesa Posidón, con
Apolo al frente y actuando de secretario Momo, hijo de
la noche, el Sueño presentó la siguiente propuesta 12:
»Puesto que muchos extraños, no sólo griegos sino tam­
bién bárbaros, que no son dignos en absoluto de participar
de nuestro sistema político, inscritos fraudulentamente no
sé cómo y pasando por dioses han llenado el cielo, hasta
el punto de que está repleto el banquete de una turba tu­
multuaria de gentes de múltiples lenguas que son pura mo­
rralla, considerando que escasean la ambrosía y el néctar,
hasta el punto de que una copita cuesta ya una mina por
la gran afluencia de bebedores; considerando que llegan

12 Tom a la fórm ula para los decretos del s. iv en Atenas: Zeus presi­
de (prytaneúo), Posidón dirige (proedreúo), A polo m odera (epistates),
para dar gusto a todos.
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en su patanería a expulsar a los dioses antiguos y verdade­


ros y reclaman la preferencia para sí mismos, en contra
de todas las tradiciones y pretenden ser honrados con prio­
ridad en la tierra. Por todo ello:
»Resuelvan el Consejo y el pueblo convocar una asam­
blea en el Olimpo para el solsticio de invierno y elegir siete
dioses numerarios como árbitros, tres del antiguo Consejo
del tiempo de Crono, cuatro elegidos de los doce, Zeus
entre ellos; que estos árbitros actúen como magistrados des­
pués de prestar el juramento tradicional invocando a la
Estigia, que Hermes convoque mediante proclama pública
a cuantos pretenden formar parte de nuestra asamblea y
que éstos se presenten con testigos bajo juramento y certi­
ficados de nacimiento. Que a continuación comparezcan
de uno en uno y los árbitros después de la oportuna inves­
tigación los declaren dioses o los envíen a las tumbas y
sepulturas de sus antepasados. Y si alguno de ellos resulta
convicto de haber sido reprobado una vez por los jueces
y haber regresado al cielo, éste sea lanzado al Tártaro.
»Resuelva también que cada uno realice sus propias la­
bores y ni Atenea se dedique a curar ni Asclepio emita
oráculos ni A polo lleve a cabo él solo tantas actividades,
sino que debe elegir una sola y ser adivino, cantante o
médico.
»Hay que advertir a los filósofos para que no modelen
palabras hueras ni parloteen de lo que no saben. Y cuantos
se consideraron dignos de templos o de sacrificios, hay que
derribar sus estatuas y poner en su lugar las de Zeus, He­
ra, A polo o alguno de los otros, mientras la ciudad debe
levantarles un túmulo sepulcral y poner sobre él una estela
en vez de un altar. Y si alguno desatiende el pregón y no
está dispuesto a presentarse ante los árbitros, se le debe
condenar en rebeldía.»
LA ASAMBLEA DE LOS DIOSES 209

Z e u s . — Este decreto vuestro es muy justo, Momo. El


que esté de acuerdo, que levante la mano; o más bien,
que se cumpla, porque sé que serán más los que voten en
contra. Y ahora podéis iros. Cuando Hermes haga la pro­
clamación, presentaos trayendo cada uno sus señas de iden­
tificación inequívocas y los certificados claros, con el nom­
bre del padre y de la madre, por qué y cómo se convirtió
en dios, y la tribu y sus cofrades, porque quienquiera que
sea el que no traiga los papeles, no les importará a los
árbitros en absoluto el que tenga un gran templo en la
tierra o si los hombres lo consideran un dios.

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