Invierno 1898
Eso era exactamente lo que Esther se preguntó tras toparse con una mujer impresionante
de ojos color chocolate y melena castaña a la entrada de la ópera. Llevaba un elegante
vestido rojo y en el pelo tenia una horquilla de diamantes con una mariposa de alas
desplegadas. La siguió con la mirada hasta uno de los palcos reservados a la clase alta y
la observó durante largo rato, examinando cuidadosamente todos sus gestos. Al poco ya
cantaban a pleno pulmón el tenor y la soprano, provocando una dulce catarsis entre los
que asistían ensimismados a la esplendorosa representación. El teatro estaba a rebosar.
Sin duda aquella era una bonita noche de caza.
Las demás personas allí presentes no eran más que ganado. Todas, menos la
desconocida dama del palco. Ataviada con el último vestido de moda traído de París y
con un moño cuidadosamente recogido y adornado con abalorios, Esther seguramente
pasaría inadvertida aunque no la llevase del brazo a ningún apuesto acompañante de
bigote impoluto. "El disfraz perfecto para el lugar perfecto", pensó.
Hacía tiempo (siglos, de hecho) que no se permitía el lujo de fijarse de aquel modo en
una simple mortal. Sus días de gloria como humana ya habían acabado enterrados por el
olvido de la eternidad, la eternidad sin fin que gozaban, por así decirlo, los malditos
como ella. En esta ocasión, decidió que aquella hermosa mujer iba a ser su siguiente
victima por un motivo fuera de lo común: simple atracción. Su cuerpo estaba muerto,
pero sus sentidos seguían vivos. Aunque aquel deseo que Esther creía que estaba
experimentando no era más que una ilusión provocada por ella misma, lo sentía como
real en su fría piel, en su parado corazón.
No dudó en colarse entre las sombras para acceder hasta el lugar donde estaba la
mujer que acababa de perturbar su rutina, aunque para ello tuviera que deshacerse de
cualquier persona que le prohibiera el paso. Una vez en el piso superior, entró
sigilosamente por entre las cortinas que cerraban el habitáculo y se coló tras las sillas
que la separaban momentáneamente de su presa. La mujer seguía absorta en la función.
Esther se sentó, ágilmente y sin ser oída, en la silla libre que estaba al lado.<o:p></o:p>
-Perdóneme, señorita... ¿Sería usted tan amable de decirme si hace mucho que ha
empezado?
-¿Su acompañante?
-Sí, un joven moreno con barba que hace rato salió para intentar aliviarse de un
repentino ataque de tos.
"Ah… Conque ése era tu prometido....", pensó Esther para sus adentros. “Lástima que
lo encuentren muerto en el hueco de la escalera cuando acabe este bodrio".
-Pues, francamente, me pareció ver a ese joven del que usted me habla saliendo del
teatro apresuradamente
-Y me temo que iba bien acompañado- Esther mintió y se rió para sus adentros.
-Lo sabía, sabía que las habladurías eran ciertas. ¡No me lo puedo creer!- exclamó la
muchacha cerrando los puños por la rabia.
-Tranquilícese y disfrute... Seguro que ese muchacho no valía tanto la pena- esto último
fue susurrado al oído de Macarena, haciendo que ésta perdiera el control de sus sentidos
por un momento.
Una mano fría la agarró de la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo. Maca miró
asustada a la mujer vampiro.
-Tranquila, soy inofensiva- la otra mujer se calmó -. Siento lo de mis manos, es que
siempre las tengo heladas. Nos pasa a muchas mujeres de nuestra familia, no se
inquiete. He llegado hace poco a la ciudad, no conozco a nadie. Esta noche he salido de
mi casa para tratar de integrarme… Además, paso demasiado tiempo encerrada y me
apetecía airearme. No busco problemas, en serio. Sólo soy una joven rica tratando de
hacer amigos de verdad en una ciudad desconocida.
-Entiendo- Macarena bajó la guardia, convencida-. Pues no sé que le habrá traído hasta
Madrid. Esta ciudad puede ser peligrosa para las damas que andan solas por sus calles...
Por fin la mujer vampiro obtuvo una preciosa sonrisa como respuesta. Macarena, que no
era dueña de su propio cuerpo, no sabía muy bien por qué se vio de pronto saliendo de
la ópera con una mujer extraña pero al mismo tiempo... interesante
La mujer vampiro abrazaba con fuerza la cintura de la atractiva joven. Aquel cálido
contacto de su mano contra la fina tela del vestido de la muchacha la llevó de vuelta al
pasado en solo un segundo, y recordó lo agradable que era tener un cuerpo al que
abrazar y proteger contra el suyo. Esther ya no podía más. Hacía ya bastante rato que no
prestaba atención a las historias que su presa le contaba animadamente gracias a su
grado de embriaguez, sino que estaba pendiente de su boca. Así que, acercó su cara a la
de su acompañante lentamente, mientras le acariciaba el pelo pensando: "Ojalá nos
hubiéramos conocido antes, en otra vida."
-Espera
-¿Tienes miedo?
Maca asintió mientras notaba como su corazón iba a salírsele del pecho.
-Esto no puede ser...no es normal. Además... ¡Yo no he estado nunca con otra mujer!
Eso no está bien...
-Ah, ése es el problema… Bueno, pues entonces te llevaré a casa. Le diré a mi cochero
que se prepare.
-No, un momento. Yo... No te vayas, por favor- Macarena de nuevo estaba realmente
confundida.
No sabía a ciencia cierta si era producto de alguna fuerza la que estaba ejerciendo sobre
ella un poder total en el control de sus deseos, o era su continua sensación de soledad la
que le estaba gritando por dentro que no dejara pasar aquella oportunidad.
El caso era que miles de impulsos martilleaban su voluntad. Casi no era capaz de
controlar sus pensamientos, ni tan siquiera, a su propio cuerpo. Éste reaccionaba de
forma autónoma e imprevisible.
Esther vio claro el momento de atacar y no dudó en crear una nube de sombras que las
envolvió a ambas en una profunda y espesa oscuridad. Sus cuerpos estaban abrazados
fuertemente y la pasión iba en aumento. Macarena acariciaba el rostro de la mujer
vampiro mientras su boca exploraba la de la otra mujer con una dulzura que ni ella
misma creía posible. Los labios de Esther se separaron por un instante de los de su presa
para viajar hasta su desprotegido cuello. Entre pequeños besos, colocó sus labios en un
punto estratégico sobradamente conocido y hundió sus colmillos en la mullida carne.
Un gemido de placer salió de la garganta de Macarena, y ésta se dejó llevar por aquella
nueva sensación tan deliciosa como el orgasmo.
-Nunca antes había experimentado una cosa así... No sabía que podría sentir esto con
una mujer.
-Créeme, yo hace mucho que pensaba haber olvidado lo que era estar con una.
Macarena volvió a unir sus labios con los de la mujer desconocida. Una vez más, el
cuerpo inerte de Esther le dio la bienvenida al de aquella misteriosa mujer que le estaba
arrebatando la razón minuto a minuto. Sus manos viajaron por la anatomía de la morena
para registrar sensaciones que hacía años no sentía.
Por una vez en mucho tiempo, no se maldijo por estar condenada a permanecer en la
tierra muerta en vida.
Finalmente se decidió por un vestido de terciopelo azul de manga drapeada. Los nervios
dulces por el reencuentro hicieron que instintivamente, se mirara en el espejo como
hacía en vida cuando se preparaba para una cita especial. Pero no encontró
nada."Imbécil. ¿Cómo se te ha podido olvidar que desde que eres así ya no te reflejas
en el cristal?" Lástima. No pudo hacer otra cosa que imaginarse como le quedaría aquel
precioso vestido de noche.
Las nueve y cuarto. Las uñas de Esther repiqueteaban ansiosas sobre el libro que estaba
ojeando para hacer tiempo. Macarena llegaba tarde. Una de dos, o se había echado atrás
por el miedo tras recordar lo sucedido en la noche anterior, o bien podía haberle
ocurrido algún contratiempo... Pero habría avisado de alguna manera...
Se levantó del sofá de un salto para buscar a uno de sus lacayos. Algo le decía que a la
dueña de su alma condenada le había ocurrido algo. No era normal que tardase tanto.
Recordó que según lo que ella le había dicho, no vivía demasiado lejos de allí... Pero lo
mejor en esta ocasión era la discreción. Optó por salir a buscarla ella misma.
Se colocó una capa con capucha y atravesó la verja de su mansión con paso decidido. A
los pocos metros, en mitad de una oscura calle, creyó oír lo que parecía un grito en la
lejanía. Experimentó una extraña sacudida que recorrió su apático cuerpo. Una
sensación de peligro puso sus sentidos alerta. En su cabeza, tan solo una palabra:
"¡Macarena!"
Esther corrió todo lo deprisa que le permitían sus veloces piernas. Dobló una
esquina, dos, tres... A la cuarta, algo que encontró nada más girar hizo que se
detuviera en seco. Al principio de un lúgubre callejón, se topó con lo que parecía
una sombra que se revolvía tratando de apoyarse con la espalda en el mugriento
muro de ladrillo viejo. Con cautela, se deslizó en la oscuridad hasta estar casi
frente a aquel cuerpo yaciente.
-Ay... Ayúdame- fue todo lo que la mujer vampiro pudo oír antes de que la figura
agonizante se desmayara.
Esther se lanzó a socorrer a aquella desesperada voz y, al atrapar su cara con las
manos para poder verla mejor a la tenue luz de una farola de gas, sus sospechas se
hicieron realidad al reconocer los ojos de Macarena, a pesar de tener toda la cara
desfigurada por los moratones y escandalosamente ensangrentada. Su vestido
estaba sucio y rasgado. Tenía el pelo suelto y enmarañado. Sin duda había
intentado librarse a golpes de su agresor.
-Sé que esto es nuevo para ti y lo siento. Pero era la única manera de hacerte
volver- Esther seguía acariciándola, protegiéndola con su cuerpo-. No suelo hacer
esto con todo el mundo, ¿sabes?
Por fin Macarena pudo articular su primera palabra tras el violento shock.
-¡Eh! Tranquilízate, ¿quieres? ¿A qué te refieres con que soy una de ellos?
De la oscuridad nació de nuevo una mano que tapó su carnosa boca. Aquellos ojos
se aproximaban a su cara sin que ella pudiera evitarlo. Una fuerza mayor
inexplicable mantenía sus músculos rígidos e impotentes ante cualquier orden
nerviosa. Después, la mano fue remplazada por unos labios que buscaron una
reacción positiva por parte de Maca, pero ésta lo único que hacia era intentar
escabullirse con todas sus fuerzas.
"Macarena, por dios, ¿que te está pasando? ¡Es sangre lo que esa mujer tiene en su
boca! No necesitas beber sangre... Pero no puedo evitarlo, me atrae, me atrae y
necesito probarla. Sólo un poco.... hasta quedar saciada."
Macarena reconoció aquella voz y no pudo hacer otra cosa que seguir mirando
fijamente a los ojos de quien le administraba aquel fascinante licor. Poco a poco y
de forma autómata, fue acariciando el rostro de Esther, sus mejillas, su sedoso
pelo, su cuello. Y cada vez su beso era más apasionado, más intenso.
-Es un secreto -sonrió-. Dime, ¿ya no estas asustada?- le preguntó a la otra mujer
mientras le acariciaba el pelo.
-Querrás decir qué te has hecho tú… Yo no he hecho nada, lo has hecho todo tú
solita- su mano seguía mimando el cuello de Macarena y ésta, como si de una gata
mimosa se tratara, se encogía delicadamente de gusto ante el suave contacto-. Pero
bueno, me alegra ver que por fin puedo hablar contigo sin sobresaltos.
Macarena se giró lentamente, notando el abrazo de la otra mujer en su cuerpo, cuando se dio
cuenta de que llevaba puesto un camisón de raso blanco precioso.
-¿Acaso no te gusta? Si quieres, puedo devolverte tu vestido raído. Aunque en estos momentos, mi
criado debe haberlo convertido ya en trapos para la limpieza.
-No me las des. Pero venga, acompáñame, porque tenemos que hablar.
-¿De que?
-Es normal, has dormido mucho. Demasiadas emociones en tan poco tiempo…
-Es una larga historia. Así que es mejor que nos pongamos cómodas. Presiento que va a ser una
noche muy larga.
Macarena volvió a coger la mano que la otra mujer le tendía. En su interior anidaban varias
sensaciones extrañas y miles de preguntas sin respuesta, pero, a pesar de todo, en aquel lugar y en
aquel mismo instante, su corazón le decía que no temiera a esa mujer. Algo muy profundo estaba
emergiendo de su confuso corazón.
Esther no dejaba de observar a la otra mujer atentamente; sabia que debía contarle toda la verdad
acerca de su... naturaleza, pero hacerlo era condenarla irremediablemente. Por una parte, eso era
lo que mas deseaba, pero no era una decisión fácil de tomar.
"Sí, llevármela conmigo, para siempre. Será mía el resto de la eternidad.... No, no es justo. La quieres,
no se lo merece. Tiene toda una vida por delante y para ti sólo es un capricho con final terrible.... Maté
a su novio y ahora no puedo echarme atrás... Pero la poca humanidad que me queda en este cuerpo
desaparecería de un plumazo. Ella no es como las demás, y lo sabes. No puedo hacer nada si me mira
de esa forma.... No debo hacerlo. Pero… ¿qué demonios? ¡No soy humana...! Soy una bestia y no debo
tener ni sentimientos ni culpabilidad.”
Esther llevó finalmente a Maca a su inmenso jardín, no sin antes ofrecerle un batín rojo para
guarecerse del frío invernal de un domingo gélido a las dos de la mañana. Llegaron a una zona
llena de rosales que tenía un merendero de hierro forjado muy bonito, decorado con motivos
florales y pintados en blanco. Esther la invitó a sentarse mientras ella se quedaba de pie para
comenzar una conversación en la que poco participaría la mujer que tenia en frente.
Al momento, uno de los sirvientes se aproximó hasta donde estaban. Tenía el pelo cano, pero su
caminar era el de un hombre seguro y con experiencia. Su mirada era serena y la sonrisa tierna. A
Macarena le impresionó ver la frescura en su rostro a pesar de estar levantado para tener que
servirlas a las tantas de la noche.
-Un poco de leche caliente, por favor, si no es mucha molestia-contestó con una amplia sonrisa.
-En absoluto, señorita, cumplo con mi deber. En seguida les traigo todo.
Macarena miró cómo se marchaba Juan, que en ningún momento se mostró cansado ante ellas.
Aquel hombre podía ser su abuelo, pero parecía tener veinte años menos por la vitalidad que se
adivinaba en su rostro.
-Hace solo unas horas que comenzó su turno de trabajo. Está acostumbrado. Trabaja de noche,
descansa de día.
-Verás, querida, cada pregunta tiene su explicación, pero contártelo todo de golpe no haría sino
asustarte. Y no me gustaría tener que perseguirte por entre los setos para acabar matándote con
mis propias manos.
La otra muchacha se quedó lívida. Su boca no podía pronunciar palabra. Y fue entonces cuando en
su cabeza empezaron a agolparse las imágenes. Antes de que pudiera hacer nada, como si de una
telépata se tratara, Esther ya estaba detrás de ella susurrándole al oído.
-Mira… Si has llegado hasta aquí, será por algo, ¿no? Estas aquí sentada frente a una extraña que
te ha dejado beber su sangre, te ha salvado la vida y ahora va a sincerarse contigo para tratar de
saber quién demonios intentó matarte. ¿De verdad ahora vas a abandonar dejándote vencer por el
pánico? Sé valiente y quédate hasta el final de la fiesta. Prometo no defraudarte.
Maca aguantó la respiración unos instantes para asimilar todo lo que se le estaba pasando por la
cabeza. Le temblaban las manos pero no quería aparentar miedo. Tenía que salir de allí como
fuera, pero por otro lado, debía llegar hasta el final.
Ella jamás se había dado por vencida, siempre terminaba por superar los obstáculos. Era una
cabezota que luchaba por conseguir sus propósitos… No, no era una cobarde; no estaba hecha de
esa madera. La adversidad la hacía más fuerte, como su control sobre sus sentimientos, y no podía
aparentar debilidad. No delante de aquella mujer que le infundía terror, pero, al mismo tiempo,
una peligrosa curiosidad.
Instintivamente, Macarena se puso de pie. En un primer momento, Esther creyó que iba a salir
corriendo. Pero no. Para su satisfacción, vio como aquella mujer se giraba para encararla,
desafiante y dispuesta a todo.
En ese mismo instante, interrumpiendo aquel indefinible momento para ambas, regresó el
mayordomo con las bebidas.
-Señorita Esther...
-¿Sí?
-Se me olvidó comunicárselo antes, pero... han traído hoy una carta para usted.
Esther se separó a desgana de su invitada para coger el sobre cerrado y ojearlo unos segundos.
Maca pudo ver que en el reverso había un sello lacrado con un emblema un tanto extraño: una
corona. ¿Tendría Esther algo que ver con la alta aristocracia?
La mujer vampiro mostró preocupación tras leer minuciosamente el mensaje dirigido a ella.
Después, volvió a meter la nota en el sobre y se la devolvió al criado.
Mientras el sirviente se alejaba, Esther poso su mirada en la lejanía. Macarena no pudo reprimir su
curiosidad, de modo que se acercó, tras reunir fuerzas, y se lanzó a averiguar más sobre aquella
oscura muchacha.
-¿Malas noticias?
Los ojos de Maca se abrieron de par en par cuando vieron que Esther la volvía a sentar en la silla
del merendero con cara de muy pocos amigos. Se le había quedado la boca seca, de modo que cogió
el vaso de leche caliente que había traído Juan y le dio unos pequeños sorbos sin dejar de mirar a la
otra mujer.
Ahora sí que tuvo que beberse todo el vaso de leche para no caer desmayada por la
impresión. Comenzó a temblarle todo el cuerpo. Su respiración se agitó hasta casi
el colapso. Viendo esto, Esther se aproximó hasta ella y le cogió la mano.
Macarena notó que la suya estaba casi tan fría como la de la mujer vampiro.
-Vale, vale... Tranquilízate- obligó a que la mirara directamente a los ojos-.
Escucha.... Sé que no estoy en posición de pedirte nada en estos momentos, ni
pienso que vayas a creerme en lo más mínimo, pero... no voy a hacerte
daño. Jamás lo haría, ¿me oyes? Por favor, no me tengas miedo.
Macarena, a pesar del shock nervioso por el que estaba pasando, vio sinceridad en
aquellos ojos que decían más que las palabras. Ahora todo empezaba a cuadrar,
los recuerdos comenzaban a llegar hasta su turbada cabeza y se estremecía con tan
solo pensar en el peligro que estaba corriendo por el hecho de seguir
permaneciendo al lado de aquel monstruo.
-Mira... Sé que va a ser duro, pero voy a contártelo todo desde el principio, así que
escucha atentamente y después podrás preguntarme todo lo que quieras, ¿de
acuerdo?
-Exacto.
-Tu prometido esa noche se convirtió en algo muy parecido a mí, pero mientras él
se está pudriendo ahora en el hueco de una abandonada escalera de la opera, yo
estoy aquí sentada en el jardín, frente a una mujer maravillosa, y puedo disfrutar
de una bebida mientras la contemplo-diciendo esto, se llevó a los labios la copa que
Juan le había traído y se la bebió en varios tragos largos-. Como habrás
comprobado, yo salgo ganando.
Macarena se abalanzó hacia Esther, pero ésta fue más rápida y tuvo que agarrarla
rápidamente de las manos para detenerla. Macarena no podía luchar contra la
potente e inexplicable fuerza de la otra mujer.
-Siéntate, por favor, mantén la calma porque esto no es nada comparado con lo
que te queda aún por escuchar....
Esther sonrió para mostrar las dos afiladas piezas de su dentadura. Macarena
perdió el poco color que le quedaba, porque ya estaba completamente pálida.
-Dios mío, casi no puedo creerlo... Eres un vampiro… ¡Eres un vampiro como el
que casi me mata!
Macarena se levantó de un salto y corrió hacia una zona demasiado oscura del
inmenso jardín. No sabía dónde estaba. Se encontraba perdida. Mientras más
avanzaba, más se adentraba en la callada oscuridad. A los pocos segundos, la voz
cercana de Esther hizo que el corazón casi se le parara del susto.
-Acabas de meterte en mi laberinto. Está oscuro, los setos son demasiado altos…
Sin mi ayuda, no podrás salir de aquí.
La asustada muchacha miraba de un lado para otro, pero solo divisaba más y más
oscuridad. Intentaba cruzar a tientas los largos pasillos de aquel laberinto
tenebroso que más bien parecía un agujero negro, pues se tragaba todo sonido
proveniente del exterior y toda la tenue luz que irradiaban la luna y las estrellas.
No había nada a lo que aferrarse, sus manos no alcanzaban a tocar nada, sin duda
se trataba de un mágico túnel negro que parecía hacerse más largo a cada paso que
daba.
-Es inútil- decía Esther divertida mientas veía como se perdía entre la penumbra-.
Si quieres salir, pídemelo.
-Por mí, puedes esperar sentada. Saldré de aquí y no volverás a verme jamás.
Silencio. Al cabo de unos dos minutos, Macarena llegó a una zona en la que parecía
deslumbrarse un bulto que se movía.
-¿Hola? Perdone, ¿sería tan amable de decirme como salir de aquí?
"Dios mío... Estoy aterrada, completamente paralizada y ese perro huele mi miedo...
Esto es el fin. Pero puedo aceptar la propuesta de Esther... No, no voy a darle gusto a
esa... lo que sea. Si tengo que morir, lo haré peleando con ese maldito perro. No voy a
ponerle las cosas fáciles. No soy ninguna niña llorona. Sea como sea, lo conseguiré."
Esther observaba todo desde el primer piso de su mansión con unos prismáticos de
ópera. En cierto modo, disfrutaba observando la lucha entre la mujer y el animal,
deseando que ésta fuera la vencedora final, pero conocía muy bien a ese bicho.
Había sido entrenado para matar por si alguien intentaba entrar en la casa. Y si no
actuaba pronto, en unos minutos, su amada se convertiría en pasto para los
gusanos.
Maca trataba de estrangular al perro con la mano que le quedaba libre. Pero era
inútil: mientras ejercía más presión en la garganta del animal, más sentía la
mordedura en su brazo. El olor a su propia sangre hizo que se percatarse de la
gravedad del asunto. Se estaba desangrando lentamente mientras luchaba en vano
con un perro enloquecido y dispuesto a no dejarla escapar. Analizó su situación.
Demasiado grave como para andarse con orgullos entupidos. Ahora tenia que
morderse la lengua y recapacitar: necesitaba la ayuda de Esther, por mucho que se
odiara el resto de su vida por afirmar aquello.
-Es... Esther....
Aquel susurro fue suficiente para que la mujer vampiro saltara decididamente, y
tan veloz como un rayo, desde el balcón hacia el laberinto de setos. Llegó hasta
donde estaba Maca. Ella permanecía tirada en el suelo semiinconsciente, pero con
los ojos aún abiertos, tratando de atravesar con la mirada al cánido asesino que
esperaba rugiendo hasta que se desangrase.
Y Bribón desapareció de nuevo y aquel lugar recobró la misma quietud que tienen
los cementerios a media noche.
Esther cogió en brazos a una Maca moribunda que respiraba de forma desigual.
Su mirada ahora estaba desenfocada como la de los que van a morir y buscan un
punto en el que decir su último adiós. La mujer vampiro caminaba lentamente
cargando con una mujer que en breve exhalaría su último aliento mientras dejaba
atrás el laberinto, y después el jardín, hasta llegar al salón de su lujosa casa.
Al verla entrar, su criado Juan encendió la chimenea de la gran sala y trajo una
manta para tapar a la hermosa mujer que Esther había colocado cuidadosamente
en un sofá tapizado de rojo. Luego se retiró sin decir palabra.
-¿Te quedarás conmigo y dejarás de intentar escapar si te ayudo a seguir con vida?
-Te lo... Te lo prometo. Pero, por favor, haz algo… Me muero. Esther... ¡Ayúdame!
Dios mío… No puedo resp...
- Muy bien. Tengo tu consentimiento para hacer esto. Ya no hay vuelta atrás.
Esther se arrodilló frente al sofá y se inclinó hacia el desfallecido cuerpo de su amada. Acercó sus
labios a los de la otra chica no sin antes morderse literalmente la lengua para que su sangre
comenzara a brotar despacio hacia la boca de la moribunda. Besó profundamente a Macarena con
la esperanza de que ésta comenzara a recibir la vida a través de su líquido vital de color rojo.
Pasaron unos segundos en blanco hasta que la mujer vampiro notara alguna reacción.
Suavemente, Esther empezó a mimar con sus labios los de la otra joven y ese acto la hizo
rememorar la lejana sensación de cuando dio su primer beso de amor en plena adolescencia.
Macarena, por su parte, bebía sensualmente sangre de la boca aquella mujer reservada de la que
ahora dependía todo su ser. Ahora estaba atada a Esther más que nunca. Sentía que acababa de
convertirse en una parte de ella. Su sangre estaba diluyéndose con la de su salvadora.
Gracias a ese beso, un beso que las dos habían dado con todo el alma, Macarena volvió a nacer una
vez más. Cuando Esther vio que su nueva adquisición volvía a la vida por arte de magia, cerró la
hemorragia de su lengua pero continuó besando apasionadamente a la mujer que ya no
rechazaba su abrazo ni sus tiernas caricias.
-Mi reina... Tú yo estamos unidas por un vinculo. Verás... Si haces memoria, has bebido de mi
sangre varias veces y, en cada ocasión, he ido adquiriendo mayor dominio emocional y mental
sobre ti… Pero a la vez, te he ido regalando poderes que en adelante te serán de gran utilidad.
-¿Poderes?
-¿Acaso crees que los moratones y las heridas recibidas ayer han desaparecido gracias al
maquillaje? No, se han curado con el poder de mi sangre, como se están curando ahora lentamente
las heridas de hoy.
Macarena fue examinando lentamente sus brazos, sus manos, su cara… y notaba cómo se cerraban
poco a poco los rasguños diseminados por su cuerpo. El escozor de las heridas disminuía… Sentía
que iba recobrando las fuerzas. Tas unos momentos de silencio, Maca levantó la mirada hasta
encontrase con la de Esther, que pedía a suplicas un poco de misericordia y comprensión.
-Lo único que pretendía con esto, amor mío, era conseguir que tú me amaras con la misma
intensidad con la que yo lo hago, para que fuera un amor mutuo… Ya que es lo más parecido a lo
que en vida era el amor verdadero.
Aquella pregunta le hizo más daño que cualquiera de las puñaladas fallidas recibidas en el corazón
por parte de los caza vampiros.
- Bueno, hay una opción- Esther miró hacia el suelo para decir algo que lamentaba profundamente-
. La manera más infalible de romper este vínculo para siempre es... matándome.
Se hizo el silencio. No había nada más que decir. Ya estaba todo dicho, todo gritado.
-Por favor, ¿puedes dejarme un momento a solas? Necesito asimilar todo esto… Necesito pensar.
- Eso no es asunto tuyo. Además, hoy no tengo por qué hacerlo. Tengo en las bodegas reservas
suficientes para una semana listas para servir. Volveré en un rato.
Macarena no podía moverse de ese sofá. Le dolían los ojos de llorar, tenía la cara encendida y le
temblaban los labios. Como si de una niña pequeña se tratase, se tapaba la cara con las manos
presa de mil sentimientos contradictorios y en su mayoría negativos y destructivos.
Miró hacia ambos lados para comprobar que nadie la observaba. Estaba sola. Era su única
oportunidad. Abandonó el salón, subió las escaleras de la mansión y volvió al dormitorio donde
horas antes se había despertado. Halló una lámpara para examinar la estancia. De los dos cajones
de la mesa, abrió el de la izquierda y sacó un abrecartas. Vio que en el filo había algo grabado:
" Para mi chiquilla. Úsalo para tu libertad. Isabel."
- Isabel... ¿Quien es esa Isabel? ¿Por qué he sentido celos de una mujer que no conozco?
Entornando los ojos y tras un profundo suspiro, Maca acercó el abrecartas a su pecho. Un
empujoncito sólo y la hoja de aquel puñal lo acabaría todo.
Intentó que su pulso no le temblara cuando sus manos se agarraron más al frío acero de aquella
arma. Ahora todo era negro y lo sería para siempre. Por fin conseguiría la paz.
La hoja del abrecartas ya estaba hundiéndose en el camisón cuando un golpe seco hizo que volara
por los aires hasta caer en el otro lado de la habitación. Macarena abrió los ojos y se encontró de
pronto con la cara asustada del mayordomo.
-Ya lo sé, Juan. Ni matarse tranquila va a poder hacer una en esta maldita casa…
-No es asunto suyo-Macarena trató de salir de la habitación pero Juan le cortó el paso.
-Lo siento mucho, pero me temo que voy a tener que llamar a la señ…
No lo dejó terminar. Maca le arreó un sonoro puñetazo al mayordomo y le hizo caer como el plomo
contra el suelo.
Decidió recuperar el arma con la que pensaba asestarse una cuchillada certera pero, cuando se
agachaba para recogerla, sintió una presencia cercana.
-¿Buscabas esto?-Esther apareció delante de ella, agachada a su misma altura y con el abrecartas
en la palma de la mano.
-Parece que hubieras visto al mismo demonio-dijo Ester mientras se reía a carcajadas-. Bueno,
bueno, bueno… Qué raro… Es la primera vez que veo a Juan echarse una siesta en pleno suelo.
-Hace su trabajo. Pobrecito… Voy a tener que darle unas buenas vacaciones y un aumento de
sueldo. Recibir golpes de jovencitas malhumoradas no estaba entre las cláusulas de su contrato.
La mujer vampiro le tendió la mano a Macarena para que se levantara. El fuerte impulso hizo que,
nada más erguirse, se aferrara con fuerza a la cintura de Esther. En un segundo sus rostros
estuvieron muy cerca. Sus ojos se miraban directamente. La respiración agitada de Macarena
contrastaba con la serenidad de la otra muchacha. Sus cuerpos rabiaban por fundirse en uno sólo.
Como Maca vio que este hecho excitaba sobremanera a Esther, comenzó a jugar sensualmente con
ella: primero empezó dibujando en su rostro una pícara sonrisa, luego aproximó sus labios a los de
la otra chica y empezó a deslizarlos suavemente por la fría piel de la vampiresa. Recorrió sus
mejillas, su barbilla, su cuello, menos… los labios. Aún no. Tenía que engatusar a Esther y llevarla
hasta la desesperación. Una vez ganada su confianza, la besaría apasionadamente en los labios y
aprovecharía el momento para arrebatarle el arma.
-Es inútil. Puedo leer tu pensamiento. ¿Recuerdas? Tenemos un vínculo, querida. Pero no te
enfades, que te pones muy fea.
-Está bien, pero tú no hagas más el tonto. De nada sirven tus intentos de suicidio ni tus ensayos
frustrados para acabar conmigo. Éste es tu destino.
-Te equivocas. Tarde o temprano tú y yo íbamos a acabar encontrándonos. Al fin y al cabo, más
bien te he hecho un favor trayéndote aquí conmigo.
Esther se separó para dejar el abrecartas sobre su escritorio y regresó junto a su amada para
acariciarle el rostro.
-Dime que has dicho eso con algún doble sentido-Esther sonreía pícara.
-Verás… En este papel está escrita la prueba que pone de manifiesto que
intentaban acabar contigo.
-Está bien. Dice: “Querida hermana de las sombras. Acabas de ganarte un buen
quebradero de cabeza. Tus caprichos van a pasarte factura muy pronto, por que has
elegido mal a tu presa. Esa tal macarena era un regalo para Fernando, nuestro
enemigo. Según me han informado nuestros amigos de la alta sociedad, Fernando
tenía planeado encontrarse al final de la función de ópera con su esclavo, que se
hacia pasar por el prometido de la chica para que se la entregase. Te vieron llevártela
del brazo y además encontraron el cadáver del esclavo de Fernando. Ahora van a por
ti. Tú y esa jovencita estáis amenazadas de muerte. Quién sabe lo que es capaz se
hacer Fernando ahora que tú te has convertido en su esclava. Te sugiero que te
reunías con nosotros en la mansión Wilson, donde se va a realizar una fiesta de
disfraces dentro de dos noches. Allí estará toda tu cuadrilla para ayudarte. Un saludo,
Vykos.”
Macarena se quedó mirando desconcertada la carta que Esther sostenía entre sus
manos, sin comprender nada.
-¿Contenta?
-Te prometo que si sigues a mi lado, no dejaré que te pase nada malo. Nadie te
pondrá una mano encima. Acabaré con Fernando y con todo aquél que quiera
hacerte daño.
-No. Aún me queda algo de humanidad en este viejo cuerpo. No voy a hacer eso
porque te condenaría para siempre. Eso sólo se le desea a un enemigo. La vida es
un bien precioso y tú eres joven. Jamás te haría lo que hicieron conmigo.-al decir
esto,, aparecieron, para sorpresa de Macarena, pequeñas lágrimas en sus ojos-. Y
yo quiero que vivas, que conozcas el mundo y apures toda tu juventud a mi lado.
Convertirte en vampiro sería perderte para siempre. Perder a ti Macarena que
ahora tengo ante mí, con su inocencia y frescura. Al transformarte pierdes todo eso
y te conviertes en lo que soy yo: una bestia oscura sin más afán que el de buscar
una próxima víctima con la que alimentarte.
“No tengo nada más que perder. Ya no hay nada que me ate a mi anterior vida,
porque no era más que una farsa. Mi amor por aquel pobre chico no era verdad. Y
ahora ella… Me atrae a su mundo desconocido, promete cuidarme siempre, ser su…
reina. Eso es más de lo que nadie antes haya hecho por mí. Hay algo dentro de mi
corazón que me dice que… verdaderamente estoy enamorándome de ella.”
Sin dejar de mirarla, Macarena acercó sus labios a los de Esther para firmar de
una vez un tratado de paz, de rendición incondicional. La vampiresa continuaba
llorando, esta vez de emoción. Y aunque sus lágrimas no eran más que un
acto inducido por ella misma a través de sus poderes mágicos, ya que seguía
siendo un cadáver animado, le gustaba dejarlas caer por su mejilla para
rememorar la misma sensación que experimentaba su cuerpo cuando en vida las
lágrimas brotaban por culpa de unos sentimientos que no podía manejar a su
antojo.
Ambas disfrutaban del cálido contacto que los labios de la otra le ofrecían.
Comenzaron espontáneamente las caricias, los abrazos, las cómplices sonrisas.
Macarena ya no estaba asustada. Estaba segura de querer afrontar lo que le
quedara de vida al lado de Esther.
La mujer vampiro, gracias a los poderes que le aportaba la sangre, hizo que su piel
se calentara gradualmente y su respiración se agitara ficticiamente, para empezar
a crear el ambiente propicio para que su amada se sintiera cómoda.
-Te quiero.
-Un momento…
-¿Qué ocurre?
Por su parte, Esther se aseguraba de que todo fuese bien, de que su reina no se
sintiera incómoda, de que todo marchara como la seda. Y disfrutaba. Vaya que
sí. A su cabeza acudían imágenes lejanas, de aquel tiempo, en el que su corazón
latía de verdad y no por su propia voluntad para aparentar humanidad. Se acordó
inevitablemente de aquella mujer que lo fue todo, su mundo y su universo. Incluso
su caos y su apocalipsis. Aquella princesa de cabellos color carbón que la llevó
hasta su propia destrucción para más tarde abandonarla a su suerte en un mundo
de tinieblas. Pero no era el momento de acordarse de lo malo. No por ahora. Era el
momento de disfrutar otra vez del calor de una compañía tan dulce como aquella,
de un milagro hecho mujer y un regalo convertido en caricia. Y llevaba tanto
tiempo esperándolo que ya parecía imposible que su suerte cambiara de una vez
por todas. Demasiado tiempo sin volver a sentir un cuerpo de mujer tan cerca del
suyo… Agradeció para sus adentros aquella oportunidad del destino y se juró a sí
misma no dejarla escapar.
-¿Sabes? Es curioso… Nunca pensé que mi primera vez fuese con una mujer-dijo
Maca en un susurro.
-Eso lo hace aún más especial. Aunque no lo creas, estoy tan nerviosa como tú.
-¿Por qué?
-Porque es la primera vez que realmente hago el amor con alguien y ese alguien me
corresponde de verdad. Y me encanta saber que ese alguien tan especial eres tú-
Esther pareció sonrojarse mientras hablaba.-. Ésta es también mi primera vez…
A Macarena le despertó el olor a café recién hecho. Juan estaba en la puerta de la habitación,
sujetando una bandeja de plata con un desayuno suculento. Sólo alumbraba la habitación una
pequeña lámpara que el mayordomo había encendido antes de que la joven escapara de los brazos
de Morfeo.
-Ni se le ocurra, señorita-el mayordomo hizo un gesto con la cabeza para que Macarena se diera
cuenta de que Esther aún dormía a su lado.
-Será lo mejor.
Ambos se dirigieron al pasillo para abandonar la estancia. Pero antes de cruzar el umbral,
Macarena se volvió y se quedó mirando unos instantes aquel bello y sereno cuerpo que permanecía
inerte y frío sobre la cama. Parecía imposible que esa mujer fuera la misma a la que tanto había
amado durante la madrugada. Se dio cuenta de que el criado ya había bajado las escaleras cuando
volvió a la realidad, de modo que salió y cerró la puerta tras de sí.
Desayunó copiosamente y decidió salir un rato a que le diera el aire. Necesitaba meditar. Y a en el
exterior, divisó el laberinto que, a la luz del día, no parecía tan tenebroso. Paseó junto a los rosales
y olió su perfume. Acarició la corteza de los árboles, como para cerciorarse de que, después de todo
lo que había sucedido en un tiempo récord, seguía viva para contarlo. Se sentó en el césped. Los
pájaros cantaban ajenos a todo dolor y preocupación. La hierba estaba más verde que nunca. Y el
sol brillaba con toda su fuerza.
Suspiró. La echaba de menos. Era una vampiresa, sí, pero la quería… Después de todo, nadie es
perfecto…
Desde lo lejos se iba acercando lentamente un perro. Cuando estuvo a sólo unos metros, el animal
se sentó sobre sus dos patas traseras. Maca lo reconoció al momento. Era el mismo que le había
atacado en la penumbra de la noche. Era un cánido imponente, temible, y a la vez, bello. La
muchacha comenzó a ponerse nerviosa, a asustarse. Al verla temblando, el perro giró la cabeza en
señal de no comprender su reacción y meneó el rabo. Ahora el animal parecía sociable y manso.
Macarena no sabía qué pensar, cómo actuar. Era como si el día apaciguara y embelleciera de una
forma mágica todo lo que le rodeaba y la noche lo tornara peligroso y sombrío.
De pronto, aquel animal se acercó unos pocos pasos más y se detuvo, mirando a la chica con ojos
bondadosos. Avanzó hasta Macarena y, para su sorpresa, se recostó a sus pies y suspiró tranquilo.
La muchacha fue acercando lenta y cautelosamente la mano hasta la suave cabeza del animal.
Cuando sólo faltaban unos centímetros para que pudiera acariciarla, el perro se revolvió sobre sí
mismo y se colocó patas arriba, exponiendo el pecho y las patas.
Ella le acariciaba con una sonrisa en los labios. El perro estaba en la gloria, disfrutando del cariño
de una agradable joven que estaba siendo muy tierna con él.
Apareció de pronto el mayordomo y se acercó hasta donde estaba la chica con el animal. Se alegró
al ver aquella entrañable estampa.
-Vaya… Veo que Bribón acaba de darle su aprobación como nueva ama.
-Sí, creo que empezamos a llevarnos bien. Dígame, Juan…
-Verá… Le traigo esta nota. La señorita Esther me la dio anoche para usted… Y como ya es de día,
tengo orden de entregársela.
-Gracias.
Macarena cogió el mensaje y el criado se retiró silenciosamente. Bribón la miraba atento mientras
ella leía el perfumado papel.
“Querida Macarena. Disfruta de la que puede ser una de tus últimas mañanas. Ahora que has
decidido unir tu vida con la mía, tendrás que acostumbrarte a mi noctámbulo horario. Es necesario
que me acompañes en las horas de vigilia y sueño, para poder así despertar juntas y apurar las noches
hasta el alba. No quiero separarme de ti ni en sueños, mi amor. Juan te irá dando los fármacos
necesarios para que te vayas familiarizando con el hecho de que tendrás que descansar durante el día.
Recuerda que dentro de dos noches tendrá lugar tu presentación en sociedad y, a la vez, será tu
primera intervención pública como mi acompañante… Mi amor, no te preocupes por nada, porque te
aseguro que disfrutarás de lo lindo. Te acostumbrarás en seguida a esto. Voy a darte todas las
facilidades del mundo. Todo va a salir bien. Estás siempre en mis pensamientos. Te amo. Esther.”
Macarena, tras leerlo, quedó perpleja. ¿Vivir la noche? Un nuevo reto en su vida. La noche,
sinónimo de tantas cosas adversas, llena de crápulas, bebedores sin alma, asesinos ocultos en la
inmensidad de la nada más negruzca, negocios sucios, sonámbulos sin escrúpulos, vagabundo sin
techo y estrellados, noctámbulos sin pecado, ladrones de guante blanco, pilluelos de poca monta,
curas inmaculados y prostitutas de alta alcurnia… Ella no estaba acostumbrada, como buena dama
respetable que era, a andar por ahí a las tantas de la madrugada fuera de casa frecuentando
lugares poco recomendables… Pero, por otra parte, tenía curiosidad. Quería explorar el nuevo
mundo que se abría paso en su vida, una nueva etapa desconocida que quizás le hiciese renacer y
experimentar nuevas sensaciones.
Estaba absorta en sus pensamientos cuando reapareció Juan portando una bandeja. En ella había
un jarro de agua y una pequeña cajita con lo que parecía un preparado farmacéutico.
-Señorita, le traigo…
-Sí, ya sé.
-Muy pocas. Pero no se alarme. A mi edad, cada vez el cuerpo descansa menos.
-Bien, Juan. Tomaré el somnífero en la biblioteca. –me apetece leer y aprovechar la mañana.
La biblioteca de la mansión era inmensa. Miles de estantes repletos de todas las épocas y materias.
Macarena se acercó hasta donde estaban los libros de la época romántica alemana y escogió de
entre todas las novelas una de Goethe: Las penas del joven Werther. Se sentó en un butacón frente a
un enorme ventanal y comenzó su lectura. La nota que el criado le había dado momentos antes le
sirvió para marcar las páginas que iba leyendo.
PRIMERA PARTE
4 de mayo de 1771
¡Cuánto me alegro de haberme ido! Mi querido amigo, ¡cómo es el corazón del hombre! Abandonarte
a ti, a quien tanto quiero, de quien era inseparable… y estar contento. Lo sé: me perdonas. ¿A caso el
resto de mis relaciones, tan bien escogidas por el destino, eran como para atemorizar a un corazón
como el mío? La pobre Leonor… Y sin embargo, yo no tuve la culpa. Aquel matrimonio que íbamos a
formar era obligado, obligado por las circunstancias económicas en las que ella se encontraba… ¿Qué
podía yo hacer, si, mientras los caprichosos encantos de su hermana me proporcionaban un agradable
entretenimiento, una pasión se formaba en aquella pobre alma?
Macarena levantó la vista del libro y cogió el vaso que Juan le ofrecía. El contenido estaba turbio..
Cuando sus labios se posaron en el cristal para beber el líquido, su sexto sentido le hizo pensar que
estaban a punto de envenenarla.
-Lo siento, si quiere, puedo traerle algo de fruta para mitigar el sabor.
Y dicho esto, se bebió de un trago el preparado. Frunció el ceño, su cara dibujó un mohín de asco.
El criado seguía sonriendo, divertido.
-No me refiero a la medicina, señorita. Lo digo por usted. Después de todo, sigue al lado de mi
señora, la cual está radiante de felicidad por haberla encontrado. Por fin alguien la acompañará en
estas noches inciertas y la ayudará a no dejarse vencer por su infierno personal.
-La señorita Esther lleva demasiado tiempo sola… Autocastigándose día tras días por seguir siendo
lo que es. No acepta que jamás podrá volver a ser humana. Y además, está su pasado… Aquel amor
que acabó en tragedia… Tantas y tantas cosas que hoy la tienen sumida en la más triste de las
penumbras.
-Y usted, Juan, ¿por qué la sirve tan fielmente sabiendo que es… una vampiresa?
-Porque la compadezco, al igual que ella se compadeció por mí hace muchos años… Es mi forma de
ayudarla, de apoyarla. A nadie le gusta estar solos. Soy su compañía y ella es mi única familia
-La verdad, casi parece que no estemos hablado de un ser como ella.
-Yo, casi siempre, lo olvido. Porque, exceptuando sus hábitos alimenticios y sus horarios de trabajo,
en lo restante es como cualquiera de nosotros. Aunque eso sí: yo envejezco y ella no.
-Pues verá… Yo era un hombre que acababa de perder su trabajo en uno de los bancos más
importantes de la ciudad… Fue el precio a pagar después de una juventud llena de arrogancia,
despilfarro y malas compañías… Y de repente un día me vi en la calle. Mi esposa me abandonó.
Supongo que se fue con el hombre con el que me había sido infiel desde el día de nuestra boda. A
ella sólo le importaba mi dinero. Mi familia, que es extranjera, no sabe nada de lo sucedido. Siguen
pensando que trabajo en el banco y que tengo una familia idílica. Me da vergüenza contarles la
verdad-el criado agachó la cabeza, abochornado-. Pasé alrededor de un mes abandonado en los
portales, durmiendo a la intemperie, mendigando… Hasta que una noche… nos encontramos.
Bueno, más bien ella me encontró a mí.
En una de las calles principales del centro neurálgico de la ciudad, estaba a punto de
quedarse dormido un mendigo arrebujado entre harapos. Hacía un frío terrible y nevaba. Cuando
las puertas de aquel gran edificio se abrieron, una imponente mujer con un chal de color rojo se
detuvo al ver que un bulto le impedía la salida.
Al tratar de ponerse de pie tan rápido, perdió el equilibrio por culpa de que el frío le había
entumecido todos los músculos. De modo que cayó al suelo escaleras abajo. Sin pensarlo dos veces,
la mujer se apresuró en bajar para ayudarle a levantarse.
Hubo un cruce de miradas. Juan descubrió compasión y piedad en los ojos de aquella mujer tan
hermosa, y por su parte, Esther vio el desamparo de aquel pobre diablo que temía una vez más el
rechazo de los demás.
-Eh… Estoy bien, señorita. Perdóneme una vez más. No quería entorpecerle el paso.
Ella lo miró pensativa. En la perta se asomó un hombre joven, con la misma mirada enigmática que
la mujer que observaba al mendigo
-Sí, no te preocupes.
-Cállate y ayúdame.
Entre los dos introdujeron a Juan en la casa. El vagabundo no salía de su asombro. Una vez dentro,
Juan sintió miles de miradas clavarse en su espalda. En el recibidor había varias personas
contemplando la escena. Y había otras tantas en el salón contiguo, en el que parecía estar
celebrándose una fiesta. Sonaba una agradable música y se oían voces provenientes de animadas
charlas.
-¡Cariño…! ¡Ya pensaba que te habías ido!-una morena de ojos verdes salió de entre el gentío para
besar apasionadamente a Esther.
-Pero tú y yo…
-Estás muy equivocada. Yo sólo he querido a una mujer y ahora no sé vivir sin ella. La perdí hace
años y tú… te aprovechas de mi debilidad. No intentes compararte con ella porque no le llegarías ni
a la suela del zapato.
Esther se apartó bruscamente de la chica para continuar su camino junto al mendigo hacia otro
lugar menos concurrido.
-¿Lo llevamos a la cocina?-sugirió el muchacho que ahora llevaba todo el peso de Juan.
-Me parece un buen sitio. Allí podrá calentarse junto a los fogones de carbón.
Los dos vampiros sentaron a Juan frente al fuego. En unos instantes, el mendigo pareció tener
mejor cara. Los colores volvieron a sus mejillas, aunque la tos persistía.
-¡Esto es el colmo! ¿Le damos también una túnica y una corona al señor? Escucha, Esther… Si no
vas a usarlo, al menos, déjamelo a mí. ¿Qué sentido tiene este buen trato? Ni que fuera un marqués.
-¿Has visto esa mirada? La conozco. Es la misma que tenía yo cuando murió mi familia… Ese
hombre está solo. ¡Solo!
-Ya, y desamparado… Qué pena. ¿Y? ¿Piensas salvar de la muerte a todos los que te miren de esa
manera?
-Vale. Pero te recuerdo que te alimentas de personas humanas vivas como él. No te va eso de hacer
régimen, tesoro. A no ser que quieras matarte…
-Mira, yo voy a hacerme responsable de él. Me lo llevaré a casa y será… mi criado. Necesite alguien
que cuide mi nueva casa ahora que me he trasladado a la capital.
-Dos calles más abajo tienes el orfanato, querida. Los niños también tienen derecho a ser los
beneficiarios de tu buena acción del día.-el vampiro se abalanzó sobre Esther violentamente y con
una mirada asesina-. ¿Crees que no te conozco? Te conozco perfectamente, no soy estúpido.
Llevamos demasiado tiempo en el mismo bando como para que ahora me vengas con tonterías
sensibleras. A ver si asumes de una vez lo que eres: ¡un vampiro, maldita sea! Y ya no puedes hacer
nada para cambiarlo, ¿te enteras? ¡Nada!
-Tranquilízate.
-No me da la gana. Intentas engañarte a ti misma fingiendo poseer aún una pizca de humanidad.
¿Tratas de convencernos a los demás de que no eres como el resto? Amiga, pierdes el tiempo
intentando salvar tu alma, ¡porque la perdiste hace ya cuatro siglo
-Te veo muy alterado. Será mejor que te calmes. No quiero discusiones en mi fiesta de bienvenida.
-Esto no va a quedar así. ¡Vas en contra de tu propia naturaleza! Te has convertido en nuestra
enemiga-el vampiro quedó pensativo unos segundos-. Voy a hablar con Vykos. Él es el anfitrión. Él
sabrá qué hacer. Para mí eres una traidora a partir de este momento-el joven empezó a caminar en
dirección al gran salón-. Ya no puedo verte más como amiga, sino como una traidora que lucha
contra nuestra especie, contra sus propios hermanos. ¿Qué será lo próximo? ¿Unirte al enemigo y
reconvertirse alistándote en el grupo de cazavampiros?
-Te equivocas. Yo estoy en el mismo barco que vosotros, sólo me gusta recordar mejores tiempos.
-Ya no hay ningún remedio. El que tenga que ahogarse, que se ahogue.
-¿Acabas de declararme la guerra? Vaya, nunca pensé que la persona en la que más confío
acabaría vendiéndome por un puesto cerca del pez gordo. Bonita caza de brujas… Dime, ¿quién
será el siguiente?
-¿Pero no ves que intento hacerte entrar en razón? Debes comportarte como lo que eres. Soy tu
amigo y lo seguiré siendo. Sólo quiero ayudarte a que no te metas en problemas… Ya sabes cómo
están las cosas. Vykos está llevando a cabo verdaderas purgas antes de que estalle la guerra contra
nuestros enemigos. Así evitaremos traidores entre nuestras filas para no tener en el futuro males
mayores. Ahora no es tiempo de andarse con tonterías existenciales… Llevas demasiado tiempo
negándote ante la evidencia. Deja de tener remordimientos por beber la sangre de personas
anónimas… Yo no me considero un asesino, yo le hago un favor al mundo librándolo de gente
indeseable como asesinos y violadores. ¿Por qué entonces tú no le buscas una finalidad positiva a
esta nueva vida eterna que te han ofrecido?
-Tú sabías a lo que te exponías… Encima, ¿qué esperabas? Es normal que te hubiera traído con ella
hasta nuestra sociedad. ¡Te enamoraste de una mujer que acabó siendo un vampiro! ¿Pensabas que
ella te iba a dejar marchar así como así?
-Fue una egoísta y una cobarde. Jamás se preocupó de lo que yo realmente quería para nosotras…
Se dejó morder por Vykos porque no podía vivir con la culpa de saber que su familia sabía toda la
verdad sobre ella… Sobre nosotras.
-Nos descubrieron una noche en su cama, ya sabes… Haciendo cosas que no eran las propias de dos
amigas. La vergüenza pudo más que mis súplicas. Yo la quería, la amaba con todo mi corazón. Era
mi único amor. Y se marchó de mi lado una madrugada tremendamente triste para suicidarse.
Nunca imaginé que regresaría varias noches más tarde para llevarme con ella-la mujer vampiro
estaba profundamente dolida-. Sí, es cierto que yo se lo permití. ¿Pero qué querías? Estaba loca por
ella y hubiera hecho cualquier cosa, cualquier locura que estuviera en mi mano para estar juntas.
Yo también estaba sola… Mi familia pereció al completo en un incendio en la aldea dos años antes y
me dediqué vagar de casa en casa en busca de trabajo como sirvienta a cambio de un techo bajo el
que dormir. Así fue como nos conocimos. Estuve tres años limpiando y cocinando para ella y sus
padres Desde que la conocí, ella se convirtió en mi única familia… Ya ves que lo consiguió. Soy un
vampiro, una condenada eterna, al igual que lo fue ella. Y aquí estoy, sola de nuevo, por su culpa.
Por tirar la toalla incluso siendo una no muerta. Esta vida era demasiado dolorosa para Isabel-
mirando fijamente a su amigo, suspiró.- Se dejó desangrar haciéndose un gran corte en la muñeca
con el abrecartas que tras su suicidio me dejó como regalo.
-Yo di mi vida por ella, me convertí en lo mismo que ella y luego… me abandonó, huyendo una vez
más porque decía que había cometido un gran error conmigo y con ella misma, y que debía liberar
al mundo de un monstruo como ella. La verdad, reconozco que desde entonces no hago más que
meter la pata, pero el ayudar a los demás es mi única vía de escape para aliviar el dolor que aún
llevo dentro.
El joven abrazó a Esther como tantas veces había hecho en el pasado. Los dos amigos
permanecieron en silencio. De pronto, el muchacho se separó de ella.
-Venga, vamos a darle a ese desgraciado la mejor cena que haya comido en toda su vida.
Esther sonrió y lo acompañó hasta la cocina. Ordenaron a los cocineros que se pusieron manos a la
obra. Un mayordomo llevó al mendigo a una habitación al fondo de un pasillo para que tomara un
buen baño. Después le ofreció un excelente traje. Cuando estuvo limpio, vestido y perfumado, el
vagabundo volvió para cenar. Después de una copiosa comida, uno de los cocineros le administró
un medicamento para que cesara la tos.
Esther comprobó, a igual que su amigo, que aquel hombre que había sacado de la calle sabía
comportarse en la mesa.
-Juan, señorita.
-¿Cómo dice?
-Pero…
-Esther…
-Gracias, señorita Esther. Permíteme preguntarle algo. No pretendo ser indiscreto, pero… ¿por qué
yo?
Macarena había quedado impresionada. Había escuchado atentamente toda la historia y ahora
muchas de las piezas del puzzle comenzaban a encajar. Al menos, ya tenía más información sobre el
pasado de Esther. Y sobre todo, ya sabía las rezones por las cuales ella era así. Se dio cuenta de que
al igual que ella, la mujer vampiro había vivido una juventud muy amarga y seguía soportando un
dolor que la mantenía esclava eternamente.
-Como puede ver, la señorita Esther es una mujer de buen corazón. Al menos para mí lo es. Sin ella
sólo dios sabe dónde me encontraría yo ahora… Seguramente sepultado por la nieve en cualquier
calle oscura.
-Fui una bestia. No tenía por qué haberle golpeado. Olvidé pedirle disculpas ayer… Después de
todo, cuando discutía con Esther vi que ya había usted desaparecido…
-Sí. Me retiré con discreción cuando recobré el conocimiento. Me di cuenta de que estaban ustedes
hablando y que serían una imprudencia interrumpirlas.
-Verdaderamente ahora sé que estoy a salvo en esta casa-se abrazó al mayordomo para sorpresa de
éste.
Juan se ruborizó tanto que casi no podía sostener la mirada por la vergüenza.
-Ya sabe que estoy aquí para lo que necesite. Pídame cualquier cosa y la haré encantado.
-¿Está usted seguro de eso, Juan?-preguntó Macarena maliciosamente pícara-. ¿Cualquier cosa?
El mayordomo se quedó sin palabras, completamente en blanco. Aquella muchacha lo había dejado
desconcertado.
-¿Y si le pidiera que… le diera a Esther una cosa para cuando yo esté dormida y ella despierta?
-Aún no, porque tiene que hacerme efecto el somnífero. Todo a su tiempo.
-Lo haré.
Macarena volvió a su lectura y permaneció en la biblioteca durante largo rato. Después de leerse
casi cuarenta páginas, dejó la novela en su sitio original y se quedó de pie, frente a la ventana,
pensativa, mientras que la claridad se filtraba por el cristal de la enorme vidriera.
La historia que le había contado el mayordomo sobre Esther había calado hondo en ella. Sabía
perfectamente que ahora la vería con otros ojos, que ya nada sería lo mismo. Su imparcialidad, si es
que antes existía debido a su vínculo de sangre, había sufrido un duro revés. Ahora sentía
demasiadas cosas por ella. En cierto modo, estaba algo confusa. Más allá de los sentimientos de
amor, se dio cuenta de que estaba sintiendo lástima por la persona que la tenía presa en una cárcel
de cristal y lujos. Había sido humana como ella y ahora Esther no era más que un alma condenada
tratando de redimirse de una forma desesperada.
Subió de nuevo hasta la oscura habitación de la mujer vampiro. Abrió cautelosamente la puerta,
intentando no despertarla de un sueño que visiblemente era pesado, ya que aquel cuerpo gris que
yacía en la cama no estaba vivo. Aún así, la vampiro estaba preciosa. Descansaba plácidamente,
imperturbable, sobre una mullida cama de con dosel. Contemplarla era un agradable espectáculo
En la cabeza de Macarena rondaban sin cesar los pensamientos más ocultos. Necesitaba
exteriorizarlos, ansiaba expulsarlos para que quedaran grabados para la eternidad. Ya no sentía
vergüenza de sí misma ni de sus sentimientos.
Se acercó al escritorio de Esther, cogió una hoja de papel y una pluma, y comenzó a escribir con
tinta negra a la luz del candil.
“¿Sabes, Esther? Creo que te he necesitado siempre. Sabía que llegarías algún día de mi vida, pero no
en qué forma ni cuándo. Ahora lo importante es que ya estás aquí y que, gracias a ti, ya no volveré a
sentirme nunca más una extraña en el paraíso.”
Pasadas unas horas, Esther entreabrió los ojos y se percató de que una tenue luz brillaba en su
habitación. Se levantó casi de un salto y se recogió su cabello revuelto de la noche anterior con un
lazo rojo. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar a su amor rendida sobre su escritorio, respirando
lentamente y soñando tranquila. Se enterneció al ver aquella encantadora estampa y su boca dibujó
una radiante sonrisa.
Sin pensarlo dos veces, la cogió en brazos y la dejó cuidadosamente sobre la cama. La arropó como
si de una niña se tratase y le acarició la frente. Permaneció unos instantes mirándola embobada.
Parecía Blancanieves esperando un beso para despertar. Esther no dudó en acariciar los labios de
Maca con los suyos de una forma extremadamente dulce.
Volvió hasta el escritorio y descubrió la nota que su amante le había dejado. En lo más recóndito de
su castigada alma surgió una alegría inconmensurable. Aquellas palabras escritas eran como un
bálsamo para su continuo e inextinguible dolor.
Se puso su mejor vestido, guardó la nota en un cajón y salió decidida a la calle, para saciar su
hambre de la forma menos violenta posible. Después de cenar, caminó hasta la Plaza Mayor donde
debía acudir puntual a una cita, Allí se encontraría con Héctor, su mejor amigo en la no-vida.
El joven la estaba esperando apoyado en el pedestal de la estatua ecuestre del centro. Iba ataviado
con una capa y sombrero de copa. Se saludaron y, al instante, ya iban juntos del brazo, como una
joven pareja más de la alta aristocracia de Madrid.
-Está adaptándose al nuevo horario de trabajo. Mañana estará lista para ir a la reunión. Si la
hubieras visto dormida… Está preciosa.
-Desde luego no puedo negar que siempre has tenido buen gusto.
Ambos entraron en una gran mansión cerca de la Puerta del Sol. Allí se congregaban decenas de
vampiros de su misma estirpe. El lugar era muy acogedor. En el salón principal había una enorme
chimenea que daba un toque muy hogareño a aquel extraordinario lugar de encuentro. Una
impresionante lámpara de lágrimas cristalinas desdibujaba estrellas en las enormes paredes de la
sala.
Alguien dio unas palmadas de atención y en pocos segundos todo el mundo estuvo en silencio.
-Atención, señoras y señores. Dentro de unos momentos comenzará la trigésimo novena asamblea
anual. Hoy, el encargado de informar de las nuevas noticias será el propio Vykos, ya que nuestro
anterior cabecilla, Aimée, fue aniquilado ayer noche. Saludemos pues al nuevo consorte de nuestra
gran familia en esta ciudad.
Los aplausos no tardaron en dejarse oír, aunque todos los allí presentes estaban perplejos tras
recibir la noticia de la muerte del anterior dirigente. Héctor y Esther fueron deslizándose entre la
muchedumbre para conseguir un lugar privilegiado. Desde la primera fila no perderían detalle de
nada. De la bandeja de un camarero que pasaba, Esther atrapó hábilmente una copa llena de un
licor rojo brillante. Como el resto de sus congéneres, no vaciló en beber refinadamente la sangre
que contenía el fino recipiente cristalino.
Vykos bajó las escaleras que conducían al hall y, después, se detuvo en el umbral de la sala en la
que estaban aguardando todos los invitados. Le anunció uno de sus lacayos, como si de un príncipe
se tratara, Iba vestido con un chaqué y sombrero de copa. Al ser presentado, descubrió su cabeza y
dejó que uno de sus sirvientes guardara su sombrero.
-Querida familia… Os he reunido con urgencia porque, como ya os habrá adelantado Schumann,
ha habido una importante baja entre nuestras filas. Yo soy el encargado de llenar el vacío que ha
dejado nuestro queridísimo André Aimée-el vampiro miró a la multitud con semblante
apesadumbrado pero firme-. Se está produciendo una oleada de crímenes contra nuestra raza, y los
ataques provienen tanto de nuestros enemigos como de los humanos. Y parece ser que ambos tratan
de unirse contra nosotros. Eso es algo que no podemos consentir. Si los humanos se hacen fuertes
junto a nuestros adversarios será el fin. De modo que no veo otro remedio que empezar una guerra
sin cuartel. No podemos parecer débiles ni podemos darles opción a que nos coman terreno. Esta
ciudad es nuestra, con sus calles, sus casas y sus habitantes. Madrid es nuestra, ¡y su aire también!
¡Y tenemos que defenderla como sea!
Tras gritar esto último, escuchó una gran ovación que coreaba su nombre. Aprovechó entonces
para buscar entre el gentío a dos de sus compañeros más queridos
- Me han llegado noticias de que muchos de vosotros estáis en peligro. Conozco el caso de
Sotomayor: sé que te hicieron una emboscada cerca de Atocha. Y también sé que a Esther la vigilan
constantemente porque tiene a una humana en su casa que, al parecer, era de Fernando Moncada.
Desde luego, sigues siendo tan rebelde pero tan valiente, mi niña…-esto último se lo dijo a la mujer
vampiro con un tono de orgullo paternal-. Ahora ambos necesitáis urgentemente nuestra
protección y no os vamos a dejar en la estocada.
Esther se aproximó hasta Vykos tan natural que casi parecía que iba al encuentro de un hermano y
no de un poderoso.
-Querido Vykos, mañana tengo previsto traer a la chica a la fiesta. Sé que eso conlleva un doble
peligro. Si me ven entrar aquí con ella es posible que nos ataquen. Pero es un riesgo que estoy
dispuesta a correr. Hay que enseñarles que Madrid no les pertenece, que siguen siendo unos
forasteros que corrompen nuestra sociedad vampírica e intentan transformarla en lo que a ellos se
les antoja. Y están muy equivocados. Nuestro país entero está empezando a ser sitiado por
demasiada morralla. No pienso dejarles entrar en Madrid para que acaben sentándose en un trono
que no les corresponde-su voz era cada vez más enérgica-.Quiero deciros a todos que voy a luchar
como la que más. Y propongo dividir nuestro extenso grupo en cuadrillas de ataque y defensa. A
partir de hoy no debe haber un vampiro de nuestra estirpe vagando solo. Es demasiado peligroso y
no estamos para perder a más miembros. Debéis armaros hasta los dientes. ¡Todos unidos por
nuestra hegemonía! ¡Juntos lo conseguiremos! ¡No pasarán!
La muchedumbre aplaudió las palabras de ánimo de la mujer. Vykos la miraba eufórico. Ella era
sin duda su mano derecha y sabía que hacía muy bien su trabajo. Cuando la turba se hubo
calmado, Vykos retomó la palabra.
-Mañana mismo, durante la fiesta en mi honor como nuevo regente de Madrid, expondré junto a mi
gabinete los planes previstos para la defensa de nuestra ciudad.
cuando se despertó, Esther estaba allí. La miraba sentada desde el filo de la cama, impasible, con
una calma que era casi fantasmagórica si no llega a ser porque se adivinaba en la penumbra la
existencia de una media sonrisa en el rostro de la vampiresa. Lentamente y casi como una gata,
Macarena de desperezó tras un día entero de sueño placentero y reparador. Lo primero que hizo
antes incluso de incorporarse en la cama fue comprobar que, efectivamente, había caído la noche.
Una oscuridad estrellada penetraba pesadamente, como una nube espesa, a través del ventanón del
dormitorio. Y el silencio lo inundaba todo. Un silencio seco y áspero que enfriaba la sala de una
forma brusca. Aquella sensación tan desalentadora le hizo pensar a Macarena que le parecía haber
despertado en medio de un cementerio en lugar de en una majestuosa mansión.
-Lo suficiente como para poder soportar todo lo que te espera dentro de un par de horas.
Acompáñame porque tenemos que arreglarnos para la fiesta-diciendo esto, se levantó al fin para
besarla dulcemente en los labios.
En el rostro de Maca apareció una sonrisa de alivio, ya que con aquel gesto, la vampiresa le
devolvió de nuevo a la tranquilidad de saber que con ella no había nada que temer.
En una habitación contigua, el mayordomo ya había preparado dos vestidos: uno azul marino
largo, elegantísimo, con gargantilla y pendientes a juego, y otro Burdeos, con una pulsera de
esmeraldas y un pasador para recoger el cabello. Cuando Maca entró y los vio, sus ojos se abrieron
incrédulos. La vampiresa se adelantó y le mostró con la mano ambas prendas.
-Pues me temo que yo tengo que ponerme uno, a no ser que vaya desnuda a la fiesta y dé la
campanada, como siempre. Eso sí que sería bueno.
Macarena dejó escapar una sonora carcajada. A veces todavía no lograba comprender cómo un
vampiro como lo era aquella mujer podía ser a veces tan divertida, cuando era sabido por todos
que los seres de la noche como ella deberían ser, por regla general, terroríficos, lúgubres, siniestros
y carentes de toda humanidad y sentido del humor.
Se abalanzó sobre Esther y le llenó la cara de sonoros besos, cosa que pilló desprevenida a la mujer
vampiro. Macarena, a pesar del vínculo de sangre que las unía, lograba ser imprevisible para
Esther en sus improvisadas y espontáneas muestras de amor. Y eso era algo que volvía loca a la
vampiresa.
-Discúlpenme, pero el señorito Héctor espera a la señorita Esther en el salón. Es muy urgente. Me
ha dicho que trae malas noticias y que, por favor, baje a verle enseguida.
Ambas mujeres bajaron las escaleras principales a gran velocidad. Macarena aún estaba en
camisón, pero sabía que no debía temer a aquel vampiro que tenía delante de sus narices, ya que
Esther parecía muy preocupada. Encontraron a Héctor desplomado en el sofá, abatido y
profundamente consternado.
-Acaba de estallar…
Es lo único que necesitó oír Esther para comprenderlo todo. Macarena, por su parte, se sentó junto
al muchacho y le puso la mano en el hombro para intentar calmar sus nervios.<o:p></o:p>
-Vamos, cuéntame qué ha pasado-insistió Esther.
Héctor sacó de su abrigo la mano derecha ensangrentada, mostrando una profunda herida que
tenía muy mala pinta.
Los ojos de ambas mujeres se abrieron de par en par. Macarena fue a por unas vendas pero el
mayordomo se adelantó trayendo en una bandeja alcohol, gasas y algodón. Entonces, la muchacha
no tardó en ponerse a curar el maltrecho antebrazo del vampiro.
-Esther continuaba incrédula, paseando en círculos que no llevaban a ninguna parte mientras sus
pensamientos intentaban organizarse en su cerebro.
-Íbamos en cuadrillas hacia la fiesta cuando, al doblar una esquina, nos sorprendieron con una
horda de enemigos armados completamente. Los vampiros más jóvenes perecieron los primeros,
aunque lucharon como bestias, desde luego. Pero a los pocos minutos aparecieron refuerzos y
entonces ya no pudimos hacer nada. Me escabullí creando un haz de sombras y conseguí venir
hasta aquí casi arrastrándome. Gracias a mis escasas fuerzas he podido esconderme aquí y
avisaron del peligro que corréis yendo las dos solas a la mansión de Vykos.
-No, pero habrá visto que nos estamos retrasando en llegar, de modo que se habrá hecho una idea
de lo que ha ocurrido. Seguramente habrá ordenado poner en marcha el plan de emergencia que
propusiste ayer.
-Está bien. Preparémonos entonces para lo peor. Nuestros escoltas no tardarán el llegar.
Una vez vestidas de gala y tras ocultar bajo sus ropas varias armas blancas y de fuego, las dos
mujeres y el muchacho salieron al jardín para montar en el carruaje de Esther, que en pocos
minutos estuvo vigilado por cerca de doce jinetes y dos cocheros con cara de pocos amigos. Si no
fuera porque se encontraban en alerta roja, daría la sensación de que quienes viajaban en el coche
eran el hijo del mismísimo rey Alfonso XII y dos damas de la alta sociedad. Los acompañantes que
iban a caballo vigilaban todos los flancos posibles de ataque. La seguridad de los tres jóvenes estaba
prácticamente asegurada.
Héctor se miraba el brazo de vez en cuando y se admiraba del poder regenerador de su piel.
Gracias a los cuidados de Maca, su herida se estaba cerrando más rápidamente. En una hora,
cualquier marcha de lucha habría desaparecido.
Iban ya por la Gran Vía cuando algo alertó a los vampiros que cabalgaban delante-¿Qué pasa?
¿Por qué nos detenemos?-preguntó Héctor a los cocheros.
-Los escoltas han detectado enemigos apostados en los tejados. ¿Qué hacemos?
-Creo que lo mejor será seguir avanzando. No podemos mostrarnos débiles. No
tenemos miedo. Si hay que bajarse y manchase el vestido de sangre, que así sea-
sentenció Esther.
Reemprendieron la marcha hacia la Puerta del Sol, esta vez mucho más alerta y
observando los tejado y balcones que encontraban a su paso. Aparentemente, no
había ni un alma por la calle. Pero no habían avanzado ni cinco metros cuando se
oyó un relinchar de caballos que se agitaban nerviosos y que estaban a punto de
perder el control.
-Si me dejas usar las armas que me has dado, pelearé como la que más.
-Está bien. Pero si las cosas se ponen feas…-Maca estaba visiblemente preocupada
más por Esther que por ella misma.
El carruaje comenzó a agitarse con violencia mientras los caballos parecían gritar
de miedo. Para cuando Esther y Héctor estuvieron fuera del coche, una docena de
asaltantes había matado a los caballos salvajemente. Se miraron con complicidad
antes de iniciar un ataque relámpago sobre los enemigos. Esther fue degollando
con su cuchillo a todo el que entorpecía su camino. Se notaba que tenía sobrada
pericia en el uso de las armas cortas. Era la más rápida. Héctor fue esquivando
como pudo los golpes que sus adversarios trataban de propinarle hasta que una
navaja se clavó en su costado. A pesar de ello siguió defendiéndose con uñas y
dientes mientras la sangre goteaba en el suelo. Macarena lo veía todo agazapada en
el carruaje y se sentía impotente.
La mujer vampiro se abrió paso entre los adversarios que se lanzaban a por ella.
Con una patada logró desarmar a uno de sus últimos enemigos que quedaban en
pie. Recogió la pistola del suelo y acabó el trabajo.
Ya que había pasado el peligro, Macarena bajó del carruaje y comprobó por ella
misma que únicamente Esther y ella eran las supervivientes de aquella matanza.
Incluso los cocheros yacían muertos en el suelo con las bocas desencajadas y los
ojos vidriosos. Sin darse cuenta, se llenó de sangre los zapatos, ya que todo estaba
teñido de rojo. Fue dejando pisadas carmesíes mientras se acercaba hasta donde
estaba su amada.
Esther levantó la cabeza para mirar a Macarena. Dos regueros escarlatas estaban
marcados a lo largo de sus mejillas.
-Ayúdame…
Eso fue lo único que Esther alcanzó a decirle a su amada después de todo lo
ocurrido.<o:p></o:p>
En diez minutos llegaron a su destino. Ester bajó primero del carruaje, para
cerciorarse de que no corrían ningún peligro. Una vez comprobada la seguridad
del perímetro, ayudó a Macarena bajar del carro. La vampiresa golpeó con el
badajo la puerta de la mansión y en unos segundos, el mismísimo Vykos las recibió
en el lujoso hall.
-¿Estáis bien?
-¿Qué ha pasado?
-¡No puede ser!- el anfitrión cerró los puños lleno de ira-. Al menos me alegra
comprobar que tú sigues entre nosotros.
-No nos queda mucho tiempo. Hay que actuar ya. Conocen perfectamente nuestros
movimientos.
-Hermanos míos, tras los lamentables incidentes que, durante toda la noche, se han
sucedido para nuestra desgracia, he decidido cancelar cualquier evento festivo en
memoria de nuestros compañeros caídos. Paso a leer la lista de nombres de
aquellos que han sido victima de los brutales ataques enemigos. Héctor Carballo,
Eva Santana, Rafael De Alba, Alejandro Narváez…
Esther escuchaba absorta aquellos nombres que ahora no tenían cuerpo. En todo
aquel tiempo, Macarena no había dicho ni una sola palabra. No había mucho que
decir, de hecho.
Vyckos abrió otro pergamino que en esta ocasión contenía las instrucciones que
todos los jefes de cuadrilla tenían que hacer cumplir en la guerra que se estaba
librando en las calles.
-Hola, Eva.
-Eran demasiados…
-A partir de ahora las cosas van a cambiar. Ven conmigo, Vykos me ha
pedido que todos los de nuestra cuadrilla nos veamos en la sala de reuniones
dentro de cinco minutos.
-Por eso mismo. Ahora eres el principal objetivo de Fernando y querrán atraparte
para obtener información, así que cuanto menos sepas, mejor.
Esther entró en la sala y cerró la puerta tras de sí, dejando a una Maca estupefacta
y enfadada.
-No… No es nada.
-No estoy preocupada por mí, sino por ella-dijo la morena mirando hacia la puerta
cerrada
Dentro, ocho vampiros se sentaron en torno a una mesa redonda. Cuatro mujeres
y cuatro hombres. Todos con semblante serio.<o:p></o:p>
-En unos minutos llegará nuestro regente, de modo que tened paciencia. Nuestra
cuadrilla está obligada a quedarse esta noche en la mansión. Las demás, saldrán a
la calle a defender y atacar-informó Eva todos los presentes.
-Qué lástima, siempre me pierdo lo bueno-dijo Carlos Medina, un vampiro
experimentado y enemigo de la diplomacia.
-Queridos hermanos, os he hecho venir aquí por una sencilla razón: sois la mejor
cuadrilla de todo nuestro ejército. Por eso quiero que estéis cerca de mí. A partir
de ahora seréis mis guardaespaldas, de modo que no tendréis que salir para
combatir en primera línea de fuego. Vuestra misión será protegerme hasta que
todo esto termine.
-A la de Salazar.
-Maldita sea, ¿y por qué?-preguntó Esther, furiosa-. Sabes que ese trabajo tengo
que hacerlo yo. Fernando es mi responsabilidad. Por mi culpa se ha armado todo
este lío. Pues bien, yo lo resolveré y a mi manera.
-Sabes que todo ese “lío”, como tú lo llamas existe desde hace décadas.
-Pero Macar…
-Macarena sólo ha sido el detonante, Esther. Esto iba a pasar tarde o temprano.
-No voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo mis compañeros perecen.
Además, no seas egoísta. Con siete vampiros velando por tu seguridad tienes más
que suficiente.
Macarena se había aburrido de esperar fuera, así que se puso a dar vueltas por la
planta baja de la mansión. Había miles de vampiros desconocidos para ella, pero
algunos sí le resultaban familiares de descripciones que Esther le había dado. Casi
todos podían ser de su confianza, exceptuando los nuevos, a quienes Esther aún no
había dado su visto bueno. Tras rondar unos minutos por el largo pasillo hacia la
salida de la mansión, un elegante muchacho se toó con ella en la entrada del gran
salón. Era rubio de ojos marrones y tenía una sonrisa enigmática.
-Gracias.
-Lo sabía, porque nunca antes había conocido una belleza como la suya.
-Vaya… Gracias.
-¿Una ghoul?
-¿Ah no? ¿Y quién es el afortunado vampiro que controla su mente, sus deseos y
su corazón?
-Claro que sí-la mirada del muchacho comenzó a enturbiarse-. Me interesa saber si
tienes dueño, porque si no, querida, te doy la enhorabuena: acabas de encontrarlo.
Esther estaba bastante disgustada con las órdenes de Vykos. Toda su cuadrilla la
apoyaba. De pronto, en mitad da discusión se levantó y salió corriendo.
Lo sentía, sentía el miedo de Macarena muy dentro de ella. De modo que la buscó
por todas las habitaciones de la planta baja. No estaba en el gran salón, ni en la
cocina, ni en el excusado. Y estaba en peligro. De repente, su sexto sentido le indicó
el camino: la habitación del guardarropa.
Abrió la puerta de una patada y empuñó la daga que llevaba escondida en su liguero. En un
segundo tuvo su cuchillo a dos milímetros de la garganta de quien pretendía chuparle la sangre,
literalmente, a su amada.
-¡¿Esther?!
-No puedo creerlo. ¿Es tu ghoul? ¿Es por ella por lo que estamos en guerra? ¿Es por tu culpa?
-Eres una traidora, Esther-fue lo último que dijo antes de sacudirse el polvo de su cara vestidura y
largarse por la puerta con la cabeza erguida.
Esther se acercó hasta Macarena, que estaba apoyada contra la pared con semblante abrumado. La
mujer vampiro la rodeó con sus brazos y le besó el cuello.
-No te preocupes por nada. Todo va a salir bien-le susurró Esther mientras la besaba en la
penumbra.
Tras volver a la sala de reunión, Esther acordó con Vykos que formaría parte de su brigada de
seguridad con la condición de que igualmente Macarena fuera parte de ella. Así podría vigilar
también por su seguridad, ya que ahora no se fiaba ni de sus propios hermanos de casta.
Los compañeros de Esther acordaron permanecer en la mansión de Vykos esa misma noche para
no tener que exponerse nuevamente al peligro de las calles de Madrid. Los lacayos del regente
proporcionaron ropas y todo lo necesario a los nuevos huéspedes para hacerles la estancia más
agradable. A Esther y Maca les ofrecieron una amplia habitación en el primer piso, a dos puertas
de la suite de Vykos. Sobre la amplia cama de matrimonio había dos camisones de raso, uno blanco
y el otro negro. Maca se quedó con el oscuro y Esther con el claro. Los primeros rayos del sol
estaban a punto de verse en el cielo. Ambas mujeres iban a acostarse cuando unos nudillos
golpearon la puerta de su dormitorio. Esther abrió y encontró a Eva al otro lado del umbral.
-Perfectamente.
-¿Desobediencia? ¿Insurrección? Que palabras tan tremendas para decir que vamos a cumplir con
nuestro deber.
-Oye, tú puedes hacer lo que te de la gana, pero no metas a los demás en tus enredos
revolucionarios. ¿Has mentido a Vykos y pretendes llevar a cabo una batalla personal contra
Fernando? Es un suicidio.
-No, no vas aliarme. Y baja el tono de voz, que nos van a oír-replicó mirando a ambos lados, en voz
baja-.Yo no estoy contra nadie. Yo estoy con todos nosotros, porque mañana podríamos estar todos
mordiendo el polvo. No es momento de los separatismos, sino de estar unidos, codo con codo.
-Mira, será mejor que dejemos esta conversación para cuando despertemos. Va a salir el sol.
-Buenas noches Esther-dijo Eva casi en un susurro-. Ídem para ti, Macarena.
La mujer vampiro se acercó despacio y sensual, con la elegancia de una gata, hasta la cama, donde
estaba sentada Maca. Ésta se estaba quitando sus pendientes de coral. Esther se sentó junto a ella y
comenzó a besarle los hombros y la nuca.
-Muy bien, entonces no hay nada más que hablar. Buenas noches-zanjó de
muchacha del camisón negro mientras se metía entre las sábanas de raso
La vampiresa se levantó visiblemente contrariada. Se aproximó hasta la chimenea
que había al otro lado de la estancia y echó más leña al fuego. Apoyó sus brazos en
el saliente superior de la chimenea y escondió en ellos su cabeza, como queriendo
evadirse de la realidad. Estaba a punto de derrumbarse. Demasiada presión, sabía
que se la jugaba desobedeciendo las órdenes de Vykos, pero tenía que intentarlo.
Tenía que eliminar a Fernando y parar la guerra. Lo conseguiría sola, sin ayuda
de nadie.
Esther sintió unas cálidas manos rodeando su cintura y sus hombros. De pronto,
todos sus males pensamientos se esfumaron.
-A veces se me olvida que hay alguien a mi lado que… me quiere y se reocupa por
mí. Pero debes comprender que no me expongo al peligro por que sí, sabes que hay
un motivo. Como también sabes que puedo conseguirlo.
-Pero no puedes arriesgarte tanto, porque tal y como están las cosas, eso que
intentas hacer es una locura. Y no pienso permitir que cometas una estupidez. Me
importas demasiado.
-Cada día que pasa temo más por tu vida. Tu cabeza y la mía ya tienen precio y
estamos rodeadas de traidores. No te fíes de nadie, ¿me oyes?
Los jadeos de ambas sonaban retumbaban por toda la habitación. Sus cuerpos se
agitaban acompasadamente mientras sus lenguas no dejaban de enredarse. La voz
ronca y gutural del éxtasis de Macarena rompió el silencio del ocaso nocturno.
Sus largos y pálidos dedos se hundían en los cabellos de Macarena mientras miraba embelesada el
sereno rostro de la joven dormitando. Era hora de levantarse, por lo que decidió despertarla con un
suave beso. Los ojos de su amada se abrieron y lo primero que pudieron ver sus retinas fueron unos
labios sonrientes dándole las buenas noches.
-No lo puedo evitar, es algo que me supera. Tengo que mirarte cada anochecer para comprobar que
eres real y que siempre permaneces a mi lado, respirando cerca de mi oído, abrazada a mi, y el
hecho de sentirme correspondida es el aliento que necesito para seguir luchando.
-Hola, chicos. Espero que no haya ningún problema en que Esther sea, a partir de ahora, la
cabecilla del grupo.
-¡Eso no es justo!-replicó enfadado Carlos Medina-. El responsable de esta cuadrilla soy yo.
-Pues ya no, hermano mío. Ya no. Necesito al mando una mente fría y no alguien tan visceral como
tú. En esta ocasión es mi vida la que está en juego. No quiero errores.
Se hizo el silencio.
-Bien, ahora que está todo aclarado-añadió sonriente el poderoso vampiro, quiero a dos de
vosotros constantemente a mi lado.
-Bien, y ahora formaremos el resto de parejas. Jiménez y Márquez, a custodiar las posibles
entradas. Eva, tú conmigo.
-¿Nosotros que podemos hacer, señorita? –interrumpieron dos criados de aspecto robusto.
-Vosotros vigilad la planta primera y segunda. Ahora id todos a coger vuestras armas y a esperar a
que empiece la fiesta. Los enemigos no tardarán en aparecer.
-No lo sé, pero tal y como están las cosas, calculo que esto no durará otra semana más. Es tan idiota
que seguro que se presenta él mismo a rematar la faena.
-Esto no va a ser ningún juego de niños. Esto es la guerra de guerras. Así que vamos, no hay tiempo
que perder.
En la armería, eligieron pistolas y escopetas potentes. Había munición de sobra para un par de
días. Esther buscaba de entre los cuchillos y puñales uno lo suficientemente discreto como para
poder esconderlo en su canalillo. Entonces, Maca, que hasta entonces no había intervenido y no
había dijo ni una sola palabra, se acercó hasta ella y le habló.
Macarena le ofreció la daga abrecartas regalo de un amor pasado. Esther lo cogió y en su rostro se
dibujó una media sonrisa de melancolía.
-Gracias, Maca.
Con una piedra de afilar, convirtió aquel simple abrecartas en un arma mortal.
Las tres mujeres, dos de ellas, vampiros, fueron hasta la cocina a recargar fuerzas. Macarena comió
de lo que los mayordomos le habían dejado preparado por orden de Vykos: un suculento desayuno
con café, tostadas y fruta. Esther y Eva buscaron a los mayordomos y saciaron su sed sin provocar
ninguna muerte. En el gran saló, las tres mujeres volvieron a reunirse.
-Uno de los mayordomos me acaba de dar esto-Eva le dio a la jefa de cuadrilla una nota
-El ejército de Vykos está avanzando demasiado deprisa. Cuentan con sofisticadas armas de fuego y
sicarios sin piedad traídos de distintos lugares del país. En unas horas, los tendréis en la mansión.
Firmado, Mario.
-¿Entonces?
-Tú estás en buenas manos-respondió sonriéndole cómplice a Eva-. Si en media hora no he llegado,
ya sabes lo que tienes que hacer-continuó hablándole a su compañera de cuadrilla-. Y ya sabes, no
le digas nada de esto a Vykos.
Eva asintió sin decir palabra. De pronto, Macarena se percató de que la tensión que ambas mujeres
habían creado la jornada anterior había desaparecido. Ahora se trataban con la misma cordialidad
de siempre.
Macarena, inmersa en sus pensamientos, no sabía qué hacer. Lo único que podía en aquel momento
era desearle suerte a Esther con un cariñoso abrazo desesperado y dulce beso en los labios. Sin
poder impedirlo, vio como ésta se marchaba dejándola bajo la tutela de la vampiresa de cabellos
dorados.
-Bueno, Macarena…
-¿Qué?
Eva emitió una risa ahogada y le dio una palmada en el hombro a la amante de su compañera de
cuadrilla.
-Querida, no te preocupes, porque vas a aprender en seguida a distinguir a los traidores de los
verdaderos amigos.
Dicho esto, Eva cogió de la mano a Macarena y la llevó con ella hasta su lugar de guardia: el gran
salón. A través de las grandes cristaleras podía ver la calle nítidamente. El resto de sus compañeros
vigilaban como ella, en sus puestos. Las doce y cuarto de la noche en el reloj de péndulo de la
amplia estancia y, alrededor de ambas, todo en calma.
Esther se cubrió con una capa negra y se montó sobre uno de los caballos que había soltado del
carruaje que las había traído a ella y a su amante hasta la mansión. Cabalgó todo lo deprisa que le
permitió el exhausto animal. En ocho minutos ya estaba cerca del lugar en donde la cuadrilla de
Mario defendía con uñas y dientes en Plaza Mayor. Ningún humano asomaba por los balcones, ni
paseaba por las calles. Los ciudadanos Madrid sabían que la Capital estaba tomada por lo que
parecían ser unas bandas mafiosas de delincuentes comunes, o esa era la explicación que daban los
bandos oficiales procedentes del ayuntamiento. La policía no debía intervenir, el alcalde lo había
prohibido, ya que éste no era más que una vulgar marioneta del poderoso Fernando.
Ocultó el caballo en un callejón cercano y se aproximó hasta donde se había atrincherado la
cuadrilla amiga.
La mujer se descubrió.
-¡Esther! ¿Qué haces tú aquí? Se supone que tendrías que estar escoltando a Vykos en su casa.
-Exacto… Se supone. Pero es que tenemos un problema: necesitamos refuerzos. Tal y como están
las cosas no hay otra solución. He venido personalmente para pediros a ti y tu gente que me
acompañéis.
La conversación fue interrumpida por un intenso tiroteo. De pronto, Esther notó un pinchazo en su
hombro izquierdo.
A lo lejos, se oyó una gran detonación. Una bala de cañón aterrizó cerca de la trinchera, haciendo
saltar por los aires a un grupo de vampiros que trataban de escapar.
-¿Quiénes eran esos?-pregunto Esther mientras presionaba con su mano la herida abierta
-Aún resisten-el vampiro miró atrás y vio que sus compañeros traían una pequeña catapulta-. ¡Por
fin un poco de acción!
-Allí hay demasiadas viviendas. Vas a cometer una masacre. Deja a los vivos en paz, tú ocúpate sólo
de los muertos que andan.
-Imposible. Se han hecho fuertes y están a punto de tomar la plaza. Ya sólo quedamos tres
cuadrillas.
-Te sacaré la bala. La herida se cerrará en unos cinco minutos. Espero que hayas comido bien,
porque tienes una buena hemorragia y está perdiendo bastante sangre.
Diego se puso manos a la obra. Mientras tanto, se escuchaban gritos procedentes de las múltiples
viviendas de Plaza mayor. Muchos civiles humanos estaban perdiendo la vida ya que el tiroteo era
incesante. Los pocos que se aventuraban a salir a la calle eran presa de los vampiros que
necesitaban sangre urgente para sobrevivir.
-Hay una manera-la voz de Esther casi era inaudible entre tanta explosión.
-¿Y cuál es?-el muchacho se lanzó a proteger al enfermero y a la mujer herida de una bomba que
había caído justo detrás de ellos.
Tras explosionar, una humareda de polvo desdibujó tres cuerpos tendidos en la tierra.
Esther y Diego, que había caído casi abrazados, comprobaron que aún seguían en este
mundo.
Cuando la polvareda se hubo disipado, ambos pudieron comprobar que Mario estaba
sangrando abundantemente por la cabeza.
-Mario… ¡Mario!
-Vale, Diego. Escucha. Tengo un plan. Tú quédate aquí y trata de cerrarle la herida de la
cabeza. Yo voy a unirme a una de las cuadrillas de Plaza Mayor.
-Está bien, pero luego trae algo de sangre fresca para nosotros dos.
-Hecho.
-Tengo un plan
-Te escucho.
-Una cuadrilla liderada por Almansa y dos en la retaguardia comandadas por los hermanos
Sáenz.
-Sí.
-Perfecto.
Un vampiro enemigo apareció de entre la oscuridad pero fue abatido a tiros antes de poder
atacar a nadie. Su cuerpo se quedó tendido en el suelo, formando parte de la siniestra decoración
del asfalto.
-¿Cómo?
Una granada cegadora provocó una gran nube de humo en el centro de la plaza. El
bombardeo cesó, y del silencio nació una voz ronca y ruda.
-¡Almansa! ¡Almansa! ¡Sé que estás ahí! ¡Deja de esconderte como una rata!
-¡Pero mira lo que nos ha traído el gato! ¡Es Esther! ¿Qué, ya os rendir
“Eso es. Todos quietos. Que nadie mueva un dedo. Mirad a la mujer que me
acompaña, mirarle a la cara. Es Macarena, el rostro que contempláis es el de
Macarena”.
En ese mismo momento, Vilches daba la orden a seis de los suyos para atacar los
indefensos y distraídos enemigos casi en sus propias narices, pues estaban
prácticamente frente a ellos ocultos en una nube de sombras creada entre todos
gracias a sus tenebrosos poderes. Pronto fueron cayendo un por uno a causa de
una ráfaga de balas que casi no vieron venir.
Una segunda cuadrilla fue al asalto de los pocos enemigos que quedaban. Los
hermanos Sáenz habían huido cuando Esther, Cruz y Vilches remataron a los
supervivientes tendidos en el suelo. La cabecilla de la operación de ataque esperó a
que todo se hubiera quedado en silencio.
-Tenía que ser así-dijo mientras se dio cuenta de que un nuño mortal miraba
agazapado tras el cristal de una ventana, incrédulo y asustado.
Cruz y Vilches se cubrieron mutuamente hasta llegar de nuevo al centro de la
plaza, donde permanecía Esther, maravillada aún de la masacre. El resto de
vampiros-soldado, se replegaba hasta sus anteriores posiciones.
Esther le hizo una señal con el brazo a Diego, que tras vendarle la cabeza a Mario,
esperaba escondido tras un montón de cuerpos muertos.
Lo siento, pero yo voy a seguir esperándola. No voy a moverme de aquí hasta que
aparezca.
-Pero yo tengo órdenes. Así que vas a venir conmigo. Tengo que ponerte a salvo
-Eva, escúchame…
Macarena cayó inconsciente al suelo antes de poder terminar la frase. Eva había
presionado velozmente con sus dedos en el cuello de la morena, haciendo que ésta
se desmayara y dejara de protestar. La acogió en brazos y la escondió en el sótano
de la mansión, allí donde le había ordenado Esther. Si se confirmaba la muerte de
su superior, sería ella misma la encargada de llevarla fuera de la ciudad y de
ponerla a salvo.
Los ojos de Maca estaban tristes. En el fondo tenía miedo, no sabía de qué, pero lo
tenía. Aquella conexión que mantenía con la vampiro hacía que supiera casi a la
perfección el estado de ánimo de Esther. Y ahora notaba que ésta le ocultaba algo,
algo muy importante.
Esther le pidió a Eva que las dejara a solas unos minutos después de que ésta le
hiciera un vendaje de emergencia a Macarena.
-Verás, Macarena… Tengo que llevar a cabo mis planes para que todo esto termine.
-¿Y cuál es el problema? Sé que estás preocupada.
-Quizá todo termine de una forma que no te esperas…
-Me estás asustando, Esther.
La vampiro cerró los ojos y se concentró todo lo que pudo. Desterró de su mente
todos sus miedos y pesares para transmitirle a Macarena una sensación ficticia de
bienestar.
-Ahora tienes que confiar en mí. Yo sé que a veces el bien común exige grandes
sacrificios, pero si tú me prometes que…
-Sabes que siempre te querré. Entre tú y yo hay una fuerza que nos une más
poderosa que la vida, y no dudo que así será para el resto de la eternidad. Me lo
dicen tus ojos.
Esther no pudo reprimir las ganas de besar a aquella mujer que le había arrebatado
por completo el dominio de sí misma. Entrelazó sus manos con los de Maca para
recobrar las fuerzas que, aparentemente, no necesitaba.
Y no había posibilidad de salir de ahí en menos de cinco minutos, que es lo que más
o menos quedaba para que el sol saliera en todo su esplendor.
Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y consiguió zafarse de Esther. Ésta fue
retirada bruscamente de su cuello y ahora jadeaba con los dietes y los labios
chorreando en sangre mientras se tapaba la profunda herida del pecho. Pero al
contrario que él, ella no parecía asustada en absoluto. No tenía miedo a desaparecer.
-Bueno, Fernando. Ha sido un placer. Los dos vamos a morir aquí. No hay salida.
-Mentira. ¡Tiene que haberla!-corrió hacia la puerta metálica, pero ésta era tan
ancha y pesada que no sufría el menor rasguño a pesar de las patadas y golpes que
le propinaba Fernando-. Maldita zorra… ¡Yo ahora debería estar matando a Vykos!
Me has engañado-sacó un pistolón de su bota y disparó a Esther en el estómago.
Ésta cayó de rodillas al suelo.
Los primeros rayos de sol se clavaron en la tierra de aquella habitación a cielo
abierto. Esther se incorporó como pudo mientras de su cuerpo no paraba de manar
sangre. En un último esfuerzo, se sentó en el suelo apoyando su espalda contra la
pared circular para ver, en primera línea, la muerte de su mayor enemigo y el de
todos los de su clan.
Fernando cargó su arma para luego dispararle al portón metálico. Todo
era en vano. Era como ver a una mosca atrapada dentro de un vaso
invertido. Y Esther notaba cómo poco a poco se le escapaba la vida a través
de las heridas de su cuerpo.
Maca daba vueltas en su habitación mientras escuchaba cómo el clamor de
la batalla había cesado. Se sujetaba la vendada herida con una mano pero
no podía parar quieta.
-¡Se acabó!-Eva entró en la habitación bruscamente y Macarena emitió un
grito-.Perdona, te he asustado. Es que… Venía a decirte que ya está todo
controlado. Lo enemigos se han rendido.
-¿Y Fernando?
-No se sabe nada de él. Pero yo sí sé que en estos momentos está a punto de
desaparecer. Vykos ha salido de su búnker y está hablando con el hombre
de confianza de Fernando. Ya ves, le ha perdonado la vida y ahora negocia
con él la paz.
-A veces es bueno mostrar misericordia para ser un buen jefe.
-Supongo-Eva se sentó en el borde de la cama y se limpió la sangre de otros
que tenía en la frente-Por cierto… ¿Tú no tendrías que estar guardando
reposo?
-¿Cuándo va a volver Esther? Está a punto de amanecer.
Eva se quedó muda. Sabía que tarde o temprano oiría esa pregunta.
El sol estaba asomando ya por el Este y Fernando comenzó a enloquecer.
-Tengo que salir de aquí… Tengo que…
-No te molestes y deja que ocurra…
-Tú… Voy a borrarte del mapa de una vez por todas.
El vampiro se dirigió hasta donde descansaba la mujer moribunda. Volvió
a cargar su arma y colocó el cañón en la sien de Esther. Cuando fue a
apretar el gatillo, un rayo el sol comenzó a quemarle la piel del brazo. Por
el dolor, dejó caer su pistola y emitió un gran alarido. Esther sólo podía
reírse al ver cómo su enemigo comenzaba a chamuscarse. La muchacha
miró al cielo y vio que sólo le restaban unos segundos para acabar siendo
pasto del fuego solar. No quería morir presa de una gran agonía,
de manera que no se lo pensó dos veces. Se arrancó el puñal de su corazón
y volvió a clavárselo, con tal fuerza, que salpicó de sangre el rostro de un
Fernando que ahora esperaba su muerte arrodillado frente a ella. La
última imagen que reprodujo la memoria de Esther antes de morir fue la
de Macarena pronunciando su nombre con una sonrisa en los labios.
-¡No! ¡Nooo!-Fernando estaba furioso-. ¡Muere conmigo mirándome a la
cara! ¡Cobarde!
Los gritos del vampiro se trasformaron en rugidos cuando todo su cuerpo
fue alcanzado por la luz del sol. Aquel círculo, aquella prisión, se llenó de
claridad. Había amanecido.
Cuando los rayos llegaron al rincón en donde reposaba el cuerpo inerte de
Esther, éstos cumplieron con su cometido: tal y como había ocurrido con
Fernando, el cadáver de Esther ardió y sólo quedaron las cenizas.
Eva sintió la llamada de Esther en su cabeza.
-Todo ha terminado-Eva dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas
como muestra de dolor
Macarena notó una sensación extraña en su pecho.
-No está… ¡Se ha ido!
Por las puertas del Hospital Central apareció una exuberante mujer de
pelo castaño acompañando a un ama de casa que parecía haberse dado un
golpe en la cabeza.
-Oye, ¿me acercas una silla de ruedas?-le preguntó la muchacha de
vaqueros y camiseta blanca a la enfermera que andaba por ahí apuntando
algo en unos impresos.
-Cómo no.
-Gracias. Dice que se lo ha hecho al caerse por un mareo. Parece que tiene
la tensión muy baja. Podría ser un vasovagal-añadió mientras se
recolocaba el bolso blanco sobre el hombro-, pero habría que hacer una
exploración y una placa, por si acaso. De todas formas, conviene mirarle el
nivel de glucosa, también.
-Vale. ¿No venís juntas?
-No. Vengo a trabajar. Es mi primer día.
Ah… Ven un momento- la enfermera pareció entender la situación y le
hizo una señal a la otra joven para que se acercara a ella-. Te estaba
esperando. Y escucha, como no quiero que empecemos mal, lo mejor será
que te diga que te ahorres roda esta exhibición-explicó mientras
gesticulaba con la mano- y la dejes para el médico que la va a atender, que
es el que sabe. ¿Vale? Ahora busca a Elisa, ve a cambiarte y luego
preguntas por mí. Soy Esther.
-Esther, mira…
-No, perdona. Es que no tenemos todo el día.
La mujer del cabello castaño se rió al ver la bienvenida que le acababa de
dar aquella chica tan arisca. Y es que Esther se acababa de confundir de
persona, pues ella no era enfermera, sino pediatra. Con una sonrisa en los
labios se acercó al mostrador de información.
-Rusti-Esther llamó a su compañero para que le echara una mano.
-¿Qué?
-¿Me ayudas?
-Si claro-el muchacho empujó la silla de ruedas, en donde habían sentado
a la ama de casa, para llevarla a la sala de espera-. Y ésa… ¿quién era?
-Ésa… la nueva enfermera. Va de listilla, me parece-contestó Esther
observando a la mujer, que momentos antes había intentado
impresionarla, mientras caminaba junto a Rusti aparentando revisar unos
informes.
-Ya te ha caído mal y te caerá mal toda la vida-dijo Rusti con sorna
mientras su amiga lo miraba con una media sonrisa.
FIN