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Madrid.

Invierno 1898

¿Puede un vampiro enamorarse?

Eso era exactamente lo que Esther se preguntó tras toparse con una mujer impresionante
de ojos color chocolate y melena castaña a la entrada de la ópera. Llevaba un elegante
vestido rojo y en el pelo tenia una horquilla de diamantes con una mariposa de alas
desplegadas. La siguió con la mirada hasta uno de los palcos reservados a la clase alta y
la observó durante largo rato, examinando cuidadosamente todos sus gestos. Al poco ya
cantaban a pleno pulmón el tenor y la soprano, provocando una dulce catarsis entre los
que asistían ensimismados a la esplendorosa representación. El teatro estaba a rebosar.
Sin duda aquella era una bonita noche de caza.

Las demás personas allí presentes no eran más que ganado. Todas, menos la
desconocida dama del palco. Ataviada con el último vestido de moda traído de París y
con un moño cuidadosamente recogido y adornado con abalorios, Esther seguramente
pasaría inadvertida aunque no la llevase del brazo a ningún apuesto acompañante de
bigote impoluto. "El disfraz perfecto para el lugar perfecto", pensó.

Hacía tiempo (siglos, de hecho) que no se permitía el lujo de fijarse de aquel modo en
una simple mortal. Sus días de gloria como humana ya habían acabado enterrados por el
olvido de la eternidad, la eternidad sin fin que gozaban, por así decirlo, los malditos
como ella. En esta ocasión, decidió que aquella hermosa mujer iba a ser su siguiente
victima por un motivo fuera de lo común: simple atracción. Su cuerpo estaba muerto,
pero sus sentidos seguían vivos. Aunque aquel deseo que Esther creía que estaba
experimentando no era más que una ilusión provocada por ella misma, lo sentía como
real en su fría piel, en su parado corazón.

No dudó en colarse entre las sombras para acceder hasta el lugar donde estaba la
mujer que acababa de perturbar su rutina, aunque para ello tuviera que deshacerse de
cualquier persona que le prohibiera el paso. Una vez en el piso superior, entró
sigilosamente por entre las cortinas que cerraban el habitáculo y se coló tras las sillas
que la separaban momentáneamente de su presa. La mujer seguía absorta en la función.
Esther se sentó, ágilmente y sin ser oída, en la silla libre que estaba al lado.<o:p></o:p>

-Perdóneme, señorita... ¿Sería usted tan amable de decirme si hace mucho que ha
empezado?

Unos ojos marrones se abrieron de par en par, extrañados.

-Discúlpeme, no me he presentado-dijo bajando el tono de voz hasta casi un susurro- me


llamo Esther Moncada-le estrechó la mano a la despampanante mujer y esta no opuso
resistencia debido al influjo de su sombría mirada- tengo reservado este asiento y me
temo que he llegado un poco tarde.
-Macarena Márquez, encantada- respondió todavía confusa- pero... siento decirle que
esa silla es de mi acompañante.

-¿Su acompañante?

-Sí, un joven moreno con barba que hace rato salió para intentar aliviarse de un
repentino ataque de tos.

"Ah… Conque ése era tu prometido....", pensó Esther para sus adentros. “Lástima que
lo encuentren muerto en el hueco de la escalera cuando acabe este bodrio".

-Pues, francamente, me pareció ver a ese joven del que usted me habla saliendo del
teatro apresuradamente

-¿Eh? ¿Cómo…? ¡No puede ser! ¡Se equivoca

-Y me temo que iba bien acompañado- Esther mintió y se rió para sus adentros.

-Lo sabía, sabía que las habladurías eran ciertas. ¡No me lo puedo creer!- exclamó la
muchacha cerrando los puños por la rabia.

-Tranquilícese y disfrute... Seguro que ese muchacho no valía tanto la pena- esto último
fue susurrado al oído de Macarena, haciendo que ésta perdiera el control de sus sentidos
por un momento.

-Mire, yo... me voy. Ya no tengo nada que hacer aquí

Una mano fría la agarró de la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo. Maca miró
asustada a la mujer vampiro.

-Tranquila, soy inofensiva- la otra mujer se calmó -. Siento lo de mis manos, es que
siempre las tengo heladas. Nos pasa a muchas mujeres de nuestra familia, no se
inquiete. He llegado hace poco a la ciudad, no conozco a nadie. Esta noche he salido de
mi casa para tratar de integrarme… Además, paso demasiado tiempo encerrada y me
apetecía airearme. No busco problemas, en serio. Sólo soy una joven rica tratando de
hacer amigos de verdad en una ciudad desconocida.

-Entiendo- Macarena bajó la guardia, convencida-. Pues no sé que le habrá traído hasta
Madrid. Esta ciudad puede ser peligrosa para las damas que andan solas por sus calles...

Al decir esto, recordó lo sucedido con su prometido momentos antes y su rostro se


entristeció
-Por favor, sonríeme como hace unos instantes- Esther se dio permiso para tutearla-. No
dejes que tus preocupaciones enturbien esta noche- dijo alzando la barbilla de la otra
mujer con su mano derecha y obligándola a mirarla directamente-.Estas aquí para
divertirte, ¿no es así…? Eso es- la mujer intentó agradarla con una mueca de
agradecimiento-. ¿Me dejas que te saque de aquí y te invite a cenar en mi mansión? Mis
criados han comprado hoy un pavo hermosísimo. Así, de paso, me hablas un poco mas
de esta ciudad y me pones al día...

Por fin la mujer vampiro obtuvo una preciosa sonrisa como respuesta. Macarena, que no
era dueña de su propio cuerpo, no sabía muy bien por qué se vio de pronto saliendo de
la ópera con una mujer extraña pero al mismo tiempo... interesante

Ya en la mansión de la dama extranjera, comieron, charlaron y bebieron hasta que la


diosa de ojos pardos estuvo lo suficientemente borracha como para obedecer cualquier
orden sin que Esther tuviera que utilizar sus poderes telequinesis. De modo que, al
acabar la cena, Esther llevó a su invitada hasta su suntuoso jardín. En la parte central del
recinto, en una pequeña glorieta, había una preciosa fuente con un querubín que sostenía
una vasija, de la cual manaba el agua, y rodeándola, había cuatro bancos. Sin duda era
un lugar perfecto. El oscuro manto celestial ayudaba bastante a ocultar aquello que la
nueva víctima de Esther no debía ver.

La mujer vampiro abrazaba con fuerza la cintura de la atractiva joven. Aquel cálido
contacto de su mano contra la fina tela del vestido de la muchacha la llevó de vuelta al
pasado en solo un segundo, y recordó lo agradable que era tener un cuerpo al que
abrazar y proteger contra el suyo. Esther ya no podía más. Hacía ya bastante rato que no
prestaba atención a las historias que su presa le contaba animadamente gracias a su
grado de embriaguez, sino que estaba pendiente de su boca. Así que, acercó su cara a la
de su acompañante lentamente, mientras le acariciaba el pelo pensando: "Ojalá nos
hubiéramos conocido antes, en otra vida."

-Espera

Los ojos de la mujer estaban aterrorizados, por lo que Esther se detuvo.

-¿Tienes miedo?

Maca asintió mientras notaba como su corazón iba a salírsele del pecho.

-¿De que? ¿De mí?

-Esto no puede ser...no es normal. Además... ¡Yo no he estado nunca con otra mujer!
Eso no está bien...

-Ah, ése es el problema… Bueno, pues entonces te llevaré a casa. Le diré a mi cochero
que se prepare.

-No, un momento. Yo... No te vayas, por favor- Macarena de nuevo estaba realmente
confundida.
No sabía a ciencia cierta si era producto de alguna fuerza la que estaba ejerciendo sobre
ella un poder total en el control de sus deseos, o era su continua sensación de soledad la
que le estaba gritando por dentro que no dejara pasar aquella oportunidad.

El caso era que miles de impulsos martilleaban su voluntad. Casi no era capaz de
controlar sus pensamientos, ni tan siquiera, a su propio cuerpo. Éste reaccionaba de
forma autónoma e imprevisible.

En un arranque de valentía y dejando atrás sus prejuicios, Maca agarró delicadamente la


cara de la otra mujer para atraerla hacia sí y la besó en los labios para su propia
sorpresa.

Esther vio claro el momento de atacar y no dudó en crear una nube de sombras que las
envolvió a ambas en una profunda y espesa oscuridad. Sus cuerpos estaban abrazados
fuertemente y la pasión iba en aumento. Macarena acariciaba el rostro de la mujer
vampiro mientras su boca exploraba la de la otra mujer con una dulzura que ni ella
misma creía posible. Los labios de Esther se separaron por un instante de los de su presa
para viajar hasta su desprotegido cuello. Entre pequeños besos, colocó sus labios en un
punto estratégico sobradamente conocido y hundió sus colmillos en la mullida carne.
Un gemido de placer salió de la garganta de Macarena, y ésta se dejó llevar por aquella
nueva sensación tan deliciosa como el orgasmo.

La mujer vampiro acabó el rutinario proceso de su alimentación tras cerrar la herida de


su víctima. Ésta permanecía exhausta, con la cabeza apoyada en su hombro y el cuerpo
sin fuerzas, pero con una gran sonrisa de satisfacción en el rostro. La incorporó
suavemente. Maca abrió los ojos.

-Nunca antes había experimentado una cosa así... No sabía que podría sentir esto con
una mujer.

-Créeme, yo hace mucho que pensaba haber olvidado lo que era estar con una.

Macarena volvió a unir sus labios con los de la mujer desconocida. Una vez más, el
cuerpo inerte de Esther le dio la bienvenida al de aquella misteriosa mujer que le estaba
arrebatando la razón minuto a minuto. Sus manos viajaron por la anatomía de la morena
para registrar sensaciones que hacía años no sentía.

Por una vez en mucho tiempo, no se maldijo por estar condenada a permanecer en la
tierra muerta en vida.

Acordaron volver a encontrarse, de nuevo en la mansión de Esther, a la noche siguiente.


Eran las ocho y media y la mujer vampiro estaba delante de su ropero tratando de
decidir qué maldito vestido ponerse. Parecía una quinceañera preparándose para su
primera cita. "Realmente patética", murmuro mentalmente. Pero lo cierto era que no le
desagradaba encontrarse así. No, al menos, aquella tarde.

Finalmente se decidió por un vestido de terciopelo azul de manga drapeada. Los nervios
dulces por el reencuentro hicieron que instintivamente, se mirara en el espejo como
hacía en vida cuando se preparaba para una cita especial. Pero no encontró
nada."Imbécil. ¿Cómo se te ha podido olvidar que desde que eres así ya no te reflejas
en el cristal?" Lástima. No pudo hacer otra cosa que imaginarse como le quedaría aquel
precioso vestido de noche.

Las nueve y cuarto. Las uñas de Esther repiqueteaban ansiosas sobre el libro que estaba
ojeando para hacer tiempo. Macarena llegaba tarde. Una de dos, o se había echado atrás
por el miedo tras recordar lo sucedido en la noche anterior, o bien podía haberle
ocurrido algún contratiempo... Pero habría avisado de alguna manera...

Se levantó del sofá de un salto para buscar a uno de sus lacayos. Algo le decía que a la
dueña de su alma condenada le había ocurrido algo. No era normal que tardase tanto.
Recordó que según lo que ella le había dicho, no vivía demasiado lejos de allí... Pero lo
mejor en esta ocasión era la discreción. Optó por salir a buscarla ella misma.

Se colocó una capa con capucha y atravesó la verja de su mansión con paso decidido. A
los pocos metros, en mitad de una oscura calle, creyó oír lo que parecía un grito en la
lejanía. Experimentó una extraña sacudida que recorrió su apático cuerpo. Una
sensación de peligro puso sus sentidos alerta. En su cabeza, tan solo una palabra:
"¡Macarena!"

Esther corrió todo lo deprisa que le permitían sus veloces piernas. Dobló una
esquina, dos, tres... A la cuarta, algo que encontró nada más girar hizo que se
detuviera en seco. Al principio de un lúgubre callejón, se topó con lo que parecía
una sombra que se revolvía tratando de apoyarse con la espalda en el mugriento
muro de ladrillo viejo. Con cautela, se deslizó en la oscuridad hasta estar casi
frente a aquel cuerpo yaciente.

-Ay... Ayúdame- fue todo lo que la mujer vampiro pudo oír antes de que la figura
agonizante se desmayara.

Esther se lanzó a socorrer a aquella desesperada voz y, al atrapar su cara con las
manos para poder verla mejor a la tenue luz de una farola de gas, sus sospechas se
hicieron realidad al reconocer los ojos de Macarena, a pesar de tener toda la cara
desfigurada por los moratones y escandalosamente ensangrentada. Su vestido
estaba sucio y rasgado. Tenía el pelo suelto y enmarañado. Sin duda había
intentado librarse a golpes de su agresor.

Enseguida comprobó su pulso. Aún respiraba, pero su corazón débil no aguantaría


más que unos cuantos segundos. Sin pensárselo dos veces, separó cuidadosamente
con sus dedos los labios de Maca y, acto seguido, se mordió violentamente la
muñeca. Un hilo de sangre roja como el carmín comenzó a brotar. Esther la dejaba
caer mimosamente sobre la boca de la otra mujer. El líquido rojo iba entrando
lentamente en el cuerpo de la desvalida joven a través de su garganta. De pronto,
Macarena comenzó a notar algo que le quemaba por dentro. Abrió los ojos de par
en par, estaban inyectados en sangre, aunque su cara aun estaba pálida. Empezó a
temblar, su cuerpo se sacudía frenéticamente como el de un poseído. Esther la
acunó fuertemente, apoyando la cabecita de su querida mortal en su pecho, para
intentar calmar aquel furioso ataque sobradamente conocido.
-Shhhh... shhh... Ya está. Ya pasó. ¿Ves? Yo estoy aquí contigo. No te va a pasar
nada.

El cuerpo de Macarena intentaba relajarse, pero la mirada de la muchacha seguía


perdida.

-Sé que esto es nuevo para ti y lo siento. Pero era la única manera de hacerte
volver- Esther seguía acariciándola, protegiéndola con su cuerpo-. No suelo hacer
esto con todo el mundo, ¿sabes?

Por fin Macarena pudo articular su primera palabra tras el violento shock.

-¿Qué me ha pasado? ¿Qué me has hecho?

-Te acabo de salvar la vida.

-¡Suéltame!¡ Eres un monstruo!¡ Eres uno de ellos!

-¡Eh! Tranquilízate, ¿quieres? ¿A qué te refieres con que soy una de ellos?

-¡Déjame en paz! ¡Tú también quieres matarme! ¡Socorro!

-Macarena, ¡por favor! ¡Cálmate!

Los gritos de Macarena empezaron a enervar a Esther, ya que podían delatar su


posición a posibles enemigos cercanos. Maca sintió una mano gélida que le tapó
rápidamente la boca. Lo último que vio aquella noche antes de desmayarse fueron
unos afilados colmillos blancos clavándose en su yugular.

Unos ojos marrones se entreabrieron en la penumbra. A duras penas consiguió ver


donde se encontraba, pero su intuición le dio una pista: un perfume. Un perfume
de rosas. El mismo que exhalaba el cuerpo de Esther la noche en que la conoció.
Maca notaba la suavidad de unas sábanas sobre su piel. Estaba tumbada en una
cama mullida y muy cómoda. Rodeada de un aroma que turbaba sus sentidos, se
giró para tratar de averiguar de dónde provenía. Su sorpresa fue mayúscula al
encontrar dos ojos pardos que miraban directamente a los suyos. No pudo evitar
que se le escapara un grito de terror.

De la oscuridad nació de nuevo una mano que tapó su carnosa boca. Aquellos ojos
se aproximaban a su cara sin que ella pudiera evitarlo. Una fuerza mayor
inexplicable mantenía sus músculos rígidos e impotentes ante cualquier orden
nerviosa. Después, la mano fue remplazada por unos labios que buscaron una
reacción positiva por parte de Maca, pero ésta lo único que hacia era intentar
escabullirse con todas sus fuerzas.

Unos dientes se apretaron para provocar una pequeña herida. Un sonido de


desgarro llegó hasta los oídos de Macarena. ¿Cómo era posible que pudiera haber
escuchado a la perfección algo tan leve? Ahora, con los labios impregnados en
sangre, la extraña boca que buscaba la de Macarena sabía perfectamente que, en
esta ocasión, no sería rechazada.
Aquella cara ajena estaba a centímetros de la suya cuando Macarena olió la
esencia de la sangre. Sangre fresca y dulce. De repente, su cuerpo entró en una
especie de frenesí: su boca le ordenaba ansiosamente beber ese manjar que se le
estaba ofreciendo, pero su cabeza no paraba de tratar de reprimir aquella
repugnante acción.

"Macarena, por dios, ¿que te está pasando? ¡Es sangre lo que esa mujer tiene en su
boca! No necesitas beber sangre... Pero no puedo evitarlo, me atrae, me atrae y
necesito probarla. Sólo un poco.... hasta quedar saciada."

Sus pensamientos se desvanecieron cuando se dio cuenta de que estaba


succionando los labios de aquella sombra fría que parecía disfrutar tanto o más
que ella

-Vamos... Eso es... Despacio, tranquila… Es toda para ti, mi reina...

Macarena reconoció aquella voz y no pudo hacer otra cosa que seguir mirando
fijamente a los ojos de quien le administraba aquel fascinante licor. Poco a poco y
de forma autómata, fue acariciando el rostro de Esther, sus mejillas, su sedoso
pelo, su cuello. Y cada vez su beso era más apasionado, más intenso.

-Espera, espera… No tan deprisa- Esther la separó delicadamente y la contempló


durante unos segundos-. Déjame que te mire un momento, eres preciosa....

La joven de cabello castaño respiraba agitadamente. De su labio inferior resbalaba


un hilillo de sangre. Sus ojos estaban muy abiertos, como intentando buscar de
entre la oscuridad a la mujer que hacía unos momentos le regalaba un millón de
sensaciones con un beso. Quiso volver a repetir, pero la mujer vampiro se lo
impidió. Con un suave toque de sus dedos, se cerró la herida de su boca, cosa que
dejó asombrada a Macarena.

-¿Cómo…? ¿Cómo demonios has hecho eso?

-Es un secreto -sonrió-. Dime, ¿ya no estas asustada?- le preguntó a la otra mujer
mientras le acariciaba el pelo.

-Sé que me arrepentiré de esto pero… ahora estoy increíblemente tranquila. No sé


por qué ni qué me has hecho....

-Querrás decir qué te has hecho tú… Yo no he hecho nada, lo has hecho todo tú
solita- su mano seguía mimando el cuello de Macarena y ésta, como si de una gata
mimosa se tratara, se encogía delicadamente de gusto ante el suave contacto-. Pero
bueno, me alegra ver que por fin puedo hablar contigo sin sobresaltos.

Esther le tendió la mano a Maca para que se levantara de la cama y la siguiera.


Antes de salir de la habitación, abrió la ventana de par en par para que la otra
mujer pudiera ver la maravillosa vista nocturna de aquella noche. Ésta se apoyó en
el quicio dejando que la luz de la luna y la suave brisa de la madrugada le bañaran
el rostro.
-¿Qué te parece?-Esther estaba justo detrás de ella, para abrazarla por la cintura.

-Esto es maravilloso. ¿Y es así cada noche?

-Sí, y lo será para siempre si te quedas conmigo

Macarena se giró lentamente, notando el abrazo de la otra mujer en su cuerpo, cuando se dio
cuenta de que llevaba puesto un camisón de raso blanco precioso.

-¿Y mi ropa? ¿Quien me ha...?

-¿Acaso no te gusta? Si quieres, puedo devolverte tu vestido raído. Aunque en estos momentos, mi
criado debe haberlo convertido ya en trapos para la limpieza.

-No, no es eso... Gracias.

-No me las des. Pero venga, acompáñame, porque tenemos que hablar.

-¿De que?

-De lo de ayer. Te atacaron, ¿no es así?

-No... No recuerdo nada- la muchacha se tocó la cabeza, preocupada.

-Es normal, has dormido mucho. Demasiadas emociones en tan poco tiempo…

-Pero... ¿Qué me pasó? ¿Por qué, de repente, estoy aquí contigo?

-Es una larga historia. Así que es mejor que nos pongamos cómodas. Presiento que va a ser una
noche muy larga.

Macarena volvió a coger la mano que la otra mujer le tendía. En su interior anidaban varias
sensaciones extrañas y miles de preguntas sin respuesta, pero, a pesar de todo, en aquel lugar y en
aquel mismo instante, su corazón le decía que no temiera a esa mujer. Algo muy profundo estaba
emergiendo de su confuso corazón.

Esther no dejaba de observar a la otra mujer atentamente; sabia que debía contarle toda la verdad
acerca de su... naturaleza, pero hacerlo era condenarla irremediablemente. Por una parte, eso era
lo que mas deseaba, pero no era una decisión fácil de tomar.

"Sí, llevármela conmigo, para siempre. Será mía el resto de la eternidad.... No, no es justo. La quieres,
no se lo merece. Tiene toda una vida por delante y para ti sólo es un capricho con final terrible.... Maté
a su novio y ahora no puedo echarme atrás... Pero la poca humanidad que me queda en este cuerpo
desaparecería de un plumazo. Ella no es como las demás, y lo sabes. No puedo hacer nada si me mira
de esa forma.... No debo hacerlo. Pero… ¿qué demonios? ¡No soy humana...! Soy una bestia y no debo
tener ni sentimientos ni culpabilidad.”

Esther llevó finalmente a Maca a su inmenso jardín, no sin antes ofrecerle un batín rojo para
guarecerse del frío invernal de un domingo gélido a las dos de la mañana. Llegaron a una zona
llena de rosales que tenía un merendero de hierro forjado muy bonito, decorado con motivos
florales y pintados en blanco. Esther la invitó a sentarse mientras ella se quedaba de pie para
comenzar una conversación en la que poco participaría la mujer que tenia en frente.
Al momento, uno de los sirvientes se aproximó hasta donde estaban. Tenía el pelo cano, pero su
caminar era el de un hombre seguro y con experiencia. Su mirada era serena y la sonrisa tierna. A
Macarena le impresionó ver la frescura en su rostro a pesar de estar levantado para tener que
servirlas a las tantas de la noche.

-¿Desean tomar algo las señoritas?

-Yo tomare lo de siempre, Juan. ¿Y tú, Macarena?

-Un poco de leche caliente, por favor, si no es mucha molestia-contestó con una amplia sonrisa.

-En absoluto, señorita, cumplo con mi deber. En seguida les traigo todo.

-Gracias, Juan. Puedes retirarte.

Macarena miró cómo se marchaba Juan, que en ningún momento se mostró cansado ante ellas.
Aquel hombre podía ser su abuelo, pero parecía tener veinte años menos por la vitalidad que se
adivinaba en su rostro.

-¿No crees que deberías dejar descansar al servicio?

-Hace solo unas horas que comenzó su turno de trabajo. Está acostumbrado. Trabaja de noche,
descansa de día.

-¿Y por qué....?

-Verás, querida, cada pregunta tiene su explicación, pero contártelo todo de golpe no haría sino
asustarte. Y no me gustaría tener que perseguirte por entre los setos para acabar matándote con
mis propias manos.

La otra muchacha se quedó lívida. Su boca no podía pronunciar palabra. Y fue entonces cuando en
su cabeza empezaron a agolparse las imágenes. Antes de que pudiera hacer nada, como si de una
telépata se tratara, Esther ya estaba detrás de ella susurrándole al oído.

-Mira… Si has llegado hasta aquí, será por algo, ¿no? Estas aquí sentada frente a una extraña que
te ha dejado beber su sangre, te ha salvado la vida y ahora va a sincerarse contigo para tratar de
saber quién demonios intentó matarte. ¿De verdad ahora vas a abandonar dejándote vencer por el
pánico? Sé valiente y quédate hasta el final de la fiesta. Prometo no defraudarte.

Maca aguantó la respiración unos instantes para asimilar todo lo que se le estaba pasando por la
cabeza. Le temblaban las manos pero no quería aparentar miedo. Tenía que salir de allí como
fuera, pero por otro lado, debía llegar hasta el final.

Ella jamás se había dado por vencida, siempre terminaba por superar los obstáculos. Era una
cabezota que luchaba por conseguir sus propósitos… No, no era una cobarde; no estaba hecha de
esa madera. La adversidad la hacía más fuerte, como su control sobre sus sentimientos, y no podía
aparentar debilidad. No delante de aquella mujer que le infundía terror, pero, al mismo tiempo,
una peligrosa curiosidad.

-Bueno, Macarena. ¿Qué me dices...? ¿Jugamos?

Instintivamente, Macarena se puso de pie. En un primer momento, Esther creyó que iba a salir
corriendo. Pero no. Para su satisfacción, vio como aquella mujer se giraba para encararla,
desafiante y dispuesta a todo.

-Está bien. Te escucho.


Esther no dudó en agarrarla suavemente por la cintura, atrayéndola hacia su cuerpo para que
pasease con ella. Ellas estaban muy próximas la una de la otra. El corazón de Maca parecía
salírsele del pecho, pero en la fachada, conservaba la calma como podía.

En ese mismo instante, interrumpiendo aquel indefinible momento para ambas, regresó el
mayordomo con las bebidas.

-Aquí tienen, señoritas.

-Gracias- respondió Macarena.

-Señorita Esther...

-¿Sí?

-Se me olvidó comunicárselo antes, pero... han traído hoy una carta para usted.

-Dámela, por favor.

Esther se separó a desgana de su invitada para coger el sobre cerrado y ojearlo unos segundos.
Maca pudo ver que en el reverso había un sello lacrado con un emblema un tanto extraño: una
corona. ¿Tendría Esther algo que ver con la alta aristocracia?

La mujer vampiro mostró preocupación tras leer minuciosamente el mensaje dirigido a ella.
Después, volvió a meter la nota en el sobre y se la devolvió al criado.

-Bien, Juan, puedes marcharte. Gracias por todo.

Mientras el sirviente se alejaba, Esther poso su mirada en la lejanía. Macarena no pudo reprimir su
curiosidad, de modo que se acercó, tras reunir fuerzas, y se lanzó a averiguar más sobre aquella
oscura muchacha.

-¿Malas noticias?

-Escucha... Será mejor que acabemos de una vez con esto.

Los ojos de Maca se abrieron de par en par cuando vieron que Esther la volvía a sentar en la silla
del merendero con cara de muy pocos amigos. Se le había quedado la boca seca, de modo que cogió
el vaso de leche caliente que había traído Juan y le dio unos pequeños sorbos sin dejar de mirar a la
otra mujer.

-Está bien, Macarena. ¿Sabes cual es la diferencia entre tú y yo?

No dejó que la otra muchacha contestara y prosiguió su exposición.

-Tú estas viva y yo... muerta.

Ahora sí que tuvo que beberse todo el vaso de leche para no caer desmayada por la
impresión. Comenzó a temblarle todo el cuerpo. Su respiración se agitó hasta casi
el colapso. Viendo esto, Esther se aproximó hasta ella y le cogió la mano.

Macarena notó que la suya estaba casi tan fría como la de la mujer vampiro.
-Vale, vale... Tranquilízate- obligó a que la mirara directamente a los ojos-.
Escucha.... Sé que no estoy en posición de pedirte nada en estos momentos, ni
pienso que vayas a creerme en lo más mínimo, pero... no voy a hacerte
daño. Jamás lo haría, ¿me oyes? Por favor, no me tengas miedo.

Macarena, a pesar del shock nervioso por el que estaba pasando, vio sinceridad en
aquellos ojos que decían más que las palabras. Ahora todo empezaba a cuadrar,
los recuerdos comenzaban a llegar hasta su turbada cabeza y se estremecía con tan
solo pensar en el peligro que estaba corriendo por el hecho de seguir
permaneciendo al lado de aquel monstruo.

-Mira... Sé que va a ser duro, pero voy a contártelo todo desde el principio, así que
escucha atentamente y después podrás preguntarme todo lo que quieras, ¿de
acuerdo?

La joven respondió tímidamente con la cabeza mientras que Esther se sentaba en


la silla de enfrente para controlar todas las reacciones de la otra mujer.

-Aquella noche... en la opera, cuando nos conocimos, cometí un grave error: me


enamoré de ti nada mas verte- dicho esto se dio cuenta de que Macarena se había
ruborizado por completo-. De hecho, eras la mujer más extraordinaria que había
visto nunca. Destacabas de entre todas las muchachas que entraban del brazo de
apuestos galanes, y no lo pude evitar… Te seguí hasta los palcos y...

-Así que… nuestro encuentro no fue casualidad.

-Exacto.

De repente, Macarena se dio cuenta de algo muy importante.

-¿Me estas diciendo que mi prometido no se había ido de la opera de la mano de


otra mujer?

-Tu prometido esa noche se convirtió en algo muy parecido a mí, pero mientras él
se está pudriendo ahora en el hueco de una abandonada escalera de la opera, yo
estoy aquí sentada en el jardín, frente a una mujer maravillosa, y puedo disfrutar
de una bebida mientras la contemplo-diciendo esto, se llevó a los labios la copa que
Juan le había traído y se la bebió en varios tragos largos-. Como habrás
comprobado, yo salgo ganando.

-¡Lo mataste! ¡Lo mataste y me engañaste! ¡Asesina!

Macarena se abalanzó hacia Esther, pero ésta fue más rápida y tuvo que agarrarla
rápidamente de las manos para detenerla. Macarena no podía luchar contra la
potente e inexplicable fuerza de la otra mujer.

-Siéntate, por favor, mantén la calma porque esto no es nada comparado con lo
que te queda aún por escuchar....

Macarena, viendo que tenia las de perder, obedeció.


-¿Sabes? A pesar de que ahora sabes que te has quedado sin prometido que te dé
su dote, he de decirte que eres una persona afortunada. Sí, los que son como yo no
hablamos con gente como tú, es decir, con los vivos. Hemos pasado muchos siglos
creando un telón para ocultaros el verdadero espectáculo, pero al fin y al cabo, es
bastante sencillo: los vampiros no queremos que los mortales sepáis de nuestra
existencia, y sí, tenemos colmillos tan afilados como en las fabulas que te han
contado tus abuelas, pero tú no los puedes ver si yo no te los muestro. Como
ahora...

Esther sonrió para mostrar las dos afiladas piezas de su dentadura. Macarena
perdió el poco color que le quedaba, porque ya estaba completamente pálida.

-Dios mío, casi no puedo creerlo... Eres un vampiro… ¡Eres un vampiro como el
que casi me mata!

-Sí, pero con la diferencia de que yo no lo haré nunca. Escucha, volviendo a la


noche en que nos conocimos…

-¡No quiero saber más! ¡Me voy de aquí!

Macarena se levantó de un salto y corrió hacia una zona demasiado oscura del
inmenso jardín. No sabía dónde estaba. Se encontraba perdida. Mientras más
avanzaba, más se adentraba en la callada oscuridad. A los pocos segundos, la voz
cercana de Esther hizo que el corazón casi se le parara del susto.

-Acabas de meterte en mi laberinto. Está oscuro, los setos son demasiado altos…
Sin mi ayuda, no podrás salir de aquí.

La asustada muchacha miraba de un lado para otro, pero solo divisaba más y más
oscuridad. Intentaba cruzar a tientas los largos pasillos de aquel laberinto
tenebroso que más bien parecía un agujero negro, pues se tragaba todo sonido
proveniente del exterior y toda la tenue luz que irradiaban la luna y las estrellas.
No había nada a lo que aferrarse, sus manos no alcanzaban a tocar nada, sin duda
se trataba de un mágico túnel negro que parecía hacerse más largo a cada paso que
daba.

-Es inútil- decía Esther divertida mientas veía como se perdía entre la penumbra-.
Si quieres salir, pídemelo.

-No, eso jamás. Puedo hacerlo sola.

-¿En serio? Bueno. Estaré por aquí si me necesitas.

-Por mí, puedes esperar sentada. Saldré de aquí y no volverás a verme jamás.

-Como quieras. Pero... recuerda: grita mi nombre y estaré de nuevo a tu lado.

Silencio. Al cabo de unos dos minutos, Macarena llegó a una zona en la que parecía
deslumbrarse un bulto que se movía.
-¿Hola? Perdone, ¿sería tan amable de decirme como salir de aquí?

Aquel bulto se agitó. De la espesura de la noche salió una dentadura blanca,


completamente apretada, desafiando. Después, unos ojos negros aparecieron de la
nada y, más tarde, un esbelto cuerpo canino que se preparaba para atacar. Un
agresivo perro de estatura alta y robusta musculatura gruñía a punto de saltar
sobre su presa.

"Dios mío... Estoy aterrada, completamente paralizada y ese perro huele mi miedo...
Esto es el fin. Pero puedo aceptar la propuesta de Esther... No, no voy a darle gusto a
esa... lo que sea. Si tengo que morir, lo haré peleando con ese maldito perro. No voy a
ponerle las cosas fáciles. No soy ninguna niña llorona. Sea como sea, lo conseguiré."

Macarena se armó de valor y se aproximó cautelosamente hasta el peligroso perro,


tratando de adivinar sus próximos movimientos. Pero el gruñido se hacía cada vez
más intenso, el animal se tensaba con mayor fuerza y sus patas se clavaban
enérgicamente en la húmeda tierra. De repente, el perro se lanzó contra uno de los
brazos de la desprotegida muchacha, y ésta dejó escapar un alarido de dolor.

Esther observaba todo desde el primer piso de su mansión con unos prismáticos de
ópera. En cierto modo, disfrutaba observando la lucha entre la mujer y el animal,
deseando que ésta fuera la vencedora final, pero conocía muy bien a ese bicho.
Había sido entrenado para matar por si alguien intentaba entrar en la casa. Y si no
actuaba pronto, en unos minutos, su amada se convertiría en pasto para los
gusanos.

Maca trataba de estrangular al perro con la mano que le quedaba libre. Pero era
inútil: mientras ejercía más presión en la garganta del animal, más sentía la
mordedura en su brazo. El olor a su propia sangre hizo que se percatarse de la
gravedad del asunto. Se estaba desangrando lentamente mientras luchaba en vano
con un perro enloquecido y dispuesto a no dejarla escapar. Analizó su situación.
Demasiado grave como para andarse con orgullos entupidos. Ahora tenia que
morderse la lengua y recapacitar: necesitaba la ayuda de Esther, por mucho que se
odiara el resto de su vida por afirmar aquello.

El dolor era insoportable. Sus fuerzas empezaban a flaquear. Su cabeza le daba


vueltas, estaba perdiendo demasiada sangre. No podría aguantar mucho más. De
pronto, su boca comenzó a emitir un leve sonido.

-Es... Esther....

Aquel susurro fue suficiente para que la mujer vampiro saltara decididamente, y
tan veloz como un rayo, desde el balcón hacia el laberinto de setos. Llegó hasta
donde estaba Maca. Ella permanecía tirada en el suelo semiinconsciente, pero con
los ojos aún abiertos, tratando de atravesar con la mirada al cánido asesino que
esperaba rugiendo hasta que se desangrase.

-¡Fuera, Bribón! ¡Fuera!


Tras esta orden, el perro se retiró del cuerpo de la muchacha como si no hubiera
ocurrido nada momentos antes. Moviendo el rabo, buscaba la aprobación de su
dueña, quien no dudó en acariciarle amigablemente el lomo y la cabeza.

- Buen trabajo, Bribón. Venga, márchate.

Y Bribón desapareció de nuevo y aquel lugar recobró la misma quietud que tienen
los cementerios a media noche.

Esther cogió en brazos a una Maca moribunda que respiraba de forma desigual.
Su mirada ahora estaba desenfocada como la de los que van a morir y buscan un
punto en el que decir su último adiós. La mujer vampiro caminaba lentamente
cargando con una mujer que en breve exhalaría su último aliento mientras dejaba
atrás el laberinto, y después el jardín, hasta llegar al salón de su lujosa casa.

Al verla entrar, su criado Juan encendió la chimenea de la gran sala y trajo una
manta para tapar a la hermosa mujer que Esther había colocado cuidadosamente
en un sofá tapizado de rojo. Luego se retiró sin decir palabra.

-Macarena... Macarena, ¿puedes oírme?

- Si, pero muy lejos...

-Macarena, escúchame con atención. ¿Quieres vivir?

-Sí... Por favor. No me dejes morir así. Te lo suplico… Te necesito.

-¿Te quedarás conmigo y dejarás de intentar escapar si te ayudo a seguir con vida?

-Te lo... Te lo prometo. Pero, por favor, haz algo… Me muero. Esther... ¡Ayúdame!
Dios mío… No puedo resp...

- Muy bien. Tengo tu consentimiento para hacer esto. Ya no hay vuelta atrás.

Esther se arrodilló frente al sofá y se inclinó hacia el desfallecido cuerpo de su amada. Acercó sus
labios a los de la otra chica no sin antes morderse literalmente la lengua para que su sangre
comenzara a brotar despacio hacia la boca de la moribunda. Besó profundamente a Macarena con
la esperanza de que ésta comenzara a recibir la vida a través de su líquido vital de color rojo.
Pasaron unos segundos en blanco hasta que la mujer vampiro notara alguna reacción.
Suavemente, Esther empezó a mimar con sus labios los de la otra joven y ese acto la hizo
rememorar la lejana sensación de cuando dio su primer beso de amor en plena adolescencia.
Macarena, por su parte, bebía sensualmente sangre de la boca aquella mujer reservada de la que
ahora dependía todo su ser. Ahora estaba atada a Esther más que nunca. Sentía que acababa de
convertirse en una parte de ella. Su sangre estaba diluyéndose con la de su salvadora.

Gracias a ese beso, un beso que las dos habían dado con todo el alma, Macarena volvió a nacer una
vez más. Cuando Esther vio que su nueva adquisición volvía a la vida por arte de magia, cerró la
hemorragia de su lengua pero continuó besando apasionadamente a la mujer que ya no
rechazaba su abrazo ni sus tiernas caricias.
-Mi reina... Tú yo estamos unidas por un vinculo. Verás... Si haces memoria, has bebido de mi
sangre varias veces y, en cada ocasión, he ido adquiriendo mayor dominio emocional y mental
sobre ti… Pero a la vez, te he ido regalando poderes que en adelante te serán de gran utilidad.

-¿Poderes?

-¿Acaso crees que los moratones y las heridas recibidas ayer han desaparecido gracias al
maquillaje? No, se han curado con el poder de mi sangre, como se están curando ahora lentamente
las heridas de hoy.

Macarena fue examinando lentamente sus brazos, sus manos, su cara… y notaba cómo se cerraban
poco a poco los rasguños diseminados por su cuerpo. El escozor de las heridas disminuía… Sentía
que iba recobrando las fuerzas. Tas unos momentos de silencio, Maca levantó la mirada hasta
encontrase con la de Esther, que pedía a suplicas un poco de misericordia y comprensión.

-Lo único que pretendía con esto, amor mío, era conseguir que tú me amaras con la misma
intensidad con la que yo lo hago, para que fuera un amor mutuo… Ya que es lo más parecido a lo
que en vida era el amor verdadero.

-¿Y no podré librarme nunca de ti?

Aquella pregunta le hizo más daño que cualquiera de las puñaladas fallidas recibidas en el corazón
por parte de los caza vampiros.

- Bueno, hay una opción- Esther miró hacia el suelo para decir algo que lamentaba profundamente-
. La manera más infalible de romper este vínculo para siempre es... matándome.

Se hizo el silencio. No había nada más que decir. Ya estaba todo dicho, todo gritado.

-Por favor, ¿puedes dejarme un momento a solas? Necesito asimilar todo esto… Necesito pensar.

-Está bien. Iré a cenar algo.

-¿A quien vas a matar?

- Eso no es asunto tuyo. Además, hoy no tengo por qué hacerlo. Tengo en las bodegas reservas
suficientes para una semana listas para servir. Volveré en un rato.

Macarena no podía moverse de ese sofá. Le dolían los ojos de llorar, tenía la cara encendida y le
temblaban los labios. Como si de una niña pequeña se tratase, se tapaba la cara con las manos
presa de mil sentimientos contradictorios y en su mayoría negativos y destructivos.

Miró hacia ambos lados para comprobar que nadie la observaba. Estaba sola. Era su única
oportunidad. Abandonó el salón, subió las escaleras de la mansión y volvió al dormitorio donde
horas antes se había despertado. Halló una lámpara para examinar la estancia. De los dos cajones
de la mesa, abrió el de la izquierda y sacó un abrecartas. Vio que en el filo había algo grabado:
" Para mi chiquilla. Úsalo para tu libertad. Isabel."

Macarena se quedó sorprendida.

- Isabel... ¿Quien es esa Isabel? ¿Por qué he sentido celos de una mujer que no conozco?

Entornando los ojos y tras un profundo suspiro, Maca acercó el abrecartas a su pecho. Un
empujoncito sólo y la hoja de aquel puñal lo acabaría todo.
Intentó que su pulso no le temblara cuando sus manos se agarraron más al frío acero de aquella
arma. Ahora todo era negro y lo sería para siempre. Por fin conseguiría la paz.

Contó mentalmente hasta tres.

“Allá voy… Uno, dos y…”

La hoja del abrecartas ya estaba hundiéndose en el camisón cuando un golpe seco hizo que volara
por los aires hasta caer en el otro lado de la habitación. Macarena abrió los ojos y se encontró de
pronto con la cara asustada del mayordomo.

-¡Pero… señorita! ¿Qué estaba usted haciendo? ¡Iba a hacerse daño!

-Ya lo sé, Juan. Ni matarse tranquila va a poder hacer una en esta maldita casa…

-¿Sabe la señorita Ester que usted anda en su habitación tratando de suicidarse?

-No es asunto suyo-Macarena trató de salir de la habitación pero Juan le cortó el paso.

-Lo siento mucho, pero me temo que voy a tener que llamar a la señ…

No lo dejó terminar. Maca le arreó un sonoro puñetazo al mayordomo y le hizo caer como el plomo
contra el suelo.

-A ver si ahora callas de una vez.

Decidió recuperar el arma con la que pensaba asestarse una cuchillada certera pero, cuando se
agachaba para recogerla, sintió una presencia cercana.

-¿Buscabas esto?-Esther apareció delante de ella, agachada a su misma altura y con el abrecartas
en la palma de la mano.

Maca se asustó y, al tratar de escabullirse, se cayó al suelo.

-Parece que hubieras visto al mismo demonio-dijo Ester mientras se reía a carcajadas-. Bueno,
bueno, bueno… Qué raro… Es la primera vez que veo a Juan echarse una siesta en pleno suelo.

-Es un entrometido-por fin la otra joven se atrevió a hablar.

-Hace su trabajo. Pobrecito… Voy a tener que darle unas buenas vacaciones y un aumento de
sueldo. Recibir golpes de jovencitas malhumoradas no estaba entre las cláusulas de su contrato.

La mujer vampiro le tendió la mano a Macarena para que se levantara. El fuerte impulso hizo que,
nada más erguirse, se aferrara con fuerza a la cintura de Esther. En un segundo sus rostros
estuvieron muy cerca. Sus ojos se miraban directamente. La respiración agitada de Macarena
contrastaba con la serenidad de la otra muchacha. Sus cuerpos rabiaban por fundirse en uno sólo.
Como Maca vio que este hecho excitaba sobremanera a Esther, comenzó a jugar sensualmente con
ella: primero empezó dibujando en su rostro una pícara sonrisa, luego aproximó sus labios a los de
la otra chica y empezó a deslizarlos suavemente por la fría piel de la vampiresa. Recorrió sus
mejillas, su barbilla, su cuello, menos… los labios. Aún no. Tenía que engatusar a Esther y llevarla
hasta la desesperación. Una vez ganada su confianza, la besaría apasionadamente en los labios y
aprovecharía el momento para arrebatarle el arma.

-Si lo que estás pensando es en tenderme una trampa, lo llevas claro.

En la cara de Macarena se reflejó la incredulidad.


-¿Qué…?

-Es inútil. Puedo leer tu pensamiento. ¿Recuerdas? Tenemos un vínculo, querida. Pero no te
enfades, que te pones muy fea.

-Deja de reírte de mí, ¿quieres?

-Está bien, pero tú no hagas más el tonto. De nada sirven tus intentos de suicidio ni tus ensayos
frustrados para acabar conmigo. Éste es tu destino.

-Es el destino que tú me has impuesto.

-Te equivocas. Tarde o temprano tú y yo íbamos a acabar encontrándonos. Al fin y al cabo, más
bien te he hecho un favor trayéndote aquí conmigo.

-¿Cómo estás tan segura?

Esther se separó para dejar el abrecartas sobre su escritorio y regresó junto a su amada para
acariciarle el rostro.

-¿Y si te dijera que tu prometido no era tan bueno como tú pensabas…?

-O sea, que aún te quedan cosas por contarme...

- Te dije que esta noche iba a ser eterna.

-Y lo está siendo. Muchas gracias, me estas volviendo loca.

-Dime que has dicho eso con algún doble sentido-Esther sonreía pícara.

-Voy a sentarme, porque creo que ahora viene algo serio

-Verás… En este papel está escrita la prueba que pone de manifiesto que
intentaban acabar contigo.

-Léela, por favor-suplicó Macarena.

-Está bien. Dice: “Querida hermana de las sombras. Acabas de ganarte un buen
quebradero de cabeza. Tus caprichos van a pasarte factura muy pronto, por que has
elegido mal a tu presa. Esa tal macarena era un regalo para Fernando, nuestro
enemigo. Según me han informado nuestros amigos de la alta sociedad, Fernando
tenía planeado encontrarse al final de la función de ópera con su esclavo, que se
hacia pasar por el prometido de la chica para que se la entregase. Te vieron llevártela
del brazo y además encontraron el cadáver del esclavo de Fernando. Ahora van a por
ti. Tú y esa jovencita estáis amenazadas de muerte. Quién sabe lo que es capaz se
hacer Fernando ahora que tú te has convertido en su esclava. Te sugiero que te
reunías con nosotros en la mansión Wilson, donde se va a realizar una fiesta de
disfraces dentro de dos noches. Allí estará toda tu cuadrilla para ayudarte. Un saludo,
Vykos.”
Macarena se quedó mirando desconcertada la carta que Esther sostenía entre sus
manos, sin comprender nada.

-¿Contenta?

-No es posible… ¡He vivido engañada todos estos meses!

-Macarena, Macarena, escúchame- decía Esther mientras trataba de que la


muchacha dejara de cubrirse el rostro con la manos-. Si es cierto, la vida que has
tenido no ha sido un camino de rosas precisamente... Deja de compadecerte y ponle
remedio. La vida que yo te ofrezco, mi amor, será diferente... Llena de
oportunidades- Esther levantó la barbilla de Macarena con su mano para que ésta
viera la verdad en su mirada -. Mi reina consorte…

Los dedos de la mujer vampiro retiraron delicadamente las lágrimas de Macarena


y acariciaron sus suaves mejillas

-Te prometo que si sigues a mi lado, no dejaré que te pase nada malo. Nadie te
pondrá una mano encima. Acabaré con Fernando y con todo aquél que quiera
hacerte daño.

-Pero tú acabaras por convertirme en vampiro, tarde o temprano, como quería


hacer tu enemigo.

-No. Aún me queda algo de humanidad en este viejo cuerpo. No voy a hacer eso
porque te condenaría para siempre. Eso sólo se le desea a un enemigo. La vida es
un bien precioso y tú eres joven. Jamás te haría lo que hicieron conmigo.-al decir
esto,, aparecieron, para sorpresa de Macarena, pequeñas lágrimas en sus ojos-. Y
yo quiero que vivas, que conozcas el mundo y apures toda tu juventud a mi lado.
Convertirte en vampiro sería perderte para siempre. Perder a ti Macarena que
ahora tengo ante mí, con su inocencia y frescura. Al transformarte pierdes todo eso
y te conviertes en lo que soy yo: una bestia oscura sin más afán que el de buscar
una próxima víctima con la que alimentarte.

Macarena seguía impresionada al ver por primera vez llorar a un vampiro. De su


interior afloraron los sentimientos más puros de amor y compasión.
Verdaderamente, Esther parecía estar triste rememorando en su cabeza un
doloroso pasado.

“No tengo nada más que perder. Ya no hay nada que me ate a mi anterior vida,
porque no era más que una farsa. Mi amor por aquel pobre chico no era verdad. Y
ahora ella… Me atrae a su mundo desconocido, promete cuidarme siempre, ser su…
reina. Eso es más de lo que nadie antes haya hecho por mí. Hay algo dentro de mi
corazón que me dice que… verdaderamente estoy enamorándome de ella.”

Sin dejar de mirarla, Macarena acercó sus labios a los de Esther para firmar de
una vez un tratado de paz, de rendición incondicional. La vampiresa continuaba
llorando, esta vez de emoción. Y aunque sus lágrimas no eran más que un
acto inducido por ella misma a través de sus poderes mágicos, ya que seguía
siendo un cadáver animado, le gustaba dejarlas caer por su mejilla para
rememorar la misma sensación que experimentaba su cuerpo cuando en vida las
lágrimas brotaban por culpa de unos sentimientos que no podía manejar a su
antojo.

Ambas disfrutaban del cálido contacto que los labios de la otra le ofrecían.
Comenzaron espontáneamente las caricias, los abrazos, las cómplices sonrisas.
Macarena ya no estaba asustada. Estaba segura de querer afrontar lo que le
quedara de vida al lado de Esther.

La mujer vampiro, gracias a los poderes que le aportaba la sangre, hizo que su piel
se calentara gradualmente y su respiración se agitara ficticiamente, para empezar
a crear el ambiente propicio para que su amada se sintiera cómoda.

-Esther…-Macarena la abrazó por el cuello y la miró fijamente.

-Dime-dijo casi en un susurro.

-Te quiero.

Y volvieron a fundirse en un apasionado beso que fue como un regalo celestial. La


vampiresa no vaciló ni un segundo y empezó a desatar el nudo del cinturón del
batín rojo que llevaba Maca. Sus manos podían ahora sentir más cerca la suave
piel de su amada. Como ésta no parecía resistirse, sino que se estaba excitando
gradualmente, continuó viajando con sus dedos por la espalda de la otra mujer,
quitándole la prenda que la protegía del frío. Con sólo el camisón, ahora el tacto
era más agradable y placentero. Macarena comenzó a incendiarse por dentro. De
repente, cuando sintió que la mano de Esther se adentraba en un lugar sagrado, se
apartó violentamente.

-Un momento…

-¿Qué ocurre?

-Verás, es que…-Macarena tenía las mejillas encendidas.

-No te preocupes-Esther le regaló una sonrisa tranquilizadora-. Sólo dime una


cosa: ¿estás preparada?

-Sí-respondió la otra mujer volviendo a abrazarse lentamente a la cintura de la


vampiresa.

-Pues entonces, mi amor, relájate y disfruta-sus ojos brillaban junto a los de su


amada.

Macarena se dejó hacer. Esther la tumbó cuidadosamente sobre la cama. Recorrió


su garganta con pequeños besos y le habló sensualmente al oído.

-Yo también te quiero, mi princesa.


La excitación de Macarena aumentó considerablemente cuando oyó estas palabras
de la boca de su amada. Se le erizó el vello y un escalofrío viajó como un rayo por
todo su sistema nervioso. De modo que colaboró con aquel grato baile de caricias y
besos tanto como la otra mujer. Estaba experimentan do sensaciones que jamás
había sentido y se dejaba llevar por la pasión de la mujer vampiro, que la mimaba
con sus labios y sus manos. Entre sus brazos se sentía especial y segura, como una
rosa entre algodones.

Por su parte, Esther se aseguraba de que todo fuese bien, de que su reina no se
sintiera incómoda, de que todo marchara como la seda. Y disfrutaba. Vaya que
sí. A su cabeza acudían imágenes lejanas, de aquel tiempo, en el que su corazón
latía de verdad y no por su propia voluntad para aparentar humanidad. Se acordó
inevitablemente de aquella mujer que lo fue todo, su mundo y su universo. Incluso
su caos y su apocalipsis. Aquella princesa de cabellos color carbón que la llevó
hasta su propia destrucción para más tarde abandonarla a su suerte en un mundo
de tinieblas. Pero no era el momento de acordarse de lo malo. No por ahora. Era el
momento de disfrutar otra vez del calor de una compañía tan dulce como aquella,
de un milagro hecho mujer y un regalo convertido en caricia. Y llevaba tanto
tiempo esperándolo que ya parecía imposible que su suerte cambiara de una vez
por todas. Demasiado tiempo sin volver a sentir un cuerpo de mujer tan cerca del
suyo… Agradeció para sus adentros aquella oportunidad del destino y se juró a sí
misma no dejarla escapar.

Ambas estaban explorando ya el cuerpo de la otra. La vampiresa se dejaba


embriagar por el suave olor de la piel de su amada y lo retuvo mentalmente para
no echarlo de menos nunca más.

-¿Sabes? Es curioso… Nunca pensé que mi primera vez fuese con una mujer-dijo
Maca en un susurro.

-Eso lo hace aún más especial. Aunque no lo creas, estoy tan nerviosa como tú.

-¿Por qué?

-Porque es la primera vez que realmente hago el amor con alguien y ese alguien me
corresponde de verdad. Y me encanta saber que ese alguien tan especial eres tú-
Esther pareció sonrojarse mientras hablaba.-. Ésta es también mi primera vez…

Macarena besó dulcemente a su amante y se dio cuenta de que sus pequeños


temores se habían disipado. En las pocas horas que quedaban de la noche, aquellas
dos mujeres dejaron que sus cuerpos se revelasen mutuamente lo que realmente
sentían sus corazones.

A Macarena le despertó el olor a café recién hecho. Juan estaba en la puerta de la habitación,
sujetando una bandeja de plata con un desayuno suculento. Sólo alumbraba la habitación una
pequeña lámpara que el mayordomo había encendido antes de que la joven escapara de los brazos
de Morfeo.

-Buenos días, señorita.


-Ummm… ¿Ya es de día? No están descorridas las cortinas.

-Ni se le ocurra, señorita-el mayordomo hizo un gesto con la cabeza para que Macarena se diera
cuenta de que Esther aún dormía a su lado.

-Entiendo… Nada de luz natural.

-Si quiere, puedo servirle el desayuno en el comedor.

-Será lo mejor.

Ambos se dirigieron al pasillo para abandonar la estancia. Pero antes de cruzar el umbral,
Macarena se volvió y se quedó mirando unos instantes aquel bello y sereno cuerpo que permanecía
inerte y frío sobre la cama. Parecía imposible que esa mujer fuera la misma a la que tanto había
amado durante la madrugada. Se dio cuenta de que el criado ya había bajado las escaleras cuando
volvió a la realidad, de modo que salió y cerró la puerta tras de sí.

Desayunó copiosamente y decidió salir un rato a que le diera el aire. Necesitaba meditar. Y a en el
exterior, divisó el laberinto que, a la luz del día, no parecía tan tenebroso. Paseó junto a los rosales
y olió su perfume. Acarició la corteza de los árboles, como para cerciorarse de que, después de todo
lo que había sucedido en un tiempo récord, seguía viva para contarlo. Se sentó en el césped. Los
pájaros cantaban ajenos a todo dolor y preocupación. La hierba estaba más verde que nunca. Y el
sol brillaba con toda su fuerza.

“Ojalá pudieras ver esto, Esther”.

Suspiró. La echaba de menos. Era una vampiresa, sí, pero la quería… Después de todo, nadie es
perfecto…

Desde lo lejos se iba acercando lentamente un perro. Cuando estuvo a sólo unos metros, el animal
se sentó sobre sus dos patas traseras. Maca lo reconoció al momento. Era el mismo que le había
atacado en la penumbra de la noche. Era un cánido imponente, temible, y a la vez, bello. La
muchacha comenzó a ponerse nerviosa, a asustarse. Al verla temblando, el perro giró la cabeza en
señal de no comprender su reacción y meneó el rabo. Ahora el animal parecía sociable y manso.
Macarena no sabía qué pensar, cómo actuar. Era como si el día apaciguara y embelleciera de una
forma mágica todo lo que le rodeaba y la noche lo tornara peligroso y sombrío.

De pronto, aquel animal se acercó unos pocos pasos más y se detuvo, mirando a la chica con ojos
bondadosos. Avanzó hasta Macarena y, para su sorpresa, se recostó a sus pies y suspiró tranquilo.

-No vas a hacerme daño, ¿verdad?

El perro la miró y de nuevo su cola comenzó a agitarse en señal de paz.

La muchacha fue acercando lenta y cautelosamente la mano hasta la suave cabeza del animal.
Cuando sólo faltaban unos centímetros para que pudiera acariciarla, el perro se revolvió sobre sí
mismo y se colocó patas arriba, exponiendo el pecho y las patas.

-Quieres que te dé mimitos, ¿eh?

Ella le acariciaba con una sonrisa en los labios. El perro estaba en la gloria, disfrutando del cariño
de una agradable joven que estaba siendo muy tierna con él.

Apareció de pronto el mayordomo y se acercó hasta donde estaba la chica con el animal. Se alegró
al ver aquella entrañable estampa.

-Vaya… Veo que Bribón acaba de darle su aprobación como nueva ama.
-Sí, creo que empezamos a llevarnos bien. Dígame, Juan…

-Verá… Le traigo esta nota. La señorita Esther me la dio anoche para usted… Y como ya es de día,
tengo orden de entregársela.

-Gracias.

Macarena cogió el mensaje y el criado se retiró silenciosamente. Bribón la miraba atento mientras
ella leía el perfumado papel.

“Querida Macarena. Disfruta de la que puede ser una de tus últimas mañanas. Ahora que has
decidido unir tu vida con la mía, tendrás que acostumbrarte a mi noctámbulo horario. Es necesario
que me acompañes en las horas de vigilia y sueño, para poder así despertar juntas y apurar las noches
hasta el alba. No quiero separarme de ti ni en sueños, mi amor. Juan te irá dando los fármacos
necesarios para que te vayas familiarizando con el hecho de que tendrás que descansar durante el día.
Recuerda que dentro de dos noches tendrá lugar tu presentación en sociedad y, a la vez, será tu
primera intervención pública como mi acompañante… Mi amor, no te preocupes por nada, porque te
aseguro que disfrutarás de lo lindo. Te acostumbrarás en seguida a esto. Voy a darte todas las
facilidades del mundo. Todo va a salir bien. Estás siempre en mis pensamientos. Te amo. Esther.”

Macarena, tras leerlo, quedó perpleja. ¿Vivir la noche? Un nuevo reto en su vida. La noche,
sinónimo de tantas cosas adversas, llena de crápulas, bebedores sin alma, asesinos ocultos en la
inmensidad de la nada más negruzca, negocios sucios, sonámbulos sin escrúpulos, vagabundo sin
techo y estrellados, noctámbulos sin pecado, ladrones de guante blanco, pilluelos de poca monta,
curas inmaculados y prostitutas de alta alcurnia… Ella no estaba acostumbrada, como buena dama
respetable que era, a andar por ahí a las tantas de la madrugada fuera de casa frecuentando
lugares poco recomendables… Pero, por otra parte, tenía curiosidad. Quería explorar el nuevo
mundo que se abría paso en su vida, una nueva etapa desconocida que quizás le hiciese renacer y
experimentar nuevas sensaciones.

Estaba absorta en sus pensamientos cuando reapareció Juan portando una bandeja. En ella había
un jarro de agua y una pequeña cajita con lo que parecía un preparado farmacéutico.

-Señorita, le traigo…

-Sí, ya sé.

-Ya puede usted tomárselo, ahora que ya ha desayunado.

-Juan… ¿Cuántas horas duerme usted al día?

-Muy pocas. Pero no se alarme. A mi edad, cada vez el cuerpo descansa menos.

Macarena se puso en pie y el perro la siguió, atento a cualquier momento de la muchacha.

-Bien, Juan. Tomaré el somnífero en la biblioteca. –me apetece leer y aprovechar la mañana.

-Como desee la señorita.

La biblioteca de la mansión era inmensa. Miles de estantes repletos de todas las épocas y materias.
Macarena se acercó hasta donde estaban los libros de la época romántica alemana y escogió de
entre todas las novelas una de Goethe: Las penas del joven Werther. Se sentó en un butacón frente a
un enorme ventanal y comenzó su lectura. La nota que el criado le había dado momentos antes le
sirvió para marcar las páginas que iba leyendo.

PRIMERA PARTE
4 de mayo de 1771

¡Cuánto me alegro de haberme ido! Mi querido amigo, ¡cómo es el corazón del hombre! Abandonarte
a ti, a quien tanto quiero, de quien era inseparable… y estar contento. Lo sé: me perdonas. ¿A caso el
resto de mis relaciones, tan bien escogidas por el destino, eran como para atemorizar a un corazón
como el mío? La pobre Leonor… Y sin embargo, yo no tuve la culpa. Aquel matrimonio que íbamos a
formar era obligado, obligado por las circunstancias económicas en las que ella se encontraba… ¿Qué
podía yo hacer, si, mientras los caprichosos encantos de su hermana me proporcionaban un agradable
entretenimiento, una pasión se formaba en aquella pobre alma?

-Bébase el preparado, señorita.

Macarena levantó la vista del libro y cogió el vaso que Juan le ofrecía. El contenido estaba turbio..
Cuando sus labios se posaron en el cristal para beber el líquido, su sexto sentido le hizo pensar que
estaban a punto de envenenarla.

“Macarena, tranquila. Sólo es un somnífero. Tienes que confiar…”

-¿Le ocurre algo?

-No, Juan. Es que esto tiene una pinta asquerosa.

El mayordomo dejó escapar una sonora carcajada.

-Lo siento, si quiere, puedo traerle algo de fruta para mitigar el sabor.

-No hace falta que se moleste.

Y dicho esto, se bebió de un trago el preparado. Frunció el ceño, su cara dibujó un mohín de asco.
El criado seguía sonriendo, divertido.

-Es usted una valiente, si me permite decírselo.

-No es para tanto, Juan. Tampoco es que me haya parado a saborearlo.

-No me refiero a la medicina, señorita. Lo digo por usted. Después de todo, sigue al lado de mi
señora, la cual está radiante de felicidad por haberla encontrado. Por fin alguien la acompañará en
estas noches inciertas y la ayudará a no dejarse vencer por su infierno personal.

Macarena pareció no comprender demasiado.

-La señorita Esther lleva demasiado tiempo sola… Autocastigándose día tras días por seguir siendo
lo que es. No acepta que jamás podrá volver a ser humana. Y además, está su pasado… Aquel amor
que acabó en tragedia… Tantas y tantas cosas que hoy la tienen sumida en la más triste de las
penumbras.

-Y usted, Juan, ¿por qué la sirve tan fielmente sabiendo que es… una vampiresa?

-Porque la compadezco, al igual que ella se compadeció por mí hace muchos años… Es mi forma de
ayudarla, de apoyarla. A nadie le gusta estar solos. Soy su compañía y ella es mi única familia

-¿Nunca se ha sentido amenazado por su presencia? ¿Le ha atacado alguna vez?


-En mis casi treinta años de servicio, jamás me ha puesto una mano encima o ha tratado de…
alimentarse de mí. Es una relación de mutuo respeto.

-La verdad, casi parece que no estemos hablado de un ser como ella.

-Yo, casi siempre, lo olvido. Porque, exceptuando sus hábitos alimenticios y sus horarios de trabajo,
en lo restante es como cualquiera de nosotros. Aunque eso sí: yo envejezco y ella no.

-Cuénteme, Juan… ¿Cómo llegó hasta esta casa?

-Pues verá… Yo era un hombre que acababa de perder su trabajo en uno de los bancos más
importantes de la ciudad… Fue el precio a pagar después de una juventud llena de arrogancia,
despilfarro y malas compañías… Y de repente un día me vi en la calle. Mi esposa me abandonó.
Supongo que se fue con el hombre con el que me había sido infiel desde el día de nuestra boda. A
ella sólo le importaba mi dinero. Mi familia, que es extranjera, no sabe nada de lo sucedido. Siguen
pensando que trabajo en el banco y que tengo una familia idílica. Me da vergüenza contarles la
verdad-el criado agachó la cabeza, abochornado-. Pasé alrededor de un mes abandonado en los
portales, durmiendo a la intemperie, mendigando… Hasta que una noche… nos encontramos.
Bueno, más bien ella me encontró a mí.

MADRID, invierno de 1868.

En una de las calles principales del centro neurálgico de la ciudad, estaba a punto de
quedarse dormido un mendigo arrebujado entre harapos. Hacía un frío terrible y nevaba. Cuando
las puertas de aquel gran edificio se abrieron, una imponente mujer con un chal de color rojo se
detuvo al ver que un bulto le impedía la salida.

-Lo siento, señorita. Mil disculpas-decía el pobre hombre mientras se incorporaba


torpemente

Al tratar de ponerse de pie tan rápido, perdió el equilibrio por culpa de que el frío le había
entumecido todos los músculos. De modo que cayó al suelo escaleras abajo. Sin pensarlo dos veces,
la mujer se apresuró en bajar para ayudarle a levantarse.

-¿Se encuentra bien? ¿Se ha hecho daño?

Hubo un cruce de miradas. Juan descubrió compasión y piedad en los ojos de aquella mujer tan
hermosa, y por su parte, Esther vio el desamparo de aquel pobre diablo que temía una vez más el
rechazo de los demás.

-Eh… Estoy bien, señorita. Perdóneme una vez más. No quería entorpecerle el paso.

-¿Por qué estas aquí?

-No tengo a dónde ir…

El hombre empezó a toser fuertemente.


-Ten. Te hará más falta a ti que a mí-dijo la mujer colocándole a Juan su chal sobre los hombros.

-Señorita… no se moleste, de verdad.

-Quédatelo, es para ti.

-Muchas gracias. Que dios la bendiga-el vagabundo seguía tosiendo.

“Lo dudo, amigo. Lo dudo”, se dijo Esther mentalmente.

Ella lo miró pensativa. En la perta se asomó un hombre joven, con la misma mirada enigmática que
la mujer que observaba al mendigo

-¿Va todo bien?-preguntó el muchacho, interesado.

-Sí, no te preocupes.

-¿Qué le pasa a ese tipo?

-¿No lo ves? Está enfermo. Ven, ayúdame a meterlo dentro.

-¿Estás loca? ¿Desde cuando te interesan los mendigos moribundos?

-Cállate y ayúdame.

-Está bien…-contestó el chico con desgana.

Entre los dos introdujeron a Juan en la casa. El vagabundo no salía de su asombro. Una vez dentro,
Juan sintió miles de miradas clavarse en su espalda. En el recibidor había varias personas
contemplando la escena. Y había otras tantas en el salón contiguo, en el que parecía estar
celebrándose una fiesta. Sonaba una agradable música y se oían voces provenientes de animadas
charlas.

-¡Cariño…! ¡Ya pensaba que te habías ido!-una morena de ojos verdes salió de entre el gentío para
besar apasionadamente a Esther.

-Quítate de mi vista. No he vuelto por ti.

-¿Quién demonios es éste?

-No te importa. Tú sólo limítate a ignorarme durante el resto de tu existencia.

-Pero tú y yo…

-Tú y yo, nada. Nuestra relación terminó hace diez minutos.

-Sigues enfadada conmigo… Pero me sigues queriendo, lo sé.

-Estás muy equivocada. Yo sólo he querido a una mujer y ahora no sé vivir sin ella. La perdí hace
años y tú… te aprovechas de mi debilidad. No intentes compararte con ella porque no le llegarías ni
a la suela del zapato.

Esther se apartó bruscamente de la chica para continuar su camino junto al mendigo hacia otro
lugar menos concurrido.
-¿Lo llevamos a la cocina?-sugirió el muchacho que ahora llevaba todo el peso de Juan.

-Me parece un buen sitio. Allí podrá calentarse junto a los fogones de carbón.

Los dos vampiros sentaron a Juan frente al fuego. En unos instantes, el mendigo pareció tener
mejor cara. Los colores volvieron a sus mejillas, aunque la tos persistía.

-Que alguien le sirva un caldo caliente y algo de comer.

-¡Esto es el colmo! ¿Le damos también una túnica y una corona al señor? Escucha, Esther… Si no
vas a usarlo, al menos, déjamelo a mí. ¿Qué sentido tiene este buen trato? Ni que fuera un marqués.

Esther empujó al chico fuera de la cocina para hablarle en privado.

-¿Has visto esa mirada? La conozco. Es la misma que tenía yo cuando murió mi familia… Ese
hombre está solo. ¡Solo!

-Ya, y desamparado… Qué pena. ¿Y? ¿Piensas salvar de la muerte a todos los que te miren de esa
manera?

-Él no es como los demás. Es distinto

-Vale. Pero te recuerdo que te alimentas de personas humanas vivas como él. No te va eso de hacer
régimen, tesoro. A no ser que quieras matarte…

-Mira, yo voy a hacerme responsable de él. Me lo llevaré a casa y será… mi criado. Necesite alguien
que cuide mi nueva casa ahora que me he trasladado a la capital.

El chico empezó a aplaudir y a fingir emoción, divertido.

-Dos calles más abajo tienes el orfanato, querida. Los niños también tienen derecho a ser los
beneficiarios de tu buena acción del día.-el vampiro se abalanzó sobre Esther violentamente y con
una mirada asesina-. ¿Crees que no te conozco? Te conozco perfectamente, no soy estúpido.
Llevamos demasiado tiempo en el mismo bando como para que ahora me vengas con tonterías
sensibleras. A ver si asumes de una vez lo que eres: ¡un vampiro, maldita sea! Y ya no puedes hacer
nada para cambiarlo, ¿te enteras? ¡Nada!

-Tranquilízate.

-No me da la gana. Intentas engañarte a ti misma fingiendo poseer aún una pizca de humanidad.
¿Tratas de convencernos a los demás de que no eres como el resto? Amiga, pierdes el tiempo
intentando salvar tu alma, ¡porque la perdiste hace ya cuatro siglo

-Te veo muy alterado. Será mejor que te calmes. No quiero discusiones en mi fiesta de bienvenida.

-Esto no va a quedar así. ¡Vas en contra de tu propia naturaleza! Te has convertido en nuestra
enemiga-el vampiro quedó pensativo unos segundos-. Voy a hablar con Vykos. Él es el anfitrión. Él
sabrá qué hacer. Para mí eres una traidora a partir de este momento-el joven empezó a caminar en
dirección al gran salón-. Ya no puedo verte más como amiga, sino como una traidora que lucha
contra nuestra especie, contra sus propios hermanos. ¿Qué será lo próximo? ¿Unirte al enemigo y
reconvertirse alistándote en el grupo de cazavampiros?

-Te equivocas. Yo estoy en el mismo barco que vosotros, sólo me gusta recordar mejores tiempos.

-Ya no hay ningún remedio. El que tenga que ahogarse, que se ahogue.
-¿Acabas de declararme la guerra? Vaya, nunca pensé que la persona en la que más confío
acabaría vendiéndome por un puesto cerca del pez gordo. Bonita caza de brujas… Dime, ¿quién
será el siguiente?

El vampiro volvió a acercarse a Esther para hablarle sinceramente.

-¿Pero no ves que intento hacerte entrar en razón? Debes comportarte como lo que eres. Soy tu
amigo y lo seguiré siendo. Sólo quiero ayudarte a que no te metas en problemas… Ya sabes cómo
están las cosas. Vykos está llevando a cabo verdaderas purgas antes de que estalle la guerra contra
nuestros enemigos. Así evitaremos traidores entre nuestras filas para no tener en el futuro males
mayores. Ahora no es tiempo de andarse con tonterías existenciales… Llevas demasiado tiempo
negándote ante la evidencia. Deja de tener remordimientos por beber la sangre de personas
anónimas… Yo no me considero un asesino, yo le hago un favor al mundo librándolo de gente
indeseable como asesinos y violadores. ¿Por qué entonces tú no le buscas una finalidad positiva a
esta nueva vida eterna que te han ofrecido?

-Porque esto no es vida. Es una condena. Además, yo no la escogí. Me la impusieron.

-Tú sabías a lo que te exponías… Encima, ¿qué esperabas? Es normal que te hubiera traído con ella
hasta nuestra sociedad. ¡Te enamoraste de una mujer que acabó siendo un vampiro! ¿Pensabas que
ella te iba a dejar marchar así como así?

-Fue una egoísta y una cobarde. Jamás se preocupó de lo que yo realmente quería para nosotras…
Se dejó morder por Vykos porque no podía vivir con la culpa de saber que su familia sabía toda la
verdad sobre ella… Sobre nosotras.

-Nunca me has hablado de…

-Pues lo haré ahora si con ello te hago cambiar de parecer.

El chico decidió escucharla hasta el final.

-Nos descubrieron una noche en su cama, ya sabes… Haciendo cosas que no eran las propias de dos
amigas. La vergüenza pudo más que mis súplicas. Yo la quería, la amaba con todo mi corazón. Era
mi único amor. Y se marchó de mi lado una madrugada tremendamente triste para suicidarse.
Nunca imaginé que regresaría varias noches más tarde para llevarme con ella-la mujer vampiro
estaba profundamente dolida-. Sí, es cierto que yo se lo permití. ¿Pero qué querías? Estaba loca por
ella y hubiera hecho cualquier cosa, cualquier locura que estuviera en mi mano para estar juntas.
Yo también estaba sola… Mi familia pereció al completo en un incendio en la aldea dos años antes y
me dediqué vagar de casa en casa en busca de trabajo como sirvienta a cambio de un techo bajo el
que dormir. Así fue como nos conocimos. Estuve tres años limpiando y cocinando para ella y sus
padres Desde que la conocí, ella se convirtió en mi única familia… Ya ves que lo consiguió. Soy un
vampiro, una condenada eterna, al igual que lo fue ella. Y aquí estoy, sola de nuevo, por su culpa.
Por tirar la toalla incluso siendo una no muerta. Esta vida era demasiado dolorosa para Isabel-
mirando fijamente a su amigo, suspiró.- Se dejó desangrar haciéndose un gran corte en la muñeca
con el abrecartas que tras su suicidio me dejó como regalo.

-Lo… Lo siento. No tenía ni idea…

-Yo di mi vida por ella, me convertí en lo mismo que ella y luego… me abandonó, huyendo una vez
más porque decía que había cometido un gran error conmigo y con ella misma, y que debía liberar
al mundo de un monstruo como ella. La verdad, reconozco que desde entonces no hago más que
meter la pata, pero el ayudar a los demás es mi única vía de escape para aliviar el dolor que aún
llevo dentro.
El joven abrazó a Esther como tantas veces había hecho en el pasado. Los dos amigos
permanecieron en silencio. De pronto, el muchacho se separó de ella.

-Venga, vamos a darle a ese desgraciado la mejor cena que haya comido en toda su vida.

Esther sonrió y lo acompañó hasta la cocina. Ordenaron a los cocineros que se pusieron manos a la
obra. Un mayordomo llevó al mendigo a una habitación al fondo de un pasillo para que tomara un
buen baño. Después le ofreció un excelente traje. Cuando estuvo limpio, vestido y perfumado, el
vagabundo volvió para cenar. Después de una copiosa comida, uno de los cocineros le administró
un medicamento para que cesara la tos.

Esther comprobó, a igual que su amigo, que aquel hombre que había sacado de la calle sabía
comportarse en la mesa.

-Oye, ¿cuál es tu nombre?

-Juan, señorita.

-Bien, Juan. A partir de ahora vas a ser mi mayordomo.

-¿Cómo dice?

-Sé que sabrás arreglártelas muy bien. Tú no has nacido mendigo…

-Pero…

-Nada de peros. Dentro de un rato vendrás conmigo a casa para servirme.

-Muchas gracias, señorita…

-Esther…

-Gracias, señorita Esther. Permíteme preguntarle algo. No pretendo ser indiscreto, pero… ¿por qué
yo?

-Porque ni tú, Juan, no yo… sabemos estar solos.

Macarena había quedado impresionada. Había escuchado atentamente toda la historia y ahora
muchas de las piezas del puzzle comenzaban a encajar. Al menos, ya tenía más información sobre el
pasado de Esther. Y sobre todo, ya sabía las rezones por las cuales ella era así. Se dio cuenta de que
al igual que ella, la mujer vampiro había vivido una juventud muy amarga y seguía soportando un
dolor que la mantenía esclava eternamente.

-Como puede ver, la señorita Esther es una mujer de buen corazón. Al menos para mí lo es. Sin ella
sólo dios sabe dónde me encontraría yo ahora… Seguramente sepultado por la nieve en cualquier
calle oscura.

Maca apretó cariñosamente la mano la de aquel hombre pensativo.

-Juan, yo… quería pedirle perdón por lo del puñetazo de…


-No se preocupe, señorita. No fue nada. Es normal que se asustara. Los métodos de la señorita
Esther para hacer las cosas no son muy ortodoxos, lo reconozco. Aquel incidente sin importancia
sólo fue un daño colateral.

-Fui una bestia. No tenía por qué haberle golpeado. Olvidé pedirle disculpas ayer… Después de
todo, cuando discutía con Esther vi que ya había usted desaparecido…

-Sí. Me retiré con discreción cuando recobré el conocimiento. Me di cuenta de que estaban ustedes
hablando y que serían una imprudencia interrumpirlas.

-Verdaderamente ahora sé que estoy a salvo en esta casa-se abrazó al mayordomo para sorpresa de
éste.

Juan se ruborizó tanto que casi no podía sostener la mirada por la vergüenza.

-Ya sabe que estoy aquí para lo que necesite. Pídame cualquier cosa y la haré encantado.

-¿Está usted seguro de eso, Juan?-preguntó Macarena maliciosamente pícara-. ¿Cualquier cosa?

El mayordomo se quedó sin palabras, completamente en blanco. Aquella muchacha lo había dejado
desconcertado.

-¿Y si le pidiera que… le diera a Esther una cosa para cuando yo esté dormida y ella despierta?

Juan respiró aliviado.

-No hay problema. Deme lo que sea y yo se lo entregaré.

-Aún no, porque tiene que hacerme efecto el somnífero. Todo a su tiempo.

-Muy bien, en eso caso, si no necesita nada más…

-Puede marcharse, Juan. Muchas gracias.

-Deje sobre la mesa del salón el recado para la señorita Esther.

-Lo haré.

Macarena volvió a su lectura y permaneció en la biblioteca durante largo rato. Después de leerse
casi cuarenta páginas, dejó la novela en su sitio original y se quedó de pie, frente a la ventana,
pensativa, mientras que la claridad se filtraba por el cristal de la enorme vidriera.

La historia que le había contado el mayordomo sobre Esther había calado hondo en ella. Sabía
perfectamente que ahora la vería con otros ojos, que ya nada sería lo mismo. Su imparcialidad, si es
que antes existía debido a su vínculo de sangre, había sufrido un duro revés. Ahora sentía
demasiadas cosas por ella. En cierto modo, estaba algo confusa. Más allá de los sentimientos de
amor, se dio cuenta de que estaba sintiendo lástima por la persona que la tenía presa en una cárcel
de cristal y lujos. Había sido humana como ella y ahora Esther no era más que un alma condenada
tratando de redimirse de una forma desesperada.

Subió de nuevo hasta la oscura habitación de la mujer vampiro. Abrió cautelosamente la puerta,
intentando no despertarla de un sueño que visiblemente era pesado, ya que aquel cuerpo gris que
yacía en la cama no estaba vivo. Aún así, la vampiro estaba preciosa. Descansaba plácidamente,
imperturbable, sobre una mullida cama de con dosel. Contemplarla era un agradable espectáculo
En la cabeza de Macarena rondaban sin cesar los pensamientos más ocultos. Necesitaba
exteriorizarlos, ansiaba expulsarlos para que quedaran grabados para la eternidad. Ya no sentía
vergüenza de sí misma ni de sus sentimientos.

Se acercó al escritorio de Esther, cogió una hoja de papel y una pluma, y comenzó a escribir con
tinta negra a la luz del candil.

“¿Sabes, Esther? Creo que te he necesitado siempre. Sabía que llegarías algún día de mi vida, pero no
en qué forma ni cuándo. Ahora lo importante es que ya estás aquí y que, gracias a ti, ya no volveré a
sentirme nunca más una extraña en el paraíso.”

Pasadas unas horas, Esther entreabrió los ojos y se percató de que una tenue luz brillaba en su
habitación. Se levantó casi de un salto y se recogió su cabello revuelto de la noche anterior con un
lazo rojo. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar a su amor rendida sobre su escritorio, respirando
lentamente y soñando tranquila. Se enterneció al ver aquella encantadora estampa y su boca dibujó
una radiante sonrisa.

Sin pensarlo dos veces, la cogió en brazos y la dejó cuidadosamente sobre la cama. La arropó como
si de una niña se tratase y le acarició la frente. Permaneció unos instantes mirándola embobada.
Parecía Blancanieves esperando un beso para despertar. Esther no dudó en acariciar los labios de
Maca con los suyos de una forma extremadamente dulce.

-Buenas noches, mi vida. Pronto estaremos juntas y ya nada nos separará.

Volvió hasta el escritorio y descubrió la nota que su amante le había dejado. En lo más recóndito de
su castigada alma surgió una alegría inconmensurable. Aquellas palabras escritas eran como un
bálsamo para su continuo e inextinguible dolor.

Se puso su mejor vestido, guardó la nota en un cajón y salió decidida a la calle, para saciar su
hambre de la forma menos violenta posible. Después de cenar, caminó hasta la Plaza Mayor donde
debía acudir puntual a una cita, Allí se encontraría con Héctor, su mejor amigo en la no-vida.

El joven la estaba esperando apoyado en el pedestal de la estatua ecuestre del centro. Iba ataviado
con una capa y sombrero de copa. Se saludaron y, al instante, ya iban juntos del brazo, como una
joven pareja más de la alta aristocracia de Madrid.

-¿Y cómo se encuentra la chica?

-Está adaptándose al nuevo horario de trabajo. Mañana estará lista para ir a la reunión. Si la
hubieras visto dormida… Está preciosa.

-Desde luego no puedo negar que siempre has tenido buen gusto.

Ambos entraron en una gran mansión cerca de la Puerta del Sol. Allí se congregaban decenas de
vampiros de su misma estirpe. El lugar era muy acogedor. En el salón principal había una enorme
chimenea que daba un toque muy hogareño a aquel extraordinario lugar de encuentro. Una
impresionante lámpara de lágrimas cristalinas desdibujaba estrellas en las enormes paredes de la
sala.

Alguien dio unas palmadas de atención y en pocos segundos todo el mundo estuvo en silencio.

-Atención, señoras y señores. Dentro de unos momentos comenzará la trigésimo novena asamblea
anual. Hoy, el encargado de informar de las nuevas noticias será el propio Vykos, ya que nuestro
anterior cabecilla, Aimée, fue aniquilado ayer noche. Saludemos pues al nuevo consorte de nuestra
gran familia en esta ciudad.
Los aplausos no tardaron en dejarse oír, aunque todos los allí presentes estaban perplejos tras
recibir la noticia de la muerte del anterior dirigente. Héctor y Esther fueron deslizándose entre la
muchedumbre para conseguir un lugar privilegiado. Desde la primera fila no perderían detalle de
nada. De la bandeja de un camarero que pasaba, Esther atrapó hábilmente una copa llena de un
licor rojo brillante. Como el resto de sus congéneres, no vaciló en beber refinadamente la sangre
que contenía el fino recipiente cristalino.

Vykos bajó las escaleras que conducían al hall y, después, se detuvo en el umbral de la sala en la
que estaban aguardando todos los invitados. Le anunció uno de sus lacayos, como si de un príncipe
se tratara, Iba vestido con un chaqué y sombrero de copa. Al ser presentado, descubrió su cabeza y
dejó que uno de sus sirvientes guardara su sombrero.

-Querida familia… Os he reunido con urgencia porque, como ya os habrá adelantado Schumann,
ha habido una importante baja entre nuestras filas. Yo soy el encargado de llenar el vacío que ha
dejado nuestro queridísimo André Aimée-el vampiro miró a la multitud con semblante
apesadumbrado pero firme-. Se está produciendo una oleada de crímenes contra nuestra raza, y los
ataques provienen tanto de nuestros enemigos como de los humanos. Y parece ser que ambos tratan
de unirse contra nosotros. Eso es algo que no podemos consentir. Si los humanos se hacen fuertes
junto a nuestros adversarios será el fin. De modo que no veo otro remedio que empezar una guerra
sin cuartel. No podemos parecer débiles ni podemos darles opción a que nos coman terreno. Esta
ciudad es nuestra, con sus calles, sus casas y sus habitantes. Madrid es nuestra, ¡y su aire también!
¡Y tenemos que defenderla como sea!

Tras gritar esto último, escuchó una gran ovación que coreaba su nombre. Aprovechó entonces
para buscar entre el gentío a dos de sus compañeros más queridos

- Me han llegado noticias de que muchos de vosotros estáis en peligro. Conozco el caso de
Sotomayor: sé que te hicieron una emboscada cerca de Atocha. Y también sé que a Esther la vigilan
constantemente porque tiene a una humana en su casa que, al parecer, era de Fernando Moncada.
Desde luego, sigues siendo tan rebelde pero tan valiente, mi niña…-esto último se lo dijo a la mujer
vampiro con un tono de orgullo paternal-. Ahora ambos necesitáis urgentemente nuestra
protección y no os vamos a dejar en la estocada.

Esther se aproximó hasta Vykos tan natural que casi parecía que iba al encuentro de un hermano y
no de un poderoso.

-Querido Vykos, mañana tengo previsto traer a la chica a la fiesta. Sé que eso conlleva un doble
peligro. Si me ven entrar aquí con ella es posible que nos ataquen. Pero es un riesgo que estoy
dispuesta a correr. Hay que enseñarles que Madrid no les pertenece, que siguen siendo unos
forasteros que corrompen nuestra sociedad vampírica e intentan transformarla en lo que a ellos se
les antoja. Y están muy equivocados. Nuestro país entero está empezando a ser sitiado por
demasiada morralla. No pienso dejarles entrar en Madrid para que acaben sentándose en un trono
que no les corresponde-su voz era cada vez más enérgica-.Quiero deciros a todos que voy a luchar
como la que más. Y propongo dividir nuestro extenso grupo en cuadrillas de ataque y defensa. A
partir de hoy no debe haber un vampiro de nuestra estirpe vagando solo. Es demasiado peligroso y
no estamos para perder a más miembros. Debéis armaros hasta los dientes. ¡Todos unidos por
nuestra hegemonía! ¡Juntos lo conseguiremos! ¡No pasarán!

La muchedumbre aplaudió las palabras de ánimo de la mujer. Vykos la miraba eufórico. Ella era
sin duda su mano derecha y sabía que hacía muy bien su trabajo. Cuando la turba se hubo
calmado, Vykos retomó la palabra.

-Mañana mismo, durante la fiesta en mi honor como nuevo regente de Madrid, expondré junto a mi
gabinete los planes previstos para la defensa de nuestra ciudad.
cuando se despertó, Esther estaba allí. La miraba sentada desde el filo de la cama, impasible, con
una calma que era casi fantasmagórica si no llega a ser porque se adivinaba en la penumbra la
existencia de una media sonrisa en el rostro de la vampiresa. Lentamente y casi como una gata,
Macarena de desperezó tras un día entero de sueño placentero y reparador. Lo primero que hizo
antes incluso de incorporarse en la cama fue comprobar que, efectivamente, había caído la noche.
Una oscuridad estrellada penetraba pesadamente, como una nube espesa, a través del ventanón del
dormitorio. Y el silencio lo inundaba todo. Un silencio seco y áspero que enfriaba la sala de una
forma brusca. Aquella sensación tan desalentadora le hizo pensar a Macarena que le parecía haber
despertado en medio de un cementerio en lugar de en una majestuosa mansión.

-Buenas noches, princesa-Esther seguía inmóvil.

-He dormido mucho… ¿No es cierto?

-Lo suficiente como para poder soportar todo lo que te espera dentro de un par de horas.
Acompáñame porque tenemos que arreglarnos para la fiesta-diciendo esto, se levantó al fin para
besarla dulcemente en los labios.

En el rostro de Maca apareció una sonrisa de alivio, ya que con aquel gesto, la vampiresa le
devolvió de nuevo a la tranquilidad de saber que con ella no había nada que temer.

En una habitación contigua, el mayordomo ya había preparado dos vestidos: uno azul marino
largo, elegantísimo, con gargantilla y pendientes a juego, y otro Burdeos, con una pulsera de
esmeraldas y un pasador para recoger el cabello. Cuando Maca entró y los vio, sus ojos se abrieron
incrédulos. La vampiresa se adelantó y le mostró con la mano ambas prendas.

-Elije el que más te guste y será para ti.

-Vaya… No sé por cuál decidirme, la verdad. Son los dos preciosos…

-Pues me temo que yo tengo que ponerme uno, a no ser que vaya desnuda a la fiesta y dé la
campanada, como siempre. Eso sí que sería bueno.

Macarena dejó escapar una sonora carcajada. A veces todavía no lograba comprender cómo un
vampiro como lo era aquella mujer podía ser a veces tan divertida, cuando era sabido por todos
que los seres de la noche como ella deberían ser, por regla general, terroríficos, lúgubres, siniestros
y carentes de toda humanidad y sentido del humor.

Se abalanzó sobre Esther y le llenó la cara de sonoros besos, cosa que pilló desprevenida a la mujer
vampiro. Macarena, a pesar del vínculo de sangre que las unía, lograba ser imprevisible para
Esther en sus improvisadas y espontáneas muestras de amor. Y eso era algo que volvía loca a la
vampiresa.

De pronto, Juan entró en la habitación visiblemente agitado.

-Discúlpenme, pero el señorito Héctor espera a la señorita Esther en el salón. Es muy urgente. Me
ha dicho que trae malas noticias y que, por favor, baje a verle enseguida.

Ambas mujeres bajaron las escaleras principales a gran velocidad. Macarena aún estaba en
camisón, pero sabía que no debía temer a aquel vampiro que tenía delante de sus narices, ya que
Esther parecía muy preocupada. Encontraron a Héctor desplomado en el sofá, abatido y
profundamente consternado.

-Acaba de estallar…

Es lo único que necesitó oír Esther para comprenderlo todo. Macarena, por su parte, se sentó junto
al muchacho y le puso la mano en el hombro para intentar calmar sus nervios.<o:p></o:p>
-Vamos, cuéntame qué ha pasado-insistió Esther.

Héctor sacó de su abrigo la mano derecha ensangrentada, mostrando una profunda herida que
tenía muy mala pinta.

-¡A ti también te han atacado!-exclamó la vampiresa al ver la gravedad de la situación.

-Yo soy el único superviviente…

Los ojos de ambas mujeres se abrieron de par en par. Macarena fue a por unas vendas pero el
mayordomo se adelantó trayendo en una bandeja alcohol, gasas y algodón. Entonces, la muchacha
no tardó en ponerse a curar el maltrecho antebrazo del vampiro.

-Increíble… ¿Cuántos erais?

-Catorce. Todos eliminados menos yo.

-Esther continuaba incrédula, paseando en círculos que no llevaban a ninguna parte mientras sus
pensamientos intentaban organizarse en su cerebro.

-Íbamos en cuadrillas hacia la fiesta cuando, al doblar una esquina, nos sorprendieron con una
horda de enemigos armados completamente. Los vampiros más jóvenes perecieron los primeros,
aunque lucharon como bestias, desde luego. Pero a los pocos minutos aparecieron refuerzos y
entonces ya no pudimos hacer nada. Me escabullí creando un haz de sombras y conseguí venir
hasta aquí casi arrastrándome. Gracias a mis escasas fuerzas he podido esconderme aquí y
avisaron del peligro que corréis yendo las dos solas a la mansión de Vykos.

-¿Y sabe él que tu cuadrilla ha sido masacrada?

-No, pero habrá visto que nos estamos retrasando en llegar, de modo que se habrá hecho una idea
de lo que ha ocurrido. Seguramente habrá ordenado poner en marcha el plan de emergencia que
propusiste ayer.

-Está bien. Preparémonos entonces para lo peor. Nuestros escoltas no tardarán el llegar.

Una vez vestidas de gala y tras ocultar bajo sus ropas varias armas blancas y de fuego, las dos
mujeres y el muchacho salieron al jardín para montar en el carruaje de Esther, que en pocos
minutos estuvo vigilado por cerca de doce jinetes y dos cocheros con cara de pocos amigos. Si no
fuera porque se encontraban en alerta roja, daría la sensación de que quienes viajaban en el coche
eran el hijo del mismísimo rey Alfonso XII y dos damas de la alta sociedad. Los acompañantes que
iban a caballo vigilaban todos los flancos posibles de ataque. La seguridad de los tres jóvenes estaba
prácticamente asegurada.

Héctor se miraba el brazo de vez en cuando y se admiraba del poder regenerador de su piel.
Gracias a los cuidados de Maca, su herida se estaba cerrando más rápidamente. En una hora,
cualquier marcha de lucha habría desaparecido.

Iban ya por la Gran Vía cuando algo alertó a los vampiros que cabalgaban delante-¿Qué pasa?
¿Por qué nos detenemos?-preguntó Héctor a los cocheros.

-Los escoltas han detectado enemigos apostados en los tejados. ¿Qué hacemos?
-Creo que lo mejor será seguir avanzando. No podemos mostrarnos débiles. No
tenemos miedo. Si hay que bajarse y manchase el vestido de sangre, que así sea-
sentenció Esther.

Macarena permanecía callada y temerosa. Por una parte confiaba en su amante,


en el chico que las acompañaba y en sus guardaespaldas, pero, por otro lado, tenía
miedo de que los enemigos tuvieran un as reservado en la manga.

Reemprendieron la marcha hacia la Puerta del Sol, esta vez mucho más alerta y
observando los tejado y balcones que encontraban a su paso. Aparentemente, no
había ni un alma por la calle. Pero no habían avanzado ni cinco metros cuando se
oyó un relinchar de caballos que se agitaban nerviosos y que estaban a punto de
perder el control.

-Preparaos que empieza la fiesta-dijo entre dientes Esther mientras sacaba un


cuchillo de su liga-. Quédate aquí, Macarena. Y por favor, no intentes hacerte la
valiente. Ni se te ocurra asomarte.

-Si me dejas usar las armas que me has dado, pelearé como la que más.

-Prefiero no correr el riesgo de sacarte de aquí medio moribunda-su amante la


miraba firmemente a los ojos-. Recuerda que al ser mortal, estás en desventaja.
Para los vampiros eres mil veces más lenta y torpe que cualquiera de nosotros.
Hazme caso si no quieres acabar siendo la cena de alguno de esos de ahí fuera.

-Está bien. Pero si las cosas se ponen feas…-Maca estaba visiblemente preocupada
más por Esther que por ella misma.

-Huye-respondió Héctor para zanjar la conversación.

El carruaje comenzó a agitarse con violencia mientras los caballos parecían gritar
de miedo. Para cuando Esther y Héctor estuvieron fuera del coche, una docena de
asaltantes había matado a los caballos salvajemente. Se miraron con complicidad
antes de iniciar un ataque relámpago sobre los enemigos. Esther fue degollando
con su cuchillo a todo el que entorpecía su camino. Se notaba que tenía sobrada
pericia en el uso de las armas cortas. Era la más rápida. Héctor fue esquivando
como pudo los golpes que sus adversarios trataban de propinarle hasta que una
navaja se clavó en su costado. A pesar de ello siguió defendiéndose con uñas y
dientes mientras la sangre goteaba en el suelo. Macarena lo veía todo agazapada en
el carruaje y se sentía impotente.

En un forcejeo, Héctor consiguió arrebatarle una pistola a uno de los que


intentaba rematarle. Acabó con él en segundos después de alojarle una bala entre
ceja y ceja. Y entonces todo fue más fácil. Masacró a dos más y fue en ayuda de
Esther. Pero cuando sólo estuvo a unos metros de ella, notó que algo muy frío se
adentraba en su nuca. Un segundo más tarde, ocurrió lo mismo en su pierna
derecha, en su estómago y, por último, en su frente. El muchacho cayó al suelo y
una figura borrosa, aprovechando el aturdimiento del vampiro, le asestó una
cuchillada en la garganta. Un charco de sangre crecía junto a su cuerpo
agonizante. Y de repente, Héctor ya no vio nada más que la negra oscuridad.
Esther no pudo llegar a tiempo.

La mujer vampiro se abrió paso entre los adversarios que se lanzaban a por ella.
Con una patada logró desarmar a uno de sus últimos enemigos que quedaban en
pie. Recogió la pistola del suelo y acabó el trabajo.

El paisaje era desolador. En el aire se podía distinguir el olor a muerte y a la


sangre desparramada sobre el frío asfalto. Esther se aproximó lentamente hacia el
cuerpo inmóvil de su amigo. Se agachó para verle la cara. Sus ojos estaban
abiertos, al igual que su boca, y un atisbo de miedo y sorpresa se reflejaba en su
expresión. Esther aún no podía creerlo. Había perdido a su mejor amigo. Él, que la
había acompañado en los peores momentos de su no-vida, ahora ya no podría estar
con ella para ayudarla a recuperar la esperanza nunca más.

Ya que había pasado el peligro, Macarena bajó del carruaje y comprobó por ella
misma que únicamente Esther y ella eran las supervivientes de aquella matanza.
Incluso los cocheros yacían muertos en el suelo con las bocas desencajadas y los
ojos vidriosos. Sin darse cuenta, se llenó de sangre los zapatos, ya que todo estaba
teñido de rojo. Fue dejando pisadas carmesíes mientras se acercaba hasta donde
estaba su amada.

La encontró cabizbaja, murmurando algo inaudible llena de rabia y dolor.


Abrazaba desesperada el cadáver de Héctor. Macarena estaba conmovida. Las
lágrimas resbalaban libres por sus mejillas, ya que no era capaz de reprimir aquel
sufrimiento que estaba experimentando en aquel instante. Sin dejar de llorar,
acarició suavemente el cabello de la mujer vampiro ya que no sabía muy bien qué
decir. Al momento se dio cuenta de que Esther también estaba sollozando, pero de
sus ojos no salían lágrimas claras como el agua, sino sangre.

Esther levantó la cabeza para mirar a Macarena. Dos regueros escarlatas estaban
marcados a lo largo de sus mejillas.

-Ayúdame…

Eso fue lo único que Esther alcanzó a decirle a su amada después de todo lo
ocurrido.<o:p></o:p>

Llevaron el cuerpo sin vida hasta el carruaje y lo metieron dentro. La mujer


vampiro consiguió sustituir los dos caballos que ahora decoraban el pavimento con
su carne despedazada por otros que se habían resguardado dos calles más arriba.
Una vez preparado el carruaje, ambas mujeres se sentaron en el asiento de los
cocheros, y fue Esther la que se encargó de azotar a las bestias para emprender de
nuevo la marcha.

En diez minutos llegaron a su destino. Ester bajó primero del carruaje, para
cerciorarse de que no corrían ningún peligro. Una vez comprobada la seguridad
del perímetro, ayudó a Macarena bajar del carro. La vampiresa golpeó con el
badajo la puerta de la mansión y en unos segundos, el mismísimo Vykos las recibió
en el lujoso hall.

-¿Estáis bien?

-Casi no lo contamos-respondió Esther secamente.

-¿Qué ha pasado?

-Nos han tendido una emboscada. Ha habido muchas bajas. Héctor…

-¡No puede ser!- el anfitrión cerró los puños lleno de ira-. Al menos me alegra
comprobar que tú sigues entre nosotros.

-No nos queda mucho tiempo. Hay que actuar ya. Conocen perfectamente nuestros
movimientos.

-Está bien, pasad. Empezaremos la reunión de inmediato.

-Ah, ¿pero ya no hay fiesta en tu honor?-preguntó con sorna la vampiresa.

-Demasiada sangre derramada como para brindar por ello.

En el gran salón, varias hileras de sillas estaba dispuestas en forma semicircular en


torno a un gran trono de oro y brillantes. Cuando todos los presentes se hubieron
acomodado, Vykos tomó asiento mientras sus lacayos le entregaban varios
pergaminos cerrados.

-Hermanos míos, tras los lamentables incidentes que, durante toda la noche, se han
sucedido para nuestra desgracia, he decidido cancelar cualquier evento festivo en
memoria de nuestros compañeros caídos. Paso a leer la lista de nombres de
aquellos que han sido victima de los brutales ataques enemigos. Héctor Carballo,
Eva Santana, Rafael De Alba, Alejandro Narváez…

Esther escuchaba absorta aquellos nombres que ahora no tenían cuerpo. En todo
aquel tiempo, Macarena no había dicho ni una sola palabra. No había mucho que
decir, de hecho.

Vyckos abrió otro pergamino que en esta ocasión contenía las instrucciones que
todos los jefes de cuadrilla tenían que hacer cumplir en la guerra que se estaba
librando en las calles.

De pronto, una mano se posó en el hombro de Esther. Ésta se giró y se encontró


con un rostro conocido.

-Hola, Eva.

-¿Cómo estás? Lo de ahí fuera ha sido gordo.

-Eran demasiados…
-A partir de ahora las cosas van a cambiar. Ven conmigo, Vykos me ha
pedido que todos los de nuestra cuadrilla nos veamos en la sala de reuniones
dentro de cinco minutos.

Macarena se dispuso a acompañar a las dos vampiresas cuando la mano de


su amante le impidió el paso.

-Tú espérame aquí fuera.

-Ya estoy metida en esto tanto como tú.

-Por eso mismo. Ahora eres el principal objetivo de Fernando y querrán atraparte
para obtener información, así que cuanto menos sepas, mejor.

Esther entró en la sala y cerró la puerta tras de sí, dejando a una Maca estupefacta
y enfadada.

-No te preocupes, lo hace por tu bien.

La voz de Vykos sonó cerca de su oído, provocando que el corazón de la


muchacha se acelerase hasta casi el infarto.

-¿Te he asustado? Lo siento-añadió el imponente joven con una sonrisa


pícara.

-No… No es nada.

-Así que tú eres la Helena de Troya de Esther… La que se está formando


ahí fuera por ti, querida. No hace falta que digas nada, lo sé: tú no tienes la culpa.
Pero las cosas se están poniendo demasiado feas. Así que hazle caso a la mujer que
acaba de negarte la entrada: te está salvando la vida.

Los ojos claros de aquel majestuoso vampiro eran hipnotizadores. Desprendían


una luz siniestra y a la vez encantadora. A través de su mirada, Vykos le estaba
leyendo el pensamiento a Maca y ella lo sabía. Esther le había puesto de sobre
aviso y le había enseñado todo lo importante a saber sobre su estirpe. De modo que
le habló al vampiro con total tranquilidad y confianza.

-No estoy preocupada por mí, sino por ella-dijo la morena mirando hacia la puerta
cerrada

-Ella sabe cuidarse. Ella sabe cuidarnos a todos.

Dentro, ocho vampiros se sentaron en torno a una mesa redonda. Cuatro mujeres
y cuatro hombres. Todos con semblante serio.<o:p></o:p>

-En unos minutos llegará nuestro regente, de modo que tened paciencia. Nuestra
cuadrilla está obligada a quedarse esta noche en la mansión. Las demás, saldrán a
la calle a defender y atacar-informó Eva todos los presentes.
-Qué lástima, siempre me pierdo lo bueno-dijo Carlos Medina, un vampiro
experimentado y enemigo de la diplomacia.

Cuando menos lo esperaban, Vykos entró en la habitación, pensativo.

-Queridos hermanos, os he hecho venir aquí por una sencilla razón: sois la mejor
cuadrilla de todo nuestro ejército. Por eso quiero que estéis cerca de mí. A partir
de ahora seréis mis guardaespaldas, de modo que no tendréis que salir para
combatir en primera línea de fuego. Vuestra misión será protegerme hasta que
todo esto termine.

-Entonces, ¿quién matará a Fernando?-preguntó Eva

-Ya he mandado ese trabajo a otra cuadrilla.

-¿A cuál?-añadió Medina

-A la de Salazar.

-Maldita sea, ¿y por qué?-preguntó Esther, furiosa-. Sabes que ese trabajo tengo
que hacerlo yo. Fernando es mi responsabilidad. Por mi culpa se ha armado todo
este lío. Pues bien, yo lo resolveré y a mi manera.

-Sabes que todo ese “lío”, como tú lo llamas existe desde hace décadas.

-Pero Macar…

-Macarena sólo ha sido el detonante, Esther. Esto iba a pasar tarde o temprano.

-Pues déjame ayudar.

-Ayudarás en lo que se te ha mandado.

-No voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo mis compañeros perecen.
Además, no seas egoísta. Con siete vampiros velando por tu seguridad tienes más
que suficiente.

Macarena se había aburrido de esperar fuera, así que se puso a dar vueltas por la
planta baja de la mansión. Había miles de vampiros desconocidos para ella, pero
algunos sí le resultaban familiares de descripciones que Esther le había dado. Casi
todos podían ser de su confianza, exceptuando los nuevos, a quienes Esther aún no
había dado su visto bueno. Tras rondar unos minutos por el largo pasillo hacia la
salida de la mansión, un elegante muchacho se toó con ella en la entrada del gran
salón. Era rubio de ojos marrones y tenía una sonrisa enigmática.

-Perdone señorita, pase usted primero.

-Gracias.

-¿Es nueva por aquí, verdad?


-Sí, más o menos.

-Lo sabía, porque nunca antes había conocido una belleza como la suya.

-Vaya… Gracias.

-Le apetece… ¿una copa?-dijo el caballeroso chico ofreciéndole su brazo para


caminar juntos hasta la mesa de bebidas

-Sí-contestó Maca sorprendida de sí misma-, pero mi copa la prefiero mejor de


agua o limonada, por favor.

-Con que es usted una ghoul-dijo el vampiro mientras caminaba junto a la


muchacha.

-¿Una ghoul?

-Sí, una esclava de sangre.

-Yo no soy esclava de nadie.

-¿Ah no? ¿Y quién es el afortunado vampiro que controla su mente, sus deseos y
su corazón?

-Eso a usted no le incumbe.

-Claro que sí-la mirada del muchacho comenzó a enturbiarse-. Me interesa saber si
tienes dueño, porque si no, querida, te doy la enhorabuena: acabas de encontrarlo.

Esther estaba bastante disgustada con las órdenes de Vykos. Toda su cuadrilla la
apoyaba. De pronto, en mitad da discusión se levantó y salió corriendo.

-¡Disculpadme! ¡Vuelvo en seguida!

Lo sentía, sentía el miedo de Macarena muy dentro de ella. De modo que la buscó
por todas las habitaciones de la planta baja. No estaba en el gran salón, ni en la
cocina, ni en el excusado. Y estaba en peligro. De repente, su sexto sentido le indicó
el camino: la habitación del guardarropa.

Abrió la puerta de una patada y empuñó la daga que llevaba escondida en su liguero. En un
segundo tuvo su cuchillo a dos milímetros de la garganta de quien pretendía chuparle la sangre,
literalmente, a su amada.

-Venga, inténtalo y será lo último que hagas

-¡¿Esther?!

-¿Qué pasa? ¿Tanto te sorprende verme por aquí?


-Tranquila, sólo iba a…

-Dejarla seca, ya lo sé-respondió la vampiresa mientras lanzaba al suelo a su desvalido


contrincante.

Los ojos del joven estaban abiertos como plato

-No puedo creerlo. ¿Es tu ghoul? ¿Es por ella por lo que estamos en guerra? ¿Es por tu culpa?

-Di eso una vez más y…

-Eres una traidora, Esther-fue lo último que dijo antes de sacudirse el polvo de su cara vestidura y
largarse por la puerta con la cabeza erguida.

Esther se acercó hasta Macarena, que estaba apoyada contra la pared con semblante abrumado. La
mujer vampiro la rodeó con sus brazos y le besó el cuello.

-Ya está, ya pasó mi amor. ¿Te encuentras bien?

-Ese chico te va a traer problemas?

-Es un pobre tonto. No le des más vuelta

La mirada de Maca seguía perdida en la oscuridad, ya que ni el vampiro ni Esther habían


encendido la luz de la estancia. La mano de la vampiresa se posó en su barbilla, para acercar su
cara a la de su amada.

-No te preocupes por nada. Todo va a salir bien-le susurró Esther mientras la besaba en la
penumbra.

Tras volver a la sala de reunión, Esther acordó con Vykos que formaría parte de su brigada de
seguridad con la condición de que igualmente Macarena fuera parte de ella. Así podría vigilar
también por su seguridad, ya que ahora no se fiaba ni de sus propios hermanos de casta.

Los compañeros de Esther acordaron permanecer en la mansión de Vykos esa misma noche para
no tener que exponerse nuevamente al peligro de las calles de Madrid. Los lacayos del regente
proporcionaron ropas y todo lo necesario a los nuevos huéspedes para hacerles la estancia más
agradable. A Esther y Maca les ofrecieron una amplia habitación en el primer piso, a dos puertas
de la suite de Vykos. Sobre la amplia cama de matrimonio había dos camisones de raso, uno blanco
y el otro negro. Maca se quedó con el oscuro y Esther con el claro. Los primeros rayos del sol
estaban a punto de verse en el cielo. Ambas mujeres iban a acostarse cuando unos nudillos
golpearon la puerta de su dormitorio. Esther abrió y encontró a Eva al otro lado del umbral.

-Hola, chicas-la rubia de ojos verdes saludó con una sonrisa.

Esther le devolvió el saludo con un guiño.

-Quería deciros que me tenéis en la habitación de al lado-dijo señalando con el dedo.

-Bonito camisón-añadió Esther con sorna.

La ceja derecha de Macarena se alzó automáticamente.

-Tú siempre igual…-respondió mirando a Maca avergonzada. ¿Qué va a pensar Macarena?

-¿Y los demás?-preguntó Esther para desviar el tema.


-Rafael Jiménez y Carlos Medina están en la habitación de tu derecha, Miguel Márquez y Manuel
Quintana justo frente a la de Vykos, y María Díaz comparte conmigo.

-Perfecto. Mañana prepararemos nuestro plan de ataque.

-¿Qué? ¿He oído bien?

-Perfectamente.

-Entonces… ¿qué pretendes? ¿Desobedecer a Vykos y convertirte en una insurrecta?

-¿Desobediencia? ¿Insurrección? Que palabras tan tremendas para decir que vamos a cumplir con
nuestro deber.

-Oye, tú puedes hacer lo que te de la gana, pero no metas a los demás en tus enredos
revolucionarios. ¿Has mentido a Vykos y pretendes llevar a cabo una batalla personal contra
Fernando? Es un suicidio.

-Si no estás conmigo, estás contra mí.

-No, no vas aliarme. Y baja el tono de voz, que nos van a oír-replicó mirando a ambos lados, en voz
baja-.Yo no estoy contra nadie. Yo estoy con todos nosotros, porque mañana podríamos estar todos
mordiendo el polvo. No es momento de los separatismos, sino de estar unidos, codo con codo.

-¿Y quien ha dicho que yo voy a…?

-Mira, será mejor que dejemos esta conversación para cuando despertemos. Va a salir el sol.

-Está bien, mañana hablaremos.

-Buenas noches Esther-dijo Eva casi en un susurro-. Ídem para ti, Macarena.

-Gracias, Eva. Hasta mañana.

-Adiós Eva-respondió Esther antes de cerrar la puerta.

La mujer vampiro se acercó despacio y sensual, con la elegancia de una gata, hasta la cama, donde
estaba sentada Maca. Ésta se estaba quitando sus pendientes de coral. Esther se sentó junto a ella y
comenzó a besarle los hombros y la nuca.

-¿Qué es lo que pretendes con eso del plan de ataque?

-Mañana, eso mañana. Ahora sólo déjame hacert…

-No, dímelo ahora-Macarena interrumpió bruscamente las caricias y mimos de su amante y la


encaró completamente seria.

Esther frunció el ceño disgustado.

-Eso no es asunto tuyo

-Muy bien, entonces no hay nada más que hablar. Buenas noches-zanjó de
muchacha del camisón negro mientras se metía entre las sábanas de raso
La vampiresa se levantó visiblemente contrariada. Se aproximó hasta la chimenea
que había al otro lado de la estancia y echó más leña al fuego. Apoyó sus brazos en
el saliente superior de la chimenea y escondió en ellos su cabeza, como queriendo
evadirse de la realidad. Estaba a punto de derrumbarse. Demasiada presión, sabía
que se la jugaba desobedeciendo las órdenes de Vykos, pero tenía que intentarlo.
Tenía que eliminar a Fernando y parar la guerra. Lo conseguiría sola, sin ayuda
de nadie.

Macarena ya estaba tumbada en la cama dosel y miraba a la mujer que le daba la


espalda. Era la primera vez que su amante mostraba signos de flaqueza, por lo que
se sintió, en parte, culpable por su estado.

Esther sintió unas cálidas manos rodeando su cintura y sus hombros. De pronto,
todos sus males pensamientos se esfumaron.

-Lo siento-un leve susurro llevó a oídos de la vampiresa.

-A veces se me olvida que hay alguien a mi lado que… me quiere y se reocupa por
mí. Pero debes comprender que no me expongo al peligro por que sí, sabes que hay
un motivo. Como también sabes que puedo conseguirlo.

-Pero no puedes arriesgarte tanto, porque tal y como están las cosas, eso que
intentas hacer es una locura. Y no pienso permitir que cometas una estupidez. Me
importas demasiado.

-Cada día que pasa temo más por tu vida. Tu cabeza y la mía ya tienen precio y
estamos rodeadas de traidores. No te fíes de nadie, ¿me oyes?

-¿Y de ti? ¿Puedo fiarme?-preguntó Maca con cara de póker.

-Eso tendrías que decírmelo tú.

Esther aproximó lentamente su rostro al de Maca. Su nariz casi rozaba la de su


amante, sus bocas estaban peligrosamente cerca. Dos centímetros de aire
separaban sus ansiosos cuerpos. Hasta que Macarena no pudo más y se lanzó a
explorar el deseo encerrado tras los labios de la mujer vampiro.

Las manos de ambas mujeres buscaban con desesperación un centímetro de piel


desnuda al que aferrarse. El tiempo se detuvo por un instante. Esther y Maca se
separaron para mirarse directamente a los ojos. La muchacha del camisón negro
acercó su boca al oído de la vampiresa para susurrarle.

-Siempre… confiaré en ti.

De pronto, en un arranque de pasión, Esther la cogió en brazos y la llevó a la


cama. La tumbó cuidadosamente para después quitarse el camisón
atropelladamente. Incluso Maca tuvo que ayudarla al quedarse atrapada al tratar
de sacar la reliada prenda por la cabeza. Entre risas, era la mujer vampiro quien
ahora desnudaba delicadamente a Maca. Sus largas melenas se entrelazaban y
enmarañaban salvajemente mientras sus propietarias jugaban a no dejar de
besarse.

Los jadeos de ambas sonaban retumbaban por toda la habitación. Sus cuerpos se
agitaban acompasadamente mientras sus lenguas no dejaban de enredarse. La voz
ronca y gutural del éxtasis de Macarena rompió el silencio del ocaso nocturno.

Abrazadas la una a la otra, se quedaron dormidas mientras el sol nacía de nuevo


en Madrid.

Sus largos y pálidos dedos se hundían en los cabellos de Macarena mientras miraba embelesada el
sereno rostro de la joven dormitando. Era hora de levantarse, por lo que decidió despertarla con un
suave beso. Los ojos de su amada se abrieron y lo primero que pudieron ver sus retinas fueron unos
labios sonrientes dándole las buenas noches.

-¿Llevas mucho tiempo mirándome? Ya sabes que me da vergüenza…

-No lo puedo evitar, es algo que me supera. Tengo que mirarte cada anochecer para comprobar que
eres real y que siempre permaneces a mi lado, respirando cerca de mi oído, abrazada a mi, y el
hecho de sentirme correspondida es el aliento que necesito para seguir luchando.

-Vaya… Hoy te has levantado poética.

Ambas se echaron a reír.

-Luego no te quejes si soy poco romántica.

En el descansillo de la primera planta se reunió la cuadrilla al completo para tomar posiciones en


torno a la mansión. Vykos apareció de pronto y tomó la palabra.

-Hola, chicos. Espero que no haya ningún problema en que Esther sea, a partir de ahora, la
cabecilla del grupo.

-¡Eso no es justo!-replicó enfadado Carlos Medina-. El responsable de esta cuadrilla soy yo.

-Pues ya no, hermano mío. Ya no. Necesito al mando una mente fría y no alguien tan visceral como
tú. En esta ocasión es mi vida la que está en juego. No quiero errores.

Se hizo el silencio.

-Bien, ahora que está todo aclarado-añadió sonriente el poderoso vampiro, quiero a dos de
vosotros constantemente a mi lado.

-Tú, Medina, y tú, Quintana. Acompañadle y sed su sombra-ordenó Esther.

Sus subordinados obedecieron a regañadientes.

-Bien, y ahora formaremos el resto de parejas. Jiménez y Márquez, a custodiar las posibles
entradas. Eva, tú conmigo.

-¿Nosotros que podemos hacer, señorita? –interrumpieron dos criados de aspecto robusto.
-Vosotros vigilad la planta primera y segunda. Ahora id todos a coger vuestras armas y a esperar a
que empiece la fiesta. Los enemigos no tardarán en aparecer.

-¿Crees que hoy aparecerá Fernando?

-No lo sé, pero tal y como están las cosas, calculo que esto no durará otra semana más. Es tan idiota
que seguro que se presenta él mismo a rematar la faena.

-Está loco si cree que le vamos a permitir usurpar el trono de Vykos.

-Esto no va a ser ningún juego de niños. Esto es la guerra de guerras. Así que vamos, no hay tiempo
que perder.

En la armería, eligieron pistolas y escopetas potentes. Había munición de sobra para un par de
días. Esther buscaba de entre los cuchillos y puñales uno lo suficientemente discreto como para
poder esconderlo en su canalillo. Entonces, Maca, que hasta entonces no había intervenido y no
había dijo ni una sola palabra, se acercó hasta ella y le habló.

-Toma, lo cogí de tu casa pensando que podía hacer te falta.

Macarena le ofreció la daga abrecartas regalo de un amor pasado. Esther lo cogió y en su rostro se
dibujó una media sonrisa de melancolía.

-Gracias, Maca.

Con una piedra de afilar, convirtió aquel simple abrecartas en un arma mortal.

Las tres mujeres, dos de ellas, vampiros, fueron hasta la cocina a recargar fuerzas. Macarena comió
de lo que los mayordomos le habían dejado preparado por orden de Vykos: un suculento desayuno
con café, tostadas y fruta. Esther y Eva buscaron a los mayordomos y saciaron su sed sin provocar
ninguna muerte. En el gran saló, las tres mujeres volvieron a reunirse.

-Uno de los mayordomos me acaba de dar esto-Eva le dio a la jefa de cuadrilla una nota

-El ejército de Vykos está avanzando demasiado deprisa. Cuentan con sofisticadas armas de fuego y
sicarios sin piedad traídos de distintos lugares del país. En unas horas, los tendréis en la mansión.
Firmado, Mario.

-Este parte no trae precisamente buenas noticias-añadió Maca, preocupada.

-Pues sí que va esto rápido-comentó la rubia de ojos claros.

-O puede convertirse en un eterno infierno-Esther se quedó un momento pensativa-. No somos


suficientes para defender la casa de Vykos, necesitamos refuerzos. Hay que hacerle llegar a Mario y
los suyos una nota para que se replieguen y se unan a nosotros.

-Manda a uno de los criados.

-No, no podemos arriesgarnos. No podemos perder ni un solo hombre. Estamos en minoría.

-¿Entonces?

-Ni se te ocurra-interrumpió Maca, adivinando sus intenciones.

-No tardaré mucho.


-No pienso dejar que lo hagas-dijo Eva.

-¿Acaso tenemos otra alternativa?

Maca se lanzó a detener el paso de su amada.

-Que mueran otros. Yo te necesito a ti.

-Tú estás en buenas manos-respondió sonriéndole cómplice a Eva-. Si en media hora no he llegado,
ya sabes lo que tienes que hacer-continuó hablándole a su compañera de cuadrilla-. Y ya sabes, no
le digas nada de esto a Vykos.

Eva asintió sin decir palabra. De pronto, Macarena se percató de que la tensión que ambas mujeres
habían creado la jornada anterior había desaparecido. Ahora se trataban con la misma cordialidad
de siempre.

“Cómo no me he dado cuenta antes. Están tramando algo a mis espaldas.”

Macarena, inmersa en sus pensamientos, no sabía qué hacer. Lo único que podía en aquel momento
era desearle suerte a Esther con un cariñoso abrazo desesperado y dulce beso en los labios. Sin
poder impedirlo, vio como ésta se marchaba dejándola bajo la tutela de la vampiresa de cabellos
dorados.

-Bueno, Macarena…

-Maca. Llámame Maca.

-Maca… No te preocupes, ya verás como todo sale bien.

-Confío en ella, pero…

-¿Qué?

-No confío en lo demás-le dijo sosteniéndole la mirada.

Eva emitió una risa ahogada y le dio una palmada en el hombro a la amante de su compañera de
cuadrilla.

-Querida, no te preocupes, porque vas a aprender en seguida a distinguir a los traidores de los
verdaderos amigos.

Dicho esto, Eva cogió de la mano a Macarena y la llevó con ella hasta su lugar de guardia: el gran
salón. A través de las grandes cristaleras podía ver la calle nítidamente. El resto de sus compañeros
vigilaban como ella, en sus puestos. Las doce y cuarto de la noche en el reloj de péndulo de la
amplia estancia y, alrededor de ambas, todo en calma.

Esther se cubrió con una capa negra y se montó sobre uno de los caballos que había soltado del
carruaje que las había traído a ella y a su amante hasta la mansión. Cabalgó todo lo deprisa que le
permitió el exhausto animal. En ocho minutos ya estaba cerca del lugar en donde la cuadrilla de
Mario defendía con uñas y dientes en Plaza Mayor. Ningún humano asomaba por los balcones, ni
paseaba por las calles. Los ciudadanos Madrid sabían que la Capital estaba tomada por lo que
parecían ser unas bandas mafiosas de delincuentes comunes, o esa era la explicación que daban los
bandos oficiales procedentes del ayuntamiento. La policía no debía intervenir, el alcalde lo había
prohibido, ya que éste no era más que una vulgar marioneta del poderoso Fernando.
Ocultó el caballo en un callejón cercano y se aproximó hasta donde se había atrincherado la
cuadrilla amiga.

-Alto, Mario. No dispares, soy yo.

La mujer se descubrió.

-¡Esther! ¿Qué haces tú aquí? Se supone que tendrías que estar escoltando a Vykos en su casa.

-Exacto… Se supone. Pero es que tenemos un problema: necesitamos refuerzos. Tal y como están
las cosas no hay otra solución. He venido personalmente para pediros a ti y tu gente que me
acompañéis.

-Imposible. Aquí estamos justos.

La conversación fue interrumpida por un intenso tiroteo. De pronto, Esther notó un pinchazo en su
hombro izquierdo.

-Mierda, te han dado. ¡Agáchate!-gritó Mario.

A lo lejos, se oyó una gran detonación. Una bala de cañón aterrizó cerca de la trinchera, haciendo
saltar por los aires a un grupo de vampiros que trataban de escapar.

-¿Quiénes eran esos?-pregunto Esther mientras presionaba con su mano la herida abierta

-Eran Jorge los suyos.

-Estamos apañados. ¿Y los de la zona de O’Donell?

-Aún resisten-el vampiro miró atrás y vio que sus compañeros traían una pequeña catapulta-. ¡Por
fin un poco de acción!

-¿Qué vais a hacer?

-Entraremos en la plaza y bombardearemos con fuego a todos esos hijos de puta.

-Allí hay demasiadas viviendas. Vas a cometer una masacre. Deja a los vivos en paz, tú ocúpate sólo
de los muertos que andan.

-¿Tú te estás oyendo?

- ¿No podemos hacerles salir de otra manera?

-Imposible. Se han hecho fuertes y están a punto de tomar la plaza. Ya sólo quedamos tres
cuadrillas.

-Pues yo no me voy de aquí sin refuerzos.

-Diego, ven aquí-dijo Mario, suspirando agotado, a su amigo.

Éste se acercó corriendo con vendas en las manos.


-Coño, Esther… ¿Tú por aquí?

-Es una larga historia. Cúrame este hombro.

-Te sacaré la bala. La herida se cerrará en unos cinco minutos. Espero que hayas comido bien,
porque tienes una buena hemorragia y está perdiendo bastante sangre.

-Ya tomaré por ahí un tentempié cuando regrese.

Diego se puso manos a la obra. Mientras tanto, se escuchaban gritos procedentes de las múltiples
viviendas de Plaza mayor. Muchos civiles humanos estaban perdiendo la vida ya que el tiroteo era
incesante. Los pocos que se aventuraban a salir a la calle eran presa de los vampiros que
necesitaban sangre urgente para sobrevivir.

-Hay una manera-la voz de Esther casi era inaudible entre tanta explosión.

-¿Cómo dices?-Mario disparaba contra todo lo que veía moverse.

-Que hay una manera de sacarlos de la Plaza.

-¿Y cuál es?-el muchacho se lanzó a proteger al enfermero y a la mujer herida de una bomba que
había caído justo detrás de ellos.

Tras explosionar, una humareda de polvo desdibujó tres cuerpos tendidos en la tierra.

-¿Estáis bien?-dijo Mario con la voz temblorosa.

Esther y Diego, que había caído casi abrazados, comprobaron que aún seguían en este
mundo.

-Sí, estamos bien, ¿y tú?

Cuando la polvareda se hubo disipado, ambos pudieron comprobar que Mario estaba
sangrando abundantemente por la cabeza.

-Mario… ¡Mario!

El vampiro, al tratar de incorporarse, se desmayó y se desplomó en el suelo.

-Vale, Diego. Escucha. Tengo un plan. Tú quédate aquí y trata de cerrarle la herida de la
cabeza. Yo voy a unirme a una de las cuadrillas de Plaza Mayor.

-Está bien, pero luego trae algo de sangre fresca para nosotros dos.

-Hecho.

Embozada de nuevo, Esther abandonó la trinchera de cuerpos, tablones y carruajes despedazados


para acercarse hasta sus compañeros ubicados en plena línea de fuego. Se deslizó por la oscuridad
y, sin ser vista, se acercó hasta un grupo de compañeros que disparaban sin cesar.

-Tranquilos, soy Esther. ¿Cómo va eso?


-Jodido, francamente jodido-respondió Rodolfo Vilches, veterano de guerra desde hacía
siglos.

-Tengo un plan

-Te escucho.

-¿Quiénes están al otro lado?

-Una cuadrilla liderada por Almansa y dos en la retaguardia comandadas por los hermanos
Sáenz.

-¿Almansa está ahí?

-Sí.

-Perfecto.

Un vampiro enemigo apareció de entre la oscuridad pero fue abatido a tiros antes de poder
atacar a nadie. Su cuerpo se quedó tendido en el suelo, formando parte de la siniestra decoración
del asfalto.

-Vilches, necesito que me acompañes.

-¿Cómo?

-Escucha el plan y luego haces las preguntas.

Tras unos instantes de indecisión al haber escuchado el propósito de Esther,


Rodolfo cargó su pistola.

-¡Cruz!-le gritó a una de sus compañeras de cuadrilla-. ¡Síguenos y


cúbrenos!

La vampiresa a la que Vilches se había dirigido obedeció la orden de su


superior. Se guardó varios cartuchos de dinamita bajo los raídos pantalones y les
acompañó.

Los tres entraron en la plaza avanzando por entre la penumbra. De pronto,


Esther se quitó la capa y se la puso a cruz, cubriendo también su cabeza.

-Esto que vas a hacer es un disparate.

-Tengo que intentarlo-respondió Esther, totalmente convencida.

Una granada cegadora provocó una gran nube de humo en el centro de la plaza. El
bombardeo cesó, y del silencio nació una voz ronca y ruda.

-¡Alto el fuego!-gritó Esther, que surgía de entre la espesura de la noche.


Los enemigos observaron atónitos cómo una mujer detenía el desarrollo del
combate.

-¡Almansa! ¡Almansa! ¡Sé que estás ahí! ¡Deja de esconderte como una rata!

Unas sonoras carcajadas resonaron por toda la plaza.

-¡Pero mira lo que nos ha traído el gato! ¡Es Esther! ¿Qué, ya os rendir

-Vengo a hacer un pacto.

-No estáis en condiciones de pactar.

-¿En serio? ¡Mirad!

Esther se desplazó a un lado, dejando al descubierto a una mujer encapuchada.


Todas las miradas de la plaza se dirigieron a un solo punto, por lo que Esther
aprovechó para poner a su merced la voluntad de todos los enemigos que acababan
de quedar atrapados por sus poderes psíquicos.

“Eso es. Todos quietos. Que nadie mueva un dedo. Mirad a la mujer que me
acompaña, mirarle a la cara. Es Macarena, el rostro que contempláis es el de
Macarena”.

Cruz obedeció a Esther y descubrió su rostro. Se oyeron murmullos de


incredulidad y asombro. Almansa estaba casi petrificado.

-¡Es ella! ¡Es la ghoul de Fernando!-dijo uno de los Hermanos Sáenz.

-Escúchame bien ahora, Almansa. Macarena es la moneda de cambio para


negociar. Decidle a Fernando que os la entregaré a cambio de la paz.

En ese mismo momento, Vilches daba la orden a seis de los suyos para atacar los
indefensos y distraídos enemigos casi en sus propias narices, pues estaban
prácticamente frente a ellos ocultos en una nube de sombras creada entre todos
gracias a sus tenebrosos poderes. Pronto fueron cayendo un por uno a causa de
una ráfaga de balas que casi no vieron venir.

Una segunda cuadrilla fue al asalto de los pocos enemigos que quedaban. Los
hermanos Sáenz habían huido cuando Esther, Cruz y Vilches remataron a los
supervivientes tendidos en el suelo. La cabecilla de la operación de ataque esperó a
que todo se hubiera quedado en silencio.

-Tenía que ser así-dijo mientras se dio cuenta de que un nuño mortal miraba
agazapado tras el cristal de una ventana, incrédulo y asustado.
Cruz y Vilches se cubrieron mutuamente hasta llegar de nuevo al centro de la
plaza, donde permanecía Esther, maravillada aún de la masacre. El resto de
vampiros-soldado, se replegaba hasta sus anteriores posiciones.

Esther le hizo una señal con el brazo a Diego, que tras vendarle la cabeza a Mario,
esperaba escondido tras un montón de cuerpos muertos.

-¡Victoria!-gritó Esther a Diego, mientras agitaba la mano.

En la mansión de Vykos no habían cambiado mucho las cosas. Maca estaba


atacada de los nervios, pues había pasado la media hora de espera y su amada no
había aparecido todavía. Eva había limpiado varias veces sus pistolas y afilado sus
cuchillos, incluso se había recogido su dorado cabello en una hermosa trenza. Dio
un largo suspiro y miró el gran reloj de péndulo.

-Ya ha pasado. Vamos, Macarena, acompáñame.

Lo siento, pero yo voy a seguir esperándola. No voy a moverme de aquí hasta que
aparezca.

-Ella dijo que…

-No me importa lo que haya dicho. Va a volver y yo voy a esperarla en el mismo


sitio.

-Puede que esté muerta.

-Yo no que no. Hay algo dentro de mí que me da esperanzas.

-Pero yo tengo órdenes. Así que vas a venir conmigo. Tengo que ponerte a salvo

-Eva, escúchame…

Macarena cayó inconsciente al suelo antes de poder terminar la frase. Eva había
presionado velozmente con sus dedos en el cuello de la morena, haciendo que ésta
se desmayara y dejara de protestar. La acogió en brazos y la escondió en el sótano
de la mansión, allí donde le había ordenado Esther. Si se confirmaba la muerte de
su superior, sería ella misma la encargada de llevarla fuera de la ciudad y de
ponerla a salvo.

Mientras cargaba con la amante de su jefa de cuadrilla, recordó la conversación


que a primera hora de la noche había mantenido con Esther.

-Hola-Esther apareció al otro lado de la puerta.


-Anda… Qué madrugadora la señorita-dijo Eva sonriendo.
-Tenemos que hablar-Esther cerró la puerta tras de sí.
-Vaya, ¿vas a romper conmigo?
-Déjate de bromas y escucha. Ya que no vas a ayudarme a matar a Fernando a mi
manera, al menos, hazme un favor.
-¿Cuál?
-Tienes que prometerme que pondrás a salvo a Macarena cuando esto se ponga feo.
-Pero si invaden la mansión, no sé c…
-Lo tengo todo planeado. Si yo no estoy cerca para protegerla o me ha sucedido
cualquier cosa, haz lo siguiente: lleva a Macarena al sótano-cochera. Allí hay un
portón que comunica con una puerta secreta en el jardín oculta tras unos frondosos
arbustos. Tras ella estará uno de los sirvientes de Vykos esperando, al cual he
sobornado, para levarla a galope hasta una pequeña casa que tengo en las afueras.
-Prefiero acabar yo el trabajo, no me fío de los mayordomos.
-Está bien, pues la dejo en tus manos.
-Y Vykos no sabe nada de esto, evidentemente-añadió Eva con una media sonrisa.
-Anteponer la vida de Macarena a la de todos nosotros es…
-Traición.
Ambas mujeres se miraron a los ojos.
-Pues sí que te ha dado fuerte con esa… mortal.
-¿Vas a ayudarme o no?
-Está bien. Por cierto, ¿has visto a mi compañera de habitación?
-Está abajo, “desayunándose” al cocinero.
-Me alegro, porque lo que voy a decirte me compromete. Escúchame, ahora que
estamos completamente solas, sin oídos que cuchichean tras las puertas, puedo
decírtelo.
-Soy toda oídos.
-No quiero que vayas tú sola a jugarte el pellejo contra Fernando. Voy a ayudarte a
acabar con ese bastardo a tu modo o al mío. El caso es que… quiero que sepas que no
estás sola. Si tengo que llevar a Macarena fuera de Madrid, lo haré. Pero luego
regresaré para terminar “nuestro trabajo”. Supongo que juntas… haremos más ruido.
Esther no dijo una sola palabra, pero en su rostro se dibujó una resplandeciente
sonrisa.

Eva abandonó el frágil cuerpo de Macarena sobre un viejo y polvoriento sofá. La


observó unos segundos en la penumbra y se fijó en su hermoso rostro, ahora
completamente sereno. Antes de salir del sótano-trastero y de cerrar la puerta con
llave, se preocupó de resguardar del frío a la muchacha con una manta que encontró
tapando un viejo y resquebrajado espejo de pie. Sonrió al comprobar que su figura
no aparecía en el reflejo del cristal, tal y como les ocurría a los de su especie.
Esther y los demás entraron en la mansión tras aniquilar a media docena de intrusos
a base de balazos.
-¡Eva!-gritó la cabecilla en cuanto pisó el interior de la casa.
La rubita apareció subiendo las escaleras que la conducían a la planta baja.
-Empiezan los problemas, Esther. Al menos Macarena ya está bien escondida.
¿Quieres que me la lleve ya?
-No, por ahora creo que podemos controlar la situación. Pero tengo que decirle a
Vykos que me temo que Fernando va a venir aquí personalmente para rematar la
faena.
-Seguramente estará escondido en su búnker subterráneo.
Gracias a la maestría en el manejo de las sombras, Esther y su compañera avanzaron
por el jardín cautelosamente hasta la trampilla secreta que albergaba bajo la tierra
un largo pasadizo excavado bajo la tierra.
-¿Quién va?-unos ojos oscuros aparecieron tras la rendija-mirilla de una puerta
metálica.
-Somos Eva y Esther-contestó la rubia-, venimos a darle el último parte a Vykos.
Tras unos instantes, el portón se abrió y pudieron comprobar por sí mismas lo
grande que era aquel bunker. Tres pasillos se abrían ante ellas, a cada cual más
sombrío. El guardián les indicó que tenían que tomar el sendero de en medio. Ellas
asintieron y prosiguieron la caminata. Ahora estaban a seis metros bajo tierra.
Mientras tanto, la mansión era el escenario de una sangrienta batalla. Vilches y
compañía trataban de derriban a un grupo de enemigos que intentaban acceder a
la fortaleza por los tejados. Los mayordomos de Vykos estaban ahora luchando
por impedir que tres asaltantes se colasen por las ventanas del gran salón. En un
momento, uno de los invasores se separó del resto y desapareció entre la espesura.

No era un vampiro cualquiera, porque éste no quería perder el tiempo intentando


entrar en la mansión por el método tradicional. Él sabía dónde había una entrada
segura… ya que como espía, conocer este tipo de detalles… era parte de su trabajo.
Caminó hasta la parte posterior de la casa y, tras arrancar unos arbustos, descubrió
la puerta que comunicaba con la abandonada caballeriza. Rompió el candado dando
un golpe con la culata de su pistola y entró a la oscura estancia con sigilo.
Echó un vistazo general y vio que el carruaje personal de Vykos se hallaba allí.
-De modo que la rata sigue en su escondrijo…
La caballeriza albergaba también aperos de labranza y sillas de montar. Tras
inspeccionar la habitación se dirigió a la puesta que lo llevaría finalmente al interior
de la planta baja de la casona. La encontró cerrada, por lo que cogió impulso para
derribarla con el hombro. La puerta cayó al suelo y Maca se despertó sobresaltada.
Como no veía nada, se escondió tras el sofá, tratando de ocultarse con la manta. Los
pasos se hacían más y más sonoro y cercano, mientras que el corazón de Macarena
bombeaba a máxima velocidad.
Eva y Esther llegaron hasta el escondite de su superior.
-Pasad-dijo Vykos con semblante serio.
-Están aquí, Vykos, y seguramente…
-Fernando vendrá con los refuerzos. Bien. Ahora dime qué tienes un buen plan.
-Lo tengo. Tú sólo confía en mí y no hagas preguntas. Todo está a punto de acabar-
Esther hablaba completamente seria.
-Está bien. Por mi parte no veo más remedio que huir de aquí.
-Ni se te ocurra. Vienen a por ti… Eres el cebo. No te preocupes y hazme caso. No te
muevas de donde estás.
-Tú y tus métodos… ¿Qué hay del resto de la cuadrilla?
-Entretenidos en acabar con las cucarachas-añadió Eva.
Vykos comprendió en aquel momento que aquellas mujeres sabían lo que hacían.
Su serenidad ante los problemas le hizo confiar, aun más, en su mano derecha,
Esther. De modo que no dijo nada más. Las despidió a ambas con una sonrisa de
aprobación.
Macarena estaba al borde del colapso. De repente, los pasos cesaron. La muchacha
levantó la vista y pudo ver, tras retirar la manta que la ocultaba, unos brillantes ojos
observándola en la oscuridad.
-¿No eres un poco mayor para jugar al escondite?-el vampiro le tendió la mano
sonriéndole amistosamente.
-Yo te conozco… Pero no recuerdo de qué…
-De la noche en que Vykos reagrupó a las tropas y ordenó el plan de defensa.
-Sí… Es cierto. Intentaste besarme en aquella habitación…
-Perdóname por aquello… Yo… No quería ofenderte.
El vampiro parecía sentir lo que decía. Macarena vio que la cara del chico se
entristecía con aquel recuerdo.
-Bueno, ¿puedes decirme cómo está la situación?-Macarena trató de volver a la
normalidad.

-Pues compruébalo por ti misma.


Los dos esperaron en silencio para oír lo que se escuchaba desde fuera. Disparos,
explosiones y gritos de dolor provenientes de los alrededores de la mansión rompían
la serenidad de la noche.
-Dios mío, Esther…
-¿Esther? ¿Está aquí?
-Sí, está defendiendo el gran salón junto con Eva.
-Pues tengo que ir a ayudarlas.
-Espera…-Macarena no estaba totalmente segura de que podía confiar en ese
vampiro.
-Tranquila-dijo el muchacho como adivinando los pensamientos de la mujer-, no
estoy aquí para hacerte daño. He venido, junto a mi cuadrilla que está afuera, para
ayudar. Somos los refuerzos.
Maca miró a los ojos de su interlocutor para tratar de ver un atisbo de sinceridad, y
aquellas negras pupilas la atraparon por completo, como había ocurrido en el
pasado. No sólo creyó por completo todo lo que el vampiro le había dicho, sino que
además se sintió irremediablemente atraída por él.
Como la pollilla, se dejó atrapar por el fuego. Macarena se encontró de pronto a su
mereced y su cuerpo no parecía responderle. El vampiro le apartó delicadamente
unos mechones de cabello rebeldes que tapaban el hermoso rostro de su víctima. En
menos de un segundo, los labios del vampiro se fueron aproximando lentamente a
los de su presa.

Y entonces Esther lo notó. Notó la angustia de Macarena en su pecho y


supo entonces que ella estaba en peligro.
-¡Mierda!-dijo Esther en voz alta.
Subió las escaleras como una furia seguida de Eva, que no parecía
comprender la reacción de su superior.
-¿Qué pasa?
-Es Macarena… ¡Está en peligro!
Salieron de la trampilla a toda velocidad y corrieron a la puerta trasera
de la mansión ajenas a las explosiones y disparos de su alrededor.
Esther abrió la puerta de la caballeriza tras comprobar que había sido
forzada. Se temía lo peor. Eva sacó una pistola de su bota derecha y le quitó
el seguro. Cruzaron la estancia y antes de abrir la siguiente puerta se
detuvieron para escuchar. No se oían ni gritos ni quejas por parte de
Macarena. Sólo el silencio. Y eso era aún peor…
Eva abrió de golpe y cubrió a Esther, pero ésta se quedó de piedra al ver a
Marco, el mismo vampiro que la había llamado traidora cuando intentó
matar a Macarena la anterior noche, besando los labios a su amada. Era
un beso lento, meticuloso, sensual… Y Macarena mantenía los ojos
cerrados. Eso le dolió más que si la hubiera encontrado muerta a sus pies.
-¡Hijo de puta!-Esther sintió una pena que no había sentido en años.

Marco dio por concluido el beso y miró a su rival.


-Anda… Pero si estabas aquí… Fíjate que ni Macarena ni yo nos habíamos dado
cuenta.
-Apártate de ella-los ojos de Esther eran dos volcanes encendidos.
-¿Y por qué no se lo pides a ella?
Macarena continuaba callada, como ajena a todo lo que estaba sucediendo.
-¿Qué le has hecho? Algún truco barato de los tuyos, seguro-Esther empezó a
acercarse al captor de su amante.
-Quédate donde estás-dijo el vampiro sacando su pistola y dirigiendo el cañón a la
garganta de su víctima.
Eva se acercó también a él, ya que percibió ver un detalle importante en la
indumentaria del joven.
-Eres un traidor… ¿Qué pretendías hacer aquí? Tu puesto estaba en la defensa y no
aquí. ¡Estás con Fernando! ¡Llevas su insignia en la solapa!… Has desobedecido las
órdenes de…
Un balazo en el pecho la hizo callar al instante.
-Así estás más guapa.
Eva estaba tendida en el suelo, tapándose la herida con una mano, ya que con la otra
apuntaba al vampiro para dispararle en la cara.
-Desgraciado.
-¿Por qué? ¿por llevar un broche? Si quieres, te puedo conseguir uno.
Eva apretó el gatillo pero Marco lo esquivó poniendo a Macarena delante de él como
escudo humano. La muchacha recibió un tiro en el brazo derecho. Fue la primera
vez que su boca emitía algún sonido. Un grito de dolor retumbó en la habitación.

-Dios mío… Lo… ¡Lo siento!-Eva no sabía qué decir.


Esther fue la más rápida en reaccionar. Aprovechando que Marco apuntaba a Eva,
la cabecilla se lanzó sobre el vampiro, cuchillo en mano, y lee cortó el cuello de un
tajo. Éste, inmediatamente, liberó a Macarena de su abrazo, haciendo que cayera
dolorida al suelo. Entonces Eva volvió a disparar, pero esta vez no falló. Esther lo
remató clavándole varias veces el puñal en el corazón. Un charco de sangre inundó
la sala manchando los pies de las tres mujeres.
-Ay… Ayúdame, Esther-suplicó Macarena, malherida.
-Eva, échame una mano. Hay que sacarla de aquí y curarle la herida.
La rubia las llevó a una habitación en la planta sótano donde dormía uno de los
lacayos de Vykos. Esther echó a Macarena sobre la cama muy despacio, para hacerle
el menor daño posible.
-Déjame esto a mí. Yo le sacaré la bala.
-No voy a moverme de aquí.
-Tú tienes que matar a Fernando.
Macarena, a pesar de que se sentía algo mareada por la pérdida de sangre, también
insistió.
-Debes irte. No te preocupes por mí. Estaré bien.
Esther calló durante unos segundos. Luego se acercó hasta la cama y le dio un beso
en los labios a su amada.
-Pase lo que pase, Macarena, tienes que hacerle caso a Eva en todo lo que te diga. Es
la única manera de ponerte a salvo.
-Ten mucho cuidado, por favor.

Los ojos de Maca estaban tristes. En el fondo tenía miedo, no sabía de qué, pero lo
tenía. Aquella conexión que mantenía con la vampiro hacía que supiera casi a la
perfección el estado de ánimo de Esther. Y ahora notaba que ésta le ocultaba algo,
algo muy importante.
Esther le pidió a Eva que las dejara a solas unos minutos después de que ésta le
hiciera un vendaje de emergencia a Macarena.
-Verás, Macarena… Tengo que llevar a cabo mis planes para que todo esto termine.
-¿Y cuál es el problema? Sé que estás preocupada.
-Quizá todo termine de una forma que no te esperas…
-Me estás asustando, Esther.
La vampiro cerró los ojos y se concentró todo lo que pudo. Desterró de su mente
todos sus miedos y pesares para transmitirle a Macarena una sensación ficticia de
bienestar.
-Ahora tienes que confiar en mí. Yo sé que a veces el bien común exige grandes
sacrificios, pero si tú me prometes que…
-Sabes que siempre te querré. Entre tú y yo hay una fuerza que nos une más
poderosa que la vida, y no dudo que así será para el resto de la eternidad. Me lo
dicen tus ojos.
Esther no pudo reprimir las ganas de besar a aquella mujer que le había arrebatado
por completo el dominio de sí misma. Entrelazó sus manos con los de Maca para
recobrar las fuerzas que, aparentemente, no necesitaba.

-Bueno, te dejo de nuevo a cargo de Eva. Y no se te ocurra hacerte la heroína. Toma


esta pistola y protégete. Y no confíes en nadie excepto en la rubita.
-No me dejes… No me dejes otra vez-le suplicó a Esther.
-Siempre estaré contigo, de un modo u otro, porque estoy dentro de ti.
Cuando Esther salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí, comenzó a llorar
amargamente. Eva no dudó en abrazarla.
-Si no me dejas que te acompañe, al menos…
-Tengo que hacerlo yo. He decidido lo mejor para todos-Eva pareció leer en la
mirada de su amiga y sintió un gran pesar.-Y no voy a permitir que corras peligro-
prosiguió. Yo te necesito aquí, con Vilches y los demás… Y con Maca. Y sé que no
me decepcionarás.
La rubia deshizo el abrazo y agachó la mirada, ya que ella también estaba al borde
del llanto.
-Lo mismo digo.
Ambas se estrecharon la mano en señal de respeto y de despedida.
En la gran sala, Vilches y compañía andaban aniquilando a todo aquel que entrase
por las puertas y ventanas.
-Escuchad-dijo Esther mientras pegaba tiros a diestro y siniestro-. Voy a por
Fernando.
-Viene de camino con su escolta personal.
-¿Y cómo sabes eso?-la mujer vampiro no daba crédito.
-Se lo sonsaqué a cadáver ése que tienes bajo tus pies.
-Perfecto. ¿Quiénes de nosotros quedamos con vida?

-Mario y Diego, en planta de arriba. Cruz, en la puerta principal con uno


de los mayordomos, y doce hombres que han venido de refuerzo están en
el perímetro de la mansión.
-Pues diles a seis de ellos que os ayuden. O mejor, ya me encargo yo de eso.
-Hecho-Vilches le acertó a uno entre ceja y ceja y su sangre le salpicó la
camisa-.Mierda, acababan de hacérmela a medida.
De la bolsa de armamento que guardaba Vilches, Esther sacó dos cartuchos
de dinamita y los ocultó bajo sus ropajes. Le dijo adiós a su compañero con
la mano sin decir nada más. Odiaba las despedidas.
Salió al jardín tras coger unas cerillas de la cocina y fue cautelosa hasta la
puerta principal, en donde estaba Cruz dando muerte a un intruso con sus
propias manos.
-Buen trabajo-le dijo a la morena mientras salía a la calle y se montaba en
uno de los caballos sin dueño que se amontonaban en el lugar.
Dio el aviso a los compañeros que habían acudido en su auxilio y luego
desapareció todo galope. Así llegó hasta el principio de la Calle Alcalá. Se
detuvo en seco al oír el sonido de un carruaje aproximándose a toda
velocidad y el murmullo de unas voces que conspiraban en la penumbra.
Esther miró al cielo y se dio cuenta de que se le estaba acabando el tiempo.
Encendió un cartucho de explosivo y lo lanzó contra la comitiva. Sin darles
respiro, les tiró el otro. Catorce cuerpos quedaron tendidos en un mar de
sangre. Sólo Fernando y uno de sus esbirros quedaron vivos, ya que
viajaban en el interior del carro.

Fernando asomó la cabeza por la ventana de la carroza y la vio.


-Hija de puta-dijo en voz baja lleno de ocio.
Él y su subordinado bajaron en seguida y cogieron dos caballos que habían
sobrevivido.
-¡Ni tú ni nadie va a impedírmelo!-gritó a Esther mientras se acercaba a ella a todo
galope.
La vampiro pudo reaccionar y también emprendió la marcha a toda velocidad. Su
caballo estaba portándose a las mil maravillas a pesar del incesante tiroteo que
trataban de esquivar a cada minuto. Pero consiguió su propósito. Pudo llevarles
hasta donde quería: su pequeña casita a las afueras.
Nada más bajarse del caballo, entró por una puerta secreta que sólo ella conocía.
Fernando y su esbirro llegaron segundos más tarde y entraron en la casa derribando
la puerta de la entrada.
-¡No te escondas, bastarda! Primero pienso acabar contigo para después terminar
con la vida de tu… ¿amada? ¿Acaso los vampiros podemos enamorarnos? ¡Sé
realista! ¡Estamos muertos! ¡No tenemos sentimientos, los perdimos al nacer como
lo que somos!
El subordinado sólo se reía a carcajadas sabiendo el destino que le esperaba a
Esther. Pero la risa de la mujer vampiro fue más grave cuando degolló en la
penumbra al ghoul de Fernando.
-Dos de dos, Fernando-contestó ella con ironía-. Se ve que tus sirvientes humanos no
pueden resistirse a mis encantos… Y eso que éste ni si quiera ha probado mi sangre.

-Pero yo sí que la probaré… ¡cuando te deje seca!-el vampiro se abalanzó sobre


Esther pero ésta fue más rápida y pudo escabullirse de sus garras a tiempo. Ahora
ya sólo tenía que hacer que la rata buscase el queso.
La mujer vampiro condujo a su enemigo por un largo pasillo que desembocaba en
una especie de patio circular tapiado sin ventanas y con una sola puerta, aquélla por
la cual habían entrado. Ella sacó su pistola y disparó.
-Has fallado-dijo Fernando riéndose-. ¿Acaso te tiembla el pulso?
En ese instante, la única puerta de salida se cerró con una compuerta metálica.
Esther también se echó a reír.
-No te disparaba a ti.
La vampiro había disparado a un dispositivo de cierre interno que tenía aquel
recinto.
-Ahora ya ninguno de los dos podrá salir de aquí. Estamos solos.
-Te equivocas. Tú eres la que jamás podrá volver a ver la luna.
Fernando atacó a traición a Esther lanzándole una daga al pecho. Ella se movió lo
más rápido que pudo, pero el cuchillo se clavó en su brazo. Con una mueca de dolor,
se la extrajo y la lanzó a una cuerda que había sobre las cabezas de ambos. De nuevo
activó un mecanismo que hizo que el toldo, que cubría el techo de aquel espacio, se
recogiera. Ahora luchaban bajo el negro manto del cielo nocturno.
-Pero, ¿esto que es?-Fernando miró un momento las estrellas-. ¿Un espectáculo al
aire libre? -preguntó sarcástico el vampiro.

-Desde luego que sí-añadió Esther mientras se concentraba en detener la hemorragia


de su brazo.
Su enemigo se fue acercando a ella lentamente, como queriendo captar en sus retinas
los últimos instantes de la no vida de su bella contrincante.
-Has sido una ingenua. Has creído que podías burlarte de mí y quedarte con lo era
mío… Y ahora piensas que podrás derrotarme-cada vez estaba más próximo a ella,
mientras que Esther lo esperaba pacientemente.
-Déjame preguntarte una cosa ahora que el destino de ambos se va a decidir en unos
segundos.
Fernando se detuvo a cinco centímetros de ella. En su rostro, una gran sonrisa
dejaba al descubierto dos grandes colmillos blancos.
-Si yo no me hubiera fijado en Macarena… ¿Ahora seguiría con vida?
-Claro. ¿Por quien me tomas? No hay demasiadas gouls como ella… Ninguna de las
que he tenido antes… Ninguna fue como ella. Esas pobres no me duraban ni un
mes… se asustaban. Pero Maca era de otra madera, si me hubiera dejado…
-La habrías convertido. Lo sé-Esther caminó hasta donde estaba él y sus miradas se
cruzaron desafiantes.
-Y sería mi reina. Juntos hubiéramos gobernado esta ciudad.
-Ahora sé que hice bien-los ojos de Esther miraron al suelo.

-Un vampiro no sabe hacer el bien. Déjate de hacerte la santa: en el fondo


tú y yo no somos tan distintos-Fernando alzó la barbilla de Esther con una
mano para que ésta siguiera manteniéndole la mirada.
-En eso te doy la razón. Los dos estamos enamorados de la misma
persona.
-Los vampiros no podemos enam…
-Los vampiros lo podemos todo-Esther se inclinó para besar a
Fernando en los labios.
Éste no dudó en devolverle el beso a la chica ya que había decidido matarla
segundos después. Pensó que era una bonita despedida, después de todo.
La muchacha de los ojos marrones aprovechó para sacar de su manga la
daga que una antigua amante le había regalado como abrecartas. La
afilada hoja resplandeció bajo la luna, haciendo que las palabras que había
grabadas en ella cobraran más sentido que nunca.
Pero Fernando no era tonto. Antes de que el puñal se clavara en su cuerpo, él
interceptó la trayectoria del brazo de Esther. Gracias a su potente fuerza, hizo que
ahora la punta del arma apuntara hacia su oponente. Un pequeño empujón bastó
para que el afilado abrecartas se hundiera en el corazón de la muchacha. Ésta,
como por actor reflejo, se lanzó al cuello de Fernando y clavó en él sus colmillos.
Su fuerza se multiplicó gracias a la poderosa sangre que ahora estaba bebiendo, de
modo que a Fernando le costaba deshacerse de su mortal abrazo. Él permanecía
como hechizado mientras Esther le arrebataba la energía trago a trago. Sus
pupilas del vampiro enemigo se dilataron cuando por fin comprendieron aquella
situación: se estaba haciendo de día.

Y no había posibilidad de salir de ahí en menos de cinco minutos, que es lo que más
o menos quedaba para que el sol saliera en todo su esplendor.
Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y consiguió zafarse de Esther. Ésta fue
retirada bruscamente de su cuello y ahora jadeaba con los dietes y los labios
chorreando en sangre mientras se tapaba la profunda herida del pecho. Pero al
contrario que él, ella no parecía asustada en absoluto. No tenía miedo a desaparecer.
-Bueno, Fernando. Ha sido un placer. Los dos vamos a morir aquí. No hay salida.
-Mentira. ¡Tiene que haberla!-corrió hacia la puerta metálica, pero ésta era tan
ancha y pesada que no sufría el menor rasguño a pesar de las patadas y golpes que
le propinaba Fernando-. Maldita zorra… ¡Yo ahora debería estar matando a Vykos!
Me has engañado-sacó un pistolón de su bota y disparó a Esther en el estómago.
Ésta cayó de rodillas al suelo.
Los primeros rayos de sol se clavaron en la tierra de aquella habitación a cielo
abierto. Esther se incorporó como pudo mientras de su cuerpo no paraba de manar
sangre. En un último esfuerzo, se sentó en el suelo apoyando su espalda contra la
pared circular para ver, en primera línea, la muerte de su mayor enemigo y el de
todos los de su clan.
Fernando cargó su arma para luego dispararle al portón metálico. Todo
era en vano. Era como ver a una mosca atrapada dentro de un vaso
invertido. Y Esther notaba cómo poco a poco se le escapaba la vida a través
de las heridas de su cuerpo.
Maca daba vueltas en su habitación mientras escuchaba cómo el clamor de
la batalla había cesado. Se sujetaba la vendada herida con una mano pero
no podía parar quieta.
-¡Se acabó!-Eva entró en la habitación bruscamente y Macarena emitió un
grito-.Perdona, te he asustado. Es que… Venía a decirte que ya está todo
controlado. Lo enemigos se han rendido.
-¿Y Fernando?
-No se sabe nada de él. Pero yo sí sé que en estos momentos está a punto de
desaparecer. Vykos ha salido de su búnker y está hablando con el hombre
de confianza de Fernando. Ya ves, le ha perdonado la vida y ahora negocia
con él la paz.
-A veces es bueno mostrar misericordia para ser un buen jefe.
-Supongo-Eva se sentó en el borde de la cama y se limpió la sangre de otros
que tenía en la frente-Por cierto… ¿Tú no tendrías que estar guardando
reposo?
-¿Cuándo va a volver Esther? Está a punto de amanecer.

Eva se quedó muda. Sabía que tarde o temprano oiría esa pregunta.
El sol estaba asomando ya por el Este y Fernando comenzó a enloquecer.
-Tengo que salir de aquí… Tengo que…
-No te molestes y deja que ocurra…
-Tú… Voy a borrarte del mapa de una vez por todas.
El vampiro se dirigió hasta donde descansaba la mujer moribunda. Volvió
a cargar su arma y colocó el cañón en la sien de Esther. Cuando fue a
apretar el gatillo, un rayo el sol comenzó a quemarle la piel del brazo. Por
el dolor, dejó caer su pistola y emitió un gran alarido. Esther sólo podía
reírse al ver cómo su enemigo comenzaba a chamuscarse. La muchacha
miró al cielo y vio que sólo le restaban unos segundos para acabar siendo
pasto del fuego solar. No quería morir presa de una gran agonía,
de manera que no se lo pensó dos veces. Se arrancó el puñal de su corazón
y volvió a clavárselo, con tal fuerza, que salpicó de sangre el rostro de un
Fernando que ahora esperaba su muerte arrodillado frente a ella. La
última imagen que reprodujo la memoria de Esther antes de morir fue la
de Macarena pronunciando su nombre con una sonrisa en los labios.
-¡No! ¡Nooo!-Fernando estaba furioso-. ¡Muere conmigo mirándome a la
cara! ¡Cobarde!
Los gritos del vampiro se trasformaron en rugidos cuando todo su cuerpo
fue alcanzado por la luz del sol. Aquel círculo, aquella prisión, se llenó de
claridad. Había amanecido.
Cuando los rayos llegaron al rincón en donde reposaba el cuerpo inerte de
Esther, éstos cumplieron con su cometido: tal y como había ocurrido con
Fernando, el cadáver de Esther ardió y sólo quedaron las cenizas.
Eva sintió la llamada de Esther en su cabeza.
-Todo ha terminado-Eva dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas
como muestra de dolor
Macarena notó una sensación extraña en su pecho.
-No está… ¡Se ha ido!

Eva comprendió que era el momento de cumplir hasta el final con la


promesa que le había hecho a Esther.
-Esther… ¿Qué le ha pasado, Eva? ¿Dónde está? ¡Tú lo sabes!
La rubita se acercó hasta Macarena y en un segundo estaba mordiendo su
cuello para hacer que ésta se desmayara.
-Ahora… Ya eres libre-le dijo a Macarena mientras ésta luchaba por no
caerse redonda al suelo.
-Pero… Esther… Ya no puedo sentirla-balbuceó mientras los ojos de Eva
hicieron que perdiera en control sobre sus emociones y pensamientos.
-Mírame bien, Maca-Eva habló seria-. Eres libre, ya nadie te retiene.
Mañana cuando te despiertes no recordarás nada y jamás volverás a estar
en peligro. Volverás a tu vida anterior, puede que te cases, tengas
descendencia….
-Te quiero, Esther-sus ojos se llenaron de lágrimas mientras pronunciaba
sus ultimas palabras antes de perder el conocimiento.
-Ten paciencia, Macarena-recogió a la muchacha del suelo y la cogió en
brazos para llevarla a su antigua casa, como estaba planeado-. Sólo
entonces volverás a reencontrarte con Esther-mientras caminaba por el
pasillo hacia las escaleras cargando con ella, Eva le hablaba dulcemente al
oído confiando en que, a pesar de su desmayo, podía oírla-. Sé que en el
fondo nunca podrás olvidarla. Si de verdad la quieres, si de verdad piensas
llevarla en lo más profundo de tu corazón aunque en esta vida no puedas
volver a recordarla…espérala.
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Madrid, septiembre de 2004.

Por las puertas del Hospital Central apareció una exuberante mujer de
pelo castaño acompañando a un ama de casa que parecía haberse dado un
golpe en la cabeza.
-Oye, ¿me acercas una silla de ruedas?-le preguntó la muchacha de
vaqueros y camiseta blanca a la enfermera que andaba por ahí apuntando
algo en unos impresos.
-Cómo no.
-Gracias. Dice que se lo ha hecho al caerse por un mareo. Parece que tiene
la tensión muy baja. Podría ser un vasovagal-añadió mientras se
recolocaba el bolso blanco sobre el hombro-, pero habría que hacer una
exploración y una placa, por si acaso. De todas formas, conviene mirarle el
nivel de glucosa, también.
-Vale. ¿No venís juntas?
-No. Vengo a trabajar. Es mi primer día.
Ah… Ven un momento- la enfermera pareció entender la situación y le
hizo una señal a la otra joven para que se acercara a ella-. Te estaba
esperando. Y escucha, como no quiero que empecemos mal, lo mejor será
que te diga que te ahorres roda esta exhibición-explicó mientras
gesticulaba con la mano- y la dejes para el médico que la va a atender, que
es el que sabe. ¿Vale? Ahora busca a Elisa, ve a cambiarte y luego
preguntas por mí. Soy Esther.
-Esther, mira…
-No, perdona. Es que no tenemos todo el día.
La mujer del cabello castaño se rió al ver la bienvenida que le acababa de
dar aquella chica tan arisca. Y es que Esther se acababa de confundir de
persona, pues ella no era enfermera, sino pediatra. Con una sonrisa en los
labios se acercó al mostrador de información.
-Rusti-Esther llamó a su compañero para que le echara una mano.
-¿Qué?
-¿Me ayudas?
-Si claro-el muchacho empujó la silla de ruedas, en donde habían sentado
a la ama de casa, para llevarla a la sala de espera-. Y ésa… ¿quién era?
-Ésa… la nueva enfermera. Va de listilla, me parece-contestó Esther
observando a la mujer, que momentos antes había intentado
impresionarla, mientras caminaba junto a Rusti aparentando revisar unos
informes.
-Ya te ha caído mal y te caerá mal toda la vida-dijo Rusti con sorna
mientras su amiga lo miraba con una media sonrisa.

FIN

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