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SEPIA
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RICAADO COVARfìUBIAS
N Ú M . C Í A S .
Núm. Autori
N ú m . . A D F L . _
Procedencia m
Pracío
fjfeuha
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Catalogo
O G W O ^ CROQUIS Y S E P I A S
¿AiaUftftAVQQ OOftAOir.
098353
( 3 3 2 4 ? )
DEL MISMO AUTOR.
Claro-Obscuro.. 1 voi.
Croquis y Sepias 1 —
EN PREPARACIÓN:
La Carne.—(novela 1 voi.
Lo Perdurable.—(novela) 1 —
La Púdica.—(novela) 1 —
CIRO B. CEBALLOS.
CROQUIS Y SEPIAS
(RETRATO i'OR .TULIO RUELAS)
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BIBLIOTECA 'UTÒVGRFLT \
" A L F O N S O FLEYLS'
Kito. i ^ ' M ^ I t R ^ M O l f «
MÉXICO
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Señor Jesús E. Valenzuela.
c Presente.
A JESÚS üri-ETA.
A JESÚS üri-ETA.
• • , .
v a r la l u z . . . . necesitaba claridad de sol en el produciendo al caer sus fémure? y vértebras un
instante de mi c r i m e n . . . . ! ruido seco y raro
Volví á la c a m a desenvainé! la hoja Entonces, yo, con los cabellos erizados y deli-
estaba muy fría, y en su espejeante pulimento rando como no demente, emprendí la fuga, has-
tremolaban cerúleas flamillas.... afiancé el ins- ta ser aprehendido por el agente de seguridad
trumento por el mango y h e r i . . . h e r i . . .1 . que me llevó á la cárcel.
heri con toda la ceguedad de los cobar- Esa es mi historia: no crea su señoría que me
burlo del tribunal, no, señor juez, asi ocurrió aque-
des. . . ' . !
llo, que. se me castigue seveíamente, anhelo la
Violante se incorporó, procurando con los bra-
expiación. . . . quisiera m o r i r . . . . yo a m a b a á
zos impedir la maniobra que yo emprendía, sus Violante! *
grandes ojos se abrillantaron siniestramente, y
Terminados los debates, que fueron reñidísi-
en sus labios contraídos por el espanto vi una
mos, entraron los jurados á la sala de las delibe-
contracción, que me hizo adivinar que ella se
raciones, y mientras el asesino a g u a r d a b a el ve-
quejaba ó me maldecía como maldicen los mo-
redicto de sus juzgadores, el g e n d a r m e e n c a r g a -
ribundos.
do de custodiarlo dljole con intención perversa:
¡Cerré los ojos! —Lo fastidiaron, amigo, pero usted tuvo la cul-
¡Y á ciegas continué mi o b r a . . , . . . heri! p a . . . . eso estuvo feo.
Entonces ocurrió algo espantoso. El reo respondió, como hablando consigo mis-
Unas manos crispadas me estrangulaban: abrí mo: . •
los párpados y vi á la impura, metamorfoseada —Era la Muerte !
en un armazón de huesos e r a un esquele-
to que peleaba conmigo pugnando por ahorcar-
me era la Muerte !
Yo a r r o j a b a cuchilladas al aire, y las manos
descarnadas de Violante se hundían como un guan-
te de hierro en las carnes' de mi cuello, dejando
allí su huella!
Al fin vencí, y la mujer rodó al entarimado,
E I . R E Y DE LAS G E M A S .
• A/ALONSO FERNÁNDEZ,-
La c a b a ñ u e l a se h a l l a b a como hundida e n t r e
los erizos breñales q u e ' b i f u r c a b a n y extendían
sus entecas ramazones, serpenteando sobre el
suelo estéril del vallecito.
El cazador audaz, ó e l . e x t r a v i a d o v i a j a n t e
I j u e por r a r a casualidad llegaba á ese p a r a j e , sólo
podía darse cuenta de la existencia de seres ra-
cionales por el airón de humo que surgía del te-
cho pajizo de aquella choza, qQe á j u z g a r por su
construcción s a l v a j e y primitiva, parecía la gua-
rida de alguna tribu aborigen.
. 11 Llegando á l a cúspide del monte más ergui-
do, columbrábase entre t o r v a s lejanías el cara
panario dol vecino villorrio, y los días de fiesta*,
cuando lo de a r r i b a estaba azul y u n a lujosa
floralia m a t i z a b a los jardines cultivados, llega
ban h a s t a la desierta mansión, amortiguados por
la distancia, I03 t r e m a n t e s clamoreos de las cara
panas, que echadas á vuelo, repicaban b a s t a
desgañifarse, invitando á los fieles á c a n t a r ple- nelónes, patizambo y giboso lo mismo que un
garias y ofrendar flores silvestres en el al tari to polichinela, con purpúrea capteruza, bordada de
de la Virgen milagrosa. piedras desconocidas aun de los más sapientes
Ignoraba Tarsila que corriese en las bocas de lapidarios, y un descomunal gorro, en c u y a pun-
las lugareñas lina historia sobrenatural, en la ta hacían remate tres cascabelitos de oro, que
que ella fungia como protagonista. tintineaban cuando al agitarse la fenomenal ca-
Las villanas propalaban que la avariciosa vie- beza chocaban las cuentas que había en su in-
j a con quien la núbil vivía, después de cele- terior.
brar en noche de aquelarres un pacto infernal, Era el prometido de Tarsila el señor absoluto
había ofrecido su adorable personita al proscri- de los imperios subterráneos, capitaneaba legio-
to del paraíso, recibiendq en recompensa de t a n nes de enanos, poseía tesoros incalculables, te-
nefando negocio, un g r a n talego repleto de oro. nia esclavos nubios, y sus aventuras llenaban
de Ofir y el derecho de cosechar en un huerto de leyendas extrañas las comarcas y las villas.
encantado, la mandràgora, los huesos de muerto En invierno, cuando el frío m a t a b a á los par-
desenterrados por las'hienas, las cabezas de ví- vulillos huérfanos y se ocultaban los crestones
boras, las astas de macho cabrío y todos los de la cordillera bajo una clámide de astral blan-
filtros con que la septuagenaria fabricaba sus cura, paseaba sobre la nieve, y acompañado de
filtros y potingues. una numerosa tropa de pigmeos bailaba sobre
Las ancianas, santiguándose, maldecían aque- la superficie helada do los lagos muertos, baja-
lla arboleda sin verdor; los patriarcas, al rescol- ba á lo profundo de los precipicios, exploraba
do de l a chimenea, relataban á los pequeños las cuevas misteriosas, r a p t a b a á las mucha-
consejas espeluznantes, y los mozos suspiraban chas incautas, c a z a b a ciervos, aturdiendo las si-
Pensando en la hermosura singular de la embru- lentes serranías con el estridente alarido de su
jada. * • • • cornamuza y las blasfemias de sus comp!r>ches.
L a harpía 4iabí.i, en efecto^ prometido la don- La noche de Reyes conmovió al supersticioso
cella á un sér sobrenatural, pero no "al diablo, pueblecillo un acontecimiento extraordinario.
no á ese ptíbrQ mite tan vulgar, tan feo y tan Tarsila había acudido á la iglesia, solicitando
calumniado, sino á un opulentísimo gnomo, de del pastor de almas los auxilios de extremaun-
!
luenga b a r b a ; roja, florida y espiraleada á ca- ción para la vieja que agonizaba.
32 C 1 U O IT. C K B A L L O S
3 3 ^ 7
entorpeció sus sentidos, embotando la sensibili- Los amantes asistieron, conturbados, al lento é
dad de los dos en una atonía sólo equiparable al impasible alejamiento de su juvenilia.
idiotismo. En las reflexiones intimas aparecioseles el ca-
El joven, que no era tonto, dijo aquella noche dáver de su afecto, poetizado con todos sus ro-
todas las patochadas que decir podría en su ca- manticismos, y frente á él sentíanse abrumados
so un cretino de buena cepa, y la enamorada, á por la vergüenza de su simplicidad, al compren-
su tiempo, incurrió en las torpezas propias de der que si no les tocó una parte de dicha en el
una pazguata. terreno abrojal, era porque se rezagaron en la
Bernardo no osó estrechar un poco el talle carrera, henchiendo pompas de jabón y desper-
que se agitaba entre sus brazos, ni á su boca diciando ocasiones que no con frecuencia se pre-
acudieron palabras que pudiesen interpretar las sentan al mortal.
violentas sensaciones que á su espíritu embar- El ímpetu que animara sus primeros entusias-
gaban. mos estaba y a debilitado por la edad, el f u e g o
Adriana no supo alentar á su amador á las sagrado se a p a g a b a lentamente en sus corazo-
pláticas y licencias que en el caso especial en nes, y el épico ardor de la edad moza habia ce-
que se hallaban hubieran sido buenas y lícitas, dido y a sus trofeos á la torpe displicencia de los
aunque á las fronteras dal atrevimiento tocasen. años....!
Al despedirse, sus manos se trituraron en un En sus arterias no correría más la sangre enar-
rudo estrechamiento. decida por las fiebres pasionales, porque, amado-
Ella murmuró: res líricos, encendieron piras al amor humano y
—¡Me desprecia! no supieron coronar de pámpanos sus frentes t
El se dijo: ¡Es muy triste presentir la aproximación de l a
—¡Me aborrece! muerte cuando aún no han probado los labios el
Aquella equivocada suposición bifurcó sus des- vino quemante del deleite!
tinos bruscamente p a r a no volverlos á ¡untar (El tiempo, ese viejo alado de b a r b a florida,
jamás. llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa
(El tiempo, ese viejo alado de b a r b a florida, otros tantos veranos.)
llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa Los enamorados esquivaban mutuamente su
otros tantos veranos.) presencia, comprendiendo que sus arruinadas fi-
sonomias eran ya una implacable burla del pa- dolores de una vejez solitaria y la necesidad d e
sado. algún afecto, comprendieron que en el instante
¿Se debe a m a r cuando la calenda de los de trágico de p r e p a r a r el b a g a j e del material em-
seos no saciados h a disecado los músculos y el beleco p a r a consignarlo á las entrafias de la g r a n
rostro es sólo la m á s c a r a gesticulante de los su- generadora, debían juntarse, santificando en u n a
frimientos agazapados en lo más impenetrable unión filial el martirologio de sus sueños idos.
del espíritu? Y en ese minuto supremo, un pudor senil, u n a
¿La atracción psíquica, ó animal de dos seres, última timidez, su postrimera cobardía, los sepa-
prevalece á través de las distancias y las corpó- ró, hasta que se perdieron claudicantes en l a
reas metamorfosis cuando la imagen querida se sombra eterna . . . fué su suerte!
plantificó en las más sensibles placas d é l a mente?
¿No?
iSi!
Se debe a m a r cuando la calenda de los de-
seos no saciados h a disecado los músculos y el
rostro es sólo la máscara gesticulante de los su-
frimientos agazapados en lo más impenetrable
del espíritu.
La atracción psiquica, ó animal de dos seres,
prevalece á través de las distancias y las corpó-
reas metamorfosis cuando la imagen querida se
plantificó en las más sensibles placas de la mente.
¿Qué importa que el tiempo, ése viejo alado
de la b a r b a florida, h a y a llovido ceniza muchos
inviernos y hojas de-rosa otros tantos veranos?
La tragedia de l a vida llegó al fin, anuncian-
do la comedia pavorosa de la muerte.
Adriana y Bernardo, viejos ya, mortificados
por la consunción y el reuma, agobiados por los
MONOGRAFÍA.
A R A F A E L DELGADO.
cia, yo y a estaba tan convencida como ella y la sidad de los lectores no podrá quedar boy satis
que después de haberme odiado, fué mi amiga fecha, pues el virtuoso varón que me facilitó los
más a m a d a . papeles que indiscretamente lancé á la publici-
' Al albear se'levantó la arengadora, y seña- dad, abondonó no h a muchos días la vida terre-
lando el horizonte, alumbrado tenuemente por el na, quedando sus infolios y valiosos manuscritos
primer albor solar, se dirigió á la puerta: en manos de cleriguillos simoniacos é incapaces
—En marcha. de preocuparse por crónicas mundanas.
L a s tres, tomadas de las manos, echamos á ca
minar sin rumbo ni derrota, porque Íbamos ha-
cia el porvenir, á un mundo nuevo y preñado de
esperanzas, para predicar el verbo futuro, y si
preciso fuese, si las persecuciones y las injusti-
cias nos orillaban á ello, á azuzar á la gleva
á una lucha formidable, á una pelea rabiosa,
que alumbrarían siniestramente las explosiones
de las bombas que, acompañadas de las blasfe-
mias de los dinamiteros, se elevarían como un
g r a n grito estertoroso y trágico, sobre los escom-
bros de una sociedad destruida por los furores
del oprimido.
ESCRUTINIO.
4r A RUBÉN M . CAMPOS.
D o s CARTAS.
A FRANCISCO M . DE OLAGUIBRI..
Querida Adela:
Llegué, por fin, á esta metrópoli, que en el re-
tirado cortijo imagi dábamos sería una ciudad en-
cantadora.
Lamentable desencanto!
Calles sucias, casucas enmohecidas, vetustas
barriadas, todas las iglesias construidas en la
época virreinal elevando á lo azul sus cruces,
parques que exhiben una c u l t u r a infantil, pocas
diversiones, mujeres bonitas y feas, lujo chillón,
y sobre todo, apariencias, apariencias, aparien-
cias!
Un capricho del físico, el tierno amor de mi
padre, ese honrado palurdo enriquecido en las
faenas rurales, el insaciable deseo do ostentar l a
riqueza que consume á mi querida m a m á , y mi
clorosis, mi enfermedad amarilla, fueron los ele-
mentos que, robusteciéndose día á día, a c a b a r o n
por empaquetarnos como sacos de b a g a j e en el
compartimiento de un tren Pullman, la cual má- tal de mi balcón, sobre el buró la tacita china
quina, después de estropear nuestros cuerpos bo- que humea haciendo valsar las diablerías del t é
nitamente, acabó por arrojarlos á la ciudad co- azul. . . . !
mo cualquiera c a r g a inútil. La fiebre empieza!
Principiaron muy luego las exigencias de la Me embriaga de néctar, envuelve en una nube
vida culta. de luminosas partículas mis confusos pensamien-
Visitar á la modista, oír malas óperas aunque tos y con sus dedos pálidos me ofrece la copa del
se desmaye u n a de sueño ó sienta en los palcos rey T u l é . . . . Los endriagos del biombo se mue-
mal ventilados, que las neumonías le persiguen ven, abren sus dentadas bocazas de caimán, aba-
azuzadas por la muerte, relacionarse lo más ín- nicando las aletas de pescado, los ibis plateados,
timamente posible con la a p a r a t o s a aristocracia bostezan, agitan las alas extendidas y vuelan en
del dinero, que es como soportar en pleno rostro bandada, dibujando pesadillas japonesas sobre
las coces del asno de o r o . . . . ! Las carreras, ba- el fondo sedeño donde los bordó la manecita ic-
jo un cielo tórrido, el ciclismo, el esport británi- térica de alguna mu$me con oblicuos ojuelos y
co, la kermese ó la corrida de toros á beneficio enanos p i e c e c i l l o s . . . .
de algún hospital ó casa de asilo, porque, según
¡Todo, adquiriendo e x t r a ñ a vida entre las azu-
es costumbre y uso, p a r a que los ricos nos apia-
ladas nébulas de un vapor etéreo y odorífero co-
demos de los pobres, es necesario, antes, diver-
mo humo de terebinto cribado á través de ingrá-
tirnos un poquito á su c o s t a . . . . !
vido c e n d a l . . . . !
Aturdirse mucho, ahorcar los hábitos sencillos ¡Despierto horror! he ocultado el ter-
del pueblo por los histriónicos melindres del buen mómetro entre las sábanas y la columna mercu-
tono, alambicar el idioma de allende las monta- rial marca una cifra que m e a t e r r a .
ñas, p a r a confeccionar, aquende, en el salón, un Sacuden mi cuerpo nerviosas convulsiones, me
chiste sin chiste que celebre, arqueando su espi- siento cobarde y un terror pánico se apodera de
nazo, un majadero; imitar los híbridos gustos de mi ánimo, obligándome á g r i t a r . . . .
estas mexicanitas murmuradoras, aprender todo Llega el galeno, formula lacónicas preguntas,
un centenar de palabras exóticas, sólo porque subleva mi pudor con sus groseras auscultacio-
están en moda, y después, calentura, habitación nes, escribe cuatro líneas en latín bárbaro, y ha-
abrigada, el c a t a r r o a r a ñ a n d o impaciente el cris- ciendo serviles c a r a v a n a s se l a r g a á su c a s a . . . !
136 137
Después, dieta, reposo absoluto, persianillas montando la muralla montuosa que columbro en
entornadas, obediencia pasiva, y tisanas, y pil- los amaneceres, está un jardincito do florean en
doras, y caldos desabridos, y mil y mil prescrip- Octubre los naranjos, un perro cariñoso, un abue-
ciones inquisitoriales. lito que sabe muchos cuentos, y dos millas más
Yo creo que la dicha, si existe, estará en el al norte, atravesando el bosquecillo de magno-
lugar donde no h a y a médicos; críspanseme los lias, salvando los setos de dos ó tres plantacio-
nervios al pensar que desde pequeñuela los he nes, en una parcela donde hay mucho bienestar
visto á mi cabecera, mudos, feos como vestiglos, y muchas v a c a s . . . . mi n o v i o ! . . . . un hermoso
lívidos, ceremoniosos, vestidos de negro, animan- mocetón, con musculaturas de Hércules Farne-
do sus torvas fisonomías una sonrisita de verdu- sio, un muchacliote fuerte, sencillo, bravo y no-
go, ordenando impasibles las maniobras de un ble como un león, que me adora con fanatismo,
regimiento de redomas con venenos y membre- y no politiquea, ni se agorzoma en huelgas, ni se
tes de farmacia. le da un ardite que el progreso a v a n c e ó que re-
viente el m u n d o . . . . el globulillo!
Son los ugieres de la tumba; su palabra, antó-
jáseme el a n a t e n a de una esfinge ensangrentada, Adela, hermana mía, yo siento la nostalgia
en las a r r u g a s de la frente llevan grabado el je- del terruño, mi corazón se encoge, se a c a l a m b r a
roglifico indescifrable del extramundo, imagino y muere, es extranjero en la ciudad, me daña el
que serán secuaces de los trasgos y las brujas, aire fétido que se respira a q u í . . . . Necesito unir-
que vivirán en lóbregas cavernas alumbrados me de nuevo á los míos, emborracharme de sol,
por carbunclos, fabricando filtros y encantadas de flores, de cielo y de amor, en esas noches de
panaceas p a r a lastimar las llagas del cuerpo con mi pueblo, pálidas, místicas, cuando la luna pa-
el cauterio del dolor material, como si las almas rece una hostia perdida en el palio fúnebre del
al hacer su fatal connubio con la carne no apor- infinito, y el viento suena á plegaria, y las coro-
t a r a n á esa sociedad de bancarrotas una porción las exhalan perfumes de incienso. . . .
incalculable de a m a r g u r a s . . . . No paedo, no, no logro olvidar tus confidencias
Llevo ocho días de encierro, taciturna, aisla- en el banco musgoso de la ermita, ni á Pablo, ni
da de la agitación exterior, contemplando tras á Juan, nuestros zagales en aquel idilio pastoril,
los visillos la puesta del sol en las parduscas nu- que trepaban á los fresnos arrancando nidos de
blazones, pensando, en que allá, muy lejos, tra- gorriones ó bajaban á las cimas de las tórrente-
lo
r a s p a r a obsequiarnos después el ramillete de rimento la necesidad de algún consuelo, siquier
enfermizas trinitarias. sea el ganado por la compasión.
Recuerdo al señor cura, con sus caireles de la- Segura estoy de que al saber cuán a m a r g a h a
n a cardada, y el rostro, beatífico, arzobispal, á sido la expiación de mi delito, lo disculparás,
lo Rossini, tocando su stradivarius con ferocidad apiadándote después de mi.
de energúmeno, allá, en el salón desmantelado, ¡Qué q u i e r e s ! . . . . somos muy cobardes las mu-
donde c a b e c e a b a mi padre con la Biblia entre las jeres, la frivolidad y la ingratitud son las cau-
piernas, rehilaba su ronquido el gato negro y no- sas que primordialmente integran nuestra mane-
sotras reíamos á hurtadillas aprovechando las ra de ser, he sido débil, y he sucumbido, como
pausas de semifusa del desventurado filarmónico. una, como muchas. . . . como t o d a s ! . . . . Arrasa-
Y todo lo h a cambiado un viaje en ferrocarril! ron mi sér las llamaradas de ardorosa hoguera,
Veinte horas! llegó con r a c h a s de tormenta un desastre de
Malditas locomotoras! ideales, y hoy, sobre las cenizas de aquella ex-
Dile á Pablo, que su imagen es como una lu- tinta lumbre, subsiste sólo la memoria de mi en-
minosa epifanía que esplende en mis vigilias, sueño, identificada en un remordimiento que tie-
magnífica y serena, que su recuerdo perfuma mi ne horribilidades e s p a n t o s a s . . . . ¡Cuántos días
alma y la ennoblece, que le rezo mucho á la San- bellos huyeron apagando en su crepúsculo una
ta Virgen, rogándole en mis oraciones, que me claridad del alma, un cariño tierno, una ilusión
ame siempre y sea muy bueno, que lo quiero tan- sencilla y exenta de i m p u r e z a s . . . . !
to, tanto, tanto, como el día en que sin saberlo Confieso mis culpas: he sido mala y perjura,
nos besamos. hundí en la desesperación á Pablo y entregué mi
cuerpo y mi destino á un hombre m a l o . . . .
Carlota. Pero el castigo h a sido cruel! •
Tras la jubilosa ceremonia de mis bodas siguió
una noche de abandono, una velada de la ena-
morada de vestido blanco que a g u a r d a temblo-
Adela mia. rosa al gallardo p r o m e t i d o . . . .
Te escribo, avergonzada y deseosa de aplacar Las horas nupciales transcurrieron en vela,
tu enojo, porque en mis acerbas aflicciones expe- cayendo en la clépsidra del tiempo, sin llevarse
una palabra tierna, el estremecimiento de una
—Si, si p u e d o ! . . . .
caricia ó el rubor de un beso de dos novios que
Quería verme librada de su presencia.
están s o l o s . . . .
Dióme una pluma mojada en tinta, y con mis
Luego....
dedos trémulos estampé en el papel timbrado
¡La aurora: chorros de sol tamizándose en pol-
un garabatito que robaba á mi Mauricia su for-
villo de topacio por las cortinas holandesas del
tuna
balcón, las golondrinas comadreando en los alam-
Después, las alhajas, luego los muebles, por
bres del teléfono, y por el hemisferio celeste es
último, abandonar la casa invadida por los acree-
maltado en lapislázuli, flotando albeantes y mul-
dores y vegetar en infecto tugurio como unos mi-
tiformes nubes, jirones de la túnica de Urania que
serables.
el viento d e s g a r r a b a . . . .
Este Arsenio, tiene todos los vicios sin ningu-
¡Las s i e t e . . . . llegó mi m a r i d o ! . . . . dejóse caer
no de sus refinamientos.
en un diván! habló balbuceando! be
Esa palidez amarfilada de su rostro, que tanto
s o s ! . . . . abrazos! . . . . c a r i c i a s ! . . . . creí que iba
me enamoró, es la agobiante fatiga de las crá-
á pedirme p e r d ó n ! . . . . pero no! habló de la
pulas y los desvelos; la aureola violácea que her-
dote! mosea sus pupilas, es el insomnio causado por el
Pasados diez meses representóse en mi hogar remordimiento de mi abandono; la sonrisa escép-
una escena semejante: creí morirme, y en mi ago- tica que de tan interesante modo a r r u g a las co-
nía sentía un indecible placer: mi hijita nació ru- misuras de sus desdeñosos labios, es el despecho
bia, con mis cabellos de fuego que tantos madri- del jugador sin fortuna. . . . !
gales suyos c o n q u i s t a r o n . . . . lo esperaba impa
cíente, y á la madrugada, muy tarde ya, entró Arrastra una existencia estúpida y funambu-
de puntillas á mi alcoba, acercóse al lecho, besó lesca; he sorprendido en los bolsillos de sus ro-
con frialdad á la recién nacida, y sobando mis pas, pliegos de acre perfume, garrapateados, de
manos con las suyas temblorosas, preguntóme: mala ortografía, con ese estilo agrio é incul-
to de las mujeres perdidas; he visto retratos, y
—Puedes íirniar? facturas de un diamantista, y programas de or-
¡Oh, mi Dios por qué no quedé yo muerta giásticos b a n q u e t e s . . . . !
en ese instante?. ....
Soy muy desgraciada. . . . !
—Puedes firmar?.
Mi niña está muy pálida, enflaquece y sus ojos
v a n adquiriendo una opacidad de vidrio empa-
ñado que me h a c e temblar porque pienso que su
vida se a c a b a lentamente.
• H a b l a el doctor de una vieja y fatal enferme-
dad, de herencias y atavismos que su ciencia no
puede combatir, y receta cosas muy r a r a s . . . .
muy rara»!
Adiós, querida Adela, no te escribo m á s por- LA MUERTA.
que el llanto me lo i m p i d e . . . .
A BERNARDO COURO CASTILLO.
No me hables de Pablo, ni á él le mientes mi
nombre . . . . perdóname tú, y quiéreme mucho,
porque a h o r a más que n u n c a rae h a c e falta tu El hijo del sepulturero había vegetado siem
c a r i n o . . . . creo que si ese afecto, donde quiero pre entre fosas y ataúdes.
refugiarme, me fuese i n f i e l . . . . morirla! Cuando niño, a c o s t u m b r a b a j u g a r con los crá-
neos de los muertos q u e desenterraban las hienas,
Carlota. y eran después devorados por los canes ham-
brientos y los p á j a r o s de r a p i ñ a .
Nunca había oído m á s música que el susurrar
de Jas cordilleras, el bramido de las olas que
rompían sus flancos en las rocas del litoral, el
grito de los buhos que en las noches de invierno
bordoneaban fúnebres melopeas en las huesas
de los pescadores á quienes el m a r no había en-
gullido, y el gemir de los cipreses cuyos troncos
crujían al erguirse, resistiendo el e m p u j e del ai-
re que continuamente embestía el árido montí-
culo donde estaba ubicado el camposanto.
Santiago h a b í a llegado á la edad en que el
muchacho se va á convertir en hombre.
v a n adquiriendo una opacidad de vidrio empa-
ñado que me h a c e temblar porque pienso que su
vida se a c a b a lentamente.
• H a b l a el doctor de una vieja y fatal enferme-
dad, de herencias y atavismos que su ciencia no
puede combatir, y receta cosas muy r a r a s . . . .
muy rara»!
Adiós, querida Adela, no te escribo m á s por- LA MUERTA.
que el llanto me lo i m p i d e . . . .
A BERNARDO C o u r o CASTILLO.
No me hables de Pablo, ni á él le mientes mi
nombre . . . . perdóname tú, y quiéreme mucho,
porque a h o r a más que n u n c a rae h a c e falta tu El hijo del sepulturero había vegetado siem
c a r i n o . . . . creo que si ese afecto, donde quiero pre entre fosas y ataúdes.
refugiarme, me fuese i n f i e l . . . . morirla! Cuando niño, a c o s t u m b r a b a j u g a r con los crá-
neos de los muertos q u e desenterraban las hienas,
Carlota. y eran después devorados por los canes ham-
brientos y los p á j a r o s de r a p i ñ a .
Nunca había oído m á s música que el susurrar
de Jas cordilleras, el bramido de las olas que
rompían sus flancos en las rocas del litoral, el
grito de los buhos que en las noches de invierno
bordoneaban fúnebres melopeas en las huesas
de los pescadores á quienes el m a r no había en-
gullido, y el gemir de los cipreses cuyos troncos
crujían al erguirse, resistiendo el e m p u j e del ai-
re que continuamente embestía el árido montí-
culo donde estaba ubicado el camposanto.
Santiago h a b í a llegado á la edad en que el
muchacho se va á convertir en hombre.
El vástago del camposantero, el amiguito de Cuatro hombres llevaban en hombros un lujo-
la muerte, se bacía grande, crecía malvado y so féretro.
cruel como un cuervecíllo, crecía dañino y fiero Precedía á la comitiva un joven cuya inquie-
como un buitre empollado en una nidada de ví- tud denunciaba extraordinaria irritación ner-
boras viosa.
Era vigoroso y fuerte como un atrida. Cumplidos los trámites del caso, fué conduci-
Debido á que su cultura moral y su educación do el ataúd á un lugar muy a p a r t a d o de la ne-
intelectual eran completamente nulas, sus" instin- crópolis.
tos, entorpecidos hasta el embrutecimiento, lo ha- Santiago y su padre comenzaron á c a v a r l a
cían digno de habitar entre trogloditas. fosa.
N a d a b a como un tritón y se batía con los ce- Los que habían llevado el cajón observaban
táceos, reñía con los lobos, robaba á las águilas silenciosos é indiferentes el rudo t r a b a j o de los
sus nidos y trepaba á los más ásperos pedrega- enterradores, y los demás individuos de la comi-
les como si fuese un cabro montaraz tiva, doblegadas las testas, b a j a la vista y tar-
Todos aquellos que han tenido que ver mucho dos los movimientos, parecían espectros g a l v a
con las cosas serias acaban por perderles el res- nizados por arte de magia.
peto casi supersticioso que inspiran á los demás. Cuando, jadeantes, los enterradores terminaron
El sepulturero, habituado á la horrible faena su obra de excavación, aproximáronse á la c a j a
de enterrar, llega á ser indiferente á las lamen- para levantarla, sin respeto alguno y con el ex-
taciones de los huérfanos y á las lágrimas de las clusivo ánimo de abreviar ceremonias.
viudas. Entonces, el joven inquieto, el que habia pre
Aquella tarde no había cesado de llover... cedido á la doliente tropa, se adelantó hacia ellos,
El cielo arrojaba á la tierra lloviznas vellu- impidiendo con un ademán la maniobra.
das que barrían el polvo y las hojas otoñales, —Un m o m e n t o . . . . quiero v e r l a . . . . !
dejando limpias y abrillantadas las lápidas de Y su pañuelo, un lienzo al que podrían expri-
los sepulcros. mirse las lágrimas, obediente al movimiento de
L a r e j a del panteón gimió en sus goznes, y la mano, fué á cubrir sus ojos p a r a humedecer-
una doliente c a r a v a n a franqueó el vestíbulo que se más.
conducía á la ciudad muerta. Santiago, clavando la gastada hoja de la aza-
da en el montón de tierra que habia extraído del venfcud exhaló en ese terrible momento un grito
suelo, contemplaba impasible á los circunstantes. de alarma, grito que sensibilizó sus nervios has-
De improviso, separóse el desconocido de los ta dejarlos como el cordaje de un violín, grito
brazos que le estrechaban y ordenó con el im- que le produjo algo semejante á una apocalipsis
perio del que á m a n d a r está habituado: espiritual, grito que increpó severamente á su
—Abrid p r o n t o . . . . yo lo quiero! virginidad tardía, levantando, como roja llama-
Un viejo, un viejecillo de cerúleas gafas y dien- rada, la eclosión de sus sentidos.
tes orificados, desabrochó parsimoniosamente su Sus ojos vislumbraron, momentáneamente, las
redingote y extrajo luego del bolsillo del chaleco más épicas teorías de la lujuria, de esa lujuria
de terciopelo una llave pequefiita, la cual, en- cruda ó insana que desde aquel día le iba á obse-
corvándose, introdujo en la c e r r a d u r a á que per- sionar, agitando sus alas de c a n t á r i d a . . . .
tenecía. El verbo de su ideal, de ese ensueño presenti-
Cualquiera levantó lentamente la t a p a del do torpemente, se había hecho carne al fin, pero
cajón. carne de la sepultura, carne corrompida, carne
Un muerto provoca curiosidades siniestras; hecha p a r a h a r t a r á los g u s a n o s . . . . p a r a abo-
una muerta, centuplica esas mismas curiosida- nar el humus!
des, aumentándolas con los malos pensamientos El más anciano de los dolientes, el viejecijlo
que zumban siempre en torno de las perversida- de gafas azules y dientes orificados, dirigióse al
des que brotan de lo que puede ocultar alguna padre de Santiago:
profanación. —Cuándo a c a b a s . . . . imbécil!
La luz h u r a ñ a del satélite alumbró fantástica- Las selváticas pupilas del enterrador chispea-
mente el cuerpo de la difunta, un cuerpo joven ron. Propinó á su hijo unas cuantas patadas, y
y de técnica esculturación, un cuerpo nítido con ágil mano se sirvió del azadón para echar
como el pecho del cisne de Leda, un cuerpo frío, paladas sobre el fastuoso féretro.
un cuerpo que al ser contemplado hacía enca- La tierra caía acompasadamente, producien-
britarse á todas las concupiscencias, y al ser to- do un ruido seco y fastidioso.
cado las helaba t o d a s . . . . La noche se hizo. Los cuerpos humanos se con-
Santiago tuvo la revelación de sus virilidades, vertían en bultos informes, los pinos metamorfo-
adquirió la conciencia del vigor genésico, su ju- seábanse en espectros, los rumores nocturnos se
volvían quejidos, las cruces abrian sus brazos yas una de sus manos, llevándola con religiosa
desesperadamente, y los mármoles de las sepul- unción á los resecos labios.
turas imitaban muy bien los lechos de un hos- Entretanto, el otro se adjudicaba las alhajas,
pital. y no sintiendo, á pesar de ese hurto, saciada su
Cuando el cortejo se hubo marchado, el viejo codicia, la desnudaba, llevándose también las
sepulturero, rascándose la cerdosa b a r b a , dijo á vestiduras.
su hijo con chillona vocecilla: —Yo me escapo, échala tú al hoyo y lo
—Más tarde vendremos. tapas bien.
—Sí. El muchacho se encontró ante esa desnudez
—Viste esos d i a m a n t e s . . . . ? formidable.
L a vía láctea se tendió en el vientre del cielo Era admirablemente hermosa la mujer: su car-
como una f r a n j a de inconsútil niebla: Marte bri- ne tenía turgencias fiximias, en el grano de su
lló lo mismo que un pequefiito rubí; Aldebarán y piel, de blancura gé ida y viscosa ya, había sua-
Venus se cambiaron miradas de amor; Sirio cla- vidades de raso, su- cabellos rubios y desordena-
vó su penetrante pupila en la negrura intensa del dos se bifurcaron en mechones que imitaban lin-
espacio, y Capella, igual á un diamante azul, ful- gotes de oro.
guró trémulamente.
Un buho que instalado entre las r a m a s de un
Los dos hombres caminaban rumbo á la re- ciprés, contemplaba el crimen con sus ojos ávi-
ciente huesa. Creeríaseles dos espectros, dos som- dos, protestó chillando, como si le estrangulasen:
bras de sombras, dos l a r v a s . . . . a v a n z a b a n con pero Santiago y a no oía, había levantado el iner-
paso de ladrones, alerta la oreja, visionarios los te cuerpo p a r a colocarlo sobre el ónix de una
ojos, palpitante el corazón, cauteloso el movi- tumba, y después, allí en ese tálamo negro y ho-
miento de las piernas, y las manos extendidas, rrendo, lo violaba!
como si pugnasen por tentar el viento.
Fenecido el espasmo, se incorporó el misera
Llegaron sin contratiempo. Cuando el cajón
ble, contemplando arrobado á su insensible víc-
estuvo en la maleza y con un escoplo rompió el
tima. . . .
a v a r o la artística tapa, en el instante en que la
muerta apareció con siniestra majestad á la vis- En ese momento, un hombre saltaba sobre las
ta de los profanadores, Santiago tomó con las su- tapias del panteón, y al llegar á la fosa de nue-
vo abierta, se encontraba c a r a á c a r a con el ma-
toide.
E r a el joven misterioso, el que habia manda-
do abrir el féretro.
U n a m i r a d a le bastó p a r a adivinar lo sucedi-
do en aquel lugar.
Instintivamente comprendió Santiago su obli-
gación. D o s PASIONES TRÁGICAS.
Después de introducir la diestra en sus andra-
jos, la sacó a r m a d a de un puñal, y con un ade- A AMADO ÑERVO.
m á n retó á su enemigo
Los dos pelearon con b r a v u r a Pedisteis, queridos amigos, u n a noveliUa obje
Asegurado el enterrador de haber quitado la tiva y e n t e r a m e n t e impersonal, de aquellas en
vida á su rival, a r r a s t r ó sus despojos mortales que el autor no e n c a j a el escalpelo del análisis
h a s t a el agujero vacio, y echó tierra: después, en su propio corazón, que son por los demás vi-
vidas, y el observador las copia p a r a disipar el
llevando á cuestas á la m u j e r , se alejó lentamen-
hastio de unos cuantos fastidiados cual vosotros.
te de allí: eso f u é todo.
Yo traigo algo mejor que la historieta; traigo
un caso de amores, una a v e n t u r a juvenil que
naufragó en humeante coágulo de sangre, l a no-
vela de cuatro seres que teniendo derecho á es-
perar la dicha fueron terriblemente desgraciados.
En el d r a m a que á su pesar representaron
mis personajes, flota el mal sobre la atmósfera
de sus pasiones combustionadas, sobrenada so-
bre los sedimentos de la inmoralidad, a l e t e a co-
mo p á j a r o siniestro, exhalando rispidos graznidos,
y devora las e n t r a ñ a s de sus inconscientes victi-
mas, gangrenándolas con los venenos del odio.
vo abierta, se encontraba c a r a á c a r a con el ma-
toide.
E r a el joven misterioso, el que habia manda-
do abrir el féretro.
U n a m i r a d a le bastó p a r a adivinar lo sucedi-
do en aquel lugar.
Instintivamente comprendió Santiago su obli-
gación. D o s PASIONES TRÁGICAS.
Después de introducir la diestra en sus andra-
jos, la sacó a r m a d a de un puñal, y con un ade- A AMADO ÑERVO.
m á n retó á su enemigo
Los dos pelearon con b r a v u r a Pedisteis, queridos amigos, u n a noveliUa obje
Asegurado el enterrador de haber quitado la tiva y e n t e r a m e n t e impersonal, de aquellas en
vida á su rival, a r r a s t r ó sus despojos mortales que el autor no e n c a j a el escalpelo del análisis
h a s t a el agujero vacio, y echó tierra: después, en su propio corazón, que son por los demás vi-
vidas, y el observador las copia p a r a disipar el
llevando á cuestas á la m u j e r , se alejó lentamen-
hastio de unos cuantos fastidiados cual vosotros.
te de allí: eso f u é todo.
Yo traigo algo mejor que la historieta; traigo
un caso de amores, una a v e n t u r a juvenil que
naufragó en humeante coágulo de sangre, l a no-
vela de cuatro seres que teniendo derecho á es-
perar la dicha fueron terriblemente desgraciados.
En el d r a m a que á su pesar representaron
mis personajes, flota el mal sobre la atmósfera
de sus pasiones combustionadas, sobrenada so-
bre los sedimentos de la inmoralidad, a l e t e a co-
mo p á j a r o siniestro, exhalando rispidos graznidos,
y devora las e n t r a ñ a s de sus inconscientes vícti-
mas, gangrenándolas con los venenos del odio.
Y no es que ellos fuesen capaces de albergar sus modales correctos y casi estudiados, se veía
en su pecho algún instinto infame. al hombre seguro de sí mismo, al que ha subor-
Muy al contrario. dinado los ímpetus del corazón á los fueros de la
E r a n buenos, poseian sentimientos nobles y se inteligencia, aun á costa de sacrificios sobrehu-
a m a b a n tiernamente; pero su imprevisión ó su manos: había extraña regularidad en sus faccio-
m a l a estrella produjo en sus organismos una com- nes, por más que en ellas no se observase la con-
plicada laboración psicológica, que al desequili- formidad artística de una cabeza de estudio: si
brarlos, acabó por causar consecuentemente el su nariz e r a de puro corte griego, la curva de la
desenlace lamentable de mi historia. prominente b a r b a e r a romana, si en los ojos se
Un suicidio y un duelo á muerte son las cau- leía la sensualidad y el amor á la carne, en sus
sas primordiales que integran mi relato. labios blancos, delgados, volterianos, unos dien-
Conforme á mi criterio de escritor, á mi apre- tes menudos, hacían bullir entre el raloso bigoti-
ciación de la belleza como artista, y á los proce- 11o un gesto helado y sin animación, esa sonrisa
dimientos literarios que empalman en mis ideas, que como ósculo de muerte estampa el pesimis-
me parece y creo estúpida una narración en la mo en el rostro de los que sufrieron ó creyeron
que como factores principales f u n j a n un frasco mucho....
de veneno y una estocada de espadachín; pero De Adrián sólo diré que e r a un imberbe bo-
como antes dije, en este caso soy narrador sim- quirrubio y de aspecto casi afeminado.
ple ó imparcial de un hecho acontecido, y por Un cariño muy sincero unía filialmente á los
eso mismo, irresponsable de las inverosimilitu- muchachos, y á fe que e r a bien r a r a esa amis-
des que en la secuela del pasional proceso ocu- tad entre dos temperamentos tan diversos como
rran. lo eran los suyos.
Eran ellos dos íntimos amigos: ambos estudia- Cualquier bello día, después de beber fuerte y
ban jurisprudencia, y su edad fluctuaba respec- comer bien, con un tabaco en la boca y las ma-
tivamente entre los veinte y veinticinco aflos; el nos metidas en los bolsillos del pantalón, vaga-
cutis perlino y enfermizo de Gerardo (el mayor), ban los amigos por las calles, sin rumbo fijo, fas-
denunciaba el beso maligno de los vientos coste- tidiándose é imaginando tonterías.
ños, en sus pupilas muy negras y dilatadas adi- Como la ociosidad hace concebir siempre to-
vinábase un temperamento bilioso, aunque en dos los malos pensamientos, ocurrióse á los pa-
n
seantes lo que podría ocurrirse á dos varones cu- diado disimulo apareció frente á una mondadu-
yas edades sumadas no alcanzaban la mitad de ra de n a r a n j a , y todas esas nimiedades que, liga-
una centuria. das entre sí, hacen los capítulos de las novelas
E n a m o r a r mujeres! insípidas que inventamos los hombres cuan-
Ya los teneis como faunos en busca de ama- do nos hallamos cerca de una mujer de la que
dríadas, hablando recio, mirando á las señoras no hemos visto una epístola con faltas de orto-
audazmente y á los caballeros con provocativa grafía.
arrogancia. Habrían las parejas caminado tres ó cuatro ave-
Pero ninguna de las madonas vistas encarna- nidas, cuando las perseguidas, á quienes segura-
ba el arquetipo que ellos deseaban. mente disgustaba aquel flirteo, detuvieron un fia-
Esta e r a rolliza y fea como la sobrina de un ere de alquiler que á la sazón pasaba, subieron
sochantre de convento, la otra escuálida lo mis- á él, dando al automedonte una dirección que los
mo que un r e n a c u a j o momificado en frasco de vi- curiosos no escucharon, y recostadas en los mu-
drio p a r a perpetuarse en las vitrinas de un na- grientos cojines del armatoste, desaparecieron
turalista maniático, y feas las demás, feas como muy en breve.
vestiglos, capaces de hacer claudicar todas las
Los ojeadores se miraron (perdonad el símil),
caballerías]del perínclito Quijada.
como dos podencos ante c u y a vista hubiese pa-
Como si la casualidad se empeñase en poner sado el fantasma de un gazapo.
á dura prueba la determinación adoptada por Por su parte, las damiselas olvidaron también
los atolondrados, cuando estaban m á s tristes y muy pronto á los impertinentes, y ahí habrían
dispuestos casi á renunciar á sus eróticos propó- quedado las cosas, si acontecimientos imprevis-
sitos, pasaron, á su lado, cual fugaz exhalación, tos no se hubiesen encargado de c o n t i n u a la
dos enlutadas. empezada novela basta desenlazarla en dramá-
—¡Son muy lindas! exclamaron á una voz los tico final.
fastidiados, y lanzada al viento esta trivial ex- Va es tiempo, amigos míos, de que disculpe
clamación, corrieron tras las fugitivas, siguié- una falta de galantería que cometí, presentando
ronlas, observando la c u r v a garbosa de los ta- primero á los hombres que á las mujeres.
lles, el atrevido a r r a n q u e del seno, el rítmico
Maclovia y Anatolia eran sus nombres de cris-
balanceo de la cadera, la media que con estu-
ma, tenían por dote dos ó tres fincas bien renta-
das, de sólida construcción, aseguradas de incen- mantés á las profesoras, y a c o m p a ñ a d a de dos ó
dio y limpias de hipotecas ó municipales predios. tres granujas, t r e p a b a á los frutales del jardín
Eran hermanas. para enseñar las piernas á sus c a m a r a d a s y ro-
En Maclovia había una hermosura potente y bar las cerezas: á los diez años tuvo un novio: á
tropical: esbelta, de formas robustas, con tez los quince, riñó á sombrillazos con una señora ca-
sonrosada y vellosa como un albaricoque en sada que e r a muy celosa: siendo y a mujer, avan-
sazón, ojos verdes, boca sensual y ademanes zado ese periodo de la vida en que las necesida-
provocantes: la clasificaría un psicólogo entre des fisiológicas de un temperamento femenino
esas bellezas que pierden á sus amadores, por- adquieren toda su fuerza y todas sus curiosida-
que hablan sólo á los sentidos: p a r a ella todo era des, Maclovia sustrájose á la ley común, y aun-
grande: en su fogoso temperamento no existieron que todo hacía suponer lo contrario, fué indife-
n u n c a los términos medios, y sus pasiones, lo rente á banalidades, amoríos ó galanteamienms
mismo que sus aborrecimientos, fueron insacia- inofensivos.
bles siempre: sentía instintivamente el coquetis- Allá en las nebulosidades de su mente, perse-
ino, y sabía esgrimir esa a r m a traicionera con la guía cierto ideal un tanto metafísico, y si no
maestría de una mujer experimentada: adoraba entregó su corazón á ninguno de los que ha¡>t;i
la intriga y el malhablamiento: vestía con una entonces habían solicitado sus afectos, e r a por-
elegancia que se hacía llamativa por lo estudia- que el varón creado en las brumas de su imagi-
d a y a l h a j a b a con sortijas sus manos que eran nación, no había caído á sus planta^, p a r a er-
pequeñitas: cuando bailaba un vals de Strauss, guirse triunfador después.
ío hacía con abandonos de b a y a d e r a , velando sus Anatolia fué siempre el contraste de su her-
pupilas tras el párpado hebreo, inflamando las mana: era muy rubia, pequeñita, con piel de
inquietas fosas de su nariz, sonriendo voluptuo- blancura mate y hermosos ojos color de violeta:
samente al brincador é incitándole con la blancu- tenían sus modales el encanto virginal é infantil
r a de sus brazos descubiertos. casi de esas colegialas cuyos cuerpos no tocados
R a r a mujer. Nunca tuvo un rasgo de sensibi- por tacto masculino, exhalan un perfume que pro-
lidad: desde pequeñuela fué orgullosa y malean- voca al hombre: diriase que sólo un débil soplo
te: aprendía malhumorada las lecciones, e r a el de vida animaba aquel cuerpecillo que tenía í a
terror de sus condiscípulas, hacía preguntas alar- fragilidad de las cosas intocables: sentía el espiri-
tualismo con toda la delicadeza de su alma sen- las fosas de su roxelana naricilla, y un frasco de
sitiva y se conmovia hasta el llanto a n t e esos cie- Ilang-llang los sumerge en beatíficas somnolen-
los de plenilunio en que la novia de Pierrot ex- cias: roncan sobre los muebles, acompañando
p a n d e tenue polvillo de platino y lo tamiza en los con su monótono ronroneo á Brahms ó á Chopin,
jardines niquelando las hojas que modulan monó- que hablan en el piano con la niña de la casa,
tonas melopeas agitándose en los brazos de los hacen telas de a r a ñ a con las bolas de hilo de la
árboles. quintañona, y si están de monos, desgarran
Sentía especial predilección por los gatos, esos con sus uñas, como garfios de á g a t a , la última
animalejos meditabundos y molondros que cui- novela de Daudet ó el antifonario en cuyas pá-
dan su tocado con prolijidad señoril, beben le- ginas se confunde, con efigies de santos y amu-
che de vacas, haciendo muecas encantadoras, y letos benditos, la fiorecilla que al ojal del gabán
les a g r a d a roer un pemil de conejo, chamuscan- llevó algún boquirrubio, ó el plieguecillo odo-
do sus bigotes como púas de acero, en el rescol- rante en que Dandin declara sus amatorios de-
do de la estufa: a m a b a á los felinos, tal vez por- seos: la gata es amiga de los niños que reto-
que son amigos del que sufre, y tienen un lado zan en la moqueta, ahuyenta á los ratones que
fantástico que h a intrigado siempre á los espíri- acobardan á la nerviosilla y se h a c e ovillo en su
tus legítimamente artistas: en efecto, señores, los regazo, cuando agobiada por el primer dolor so-
gatos son tan fantásticos y sugestivos como .el ba su lomo arqueado con las manos delicadas:
cuervo: lo mismo que él, pasean en la noche: acompaña en sus soledades al abuelo, lame con
igual á él, son los pobladores de la sombra, y á la lengua erizada de puntas su tarantulesca ma-
su modo, frecuentan las techumbres derruidas y no y entibia cariñosa aquellos pies que la frial-
los dombos de las torres: los hay negros, con piel dad de la huesa empieza á h e l a r . . . .
aterciopelada y pupilas de carbunclo, que dan
serenata á los vecioos, riñendo en los tejados, y ¡Y las gatas muertas!
á las horas calladas corretean en macabro cor- No os h a preocupado ese funeral en que Co-
tejo, peleándose con las lechuzas, los gnomos y lombina y Pautalón, canturrean responsos, y llo-
todos los duendes que la tiniebla habitan: poseen riquean inconsolables la tropa menuda y las mu-
el sibaritismo real de los perfumes: absorben un ñecas?
pompón de acacias, dilatando voluptuosamente Anatolia tenía también otros amores: su cana-
rio trovero, el tiesto de gardenias, el poema de
Tristán é Isolda y un librito de oraciones: La Imi- dióle la imperial manecita, volviendo hacia a t r á s
tación de Cristo. el rostro p a r a ocultar su rubor.
Cuando los c a m a r a d a s fueron presentados á Maclovia, al ver de hinojos al fiero Gerardo,
las doncellas en una de esas reuniones en que se rió con un cinismo de mal gusto, y acomodándo-
inician los conocimientos superficiales, procura- se en un canapé, como p a r a disfrutar mejor del
ron á toda costa intimar su amistad: sin trabajo espectáculo, di jo á su caballero:
consiguieron que las h e r m a n a s les admitiesen en — Explique usted cómo me quiere.
su modesto salón, y sin dificultad también logra- Otro, tal vez, hubiera tomado el sombrero y
ron inspirarles profunda simpatía. Los sucesos marchádose descontento á su casa: pero mi ex-
caminaban perfectamente bien, porque Anatolia travagante estaba y a doblegado, y se quedó por-
y Maclovia, al percibirse de que eran por sus que sabía muy bien que el hombre que se arro-
visitantes cortejadas, hicieron su elección en com- dilla ante una d a m a frivola, invitándola á pecar,
pleto acuerdo con los intrusos. El amor vibró en debe levantarse siempre vencedor.
aquellas almas el trino más glorioso de sus apa-
sionantes canciones, y á solas, al deshojar una Maclovia, a r r e b a t a d a por la elocuencia de l a
flor ó contemplando el celaje que se difunde en oración, fascinada por la luz que llameaba en
el piélago ignimovo del ocaso, las muchachas, las pupilas de Gerardo, satisfecha su vanidad
sacudidas por un mismo estremecimiento, pro- mujeril ante la caída de ese gran rebelde, incli-
nunciaban dos nombres en voz b a j a : nó el gallardo cuerpo, como dicióndole:
—Si mis formas le han parecido á usted boni-
—Gerardo. tas, manéjelas á su talante y gusto, pues suyas
—Adrián. son porque le amo.
Los varones declararon su pasión á las muje- Quizá entendió el audaz el pensamiento aquel,
res, cada uno en formas apropiadas á su carácter: porque, irguiéndose, buscó la boca de Maclovia
Adrián, tembloroso y conmovido, pidió e l amor y hubo en el retrete algo como una conjunción
con humildades de mendigo: Gerardo, con pala- de lujurias
brones rebuscados y frases de sombrio colori- Desde esa vez, las hermanas se engalanaban
do, apologizó lo que él llamaba su cariño. coquetamente p a r a esperar la tertulia de sus no-
Cuando Anatolia escuchó al pazguato Adrián, vios: hubo jiras campestres, paseos á la sombra
que vertiendo lagrimones le ofrecía su vida, ten- de los chopos, y excursiones por ferrocarril ó
a g u a en el estío. Floreció el idilio. En un perio- ción, comenzó á querer al amigo de su hermani-
do de tres meses, la existencia de aquellos cuatro ta, de una manera insensata, resuelta á todas las
seres deslizóse mecida inefablemente: fenecida perversidades, con una de esas inclinaciones im-
aquella embriaguez de la primera impresión, Ana- petuosas que sólo buscan su objeto, y p a r a lle-
tolia sentíase aún dichosa, porque en su corazón gar á él lo arrollan todo.
sólo podía imponerse una exigencia noble: amar.
El joven, creyendo comprender los desdenes
Maclovia, en cambio, padecía en silencio, y su
de aquella hembra antes tan fogosa, pensaba,
primera simpatía por Gerardo se convertía vio-
afirmándose en su pedante filosofía:
lentamente en odio. Con la sagacidad de la co-
queta que ve á su lado á un hombre con bastan- —Es como todas; buen mentecato sería si ere
tes atractivos p a r a ser querido hasta la demen- yese alguna vez en las mujeres!
cia, á fuerza de estudiar laboriosamente y son- Puede tanto la presunción, que muchas veces
d e a r aquel extraño temperamento, no sin ím- sugestionados por ella, afirmamos lo contrario de
probos trabajos, acabó por comprender que su lo que sentimos: eso justamente le ocurría á Ge-
a m a n t e no la estimaría nunca, y que lo que ella rardo: cuando dejó de acordarse de Maclovia,
c r e í a amor perdurable, e r a sólo un antojo que ul frunciendo el entrecejo, y sin saber por qué, pen-
t r a j a b a su orgullo de matrona altiva. A todas las só en la púdica Anatolia: desde ese dia, huyó pa-
mujeres les a g r a d a que sus partes ocultas des- ra siempre la tranquilidad de aquel hogar: Ana-
pierten anhelos; pero siempre quieren que en el tolia y Adrián se abandonaban á su ventura, sin
fondo de aquel deseo exista algún respeto, aun- sospechar las amarguras que á la otra p a r e j a
que sea en porción dosimètrica y sólo lo indis- torturaban, avivando con su inocente deliquio
pensable p a r a no a l a r m a r lo que ellas entienden la flama de aquellas teas que muy en breve des-
por dignidad. Maclovia, desengañada, pues, de truirían su dicha hasta dejarla en cenizas con-
Gerardo, comenzó á fijar su atención en Adrián,
vertida
de quien se había formado una opinión por cierto
bien mezquina, y con g r a n sorpresa, encontró en Insensatos! Dormían en el cráter de un vol-
el prometido de Anatolia todas las cualidades cán que humeaba: los celos más siniestros y a
q u e p a r a el suyo hubiera deseado. bramaban en las entrañas de los otros, y la erup-
ción pasional iba á vomitar sus odios hasta vol-
Vislumbrada apenas por su pupila esa percep ver cobrizo y tempestuoso aquel cielo límpido y
CROQUIS y SEPIAS 165
CIRO B. C E B A L I . O S
sin nubes donde aleteaban las mariposas tropi- uoche tempestuosa: llovía copiosamente, y bajo
cales de sus sueños. la copa de los sauces que se doblaban azota-
Un día, dirigíase Adrián al tocador de su ama- dos por el ábrego, cruzaron sus estoques los que
da, y al franquear la puerta retrocedió espanta- ya no eran amigos.
do: había visto á Gerardo, á su amigo, á los pies De>pués de una lucha encarnizada y breve,
de la criatura: en el paroxismo de la cólera, uno ae los peleantes rodó á la maleza ensangren-
aproximóse al desleal, y sin lograr contenerse, tado.
lo abofeteó de una m a n e r a ignominiosa: el insul- Con presteza acercáronse al caído los galenos,
tado irguió su corpulenta estatura, sonrió des y sólo pudieron certificar que estaba muerto: la
preciativamente, y después de golpear á su agre- punta del estoque había destrozado uno de sus
sor, saludó á la dama y se alejó: siguió un ins- ojos, haciendo espantosos estragos en el cráneo:
tante de silencio que el loco Adrián interrumpió, la sangre chorreabá por la órbita destruida, y
diciendo á la inocente niña: corriendo sobre la lívida piel, imitaba ramazones
de coral: a p l a c a d a que f«.é la consternación do-
—No sabía que había entregado mi corazón á
minante en los autores de la tragedia, dirigiéron-
una mujer liviana, á una cualquiera, á una cor-
se en grupo á una berlina dé alquiler, que apos-
tesana. . . . v a m o s . . . . y a lo dije!
tada cerca del lugar, les a g u a r d a b a p a r a condu-
Fué injusto, ciertamente. F u é grosero, cierta-
cirles de retorno á la ciudad: Gerardo, atíte la
mente. Pero estaba furibundamente celoso, y la disyuntiva de regresar en el vehículo acompa-
injusticia y la grosería son de ordinario la razón ñando el c a d á v e r de su víctima ó marcharse á
de los celos. L a g r a v e d a d de la ofensa hizo el en- pie soportando las iracundias de la tormenta,
cuentro inminente, y después de varias y acalo- prefirió lo último: saludó á sus cómplices y cuan-
radísimas disputas, decidieron los testigos de los do perdió de vista el vehículo, descendió de la
contrincantes que el duelo se verificara acaba- eminencia en veloz carrera, tropezando con las
das de firmar las actas: fué elegido como sitio pa pedrezuelas que rodaban las corrientes y dejan-
r a el combate una pequeña planicie sobre la que do fragmentos de sus vestidos en las puntas de
estaba un cementerio: á la hora convenida pre- los magueyes que extendían sus dentadas pen-
sentáronse allí los adversarios y después de las cas como pugnando por obstruirle el paso: al
fórmulas en el ridículo caso usuales, procedieron romper el alba, cuando la fatiga había agotado
los padrinos á los preliminares del delito: era una
sus fuerzas por completo, columbró la tórrida ca- De qué había perecido la jóven?
pital envuelta en las brumas matinales. Un vaso, vacío ya, lo revelaba todo.
Una rubia claridad iluminaba las vetustas ca- —Veneno!
sucas do los extramuros. Maclovia, pues ella hablaba, explicó el suceso
La campana de una capilla de plazuela, lla- á su amante.
maba hasta desgañifarse, y por la abertura de —Y A d r i á n . . . . ? '
su entreabierta puerta de roble, tragaba á las —Muertp: yo lo he m a t a d o . . . . !
beatas, que todavía soñolientas, llegaban con su Se abrazaron efusivamente. Parecíales que l a
grasiento libro de rezos en la mano: ante aquel la muerte estaba allí, á su lado, que Asracl, el
burdo espectáculo, Gerardo sintió de improviso ángel luctuoso, oficiaba solemnemente en el trá-
la necesidad de ser bueno, causóle profunda y gico esponsal de sus destinos.
sincera envidia la paz de aquellas almas vulga- Y, d e s p u é s . . . .
res, y sin complicaciones de ninguna especie, lla-
Tenéis muchísima razón, amigos míos, es muy
mó á la fugitiva fe, deseoso de guarecerse bajo
tarde ya, mi relato tiene inverosimilitudes de
sus misericordiosas a l a s . . . . y esa vez, como
aquellas que no puede perdonar una persona de
otras muchas, se halló impelido al mal y aban-
mediana sensatez, pero ya lo he dicho y afirma-
donado á sus miserias.
do, ocurrió el caso tal cual yo lo he r e f e r i d o . . . .
Dirigióse al hogar de las jóvenes, gesticulan- perdonadme si no es de vuestro agrado!
do como un maniático, y sin preocuparse de los
transeúntes papanatas, que se burlaban de ól
creyéndole un escapado del hospital de San Hi-
pólito.
Llegó. Abrió las puertas audazmente y corrió
anheloso á la alcoba donde había pasado sus me-
jores días: no era ya el pequeño saloncillo donde UWVERSIOAO D£ NUEVO LEGA
A 1ÍALBINO D Á V A I . O S .
A JOSK A L B E R T O Z U W J A G A .
CONFLICTO GRAVE.
A TEDRO ESCALANTE PAI.MA.
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U n Crimen R a r o ^
El Rey de las Gemas
A m o r Insulso ^
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Dos Cartas ^
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La Obra Maestra ^
La C r i s i s . . . ^
Diario de un bimple ^
Conflicto Grave OQ5
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nio del año de
MDCCCXCVIII.