INTRODUCCIÓN
La Historia del Derecho
CAPÍTULO II
PERÍODO HISPANORROMANO
Advertencia.
Marco histórico general.
Romanización.
Notas del Derecho romano.
Derecho romano hispano.
Derecho natural clásico.
Bibliografía
CAPÍTULO III
PERÍODO VISIGÓTICO
CAPÍTULO IV
PERÍODO ALTOMEDIEVAL
CAPÍTULO V
PERÍODO BAJOMEDIEVAL
Marco histórico general.
Presupuestos de la ciencia jurídica medieval. Escuela de Bolonia.
Glosadores.
Comentaristas.
Derecho canónico.
El Derecho común y su difusión.
Recepción y penetración. Inglaterra, Alemania, Francia y Portugal.
Castilla: proceso de integración normativa.
Obra legislativa de Alfonso X el Sabio. Las Partidas.
Ordenamiento de Alcalá de Henares (1348).
Bibliografía
CAPÍTULO VI
PERÍODO MODERNO
A) IDEAS JURÍDICAS
CAPÍTULO VII
PERÍODO MODERNO
B ) Derecho castellano
Ordenaciones.
Bibliografía
CAPÍTULO VIII
PERÍODO MODERNO
D) DERECHO INDIANO
CAPÍTULO IX
PERÍODO CONTEMPORÁNEO
A ) Ideas jurídicas
Codificación
Constitucionalismo
Escuela de la Exégesis
Escuela de la Libre Investigación Científica
Presupuestos de la Escuela Histórica del Derecho
Friederich Karl von Savigny
Derecho científico.
Ciencia de las Pandectas o jurisprudencia de conceptos
Naturalismo jurídico.
Descodificación.
Bibliografía
CAPÍTULO X
PERÍODO CONTEMPORÁNEO
B ) Derecho nacional
CAPÍTULO XI
CONCEPTO DEL DERECHO
La palabra "Derecho"
Origen y naturaleza del Derecho.
Fundamento del Derecho
Religión, moral y Derecho.
Bibliografía
CAPÍTULO XII
FUENTES DEL DERECHO
Costumbre.
Ley. .
Decisiones judiciales
Ciencia jurídica.
Bibliografía
CAPÍTULO XIII
CONTENIDO DEL DERECHO
CAPÍTULO XIV
VIGENCIA DEL DERECHO
CAPÍTULO XV
CONOCIMIENTO DEL DERECHO
CAPÍTULO XVI
INTERPRETACIÓN DEL DERECHO
Roma
Derecho canónico
Glosadores, comentaristas y humanistas.
Derecho castellano-indiano.
Derecho portugués
Derecho nacional (siglo XIX)
Doctrinas modernas
Bibliografía
CAPÍTULO XVII
ENSEÑANZA DEL DERECHO
Roma
Baja Edad Media y Alta Edad Moderna
Baja Edad Moderna
Período Indiano.
Período Nacional
Brasil, Paraguay y Uruguay.
Bibliografía
TABLA CRONOLÓGICA
ÍNDICE TEMÁTICO
ÍNDICE ONOMÁSTICO
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
La Historia del Derecho
CONCEPTO Y CONTENIDO
4. La historia del Derecho estudia el desarrollo del Derecho a través del tiempo. Si,
como se ha dicho, para el jurista la historia es una parte del Derecho y para el historiador
el Derecho es una parte de la historia, el interés del historiador del Derecho está centrado
en el punto en el cual la historia y el Derecho se tocan.
No se conforma sólo con reconstruir el Derecho de una época determinada. La
naturaleza histórica de la disciplina (dinámica y no estática), le exige mostrar y explicar el
desenvolvimiento del Derecho por épocas sucesivas hasta el presente con sus
constantes y sus variaciones. Por eso, un autor la llama "lazo entre el pasado y el
presente".
Cultura es el pasado de la sociedad que vive en el presente. El verdadero
iushistoriador estudia el Derecho del pasado, pero un Derecho que haya sido tal en
realidad y que por haberlo sido integre nuestro presente y nos ayude a entenderlo. Ésta
fue la idea de Benedicto Croce cuando sostuvo que "toda verdadera historia es historia
contemporánea". De allí, que para poder extraer de ese pasado toda su riqueza y no
limitar su exposición a una mera descripción superficial quien la realice tenga que ser, a
la vez, historiador y jurista. Cuanto mayor sea su conocimiento del Derecho actual estará
en mejores condiciones para descubrirlo en el pasado mediante el método histórico.
De conformidad con el progreso alcanzado por la historia del Derecho desde los
puntos de vista teórico y metodológico, el estudio del pasado jurídico debe comprender
tres aspectos o facetas principales:
a ) Reconstrucción del sistema jurídico pretérito (historia de las fuentes). Esta
reconstrucción tiene que emprenderla el historiador del Derecho a partir de las fuentes
materiales y formales del Derecho de la época, respetando los criterios y métodos
jurídicos entonces vigentes. Los criterios, métodos y conceptos no los tomará de la
dogmática actual. Esto sería incurrir en el defecto de anacronismo. Los ha de extraer del
propio sistema que estudie. Por ende, no serán los mismos en un sistema
predominantemente consuetudinario que en uno predominantemente legal, o en uno
empírico que en otro racionalista.
En la reconstrucción no se debe prescindir de ninguna fuente material (social,
económica, religiosa, política) porque el Derecho es siempre el resultado de un conjunto
de factores. Proceder de otro modo equivaldría a renunciar al conocimiento verdadero del
objeto.
Centrado el estudio en los sistemas jurídicos del pasado, en la totalidad de ellos, su
valor para completar la formación del jurista es notorio. Pero tanto los temas que se
aborden como su tratamiento deben tener en cuenta esta finalidad. Uno de los mayores
peligros que amenazan a la historia del Derecho es que se la confunda, a nivel
historiográfico y docente, con la historia general o con otras historias especiales, como la
historia política o la historia de las instituciones sociales, cada una de las cuales persigue
objetivos distintos de los suyos y de los estudios jurídicos en general. Esto no significa
aislar a la historia del Derecho de los demás estudios sociales, sino definir el objeto
específico de cada uno. Esas otras disciplinas serán auxiliares valiosos para el
conocimiento histórico-jurídico pero sin perjuicio de la debida distinción (§ 5).
b ) Aplicación del Derecho y consecuencias sociales (historia de los comportamientos
jurídicos). Ni en el presente ni en el pasado el Derecho debe ser confundido con la letra
de la ley. Una mera historia de las leyes es sólo un fragmento —más o menos vasto— de
la historia del Derecho. Hay y hubo leyes que fueron letra muerta, que carecieron de
fuerza normativa.
Recuerda Rodolfo von Ihering, a propósito de la historia del Derecho romano, que "la
función del Derecho, en general, es la de realizarse. Lo que no es realizable nunca podrá
ser Derecho, y, por el contrario, todo aquello que produce esta función será Derecho aún
antes de ser reconocido como tal... El Derecho, tal como ha llegado a nosotros en sus
formas legislativas, viene a ser como el diseño de una máquina; la mejor explicación y
crítica, al mismo tiempo, que de ella podemos hacer, la da, no el dibujo, sino la máquina
misma cuando funciona, porque entonces más de un resorte inadvertido al principio
revela su gran importancia, y más de una rueda aparentemente principal y muy necesaria
puede ser hasta inútil".
El Derecho es un objeto real cuyo ámbito es la sociedad. Fuera de ésta no tiene razón
de ser. Un historiador del Derecho no puede perder de vista esta verdad sin traicionar su
misión. Ha de estudiar el Derecho pretérito en su hábitat natural que son las instituciones
sociales, en las cuales vive del mismo modo como lo hace el pez en el agua.
Bien dice Alfonso García-Gallo que hay que prescindir de los conceptos y sistemas
dogmáticos —que a veces no existen más que en la mente del investigador y no en el
Derecho que estudia— y tomar como base las instituciones sociales. Pero no para
estudiarlas, porque no es ésta tarea del jurista aunque sea historiador, sino para partir de
ellas, por la sencilla razón de que son ellas las que determinan la existencia del Derecho
y de sus normas. Puede haber situaciones y relaciones no reguladas por el Derecho. Lo
que no cabe concebir es la existencia de normas jurídicas sin una situación o relación
que regular. Si esto ocurre alguna vez, tales normas no tienen vida y de ellas no vale la
pena ocuparse.
Para estudiar la vida del Derecho el investigador debe recurrir a los llamados
documentos de aplicación (fuentes judiciales, notariales, administrativas, doctrinales) y a
fuentes no jurídicas (literarias, artísticas) que den cuenta de su vigencia, haciéndolo
muchas veces con mayor fuerza testimonial que las propias fuentes jurídicas.
El iushistoriador no agota su tarea con el estudio del Derecho en sí, aun
comprendiendo su interpretación y aplicación. Debe ocuparse, también, de las
consecuencias sociales que provoca, de la reacción que experimenta la sociedad frente
al estímulo que la aplicación del Derecho le significa. Después de haber estudiado cómo
la sociedad influye en la creación y transformaciones del Derecho tiene que investigar
cómo influye el Derecho en la sociedad. De este modo cierra el círculo de la interrelación
entre Derecho y sociedad.
En estas operaciones no hay que confundir —insisto— la historia del Derecho con la
historia de las instituciones ; dos historias especiales con objetos distintos. La historia de
las instituciones estudia las instituciones sociales en todos sus aspectos (políticos,
sociales, económicos, morales) y los considera en conjunto, sin pretender dominar sus
técnicas particulares de investigación. La historia del Derecho estudia uno solo de ellos
de forma exhaustiva: el jurídico y lo hace conforme a su técnica peculiar de investigación
y su método. Ambas disciplinas se complementan mas no se confunden. La relación es
igual a la que se establece entre la historia de las instituciones y la historia política, la
historia económica, la historia de las religiones, la historia del arte.
c ) Valoración del Derecho por la doctrina (historia de las ideas jurídicas). Tanto para
reconstruir el sistema jurídico como para estudiar su aplicación y resultados se impone
conocer las ideas jurídicas de la época. En las obras de doctrina, en toda clase de escritos
jurídicos y, más aún, en todo testimonio histórico de interés jurídico se puede investigar
la opinión que tuvieron los contemporáneos sobre su Derecho y qué idea o ideal
sustentaron. Además de ser ésta una parte de la realidad jurídica, que el iushistoriador
busca conocer, dicho estudio le sirve para precaverlo contra el peligro que acecha a todo
historiador de atribuirle al pasado las ideas del presente. La historia del pensamiento
jurídico —de los conceptos y de los métodos— le permite operar con las instituciones y
normas pretéritas munido de los recaudos teóricos necesarios para no desvirtuarlas con
falsas interpretaciones.
La verdadera historia es la historia de la humanidad. La imperfección humana nos
impide abarcarla en su conjunto, salvo en el plano de la filosofía. Al extraer del pasado
sólo un fragmento el historiador del Derecho debe ser consciente de la mutilación que
produce en la complejidad del hecho histórico. Aunque esta mutilación sea inevitable por
razones teóricas y prácticas, tratará de atenuar sus consecuencias negativas con el
auxilio de la historiografía.
Historiografía jurídica
CAPÍTULO II
PERÍODO HISPANOROMANO
ADVERTENCIA
10. Inicio el estudio de la historia del Derecho argentino por el proceso de formación
del Derecho ibérico. ¿Por qué? Porque el Derecho iberoamericano, en general, y el
argentino, en particular, se derivan de ese sistema jurídico. El Derecho ibérico se
prolonga, por una parte, en el Derecho castellano y el Derecho indiano, dos
ordenamientos afines y complementarios, que los españoles aplicaron en el Nuevo
Mundo y que heredaron las naciones hispanoamericanas. Por la otra parte, se prolonga
en el Derecho portugués, que heredó el Brasil.
El origen de los Derechos nacionales, incluso de los Derechos nacionales codificados,
está en esos ordenamientos, sin perjuicio de otras influencias posteriores. Para
comprender, desde el punto de vista histórico, las instituciones jurídicas nacionales es
indispensable —por tanto— emprender su estudio a partir de aquel Derecho.
¿Y por qué el estudio desde la Hispania romana? Porque, aun cuando en esa época
no existían todavía Castilla ni Portugal, ni por consiguiente los Derechos castellano y
portugués, con la romanización (primera romanización) de la península Ibérica el sistema
jurídico local se incorporó a la familia del Derecho romano y adquirió unas características
que, mutatis mutandis, con mayor o menor intensidad según las épocas, lo definieron
hasta nuestros días.
Al remontarnos a ese pasado no nos alejamos, pues, del presente. Como dijo
Benedicto Croce, "toda historia es historia contemporánea". De lo contrario no es historia.
Una tercera aclaración, implícita en las anteriores, es que, de todos los Derechos
regionales en que se fragmentó el Derecho ibérico en la Alta Edad Media, sólo me
ocuparé del castellano y del portugués, porque son los Derechos "madre" de
Iberoamérica. El aporte de otros Derechos peninsulares (aragonés, catalán) fue mínimo,
de modo que, salvo en estudios especializados, no se justifica su inclusión.
ROMANIZACIÓN
12. Se conoce con este nombre el trasplante de la civilización romana a la península
Ibérica y la consiguiente incorporación a ella de sus gentes. Fue un largo proceso,
determinado por la necesidad de los romanos de poner a la Península a su servicio. Al
cabo, los primitivos habitantes abandonaron sus costumbres ancestrales y adoptaron el
modo de vida de los romanos.
La transformación de las comunidades indígenas, que promovió Roma, fue social,
cultural, económica, político-administrativa y también jurídica. Siguió el ritmo de la
conquista militar. Fue más intensa en las regiones sudorientales y más débil en las
noroccidentales.
El polo de irradiación de la civilización fueron las ciudades que aún hoy conservan
numerosos testimonios elocuentes de ese fenómeno. Tan profunda llegó a ser la
romanización, la integración de una gran parte de la población aborigen en la vida cultural
del Imperio que Hispania —particularmente la Bética— se convirtió en un foco creador de
cultura romana. Nacieron allí futuros emperadores (Trajano, Adriano, Marco Aurelio y
Teodosio el Grande), filósofos (Séneca), retóricos (Quintiliano), literatos (Lucano,
Marcial).
Se estima que hacia el final de la conquista había alrededor de cuatrocientas ciudades
en Hispania, con diferente organización jurídico-política pero con tendencia a la
unificación. Una primera clasificación de las ciudades fue la de provinciales y romanas;
cerca de trescientas las primeras y de cien las segundas.
Las ciudades provinciales eran ciudades indígenas que conservaban su organización
y en las cuales regía el Derecho indígena (celta, íbero, etc.). Entre éstas las hubo
estipendiarias y libres. Eran estipendiarias las ciudades vencidas en la guerra. Casi todas
estuvieron en esa situación; sometidas al gobernador romano y obligadas al pago de
todos los impuestos y a la prestación de los servicios personales.
Libres eran las ciudades no sometidas a dicho gobernador, que conservaban su
administración y jurisdicción independiente, acuñaban moneda y estaban exentas de la
obligación de alojar a las guarniciones romanas. La condición libre la pudieron obtener
por concesión de Roma, que del mismo modo se la podía revocar, o por un tratado de
amistad, en cuyo caso se consideraban federadas y gozaban de las mayores franquicias.
Sólo se sabe de la existencia de cuatro ciudades federadas. Una especie dentro del
género de ciudad libre fue la ciudad libre inmune, que además de las prerrogativas
generales estaba exenta del pago de impuestos.
Lasciudades romanasfueron las organizadas a semejanza de Roma. Se dividieron
encolonias,nombre que se dio a las ciudades nuevas o de nueva fundación, pobladas por
personas traídas desde Italia, ymunicipios,las ex ciudades indígenas favorecidas por
Roma. Tanto las colonias como los municipios estuvieron formados por ciudadanos
(romanos) o por latinos. El municipio fue el prototipo de ciudad y llegó a prevalecer en
Hispania.
CAPÍTULO IV
PERÍODO ALTOMEDIEVAL
DISPERSIÓN NORMATIVA
20. Frente a la uniformidad jurídica lograda por el reino visigótico sobre la base de la
vigencia territorial del Liber Iudiciorum y la Hispana, la España altomedieval se
presentó fragmentada en varios ordenamientos
—unos de carácter personal, otros de carácter territorial— y esto tanto en los reinos
cristianos como en "Al-Andalus". La fragmentación no significó, sin embargo, que no
hubiera una conciencia jurídica común, asentada sobre el Derecho anterior, como se
constata en las semejanzas que existían entre los diversos ordenamientos locales.
Los motivos de la dispersión fueron, principalmente, dos: uno de naturaleza política —
—el fraccionamiento del poder político——, y otro de naturaleza jurídica ——la primacía
de la costumbre y de las decisiones judiciales como fuentes del Derecho——.
a) Fraccionamiento del poder político. La invasión musulmana desmembró al reino
visigótico. La Reconquista subsiguiente, al no haber sido una empresa unitaria sino plural,
dio lugar a la formación —como ya expuse (§ 19)— de varios reinos independientes entre
sí.
Del lado musulmán la situación fue similar. El califato de los Omeyas se dividió en la
primera mitad del siglo XI en varios reinos "de taifas" (taifa = facción). La división —salvo
pasajeros períodos de reunificación por los almorávides y los almohades—— se mantuvo
hasta la caída.
A la pluralidad de reinos se sumó, como factor de disgregación, el régimen señorial
vigente en Castilla. En casi todo el resto de Europa el problema fue todavía más grave,
porque cundió el feudalismo (el mayor desarrollo lo tuvo en Cataluña, Francia, Alemania
y Lombardía) por la conjunción de clases nobiliarias poderosas y grandes dominios
territoriales.
Aunque los reinos hispanos —salvo Cataluña— no se constituyeron en reinos
feudales, poseyeron algunas instituciones feudales como los privilegios de inmunidad,
que a veces obtuvieron los señoríos y por los cuales adquirieron el derecho de jurisdicción
con la posibilidad de crear Derecho. No obstante estos privilegios, el sometimiento a los
reyes fue lo que impidió que el régimen señorial llegara a ser feudal.
b) Primacía de la costumbre y de las decisiones judiciales como fuentes formales del
Derecho (§ 82 y 84). Este sistema de fuentes fue un motivo más de dispersión normativa
y consecuencia —a su vez— de la falta de una autoridad general capaz de imponer un
Derecho único.
Hasta el siglo XI, los reyes de la Reconquista no legislaron. Lo hicieron a partir de ese
siglo los de León al amparo de un movimiento neogótico. La generalidad de los reyes
medievales, como los de las culturas primitivas, no dictó leyes y limitó su relación con el
Derecho a la administración de justicia, a decir cuál era el Derecho aplicable en ocasión
de cada controversia (función jurisdiccional). Las mismas leyes visigodas, en los lugares
donde siguieron rigiendo, no lo hicieron "con fuerza de ley", sino "con fuerza de
costumbre". Las pocas normas escritas que hubo en los primeros tiempos fueron
privilegios (privilegium = ley privada): nombramientos, preeminencias, donaciones,
instrucciones.
El Derecho gozó de estabilidad. La inmovilidad social no hizo necesario su cambio en
el corto plazo. De allí la funcionalidad de un factor conservador del Derecho como es la
costumbre. El Derecho formó parte de la experiencia de los hombres. No se aprendía en
ningún texto sino observando el comportamiento de la comunidad.
La palabra "costumbre", en esa época de apogeo, no se usó sólo en sentido estricto,
como Derecho introducido por el uso general y prolongado de la comunidad, sino también
como sinónimo de todo Derecho cualquiera que fuese su fuente. Las fuentes
altomedievales llamaron costumbre a las normas jurídicas sin que lo fueran siempre
propiamente hablando.
El Derecho se consideró en los reinos cristianos una obra de Dios que estaba
plasmado en la naturaleza (§ 14). Su fuerte connotación religiosa se manifestó en la
práctica de las ordalías y del juramento (§ 153) y en la administración de justicia en los
atrios de las iglesias.
DERECHO MUSULMÁN
20 bis. En el siglo VIII se encontraba en una etapa de formación. Reconocía como
fuentes principales el Corán, que contiene preceptos de Derecho positivo; la Sunnah ,
colección de testimonios de acciones ejemplares y sentencias de Mahoma transmitidos
en forma oral, y la interpretación que las escuelas de juristas y los teólogos hacían de las
dos fuentes anteriores (idschmâ ), en la cual tenían que basarse necesariamente los
jueces.
A semejanza de los juristas romanos, los musulmanes contribuyeron de forma decisiva
a la evolución de las normas jurídicas islámicas, adaptándolas a las nuevas situaciones
que se presentaban. Para esto utilizaron el método de la analogía y del razonamiento
lógico. Las opiniones de los especialmente autorizados (muftís ) tuvieron carácter
obligatorio.
La nueva costumbre (a diferencia de la tradición primitiva) y las decisiones judiciales
fueron fuentes menores. Menos importancia aún tuvieron las ordenanzas de los califas y
reyes. No se los consideraba legisladores, por lo que los jueces ordinarios no aplicaban
dichas ordenanzas y sí sólo los jueces especiales. Todas las fuentes estuvieron
condicionadas por los preceptos sagrados fundamentales.
Se trataba, pues, de un Derecho de naturaleza confesional que se aplicó con criterio
personalista a la comunidad de sus propios creyentes. Teóricamente, los cristianos
("gente del Libro", como los judíos) que vivían en Al-Andalus estuvieron obligados a
convertirse al islamismo mas, en la práctica, salvo algunos períodos de persecuciones,
prevaleció la tolerancia religiosa. Sólo una minoría —sobre todo siervos alentados por la
libertad que les prometía el Corán— abandonó el cristianismo (muladíes). La mayoría
conservó su fe (mozárabes) y hasta gozó de cierta autonomía político-administrativa en
el caso de haber concertado un tratado de paz.
PERÍODO VISIGÓTICO
CAPÍTULO V
PERÍODO BAJOMEDIEVAL
GLOSADORES
25. Entre Irnerio (1100) y Acursio (aproximadamente, 1250) transcurrió la escuela de
los glosadores fundada por aquél. Por haber sido el primero en glosar las leyes
justinianeas Irnerio recibió el nombre de "antorcha del Derecho".
Según Alejandro Guzmán, la ciencia de los glosadores descansó sobre cuatro
presupuestos:
a ) político , la ya explicada relación sucesoria del emperador germano con los
emperadores romanos;
b ) dogmático , la convicción que tenían de que la compilación justinianea (el Corpus
Iuris ) era Derecho vigente en el Imperio actual como lo había sido en el antiguo;
c ) filosófico , la apropiación del método de la primera escolástica y la búsqueda de la
confirmación racional del texto autoritario, y
d ) científico , la utilización, además, del método del trivium : filológico y lógico. Dicho
método comprendía las operaciones siguientes: partición del texto; definiciones;
búsqueda de las cuatro causas aristotélicas: material (el ser objeto de estudio), formal (el
modo de ser de la materia), eficiente (determinación que le da origen), y final o causa de
las causas (razón del orden que hay en toda la obra o leyes que la rigen); relación de
género a especie, aplicado al texto y a su contenido.
Consideraron al Derecho romano como un "regalo de Dios", como "la revelación
jurídica" y se sometieron a él —obedientes al principio de autoridad— del mismo modo
que lo hacía el teólogo con la Biblia. Para ellos, profesores sobre todo, el único Derecho
fue el romano. Despreciaron los demás ordenamientos, incluso el canónico, del cual se
llegó a decir que "se apoya en un bastón ajeno" (el Derecho romano). Sólo tardíamente
se interesaron por el Derecho longobardo y por el feudal.
El culto que tributaron al Derecho romano hizo que se apegaran al texto de sus leyes
y que en principio no intentaran otra cosa que el conocimiento de su letra (littera ). Este
conocimiento llegó al extremo de saberlas de memoria.
Aclararon palabra por palabra (glosa). Lo hicieron entre líneas y al margen del texto,
en este último caso con mayor extensión. Las glosas interlineales sirvieron para aclarar,
por medio de sinónimos y de análisis filológicos, el significado de determinadas palabras.
Las marginales, por su parte, establecieron conexiones lógico-conceptuales con otros
lugares del Corpus. Ésta fue la actividad que distinguió y dio el nombre a la escuela. Para
facilitarse la tarea los glosadores escribieron vocabularios jurídicos.
También elaboraron "brocardos" (nombre que viene del canonista Burchardus, obispo
de Worms entre 1000 y 1025) o reglas fundamentales del Derecho formuladas de manera
concisa, y "sumas", que eran estudios completos de una parte del Corpus. En este género
descolló la Suma del Código de Azo, cuyo conocimiento se consideró indispensable para
litigar (Chi non ha l'Azzo , non vada a palazzo = "Quien no tiene el Azo, no vaya al
tribunal"). En tanto que las glosas se limitaban al análisis de palabras o frases aisladas,
las sumas fueron visiones de conjunto del Derecho justinianeo.
La profusión de glosas entorpecía la lectura de las leyes y creaba mayor confusión
todavía. Acursio, en la Glossa ordinaria o Magna Glossa , se encargó de hacer una
selección de todas las existentes. Las glosas que descartó cayeron en el olvido y, en
adelante, únicamente se citaron las por él recopiladas. La Glossa de Acursio se tuvo por
interpretación auténtica. En Alemania, se llegó a considerar que los pasajes no glosados
carecían de vigencia; por tanto, no fueron reconocidos en juicio.
Con la obra acursiana, que condensó el esfuerzo de la escuela, el ciclo de la glosa
llegó a su fin. El objetivo de lograr un perfecto conocimiento del texto del Corpus
— aunque tal como se había recibido, sin ninguna clase de crítica interna— fue
alcanzado. La escuela consiguió hacer de la voluminosa y mal sistematizada compilación
de Justiniano una materia conocible y aplicable. La Glossa ordinaria, con el prestigio que
adquirió, contribuyó a vincular la enseñanza a la práctica jurídica y a allanar, de tal modo,
el camino para la aparición de la escuela de los comentaristas.
Uno de los últimos glosadores, Odofredo (Lectura sobre el Digesto ), expuso su
método de enseñanza, que era el de la escuela:
"En primer lugar, antes de entrar en el texto, os explicaré el resumen de cada título;
en segundo lugar, expondré el caso contemplado por cada una de las leyes, bien y
distintamente, lo mejor que pueda; en tercer lugar, leeré el texto de la ley, para corregir
los errores que haya; en cuarto lugar, os resumiré de nuevo el caso, en pocas palabras;
en quinto lugar, resolveré las objeciones, agregando los lugares comunes [brocardos], las
distinciones y las cuestiones sutiles y útiles, con sus respectivas soluciones, todo ello de
la mejor manera que me sea posible, con la ayuda de Dios. Y después, si la importancia
o la dificultad de alguna ley lo aconsejare, reservaré para ella la repetición de la tarde".
COMENTARISTAS
26. La escuela de los comentaristas o mos italicus (mos italicus iura docendi ac
discendi = "modo italiano de enseñar y aprender los derechos") abarcó, en su etapa de
apogeo, desde mediados del siglo XIII hasta el año 1400. Sus máximos representantes
fueron Cino de Pistoya —el iniciador en Italia—, su discípulo Bartolo de Sassoferrato y el
discípulo de éste, Baldo de Ubaldi, que murió en dicho año de 1400.
Por la importancia que para la escuela revistió Bartolo se los llamó también
"bartolistas". Otros nombres que recibieron fueron los de "posglosadores", por una razón
meramente cronológica, y "consiliatores", porque una de sus actividades principales fue
la de asesorar a los jueces legos. Pero el nombre más apropiado es el de "comentaristas",
porque hace referencia al método que emplearon y que los diferenció de los glosadores.
Docentes como ellos y abocados, por ende, al estudio científico del Derecho, se
distinguieron por tener mayor preocupación por la práctica, a la cual dominaron como lo
pusieron de manifiesto en su labor como abogados y consejeros además de asesores.
Profesaron por el Derecho romano tanta veneración como sus predecesores y lo
siguieron considerando el Derecho del Imperio, pero en sus obras no partieron del análisis
de las leyes justinianeas, sino de casos prácticos, para cuya resolución se valieron de las
leyes, lo mismo que de otras fuentes. La ley más que la expresión o aplicación de una
regla general fue para ellos la base o sede de un argumento. Además, en vez de ceñirse
al estudio del Corpus trataron de relacionarlo o integrarlo con los estatutos municipales
italianos, el Derecho consuetudinario, el Derecho canónico y el feudal.
Abordaron los textos romanos con mayor libertad intelectual y no se propusieron tanto
explicar la letra de la ley (littera ) como indagar su razón de ser (ratio legis ). Según el
canonista Hugo de Pisa, a diferencia de la glosa, "el comentario es la explicación de las
palabras no considerando la articulación sino el sentido".
Para ello relacionaron distintos textos y los interpretaron con un equipaje conceptual
superior al de los glosadores gracias al método dialéctico que asimilaron de la alta
escolástica. Un ejemplo de la libertad con que abordaron el estudio de las instituciones
romanas para adecuarlas a las necesidades de la época es la división del dominio en
directo y útil, desconocida hasta entonces.
Aunque la aplicación del método dialéctico a la ciencia del Derecho fue peculiar
del mos italicus , su origen hay que buscarlo en Francia, en la Escuela de Orleans, donde
lo aprendió Cino de Pistoya. Este método se resume en las siguientes
operaciones: prolego, análisis del texto hasta dar con la lectura correcta; promitto ,
exposición del problema en su conjunto; scindo , división y análisis de cada uno de los
elementos del problema; casum figuro , presentación de ejemplos y analogías; do
causas , enunciación de las cuatro causas aristotélicas (material, formal, eficiente y
final); connoto , recapitulación y exposición general de los resultados obtenidos; y obiicio ,
autoformulación de objeciones y respuesta.
En el diálogo imaginario que se entablaba entre opiniones contrarias radicaba la
esencia del método. Se considera que el momento más importante de la creación del
Derecho era el de la alegación de argumentos de conveniencia, oportunidad, lógica o
justicia para la solución del caso que tuvieran apoyo en una ley divina o humana.
Las obras de los comentaristas, sin apartarse del casuismo propio de la jurisprudencia
tradicional, tendieron a una nueva ordenación de la materia jurídica y a la formulación de
conceptos generales (ejemplo, definición del dominio, § 218). Dicho casuismo determinó
que la forma externa de una gran parte de esa literatura fuera una cadena de casos
prácticos hecha sobre la —a su vez— casuística romana.
Además de los "comentarios" que escribieron (reelaboraciones de conjuntos de
materias) y que dieron su nombre a la escuela, cultivaron el género literario del "tratado"
(monografía sobre una materia determinada del Derecho romano que estudiaban con
vistas a la práctica) y el de los "consejos" o "dictámenes" para uso de jueces y de
particulares.
Tan notable fue la ciencia jurídica que crearon que llegó a desplazar en orden de
importancia a la misma ley romana. La coincidencia de opiniones entre la mayoría de los
juristas dio lugar a la communis opinio ("opinión común") que si era unánime se convertía
en communissima (§ 85).
Para superar las dificultades que en orden al conocimiento del Derecho planteaba la
diversidad de opiniones de los doctores, Baldo, especialmente, se dedicó a la tarea de
reunir las opiniones comunes. Éstas fueron adoptadas como argumento de autoridad y
fuente de creación o de interpretación del Derecho (Derecho de juristas). En materia de
opiniones fue tan grande
—por ejemplo— la autoridad de Bartolo que según un aforismo de la época "nadie es
jurista si no es bartolista" (nemo iurista nisi bartolista ).
buscan el método de se limitan al estudio del
parten se apoyan
Glosadores conocimiento la primera Derecho
de la ley en la autoridad de la ley
de la letra escolástica romano
buscan el método relacionan se apoyan
parten
conocimiento dialéctico el Derecho en la opinión
Comentaristas del caso
de la razón de la alta romano con los otros Derechos común de
práctico
de la ley escolástica vigentes los doctores
DERECHO CANÓNICO
27. El canon (regla, en griego) es, en sentido amplio, la ley eclesiástica y, en sentido
estricto, la ley sancionada por un concilio o asamblea episcopal.
Junto con el canon, otra fuente del Derecho de la Iglesia es la decretal o epístola , de
origen pontificio. Ésta tiene por objeto resolver un caso real que es materia de consulta o
establecer una norma de carácter general. Pero para el Derecho canónico más
importancia que la ley tiene la costumbre (prevalecencia de la costumbre contra legem ).
Por encima de ambas figuran el Nuevo Testamento y la tradición basada en éste.
Completan las fuentes los escritos de los Padres de la Iglesia (Patrística ), o sea, de los
autores de los primeros siglos. Hay que aclarar que, para la Iglesia, el Derecho es sólo
un instrumento —imprescindible, pero instrumento— para conseguir el único fin
verdadero que es la salvación eterna.
Si bien desde su nacimiento, en el siglo I, la Iglesia apareció dotada de un orden
jurídico fundado en la palabra de Jesucristo y de los apóstoles y en la costumbre, las
primeras colecciones de cánones fueron confeccionadas en Oriente y en Occidente hacia
el cese de las persecuciones romanas, en los siglos III y IV, respectivamente. De las
colecciones occidentales se destaca la Hispana (§ 18).
En el siglo XII dos aspectos caracterizaban al Derecho canónico: uno de ellos era
la abundancia de fuentes apócrifas que alteraban sus preceptos, y el segundo,
el incremento de la legislación pontificia desde el amplio movimiento renovador
impulsado por el papa Gregorio VII, a fines del siglo XI, con el objeto de mejorar la
disciplina interna de la Iglesia, unificar el Derecho, evitar la injerencia de los señores laicos
y adquirir primacía frente al emperador (doctrina del poder indirecto, § 327).
Así como en el plano secular se operó, por la consolidación del poder real y la
influencia del Derecho romano, el resurgimiento y desarrollo de la actividad legislativa de
los reyes, en el eclesiástico se produjo un fenómeno parecido por medio de las decretales
de los papas, principales creadores del Derecho de la Iglesia en esos siglos (1140-1317).
Sin embargo, el Derecho canónico se distinguió en este aspecto porque: a ) la
legislación pontificia no fue constante (la mayoría de los papas no legisló o lo hizo
esporádicamente); b ) no compartió el principio romano de que es ley lo que le place al
príncipe sino la idea agustiniana de que es justo lo que quiere Dios, y c ) la costumbre
mantuvo su valor como fuente principal. Hubo en este Derecho una tendencia a dilatar
los poderes del juez (Derecho judicial) más fuerte que el entusiasmo por el Derecho legal
(§ 84).
Juan Graciano, profesor de Teología en su convento de Bolonia, redactó entre 1140 y
1142 una obra destinada a causar una revolución en el Derecho canónico semejante a la
que había protagonizado Irnerio pocos años antes en el Derecho secular.
La Concordancia de los cánones discordantes (Concordia discordantium canonum ) que
escribió, vulgarmente llamada Decreto , tuvo dos consecuencias trascendentales: separó
el Derecho canónico de la Teología y fundó la ciencia del Derecho canónico, inexistente
hasta entonces, sirviéndose para ello de la ciencia de los glosadores. Inauguró el período
llamado del "Derecho canónico clásico", que se extendió hasta el siglo XV.
La obra de Graciano, trabajada con el método escolástico, fue de depuración de las
fuentes previo sometimiento de ellas a la crítica de autenticidad; de ordenamiento y de
interpretación. A diferencia de las recopilaciones anteriores, no fue sólo una reunión
sistemática de textos. Sobre cada cuestión propuso una tesis, que intentó probar
recurriendo a una amplia gama de fuentes canónicas y a leyes justinianeas (auctoritates )
tratadas de forma dialéctica.
Aunque el Decreto no tuvo promulgación oficial, gozó de general aceptación por las
fuentes que recogió y por las propias opiniones de su autor (dicta Gratiani ). Fue objeto
de estudio por los canonistas —llamados en este caso "decretistas"—, que se valieron
para ello del método de los glosadores. El Apparatus de Juan Teutónico fue considerado
como la glossa ordinaria del Decreto. Desde Graciano la doctrina de los canonistas
estuvo siempre presente en la vida jurídica de la Iglesia, en la elaboración, interpretación
y enseñanza de sus leyes.
El Decreto encabezó las ediciones del Cuerpo del Derecho Canónico (Corpus Iuris
Canonici ) que se hicieron desde el siglo XVI, a semejanza del Cuerpo del Derecho Civil
(Corpus Iuris Civilis ).
Las normas posteriores al Decreto y, por tanto, no contenidas en él, llamadas
"extravagantes" (= sueltas), las mandó compilar el papa Gregorio IX al canonista catalán
Raimundo de Peñafort. La colección, que reúne decretales, cánones conciliares y otras
fuentes, fue promulgada oficialmente por el citado papa con el nombre
de Decretales (1234). Consta de cinco libros, que tratan de los jueces, juicios, clérigos, el
matrimonio y los delitos.
Más tarde se realizaron compilaciones complementarias: el llamado Libro Sexto de las
Decretales (Liber Sextus Decretalium), promulgado por Bonifacio VIII, y el Libro Séptimo
(Liber Septimus) o Constituciones Clementinas (en recuerdo de su autor, el papa
Clemente V), por Juan XXII. Todas estas obras integraron junto con el Decreto y
las Decretales el Cuerpo del Derecho Canónico.
Como sucedió con el Decreto, las Decretales fueron materia de glosas y, asimismo,
de comentarios que realizaron los denominados "decretalistas". Por su autoridad, se
destacaron Juan Andrés y Nicolás Tudeschi, conocido como "el Abad Panormitano",
intérpretes ambos de la mayor parte del Cuerpo.
Es interesante el comentario de Max Weber (Economía y sociedad ) sobre la
modernidad del Derecho canónico:
"El carácter relativamente racional apareció como una consecuencia de diferentes
circunstancias. Cuando la Iglesia se vio precisada a buscar una relación con los poderes
profanos, preparó esta relación con ayuda de las concepciones estoicas del Derecho
natural, es decir, un producto racional.
" Por otra parte, en su propia administración persistían las tradiciones racionales del
Derecho romano... La educación universitaria occidental separó en la Edad Media la
enseñanza de la teología, por una parte, y la del Derecho profano, por la otra, de la
doctrina jurídica canónica, e impidió así la aparición de productos híbridos de índole
teocrática... La metodología estrictamente lógica y jurídico-profesional, formada en la
filosofía antigua y en la antigua jurisprudencia, tuvo que influir también poderosamente
en el tratamiento del Derecho canónico. La actividad compiladora de los juristas
eclesiásticos no tuvo que referirse a respuestas y precedentes —como ocurría en casi
todas partes—, sino a la compilación de decisiones de los concilios, rescriptos oficiales y
decretales... En medida desigualmente más fuerte que en cualquiera otra comunidad
religiosa, la Iglesia occidental siguió el camino de la creación jurídica mediante
formulación racional".
Entre las contribuciones debidas en esta época al Derecho canónico, cuyo contenido
abarcaba instituciones que más tarde fueron monopolizadas por el Derecho secular, cabe
mencionar: los principios de buena fe y equidad; las doctrinas del contrato (libertad,
respeto de la promesa, causa moral), de los derechos reales y, en particular, de la
propiedad; las teorías de la personalidad jurídica y del justo precio y los lineamientos del
Derecho procesal moderno (el nombre y la idea misma de proceso, como sucesión de
actos; las formas civil contenciosa y penal inquisitiva y la escritura).
No sólo principios y construcciones técnicas del Derecho canónico inspiraron a la
legislación secular (ejemplo, las Partidas) sino que, además, se integró con el Derecho
romano y otros ordenamientos menores para formar el sistema del Derecho común. En
asuntos espirituales prevaleció la solución canónica.
La crisis del Derecho canónico (que afectó al Derecho común en uno de sus elementos
fundamentales) se produjo entre los siglos XIV y XVI, al perder el Pontificado su posición
rectora en la Cristiandad como consecuencia: 1) de la rebeldía de Felipe IV el Hermoso
de Francia (alrededor de 1300), que afirmó la primacía del Estado nacional sobre la
Iglesia, y el posterior cisma papal de Aviñón; 2) del enfrentamiento del emperador Luis
de Baviera con el papa Juan XXII (1314) y la promulgación por su sucesor Carlos IV de
la Bula de Oro (1356), que libró la elección del emperador a los príncipes electores con
prescindencia del papa, y 3) de la reforma protestante, que dividió a Europa (se atribuye
a Lutero el haber quemado el Cuerpo del Derecho Canónico como contrario a su idea de
una Iglesia solamente carismática).
El conflicto entre Felipe el Hermoso, apoyado en el Derecho justinianeo, y Bonifacio
VIII, apoyado en el Derecho canónico, interrumpió el diálogo entre ambos Derechos y los
colocó por primera vez en términos de colisión.
Desde el Concilio de Trento (1545-1563), el Derecho canónico dejó de ser entendido
como un componente del Derecho europeo, destinado a regir a la sociedad toda a la vez
que los ordenamientos seculares, para ser el Derecho interno de la Iglesia. Este repliegue
del "Derecho canónico tridentino" (así se llama al de los siglos XVI a XVIII) coincidió con
la intervención generalizada de los reyes en la vida de la Iglesia (regalismo) y el dictado,
con tal motivo, de una copiosa legislación que desplazó a la canónica (§ 92).
CAPÍTULO VI
PERÍODO MODERNO
A) Ideas jurídicas
SEGUNDA ESCOLÁSTICA
39. La Segunda Escolástica o Neoescolástica española del siglo XVI y primeras
décadas del XVII estuvo formada por teólogos pertenecientes a las órdenes dominica,
franciscana, agustina y jesuítica. La integraron Francisco de Vitoria (1492-1546),
Domingo de Soto (1496-1560), Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), Bartolomé de las
Casas (1474-1557), Alfonso de Castro (1495-1558), Fernando Vázquez de Menchaca
(1512-1569), Luis de Molina (1535-1600), Juan de Mariana (1536-1623), Gabriel Vázquez
(1549-1604) y Francisco Suárez (1548-1617), entre otros.
Fueron teólogos-juristas porque, además de teólogos, fueron expertos en Derecho
natural (los hubo, asimismo, eruditos en Derecho romano y jurisprudencia medieval).
Desde su perspectiva de teólogos, reflexionando sobre las verdades reveladas,
abordaron en sus obras problemas jurídicos fundamentales: qué es el Derecho, qué es
la justicia, qué es la ley natural, qué es la ley positiva, cuál es el origen y el fin del poder
político, cuál es la mejor forma de gobierno, cuál guerra es justa, qué es el derecho de
propiedad, si es lícita la pena de muerte.
Todos ellos eran escolásticos; profesaban el aristotelismo-tomista con mayor o menor
libertad. Después de dos siglos y medio de parálisis intelectual (desde la muerte de Santo
Tomás), durante los cuales la escuela se redujo a ejercicios dialécticos y silogísticos
intrascendentes, la renovaron con aportaciones humanistas e ideas tomadas del
voluntarismo y le dieron un sentido jurídico del cual carecía.
El primer gran representante fue Vitoria, amigo de Erasmo, estudioso de la antigüedad
clásica y restaurador de la filosofía escolástica. De su fecunda doctrina irradiada por toda
Europa sobresale la relativa a la comunidad internacional, expuesta en la Universidad de
Salamanca con motivo de dictar la relección sobre el derecho de guerra contra los indios
recogida en las Relecciones teológicas.
Fundó el Derecho de gentes (internacional) en el Derecho natural que regulaba las
relaciones dentro de la comunidad de naciones, no solamente cristianas sino también
infieles, ya que en todos los hombres, bautizados o no, está impresa la ley natural.
Principios naturales del Derecho de gentes eran los de viajar y establecerse libremente
en un territorio, de libre comercio, de libertad de los mares, de elección de ciudadanía, de
integridad física, de explotación de las cosas comunes, de libre predicación del Evangelio.
Veamos cómo discurrió acerca de los títulos legítimos por los cuales los españoles
podían establecerse en las Indias:
"Los españoles tienen derecho de recorrer aquellas provincias y de permanecer allí
sin que puedan prohibírselo los bárbaros pero sin daño alguno de ellos.
" Se prueba, en primer lugar, por el Derecho de gentes, que o es
Derecho natural o del Derecho natural se deriva (Instituta, de Iure Naturali et Gentium ):
se llama Derecho de gentes lo que la razón natural estableció entre todas las gentes. Mas
en todas las naciones se tiene como inhumano el tratar y recibir mal a los huéspedes y
peregrinos sin motivo alguno especial, y, por el contrario, es humanidad y cortesía el
portarse bien con ellos, a no ser que los extranjeros reportaran daño a la nación.
" En segundo lugar: al principio del mundo (como todas las cosas fuesen comunes),
era lícito a cualquiera dirigirse y recorrer las regiones que quisiese. Y no se ve que haya
sido esto abolido por la repartición de las cosas; pues nunca fue la intención de las gentes
evitar la mutua comunicación de los hombres por esta repartición; y en tiempos de Noé
fuera ciertamente inhumano.
" Tercero: todas las cosas que no están prohibidas o que no van en perjuicio e injuria
de los otros son lícitas. Pero, como suponemos, la tal peregrinación de los españoles no
injuria ni daña a los bárbaros; luego, es lícita.
" Cuarto: no sería lícito a los franceses prohibir a los españoles recorrer la Francia ni
aun establecerse en ella, ni viceversa, si no redundase en su daño o se les hiciera injuria;
luego tampoco a los bárbaros.
" Quinto: el destierro se cuenta entre las penas capitales; luego es ilícito desterrar a
los huéspedes sin culpa alguna.
" Sexto: compete a la guerra negar la estancia en la ciudad o provincias a los que se
consideren como enemigos, y arrojar de ella a los que ya se encuentran allí establecidos.
Y pues que los bárbaros no están en guerra justa con los españoles, supuesto que éstos
no les sean dañosos, no les es lícito negarles su patria.
" El séptimo argumento lo forma aquello del poeta: ¿Qué raza de hombres es ésta, o
qué nación tan bárbara es ésta que permite un trato igual? ¡Se nos veda el abrigo de la
playa!
" Octavo: todo animal ama a su semejante (Eclesiástico, 13), luego la amistad entre
los hombres parece ser del derecho natural, y contra la naturaleza el impedir la compañía
y consorcio de los hombres que ningún daño causan.
"El noveno argumento lo forma aquello de San Mateo , 25: Fui huésped y no me disteis
hospitalidad. Por consiguiente, como parezca ser de
Derecho natural el recibir a los huéspedes, aquel juicio de Cristo se establecerá con todos
y para todos.
" Décimo: por Derecho natural, comunes a todos son las aguas corrientes y el mar; y
lo mismo los ríos y los puertos; y las naves por Derecho de gentes es lícito acercarlas
(Instituta, De rerum divisione ), y por la misma razón son cosas públicas esas cosas; luego
nadie puede prohibirlas: de lo cual se sigue que harían injuria a los españoles no
admitiéndoles.
" Undécimo: ellos admiten a otros bárbaros de cualquier parte que sean; luego harían
injuria a los españoles no admitiéndoles.
" Duodécimo: porque si no fuera lícito a los españoles recorrer aquellas provincias,
sería o por Derecho natural o por Derecho divino o por Derecho humano. Por Derecho
natural y divino es cierto que se puede. Si, pues, hubiera alguna ley humana que sin
causa alguna prohibiera lo que permite el Derecho natural y divino, sería inhumana e
irracional, y, por consiguiente, no tendría fuerza de ley".
Vitoria es reconocido fundador del moderno Derecho internacional.
Gabriel Vázquez , comentarista de Santo Tomás, desenvolvió una nueva concepción
acerca de la ley natural que influyó en Grocio y en la Escuela del Derecho Natural
racionalista. En su reacción contra el voluntarismo de Escoto y Ockam (§ 40) se apartó
del concepto clásico según el cual la ley natural es la participación de la ley eterna en la
criatura racional, que indica al hombre lo que ha de hacer u omitir, para afirmar que ella
consiste en la misma naturaleza humana.
La norma o regla de la cual depende la bondad o malicia de las acciones humanas es
la naturaleza racional, la que constituye de modo primario e inmediato la ley natural. Ésta
no procede de Dios como legislador sino sólo como hacedor de la naturaleza racional.
Alegó que hay actos intrínsecamente malos cuya maldad no depende de la prohibición
de nadie, ni siquiera de Dios. De modo que la maldad intrínseca del acto es la causa de
que Dios lo prohíba. No es malo porque Dios lo prohíba (tesis voluntarista) sino que Dios
lo prohíbe porque es malo. La ley natural no es preceptiva sino sólo indicativa de lo que
por su naturaleza es intrínsecamente bueno o necesariamente malo.
De esta idea del Derecho natural a la doctrina del Derecho natural racionalista hubo
un solo paso.
Francisco Suárez, el "Doctor Eximio", catedrático de Coimbra, fue el autor de una
vasta producción, la mayor parte de ella dedicada al comentario de la Suma Teológica .
Su obra jurídica por excelencia es el Tratado de las leyes y de Dios legislador .
Habla de la ley y no del Derecho. La ley es un acto de la inteligencia y de la voluntad
en síntesis inseparable (superación del voluntarismo y del racionalismo incipiente). Su fin
es el bien común en general y el bien del sujeto obligado a cumplirla. Los requisitos
intrínsecos son tres: justicia, estabilidad y promulgación suficiente. A la ley natural la
concibe como formalmente inmutable, que no admite derogación o cambio, pero
materialmente susceptible de "mudanza impropia", o sea que puede mudar la materia
misma de la ley (ejemplo: el padre deja de ser padre por la muerte del hijo).
La ley natural es, nuevamente, la participación de la ley eterna en la criatura racional.
En cuanto está en nosotros, no sólo juzga el mal, sino que también obliga (no es
meramente indicativa, como para Vázquez) a evitarlo y, en este sentido, es una señal de
la voluntad divina que prohíbe el acto malo.
La divina voluntad al crear el mundo y conservarlo en orden a sus fines no puede
menos de tener providencia de él, conforme a su bondad y sabiduría, y al haber querido
tener súbditos con uso de razón no pudo sino ser legislador de ellos, al menos en aquellas
cosas que son necesarias para la honestidad natural de las costumbres. La ley natural
comprende todos los preceptos o principios morales que tienen evidente honestidad,
necesaria para la rectitud de las costumbres, de suerte que los opuestos contienen
evidente desorden moral o malicia.
La filosofía política suareciana, presente en el pensamiento político español ulterior,
parte del principio clásico de la sociabilidad natural. La comunidad política es una
sociedad perfecta que, en cuanto tal, necesita naturalmente de la potestad o autoridad
en quien tiene el gobierno y dirección a fin de procurar el bien común.
El poder no viene de los hombres sino de Dios, porque antes que aquéllos se
congregaran en un cuerpo político no residía en cada uno de ellos total ni parcialmente.
Viene inmediatamente de Dios. Los hombres son la materia de la comunidad política, a
la que Dios le da la forma otorgándole esa potestad por Derecho natural. Es decir, que
para Suárez, el poder es connatural a la sociedad; que el poder es dado por Dios, no por
un acto especial sino como propiedad que sigue a la naturaleza. Dada la sociedad, por
Derecho natural le sigue el atributo del poder.
La autoridad no pertenece a ninguna persona determinada (contra la teoría del
derecho divino de los reyes), sino que les toca a todos establecer el régimen de gobierno
y confiar la autoridad a la o a las personas elegidas. La forma de gobierno la determinan
libremente los gobernados. Aunque prefirió el régimen monárquico opinó que los otros no
son malos y pueden ser buenos y útiles.
El poder del gobernante está limitado por la ley natural. Además, puede serlo por el
arbitrio de los hombres y el pacto con la comunidad (constitución). La comunidad, en su
totalidad, tiene y puede ejercer el derecho de resistencia cuando el gobernante abusa del
poder con daño manifiesto del Estado.
Como resumen de las doctrinas de la Segunda Escolástica cabe señalar los siguientes
principios:
a ) unión indisoluble del Derecho con la justicia;
b ) subordinación del Derecho positivo al natural y divino;
c ) no obligatoriedad de la ley injusta;
d ) fundamento de la política en la moral (antimaquiavelismo);
e ) limitación natural y positiva de la autoridad;
f ) fundamento de la comunidad internacional en una concepción universal del
Derecho.
Estas doctrinas ejercieron profunda influencia en la filosofía del Derecho, la ciencia
política, el Derecho internacional, el Derecho penal (§ 266-267 y 279) y el Derecho civil
(§ 221).
ILUSTRACIÓN
42. El siglo XVIII es conocido como el siglo de la Ilustración. Según la definición de
Immanuel Kant, "la Ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad, debida a su
propia culpa. Minoría de edad e incapacidad para servirse, sin ser guiado por otros, de sí
propiamente".
Fue éste un vasto movimiento social, no sólo cultural (el primero que trascendió el
círculo reducido de los intelectuales), que tuvo como medios de difusión los salones, la
prensa (libros, folletos, revistas) y las logias, que abarcó toda Europa conmovió los
cimientos de la sociedad tradicional.
Con miras a sus manifestaciones en el campo del Derecho, puede ser caracterizado
con las siguientes notas:
a ) Antidogmatismo y criticismo . Esta cualidad de la Ilustración (o de su ideología, que
es el Iluminismo) ha sido descompuesta en tres aspectos:
1) aceptación de la investigación científica y de sus resultados aun a riesgo de chocar
con las opiniones corrientes;
2) lucha contra la superstición y los prejuicios, en especial los que conducen a
cualquier forma de opresión e injusticia, y
3) reconstrucción y examen crítico de todas las creencias básicas.
Frente a la tradición adoptó una posición antitética (iconoclasta). El saber tradicional
estaba fundamentado en el principio de autoridad, principio que se apoyaba en la
revelación (Biblia) o en creencias irracionales a juicio de los ilustrados.
En cuanto al problema de la posibilidad del conocimiento, la Ilustración fue
antidogmática. No reconoció ninguna verdad que no fuera susceptible de confirmación
racional, de confirmación por la razón universal. La razón era la encargada de revelar la
verdad y de denunciar el error. De ella dependía toda la ciencia y toda la filosofía.
Sólo la crítica metódica del conocimiento podía garantizar su verdad. Por eso
emprendió la crítica de todo lo conocido, la crítica universal. Absolutamente todo
(literatura, moral, política, filosofía) era susceptible de ser criticado (criticismo). La crítica
fue, pues, la actitud típica de la época.
Tuvo su expresión cabal en la filosofía kantiana con las tres críticas: Crítica de la razón
pura , Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio .
Puesta de moda y ejercida en todos los tonos, incluso el irónico y burlón, la crítica se
volvió vulgar. El escritor español satírico José Cadalso incluyó la crítica en sus lecciones
de "erudición a la violeta" como una de las ciencias que signaban el siglo.
La filosofía tradicional fue uno de sus blancos. El "padre de la Ilustración española", el
benedictino Benito Jerónimo Feijóo, dijo en su Teatro crítico que "la senectud de los
hombres puede hacer los hombres más sabios; pero no a los escritos la senectud de los
mismos escritos. En ningún libro se hallará más ciencia, diez años después que se
escribió, que la que contenía en aquel momento, en que acabó de formarle su artífice.
Es, pues, conforme a razón, que a la doctrina de los hombres grandes, que florecieron
en los siglos anteriores a nosotros, concedamos toda aquella deferencia que merecen,
como grandes, pero acordándonos siempre de que fueron hombres. La antigüedad no
los ha deificado. Pudieron errar algo, como hombres, cuando escribieron; y si dejaron tal
cual yerro en sus escritos, cuando salieron de esta vida, es cierto que no lo enmendaron
después. ¿Qué persuade todo lo dicho, sino que en las disputas debe preferirse la razón
a la autoridad?".
El mismo criterio antidogmático se aplicó al Derecho romano, invocado
tradicionalmente con valor de autoridad. Pablo de Mora y Jaraba (Tratado crítico. Los
errores del Derecho civil ) escribió por su parte:
"Nosotros vivimos, y hemos vivido con tal abatimiento, y abandono del racional
albedrío, que sin más fundamento que decirlo Papiniano, Ulpiano, Paulo, y los demás
jurisconsultos antiguos, defendemos tan tercamente sus opiniones, como si fueran
dogmas infalibles de fe. Y de aquí viene que los más principios subalternos de la
jurisprudencia los suponemos, y no los examinamos, siendo muchos de ellos indignos,
no sólo de hombres que profesan las ciencias, sí también de los que sólo están asistidos
de una luz natural".
Una de las manifestaciones típicas del abuso del principio de autoridad por parte de
los juristas fue la mala costumbre de apoyar sus proposiciones o tesis en largas cadenas
de citas. Simón de Viegas ridiculizó esta práctica en su comedia El rábula (1803):
Esa metralla de citas,
ese cúmulo indigesto
de sentenciones y glosas,
ese abuso o sacrilegio
que se comete, truncando
y violentando los textos
de la Escritura; ese flujo,
ese comezón inquieto
de emborronar los papeles,
sin dejarse en el tintero
(venga o no venga al asunto)
algún verso de Terencio,
alguna ley de Licurgo,
de Minos, con otros cuentos,
es la señal más segura
de ser un hombre un completo
rábula, y el más pedante
de los pedantes sin seso .
b ) Paso del cartesianismo al empirismo. Si el Iluminismo fue racionalista frente al
problema de la posibilidad del conocimiento, fue antirracionalista (anticartesiano) frente
al de su origen.
El siglo XVII había considerado, de acuerdo con Descartes (§ 40), que sólo existía
verdadero conocimiento filosófico cuando el pensamiento alcanzaba deductivamente,
partiendo de una certeza fundamental o axioma, la misma certeza con respecto a los
saberes derivados. El Iluminismo se apartó de Descartes para adherirse a la filosofía
empirista de "el sabio Locke", convertido en la nueva autoridad. Por excepción, algún
pensador francés, como Malebranche, permaneció fiel a Descartes.
El viaje de Voltaire a Inglaterra despertó la admiración del continente europeo hacia
su filosofía empirista. Francia fue la intermediaria ante el resto de Europa. Los sabios del
siglo repitieron, entonces, que la naturaleza es racional, que la razón es natural y
establecieron un perfecto acuerdo entre Naturaleza y Razón.
Ernesto Cassirer demuestra cómo los iluministas renunciaron al estilo de pensar del
siglo XVIII, es decir, al estilo matemático (método axiomático-deductivo), para formar su
propio modelo extraído de la ciencia natural de su tiempo.
Dice que "se trata de resolver la cuestión central del método de la filosofía, no ya
volviendo al Discurso del método de Descartes, sino, más bien, a las reglas
philosophandi de Newton [empirista, como su connacional Locke]... El camino nos lleva,
por lo tanto, no de los conceptos y principios a los fenómenos, sino al revés. La
observación es el datum, lo dado, el dato; el principio y la ley es el quaesitum , lo buscado
[método inductivo]... No se buscan el orden, la legalidad, la ‘ razón'como una regla que
se pueda captar y expresar ‘ antes' de los fenómenos, como su a priori ; más bien, se
muestran en ellos como la forma de su vinculación íntima y de su conexión inmanente. Y
no se procura anticipar esta ‘ razón' con la forma de un sistema cerrado, sino que se la
hace desplegar poco a poco del conocimiento progresivo de los hechos".
Por consiguiente, las matemáticas, que se contentan con desarrollar por deducción
unos principios innatos, divorciados de la realidad, fueron desplazadas por las ciencias
naturales, elevadas al primer puesto del conocimiento científico. La geología, astronomía,
física, paleontología, biología (término que acuñó Lamarck) gozaron de las mayores
preferencias.
Juan Locke (1632-1704) inculcó al Iluminismo varias de sus ideas:
1) su empirismo, que le hacía sostener que todas las ideas nacen de la experiencia
externa o sensación o de la experiencia interna o reflexión, que el conocimiento no es
sino la relación entre los datos que aprehendemos en nosotros, que la verdad es la
coherencia de esta relación; y 2) su antihobbesianismo , al afirmar la sociabilidad natural
del hombre, la existencia de los derechos naturales en el estado de naturaleza y la
celebración del contrato para constituir la sociedad política sobre la base de la división de
poderes con el fin de preservar esos derechos.
Hasta la aparición de Kant, el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke fue el
libro de cabecera de la filosofía, un accesorio indispensable de la moda intelectual.
Una expresión genuina de las ideas filosóficas de la Ilustración europea fue Immanuel
Kant (1724-1804), aunque en Alemania, su patria, estuviera alistado en el idealismo (§
64) que sucedió a la Ilustración identificada con Wolff (§ 41).
Intentó conciliar el racionalismo con el empirismo. Su fórmula consistió en distinguir en
el conocimiento un elemento material y un elemento formal. La materia del conocimiento
la dan las sensaciones (a posteriori ), que son producto de la experiencia. Estas
sensaciones, sin embargo, carecen de conexión entre sí, se presentan en nuestro espíritu
desordenadamente. Para poner orden en este caos, nuestro pensamiento relaciona los
contenidos de las sensaciones entre ellos sirviéndose de las formas de la conciencia, que
nos son innatas (a priori ).
Las formas de la conciencia son de dos clases: a ) las formas de la intuición sensible
(espacio y tiempo, que hacen posible, incluso, la experiencia, porque no se puede pensar
objeto alguno sin ubicarlo en esas dos dimensiones), y b ) las formas del intelecto o
categorías (causa-efecto, sustancia-accidente, unidad-pluralidad-totalidad, posibilidad-
imposibilidad).
De modo que si la materia del conocimiento tiene un origen empírico su forma lo tiene
racional. Tan pronto como intentamos conocer las cosas las introducimos en las formas
de la conciencia y, entonces, ya no tenemos la cosa en sí (nóumeno ), que es inconocible
y sólo pensable, sino la cosa tal como se nos aparece (fenómeno, del griego
"apariencia"). Nuestro conocimiento es, pues, de fenómenos.
Aunque la filosofía se volvió hacia el empirismo, las ideas jurídicas siguieron siendo
las del iusnaturalismo racionalista. No se puede ignorar, empero, la crítica implícita a la
concepción universalista absoluta del Derecho natural del siglo XVII que contiene una
obra famosa como es el Espíritu de las leyes de Montesquieu, con su derivación del
Derecho del espíritu de la época y de la geografía. Es decir, que también se declaró un
divorcio entre el iusnaturalismo racionalista, con su base filosófica matemática, y la nueva
ciencia experimental o positiva exaltada por la Ilustración.
c ) Intelectualismo optimista . Los ilustrados creyeron como Locke en la bondad natural
del hombre. Tuvieron una confianza ilimitada en la ciencia, por la que juzgaron posible
alcanzar el gran objetivo de la felicidad presente (cientificismo ). Ya Leibniz había
expresado esta idea: "Nada más útil para conseguir la felicidad que la luz del intelecto,
así como ejercitar la voluntad en actuar siempre según el intelecto". El espíritu del siglo
estaba consustanciado con una idea del progreso impulsado por el esfuerzo racional, con
una razón dominadora de la naturaleza y de la historia que ordenaba las instituciones de
manera sistemática.
El optimismo en la capacidad de la ciencia se trasladó al futuro de la humanidad.
Mediante la ilustración de los gobernantes y del pueblo los ilustrados estaban
convencidos de que se podrían resolver cuantos problemas morales y materiales
acosaban al hombre.
Escribe Luis Sánchez Agesta (El pensamiento político del despotismo ilustrado ) que
la nueva nobleza del espíritu que eran los ilustrados, por oposición a la ociosa y
decadente nobleza tradicional, miró con desprecio los errores y supersticiones del pueblo
perpetuados en tradiciones pero al mismo tiempo aceptó con un tesón inquebrantable el
cumplimiento del deber público que toda aristocracia implica y que en su caso era el de
"ilustrar". Éste fue el vínculo que unió a la minoría directiva y reformadora con la masa
del pueblo.
Jeremías Bentham (1748-1832), fundador del utilitarismo, hizo depender la felicidad
de la reforma social, política y económica "obra de la razón y la ley".
d ) Transformación de la sociedad . La ideología ilustrada fue una ideología militante
que persiguió la consecución de fines prácticos: la sustitución del orden tradicional, del
mundo imperfecto hecho por la historia por una ordenación racional impuesta por el
legislador. La racionalidad de las decisiones jurídicas se insertaba en el ideal de una
sociedad organizada por la razón. La teoría de la legislación (§ 61) fue el instrumento
principal, en ese orden de cosas, puesto al servicio del ideal ilustrado.
En lugar del desorden feudal, se trató de establecer un orden y la crítica fue el primer
paso para acceder a él. Mediante la crítica se buscó analizar y disolver las instituciones
tradicionales para encarar su posterior reconstrucción conforme a nuevos criterios
racionales y sistemáticos.
El cambio social se canalizó, de hecho, a través de dos vías: reformista
moderada, representada por Montesquieu, que permitió que el programa ilustrado fuera
asumido, al menos en parte, por las monarquías reinantes (absolutismo ilustrado: Prusia,
Rusia, Austria, España), y revolucionaria , representada por la llamada segunda
generación ilustrada, la de los enciclopedistas franceses (D'Alembert, Diderot, Rousseau,
Mably) y sus discípulos, escépticos frente a la monarquía, la religión y las instituciones
tradicionales en general, que desbordó el primitivo cauce reformista y tomó la forma
catastrófica de la Revolución Francesa.
En España, en medio de una crisis espiritual acicateada por las lecturas francesas y
la conciencia de una profunda decadencia material triunfó la tendencia reformista con
Jovellanos, Aranda, Floridablanca, Campomanes, Gálvez, sin perjuicio de la adopción de
algunas medidas revolucionarias (ejemplo, expulsión de la Compañía de Jesús, 1767).
Fueron los mismos tenedores del poder, los ministros y consejeros regios quienes
usufructuaron la voluntad del rey para imponer los cambios.
La Ilustración española bajo los reinados de Carlos III y Carlos IV, que se constituyeron
en los nervios de la reforma, abrió nuevos cauces a la economía, la estructura social, la
administración, la educación, sin afectar el Trono ni la Iglesia, excepto el patrimonio
eclesiástico (§ 222) y su independencia administrativa (regalismo).
Todas estas reformas se subordinaron a una fundamental: la económica. Por medio
de la remoción del orden vigente se abrigó la esperanza de alcanzar el progreso
económico y, con él, la recuperación de la grandeza de España y la felicidad de los
españoles. Es por eso que en lugar de las carreras literarias tradicionales se exaltaron la
técnica y las ciencias "útiles" (exactas y naturales); se destacó el valor fundamental de la
agricultura y la utilidad del oficio mecánico del artesano, a la vez que se tachó de inútil y
ociosa a la nobleza.
De forma paralela a la Ilustración española se desarrolló la portuguesa en la segunda
mitad del siglo XVIII durante los reinados de José I y de María I. La figura más
representativa del absolutismo ilustrado fue el poderoso ministro marqués de Pombal. A
diferencia de sus iguales españoles, no vaciló en imponer el terror para llevar adelante
su programa de reformas, pese a lo cual fue considerado uno de los mayores genios
políticos de su tiempo. En el Brasil fomentó la economía y la educación. Entonces se
crearon las primeras academias científicas brasileñas, mas la difusión de la obra de éstas
tropezó con la prohibición de imprimir que había en la colonia.
En Buenos Aires, en la primera década del siglo XIX, se adhirieron al programa de
reforma económica y educacional los periódicos Telégrafo Mercantil (dirigido por
Francisco A. Cabello y Mesa), Semanario de Agricultura (por Juan Hipólito Vieytes)
y Correo del Comercio (por Manuel Belgrano).
CAPÍTULO VII
PERÍODO MODERNO
B) Derecho Castellano
C) Derecho portugués
ORDENACIONES
47 bis. Portugal se adelantó a Castilla en la empresa de compilar las leyes vigentes
urgido por la necesidad de resolver el problema de la dispersión y confusión de normas.
Ante la insistencia de las cortes Juan I ordenó la tarea y, a su muerte, Alfonso V promulgó
las Ordenações Afonsinas (1446-7). La obra reunió toda clase de fuentes: leyes
generales, resoluciones regias, concordias, bulas papales, costumbres, estilos de los
tribunales, leyes de Partidas y preceptos romanos y canónicos. Su sanción fue un paso
importante hacia la unificación del Derecho.
Unas décadas después, las imperfecciones del texto hicieron necesaria su reforma. A
comienzos del siglo XVI, el rey Manuel encargó la obra a un grupo de juristas. El texto
definitivo de las Ordenações Manoelinas es de 1521. Resultó ser una actualización de las
anteriores. Mantuvo su estructura con algunas innovaciones, especialmente en materia
de interpretación de la ley y de Derecho subsidiario. Sobre esto dispusieron que a falta
de Derecho nacional, romano y canónico, y antes de acudir a la Glosa de Acursio y a la
opinión de Bartolo, se siguiese la communis opinio.
La dinámica legislativa provocó, una vez más, la desactualización del libro. Felipe I de
Portugal (II de España), titular de las dos Coronas desde 1581, impulsó la obra.
Las Ordenações Filipinas (1595) fueron el monumento legislativo más duradero como
que su vigencia se extendió hasta la codificación. En el Brasil hasta 1916, año de la
sanción del Código Civil (§ 74 bis).
Basadas en el texto anterior, le incorporaron, además de la nueva legislación
portuguesa, algunas leyes castellanas, entre ellas las de Toro. Casi todas las normas no
recopiladas resultaron derogadas.
De las leyes posteriores se destaca la "Ley de Buena Razón" (1769), inspirada por el
marqués de Pombal. Según ésta, los litigios debían ser juzgados, ante todo, por las leyes
patrias y el estilo de la corte, siempre que lo aprobase la Casa de Suplicación, que era el
tribunal supremo del reino. Para que la costumbre valiese como fuente de Derecho tenía
que llenar los siguientes requisitos: ser conforme a la buena razón (o sea, a la recta razón
del racionalismo), no oponerse a la ley y tener más de cien años de antigüedad.
El Derecho romano sólo se aplicaría como Derecho subsidiario cuando fuese conforme
a la buena razón, pero en ningún caso se aplicarían la Glosa de Acursio, la opinión de
Bartolo ni la communis opinio. En materias políticas, económicas, mercantiles y
marítimas sería Derecho subsidiario el de las naciones cristianas "iluminadas". Relegó el
Derecho canónico a los tribunales eclesiásticos.
CAPÍTULO VIII
PERÍODO MODERNO
D) Derecho indiano
El primer virrey, Blasco Núñez Vela (1544), que llegó con la misión de aplicar las leyes
de abolición de las encomiendas (Leyes Nuevas, de 1542
§ 412), encontró la región convulsionada por la guerra civil que sostenían los partidarios
de Pizarro con los del conquistador de Chile, Diego de Almagro, y fue muerto. Entre sus
sucesores, presidentes gobernadores unos y virreyes otros, Pedro de La Gasca y
Francisco de Toledo fueron los pacificadores del Perú, y Toledo —además— el
organizador del virreinato.
Las exploraciones atlánticas estuvieron a cargo, entre otros, de Juan Díaz de Solís,
descubridor del río de la Plata (Mar Dulce, 1516), y de Hernando de Magallanes,
descubridor de la Patagonia y del estrecho de Todos los Santos (1520). Pedro de
Mendoza, primer adelantado del Río de la Plata, fundó Buenos Aires (Santísima Trinidad,
1536) y Domingo Martínez de Irala la Asunción del Paraguay (1537), que pasó a ser la
capital de la gobernación del Río de la Plata.
Creada la gobernación del Tucumán (1563) en el territorio dependiente hasta ese
momento —lo mismo que Cuyo— de la gobernación de Chile, se incorporó en lo judicial
a la Audiencia de Charcas y en lo político al virreinato del Perú. Tras la segunda fundación
de Buenos Aires por Juan de Garay (1580) se sintió la necesidad de dividir la extensa
provincia rioplatense. Se erigieron así (1617) las gobernaciones del Paraguay, con la
capital en la Asunción, y la del Río de la Plata, con jurisdicción sobre las ciudades de
Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires y la capital en esta última.
La capital de la gobernación del Tucumán era Santiago del Estero, como ciudad más
antigua (1553), hasta que a fines del siglo XVII se trasladó a Salta. En Santiago del Estero
se estableció, también, la primera sede episcopal del actual territorio argentino.
El corregimiento de Cuyo, con las ciudades de Mendoza, San Juan y San Luis, siguió
dependiendo de la provincia de Chile, cuyos presidentes o gobernadores nombraban a
los corregidores que lo regían. En el siglo XVIII se establecieron las gobernaciones de
Montevideo (1749), Malvinas (1766) y Misiones (1767).
Portugal, al tener noticia del primer viaje de Colón, reclamó derechos sobre las islas
descubiertas. El pleito con Castilla derivó en el Tratado de Tordesillas (1494), según el
cual el océano Atlántico se dividió por un meridiano que corría a 370 millas náuticas al
oeste de las islas de Cabo Verde, La porción oriental pertenecería a Portugal y la
occidental a España.
Pedro Álvarez Cabral descubrió el Brasil en 1500 mas sólo a partir de 1530 la Corona
lusitana hizo los primeros intentos de colonización. Impedida de asumir la empresa en
forma directa adoptó una solución feudal. Dividió el territorio en quince capitanías y las
cedió con carácter hereditario a militares y funcionarios que le habían prestado servicios,
con amplios poderes de gobierno y justicia.
El fracaso, en el corto plazo, de ese sistema llevó al rey a establecer otro centralizado,
que a la vez que permitía la defensa del territorio
supervisaba a los capitanes, que desde entonces fueron perdiendo poder. Tomé de
Sousa fue el primer gobernador general (1548). Lo acompañó un oidor general, Pero
Borges. La capital fue situada en San Salvador de Bahía. En situación independiente del
gobernador general del Brasil quedó el de Marañón.
La penetración en el interior del país fue obra, sobre todo, de los bandeirantes, que
desde San Pablo organizaban expediciones para buscar riquezas y cautivar indios. Los
indios fueron libres, en principio, pero se permitió esclavizarlos por guerra justa y rescate,
unas causales que resultó fácil alegar. En 1755 fueron derogadas estas excepciones y
ratificada la libertad de los indios.
Entre 1581 y 1640, las Coronas de España y Portugal se unieron en la cabeza de los
reyes españoles Felipe II y Felipe III (I y II de Portugal). Aquél fundó por primera vez en
la metrópoli instituciones gubernativas específicas para las colonias, entre ellas el
Consejo de las Indias (1604). Además fijó en Bahía un tribunal de apelación (Relação ,
1609). Hacia esos años los holandeses ocuparon la parte más rica del Brasil. En 1640
Portugal se independizó de España, asumiendo el trono la dinastía de Braganza.
Los gobernadores generales y capitanes generales, que incidentalmente recibían el
título de virrey a causa de su nobleza y de la importancia de su persona, no del cargo que
ejercían, se llamaron así desde 1763. En ese mismo año la sede del gobierno del Brasil
se trasladó desde Bahía a Río de Janeiro. El virrey de Río de Janeiro presidió el Tribunal
instituido allí (1751) por separación del de Bahía.
La política de expansión comercial de los portugueses había llevado al gobernador del
Sur, Manuel Lobo, a fundar la Colonia del Sacramento en territorio español (1680).
Después de sucesivos tratados y acciones bélicas el Tratado de San Ildefonso (1777)
devolvió a España la Colonia pero a cambio de Santa Catalina, Río Grande y las misiones
jesuíticas orientales.
El secular conflicto con Portugal movió a Carlos III a fundar el cuarto y último de los
virreinatos españoles, el del Río de la Plata (1776), a expensas del virreinato del Perú (el
Alto Perú, Banda Oriental, Paraguay, Río de la Plata y Tucumán) y de la capitanía general
de Chile (Cuyo). Nombró a su frente a Pedro de Cevallos. Medio siglo antes se había
erigido el anterior virreinato en Nueva Granada (1717).
La Real Ordenanza de Intendentes del Río de la Plata (1782) le dio forma definitiva al
territorio. Quedó dividido en la superintendencia de Buenos Aires; las intendencias de
Asunción del Paraguay, Córdoba del Tucumán (con La Rioja y Cuyo), Salta del Tucumán
(con Catamarca, Jujuy, San Miguel de Tucumán y Santiago del Estero), Charcas, Potosí,
Cochabamba y La Paz, y los gobiernos político-militares de Misiones, Montevideo, Moxos
y Chiquitos.
A mediados del siglo XVII, Buenos Aires había sido sede de una audiencia (1663-
1672). Coronando la nueva organización, se restableció el tribunal (1783), que compartió
con el de Charcas —cada uno en el distrito respectivo— el ejercicio superior y control de
la administración de justicia en el virreinato.
DERECHOS INDÍGENAS
57. Hablo de Derechos indígenas en plural y no en singular de Derecho indígena. Es
así porque las culturas aborígenes que poblaban el Nuevo Mundo fueron múltiples y
tuvieron distintos grados de civilización y costumbres, aunque a menudo el legislador
español, por desconocimiento de la realidad, tendió a considerarlas como costumbres
generales. Fue, por otra parte, un Derecho de costumbres o un Derecho impuesto, legal,
pero —en apariencia— no escrito, como sucedía, por ejemplo, en el Imperio de los Incas.
La acción de los teólogos, como Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas, en
favor de los indios fue lo que movió a la Corona a tomar en cuenta sus costumbres. Las
Casas reclamó para los naturales "un orden cristiano, asentando justas leyes y fueros y
buenas costumbres donde faltase, y aprobando y declarando y confirmando las que,
justas y razonables, tuviesen, y vituperando y prohibiendo las irracionales y malas, y todo
lo demás que concierne la justa y legítima gobernación".
Clérigos y juristas se compenetraron cada vez más de la necesidad de respetar las
costumbres de los aborígenes y de no hacer nuevas leyes hasta conocer bien su
idiosincrasia. Por otro lado, se lamentaron de que se las hubieran quitado sin haberles
dado nuevas leyes porque la consecuencia era que vivían sin un orden ni el otro.
Por esta razón Carlos I (1555), con relación a los indios de la Verapaz, en
Centroamérica, aprobó y tuvo por buenas las buenas leyes y buenas costumbres que
tenían antiguamente para su gobierno y las que hicieron y ordenaron de nuevo con la
reserva de añadirles lo que le pareciese conveniente. Esta declaración supuso un
reconocimiento global del Derecho indígena, la sujeción al principio de la personalidad
del Derecho (§ 92).
Salvo la religión, el Derecho natural y la jurisdicción del rey, el criterio fue respetar las
"buenas leyes y buenas costumbres" indígenas. El soberano se reservó el derecho de
hacerles añadidos pero no de derogarlas.
La Recopilación de 1680 fijó el criterio definitivo y general en el asunto. Además de
mandar a las autoridades que "reconozcan con particular atención" el orden y forma de
vivir de los indios, dispuso que "las leyes y buenas costumbres que antiguamente tenían
los indios para su buen gobierno y policía, y sus usos y costumbres observadas y
guardadas después que son cristianos, y que no se encuentren con nuestra sagrada
religión ni con las leyes de este libro, y las que han hecho y ordenado de nuevo, se
guarden y ejecuten; y siendo necesario, por la presente las aprobamos y confirmamos,
con tanto que nos podamos añadir lo que fuéremos servido y nos pareciere que conviene
al servicio de Dios nuestro señor y al nuestro, y a la conservación y policía cristiana de
los naturales de aquellas provincias, no perjudicando a lo que tienen hecho, ni a las
buenas y justas costumbres y estatutos suyos".
De conformidad con esta ley, la vigencia del Derecho indígena quedó subordinada a
la religión cristiana, al Derecho natural, a la jurisdicción del rey y a las leyes de la
Recopilación. El nuevo criterio fue de subordinación del Derecho indígena al Derecho
indiano.
Por oponerse a alguna de dichas premisas fueron expresamente abolidas costumbres
tales como la poligamia, la antropofagia ritual, la esclavitud de indios por sus caciques y
la muerte de indios para ser enterrados junto con los caciques difuntos.
Entre las costumbres que subsistieron, a veces modificadas por el Derecho indiano,
figuraron el cacicazgo (gobierno del señor indígena sobre la tribu), la comunidad de
bienes (propiedad colectiva), el tambo (depósito de provisiones situado en los caminos),
la obligación de trabajar, el servicio de correo (chasqui).
El Derecho indígena se aplicó, fuera por las autoridades españolas o por las propias
autoridades aborígenes, solamente a los indios. Es decir que de las dos repúblicas o
comunidades que coexistían en el Nuevo Mundo, la de los españoles y la de los indios,
únicamente integró el ordenamiento jurídico de la segunda.
Por excepción, el Derecho indiano extendió a los españoles la observancia de alguna
ley o costumbre indígena. Un ejemplo es el de la división y reparto del agua (§ 400).
Dentro de la república de los indios, el Derecho se aplicó, desde la Recopilación y en
principio de conformidad con el siguiente orden de prelación:
1) Derecho indiano;
2) costumbres indígenas admitidas, y
3) Derecho castellano.
El criterio era el mismo que se había seguido en España con los fueros (§ 32), a los
cuales se asimilaron los usos y costumbres de los indios. En defecto de la legislación real,
representada en el Nuevo Mundo por las leyes de Indias, se acudía a los usos y
costumbres de la tierra. Sólo en subsidio de éstos pudo recurrirse al Derecho castellano.
Sin embargo, aun después de la Recopilación, hay indicios de que las "buenas
costumbres" de los indios, p. ej., en materia de sucesión de los cacicazgos (§ 249),
prevalecieron sobre las leyes indianas.
BRASIL
59 bis. Hasta mediados del siglo XVIII, aun cuando regía en el Brasil el Derecho
portugués, hubo un predominio del local, favorecido por la gran autonomía con que
actuaron los colonizadores ante la debilidad del poder real. Ese Derecho local estuvo
constituido por la costumbre, las capitulaciones y cartas de donación, estatutos
(regimentos ) reales y las normas emanadas de las cámaras municipales (cabildos).
Estas cámaras fueron una forma de gobierno espontáneo, surgido de la necesidad de la
minoría blanca de afianzar su supremacía.
El estatuto dado al primer gobernador general (1548) previó que, en el caso de suceder
cosas no resueltas por él, "consultaréis con mis oficiales y con cualesquier otras personas
que viéreis y que en ellas os puedan dar información o consejo, y con su parecer
procederéis, y si vuestro parecer fuera diferente del suyo, tendré por bien que se haga lo
que vos ordenaréis, y de tales cosas se labrará un acta, en la que se declarará las
personas con las consultas y parecer de ellas, y el vuestro, para que me enviéis con las
primeras cartas".
En la era pombalina (desde 1750) se buscó imponer la autoridad del rey centralizando
el gobierno y la producción del Derecho. Se aumentaron las atribuciones de los virreyes
de Bahía-Río y Marañón, y el rey designó jueces foráneos (de fora ), letrados formados
en Coimbra que participaron en las reuniones de las cámaras y controlaron a los jueces
legos. Además, los tribunales ‘da Relação' (§ 49) aplicaron la legislación metropolitana.
Pese a todo, los factores particularistas no desaparecieron. Por otra parte, la ausencia de
universidades fue un obstáculo para que naciera una ciencia jurídica vernácula.
La influencia de las costumbres indígenas y negras en el Derecho oficial, a causa del
escaso desarrollo de estas culturas, fue —según varios historiadores— nula. Empero,
tanto este aspecto como los demás están por investigarse casi en su totalidad.
CAPÍTULO IX
PERÍODO CONTEMPORÁNEO
A) Ideas jurídicas *
CODIFICACIÓN
61. El proceso de renovación de la ciencia del Derecho que se inició con el humanismo
y prosiguió con el iusnaturalismo racionalista desembocó a fines del período Moderno en
la codificación.
La palabra código (del latín codex ) sólo desde el siglo V fue usada para designar,
específicamente, un "libro de leyes" (el Código Teodosiano). Anteriormente se refería a
cualquier clase de libro y, más atrás aún, al tronco de árbol, con cuya madera (tablillas
enceradas unidas por anillos o cordones) se hacían los dípticos, trípticos o polípticos en
los cuales se escribía. Es decir que la palabra se usó primero para nombrar el material y
después la forma para concluir con un libro determinado: el de leyes. Desde que
Justiniano promulgó su Código el término no se volvió a usar en Occidente con esta
acepción hasta los tiempos modernos. El único código existente en esos siglos
intermedios fue el de Justiniano. Los otros libros de leyes (de Eurico, Recesvinto, las
Partidas, etc.) no llevaron ese nombre. Su aplicación a los mismos es obra de los autores
modernos.
El sentido de la codificación moderna está expresado, entre otros textos, en el
siguiente de uno de los antecesores del Código Civil francés, Juan Jacobo Cambacérès:
"Hoy que todo ha cambiado en el orden político, resulta indispensable sustituir las
leyes antiguas por un código de leyes simples, donde la redacción facilite la inteligencia,
y que sea a la vez el principio de la felicidad social y de la salvaguardia de la moral
pública... Allí donde los jueces ya no son legisladores, no es suficiente asegurar la
autoridad de las leyes por la justicia: es además necesario que las mismas se dispongan
de manera que descarten la duda a través de la claridad, que eviten las excepciones a
través de la previsión".
CONSTITUCIONALISMO
62. Una de las características del Derecho occidental del siglo XIX fue el
constitucionalismo, en realidad un capítulo del vasto proceso de la codificación, referido
al Derecho público. Éste se desarrolló a partir de los precedentes norteamericano
(Constitución de Filadelfia, 1787), polaco (1791) y francés (constituciones de 1791 y 1793)
como un requisito sine qua non del Estado liberal de Derecho, que implicó un "gobierno
de leyes, y no de hombres", como rezaba la fórmula de los revolucionarios
norteamericanos.
No es que la idea de constitución no se hubiera tenido antes, que fuera completamente
extraña al Antiguo Régimen. En sentido genérico y material (no específico ni formal), el
concepto de constitución era familiar a Occidente desde la Antigüedad clásica.
Aristóteles, interesado en el estudio de las constituciones griegas, definió la constitución
política como ordenación de la sociedad y norma fundamental, jerárquicamente superior
e inspiradora de las leyes.
En la Roma imperial se llamó constituciones al conjunto de disposiciones escritas
emanadas del emperador (§ 83). Expresiones como las de "constitución castellana" y
"constitución indiana", utilizadas en el sentido aristotélico de leyes fundamentales, eran
corrientes en los respectivos siglos.
Lo que nació a fines del siglo XVIII fue el concepto racionalista-liberal de constitución
codificada —como una aplicación más de la ideología de la codificación— y con él el
constitucionalismo moderno. Dijo uno de los fundadores de la ciencia del Derecho
constitucional, Peregrino Rossi, que no hay Estado que no tenga una constitución, buena
o mala, pues todo lo que existe tiene una manera de existir, pero que para dicha ciencia
sólo puede definirse como tal la ley de los países libres que han llegado a la organización
de un pueblo en el goce de sus libertades. En rigor, el constitucionalismo liberal sólo
reconoció como constitución a la que realizaba el programa del Estado liberal-burgués.
Las bases del constitucionalismo fueron:
a) el principio de la soberanía del pueblo. Ya no cabía un ejercicio del poder como un
derecho personal, en nombre propio, como en el Antiguo Régimen, sino que toda
autoridad sería desempeñada en nombre del pueblo y por su delegación. Ésta nunca
podría ser de toda la soberanía sino limitada;
b ) la creencia en la posibilidad de la planificación de la vida política;
c ) la distinción entre poder constituyente y poderes constituidos hecha por Sieyès, en
el sentido de que quienes ejercen el primero están puestos en el lugar de la nación misma
y no constreñidos a las formas constitucionales sobre las cuales tienen que decidir;
d ) la distinción material y formal entre leyes fundamentales o constitucionales y leyes
ordinarias. Junto a los métodos ordinarios de legislación hay uno especial, más
dificultoso, para la reforma de la constitución;
e ) la expresión escrita de la constitución como garantía de un orden jurídico objetivo
y permanente;
f ) la codificación del texto constitucional, o sea su articulación sistemática en un
cuerpo único;
g ) la incorporación a éste de una declaración de derechos y garantías en sentido
natural racionalista (parte dogmática), y
h ) por oposición al voluntarismo o decisionismo absolutista la separación y
organización de los poderes (parte orgánica).
Acerca de estas dos últimas bases estableció la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano que "toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no
esté asegurada, ni determinada la separación de los poderes, carece de constitución".
La reacción tradicionalista que siguió a la Revolución Francesa (§ 64) se alejó de ese
concepto de constitución para destacar el papel de la historia en la formación de las
constituciones. José de Maistre (1753-1821, Ensayo sobre el principio generador de las
Constituciones ), uno de los máximos representantes, sostuvo las siguientes
proposiciones:
1. Que las raíces de las constituciones políticas existen antes de toda ley escrita.
2. Que una ley constitucional no es ni puede ser más que el desarrollo o la sanción de
un Derecho preexistente y no escrito.
3. Que lo más esencial, lo más intrínsecamente constitucional y verdaderamente
fundamental, jamás está escrito, y ni siquiera puede estarlo sin poner en peligro al Estado.
4. Que la debilidad y la fragilidad de una constitución están, precisamente, en
proporción directa a la multiplicidad de artículos constitucionales escritos.
Estas ideas llevaron a que al redactar las constituciones políticas no sólo se tuvieran
en cuenta los principios abstractos postulados por el liberalismo sino, además, la
constitución natural de cada pueblo trazada por su historia.
ESCUELA DE LA EXÉGESIS
63. Una de las escuelas de jurisprudencia más influyentes del siglo XIX fue la Escuela
francesa de la Exégesis, nacida como consecuencia de la codificación civil (1804) y
condicionada por su importancia política.
Si la posición de los juristas frente al Derecho positivo antes de la codificación había
sido liberal, es decir revolucionaria, después, una vez logrado el objetivo, dictado el
código ideal, se volvió naturalmente conservadora. El espíritu de los exégetas no fue otro
que el de guardar incólume el Código Napoleón y de protegerlo de cuanto peligro de
alteración pudiera amenazarlo. Cabe trazar un paralelo —desde el punto de vista del valor
autoritario de la ley— entre los exégetas y los glosadores salvando sus diferencias
metodológicas.
Los postulados básicos de la Exégesis fueron:
a ) El culto a la ley. La forma de expresión del Derecho por excelencia es la ley. Antes
de la codificación el Derecho racionalista estaba divorciado de la ley, pero desde la
promulgación del Código, Derecho y ley fueron sinónimos (positivismo legal pero referido
exclusivamente al Código francés). Ya no existía otro Derecho que ese Derecho positivo
contenido en el Código. Para el exégeta: Derecho = Código Napoleón.
La antigua ciencia de los juristas dedicada a elaborar un derecho de la razón anterior
y superior al Derecho positivo había llegado a su fin. En adelante, ella misma se había de
derivar del Código aun cuando en su fuero íntimo profesasen la doctrina metafísica acerca
del origen del Derecho. "No conozco el Derecho civil, sólo enseño el Código de
Napoleón", declaró, con intencionada exageración, Bugnet.
La doctrina pasó a ser sierva de la ley. Su misión no fue sino la de hacerla conocer. El
jurista, dijo el belga Laurent,
"no tiene ya por misión hacer el Derecho: el Derecho está hecho. No existe
incertidumbre, pues el Derecho está escrito en textos auténticos. Pero para que los
códigos presenten esta ventaja, es preciso que los autores y magistrados acepten su
nueva posición... No es verdad que el papel de los jurisconsultos se encuentra reducido;
sólo que no deben tener la ambición de hacer el Derecho al enseñarlo, o aplicarlo; su
única misión consiste en interpretarlo. A ellos no les toca el trabajo de legislar, sino al
poder legislativo. La consecuencia es evidente: haciendo el Derecho, los autores y los
magistrados usurparían al poder que la nación soberana ha investido con esa atribución".
Dentro de este esquema conceptual no se admitió, obviamente, la costumbre como
fuente del Derecho, ni siquiera con valor supletorio. Una posición coincidente con este
postulado de la Exégesis era la que había adoptado pocos años antes Bentham, al afirmar
que "todo lo que no esté en el cuerpo de las leyes no será ley. Nada debe referirse al uso,
ni a leyes extranjeras, ni al supuesto Derecho natural, ni al supuesto de gentes".
Sin embargo, los exégetas no identificaron en forma absoluta el Derecho con la ley.
Para ellos, como se desprende de sus obras:
1. El Derecho no se encontraba en cualquier ley, sino en el Código Civil, en cuanto
éste se inspiraba en un determinado cuerpo de doctrina racional.
2. El Derecho era anterior a la ley. Ésta se limitaba a declararlo según reglas de
coherencia y racionalidad.
3. No todo el Derecho estaba contenido en la ley. De allí la importante labor
desarrollada por la ciencia jurídica, aun para señalar los errores en los que había incurrido
el codificador.
b ) La interpretación de la ley por la intención del legislador. El desideratum era que el
código, por claro y sencillo, no necesitase de explicación. Se dice que al enterarse
Napoleón de la aparición del primer comentario exclamó que su Código estaba perdido.
Al no poder prescindir en la práctica de la explicación, para que los intérpretes no
sustituyeran la mente del legislador por la suya, la Exégesis procuró que se identificasen
con ella, de manera que, al menos en la ficción, no fuesen el jurista ni el juez quienes
interpretasen, sino el mismo legislador histórico (ni tampoco el actual).
Un texto no vale nada por sí mismo —afirmaron los exégetas—, sino únicamente por
la intención del legislador. Ningún método de interpretación autónoma tuvo cabida en la
escuela. Carlos Aubry denunció que
"espíritus impacientes, preocupados más por interpretar la ley a su arbitrio que por
buscar el verdadero sentido de ella, han sobrepasado los límites asignados a la
interpretación. Los profesores, encargados de impartir a nombre del Estado la enseñanza
jurídica, tienen por misión protestar, mesurada, pero firmemente, contra toda innovación
que tienda a sustituir la voluntad del legislador por una extraña".
No obstante, el liberalismo político que profesaban los exégetas, su culto a la ley y su
sometimiento a la voluntad del legislador tornaron estatista su doctrina jurídica.
La hermenéutica así concebida se convirtió en un acto de investigación histórica. Cada
vez, el jurista o el juez debían reconstruir el proceso mental del legislador. Para esto
adquirieron importancia como fuentes —si el código había sido discutido públicamente—
las actas o diarios de sesiones del cuerpo legislativo o deliberativo y los escritos
publicados por los juristas y —si no lo había sido— las notas que contuviera. Con este
objeto, se publicaron en Francia todos los antecedentes del Código Napoleón.
La Exégesis desechó como fuente de interpretación todo factor derivado de la
actualidad del intérprete. Aunque el tiempo transcurriera, se trató de impedir que su paso
alterar a la inteligencia de la ley, que había de ser siempre la misma según el principio de
la validez universal del Derecho de la razón. Si el método de interpretación de la escuela
era histórico en el sentido dicho, la materia de la ley debía ser permanente, ahistórica.
Para conseguirlo la sustrajo de la influencia de los cambios sociales.
Algunos de los más calificados exégetas fueron Juan Carlos Demolombe, decano de
la Facultad de Derecho de Caen, "príncipe de la Exégesis", el jurista más admirado de
Francia en su tiempo, y Carlos Aubry y Federico Carlos Rau, decano y profesor,
respectivamente, de la Facultad de Derecho de Estrasburgo. Ambos fueron los autores
de la obra maestra de la escuela, el Curso de Derecho civil francés , que empezó siendo
una traducción anotada del manual del alemán Carlos Salomón Zachariae, El derecho
civil francés , que en ediciones posteriores se desarrolló como obra original, totalmente
rehecha y aumentada. Otros exégetas célebres fueron Alejandro Duranton, Raimundo
Troplong y Víctor Marcadé.
Si bien la Exégesis descolló en el campo del Derecho civil, dominó todas las ramas
del Derecho codificado (mercantil, procesal, criminal).
DERECHO CIENTÍFICO
66. En 1840 Savigny comenzó la publicación de su segunda obra
fundamental: Sistema del Derecho romano actual, que inauguró la corriente del Derecho
científico o dogmática jurídica.
El entusiasmo hacia el factor histórico puesto de relieve en los años anteriores
desapareció a tal punto que ya no justificó seguir hablando de "escuela histórica":
"Al dirigir la atención hacia esta faz de la ciencia, no es que desconozcamos ni
despreciemos ninguna otra; solamente hemos creído, que por haber sido descuidado
principalmente el elemento histórico, pedía ser desde luego rehabilitado y restablecido en
sus derechos... Por otra parte, los motivos que han hecho emplear la frase escuela
histórica no subsisten hoy, y el objeto que llevaban parece haberse extinguido".
Su nueva preocupación fue esencialmente sistemática, como lo había sido en su
juventud, antes del año 1814. Así lo denota el título del libro. En este aspecto, Savigny
aparece como un continuador de la tradición científica de los humanistas y los
iusnaturalistas racionalistas. Los conceptos de evolución y de espíritu del pueblo, por
considerarlos sobreentendidos, quedaran relegados y toda su atención se dirigió a la
erección de un sistema dogmático del Derecho privado.
Una vez descubiertos los principios de Derecho por medio de la investigación histórica,
su desarrollo había de lograrse por el razonamiento lógico. Se ha escrito, en este sentido,
que estaba inconscientemente bajo el influjo de las ideas del Derecho natural racionalista
en las que había sido educado.
En estos términos expuso su idea científica del Derecho:
"Los jurisconsultos ejercen sobre el Derecho una doble acción: la una creadora y
directa, pues, reuniendo en sí toda la actividad intelectual de la nación, desenvuelven el
Derecho como representantes de esta nación; la otra, puramente científica, pues se
apoderan del Derecho, cualquiera que sea su origen, para recomponerlo y traducirlo en
una forma lógica. Esta última función de los jurisconsultos, nos los presenta en una
especie de dependencia y obrando sobre una materia determinada. Pero la forma
científica que ellos le imprimen, y que tiende siempre a desenvolver y a completar su
unidad, reobra sobre el Derecho mismo, le proporciona un procedimiento orgánico, y la
ciencia llega a ser un nuevo elemento constitutivo del Derecho".
Para la construcción del modelo científico la materia de estudio fue el Derecho romano,
Derecho imperial alemán todavía vigente (§ 29), hacia el cual Savigny y sus discípulos se
sentían profundamente atraídos. Se continuaba y completaba, así, la obra de la recepción
(se llamó "recepción tardía").
En cambio. los germanistas, grupo fundado por Karl Friederich Eichorn (1781-1854),
se inclinaron hacia el romanticismo nacionalista y el pasado jurídico germánico, llegando
a considerar que la recepción del Derecho romano había sido una desgracia nacional.
Juzgaron que la Escuela Histórica del Derecho se había alejado progresivamente del
programa inicial y que los elementos antihistóricos y antinacionales de la teoría de
Savigny eran los que preponderaban en sus discípulos. Se quejaron de que el principio
orgánico y popular cediera cada vez más su lugar a la lógica y a las dogmática jurídica.
El representante más notable de la escuela germanista fue Otto von Gierke (1841-1921).
El empleo del Derecho romano fue explicado por Savigny de la siguiente manera:
"Esta obra —el Sistema— tiene por objeto el Derecho romano; deberá, pues, limitarse
a las materias del Derecho, que proceden de un origen romano y a seguirlas en sus
desenvolvimientos sucesivos, cualesquiera que sean la naturaleza y el origen de éstos ...
El Derecho romano actual. Así, pues, no se consignarán, ni la historia del Derecho
propiamente dicho, ni las partes del antiguo Derecho extrañas a la legislación justinianea,
puesto que bajo esta última forma hemos recibido nosotros el Derecho romano, ni las
partes de dicha legislación extrañas al Derecho moderno.
" Esta doctrina, en su aplicación particular al Derecho romano, no le reconoce, como
a menudo se piensa, una autoridad sin límites, sino que estudia el conjunto del Derecho
moderno, a fin de descubrir y de fijar todo lo que tiene un origen romano cierto, para evitar
que inconscientemente seamos por él dominados; después, descomponer el elemento
romano, y si alguna de sus partes, muertas en realidad, no conservan más que la
apariencia de la vida, la elimina, abriendo así un campo más libre al desarrollo y a la
acción saludable del elemento existente.
" El objetivo era encuadrar las normas jurídicas inducidas de la experiencia —y no
deducidas de principios apriorísticos— en una estructura sistemática descubierta en esas
mismas normas y que, por consiguiente, fuera como ellas emanación del espíritu del
pueblo. El sistema dejó de tener un valor adjetivo, secundario, para ser absoluto. Sus
principios pasaron a ser principios generales abstractos de Derecho, idóneos para
cualquier situación".
En síntesis, Savigny recogió de la jurisprudencia anterior: a ) la axiomática, el sistema
y el método del Derecho racionalista teorético desde Pufendorf hasta Wolff, y b ) los
trabajos metódicos elaborados por los humanistas, en especial el usus modernus
Pandectarum (§ 37); en ningún caso para copiarlos. Rechazó: a ) el racionalismo práctico
de la codificación y
b ) la vieja ciencia del Derecho común, cuyo método exegético había perdurado en
el usus modernus , superada desde el punto de vista metodológico por escuelas
posteriores.
Bajo esta nueva concepción, la ciencia del Derecho se impuso a sí misma como objeto
exclusivo la dimensión formal —universal, general y permanente— del Derecho. Se limitó
a exponer las condiciones de realización de los métodos y reglas prácticas de la
construcción jurídica, o sea de la explicitación y sistematización del contenido de las
normas vigentes.
El modelo científico que siguió el jurista fue el de las ciencias físico-naturales. Ello
respondió a una idea del saber que —según Zuleta Puceiro— reconocía los siguientes
presupuestos:
a ) la consolidación del concepto moderno de ciencia, orientado no tanto a la verdad o
falsedad de sus conclusiones o resultados como a su carácter sistemático;
b ) la historificación del objeto del saber en virtud de una identificación de los conceptos
de Derecho y ley positiva. La ciencia del Derecho fue ciencia del Derecho positivo, de lo
que desde un punto de vista estrictamente experimental cabía verificar como Derecho
con abstracción de su contenido;
c ) el abandono de la teoría del Derecho natural entendida como ontología social,
subyacente al análisis científico;
d ) la sustitución de una lógica de problemas, propia de la jurisprudencia tradicional,
por los métodos de la lógica formal, y
e ) la definitiva separación entre teoría y práctica, y la afirmación del saber jurídico
como saber esencialmente teórico, presidido por una actitud axiológicamente neutral y
tendencialmente descriptiva.
El paradigma científico de la dogmática presentó, así, las siguientes notas
distintivas: a ) su objeto fueron las normas positivas de origen estatal y b ) su tarea
consistió en la construcción científica de un sistema conceptual capaz de dar razón de la
totalidad de la experiencia jurídica y elaborado a partir de aquellas normas.
Savigny operó con las "reglas de Derecho" abstractas establecidas por el legislador y
los "institutos jurídicos" (matrimonio, patria potestad, propiedad) que se derivan de las
relaciones de la vida o comportamientos concretos. Al jurista le asignó la misión de
superar el permanente desequilibrio que afecta a las primeras, recurriendo para ello a la
materialidad de los institutos, los mismos que en su momento debieron servir como guía
al legislador.
Sin perjuicio de las críticas certeras que recibieron algunos postulados del historicismo
jurídico (como no haber tomado en suficiente consideración las razones de conveniencia
social en la justificación del Derecho y su actitud negativa respecto de la posibilidad de
mejorarlo —fatalismo histórico—), una gran parte de la teoría jurídica posterior heredó su
conciencia de la dimensión histórica del Derecho (§ 1), unida a filosofías de acción para
el cambio derivadas de las nuevas necesidades surgidas en la sociedad.
NATURALISMO JURÍDICO
68. Se define como naturalismo jurídico a toda doctrina que considere al Derecho
como mera realidad y a la ciencia del Derecho como ciencia de la realidad cuyo método
es, por tanto, el causal (Wieacker).
La hegemonía de las ciencias naturales en el siglo XIX y la consiguiente concepción
naturalista del mundo dio lugar a que aumentara la atención prestada al contorno físico,
así como a las necesidades materiales y a las actividades físicas capaces de
satisfacerlas. El problema de la época ya no fue de índole política sino económica: a la
cuestión de la libertad política le sucedió la cuestión social (Pound). Todas las doctrinas
naturalistas coincidieron en reprocharle al Derecho científico haber supeditado la vida a
un Derecho abstracto en vez de ser el Derecho el que sirviera a la vida.
A esta nueva dirección que tomó el pensamiento jurídico en la segunda mitad del siglo
XIX contribuyó, especialmente, el fundador de la filosofía positivista, Augusto Comte
(1798-1857). Evolucionista (se sintió atraído por las teorías de Carlos Darwin), empirista
y antimetafísico, enunció la ley de los tres estados por los cuales habría pasado el
conocimiento: 1) teológico o ficticio , con explicación de los fenómenos naturales por el
influjo de divinidades o de poderes mágicos; 2) metafísico o abstracto , con explicaciones
apriorísticas, y 3) positivo o científico , con explicaciones racionales basadas en la
observación de los hechos y en la experimentación (método empírico causal). El
cientificismo positivista se vinculaba, así, con el empirismo de la Ilustración.
El fin de la ciencia es, según Comte, descubrir las leyes naturales (mediante la
observación de los fenómenos y la determinación de sus relaciones) y, por su intermedio,
dominar la naturaleza. La ciencia suprema y más perfecta era, para él, la sociología,
entendida como ciencia universal de la sociedad humana, a la que estudió con criterio
organicista (biológico). Consideró que el Derecho estaba subordinado a la sociología
(negó la autonomía del Derecho) y afirmó que debía explicarse causalmente, como una
manifestación más de la realidad.
La doctrina comtiana puso al descubierto las deficiencias de la Escuela de la Exégesis
(§ 63), que había descuidado los hechos para ocuparse única y exclusivamente del
código, así como de la jurisprudencia de conceptos, según la cual a la ciencia del Derecho
—lo mismo que al legislador— no le interesaba el movimiento social. Demostró que la ley
no es un producto arbitrario de la voluntad del legislador sino que éste obra condicionado
por una serie de factores sociales.
Participó del naturalismo jurídico la jurisprudencia de
intereses (Interessenjurisprudenz ) propugnada por Ihering en la segunda parte de su
vida intelectual y situada en una línea afín con el utilitarismo de Jeremías Bentham.
En El fin en el Derecho, Ihering abandonó la idea, sostenida anteriormente, de la
derivación lógica de las normas desde los conceptos abstractos para atender únicamente
al fin, del cual hizo depender el contenido del Derecho.
En su libro Jurisprudencia en broma y en serio se rió de la escuela que lo había tenido
por un conspicuo representante (§ 67). He aquí el pasaje:
"De quién procede esta nueva moda civilista, no lo sé; únicamente alcanzo que alguien
hasta lo construido vuelve a construirlo y llega a reconocer, en elogio de este trabajo, que
viene a ser como un piso más alto en la jurisprudencia, que se designa con el nombre de
"Jurisprudencia más elevada". En el piso inferior se ejecuta el trabajo más rudo, es decir,
que la materia prima es descortezada, batanada, macerada, en una palabra, interpretada,
para pasar después en los pisos superiores a manos del artífice civilista, quien la modela
y da forma artística. Cuando se ha logrado esto, la masa inerte se convierte en un ser
vivo; por una especie de proceso místico, se le infunde, como en la creación de Prometeo,
vida y aliento, y el homunculus civilístico, es decir, el concepto, se convierte en un ente
productor, que se desposa con sus iguales y engendra hijos".
"Los conceptos que tú ves aquí son , y con esto está todo dicho. Constituyen verdades
absolutas, lo fueron en su origen y lo serán siempre. Preguntar por su esencia y por su
razón de ser, no valdría más que preguntar por qué dos por dos son cuatro. Son cuatro;
con esto está dicho todo: no existe un fundamento de esto. Lo mismo pasa con los
conceptos: descansan en sí mismos, como verdades absolutas, y para ellos no hay
fundamentos. Lo único que con respecto a ellos les cabe a los espíritus razonadores es
profundizar en su esencia y extraer a la luz del día el cúmulo de contenido que en su
interior yace. Lo que se produzca por este procedimiento será verdad y tendrá, como toda
verdad, la legítima pretensión a una validez absoluta".
Su premisa fue que en el terreno del Derecho todo existe para el fin y en vista del fin
y que el Derecho entero no es más que la sola creación del fin. Si las normas proceden
del pasado histórico, se deben hacer revivir por la historia del Derecho los
acontecimientos que concurrieron a su formación, para descubrir en ellos el fin que
persiguieron.
Entendió por fin la realización de las condiciones de existencia de la sociedad, no sólo
de la existencia física (alimentación, habitación) sino también espiritual (religión, arte,
ciencia, sentimientos). Todas las reglas del Derecho están, en última instancia, referidas
al hombre aun cuando mediatamente lo estén a las personas jurídicas. Con estas ideas
se vincula su definición del derecho subjetivo, entendido como la satisfacción de los
intereses del titular que sean dignos de protección.
Intentó superar, así, el irracionalismo de la Escuela Histórica, haciendo depender el
factor devenir jurídico, no de las fuerzas instintivas y oscuras de las que hablaba Savigny,
sino de la voluntad humana consciente de sus fines.
Otra expresión del naturalismo jurídico consustanciada con el liberalismo político y
económico fue la representada por Heriberto Spencer (1820-1903). Bajo la influencia de
Darwin y, en cierto sentido, de la filosofía y sociología comtianas (empirismo,
evolucionismo, determinismo) partió del estudio de la conducta de los animales y, tras
comparar las costumbres de distintos pueblos, procuró determinar qué son el Derecho y
la justicia. La definición que dio es de esencia utilitarista: "Todo hombre es libre de obrar
a su arbitrio, con tal que no trabe igual libertad en cualquiera de los demás".
Entre la justicia subhumana y la justicia humana no encontró más que una diferencia
de grado en la evolución. Para él las mismas causas que obran sobre las especies
vegetales y animales obran sobre los fenómenos sociales, que vienen a quedar reducidos
a la categoría de hechos naturales, sometidos, por ende, a las leyes de la naturaleza: la
lucha por la existencia y la selección natural.
El individualismo de su doctrina se hace patente en las siguientes proposiciones,
formuladas en su libro La justicia :
"Los actos de cada hombre que constituyan su vida desde el presente y aseguren su
conservación en el porvenir, no deben ser limitados más que en cuanto esto es exigido
por el cumplimiento de actos análogos que aseguran la vida a otros hombres... Supuesto
que la justicia afirma que la libertad de cada uno únicamente se encuentra limitada por
las libertades análogas de todos; es injusto imponerle otro límite nuevo, ya emane el
poder que impone los límites de un solo hombre, ya de millones de hombres reunidos. Lo
hemos reconocido en todos los capítulos de este libro: el principio general formulado y
los derechos especiales de él deducidos, no existen en virtud de la autoridad del Estado;
éste es quien existe tan sólo como medio para protegerlos y defenderlos; si los limita,
comete una injusticia en vez de prevenirla".
En la vertiente socialista del positivismo, opuesta tanto al formalismo como al
individualismo dominantes en la ciencia del Derecho privado, se ubicaron Carlos Marx
(1818-1883, § 5) y Federico Engels (1820-1895). Así como la órbita de la tierra es un
producto inevitable de fuerzas físicas el Derecho es un producto inevitable de fuerzas
económicas en lucha por la existencia que refleja necesariamente el interés del grupo
dominante. A la interpretación económica del Derecho, junto a sus errores, se le debe el
mérito de haber llamado la atención sobre la importancia del factor económico en la
adopción de ciertas soluciones jurídicas.
La consideración del Derecho como "ser" —una característica compartida con las otras
corrientes naturalistas— privó al jurista, con su determinismo, de la función clásica que
había desempeñado asociada a la búsqueda de lo bueno y lo equitativo.
Especial importancia tuvo el naturalismo jurídico en el Derecho penal a través de la
Escuela Positiva de Lombroso y Ferri (§ 299).
Las principales manifestaciones del positivismo y sus notas distintivas fueron, en
resumen, las siguientes:
En el siglo XX se produjo una reacción contra el naturalismo jurídico. Ella tomó diversas
direcciones ideológicas. Entre otras, sobresalieron la Teoría Pura del Derecho (Kelsen, §
67), que lo combatió desde el propio campo positivista, y el neokantismo (Rodolfo
Stammler), el iusnaturalismo (Luis Legaz y Lacambra, Jorge del Vecchio) y el trialismo o
teoría tridimensional (Werner Goldschmidt, Miguel Reale), que lo hicieron desde
posiciones antipositivistas, en un renovado intento por investigar las categorías y los
fundamentos valorativos, respectivamente, del orden jurídico positivo.
DESCODIFICACIÓN
68 bis. La segunda mitad del siglo XX es considerada la época de la descodificación.
Después de un siglo XIX dominado por el código como ideal del Derecho (salvo la crítica
de la Escuela Histórica), la historia jurídica entró en un período caracterizado por el
debilitamiento del prestigio de los códigos, de su centralidad en el sistema jurídico, o por
una pérdida del monopolio en el que se había hecho radicar aquel ideal por oposición a
la dispersión normativa anterior.
El nuevo proceso centrífugo, de desconcentración de normas, policéntrico, al que se
asiste, advertido por primera vez por el jurista italiano Natalino Irti (La edad de la
descodificación , 1972) se manifiesta, principalmente, en:
a ) la regulación en leyes especiales de importantes materias otrora reservadas al
código (familia, minoridad, fundaciones) o nuevas pero vinculadas al mismo (propiedad
horizontal o por pisos, fertilidad asistida, trasplante de órganos);
b ) la internacionalización del Derecho con la incorporación creciente de normas de
ese origen a los sistemas nacionales en una posición de jerarquía superior a las normas
internas (todo el gran capítulo de los derechos humanos), y
c ) la ruptura de la unidad conceptual de cada una de las ramas del Derecho a causa
de los varios centros de creación que hay, cada uno con su particular idea del Derecho,
eventualmente en conflicto con las demás, al faltar un nuevo conjunto de principios
generales capaz —como en el siglo XIX— de superar las antinomias y de ofrecer pautas
seguras para la interpretación y aplicación de las normas.
Esta nueva realidad ha sido valorada, según el punto de vista del opinante, en sentido
negativo (por quienes siguen sustentando el ideal decimonónico de la codificación), o en
sentido positivo (por quienes reconocen la historicidad, o sea, la dinámica del Derecho y,
por consiguiente, su necesidad de adaptación a las nuevas circunstancias por las que
pasan las sociedades nacionales y la sociedad internacional).
De todos modos, no es tanto la existencia de los códigos lo que se discute sino un
determinado paradigma suyo cuya vigencia parece hoy perimida. La visión rígida,
cristalizada del Derecho propia del siglo XIX hace tiempo que no responde a una realidad
social tan cambiante y diversificada como es la actual y los juristas están ante el desafío
de encontrar soluciones para los nuevos problemas de organización del Derecho.
Superada esa visión del código, las naciones no se muestran dispuestas a renunciar al
método de la codificación y han pasado a una nueva etapa llamada de "recodificación".
CAPÍTULO X
PERÍODO CONTEMPORÁNEO
B) Derecho nacional
CONSTITUCIONISMO ARGENTINO
73. Desde el instante mismo de la Revolución de Mayo se exteriorizó en el Río de la
Plata la vocación por la codificación política, aun antes que la de otras ramas del Derecho.
La aspiración fue coetánea a la de los liberales españoles que la concretaron en 1812
con la Constitución de Cádiz, texto que se aplicó en América en las regiones todavía
sometidas a España (Perú, Ecuador, México). Las ideas sobre la constitución expuestas
por Mariano Moreno en la Gaceta de Buenos Airesreproducían enseñanzas de
Jovellanos.
De forma paralela, en las demás naciones hispanoamericanas, desde México hasta
Chile, se desarrollaron otros tantos procesos de organización constitucional encabezados
por Venezuela y Colombia (1811), casi siempre de largo y azaroso trámite.
Hasta la sanción de la constitución definitiva en 1853 se distinguieron en la Argentina
dos corrientes doctrinarias: en la una predominó el racionalismo, persiguiendo una
constitución de tipo racional-normativo ; en la otra el historicismo, inclinada hacia una
constitución de tipo histórico-tradicional .
Salvo algunas manifestaciones de corte historicista que hubo en la época de Rosas
(1830-1852), la lucha por la constitución estuvo asociada al concepto racionalista. Dicho
de otro modo, la constitución que se pretendía fue, como sentaba un periódico (El Mártir
o Libre , 1830), "la gran Carta que en términos breves, claros y sencillos, pero fundados
en incontrastables principios de una sana política, manifiesta a los ciudadanos sus
derechos y a los poderes sus obligaciones".
Los esfuerzos en favor de una constitución que respondiera a este diseño estuvieron
centrados en la Asamblea General Constituyente de 1813 y en los Congresos Generales
Constituyentes de 1816, 1824 y 1852.
Una constitución en sentido historicista, o sea del tipo histórico-tradicional que, por
tanto, no necesitara ser escrita en su totalidad, mucho menos en un código, y en la cual
la costumbre y todo lo espontáneo tuvieran cabida gozó de especial simpatía en el
segundo cuarto del siglo XIX. Otro periódico porteño (La Gaceta Mercantil , 1843) tradujo
esta tendencia cuando aseveró que
"la constitución de un Estado para que sea sólida debe provenir de la creación
progresiva de instituciones análogas, de las costumbres radicadas en los pueblos, de la
acción lenta pero segura del orden y de las leyes especiales de cada provincia".
De la tendencia racionalista participó la noción de la virtud creadora de la ley, de la
capacidad de la ley para transformar la realidad, como —por ejemplo— lo expresó el
manifiesto que acompañaba a la Constitución de 1819, cuando dijo que "está dispuesta
de manera, que comunicando un sólo espíritu, cree el genio de la nación".
En sentido opuesto se pronunciaron con criterio realista dos figuras de signo ideológico
contrario: Francisco de Paula Castañeda y Juan Crisóstomo Lafinur, tradicionalista el
primero y liberal el segundo. Castañeda se declaró afligido
"cuando advierto que algunos patriotas libran toda la esperanza de nuestra reforma en
los excelentes reglamentos legales que se han de hacer algún día, como si las mejores
leyes tuviesen el más mínimo influjo en los ánimos que no están de antemano preparados
y dispuestos por medio de una educación a la constitución o forma de gobierno que se
intente prefijarles".
Lafinur juzgó inútil
"establecer la más bella forma de gobierno y dictar las mejores leyes si las costumbres
no estuviesen en consonancia con ellas, porque no sería más que una vana estatua
formada en el aire".
Si existían diferencias conceptuales entre los partidarios de uno y otro tipo de
constitución, racional-normativo e histórico-tradicional, la convicción de que ella no podía
ser copiada de modelos extranjeros y que debía consultar a la idiosincrasia de la nación
fue general. Las opiniones disidentes fueron la excepción. Tanto centralistas o unitarios
como federales compartieron la común creencia empirista.
Los redactores de la Constitución de 1826 sostuvieron que en materia de constitución
hay que consultar los consejos de la prudencia en las aplicaciones que se hagan a las
circunstancias locales, y demás aptitudes de los pueblos.
Rosas, en carta a Quiroga, reclamó para la sanción de la constitución —
consideraciones coyunturales al margen— "toda aquella luz que solamente da la
experiencia, el saber y la meditación".
Los modelos europeos y norteamericano que invocaron ambos partidos no intentaron
—en realidad— trasplantarlos lisa y llanamente al Derecho nacional. Fueron sólo
ejemplos en los cuales se apoyaron, válidos por sus principios pero necesitados de
adaptación y subordinación a la constitución natural del país.
La Constitución nacional de 1853, si bien inspirada en la Constitución de Filadelfia y
en el proyecto de Acta Federal para Suiza de Peregrino Rossi, se adecuó a la realidad
argentina. Respondió a la filosofía ecléctica dominante en ese momento (§ 75).
La idea de elaborar una constitución original fue una idea medular en el pensamiento
de Alberdi. En este sentido escribió (Bases ), que
"la constitución que no es original es mala, porque debiendo ser la expresión de una
combinación especial de hechos, de hombres y de cosas, debe ofrecer esencialmente la
originalidad que afecte esa combinación en el país que ha de constituirse... La originalidad
constitucional es la única a que se puede aspirar sin inmodestia ni pretensión".
La originalidad de la Constitución de 1853 fue alterada por la reforma de 1860 que
propició la provincia de Buenos Aires, con el propósito de acentuar el federalismo.
Sarmiento (Comentarios de la Constitución ) había reprochado a los constituyentes de
1853 el haberse apartado del antecedente norteamericano. Los reformadores de 1860
(Sarmiento, Mitre, Mármol, A. C. Obligado y Vélez Sarsfield, Informe de la Comisión
Examinadora ) coincidieron en que "siendo hasta el presente, el gobierno democrático de
los Estados Unidos, el último resultado de la lógica humana, porque su Constitución es
la única que ha sido hecha por el pueblo y para el pueblo, sin tener en vista ningún interés
bastardo, sin pactar con ningún hecho ilegítimo, habría tanta presunción como ignorancia
en pretender innovar en materia de Derecho constitucional, desconociendo las lecciones
dadas por la experiencia, las verdades aceptadas por la conciencia del género humano...
que por lo menos, en aquella parte del Derecho general que se halla fuera de cuestión, y
en la que se relaciona a las originales combinaciones del Derecho federal moderno, no
teníamos títulos para enmendar o mutilar las leyes de la nación que ha fundado y
consolidado prácticamente las instituciones federativas, apoyándose en esos mismos
principios, invocando nosotros el especioso pretexto de la originalidad o de las
especialidades nacionales, porque la verdad es una, y sus aplicaciones sólo tienen
autoridad cuando cuentan con la sanción del éxito".
Este concepto se trasladó a la jurisprudencia y a la doctrina, que por varias décadas
sustentaron la tesis de la recepción del Derecho constitucional norteamericano con sus
leyes, jurisprudencia y doctrina. Contra esta interpretación, en favor del origen histórico
de la Constitución nacional se pronunciaron constitucionalistas como José Manuel
Estrada, Aristóbulo del Valle y Julián Barraquero.
BRASIL
75 bis. En un medio, como era el Brasil de las primeras décadas del siglo XIX,
fuertemente impregnado de ansias de renovación filosófica, el portugués Avelar Brotero,
formado en la Universidad de Coimbra y profesor de Derecho Natural de la Facultad de
Derecho de San Pablo desde su fundación en 1827, profesó las ideas iluministas. Sus
autores preferidos fueron el enciclopedista Mably y el fundador de la "ideología",
Condillac.
Además de la influencia que ejercía el libro del francés C. Perreau, Elementos de
legislación natural (1798), adoptado tanto en San Pablo como en Olinda y que respondía
a la escuela racionalista, la enseñanza de Brotero participó de los principios del
constitucionalismo liberal y de la más amplia tolerancia religiosa. Esto lo llevó a intentar
una conciliación entre su espiritualismo católico y el sensualismo de Condillac y de sus
seguidores Cabanis y Destutt de Tracy con su tesis de la subordinación de las actividades
psíquicas a las corpóreas. De allí que comenzara el estudio del Derecho natural por "una
leve noción de lo que es el animal hombre".
Tobías Barreto (1839-1889), miembro distinguido de la "Escuela de Recife", se
interesó desde 1870 en las ideas de los autores alemanes
Haeckel, Schopenhauer, Ihering y Hermann Post, el maestro de la jurisprudencia
etnológica. Espíritu rebelde, sarcástico, tras la lectura de los dos primeros se plegó a una
concepción puramente mecánica del universo y de la vida. Con Ihering, a quien le profesó
la más profunda admiración, llegó a compartir la idea del dominio de los fines en el
Derecho (§ 68).
Para Barreto, el hombre es un ser histórico, que viviendo originariamente uncido a lo
animalesco e instintivo consiguió emanciparse merced a la lucha incesante por el
predominio de las fuerzas interiores del sentimiento. Así la Cultura se contrapone a la
Naturaleza. El Derecho es un fenómeno histórico, un producto cultural de la humanidad,
un medio de abolir el estado de naturaleza por medio de la coacción.
El bahiano Ruy Barbosa (1849-1923), humanista, jurista, parlamentario, orador,
escritor, tuvo una trayectoria filosófica que fue del espiritualismo al positivismo bajo la
forma del naturalismo (Comte, Littré, Spencer, Stuart Mill) y nuevamente al espiritualismo.
Escribió:
"recorrí las filosofías; mas ninguna me sació; no encontré reposo en ninguna. Puse a
la ciencia sobre todas las cosas; mas no afirmé jamás que la ciencia no pudiera abarcar
a las cosas divinas. Nunca encaré a la ciencia como la sistematización del antagonismo
con el espíritu".
En una época —fines del siglo XIX y principios del XX— de adoración de las leyes
físico-matemáticas, de la ley como la expresión estadística de los hechos, de afirmación
de la superioridad de lo cuantitativo sobre lo cualitativo, concluyó adhiriéndose a la
doctrina clásica de la ley natural teniendo especial admiración por Cicerón. La idea de
Derecho está —al decir de él— en el espíritu del hombre como un reflejo de la parte divina
o sublime de su naturaleza.
La religión y la libertad pasaron a ser los principios rectores de su pensamiento. Al final
de su vida (1921) dirigió a los jóvenes este mensaje: "Cuanto en el mundo tengo visto se
resume en estas cinco palabras: no hay justicia sin Dios".
Desde mediados del siglo XX una figura descollante de la iusfilosofía es Miguel Reale.
Con la teoría tridimensional se propuso superar el positivismo dominante. Concibe la
realidad jurídica como una realidad compleja que reúne en sí tres elementos
complementarios en forma necesaria: hecho, valor y norma.
La palabra "Derecho" designa, según Reale, "tres cosas distintas, pero que no son —
en verdad— sino tres aspectos distintos de una misma realidad, tres facetas del mismo
objeto o, si se quiere, tres momentos distintos de la misma objetivación del espíritu". El
estudio filosófico del Derecho debe abrazar la totalidad de las condiciones axiológicas,
éticas y fácticas.
Definió la filosofía del Derecho como "la filosofía misma en cuanto determina las
condiciones lógicas y éticas de lo justo y de su objetivación en el plano histórico-cultural".
No admite su separación respecto de la sociología y de la historia del Derecho,
considerando que sus investigaciones respectivas se complementan, y que, en última
instancia, deben ser reconducidas en una síntesis.
CAPÍTULO XI
CONCEPTO DEL DERECHO
LA PALABRA "DERECHO"
77. La palabra "derecho" con el sentido jurídico que tiene en la actualidad no fue
conocida por los griegos ni por los romanos.
El Derecho romano se formó a partir de los mores , que Ulpiano definió como "el tácito
acuerdo del pueblo, arraigado por una larga costumbre". El origen de los mores se
atribuyó a los antepasados (mores maiorum ) y su bondad fue reconocida en forma
unánime (boni mores ).
Los mores maiorum no fueron, en realidad, costumbres, entendidas como acciones
repetidas durante un largo tiempo con la conciencia de su valor normativo y obligatorio
sino conductas de los antepasados, incluso realizadas una sola vez, que debían ser
respetadas porque esos antepasados habían sido divinizados. Tales conductas eran el
modelo de las nuevas generaciones, y la justicia o injusticia de sus actos dependían de
su conformidad o disconformidad con aquellos mores.Como no estaban formulados en
preceptos concretos, fue necesario determinarlos en cada caso que se presentaba.
El reconocimiento de que un mos no era lesivo a otro hombre o sea que era jurídico
(ius est ) lo hicieron primitivamente los pontífices y desde la Ley de las XII Tablas los
jueces y prudentes. Lo que hacían éstos era "descubrir" la solución justa que estaba
contenida en los datos de cada situación litigiosa. Como la declaración era válida para
todos los actos semejantes que se realizaban en la ciudad, el ius adquirió valor normativo:
fue el ius de la ciudad (civile ).
La palabra ius proviene del indio-iranio yaus , que quiere decir lo óptimo o lo máximo
en relación con una cosa o una persona.
La ley (lex ) tiene un origen distinto. Era la norma impuesta por el pueblo reunido en
comicios o por un magistrado. La Ley de las XII Tablas (450 a. de C.) quebró el monopolio
de la creación del Derecho que tenían los pontífices (patricios) y dio lugar a la aparición
de la nueva fuente del Derecho. La diferencia entre ius y lexsubsistió durante el Imperio.
La palabra "derecho" no procede del Derecho romano. Fue el Derecho canónico el
que la introdujo en el vocabulario jurídico tomándola de la cultura judeo-cristiana. Tanto
la ley de Moisés como la ley de Cristo dirigían la conducta por el recto camino (directum ).
Por extensión se aplicó el vocablo a la norma jurídica. Antes de ser aceptado por la lengua
erudita, se usó en el habla popular para nombrar el Derecho consuetudinario. Así fue
como ius y Derecho se convirtieron en sinónimos.
Al formarse las lenguas romances, se conservó la voz "derecho" para designar el
ordenamiento jurídico. Ius desapareció porque expresaba un acto de declaración que no
se realizaba más. En cambio, mantuvieron la vigencia sus derivados: el acto de declarar
o constituir el Derecho en juicio (iudicare = juzgar), quién lo hacía (iudex = juez), la
facultad de hacerlo (iurisdictio = jurisdicción).
Como sinónimo de "derecho" se empleó, en cada época, la palabra que expresó la
forma habitual de establecerlo: fuero, costumbre, ley.
Derecho objetivo y derecho subjetivo
Desde la Antigüedad se designó con el vocablo "derecho" tanto el ordenamiento
jurídico como la potestad que tenía una persona sobre otra o sobre una cosa y la facultad
consiguiente de actuar para que su interés fuera satisfecho. En el siglo XIX el
ordenamiento jurídico se llamó derecho objetivo y la potestad y facultad de
accionar derecho subjetivo.
Los primeros en ocuparse de los derechos subjetivos —un concepto medular de los
sistemas jurídicos modernos— como algo diferente de lo que establecía el sistema
jurídico fueron los teólogos voluntaristas Escoto y Ockam (§ 40), los españoles de la
Segunda Escolástica (§ 39), y los escritores iusnaturalistas racionalistas (§ 41). Estos
últimos los caracterizaron como unos derechos innatos que posee la persona a modo de
cualidad moral y que no recibe del Estado, el cual debe limitarse a reconocerlos.
Posteriormente los juristas profesionales hicieron de esa cualidad moral un derecho, una
cosa incorporal.
El positivismo, al negar la existencia del Derecho natural, redujo los derechos
subjetivos a un concepto técnico que expresa la situación o el interés creado por el
Derecho objetivo cuya satisfacción depende de la voluntad del titular. Sin embargo, desde
el punto de vista material no se confunde con el Derecho objetivo. Aun admitido que el
Estado pueda modificar a su voluntad los derechos personales, se insiste en que, en
principio, cuando esos derechos han sido adquiridos no deben verse afectados por las
reformas, salvo que éstas se funden en el orden público (§ 92).
Aristóteles decía que la primera y más importante era la justicia distributiva y que la
conmutativa cumplía una función correctora de la anterior.
Junto a la justicia estaba la equidad o epiqueya , entendida por los antiguos como la
justicia del caso particular, semejante a la regla de plomo de Lesbos que se adaptaba a
la superficie que medía. La jurisprudencia romano-canónica concedió especial
importancia a la equidad por su concepción casuística del Derecho (§ 12 bis y 89).
El Derecho castellano reconoció expresamente a la justicia como fundamento del
orden jurídico. Las Partidas decían que es "como fuente de donde manan todos los
Derechos" y abundaban en consideraciones sobre el tema.
El período Moderno mantuvo la vigencia del principio aunque no en forma unánime. A
mediados del siglo XIX, Rafael Casagemas enseñaba en la Universidad de Buenos Aires
que "de la justicia emana el Derecho; del Derecho la jurisprudencia". Desde sus primeros
fallos la Corte Suprema de Justicia argentina determinó que los principios de justicia y
equidad son los fundamentos del Derecho.
Autores modernos alistados en el positivismo legal desvirtuaron el concepto de justicia
al identificarla con el precepto legal y despojarla de contenido ético. Justicia es —según
esta opinión— la obediencia a la ley y el acto justo es el cumplido conforme a la ley.
Contra esta desvirtuación se manifestó en Buenos Aires Santiago Viola (1838):
"ni la voluntad de todo un pueblo, ni su conveniencia, ni sus leyes, ni sus costumbres,
podrían convertir en justo lo que es injusto por naturaleza; sólo es verdaderamente justo
lo que emana de los derechos indestructibles de la humanidad, concedidos por Dios."
Las distintas expresiones del positivismo, así como prescinden del
Derecho natural, también lo hacen del problema de la justicia, con el cual el
iusnaturalismo está ligado históricamente.
b ) Utilidad. La doctrina de la utilidad como fundamento del Derecho se desenvolvió en
Inglaterra en el período Moderno a favor de las corrientes filosóficas empiristas. A ella se
llegó como consecuencia de una serie de factores: el abandono del Derecho natural
clásico; la separación del Derecho y la moral; el individualismo, que buscaba la
satisfacción del máximo provecho personal, y el voluntarismo, que hacía derivar el
Derecho de la voluntad del legislador.
El fundador del utilitarismo moderno fue Jeremías Bentham (§ 42). El bien ya no se
relaciona con la justicia, sino con lo útil. Escribió Bentham:
"Buscar el placer y evitar el dolor. Estos sentimientos eternos e irresistibles, deben ser
el grande estudio del moralista y del legislador...; todas las funciones de la ley pueden
reducirse a estos cuatro puntos: proveer a la subsistencia, mantener la abundancia,
favorecer la igualdad, mantener la seguridad".
Se cuenta que próximo a morir (1832) convocó a los suyos y les dijo:
"Me siento morir. No quiero que vosotros sufráis con la presencia de mi muerte, pero
tampoco quiero morir solo. Os pido que dos de vosotros os quedéis conmigo y que los
demás se retiren. Toda mi filosofía ha sido la del menor sufrimiento posible y quiero
conservarla hasta este instante".
Pedro Somellera (§ 75) fue en el Río de la Plata el más fiel seguidor de esta doctrina.
Las ideas de Heriberto Spencer se sustentaron también en principios utilitaristas (§
68).
c ) Norma fundamental. En el siglo XX el positivismo kelseniano
(§ 67) relativizó la justicia y la desplazó como fundamento en favor de la por él llamada
"norma fundamental hipotética". Según las palabras de Kelsen (La doctrina del derecho
natural y el positivismo jurídico ),
"puesto que solamente las normas creadas por una autoridad trascendente y por tanto
absoluta, pueden ser consideradas como absolutamente... justas e inmutables, el
positivismo jurídico no puede aceptar como válida ninguna norma absolutamente justa e
inmutable. Sólo puede sostener la validez de normas creadas por el arbitrio humano y
que por tanto son mutables, esto es, normas que pueden tener contenido diferente en
tiempos y lugares diferentes; sea que se trate de normas jurídicas o morales. Pero el
principio de la justicia que se refiere a la formación del derecho positivo, en tanto que
exige un Derecho con un contenido determinado, es una norma de la moral positiva, que
al igual que el derecho positivo puede ser diferente en tiempos y lugares diferentes. Así
como el positivismo jurídico tiene que distinguir entre Derecho y moral, los dos órdenes
sociales diferentes, tiene que distinguir también entre Derecho y justicia, y por ello
sostener la posibilidad de un derecho positivo justo, esto es, conforme a una moral
determinada, como también la de un derecho positivo injusto, esto es, contrario a una
moral positiva determinada".
Y añadía:
"un orden jurídico positivo es independiente en su validez de las normas de justicia
según las cuales se valoran los actos creadores de sus normas. Porque una doctrina
positiva del Derecho reconoce el fundamento de validez de un orden jurídico positivo no
en las múltiples normas de justicia, puesto que no puede dar preferencia a ninguna de
ellas, sino en la norma fundamental hipotética, esto es: presupuesta en el pensamiento
jurídico. De acuerdo con ella, debemos conducirnos y tratar a los hombres como
corresponde a la primera constitución histórica, eficaz en general, sin tener en cuenta si
el orden erigido con arreglo a esa constitución corresponde o no a alguna norma de
justicia".
d ) Otros fundamentos modernos dados al Derecho son: la voluntad general, la razón
de Estado, el interés de la raza o de la clase dominante.
CAPÍTULO XII
FUENTES DEL DERECHO
COSTUMBRE
82. Desde el período Moderno se llamó fuentes del Derecho a los modos de formularse
las normas jurídicas. Los modos clásicos son la costumbre, la ley, las decisiones
judiciales y la doctrina.
Antes de que los pueblos se dieran leyes, se regían por costumbres. El Derecho era
algo inexpresado. No estaba contenido en normas formuladas por la autoridad. Lo que
todos hacían (consuetudo ) con conciencia de obrar bien fue lo que se consideró lícito, y
aquello de lo que se abstenían, lo ilícito. "Cómo verás, así harás", y "por donde fueres
haz lo que vieres", sentencian hasta hoy dos refranes populares.
Derecho romano. También en Roma la primera fuente del Derecho fue la costumbre
(mos ), con más precisión las costumbres de los antepasados (mores maiorum), que una
vez declaradas se convertían en ius (§ 77). Su fuerza creadora no se extinguió ni siquiera
con el desarrollo de las otras fuentes, entre ellas la ley.
El Digesto reprodujo el siguiente texto de Juliano:
"en aquellas cosas en que no usamos de leyes escritas, conviene se guarde aquello
que está introducido por uso y costumbre; y si éste faltase en algún caso, se ha de guardar
lo que es más próximo a la costumbre; y si aun esto no hubiese, conviene observar el
Derecho que se usa en Roma. La costumbre inmemorial con razón se guarda como ley,
y éste es el Derecho que se dice introducido por costumbre; porque como las mismas
leyes por ninguna otra cosa nos obligan sino porque fueron recibidas por el
consentimiento del pueblo también obligará con razón a todos, aquello que sin constar
por escrito aprobó el pueblo: porque ¿qué más tiene que conste por escrito la voluntad
del pueblo; declarada por votos, que el que la declare con hechos y costumbres? Por lo
cual también está legítimamente recibido, que se deroguen las leyes, no sólo por la
voluntad del legislador, sino también por el no uso por tácito consentimiento de todos (I,
iii, 32)".
Además dispuso el Código que "la costumbre aprobada de antiguo y tenazmente
observada se asemeja a las mismas leyes, y obliga" (VIII, 1, iii, 3).
Período Visigótico. A pesar de que los visigodos adoptaron el sistema de legislación
romano en reemplazo del consuetudinario germánico y de que sus leyes no hicieron
referencia a las costumbres, éstas siguieron siendo fuente de Derecho. Los germanistas
imaginaron, sin bastante fundamento, un divorcio entre la legislación real y el Derecho no
escrito que practicaría la comunidad (§ 16 y 18).
La Iglesia otorgó especial importancia a la costumbre. Después de la Biblia, la tradición
primitiva es la principal fuente del Derecho canónico
(§ 27). San Isidoro de Sevilla (Etimologías ) fijó los requisitos de la costumbre basado en
principios romanos y cristianos. Expuso que
"es cierto Derecho instituido por los mores , que se toma como ley cuando falta la ley;
no importa la escritura si se basa en la razón, ya que es la razón la que sirve de apoyo a
la ley. Por tanto, si la ley consiste en la razón, será ya ley todo lo que descanse en la
razón, con tal que se compagine con la religión, convenga a la disciplina y aproveche a
la salvación ".
Esta doctrina isidoriana se mantuvo viva hasta el período Moderno.
Período Altomedieval. Fue una época de apogeo de la costumbre como consecuencia
del debilitamiento de la autoridad real que trasladó a la comunidad (cuando no a los
señores) la función creadora del Derecho, y del estatismo social que hizo depender la
autoridad de las normas jurídicas de su antigüedad. Las mismas leyes visigodas (Liber )
rigieron en esta época a título de costumbre. El localismo jurídico típico del período se
relacionó directamente con ella (§ 19-21).
La palabra "costumbre" tenía varias acepciones. Las reglas que formaban los fueros
se siguieron considerando costumbres, aunque dejaron de ser Derecho no escrito. La voz
"costumbre" fue sinónimo de Derecho.
La práctica que adoptaron los pueblos desde fines de la Alta Edad Media de pedir a
los señores la confirmación de sus costumbres dio lugar a la distinción entre buenas y
malas. Las comunidades oprimidas por malas costumbres acudieron a los reyes para que
los liberasen de ellas.
Se generalizó en Europa la práctica de la redacción y recopilación de costumbres,
importante para su prueba. A falta de redacción o precedente judicial se probaba por
medio de testigos.
Períodos Bajomedieval y Moderno. Chocaron dos tendencias en parte contrarias: la
que se derivaba de la recepción del Derecho romano justinianeo, que favorecía a la ley,
y la que procedía del Derecho canónico, que se inclinaba a la costumbre. Santo Tomás
de Aquino —al igual que sus seguidores— destacó el valor de ésta. Opinaba que
"cuando algo se hace muchas veces, parece que procede del juicio deliberado de la
razón. Según esto, la costumbre tiene fuerza de ley, hace abolir la ley y es intérprete de
las leyes".
Según Baldo, se le debía reverencia "como a madre, porque se equipara al Derecho
natural".
Los juristas le aplicaron las reglas de la prescripción adquisitiva como derecho que
adquiría la comunidad. Disputaron entre sí acerca de los requisitos que debía reunir para
que fuera reconocida: antigüedad, número de actos, aplicación en juicio, necesidad de
confirmación real. Por otra parte se le siguió exigiendo que no fuera contraria a la ley de
Dios, al Derecho natural o a la razón y que se dirigiera al bien común.
Distinguieron los juristas tres clases de costumbre: anterior a la ley (praeter legem ),
según la ley (secundum legem ) y contraria a la ley (contra legem ). El valor que la ciencia
del Derecho concedía a la práctica, a que estaba vinculado el orden social, obró en favor
de la costumbre.
Las Partidas la acogieron con amplitud, incluida la costumbre contraria a la ley.
Hablando de todas las gentes del pueblo o de la mayor parte, dispusieron que
"si usaren diez o veinte años a hacer alguna cosa, como en manera de costumbre,
sabiéndolo el señor de la tierra, y no lo contradiciendo, y teniéndolo por bien, puédenla
hacer, y debe ser tenida, y guardada por costumbre, si en este tiempo mismo fuere dados
dos juicios por ella de hombres sabedores y entendidos de juzgar, y no habiendo quien
la contradiga... Y otrosí decimos que la costumbre que el pueblo quiere poner y usar de
ella, debe ser con derecha razón, y no contra la ley de Dios, ni contra señorío, ni contra
Derecho natural, ni contra pro comunal (I, iii, 5)".
Un conjunto de circunstancias provocó la lenta decadencia de esta fuente:
a ) la recepción del Derecho romano justinianeo y la aplicación de sus leyes como
Derecho supletorio;
b ) el absolutismo regio y su tendencia hacia la integración normativa;
c ) el desarrollo de los estudios jurídicos y de la ciencia del Derecho sobre la base
primordial de la legislación aunque sin prescindir de la costumbre;
d ) la redacción de costumbres que como Derecho escrito se asimilaron a las leyes, y
e ) el crecimiento de las ciudades, que las privó del ámbito natural.
Los juristas ilustrados (Juan Francisco de Castro, conde de la Cañada) la criticaron y
restringieron su aplicación.
En Portugal y el Brasil fue reconocida como fuente del Derecho en sus tres clases:
anterior, según y contraria a la ley, o sea con la misma fuerza que ésta y que el estilo de
la corte. Se decía que tenía "más poder y eficacia que los estatutos y constituciones
municipales. La sentencia dictada contra la costumbre es nula, tanto como si se hubiese
dictado contra la ley". Sólo a mediados del siglo XVIII, con la sanción de la "Ley de Buena
Razón" (§ 47 bis) su aplicación se restringió. Su valor quedó supeditado al cumplimiento
de los requisitos siguientes: conformidad a la buena razón, no ser opuesta a la ley y
antigüedad mayor de cien años.
Derecho indiano. Mientras que en Europa la costumbre decaía, en las Indias conservó
su fuerza hasta el siglo XVIII. Entre los factores que explican esta vitalidad pueden
mencionarse los siguientes:
a ) el particularismo del Derecho indiano y sus motivos determinantes (§ 55);
b ) el amparo en aquélla de los intereses locales y la tolerancia forzosa que, por razón
de la distancia, debieron dispensarle las autoridades, y
c ) la actitud favorable de la Corona para con las costumbres indígenas (§ 57).
Los requisitos que debió reunir la costumbre indiana fueron:
a ) antigüedad de diez o veinte años por lo menos;
b ) introducción con conocimiento y sin contradicción del príncipe, salvo que fuera
inmemorial (más de cien años), en cuyo caso se presumía su conformidad;
c ) racionalidad;
d ) compatibilidad con el Derecho natural y el bien común, y
e ) su establecimiento a ciencia cierta del pueblo, sin error y con la voluntad de inducir
costumbre.
Cuando las costumbres, incluidas las contrarias a las leyes, reunieron estos requisitos,
su admisión no se discutió, y si así ocurrió, tuvieron el amparo de los jueces. Una
institución que basó gran parte de su funcionamiento en la costumbre fue el cabildo.
Derecho nacional. El siglo XIX nació en circunstancias poco propicias para la
costumbre por la influencia de las ideas ilustradas. Durante casi todo su transcurso pasó
ésta por una etapa de crisis. Los motivos de la crisis fueron:
a ) el dogma de la separación de poderes, que asignaba al poder legislativo la
exclusividad de la creación del Derecho como representante directo de la voluntad
general sin tolerar la existencia de normas jurídicas de otro origen;
b ) la codificación y la doctrina de la Exégesis, que se basaban en el Derecho legal
frente al cual la costumbre quedaba como un simple antecedente sin valor normativo (§
61 y 63);
c ) las ideas racionalistas que aspiraban a plasmar un Derecho universal, racional y
coherente, y
d ) el crecimiento demográfico y el desarrollo de las comunicaciones, que redujeron
las posibilidades de formación y conservación de costumbres locales.
Un factor de estímulo fue, en cambio, la Escuela Histórica del Derecho (§ 65), que
subrayó la presencia de la costumbre en el origen del Derecho positivo aunque para ser
luego desplazada por la ciencia y la legislación, Escribió Savigny (Sistema del Derecho
romano actual ) que
"la base del derecho positivo tiene su existencia y su realidad en la conciencia general
del pueblo. Y esta conciencia, invisible de su naturaleza, ¿dónde la reconocemos? En los
actos exteriores que la manifiestan, en los usos, en los hábitos, en las costumbres. Una
serie de actos uniformes acusa un origen común: la esencia del pueblo; lo más contrario,
precisamente, a la arbitrariedad y al acaso. Así, pues, la costumbre no engendra el
derecho positivo, sino que es el signo por medio del cual se reconoce".
A la vez que se iba deteriorando el valor de la costumbre frente a la ley, se puso de
relieve, en compensación, su importancia social y su condición insustituible de fuente
material de las leyes. No se intentó, por ende, eliminarla por completo del sistema de las
fuentes del Derecho sino de una articulación con la ley diferente de la anterior.
En la Argentina, hasta la codificación, persistió el Derecho consuetudinario,
particularmente en los ámbitos provincial y municipal, de la misma manera que sobrevivió
el Derecho anterior a 1810 (§ 71). En materia penal se consideró indispensable el
mantenimiento de las costumbres benignas para no caer en las penas atroces de las
viejas leyes.
El criterio que predominó en los códigos fue, según las ideas del siglo, limitativo.
Fueron excepcionales opiniones favorables como la de
Marcelino Ugarte, que llegó a fundamentar la costumbre en el gobierno democrático ("la
costumbre es la ley hecha por el pueblo mismo, por la conveniencia y la razón de todos;
es el ejercicio directo de la soberanía, que se delega, pero que no se abdica"), o la de
Andrés Bello, en Chile.
Bello, en su proyecto de Código Civil, admitía todo tipo de costumbre, incluso la
contraria a la ley, solución sin igual en la codificación occidental del siglo XIX. Sin
embargo, lo que estableció el Código (1855) fue que "la costumbre no constituye derecho
sino en los casos en que la ley se remite a ella" (art. 2º).
Las "reglas generales sobre la legislación" que encabezaronan el Código de Comercio
argentino no reconocieron la costumbre contraria a la ley, pero sí las otras dos clases:
anterior y según la ley. Además, el Código la admitió para determinar el sentido de las
palabras o frases técnicas del comercio y para interpretar los actos o convenciones
mercantiles.
En el Código Civil la posición de Vélez Sarsfield fue clara: las costumbres debían ser
fuente material de las leyes, pero una vez sancionadas éstas eran la única fuente formal
del Derecho. En la nota al art. 167 declaró que "la misión de las leyes es sostener y
acrecentar el poder de las costumbres y no enervarlas y corromperlas", y en el art. 17
prescribió que "el uso, la costumbre o práctica no pueden crear derechos, sino cuando
las leyes se refieren a ellos". Varios artículos del Código se remiten a la costumbre.
También el Código Civil uruguayo dijo, copiando al chileno, que la costumbre no
constituye derecho sino en los casos en que la ley se remite a ella (art. 9º).
El siglo XX revalorizó esta fuente gracias a que lo hicieron el prestigioso Código
Civil alemán y su doctrina, que aceptó inclusive la costumbre contraria a la ley. En el
mismo sentido dispuso el Código suizo que "a falta de una disposición legal aplicable, el
juez juzga según el Derecho consuetudinario" (art. 1º).
A esta tendencia respondió la reforma del art. 17 del Código argentino, que quedó
redactado en estos términos: "Los usos y costumbres no pueden crear derechos sino
cuando las leyes se refieran a ellos o en situaciones no regladas legalmente". Junto a la
costumbre según la ley fue acogida la costumbre anterior a la ley.
LEY
83. Derecho romano . La ley (de legere = elegir, o de ligare = atar) fue una fuente del
Derecho paralela a los iura . La medida de su importancia la da el hecho de que su
sanción competiera a la comunidad o a los órganos que la representaban.
La primera ley cierta —la Ley de las XII Tablas (450 a. de C.)— se limitó a recoger las
antiguas costumbres o ritos jurídicos de los romanos. Mientras que las leyes regulaban,
generalmente, materias de Derecho público los iura se ocuparon del Derecho privado. Se
ha descripto el Derecho romano como formado por "islas" de leyes en un "mar" de ius .
La incorporación de aquéllas en el ius civile sólo se habría producido si fueran aceptadas
por las interpretaciones de los juristas.
Durante la República, las leyes fueron leges rogatae . Las dictó el pueblo reunido en
comicios a propuesta (rogatio ) de un magistrado. Sólo a él le correspondía establecer el
contenido. El pueblo debía aprobar o rechazar en bloque la propuesta sin posibilidad de
enmendarla. Si era aprobada, el mismo magistrado se encargaba de su promulgación.
Desde el siglo I a. de C. los comicios delegaron en los magistrados la función
legislativa. Este método, ya conocido en las comunidades sometidas a Roma, dio lugar a
las leges datae .
Fundado el Imperio, los comicios dejaron de reunirse y el príncipe asumió la potestad
legislativa. Desde Adriano se reservó, además, la atribución de proponer los
senadoconsultos. Durante la República las opiniones del Senado no afectaban al ius
civile pero desde el Principado sí lo hicieron. El Senado asumió las antiguas funciones
del pueblo romano. Los senadoconsultos terminaron por equipararse a las leyes. Con el
paso del Principado al Dominado (Diocleciano, 284-305) el emperador fue el único
legislador.
Las distintas clases de leyes que dictaba el emperador recibieron el nombre genérico
de constituciones imperiales. Reza un texto de Ulpiano (Digesto I, iv, 1) que
"lo que al príncipe agrada tiene fuerza de ley, porque por la ley regia, que se estableció
acerca de su potestad, el pueblo trasfirió al príncipe todo su imperio. Esto supuesto, todo
lo que el emperador estableció por carta, suscripción o decreto, con conocimiento de
causa o por sentencia interlocutoria, sin figura de juicio, o mandó por edicto, consta que
es ley. Éstas son las que vulgarmente llamamos constituciones".
No obstante la veneración que se tenía por las leyes imperiales, no desaparecieron
las demás fuentes del Derecho. Tampoco se pensó que las leyes debían ser aplicadas
ciegamente sin tener en cuenta las circunstancias. El adagio "dura ley, pero ley (al fin)"
(dura lex , sed lex ) no es de esa época. Se lo atribuye a algún autor renacentista porque
no aparece en textos anteriores.
Período Visigótico. Los reyes visigodos, tras la caída de Roma, se arrogaron el poder
de los emperadores y dictaron constituciones (§ 16). Las leyes más importantes las
consultaron con los elementos rectores de la sociedad. Desde la conversión de Recaredo
(589) las propusieron a los concilios toledanos que, al sancionarlas, les prestaron su
autoridad y facilitaron su cumplimiento.
San Isidoro de Sevilla caracterizó a la ley por su sanción con intervención del reino
(nobles y plebe) a diferencia del edicto, que dictaba exclusivamente el rey. Además
señaló los requisitos siguientes, que fueron recordados hasta el período Moderno:
"La ley ha de ser honesta, justa, posible, conforme a la naturaleza, conforme a la
costumbre de la patria, conveniente al lugar y al tiempo, necesaria, útil, también
manifiesta, para que alguno no tenga duda por la oscuridad, redactada no para
comodidad privada sino para la utilidad común de los ciudadanos".
Edad Media. Durante la mayor parte de la Alta Edad Media no se legisló (§ 21). La ley
se confundía con la persona del rey ("el rey es ley viva" = rex est animata lex ). Estaba
en su razón y en su voluntad y se consideró suficiente que en cada caso concreto dijera
cuál era ella y que la guardase ("guardar la ley, esto es reinar" = legem servare , hoc est
regnare ).
Los cambios sociales y económicos que marcaron el advenimiento de la Baja Edad
Media (§ 23) no se compadecían con el Derecho consuetudinario altomedieval. Exigieron
uno nuevo que fuera escrito para que su conocimiento fuese cierto. Tanto en este período
como en el Moderno, el modelo legislativo fue el Derecho justinianeo.
El principio romano según el cual "lo que al príncipe agrada tiene fuerza de ley" chocó
con la doctrina isidoriana que requería la participación de la comunidad. Justamente en
el siglo XIII se produjo la irrupción de la comunidad en la vida política como consecuencia
del despertar de la conciencia colectiva que acompañó a la consolidación de los reinos.
La participación de todos en el gobierno (democracia, en sentido aristotélico) fue el
ideal no sólo en la sociedad civil sino también en la Iglesia, donde los concilios se
reunieron con frecuencia y el gobierno de las nuevas órdenes mendicantes residió en los
capítulos formados por los procuradores de los conventos.
En los reinos peninsulares se constituyeron las cortes, que presidía el rey e integraban
los tres estamentos: nobleza, prelados y representantes de las ciudades. Las leyes
propiamente dichas fueron obra de las cortes (ordenamientos de cortes). Todos o alguno
de los estamentos solían presentar al rey sus "cuadernos de peticiones" y éste resolver.
Por iniciativa de las cortes o del rey se redactaron "cuadernos de leyes", que una vez
aprobados por aquéllas fueron promulgados por éste.
El principio romano chocó, también, con la doctrina isidoriana y tomista de la justicia y
de su ordenación al bien común. Inspirado en el iusnaturalismo clásico dispuso el Fuero
Real que la ley había de ser "convenible a la tierra, y al tiempo, y honesta, derecha y
provechosa" (I, vi, 2) y las Partidas agregaron, que sus mandatos fueran "leales y
derechos, y cumplidos según Dios y según justicia" (I, i, 4) y que valdrían salvo si
"anulasen el bien que deben hacer y esto sería si hubiese en ellas alguna cosa contra la
ley de Dios o contra derecho señorío o contra gran pro comunal de la tierra o contra
bondad conocida" (I, i, 18).
Con el ejemplo de los emperadores romanos los reyes desde el siglo XIV dictaron
reales pragmáticas con valor y fuerza de ley, sin intervención de las cortes. La fórmula
que emplearon fue la siguiente:
"Por la presente pragmática sanción, la cual quiero y mando y es mi merced y voluntad
que haya fuerza y vigor de ley, y sea guardada como ley, bien así como si fuese hecha y
ordenada y establecida y publicada en cortes, mando y ordeno de mi proprio motu y
ciencia cierta y poderío real..."
Las cortes, lesionadas en sus derechos, reclamaron al rey contra "tales exorbitancias"
y pidieron castigos para los escribanos y secretarios que las cometían. Juan II de Castilla
se lo concedió tratándose de cartas entre partes o sobre negocios privados, no así por lo
relativo a los asuntos públicos. Al cabo del tiempo, las pragmáticas fueron aceptadas sin
excepción con su fuerza derogatoria de las leyes.
El avance del poder real sobre la comunidad a raíz de las pragmáticas fue compensado
en parte con la admisión del derecho de súplica de las leyes: "obedecerlas" en
reconocimiento de la autoridad real pero "no cumplirlas" por los perjuicios que causaban.
Establecieron las Partidas que
"Si contra Derecho comunal de algún pueblo o a daño de él fueren dadas algunas
cartas, no deben ser cumplidas las primeras. Que no hay fuerza, porque son a daño de
muchos; mas débenlo mostrar al rey rogándole y pidiéndole merced sobre aquello que
les envía mandar en aquella carta. Empero si después el rey quisiere, en todas guisas,
que sea, deben cumplir lo que él mandare. Y si son contra derecho de alguno
señaladamente, así como que le tomen lo suyo sin razón y sin derecho o que le hagan
otro daño conocidamente en el cuerpo o en el haber; tales cartas no han fuerza ninguna
ni se deben cumplir hasta que lo hagan saber al rey aquellos a quienes fueron enviadas,
que les envíe decir la razón porque lo manda hacer. Que todo hombre debe sospechar
que pues que el rey entendiere el hecho que no les mandará cumplir la carta (III, xviii,
30)".
Juan I confirmó este recurso en las cortes de Briviesca (1387) en los siguientes
términos:
"Muchas veces, por importunidad de los que nos piden libramientos, damos algunas
cartas [documentos] contra Derecho. Y porque nuestra voluntad es que la justicia florezca
y que las cosas que contra ella pudiesen venir no hayan poder de contrariarla,
establecemos que si en nuestras cartas mandáremos alguna cosa que sea contra ley,
fuero o Derecho, que la tal carta sea obedecida y no cumplida, no embargante que en la
dicha carta haga mención especial de la ley, fuero u ordenamiento contra quien se dé ni
embargante otrosí que haga mención especial de esta ley nuestra ni de las cláusulas
derogatorias en ella contenidas, que nuestra voluntad es que las tales cartas no hayan
efecto".
El recurso no procedía contra las leyes de cortes ni las ejecutorias ganadas en juicio
contradictorio porque en tales casos había habido deliberación previa de las partes. No
está claro si las pragmáticas fueron recurribles.
La súplica descansaba en la presunción de que la voluntad del rey era obrar con
justicia pero que por motivos ajenos a ella —por ejemplo una información falsa
(obrepción) o incompleta (subrepción)— podía ser inducido a error. El recurso iba dirigido
a obtener la enmienda del error. Por excepción se admitió una segunda súplica, o sea del
mandato real confirmatorio de la carta suplicada.
Período Moderno . La tendencia iniciada en la Baja Edad Media a favor de la
legislación real se acentuó en este período caracterizado por el absolutismo monárquico.
En Castilla fue notoria la decadencia de las cortes desde principios del siglo XVI. La
función legislativa recayó exclusivamente en el rey. Esto no significa que no se
reconociera otro Derecho que el legal, ni aun en el siglo XVIII, en el que los ilustrados
exacerbaron las regalías de la Corona y pretendieron una obediencia ciega a la voluntad
del príncipe.
Los jueces y juristas al aplicar el Derecho siguieron construyendo en cada caso la
solución que juzgaron equitativa con arreglo a aquél y a los principios de la religión. La
ley era para ellos un tópico autorizado pero no más que esto. Por sobre las leyes humanas
estaban los Derechos divinos y natural, la equidad, la costumbre, la práctica, los
ejemplares (antecedentes), la doctrina, elementos de juicio todos con los que operaba el
"prudente arbitrio judicial". Éste era la facultad que tenían los jueces de determinar en
cada caso el Derecho que habían de aplicar.
En la correspondencia de todas estas reglas con el caso, el hombre de Derecho
hallaba el acierto. Estaba convencido de que dejar la justicia sólo a la regla general de la
ley podía ser causa de vejamen.
Explicó Solórzano Pereira (Política indiana ), que
"en provincias tan remotas, y donde tan fácilmente se truecan las cosas, muchas
dispensaciones y disimulaciones pide la ocurrencia, y congruencia de los negocios, y la
diferencia de los tiempos, y las personas, y la prudencia consiste en la connivencia, que
es, no lo querer apurar todo, ni llevarlo por el sumo rigor del Derecho, haciéndonos
desentendidos de sus puntos, y tolerando semejantes trasgresiones algunas veces".
Esta flexibilidad de criterio no significó que el monarca se despreocupase del
cumplimiento de sus leyes. Al contrario. Una real cédula al virrey de Nueva España (1623)
le advertía:
"porque la ejecución y cumplimiento de mis órdenes y cédulas reales es la parte
principal para que se acierten los negocios y materias que comprenden, las cumpliréis y
obedeceréis sin hacer novedad y si acaso se ofreciese alguna cosa de consideración que
por tenerla presente os parezca se debe alterar o mudar lo dispuesto por las dichas mis
cédulas, sin sobreseer la ejecución me avisaréis de ello y las causas que os mueven para
que se mude y altere lo acordado dando ejemplo con la observancia y obediencia, la que
generalmente deben tener todos los ministros en el ejercicio de sus oficios, porque es
menor inconveniente el que puede tener la dilación de esperar mi respuesta que dejar de
obedecer lo que yo con tanto acuerdo tengo resuelto y mandado".
En el concepto genérico de ley estaban comprendidas las disposiciones de gobierno
que dictaban los reyes por sí o por sus delegados en el ejercicio de funciones propias.
Según fue su objeto se llamaron mandamientos de gobernación o de justicia. Estos
mandamientos, a diferencia de las leyes, no tenían sanción general y se dirigían a
autoridades determinadas, únicas que en principio estaban obligadas a su cumplimiento.
Hubo disposiciones de gobierno de varias clases.
Las reales provisiones eran documentos solemnes reservados para los actos más
importantes. Constaban de la intitulatio o "encabezamiento" con el nombre del rey
seguido de todos sus títulos; la dirección con la indicación de la persona o institución a la
que iban dirigidas; la prefación o exposición de motivos con las razones que las
justificaban; la actio o "parte dispositiva" iniciada con la fórmula "ordeno y mando", salvo
que el destinatario fuera un eclesiástico, en cuyo caso se usaba "ruego y encargo";
la fórmula penal con el castigo previsto para los contraventores; la data , con el lugar y
fecha de su dictado, y la firma del rey, seguida del refrendo del secretario y el sello. Las
provisiones que dictaban los consejos, audiencias y virreyes en nombre del rey tenían la
misma forma, es decir que las despachaban como si lo hiciera el propio rey.
Las reales cédulas constaron de los mismos elementos, aunque la intitulatio se
limitaba a decir "el Rey" y no siempre contenían la cláusula penal.
Las reales órdenes aparecían expedidas "de orden del rey", mas eran, en realidad,
disposiciones personales de sus ministros.
La tendencia absolutista se manifestó en la motivación de las leyes. A mediados del
siglo XVIII (1755) dispuso el Consejo de Indias que en las cédulas que se expidiese no
se expresasen las razones o fundamentos que las motivaban, como había sido la
práctica, excepto resolución expresa en contrario.
En Portugal, desde la Baja Edad Media, se desarrolló la legislación en forma paulatina,
primero como ley de las cortes y a partir de Alfonso III como decisión exclusiva del rey.
Con la "Ley de Buena Razón" (1769), la ley se antepuso a las otras fuentes. Hubo varias
clases de leyes: carta de ley, semejantes a las reales pragmáticas
castellanas; albaláes, como las reales cédulas; decretos, dirigidos por lo regular a un
ministro o tribunal, que acabaron por contener a veces disposiciones generales.
Derecho indiano. Salvo la mayor importancia que tuvo la costumbre en las Indias, con
relación a Castilla, es aplicable en general a la ley lo dicho anteriormente.
América no tenía cortes propias. A veces las cortes de Castilla trataron cuestiones
vinculadas con el Nuevo Mundo y sancionaron normas a su respecto pero la importancia
de estos ordenamientos de cortes en la formación del Derecho indiano fue mínima frente
a las pragmáticas y más aún a las disposiciones de gobierno que formaron la mayoría de
las llamadas "leyes de Indias".
El recurso de súplica de las leyes se practicó hasta el fin del período Indiano. En los
primeros años, la Corona lo aceptó con amplitud, pero ante los abusos que se cometieron
lo restringió. Una cédula de Carlos I (1528) preceptuó que
"todas las provisiones que nos hiciéremos de mercedes y oficios a las personas que
pasan a residir a esas partes, se cumplan como en ellas se contiene...
pero si fuesen cosas de que convenga suplicar, os damos licencia para lo poder hacer,
sin que por esto se suspenda el cumplimiento y ejecución de ellas, salvo si no fuere el
negocio de calidad tal que del cumplimiento de ello se seguiría escándalo conocido, o
daño irreparable; en tal caso permitimos que, habiendo lugar de derecha suplicación, e
interponiéndose por quien y como deba, podáis sobreseer el dicho cumplimiento, y no en
otra manera alguna".
Se especificaban aquí las causales de "escándalo conocido" y "daño irreparable" que
autorizaban a "obedecer y no cumplir".
Perfecta conciencia se tenía en las Indias de que no toda disposición real o de sus
órganos delegados había de ser cumplida sino que podía ser suplicada. La revolución de
los comuneros del Paraguay, encabezada por el gobernador José de Antequera (1717),
comenzó con la súplica del auto del virrey del Perú que disponía su reemplazo.
Uno de los fiscales de la segunda Audiencia de Buenos Aires, José Márquez de la
Plata, afirmaba (1802) que
"No es bastante haber obtenido una cédula de su majestad para que se deba ejecutar
y cumplir desde luego lo que por ella se prevenga, porque además se necesita que en su
impetración no haya vicio que la haga injusta, dañosa y perjudicial, porque de lo contrario
debe suspenderse en la suposición de que el ánimo del soberano jamás fue oponerse a
las leyes, a la pública utilidad, al derecho natural y de gentes o al de un tercero inaudito,
o cuando las preces se fundaron con engaño o mentira así en el hecho como en el
Derecho, bien sea por obrepción, bien por subrepción".
Hubo leyes en las cuales se prohibió expresamente que fueran suplicadas. La
interposición del recurso produjo efecto suspensivo cuando el cumplimiento causaba
"escándalo conocido o daño irreparable". El rey exceptuó de la suspensión las leyes
favorables a los indios para evitar que el recurso fuera usado en su perjuicio. O sea que
en estos casos el efecto fue sólo devolutivo.
Derecho nacional . La ideología de la codificación y el positivismo legal (§ 61 y 63)
erigieron a la ley en fuente por excelencia del Derecho. Esta erección tuvo que ver con el
principio de legalidad profesado por el liberalismo, que oponía el gobierno impersonal de
las leyes al antiguo gobierno basado en el arbitrio de los hombres. Según los
revolucionarios franceses, sólo leyes claras, precisas y uniformes eran capaces de
proteger los derechos, trazar los deberes y castigar los delitos.
En vez de la jurisprudencia clásica que perseguía el desarrollo del Derecho por la
doctrina se cultivó la "ciencia de la legislación", entre otros por Cayetano Filangieri (§ 61).
Así la presentó este jurista:
"Es aquella que generalizando los conocimientos legislativos nos hará ver los diversos
objetos, las diversas miras, el diferente tono que debe tomar la legislación en los diversos
pueblos o en los mismos pueblos pero en diversos tiempos; que nos hará ver la diversidad
de las constituciones de los gobiernos, los diversos vicios que les están unidos y la
diversidad de los remedios; el principio único de acción que produce el movimiento
político en cualquiera sociedad civil y la diferente dirección que debe darse a este principio
único en los diferentes gobiernos; la influencia que debe tener en el espíritu de la
legislación el genio universal de las naciones, el espíritu del siglo, el genio y la índole
particular del pueblo a quien se dan; la que debe tener el clima, o para cooperar a sus
efectos cuando son útiles o para oponerse a ellos cuando son perniciosos; ésta es la que
nos hará ver cómo la naturaleza del terreno, su fertilidad, su esterilidad, su extensión y
su situación deben arreglar la parte económica de la legislación, y qué diversidad debe
producir en la parte moral la falsedad de los dogmas de las falsas religiones y la
perfección de la verdadera...; ésta será finalmente aquella parte de la ciencia legislativa
que haciendo conocer las diferentes edades de los pueblos, y los diversos períodos de la
vida, mostrará cómo la legislación debe seguir estos diversos períodos, y cómo debe
acomodarse".
El fin de la legislación debía ser la formulación en reglas positivas de los preceptos
inmutables y eternos del Derecho natural racionalista. La voluntad del legislador había de
dirigirse a la enunciación de normas racionales cuya generalidad y abstracción fueran la
garantía de que los hombres, al obedecerlas, se obedecían a sí mismos y conservaron
su autonomía esencial. Las leyes debían ser pocas, claras y formar parte de cuerpos
sistemáticos. El Derecho así establecido sería un Derecho nuevo, derogatorio del orden
jurídico anterior y solidario con los valores políticos de la Ilustración y del liberalismo. Una
ley tal se constituía en una técnica para el control y la transformación social.
La Escuela Histórica del Derecho reservó asimismo un lugar destacado a la ley no
obstante su revaloración de la costumbre. Para ella, la ley completaba el Derecho positivo
y le ayudaba en su progresivo desenvolvimiento al igual que la doctrina. Pero aclaró que
el Derecho existe en su estado normal donde reina la armonía entre la costumbre, la ley
y la jurisprudencia.
Antes de la codificación el ideal del Derecho legal no podía ser llevado a la práctica
por el anacronismo de las viejas leyes todavía vigentes. Una vez renovadas por medio
de los códigos, el positivismo legal se impuso plenamente. El Código Civil argentino así
lo demuestra cuando prescribe que "las leyes no pueden ser derogadas en todo o en
parte, sino por otras leyes" (art. 17), y que "lo que no está dicho explícita o implícitamente
en ningún artículo de este código, no puede tener fuerza de ley en Derecho civil" (art. 22).
Según el Código del Brasil, la ley sólo puede ser revocada por otra ley, y en los casos
omitidos por ésta se han de aplicar "las disposiciones concernientes a los casos análogos,
y, no habiéndolas, los principios generales de Derecho" (Introducción, arts. 4º y 7º).
Hasta la organización constitucional, la distinción entre ley y decreto no fue siempre
nítida. Se solía entender por ley a la disposición que concernía al bien público emanada
de la representación de la comunidad (poder legislativo). El decreto podía ser obra tanto
del poder legislativo como del ejecutivo y su fin era siempre particular. Aristóteles
comparó el decreto con la regla de Lesbos diciendo que así como ésta se amoldaba a la
forma de la piedra que medía, aquél se acomodaba a los diversos negocios que se
presentaban. El fundamento de la ley era la justicia, y el del decreto, la equidad.
Las normas con fuerza de ley que dictaba el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel
de Rosas, en ejercicio de la suma del poder público, recibieron el nombre de "supremos
decretos".
Sancionada la Constitución, se llamó leyes a las normas generales emanadas del
poder legislativo y decretos a las normas dictadas por el poder ejecutivo, unas veces con
las instrucciones y reglamentos necesarios para ejecutar las leyes y otras en el ejercicio
de sus funciones privativas como poder administrador. Las leyes en sentido material que
dictaron los gobiernos de facto recibieron la denominación de "decretos-leyes".
DECISIONES JUDICIALES
84. Dos fueron las cuestiones que se plantearon en torno de las decisiones judiciales:
la de la capacidad que tenían los jueces para crear Derecho y la del valor de los
precedentes judiciales (jurisprudencia, en lenguaje moderno) frente a la potestad de
decisión del juez.
Derechos romano y visigodo. Después de los pontífices fueron los jueces los que
intervinieron, lo mismo que los prudentes, en la formulación del ius. Las normas jurídicas
se consideraban implícitas en la costumbre y fue misión de los jueces explicitarlas frente
a cada nueva ocurrencia. Ellos "decían el Derecho" cada vez que pronunciaban una
sentencia. Con este alcance sus decisiones participaron en la creación del ius.
Al lado del ius civile se formó el ius honorarium, que fue el Derecho establecido por los
jueces —principalmente por el pretor urbano—. Los jueces no podían modificar el ius
civile pero sí dejar de aplicarlo, y basar sus decisiones en la equidad y en los datos del
caso que juzgaban. No sólo interpretaron de forma extensiva y analógica las normas
tradicionales, sino que llegaron a crear nuevos principios. Fue un ordenamiento, aunque
incompleto, diferente y hasta opuesto al antiguo ius civile.
Al ius honorarium perteneció el edicto del pretor (la lex annua ) inclusive después que
Adriano en el año 130 lo transformó en perpetuo. Este Derecho alcanzó su mayor
desarrollo a fines del período clásico.
En la época posclásica, la práctica judicial (forum ) sirvió para resolver las
discrepancias entre el Derecho romano vulgar y el Derecho escrito, con tanta o mayor
fuerza que la de los iura y las leyes. Los jueces visigodos decidieron, asimismo, cuáles
normas se habían de aplicar, y en el caso de no haberlas las crearon.
Eurico y Justiniano ordenaron que se juzgara por las leyes y no por los precedentes
judiciales, pero la debilidad del poder público no pudo impedir que creciera la importancia
del forum. La ley respectiva del Código de Justiniano decía que "si alguna cuestión no es
bien dirimida, no es conveniente que esto se extienda para error de otros jueces, pues se
ha de juzgar no con ejemplos, sino con arreglo a las leyes" (VII, XLV, 13).
Período Altomedieval. Fue la época de apogeo de las decisiones judiciales junto con
la costumbre. Ellas se encargaron de explicitar el ordenamiento jurídico que
generalmente no se hallaba formulado.
A fines de la Alta Edad Media y comienzos de la Baja, el poder creador de los jueces
llegó a su culminación al fallar a su albedrío (juicios de albedrío) en todo aquello que no
estaba regulado por el fuero.
El problema principal que se planteó fue el de las "fazañas", unas sentencias de los
jueces castellanos sobre cuyo verdadero significado no están de acuerdo los
historiadores del Derecho. Dos acepciones de la palabra son "hazaña, acción importante"
y "ejemplo, modelo". "Fazaña" procedía de la voz
árabe hásana,vulgarmente hasána, que quiere decir buena obra, acción meritoria.
Para algunos autores (García-Gallo), la "fazaña" fue una fuente del Derecho de primer
orden con autoridad de precedente; para otros (Juan García González) no fue así, salvo
cuando se trató de la sentencia del rey o cuando el juez no actuaba según su libre albedrío
sino basado en la costumbre. Según esta opinión, fue sólo un ejemplo y un ejemplo no
dado necesariamente por una sentencia judicial. La norma jurídica por antonomasia era
el fuero.
Al repetirse, las "fazañas" se convirtieron en costumbres, y como tales cobraron mayor
fuerza. Para que valieran como precedente o como mero ejemplo se las recopiló. El Fuero
Viejo de Castilla reprodujo varias. Una de ellas es la siguiente:
"Ésta es fazaña de fuero de Castilla: que si un hermano a otro deshereda [despoja de
su herencia], y no le quiere dar partición de herencia de padre, o de madre, o de otro
pariente, que le pertenezca, y retiénela forzada, y va a lo suyo, donde lo halla, y tómaselo
por fuerza, y no quiere dar lo que ha tomado, o en lugar de dárselo aquello, tómale más,
el hermano, que esto recibe, débeselo mostrar la primera vez ante parientes, y amigos
hidalgos [amigables componedores] la injuria que le hace, y débele rogar ante ellos, que
se lo enderece, y que se aparte de no hacer más aquella injuria, y que no le tenga
desheredado, y si no le quisiere enmendar la injuria que le hace, debe ir a querellarlo ante
cinco concejos de las villas comarcanas, y débeles decir estas palabras delante de cada
uno de los concejos, y delante de hidalgos, si los hubiere: queréllome ante vos y os hago
saber, que mi hermano fulano me tiene desheredado de tal herencia, que debo heredar
de padre, o de madre, o de pariente, y que él toma lo suyo, donde lo halla, por fuerza, y
que no lo quiere dejar: hago a todos afrentas, y testigos, que yo así ando querelloso de
él, y desheredado de tal herencia, que debo heredar; y ruego a vos que se lo digas que
me enderece el tuerto [injuria] que me tiene. Y si por todo esto no se lo quiere enderezar,
débelo querellar al rey en su corte... y éste su hermano, a quien querella, debe ser
emplazado, así como es fuero de Castilla, y si en el plazo no viniere puédelo desafiar a
nueve días adelante. Y si lo prendiere o matare por tal razón no lo pueden decir mal. Y
esto fue juzgado a Ferrán Pardo, que se querellaba de su hermano Rui Pérez, que le
tomaba todo cuanto le hallaba. Y esto juzgó don Pedro Gutiérrez de Marañón, y don
Pedro Ruiz Sarmiento con consejo de otros infanzones, y otros caballeros que había, y
estado delante García Gutiérrez de Ferreyra, merino mayor de Castilla (I, v, 5)".
Períodos Bajomedieval y Moderno. Hubo una reacción contra la creación judicial del
Derecho. Influyeron en esta actitud: a ) la recepción del Derecho justinianeo,
especialmente de la constitución que ordenaba fallar por las leyes y no por los casos
resueltos por los jueces, y b ) el absolutismo regio. Se adujo contra las decisiones
judiciales la falta de sanción del príncipe y de consentimiento del pueblo.
La decadencia fue gradual. Los primeros en ser suprimidos fueron los juicios de
albedrío. Las Partidas mandaron que no valiera ninguna sentencia que fuese dada por
fazaña de otro excepto si se tomaba de sentencia del rey "porque la del rey tiene fuerza
y debe valer como ley en aquel pleito sobre que es dada y en los otros que fueren
semejantes" (III, xxii, 14).
El valor normativo de las sentencias quedó limitado a las del rey, el tribunal de la corte
y el papa. El estilo o práctica de los tribunales superiores gozó de autoridad hasta
principios del siglo XIX, no obstante las críticas de los autores ilustrados fundadas en la
mutación de las opiniones de los jueces.
Negada la autoridad de las sentencias como precedente obligatorio, su valor pasó a
ser meramente doctrinal si contenían motivos o razones que lo justificaran. Ni en Castilla
ni en las Indias se estiló que las sentencias contuvieran los fundamentos. Al ser
equiparadas a la literatura jurídica cuando los incorporaron a su texto, la doctrina de los
tribunales se llamó también jurisprudencia .
Las decisiones judiciales sufrieron menoscabo como precedentes pero los jueces
mantuvieron el prudente arbitrio que les permitió establecer el Derecho aplicable cada
vez de acuerdo con las circunstancias objetivas y subjetivas del caso. En materia penal,
el prudente arbitrio permitió la paulatina moderación de los castigos sin necesidad de que
se modificaran las leyes. Fue así una institución funcional a una cultura jurídica
jurisdiccional y no legal, como era la de entonces.
En el siglo XVIII el arbitrio fue criticado por la incertidumbre que producía acerca del
Derecho vigente. Se planteó la cuestión de si la justicia se debía seguir administrando
según la intuición de los magistrados o sobre la base de premisas bien delimitadas.
En Portugal, el estilo de la corte fue equiparado a la ley y la costumbre. La doctrina le
exigió que no fuese contrario a la ley, una antigüedad mínima de diez años y que hubiera
sido introducido por dos decisiones del tribunal por lo menos.
El dogma de la separación de poderes y el positivismo legal resistieron toda posibilidad
de creación judicial del Derecho. Filangieri expresó que
"En los gobiernos despóticos imperan los hombres, en los moderados las leyes... que
la decisión [del magistrado] se ajuste al texto expreso de la ley: que el lenguaje del
magistrado sea el lenguaje de las leyes: que hable cuando ellas hablan y calle cuando
callan".
La Revolución Francesa tomó este partido e influyó con su prédica. Robespierre
sostuvo que la palabra jurisprudencia de los tribunales, en la acepción que tenía en el
Antiguo Régimen, nada significa en el nuevo; debe borrarse de nuestro idioma. En un
Estado que cuenta con una constitución, una legislación, la jurisprudencia de los
tribunales no es otra cosa que la ley.
Derecho nacional. La primera mitad del siglo XIX mostró las mismas características
que el anterior. Sólo la ley podía ser fuente de Derecho y los jueces debían reducir su
función a la aplicación de las leyes.
Vélez Sarsfield (hacia 1840), sobre la base de la ley de Partidas antes citada, no
reconocía a las sentencias fuerza vinculante.
"Pedir que se sentencie de la misma manera que se sentenció otra vez, a más de ser
contra la ley ya citada, rebaja la magistratura a un oficio bien indecoroso. ¿A qué se
reducirían las funciones de los jueces condenados a arrastrarse servilmente sobre los
pasos y los errores, diré también, de los que los habían precedido? El magistrado sería
entonces un personaje muy mediocre. La autoridad de las leyes sería inferior a la
autoridad de los jueces. Sería preciso rodear sus sentencias de todas las formas que
tienen las leyes para que los ciudadanos supiesen el Derecho a que debían conformarse.
Comúnmente el mismo tribunal reforma sus sentencias, hay recursos para pedirlo así.
Comúnmente el tribunal revoca las sentencias de otro, como tantas veces se ha visto en
los recursos de injusticia notoria (§ 163). ¿Y a esto quiere dársele el carácter de ley? ¿Por
qué no ha de ser lícito pensar y saber más que lo que ha pensado y sabido el juez
anterior?... Las leyes no han cedido a los jueces el derecho de legislar, ni ciertamente,
los que pronunciaron las sentencias que citan, pensaron que ellas daban a sus sucesores
en el oficio una pauta necesaria".
El Código Civil uruguayo (1868) estableció que "las sentencias judiciales no tienen
fuerza obligatoria, sino respecto de las causas en que actualmente se pronunciaren" (art.
12).
La escuela de Savigny respaldó las críticas ilustradas contra la creación judicial del
Derecho. Empero no dejó de influir en pro de una flexibilización del concepto de ley. Fue
así que Alberdi (Bases ) escribió que
"la interpretación, el comentario, la jurisprudencia, es el gran medio de remediar los
defectos de las leyes... La ley es un Dios mudo: habla siempre por la boca del magistrado.
Éste la hace más sabia e inicua... Cread la jurisprudencia que es el suplemento de la
legislación, siempre incompleta, y dejad en reposo las leyes, que de otro modo jamás
echarán raíces".
Con la codificación culminó el proceso que llevó a la completa sumisión del juez al
Derecho legislado, un Derecho que en su intención totalizadora hasta pretendió
cercenarle la posibilidad de la interpretación (§ 101). En consecuencia —como indica
Bravo Lira—, dejó de declarar el Derecho (ius dicere)para reducirse a la aplicación de la
ley, a subsumir casos particulares bajo la ley general según la fórmula del racionalismo
jurídico.
Desaparecidas las dos grandes masas de material jurídico existentes desde la Baja Edad
Media —el Derecho común y los Derechos propios— y unificado el Derecho en el código,
ya no fue necesaria su función tradicional destinada a armonizar aquellas fuentes. La
tarea la había realizado el legislador.
Mientras que las sentencias carecieron de fundamentos propios y de publicidad, mal
pudieron influir en la formación de una doctrina judicial o jurisprudencia. Al cambiar esta
situación a mediados del siglo XIX (§ 101), creció su importancia, máxime desde la
instalación en la Argentina de la Corte Suprema de Justicia y la publicación de sus fallos
(§ 140).
Este hecho no significó que las decisiones de la Corte y demás tribunales superiores
tuvieran fuerza normativa. Un fallo (1883) confirmado por ella por sus fundamentos aclaró
que
"las resoluciones de la Corte Suprema sólo deciden el caso concreto sometido a su
fallo y no obligan legalmente sino en él, en lo que consiste particularmente la diferencia
entre la función legislativa y la judicial; y si bien hay un deber moral para los jueces
inferiores en conformar sus decisiones como la misma Corte lo tiene decidido en casos
análogos, a los fallos de aquel alto tribunal, él se funda principalmente en la presunción
de verdad y justicia que a sus doctrinas da la sabiduría e integridad de los magistrados
que la componen, y tiene por objeto evitar recursos inútiles, sin que esto quite a los jueces
la facultad de apreciar con su criterio propio esas resoluciones y apartarse de ellas
cuando a su juicio no sean conformes a los preceptos claros del Derecho, porque ningún
tribunal es infalible y no faltan precedentes de que aquéllos han vuelto contra resoluciones
anteriores en casos análogos".
El valor de los fallos plenarios de los tribunales superiores fue materia de discusión en
la Cámara de Diputados con motivo del debate del proyecto de creación de la segunda
Cámara de Apelaciones en lo Civil de la ciudad de Buenos Aires (1910).
Federico Pinedo y Manuel A. Montes de Oca propusieron el fallo plenario obligatorio
para evitar sentencias contradictorias de las dos cámaras. Manuel B. Gonnet se opuso
en nombre de la libertad de decisión que deben tener los jueces. Los casos que se
someten a su decisión son todos diferentes —alegó— y "cambiando día a día el ambiente
social, la situación social en que se encuentran los jueces para fallar los juicios, tiene
forzosamente que variar encauzando la interpretación de sus fallos en ese movimiento
evolutivo de la sociedad".
La ley 7055 dejó al criterio de las cámaras fijar de común acuerdo la interpretación de
las leyes y de las doctrinas. La obligatoriedad de la jurisprudencia uniforme se impuso
años después (1943) para el fuero de paz de la ciudad de Buenos Aires y para el fuero
del trabajo (1944) extendiéndose a partir de allí a otros fueros.
Por entonces, la importancia de la jurisprudencia no se discutía. La superación del
método exegético hacia 1900 contribuyó a acreditarla. Gény opinó que "la jurisprudencia,
sin constituir por sí misma una fuente formal de Derecho positivo, debe ocupar entre las
autoridades un lugar preferente a los ojos del jurista". El Código de las Obligaciones de
Suiza avanzó más. A falta de ley y de costumbre, dispuso que el juez pronunciara su
sentencia "según las reglas que establecería si tuviese que actuar como legislador".
Un ejemplo del papel creador de la jurisprudencia argentina es el recurso de amparo
introducido por fallo de la Corte Suprema ("Ángel S. Siri", 1957). Según su decisión, basta
la comprobación de la restricción injustificada de una garantía constitucional para que
"sea restablecida por los jueces en su integridad, sin que pueda alegarse en contrario la
inexistencia de una ley que la reglamente" y "los preceptos constitucionales tanto como
la experiencia institucional del país reclaman de consuno el goce y ejercicio pleno de las
garantías individuales para la efectiva vigencia del Estado de Derecho e imponen a los
jueces el deber de asegurarlas".
CIENCIA JURÍDICA
85. La doctrina es una fuente menor si se la compara con las demás. Sin embargo, en
dos momentos de la historia del Derecho se manifestó en plenitud. Esos momentos fueron
el del Derecho romano clásico y el del Derecho común, llamados por eso "Derechos de
juristas".
Derecho romano. Desde la República se prestigió el papel de los juristas o prudentes
que recreaban el Derecho al interpretar las costumbres y participaban en la redacción de
las leyes. Además, en sus obras elaboraron conceptos y soluciones (por ejemplo,
las regulae iuris = reglas del Derecho) uniendo la teoría a la práctica. Pero donde más se
revelaron como fuente directa de Derecho fue en el ejercicio de la función que a los más
destacados les concedió Augusto de responder en su nombre a las consultas de los
jueces (ius publicae respondendi ). Gayo (Instituciones ) la definió: "Respuestas de los
prudentes son las sentencias y opiniones de aquellos a los que se permite establecer
Derecho".
Parece que al principio los jueces no quedaban vinculados a los dictámenes de los
juristas, como lo estableció la práctica posterior. Los dictámenes se ordenaron y
publicaron, fueran los de un autor o las opiniones más importantes en conjunto. El
privilegio lo conservaron durante los primeros siglos del Imperio.
A partir de Adriano cesó la actividad pública de los prudentes. Los juristas se limitaron
a asesorar en privado sobre el Derecho vigente.
En la época posclásica las interpretaciones de los juristas antiguos y modernos,
expuestas de manera simplificada, fueron seguidas por los tribunales. Para evitar los
inconvenientes que producía su alegación indiscriminada los emperadores Teodosio II y
Valentiniano III promulgaron la Ley de Citas (426).
Por ella se confirmó la autoridad de Papiniano, Paulo, Gayo, Ulpiano y Modestino y la
de aquellos juristas cuyos tratados y sentencias citaban ellos en sus obras (Escévola,
Sabino, Juliano, Marcelo). Si se presentaban varias sentencias vencía la que apoyaba la
mayoría. En caso de igualdad, había de prevalecer la opinión de Papiniano y en su
defecto la que al juez le pareciera más oportuna.
La Ley de Citas demuestra el bajo nivel cultural alcanzado en la época con su remisión
a las doctrinas de los siglos II y III.
Justiniano dio fuerza de ley a las doctrinas con las que se formó el Digesto.
Derecho común (§ 28 y 29). Desde el siglo XIII la alegación de un texto legal fue
acompañada de la opinión de los juristas, que así definían lo que era el Derecho. Tanta
fue su autoridad que, por ejemplo, las partes del Corpus Iuris Civilis no glosadas por
Acursio se consideraron no vigentes.
Si todo Derecho de juristas fue un Derecho de controversias, en el caso del Derecho
común esta característica se acentuó, debido a las contradicciones y vacíos
del Corpus. Para resolver el problema de las controversias se aplicaron tres métodos:
1) El de la opinión común de los doctores (communis opinio doctorum ), consistente
en hacer prevalecer la opinión unánime (communissima ) o mayoritaria (communis ).
Baldo se ocupó de recopilarlas. El método funcionó bien mientras la ciencia jurídica se
practicó sólo en un espacio limitado (algunas ciudades italianas) y fueron respetados los
juristas más destacados (Acursio, Bartolo, Baldo). Desaparecidas estas condiciones entró
en crisis.
2) El de las leyes de citas, como la de Juan II de Castilla (1427), que prohibió citar
autores posteriores a Juan Andrés y Bartolo; la de los Reyes Católicos (1499), que en
defecto de ley sólo reconoció autoridad a Juan Andrés y al Abad Panormitano en materia
canónica, y a Bartolo y Baldo en materia civil, y las Ordenações Afonsinas (§ 47 bis), que
adoptaron como Derecho subsidiario la Glosa de Acursio y la opinión de Bartolo.
3) El de la decisión legislativa, del cual fueron ejemplo las leyes de Toro (§ 47).
Derecho científico. No ya fuente directa (formal) del Derecho pero sí indirecta
(material) fue la doctrina para la Escuela del Derecho Científico, que se propagó en el
siglo XIX (§ 66). Esta importancia de la doctrina no decayó hasta el presente.
Savigny (Sistema del Derecho romano actual ) precisó cuál era la función del
jurisconsulto en la vida de un pueblo. El Derecho popular, que nunca desaparece de su
conciencia, cobra con el andar del tiempo una forma nueva, cuya determinación y
aplicaciones competen a los juristas. Éstos "ejercen sobre el Derecho una doble acción:
la una creadora y directa, pues reuniendo en sí toda la actividad intelectual de la nación,
desenvuelven el Derecho como representantes de esta nación; la otra, puramente
científica, pues se apoderan del Derecho, cualquiera que sea su origen, para
recomponerlo y traducirlo en una forma lógica. Esta última función de los jurisconsultos,
nos los presenta en una especie de dependencia y obrando sobre una materia
determinada. Pero la forma científica que ellos le imprimen, y que tiende siempre a
desenvolver y a completar su unidad, recobra sobre el Derecho mismo, le proporciona un
procedimiento orgánico, y la ciencia llega a ser un nuevo elemento constitutivo del
Derecho".
Adhiriéndose a esta posición, Bello, Freitas y Vélez Sarsfield redactaron sus proyectos
de Código Civil sobre la base del Derecho tradicional y del Derecho científico (§ 74, 74
bis y 261). Vélez declaró que como Justiniano había hecho con el Digesto, se propuso
convertir en leyes los textos de los grandes jurisconsultos.
CAPÍTULO XIII
CONTENIDO DEL DERECHO
CAPÍTULO XIV
VIGENCIA DEL DERECHO
CAPÍTULO XV
CONOCIMIENTO DEL DERECHO
CAPÍTULO XVI
INTERPRETACIÓN DEL DERECHO
ROMA
97. Se pueden diferenciar tres épocas después que los pontífices y los magistrados
patricios practicaron la interpretación hermética del Derecho:
1) La República, durante la cual la interpretación de la costumbre (mos ) se confundió
con la creación del ius (§ 77), consistente en el desarrollo y aplicación de aquélla a los
casos concretos. La hacían los magistrados asesorados por los prudentes.
2) El Alto Imperio, cuando la ley se convirtió en la principal fuente del Derecho y la
interpretación cobró su significado actual como explicación o aclaración de su sentido. La
función del intérprete era buscar la congruencia de la ley con la "utilidad pública".
Respetaba la ley pero no era esclavo de su letra. Los juristas hacían la interpretación
doctrinal y quienes de ellos poseían el ius publicae respondendi (§ 85) la auténtica.
3) El Bajo Imperio, durante el cual los emperadores tendieron a monopolizar la labor
interpretativa. Justiniano fue la culminación de este proceso al establecer el referimento
al legislador . Declaró que "si en el presente sólo pertenece al emperador dictar las leyes,
también debe ser sólo digno del imperio el interpretarlas". Referimento era la solicitud que
los jueces le dirigían siempre que necesitaban aclarar una ley.
El mismo Justiniano, al confirmar el Digesto, prohibió que se le agregaran comentarios,
"interpretaciones de las leyes, que más son perversiones... para que su verbosidad no
cause a nuestras leyes, por su confusión, desdoro". Abrumado por las consultas tuvo que
derogar años después el referimento a su persona.
Los métodos de interpretación seguidos por los juristas romanos, perfeccionados en
la Baja Edad Media, perduraron en la ciencia del Derecho. Los romanos no elaboraron,
sin embargo, una doctrina de la interpretación; Justiniano se limitó a reunir en el Digesto
varias reglas hermenéuticas.
En la etapa de creación del ius , los juristas emplearon, entre otros, los siguientes
criterios: a ) de analogía, b ) de benignidad, c ) de protección o favor a ciertas
instituciones (libertad, matrimonio, testamento, posesión), d ) de equidad, para atenuar el
rigor del Derecho (summum ius , summa iniuria ).
Los argumentos por analogía eran de dos especies: a fortiori (con mayor razón), que
podían ser de lo más a lo menos (maiori ad minus ) (ejemplo: el que tiene derecho a lo
más tiene derecho a lo menos), y de lo menos a lo más (minori ad maius ) (ejemplo: si
está prohibido lo menos, está prohibido lo más); y a pari (en paridad), con la extensión de
una solución a una situación semejante: "donde la razón es la misma, la misma debe ser
la disposición jurídica" (ubi eadem est ratio ibi eadem, esse debet iuris dispositio ).
Para interpretar las leyes se valieron de los métodos gramatical, lógico y sistemático.
Averiguaban primero el significado de las palabras y elegían, entre todos, el más verosímil
o el que más se adecuaba a la aplicación de la ley. No les bastaba con el conocimiento
de las palabras e indagaron el espíritu porque obrar conforme a aquéllas y en contra de
éste y del fin de la ley era hacerlo in fraudem legis.
No consideraron tampoco los fragmentos aislados, sino el texto completo de la ley,
que relacionaron con el de las leyes anteriores y posteriores. Concedieron importancia a
la práctica que consideraron el mejor intérprete de las leyes.
Con la decadencia de la ciencia jurídica en el Bajo Imperio, que se prolongó en los
períodos Visigótico y Altomedieval, el método se simplificó cada vez más.
DERECHO CANÓNICO
98. Mientras que decaía la doctrina de la interpretación en el ámbito civil, se expandió
en el canónico a partir de San Agustín. Los canonistas debieron resolver un problema
desconocido por los civilistas, cual fue el de la autenticidad y exactitud de las fuentes, con
motivo de la circulación corriente de cánones supuestos o adulterados. Para hacer
concordar los cánones autenticaron sus textos y establecieron su antigüedad, jerarquía y
fuerza normativa. El Decreto de Graciano (§ 27) representó la culminación de la doctrina
de la concordancia. Para su realización se valió del método de la primera escolástica y
de la ciencia de los glosadores.
DERECHO CASTELLANO-INDIANO
100. Durante todo el período Moderno los juristas interpretaron las leyes, pese a que
la ley de Toro decía que cuando ocurriere alguna duda, debía aclararla el rey
(interpretación auténtica). Tratados y comentarios de las leyes castellanas e indianas en
los que generalmente se combinaron el mos italicus con el mos gallicus enriquecieron la
ciencia del Derecho (§ 59).
Ejemplo de limitación es la ley recopilada de Indias sobre provisión de los beneficios
sujetos al derecho de patronato de los reyes: "se guarde, cumpla, y ejecute, según y como
por las leyes de este título, que hablan en esto, se contiene y declara, sin darla otra
interpretación, y sentido alguno" (I, vi, 38). A fines del siglo XVIII, Carlos III prohibió en
absoluto la glosa o comentario de las leyes de Indias y de las ordenanzas de intendentes.
En éstas el rey declaró ser su voluntad que "se esté precisamente a su letra y expreso
sentido".
Fuera de la interpretación doctrinal, los jueces continuaron practicando la usual al
administrar justicia. Los criterios consagrados por las escuelas medievales seguían en
uso. Para conocer la ley se empezaba por averiguar su sentido gramatical y lógico; el
significado propio de las palabras y la fuerza que les comunicaba la sintaxis de toda la
cláusula.
Si la solución no ofrecía dudas y podía considerarse conforme con la intención del
legislador, era adoptada. De lo contrario, pasando por sobre las palabras, se investigaba
el espíritu o alma de la ley. Como expresó el asesor general del virreinato del Río de la
Plata, Miguel Sánchez Moscoso (1784), en esos casos debía
"recurrirse a aquel principio legal, que inconcusamente rige en la materia, de buscar
el alma de la ley con las razones inductivas de ella, y los fines y causas a que se dirige,
para por este medio uniformar las operaciones y providencias con la misma ley, pues
aunque este modo de obrar suele ser peligroso cuando no se usa de él con pulso, y
atentamente, y punible, y por lo mismo prohibido, cuando se toma por puro pretexto, es
muy laudable y necesario, cuando la misma letra de la ley, o no se conforma con sus fines
o llega a admitir algún sentido equívoco, o dudoso, lo que es tan obvio, como son muchas
las palabras, que en cualquier idioma no resisten contrarias inteligencias".
El intérprete no atendía sólo a lo que determinaba la ley en cuestión, sino que la
comparaba con las leyes anteriores y posteriores. Uno de los juristas españoles del siglo
XVIII que se ocupó de la interpretación, José Maymó y Ribes, escribió que
"las leyes deben entenderse y aplicarse según su espíritu e intención, y para juzgar
bien del sentido de una ley, se debe considerar cuál es su motivo, cuáles los
inconvenientes que quiere remediar, la utilidad que de aquí puede provenir, su relación a
las leyes anteriores, las mutaciones que establece, y hacer las demás reflexiones con
que se pueda comprender su sentido".
Así es como los intérpretes buscaron el resultado que fuera más conforme con el
espíritu y objeto que se proponían las leyes.
No se debe olvidar que la ley no era la única fuente del Derecho, así que las soluciones
no se derivaban exclusivamente de ella. Además las Partidas negaban valor a las leyes
que mandasen "alguna cosa contra la ley de Dios, o contra Derecho, señorío, o contra
gran pro comunal de la tierra, o contra bondad conocida" (I, i, 18).
En las Indias, donde el particularismo jurídico era una característica saliente (§ 55), las
leyes se conjugaban con el Derecho natural, la equidad, las costumbres, prácticas, estilo
de los tribunales superiores y ejemplares, con vista a hallar soluciones equitativas para
los casos porque la solución del Derecho general podía no serlo. La "prudencia" del
magistrado adquiría en este contexto una importancia suprema.
Entre los criterios admitidos: a ) se tenía a la práctica y el estilo de los tribunales
superiores como los mejores intérpretes de las leyes; b ) a falta de reglas propias se
seguía el ejemplo de las ciudades principales siempre que fuese conveniente; c ) se
introducía la equidad, generalmente por la vía del arbitrio judicial. El objetivo era la
correspondencia de los casos con las reglas que regían las materias respectivas, tratando
de conciliar la recta razón con los preceptos legales, de donde el amplio margen de
libertad que tenían los magistrados.
La Ilustración dirigió sus críticas (§ 42) contra los intérpretes, a quienes acusó de tener
en zozobra la monarquía, de haber puesto las leyes en un estado de perplejidad tal que
ni los espíritus más elevados podían entenderlas. Según el italiano Luis Antonio Muratori,
cuya obra circulaba en España, la jurisprudencia era "un jardín que al contrario que los
verdaderos cuando más se cultiva tanto más se llena de abrojos y de espinas".
A la vez que se combatía la interpretación doctrinal, producto de "la incertidumbre de
los juicios humanos y perpetuas contradicciones de su espíritu" —como decía Juan
Francisco de Castro—, se alababa "el juicio firme y autoritativo del soberano, a quien
sólo, como a establecer la ley, toca interpretarla".
DERECHO PORTUGUÉS
100 bis. Una ley de 1518 estableció que la Casa de Suplicación, que era el máximo
tribunal de justicia, debía resolver las dudas que hubiera sobre la inteligencia de las
normas. Si los jueces de la Casa no se ponían de acuerdo acerca de la interpretación
recurrirían al rey. Una vez registrada la solución en el libro de los Assentos (actos
oficiales) tendría alcance obligatorio en el futuro.
Tanto en Portugal el tribunal establecido por Felipe I para las comarcas del norte
(Relaçao do Porto ) como en el Brasil los creados primero en Bahía (1609) y después en
Río de Janeiro (1751), se arrogaron la misma atribución en materia hermenéutica, hasta
que la Ley de Buena Razón (§ 47 bis) restituyó a la Casa el monopolio de la interpretación
con fuerza obligatoria.
DOCTRINAS MODERNAS
102. Tres escuelas del siglo XIX hicieron aportes sustanciales a la doctrina de la
interpretación. Ellas fueron las francesas de la Exégesis y de la Libre Investigación
Científica, y la escuela Histórica alemana.
a ) Escuela de la Exégesis (§ 63). Postuló la interpretación de la ley por la intención
del legislador. Para que el intérprete no sustituyera la mente del legislador por la suya
utilizó la ficción de considerar que quien hablaba por la boca del juez era el legislador
histórico. Fuentes primordiales de la interpretación fueron las notas del código y sus
antecedentes. Todo método de interpretación autónoma de la ley resultó incompatible
con la doctrina exegética.
b ) Escuela Histórica del Derecho (§ 65). Para Savigny (Sistema del Derecho romano
actual ), como para la jurisprudencia tradicional, la interpretación era indispensable
cualquiera que fuese el grado de oscuridad de la ley. Se refería a la interpretación
doctrinal —la hiciera el juez o el jurista—, única que consideraba verdadera.
El método constaba de cuatro operaciones conjuntas y necesarias: gramatical, lógica,
histórica y sistemática. La gramatical tenía por objeto las palabras con las cuales el
legislador comunicaba su pensamiento; la lógica , la descomposición de ese pensamiento
o las relaciones lógicas que unían sus fragmentos; la histórica , el Derecho vigente en la
época en que había sido sancionada la ley, y la sistemática , la relación entre las
instituciones y las reglas del Derecho en el sistema general.
El buen éxito de la interpretación —aclaraba Savigny— dependía de dos condiciones
esenciales: 1) reproducir en nosotros mismos la operación intelectual en virtud de la cual
se había determinado el pensamiento de la ley, y 2) traer a consideración los hechos
históricos y el sistema entero del Derecho para ponerlos en relación inmediata con la ley
que se trataba de aclarar.
La doctrina de Savigny, sobre todo en su aspecto sistemático, fue objeto de un amplio
desarrollo por la pandectística (§ 67).
c ) Escuela de la Libre Investigación Científica (§ 63 bis). Gény (Método de
interpretación y fuentes en Derecho privado positivo ) acusó al método exegético de haber
exagerado el elemento legal y abusado de las abstracciones lógicas. Propició la
reconstitución del método hermenéutico partiendo de la premisa de que la ley no es sólo
un fenómeno psicológico sino un fenómeno social. Como su esencia psicológica se
desarrolla en una atmósfera social, hay que analizarla también. Sin la consideración de
los elementos exteriores al texto de la ley pero que están en contacto íntimo con ella
permanecería muda o sólo revelaría su voluntad de forma incompleta. Los elementos
exteriores son los de naturaleza moral, política, social, económica y técnica.
Una vez formada, la ley pasa a ser una entidad independiente, desvinculada del
pensamiento de su autor. Su significado puede cambiar y de hecho cambia al impulso de
la evolución de la vida social. El intérprete no puede ignorar esta realidad. Debe obrar
con amplitud de criterio, limitado sólo por las exigencias objetivas de la justicia y de la
utilidad social.
La generación de juristas argentinos de 1910 (§ 75) reeditó en el país la reacción
contra la exégesis. La Corte Suprema de Justicia participó de las nuevas ideas cuando
declaró ("Samuel Kot SRL", 1958) que
"las leyes no pueden ser interpretadas sólo históricamente, sin consideración a las
nuevas condiciones y necesidades de la comunidad, porque toda ley, por naturaleza,
tiene una visión de futuro, está predestinada a recoger y regir hechos posteriores a su
sanción: Las leyes disponen para lo futuro,
dice el art. 3º, Código Civil, con un significado trascendente que no se agota, por cierto,
en la consecuencia particular que el precepto extrae a continuación. Con mayor
fundamento, la Constitución, que es la ley de las leyes y se halla en el cimiento de todo
el orden jurídico positivo, tiene la virtualidad necesaria de poder gobernar las relaciones
jurídicas nacidas de circunstancias sociales diferentes a las que existían en tiempos de
su sanción. Este avance de los principios constitucionales, que es de natural desarrollo,
y no de contradicción, es la obra genuina de los intérpretes, en particular de los jueces".
CAPÍTULO XVII
ENSEÑANZA DEL DERECHO
ROMA
104. Durante la República no hubo escuelas en las cuales se enseñaran las normas
del Derecho romano. No las hubo porque lo que necesitaba conocer el jurista no eran las
normas sino el arte de formular los iura a partir de la costumbre, la cual estaba en la
conciencia de todos. Su formación se fundamentaba, pues, en el estudio de la dialéctica
y la retórica, o sea, de la parte de la lógica que se ocupa del arte de la argumentación y
de la parte de la gramática que se ocupa del arte de la expresión.
Los prudentes se dedicaron, además, a instruir en forma privada y gratuita. Los
aprendices solían seguir la actuación de los juristas experimentados, anotar sus
opiniones sobre los casos concretos y pedirles las aclaraciones necesarias. En estos
diálogos se suponían casos, relacionados con los que se presentaban en la realidad, para
someter a la prueba de la experiencia el alcance de los principios jurídicos.
En el siglo II algunos prudentes recibieron autorización imperial para enseñar en
público. La enseñanza siguió, entonces, otro método. En la primera parte se inculcaban
los fundamentos del Derecho por medio de una exposición elemental de conjunto. A este
efecto se escribieron textos, denominados a menudo instituciones. En la segunda parte
del curso la enseñanza era práctica y casuística. Escuelas de esta clase funcionaron en
Roma, Berito (Beirut), Alejandría, Cesarea (Palestina) y Atenas.
En la época posclásica, de decadencia cultural, sólo hubo escuelas oficiales de
Derecho en Roma, Constantinopla y Berito. Es probable que en casi todo el Occidente el
Derecho se estudiara en las escuelas privadas de los retóricos. Lo mismo sucedió en los
siglos siguientes, incluidos en Hispania los primeros de la Alta Edad Media.
PERÍODO INDIANO
107. La Corona castellana se empeñó en difundir la enseñanza universitaria en las
Indias. Esta enseñanza comprendió casi siempre las leyes, además de artes (filosofía),
teología y cánones. Por excepción se enseñó la medicina.
La primera universidad que se fundó fue la de Santo Domingo (1538), a la cual le
siguieron México y Lima (1551), que sirvieron de modelo para las demás. Toda provincia
indiana llegó a tener una universidad en su territorio o en un territorio vecino.
Los estudiantes de jurisprudencia que vivían en las provincias australes acudieron a
las universidades de San Marcos de Lima, San Francisco Javier de Chuquisaca (1681),
San Felipe de Santiago de Chile (1756) y, hacia el final del período, San Carlos de
Córdoba del Tucumán. Algunos viajaron a España.
La Universidad de Córdoba funcionó desde principios del siglo XVII (1613), en que fue
sustentada por el obispo Fernando de Trejo y Sanabria. Se dedicó a la enseñanza de la
filosofía y de la teología, que incluía el Derecho canónico.
En los últimos años del siglo XVIII (1791), por iniciativa del gobernador intendente
marqués de Sobre Monte, el virrey Nicolás de Arredondo erigió la cátedra de Instituta y,
con ella, sumada a la de Cánones ya existente, formó la Escuela de Leyes. En la flamante
cátedra, que desempeñó Victorino Rodríguez, se estudiaba la obra de Justiniano con sus
concordancias y discordancias con el Derecho real por los comentarios del humanista
Arnoldo Vinnio (§ 88).
Una edición de estos comentarios, adaptada a los estudiantes españoles, concordada
con el Derecho real, publicó Juan Sala. Esta edición alternó en Córdoba con la tradicional
de Juan Teófilo Heinecio. Las ediciones de Vinnio se usaron hasta mediados del siglo
XIX.
Para obtener el grado de bachiller los estudiantes debían cursar Instituta y Cánones,
y para el de licenciado, además, Leyes de Toro por los comentarios de Antonio Gómez.
En Buenos Aires, tras la expulsión de los jesuitas (1767), se iniciaron gestiones
encaminadas a fundar una universidad en alguno de sus edificios. También se proyectó
la enseñanza del Derecho en el Real Colegio de San Carlos. Ninguna de las iniciativas
se concretó por entonces, aunque sí varios años después.
El adiestramiento práctico lo recibían los egresados de la universidad haciendo la
pasantía en el estudio de algún letrado. La norma adoptada por la Audiencia de Buenos
Aires fue requerir una práctica de cuatro años.
En la segunda mitad del siglo XVIII, tanto en la Península como en América surgieron
las academias de jurisprudencia. Su objeto fue suministrar la enseñanza práctica y elevar
la cultura forense. Se fundaron la Real Academia Carolina de Jurisprudencia de Charcas
(1776) y la Real Academia Carolina de Leyes y Práctica Forense de Santiago de Chile
(1778). En Buenos Aires, hacia el fin del siglo, funcionó por poco tiempo una academia
privada dirigida por Mariano Pérez de Saravia.
PERÍODO NACIONAL
108. Córdoba. Durante la primera mitad del siglo XIX, la universidad sufrió las
vicisitudes de la guerra civil y funcionó precariamente. El plan de estudios de
jurisprudencia fue objeto de varias reformas a partir de 1810, la primera de ellas obra del
deán Gregorio Funes (1813), quien le incorporó el Derecho Patrio y el Público y de
Gentes.
Un hecho significativo en esos años fue la presencia en la universidad del
iusnaturalismo racionalista, introducido, más que como ideología, como método.
Doctrinarios como Funes y Juan Ignacio de Gorriti (la llamada "Ilustración católica") lo
reelaboraron, despojándolo de toda connotación agnóstica y lo combinaron con el
pensamiento tradicional.
Una de las tantas reformas que se hicieron al plan de estudios determinó la creación
de la cátedra de Derecho Público, cuyo primer titular fue Santiago Derqui (1834). El
estudio de la parte correspondiente al Derecho constitucional se hizo por el Curso de
política constitucional de Benjamín Constant.
El estado de conmoción política que se vivía, la escasez de alumnos y la necesidad
de letrados para llenar los cargos públicos hizo que se recurriera a arbitrios
extraordinarios para remediar la falta de abogados. Varias provincias habilitaron
abogados sin el requisito del grado universitario o de la práctica forense.
En la segunda mitad del siglo, a favor de la organización constitucional y de la
codificación, se reorganizó la universidad, que de provincial pasó a ser nacional (1854),
y se amplió el plan de estudios con un criterio enciclopedista. Además del Derecho
Romano se enseñó el Derecho Civil, Comercial, Constitucional, Internacional, Natural y
Público Eclesiástico, los Procedimientos y la Economía Política. Las Instituciones del
Derecho real de España de José María Alvarez, anotadas por Vélez Sarsfield,
reemplazaron al libro de Vinnio y fueron, a su vez, sustituidas por el Código Civil desde
su sanción. Rafael García hizo la exégesis del Código, pero también la historia y crítica
de sus disposiciones.
A iniciativa de José Dámaso Gigena, el gobernador Juan Bautista Bustos dispuso
(1821) la apertura de una academia de jurisprudencia, cuya dirección confió al propio
Gigena. Como secretario fue designado Vélez Sarsfield. El establecimiento duró escaso
tiempo. En su lugar funcionaron algunas academias privadas hasta que se restableció
(1858) por espacio de tres lustros.
La Cámara de Justicia siguió confiriendo el título de abogado hasta que ese derecho
le fue reconocido a la Universidad (1883).
En 1918 estalló el movimiento de "la Reforma", que se extendió a las demás
universidades argentinas y latinoamericanas. Orientado por las nuevas fuerzas políticas
populistas, se propuso una honda transformación de la organización universitaria y de los
métodos de enseñanza. Alentada por la democratización que se había operado en la
estructura política con la ley electoral Sáenz Peña (1912), logró introducir este principio
en la universidad.
Buenos Aires. Las gestiones iniciadas en el siglo XVIII para dotar a la ciudad de
Buenos Aires de una universidad fueron proseguidas después de 1810 y, esta vez,
culminaron con la fundación del establecimiento (1821).
El Departamento de Jurisprudencia, uno de los que la formaban (los otros eran los de
Ciencias Sagradas, Matemáticas y Medicina), empezó a funcionar en el año siguiente.
Constaba de las cátedras de Derecho Civil, a cargo de Pedro Somellera, de ideas
utilitaristas; Derecho Natural y de Gentes, a cargo del fundador y rector, Antonio Sáenz,
de ideas entre tradicionales y racionalistas; Economía Política, que tuvo una existencia
irregular y que desempeñaba Pedro José Agrelo, y Derecho Canónico, con José Eusebio
Agüero como profesor. El Derecho romano careció de una cátedra exclusiva, pero eso
no significó su ausencia de la enseñanza.
La orientación utilitarista de la cátedra de Derecho Civil cambió cuando la asumió
Rafael Casagemas (1832), jurista español de formación tradicional que implantó como
texto las Instituciones de Álvarez. Durante un cuarto de siglo, Casagemas ocupó la
cátedra. Durante varios años dictó también la asignatura Derecho Natural y de Gentes.
Fueron los años del gobierno de Rosas, en los cuales la institución atravesó momentos
difíciles y debió sostenerse por sí misma.
Por entonces (1836), los aspirantes al grado de doctor debían acreditar "haber sido y
ser notoriamente adicto a la causa nacional de la Federación".
Derrocado Rosas (1852), la Universidad se reorganizó, especialmente durante el
rectorado de Juan María Gutiérrez (1861-1873). Nuevas materias se incorporaron al plan
de estudios de Jurisprudencia: Derecho Mercantil y Criminal (Carlos Tejedor, Manuel
Obarrio), Derecho Romano (Ezequiel Pereyra, Nicolás Avellaneda), Derecho Público
Eclesiástico en vez de Derecho Canónico, Derecho Constitucional y Administrativo
(Florentino González, José Manuel Estrada), Procedimientos (Antonio E. Malaver),
Medicina Legal. La mayoría de los profesores sustentaron ideas eclécticas.
Para la enseñanza del Derecho Civil, José María Moreno utilizó el Código Civil que se
acababa de sancionar y lo expuso con método exegético.
Con motivo de una reforma de la Constitución provincial, el Departamento de
Jurisprudencia se transformó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (1874). El
cambio no fue meramente nominal. Inspirado en el modelo de la universidad francesa, se
propuso unir al estudio del Derecho el de las Ciencias Sociales para superar el criterio
exegético que la dominaba. Se agregaron materias filosóficas, históricas y sociológicas.
Una parte del programa de Introducción General al Estudio del Derecho, materia nueva
que dictaba Juan José Montes de Oca (1876), estuvo dedicado a la historia del Derecho
argentino.
En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX se sucedieron los proyectos y
reformas del plan de estudios, con la misma inclinación hacia las ciencias sociales,
sustentada en la doctrina del naturalismo jurídico (§ 75). El positivismo biológico y
sociológico caracterizó la enseñanza del Derecho Penal (§ 301). En las cátedras de
Derecho Civil se dejó a un lado el método exegético para adherirse a las modernas
escuelas sociológicas. Participaron en este movimiento renovador Juan Antonio Bibiloni,
Alfredo Colmo y Eduardo Prayones.
Para el aprendizaje de la práctica forense, Manuel Antonio de Castro fundó la
Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia (1815), según el modelo de la de Charcas.
El tiempo de práctica era de tres años, al cabo de los cuales se debía rendir el examen
de rigor ante la Cámara de Justicia. El curso podía ser dispensado si el candidato tenía
méritos equivalentes. Suprimida la Academia (1872) y creada la cátedra de
Procedimientos en la Universidad, competió a ésta, de aquí en más, el otorgamiento del
título de abogado.
Otras escuelas argentinas de Derecho. En la segunda mitad del siglo XIX se hicieron
varios ensayos de enseñanza del Derecho en el interior del país, para suplir la falta de
abogados. Se trató de experiencias efímeras y, en la mayoría de los casos, de estudios
precarios.
Los cursos se dictaron en el Colegio del Uruguay (Concepción del Uruguay, 1854-
1858), en Tucumán (1872-1881), en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa
Fe (hacia 1872), en el Colegio Nacional de Rosario (1873-1880), en la Escuela de
Derecho de Concepción del Uruguay (1881-1884), entre otros. Probablemente el ensayo
más fructífero fue el primero, por la jerarquía intelectual de los graduados (Federico
Ibarguren, Onésimo Leguizamón, Martín Ruiz Moreno).
En los últimos años de la centuria (1895) se fundó la tercera universidad argentina en
la ciudad de La Plata. Incluyó entre sus facultades la de Derecho y Ciencias Sociales,
que se organizó a semejanza de la de Buenos Aires.
509-30
República Romana.
a. de C.
218-19
Conquista de España por Roma.
a. de C.
29
a. de Principado de Augusto.
C.-14
14-283 Alto Imperio Romano. Principado.
73 Vespasiano concede la latinidad a las ciudades hispanas.
Edicto de Caracalla, que declara ciudadanos romanos a todos los habitantes libres del imperio.
212
Asesinato de Papiniano.
230 Fin del Derecho romano clásico y comienzo del posclásico o vulgar.
284-
Bajo Imperio Romano. Dominado(desde Diocleciano).
476
Edicto de Milán, promulgado por Constantino, que declara libre a la práctica del culto cristiano.
313
Empieza a penetrar la moral cristiana en el Derecho romano.
395 Teodosio el Grande divide al Imperio entre sus hijos Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente).
El rey visigodo Ataúlfo, que ha invadido las Galias y el norte de España, se convierte, a cambio de
413
tierras, en federado de Roma.Reino visigodo de Tolosa(Francia).
Teodosio II de Oriente y Valentiniano III de Occidente promulgan la ley de citas, que confirma la
426
autoridad de las opiniones de algunos juristas clásicos.
475 El rey visigodo Eurico publica el primer código germánico.
476 Caída de Roma, ocupada por Odoacro, y del Imperio Romano de Occidente.
PERÍODO VISIGÓTICO (476-711)
506 Alarico II sanciona el Breviario o Ley Romana de los Visigodos.
Muerte de Alarico II en la batalla de Vogladum, contra los francos. Desplazamiento masivo de los
507
visigodos hacia Hispania.Reino visigodo de Toledo.
Justiniano, emperador de Bizancio, que compila el Derecho romano, publica la versión definitiva del
534
Código.
Invasión de los bizantinos al sudeste de España, como parte del proyecto de reconstrucción del
551
Imperio en Occidente.
572 Leovigildo derrota a los suevos y extiende a casi toda la Península el reino visigodo.
580 Leovigildo promulga el código que lleva su nombre.
En el III Concilio de Toledo, Recaredo abjura del arrianismo y se convierte al catolicismo. Influencia
589
del Derecho canónico en el Derecho visigodo.
624 Expulsión de los bizantinos de España y consumación de la unidad territorial.
Muerte de San Isidoro de Sevilla, último de los Padres de la Iglesia de Occidente, autor de
636
lasEtimologías,gran autoridad doctrinal en toda la Edad Media.
654 Recesvinto promulga el Libro de los Juicios (Liber Iudiciorum)como ley territorial.
Invasión de los árabes. Muerte del rey Rodrigo en la batalla de Guadalete. Disolución del reino
711
visigodo.
PERÍODO ALTOMEDIEVAL (711-1150)
HISPANIA RESTO DE EUROPA
Batalla de Covadonga (Asturias) ganada
722 por el visigodo Pelayo sobre los árabes.
Comienzo de la Reconquista.
Coronación de
Carlomagno por
el papa León III
como rey de los
800
francos y longobardos.
Comienza a edificarse
el Sacro Imperio
Romano Germánico.
Fernán González, conde de Castilla, se
923
independiza del reino de León.
Abd al-Rahman III funda el califato de
Córdoba,
929 desvinculando a la Hispania musulmana
(Al-Andalus)
del de Damasco.
Sanción de los fueros castellanos más
974 antiguos que se conocen (Castrojeriz,
Salas de los Infantes).
División del califato de Córdoba en reinos
1031 de taifas. Debilitamiento del poderío
musulmán.
Fecha aproximada del descubrimiento en Pisa de un manuscrito
1088 del Digesto y del nacimiento de la escuela de los glosadores en
Bolonia. Irnerio inicia la enseñanza del Derecho romano.
1102 Muere el Cid Campeador. En el siglo XII comienza a formarse elcommon law.
Graciano concluye
la redacción del
1142
Decreto, origen de la ciencia del Derecho canónico, y del período
delDerecho Canónicoclásico.
Portugal se separa de León y se constituye
1143
en un reino independiente.
PERÍODO BAJOMEDIEVAL (1150-1474)
ESPAÑA RESTO DE EUROPA