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Mientras

toda la galaxia arde en la guerra civil, el mundo colmena de


Apocryphis Próxima se vuelve traidor y Malcador el Sigilita envía el castigo
en forma de un arma viviente… —Eversor, un asesino— la última arma viva
del arsenal del Officio Assassinorum. La responsabilidad ha recaído en el
asesino Imperial para diezmar a la estructura de mando herética de
Apocryphis Proxima.

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Rob Sanders

Ejército de uno
Warhammer 40000. La Herejía de Horus 12.1

ePub r1.1
epublector 05.09.13

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Título original: Army of one
Rob Sanders, 2012
Traducción: Manfred43, 2013
Retoque de portada: Orhi

Editor digital: epublector


ePub base r1.0

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EJÉRCITO DE UNO
ROB SANDERS

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A través de la niebla helada de methalon veo una cara.
Arde en mi cerebro a través del enlace neural. Ese rostro. Una cara que
conozco…
Rebusco entre mis pesadillas. El reino de los recordados a medias, un laberinto de
sombras sin sentido.
Estoy nuevamente solo, tiritando como un polluelo en la sordidez de un
habitáculo, a la sombra de la poderosa colmena Primus. El hedor químico del
drosshill inunda el ambiente irritando mis fosas nasales.
Resoplo. Me encuentro a mí mismo, un joven demacrado, atrapado en el curso de
la campaña de reclutamiento del Ejército Imperial, en medio de rumores de una gran
guerra que se avecina para Proxima Apocryphis. Los Apocryphadi Hort
desempeñaran el papel que su nobleza exige. Esperé tres días en una cola
ingobernada, sólo para escuchar la risa cáustica del soldado y su sargento de
vigilancia. Me giro para alejarme.
Me dirijo directamente hacia la cacofonía de disparos. La ciudad colmena,
funcionando con los Thunderbloods. Pruebo la sensación cobriza de un tiroteo, los
casquillos volando y las hojas de estiletes destellando entre las empalizadas de óxido
ahogado. Esto es Tritus Falls. Estamos en territorio Gundog. Por nosotros quiero
decir, Fluke y yo. Recuerdo el roce ardiente en mi espalda de un tiro de algún traidor
y del ruido de sus pasos, huyendo cuando me dio por muerto. Me dejó para los
Gundogs, a la brutalidad de las fuerzas de la colmena bajo el mando del mariscal
Corquoran. A la locura de una celda sin cama de dos por dos en el estrecho
incarcetoria. Como mano de obra forzosa en los equipos de presos que trabajaban en
la construcción en la aguja de forma.
En las alturas sufro nuevamente una hemorragia nasal, que me embota, me
derrota. Nuevamente me arrastran a una celda. Una jaula para esclavos. Un lugar de
espera para alguno de los muchos pozos de gladiadores existente en la colmena
Primus. Soy un animal que vive sólo para dar muerte a los demás. Un animal que
llama la atención del barón Chravius ​Blumolotov, sobrino obeso del igualmente
inflado Gobernador planetario. Asiste a mi celda durante la noche —cuando mi
sangriento trabajo ha terminado— y pasa sus gordos dedos por mi pelo cubierto de
sangre coagulada. Un agradecimiento instintivo. La misericordia de un amigo.
—Mi leal súbdito —me apacigua.
Pero una vez más la sangre tiene su precio. La oferta de un extraplanetario que
incluso el barón corrupto no puede rechazar.
Una larga, larga oscuridad en la distancia, vuelvo a descubrir mi temor, mi agonía
a las profanaciones de la carne un incansable luchador jamás podría soñar infligir.
Encuentro… el Clado. Un tortuoso regalo de una nueva existencia. Mi cuerpo se
convierte en su obra de arte oscuro: una escultura fruto de operaciones quirúrgicas,

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genéticas y cibernéticas. Un incremento muscular hipertrófico, que envuelve un
quebrado, reestructurado y, posteriormente, reforzado endoesqueleto. Me vuelvo para
ellos un torrente de guerra química. Mi sangre se coagula y mis venas arden con las
drogas de combate e infusiones con tal poder adictivo que estoy condenado a no
conocer una vida sin ellos. El psico-adoctrinamiento destroza lo poco que queda de
mí, escondiéndolo dentro de la monstruosa creación del clado. Soy la catástrofe. Soy
fría rabia. Soy destrucción desenfrenada, destilada y dirigida. Un arma viviente para
ser desplegada.
Soy Eversor.
Sólo entonces puedo conocer el arquitecto de mi mortal diseño. Al que llaman el
Sigilita. Él infunde en mis múltiples corazones el amor profundo al Emperador y un
odio abismal hacia sus enemigos. De sus labios escucho mi nombre pronunciado por
primera vez en una aparente eternidad.
—Ganimus…
A través del enlace neuronal me muestra su cara. El rostro que conozco.
—Ganimus… —dice el Sigilita—. Este hombre se cuenta ahora entre nuestros
enemigos. Él es un peón del Señor de la Guerra. Un hereje sin fe. Debes acabar con
este hombre, Ganimus, y todos los que están con él.
La helada niebla de methalon se aclara.
La suspensión criogénica se ha desactivado sola. Oigo el aullido del descenso
atmosférico desgarrando el blindaje de la cápsula, mientras caigo en un thunderbolt
como una bomba, como la venganza del Emperador, a través de los cielos de plomo
chamuscado. El impacto indica el inicio de la misión. La descarga al córtex está
completa. Mi tarea está grabada en mi mente bloqueada, algo que debe ser obedecido.
Mi objetivo es lo que me atrae con la gravedad irresistible de una estrella. La rabia
inagotable es todo lo que soy.
Salgo rasgando el blindaje de la cápsula como si se tratase de un útero metálico.
Mi traje de oscuridad apenas contiene mi horripilante potencial. Impulsado al
monstruo —grotesco, tallado en carne y odio— di un paso más hacia las cenizas que
rodean Apocryphis Proxima. Salgo a la sombra de la colmena Primus, a la fría
penumbra que una vez fue mi hogar. Saco la pistola ejecutora del cinto y extiendo la
punta de los dedos en mi guantelete recubierto de toxinas.
A través de los visores de mi casco con forma de cráneo, veo los estandartes de
Horus ondeando desde la torre del palacio. El ojo único del Señor de la Guerra,
observa el acercamiento del asesino. Una bota delante de la otra —cada zancada
creciendo en velocidad y furia— a través de los barrios marginales de drosshill. Y
entonces comienza la matanza. Y esta no se detiene.
Me alimento de la muerte. Hivers, servidores de fábrica y capataces de guerra,
todos mueren en mi camino bañado en sangre. Sacio mi apetito por la destrucción.

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Chimeneas que caen, fábricas que se colapsan, se desata el infierno. Como una bestia,
destrozo las fuerzas desplegadas para evitar que llegue al traidor de la Apocryphadi
Tercero. En los habitáculos me convierto en la gran guerra que ha llegado a ellos,
descuartizando simples soldados antes de arrancarle el corazón a su comandante
hereje. No dejo nada al señor de la guerra salvo jóvenes atónitos y cobardes muertos.
Atravieso las agujas de los palacios como un monstruo alzándose de las
profundidades. Inundado por la sangre azul de mis superiores, desgarro a los ricos y
poderosos miembros uno a uno, hasta que por fin, se me concede uan audiencia
excepcional con el Gobernador Primus.
Ese rostro. El rostro que conozco.
—Soy leal súbdito del emperador —lloriquea Chravius ​Blumolotov, nunca más
barón.
—No —le susurro—. Pero yo si lo soy.
Mi voz tiembla. Estoy más allá de las palabras ahora. Yo ya no puedo contener la
carnicería que voy a sembrar. Soy Eversor. Y soy la venganza.

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