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El documento describe al hombre mediocre como aquel que carece de características propias, se limita a imitar a otros sin pensar por sí mismo, y vive sin aspiraciones. En contraste, el hombre superior es creativo, original e imaginativo. El documento también sugiere que la mediocridad puede deberse a factores como la hipocresía, la envidia y la falta de oportunidades para desarrollar el potencial.
El documento describe al hombre mediocre como aquel que carece de características propias, se limita a imitar a otros sin pensar por sí mismo, y vive sin aspiraciones. En contraste, el hombre superior es creativo, original e imaginativo. El documento también sugiere que la mediocridad puede deberse a factores como la hipocresía, la envidia y la falta de oportunidades para desarrollar el potencial.
El documento describe al hombre mediocre como aquel que carece de características propias, se limita a imitar a otros sin pensar por sí mismo, y vive sin aspiraciones. En contraste, el hombre superior es creativo, original e imaginativo. El documento también sugiere que la mediocridad puede deberse a factores como la hipocresía, la envidia y la falta de oportunidades para desarrollar el potencial.
El hombre mediocre es aquel que carece de características personales que lo diferencien en
la sociedad, permanece sujetos a dogmas que otros le imponen, su obtusa imaginación no concibe perfecciones, el estrecho horizonte de su experiencia constituye el limite forzoso de su mente; no podrá jamás tener un ideal propio, y no se incomodara al unirse ideales que pude seguir pero no comprender; la medida social del hombre está en la duración de sus obras; muchos nacen; pocos viven. Los hombres mediocres son innumerables y su existencia es negativa como unidades sociales. La función capital del hombre mediocre es imitación; la del hombre superior es la imaginación creadora el hombre; el mediocre solo se limita a confundirse en la masa, mientras que el superior aspira a pensar por sí solo y a sobresalir El hombre superior es un accidente provechoso para la evolución humana. Es original e imaginativo, desadaptándose del medio social en la medida de su propia variación. Todo lo que existe es necesario; cada hombre posee un valor de contraste; el mediocre representa un avanza a relación con el imbécil; aunque ocupa su rango si lo comparamos con el genio: sus idiosincrasias sociales son relativas al medio y al momento en que actúa. De otra manera, si fuera intrínsecamente inútil, no hubiera pasado la barrera de la selección natural. El hombre mediocre solo tiene rutinas en la cabeza que une a la vulgaridad; la envidia, el vicio, y la deshonestidad volviéndose así cada vez más mediocre. La rutina En su órbita giran los espíritus mediocres. Evitan salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer. El ignorante no es curioso; nunca interroga a la naturaleza, las personas vulgares pasan la vida entera viendo la luna en su sitio, arriba, sin preguntarse por qué está siempre allí, sin caerse; más bien creerán que el preguntárselo no es propio de un hombre cuerdo. Dirían que está allí porque es su sitio y encontrarán extraño que se busque la explicación de cosa tan natural. Nada hacen por dignificar su yo verdadero, afanándose tan sólo por inflar su fantasma social. Esclavos de la sombra que sus apariencias han proyectado en la opinión de los demás; donde creen descubrir las gracias del cuerpo, la agilidad, la destreza, la flexibilidad, rehúsan los dones del alma: la profundidad, la reflexión, la sabiduría. Consideran tan nocivo al que afirma las propias superioridades en voz alta como al que ríe de sus convencionalismos suntuosos. Llaman modestia a la prohibición de reclamar los derechos naturales del genio, de la santidad o del heroísmo. Las únicas víctimas de esa falsa virtud son los hombres excelentes, constreñidos a no pestañear mientras los envidiosos empañan su gloria. La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, indeciso y obtuso. Cuando no le envenenan la vanidad y la envidia, diríase que duerme sin soñar. Pasea su vida por las llanuras; evita mirar desde las cumbres que escalan los videntes y asomarse a los precipicios que sondan los elegidos. Vive entre los engranajes de la rutina. Los hombres rebajados por la hipocresía viven sin ensueño, la honestidad es una imitación; la virtud es una originalidad. Ser honesto significa someterse a las convenciones corrientes; ser virtuoso significa a menudo ir contra ellas. Cada uno de los sentimientos sutiles para la vida humana engendra una virtud; el hombre mediocre ignora esas virtudes y usa la hipocresía como arte para amordazar la dignidad, viven sin ensueño. Los caracteres mediocres son incapaces de volar hasta una cumbre o de batirse contra un rebaño, nunca llegan a individualizarse: ignoran el placer de exclamar "yo soy", frente a los demás. No existen solos. Su amorfa estructura los obliga a borrarse en una raza, en un pueblo, en un partido, en una secta, en una bandería: siempre a embadurnarse de otros. El hombre que piensa con su propia cabeza y la sombra que refleja los pensamientos ajenos, parecen pertenecer a mundos distintos. Hombres y sombras: difieren como el cristal y la arcilla. La costumbre a obedecer engendra una mentalidad doméstica. El que nace de siervos la trae en la sangre. Hereda hábitos serviles y no encuentra un ambiente propicio para formarse un carácter. Las vidas iniciadas en la servidumbre no adquieren dignidad. El que aspira a parecer, renuncia a ser. La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. El que envidia se rebaja sin saberlo, se confiesa subalterno. Por deformación de la tendencia egoísta, algunos hombres están naturalmente inclinados a envidiar a los que poseen tal superioridad por ellos anhelado en vano; la envidia es mayor cuando más imposible se considera la adquisición del bien codiciado. El castigo de los envidiosos estaría en cubrirlos de favores para hacerles sentir que su envidia es recibida como homenaje y no como una afrenta. Las canas son un mensaje de la Naturaleza que nos advierte la proximidad del crepúsculo. Las canas visibles corresponden a otras más graves que no vemos: el cerebro y el corazón, todo el espíritu y toda la ternura, encanecen al mismo tiempo que la cabellera. La personalidad individual se constituye por sobre posiciones sucesivas de la experiencia. Nacer y morir son términos inviolables de la vida. Nacemos para crecer y envejecemos para morir. Ningún filósofo, estadista, sabio o poeta alcanza la genialidad mientras en su medio se siente exótico o inoportuno. Necesita condiciones favorables de tiempo y de lugar para que su aptitud de convierta en función y marque una época en la historia. El ambiente constituye el “clima” del genio y la oportunidad marca su “hora”. Sin ellos, ningún cerebro excepcional puede elevarse a la genialidad, pero lo uno y lo otro no bastan para crearla. El secreto con la gloria es coincidir con la oportunidad. Siempre hay mediocres, son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia. Ese afán de vivir a expensar del Estado rebaja la dignidad. Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen, los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van. Como describe la obra el hombre mediocre es aquel que no intenta superar ni salir de su lugar en la masa escondido bajo las ideas de otros que tal vez nunca entienda pero se empecina a seguir puede caer en hipocresía maldad y avaricia en envidia contra los que verdaderamente quieren llevar su vida a un nivel más superlativo en lo moral y personal del verdadero hombre que tiene personalidad y no le da miedo crear sus propias ideas pues sabe que si se equivoca aprenderá de ello y podrá seguir progresando; no como el mediocre que no hace nada por lograr un objetivo ni por salir de su ignorancia.