El complemento se reconoció por primera vez en el siglo XIX, cuando los microbiólogos
Paul Ehrlich, Jules Bordet y George Nuttall descubrieron las funciones bactericidas de
la sangre contra el bacilo del ántrax. En el primer cuarto del siglo XX ya se tenían
identificados los primeros cuatro componentes del complemento y, en 1954, Pillemer
descubrió la vía de la properdina o vía alterna del complemento. En 1978 se describió
la vía de las lectinas. El complemento fue descrito como un componente plasmático
termolábil (se inactiva al exponerse a 56 °C durante 30 minutos) que incrementa las
propiedades antibacterianas de los anticuerpos. De ahí el nombre de complemento.
Además de la eliminación de los patógenos, el sistema del complemento participa en
la vigilancia inmunológica, la homeostasis, la regulación de la respuesta inflamatoria,
la regeneración tisular, la angiogénesis, la movilización de las células madre, el
desarrollo del sistema nervioso central y el control de la implantación embrionaria.
Vía alterna
La vía alterna requiere en un inicio cuatro proteínas: C3, factor B, factor D y factor P,
cuya activación no necesita anticuerpos ni C1, C2 o C4. Al reconocer de modo directo
los componentes de los microorganismos, tiene un papel muy importante en las
etapas tempranas de las infecciones y en el sistema inmunológico de los recién
nacidos. La vía alterna está activada continuamente en bajo grado (estado de reposo),
pero se amplifica en presencia de infecciones. En estado de reposo (o sin
amplificación), se escinde de modo continuo el C3 plasmático, lo que forma C3b (o
tickover mechanism). La concentración de C3 es de 1.2 mg/mL y consiste en una
molécula formada por dos cadenas, una α y otra β, unidas por múltiples puentes
disulfuro. De la primera cadena se obtiene el fragmento C3a que se unirá a su receptor
C3aR. Si C3b no se une a la superficie de algún microorganismo, se hidroliza en
específico en su enlace tioéster y forma el llamado C3b inactivo (iC3b). Por otro lado, la
forma activa del factor D circula de manera continua en la sangre en bajas
concentraciones. Si este factor D se une al complejo C3b, determina la rotura del
factor B en factores Ba y Bb. Esto da lugar al complejo C3bBb, que tiene actividad de
C3 convertasa, en la que la fracción Bb se encarga de la escisión de C3 y propicia así
la perpetuación del circuito. Sin embargo, en estas condiciones de reposo la vida
media de C3b es tan corta que no se forman complejos C3bBb y no se crea una nueva
C3 convertasa. Entonces, la vía alterna amplificada depende del aumento de la vida
media de C3b cuando se une a componentes de la superficie de bacterias
grampositivas y gramnegativas (en especial los polisacáridos de la pared bacteriana), a
virus, células infectadas por virus, hongos, protozoarios, parásitos y células
neoplásicas. En tales condiciones, el complejo C3b se une de modo eficiente al factor
B, que al unir al factor D, libera a Ba, da lugar a la fracción Bb y se constituye la C3bBb
convertasa. Ésta es una C3 convertasa que fragmenta C3 en C3a y C3b. Las
superficies bacterianas propician la unión del factor P a C3bBb, para formar C3bBbP,
que es una C3 convertasa más estable (Figura 5-2). Así, se propicia la generación del
factor C3bBbC3b que, además de amplificar el circuito como C3 convertasa, tiene
actividad de C5 convertasa, con lo que puede iniciar la fase lítica. Cabe señalar que el
factor P puede también unirse a linfocitos T apoptóticos, lo que resulta en la activación
del complemento y, por tanto, en la opsonización y fagocitosis de estas células. Se
propone que el hecho anterior protege contra reacciones inflamatorias graves o
autoinmunes.
Vía clásica
La activación de la vía clásica depende de la formación de un complejo antígeno-
anticuerpo con IgM o de dos complejos (adyacentes) con IgG, ya sea IgG1, IgG2 o IgG3.
El primer componente de esta vía es el complejo C1, que circula en el suero en forma
inactiva y está constituido por una proteína llamada C1q, compuesta por seis
subunidades idénticas con cabezas globulares y colas semejantes a las del colágeno, y
dos moléculas de cada uno de los zimógenos C1r y C1s (Figura 5-4). Es necesario que
primero se active C1q al unir cada una de sus dos fracciones globulares a diferentes
fragmentos cristalizables (Fc) de anticuerpos adyacentes. Por esta razón, se requiere
que los complejos antígeno-anticuerpo contengan IgM pentamérica, o bien, si están
formados por IgG, deben estar cercanos y de preferencia sobre la membrana de un
microorganismo, aunque también puede ocurrir la activación de C1 cuando varios
complejos solubles de antígeno-anticuerpo quedan atrapados, por ejemplo, en el
glomérulo. Cuando se activa, la C1q favorece la autoproteólisis de las C1r que, a su
vez, activan a C1s, cuya proteólisis expone sus dominios catalíticos que constituyen
una serin-proteasa. La C1s proteoliza a C4 para conformar C4b (fragmento grande
activo). Ésta se une covalentemente a azúcares de la superficie del patógeno por
medio de la exposición de un enlace tioéster. La C4b, en presencia de Mg2+, se une
no-covalentemente a C2 y la hace susceptible de rotura por C1s, para formar C2a, otra
serin-proteasa. Se integra entonces el complejo C4bC2a, que es la C3 convertasa de la
vía clásica. Esta C3 convertasa fragmenta grandes cantidades de C3 plasmática y
forma la opsonina C3b (que se une a la superficie del patógeno), y la anafilatoxina C3a
(que inicia una respuesta inflamatoria local). La C3b favorece la fagocitosis al
opsonizar patógenos; así se beneficia la formación de C3b2a3b, una convertasa de
mayor eficiencia. También es posible que se active la vía clásica de manera
independiente de los anticuerpos. Se observó que las señales de peligro como la PCR
(Proteína C reactiva), las proteínas virales, el β-amiloide, los polianiones como el
lipopolisacárido bacteriano (LPS), el DNA y el RNA bacterianos, los fragmentos
mitocondriales, las células necróticas y apoptóticas, y el amiloide P son capaces de
inducir la activación de la vía clásica del complemento. Otra posibilidad es que se
active por complejos inmunológicos (p. ej., IgG e IgA), lo mismo que por la unión a
bacterias, levaduras, células infectadas por virus, proteína A, factor de veneno de
cobra, polisacáridos y tejido dañado.
La C3 convertasa y el MAC
Ya se mencionó que la formación de C3 convertasa es el punto en el que convergen
las tres vías. Tanto la convertasa C4b2a de las vías clásica y de las lectinas, como la
convertasa C2bC2a de la vía alterna, tienen la misma actividad e inician los mismos
procesos que rompen C3 en C3b y C3a. Si no se inactiva por hidrólisis, la C3b se une
de modo covalente a las moléculas adyacentes en la membrana del agente patógeno,
por medio de su enlace tioéster. La C3 es la proteína del complemento más abundante
en el plasma y la presencia de C3b en la superficie del patógeno favorece la
destrucción de éste por células fagocíticas. La C4b y C3b se adhieren a los complejos
inmunológicos o a las bacterias mediante uniones covalentes, y la opzonización de
estas células por C4b, C3b o algunos de sus fragmentos ulteriores (p. ej., iC3b) facilita
la transportación y el aclaramiento en el sistema reticuloendotelial. De hecho, los
complejos inmunológicos activados por el complemento y las células opsonizadas
interactúan con la CR1 de los eritrocitos mediante la unión con C3b y C4b, son
transportados al hígado y entregados a las células de Kupffer y a la zona marginal del
bazo, para ser fagocitadas por macrófagos y células dendríticas. En cuanto a las
células apoptóticas, éstas unen C1q, que tiene un papel fundamental en la eliminación
de las mismas. Hay receptores para iC3b en fagocitos y células dendríticas (p. ej., el
CR1, CR3 y CR4) que pueden mediar la fagocitosis de microorganismos recubiertos
con este fragmento. La C3b interactúa con el CR1 en los fagocitos y ayuda a la
fagocitosis. El CR1 también está presente en linfocitos B y tiene actividad de cofactor
para lograr la degradación de iC3b a C3dg, fragmento que interactúa con el CR2 en
linfocitos B y en células dendríticas. A su vez, la C3dg se degrada en la C3d, que
permanece unida al antígeno, y en la C3g, que se libera por medio de la acción de
proteasas. La C3d tiene la capacidad de interactuar con el CR2 para modular la
respuesta inmunológica adaptativa hacia algún antígeno específico. El fragmento iC3b
y el producto final del C3b, la C3d, se unen al CR2 y tienen una importante tarea en el
control del ciclo celular de los linfocitos B. El principal cometido de la interacción del
CR2 con los linfocitos B es disminuir el umbral de activación de estas células. Los
linfocitos B también expresan CR1; se sugiere que CR1 media la inhibición de señales
en los linfocitos B por medio del bloqueo de su receptor, lo que ocasiona que se
inhiban la proliferación y la diferenciación de éstos hacia células plasmáticas, lo
mismo que la producción de anticuerpos. La C3b inactiva se une a las integrinas CR3 y
CR4; la CR3 se expresa en células mieloides y favorece la fagocitosis de partículas
opsonizadas con iC3b. La CR4 se expresa en célu las mieloides y linfoides y es un
receptor de partículas opsonizadas por iC3b. El siguiente paso en la vía del
complemento es la activación de la C5 convertasa que, ya sea en la vía clásica o en la
de las lectinas, se integra por la unión de C3b a C4bC2a, para conformar C4bC2aC3b.
En el caso de la vía alterna, la C5 convertasa se crea por la unión de la C3b a la C3
convertasa para formar C3bBbC3b. El depósito continuo de la C3b favorece la
generación de la C5 convertasa, que, finalmente, convierte el componente C5 en C5b,
lo que inicia el MAC y destruye los patógenos susceptibles, por ejemplo, las bacterias
gramnegativas. Los componentes tardíos del complemento se ensamblan para
integrar el MAC, que creará un poro en la membrana del patógeno de cerca de 10 nm.
Esta fase inicia con la C5 convertasa (ya sea C4bC2aC3b o C3bBb3b), que fija
mediante la C3b a C5, y rompe por medio de las serin-proteasas C2a o Bb, lo que da
lugar a dos fragmentos, C5a y C5b. Este último se une no covalentemente a la C3b de
la C5 convertasa. Una vez unida al complejo, la C5 se une a la C6 y la C7 para
conformar la C5b67. Ésta puede unirse a las membranas y a la C8, constituida por dos
proteínas, C8β y C8α-γ. La C8β se une a la C5b del complejo C5b67 y permite que la
C8α-γ, hidrofóbica, se inserte a la membrana e induzca la polimerización de 10 a 16
moléculas de C9 en una estructura de anillo denominada MAC, que posee una cara
externa hidrofóbica (que se asocia a la bicapa lipídica) y un canal interno hidrofílico
con un diámetro de 100 Ǻ, que permite el libre paso de solutos (como enzimas del tipo
de las lisozimas y agua), lo que culmina con la destrucción de la célula eucarionte o del
patógeno. Sin embargo, el MAC en las células endoteliales ejerce efectos no citolíticos
al inducir la expresión de moléculas de adhesión y al liberar quimiocinas y otros
mediadores; entre éstos, el factor activador de plaquetas que activa el proceso de
coagulación. Lo anterior favorece la formación del complejo protrombinasa y
contribuye a modificar el tono vascular, lo que promueve la liberación de
prostaglandina I2 y tromboxano A2 de las células endoteliales. Además, el CR1, la MCP
y el factor H catalizan la rotura del factor C3b unido por el factor I para producir iC3b.
Enfermedades renales
El riñón es un órgano capaz de producir factores del complemento en células del
parénquima renal. Algunos componentes del complemento que se producen en los
glomérulos son C1q y el factor D. El C1q, que se sintetiza en particular en células
mononucleares y epiteliales, tiene un papel crucial en el aclaramiento de los complejos
inmunes y los cuerpos apoptóticos en el riñón. Los túbulos renales expresan los
componentes de los complementos C2, C4, C3 y factor B. A diferencia del glomérulo,
que se encuentra más expuesto a los elementos del complemento producidos en el
hígado y que circulan en el plasma, los túbulos se encuentran más restringidos a esta
exposición y, por tanto, sintetizan sus propias proteínas del complemento. Quizás esto
se debe a la exposición frecuente de bacterias en el tracto urinario que pueden
ascender hasta el riñón. Las células epiteliales glomerulares, endoteliales,
mesangiales y las de los túbulos proximales tienen la capacidad de secretar C3 en
grandes cantidades. Por otro lado, los túbulos renales son relativamente deficientes en
reguladores del complemento, lo que explica la vulnerabilidad del túbulo renal al
ataque del complemento. En los casos de los pacientes portadores de la deficiencia
hereditaria de la C3, son usuales las infecciones recurrentes bacterianas y la
glomerulonefritis. La activación del complemento en el riñón favorece la inflamación y
el desarrollo de diferentes tipos de glomerulonefritis, como la nefritis lúpica, la
nefropatía por IgA, el síndrome de Goodpasture o ANCA (del inglés inglés Anti-
Neutrophil Cytoplasm Antibody, o inducida por anticuerpos anticitoplasma de
neutrófilos). En el caso del síndrome de Goodpasture se depositan complejos inmunes
en la membrana basal glomerular, y el complemento exacerba la lesión mediada por
anticuerpos a través de la vía clásica del complemento. Ésta, a su vez, aumenta la
respuesta inflamatoria al producir C5. La deficiencia del factor H se asocia con la
glomerulonefritis membranoproliferativa de tipo II y las infecciones bacterianas, debido
a la incapacidad de regulación de la C3 en la circulación, así como con el síndrome de
HELLP (anemia hemolítica, elevación de enzimas hepáticas y trombocitopenia), una
complicación de la preeclamsia/eclampsia. La deficiencia del factor I se asocia con
infecciones bacterianas y síndrome urémico hemolítico atípico. Tal como ocurre con el
factor H, esto conlleva alteraciones en la regulación de la C3 en el caso de las
infecciones y, en el del síndrome, la activación de la vía alterna en el riñón. Los
síndromes de microangiopatía trombótica pueden ser hereditarios o adquiridos y se
presentan lo mismo en adultos que en niños. El inicio se da en forma gradual o súbita.
Se caracterizan clínicamente por la presencia de anemia hemolítica microangiopática,
trombocitopenia y falla orgánica. Las características patológicas incluyen daño
vascular, que se manifiesta por trombosis capilar y arteriolar con anormalidades en el
endotelio y en la pared del vaso sanguíneo. Entre estos síndromes se ha descrito el
HUS (del inglés Hemolytic-uremic syndrome, o síndrome urémico hemolítico),
caracterizado por falla renal predominante y mediado por el complemento. Este
síndrome se describió en 1975 como un trastorno familiar, y en 1981 se descubrió
que la causa de la enfermedad era la deficiencia del factor H. Más tarde se
encontraron asociaciones entre mutaciones del gen que codifica para el factor H y esta
microangiopatía. Otras mutaciones de los factores del complemento también facilitan
el incremento de la activación del sistema a través de la vía alterna en pacientes con
síndrome de microangiopatía trombótica. Dichos pacientes presentan un descontrol en
la activación de la vía alterna del complemento, lo que implica la activación
espontánea de C3 a C3b y su depósito en diferentes tejidos, lo que auspicia la
formación del MAC (C5b-9) y la lesión de las células donde se crea este complejo. La
forma hereditaria de esta enfermedad puede deberse a una pérdida de la función de
un gen regulador (por ejemplo, CFH, CFI o CD46), o bien a la ganancia de la función de
un gen efector (como CFB o C3). Además de la alteración genética, es posible que haya
una deficiencia funcional del factor H como resultado de la producción de anticuerpos
en contra de este factor, lo que resulta en la forma adquirida, que constituye 10% de
los casos. Estos pacientes se caracterizan por padecer hipertensión y lesión renal
aguda. Su tratamiento se basa en una terapia con un inhibidor de la C5 y la C5b,
eculizumab, un anticuerpo monoclonal humanizado. Dicho tratamiento tiene varios
inconvenientes; entre otros, la posibilidad de que se desarrolle infección
meningococémica y su costo elevado.
Isquemia-reperfusión
Las lesiones por isquemia/reperfusión se caracterizan por la deprivación del flujo
sanguíneo, seguida de la restauración del mismo. En condiciones como infartos de
corazón o de intestino, trauma, trasplante, sepsis y puentes coronarios, existe la
posibilidad de que se desarrolle lesión por isquemia-reperfusión por causas
multifactoriales. Los cambios que se presentan en este tipo de condición a nivel
estructural y molecular dependen del tiempo. El periodo isquémico genera cambios
celulares que alteran las vías de señalización y la expresión molecular. La glicólisis
(que provee adenosin-trifosfato en los casos de isquemia) se depleta y favorece la
formación de ácido láctico y, por tanto, de acidosis. En estas condiciones se inicia la
producción de prostaglandinas y leucotrienos, así como las citocinas, especies
reactivas del oxígeno y complemento. Debido a la disminución de la concentración de
oxígeno se incrementa la adherencia de neutrófilos a las células endoteliales; una vez
restaurado el flujo sanguíneo, esto incrementa la adhesión leucocitaria, la liberación
de citocinas y la producción de especies reactivas del oxígeno, que pueden culminar
en apoptosis y necrosis celular. En múltiples estudios se analizan los distintos
componentes del complemento que son responsables, en forma inicial, del daño
producido por la isquemia-reperfusión. Se cuenta con evidencia de que la vía de las
lectinas, a expensas de las MASP-2, tiene un papel preponderante. Las implicaciones
de lo anterior orientan a la búsqueda de una terapia más eficiente. Se sugiere que la
inhibición funcional de las MASP-2 o del MBL puede conferir protección. En este
sentido, se han utilizado inhibidores del complejo MBL, como la proteína 1 asociada a
MBL/ficolina (MAP-1), un inhibidor del complemento que desplaza las MASP-1, 2 y 3
del complejo MBL e inhibe de forma significativa la inflamación, la activación del
complemento, la disfunción miocárdica y la coagulación en modelos murinos. El uso de
anticuerpos α-MBL también ha demostrado una reducción significativa en los déficits
neurológicos y los tamaños de infarto cuando se administra hasta 18 horas después
del daño cerebral.