voluntad de poder.
Es así que en su obra principal “el príncipe”, analiza la manera en que el príncipe debe
gobernar, con lo que cobra un particular interés, pues asegura que el príncipe debe ser
cruel al grado de exterminar a cierto grupo de personas que no estén dispuestas a
reconocer la soberanía de este y garantizar así un estado de derecho.
Por otro lado cuando se pretende derrocar o invadir a un príncipe la cosa resulta
complicada pues nunca se tiene contento a los detractores –traidores- además de no
tener el afecto de la provincia que se pretende gobernar, pues como nos menciona “la
grandeza y la soberanía del príncipe pertenece al pueblo tanto como su grandeza”.
Con esto se concluye que la manera más fácil de mantener el gobierno y dominio de un
estado parece ser la hereditaria siempre que el príncipe sea audaz y bien instruido, no
se precipite a combatir la conducta de sus vasallos por medio de la opresión de sus
costumbres e historia. Con esto garantiza el amor de estos y no debe temer a un
usurpador que pretenda tomar su cargo, pues este último no tendría el reconocimiento
del pueblo.
En cambio cuando el príncipe gobierna una provincia nueva o mixta, las que se
entienden por las recién conquistadas, o a las que se les anexan nuevos territorios
suelen ser complicadas pues aquí influyen distintos factores, sobre los que destaca: la
lengua, las costumbres, y la forma de organización. La dificultad en estos casos es que
en un territorio nuevo o en el que se reparte el poder, la gente del pueblo -que son los
más-, suelen cambiar de postura como si se tratase de un cambio de ropa, y así un día
reconocen a un hombre noble como señor, y mañana se levantan en armas contra esté,
ya que como lo menciona “los hombres cambian con gusto de señor”1. Es necesaria la
astucia del príncipe en turno para mantener su soberanía sobre el pueblo. En este sentido
se sugieren dos vías: la primera consiste en que el príncipe ocupe dicha provincia
conquistada. Otro medio fiable es establecer colonias en lugares clave de la provincia
conquistada, pues con estas solo se perjudica a un número menor de personas de las
que se expropian sus tierras y al estar dispersas y ser menos no causan mal, en tanto
que las que no se ven perjudicadas por miedo se mantienen tranquilas.
Por ellos siempre que se pretenda ocupar un territorio hay que buscar el apoyo
del pueblo que se pretende conquistar, en especial la de los más débiles o inconformes
pues suelen ser los más y por razón de su inferioridad o recelo frente al poder opresor
fácilmente brindan apoyo al extranjero y afianzan su poder.
1
pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible
vengarse.” 2
Según lo antes dicho el buen príncipe deberá ser capaz de resolver los inconvenientes
presentes, procurando no causar males futuros o acciones que reviertan su poder o
dominio, pues en las cosas del Estado: “los males que nacen en él, cuando se los
descubre a tiempo, lo que sólo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no
tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de
que todo el mundo los ve”3.
2
3
En este sentido el análisis que hace de la crueldad o malicia en el hombre resulta
interesante, pues nos dice que es factible; no sólo el uso de la crueldad sino que es
necesario incluso el exceso de está, para poco a poco ir tomando otra vez un camino
que nos lleve a erradicarla por completo, lo que nos hace concluir que el uso de la
crueldad es necesaria para alcanzar un estado natural de sosiego.
Con esto pasa al análisis de las clases de milicias, y sobre cómo organizarlas para
mantener un uso adecuado o seguro de estas. Esto incluye una formación rígida como
audaz, en un primer momento en el príncipe y por otro de la afirmación de su poder, pues
es necesaria la riqueza así como un ejército instruido y bien atendido para garantizar un
orden funcional dentro de la provincia.
El ejército deberá componerse de tres clases: uno propio, otro auxiliar y mixto, pero en
este sentido debe procurarse un ejército que solo deba lealtad a un príncipe o corona; y
que se diferencie a estos, el ejército, de los mercenarios que simplemente pelean por
dinero y no por lealtad. El príncipe sensato no demerita las hazañas que tienen que ver
con la guerra pues esta es la tarea fundamental del estado.