Existe otra figura relacionada con este ambiente sereno del Paraíso y de
la que se suele hablar menos: el catecumenado y el bautismo como regreso a la
condición originaria. En efecto, desde la inscripción del nombre en el libro de
los catecúmenos hasta el baño bautismal, comienza una lucha contra Satanás y
un paulatino proceso de liberación de su dominio y de sus tentaciones. El
ejemplo de Cristo tentado es el evangelio que se lee en el Domingo I de
Cuaresma, día de la inscripción del nombre. A partir de ese momento, los
exorcismos diarios tienen como fin afianzar al catecúmeno frente a Satanás, que
lucha contra Cristo. También en los encuentros diarios de catequesis el obispo
explicará la Escritura partiendo del libro del Génesis. Llegados a la noche del
Sábado Santo, el candidato proferirá su renuncia formal a Satanás vuelto hacia
Occidente, región de las tinieblas y donde el Hades tiene sus puertas: «Cuando
hayas renunciado a Satán y roto el antiguo pacto con el Hades, entonces se
abrirá ante ti el Paraíso de Dios: el mismo que Él plantó en Oriente y de donde
fue arrojado nuestro primer padre a causa de su desobediencia. Y tú, para
simbolizar esto, te vuelves de Occidente a Oriente, que es la región de la luz»
(Cirilo de Jerusalén, Catequesis XXXIII, 1073 B)
1.2.1.- La figura del Diluvio es la más citada por los Padres. Sus
elementos esenciales pueden resumirse así: el mundo está bajo el dominio del
pecado; el agua actúa como juicio de condenación de la que el justo es salvado,
para que de él surja una nueva creación y una humanidad nueva. San Pedro es
explícito en esta correlación: «Esto [Noé en el arca con ocho personas que
fueron salvadas por medio del agua] era figura del bautismo, que ahora os
salva» (1 Pe 3,21). Del mismo modo que fue destruida la humanidad pecadora,
se destruye en el bautismo el hombre viejo: de la piscina bautismal sale una
nueva criatura. De Noé se dice también que fue «el octavo» (2 Pe 2,5). Con esto
no se insiste tanto en el número de personas que subieron al arca, sino a las
generaciones de hombres antes del diluvio.
Durante su vida pública Jesús invita a pedir el don del Espíritu Santo (Lc
11,13), describe su acción eficaz para entender y recordar el mensaje de Jesús
aún en medio de las persecuciones (Mt 10, 17-20) y lo promete a sus discípulos
para la misión que les va a encomendar (Lc 24,49; Hch 1,4-5.8). El Bautista
había presentado a Jesús como quien bautiza con el Espíritu Santo (Lc 3,16);
después Jesús lo promete y es efectivamente donado a los Once (Jn 20,22-23) y
enviado en Pentecostés. El evangelio de Juan pone en labios de Jesús una
descripción de cómo será su acción en ellos y en aquellos que vendrán: estará
siempre con ellos, les recordará todas las enseñanzas, dará testimonio de Él [de
Jesús], les explicará la verdad completa... (cfr. Jn 14-16). El Espíritu es la
promesa del Padre, la nueva Ley grabada en los corazones, realidad interior del
Reino de Dios en el hombre y principio de comunión de la Iglesia, nuevo Pueblo
de Dios. Así se lleva a plenitud la antigua alianza y la historia de la salvación se
concreta en la misión de Cristo que la Iglesia continua, con la compañía del
Espíritu.
b.- La circuncisión.
Una de las primeras monografías sobre el bautismo fue escrita por Tertuliano. Aunque
hablaremos de él en el capítulo 3, este texto muestra cómo actúan inseparablemente el agua y el
Espíritu.
Después de la liturgia de la luz, toda la atención de la asamblea se dirige a los que van a renacer
del agua y del Espíritu. Esta oración expresa bien cómo la Iglesia expresa su fe en el Dios que
salva a través del agua. El recorrido por la historia de la salvación (anamnesis o memoria, en las
primeras estrofas) termina en la invocación del Espíritu (epíclesis, en griego) del que se esperan
los efectos salutíferos (intercesiones, en las últimas líneas).
“Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder
invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura, el agua, para
significar la gracia del bautismo. Oh Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del
mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el
poder de santificar. Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio
prefiguraste el nuevo nacimiento, de modo que una misma agua,
misteriosamente, pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad. Oh Dios que
hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el
pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los
bautizados. Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán,
fue ungido por el Espíritu Santo; colgado en la cruz vertió de su costado agua,
junto con la sangre; y después de su resurrección mandó a sus apóstoles: «Id y
haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo», mira el rostro de tu Iglesia y dígnate abrir para
ella la fuente del Bautismo:
Que este agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito,
para que el hombre, creado a tu imagen, lavado, por el sacramento del
bautismo, de todas las manchas de su vieja condición, renazca como niño, a
nueva vida por el agua y el Espíritu.
Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo,
descienda hasta el fondo de esta fuente, para que todos los sepultados con Cristo
en su muerte, por el bautismo, resuciten a la vida con él. Que vive y reina
contigo”.