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The International Journal of Psychoanalysis (en español)

ISSN: (Print) 2057-410X (Online) Journal homepage: http://www.tandfonline.com/loi/rips20

La sexualidad y su objeto en la edición de 1905 de


Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad de
Freud

Philippe Van Haute & Herman Westernick

To cite this article: Philippe Van Haute & Herman Westernick (2016) La sexualidad y su objeto en
la edición de 1905 de Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad de Freud, The International
Journal of Psychoanalysis (en español), 2:3, 572-603, DOI: 10.1080/2057410X.2016.1351763

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Published online: 13 Jul 2017.

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Int J Psychoanal (2016) 3:572-603

La sexualidad y su objeto en la edición de 1905 de


Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad
de Freud

Philippe Van Haute a b y Herman Westernick a


a Departmentof Philosophy, Radboud University, PO. box 9103, 6500
HD, Nijmegen, The Netherlands
b Department of Philosophy University of Pretoria, private bag X20,

Hatfield 0028
E-mail: p.vanhaute@ftr.ru.nl ; h.westernick@ftr.ru.nl

(Aceptado para su publicación el 12 de octubre de 2015)

“Tres Ensayos sobre la Teoría de la Sexualidad”, de Sigmund Freud, es uno de los textos
fundamentales del pensamiento europeo del siglo XX. En él Freud desarrolla una teoría muy
original de la sexualidad para la cual la histeria (y la patología en general) constituyen un
modelo para entender la existencia humana. Freud publicó ese texto cinco veces a lo largo de
su vida. El propósito de este artículo es reconstruir la primera edición con respecto al estatus
y naturaleza de la sexualidad (infantil) en relación con su objeto e investigar cómo y por qué
esta relación cambia en las diferentes versiones del texto. La reconstrucción de la primera
edición es una tarea esencial, aunque a menudo olvidada, para entender la génesis del
pensamiento freudiano.

Palabras clave: sexualidad, complejo de Edipo, perversión, pulsiones parciales, histeria,


autoerotismo.

Introducción
Algunos de los textos fundamentales de Freud existen en diferentes
versiones que fueron publicadas durante períodos más cortos o más largos.
Los ejemplos más evidentes de esto son La interpretación de los sueños, Tres
ensayos sobre la teoría de la sexualidad y Más allá del principio del placer.
Recientemente Ulrike May ha realizado un importante trabajo, muy inte-
resante, sobre la génesis y composición de Más allá del principio del placer.
En ‘El tercer paso en la teoría de las pulsiones: acerca de la génesis de Más
allá del principio del placer’ muestra la importancia de estudiar las distintas
revisiones que condujeron a la versión final de ese texto para entender

Traducido por Stella Maris Rizzo del original en inglés publicado con el título La
sexualidad y su objeto en la edición de 1905 de Tres ensayos sobre la teoría de la
sexualidad de Freud, en Int. J. Psycho-Anal., 97(3), 2:558–589.
Todos los derechos reservados. Traducción autorizada de la edición en idioma inglés
publicada por John Wiley & Sons Limited. La responsabilidad por la exactitud de la
traducción es responsabilidad exclusiva del Instituto de Psicoanálisis y no
responsabilidad de John Wiley & Sons Limited.

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La sexualidad y su objeto

cabalmente el desarrollo del pensamiento freudiano y de su teoría psicoana-


lítica (May, 2015). El presente artículo se relaciona con el enfoque de May en
tanto examina la lógica interna de la primera edición de los Tres ensayos en
su contexto histórico. De esta manera brinda elementos para una confron-
tación entre las distintas ediciones de este texto ya que las mismas testimo-
nian el pensamiento de Freud sobre la sexualidad. 1

La edición de 1905 de los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad


tiene sólo 83 páginas 2. En las décadas siguientes Freud volvió a publicar el
texto cuatro veces, insertando cada vez elementos adicionales que contenían
material teórico nuevo que modificaba fundamentalmente las ideas y pers-
pectivas originales. Por lo tanto, en las distintas ediciones fueron apareciendo
las transformaciones del pensamiento psicoanalítico de Freud. El resultado
final de 1924 se presenta en muchos sentidos como un texto diferente al de la
primera edición. En este artículo nos centraremos en la concepción de Freud
de la sexualidad y su relación con el objeto en la edición de 1905.

La primera edición se caracteriza por una estricta dicotomía estructural entre


la sexualidad infantil y la sexualidad puberal y adulta relacionadas con el
objeto. Dentro de esta estructura Freud define la sexualidad infantil como un
placer no funcional, autoerótico, mientras que a la puberal y la adulta las
caracteriza en términos de placer funcional relacionado con un objeto.
Analizaremos esta dicotomía –sus consecuencias y problemas- en detalle.
Argumentaremos que es exactamente esta dicotomía la que obliga a Freud a
reconsiderar en las ediciones posteriores la relación entre estos dos regímenes
de sexualidad en términos objetal y de desarrollo. Es en este contexto que
Freud sistematiza sus primeras referencias al mito de Edipo dentro de un
complejo psicológico, e introduce el concepto de narcisismo para establecer
una continuidad de desarrollo entre autoerotismo y sexualidad adulta. 3

Pero antes de entrar en esta problemática es importante reconstruir el con-


texto intelectual del texto de Freud. Los Tres ensayos sólo pueden leerse y
entenderse adecuadamente en relación con los avances en la sexología y
psiquiatría alemanas contemporáneas y en el contexto de las propias teorías
freudianas sobre la histeria. Este será nuestro marco de referencia al destacar
1
Esperamos publicar un estudio que confronta en detalle las distintas ediciones de los Tres
ensayos… para fines de 2016.

2
Vienna University Press publicó en 2015 una nueva edición de este texto: S. Freud, Drei
Abhandlungen zur Sexualtheorie (Philippe Van Haute, Christian Huber y Herman Westerink).

3
Es realmente muy importante leer los textos de Freud que se publicaron en 1905 (por ejemplo
el estudio sobre Dora) en relación con la primera edición de los Tres ensayos y no desde la
perspectiva de la última edición (1924) como se hace habitualmente. Dicha lectura arroja nueva
luz sobre estos textos. Ver sobre este punto, por ej., Van Haute y Geyskens (2010).

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

la continuidad y radicalidad del texto de 1905 y nos permitirá entender las


elaboraciones posteriores que llevaron a Freud a reconsiderar sus ideas.

Estudios sobre la sexualidad


Nuestro punto de partida está ligado a la mismísima primera página de los
Tres ensayos: la cuestión del lugar del texto en el marco del cuerpo de pen-
samiento sobre sexualidad, perversión y patología establecido en la psiquia-
tría, neurología y sexología de fines del siglo XIX. ¿Continúa Freud los
modos de razonar y los encuadres conceptuales presentados en la literatura a
la que se refiere en la primera nota final del texto, los escritos de Richard von
Krafft-Ebing, Havelock Ellis, Albert Moll, Iwan Bloch y otros de las décadas
de 1880 y 1890? ¿O desarrolla algo radicalmente nuevo, tan nuevo que la
relación con estos predecesores debe describirse como un quiebre radical?
Parte de la retórica freudiana consiste en distanciarse de este cuerpo de
pensamiento sobre la sexualidad ya en las primeras páginas de los Tres
ensayos. Los eminentes predecesores están reducidos a una nota al pie en un
texto que se presenta como opuesto a “la concepción popular” y a “la fábula
poética” (Freud, 1905 a, pp.1-2/135-136). 4 Según Freud, los psiquiatras,
neurólogos y sexólogos generalmente habían abordado la sexualidad desde
una perspectiva darwiniana, centrada en el instinto sexual como instinto de
reproducción al servicio de la preservación de las especies. En esta concep-
ción, que ponía el acento en la funcionalidad de los instintos humanos, la
sexualidad tenía su analogía en el hambre como expresión de la necesidad de
ingerir al servicio de la auto-preservación. Dentro de este esquema Freud
identifica varios conceptos equivocados sobre la sexualidad: se consideraba
que estaba ausente en la infancia, que cobraba impulso sólo en la pubertad,
después de que los órganos sexuales habían alcanzado su total maduración, y
que su objetivo eran los actos sexuales para procrear con compañeros
heterosexuales.

Sin duda Freud se refiere aquí a algunos aspectos clave del consenso cien-
tífico y social contemporáneo sobre la naturaleza de la sexualidad. En los
pasajes iniciales de Psychopatia Sexualis Krafft-Ebing había afirmado que la
sexualidad debía ser definida en términos de su función natural al servicio de
la reproducción. Esta reproducción no debía ser considerada como el resul-

4
Como la primera edición de los Tres ensayos nunca fue traducida a otro idioma, en principio
citaremos el original alemán (Freud, 1905a). Colocamos la página correspondiente de la edición
de 1924 publicada en la Edición Standard inmediatamente después del número de página de la
edición original. Cuando la cita pertenece a fragmentos agregados en ediciones posteriores,
citamos a partir de la Edición Standard (Freud, 1905d).

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La sexualidad y su objeto

tado de preferencias sexuales individuales sino como la expresión normal y


necesaria de un fuerte instinto natural para la preservación de las capacidades
mentales y físicas del individuo (Krafft-Ebing, 1886, p.1). La sexualidad era,
por lo tanto, definida en términos puramente funcionales, como medio para
un fin, y sólo los actos sexuales reproductivos eran considerados normales.
Esta concepción funcional de la sexualidad fue la que determinó la carac-
terización que realizó dicho autor de la sexualidad anormal, es decir las
desviaciones sexuales de la norma de la reproducción. Esto se expresa
claramente en su definición de perversión: “En oportunidad de la satisfacción
natural del instinto sexual, toda expresión del mismo que no se corresponda
con el propósito de la naturaleza –es decir, con la reproducción- debe
considerarse perverso” (1886, pp. 52-53). Toda manifestación del instinto
sexual sin fines de procreación es una perversión. Este criterio de la función
natural del instinto sexual es el que relaciona entre sí a las cuatro perversio-
nes principales. Después de todo, sadismo, masoquismo, fetichismo e instinto
sexual opuesto, es decir, inversión, no tienen nada esencial en común fuera
de la no-procreación. También son actividades e intereses sexuales muy
diferentes, en los cuales se obtienen placer sexual y satisfacción muy alejados
del instinto natural de reproducción (Davidson, 2001, p. 76).

Encontramos una línea de pensamiento similar sobre la relación entre


sexualidad y reproducción en los escritos del neurólogo y sexólogo berlinés
Albert Moll. En su libro sobre la libido sexual (1898), Moll había prestado
mucha atención a la relación entre el instinto sexual, el desarrollo mental y la
reproducción. Según este autor, el instinto sexual estaba compuesto por dos
impulsos complementarios. El impulso natural de detumescencia
(Detumeszenztrieb) producía la transformación de los genitales (con el pro-
pósito de eyacular durante el coito). El impulso de contrectación
(Kontrektationstrieb) era paralelo al primero y consistía en una inclinación a
aproximarse suavemente, tocar y besar a una persona del sexo opuesto. Es a
teorías como la de Moll a las que Freud llama “la fábula poética”: la
combinación de desarrollos psicológicos y procesos mentales (deseo, aco-
plamiento) durante y después de la pubertad, al servicio de la reproducción.

Al oponerse a la “concepción popular” Freud se distanció de una opinión


médica autorizada compartida por los principales expertos contemporáneos
en el campo del estudio científico de la sexualidad (Westerink, 2009, pp. 58 y
sgtes.) Sin embargo, no podemos simplemente oponer radicalmente a Freud
con respecto a todo un cuerpo de pensamiento médico sobre la sexualidad.
De hecho, Krafft-Ebing cum suis abrió el camino a los Tres ensayos
(Sulloway, 1979; Oosterhis, 2000, 2012; Davidson, 2001). Estos estudiosos
habían anticipado muchas de las ideas freudianas, principalmente en cuanto
a la conceptualización de la sexualidad como un instinto natural
predominante que es también la fuerza más poderosa del desarrollo cultural,

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

especialmente en lo relacionado con lazos sociales y vida familiar, moralidad,


religión y arte (Krafft-Ebing, 1886, págs. 1 y sgtes.; Oosterhuis, 2012, págs..
141-143). Esto implicaba que el estudio médico de la sexualidad no podía
limitarse simplemente a las desviaciones patológicas causadas por
predisposiciones heredadas y degenerativas. Krafft-Ebing, por ejemplo, se
dio cuenta de que el estudio de las desviaciones sexuales patológicas
contribuyó a una comprensión mucho más amplia del rol de los impulsos
sexuales humanos en la cultura y a lo largo de la historia. La idea de que el
instinto sexual era un instinto humano general con un enorme impacto sobre
la organización de la vida humana normal ya era la antesala de la percepción
de Freud de que cualquier teoría de la sexualidad tendría una dimensión
antropológica general y de que la pulsión sexual era un impulso productivo
mediante la sublimación.

El segundo tema concierne a la identificación de los cuatro tipos básicos


de desviaciones sexuales: sadismo, masoquismo, fetichismo e inversión.
Krafft-Ebing de hecho había inventado las categorías de sadismo y
masoquismo y las había introducido como dos de las cuatro formas
fundamentales de desviación de la sexualidad normal, es decir, como
actividades sexuales no reproductivas. También fueron Krafft-Ebing y Moll
los pioneros de los conceptos de homosexualidad y pedofilia en la década de
1890. Es justo decir que su enfoque darwiniano, funcional, de la sexualidad
normal necesariamente llevó a la identificación de estas perversiones
sexuales como contrapartidas no funcionales. En el primer ensayo sobre
aberraciones sexuales estas cuatro formas fundamentales también son
aprobadas por Freud como las principales perversiones sexuales.

La tercera elaboración que anticipó los Tres ensayos de Freud fue que
Krafft-Ebing, Moll y otros habían implícitamente socavado sus propios
supuestos básicos sobre la oposición entre sexualidad y perversiones. Aunque
nunca abandonaron la estricta distinción entre el instinto sexual normal y sus
desviaciones patológicas perversas, tanto Krafft-Ebing como Moll
desplazaron cada vez más su atención hacia las diferencias graduales entre lo
normal y lo anormal. En Psychopathia sexualis, de Krafft-Ebing, ya se puede
detectar este cambio. Al describir el sadismo, por ejemplo, sostuvo que la
estrecha relación entre placer y crueldad no era específica del sadismo o del
masoquismo sino que en realidad debía considerarse que su origen estaba en
las características generales fisiológicas y psicológicas humanas, tales como
la oposición entre el rol masculino activo y el femenino pasivo en las
relaciones sexuales. También reconoció una relación muy cercana entre
ciertos actos agresivos (como morder) y la naturaleza de la excitación sexual.
La conclusión que Krafft-Ebing extrajo de esto de hecho erosionó sus
supuestos básicos. “El sadismo es, por lo tanto, nada más que una
intensificación patológica excesiva y monstruosa de los fenómenos –posibles,

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La sexualidad y su objeto

también, en formas rudimentarias en condiciones normales- que acompañan


la vida sexual psíquica, particularmente en los hombres” (Krafft-Ebing, 1886,
p. 56). El material de casos clínicos muestra que es virtualmente imposible
hacer una distinción cualitativa tajante entre lo normal y lo patológico.
Perversiones como el sadismo pueden considerarse como exageraciones e
intensificaciones de los impulsos y actos sexuales normales. En general
podemos decir que la evidencia clínica mostró que la sexualidad no podía ser
diferenciada o categorizada simplemente en términos de un instinto
funcional, natural, por oposición a sus desviaciones degenerativas. Iwan
Bloch concluyó a partir de esto que las perversiones no se originan en una
constitución neuropática anormal, sino que debe verse como intensificaciones
humanas generales de impulsos que pueden o no transformarse en hábitos
aprobados por la comunidad (Bloch, 1902, pp. 6-7; Davidson, 2001, pp. 80-
82). Freud fue quien reconoció el potencial revolucionario de esta
afirmación: la mayoría de las aberraciones sexuales no pueden ser aisladas de
la vida sexual normal. Si las aberraciones sexuales no pueden ser explicadas
en términos de una disposición neuropática (heredada, degenerativa),
entonces sólo se las puede definir en relación con una disposición humana
general, descripta por Bloch y otros en términos de un incremento o
intensificación de ciertos impulsos sexuales. En esta línea de pensamiento, en
la que la diferencia entre sexualidad normal y anormal es meramente
cuantitativa, esos impulsos sexuales incrementados no sólo nos informan
sobre patologías sino también, y más significativamente, sobre la naturaleza
humana en general. Freud avanzó en esa dirección.

El rechazo del enfoque funcional de la sexualidad


La obra Tres ensayos… de 1905 se inscribe entre estas formulaciones
dentro del estudio científico de la sexualidad. Pero en ella Freud inmedia-
tamente aclara que rechaza radicalmente las premisas y paradigmas que sus
predecesores nunca cuestionaron, a pesar de que el material clínico les
brindaba la oportunidad de hacerlo. Freud desestima el enfoque de la sexua-
lidad como ‘fábula’ y arranca desde donde sus antecesores habían dejado: la
multitud de variaciones de la vida sexual humana. Para manejarse adecuada-
mente con estas variaciones, el punto de partida propio de Freud es la distin-
ción entre el objeto sexual (“la persona de quien proviene la atracción
sexual”) y el objetivo sexual (“el acto hacia el cual tiende el instinto”). Al
tomar este punto de partida, Freud dio vuelta el enfoque de sus predecesores.
Ellos habían categorizado las desviaciones desde la perspectiva del instinto
sexual natural que era la norma para la distinción entre objetos y objetivos
normales y patológicos. En cambio Freud quiere estudiar el instinto sexual

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

desde la perspectiva de la variedad de objetos y objetivos sexuales. Como la


pulsión sexual no está naturalmente organizada por una norma inherente o de
acuerdo con algún principio funcional innato, lo que hay es una variedad de
actividades y orientaciones sexuales en las que no existe una sexualidad
puramente normal o absolutamente anormal. Observemos más de cerca el
primer ensayo de Freud para explorar esto.

Después de los comentarios introductorios, Freud continúa su capítulo


sobre aberraciones sexuales con un análisis de las desviaciones con respecto
al objeto sexual. Se concentra principalmente en la homosexualidad
(inversión) (Geyskens, 2002, pp. 11-15). Mientras que Krafft-Ebing et al. se
habían interesado especialmente en la cuestión de la etiología de la homo-
sexualidad innata y la adquirida, Freud no se ocupó particularmente de
resolver este interrogante. Por el contrario, sostiene que la inversión no puede
separarse estrictamente de otras formas de sexualidad debido al amplio
espectro de variaciones (Freud, 1905a, pp. 3-7; 137-141). En lugar de for-
mular enfoques alternativos y respuestas a la pregunta sobre la etiología,
Freud se concentra en la observación de la homosexualidad dentro y fuera del
encuadre clínico. Esas observaciones son: en primer lugar, la homosexua-
lidad puede encontrarse en muchas personas que casi no se desvían de la
norma sexual ordinaria. En segundo término, la homosexualidad no perturba
los logros de una persona; por el contrario, los homosexuales son a menudo
muy superiores en intelectualidad y moralidad. Y finalmente, la homosexua-
lidad puede encontrarse en todas las civilizaciones, aunque la evaluación
moral de la homosexualidad varía según los contextos culturales. De todo
esto Freud concluye que la homosexualidad como tal no puede clasificarse
como anormal. Es decir que las opiniones establecidas sobre la distinción
entre sexualidad normal y anormal deben ser reconsideradas. La homo-
sexualidad no puede ser interpretada en términos de una desviación neuro-
pática sino que en realidad debe ser vista como una forma de sexualidad. La
conclusión más importante de estas observaciones de la homosexualidad es la
que abre todo un nuevo panorama teórico: la relación entre el instinto sexual
y el objeto sexual debe ser reconsiderada. El instinto sexual es muy probable-
mente en primera instancia independiente de su objeto (1905a, pág. 10 / 148).
La idea de que el instinto sexual originalmente no tiene un objeto, es decir
que se expresa de una manera no intersubjetiva y no depende de ninguna
manera de la presencia de un objeto, es una conclusión que concierne a la
sexualidad en general. La consecuencia es que originalmente toda sexualidad
humana es estrictamente no funcional. Después de todo, todas la referencias
al instinto de reproducción, auto preservación y preservación de las especies

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La sexualidad y su objeto

implicaban la noción del objeto inherente del instinto de reproducción


natural. 5

Perversión, la necesidad de variación, y las


formaciones reactivas
Luego de analizar las desviaciones con respecto al objeto sexual, Freud
dirige su atención a los objetivos sexuales. Inmediatamente afirma que las
llamadas actividades perversas pueden en realidad reconocerse como presen-
tes en todas las actividades sexuales normales. La observación de actividades
sexuales y relaciones muestra que el objetivo sexual casi nunca se limita a
los genitales, sino que involucra a todo el cuerpo como superficie de exci-
tación y placer. No sin ironía y sentido de la provocación, Freud menciona el
beso (al que define como el contacto entre la membrana mucosa de los labios,
que constituyen la entrada al tracto digestivo) como un acto perverso gene-
ralmente considerado como un aspecto de toda relación sexual normal y por
lo tanto muy estimado en las sociedades civilizadas (1905a, p. 12/150). Besar
es tan perverso como las actividades oral-genitales o anal-genitales, el
fetichismo, el sadomasoquismo, el voyeurismo y el exhibicionismo, las
perversiones ‘clásicas’. En todas estas actividades intervienen partes del
cuerpo que no pertenecen al aparato sexual strictu sensu. Agrega que las
distintas actividades sexuales expresan una cierta necesidad humana general
de variación (Bedürfnis nach Variation); este comentario fue borrado desde
la edición de 1920 en adelante (1905a, p. 13/151). Esa necesidad de variación
choca con las convenciones culturales sobre actividades sexuales normales y
anormales; esas convenciones se manifiestan como repugnancia por ciertas
actividades sexuales. Freud parece sugerir aquí que la repugnancia es una
expresión de moralidad cultural, pero en realidad sostiene que no es así.
Echando mano a sus estudios sobre la histeria, escribe que la vergüenza y la
repugnancia deben ser consideradas formaciones reactivas y que esas
formaciones son fuerzas psíquicas contrarias que se construyen espontánea-
mente para reprimir el displacer que de alguna manera resulta de la
excitación sexual. El punto fundamental aquí es que se ve a la vergüenza y a
la repugnancia como limitaciones orgánicamente determinadas de la pulsión
sexual sin la intervención de objetos externos, normas y principios. En 1906
Freud escribe que sus concepciones sobre la represión sexual orgánica fueron
un aspecto básico de su teoría de la sexualidad, es decir, una teoría en la que
la esencia de la sexualidad podía describirse en términos de procesos

5
La consecuencia es lo que Arnold Davidson ha descripto correctamente como “un golpe
conceptualmente devastador a toda la estructura de las teorías del siglo XIX sobre
psicopatología sexual” (Davidson , 2001, pág. 79).

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

fisiológicos puros (Freud, 1906, pp. 278-279). La vergüenza y la


repugnancia, por lo tanto, no son las primeras manifestaciones de la
moralidad cultural internalizada. La relación entre ambas es a la inversa, en
realidad: la moralidad cultural sólo puede seguir e imprimir las líneas
psíquicas que ya han sido establecidas orgánicamente (Freud, 1905a, pp. 34-
35/178/79). Aunque Freud no pudo dar respuesta a todas las preguntas
planteadas sobre la sexualidad infantil, displacer y represión, quedó claro que
la represión podía pensarse sin referencias a influencias externas. La
experiencia infantil del placer y la posterior represión de los recuerdos de
esas experiencias placenteras deben entenderse en términos de procesos
orgánicos (biológicos) y de las subsiguientes formaciones psíquicas. Tales
formaciones son las que proveen los patrones básicos y delinean con qué
moralidad cultural se conectan. La moralidad cultural sigue a los procesos
orgánicos y no a la inversa.

Según Freud, la repugnancia determina la identificación de un cierto


objetivo sexual como perverso (1905a, pág. 14/152). Desde la perspectiva de
los procesos orgánicos, esta afirmación puede interpretarse de acuerdo con la
argumentación que acabamos de describir: la repugnancia es una limitación
del impulso sexual determinada orgánicamente (‘¡Ajjj, sucio!’). Esta
repugnancia es el dique de contención psíquico reforzado más tarde por los
dictámenes morales culturales. Desde la perspectiva de la moralidad cultural,
la calificación de ‘perverso’ es sólo una cuestión de consenso, porque no hay
una norma natural para distinguir entre objetivos sexuales normales y
anormales (‘¡Eso sucio…es perverso!’). Por lo tanto, la perversión sólo puede
ser definida según lo que los adultos generalmente consideran normal. Freud
escribe que ciertos actos perversos (lamer excrementos, la necrofilia) están
tan alejados del comportamiento sexual normal que deben categorizase como
patológicos, en contraste con la normalidad (1905a, pp. 19-21/160-162). Ese
alejamiento de la normalidad en realidad es el criterio principal para
identificar a ciertos actos como perversos. Pero lo más importante es que
destaca el hecho de que la mayoría de las actividades perversas son parte del
comportamiento sexual normal (recuerden lo que dijimos sobre el beso) o
pueden encontrarse en personas que llevan una vida perfectamente normal en
todos los otros aspectos. De hecho, la evidencia clínica muestra que las
perversiones en su mayoría son una combinación de objetivos sexuales
‘normales’ y ‘patológicos’. La conclusión más importante de este análisis de
la variedad de los actos sexuales es que muy probablemente el instinto
sexual esté compuesto por distintos elementos (1905a, p. 21/162). Si las
actividades sexuales son compuestos, quizás la fuente de la que surgen (la
pulsión sexual) también es algo compuesto. Es a partir de esta conclusión que
Freud avanza hacia una teoría de la naturaleza polimorfa perversa de la
sexualidad infantil, las pulsiones parciales y las zonas erógenas. En cuanto a

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La sexualidad y su objeto

la perversión, la conclusión final que se extrae de las concepción de Freud de


la naturaleza polimorfa perversa de la sexualidad infantil ya se prefigura en
sus elaboraciones sobre el objetivo sexual: estrictamente hablando, no hay
perversiones, porque lo que llamamos perversiones son de hecho actividades
sexuales en consonancia (a través de la exclusividad y la fijación) con la
disposición sexual originaria de todos los seres humanos.

Antes de seguir comentando el resto del primer ensayo, permítannos


agregar algunas reflexiones sobre sadismo y masoquismo. En su análisis del
objetivo sexual, Freud se guía claramente por la categorización de las
perversiones de Krafft-Ebing (1905a, p. 18/157-158). En el contexto de los
Tres ensayos, sin embargo, estas dos perversiones son problemáticas. Con el
sadismo y el masoquismo se introducen dos aspectos de la vida psíquica
difíciles de relacionar con la sexualidad infantil: la agresión y el dolor. Nos
limitaremos a dos breves observaciones. Con relación al dolor (y a
experimentar placer con el dolor) Freud escribe que debemos entender el
dolor análogo a la vergüenza y la repugnancia como una formación reactiva.
No obstante, es difícil ver cómo el dolor podría ser una contra-fuerza y, de
hecho, Freud no puede explicar –y no lo hace- su afirmación. Más adelante
en el texto mencionará la compasión como una formación reactiva contra el
placer de causarle dolor al objeto (1905a, p. 46/193), pero por supuesto esta
segunda manifestación no responde la pregunta de cómo el dolor puede ser
una contra-fuerza. La agresión y la crueldad son igualmente difíciles de
entender. Como veremos luego, Freud definirá la sexualidad infantil como la
experiencia del placer a través de las zonas erógenas (excitación corporal).
Desde este punto de vista es difícil imaginar que la agresión y la crueldad son
‘sexuales’ (placenteras) o componentes del instinto sexual. En otras palabras,
aparecen las cuestiones de: 1) el origen de los impulsos crueles y agresivos y
2) la relación entre agresión y sexualidad. Freud sostendrá que la agresión y
la crueldad se originan en una fuente distinta de las zonas erógenas. La
alianza entre agresión/crueldad y vida sexual se establece en la infancia
relativamente tarde (1905a, p. 45; De Vleminck, 2013, cap. 1). Esta obser-
vación, sin embargo, no responde las dos preguntas centrales. Freud por lo
tanto concluye que las perversiones de sadismo y masoquismo siguen siendo
misterios sin resolver y que el estudio de las neurosis obsesivas muy proba-
blemente sea la clave para entender el componente sádico de la libido. No
obstante, en 1905 Freud formula su teoría de la sexualidad básicamente desde
la perspectiva de la histeria (más precisamente de la histeria de conversión).
Esto nos lleva al análisis freudiano de la pulsión sexual en las psiconeurosis.

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

La histeria como modelo para entender la


sexualidad
Posteriormente Freud dirige su atención a las psiconeurosis en
general y a la histeria en particular. Afirma que la histeria suministrará el
modelo principal para una conceptualización más profunda de la sexualidad
(Freud, 1905a, pág. 23/165). Con respecto a este viraje hacia la histeria,
deseamos destacar dos importantes elaboraciones, cuyas consecuencias
llevarán a la idea de tomar a la histeria como modelo para el estudio de la
sexualidad humana. Hasta 1905 el trabajo clínico de Freud había estado
principalmente relacionado con la histeria. En su práctica psicoanalítica había
descubierto que el origen de la histeria podía encontrarse en las experiencias
sexuales de la primera infancia que luego habían sido reprimidas desde la
conciencia. La primera teoría significativa sobre la etiología de la histeria –la
teoría de la seducción (ver más abajo)- todavía fue formulada en línea con el
enfoque general analizado antes. En esta teoría las neurosis eran consideradas
como una desviación de la ‘normalidad’ porque se originaban en un
momento ‘anormal’ (traumático) de la primera infancia. Cuando Freud
comenzó a cuestionar estas influencias accidentales, se apoyó en el esquema
interpre-tativo más común, es decir en la influencia de factores
constitucionales y hereditarios. Sin embargo, hay una gran diferencia entre
Freud y sus predecesores, que puede advertirse en su afirmación de 1906 de
que “la ‘constitución sexual’ tomó el lugar de una ‘disposición neuropática
general’ (Freud, 1906, pág. 276). Y en los Tres ensayos escribe: “Se nos
presenta ahora la conclusión de que hay ciertamente algo innato detrás de las
perversiones, pero es algo innato en todas las personas, aunque como
disposición puede variar en su intensidad y puede incrementarse por
influencias de la vida real. (Freud, 1905d, pág. 171). En otras palabras, Freud
no quiere explicar la histeria o la perversión como resultados de una
disposición neuropática anormal, sino de una disposición sexual humana
general. 6 Por lo tanto, las preguntas clave en el estudio de la histeria ya no
eran: ‘¿Cuál es el momento accidental específico en la etiología de la
histeria?’ o ‘¿Cuál es la constitución neuropática a partir de la cual podemos
explicar la histeria?’ sino: ‘¿Cómo se origina la histeria a partir de la dis-
posición sexual humana general?’ y ‘¿Qué es la sexualidad?’. Las concep-
ciones de Freud sobre represión orgánica habían jugado un papel
fundamental en este cambio de perspectiva: la sexualidad (infantil) y la
represión podían explicarse en términos procesos fisiológicos humanos en

6
En los Tres ensayos este avance en el pensamiento de Freud se expresa muy claramente en
una nota al pie en el estudio de la homosexualidad: “el enfoque patológico del estudio de la
inversión ha sido desplazado por el antropológico” (Freud, 1905d, p. 139, nota al pie).

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583
La sexualidad y su objeto

general. El estudio de la histeria aparentemente era imposible sin una


referencia a una constitución sexual humana general. Por el contrario, sin
embargo, ya no se podía argumentar que el análisis de las patologías debía
limitarse sólo al campo de la patología. Esto demandaba una redefinición de
la relación entre patología y normalidad y Freud la proporcionó siguiendo
una línea pensamiento que ya hemos señalado en los estudios clínicos de
Krafft-Ebing et al., es decir la idea de que las patologías pueden considerarse
exageraciones e intensificaciones de los actos e impulsos sexuales normales.
Por esta razón la patología modelo en los Tres ensayos es la histeria. En ella
encontramos una energía sexual constitucionalmente más alta que el
promedio y por lo tanto una represión de los impulsos sexuales “que excede
el monto normal” (Freud, 1905a, pág. 23/165). ** Por consiguiente, la
histeria brinda una visión ampliada de un proceso fisiológico humano
general: la sexualidad, su represión y también las formaciones sintomáticas
que son el resultado del conflicto no resuelto entre los impulsos sexuales y la
represión. Freud ahora da un importante paso adelante: la vida humana puede
ser estudiada mejor desde la perspectiva de un cierto número de patologías
(las psiconeurosis) porque ellas despliegan exageraciones de procesos y
mecanismos fisiológicos y psíquicos normales y no están tan alejadas de la
normalidad como algunas otras patologías. Si todos somos, hasta cierto
punto, histéricos, entonces la histeria puede darnos información sobre
quiénes somos (1905a, pág. 29/171). A partir de esta línea de pensamiento
podemos entender la introducción de la histeria como modelo para el estudio
de la sexualidad en los Tres ensayos. La histeria es una patología ‘al menos
aproximada’ a la normalidad, afirma Freud, y al mismo tiempo se caracteriza
por un monto de energía sexual mayor que el promedio, por una represión
intensificada y excesiva y por formaciones sintomáticas corporales que
parecen ser magnificaciones de expresiones corporales normales de la vida
emocional más o menos estable de los seres humanos. Por estas razones la
histeria se presenta como adecuada para un enfoque antropológico de la
sexualidad y por lo tanto de la naturaleza humana como tal. El estudio de la
patología se convierte en lo que llamamos un patoanálisis de la existencia
humana. La naturaleza humana como tal puede ser estudiada mejor –y tal
vez únicamente- desde la perspectiva de las variaciones psicopatológicas. En
los Tres ensayos de 1905, la histeria es una variación que se convierte en el
modelo para entender toda la sexualidad humana y, más aún, la naturaleza
humana (Van Haute, 2005).

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584
Philippe Van Haute y Herman Westernik

Sexualidad y placer.
La sexualidad como placer
¿Qué es, entonces, la sexualidad cuando su modelo es la histeria? ¿Qué
aspectos de la existencia pueden ponerse de manifiesto por medio del estudio
de la histeria? Para contestar esas preguntas Freud primero relaciona la
histeria con las perversiones argumentando que los síntomas histéricos no son
sino expresiones transformadas de las pulsiones que pueden describirse como
‘perversas’ por naturaleza. Después de todo, de sus análisis de los objetos y
objetivos sexuales y su rechazo de una interpretación funcional los impulsos,
Freud deduce que el impulso sexual en realidad consiste en una amalgama de
componentes que se manifiestan en la variedad de objetos y objetivos
‘perversos’. Esta interpretación no funcional, no normativa de la sexualidad
permite llamar ‘perversa’ a la pulsión sexual ‘normal’ y lo que sustancia esta
afirmación es el estudio de la histeria. La histeria acentúa los mismos
procesos y mecanismos psíquicos que encontramos en la existencia humana
normal, y los síntomas histéricos son expresiones de la naturaleza perversa de
la pulsión sexual. Freud escribe a este respecto que “[…] las neurosis son
[…] el negativo de las perversiones” (Freud, 1905a, p. 24/165). En la histeria
presenciamos la manifestación de la naturaleza perversa de la sexualidad, es
decir, las llamadas aberraciones que reconocemos como variaciones de la
llamada sexualidad normal. Según Freud, la constitución histérica acentúa
tres aspectos centrales de la sexualidad (Van Haute y Geyskens, 2012, cap.
1). En primer lugar, la disposición bisexual (Freud, 1905a, pp. 25/166,
62/220). Las conclusiones clínicas de Freud del estudio de la histeria habían
mostrado que la bisexualidad (no anatómica) es constitutiva de la histeria. Es
notable que el caso Dora había mostrado (una vez más) la oscilación azarosa
entre los roles masculino y femenino y los objetos masculino y femenino.
Unos años antes Freud ya había extraído de esto la conclusión de que siempre
había cuatro individuos involucrados en los actos sexuales del histérico: la
orientación masculina/femenina del sujeto y el objeto masculino/femenino
(Freud, 1985, p. 249). A pesar de esto y del hecho de que originalmente
pensaba darle a su texto sobre la teoría de la sexualidad el título Die
menschliche Bisexualität [La bisexualidad humana] (1985, 287), Freud no
proporciona una teoría integral de la bisexualidad en los Tres ensayos. En
segundo lugar, están las “tendencias a toda clase de extensión anatómica de
la actividad sexual” que se encuentran en la histeria más a menudo y con
mayor intensidad en comparación con la sexualidad normal (Freud, 1905a, p.
25/166). Freud se refiere aquí a otro aspecto de su experiencia clínica con
pacientes histéricos. Las formaciones sintomáticas que presentaban siempre
apuntaban a una inclinación hacia las zonas erógenas anal u oral que
producían placer en la primera infancia y que luego fueron reprimidas
mediante la repugnancia y la vergüenza. Estas inclinaciones aluden al hecho

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585
La sexualidad y su objeto

de que las pulsiones sexuales (parciales) todavía estaban ejerciendo presión,


pero ahora sólo producían displacer. Los desórdenes alimentarios o las
sensaciones de ahogo, por ejemplo, eran los síntomas típicos que podían
rastrearse hasta llegar al placer oral sexual y la repugnancia (1905a, p.
25/166, 38/182). En tercer lugar, en este mismo contexto Freud desarrolla la
idea de que la sexualidad humana tiene que superar su mezcla inicial con las
funciones excrementales. En los Tres ensayos Freud sólo menciona esta idea
al pasar (1905a, p.14/152), pero la desarrolla con más detalle en su texto
sobre Dora. La separación entre la sexualidad y las funciones excrementales
sólo puede realizarse, según Freud, mediante los sentimientos típicamente
humanos de repugnancia y vergüenza (y culpa) y a través de un complejo
proceso de idealización. Más específicamente, la problemática histérica se
caracteriza por la inminente e insuperable amenaza de una contaminación de
lo sexual por lo excremental. (Freud, 1905b, p. 32).

Estos tres aspectos de la constitución histérica confirman lo que Freud


ya había insinuado: lo que llamamos pulsión sexual es en realidad un
compuesto o un paquete de pulsiones parciales. Al analizar estas pulsiones
parciales escribe que son susceptibles de un análisis más detallado. Escribe
en pocas oraciones que fueron eliminadas desde la edición de 1915 en
adelante:

Podemos distinguir en ellas (además de un “instinto” que no es sexual y que


tiene su fuente en impulsos motores) la contribución de un órgano capaz de
recibir estímulos (por ej. la piel, la membrana mucosa o un órgano de los
sentidos). Un órgano de este tipo será descripto en esta conexión como una
“zona erógena”, como el órgano cuya excitación le da al instinto un carácter
sexual.

(Freud, 1905a, pág. 26/ 168)

Este fragmento puede interpretarse (por lo menos) de dos maneras.


La primera lectura sería que según Freud hay una pulsión primigenia que
puede transformarse en sexual a través de las zonas erógenas. La idea sería,
entonces, que Freud propone una pulsión primaria en la que se distinguen
varias esferas, una de las cuales es la función sexual. La segunda lectura
indicaría que hay algún impulso que podemos identificar primero como
pulsión sexual por su vínculo con las zonas erógenas. En 1905, aunque se
distanciaba de sus predecesores, que daban una interpretación estrictamente
funcional al instinto sexual (la preservación de la especie), Freud todavía no
estaba seguro sobre la naturaleza y estatus exactos de las pulsiones. Sin
embargo, esto no le impidió mantener la idea darwiniana de que la vida

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586
Philippe Van Haute y Herman Westernik

psíquica se caracteriza por dos –y sólo dos- 7 tendencias fundamentales:


sexualidad y auto preservación (Nahrungsaufnahme). En el famoso pasaje
sobre succión del pulgar (ver más abajo) Freud hace una distinción entre
placer sexual y satisfacción por un lado y la necesidad de incorporar nutrien-
tes por el otro. No habla aquí de una pulsión nutricional (o instinto de auto
preservación), pero sí distingue entre lo sexual y lo no sexual, asociando esto
último con el hambre y la necesidad de nutrición. Por lo tanto, como la
succión del pulgar parece completamente independiente de la necesidad de
nutrición, según Freud, no tenemos otra alternativa que considerarla sexual.

La excitación de zonas corporales como la piel o las membranas mucosas


determina el carácter sexual de la pulsión. Surge ahora la pregunta de qué es
lo que Freud quiere decir con ‘sexual’ cuando lo define como relacionado
con la excitación de zonas y órganos. En el segundo ensayo Freud aborda la
cuestión del origen y naturaleza de la sexualidad en una sección sobre las
manifestaciones autoeróticas de la sexualidad infantil. El punto de partida y
modelo para su análisis de estas manifestaciones es el fenómeno de Ludeln o
Wonnesaugen, una actividad oral rítmica (a menudo combinada con ‘la
frotación de alguna parte sensible del cuerpo’) que describe como una
actividad sexual. ¿Por qué y en qué sentido es sexual la succión del pulgar?
Freud observa que la succión del pulgar “conduce al sueño o incluso a una
reacción motora de la naturaleza de un orgasmo” (1905a, p. 36; Geyskens,
2002, pp. 21-28). Esto no parece contestar nuestra pregunta. El argumento
principal de Freud es que este placer es sexual porque es esencialmente
autoerótico y no funcional. 8 Por cierto no tiene nada que ver con la ingesta de
nutrientes y por lo tanto no está relacionado con la autopreservación, la
necesidad de alimentos o la satisfacción del hambre. Aquí Freud aplica
principalmente su esquema darwiniano básico de que todo lo que no esté
relacionado con la autopreservación es sexual por esa misma razón.

Havelock Ellis fue quien acuñó el término ‘autoerotismo’. En su


opinión, el autoerotismo siempre presuponía un objeto (persona) y estaba de
hecho o por básicamente caracterizado por fantasías, ensueños, etc., acerca de
este objeto ausente (Ellis, 1918, pp. 161 y sigtes.). En opinión de Freud, el
autoerotismo no presupone la presencia de un objeto, por el contrario es

7
Debido a su crítica del enfoque funcional del pensamiento darwiniano contemporáneo, Freud
básicamente rechaza todos los argumentos a favor de la dicotomía de los impulsos de Darwin.
Es interesante destacar que Freud no proporciona ningún argumento nuevo para apoyar la idea
de que la vida psíquica se caracteriza por dos tendencias o ‘pulsiones’ fundamentales.
8
Aquí podría haber otro argumento que Freud no desarrolla en el texto que estamos
comentando. Los placeres infantiles son claramente sexuales cuando se integran en la
sexualidad adulta (el beso…). Dado que son ‘sexuales’ al final del desarrollo, deben haber sido
sexuales ya desde el comienzo.

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587
La sexualidad y su objeto

estrictamente carente de objeto. Tampoco tiene relación con fantasías


sexuales, porque la fantasía siempre implica un objeto (ver más abajo) 9 No
es sino una actividad física placentera que se origina en la ‘pulsión’ y la
excitabilidad de zonas erógenas. 10 Sin embargo, Freud dice que hay una
actividad primigenia que dispara la succión del pulgar y es la succión del
pecho. A primera vista, parecería, por lo tanto, que la succión del pulgar sí
depende de la presencia y ausencia de un objeto, pero este no es el caso,
hablando estrictamente. El pecho, o uno de sus reemplazantes, como la
mamadera, es en realidad sólo una cosa mediante la cual el niño descubre que
succionar es placentero. O más concretamente, mientras succiona el pecho de
la madre, los labios del bebé funcionan como una zona erógena y la leche
tibia crea una excitación placentera que el niño tratará de reproducir después
(Freud, 1905a, p. 37/181). Esto implica que la relación con el pecho o, en
realidad, el vínculo con el objeto que proporciona la leche no es esencial para
la sexualidad. Pechos o mamaderas son sólo instrumentales en el descubri-
miento del placer autoerótico. “El paradigma de la sexualidad infantil son los
labios besándose a sí mismos”, escribe Freud (1905a, p.38/182).

No obstante, Freud no es tan claro sobre este tema como parecería en


principio. Más adelante en el texto escribe que aunque la satisfacción sexual
estaba ligada todavía con la ingestión, la pulsión sexual tenía un objeto
sexual exterior al cuerpo, es decir el pecho materno, y por esta razón es que –
agrega Freud- la succión del pecho es el modelo para todas las relaciones
objetales posteriores. Esto implicaría que “Encontrar un objeto es, en
realidad, reencontrarlo” (1905a, p. 63-64/222). Pero esta afirmación sólo
aparentemente contradice lo que dijimos acerca del carácter autoerótico de la
sexualidad infantil. Ya sabemos que no es tanto el pecho sino la leche tibia la
que crea la excitación placentera que el bebé busca activamente. De modo
más general, según Freud la sexualidad sólo se dirige hacia un objeto como
tal al comienzo de la pubertad (1905a, p. 53/207). Sólo a partir de la pubertad
se busca el placer en relación con el objeto que puede proporcionarlo. Una
vez que esto ocurre, las zonas erógenas vuelven a emplearse desde la
perspectiva de una sexualidad adulta relacionada con un objeto (ver más
abajo). El pecho ahora cobra un significado que no podía tener antes. Por lo
tanto, la succión del pecho adquiere su valor paradigmático en la pubertad
sólo retrospectivamente. La irrevocable distancia entre la sexualidad infantil
y su re-investidura al comienzo de la pubertad no puede anularse.

9
Para una interpretación diferente ver Lear (2005, págs. 70-82) y Laplanche (1987, pág. 71).
10
Según Freud, la sexualidad infantil no es más que una inscripción en el cuerpo
(autoerotismo). No hay nada dramático respecto de la sexualidad infantil. Freud la compara con
cosquilleos que se pueden experimentar en diferentes partes del cuerpo (las zonas erógenas).

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588
Philippe Van Haute y Herman Westernik

Esta interpretación nos permite una profundización mayor de la


introspección de Freud en la naturaleza de la sexualidad infantil y en su
relación con el objeto y con la fantasía. No se debe deducir con tanta rapidez
-a partir del hecho de que la sexualidad infantil es esencialmente erótica y
que debe ser descripta en términos fisiológicos- que las fantasías no juegan
un papel esencial en la patogénesis. En ‘Mis opiniones sobre el papel que
juega la sexualidad en la etiología de las neurosis’ (Freud, 1906), Freud
escribe que en los años previos a la publicación de los Tres ensayos no sólo
tomó conciencia progresivamente de la importancia de la constitución sexual
y de los factores hereditarios sino también del rol que cumplen las fantasías
en la creación de los síntomas neuróticos. El texto de Freud sobre el caso
Dora, que fue publicado en el mismo año que los Tres ensayos y que sirve
como su contrapartida clínica, puede ayudarnos a entender mejor qué es lo
que piensa Freud. De hecho, en este texto Freud relaciona la tos sintomática
de Dora a los 16 años con una fantasía de fellatio que le resulta repulsiva y
que por eso reprime. Sin embargo, Freud es muy claro sobre el hecho de que
esta fantasía se crea sólo durante la pubertad. La declaración de amor del
señor K hacia Dora, durante una excursión al lago cuando ella tiene 16 años
le recuerda una seducción anterior del señor K. En esa ocasión él había
tratado de abrazarla y besarla en su negocio de almacén y ella había sentido,
en ese momento, el pene erecto de él contra su cuerpo. El sentimiento de
displacer que acompañó a esta sensación se manifestó como repugnancia
(Freud, 1905b, p. 47). Freud relaciona este desplazamiento de la zona genital
a la zona oral con el hecho de que cuando niña Dora succionaba entusiasta-
mente su pulgar y que esto dispuso a la zona oral a jugar un papel esencial en
su vida adulta. En la sexualidad de Dora la zona oral (y su represión) cumple
un rol preponderante (1905b, p. 30). El desplazamiento del rechazo afectivo
de los avances agresivos del señor K de la zona genital a la zona oral es un
claro testimonio de esto. También ilustra lo que quiere decir Freud cuando
escribe que las zonas erógenas son idénticas a las zonas histerogénicas y que
muestran las mismas características (1905b, p. 39).

La declaración de amor del señor K en el lago reactiva esa primera escena


y el sentimiento desagradable que provoca. Pero mientras que Dora no había
entrado todavía en la pubertad al momento del primer trauma y por esa razón
no podía relacionar ese hecho con representaciones sexuales concretas, ahora
está en la pubertad y sabe que hay otras partes del cuerpo –además de los
genitales- que pueden usarse para la gratificación sexual y para las relaciones
sexuales (1905b, p. 47). En esa etapa de su vida Dora estaba muy preocupada
por la relación de su padre con Frau K, en la que participaba activamente de
varias maneras. No es sorprendente, entonces, que “con su tos espasmódica
que, como es habitual, transfirió su estímulo de excitación a un cosquilleo en
la garganta, se imaginó una escena de gratificación sexual per os entre las dos

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589
La sexualidad y su objeto

personas cuyo romance ocupaba su mente tan incesantemente” (1905b, p.


48). Esta fantasía es la que se expresa en la tos espasmódica, que es uno de
los síntomas más característicos de Dora. Una vez más vemos que sólo al
comienzo de la pubertad la sexualidad recibe un objeto y se vuelve
fantasmática y por lo tanto que sólo a partir de la pubertad las fantasías
juegan un papel en la patogénesis. 11

La seducción y la confrontación traumática con un


objeto sexual
La mayoría de las interpretaciones historiográficas clásicas del pensa-
miento freudiano quieren que creamos que Freud abandonó su teoría de la
seducción en general y de la histeria en particular en 1897 (Freud, 1985, p.
283). Sin embargo, una lectura atenta de las manifestaciones de Freud sobre
la seducción en los Tres ensayos muestra que las cosas no son tan simples.
Freud resume la evolución de sus concepciones sobre la importancia etio-
lógica de los traumas sexuales en la génesis de las neurosis de la siguiente
manera:
No puedo admitir que en mi artículo sobre ‘La etiología de la histeria’ (1896c)
exageré la frecuencia o importancia de esa influencia, aunque entonces no
sabía que las personas que siguen siendo normales pueden haber tenido las
mismas experiencias en su infancia, y a pesar de que en consecuencia
sobrevaloré la importancia de la seducción comparada con los factores de
constitución sexual y desarrollo.

(Freud, 1905a, pág. 44/190)

Obviamente, la desconfianza de Freud en su ‘neurótica’ no significaba


simplemente que en adelante pensaría que los traumas de los que sus pacien-
tes le hablaban fueran imaginaciones que necesitaban una explicación
(¿edípica?) o que él se negaba a aceptar el carácter frecuente de la seducción
sexual entre adultos y niños (o entre niños). La afirmación de que no
sobreestimó la frecuencia de la seducción en ‘La etiología de la histeria’
también relativiza la idea de que Freud haya abandonado su teoría traumática

11
También reconocemos aquí la estructura de ‘acción diferida’ (Nachträglichkeit): un primer
hecho adquiere un significado completamente nuevo cuando es recordado en un segundo
momento luego de la pubertad (Freud, 1895; Freud, 1900, pág. 211).

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590
Philippe Van Haute y Herman Westernik

de la neurosis porque no podía admitir que hubiera tantos adultos y padres


pervertidos como presuponía su teoría. 12

El abandono de la teoría de la seducción significa que Freud ya no cree


en el origen exclusivamente traumático de toda psicopatología. O, en otras
palabras, en lo que ya no cree es en la importancia etiológica de los traumas y
no en su veracidad. De hecho, Tres ensayos trata el tema de la disposición
que está en la base de la histeria. Explica cómo la exageración adquirida o
hereditaria de alguna de las características de esta disposición conduce al
desarrollo de síntomas histéricos (Freud, 1906, pág. 276). La seducción es
traumática para Freud porque enfrenta al niño con un objeto sexual en un
momento en que no está psicológicamente preparado para eso. Es decir, la
seducción no respeta el carácter autoerótico de la sexualidad infantil. Esto
explica por qué los traumas sexuales pueden tener toda clase de efectos
devastadores, pero Freud ya no considera que estos traumas sean causa
necesaria o suficiente para la génesis de la patología histérica. En resumen,
en los Tres ensayos de 1905 la seducción ha perdido su importancia
etiológica, pero sigue siendo importante para Freud porque le proporciona un
argumento extra para subrayar el carácter estrictamente autoerótico de la
sexualidad infantil.

Las relaciones edípicas y la barrera del incesto


En la primera edición de los Tres ensayos, en ningún momento Freud
toma en cuenta el complejo infantil de Edipo como una posible explicación
para una psicopatología. En cambio, como hemos visto, sostiene una teoría
de la neurosis orgánica o disposicional en la que el trauma todavía cumple un
rol importante. La ausencia de cualquier referencia al complejo de Edipo no
es sólo una cuestión de hecho. 13 En este punto del desarrollo intelectual de
12
Tenemos que leer esta afirmación junto con otra perteneciente a ‘Mis opiniones…’ que parece
contradecirla: “En ese momento mi material era escaso todavía, y por casualidad ocurrió que
incluía un gran número de casos en los que la seducción sexual por parte de un adulto o un niño
de más edad cumplieron el rol principal en la historia de la infancia del paciente. Por lo tanto,
sobreestimé la frecuencia de tales hechos (aunque en otros aspectos no dejaban lugar a
dudas)” (Freud, 1906, pág. 274). La contradicción es sólo aparente. Lo que Freud dice es que
no sobreestimó la importancia de la seducción en los 18 casos presentados en ‘La etiología de
la histeria’, pero como en ese momento no advirtió que la constitución sexual también puede
despertar la vida sexual de un niño, sobreestimó su importancia en general. Para esta
interpretación y para una lectura más detallada de estos fragmentos ver Davidson (1984). Para
una lectura diferente y más crítica del significado de la seducción en el trabajo de Freud ver
Esterson (2001).

13
Las pocas referencias a este complejo fueron introducidas en ediciones posteriores, y más
particularmente en las notas al pie de la edición de 1920.

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591
La sexualidad y su objeto

Freud el complejo infantil de Edipo es una imposibilidad teórica. Este


complejo principalmente consiste en los lazos sexuales positivos y negativos
hacia los progenitores del niño. Por lo tanto, presupone que la sexualidad
infantil se ha transformado en objetal y ya no es estrictamente autoerótica. 14
Esto sólo comienza al inicio de la pubertad; de ello se sigue que los temas
edípicos que encontramos en la cultura y que Freud descubre en las historias
de sus pacientes son característicos de la pubertad. Los padres son
posiblemente los primeros (fantasmáticos) objetos de la libido, pero la
investidura de estos objetos ocurre en un momento -luego del período de
latencia- en el que se instala la barrera del incesto (Freud, 1905a, p. 67/227).
Freud establece que la barrera del incesto es –en contraposición con las
formaciones reactivas- una demanda cultural de la sociedad que obliga a los
jóvenes a cambiar la dirección de sus intereses hacia el establecimiento de
unidades sociales mayores, fuera de la familia. 15

Pero entonces ¿cómo debemos entender las referencias a Edipo que


aparecen en los trabajos anteriores de Freud? Menciona, por ejemplo, el amor
por su propia madre en las cartas a Fliess (Freud, 1985, p. 272). En la
Interpretación de los sueños (Freud, 1900, p. 257 y sgtes.) y en Fragmento
del análisis de un caso de histeria (Freud, 1905b, p. 56) dice que la leyenda
de Edipo es una elaboración poética de lo que es típico de la relación de los
niños con sus padres. Podemos, por ejemplo, conmovernos todavía hoy por la
tragedia de Sófocles porque nos recuerda lo que pasó en nuestra propia
infancia, pero esto no implica que en estos textos Freud ya entienda la
neurosis desde la perspectiva de un complejo de Edipo psicológico que la
explicaría. En el estudio sobre Dora, por ejemplo, menciona explícitamente
que la relación infantil de la paciente con su padre se refleja en la pubertad
para protegerla de su amor por el señor K. Un viejo amor se reactiva para
protegerla de un amor presente. Difícilmente podemos llamar a esta ‘una
interpretación edípica’, en el sentido clásico de la palabra, porque entendería
el amor presente hacia el señor K como una repetición disfrazada del antiguo
amor (edípico) por el padre y no a la inversa (Blass, 1992; Van Haute y
Geyskens, 2012, p. 54-56). Más bien, en el primer trabajo el rey Edipo
funciona como un arquetipo para el sujeto (neurótico) moderno. La figura de
un rey tiene un valor emblemático para nuestro destino trágico (Roudinesco,
14
Sólo en la edición de 1915 Freud describe la sexualidad infantil como objetal en sí misma. De
allí en adelante habla de “una elección de objeto difásica” (ver más abajo).

15
Parece surgir claramente del contexto que los ‘intereses’ necesarios para construir una
comunidad son, según Freud, de naturaleza libidinal, pero el maestro vienés no explica –o
todavía no puede explicar- en la primera edición de los Tres ensayos cómo latransformación de
la investidura libidinal de las figuras parentales da origen a los sentimientos sociales. El
establecimiento de lazos sociales no se aborda en este texto. Habrá que esperar a la
publicación de Totem y Tabú para un tratamiento completo de esta temática.

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592
Philippe Van Haute y Herman Westernik

2014, passim). Pero esta referencia todavía está muy lejos de la idea de un
complejo psicológico que estructura el desarrollo de la psiquis humana en el
período infantil y que regula nuestra progresiva inserción en el mundo de la
cultura. Recién en sus textos posteriores, cuando Freud abandona la estricta
dicotomía entre sexualidad infantil (autoerótica) y sexualidad puberal objetal,
ese complejo psicológico se vuelve teóricamente concebible. Sólo cuando la
génesis y el estatus del objeto se transforman en una problemática explícita
para Freud, el complejo de Edipo puede asumir -y asume- un rol estructural
en el desarrollo de la psiquis. 16

Todo esto no le impide a Freud permanecer bastante ambiguo con


respecto al estatus de objetos y relaciones objetales en la primera infancia.
Escribe que en el momento en que la actividad sexual propiamente dicha se
vuelve independiente de la ingestión y se transforma en autoerótica, una parte
importante de las relaciones sexuales (¡sic!) sigue presente en la relación con
las personas que se ocupan de las necesidades vitales del niño (Freud, 1905a,
p. 64/223). Freud piensa aquí en las tiernas relaciones del niño con quienes lo
cuidan. El problema que enfrentamos ya es conocido: como Freud sólo
menciona dos tendencias fundamentales que gobiernan la psiquis humana: la
pulsión sexual y el instinto de nutrición (Trieb nach Nahrungsaufnahme),
todas las relaciones con el mundo circundante tienen que ser explicadas en
términos de una o de la otra. No obstante, es muy difícil situar a la ternura
dentro de esta dicotomía: no puede ser reducida a las necesidades vitales de
hambre y sed pero tampoco es meramente sexual. Freud resuelve este
problema vinculando la ternura con la sexualidad inhibida; la ternura es
esencialmente una forma de sexualidad. Es una libido amortiguada
(abgedämpften Libido) (Freud, 1905a, p. 66/225). En otras palabras, Freud
parece explicar todas las relaciones con los objetos (personas) en términos de
lazos libidinales, no en términos de autopreservación.

Pubertad y organización del placer


Volvamos una vez más al texto de los Tres ensayos, específicamente al
tercer ensayo, ‘Las transformaciones de la pubertad’. En la primera edición
del texto Freud casi no menciona la perspectiva evolutiva que es muy carac-
terística tanto de sus propios trabajos posteriores como de la mayor parte de
la teoría psicoanalítica. Aquí sólo distingue entre dos ‘fases’ del desarrollo: la
masturbación del bebé y su retorno a la edad de 3 o 4 años. Todo el énfasis
está puesto en los cambios estructurales que ocurren al comienzo de la

16
Volveremos a este tema más adelante en nuestro texto.

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La sexualidad y su objeto

pubertad. Ya estamos familiarizados con algunos de estos cambios


estructurales. En general, el inicio de la pubertad marca el momento en que
“las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona genital” (Freud,
1905a, p. 53/207). Durante la infancia, la zona genital funciona como
cualquier otra zona erógena: cada una busca el placer independientemente de
las otras. Sólo al comienzo de la pubertad la zona genital se vuelve
predominante. Freud no es muy claro sobre cómo debemos entender este
cambio y cómo aparece. Básicamente implica que el placer orgásmico -Freud
lo llama placer final - detiene los placeres preliminares que experimentamos
en las diferentes zonas erógenas. ¿Qué significa esto?

Antes de profundizar esta pregunta, debemos recordar que la relación


entre la pulsión y sus objetos es esencialmente contingente. La referencia al
placer preliminar (Vorlust) y al placer final (Endlust) en cierto sentido
refuerza aún más esta idea (Freud, 1905a, p. 56/210-211). En la medida en
que la diferencia entre la zona genital y las otras zonas erógenas sea presen-
tada exclusivamente como una diferencia entre dos tipos de placer, Freud no
está obligado a proponer una relación esencial entre la pulsión y un objeto
específico. Tanto un objeto homo como heterosexual, por ejemplo, pueden
estar involucrados en la producción del placer final; desde la perspectiva del
placer, la naturaleza del objeto es irrelevante. Esto sería consistente con las
afirmaciones previas de Freud sobre el estatus del objeto y le permitiría
continuar la deconstrucción de la relación entre ‘normalidad’ y patología que
ya había comenzado en los capítulos previos del texto que estamos anali-
zando. Pero esto no es lo que hace Freud. Por el contrario, vincula inmedia-
tamente la noción de placer final, que pertenece a la zona genital y a la geni-
talidad, con la idea de una elección de objeto heterosexual (Freud, 1905a, p.
53/207). De pronto parece pensar que en principio la posibilidad de placer
final acompaña o debería acompañar a la elección de un objeto heterosexual.
No había nada en su texto que lo forzara a privilegiar esta opción; por el
contrario, toda su argumentación hasta este punto debería haberle impedido
hacerlo. De esta manera Freud reintroduce el enfoque funcionalista que
caracterizó el estilo de pensamiento psiquiátrico que analizamos antes.

¿Cómo entran las diferentes zonas erógenas dentro de la nueva estruc-


tura dominada por la zona genital? Según Freud, proporcionan el placer
preliminar que posibilita el placer orgásmico (Freud, 1905a, p. 56/210). Más
concretamente, le indican a la pulsión el camino hacia su objetivo fundamen-
tal: el orgasmo, y (en el caso del sujeto masculino) hacia la eyaculación que
lo acompaña. 17 Freud identifica el placer fundamentalmente con el alivio de

17
En esta primera edición Freud concibe la sexualidad infantil, en gran medida, sin ninguna
referencia a la diferencia sexual. La problemática de la diferencia sexual ocupa el primer plano
recién al inicio de la pubertad, cuando la sexualidad encuentra su objeto.

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

una tensión: un aumento de la tensión se experimenta como un displacer, un


alivio de la misma se experimente como un placer. Lo que caracteriza a los
placeres preliminares es que paradójicamente están acompañados por un
incremento de la tensión sexual. Es precisamente este incremento, que en
principio se siente como displacentero, lo que nos compele a continuar hasta
que alcancemos el resultado final de este proceso: el orgasmo. De hecho, sólo
el orgasmo permite la total liberación de la tensión. Desde la perspectiva del
placer, la primacía que asume la zona genital en la pubertad no tiene nada que
ver con el tipo de objeto que lo origina sino con el hecho de que posibilita un
tipo de placer diferente y más intenso. La idea de que en la pubertad se busca
explícitamente en relación con un objeto –que es lo que diferencia la
sexualidad infantil de la adulta (puberal)- no implica que este objeto deba ser
en principio heterosexual. Esta afirmación contradice el lineamiento general
del argumento de Freud.

No sólo no queda claro por qué el objeto de la pulsión genital tiene que
ser heterosexual, sino que siguiendo la línea del pensamiento freudiano
tampoco queda claro por qué debería privilegiarse la zona genital como tal.
Freud concibe la pulsión sexual en la infancia como una amalgama de
componentes; la zona genital es uno de esos componentes pero no tiene un
privilegio natural. Proclamar este privilegio parece reintroducir la identifi-
cación de la sexualidad con la pulsión genital. Paradójicamente, fue esta
misma identificación lo que Freud criticó en sus ensayos. Sin embargo, está
implícita en el siguiente fragmento que encontramos en el sumario del texto
freudiano, cuyo propósito es explicar el origen de las perversiones:
Los escritores que abordaron el tema […] han afirmado que la precondición
necesaria de una cantidad de fijaciones perversas es la debilidad innata del
instinto sexual. Así expresada, la noción me parece insostenible. Sin embargo,
tiene sentido si a lo que se refiere es a una debilidad constitucional de un factor
particular del instinto sexual, a saber la zona genital, una zona que controla la
función de combinar las actividades sexuales separadas con el propósito de la
reproducción. Puesto que, si la zona genital es débil, esta combinación –que es
preciso que ocurra en la pubertad- fallará, y el más vigoroso de los otros
componentes de la sexualidad continuará su actividad como perversión.

(Freud, 1905a, pág.75/237)

Freud relaciona las diferentes perversiones con una debilidad de la zona


genital o de la pulsión genital. Cuando los placeres preliminares se vuelven
demasiado vigorosos (y la zona genital comparativamente demasiado débil) y
la tensión que acompaña no es lo suficientemente fuerte, el proceso sexual
puede estancarse, que es exactamente lo que ocurre en la perversión.
Davidson nota, con fundamento, que esta afirmación sobre los sexólogos
contemporáneos de Freud es bastante sorprendente. Freud los critica porque
aseguran que las perversiones son el efecto de una debilidad de la pulsión

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La sexualidad y su objeto

sexual y no del componente genital de esta pulsión, pero esto es exactamente


lo que estos sexólogos siempre sostuvieron y tenían que sostener a la luz de
su interpretación de la pulsión sexual como función reproductiva. Es Freud
quien no puede decir lo que dice, dados los conceptos que presenta en su
texto. Lo único que Freud podía haber escrito siendo consistente con su
propio pensamiento, concluye Davidson, es lo siguiente: “Puesto que si la
zona genital es débil, esta combinación que a menudo tiene lugar en la
pubertad (en lugar de ‘in der Pubertät geforderte’) fallará, y el más vigoroso
de los otros componentes de la sexualidad continuará su actividad” en lugar
de: ‘wird ihre Betätigung als Perversion durchsetzen)” (Davidson, 2001, pág.
89). Freud en este texto no sólo entra en conflicto con los límites de su propio
paradigma, sino con este paradigma en sí mismo. Evidentemente hay
instancias en las que parece que Freud no quiere aceptar las consecuencias de
su propio razonamiento.

Pero hay todavía otro elemento básico que debemos remarcar aquí. Ya
hemos analizado en este texto la idea de que encontrar el objeto (en la
pubertad) es esencialmente reencontrarlo, y destacamos en este contexto la
lógica paradojal según la cual reencontrar implica una distancia o una
diferencia entre lo encontrado y lo perdido inicialmente. Algo similar ocurre
con el placer que obtenemos de las diferentes zonas erógenas. Para
entenderlo tenemos que revisar el estudio freudiano sobre los chistes,
publicado el mismo año que los Tres ensayos y el estudio sobre Dora. Freud
se refiere a este texto cuando explica la naturaleza y el funcionamiento de los
placeres preliminares (Freud, 1905a, pág. 57/211). Lo que más parece
interesarle a Freud aquí es la idea de sólo podemos reírnos de nuestros chistes
a través de la risa del otro (Freud, 1905c, pág. 174). Solo la risa del otro nos
permite superar las inhibiciones que se interponen en el camino de nuestro
placer. Freud parece pensar ahora que de manera similar sólo podemos
encontrar los placeres autoeróticos de nuestra primera infancia mediante el
uso del placer del otro. ¿Qué significa esto?

El paradigma de la sexualidad infantil, según nos dijeron, no es tanto el


niño succionando el pecho de su madre sino más bien los labios besándose a
sí mismos. La pulsión oral pierde su fuerza después de un tiempo; el bebé
deja de succionarse el pulgar aunque los adultos no lo obliguen a hacerlo El
desarrollo de la zona genital al comienzo de la pubertad acompaña un
renovado fortalecimiento de la zona oral que lleva a una tensión nerviosa que
puede reducirse fumando, bebiendo o con el vómito histérico. En estos
fenómenos la pulsión oral muestra su nueva fuerza sin proporcionar ningún
placer nuevo. Pero algunos succionadores del pulgar ‘encarnizados’, dice
Freud, de adultos se transforman no sólo en grandes bebedores o fumadores
sino (también) en epicúreos del beso (Kussfeinschmecker) con una tendencia
al “beso perverso” (Freud, 1905a, pág. 38/182). De esta manera los placeres

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

orales se reavivan a través del placer del otro, que es el nuevo objetivo de la
actividad sexual. El placer preliminar es, primero y principal, placer ante el
placer del otro. Una vez más encontramos una distancia insalvable entre
sexualidad infantil y su reinvestidura al comienzo de la pubertad.

Esta lógica del placer preliminar, junto con la idea de que el


autoerotismo infantil carece radicalmente de objeto, determina la teoría
freudiana de la estética: los placeres asociales (no objetales) de la primera
infancia sólo pueden recuperarse en una actividad social que apunte al placer
del otro. En el teatro, por ejemplo, repetimos la actividad lúdica de los niños.
Sin embargo, el juego del niño es asocial, no está esencialmente dirigido a
una audiencia (Freud, 1908b, pág. 1449. El teatro, por el contrario, es
impensable sin una referencia constitutiva a la audiencia para la cual se
actúa. 18

Deconstrucción de la normatividad
La teoría de Freud como la encontramos en la primera versión de los
Tres ensayos difiere en muchos aspectos de la imagen que tenemos de su
pensamiento y de la génesis del mismo. Esta primera versión contiene una
deconstrucción radical de la distinción normativa entre patología y
normalidad. Pero ¿esto significa que Freud –suponiendo por un momento que
hubiera permanecido consistente con sus propios puntos de partida- habría
dicho que in sexualibus todo vale? Lo dudamos. De hecho, Freud explica por
qué la sexualidad es intrínsecamente conflictiva. Las formaciones reactivas
de las que habla (vergüenza, repugnancia, culpa, etc.) implican que la
experiencia de la sexualidad nunca carece de limitaciones intrínsecas. La
necesidad de variación también entraña siempre un conflicto potencial. En
nuestra opinión, esto también puede explicar por qué la seducción está
inevitablemente sujeta a una ley (histórica y contingente). Por cierto Freud no
sólo dice que las experiencias de vergüenza, culpa, repugnancia, etc.
pertenecen a la naturaleza misma de la sexualidad, sino también que el
contenido de estas experiencias –qué es exactamente lo que consideramos
repugnante o vergonzoso- depende en gran medida de las circunstancias
culturales y sociales en que vivimos (Freud, 1905a, p. 13/151). Esto implica
que cada cultura se enfrenta con la inevitable tarea de proporcionar contenido
concreto a estas experiencias. O, en otras palabras, ninguna cultura puede

18
Esta referencia al teatro, y por lo tanto a la cultura, inevitablemente introduce el problema
psicoanalítico de la sublimación, que Freud menciona en el texto que estamos comentando sin
prestarle mucha atención. En dicho texto Freud considera la sublimación dentro del contexto, o
incluso como una subcategoría, de las formaciones reactivas (Freud, 1905a, págs. 33-34/178).

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597
La sexualidad y su objeto

dejar de imponer reglas concretas sobre la sexualidad, pero estas reglas no


están prescriptas por la naturaleza. La cultura se inscribe en patrones y diques
psíquicos ya existentes y por lo tanto no es ‘el otro radical’ de la naturaleza
(Freud, 1905a, p. 34/178), pero esto tampoco significa que la naturaleza
pueda legitimar a la cultura. De hecho, lo que Freud quiere mostrar no es
tanto que la sexualidad no necesita regulación o legislación –quizás todo lo
contrario- sino que en definitiva esa regulación concreta no tiene un
fundamentum in re. A este respecto Freud es fundamentalmente anti-
aristotélico.

A pesar del gran potencial de su teoría, Freud recae varias veces en la


‘opinión popular’ que al mismo tiempo rechaza. Ya hemos analizado algunos
fragmentos que ilustran esta tendencia, los cuales reintroducen una
perspectiva heteronormativa o restablecen una distinción estricta (y ‘natural’)
entre lo normal y lo patológico (en particular las perversiones). Lo que parece
estar en juego es una cierta mentalidad –una cultura compartida- de la cual
Freud no podía escapar. Davidson define una mentalidad como “un conjunto
de hábitos mentales o automatismos que caracterizan la opinión colectiva y
las representaciones de una población” (Davidson, 2001, p. 91). Freud
introduce un conjunto de conceptos que, al menos en principio, habilita una
ruptura con el tipo de razonamiento psiquiátrico en que se basa la mentalidad
de su tiempo, una mentalidad de la que él al mismo tiempo inevitablemente
participa. Por lo tanto, la temporalidad divergente de la desaparición de una
mentalidad antigua y la emergencia de nuevos conceptos que la socavan son
las que explican la dificultad de Freud para percibir el carácter radical de su
propio pensamiento. La inestabilidad de su texto parece ser un resultado
directo de este estado de cosas.

El pequeño Hans y la elección difásica del objeto


Como hemos mostrado, una de las ideas centrales que estructuran la
primera edición de los Tres ensayos es la diferencia básica y estructural con
respecto al objeto entre sexualidad infantil y sexualidad puberal y adulta. En
la edición original de los Tres ensayos, Fred parece pensar que el cambio de
la sexualidad infantil autoerótica a la sexualidad adulta relacionada con el
objeto no implica ningún problema especial y que aparece –sobre la base de
un desarrollo biológico espontáneo- sin dificultades en la mayoría de los
casos. Esto es bastante entendible cuando nos damos cuenta de que Freud
toma a la histeria como un paradigma en ese texto. En la histeria (encontrar)
el objeto (libidinal) no crea ningún problema especial. En la pubertad, hallar
el objeto es meramente ‘natural’, según parece, a menos que haya obstáculos
externos que lo dificulten. Ya señalamos que para Freud este objeto es en

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

principio heterosexual y que su perspectiva heteronormativa es difícil de


conciliar con las concepciones básicas de Freud sobre la sexualidad infantil.
Pero este no es el único problema con respecto al estatus del objeto en la
edición de 1905. De hecho, Freud también tuvo grandes dificultades para
sostener que la sexualidad infantil era siempre y esencialmente autoerótica.
Freud no pudo menos que admitir que la pulsión sexual también está
constituida por componentes que parecen contradecir esta afirmación. En este
contexto menciona la Schautrieb [pulsión de ver] y la Grausamkeit
[agresión]. Ninguno de estos dos componentes puede pensarse sin la
referencia a un objeto. Freud desarrolla algunas hipótesis ad hoc para
resolver este problema –estos componentes, pongamos por caso, no serían
sexuales desde el principio, sino que sólo se transforman en sexuales en una
etapa posterior, por ejemplo a través de la anastomosis (Freud, 1905a, pág.
46/193)- pero todas estas hipótesis parecen inadecuadas y falta una
elaboración más profunda de esta problemática. El primer paso se dio en los
años inmediatamente posteriores a la publicación de la primera versión de los
Tres ensayos, cuando Freud publicó un estudio breve sobre las teorías acerca
de la sexualidad infantil (Freud 1908a) y el estudio del caso de un niño (el
‘Pequeño Hans’) que sufría de fobia a los caballos (Freud, 1909). Freud
elaboró este estudio explícitamente para proporcionar una prueba empírica
de la teoría de la sexualidad infantil que había desarrollado en el texto que
nos ocupa. Pero no sólo encontró esa prueba: en una nota al pie de 1910
escribe que aprendió del ‘Pequeño Hans’ que “los niños de entre tres y cinco
años son capaces de efectuar la elección clara de un objeto, acompañada de
sentimientos intensos” (Freud, 1905d, págs. 193-194). Luego sistematizó los
insights que alcanzó a partir del análisis del Pequeño Hans en algunos
párrafos sobre “Las investigaciones sexuales de los niños” (Freud, 1905d,
págs. 194-200) que luego insertaría en la edición de 1915 del texto. Concluye
de estos insights que el proceso de elección del objeto es “difásico” y “ocurre
en dos oleadas”: la primera tiene lugar en el período entre los dos y los cinco
años y la segunda se pone en marcha con la pubertad (1905d, pág. 200). La
sexualidad puberal y adulta puede considerarse ahora como la ‘persistencia’ y
el ‘resurgimiento’ de las elecciones de objeto infantiles. El párrafo sobre la
elección difásica del objeto marca un cambio fundamental en el pensamiento
freudiano sobre la sexualidad. Ya no propugna una estricta dicotomía entre
un período infantil autoerótico y una sexualidad adulta relacionada con un
objeto. Esta dicotomía se volvió cada vez más problemática, si no
insostenible, a la luz de las investigaciones de Freud en los años posteriores a
1905. La nueva continuidad propuesta entre sexualidad infantil y sexualidad
adulta tiene enormes implicancias porque sólo ahora Freud podrá centrarse
progresivamente en el estudio de las elecciones infantiles de objeto desde la
perspectiva de lo que originalmente era la estructura de la sexualidad en la
pubertad. Las características originales de la sexualidad infantil –placer

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La sexualidad y su objeto

autoerótico, los instintos componentes- se convirtieron cada vez más en


temas secundarios en los análisis posteriores de Freud de la vida sexual,
escondidos detrás de la “corriente afectiva”, es decir “el afecto, la admiración
y el respeto por el objeto sexual (1905d, pág. 200). 19 Freud desplazará su
atención de la sexualidad como placer hacia la organización de la sexualidad
en las relaciones objetales relativas a los sentimientos constitucionales
ambivalentes de amor y odio (Westerink, 2009). El modelo paradigmático
para estudiar esta problemática –que incluye el tema de la Grausamkeit, es
decir la agresión sexual dirigida a un objeto- será la neurosis obsesiva, una
categoría nosográfica creada por el propio Freud (May-Tolzmann, 1998).
Esta creación puede situarse en un contexto más amplio, a saber, el de la
desaparición de la histeria.

La desaparición de la histeria
No sólo el estudio del caso del Pequeño Hans y el creciente interés en la
neurosis obsesiva obligaron a Freud a cambiar sus posturas con respecto a la
naturaleza y estatus de la sexualidad infantil. En los años posteriores a 1905,
comienza una intensa correspondencia y un apasionado debate con Jung
sobre la psicosis y la naturaleza sexual de la libido. En 1907 Jung publicó su
libro sobre la demencia precoz en el que se mencionan por primera vez en la
historia del pensamiento psicoanalítico las memorias del ‘Senatspräsident’
Schreber (Jung, 1907). Freud retornaría a estas famosas memorias en su
estudio del caso Schreber, que se publicó en 1911 y que contiene su teoría
más articulada de la patología psicótica (Freud, 1911). También a través de
Jung (y otros colegas como Bleuler y Abraham) Freud se mantuvo al día con
los avances contemporáneos en psiquiatría. Uno de los más importantes fue
la ‘desaparición’ de la histeria (Micale, 1993). Aunque la histeria había sido
uno de los temas centrales de la psiquiatría en la segunda mitad del siglo
XIX, fue ‘desapareciendo’ rápidamente como síndrome independiente al
comienzo del siglo XX. Sus síntomas fueron redistribuidos entre nuevas
categorías diagnósticas de la cuales la esquizofrenia fue sin dudas una de las
más relevantes. 20

19
Esta línea de pensamiento está respaldada por más material insertado posteriormente, como
‘La teoría de la libido’ que reemplaza a la primera definición de la pulsión (ver más arriba) que
ahora se centra en la libido del objeto (Freud, 1905d, pp. 217-219).

20
Es muy elocuente en este contexto que el libro de Jung sobre la psicosis contenga un capítulo
sobre ‘Histeria y demencia precoz’ en el que muestra, entre otras cosas, las grandes similitudes
entre estas dos patologías (Jung, 1907, pp. 81-116)

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Philippe Van Haute y Herman Westernik

El estudio de la psicosis fue uno de los campos más importantes que


pronto obligaron a Freud a reconsiderar sus ideas sobre la sexualidad infantil.
De hecho, la psicosis lo enfrentó con el hecho de que tanto el objeto como el
yo que sustenta nuestra relación con él pueden estar ausentes o haberse
perdido en el transcurso de nuestra existencia. Mientras que la histeria le
proporcionó a Freud conocimientos sobre la importancia de la sexualidad
para la existencia humana, la psicosis le brindó información acerca del
carácter incierto de nuestra relación con la realidad como tal. Freud no pudo
evitar abordar este problema, pero al mismo tiempo es indudable que no
quiso dejar de lado la primacía de la sexualidad. En el contexto de sus
debates con Jung, Freud introdujo el concepto de narcisismo: el yo opera
mediante un ‘nuevo acto psíquico’ que consiste en una identificación con el
propio cuerpo (Freud, 1914, p. 142). En su libro sobre Schreber Freud escribe
lo siguiente sobre el concepto de narcisismo: “Llega un momento de su
desarrollo en el que el individuo […] comienza a tomarse a sí mismo, a su
propio cuerpo, como su objeto de amor, y sólo a continuación de esta etapa a
medio camino entre el autoerotismo y el objeto de amor […] se desarrolla la
heterosexualidad” (Freud, 1911, pp. 60-61). De este fragmento podemos
extraer varias cosas. Primero, señala claramente en qué aspecto la
introducción del narcisismo está dirigida a orientar a la sexualidad (infantil)
hacia el objeto. En consecuencia, la sexualidad infantil ya no carece de
objeto. Segundo, esta introducción acompaña a un punto de vista evolutivo
que estaba casi completamente ausente en la edición de 1905 de los Tres
ensayos. Freud piensa ahora que el hallazgo del objeto sexual es el resultado
de una evolución psíquica que debe ser estudiada con mucho detalle y en el
transcurso de la cual muchas cosas pueden salir mal. En este contexto Freud
reconsidera el carácter de las zonas erógenas de una manera fundamental.
Mientras que en la edición de 1905 se considera que esas zonas y las
pulsiones que se asientan en ellas actúan de manera anárquica hasta que se
instala la primacía de la zona genital, Freud ahora las ordena en una
secuencia (evolutiva) temporal.

En la edición de 1915 de los Tres ensayos Freud agrega un nuevo


párrafo sobre ‘Las etapas del desarrollo de la organización sexual” en el que
reconoce la existencia de una organización oral, caníbal, de la libido, que
precede a la etapa anal (Freud, 1905d, pp.197 y sigtes.). 21 Como ya ha
quedado claro a partir de la cita sobre el narcisismo del caso de Schreber,
Freud tiende a situar esas ‘etapas’ en una línea de desarrollo que comienza
con una elección de objeto homosexual y lleva a una heterosexual. La
constitución del objeto sexual es básicamente idéntica a la constitución de un

21
Por último, en ‘La organización genital infantil’ Freud menciona la existencia de una etapa
fálica que sucede a las dos anteriores (Freud, 1923, p. 142).

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601
La sexualidad y su objeto

objeto heterosexual. Esto nos lleva a un tercer elemento del que nos informa
que este fragmento, uno de los aspectos más decisivos del desarrollo del
pensamiento freudiano posterior a 1905. La referencia a una bisexualidad
estructural e invencible que era esencial para la disposición histérica pierde
mucho de su importancia. Tiende a ser reemplazada por una contraposición
entre hetero y homosexualidad de modo tal que es difícil evitar la conclusión
de que la heterosexualidad es el resultado ‘normal’ (normativo) de la
evolución.

Conclusión

Nuestra lectura de la primera edición de los Tres ensayos muestra en qué


aspectos cambiaron las concepciones de Freud sobre el estatus y naturaleza
de la sexualidad (infantil) después de 1905. En ese año propugnaba la idea de
que la sexualidad infantil ‘carece de objeto’. La sexualidad sólo tiene un
objeto al comienzo de la pubertad. Una vez que Fred advirtió que no se podía
sostener la dicotomía esencial entre la sexualidad infantil y la adulta, hubo
espacio para introducir el complejo de Edipo propiamente dicho y la teoría
del narcisismo, a fin de reformular o redefinir la vida sexual infantil. Las
ediciones posteriores testimonian este avance. El hecho de que Freud nunca
cambiara el esquema original de los Tres ensayos, sino que eligiera casi
exclusivamente agregar nuevos elementos teóricos devino en una amalgama
a menudo inconsistente de diferentes teorías de la sexualidad. Esto hace de
los Tres ensayos una lectura muy compleja pero también fascinante.

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Copyright © 2016 Institute of Psychoanalysis Int J Psychoanal (2016) 3

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