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Pastoreando a tu pastor

El ministerio pastoral está lleno de retos. En su peregrinaje hacia el cielo, cada pastor debe velar por su corazón y por el
de todos aquellos que el Señor ha puesto bajo su cuidado: su esposa, sus hijos, su iglesia. La labor del pastor puede
llegar a ser compleja y demandante… reuniones, consejerías, eventos, retiros, conflictos matrimoniales, finanzas, bodas,
entierros, sermones… Ha de proteger al rebaño cuando rondan lobos disfrazados de oveja. Debe lidiar con cabras que
desvían a los corderos hacia al acantilado. Muchos pastores ven cómo sus fuerzas se desgastan. Su tiempo de oración se
ve mermado. Su esfuerzo en el estudio se debilita. Se apaga la ilusión, y aún las más pequeñas cosas terminan
convirtiéndose en una pesada carga. Hay quienes se arrastran durante años soportando un ministerio seco… mientras
otros abandonan por el camino… y entonces es cuando la iglesia se pregunta “¿Qué ha pasado? ¿Qué podríamos haber
hecho por nuestro pastor?”.

Aunque en el ministerio, lo ideal es la pluralidad pastoral, lamentablemente muchos siervos del Señor están muy solos.
Entonces, más que nunca, hemos de recordar el llamado de “cuidarnos los unos a los otros” expresado de tantas formas
en la Palabra de Dios (cp. 1 Tes. 5:11; Santiago 5:16; 1 Pedro 1:22; Hebreos 3:13 y 10:24…).

Veamos consejos muy prácticos:

(1) Ora por él y por su familia. El diablo está muy interesado en derribar a los que están en lugares de liderazgo. Sabe
que si ellos caen, puede hacer caer a muchos otros que tenían sus ojos puestos sobre ellos. Ora por tu pastor. Ora con
tenacidad. Ora por su matrimonio. Ora por sus hijos. Ora por su vida de oración. Ora por que el Señor le fortalezca y
avive. Ora por que tu pastor no caiga en desánimo ni pierda la ilusión. Ora por que el Señor le guarde de todo mal.

(2) Ama a tu pastor y a su esposa. Ámale, con un amor práctico. Ama a tu pastor de palabra, expresando tu afecto y
cuidado. Pero también ámale con gestos y acciones concretas (1 Tesalonicenses 5:12-13). Que se sienta querido
levantará su ánimo y le hará sentir parte del cuerpo de Cristo. Es el pastor, pero también es un hermano, y necesita del
cariño y afecto de su familia espiritual. El rol del pastor es difícil, porque ha de ayudar a mucha gente, pero más difícil
aún es el rol de aquella que ayuda al que ayuda. Si tienes oportunidad de cuidar de la esposa del pastor, hazlo; con tus
palabras de ánimo, con tus oraciones, con tu servicio. A veces su marido llega tan agotado a casa, que ella tiene el difícil
reto de levantar su espíritu. La esposa de un siervo del Señor necesita mucho de tus palabras de aliento.

(3) Vela por sus necesidades materiales. Hay pastores que prefieren ganar su sustento por otros medios (1
Tesalonicenses 2:9), y hay quienes no pueden ser sostenidos por la iglesia local. Sin embargo, vemos claramente en la
Palabra que el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:17-18). Es cierto –tristemente– que hay líderes religiosos que
oprimen al rebaño para vivir con opulencia, y también es cierto que hay iglesias que pretenden que el pastor viva de las
migajas que caen de la mesa. Ni una cosa ni la otra. La iglesia tiene la responsabilidad de sostener de una forma digna a
su pastor y su familia, según sus necesidades y según la capacidad de la iglesia.

(4) Obedécele servicialmente. A veces es fácil obedecer, cuando entendemos el porqué se nos pide algo. Otras veces no
es tan fácil, porque no lo entendemos, o no estamos de acuerdo. Confía en que tu pastor busca el bien del rebaño, sírvele
con confianza. Dice la Palabra “Obedeced a vuestros pastores… porque ellos velan por vuestras almas… para que lo hagan
con alegría, y no quejándose…” (Hebreos 13:17). Si hay en nosotros rebeldía, o insumisión, esto “no os es provechoso”.
Será en detrimento del bien de toda la congregación y una fuerte traba en su ministerio.

(5) Protégele. No es un superhombre. Es humano. De carne y hueso. Está sujeto a las mismas tentaciones y amenazas
que cualquiera de nosotros. ¿Qué peligros has visto rondando cerca de él? Tal vez su cansancio es demasiado grande… o
su doctrina hace aguas… o un nuevo lobo ronda las ovejas… o un falso maestro siembra cizaña… o una mujer muy
perfumada se le acerca peligrosamente… o todo eso a la vez… ¡Protégele! Habla con él, con su esposa, o con los demás
pastores según sea el caso, pero no le dejes a su suerte (Hechos 20:28-31).

(7) Confía en aquellos en los que él confía. Los pastores de la iglesia tienen el reto de delegar ciertas tareas y
funciones en otros hermanos: los diáconos, los líderes de jóvenes, los maestros, los líderes de ministerios… Es necesario
aplicar el principio que Jetro dio a Moisés para que el pastor no se agote (Éxodo 18). Si el pastor ha puesto su confianza
en alguien para cierta función, confía tú también en esa persona. Todos los asuntos no pueden llegar al pastor, y menos
en una iglesia numerosa. Así qué, antes de pedirle o preguntarle algo al pastor, pregúntate a ti mismo: ¿Han delegado los
pastores o los diáconos este asunto en alguien? Y si es así, confía en aquellos en los que el pastor confía.

(11) Predica el Evangelio a sus hijos. Sí, has oído bien. A veces el pastor puede descuidar a los discípulos que tiene
más cerca, y tristemente son muchos los hijos de pastores que se van al mundo. Otras veces el problema no es la
negligencia, sino la familiaridad. Sin duda creemos que Dios es soberano en la salvación, pero humanamente hablando,
¿no será que sus hijos ya le tienen muy oído? El domingo escuchan desde el púlpito la misma voz que en casa les dice que
han de hacer los deberes o arreglar su habitación. El domingo escuchan hablar de gozo y paz al mismo hombre que a
veces ven en casa luchando con el desánimo y la ansiedad. Si el pastor les recuerda el evangelio a los tuyos, recuerda tú
recordarles el evangelio a los suyos. Evangeliza a los hijos del pastor.

(12) Ayúdale a descansar. Después de lo intenso que es el domingo, el lunes es el momento de intentar reponer fuerzas
lo antes posible. Ayuda a tu pastor a reservar el lunes para descansar. Si no es un tema de vida o muerte, no le llames un
lunes. Ni le escribas tampoco. Ayúdale a proteger su tiempo de descanso, sus vacaciones, su tiempo familiar… En el
ministerio el pastor gestiona su propia agenda y sus propias fuerzas, y es fácil caer en los dos extremos: la dejadez, o el
activismo. Dile que es humano y que sus fuerzas son pocas. Ayúdale a huir del síndrome de “pequeño mesías”
recordándole que Dios no depende de él para llevar a cabo sus planes.

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