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Dare to Be Daniel

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CAPÍTULO

ATREVÁMONO A SER
COMO DANIEL
En el capítulo anterior comenzamos a estudiar el conflicto cósmico en el
cielo y en el planeta Tierra. Este conflicto cósmico constituye el trasfondo
de toda la Biblia; el contexto inmutable en el cual se disciernen de forma
correcta las narraciones bíblicas, las profecías y las doctrinas. Dado que la
historia del conflicto cósmico está presente en toda la Biblia, resulta
importante que leamos y entendamos la Biblia.

Sin embargo, algunos libros de la Biblia pueden ser difíciles de


comprender: parte del libro de Daniel fue sellado hasta el tiempo del fin
(Dan. 12: 4)1 y hay quienes argumentan que el libro de Apocalipsis es
imposible de descifrar. Pero la Biblia es la revelación de Jesucristo y
merece ser comprendida.

Con el propósito de entender mejor la Palabra de Dios, en este capítulo nos


enfocaremos en Daniel. Su papel en el conflicto cósmico ha de ser
estudiado a la luz de la misión de Dios en un mundo en rebelión. Antes de
comenzar nuestro estudio sobre Daniel, repasaremos brevemente la
historia de Israel y de cómo Daniel terminó en Babilonia.

¿Por qué Dios llamó a Abraham a salir de Ur de los Caldeos en la antigua


Mesopotamia? Porque su descendencia debía ser una bendición para todas
las familias de la tierra (Gen. 12: 1-3). En otras palabras, ellos debían
anunciar a todas las naciones las buenas nuevas del evangelio eterno de un
Salvador y advertir de los engaños de Satanás. Este fue el método que Dios
utilizó para contrarrestar el estado de pecado y degeneración en el que
había caído nuestro planeta.

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Dios quiso usar a Israel como una gran herramienta evangelística para
revelarse al mundo y prometió grandes bendiciones a su pueblo elegido.
Dijo:

“Acontecerá que, si oyes atentamente la voz de Jehová, tu Dios, para


guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo
hoy, también Jehová, tu Dios, te exaltará sobre todas las naciones de la
tierra…” “Te pondrá Jehová por cabeza y no por cola; estarás encima
solamente, nunca debajo, si obedeces los mandamientos de Jehová, tu
Dios, que yo te ordeno hoy; si los guardas y cumples” (Deut. 28: 1,13).

Nunca ninguna nación disfrutó de la protección que tuvo Israel durante las
plagas de Egipto mientras estaba en la tierra de Gosén. Nunca una nación
había sido librada tan milagrosamente como cuando el mayor ejército del
mundo avanzó detrás de Israel y lo acosó en el Mar Rojo. Nunca Dios
había vencido a los enemigos de su pueblo como lo hizo por Israel cuando
ocupó la Tierra Prometida. Nunca Dios había escrito la ley con su propio
dedo, sobre tablas de piedra, para guiar a su pueblo. Nunca el Creador del
universo había vivido en medio de su pueblo en un tabernáculo y un
templo. Ninguna nación había sido tan bendecida como Israel.

Los israelitas debieron haber notado la diferencia obvia de cómo fueron


tratados en comparación con otras naciones. ¡Pero no! Ellos querían ser
como las demás naciones con dioses e ídolos y tener también un rey (Eze.
23: 30; 1 Sam. 8: 1-22). ¡Qué clase de ceguera!

En respuesta a su deseo de otros dioses, Dios exclamó:

“¿Alguna vez una nación ha cambiado sus dioses por otros, aun cuando
no son dioses en absoluto? ¡Sin embargo, mi pueblo ha cambiado a su
glorioso Dios por ídolos inútiles!” (Jer. 2: 11, NTV; ver también 8: 19; 22:
9).

Fueron tan lejos, que Judá llegó a tener tantos dioses como ciudades (vers.
28). Tenía tantos altares a Baal como calles en Jerusalén (Jer. 11: 13; 11:
17; 19: 4, 5; 23: 13; 32: 29). No es de extrañar que Dios dijera: “Mi pueblo
se ha olvidado de mí por innumerables días” (Jer. 2: 32). “Israel no tuvo
ningún reparo en prostituirse, contaminó la tierra y cometió adulterio al
adorar ídolos de piedra y de madera” (Jer. 3: 9, NVI).

Las naciones de Judá e Israel estaban llenas de hipocresía: “Cercano estás


tú Dios en sus bocas, pero lejos de sus corazones” (Jer. 12: 2). Dios no

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era su verdadero amor; los ídolos lo habían reemplazado. Adoraban a los


astros celestiales, “al sol y a la luna, y a todas las estrellas del cielo”
(Hech. 7: 42; Jer. 8: 2, NVI), así como a Moloc y Reían (Hech. 7: 43; Lev.
18: 21; 20: 2; Jer. 32: 35). Sus ídolos profanaron la sagrada casa de Dios y
su santuario (Jer. 7: 30; Eze. 5: 11). Quemaron “incienso a Baal y …
(siguieron a dioses extraños” e hicieron “masa para hacer tortas a la
reina del cielo” (Jer. 7:9, 18; ver 44: 17, 18). En “la entrada de la puerta
de la casa de Jehová», las mujeres se sentaban llorando a Tamuz” (Eze.
8: 14), y en el “atrio de adentro de la casa de Jehová [...] unos veinticinco
hombres, con sus espaldas vueltas al templo de Jehová y con sus rostros
hacia el oriente, … adoraban al sol, postrándose hacia el oriente” (vers.
16). Esto era adulterio espiritual. Dios señaló: “Aun a sus hijos que habían
dado a luz para mí, hicieron pasar por el fuego, quemándolos” (Eze. 23:
37). ¡Hasta ese punto el pueblo se había distanciado del Dios vivo!

Un pacto

Deuteronomio 28 comienza con una promesa increíble para los israelitas:


¡Dios los exaltaría sobre todas las naciones! Luego le siguen muchas otras
promesas (vers. 2-13) que terminan con esta advertencia: “No te apartes
de todas las palabras que yo te mando hoy, ni a la derecha ni a la
izquierda, para ir tras dioses ajenos y servirlos” (ver. 14)
Si se apartaban de Dios, él los esparciría “por todos los pueblos, desde un
extremo de la tierra hasta el otro extremo, y … entre estas naciones … no
encontrarían] reposo” (Deut. 28: 64, 65). Pero esto fue exactamente lo
que hicieron Israel y Judá, y por lo tanto recibieron las maldiciones que
Dios advirtió (vers. 16-68).

Después de haber sido esparcidos entre las naciones, tendrían un “corazón


temeroso” (vers 64) y vivirían “con miedo” (vers. 66, NTV). Al romper el
pacto, terminaron como naciones fragmentadas, desconectadas de la
Puente de la vida. Su negativa a permanecer en una relación de amor con
Dios anuló las bendiciones que podrían haber recibido.

De regreso a Babilonia

Dios le advirtió repetidamente a su pueblo sobre las consecuencias de su


maldad: “Desde el día que vuestros padres salieron de la tierra de Egipto
hasta hoy. Os envié todos los profetas, mis siervos; los envié desde el
principio y sin cesar. Pero no me escucharon ni inclinaron su oído, sino
que endurecieron su corazón e hicieron peor que sus padres” (Jer. 7: 25,
26).

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Fijémonos en los reyes de Israel y Judá. Los veinte reyes de Israel fueron
todos malos. Incluso Jehú, que destruyó el culto a Baal, fue como los otros
reyes: no se apartó de la idolatría de Jeroboam. De los veinte reyes de Judá,
trece fueron completamente malvados, cinco no estaban totalmente
dedicados a Dios, y solo dos (Ezequías y Josías) fueron buenos.1

Sin embargo, estos reyes no fueron los únicos cuyos corazones estaban
llenos de iniquidad. Dios dijo: “Tanto el profeta como el sacerdote son
impíos” (Jer. 23: 11). “Sus sacerdotes violaron mi Ley y contaminaron
mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia, ni
distinguieron entre inmundo y limpio. De mis sábados apartaron sus ojos,
y yo he sido profanado en medio de ellos” (Eze. 22: 26). El pueblo, incluso
los sacerdotes, se había apartado de Dios.

No es de extrañar entonces que Israel haya terminado en cautividad en


Asiría y Judá en Babilonia. Con el tiempo, el reino de Israel en el norte se
dispersó entre muchas naciones y desapareció. Solo quedó Judá y terminó
en Babilonia.2 Dios llamó a Abraham a salir de Ur, pero sus descendientes
fueron forzados a regresar allí. ¡Qué necias fueron las naciones de Israel y
Judá! ¿Por qué se separaron del único Dios verdadero y adoraron dioses
de su propia creación? ¡No hubo ganancias, sino solo pérdidas!

Pero Dios tenía un plan (Jer. 29: 10-14) que consistía en obrar a través de
individuos para lograr lo que fue imposible a través de Israel y Judá como
naciones. Daniel y sus amigos, que fueron llevados cautivos a Babilonia,
son un excelente ejemplo de esto. Veamos cómo Dios los usó.

Testigos de Dios

En el libro de Daniel, encontramos seguidores fieles que son un tipo de


aquellos que estarán listos para el segundo advenimiento de Cristo. La
promesa que Dios le hizo a Abraham: “Serán benditas en ti todas las
familias de la tierra” (Gén. 12: 3) se cumple a través de estos testigos,
tanto en el pasado como en el futuro. Pero volvamos ahora a Daniel y su
testimonio.

La historia de Daniel comienza cuando él y sus compañeros llegan de Judá


y son adiestrados para servir en la corte de Babilonia (Dan. 1: 6). “Daniel
propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del
rey ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que
no se le obligara a contaminarse” (vers. 8). Fijémonos que Daniel decidió
y luego pidió permiso. Escogió sabiamente y pidió cortésmente. “Te ruego

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que hagas la prueba con sus siervos durante diez días: que nos den
legumbres para comer y agua para beber” (vers. 12, ver vers. 16). Sin
duda Daniel conocía la dieta edénica de Dios. En el jardín, Dios dijo:
“Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la
tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto
podréis comer” (Gén. 1: 29; ver 2: 16; 3: 18). Daniel creyó en la Palabra
de Dios y actuó en consecuencia.

Sabía que la comida y el vino del rey lo contaminarían. Participar de esta


comida destruiría su discernimiento. Un cerebro lúcido, (su lóbulo frontal)
en sintonía con Dios, era vital para que Daniel pudiera representar a Dios
ante los paganos que lo rodeaban.

¿Cuál fue el resultado de alimentarse con la dieta de Dios? “Dios les dio
conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo
entendimiento en toda visión y sueños” (Dan. 1: 17). Daniel y sus tres
amigos pusieron lo primero en primer lugar. Seguir a Dios y su plan de
vida trajo las bendiciones de conocimiento y entendimiento.

La revelación de Dios

Un tiempo después de que el adiestramiento de Daniel hubo terminado, el


rey Nabucodonosor tuvo un sueño y quiso conocer su interpretación, pero
ninguno de sus sabios fue capaz decirle lo que había soñado.
Nabucodonosor se puso furioso y gritó: “¡Ejecuten a todos los sabios de
Babilonia!” (véase Dan. 2: 12). Esta orden incluía a Daniel y a sus tres
amigos (vers. 13). Arioc, el comandante de la guardia del rey salió a
obedecer la orden, pero “Daniel habló sabia y prudentemente a Arioc”
(vers. 14). Luego de recibir el permiso correspondiente, Daniel entró en la
sala del trono y le pidió al rey que le diera tiempo para interpretar el sueño
(vers. 16). Daniel sabía que Dios lo ayudaría y puso a sus amigos a orar,
“para que pidieran misericordias del Dios del cielo sobre este misterio”
(vers. 18). Esa noche, Dios le reveló el sueño del rey a Daniel en una
visión, y Daniel alabó a Dios (vers. 19-23).

La mañana siguiente, Daniel se presentó de nuevo delante del rey. No se


centró en sí mismo, sino que dio todo el crédito a Dios: “Hay un Dios en
los cielos que revela los misterios, y él ha hecho saber al rey
Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los últimos días” (vers. 28).
Luego demuestra que Dios conoce el futuro, anunciando el ascenso y la
caída de los reinos (vers. 29-45). En resumen, dijo: “El gran Dios ha
mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir” (vers. 45). El rey

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se postró delante de Daniel y dijo: “El Dios vuestro es Dios de dioses … y


el que revela los misterios” (vers. 47).

Los dioses falsos no conocen el futuro y no pueden dar sabiduría y


entendimiento. Solo el Dios de Daniel fue capaz de explicar el sueño del
rey.

La imagen de oro

Nabucodonosor soñó con una gran estatua. “La cabeza de esta imagen era
de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de
bronce” (ver. 32). La cabeza de oro en el sueño del rey representaba a
Nabucodonosor y su imperio; el resto de la estatua representaba a los
imperios posteriores. Pero Nabucodonosor no estaba satisfecho con ser la
cabeza de oro, así que ordenó la construcción de una estatua similar, pero
fabricada totalmente de oro de la cabeza a los pies, de manera de
representarse a sí mismo. Al ordenarles a todos en su reino que adoraran
la imagen, no eximió a nadie, ni siquiera a los tres amigos de Daniel.

Al igual que Daniel, ellos eran diferentes. Se negaron a adorar la imagen


de oro y el rey se enfureció. En medio de su arrebato de ira, el rey dijo:
“Serán inmediatamente arrojados al horno ardiente y …, ¿qué dios podrá
rescatarlos de mi poder?” (Dan. 3: 15, 19, NTV). Los amigos de Daniel
no tuvieron miedo: “Nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del
horno de fuego ardiente …. Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos
a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (vers.
17, 18). ¡Qué valor! Esta es la clase de fe y fuerza moral que necesitamos
para cuando el decreto de muerte se emita en el tiempo final (Apoc. 13:
15).

Nabucodonosor mandó arrojar a los tres jóvenes al horno, pero se


sorprendió por lo que vio después. “¡Pues miren! —exclamó—. Allí en el
fuego veo a cuatro hombres, sin ataduras y sin daño alguno, ¡y el cuarto
tiene la apariencia de un dios! … Siervos del Dios Altísimo, ¡salgan de
allí, y vengan acá!” (vers. 25, 26, NVI). Una vez fuera del horno, el rey los
inspeccionó. “El fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos y
ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas, intactas, ni
siquiera olor de fuego tenían” (vers. 27). Todo el mundo estaba
sorprendido y la forma de pensar de Nabucodonosor cambió radicalmente.
Ya no era el ídolo de oro el objeto de su atención, sino el Dios Viviente
que vio en el fuego y rescató a los que lo adoraban. La imagen de oro fue
abandonada. Nabucodonosor no pudo evitar alabar al Dios Viviente y

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admirar la lealtad de los tres amigos de Daniel. “Confiaron en él (en su


Dios), los cuales no cumplieron el edicto del rey y entregaron sus cuerpos
antes que servir y adorar a otro dios que su Dios” (vers. 28). La confianza
en Dios es crucial. Al igual que como lo ilustran estos tres jóvenes hebreos,
hemos de prepararnos para la crisis de los últimos tiempos.

Nabucodonosor es humillado

Gracias al testimonio de Daniel y sus tres amigos, el rey entendió que solo
el Dios del cielo puede dar e interpretar sueños, además de presenciar
cómo este Dios permaneció con los suyos en el horno ardiente y los liberó.
Nabucodonosor incluso lo llamó “el Dios Altísimo”. Sin embargo, el
orgullo le impidió aceptar a ese Dios Altísimo como su Dios. Un día, dijo:
“¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la
fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dan. 4: 30, ver 5:
20). Inmediatamente, algo ocurrió en él y comenzó a arrastrarse por los
campos como un animal, comiendo hierba (Dan. 4: 31-33). Después de
siete años, el rey se humilló. Levantó los ojos al cielo y recuperó la cordura.
Nabucodonosor tuvo una transformación increíble. Dijo:

“Bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre. Su


dominio es sempiterno; su reino, por todas las edades …. Ahora yo,
Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque
todas sus obras son verdaderas y sus caminos justos; y él puede humillar
a los que andan con soberbia” (vers. 34,37).

Adoración obligatoria

Nabucodonosor finalmente murió, y una serie de gobernantes le


sucedieron. Pero finalmente, la predicción de Daniel de la llegada de un
nuevo imperio se hizo realidad cuando los medos y los persas conquistaron
a los babilonios. El nuevo rey, Darío el Medo, quedó impresionado con
Daniel y “pensó en ponerlo sobre todo el reino” (Dan. 6: 3). Sin embargo,
la envidia se apoderó de los otros dos administradores del reino y de los
120 sátrapas bajo el mando de Daniel, tal como ocurrió con Lucifer en el
cielo.

Como la vida de Daniel era impecable, conspiraron para destruirlo por


medio de un decreto obligatorio de falsa adoración, muy parecido al que
se emitirá en el tiempo del fin (vers. 4-9; ver Apoc. 13: 1-15).

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Cuando Daniel se enteró del decreto, abrió su ventana hacia Jerusalén


como de costumbre y oró (Dan. 6: 10). No cerró la ventana para orar
escondido. ¿Se imagina el júbilo de aquellos administradores y sátrapas
mientras se abrían paso corriendo para informarle al rey?

Acongojado, el rey dio la orden para que Daniel fuera arrojado a un foso
lleno de leones. El rey le dijo a Daniel: “El Dios tuyo, a quien tú
continuamente sirves, te libre” (vers. 16). El rey no pudo comer ni dormir
aquella noche. Estaba inquieto y preocupado. Al amanecer, corrió al foso
de los leones y con voz angustiada, exclamó: “Daniel, siervo del Dios
viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar
de los leones?” (vers. 20).

Daniel respondió: “¡Rey, vive para siempre! Mi Dios envió su ángel, el


cual cerró la boca de los leones para que no me hicieran daño, porque
ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho
nada malo” (vers. 21). Darío se regocijó, ordenó la liberación de Daniel y
no encontró lesión alguna en él “porque había confiado en su Dios” (vers.
23). Los falsos acusadores fueron arrojados a la fosa, donde los esperaban
las fauces de los leones hambrientos.

Dos reyes envían buenas noticias

El rey Nabucodonosor y el rey Darío se convirtieron en evangelistas.


Emitieron decretos oficiales para dar testimonio de lo que Dios había
hecho para salvar a Daniel y a sus tres compañeros y de cómo Dios había
restaurado la cordura de Nabucodonosor (Dan. 3: 28, 29; 4; 6: 25-27).
Testificaron del Dios vivo que salva en el presente. Estos decretos fueron
la primera noticia de Dios recibida por los paganos en toda Babilonia y
Medo Persia. Ningún otro dios podría haber hecho semejantes prodigios.
Era una noticia radical y maravillosa: ¡Existe un Dios vivo que puede
salvar! La noticia llegó como una sorpresa total. Los acontecimientos
proclamaban esperanza en un mundo vacío y solitario, en el que dioses
irreales dominaban las vidas de los pueblos sin liberar al pueblo.

Los decretos afirmaban que el reino del Dios vivo duraría para siempre y
que él es justo. ¡Qué poderosos testimonios! Estos reyes paganos se
unieron a Daniel y a sus amigos en su alabanza al único Dios verdadero,
Aquel que nos ama y murió por el mundo entero (Juan 3: 16, 17; 1 Juan 2:
2). Los decretos terminaron formando parte de la santa Palabra de Dios y
sirvieron como carta de presentación del Dios viviente a paganos que
también se convirtieron en creyentes. De esta forma, estos reyes hicieron

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la obra que Israel y Judá debieron haber hecho. Dios usó a Daniel y a sus
tres amigos como los agentes principales para esta obra de evangelismo.

Así como Daniel y sus amigos testificaron de Dios, nosotros también


hemos sido llamados a compartir la historia del amor de Dios. “Millones
y millones de almas humanas a punto de perecer, ligadas en cadenas de
ignorancia y pecado, no han oído ni siquiera hablar del amor de Cristo
por ellas. Si nuestra condición y la suya fueran invertidas, ¿qué
desearíamos que ellas hicieran por nosotros? Todo esto, en cuanto está a
nuestro alcance hacerlo, tenemos la más solemne obligación de hacerlo
por ellas”.3

1. Norman R. Gulley, Syslematic 'llieology, t. 2, «God as Trinity» (Berrien Springs, Michigan:


3. Andrews University Press, 2011), p. 328.
2. En las Escrituras a Satanás se lo caracteriza como el rey de Babilonia (Isaías 14: 4, 12-15).
3. Deseado de todas las gentes, cap. 70, p. 610

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