¿El fin de la “crisis política”? #Que se vayan todos
Dicen que la historia se repite dos veces: una como tragedia y otra como farsa. Hace 18 años, el corrupto dictador, asesino y autor del aún vigente orden constitucional neoliberal, Alberto Fujimori (aun líder espiritual del partido Fuerza Popular) renunció, mediante un fax, a la presidencia de la república. Ello impulsado por la crisis provocada por la difusión de los “vladivideos”, cintas donde su operador Vladimiro Montesinos compraba congresistas con dinero del pueblo. Ello “acabó” con la dictadura fujimorista de 10 años e inició una era llamada “el retorno a la democracia”. ¿Y qué ha pasado con esa democracia? Pues 18 años después, el 21 de marzo, PPK renuncia a la presidencia de la republica impulsado por el escándalo que provocó la difusión de unos vídeos donde su operador Kenji Fujimori, hijo del ex dictador, compraban congresistas. El mismo PPK que hace menos de 3 meses indultó a Alberto Fujimori de su condena de 25 años de cárcel. ¿Qué ha pasado acá? La situación nos obliga a repensar desde la “dictadura” hasta el “retorno de la democracia”. Pues lo que cayó el año 2000 no fue la dictadura, sino la superioridad de los Fujimori sobre las demás fuerzas políticas, a las cuales compraba, destruía y devoraba constantemente. El régimen económico, social y cultural instaurado por el golpe del 92´s permaneció idéntico. La prensa chicha, los regímenes laborales, los asesinatos selectivos y el robo sistémico de las arcas del Estado permanecieron iguales. Tan solo se relajaron las cadenas y grilletes. La caída de la dictadura se parece más, como dicen, al hombre que despierta de una pesadilla. De repente todo se desvanece como sombras, todos son inocentes y nadie tuvo nada que ver con esos hechos atroces de la noche anterior. Olvidaron mencionar que ese hombre que despertaba era ya un genocida y ladrón y que lo único que hizo fue sacudirse del remordimiento. Por ello, hoy cuando los analistas e intelectuales se lamentan del resurgimiento de la supremacía del fujimorismo, que ha estado viviendo como un espectro, acechando, a la espera todo este tiempo, y creen estar volviendo en el tiempo, al pasado, no podemos sino gritarles: ¡Hipócritas! El mayor producto de la dictadura, la Constitución del 93, que consagra el modelo económico, que actualmente la gente no tiene problema en volar en pedazos con tal de barrer con los corruptos, ahora es defendida a capa y espada por todos los representantes de los partidos tradicionales. Acusan a los que proponen su modificación, parcial o total, de querer llevar al país al desastre y al caos. Hablan por todos lados de los puntos positivos de dicha Constitución. De la seguridad económica que brinda. Es la piedra angular del país. Deberían dejarse de palabrerías y decir sin tapujos: “En la dictadura de Fujimori todo estaba bien, excepto Fujimori” PPK se dio la tarea de vencer a la mayoría parlamentaria opositora fujimorista, que estaba a punto de recobrar su supremacía perdida, y ser él quién repartiera la torta. En él recayeron todas las esperanzas de la izquierda caviar antifujimorista, que siempre lucha a través de otros y nunca tiene la fuerza ni el valor de luchar por sí misma. Ciertamente, la pequeña diferencia de votos que dio la victoria a PPK por sobre Keiko podría dar a entender, no solo lo endeble del gobierno de PPK, sino que ese pobre gobierno era también el último baluarte contra el fujimorismo. El ultimo defensor de la democracia contra la dictadura. Por necesidad, PPK tuvo que creerse el papel de héroe, de muro de contención. Y aunque siempre mediocre, pusilánime, rastrero y temeroso de desatar las fuerzas del infierno al utilizar el poder del pueblo, finalmente logró lo imposible: abolió la mayoría fujimorista. La clave fue traicionar el “pacto” que hizo con la izquierda legal: la clave fue el Indulto al dictador Fujimori, contra el que votó esa izquierda legal. O sea, venció a cambio de traicionar a los caviares y a los profesionales liberales que conformaron su base social. Y aunque estas bases quisieron revelarse caen presa una y otra vez de su propia cobardía. Pero el hechizo estaba roto, la desilusión se terminó de esparcir por la población. La inoperancia en las reconstrucciones de las zonas afectadas por “El Niño” y la revelación certera de vínculos de corrupción terminaron por hundir al gobierno, pero estos factores solo actuaron a través de la propia debilidad de su presidente, el líder de un partido de arribistas, tránsfugas y lobistas. Por tanto, esta “victoria sobre el fujimorismo de Keiko utilizando al fujimorismo de Kenji”, como señalamos en su momento, tenía sus días contados. Ese “poderío” siempre fue endeble. Eso no evitó que luego de presentada la nueva moción de vacancia, el gobierno alardeará de contar con más de 50 votos, con los que haría fracasar el nuevo intentó de quitarle el cuchillo de la torta. Y en menos de 24 horas todo dio un vuelco. De un solo plumazo, Keiko Fujimori y Fuerza Popular han borrado del mapa al presidente PPK y al hermano rebelde. A la izquierda legal, traicionada y humillada, no le quedó otra más que salvar la honra, hacer lo que debieron desde el inicio, y apostar por la vacancia. Pero no pueden sacudirse de la infamia. Como siempre, el golpe más contundente va contra ellos, representantes de la izquierda en general, partidarios del “Mal menor”. Por qué no solo eligieron al presidente que indultó al dictador por el que votaron en contra, sino que su “Mal menor” terminó por producir los “vladivideos del 2018”. Y su gobierno ha terminado en el total desastre y el más asqueroso de los pantanos. ¡Qué servicio tan útil han realizado los antifujimoristas a favor del fujimorismo! Con enemigos así ¿Quién necesita aliados? No solo los analistas creen estar viviendo en el pasado. A casi nadie se le pasa el símil entre los videos del 2000 con los del 2018. Toda persona (con sentido común, y no el sentido de la “intelectualidad”) puede ver que las cosas no han cambiado en nada. Por eso, hoy más que antes la población grita: “¡qué se vayan todos!”. Ante esta expresión del absoluto desprestigio y desprecio a la clase política, todos los representantes “cultos” de la prensa han cerrado filas y llaman a estas exigencias “disparates” y “cosas absurdas”. Como no pueden negar, comparten el sentir de la población, comparten el asco a los partidos tradicionales. Hasta aceptan su responsabilidad en este desastre, pero suplican a los jóvenes “confianza en las instituciones, confianza en nuestra democracia”. Dicen que hay que salir de la crisis por el “cauce democrático” y no buscar salidas “fáciles” ni “cuartelarías”, pero no quieren aceptar que ha sido ese mismo “cauce” el que nos ha llevado a esta crisis. Igual que un bote que navega por el río sin ver la catarata al final del trayecto. A nadie se le ocurriría decir: “¡Qué ignorancia! ¡Qué inmadurez! ¿Cómo se les ocurre saltar del bote?” Pero no solo se les ocurre decir esto, sino que culpan a los pasajeros diciéndoles: “Pero sí son ustedes los que eligieron al capitán de su bote”. Se culpa a la población por qué “es ella quien pone a esos representantes en el poder”. Es ella la que vota por esos candidatos, aunque no mencionan que cosas se tienen que hacer en este país para ser candidato. Esta salvaguarda es tan absurda que no merece mayor detenimiento. Solo diremos aquí lo siguiente: El elector tiene una responsabilidad: la de organizarse y tomar las riendas de sus propios asuntos. Pero nada peor que culpar a las víctimas de la comisión de los crímenes que sufren. Lo único que hacen con estas lecciones de cultura es divorciar aún más a la prensa de la población. Como consecuencia, queda el siguiente cuadro: los “ciudadanos” no puede expresar su “voluntad general” a través de la prensa. Tampoco a través de los partidos políticos, del congreso o del presidente. Y aun así todos ellos reclaman ser la expresión de la “voluntad general”. Solo se consigue así que el pueblo quiera expresar su verdadera voluntad, de la forma que sea. Al grito “¡Qué se vayan todos!” le falta “¡Y nos quedemos nosotros!” Esta contradicción se desarrolla hasta que, como quien no quiere la cosa, la banda presidencial cae en los hombros de un individuo desconocido. Nadie lo ha elegido, y al mismo tiempo ha sido elegido “por el pueblo”. Es la “voluntad general” consumada sin pasar por la responsabilidad del voto. Si ha sido conocido ha sido por sus escándalos, pero estos son lo suficientemente pequeños como para ignorarlos. No es nadie y al mismo tiempo es perfecto, y es perfecto precisamente por qué es nadie. No es coincidencia que ahora todos parezcan estar conformes con él. Es la salida no “cuartelaría”, siguiendo el “cauce democrático”. ¿Qué importa que ese cauce no sea verdaderamente democrático? ¿Qué importa que se ignore o engañe a la verdadera voluntad general? De hecho, no se podría pedir algo mejor. Ya nadie se acuerda de que este individuo pensaba renunciar a la presidencia de haberle caído el manto tres meses antes. Ya nadie quiere vacarlo. La razón de este aparente consenso, de esta nueva oportunidad, de la Era Vizcarra, es simple: O es él o que se vayan todos. Pero el consenso también se ha vuelto un “consenso del pueblo”. El grito del pueblo es un grito silencioso, un recordatorio: más vale que esta vez hagan las cosas bien. En las calles no se ha suscitado ni una gran conmoción. No se ha generado ni un gran quiebre social. No hay una revolución a la vuelta de la esquina. Todos han decidido guardar silencio ante el crimen. El mayor indicador de la calma que reviste la “transición en el cauce democrático” es la Economía: No se ha movido ni un ápice. El dólar cierra a la baja y las acciones del Perú se reafirman. Los mercados financieros permanecen en calma. Roque Benavides, presidente del gremio de Empresarios, CONFIEP, pide “a todas las fuerzas políticas, unir esfuerzos para dejar de lado las diferencias”. El ruido de continuar con las pugnas internas podría despertar al León dormido. Vizcarra ha asumido el manto en total calma y todos parecen estar de acuerdo en continuar la farsa un poco más, lo que dure. Una parte de la juventud quiere confiar. Otra parte continua escéptica, pero el sistema ya se está encargando de producir a su propio salvador. El único actor visible que está capitalizando la consigna, pero dentro de los márgenes “democráticos”, oponiéndose a la clase tradicional, pero con la venia de la prensa y la “intelectualidad”: Alfredo Barnechea. Parece que se volverá la carta bajo la manga del sistema ¿Será el resurgir de Acción Popular? Todos los actores tradicionales convendrán en que es necesario “salvar la democracia”. Y no se puede dar cabida a propuestas que buscan el caos y el desorden. Barnechea se ve como el mejor en esta ocasión, como el “Mal menor”. La izquierda legal, acostumbrada a pensar en términos de corrupción y moralismos, intentará desmontar esta alternativa por medio de los escándalos, pero será derrotada totalmente en todos los demás aspectos. Esta, como siempre, condenada al fracaso y la humillación. Pero de la misma manera en que el “Mal menor” de PPK decepcionó a la izquierda legal y los humilló, el “Mal menor” de Barnechea decepcionará y humillará a los defensores de la democracia y del sistema. Entonces, la única forma que tiene la derecha de salvar la crisis actual, es garantizando una crisis mucho peor en el futuro. No creemos equivocarnos al señalar que esta calma no es más que el preludio de la tormenta. La consigna de nuevas elecciones ciertamente no es nada desagradable para Keiko y el fujimorismo. El problema es el sentir del pueblo: Hay que controlarlo para que deje de decir “disparates” y elija un “nuevo capitán para el bote”.