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PHILOSOPHIA VULGARIS

(scripta quodammodo philosophica)

REDACCIÓN

Marisa Mosto
Federico Caivano
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar

nº 4 – 2018
Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta
publicación.

1
ÍNDICE

Presentación p. 3

Attilio Salvatore. El alcalde imberbe p. 4

Felipe Matti. Sobre el raudal lingüístico y su evolución p. 7

Federico Caivano. ¿Suerte o éxitos? p. 9

Teresa Driollet de Vedoya. La fidelidad creadora p. 11

Marisa Mosto. Detrás de las palabras p. 13

El arcón de los recuerdos p. 15

Minima philosophica p. 16

Dialoguitos en el perípato p. 18

2
PRESENTACIÓN

En este lugar encontrarás, amigo lector, algunos escritos


que se relacionan de algún modo con la filosofía. Tal relación se
manifestará en notas y minucias filosóficas: unas veces, con
humor; otras, con seriedad. Nos gustaría que nos acompañaras
con tu lectura y con tu pluma. De esta forma serás para nosotros
un nuevo Boecio, pues darás alegría y consuelo.
Radulfus

3
EL ALCALDE IMBERBE
ATTILIO SALVATORE

Consideremos un Conjunto que contenga a todos los


conjuntos que no se contienen a sí mismos (por ejemplo,
el conjunto de barberos en un pueblo no se contiene a sí
mismo porque el conjunto no es un barbero más). ¿Qué
sucede con ese Conjunto? ¿Se contiene a sí mismo o no?
Si el Conjunto está formado por todos los conjuntos que
no se contienen a sí mismos, si no se contiene, tiene que
hacerlo, y si lo hace, no puede contenerse.
La Paradoja de Bertrand Russell.

–¿Entonces? –preguntó el barbero agotado. Ya hacía una semana


que lo tenían encerrado en el calabozo de la comisaría, a pan y agua, con
las manos atadas.

–La horca señor barbero, la horca –contestó estúpidamente el


comisario desde el otro lado de la reja. Era un hombre de pocas luces y
dudosa reputación que había heredado el cargo de su padre, el anterior
comisario del pueblo, de quien se contaba que se había casado en secreto
con una prima hermana suya.

–Le vuelvo a repetir: no he hecho más que cumplir la ley –


insistió el barbero aun a sabiendas de que el comisario, además de no
entender lo que se le decía, tampoco podía realmente hacer mucho por su
caso. –El alcalde dispuso al llegar al pueblo que nadie podía lucir ni un
asomo de barba a la luz del día. Lo único que hice fue afeitarme.

–Exacto, usted lo único que hizo fue afeitarse –repitió el


comisario. –Pero ¿no es usted el barbero del pueblo? Es sabido que hace
unas semanas atrás el alcalde prohibió bajo pena de muerte que
cualquiera recurriese a los servicios del señor barbero. Yo no soy muy
ducho en estas cuestiones de la ley y que sé yo cuánto. A mí me dicen:
“Comisario, vaya a buscarlo al señor barbero y, si está afeitado, me lo
trae enseguida al calabozo”, y yo cumplo. ¿Vio?

–¡Pero Ramón! - suplicó el barbero llamando al comisario por su


nombre de pila –¿Nos conocemos hace cuánto? Desde que te parió tu
madre, Dios la tenga en su Gloria… ¿Vas a decirme que todo esto no es
una inmensa idiotez? Repasemos los hechos, si no. Dale. No fue hasta la
llegada del alcalde que el pueblo se enloqueció con sus leyes sacadas de
la nada. ¿De dónde salió eso de mandar a todos a estar afeitados? ¿Es
que un hombre libre no puede lucir una barba decente? Decime una
cosa: ¿Vos no estabas orgulloso de tu bigote, ese que tanto nos costó

4
esculpir en la barbería? Está bien, lo admito, algo de culpa tengo en no
haberme quejado en su momento. ¿Qué querés que te diga? La ley me
vino como dedillo al dedo, nunca antes había tenido tanta cantidad de
clientes y eso me oscureció el entendimiento. Por eso mismo guardé
silencio cuando, hace unas semanas atrás, el alcalde prohibió que se
recurriese a mis servicios. Pensé: “Éste anda enojado porque me negué a
cobrarle por afeitarlo; en unas semanas seguro se le pasa la calentura y
levanta la ley de un soplido”. ¿Qué iba a cobrarle al pobre hombre si es
un imberbe? ¡Sí! El alcalde del pueblo es un imberbe. Qué vamos andar
dando tantas vueltas… Estaba harto de fingir que lo afeitaba. No es mi
culpa. ¡Y ahora me manda a arrestar por estar afeitado! ¿No era lo que él
pidió?

–Señor barbero… –lo interrumpió el comisario rascándose la


cabeza como solía hacer cuando estaba ofuscado. –Ya se lo dije muchas
veces. Yo mismo fui el primero en preguntarle al alcalde “Su Autoridad,
¿qué ha hecho de malo el barbero? ¿No mandó usted a que todos
anduviesen bien rasurados?”, a lo que él me respondió “Es usted muy
inteligente comisario, no pierda nunca su buena memoria –cumplido que
le agradecí a tiempo. Lo malo es que el barbero se afeitó con el barbero
y eso estaba prohibido”. Si usted es el barbero, y usted anda afeitado,
entonces usted se afeitó con el barbero. No sé usted señor barbero, pero a
mí el argumento del alcalde me parece de una lógica “implacable”, ¿o
era “impecable” como decía mi Tata? A veces me marean esos asuntos
teológicos. ¿Vio?

–Entonces digamos que me afeitó mi mujer o un amigo acaso… –


sugirió el barbero.

–¡Carajo que usted no quiere morirse! –protestó el otro– ¿Es que


no escuchó las nuevas noticias todavía? Ayer mismo, por la tarde,
durante las sesiones de Justicia, su mujer le fue al alcalde con ese cuento
de que había sido ella la que lo había afeitado a usted y no el barbero.
“¿Usted miente asiduamente?” le preguntó el alcalde. “Jamás su
Autoridad, jamás he mentido ni mentiré” le respondió su santa mujer. “Y
dígame –siguió el alcalde; yo mismo lo escuché porque estaba ahí
parado al lado –¿Usted cumple con la ley?” “Desde el vientre de mi
madre y hasta más allá de la tumba” arremetió la suya o algo así dijo.
Entonces el alcalde tomó de una estantería un libro todo polvoriento que,
según me contó uno, era el viejo Código de Honor de los tiempos de la
Fundación. Después de ojearlo un rato el alcalde volvió a hablar: “Según
el código 29, los fundadores del pueblo establecieron que nadie tendría
permitido usar un arma de filo sobre otro ciudadano, a excepción claro
de los designados por la autoridad como capaces, como por ejemplo un

5
barbero. Por consiguiente, siendo que usted es una mujer que nunca
miente y que por tanto hemos de creerle cuando nos dice que cumple con
la ley, tengo que decretar como nula su anterior declaración, a saber, que
usted afeitó a su esposo”. Así fue la cosa. ¿Vio?

–¿Entonces? - preguntó el barbero agotado.

–La horca señor barbero, la horca –contestó estúpidamente el


comisario desde el otro lado de la reja.

ATTILIO SALVATORE
Tempus fugit

6
SOBRE EL RAUDAL LINGÜÍSTICO
Y SU EVOLUCIÓN
FELIPE MATTI

¿Existen los sinónimos? Y si lo hiciesen, ¿realmente su uso


indiscriminado es el correcto? Me enfrento ante esta cuestión de pie en
un suelo poroso pero a su vez infértil; ignorante acerca de las letras y el
correcto uso de ellas y por ello me incito a cuestionarme.

Mi carencia de peritaje me llama entonces a hacer otro tipo de


reflexión. Vinculado al hecho de que uno “vive en el lenguaje de otro”
(aun tratándose entonces de que aquella otra persona hable el mismo
idioma que uno mismo) y eso evoca una necesidad de adentrarse en un
mundo aparentemente inhóspito. Sin embargo uno puede adecuarse a él
en cuanto es necesario para comprender al otro. Incluso cuando
únicamente separa a ambos interlocutores una incipiente diferencia
dialéctica. Quizás me atrevo a expandir la disgregación y volverla
espacial (esto es desigual en tanto la temporalidad y locación) ¿Qué sería
de mí si habitase en el trasmundo literario del Cid Campeador? Si de
manera repentina fuese tragado por una esfera a través de la cual me
dirijo hacia aquella España. Me pregunto qué diferencia abismal habría
en los términos utilizados.

En aquél experimento vierto mi capacidad de reflexión que me


deja anonadado ante la pregunta ¿Qué me impulsa a optar por las
palabras que utilizo? ¿Qué es lo que me condiciona? Es el espacio, es la
relación inter-cultural que poseemos en estos días. O bien, el hecho de
presenciar el uso de una palabra foránea para expresar aquello que antes
únicamente me era posible con la redacción de una frase. Quizás me
sitúo ante dos frentes: uno, la evolución misma del lenguaje; el otro, la
erudición que posee el ejecutor de la verborragia ¿Pero únicamente
aquello influye en mi elección sobre la terminología utilizada? Me
encuentro aferrado al pensamiento de que la capacidad lingüística es uno
de los umbrales más flexibles que hemos de poseer.

Sumamente inflamable y flamígero, es un marco el cual produce


en nosotros un cambio drástico en cuanto se expande. Una puerta que da
lugar a conceptos que, dormitados, esperaban la entrada y bienvenida a
nuestro discurrir. Pero ¿Qué genera esa expansión? Aun así, el ludibrio
de mi mente me provoca a inquirirme ¿Es siempre benéfica la
expansión? Allí se encuentra la base de mi malestar dubitativo.

7
Sin irme lejos hasta la España asediada por los moros, ya
descubro que el lenguaje sufre una epidemia que consiste en suplir las
palabras con fuerte impronta castellana, propias a uno, por otras que
evocan el mismo o un similar concepto.

¿Cuán benéfica es la pérdida del buen uso del lenguaje? ¿Cómo


uno debe hallar el balance y no perderse en ningún extremo? ¿Quién
entonces juzga el correcto uso de las palabras?

De más está decir que cada palabra tiene su propio peso. Uno
puede incluso perderse simplemente en el fulgor que nace de adentrarse
en un solo artículo y su historia.

¿Cómo es entonces que con tanta ligereza el vocablo ha de sufrir


cambios tan drásticos, siendo generaciones las que reciben una expresión
y ellas mismas luego han de otorgarle un significado propio, quizás hasta
distinto del original?

Sin embargo han sido también favorecedores estos cambios, si


uno piensa en la transformación que las lenguas romances adquirieron en
el humanismo renacentista (entre otros casos).

Me pregunto dónde uno entonces pone el límite, dónde la


evolución se torna útil y dónde entonces uno debe marcar los confines
mismos de la futilidad evolutiva del lenguaje, en tanto es asesinado el
buen hablar. Debido a lo cual parece uno debe determinar el momento en
el que una expresión no es más que perteneciente al genio vulgar.

No requiere gran esfuerzo darse cuenta de cuándo el léxico de un


autor es agradable a la cohesión demandada por el mismo lenguaje, sin
que necesariamente rebalse del uso académico de las palabras. En cuanto
uno penetra aquél sendero de la lengua escrita (y quizás también
hablada), el autor se transforma en una suerte de flautista que nos
provoca a seguirlo. Ahora retorno a mi pensamiento anterior.

¿Hace falta entonces una vasta y buena educación en el lenguaje


para no solo disfrutarlo sino también utilizarlo? No solo adhiero sino que
a su vez extiendo la pregunta, y reparo en el hecho de que tan solo la
pérdida del buen uso y entendimiento del lenguaje lleva al fácil manejo
de la razón pública.

FELIPE MATTI

8
¿SUERTE O ÉXITOS?
FEDERICO CAIVANO

Seguramente la mayoría de nosotros hemos oído aquella máxima


que reza que es mejor desear éxito y no suerte, puesto que “la suerte es
para los mediocres”. La intención con la que se esgrime este argumento
es, en mi opinión, buena y pretende remarcar el valor del esfuerzo y la
proyección de metas para la realización personal. Sin embargo, no dejo
de sentir que termina convirtiéndose en una frase armada poco coherente
(si se la analiza en detalle) disfrazada de revolución cultural o aforismo
místico.

Mi crítica se apoya en dos partes: por un lado, la suerte existe y


es deseable, por tanto, no veo nada de malo en desearla para uno mismo
o para otros. Sin suerte no sería capaz en este momento de estar
escribiendo esta diatriba trivial 1 , puesto que bien se podrían haber
conjugado los hechos para que un auto me arrollase o una enfermedad
congénita me achacase sin que pudiera haberla previsto o remediado.

1
¿Diatrivia?

9
Por otro lado, existe una incongruencia de base en querer desear
éxito mientras se establece que el éxito depende de la virtud (o la no-
mediocridad) del individuo. Es decir: se desea lo que no se puede
controlar o prever. Si al estornudar me desean salud, es porque, más allá
de mis esfuerzos y los de la ciencia médica, existe la posibilidad de que
caiga enfermo, haga lo que haga. Por lo tanto, el deseo significa casi una
plegaria a las fuerzas cósmicas, Dios o la suerte, para que intercedan por
mi bienestar. O al menos pretende expresar una preocupación, dejando
lo que es posible en las manos humanas apropiadas y lo que no es
posible a los designios del inexorable curso del Destino. Intentar “desear
el éxito”, entonces, equivaldría a decir que uno quiere que a la otra
persona le ocurra algo que no puede controlar pero que al mismo tiempo
depende de sus esfuerzos. En realidad, mis esfuerzos me llevarán al éxito
hasta donde me sea posible, independientemente de cualquier deseo
propio o ajeno.

En conclusión, no veo nada de malo en desear suerte a alguien


para sus proyectos. Al contrario: ¿qué otra cosa podemos desear en
nuestro huidizo intento por controlar nuestro destino? ¿Cuántos
virtuosos habrán visto su vida truncada por el capricho de las Moiras?
¿Cuántos mediocres son extremadamente exitosos en la actualidad?

FEDERICO CAIVANO

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LA FIDELIDAD CREADORA
TERESA DRIOLLET DE VEDOYA

Decimos con frecuencia que queremos a nuestros cónyuges, a


nuestros hijos, a nuestros padres, amigos, profesión, o incluso, a nuestra
patria. Quizás sea útil distinguir un amor entusiasta, inicial, explosivo,
pleno de ilusiones, del amor prueba de fuego que se sostiene en el
tiempo y se confirma ante las situaciones límites de la vida.

El mantenimiento de las cosas exige tiempo, cuidado, dedicación.


Cuando compramos una casa, debemos continuamente acomodarla,
revisar y cuidar sus aberturas, pintar las paredes o limpiar sus pisos. De
lo contrario caería en el abandono: sus techos se perforarían y hundirían,
sus diversas partes se dañarían. El amor inicial análogamente debe
cuidarse, volverse a decir en las diversas circunstancias, recrearse y
reinventarse continuamente. De allí que sea un desafío o una promesa a
sostener y a reconfirmar ante las diferentes circunstancias de la vida.

11
En la decisión de amar a los otros se produce algo más hondo que
en el mantenimiento de las cosas. La unión con lo que hemos decidido
sostener se hace tan fuerte, que quizás podamos decir que somos en gran
parte consecuencia de nuestros amores y ellos, en parte, obra nuestra. La
promesa de amor se concreta como un milagro de co-creación mutua.

Pareciera también existir una misteriosa relación entre la


fidelidad y la fertilidad. El amor entre los cónyuges, que se convirtió en
decisión de vida, engendra una familia; el cariño realizado entre los
amigos da a luz una comunidad; el amor por la profesión entrega
servicios. Ortega y Gasset nos dice que, si nos amamos con constancia a
nosotros mismos, damos a luz al héroe. No se trata del mejor, del
superdotado o distinto, es sólo aquel sí mismo que ha permanecido o ha
perseverado en el coraje de sacar lo mejor de sí, es decir, de amarse cada
vez más y mejor. Quizás podríamos calificar a la fidelidad como la
forma fundamental de la libertad.

¿Qué grandes problemas vivimos hoy que dificultan este


sostener, cuidar y dar a luz hogares fuertes, comunidades sostenidas en
el tiempo o héroes en el sentido orteguiano? Creo que se persiguen
placeres y diversiones cortas; sin probar el sereno contento que producen
los bienes que duran. No se educa en la fortaleza, en la postergación, en
la entrega a lo que realmente vale la pena y hace crecer. Nos cuestan los
proyectos y las esperas largas. No estamos acostumbrados a sostener sin
ver. La fortaleza y la disciplina no cuentan entre los hábitos a cultivar.

El amor fuerte y fiel busca engendrar frutos duraderos. Decimos


por ello que busca de alguna manera la eternidad. Creo que vale la pena
volver a ensayar la fidelidad como forma de vivir, porque finalmente es
una forma de no morir.

TERESA DRIOLLET DE VEDOYA

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DETRÁS DE LAS PALABRAS
MARISA MOSTO

"Lo más inteligible de la lengua no es la palabra misma: es el


tono, la intensidad, la modulación, el tempo con que se pronuncia una
serie de palabras. En una palabra, la música detrás de las palabras, la
pasión detrás de esa música, la persona detrás de esa pasión: todo lo que
no puede escribirse, por lo tanto.” Decía Osvaldo Lamborghini, en una
carta dirigida a Fogwill, desde Saigón, el 30 de junio de 1980.

Detrás de la palabra está la energía vital creadora de la


persona. La palabra es un canal de expansión cuya conformación
intenta adecuarse a esa energía inteligible (llena de sentido) para
terminar siendo ontológicamente eficiente.

¿Eficiencia ontológica? Creo que sí. Veamos.

Con la palabra:

se consuela
se alienta
se humilla
se hiere
se hace reír
se cura (talking cure, bautizó al psicoanálisis, su –¿podríamos llamarla
así?– primera paciente, Berta Pappenheim
se abre la propia intimidad al otro, se crean lazos
se miente, se levantan muros
se enseña
se despliegan mundos
se aprende
se testimonia
se crea (“Y dijo Dios…)
se pone nombre y se nombra. Se confirma en la existencia
se conspira (como en Babel, “hagamos una torre…)
se redime (“Y la Palabra se hizo carne…)

No comparto entonces, el final de texto de Lamborghini:


“Por eso el oficio de escritor no sirve”.

13
¿No sirve?

Creo que sí, Osvaldo

Tu reflexión me ha hecho maravillarme del poder latente detrás


del lenguaje, de la inmensa responsabilidad que soportamos, de la
aventura en que estamos inmersos, de la necesidad de estar a su altura.

MARISA MOSTO

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EL ARCÓN DE LOS RECUERDOS

En este arcón aparecen objetos peculiares de valor


incalculable. Venderlos no es una opción, pues al traducirlos en
dinero pierden significado. Sin embargo, queremos compartirlos
de alguna manera y por eso abrimos este espacio.

¡Loas a la cinta de papel!


¡Qué maravilloso invento! Tan adaptable como el anciano Proteo
y más útil que el fuego sustraído del Olimpo, esta sencilla pero resistente
cinta adhesiva sirve, entre otras cosas, para pintar sin miedo al error (de
ahí que también se la llame “cinta de pintor”), asistir en diversas
manualidades o expresiones artísticas, vendar piezas rotas de distintos
artículos, y hasta aislar resquicios donde se cuela el infame “chiflete”
(esto lo he comprobado con resultados milagrosos, volviendo obsoletos a
los burletes, de menor eficacia). Además, se puede pintar, dibujar o
hacer anotaciones importantes sobre ella. Y, en su magnanimidad, somos
perdonados de nuestros errores sin el más mínimo castigo pues, al
retirarse, ¡no daña la superficie en la que se aplica, como otras cintas!
En verdad es injusto que sus bondades pasen tan desapercibidas…
Fernando Vicario-Escade

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MINIMA PHILOSOPHICA

Un chascarrillo filosófico
Hoy en clase de griego pusimos punto final a la traducción de
fragmentos de Demócrito y otros atomistas. Fijamos los textos para el
examen final y pedí a Facundus unas palabras de despedida para esta
tarea con Los filósofos presocráticos de Kirk y Raven. Su respuesta:
“Me queda una sensación de vaciedad.” El culto lector percibirá que
aludía a τὸ κενόν y a los átomos, que en él se mueven. Si vamos a
Epicuro, otro atomista, podríamos decir que fue un placer el estudio… y
también el chiste.
Radulfus

La nevera de Lassie y la de Daniel el Travieso


En antiguas series de la televisión, en el doblaje, se decía “la
nevera”, en vez de “la heladera” como hacemos en estos pagos. Ahora
bien, pocas cosas hay más preciosas que este electrodoméstico. No en
vano Mike Hammer, famoso detective privado, expresaba en la pantalla
su desaliento al ver su nevera: había en ella poco y nada.
Pero Felipe Matti, en un viaje relámpago que hizo la semana
pasada a Cerdeña, esa isla tantas veces invadida. Compró en el Museo
Arqueológico de Olbia varios recuerdos. Uno de ellos, el que ves en la
foto aquí abajo.

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Este imán con forma de casco antiguo es entonces el protector de
la heladera de Felipe. Pero tengo que terminar esta notiuncula, querido
amigo, con un fracaso. Busqué en efecto entre mis recuerdos una de las
viejas tarjetas de Batman, donde estaba el Capitán Frío. Quería
regarlársela, para que también obrara ella como protectora de las
vituallas de Felipe. No la encontré: la he perdido, sin duda, como tantas
otras cosas. Pero dicen que no hay mal que por bien no venga. Aquí se
cumplió, porque la próxima vez que vea a Felipe le obsequiaré una
tarjeta de colección de Brendan Shanahan, jugador de hockey sobre
hielo, de Detroit. La foto lo pone amenazante, blandiendo su palo,
aunque con la camiseta de Canadá.
Rafael Torto

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DIALOGUITOS EN EL PERÍPATO

Abrimos en este número una nueva sección, que incluye


escritos sobre anteriores escritos de nuestra Philosophia vulgaris. Le
he puesto un título que recuerda a los “Dialoguitos en el asfalto”,
del viejo diario La razón. Creemos que será del gusto de los
lectores. [Radulfus]

La complejidad
En uno de los números anteriores de la revista (Philosophia
Vulgaris, n°3), me llamó poderosamente la atención el aporte del señor
Attilio Salvatore. A pesar de la pobreza de su pluma, espero que no se
ofenda, me pareció una genialidad su propuesta de la “disposición del
infinito” (aunque no coincida en algunos puntos de su planteo). Según él,
para poder asegurar el control de una sola realidad (por ejemplo la paz
de un pueblo) haría falta controlarlo todo (disponer del infinito), puesto
que de lo contrario siempre puede aparecer algo que desbarate nuestros
planes. Cuando leí aquella historia suya pensé “esto es realismo
complejo”. Sin embargo ¿es posible lograr la disposición del infinito?
Para Salvatore aparentemente sí lo sería, pero yo debo disentir.
La idea de la disposición del infinito implica en sí otra idea, la de
la “complejidad”. ¿Cómo podríamos definir o explicar la complejidad?
Intentemos hacerlo de una forma sencilla, perdón la ironía, desde una
perspectiva funcional. Se dice que un sistema o conjunto de cosas
(variables) es complejo cuando entre sus variables existe, al menos, una
triple relación:
(1) Relación vertical: cada variable depende de sus estados
anteriores.
(2) Relación horizontal: las variables dependen unas de otras.
(3) Relación diagonal: una variable depende del estado anterior
de otra variable.

A3 B3 C2

A2 B2 C1 D1 E1

F1
A1 B1

18
Digo “al menos”, porque pueden existir otro sinfín de relaciones,
solo que un poco más difíciles de imaginar, por resultar contraintuitivas:
por ejemplo que la existencia de una variable implique la imposibilidad
de otra, o que el estado futuro de una variable determine sus estados
anteriores (como cuando tenemos en vistas un objetivo y hacemos todo
para alcanzarlo). Asimismo, mientras que solo haya dos variables,
tampoco estamos ante una verdadera complejidad, puesto que es
relativamente fácil seguir sus relaciones. La complejidad aparece cuanto
las variables son más de dos, cuando las relaciones empiezan a
entrelazarse y “complejizarse”. Por ejemplo, una tercera variable puede
influir, no sobre otra variable directamente, sino sobre la relación entre
otras dos variables. Y a partir de ahí todo puede seguir complejizándose:
por ejemplo un grupo de variables puede influir en su conjunto sobre
otro grupo distinto en general. No hace falta mucha imaginación para
pensar ejemplos concretos de todo lo dicho, la vida está llena de estos
enredos.
De esta forma la complejidad confirma la idea de la disposición
del infinito: si quisiera asegurarme el control de una variable cualquiera,
necesitaría controlar todo el resto de las variables que se relacionen con
ésta directa o indirectamente. Y a su vez sucedería lo mismo con esas
otras variables. Al final, para disponer de una única variable, de una
única cosa, se requeriría disponer de todas las cosas, ya que en la
realidad nunca se da nada que llegue a estar aislado del todo. Es como
decía en otras ocasiones “la parte reclama necesariamente el todo”. Y
aun cuando la suma de todas las variables fuese finita, sus relaciones no
lo serían (y, algo que no había dicho antes, cada relación en sí misma
hay que considerarla como otra variante). La disposición del infinito se
evidencia así como imposible, aunque más no sea por una obviedad
lógica: cada vez que alcanzásemos la disposición de todas las cosas, esa
disposición sería una nueva variable a controlar, y así siempre más,
como si sumásemos 1 al infinito.
Y sin embargo, a pesar de su imposibilidad, la disposición del
infinito es una pretensión original y persistente en la vida de todos los
hombres. Muchas veces aparece con otros nombres que ilustran otros
aspectos del mismo hecho: sed de lo absoluto; la inquietud del corazón;
el deseo “de algo más”; la vacuidad del todo o la totalidad de la nada…
En un principio esto no tiene porqué ser algo malo: la pretensión original
de tal disposición es la del sumo Bien. Ahora bien, tal como lo describía
la historia de Attilio Salvatore, la disposición del infinito en el plano
humano puede derivar en peligrosas ambiciones que, de concretarse,
derivan en totalitarismos. En efecto, al final necesitaríamos dominar
también la voluntad y la libertad de todas las personas para asegurarnos
de que no incumplan nuestras disposiciones. Pero ¿es esta la única
opción? No, lejos de serlo, la disposición del infinito podría ser viable

19
(como proceso) si las voluntades de todas las personas coincidiesen sin
necesidad de ser dominadas. Si mañana todos despertásemos estando de
acuerdo quizás despertásemos en el paraíso. Lógicamente al menos no es
imposible. Esta idea despierta en mí también cierto horror sagrado:
también podría darse que las voluntades coincidiesen no hacia al bien,
sino en su dirección contraria, y mañana despertásemos en el más
siniestro de los amaneceres.
Alejo Cercato

Respuesta al Sr. Cercato

Estimado Sr. Alejo Cercato:

Por gentileza del Profesor Raúl Lavalle, he tenido acceso a las pruebas
de galera de la presente edición de la prestigiosa revista Philosophia
vulgaris en la que usted inaugura la sección “Dialoguitos en el Perípato”
presentando sus objeciones al respetado poeta Attilio Salvatore.
Aprovechándome entonces de esa circunstancia azarosa (muy en
línea con su realismo complejo, por cierto) me animo a formularle
algunas preguntas que me ha inspirado la lectura de su texto, bajo el
consentimiento generoso del Profesor Lavalle.

1) ¿Por qué identifica usted la disposición al infinito, –caso que hubiera


tal cosa– con, según sus palabras “la sed de absoluto, la inquietud del
corazón o el deseo de algo más”? ¿Por qué supone usted que esa sed,
inquietud o deseo buscan algo infinito? El infinito como su nombre lo
señala con toda claridad, se encuentra carente de finis, límites, o
contornos y me inclino a pensar que el objeto hacia el que esas
tendencias (sed, deseo) o la inquietud del corazón se encuentran en
tensión, sea más bien algo de contornos precisos, de un carácter
ontológico plenamente rico que les sirviera de contrapunto. Y no de algo
“difuso”.

2) Por otra parte tampoco entiendo por qué equipara usted ese “Bien”
(así lo denomina usted también) con una especie de control de todas las
variables. No puedo imaginarme algo más reñido con la búsqueda
profunda del hombre que la “capacidad de control de todas las
variables”.
(Yo espero que, si ese Bien existe, sea algo que me sorprenda
radicalmente de los pies a la cabeza. Algo que se escape totalmente a mi
control. Que se presente como una verdadera novedad. No que sea “más
de lo mismo”.)

20
Además, siguiendo su razonamiento ese control tampoco podría
equipararse con la intención de infinito, pues sería siempre control de
algo finito pues equivaldría al control de la suma de la totalidad de las
variables que en sí mismas son finitas.

3) Finalmente me resulta también sumamente agotadora su pretensión.


Le aconsejo que se siente con una buena copa de vino a contemplar el
atardecer en la naturaleza. Los rayos del crepúsculo suelen traer
mensajes a menudo consoladores de otros mundos paralelos.

Con afecto, la Señora del Fular Impermeable

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