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Psicología social y liderazgo.

Francisco Mora Larch.

“El sujeto no es solo un sujeto relacionado, es un sujeto producido. No hay nada en el que no
sea la resultante de la interacción entre individuos, grupos y clases”.

Enrique Pichon-Riviere.

(En el contexto de las elecciones presidenciales en 2012 en México.)

He de decir, que, desde el abordaje del Psicoanálisis, enmarcado por los ensayos freudianos
de Tótem y Tabú, y sobre todo en Psicología de las Masas y Análisis del Yo, la psicología
social de corte psicoanalítico pudo sentar las bases de la investigación en torno a los grupos, las
instituciones y las colectividades.

Poco sentido tendría este pequeño ensayo en torno a los “supuestos líderes”, que se han
postulado en la contienda política, si no fuese porque el evento ha suscitado el despliegue de
diversos fenómenos, entre ellos, el repudio de un sector importante de los jóvenes, al rechazar a
uno de los candidatos, debido al lastre histórico (y presente) que carga a cuestas, él y el partido
que lo postula.

Otro evento, desde mi punto de vista, tiene que ver con la figura de un líder hecho al calor de las
luchas políticas, y al cual en estos momentos se le reconoce como un auténtico líder social; en
esta perspectiva, me parece que no sería nada extraño que pudiésemos analizar y aportar algunos
elementos que nos permitan dilucidar nuestra posición política e invitar a otros a reflexionar sobre
la suya.

El liderazgo, desde la Psicología Social.

El estudio de los líderes no puede ser abordado racionalmente, si no se toman en cuenta algunos
elementos mínimos para su comprensión como fenómeno social o psicosocial. Desde la psicología
social, Pichon Rivière entiende que el factor condicionante para la aparición del liderazgo tiene que
ver con un fenómeno situacional: un grupo enfrenta un problema, una tarea, y a partir de ahí,
emerge un liderazgo condicionado por este factor tarea, el contexto en que la misma se despliega
y el grupo o colectivo que la enfrenta.

Lo que hace diferencia en la aparición del líder, tiene que ver con su historia, con su “verticalidad”
(o historicidad), que puede ser “observada” como una trayectoria en la cual, sujeto y contexto
interactúan de forma constante y sostenida; pero la trayectoria no sigue un proceso que pudiese
ser leído desde una lógica formal, o determinista, en la cual uno puede identificar causas y efectos.

Podemos decir, en términos cotidianos y convencionales que los líderes nunca nacieron, fueron
forjados en colectividades que exigían implícitamente una serie de recursos y habilidades de las
cuales alguien se hiciera cargo, los líderes no nacen pero se hacen al calor de las luchas de
sobrevivencia, vitales, productivas, administrativas, de conquista pero también de preservación de
lo conquistado, luchas políticas, históricas, ideológicas, en el codo a codo con el grupo y la
comunidad del cual el líder forma parte; este grupo, a la manera de la horda, ha tenido que
enfrentar los conflictos y las luchas en su seno, pero lo ha hecho desde la comunicación, el
diálogo, el intercambio de puntos de vista, escuchando y procesando activamente los diferentes
elementos que aporta el colectivo en función de saberse centrado en una tarea.

Los líderes conjuran sus temores, sus miedos: para Pichon Rivière, hay dos miedos básicos: el
miedo a la perdida y el miedo al ataque. El status quo se alimenta del temor que secreta en función
de ser consumido por todos los actores sociales. El líder se arriesga a hablar, a actuar, a
responsabilizarse por el grupo, trasmite y genera confianza, internamente lucha contra sus propios
fantasmas terroríficos, ligados a la figura del padre castrador y persecutorio. Proyecta la figura del
héroe que se atreve a enfrentarse a los “Dioses” y el peligro de ser castigado “terriblemente” por
ellos: será señalado, enjuiciado en presencia o en ausencia, denostado y vituperado. Y sin
embargo, la vocación de ser, de trascender incluso a “los dioses”, parece ser una marca indeleble
en la cultura humana.

Pichon Rivière, por ejemplo, entiende que uno no llega recién nacido a un grupo, cada uno trae un
bagaje histórico-social que le facilita o le obstaculiza la integración al grupo y el abordaje de la
tarea. Estar des-instrumentalizado no es un pecado, es condición humano-social, así que la primer
tarea será “des-armarse, des-aprender estilos, actitudes, métodos y lógicas “comunes” o más bien
familiares al sujeto. Pero el grupo o colectivo será tal cuando un tema, tarea o problema, nuclee al
conjunto a la solución de la misma. En el proceso, en la experiencia compartida ocurren cosas (lo
único que aporta el psicólogo social para esto, es “no sean tan distraídos con estas cosas que
ocurren”; el colectivo muestra así, un cierto tipo de “neurosis” cuyo rasgo típico es la negligencia,
emparentada con la des-atención y la irresponsabilidad).

De pronto, los sujetos se ven transitando por una serie de encuentros y desencuentros, por
atracciones y rechazos, se sensibilizan a la ausencia de sensibilidad humana en el trato social y
afectivo, muestran, más que empatía, antipatías y agresividad “espontanea”; sin darse bien cuenta
van “aprendiendo” cosas, de todos y de sí mismos; sin saber bien a bien se identifican, conocen y
re-conocen, en el ínterin, hablan, se comunican, y luego empiezan a escuchar, se pasa de la
actividad, a construir un cierto tipo de “receptividad”, dislocando la adicción a la actividad maniaca
promovida por el sistema; a la vez, se sienten pertinentes o desentonan, se aburren, se “sordean”
o fingen, pero en ese momento “su realidad es esa” y si “aguantan”, no podrán escapar, a menos
que deseen huir de sí mismos; más vale quedarse, conviene aunque tenga un costo.

Un grupo sabe salir airoso de la trama dramática y de la trampa grupal en la que el grupo se
conforma, vía identificaciones, vínculos y lazos sociales (“no puede hablar del grupo quien no ha
“estado ahí”, es el fenómeno de la grupalidad), cuando no pierde pisada, cuando cada miembro
está ahí, no para ser líder sino para aportar a la tarea desde su verticalidad, aunada a momentos
de “articulación”, de coincidencia que produce el auténtico encuentro entre sujetos que se
reconocen como diferentes y desde el contexto de la colectividad, de la cual forman parte.

La participación en grupo, así, exige de todos los miembros o participantes, una labor sobre ellos
mismos que les permita centrarse en la tarea y no desviarse por los recovecos de la competencia,
del poder y del prestigio narcisista, la simulación, la envidia y el interés personal, todos factores
que llevan a desvirtuar y distorsionar un proceso desde el vamos, adheridos a “protocolos”
oprobiosos que se traen como adherencia y como herencia, el sello de la “familia neurótica” se
vislumbra a flor de piel: sabotear o traicionar al colectivo.
De esta forma, los primeros esbozos de rasgos pertinentes de liderazgo pasan por aquellos que
favorecen la elucidación y el centramiento de las tareas más importantes, el sujeto se siente vivo
en su grupo cuando ratifica que en esta construcción colectiva, se puede intentar llegar a ser quien
realmente se es. Esto no se da sin un trabajo donde horizontalidad grupal e historia individual se
entrecruzan, El liderazgo aquí emerge en varias formas: se genera desde las identificaciones
paternas, maternas o fraternas:

- El padre proveedor-protector
- La madre sobre protectora
- El padre persecutorio
- La madre histérica
- El maestro abusivo
- El adolescente rebelde
- El hijo transgresor de la ley, que lleva a tentar la prohibición.
- El mito del héroe que lleva al grupo a la aventura
- El Presidente cínico que vende su patria

Pero en los grupos humanos, como un colectivo político, deportivo, académico o científico, los
fenómenos siempre serán más complejos y exigirán a todos, los mejores aportes de sí mismos. Por
ejemplo, desde Pichon sabemos que la experiencia de vivir un proceso grupal nos convoca a
dilucidar que no es una única tarea la que se elabora y sobre la que se trabaja, para Pichon
Rivière, son dos tareas: la tarea explicita o manifiesta, y la tarea implícita o latente.

Las tareas del grupo.

La tarea explicita es la tarea concreta y real, a la que hay que abordar operando como equipo, pero
cuando trabajamos u operamos para transformar, procesar y re-crear esta tarea, los efectos
producidos sobre la misma revierten sobre los agentes de la producción, transformándolos y
modificando sus estructuras cognitivas, instrumentales y volitivas. Sin embargo, hay otro tipo de
tarea a la que hay que abordar y trabajar, aunque en los hechos, esta tarea, implícitamente, se va
delineando y construyendo.

La tarea implícita.

En todo grupo, la tarea implícita, rosa y bordea el ámbito de lo político, tiene que ver con las
relaciones, y la reconfiguración que estas sufren a partir de que el grupo aborda la tarea
manifiesta. Es el ámbito de los vínculos, elemento por el que transita el aprendizaje social, y los
fenómenos que intercalan los aspectos más íntimos, psicosociales, con los sociodinámicos,
grupales e institucionales.

La tarea implícita tiene que ver con aquello de que un maestro enseña más con lo que hace que
con lo que dice. Si bien un grupo se reúne en torno a una tarea, propuesta por un coordinador de
grupos, en cada reunión se aborda un tema de trabajo, digamos sobre liderazgo. En la dramática
grupal, se juega otro tipo de aprendizaje, este implícito, y será tarea del coordinador del grupo o de
un “buen líder”, explicitar lo que sucede con el grupo o el colectivo cuando sucede esto.

Al abordar los contenidos de cada tema y en cada reunión grupal, los integrantes aprenden a
funcionar en grupo, aprenden relaciones, hacen alianzas, establecen “políticas”, organizan el
trabajo, entran en conflicto, juegan, se divierten, cooperan, estimulan, censuran, respetan o
dominan, es el ámbito de las relaciones, de los vínculos, y lo que ponen en juego es su propia
subjetividad, su ecro individual (esquema conceptual, referencial y operativo, con el que cada uno
piensa, siente, percibe y actúa), en función de construir un ecro grupal.

En la confluencia de ambas tareas aparece el fenómeno del liderazgo, tiene que ver menos con los
rasgos de personalidad, que con los fenómenos descritos; en un sentido, el líder, siempre es líder
de un grupo, sobre el cual y de algún modo ejerce una influencia que parece fundada más en sus
características de personalidad, pero atemperada por el prestigio de la habilidad técnica e
instrumental para abordar una tarea. Este paso siempre es necesario, ya que el líder necesita
mostrar que es capaz de “dominar” el contexto de operación grupal, que conoce la tarea porque la
ha recorrido una y otra vez, o porque es capaz de correr riesgos, que lo lancen al encuentro con lo
desconocido y siendo capaz de superar sus angustias ante lo nuevo.

En el ínterin, los líderes surgidos de estas experiencias grupales, inician un proceso de corrimiento
de sus funciones, si bien conocen a fondo los vericuetos del trabajo técnico, no vacilan en
renunciar al prestigio del dominio técnico de cualquier rama de actividad, porque saben que
pueden aportar más al grupo y a la tarea desde diversos ángulos, entre ellos, el trabajo con los
aspectos subjetivos de los miembros del grupo, los aportes a fomentar una visión a largo plazo,
proponer y clarificar metas y objetivos, el desarrollo de utopías colectivas y humanas, y de lo que
puede plantearse el colectivo como función social, profesional o política.

Sin embargo, estas características de algunos sujetos que pueden ser favorables al desarrollo de
un liderazgo, solo cobran sentido y significación al interior de un proceso grupal que los abarca y
los trasciende como sujetos y como líderes. En la psicología social pichoniana, los liderazgos son
producto de lo que podemos llamar la “grupalidad”, un paradigma que permite entender e
instrumentalizar a cada miembro del grupo, como posible adjudicador de un rol o depositario de un
rol adjudicado por otros, en una dialéctica entre el rechazo o la asunción de un nuevo rol nunca
antes jugado o ejercido.

A diferencia de la dinámica de grupos, cuyo autor fue el psicólogo K. Lewin y sus colaboradores, la
psicología social que sustentamos, se basa en la distinción e identificación discriminada de dos
roles: el de liderazgo y el de coordinador. El liderazgo, siempre será asumido y ejercitado por un
miembro del grupo; la coordinación siendo un “liderazgo” formal, no coincide con ser líder, ya que
el coordinador no forma parte del grupo, lo que no quita que se le adjudiquen o se le atribuyan
características de liderazgo, desde una posición de dependencia, desconocimiento, o comodidad.

El liderazgo en la Psicología Social de Pichon, es un factor a ser de-construido permanentemente;


no en función de difuminar la historia y la verticalidad del sujeto; sino en función de entender que el
liderazgo, cuando se fija o se estereotipa aparece como obstáculo, o diríamos desde el
psicoanálisis, como resistencia, que debe ser analizada y desmenuzada en su “esencia”. Aporto un
criterio de psicopatología descrito por Pichon: la salud tiene que ver con el cambio, con el
aprendizaje y la evolución; la patología se define por la estereotipia, por la repetición de patrones
conductuales en su proceso, que es un no proceso, aparece como circularidad y no como el
desarrollo de una espiral dialéctica.

El liderazgo así, es situacional y no personal, informa del contexto y no de la personalidad de un


sujeto. Esto no quita que este factor juegue su parte, sin embargo, va a un segundo plano de
importancia. Ya que la situación y por ende la realidad (externa) es cambiante, sucederá
indefectiblemente que el liderazgo tenga que ser “cedido” por aquel que lo sustenta, debido a la
falta de instrumentalización para afrontar la nueva realidad que se presenta.

En Pichon, los liderazgos son rotativos, móviles, flexibles, abiertos, dinámicos. Es así, porque
Pichon entiende que la vida social es igual de cambiante y fluctuante, por más que se nos quiera
convencer de otra cosa. En este sentido, observamos la proeza de Pichon de eliminar próceres; el
sujeto de la historia es el grupo, es la clase social, es la colectividad, el liderazgo es una
construcción colectiva; y en este sentido, esto nos envía a entender que cualquiera puede llegar a
ser líder, el liderazgo en la perspectiva histórica, no es para siempre.

Imaginarios colectivos sobre los grupos.

- Cría cuervos y te sacaran los ojos.


- Más vale solo que mal acompañado.
- Dios los hace y ellos se juntan.
- El que con lobos anda a aullar se enseña

Sobre el liderazgo.

- El que es buen gallo, dondequiera canta.


- De tal palo, tal astilla.
- El que nace pa’ maceta, del pasillo no pasa.
- El caballo crece al ojo del amo.
- En tierra de ciegos, el tuerto es rey.
- Más vale malo por conocido, que bueno por conocer.

El Psicólogo Social como Líder.

El psicólogo siempre ha tenido vocación de liderazgo. En los años 70s se lo identificaba en algunas
latitudes, como el agente de cambio por excelencia. La burguesía, aprovechaba el “mote” para
contratarlo como asesor o consultor, para que sus organizaciones e instituciones funcionaran bien
y mejor y fueran de “vanguardia”, por lo que no había mucha dificultad en que el psicólogo se
integrara al trabajo y colaborara en la mejora social.

Cuando el psicólogo clínico formado en psicoanálisis hace grupos, entra a un nuevo espacio que
no lo toma a buen recaudo, ya que lo lleva a “exponerse” abiertamente a la valoración social,
aparece ahora de cuerpo entero, no se oye su voz, se ven sus ademanes, sus gestos, se observa
su mirada y no está acostumbrado a tanta implicación, pero por fin puede dar rienda suelta a
aquello silenciado en muchos análisis: la vocación por el liderazgo y el interés por lo social.

De nuevo, Pichon Rivière, atento a construir el puente que llevaría del psicoanálisis a la psicología
social, para desplegar una práctica instrumental que se sustente teóricamente, y por ello que sea
eficaz y operativa, establecerá desde la llamada “Experiencia Rosario”, un ·”Laboratorio Social”,
una forma de trabajo que canalice y sublime la vocación y el afán de liderazgo, como elementos o
factores que pueden ser instrumentalizados, justamente para de-construir la idea de liderazgo
hasta entonces vigente.
El operador social, el psicólogo dispuesto a trabajar, a experimentar y “hacerse cargo” de la
formación en grupos y promover experiencias grupales, será el “pequeño ratón de indias”, donde la
renuncia a la dirección grupal, al liderazgo grupal, permita que se puede ejercer un cierto tipo de
liderazgo “neutralizando” la influencia sugestiva; donde el sujeto social es capaz de aceptar
que hay guías que están dispuestos a reconocer su ignorancia sobre el fin último del grupo, y los
lanzará a la experiencia sin amarras, al océano sin brújula, al desierto sin camellos.

Esta me parece que es la gran hazaña, y el reto propuesto por Pichon a sus seguidores, un líder
sabe, pero también ignora; y me parece que valdría mejor para los discípulos y “seguidores”, que
les hable más de su ignorancia que de su saber. Una fórmula interesante que se me ocurre podría
ser: En cierta situación, atenazada por múltiples condicionamientos (y esto siempre es así) y
desfalleciendo en la incertidumbre:
Un líder no salva. Confía en las fuerzas del conjunto.

Ensayaré otra:

Un líder escucha, observa, registra, porque la apertura es la condición mínima para conocer el
contexto y de este conocimiento, depende y se decide la acción. Un líder observa, reflexiona y
vuelve a observar.

Un líder habla poco, y si no lo entienden, no se preocupa, buscará otra forma de hacerse


entender, trabaja en él y no sobre el grupo. Un líder combina la actividad, con la pasividad.
Persevera, en que de esta forma el otro, construirá confianza, desde el hacer, desde el error y el
aprendizaje a partir de este último.

Esto me llevaría a una cuestión necesaria: un liderazgo explicita que el líder es portador de
empatía (social y humana), por tanto, ha sido “tocado” desde una sensibilidad perceptual, que se
volverá la tarea crítica para trabajar consigo mismo y por ende con los otros cercanos. Indico y
hago énfasis en esto, la empatía es condición, y un auténtico líder no puede quedarse ahí y
explotarla para mejorar como líder, la empatía es punto de partida y no de llegada.

La experiencia de un trabajo grupal (terapia de grupo, grupos operativos, de simbolización,


centrados en una tarea, grupos reflexivos, y los grupos de formación, etc), permitirá calibrar la
“calidad moral” del futuro líder, siempre y cuando el coordinador de este tipo de grupos funcione
con ese registro de marca. En este sentido, un líder no puede ser líder si no fue seguidor: aquí ya
tenemos una ventaja, todos hemos sido seguidores. La empatía con el otro, implica que uno “ya ha
estado ahí”. Ahora bien, si todos hemos sido en algún momento “seguidores”, el problema es que
hay una diferencia o dos: nadie sigue al mismo líder, y nadie se modelo (identifica) igual con el
mismo líder, la otra diferencia es la de que no hay dos seguidores iguales.

Un líder requiere templanza.

Un coordinador de grupo tiene una tarea inmediata y específica, devolver los liderazgos que se le
adjudican. Se trata en esa estrategia, de una “devolución” de depositaciones, a veces masivas, y
eso muchas veces les choca a los psicólogos asumir en un grupo, creían que “estaban curados de
espanto”, porque además el hecho indica que al igual que “la gente común”, padecen los mismos
complejos y producen, establecen y mantienen el mismo tipo de estereotipias que la “gente común”
estando en grupo y frente a una “autoridad” encarnada en un líder.
La diferencia es que a través de los mecanismos de racionalización o intelectualización más
dominantes en los psicólogos, se intenta obturar la falta, su intención sería: no vivir y no aprender
de la experiencia, más bien neutralizarla vía el intento de explicarla en una lógica de las relaciones
y de los vínculos, o en una lógica de la teoría psicológica que se sostenga, no hay implicación,
debido al mecanismo de evitación fóbica que implica vivir una experiencia, se está más seguro
pensándola.

Recuerdo en un seminario de postgrado sobre familia, cómo una pareja de psicólogos de los más
“intelectuales”, de esos que recitan y citan a todos los autores clásicos o de moda, toma distancia
del grupo de formación, ignoran la invitación a involucrarse en las dinámicas y la participación
grupal, tomando una distancia fóbica a la experiencia y al “exponerse en el grupo”, se la psan
“analizando” los conceptos vertidos, se sientan al fondo del aula, fumando en el estilo “reflexivo”
del intelectual que piensa y conceptualiza; poco aprendizaje se logra de esta forma y el que se
obtiene, es un aprendizaje meramente cognitivo que se integrara a la cabeza, pero no al ser, ni al
esquema somatoafectivo de un “operador social”.

El Meollo de lo Humano.

El liderazgo “denuncia” el problema o el conflicto con la autoridad, es un tipo de “síntoma neurótico”


a través del cual nos mira el padre, nos observa, nos vigila, ya que su deseo nos persigue, porque
el status narcisista del padre depende de nuestro rol y nuestro rendimiento social. Posesionarnos
del rol paterno, es asumir la muerte del padre, sin reconocer el deseo de muerte hacia él. Pero el
liderazgo no es solo eso, es un rol social significativo para el conjunto social.

También ronda el fantasma del hijo preferido o del hijo mayor, hacerse cargo de los hermanos
menores, cuidarlos, odiarlos, controlarlos o desentenderse de ese compromiso, para no ser
aplastado por la responsabilidad y la culpa o los deseos de muerte cuando la carga desborda a un
yo tomado entre la espada y la pared, que se siente desfallecer ante una tarea que se asume como
abrumadora, arrasando con la subjetividad en ciernes.

Pero esto nos lleva a asumir que el líder es producto y productor de un conflicto interno, conflicto
que debe ser capaz de tolerar, de conocer, de reconocer y superar a través del trabajo que debe
realizar sobre sí mismo, y en la relación con los otros, ya que estos siempre “juegan”, en función de
hacer saber que se pueden demarcar las rayitas que indican lo de uno y lo de otro: esto es mío,
esto no, esto es tuyo.

El conflicto es el tema sui generis en la vida del psicólogo. Es su motor de búsqueda, es su google
o su explorer. El estudiante de psicología y todo otro estudiante, mientras se interese por aprender
algo, mientras siga buscando, marca un índice del conflicto irresuelto que le ha tocado vivir y cuya
tarea no puede postergar. En el caso actual, el conflicto que nos anima es político, en coyuntura
electoral y en ese sentido es definitorio de muchas cosas. El asunto es entender que el conflicto
nos ayuda “a sentirnos vivos”, fomenta el movimiento, es ley de vida, pero para el caso la vida
humana es vida política y el conflicto es que no habíamos querido reconocerlo.

El conflicto se encuentra en el corazón del hombre, es su sino, o su sino es recrearlo para sacarle
provecho, aparece como interno al sujeto, sin embargo está en su origen, porque antes de
asumirse como tal existe de manera larvada, Dios lo remite al tema de la muerte o la vida eterna
(una forma de muerte). El psicoanálisis lo conceptualiza como deseo y defensa, o conflicto entre
consciente e Inconsciente, o entre el yo y el ello; o entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte,
hasta llevarlo al plano “cósmico” en la lucha entre Eros y Thanatos.

Para Marx, el conflicto es el motor de la historia, es el conflicto entre clases, se origina en las
relaciones, principalmente económicas, a nivel de las relaciones con la propiedad de los medios de
producción: entre los poseedores de los medios y los desheredados. Marx plantea iniciar por la
lucha de la reivindicación económica, para luego alzarse al nivel de la lucha política, el conflicto se
vuelve entonces “peligroso” y detestable para la burguesía, que desea que no le hagan olas al
sistema, una democracia donde “no debería haber conflictos”, esa es la democracia burguesa,
negadora de la vida y de la historia, es más, con esta “democracia” se llega según los capitalistas,
al final de lo que casi toda la humanidad, como loca, andaba buscando.

La lucha contra el sistema.

Pero justamente este sistema económico-social, a través de sus agentes y después de muchos
años, supo tramitar y fragmentar el conflicto político, las luchas entre burguesía y proletariado se
fragmentaron y diluyeron, la lucha económico - política fue de-construida al re-formatear el sistema
en un modelo capitalista, impuesto sin consultar a las sociedades de cada nación y cada estado.
La reacción, fue iniciar una contra-ofensiva desde el poder, para arrebatar todo lo alcanzado por
las luchas obreras del siglo XVIII y XIX, desmantelar el estado de bienestar, hasta volverlo un
apéndice que apenas fuese garante de la “carnicería” que se avecinaba: avalar, sancionar y
autorizar esta “carnicería” positivamente, como necesaria “por el bien de todos” (los capitalistas).

El nuevo sistema capitalista intentará eliminar todos los justos logros ganados por la clase obrera,
pero que beneficiaban a todos los trabajadores, se irá sobre las jubilaciones, sobre los sindicatos
hasta desmantelarlos, flexibilizará las leyes laborales que protegían al trabajador, los contratos se
otorgarán para proteger al poderoso, no al débil, y el Estado de abstendrá de intervenir, ya que
cualquier injerencia estatal “olería” a práctica socialista o comunista, lo que no se puede permitir ni
tolerar, porque atenta contra la libertad (capitalista), y la libertad de explotar al otro hasta la
extenuación y su extinción, es un derecho fundamental del capital.

El nuevo “estado”, será uno de intolerancia hacia cualquier expresión que cuestione la autoridad, y
se asumirá e interiorizará como el estilo subjetivo de participación social: “no mostrarse
políticamente incorrecto” y su objetivo será definido en estos términos: las instituciones se han
naturalizado, así son y así han sido siempre, cualquier intento de cuestionarlas o modificarlas,
conllevara el riesgo de ser etiquetado como “sujeto problema” en función de ser sancionado, y en
función de un fin último: quedar excluido o segregado del sistema. Es impensable la más mínima
critica a la institución, el mandato es dirigir la crítica hacia sí mismo, culpabilizarse y que en este
autodisciplinamiento agenciado el individuo se pregunte: ¿en que fallé?

Lo interesante del momento actual es, como decía el Lic. Jorge Escanilla (comunicación personal)
hace unos días, que la lucha, contienda, o el conflicto actual, no tiene reivindicaciones económicas,
es una lucha política, pero me parece que también es ideológica, aunque a algunos no les guste.
Puede traducirse como una lucha entre enajenación y concientización, o entre alienación y libertad;
o entre imposición y democracia. El desenlace importa menos que el pensar en que algo de la
subjetividad fue movido y reactivado en el conflicto, a partir de una “nueva” percepción de los
eventos y los acontecimientos, que el sujeto empieza a abrir los ojos y cuestionarse por su
“somnolencia” política.
Psicología y liderazgo.

En la deconstrucción del liderazgo, el psicólogo repara en este tipo de fenómenos complejos que
registran la marca en su cuerpo, pero también y por consecuencia en su estructura subjetiva.
Atento a sí mismo, es decir, a lo que el grupo despierta en el operador social, entiende y asume
los límites de su actuación: su poder, está en la capacidad de renuncia a ese poder, cosa que
pocos logran vencer. El hecho se traduce en una frase: “dominar a otros es fácil, mas difícil es
dominarse a sí mismo”.

La identificación con el padre y su poder, quedan neutralizados cuando la renuncia al uso de este
poder se experimenta en la función de traslape que rescata la dimensión ética de aquella figura de
autoridad: ser testigo del crecimiento del otro, dominando la tendencia filicida de realizar una
“interferencia heterónoma” sobre su proceso, sobre su evolución personal-social. El padre-líder,
así, solo es el garante de la ley, en función de regulación social y emancipación afectiva. Se
introduce al sujeto al mundo de la cultura y simultáneamente a la dimensión política: el niño es
reconocido desde pequeño como otro, que se merece nuestra consideración, nuestra compañía en
función de su desarrollo y no del nuestro.

El hecho que funda un grupo como colectivo de iguales, es el reconocimiento de la diferencia de


cada uno: somos iguales en el sentido de que nadie es idéntico a otro, pero por este mismo hecho,
es que puedo establecer una relación, con otro diferente a mí, lo que re-envía a que
simultáneamente me permito ser reconocido por ese otro que me otorga igual reconocimiento.

En el campo de la psicología social, la renuncia a ser líder del grupo, del coordinador de grupos,
implica partir del reconocimiento de la igualdad y de la capacidad de todos, ya que en este tipo de
grupos, no se busca la igualdad, se parte de ella, se la presupone, es un implícito que no
hay necesidad de explicitar. Los sujetos que viven una experiencia de grupo no-directivo,
reconocen en sus dificultades y sus angustias, el parteaguas de la experiencia: a partir de ahí, lo
que se vive, se trabaja, se comunica y se comparte, se vuelve un hito inédito hasta ese entonces,
el grupo “cambia” al sujeto, pero el sujeto también ha dejado su marca en el colectivo.

El liderazgo y las figuras paternas y de autoridad cobran otras dimensiones de realidad social y
política. Una frase del líder de la izquierda electoral, machacada a la gente, enuncia el aprendizaje
del líder, del que puedo decir o mentar como un líder democrático: “Solo el pueblo, puede salvar
al pueblo”.

Nada ilustra mejor el término “pueblo”, de un político que conserva sus raíces, y que abierto a la
experiencia, negocia entre sus tendencias en juego: igual que en los pequeños grupos, en ese tipo
de vanguardias es donde se traman las estrategias y las tácticas de una labor o un problema
inmediato, se aprende que la renuncia a los mesianismos es el signo de la congruencia política con
la vocación democrática.

Solo el pueblo puede salvar al pueblo. Una consigna que se propone desde la visión que da el
aprendizaje de la vivencia permanente que proporcionan las experiencias grupales. No hay
liderazgos impuestos o importados, no se trata de seguir a un líder, sino acompañarlo codo a codo,
como diría Pichon, co-operando, aprendiendo, pero sobretodo implicándose, arriesgándose y
asumir que “el pueblo” es el origen y el fin, lo que da sentido a todo acto humano.

Para terminar.
Así como el liderazgo como fenómeno social es una construcción social, el tema que resta bordar
someramente es el de los fines de la psicología social. Para Pichon, la psicología social es una
caja de herramienta a la que el psicólogo se asoma para hurgar y ver “que le sirve” y echar mano
de los instrumentos acordes a la situación. En un sentido, el trabajo del psicólogo es una labor
artesanal, muy particular, específica y a veces singular. Qué bueno que ha habido gremios de
artesanos. Unos hacen y otros deshacen.

Nosotros, como psicólogos aportamos desde una óptica, desde una dimensión… desde un terreno
o campo de prácticas. Este trabajo, después de cincuenta años sigue pendiente: la cultura de la
salud mental es una construcción colectiva, y desafortunadamente, no nos hemos agrupado para
iniciar la labor. Estamos y seguimos problematizados, debido a la renuencia a reconocer que el
conflicto es el motor del cambio, del aprendizaje y de la transformación social.

Mientras nuestro pueblo padece y sufre los malestares de una cultura represora, nosotros
seguimos solos o en pequeños ghettos, imposibilitados de poder pensar, diseñar, proyectar planes
de acción que aborden el problema de la patología social en sus dimensiones macro sociales,
el trabajo con sujetos individuales, si bien loable, no tiene significación social alguna, además de
contribuir a la idea de que la solución pasa por lo individual y no por las condiciones sociales del
sistema capitalista mas oprobioso, como lo es el sistema neoliberal.

Debo indicar que solo en la participación social, en la construcción de la propia identidad grupal, en
la participación política, en la lucha por destituir la visión hegemónica de la salud mental imperante
en México, es como podremos avanzar con pasos firmes hacia algún objetivo que otorgue sentido
a nuestros esfuerzos actuales, a nuestras prácticas de cambio social.

Requerimos arriesgarnos a promover, ofertar, difundir y ampliar nuestros campos de acción, que
ventilen y amplíen nuestras visiones de la relación entre patología individual y malestar cultural,
porque para ensanchar la visión de un mundo más humano, deberíamos estar comprometidos
como psicólogos a que nuestra formación permanente no fuera otra cosa, como dice Cecilia Moise,
sino un “ensanchamiento del espíritu”.

Monterrey, Junio de 2012. Época del Calendario Maya. Un Ciclo termina, después de
ello, nada será igual.

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