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Epistemologías

feministas

Estudios de
Género para la
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Epistemologías feministas
Hemos estudiado hasta ahora las formulaciones del feminismo para pensar
la desigualdad del género, el sistema sexo-género y las relaciones con la
historia y la cultura en la construcción misma del género. Hemos expuesto
conceptos como feminismo, patriarcado, género y androcentrismo. Todo
este recorrido que llevamos hasta ahora nos trae ante la pregunta de cómo
o a través de qué formas el feminismo fue adentrándose en la generación
del conocimiento. De qué maneras se logró exponer los conceptos que
hemos estudiado frente a las formulaciones androcentristas de la ciencia, y
alcanzar así su circulación.

Los saberes feministas

Desde el punto de vista sociológico e histórico, las


epistemologías son estrategias de justificación. Al igual que
los códigos morales, se presentan como un desafío a la idea
de que la "fuerza hace la razón", en este caso, en el dominio
del conocimiento. (Harding, 2001, p. 114).

Deberíamos comenzar resaltando que los saberes feministas son saberes o


teorías que se encuentran ligados a un movimiento político de
problematización de la relaciones de saber/poder. Político en cuanto
estrategias que permiten politizar el ámbito de lo privado, el espacio al que
fue relegada la mujer, el borramiento en el lenguaje y la inaccesibilidad en
la construcción de experiencias que denoten la presencia de la mujer en el
saber de sí, de su cuerpo, de su historia. La crítica de los saberes feministas
a las relaciones entre el saber (yo sujeto que sé, yo sujeto sabio) y las
relaciones de poder que habilita, constituye y reactualiza se relacionó con
la crítica al pensamiento androcéntrico, a la constitución de un saber
parcializado, pero que se presenta en términos objetivos, neutros y
universales. La pretensión de los saberes feministas de ingresar en los
espacios de generación y transmisión del conocimiento busca demostrar
que la perspectiva androcéntrica, presentada como una no-perspectiva,
invisibiliza los sesgos de género que se encuentran en la constitución del
sujetx que conoce (sujetx cognoscente) así como en la construcción misma
del su objeto de estudio y, a la vez, contrarrestar esta parcialidad del
conocimiento en base a la generación de un conocimiento más igualitario
que reconozca otras experiencias y miradas que fueron histórica y
culturalmente borradas, que permitan un acercamiento más completo a la
idea de realidad. Es decir, existe en la formulación de las teorías feministas

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una necesidad de democratizar las ciencias y el conocimiento científico,
ampliando y nutriendo diversos puntos de vista.

El saber feminista designa todo un trabajo histórico,


efectuado desde múltiples tradiciones disciplinarias…;
trabajo de cuestionamiento de lo que hasta entonces se
mantenía por lo común fuera de lo político: los roles de
sexo, la personalidad, la organización familiar, las tareas
domésticas, la sexualidad, el cuerpo… Se trata de un trabajo
de historización y, por lo tanto, de politización del espacio
privado, de lo íntimo, de la individualidad en el sentido que
vuelve a introducir lo político allí donde uno se atenía a las
normas naturales o morales, a la materia de los cuerpos, a
las estructuras psíquicas o culturales, a las opciones
individuales. (Dorlin, 2009, p. 14).

Es decir que las teorías feministas no solo buscan develar en términos


simbólicos y materiales las fronteras de sentido entre lo que es natural o
cultural, sino que además, buscan indisciplinar los postulados, las
implicaciones políticas, culturales, históricas e ideológicas de estas
fronteras y su impacto sobre el género, el sexo y la sexualidad.
Exponer las relaciones de saber/poder hace posible historizar,
contextualizar lo que se presenta como inmutable y ahistórico, como lo
que siempre en todas partes ha ocurrido de una manera, por ejemplo,
delimitar las relaciones de constitución de la diferencia sexual. Hacer
conscientes y palpables los contenidos de producción histórica de la
diferencia sexual, a través de diversos dispositivos que la naturalizan y
normalizan, como la familia patriarcal, el lenguaje, la heterosexualidad
reproductiva y los discursos científicos de verdad (económicos, políticos,
jurídicos, médicos, etc.), fue parte de la tarea de los saberes feministas,
que comenzaron en los años 60 y 70 a desindividualizar la experiencia de
las mujeres, en una apuesta hacia la autoafirmación de sí, el
autodescubrimiento, la autopercepción de sí, de su cuerpo y de su
sexualidad. Es decir que los saberes feministas buscaron revalorizar las
experiencias individuales de esta opresión, como discursos politizantes del
conocimiento, de las sujetas de conocimiento y de la capacidad de
transformar la experiencia del devenir mujer en una identidad política. Esta
empresa de indisciplinar las ciencias y develar el sesgo sexista y
masculinista de la ciencia androcéntrica implicó la discusión con diversos
postulados de la producción del conocimiento hasta entonces no
discutidos en cuanto a su relación con el género, como las premisas de
objetividad, neutralidad y conocimiento verdadero. En este sentido, para
las teóricas feministas, “el desafío no es elaborar una nueva teoría cuyo

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sujeto u objeto sería la mujer, sino descomponer la misma maquinaria
teórica, suspender su pretensión a la producción de una verdad y de un
sentido demasiado unívocos” (Irigaray L., como se cita en Dorlin, 2009, p.
16). Se pretende, por tanto, responder a las siguientes preguntas: cuáles
son los efectos de poder del discurso científico, cómo se consolida una
verdad por sobre otras verdades y cuál es la relación de distancia entre el
juego de lo falso y lo verdadero cuando la producción de conocimiento se
presenta como libre de sesgos y ahistóricamente.
Descentrar el discurso sobre el conocimiento verdadero implica en sí
intervenir sobre la economía misma de la producción del saber, es
formular, en el ámbito de esta producción, la pregunta por los efectos del
poder en la constitución misma del conocimiento, de lo verdadero, de los
alcances y limitaciones de lo objetivo y por qué no, de la compleja relación
con el postulado de la neutralidad.

En este sentido, puede definirse el saber feminista como


una genealogía, en el sentido de Michel Foucault. “Con
relación al proyecto de una inscripción de los saberes en la
jerarquía del poder propio de la ciencia, la genealogía sería
una de empresa para desligar los saberes históricos y
volverlos libres, es decir, capaces de oposición y de lucha
contra la coerción de un discurso teórico unitario, formal y
científico”. Por eso, antes incluso de examinar el
cientificismo de los discurso dominantes, la pregunta
formulada por la genealogía feminista es: “¿Qué tipos de
saber quieren descalificar a partir del momento en que
dicen ser una ciencia? ¿Qué sujeto que habla, qué sujeto
que discurre, qué sujeto de experiencia y de saber quieren
desvalorizar desde el momento en que dicen: yo, que
sostengo este discurso, sostengo un discurso científico y soy
un sabio?”. (Dorlin, 2009, p. 17).

Epistemologías feministas: las teorías del punto de vista y la


ética del care

Los primeros trabajos de la epistemología feminista tuvieron un fuerte


acento en redescubrir las funcionalidades políticas, religiosas, económicas
y sociales de la división sexual del trabajo, en cómo esta división de roles
sexuales y sociales impactaba a su vez en un condicionamiento de vista en
donde los hombres desarrollaban una mirada del mundo que, a través de
dicotomías jerarquizas entre lo público y lo privado, la cultura y la
naturaleza, la razón y la emoción, era traspasada y rebasaba una postura
de conocimiento descentrada. Sandra Harding (2001) expresa que “el

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movimiento feminista alerta a todo el mundo contra las anteojeras
sociales, las lentes oscuras y distorsionadas con las que percibimos el
mundo a nuestro alrededor y en nuestro interior” (p. 120). La pretensión
de neutralidad, entonces, no podía ser asimilada sin comprender que todo
conocimiento se encuentra históricamente situado y que es a través de
esos lentes con los que se ve el mundo como se produce el borramiento de
las condiciones sociales, culturales e históricas que dan sentido a una
mirada parcializada con pretensión de neutralidad. En otros términos, si la
mirada sobre la división sexual del trabajo parte de una masculinidad
abstracta del sujeto cognoscente, se vuelve imposible comprenderla por
fuera de los dictámenes de la naturalidad y por tanto, imposible de advertir
en ella las relaciones de dominación y opresión que son específicas para las
mujeres.

El trabajo de mujeres exonera a los hombres de la necesidad


de cuidar de sus cuerpos o de los espacios donde habitan,
dejándolo libres para sumergirse en el mundo de los
conceptos abstractos. Por lo tanto, el trabajo de las mujeres
articula y da forma a los conceptos que tienen los hombres
del mundo y los hace apropiados para el desempeño del
trabajo administrativo. Además, cuanto mejor desempeñan
las mujeres sus labores, más invisibles se hacen para los
hombres. Los hombres que se ven exonerados de la
necesidad de mantener sus propios cuerpos y los espacios
que estos cuerpos habitan, únicamente pueden ver como
algo real lo que corresponde a su mundo mental abstracto.
Los hombres consideran que el trabajo de las mujeres no es
una verdadera actividad humana -elegida y deseada
conscientemente- sino una actividad natural, un trabajo
instintivo de amor, por lo tanto, las mujeres quedan
excluidas de los conceptos de cultura que tienen los
hombres. Además, las experiencias concretas que tienen las
mujeres de sus propias actividades son incomprensibles e
inexpresables dentro de las abstracciones distorsionadas de
los esquemas conceptuales de los hombres. Las mujeres
quedan alienadas de su propia experiencia por el uso de los
esquemas conceptuales dominantes. (Harding, 2001, p.
127).

Aquí es donde comienza el emplazamiento de las teóricas del punto de


vista (o del posicionamiento), un proyecto epistemológico que reafirma la
necesidad de la existencia de una epistemología feminista que permita
corregir las cegueras de los puntos de vista androcentristas de la ciencias

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con pretensiones de universalidad, neutralidad y objetividad. Consiste, por
tanto, en revalorizar las experiencias cognitivas hasta ahora invisibilizadas y
conceder un privilegio epistémico a un posicionamiento feminista, no a
partir de una idea de mujer esencializada, sino en el marco de politizar la
experiencia de la subalternidad, que es oscurecida por el saber dominante.
Implica revalorizar otra experiencia en el sujeto cognoscente y otra
relación de politización con el objeto de estudio.
Las epistemologías del punto de vista presentan un posicionamiento
alternativo frente a una posición iluminista de neutralidad, ya que
consideran que “todo conocimiento es el producto de una situación
histórica lo sepa o no. Pero que lo sepa o no constituye una gran
diferencia; si no lo sabe, si pretende ser neutro, niega la historia que
pretende explicar” (Dorlin, 2009, p. 21). Buscan reposicionar incluso la
misma idea de objetividad de la ciencia, haciendo hincapié en que una
objetividad fuerte requiere que en el relato científico, en la construcción
del conocimiento, se incluyan diversos puntos de vista para una
democratización del conocimiento y de las ciencias. En las propuestas
epistemológicas del punto de vista, la objetividad se relaciona con el hecho
de que los posicionamientos políticos de lxs científicxs y de las formas de
conocer deben ser explicitados en su carácter social e histórico,
demostrando la dificultad de la objetividad si este carácter es negado. A la
par, pretender señalar el solapamiento de la neutralidad de la ciencia,
haciendo visible lo que dieron en llamar el trabajo simbólico del género en
la utilización del lenguaje y las metáforas generizadas de la actividad
científica, las que, utilizadas en la producción del conocimiento, trasladan
los sesgos negativos de género como obstáculos para la percepción y el
conocimiento de diversos fenómenos, tanto en las ciencias naturales como
en las sociales (Dorlin, 2009).

Las teorías del punto de vista no pretenden sustituir una mirada


falogocéntrica por otra mirada totalizante o esencializante de lo femenino;
por el contrario, lo que pretenden es localizar, desde el punto de vista de
lxs sujetxs subalternizadxs, el esencialismo implícito en las posturas
androcentristas del conocimiento, exponiendo las condiciones históricas
que posibilitaron su desarrollo como una manera de contrarrestar la
opresión y la desigualdad en todos los ámbitos de la vida.

Las teóricas del punto de vista vuelven a afirmar la


posibilidad de que la ciencia proporcione representaciones
menos distorsionadas del mundo que nos rodea, pero no
una ciencia que se identifique ciegamente un método mítico
y, por lo tanto, sea incapaz de contrarrestar los prejuicios
sexistas, racistas y de clase que forman parte de la

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estructura social y de los programas de investigación
científica. (Harding, 2011, p. 129).

Otro desarrollo de las epistemologías feministas que se dio a partir de las


primeras formulaciones de las teorías del posicionamiento es el
relacionado con la ética del care. Care, que en inglés significa cuidado, fue
utilizado por las teóricas feministas en su desarrollo inicial como la ética de
la empatía o del sentimiento moral de cuidado que suele adjudicárseles a
las mujeres en el marco del sentido común. En sus inicios, la ética del care
pretende discutir con los estudios de psicología del desarrollo moral que se
estaban llevando a cabo y que apuntaban a que existía una diferencia
concreta entre hombres y mujeres en cuanto al desarrollo del
razonamiento moral. Con la formulación de la ética del care, teóricas como
Carol Gilligan pretendían hacer lugar a la valorización de un razonamiento
moral contextual y narrativo que se oponía al mayor valor generalmente
otorgado al razonamiento moral formal y abstracto (Dorlin, 2009).
Los estudios que afirmaban que el desarrollo del razonamiento moral se
daba en diversas fases, siendo la máxima de ellas la ética de la justicia,
afirmaban que las mujeres no alcanzaban a formular esta etapa de
desarrollo moral, de lo que se desprendía como conclusión que las mujeres
presentaban un desarrollo moral inferior al hombre. La ética del care se
presenta en oposición a esta afirmación, buscando demostrar que si bien
hombres y mujeres –a través de sus experiencias individuales, sus
contextualidades históricas y la admisibilidad diferenciada de circulación en
los espacios públicos y formales– podían presentar diferencias en su
desarrollo moral, no era correcto asumir que una ética de la justicia tenía
por sí misma mayor valor que una ética del care, por lo que se propugna
que el desarrollo moral de lxs individuxs no puede ser jerarquizado a través
de una valorización de los sentimientos morales sexuados (Dorlin, 2009).
Posteriores formulaciones de la ética del care intentaron salir del
naturalismo moral que quedaba implícitamente aceptado en las
exposiciones iniciales, que esencializaban la posición femenina hacia el
cuidado para tratar de re-examinar las teorías de la justicia, los
planteamientos morales sobre lo justo y lo injusto, desde el punto de vista
de la división sexual del trabajo, de la construcción social de las diferencias
éticas en el seno mismo de esta división, para reinterpretar los marcos
mismos de la ética.

No se trata tanto de hacer un “lugar” a la sensibilidad o al


sentimiento femenino en la teoría ética, como de repensar
los marcos mismos de la ética, desde una visión, una
posición del caring. Sin embargo, tampoco se trata de
oponer la autoridad de nuestras prácticas ordinarias a la

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teoría: “La normatividad no es negada, sino vuelta a tejer en
la textura de la vida”. (Dorlin, 2009, p. 24).

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Referencias
Dorlin, E. (2009). Sexo, género y sexualidades: Introducción a la teoría feminista.
Buenos Aires: Claves.

Harding, S. (2001). El feminismo, la ciencia y las críticas anti-iluministas. En M.


Navarro y C. Stimpson (Comp.), Nuevas Direcciones, (pp. 107-139). México: Fondo
de Cultura Económica.

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