Constant
EL CAMPO
En la ciudad en tiempo se mide por horas, por ramos, por horario de oficina, por hora pick y
hora libre. En el campo el tiempo se mide por días.
El campo tiene un ritmo propio: el ritmo de la claridad, de la certeza. Se hace una cosa a la
vez, una cosa hay que hacer por día, aunque esa cosa esté constituida de varias ‘acciones’,
sigue siendo una única cosa. Esta semana hay que cosechar los tomates. Mañana hay que
esquilar las ovejas. Hoy hay que podar los espinos.
El ritmo del campo en relación directa con el ritmo cósmico. En la mañana, dar alimento a los animales.
El ritmo campesino es de una sola cosa, y además esa cosa está regida por elementos
naturales que llenan la cosa de sentido. Por ejemplo, las estaciones: el campo acoge las
estaciones, la ciudad las niega. Eso es quizás lo que distingue al campo de la ciudad: no sus
facilities, no sus posibilidades, no su 'modernidad', sino su relación con el entorno, estar
afirmado a algo -al planeta-. La ciudad convierte las relaciones con el cosmos en ataduras e
intenta quebrarlas hasta el máximo. En la ciudad estamos flotando, atados a nada, a una
ficción. ¿Cómo estar seguros de un invento?
Al hombre de la ciudad una estadía en el campo, como se dice, a lo más lo ‘estimula’. Pero la totalidad
de mi trabajo está sostenida y guiada por el mundo de esas montañas y sus campesinos. […] tan pronto
retorno arriba se aglomera, ya desde las primeras horas de estadía en mi refugio, todo el mundo de las
antiguas preguntas y, por cierto, en la misma huella con que las dejé. Sencillamente, soy trasladado al
ritmo propio del trabajo y, en el fondo, no domino en ningún caso su ley oculta. (1934)
LA CIUDAD
Como el nuevo periodismo, las ciudades se clasifican por listas: las más caras, las más
seguras, las más ‘felices’ (más conocido como índice de calidad de vida), las más
segregadas, las más desarrolladas… Así mismo, las ciudades se venden, y hay distintos
destinos dependiendo de lo ‘urbano’ que se busque: San Francisco, ciudad gay; París,
ciudad del amor; Tokyo, ciudad global; Nueva York, ciudad cosmopolita 1.
FIGURAS URBANAS
‘-Este viejo –dije por fin- representa el arquetipo y el genio del profundo crimen. Se niega a
estar solo.’2
A través de los personajes o figuras que surgen en lo urbano se podría leer la ciudad y su
transformación. Primero el flâneur, el paseante. Luego el mirón: ‘no vayamos a confundir el
flâneur con el mirón: hay un matiz… El simple flâneur… está siempre en plena posesión de
su individualidad. La del mirón, por el contrario, desaparece, absorbida por el mundo exterior’
(Benjamin, p.433). El mirón surge primero en la imagen y luego se hace realidad físicamente
posible (se diría que con la tecnología). Aquí aparece otra figura, en contraposición del mirón:
mientras este se separa del dominio de la ciudad, el caminante escribe el ‘texto’ urbano sin
poder leerlo (De Certeau, 1980, p.105). Por otro lado, el personaje de la ciudad misma. Hoy
aún existe el campesino y el hombre de ciudad –o el ciudadanizado-. Son también opuestos
y no tienen un lugar de encuentro honesto. ‘El hombre de la ciudad piensa que se ‘mezcla
1
Calificativos tomados de la primera opción en Google, reconocidos a su vez por la cultura popular
2
Poe, E. A. El hombre de la multitud. Según Benjamin, fue Poe quien cristaliza en este cuento al flâneur.
con el pueblo’ tan pronto condesciende a entablar una larga conversación con un campesino’
(Heidegger).
También el consumidor. ¿Se podría hablar del ‘rutinario’? Giannini define rutina a partir de
ruta, ruta como tiempo, ciclo. El rutinario sería quien está absorto en ese ciclo sin posibilidad
de cuestionarlo y menos quebrarlo. ¿Quién tiene la posibilidad de quebrarlo?
Por la época en que estamos, callejear soltando bocanadas de tabaco… pensando en los placeres de la
tarde, nos parece algo con un siglo de retraso. No somos gente que no podamos comprender a los que
aún mantienen costumbres de otra época; pero decimos que al callejear se puede y se debe pensar en
los derechos y deberes del ciudadano. Los días nos necesitan y nos exigen todos nuestros
pensamientos, todas nuestras horas; callejeemos, pero callejeemos como patriotas. (en Benjamin,
p.451)
Ahora dejar de callejear no es sino una auto-imposición, que deriva de la competencia que
hemos de vivir para sobre-vivir: ‘detrás de mí sentía el ruido de los pasos y el fluir sin fin de
toda una masa invisible de ciegos eternamente arrastrados por el propósito inmediato de sus
vidas’ (Benjamin, p.456). Nos hemos (nos han) concentrado en lo inmediato. Todo se vuelve
hacia eso que es necesario –poder ser dueño de una casa, mandar al hijo al colegio, cuidar a
la madre enferma-, que se traduce simplemente en reunir dinero para poder lograr (comprar)
algo. El capitalismo no admite poesía. ‘Salir cuando nada le obliga, y seguir su inspiración
como si sólo el hecho de torcer a derecha o a izquierda constituyera ya un acto
esencialmente poético’ (Benjamin, p.439).
Las calles sólo son para los autos. Los peatones son llevados en recorridos (como en un parque de
atracciones), en paseos (promenades) que los elevan del suelo, sometiéndolos después a un catálogo
de condiciones exageradas […] en una secuencia que es una caricatura grotesca de la vida en la
ciudad histórica. (Koolhaas, 1994)
SOLEDAD Y TRANSGRESIÓN
En verdad en las grandes ciudades el hombre puede quedarse sólo como en ningún otro lugar es
posible. Pero allí nunca puede estar a solas. Pues la auténtica soledad tiene la fuerza primigenia que no
nos aisla, sino que arroja a la totalidad de la existencia (Dasein) del hombre en la extensa vecindad de
la esencia de todas las cosas (des Wessens aller Dinge). (Heidegger, 1934)
‘Encuentro ilusorio de vidas que permanecen, en el fondo, inconmensurables: cada cual en, y
hacia lo suyo propio. Esta y no otra es la experiencia de la soledad’ (Giannini, p.18).
La ciudad es por un lado soledad y por el otro bombardeo sin consulta, invasión constante,
publicidad, mensaje tras mensaje. Transgresión.
-Qué rico es andar en bicicleta, cuando yo era joven andaba mucho… como que uno se
siente libre.
Y en esas palabras sentí todo el peso de su real significado: SENTIRSE, creerse, auto-
convencerse se podría decir incluso, de un tipo de libertad. Sentirse momentáneamente libre,
como una droga. Fui y seré me ponen tristes, tomo un gramo y sólo soy 3.
3
Verso con el que las personas de ciudad reconocen la droga SOMA en ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley (1954).
(dejando de lado la inercia) Decisión de someterse a algo terriblemente opresivo para lograr
u obtener algo más. Es decir, se pone en valor lo bueno y lo malo y gana lo bueno. ¿Qué
podría ser eso?
En la ciudad está todo. En el campo estamos nosotros, o con nosotros. En la ciudad está
todo menos nosotros. Optamos por estar con TODO, con lo que pasa, lo que está pasando. A
diferencia del flâneur, que valora ‘el lugar donde’ ocurre tal o cual cosa (Benjamin), nosotros
ponemos en valor el ‘acceso a’. ‘Lo que pasa’ en algún lugar, no por el suceso mismo (como
podría ser para un poeta) sino por la información. Entonces, ¿valoramos la ciudad por su
condición física o por su condición virtual? ¿Qué importancia tiene una ciudad particular
cuando en una pantalla está todo el mundo?
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BIBLIOGRAFÍA
Koolhaas, R. (1994). ‘La ciudad genérica’. Traducción de Gustavo Crembil y Gisela Di Marco.