Martín Alomo
Resumen:
Palabras clave: “El Mal”. Otro. “Kant con Sade”. Freud. Lacan.
The problem with evil and the difficulties which presented when introduced
in philosophy as a conceptual entity, on the one hand, and many others which may
arise in relation with psychoanalysis, on the other hand, may be treated from
different points of view, according to the aspect which prevails. In this case, we will
attempt to analyse the problem of innocence, immanence and the immediacy of
1
experience as regards bad personal events in opposition to the existence of evil. In
this sense, we will try to elaborate on the above-mentioned concepts as a further
moment of reflection that may involve, in a logical connection, the problem of evil,
as something different from what at first might be perceived or experienced as bad.
Based on these concepts as the most relevant tools of analysis, we will mainly
focus on specifying the characteristics of an OTHER of Evil, which are referred to
in different ways by each one of the authors analysed: Spinoza, Durkheim, Badiou,
Freud and Lacan.
Key words: “The Evil”. OTHER. “Kant avec Sade”. Freud. Lacan.
Introducción
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la tratan vienen a negarlo. Porque la tratan por medio de purificaciones y
conjuros.” (Hipócrates S. V a. C, 105).
No podemos pasar por alto la conexión entre el mal y la pérdida del control
sobre el propio destino. Pero, en última instancia, sobre el propio cuerpo. Tanto las
expresiones epidémicas del mal, clásicamente en forma de peste (aunque hay
quien piensa distinto al respecto, proponiendo como la más ignominiosa de las
enfermedades en cuanto a sus connotaciones estigmatizantes, no a la peste sino
al cáncer, que favorece metáforas del tipo “colonización del organismo”, “invasión
irrefrenable”, etc. (Sontag 1988)) que degradan el cuerpo hasta la putrefacción;
como las enfermedades individuales, por ejemplo la epilepsia, evocan
inmediatamente la degradación y la pérdida del control sobre el propio cuerpo.
Frente a estas situaciones, las explicaciones más a la mano en épocas pasadas
han sido frecuentemente las de posesión demoníaca. Por esto, señalamos y
puntualizamos la conexión insoslayable del mal con la significación de posesión y
enseñoramiento sobre el cuerpo. Cuerpo que deja de ser propio para ser
manipulado por entidades desconocidas, demonios2.
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a modo de ejercer el mal como finalidad en sí misma. En el caso de Edipo, el Otro
(la divinidad de turno) tal vez lo juzgue culpable de hybris3, y merezca así los
castigos de Némesis, o peor aún: de Até. Además, por supuesto, del modo en que
esto se inserta en la realidad de la polis, que interpreta y padece el mal como
epidemia (literalmente “sobre el pueblo”). En el caso de la enfermedad sagrada,
otra vez hay el Otro de la divinidad de turno, esta vez focalizado sobre un individuo
que merece castigo. En el caso de los demonios del cristianismo, en cambio,
encontramos otra versión de Otro del mal: allí hay un Otro que es el Príncipe del
Mal, Satanás o Lucifer, y aquellos son sus servidores. El propósito -de estos y de
aquel- es hacer el mal como finalidad en sí misma.
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Gottfried Leibniz, Hanna Arendt, Paul Virilio, Giorgio Agamben, Denis Rosenfeld,
Oliver Reboul, Sergio Givone, Walter Benjamin, Eric R. Dodds o Rüdiger
Safranski. No es que ellos no mencionen el problema del cuerpo, o que a partir de
sus trabajos no se pueda sacar conclusiones al respecto. Sin embargo, nos ha
interesado conversar con el Mal y lo malo en nuestra selección de autores,
teniendo en cuenta el lugar que ellos proponen para pensar el problema del
cuerpo, y a partir del posicionamiento que estas conceptualizaciones nos permiten
elaborar en el desarrollo del trabajo. Por otro lado, nos interesa realizar un
recorrido longitudinal a través de diferentes momentos de la historia del
pensamiento, y los autores elegidos nos parecen exponentes salientes de cada
época. Spinoza, por su lógica implacable y su particular posición frente a los
problemas del cógito. Su planteo original frente al dualismo nos permite pensar el
cuerpo de un modo novedoso en el nacimiento de la modernidad. Durkheim
porque, siguiendo a Osvaldo Umérez, “sostenemos la vigencia de su pensamiento
en el acercamiento a lo actual y realizamos un retorno a dicho autor mediante
conceptualizaciones freudianas y lacanianas (…) en relación al malestar en la
cultura (…) y al Superyó en tanto imperativo de goce (…)” (Umérez et al 2004,
271). En cuanto a la elección de Badiou, este autor nos permite continuar el hilo
problemático a través de sus ideas a propósito de la consensuación del Mal en la
contemporaneidad. El hecho de que el Mal sea pensado en relación al
acontecimiento, nos permite pensar a propósito del concepto de “vacío situado”, la
relación entre el cuerpo y la necesidad de cavar ese vacío en lo real cuando este
es ocupado, producto del “vicio de los procesos de verdad”. Ello, a la vez que
dejando en claro la separación de aguas entre el “en sí” propiamente humano, y
los juicios de valor que de tal puedan hacerse.
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debiéramos preguntarnos si, para este filósofo, hay el mal. ¿Hay el mal; es el mal;
existe el mal?
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podemos ver como hay lo malo para mí4, mas el mal en sí no existe. De hecho,
este aparece en determinadas relaciones entre los estados. Más específicamente,
una comparación entre esencias. Esencias en tanto estados afectivos de
determinados momentos, que pueden ser comparadas con otras esencias
situadas en un antes, un después, o en un otro ser espacial, extenso (en otro
cuerpo) (Deleuze 1970, 45 y sgtes.). En este punto, es interesante seguir el
desarrollo de Spinoza en respuesta a Blijenbergh, a propósito de aquello que
podríamos llamar “la eficacia de la moción”, o incluso la eficacia del acto. Spinoza
no cede frente a la afirmación de que si la esencia de alguien es ser un criminal,
pues haría mal en no llevar al acto tal potencia contenida en la inmanencia infinita
de su esencia. Por el contrario, si están de acuerdo a la intensión que define a ese
ser, llevarlas al acto es entonces virtud. Decir que el mal en sí no existe, es decir
que esta esencia –la del criminal- es mala sólo si –y únicamente- es comparada
con otra moral diversa (Deleuze 1970, 48). Moral diversa perteneciente a otro
ámbito y a otro ser que aquel inmanente al ser en cuestión. Aunque, más
específicamente, lo malo aparece para Spinoza, no tanto en una comparación
simple, singular, una comparación en sí, sino en una relación de relaciones. Esto
es –entiendo- una relación de comparación entre una esencia y otra, y la relación
misma de comparación en referencia a lo mejor o lo peor, lo bueno o lo malo,
plantea la posibilidad de múltiples relaciones cruzadas. Es decir: se trata de un
movimiento alejado de lo inmediato, y mediatizado por la operación de abstracción
intelectual respecto de la vivencia. No es Dios un Otro del Mal perverso que hace
el mal en tanto responsable de los actos malos de los hombres; no hay un Otro
infinitamente malvado que haga existir el mal como garante del mismo. Por lo
tanto, podemos decir que hay, en Spinoza, un mal que proviene de fuera, pero no
para ese ser que vive el mal, sino como un desajuste entre las partes del ser
intenso y extenso, que padece en su propio cuerpo la desarticulación, la
fragmentación, la descomposición –en términos spinozianos- de sus relaciones de
conveniencia (Spinoza 1675). En este punto, conviene aclarar que al hablar de
intensión y extensión, términos acuñados por Descartes, no significa que Spinoza
adhiera en todos los puntos al sistema del pensador francés, sino que conociendo
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y siendo un especialista en los problemas del Cógito, plantea una relación
totalmente novedosa respecto del lugar del cuerpo. Con Spinoza, plantear que el
ser humano tiene un cuerpo, y que ese cuerpo está afectado de ser, no resulta tan
complicado como la conceptualización del pathos para Descartes. En éste, las
pasiones quedan casi del lado de demonios que contaminan la sangre causando
perturbación (Descartes 1649). En este sentido, creemos que el maestro holandés
es superador.
En este punto, Spinoza introduce la tristeza como afecto que provoca una
disminución del poder de afección y del poder de acción. Si bien Blijenbergh, en su
pregunta de la carta V (Spinoza 1665, 63-70), introduce la cuestión del tiempo del
ser, en tanto un antes y un después que entrarían en relación de comparación, es
aquí dónde Spinoza decide no responder. En la Etica, y siguiendo la lectura de
Deleuze, es que podemos ver la diferenciación y articulación que establece
Spinoza entre duración y esencia. La diferencia es que la esencia, en tanto
estado, está relacionada al momento del estado afectivo, y al momento de la idea
como determinante de la realidad que envuelve al cuerpo en mayor o menor
medida. En cambio, la duración, el transcurrir del tiempo, está del lado de la
existencia, esto es, introduce variaciones en las esencias. Variaciones del ser que
remiten, en última instancia, al estado de la existencia, pero que cursan en
determinado eje diacrónico, a diferencia de la sincronía del instante de la esencia
(Deleuze 1970, 52). La tristeza es un ejemplo de una esencia sentida en el tiempo,
como un transcurrir, aunque no necesariamente como existencia de algo
despegado de lo inmediato. De allí su vinculación con la pérdida de potencia, con
la enfermedad, con la degradación, y en última instancia, con el suicidio5.
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II) El Otro del Mal en Durkheim
Sin embargo, seguir el derrotero del Otro del Mal en Durkheim no es tan
sencillo, ya que la concepción sociológica que plantea, si bien ubica en el lugar de
la regulación una ley, pareciera ubicar en el lugar del mal la ausencia de la misma.
Aunque, para intentar ubicarnos en esta búsqueda, apelaremos una vez más a los
conceptos de inmediatez y mediatez, o mediación. Y diferenciaremos esencia, o
los estados del ser, de la existencia, entendiendo ésta última como un nivel
ontológico diverso del plano de lo inmediato, y necesariamente referida a
instancias diversas –conectadas por algún tipo de relación lógica- de la pura
inmediatez. En este sentido, podemos pensar al mal como el mal para aquel
individuo que, sumido en la anomia, queda perdido en lo inmediato, confundido
con las cosas del mundo, siendo la máxima expresión de esta abyección la caída
del cuerpo en el acto suicida (Durkheim 1897). En esta sensación de pérdida de
lazos y de sostén social, ubicamos la correlativa pérdida de sentido de la vida, y su
efecto de desorientación, confusión y abulia. De hecho, para la sociedad industrial
9
que Durkheim teoriza, postula a la anomia como “un factor regular y específico de
suicidios” (Umérez et al 2004, 273) 7.
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matrimonio (un Otro “natural”, ligado a las fuerzas de lo inhumano; un otro de la
pareja).
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Esta conceptualización tan rica y compleja es desarrollada en relación a la
política, al concepto del mal radical, al concepto del mal situado, y al acto de la
nominación9. De todos estos aspectos, para el presente trabajo señalaremos sólo
uno: la necesidad del vacío situado en el corazón de toda situación de verdad
consolidada. Y, sobre todo, la necesidad de que ese vacío permanezca vacío.
Justamente la ocupación del lugar del vacío, por versiones alternativas que no
respetan tal espacio, ellas mismas son las versiones del mal, que no son otra cosa
que procesos estructurados al modo de la verdad, pero viciados. Viciados, en este
caso, significa: a) copiados, como repetición de lo mismo, como pretensión de
reinscribir la misma esencia de un acontecimiento anterior a título de originalidad,
constituyendo esto un simulacro, cuyo efecto es el terror; b) traicionados en la
esencia del sí mismo que se es, en un desfallecimiento de la fidelidad a tal ser; c)
caídos hacia el “identificar una verdad a una potencia total, [lo cual] es el Mal
como desastre” (Badiou 1993, 145).
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que nombraba la necesidad de hacer vacío en lo real, de modo tal que la categoría
de amos de la verdad adviniera en la raza y en la tierra específica, que en el caso
del ejemplo, se trataba de los arios de la Germania posterior a la primera guerra.
Para puntualizar un poco más, el Otro del Mal en Badiou es un Otro en tres
tiempos, y que podría producir –en su estado consumado- la cristalización
hegemonizante de un objeto (persona, raza, ideal, valor, etc.) que vaya a ocupar el
lugar de ese vacío que, necesariamente, debe permanecer tal. Esto como principio
ético de “la ética de las verdades” (Badiou 1993, 155-8). Por otra parte, hay un
punto de real inaccesible que Badiou reconoce como núcleo de toda verdad, que
necesariamente debe quedar marcado como imposible de decir: se trata de “lo
innombrable de una verdad”. Cualidad de innombrable que responde a
necesidades estructurales, incluso existenciales –podríamos decir-
necesariamente ubicadas a cierta distancia de la experiencia. Por lo tanto, se trata
de otro aspecto de la ética de las verdades (Badiou 1992).
IV. i) Freud
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de un caso clínico)-, decimos que Haizmann más bien asume una serie de
situaciones respecto de la relación con este Otro. Si bien hay pasos que dan
cuenta –los pasos de Freud- de cierto proceso de elaboración y sustitución de un
elemento por otro, no nos queda claro en ningún momento de la historia que el
sujeto en cuestión haya provocado o establecido, al modo de quien sondea
planteando interrogantes, sino más bien queda claro el vector que desde fuera,
desde lo real, se impone: el maligno diablo que acosa a la pobre víctima. Y esto no
tiene por qué ser incompatible con el hecho de que el mismo Haizmann haya
escrito de puño y letra los pactos atribuidos al diablo. Decimos que a pesar de ello,
la atribución subjetiva puede perfectamente corresponder a Otro que sojuzga, y no
percatarse de ello la pobre víctima cuando está en posición de ser esclavizado por
ese Otro11.
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dolorosa lucha por la vida, frente a la cual el pobre pintor aparece bastante inerme
e ineficiente. Proveniente del exterior, en otro sentido, podemos observar ciertos
detalles del modo en que juega la sexualidad en el caso Haizmann. El diablo, El
Señor de los Infiernos, provisto de atributos femeninos… Freud se encarga de
poner a cuenta este detalle de la posición feminizada del hijo frente al padre, y
compara los avatares de Haizmann con los de Schreber (Freud 1923, 91-5). En
este último caso, nos referimos a que se trata de aquello que irrumpe desde fuera,
al modo de elementos provenientes de lo real. En este caso, un diablo que
sustituye al padre12, y que recibe los atributos femeninos, que Freud interpreta
como la proyección sobre aquel de la propia femineidad del pintor.
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injerencia sobre la vida del sujeto en varios ámbitos –sino en todos. Y se trata de
un tipo de relación marcada por la sexualidad, y de una posición de objeto frente a
ese Otro.
Pero, ¿podemos hallar algo de ese Otro maligno que ubicáramos para
Haizmann en El malestar en la cultura? Si así fuera, ¿Dónde y cómo?
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Si de algo nos enteramos en la argumentación del Malestar…, es de cómo
el superyó deviene una instancia intrapsíquica, imperativa e ineludible. Ineludible
para el sujeto, en tanto y en cuanto éste no puede dejar de sentirse observado, y
consecuentemente castigado, según la perpetración de sus propios pecados. Y,
en este sentido, la dinámica y la lógica son bíblicas. ¿A qué nos referimos? Nos
referimos a que es ineludible escapar al castigo de las intenciones y de los
pensamientos, aún si las acciones valoradas negativamente por tal instancia de
autoobservación no fueren realizadas. Algo así como “pecar por intención”. Más
aún: con cada renuncia del yo en relación a alguna moción “pecaminosa”, lejos de
apaciguarse el superyó, se refuerza, y se vuelve más sádico. Hasta aquí,
podemos decir que aquella instancia demoníaca, claramente relacionada en
Haizmann con el complejo paterno, y con las funciones de ambos progenitores,
aparece claramente nombrada como superyó. Y, articulada a lo social, se trata de
una instancia vigilante, acechante y punitoria… siempre.
Hay un Otro social, que en el texto Freud llama cultura. Y la relación de esta
cultura con el individuo está signada por la tensión, la disputa y la imposibilidad.
Por un lado, tenemos las tendencias egoístas, que –en pos de la satisfacción
individual- enfrentan al sujeto con los intereses culturales. La sofocación de las
mociones sexuales y hostiles –si bien no de igual forma, ya que Freud presenta
matices al respecto- en la base de la sociedad, constituyen un ambiente inestable
y peligroso. Del lado de la búsqueda de la satisfacción, tenemos el “afán egoísta”.
Del lado de los intereses comunitarios, el “afán altruista” (Freud 1930, 136). Entre
ambos, el individuo disputado desde frentes diversos. Además, tal como señala
claramente Freud, el programa del principio del placer, si bien irrealizable, no por
ello es dejado de lado. “En el desarrollo del individuo, se establece como meta
principal el programa del principio del placer: conseguir una satisfacción dichosa;
en cuanto a la integración en una comunidad humana, o a la adaptación a ella,
aparece como una condición difícilmente evitable y que debe ser cumplida en el
17
camino que lleva al logro de la meta de dicha. Si pudiera prescindirse de esa
condición, acaso todo andaría mejor. (…)” (Freud 1930, 135).
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a los reclamos éticos del superyó de la cultura. Tampoco se cuida lo bastante de
los hechos de la constitución anímica de los seres humanos, proclama un
mandamiento y no pregunta si podrán obedecerlo. Antes bien, supone que al yo
del ser humano le es psicológicamente posible todo lo que se le ordene, pues
tendría un gobierno irrestricto sobre su ello. (…)” (Freud 1930, 138). El
mandamiento al que venía refiriéndose unas líneas más arriba, era “ama a tu
prójimo como a ti mismo”.
Para continuar con el Otro del Mal en el psicoanálisis, nos serviremos ahora
del texto de Lacan Kant con Sade (Lacan 1963; Kant 1788; Sade 1796). En
principio, intentaremos diferenciar algunos de los elementos que hemos venido
trabajando hasta aquí respecto de los otros autores. Esto es, cierta situación de la
inocencia, del pecado, del goce, del ser y de la existencia.
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(Gute) vuelve esos placeres (selbstsucht) menos respetables” (746)15. Aquí,
podemos comenzar a entender la lógica de esta relación: se trata de un menos de
deseo, por vía de una depreciación del objeto, al modo de la zorra y las uvas, la
popular fábula de Samaniego. Una sustracción de deseo que, al modo del
obsesivo, a propósito del cual Lacan va a leer la afánisis del sujeto (por subversión
de la afánisis del deseo, en Jones) lo que se va desluciendo es el objeto. Va
perdiendo el glance, podríamos decir. Más adelante, podemos observar como
Lacan puntualiza esto como la operatoria de pérdida de interés ligada a la
característica estoica. Lo importante es que hay ciertas relaciones entre la Ley
moral y su objeto, el Bien, que en su ubicación en lo Universal no trata con el
objeto que habita el mundo de los fenómenos. “Convendremos en que a todo lo
largo de la Crítica ese objeto se hurta” (747).
Uno de los movimientos que nos gustaría operar sobre este texto, es el de
establecer en qué y cómo Lacan pone a Kant con Sade. En qué puntos los pone
en contra, opuestos, en qué punto los pone a dialogar, en qué punto los homologa
en sus propuestas. Para recordar el eje que elegimos para este trabajo, el Otro del
mal, nos interesaría señalar que justamente allí, en la relación del Otro y los
goces, y el goce, y el sujeto y el objeto a, allí es un buen lugar dónde buscar
correspondencias y diferencias, según la lectura que podamos hacer sobre estos
conceptos.
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configura un contexto que es el mismo en el que Lacan va a poner a Sade con su
máxima:
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kantiana. Allí donde Kant se empecina en negar el objeto, justamente allí Lacan ve
surgir la voz, serguramente intangible y como tal difícil de localizar, pero no por
ello ineficaz.
Para resumir algo que Lacan desarrolla ampliamente y en todas sus aristas,
podemos decir que los avatares del fantasma dan cuenta del artificio puesto en
juego para obtener, a través de un partenaire erigido en instrumento de goce, el
desvanecimiento del sujeto, que desaparece en la perpretación del mal que es
ejercido por un verdugo que no es sino el objeto a de la experiencia en tanto
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instrumento. Un objeto a que se configura entre la obediencia ciega como ejecutor
de La Ley de un Otro maligno, que manda gozar sin límites, y el sujeto que en su
desaparición obtiene su máxima recompensa: un placer obtenido en una máxima
fusión con las cosas de la naturaleza, al precio de la máxima escisión posible
respecto del dolor y de todo el pathos inmanente a la experiencia.
“Ese fantasma tiene una estructura que volverá a encontrarse más lejos y
en la que el objeto no es más que uno de los términos en que puede extinguirse la
búsqueda que figura. Cuando el goce se petrifica en él, se convierte en el fetiche
negro en que se reconoce la forma claramente ofrecida en tal tiempo y lugar, y
todavía en nuestros días, para que se adore en ella al dios17.
Para avanzar en nuestro intento de precisar las coordenadas del Otro del
Mal en el psicoanálisis, nos interesa ahora abordar la problemática del dolor a
partir de tres preguntas formuladas por Lacan a los psiquiatras. Las tomamos para
nosotros:
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“¿No han escuchado pues, si creen tener mejor oído que los otros
psiquiatras, ese dolor en estado puro modelar la canción de algunos enfermos a
los que llaman melancólicos?
“¿Ni recogido uno de esos sueños que dejan al soñador trastornado, por
haber llegado, en la condición experimentada de un renacimiento inagotable,
hasta el fondo del dolor de existir?
“(...) Si lo seguimos, ¿no es más bien que el sadismo rechaza hacia el Otro
el dolor de existir, pero sin ver que por ese sesgo se transmuta él mismo en un
“objeto eterno” (...)?” (756 – 7) (Las cursivas son nuestras).
Para retomar los términos con que comenzamos nuestra lectura, decimos
que existir no es sin el Otro, pero que igualmente se puede ser en el Otro, mas en
una esencia que no se trata de existencia. El estado puro del dolor, en esencia, en
la inmanencia de la experiencia, allí es donde queda planteada la esencia del
dolor de existir. La conciencia de la necesidad de un Otro para que la propia
existencia advenga, puede ser muestra de una gran lucidez respecto de lo que es
del ser en el mundo. Pero ello no quita que, a la vez, pueda ser una experiencia
horrible, horrorosa, incluso catastrófica. El caso del melancólico, por lo menos
como lo evoca Lacan en la cita referida, pareciera reunir estas condiciones: una
enorme lucidez y un horroroso patetismo que no pueden otra cosa que habitar el
agujero en el Otro, pero sin que la ley de ese Otro alcance para sacar al sujeto de
la cueva del trauma.
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pathos de la inmediatez inherentes tanto al cuerpo que infringe el daño, como a
aquel que lo recibe. A esto Lacan le llama el “triunfo de la virtud”. La maldad
queda puesta en Otro plano.
Por último, podemos decir que el Otro del Mal en Kant con Sade, es un Otro
absoluto de la malignidad. Es también un Otro lógico y, como tal, lógicamente
posible a partir de las configuraciones específicas que términos tales como
Verleugnung, Spaltung y pathos encarnen en un cuerpo, determinando el modo
específico de relación de éste con la ley, no al modo del witz, sino al modo de la
sumisión absoluta al imperativo superyoico, a su voz, de manera ineludible. Este
Otro del Mal, leído claramente en la máxima sadiana del goce universal –Lacan el
primero- se corresponde con un modo específico de advenir sujeto en lo que hace
a las estructuras clínicas analíticas.
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Conclusiones
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El Mal lo malo
Spinoza -relación de relaciones de
esencias
-relación de inconveniencia
X -cuerpo afectado por
pasiones no activas (lo
opuesto de acciones)
-tristeza
Durkheim -Otro ausente de la -pérdida de lazos sociales
anomia. -desorientación
-abulia
-Mal de lo infinito. -cuerpo caído en el acto
suicida
Badiou -Otro del Mal resultante -terror (copia de un ser)
de un proceso de verdad -traición (infidelidad al ser)
viciado (Mal situado - -desastre (Mal totalizante)
coordenadas singulares) -cuerpos torturados,
asesinados, desaparecidos
Freud -frustración; denegación de
satisfacción por parte de la
realidad
-Superyó -duelo, pérdida
-inhibición, síntoma y
angustia
-vivencia de lo siniestro
-cuerpos sofocados por
mandatos superyoicos
Lacan -lo malo = lo bueno
-Imperativo de goce -“el triunfo de la virtud”
-“el dolor de existir”
-Otro absoluto maligno -cuerpos fragmentados
sometidos al puro goce
-posición subjetiva
masoquista
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desde una instancia maligna, fuente de malignidad; hay, en cambio, lo malo para
mí, lo malo en relación a relaciones de esencias. Y en esta relación de relaciones,
el cuerpo queda tomado como parte de aquella envoltura que puede ser
conveniente o inconveniente, y de acuerdo a ello, buena o mala. Conveniencia o
inconveniencia en acuerdo a fines según la esencia de que se trate, podríamos
decir; y en tal caso, la virtud estaría dada por la fidelidad a tal esencia. En este
caso, lo bueno o lo malo quedan del lado del individuo, y tal bueno o malo afectan
al cuerpo en tanto está tomado por la totalidad de relaciones en que participa
aquel. De esta forma, queda planteado algo así como un mal natural. No un Mal
radical o absoluto, sino un mal natural, en tanto habría esencias en las que el bien
para sí mismas estaría en hacer el mal, entendido éste en menos, como un
desviarse de los preceptos de Dios, por ejemplo (preceptos que, mosaicos o
paulinos, comprenden la dimensión de la vida comunitaria). De todos modos, el
cuerpo siempre queda sujetado a la destinación que la relación de la idea con la
esencia determinen. Y se trata de determinaciones más o menos inmediatas que
–no sin la suposición de un conatus necesario- le dan anclaje a tal cuerpo.
Con Durkheim, tenemos más bien un Otro social que regula, que provee las
normas. En situación de anomia, que no es otra cosa que la ausencia de normas,
pero en el seno de una sociedad que implica la regulación del Otro normativizante,
encontramos un Otro del Mal que es en ausencia. Podríamos decir, un Otro del
Mal que opera por omisión, in absentia. Además, este autor nos deja planteado, a
propósito del mal infinito y la relación de este con los avatares de la institución
matrimonial, la idea de un Otro que goza… ¿en el Mal?... En cuanto a los avatares
del cuerpo, en el caso de Durkheim, el cuerpo del sujeto social caído en la anomia,
puede caer hasta el punto del suicidio.
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que deviene absoluto. Un Otro del Mal que necesariamente, en su operatoria (que
ha quedado planteada en tres pasos, tal la propuesta de Badiou) necesita
identificar categorías que sitúan también el lugar de los enemigos (a eliminar en lo
real, tal el ejemplo de “judíos”). Y necesita “cavar en lo real” el vacío alrededor que
lo sostenga en ese lugar de Otro absoluto. Esta lógica de las verdades, y el
proceso del mal conceptualizado como un proceso de verdad viciado, nos permite
la idea de un cuerpo estigmatizado y cosificado ubicado en la categoría de aquello
que necesariamente debe dejar de ser para permitir la perpetuación de la
consistencia del Mal. Para citar un ejemplo, pensemos en el horroroso destino de
los cuerpos de los “judíos” (las comillas destacan, en este caso, la categoría en la
que vienen a quedar ubicados en esta conceptualización) en los campos de
exterminio del nazismo.
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En cuanto al análisis que hemos realizado de Kant con Sade, hemos podido
observar allí un movimiento principal: “la restitución, con Sade, del objeto que Kant
escamotea”. Allí donde Kant niega la presencia del objeto, Lacan ubica la
presencia del objeto voz. Esto, por un lado. Por otro, asistimos en la lectura del
escrito a una relación bastante particular que ocurre en la ligazón establecida
entre los cuerpos de los participantes de la experiencia sádica. Una relación que,
en acuerdo a la posición masoquista que se desprende de la enunciación de la
máxima universal, acentúa la posición de objeto de los cuerpos involucrados en la
experiencia. Un Otro absoluto del goce que conjuga el verbo en modo imperativo.
Otro absoluto del Mal. Frente a él, una posición masoquista que no hace más que
entregarse en la pura dimensión de cosa, a la merced de cualquier tipo de
exacciones, caprichos, abusos, vejámenes.
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Revista Universitaria de Psicoanálisis, Vol. 1, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires,
1999, 157-84.
-Séglas, J. (1888) Las alucinaciones y el lenguaje, (Prefacio a Hallucinations et Délire de Henri Ey),
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., Madrid, 1998, vol. XVIII, N°68, 673-677.
-Sontag, S. (1988) La enfermedad y sus metáforas – El sida y sus metáforas. Buenos Aires,
Taurus, 2005.
-Spinoza, B. (1665) Las cartas del Mal. Buenos Aires, Ed. Caja negra, 2006.
-Spinoza, B. (1675) Ética demostrada según el orden geométrico. (Introducción, traducción y notas
de Vidal Peña). Madrid, Alianza Editorial, 1984.
Notas:
1
El presente trabajo debe su existencia al seminario “El problema del mal”, dictado en el marco de
la Maestría en Psicoanálisis de la UBA, durante el año 2006, por los Profesores Osvaldo Umérez,
Fabián Allegro y Alicia Benjamín. Para ellos, mi agradecimiento: por el estímulo, por las ideas, por
la bibliografía.
2
Entidades divinas benéficas o maléficas, para los griegos, como veíamos en el caso de la
epilepsia; o diablos malvados, ángeles caídos hacedores del mal, para el cristianismo. Cf.
Diccionario de Símbolos y Mitos, Pérez Rioja, J. A., Ed. Tecnos, Madrid, 1997.
3
Palabra griega que podemos hallar en la raíz latina hiper, tal como en el caso de hipérbole,
relacionada con las ideas de exceso, exageración, más allá... (en este caso, “arrojado más allá”).
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Cf. Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, Corominas et al. Por otro lado, Yβρις es
también la desmesura proveniente de no escuchar al Λόγoς (de no estar en óµολογειν con él), tal
como lo dice Heráclito (B 43), y lo cita a propósito Heidegger en su conferencia “Lógos” sobre el
fragmento 50: “Es la desmesura (Yβρις), más que el incendio, lo que hay que apagar”. (Heidegger
1950, 196).
4
Cf. la lectura de G. Deleuze a propósito de la relación entre reposo y movimiento de las partes del
cuerpo en la Etica, en Spinoza: Filosofía práctica, Buenos Aires, Tusquets Editores, 2004, 44-5.
5
Esta conceptualización de la tristeza como estado en sí que puede ser vehiculizado en la
duración, en la existencia, merece el establecimiento de una conexión con el concepto de la
angustia en Kierkegaard, a propósito de la relación de ésta con el tiempo: Tanto en un primer
momento de inocencia; o bien en el mismo acto del salto cualitativo; o bien en un momento ulterior
(nuevo estado), el sentimiento de la angustia puede estar presente en su dimensión de instante.
Señalo ésto, porque me parece una puntualización importante en relación al concepto
psicoanalítico de castración: que la angustia está ligada a la castración, desde luego. También, en
la conceptualización spinoziana de la tristeza –en este menos de potencia que implica- es posible
leer cierta relación con la operación castratoria. (Cf. Kierkegaard 1844, 73-107).
6
En este punto, proponiendo una vez más una articulación con Kierkegaard, señalo cierta
resonancia que reconozco entre la anomia de Durkheim, y la libertad del maestro danés: “La
angustia puede compararse muy bien con el vértigo. A quien se pone a mirar con los ojos fijos en
una profundidad abismal le entran vértigos. Pero, ¿dónde está la causa de tales vértigos? La causa
está tanto en sus ojos como en el abismo. ¡Si él no hubiera mirado hacia abajo! Así es la angustia
el vértigo de la libertad; un vértigo que surge cuando, al querer el espíritu poner la síntesis, la
libertad echa la vista hacia abajo por los derroteros de su propia posibilidad, agarrándose entonces
a la finitud para sostenerse”. (Cf. Kierkegaard, S.; Op. cit.; p. 73).
7
Citado por Umérez, O. et al; en “Algunas puntualizaciones psicoanalíticas sobre Durkheim”;
Facultad de Psicología, UBA, Secretaría de Investigaciones, XII Anuario de investigaciones, 2004,
p. 273.
8
En este sentido, un vacío en el corazón de la situación anterior... es que referíamos más arriba, a
propósito de Durkheim, la posibilidad de leer a La mujer como Otro.
9
Heidegger, a propósito de όνοµειν, nombrar, dice lo siguiente: “Nombrar significa: llamar para
que salga. (…) El nombrar (όνοµα), pensado a partir del λέγειν, no es ningún expresar el
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significado de una palabra, sino un dejar-puesto-delante en la luz en la que algo está por tener un
nombre”. Vg. “Lógos”. En Conferencias y artículos, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994, 193.
10
Se trata de “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, escrito en 1922, y publicado en 1923 en
Imago, 9, Nº 1, 1-34.
11
La alucinación verbal psicomotriz de Séglas es un ejemplo de esta esquicia en la distribución de
las subjetividades: las palabras pueden ser proferidas por el mismo cuerpo que, sin embargo,
desde otra posición subjetiva, las escucha alucinatoriamente. (Séglas, 1888).
12
Y Freud da cuenta de esta sustitución, a propósito de la solicitación que hace por escrito el
propio Haizmann, y que llama la atención de Freud la particularidad de su redacción, contrariando
las formas tradicionales esparables de un pacto diabólico (p. ej. el Fausto). El primer pacto, escrito
con tinta negra: “Yo, Cristoph Haizmann, me suscribo con este Señor: a ser su hijo carnal por 9
años”. El segundo, escrito con sangre, decía: “Cristoph Haizmann. Yo me comprometo con este
Satán a ser su hijo carnal, y a pertenecerle en el noveno año en cuerpo y alma” (Freud 1923, 95).
13
Alicia Benjamín, en su artículo “Perspectivas éticas en Freud y Lacan”, dice: “Desde el principio
del texto Freud nos informa que este programa [el del principio del placer] es absolutamente
irrealizable. Parte entonces de la imposibilidad. Lo paradójico es que no sólo es imposible realizar
el programa del principio del placer, es decir la evitación total del displacer, sino que también es
imposible dejar de buscar la felicidad. Con lo cual estamos frente a una división en el campo mismo
del principio del placer. El principio de placer es imposible de realizarse, pero también es
imposible renunciar a buscar dicha realización” (Benjamín 2004, 1).
14
Cf. al respecto El artículo de Gabriel Lombardi “La mediación de lo imposible (la frontera entre
lazo social y delirio)”. En Revista Universitaria de Psicoanálisis, Vol. 1, Facultad de Psicología,
Universidad de Buenos Aires, 1999, 157-84.
15
Lacan, J., “Kant con Sade”, Escritos 2, Ed. Siglo Veintiuno, Argentina, 1988. Cada vez que al
lado de una cita se encuentre un número entre paréntesis, este se refiere al número de página de
esta obra.
16
Respecto de la calidad de asesino de aquel que funcione como instrumento de tormento,
justamente queda vedada esta posibilidad –lo cual no implica que la víctima no muera- ya que uno
de los requerimientos del fantasma sádico es la condición de que la víctima no consienta el
sufrimiento, por un lado, y por otro... que sobreviva. Lacan lee las muertes más bien como un
recambio del mismo objeto en las escenas propuestas por Sade en La filosofía... Cf. p. 767.
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17
Aquí resuena en nosotros el concepto de Badiou de “vacío situado”, como nudo de todo proceso
de verdad, que debe ser cuidado en su condición de vacío como condición ética sine qua non. En
este caso podríamos hablar de goce situado, habitado, y ejercido, al modo de obturación,
“taponamiento” de la abertura que permitiría la estabilización de un fantasma al servicio de
mantener el campo del deseo, y no de caer en la realificación de sus determinaciones.
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