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¿Ya te hiciste un chequeo de conciencia?

En estos tiempos, la gran mayoría de nicaragüenses ha manifestado creer y poner su esperanza en Dios. Al menos
desde mi parecer, nunca había visto tanto interés por la oración, por el rosario, por participar en Misa y por invocar
el nombre de Dios. ¡Hasta que nos vemos todos en la necesidad! Pero, al final, está bueno, porque estamos
reconociendo que Dios es el Rey de Reyes y Señor de Señores, que Nicaragua está en sus manos.

Así tiene que ser… Cristo ya derramó su sangre en la cruz para salvarnos y darnos libertad. Hebreos 10, 21 dice:

“Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios”

Pero… Pero… Hay ciertos puntos que tenemos que tomar en cuenta cuando nos presentamos ante el Señor.
Hebreos 10, 22 señala:

“Por eso, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con una fe completamente segura, limpios nuestros corazones
de mala conciencia y lavados nuestros cuerpos con agua pura.”

Entonces, no es solo decir: “voy a orar”, “hagamos una vigilia”, “invitemos a una jornada” … Jesús enseñó que no
todos los que decimos “Señor, Señor” van a entrar en el reino de los cielos… ¿Por qué? Porque si nos vamos a
presentar ante él debemos hacerlo con la actitud correcta.

Si usted va presentarse ante un rey, va buscar cómo ir lo más presentable posible… La mejor prenda que tenga,
los mejores zapatos y bien limpios, bien maquillada, un buen corte de cabello, perfumados… Eso hacemos.

Entonces la Biblia nos dice que para acercarnos a Dios hay cuatro áreas que debemos chequear:

1- Nuestro corazón: Debe ser sincero. Sin nada que ocultarle, mostrarnos cómo somos realmente, sin ninguna
maldad o hipocresía. Dios conoce lo que hay en nuestro corazón, no podemos engañarlo.
2- Nuestra fe: Debe ser completamente segura. Una fe certera, una confianza plena en Dios.
3- Nuestra conciencia: Debe ser limpia y sana. No podemos ir con mala conciencia ante Dios.
4- Nuestro cuerpo: Debe estar purificado. Recordemos que el cuerpo es templo del Espíritu Santo.

El corazón y la fe tienen que ver con nuestra actitud, ¿cómo actúo?: ¿Estoy siendo sincero conmigo mismo y con
Dios? ¿Mis intenciones son buenas o vengo ante Dios con segundas intenciones? ¿Me estoy acercando con plena
confianza? ¿Estoy depositando toda mi fe en Dios o estoy dudando de lo que él puede hacer?

La conciencia y el cuerpo tienen que ver con nuestro estado, ¿cómo estoy?: ¿Estoy en pecado? ¿He estado
haciendo lo incorrecto y vengo con humildad y arrepentimiento? ¿Acaso vengo sin ninguna vergüenza ante Dios
sabiendo que estoy haciendo el mal o que mis actitudes no son correctas? ¿He atentado contra mi cuerpo o la
integridad de los demás? ¿Estoy usando mi cuerpo para bien o para mal de los demás?

No soy psicólogo, pero he leído y por mi propia experiencia he aprendido que nuestro estado influye en nuestra
actitud. Por ejemplo: Si estás contento, es muy probable que, si te saludo, me sonrías. Si estás enojado, talvez me
ignores. Si estas triste, apenas va a volver a verme…

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Cuando nos presentamos a Dios es importante que revisemos nuestro corazón y nuestra fe, para saber cómo estoy
actuando y cuál es mi actitud ante el Señor. Pero, quizás tiene mayor prioridad que revisemos nuestra conciencia
y nuestro cuerpo, para saber en qué estado nos encontramos y cómo nos estamos presentando.

Quiero enfocarme en éstas dos áreas: conciencia y cuerpo, pero sobre todo en la conciencia.

Cuando uno está haciendo algo o cuando apenas está pensando hacerlo… Uno reconoce en ése mismo momento
si ése acto es bueno o malo… Ésa es la conciencia.

La conciencia es el conocimiento del bien y del mal que nos permite juzgarnos a nosotros mismos. Atención con
eso, no es para juzgar a los demás, es para juzgarnos a nosotros mismos.

Tenemos que saber también que nuestra conciencia se puede deformar, y lo peor es que quienes la deformamos
somos nosotros mismos…

 Cuando hacemos algo sabiendo que está mal, y aun así decimos: Sólo es una vez, nadie se va andar
fijando… Y el si la hizo una, la hace dos… y el que dice dos, dice tres… y así poco a poco pasamos a aceptar
lo malo como algo normal, a veces hasta llegamos a decir que no es tan malo como dicen.
 Cuando decimos que no hay que exagerar… Ni que fuera el gran pecado... De todos modos, después me
confieso… Al final es mi vida y yo decido qué hacer con ella… Y la conciencia te señala, pero es como si le
pusiéramos una mordaza para acallarla.
 Cuando nos justificamos: Todo mundo lo hace… Hay gente que hace cosas peores… Si fulano lo hace, ¿por
qué yo no?... No soy tan malo como sultano, sigo siendo bueno… y deformamos la conciencia.

Deformar nuestra conciencia tiene consecuencias dañinas: primero, la falta de conciencia; también nos hace
indiferentes con los demás, egoístas, hipócritas, orgullosos, tercos… y la lista puede seguir hasta llegar al punto
de la dureza de corazón.

Normalmente nosotros cometemos el terrible error de medirnos con nuestra propia vara en vez de medirnos con
la vara de Dios. Y casi siempre lo hacemos así, para justificarnos y seguir la misma vida como si nada.

La vara de Dios está en su palabra; es lo que Él dice, no lo que yo pienso que es.

Gracias a Dios, así como podemos deformar nuestra conciencia, también podemos formarla o reformarla para que
siempre sea luz en nuestro caminar. Si queremos cumplir la voluntad de Dios, debemos formar nuestra conciencia
en base a los principios cristianos, es decir, las enseñanzas de Jesús.

Pero, ¿Qué es lo más importante de toda la enseñanza de Jesús?

La biblia cuenta que un día de tantos se le acercó a Jesús un maestro de la ley para preguntarle cuál era el
mandamiento más importante…

“Jesús le dijo: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mateo 22, 37)

Sin duda, ése es el mandamiento más importante y el primero de todos. Pero, Jesús va más allá porque añadió:

“Hay un segundo, parecido a este; dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39)

Jesús enseña que en estos dos mandamientos está resumida toda la ley y los profetas. Y es en esos dos principios
que debemos formar nuestra conciencia, ése es el centro de la enseñanza de Cristo.
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Toda la enseñanza cristiana gira en torno a éstos dos mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al
prójimo como a uno mismo… Tanto así, que cuando nos preparamos para recibir el sacramento de la
reconciliación, o confesión, lo hacemos con un examen de conciencia que evalúa éstos principios.

Lamentablemente, siempre buscamos medirnos con nuestra propia vara y no con la de Dios. Por eso nos
justificamos o, como decimos popularmente, nos hacemos los locos.

El evangelio de Lucas nos relata que el maestro de la ley quiso justificarse preguntando: ¿Quién es mi prójimo?

Entonces, Jesús aprovecha la pregunta para contar la parábola del buen samaritano. (Lucas 30-37)

La mayoría conocemos esa parábola… Un hombre iba por un camino y es asaltado por unos bandidos que le roban
todo lo que andaba, lo golpearon y lo dejaron abandonado a punto de morir. Pasó por el mismo camino un
sacerdote, lo vio, dio la vuelta y se fue; después pasó un levita que hizo lo mismo. Pero, luego pasó un samaritano,
lo vio y sintió compasión, se acercó, le dio los primeros auxilios y lo llevó a una posada para cuidarlo y que se
recuperara… Al final de la parábola, Jesús pregunta: ¿Cuál de los tres es el prójimo? Y el maestro de la ley
respondió: El que se compadeció de él. Jesús responde: Ve y haz tú lo mismo.

Cuando nosotros apartemos un momento para leer, estudiar y reflexionar la palabra de Dios; un buen ejercicio es
buscar identificarse con los personajes de la historia y así confrontarnos a nosotros mismos.

Pero antes, tenemos que entender por qué el maestro de la ley hizo esa pregunta para justificarse…

Para los judíos, en aquellos tiempos, el prójimo era un miembro de la familia, del entorno, un compatriota… pero
si era alguien extranjero, no se pensaba que fuera un prójimo. Si trasladamos eso a nuestra realidad, diríamos que
prójimo podría ser un nicaragüense, o alguien de nuestra familia, o considerar prójimo a alguien que comparta mi
fe, mis creencias religiosas o mis creencias políticas, si tiene la misma ideología puede ser mi prójimo… si no,
entonces no lo considero mi prójimo. Así era la idea de prójimo que tenían los judíos.

Ahora que sabemos eso, pasemos a identificar a los personajes:

Primero aparece el sacerdote: Sin duda era judío, como religioso que es, seguro esperaban que se compadeciera,
pero apenas vio a aquel hombre tirado dio la vuelta y se fue, la biblia no dice que se acercara. Talvez pensó que el
hombre estaba muerto y por eso mejor no se acercó. En aquellos tiempos, había una ley que indicaba que, si un
sacerdote tocaba un cadáver, entonces quedaba impuro… y para poder purificarse iba tomar varios días. Además,
algunos estudiosos asumen que el sacerdote venía del templo, y pudo pensar que ya había cumplido su deber
religioso. Pensó más en él mismo: ya él había cumplido, acercarse a aquel hombre tirado le podía salir caro, mejor
decidió pasar de largo.

 ¿Qué tanto nos parecemos a éste sacerdote?... A veces pensamos más en nosotros mismos, y ni siquiera
nos preocupamos por lo que les pasa a los demás… Con que lo que está pasando no tenga que ver conmigo
o mi familia, no me importa… Con que yo cumpla mis deberes religiosos, sé que estoy bien, qué me importa
lo que le pase al otro… Ah, es que eso de ayudar a otros me puede salir caro… Mejor hagamos como que
no nos damos cuenta de lo que pasa, y que todo está bien, sigamos el camino. Eso señores es indiferencia
y egoísmo, y es signo que algo malo hay en nuestra conciencia.

El segundo personaje no es muy diferente al primero, un levita: judío también, y como todo levita, un cumplidor
de la ley. Tampoco se compadeció de aquel hombre, lo vio tirado, dio la vuelta y pasó de largo.
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El levita también conocía la ley sobre tocar un cadáver y ser señalado de impuro. Algunos dicen que el levita
alcanzó a ver que el sacerdote pasó y lo ignoró, por eso él hizo lo mismo. Si el sacerdote no se detuvo, él tampoco
lo iba a hacer. Talvez sintió curiosidad o escuchó en su conciencia que debía ayudar, pero no lo hizo, porque tuvo
miedo de que los bandidos estuvieran por ahí, o no lo hizo porque pensó que si lo habían dejado ahí tirado era
porque se lo merecía, y si no lo reconoció, mejor ni se acercó.

 ¿Qué tanto nos parecemos a éste levita?... ¿Cuántas veces hacemos lo que los demás hacen por miedo al
qué dirán, o a ser acusados?... ¿Cuántas veces no hacemos caso a nuestra conciencia solo por dejarnos
llevar por lo que los demás nos dicen y hacen?... También a veces decimos: está bueno que le pase, él o ella
se lo buscó, además yo ni lo conozco… mejor sigo mi camino y ni siquiera me molesto.

El último personaje, es el samaritano: Los samaritanos y los judíos se odiaban. Había diferencias entre ellos… Los
samaritanos consideraban que el lugar de culto para Dios era el monte Gerizim, mientras que los judíos decían que
era Jerusalén. En cierta ocasión, el ejército judío destruyó el templo samaritano en el monte Gerizim y años más
tarde, unos samaritanos profanaron el templo judío en Jerusalén. De ahí el gran odio que se tenían.

Tanto era el odio y el desprecio, que los judíos preferían rodear la región de los samaritanos para no tener contacto
con ellos. Eso significaba tener que caminar 40km más y en una ruta mucho más difícil. Para los judíos todos los
samaritanos eran malos, hasta debieron pensar que el samaritano iba a rematar a aquel hombre.

Sin embargo, el samaritano era diferente, hizo a un lado esas diferencias… No le importó si aquel hombre era
judío, samaritano o lo que sea que fuera… Era un hombre que estaba necesitando, un hombre que había sido
golpeado, atacado sin piedad, era un necesitado de apoyo y ayuda… El samaritano dejó que Dios amara a través
de él… Dice la biblia que, al verlo, sintió compasión, demostró ser solidario y amar al prójimo.

 ¿Qué tanto nos identificamos con el samaritano?... ¿Cuántas veces dejamos que nuestras diferencias
sociales, políticas, religiosas o ideológicas influyan en nuestro deber cristiano de ayudar al necesitado?...
Ante los necesitados en nuestro alrededor, nuestra ciudad, nuestro país… ¿somos compasivos con los
demás? ¿estamos siendo solidarios? ¿qué tanto estamos amando al prójimo?

En la parábola de Jesús, nos habla en cierta forma de la solidaridad, un valor muy importante en la vida cristiana.

Sobre la solidaridad podemos leer que: un gran obstáculo es la inclinación a creer que todo lo que no nos afecta de
manera directa y personal, no es de nuestra incumbencia… Por eso, escuchamos decir: “Mientras el problema no
sea conmigo, a mí qué me importa lo que les pase a los demás”

La falta de solidaridad denota indiferencia, egoísmo y estrechez de miras en cuanto seres humanos, o sea, falta
de humanidad. También podemos decir, que el individualismo exagerado conduce a la insensibilidad.

Cuando Jesús contó la parábola del buen samaritano pretendía enseñar que el amor a Dios y al prójimo está por
encima de toda ley, política, norma o creencia religiosa.

Para poder amar a Dios sobre todas las cosas, es necesario amar al prójimo, sin importar si es de nuestra familia o
no, si piensa igual a mí o no, si es extranjero o compatriota, si su ideología es igual a la mía o no, si su color de piel
o su posición social es diferente a la mía… Si hay un necesitado, nuestro deber cristiano es solidarizarnos con él,
es acercarnos a él, compadecernos, ayudar, apoyarle… eso es amar al prójimo.

San Juan nos deja claro que:


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“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su
hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Juan 4, 20)

En la parábola encontramos personajes que se dejaron cegar por sus ideologías, pensamientos, creencias y
diferencias sociopolíticas; y eso les impidió amar al prójimo.

En las personas y en grupos de personas existe algo llamado: Conflicto entre valores confesados y vividos.

Los valores confesados son aquellos que confesamos como valores reales, y con buena voluntad, en los que
creemos teóricamente… y los valores vividos son aquellos que realmente realizamos y mueven nuestra vida.

En otras palabras, el conflicto es cuando no hay coherencia entre lo que decimos y hacemos.

Y es ahí, cuando entra en juego nuestra conciencia… En la parábola hay otro personaje involucrado, además de
Jesús: el maestro de la ley, el que hace la pregunta… Cada uno de nosotros somos el maestro de la ley, sabemos,
creemos y confesamos la teoría de amar a Dios y al prójimo, pero, se nos olvida y no la practicamos.

Amar a Dios y al prójimo son los principios fundamentales para formar nuestra conciencia.

Además de la conciencia, debemos revisar nuestro cuerpo… El samaritano puso a disposición su cuerpo para ver
al necesita, cargarlo en sus brazos, caminar hacia él, curarlo con sus manos… Podemos usar nuestro cuerpo para
ayudar al necesitado.

Así cuando nos presentemos ante Dios debemos asegurarnos de tener una conciencia bien formada, sana y limpia;
además, tener el cuerpo purificado. Y, ¿cómo logramos eso?

La conciencia se forma: estudiando la biblia, pidiendo consejo o ayuda a alguien que esté bien formado,
rodeándote de personas que te ayuden a crecer, reflexionar antes de actuar. Y para mantener una conciencia
limpia y sana, la mejor manera es realizándose, si es posible diario al final del día… un examen de conciencia.

El cuerpo se purifica manteniéndolo sano y aseado, obviamente, pero también por medio del sacramento de la
reconciliación. Porque por medio de la confesión, Dios nos limpia de todas las culpas que cargamos.

Así que, para presentarnos ante Dios debemos hacernos un chequeo… revisar nuestra conciencia y nuestro cuerpo,
revisar nuestro estado ante Dios es necesario si queremos presentarnos dignos ante Él.

También, además del estado con que llegamos ante Dios, hay que revisar nuestra actitud, y para eso hay que
chequearse el corazón y la fe con que acudimos ante el Señor… pero ese tema lo veremos próximamente.

Para terminar, quiero hacer énfasis en la importancia de presentarnos dignos ante Dios… No es solo decir: Señor,
Señor, aquí estoy… Hay que revisar el estado con que llegamos, revisar nuestra conciencia y nuestro cuerpo… Hay
que chequearnos a nosotros mismos, y asegurarnos que nuestra conciencia esté bien formada, y que el amor a
Dios que decimos tener se corresponda con nuestro amor al prójimo; sin importar diferencias del tipo que sean…
pidamos a Dios ser más humanos, más solidarios con los demás, más cristianos.

Finalmente, quiero invitarlos a hacernos un buen examen de conciencia y buscar del sacramento de la
reconciliación… en el sacramento de la confesión recuperamos nuestra dignidad de hijos de Dios, para dirigirnos
con la actitud correcta ante nuestro Señor, Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.
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