Volver a Jesús
Lo cristiano ayer y hoy
Índice
Frontera-Hegian. Llega a su n°100 7
Presentación 9
I. Problemática actual 11
I. Pluralidad de experiencias 11
Problemática nueva y radical 12
Modelos cristológicos 13
Actitudes 15
II. Volver al Jesús histórico 17
Por qué este volver al Jesús histórico 17
El más de Jesús 19
Frutos espirituales 23
¿Riesgo de reduccionismo? 24
III. Jesús, el Espíritu Santo y la Iglesia 27
El acontecimiento y los testigos 27
El Señor, su Espíritu y su Iglesia 28
Iluminación interior 29
Centralidad del Nuevo Testamento 29
IV. Volver al Señor resucitado 31
"Jesús es Señor" 31
"Si el Padre no atrae..." 33
El secreto es la presencia 34
Ser en Cristo Jesús 35
Volver al Padre 36
V. Recuerdo y presencia 39
Un evangelio y cuatro evangelistas 39
Género literario 40
Dificultades 43
Un texto paradigmático 44
VI. La relación con Jesús 47
La relación afectiva inicial 47
Enraizamiento existencial 47
Discernimiento personalizado 49
El encuentro fundante 50
VII Cristificación 53
El don 53
Amor de fe 54
Existencia 55
Esperanza 56
VIII. Volver a Jesús en la vida consagrada 59
1. Identidad carismática 59
2. Problemática 60
3 Realismo 61
4, Ante el futuro 62
Agradecimiento 64
Bibliografía 65
Frontera-Hegian llega a su n° 1.00
FRONTERA-HEGIAN llega al número 100 de su andadura. Un buen momento del
camino para hacer memoria y para agradecer tantas pequeñas luces con las que el
Espíritu ha ido orientando nuestros pasos en estos tiempos de Éxodo de la Vida
Consagrada.
Los Cuadernos Frontera-Hegian han querido ser en estos 25 años como esas
pequeñas señales, pintadas sobre rocas y árboles, que nos orientan en el monte para
llegar a la cumbre sin extraviar el camino. Es decir, pequeñas luces para no perder la
ruta del seguimiento de Jesús en medio del intrincado bosque de cambios y desafíos que
nos está tocando vivir.
Es también el momento de agradecer a tantos/as colaboradores que han aportado
con gran generosidad lo mejor de su fe, de sus búsquedas, de su experiencia y de su
sabiduría. Ellos/as han sido la mediación con la que el Espíritu ha animado nuestras
propias cambio, para renovamos en conversión, para reestructuramos en vistas a la
revitalización.
Y es también la hora de agradeceros a todos vosotros/as, suscriptores/as que
habéis valorado esta mediación y que, de esa forma, habéis mantenido alta nuestra
motivación para hacer lo mejor posible nuestro trabajo.
Frontera-Hegian ha buscado siempre iluminar nuestra forma de vida desde una
perspectiva interdisciplinar, integrando ciencias humanas y espiritualidad: antropología,
sociología, psicología, teología, carismas, misión, eclesiología, pobres, votos, cultura...
Por ello, cuando buscábamos un nombre para estos cuadernos perseguíamos un
símbolo-metáfora que expresara nuestros propósitos de apertura, integración,
búsquedas, interioridad, encuentro, compromiso, salir... fidelidad a lo esencial. Esto
quiere ser Frontera-Hegian.
Bajo el título de VOLVER A LO ESENCIAL, en los cuatro cuadernos de este año
queremos recoger sintéticamente un trasunto de lo que han ofrecido estos 100 números:
Volver a Jesús
Volver a la Iglesia
Volver al Mundo
Volver a nuestra identidad
Donde VOLVER significa recrear la identidad en una doble conversión: a los
orígenes y a los signos de los tiempos donde Dios nos habla para que reencarnemos
nuestros carismas fundacionales. Eso fue justamente lo que nos pedía el Vaticano II:
"La adecuada renovación de la vida religiosa comprende, a la vez, un retorno constante a
las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos, y una
adaptación de estos a las cambiantes condiciones de los tiempos" (PC 2).
Con la certeza de que el mismo Santo Espíritu seguirá iluminando nuestro rumbo,
nosotros afrontamos con la ilusión de siempre esta nueva singladura de FRONTERA-
HEGIAN al servicio de la Vida Consagrada.
La dirección.
- Presentación -
VOLVER A JESÚS, tal es la consigna primera y central que ha guiado a nuestro
instituto y a nuestros cuadernos. A veces a través de temas laterales; otras veces, de
modo explícito y clarificador.
Cada época realiza la consigna de modo distinto. En las décadas anteriores al
Concilio Vaticano II, la perspectiva era primordialmente dogmática, subrayando algunos
aspectos de la espiritualidad. Hoy no podemos olvidar la problemática cristológica que ha
nacido de la crítica histórica y del contexto sociocultural. Dentro de la vida religiosa
misma nadie duda de la centralidad de Jesús; pero la relación personal que se vive con Él
ha adquirido matices variados.
Cuando el subtítulo dice "lo cristiano ayer y hoy" quiere dar a entender que Jesús
es nuestra identidad; pero también que la hemos vivido y vivimos de modo plural. Las
reflexiones que siguen ofrecen un camino, aplicable a cualquier vocación cristiana, pero
más específicamente a la vida religiosa y consagrada.
- Capítulo 1 -
Problemática actual
Comencemos por una toma de conciencia de cómo la vuelta a Jesús hoy requiere
lucidez, pues la problemática, en comparación con otras épocas, ha adquirido una
radicalidad imprevsible.
1. Pluralidad de experiencias
Hay cristianos/as que siguen acercándose a Jesús con la misma mentalidad y
sensibilidad religiosa que hace siglos. Jesús es la segunda persona de la Santísima
Trinidad que se hizo hombre, vino a redimimos con su pasión y muerte y lo adoramos
como Dios y Señor.
Hay matices, pues en la Iglesia latina tal visión dogmática fue modulada por el
humanismo gótico, y por ello, la espiritualidad acentuó la contemplación de los misterios
del nacimiento e infancia de Jesús, y luego, de la pasión, muerte y resurrección. La
humanidad de Jesús configuró la piedad; pero en ningún momento amenazó la fe en su
divinidad.
A partir de la introducción de la racionalidad crítica en la lectura de los
evangelios (siglos XIX y XX) se produce una auténtica revolución:
La distinción (e incluso contraposición) entre el Jesús histórico y el Cristo
de la fe disocia la imagen de Jesús.
¿No será la confesión de fe en la divinidad de Jesús producto del
helenismo, en el que creció el cristianismo primitivo?
En qué medida el predominio de la cristología dogmática de los grandes
concilios de Nicea, Éfeso, Calcedonia, ha condicionado e incluso reducido la
experiencia central de Jesús. Basta pensar en los textos de la liturgia
eucarística.
Así que hoy, no solo en las clases de teología, sino sobre todo en la vida y
experiencia espiritual del cristiano/a nos encontramos con una variedad pluriforme
desconocida en otras épocas.
Hay muchos que siguen leyendo a la letra los relatos evangélicos, sin comprender
cómo han sido escritos. Y hay otros que, con el conocimiento de los géneros literarios,
terminan haciendo de los evangelios textos de sabiduría religiosa, no más.
El problema más grave: cómo vivir la relación personal con la persona de Jesús, si
se acepta, por supuesto, que el profeta de Galilea, que murió crucificado bajo Poncio
Pilato, es el Señor, sentado a la derecha de Dios Padre y que vive hoy para damos la vida
de Dios.
2. Problemática nueva y radical
Hay dos factores, a mi juicio, que han radicalizado la problemática sobre el Jesús
transmitido durante siglos a partir de las grandes controversias cristológicas de los
siglos IV-VI.
1) La influencia progresiva de lo que se ha llamado la "ilustración" en la teología y en
la pastoral. Se trata de un fenómeno del pensamiento occidental, íntimamente
ligado al fenómeno más global de la cultura: la razón pretende tener la última
palabra sobre la fe, o de un modo más suave, pretende iluminar las creencias con
métodos científicos o filosóficos.
Por ejemplo, al introducir en la lectura de la Biblia la razón crítica y
descubrir cómo ha sido escrita, la teoría de los géneros literarios ya no permite
hacer de los evangelios crónicas fidedignas de lo que ocurrió. Los relatos de la
infancia (Lc 1-2 y Mt 1-2) no tienen base histórica, o los del bautismo en el Jordán
o la transfiguración de Jesús, han sido contados a la luz de la resurrección de
Jesús, y por lo tanto, han sido reelaborados y transmitidos desde la perspectiva
de la confesión creyente de las comunidades cristianas.
Decir que la Biblia es un conjunto de libros escritos por creyentes para
creyentes obliga a distinguir la realidad histórica verificable y el testimonio
creyente con que se quiere iluminar el sentido de la existencia a la luz de la fe que
infunde el Espíritu Santo.
La aplicación más incisiva se ha plasmado en la diferenciación entre el
"Jesús histórico" y el "Cristo de la fe". Así que la cuestión repetida y crucial se
formula constantemente en estos términos: ¿Quién fue realmente Jesús, un judío
reformador religioso o el Mesías e Hijo de Dios que
proclaman los evangelios y las iglesias cristianas?
2) El otro factor viene dado por el horizonte cultural en que
se mueven las sociedades occidentales: el
antropocentrismo. Comentemos algunas aplicaciones:
Durante siglos, la fe cristiana era creíble si divinizaba
al hombre, es decir, si promovía su trascendencia y la relación con Dios. Ahora,
la fe cristiana es creíble si humaniza.
En otras épocas, aceptar la divinidad de Jesús no resultaba problema: sus
milagros lo probaban, su personalidad extraordinaria, su muerte ejemplar, su
resurrección... Hoy podemos aceptar, en el mejor de los casos, que era un
hombre cercano a lo divino, pero el Hijo de Dios...
La "ilustración", aplicada a la historia y también al mundo religioso, ha ido
desmitificando la figura de Jesús, hasta el punto de poder ser entendido como
una figura humana excepcional, pero nada más: símbolo de las grandes causas,
fundador de una de las religiones universales, sabio entre los sabios de la
especie humana...
Así que el apriori interpretativo de Jesús ha sufrido un giro radical: cada
palabra y cada acto, su muerte desde luego, e incluso su resurrección caben
perfectamente en el esquema antropológico de la realización del hombre. Él es un
referente paradigmático, no más.
3. Modelos cristológicos
Dada la problemática actual, hay una sobreabundante literatura sobre Jesús. Este
número de "Frontera" nos exige concentración y selección. Así que apelaré a tres
modelos significativos:
a) El primero es el que diferencia entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe hasta
crear un hiato.
La fe sería producto propio de la Iglesia, de las comunidades cristianas.
Tendría como referencia la resurrección; pero el Jesús histórico, cuyo final fue la
cruz, solo sería, en el mejor de los casos, un profeta judío caracterizado por el
intento radical de reformar el judaísmo de su época.
El método de investigación es el socio-religioso. La aproximación al Jesús
histórico reproduce la de las grandes personalidades: el estudio del contexto en que
Jesús habló y actuó, y con el que tuvo que enfrentarse, y cuya consecuencia terminó
fatalmente con la persecución y la condena a muerte.
Este método reivindica la posibilidad de encontrar en los evangelios, por
debajo de su formulación creyente, suficientes datos como para hablar de un
personaje real y verificable históricamente, aunque no puede construirse una
biografia propiamente dicha, tal como hoy nos la planteamos.
Desde mi punto de vista, la mayor objeción a este camino de acceso a Jesús
reside en el carácter reductivo del método. ¿Cómo se puede ignorar en los evangelios
la autoconciencia de Jesús y la novedad con que El aborda y presenta el Reino?
Evidentemente, el contexto socio-religioso ilumina, y además, por contraposición;
pero la reducción a líder carismático, reformador o profeta nace apriori, frecuente
en la ciencia histórica: la necesidad de encuadrar en un esquema preestablecido los
datos de una personalidad. La pregunta crucial es si en Jesús hay más, y ese más está
dado por su historia personal, fundamentada directamente en la autoconciencia de su
misión.
Habría que mutilar arbitrariamente al menos en los evangelios sinópticos gran
parte de los hechos y dichos de Jesús, que son recuerdo histórico, aunque hayan sido
transmitidos a la luz de la fe. Mutilación no justificable.
b) Hay otro método, que parte también de un apriori: que los evangelios no son
crónicas, pero sí recuerdos reales del Jesús histórico, que Jesús fue
absolutamente único, tanto que la fe que nació en la Iglesia por gracia del Espíritu
Santo consistió en descubrir y formular lo que había sido dado en el Jesús de
Nazaret, Galilea y Jerusalén.
La perspectiva dogmática condiciona en este caso el acceso al Jesús histórico,
por ejemplo:
La manera que Jesús tiene de hablar de Dios como Abbá nace de su
filiación divina consciente, aunque los discípulos no pudiesen comprender
todavía su ser uno con el Padre, es decir, su origen trinitario.
Lo que dice y hace solo es comprensible como revelación personal de Dios;
trasciende todo profetismo.
La autoconciencia que tiene de su pasión y muerte es la de ser mediador
único, redentor universal. La Iglesia cristiana hará teología, pero solo
explicitando lo dado en el Jesús histórico.
La resurrección es la consecuencia de lo que ya estaba dado en Jesús: ser
Dios, que contiene la vida eterna.
Así que Jesús, en su realidad histórica, es hombre cabal e hijo de Dios en
uno, sin confusión ni división.
Este camino incorpora amplios conocimientos de la racionalidad crítica en la
lectura de los evangelios, por ejemplo, lo que se refiere a los géneros literarios;
pero resalta de tal manera la continuidad entre el Jesús histórico y el Cristo de la
fe, que me parece condicionado por la perspectiva dogmática.
c) Hay otro camino, que yo he ensayado, cuyas tesis básicas son las siguientes:
La resurrección de Jesús introduce una novedad en el acceso a Jesús: el paso
del hombre Jesús, el histórico, a Jesús, el Señor, confesado por la fe.
Pero hay algunos puentes entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, que
permiten hablar de discontinuidad en la continuidad, por ejemplo, la autoridad
personal y escatológica con que Jesús se manifiesta en su misión y en la relación que
establece con los discípulos.
Hay pretensiones en su personalidad irreductibles a ningún concepto
antropológico o religioso, por ejemplo, el de maestro o profeta. La conciencia con que
aborda su muerte a partir de la Última Cena obliga a preguntarse sobre la unicidad
de Jesús.
Sin embargo, en su camino personal Jesús tuvo que "ser perfeccionado", tal
como lo repite la carta a los Hebreos. En este sentido, tenemos que hablar de
auténtico ocultamiento de su divinidad, la que se revelará con la resurrección y que
solo el Espíritu Santo iluminará. Flp 2 lo sugiere.
Por eso, el acceso a Jesús (los capítulos posteriores lo ilustran) ha de hacerse
desde el hombre Jesús hasta alcanzar la experiencia de su señorío divino, no desde la fe
dogmática en su divinidad.
Me permito remitirle al lector/a a dos libros míos ya publicados:
El camino de Jesús. Relectura de los evangelios (Ed. Sal Terrae).
Pedagogía de la afectividad cristiana. Salmos y evangelios (Ed. San Pablo).
Las reflexiones que siguen se inspiran en ellos.
4. Actitudes
El tema Jesús no puede ser tratado como si la persona que se pregunta sobre Él
pudiese ser neutral.
Se comprueba en cuanto uno lee los ensayos de acceso a su vida, hechos, dichos y
muerte. Si se habla de su resurrección, las reacciones se multiplican.
Para comenzar: ¿antipatía o simpatía?
Para continuar: ¿Por qué tiene tales pretensiones?
¿Producto de la ideología cristiana o, efectivamente, fue así de
extraordinario?
Para terminar: consciente o semi-inconscientemente,
sé que ante Él me juego el sentido de mi vida. Porque si es verdad
que Él es el enviado definitivo de Dios, más, el Mesías de las esperanzas judías
y de la humanidad entera, más, el Señor que vive hoy y llama a los hombres, a
mi, en concreto, a que crea en Él y le siga...
Tener conciencia de que, irremediablemente, estoy implicado en mi rela-
ción con Jesús, no obliga, sin duda, a la fe, y es necesario que yo respete mi
hon radez racional; pero no podré tratar el acceso a Jesús como una cuestión
meramente científica o filosófica. ¿Estoy dispuesto a desprotegerme? Solo
hacer la hipótesis de que Jesús sea lo que dice el Nuevo Testamento de Él
emplaza a la persona en su verdad más íntima.
3. Frutos espirituales
Alguien pensará que las reflexiones anteriores pertenecen al mundo de los
estudiosos, exégetas y teólogos. Pero la verdad es que ha cambiado, en comparación con
otras épocas, nuestra imagen de Jesús, y con ella nuestra relación con Él. Tanto en
espiritualidad como en pastoral el cambio se impone, aunque todavía en la Iglesia hay
grupos aferrados a la representación de Jesús que nos transmitió el pasado desde la
época de los concilios cristológicos.
Quisiera subrayar los frutos espirituales que se dan cuando un creyente asume la
vuelta al Jesús histórico.
1) Vivimos la fe con representaciones culturales. Por eso, el que hoy tengamos una
imagen distinta del Jesús histórico y del Cristo del Evangelio no es neutral para la
fe.
El hombre de hoy ya no puede creer en Jesús acríticamente. Cuando lee,
por ejemplo, el Catecismo Universal (u otro texto de la teología o la espiritualidad
tradicionales), está de acuerdo en las afirmaciones centrales, las dogmáticas;
pero no está de acuerdo en cómo se deduce de la dogmática determinada imagen
del Jesús histórico. Ser creyente y racionalmente crítico lo siente como honradez
y, más hondamente, como posibilidad de liberar a la fe de las creencias.
2) Con el realismo humano del Jesús histórico, desligado de componentes
mitologizantes, la fe recupera su fundamentación histórica.
La identidad cristiana depende de sus raíces históricas. De lo contrario, se
disuelve en una sabiduría religiosa entre otras.
3) Al ser Jesús uno de nosotros, el Seguimiento adquiere nuevas dimensiones,
más cercanas y entrañables. Ya no es solo el ejemplar divino, sino el compañero
de camino, que ha vivido antes que yo mi propio camino.
Que Jesús, por ejemplo, haya tenido que vivir de fe, sin saber por
omnisciencia su futuro; que haya tenido que discernir la voluntad del Padre a
través de los acontecimientos y circunstancias; que haya tenido que aprender la
obediencia a base de sufrir; que muera en la noche más oscura del abandono...
4) No se da por descontado que, sin más, tengamos acceso a la divinidad de
Jesús, con esa sensación tan frecuente de seguridad inatacable. Descubrir a
Jesús como Señor, se hace a través de un proceso en que el punto de partida es
el hombre Jesús de Nazaret.
Como veremos, eso permite que la fe se libere de la ideología, de las
certezas dogmáticas que me evitan tener que hacer mi itinerario espiritual.
5) Todo ello repercute en la imagen del Dios de la Revelación.
Esta idea de la Santísima Trinidad como paradigma que, de entrada, determina
desde la eternidad toda la historia de la Salvación, ha de dar paso a una verdadera
historia de la Revelación, que se hace progresivamente.
Y comienzan a replantearse ciertos esquemas que han lastrado durante siglos
la teología y la catequesis cristiana, porque se inspiraban más en la metafísica griega
que en la Sagrada Escritura: ¿Cómo hay que entender la inmutabilidad de Dios? ¿Y su
omnipotencia? ¿Y su forma de intervenir en el mundo?
4. ¿Riesgo de reduccionismo?
La verdad es que esta humanización de Jesús viene de lejos. Ya se inició en la
patrística, por ejemplo, en Orígenes, y adquirió fuerza configuradora en la
espiritualidad de la Iglesia latina a partir del gótico. Pero las ciencias históricas la han
radicalizado.
En lo que tiene de positiva esta radicalización, presenta también algunos aspectos
problemáticos que no conviene olvidar ni en teología ni en pastoral.
1) Tendencia a disociar la imagen humana de Jesús y su divinidad. Consecuencia:
Jesús queda reducido a modelo de identificación. Él va por delante; pero no me
salva. Acepto su doctrina, pero no creo en Él.
2) Al centrar la mirada en la historia de Jesús de Nazaret, su densidad de
experiencia, misión y destino tiene como referencia, en el mejor de los casos, la
experiencia, misión y destino de los creyentes más elevados. Se excluye la
hipótesis de la unicidad de Jesús.
Por ejemplo, Jesús no es más hijo de Dios que uno de nosotros, sino más
hondamente. El apriori del "común denominador" se cierra en lo controlable,
incapaz de ensanchar la perspectiva del conocimiento de Jesús.
3) Al centrarse en la perspectiva ascendente, la Resurrección queda apresada en el
horizonte de lo que culmina victoriosamente el destino. No se comprende que la
Resurrección es inicio absoluto,
que redimensiona radicalmente la historia de Jesús;
que ilumina lo implícito alcanzando su hondura propia: que el más de Jesús
no era un simple más de mayor perfección, sino escatológico;
que se nos da la clave del misterio de la persona de Jesús: el crucificado es
el Señor de la gloria.
Lo cual obliga a pensar el tiempo desde la eternidad, desde el designio de
Dios antes de la creación del mundo (Rom 1; Ef 1; Jn 1).
4) La tendencia a considerar la perspectiva descendente (la encarnación del
Unigénito, la redención universal, etc.) como esquema cultural, residuo del
pensamiento mitológico (los dioses que bajan del Olimpo y conviven con los
hombres).
La perspectiva descendente nace del núcleo mismo de la fe: el primado de
la Resurrección en la comprensión de la historia de Jesús de Nazaret. Y, por ello,
la clave de la predicación cristiana y de la escritura de los Evangelios: lo ocurrido
en Palestina, en la vida de Jesús es escatológico y, por lo tanto, contiene lo que
ocurre siempre; el reinó de Dios se realiza mediante el reinado del Resucitado.
Porque confieso a Jesús como la Palabra eterna de Dios, puedo reconocer en su
historia terrena la presencia del Dios vivo.
5) La insistencia en el Jesús histórico tiende a constituirse en un "canon dentro del
canon": que el historiador y teólogo tenga la última palabra sobre la Revelación a
la luz de sus investigaciones sobre la evolución del dogma cristológico.
No es discutible que haya una historia dogmática en el Nuevo Testamento.
Lo que sí es discutible es que la evolución sea considerada como añadidura
ideológica progresiva, no entendiendo su unidad originaria.
Por ejemplo, el paradigma teológico de Ef 1 no es más que la ampliación
creyente de Rom 1. Repito: creyente. ¿Por qué? Porque la unidad cristológica del
Nuevo Testamento es fruto de la Resurrección vivida desde la fe: no es cuestión
primordialmente de evolución interpretativa. La realidad de Jesús, el Señor,
Cristo y mediador, necesitó un proceso de comprensión que alentó la vida de la
Iglesia durante varias generaciones, hasta que esta consideró que la identidad de
su fe en Jesús estaba suficientemente formulada como para que fuera la regla
fundante de la fe. Al futuro correspondía seguir extrayendo su riqueza inagotable
y aplicarla creativamente en la historia.
Y por ello, cabalmente, aunque parezca paradójico, cabe un pluralismo
interpretativo, que se traduce en los distintos modelos cristológicos del Nuevo
Testamento y de la historia de la Iglesia.
La consecuencia, a mi juicio, no es volver a una cristología uniforme (tentación del
Catecismo Universal), sino potenciar la capacidad del discernimiento creyente (en la
medida en que distingue fe y representación cultural) de mantener la unidad bipolar que
atraviesa constitutivamente el misterio de la persona y la vida de Jesús: recuerdo y
presencia, contingencia y escatología, temporalidad y resurrección, humanidad y
divinidad... La fe mantiene la tensión en la unidad. Los teólogos interpretan de modo
diverso la tensión.
Hoy, con preocupaciones culturales distintas, reaparecen las viejas tensiones
cristológicas entre monofisismo y adopcionismo. De hecho, el concilio de Calcedonia se
limitó a establecer los criterios de la unidad bipolar de la fe, que no es poco.
3. Iluminación interior
Hay que subrayar que este cambio del Jesús histórico al
Cristo de la fe es obra del Espíritu Santo. Nosotros, por el
contexto cultural, lo vivimos como problema racional y adoptamos
interpretaciones diversas. Pero la Iglesia apostólica ya lo hizo
desde el comienzo, pues ahí reside la identidad de la fe cristiana.
Las apariciones no fueron meros fenómenos
extraordinarios y físicos, como si Jesús hubiese salido del sepulcro, revivido. Fueron
presencia real de Jesús como Señor. Por eso, tenía que ser reconocido con ojos
iluminados por el Espíritu Santo: que los ojos fisicos fuesen capaces de ver lo que no es
posible ver fisicamente, la gloria divina del Resucitado. Principio lógico: el que no está a
la altura del objeto/sujeto que se le hace presente, no ve.
La continuidad y discontinuidad por lo tanto entre el Jesús histórico y el Cristo
de la fe pertenece a la historia de la Revelación tal como Dios ha querido realizarla:
El primado lo tiene la humanidad histórica de Jesús.
Pero tal humanidad está habitada por el misterio de Dios.
Así que no existe ni puede ser comprendida con parámetros meramente
humanos, aunque sea de sublimidad religiosa. De ahí, el más permanente de
Jesús y su unicidad.
Con la resurrección, lo que estaba oculto se manifiesta radiante. En efecto,
Jesús de Nazaret era (y es) el Hijo eterno de Dios.
Pero tal iluminación solo fue posible por el don interior del Espíritu Santo.
Ahora Jesús es el Señor; así que, por obra del Espíritu Santo, nos
relacionamos y vivimos de Él como criaturas nuevas.
Como he explicado más arriba, el Jesús histórico nos obliga a no perder el
subsuelo propio de nuestra fe judía y cristiana, la revelación histórica; pero si no
pasamos al Cristo de la fe, a la relación viviente con el Resucitado, la fe cristiana no
pasaría de un recuerdo y de una ilusión.
1. "Jesús es Señor"
"Declaro que nadie que habla movido por el Espíritu de Dios puede
decir: "Maldito sea Jesús"; como tampoco nadie puede decir: "Jesús es el
Señor", si no está movido por el Espíritu Santo". 1Cor 12,3
3. El secreto es la presencia
La resurrección, ciertamente, es un acontecimiento que ocurrió la madrugada del
domingo, después de la sepultura de Jesús; pero es un acontecimiento tan único y total
que hace de Jesús el Señor, y por ello está más allá del tiempo y del espacio, y así,
cabalmente, puede estar siempre en cualquier tiempo y espacio. El Señor contiene el
pasado, el presente y el Muro: "ayer, hoy y siempre", que se dice en Heb 13 y lo
celebramos los cristianos en la Vigilia Pascual.
Primera consecuencia: Él está vivo y presente de modo que, por la fe, podemos
relacionarnos personalmente con Él. Así de contundente: nos podemos relacionar
actualmente con Él. Habría que decir mejor: Él nos concede por el don de la fe
relacionarnos con Él siempre presente.
No depende de la percepción sensible de su presencia. Solo se da en el acto de fe.
Basta un mínimo, aunque parezca insignificante. Basta comparar mi pobre fe para estar
con Él y cómo vive la Iglesia su presencia en la Eucaristía para tener la sensación de que
no me he enterado, de que apenas creo; pero mi vacilante fe y la fe de la Iglesia son la
misma vida, la que el Espíritu Santo ha suscitado y suscita permanentemente en la
comunidad de los discípulos de Jesús.
Descendamos ahora a tomar conciencia del realismo
multiforme de esta Presencia:
1) Me basta abrir los ojos del corazón y hacer el acto de fe
en que Él está conmigo, me mira y me ama.
2) Cuando leo los evangelios y me doy cuenta de que no son
libros piadosos, como pueden ser por ejemplo, los de santa Teresa, sino palabra
viviente de Jesús hoy: "Espíritu y vida" en su sentido más radical y verdadero (cf.
Jn 6).
3) En las relaciones interpersonales de la vida ordinaria, cuando el Espíritu Santo me
da ojos para ver en el necesitado a Jesús mismo (cf. Mt 25).
4) Cuando escucho a una persona que me cuenta su angustia, y no sé qué decirle. Solo
que le miro procurando poner en él la mirada de Jesús mismo.
5) ¿Y qué decir de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que la llena entera?
6) A ratos se me da percibirlo dentro de mí, y comienzo a entender que Él es más yo
que yo mismo (cf. Gál 2; Jn 14).
El cristiano/a que percibe la presencia de Jesús por la fe sabe que esta presencia
no es algo neutral, alguien que está delante de mí, sin más. La presencia es relación, y no
cualquier relación, sino la del Señor, con autoridad soberana que da vida, con su amor
que lo transforma todo, con poder salvador y victorioso y definitivo.
Se puede leer el Nuevo Testamento como testimonio del cristianismo primitivo, o
se puede sentir la presencia de Jesús que ocupa cada línea. ¡Qué fe ardiente, qué
esperanza poderosa, qué amor desbordante! Pero el secreto no está en la mente y el
corazón de los que escriben, sino en Jesús, su persona. No es extraño que el Apocalipsis
lo llame "el Viviente" (cf. Ap 1).
5. Volver al Padre
Volver al Señor Jesús es volver al Padre, acercamos "con temor y temblor" al
misterio de la Santísima Trinidad.
Ha habido (y hay) dos modos de entender y vivir este Misterio.
El primero parte de la afirmación de la absoluta trascendencia de Dios, y coloca a
la Santísima Trinidad en su distancia inasequible, más allá de la creación y redención.
Especula y contempla desde el pensamiento metafísico de la naturaleza divina y las
relaciones tripersonales. Este camino ha sido dominante en la teología a partir de las
grandes controversias de la Patrística clásica. Y así se ha ido transmitiendo en la
catequesis.
Esta visión era corregida con los dogmas de la encarnación de la segunda persona
de la Santísima Trinidad, Jesús, y la redención que esta realiza y la presencia de Jesús
en la Eucaristía.
El segundo sigue el camino de los evangelios, especialmente de Juan:
Conocemos al Padre mediante los hechos, palabras, pasión y muerte y
resurrección de Jesús.
Tal conocimiento tiene como centro de referencia la relación que tiene Jesús
con el Padre en la historia, no en la eternidad.
Y es a través de esta revelación histórica como podemos entrever, solo
entrever, el Misterio Uno y Trino.
El Espíritu Santo es conocido primero como fuerza salvadora y unión de amor
del Padre y del Hijo. Solo tardíamente, la Iglesia, iluminada por el mismo
Espíritu Santo, adquiere conciencia de que es la Tercera persona de la
Santísima Trinidad.
Estos modos de acceso no se oponen; pero, en la misma medida que nuestras
reflexiones prefieren la cristologia ascendente, la del hombre Jesús de Nazaret, sin
reducciones, así preferimos el segundo modo de acercarnos al Misterio Trinitario.
No se trata primordialmente de una cuestión teórica, sino de un camino de
experiencia. Así como me parece necesario volver al Jesús histórico y al Jesús Señor
desde el hombre Jesús de Nazaret, así me parece preferible volver al Padre desde
Jesús, no a Jesús desde el Padre. Los capítulos 1 y 17 de Juan lo logran admirablemente.
Más arriba ya he dado algunas razones para ello.
Cuestionario para la reflexión personal y comunitaria
1) Hablemos de experiencia vivida, no de teología: ¿Vives a Jesús como Señor, o se
te ha quedado en modelo y recuerdo de vida para seguir sus pasos?
2) ¿Dónde experimentas mejor la presencia de Jesús? ¿Dónde o cuándo te resulta
más dificil?
3) ¿Te toca hablar de la Santísima Trinidad en tu evangelización? ¿Cómo lo haces?
- Capítulo 5 -
Recuerdo y presencia
A partir de este capítulo, abordamos algunos aspectos pedagógicos que nos
ayudan a volver a Jesús.
Comenzamos por los evangelios.
2. Género literario
En los grupos de adultos a los que acompaño, cuando intento explicarles cómo han
sido escritos los evangelios, distingo tres modos de contar una historia cuando esta es
significativa, y tan significativa como la de Jesús, ya que en ella se pone en juego el
fundamento de sentido de la existencia.
a) Para nuestra cultura científica, es esencial, primero, saber lo que ocurrió. No nos
fiamos de los mitos que sobreabundan en los textos religiosos.
¿Qué ocurrió en la muerte de Jesús? No, desde luego, ningún eclipse ni
terremoto. La referencia a estos fenómenos cósmicos viene de la simbólica
apocalíptica de los profetas.
b) Desde nuestra racionalidad histórica y desde la experiencia religiosa, podemos
desmitificar la letra de los relatos, pero manteniendo su significación existencial
y espiritual.
No ocurrió nada extraordinario en la muerte de Jesús; pero es verdad que
para mí, cristiano, ocurrió el juicio definitivo de Dios sobre la humanidad y la
redención universal.
c) Los evangelios cuentan lo que ocurrió, es decir, recuerdan el pasado a la luz del
presente, es decir, del Jesús resucitado.
Cuesta entender esta última perspectiva, porque tendemos a disociar
historia y significación, dato e interpretación, lo objetivo y lo subjetivo.
Precisamente, lo propio y originario de los textos evangélicos es que recuerdan
porque hay una presencia.
Si Jesús no hubiese resucitado, el recuerdo de la muerte de Jesús quedaría
fijado en el duelo por un ser querido y en el que se habían puesto tantas
esperanzas... Y así aparece en el diálogo entre los discípulos que van a Emaús y el
desconocido peregrino que se les une (cf. Le 24). Los recuerdos se borrarían con
el tiempo, indefectiblemente.
Pero al resucitar:
Lo que pareció un fracaso (pasión y muerte de
Jesús) comienza a tener sentido.
Y hay que recordar lo que dijo e hizo, y cómo vivía,
y por qué resultaba tan desconcertante, y por qué eligió a un
grupo de discípulos, y su modo único de hablar de Dios... Las
piezas encajan.
Y lógicamente, los recuerdos adquieren distintos niveles de significación. Por
ejemplo, las curaciones son mucho más que actos de poder o de compasión.
La clave está en que Jesús vive, es el Señor, y ya no cabe recordar sino hablando
de Él como presente.
De aquí nació lo que, en mi opinión, es el género literario básico de los evangelios:
la correlación entre pasado y presente.
Tal es la clave, igualmente, que nos permite vivir textos así como actuales, y que
podamos hacer una pedagogía de relación con Jesús hoy con ellos:
Actuales, por su sabiduría, sin duda, como ocurre con los grandes textos
religiosos de la historia humana, por ejemplo, el discurso de Benarés de Buda.
¿A quién no le resulta actual el Sermón de la Montaña de Jesús? (Mt 5-7).
Más: porque ahora, a la luz de la Resurrección y del don del Espíritu Santo, los
entendemos en su verdad de Revelación para siempre.
Más: porque no cabe recordar, sino proclamando quién habla y hace: Jesús, el
Señor resucitado.
Por ejemplo, recordar que curó a un leproso es actualizar su curación en el
presente. En Mc 1, se cuenta que el leproso pide ser curado, porque ha oído hablar de las
curaciones extraordinarias de Jesús. Se pone de rodillas para pedir. Está claro que para
el lector creyente el gesto es de adoración del Señor resucitado. En el texto paralelo de
Mt 8,2, el leproso añade: "Señor, si quieres puedes limpiarme". Confesión actual de fe.
3. Lectura teologal
En esta lectura de los evangelios hay que dar un paso más: comprender que su
significación depende de la luz teologal con que han sido escritos. Los estudiosos hablan
de las intenciones teológicas de los escritos. En mi opinión, están imbuidos de teología
porque, previamente, el Espíritu Santo ha iluminado a los evangelistas con la luz teologal
desde la que recuerdan y celebran la vida, misión y, sobre todo, el Misterio pascual de la
muerte y resurrección de Jesús.
Cuando leemos la curación del paralítico en Mc 2, la lectura preteologal se detiene
en el poder taumatúrgico de Jesús y subraya la conciencia que Jesús tiene de haber sido
enviado para perdonar los pecados. La lectura teologal contempla en la acción de Jesús
la presencia salvadora del Reino, y lo contempla en el presente del sacramento de la
reconciliación, con tal de que este sea vivido como encuentro de fe con Jesús.
Caben muchos niveles de lectura en la escena en que Jesús apacigua las aguas e
invita a Pedro a que camine sobre ellas (Mt 14,22-33).
El poder de Jesús sobre la tormenta.
La simbólica de la existencia amenazada, que encuentra en Jesús paz y
liberación.
Exhortación a una fe consistente, que se alimenta del abandono confiado en Él.
La confesión de fe en Jesús Señor resucitado, salvador.
El evangelio de Juan cuenta la aparición de Jesús a María Magdalena junto al
sepulcro (Jn 20). Está claro que cuenta el proceso de reconocimiento de Jesús
resucitado que vivió la mujer; pero no es dificil leer, más hondamente, el proceso de
cualquier cristiano/a que tiene que pasar del deseo religioso al amor de fe en Jesús.
Podríamos multiplicar los ejemplos, porque lo propio de los evangelios es la
síntesis que hacen entre recuerdo y presencia, historia y vida de fe, la que Jesús trajo
cuando vivía en Nazaret, Galilea y Jerusalén, y la que suscita permanentemente en la
vida de la Iglesia, cuando esta es mediación del Espíritu Santo.
Digámoslo una vez más: todo depende de la centralidad que damos a la persona de
Jesús.
4. Dificultades
Detenemos ahora un poco la reflexión con una mirada de conjunto y tomando
conciencia de las dificultades que tenemos al leer los evangelios.
a) Entre practicantes: "Ya me lo sé". Ninguna novedad ni llamada de atención. Tiene
que haber algún momento especial en que el texto provoque relación.
b) Psicologizar. En la sociedad de Jesús había muchos problemas y calamidades. Se
necesitaba, desesperadamente, un líder. Y Jesús tuvo éxito desde el principio,
porque estaba cerca de los desgraciados. Más tarde, su liderazgo se hizo
problemático ante las autoridades religiosas y políticas.
Interpretación lógica, que evita la cuestión de si en esta persona había algo
más.
c) Moralizar. En nuestras homilías y en las reflexiones de grupo es el método normal
de lectura. Por ejemplo, si leemos la versión de las bienaventuranzas en Mt 5,
¿cuál sería el comentario? Uno dirá: "¿Qué tiene que ver este mensaje con la
realidad de la vida?". Otra: "¡Qué exigente es Jesús!". Quizá alguien: "¡Que sabio
es Jesús, al enseñarnos el secreto de la felicidad!". También habrá alguno o alguna
que dirá con cierto pudor: "¡Me he colocado a los pies de Jesús como discípula y le
he pedido que me enseñe!".
d) Frecuentemente, proyectamos en el texto nuestras precomprensiones ideológicas.
Si somos conservadores, utilizamos el texto para afirmar la creencia en su
divinidad y la necesidad de creer sin someterlo a la sospecha crítica. Si somos
progres, Jesús se presta a ser símbolo de la revolución social o de la realización
de la persona humana.
e) Algunos, no muchos, se identifican con el Evangelio desde el deseo religioso. Sus
ideales les atraen y la altura de experiencia que tienen provoca el sueño del más
siempre mayor. Puede ser positivo, si el deseo es confrontado con la realidad; de
lo contrario, terminará en el desánimo y la frustración.
5. Un texto paradigmático
"Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de
sus discípulos. De pronto vio a Jesús que pasaba por allí, y dijo:
Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos le oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. Jesús se
volvió y, viendo que lo seguían, les preguntó:
¿Qué buscáis?
Ellos contestaron:
-Rabí (que quiere decir Maestro), ¿dónde vives?
Él les respondió:
-Venid y lo veréis.
Se fueron con él, vieron dónde vivía y pasaron aquel día con él.
Eran corno las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan era
Andrés, el hermano de Simón Pedro".
Jn 1,35-40
Casi siempre, antes de hacer el camino con el Evangelio, ha habido alguien que me
ha dicho quién es Jesús para él. Juan el Bautista es testigo para dos de sus discípulos.
¿Conoces a alguien? ¿Has hablado con él de Jesús?
Hay que dar un primer paso: "lo oyeron y se fueron con Jesús". Quizá estas
páginas sean un primer paso. Es probable que, en otros aspectos, hayas dado otros pasos
y muy implicativos, que tienen que ver con la causa del Reino. Te falta el ir detrás de la
persona de Jesús.
Habrá un momento en que Jesús se vuelva a ti y te pregunte: "¿Qué buscas?".
Porque con Jesús suele ocurrir que creemos saber lo que buscamos. Hasta que nos mira
personalmente.
Responderemos: "¿Dónde vives?". Demasiada ambigüedad, porque, efectivamente,
no sospechamos dónde vive.
No importa: lánzate, estate con Él, entra en su intimidad...
Y ya no lo dejarás nunca.
2. Enraizamiento existencial
Cuando Jesús comenzó en Galilea a predicar que "el tiempo ya se ha cumplido" y
puso en marcha el Reino, la misión que el Padre le había encomendado (Mc 1), no lo hizo
retirándose al desierto, como Juan el Bautista, sino sumergiéndose de lleno en la
condición normal de los humanos.
Lo que predica y hace se enraíza en la existencia humana con un realismo que, a
más de uno, le parece poco espiritual.
Veamos la condición humana que presenta Mc 1,14-3,4; la reproducen Mateo y
Lucas con pequeñas variaciones:
Un poseso.
La suegra de Simón con fiebre.
Un leproso.
Un paralítico.
Un publicano.
Sobre la práctica religiosa del ayuno.
Sobre la observancia del sábado en caso de necesidad (hambre y
enfermedad).
Así que, si queremos relacionamos con Jesús, hay que partir de una situación
existencial que lo propicia.
¿Tiene que ser necesariamente dolorosa? No; pero, si no lo es, la
relación con Jesús te llevará a una nueva conciencia de la condición
humana, a experimentar la necesidad de la salvación.
Por ello, si estás viviendo una situación en que no puedes dominar
la existencia, aprovéchala. Es una plataforma óptima para experimentar
lo real que es Jesús.
Sin esta plataforma, fácilmente el mundo espiritual se construye como algo
aparte, meramente interior, o se alimenta de deseos que se elevan incontaminados a lo
trascendente.
Las experiencias más altas de los místicos se enraízan en las "noches oscuras",
dice san Juan de la Cruz. Todo ascenso pasa primero por el descenso, es principio de
espiritualidad cristiana. El descenso puede ser propio, o de implicación en el sufrimiento
del prójimo, o de los dos a la vez.
Leamos Mc 1,21-28, la curación de un poseso en la sinagoga.
Reconozco que tengo muchas dificultades para aceptar la idea que se tenía en la
época de Jesús sobre los demonios: espíritus superiores que pueden apoderarse de una
persona, signo de un mundo a merced de poderes maléficos, el reino de Satanás. Así que
Jesús, lo primero que hace, al inaugurar el señorío salvador de Dios, es curar posesos, es
decir, quitar el poder a Satanás.
¿Podemos releer el texto? ¿Qué puede significar la posesión? En mi opinión: el
poseso es una persona alienada. Porque alienación significa, exactamente, que he sido
desposeído de mi libertad personal. De mil formas: por la esclavitud del dinero, por la
ideología de un determinado grupo, por alguien que me despersonaliza...
¿Quito realismo a la acción, reduzco la escena a símbolo? No. Pienso que Jesús,
efectivamente, liberó a personas, que en su contexto social se consideraban posesos. Lo
que pasa es que insistir en el realismo de la curación, hace que demos más importancia al
"milagrito" que a la experiencia de salvación que conlleva. Si el poseso solo experimentó
curación y no creyó en Jesús salvador, siguió alienado.
Una advertencia: dejo en suspenso la interpretación de la posesión, tema
teológico intrincado. Lo digo por si acaso.
3. Discernimiento personalizado
La relación con Jesús se juega en la afectividad. Así que cualquier camino ha de
ser discernido en dicha clave.
Cómo se ha estructurada en la infancia la relación con la madre, el padre y los
hermanos.
Qué capacidad de autonomía afectiva, no defensiva, con capacidad al mismo
tiempo de vinculación.
Cómo se ha elaborado la relación con la autoridad.
Posibles mecanismos de defensa: racionalización, proyección, evitación...
Si la experiencia religiosa tiene raíces afectivas, o es formalista y normativa.
La historia afectiva con Dios, ligada a imágenes de relación, si estas han
cambiado y cómo.
Si hay disociación o no entre la relación con Dios y las otras relaciones
humanas.
Experiencias vividas, que hayan sido significativas tanto en lo humano como en
lo espiritual.
Importante: la experiencia de la culpa en lo humano y en lo espiritual.
Aunque se haga un buen discernimiento personalizado, la verdad de la persona se
aclara a través de la experiencia. Se inicia el camino afectivo y se tantea cómo se
desarrolla, dónde aparecen dificultades desconocidas, posibles asignaturas pendientes,
o dónde se despliega la afectividad, porque ha encontrado camino de transformación.
Ni la persona que camina ni el acompañante han de olvidar que la persona es única.
Todo discernimiento que objetiva (necesario) ha de estar subordinado al misterio
personal. Siempre es tentación pensar de la persona clasificándola. Por ejemplo:
AB parece afectivamente dependiente; pero desde niño cultivó una intimidad
con Jesús, que ahora, que ha sufrido una decepción afectiva, es capaz de
vivirla en la oración. Aquí descansa y desde aquí vuelve a la vida.
BA necesita racionalizado todo; pero le ocurre que es una ingenua cuando
conoce el amor; se fia a tope. Ahora, que ha comenzado a leer los evangelios
centrándose en la persona de Jesús, pregunta cómo han sido escritos, pero lee
con una inmediatez que impresiona.
AC está condicionada por la relación castrante con su madre. Está estrenando
la lectura de los evangelios, y confiesa que la autoridad de Jesús le resulta
liberadora, nada castrante.
Cada persona es un misterio y tiene su camino personal.
4. El encuentro fundante
La relación con Jesús se hace fundante cuando, por obra del Espíritu Santo,
literalmente, nos hace nacer de nuevo. Hay una relación fundante con Dios Padre, de la
que hablan los salmos. Y hay el encuentro fundante con Jesús. Normalmente responden a
dinámicas distintas, que dependen de las situaciones existenciales que vive el creyente y
desde dónde las vive.
El encuentro con Jesús es fundante:
Cuando cambia el fundamento mismo desde donde se vive, de tal modo que se
dice "antes" y "ahora". Conversión que da un giro a la existencia, obra exclusiva
del Espíritu Santo.
La relación con Jesús ya no se apoya en el proceso de maduración, sino en su
iniciativa, Jesús es el que elige, ama y llama a ser discípulo.
El amor de Jesús al discípulo se constituye en fuente del corazón y del actuar.
El amor del discípulo a Jesús se hace obediencia y seguimiento.
Por Jesús y con Jesús se transforma la relación con el Padre.
El amor al prójimo va siendo configurado desde dentro por Jesús y su estilo de
vida.
El encuentro puede ser irruptivo: presencia de Jesús que se impone y libera. O
fruto de una relación prolongada. No importa el cómo, sino el qué, la relación
misma que se hace teologal.
¿En qué se nota que la afectividad es teologal?
En que no depende del sentimiento, ni de la experiencia en cuanto experiencia.
En que no se dispone del amor, pues es don, y en cuanto don es vivido.
El deseo es fundamentado en el amor de gracia.
El amor de fe, que se apoya en la fidelidad de Jesús,
va unido a la desapropiación: en la intimidad de la oración, en las
relaciones humanas, en la misión, en los proyectos...
El amor de Jesús se percibe con la autoridad que da
vida.
Con Él todo comienza a tener sentido: el fracaso, el
sufrimiento y hasta el pecado.
Las síntesis de contrarios, tan características: a más amor de Jesús, más
conciencia de la incapacidad para amar; a más obediencia, más confianza y
menos responsabilidad crispada; a más entrega al prójimo, más conciencia de la
miseria del propio corazón.
Lo importante no es qué se hace, ni siquiera el cómo, sino el desde dónde.
¡Ah, este Jesús que lo cambia todo! En la fase preteologal se cree que el cambio
ha de ser de proyecto de vida. En la fase teologal, unas veces el proyecto cambia, y
otras, no, porque el proyecto es cuestión de amor y de obediencia.
Mientras se hace este camino, el regalo de los regalos es descubrir que Jesús es
Dios y Señor.
Los que parten de la creencia hacen un proceso de experiencia personal de cómo
Jesús es Dios y Señor desde su humanidad, precisamente.
Los que nunca lo vivieron como Dios y Señor, en la relación con el hombre Jesús se
les revela su señorío y su ser Hijo de Dios.
¡Qué milagro es la relación con Jesús: transforma, porque es revelación! La
palabra de los evangelios, iluminando nuestro corazón, enseñados por el Espíritu Santo,
nos lleva de la mano a un amor único e incomparable, fuente de vida eterna, JESÚS.
1. El don
"En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo
quedando vinculados a su muerte, para que asi como Cristo ha resucitado de
entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una
vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una
muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección. Sabed
que nuestra antigua condición pecadora quedó clavada en la cruz con Cristo,
para que, una vez destruido este cuerpo mamado por el pecado, no sirvamos
ya más al pecado; porque cuando uno muere, queda libre del pecado".
Rom 6,4-7
2. Amor de fe
"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su
gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los
muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia
incorruptible, incontaminada e inmarchitable. Una herencia reservada en los
cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios guarda mediante la fe para
una salvación que ha de manifestarse en el momento final. Por ello vivís
alegres, aunque un poco afligidos ahora, es cierto, a causa de tantas
pruebas. Pero así la autenticidad de vuestra fe -más valiosa que el oro, que
es caduco aunque sea acrisolado por el fuego- será motivo de alabanza,
gloria y honor el día en que se manifieste Jesucristo. Todavía no lo habéis
visto, pero lo amáis; sin verlo creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable
y radiante; así alcanzaréis vuestra salvación, que es el objetivo de la fe".
1Pe 1,3-9
La cristificación es don y también experiencia vital.
Se llama amor de Jesús, pero no cualquier amor, sino el amor de fe.
Somos los primeros sorprendidos y agradecidos: cómo Le amamos sin haberlo
visto.
Y es que no verlo, pero creer en Él, no nos separa; al contrario, nos une más a Él.
Obra de su Espíritu Santo en nosotros.
Este amor de fe alumbra en nosotros una alegría que viene de Él y que es el signo
de su resurrección.
No depende de nosotros, y sin embargo, nos da fuente de ser y anchura de
corazón.
La experimentamos, sobre todo, en las pruebas. No nos quita nuestra condición
humana; pero da un sentido nuevo al sufrimiento, e incluso, a otro nivel, saca fuerza de
nuestra debilidad y transfigura, misteriosamente, la oscuridad en luz.
Con el tiempo, vamos comprendiendo que vivir así anticipa nuestro futuro de vida
inmortal en el cielo, cuando alcancemos nuestra salvación definitiva.
3. Existencia
"Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos
amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos
los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en
nosotros a su perfección.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que
él nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de
que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo. Si uno confiesa
que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros
hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene.
Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y
Dios en él".
Jn 4,11-16
Sabiduría de la existencia cristiana, concentrada en el amor.
El amor viene de Dios, porque Dios es amor.
Por este amor, el cristiano/a participa en el mismo amor del Padre y del Hijo en el
Espíritu Santo.
Este amor no niega lo humano, pero lo resitúa, purifica y
transforma.
Cuando se ama así, teologalmente, no hay dos amores. Se
unen el cielo y la tierra en un mismo corazón, amando a Dios y al prójimo.
Este amor nos identifica con Jesús, y por ello viene de la fe en el amor de Dios
revelado en Jesús, entregado por nosotros.
Amor desinteresado, concreto y universal aun tiempo, a la medida del corazón de
Dios.
A un no creyente también se le da por gracia del Espíritu Santo, aunque no lo
sepa.
¡Cosas de Dios!
4. Esperanza
"Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para que os haga presente todo esto en
las distintas iglesias. Yo soy la raíz y el vástago de David, la estrella radiante de
la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: "¡Ven!". Diga también el que escucha: "¡Ven!". Y
si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua de la vida.
Solemnemente advierto a todo el que escuche las palabras proféticas de
este libro, que si añade algo, Dios hará caer sobre él las plagas descritas en este
libro. Si suprime alguna de las palabras proféticas de este libro, Dios le quitará la
parte que le corresponde en el árbol de la vida y en la ciudad santa descritos en
este libro.
Dice el que atestigua todo esto:
"Sí, estoy a punto de llegar".
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
Que la gracia de Jesús, El Señor, esté con todos".
Ap 22,16-21
Soberanía de Jesús, Señor de su Iglesia.
Fidelidad de su amor, que nos habla, promete, alienta y guía.
No se dispone de Él: abandono de fe, confiado y agradecido.
Pero lo desearnos, pues es el amor de nuestra vida. Como la Esposa habitada por
el Espíritu Santo.
Y el deseo se nos hace esperanza cierta y humilde.
Porque Él es fiel, increíblemente fiel.
No le amaríamos si no intentásemos nosotros serle también fieles.
Ya queda poco tiempo para estar con Él para siempre, siempre poco.
AMÉN.
1. Identidad carismática
Todos (o casi todos) los fundadores carismáticos de formas de vida consagrada se
han inspirado en los textos evangélicos del seguimiento de Jesús, los que se ofrecen
después de Cesarea de Felipe camino de Jerusalén. Textos que promueven una
existencia radical de identificación con Jesús. Ahí reside la identidad carismática de la
vida consagrada.
La existencia cristiana siempre es escatológica, por ser vida en Cristo Jesús.
Basta leer el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) o los discursos de la Cena de Jesús (Jn 13-
17). Pero es verdad que la historia de la Iglesia revela cómo el Espíritu Santo ha
suscitado permanentemente hombres y mujeres que se sienten llamados a seguir a
Jesús de un modo peculiar, con rupturas existenciales significativas. Así fueron los que
se hicieron discípulos de Jesús, compartiendo su compañía y misión. Así es como Pablo
elogiaba el celibato. Así nacieron los anacoretas y los cenobios de Egipto...
Tales rupturas significativas se han plasmado en los votos de pobreza, obediencia
y castidad y en la vida comunitaria, adquiriendo formas variadas, por ejemplo, la
monástica, la apostólica, la de los institutos seculares...
El peligro de esta vocación es la tendencia, harto frecuente, a confundir el
Espíritu y sus mediaciones.
¿Qué quiero decir? Algo elemental para quien tiene vida
teologal: que la vocación es experiencia personal que el Espíritu
Santo suscita en el cristiano para seguir a Jesús en una
determinada forma de vida. En este caso, se vive en obediencia al
Padre, distinguiendo por dentro con lucidez entre la cristificación espiritual y sus
mediaciones. No se separan, porque la voluntad del Padre se hace un determinado
proyecto de seguimiento de Jesús, pero se diferencian, ya que las mediaciones son para
la transformación del llamado/a.
El que tiene vida teologal entenderá perfectamente esta frase: la vida cristiana
no consiste en oración, ni en acción, ni en sufrimiento, sino en creer, esperar y amar en
obediencia a la voluntad de Dios, como Jesús. El que no tiene vida teologal intenta
objetivar a Dios mediante la ideología que justifica la vocación y la práctica de las reglas
y constituciones que expresan el carisma.
2. Problemática
Concretemos la última reflexión señalando una serie de problemas frecuentes en
la vida consagrada (también en la vida del laico/a, de otra manera).
a) Promover la identidad mediante la ideología
Cuando se dice, por ejemplo, que el religioso/a sigue más de cerca a
Jesús o que la virginidad es más perfecta que el matrimonio cristiano.
Cuando la teología de la vida consagrada se detiene en lo específico, y no
en lo común cristiano.
Entre los humanos es normal la tendencia a construir la identidad
personal desde la identidad social. No hay demasiadas personas que distingan
entre identidad personal e identidad social.
b) Los años de la formación inicial se centran en la asimilación ideológica y
práctica del carisma específico.
Así que la persona llamada aprende o responde a las expectativas del
grupo de pertenencia y va internalizando el rol que tiene que cumplir y que
configura su conciencia y su conducta.
c) La falta de diferenciación entre el ideal del yo y el yo real.
En la adolescencia y primera juventud se toman las decisiones en función
de ideales deseados que nos ofrecen identidad. ¡Cómo no identificarse con la
radicalidad que Jesús pide a los compañeros que le acompañan en su misión!
¡Cómo no identificarse con el proyecto de vida de Francisco de Asís! ¡Cómo no
preferir entregarse a los pobres, si así se hace presente el Reino!
Es una de las paradojas de la existencia humana: tomamos las grandes
decisiones de la vida cuando desconocemos la realidad. Así también el amor
humano o determinados proyectos humanistas que buscan cambiar la sociedad.
El problema comienza cuando ciertas experiencias, entre ellas, la crisis
de realismo, a partir de los 40 años, obliga a hacerse preguntas como estas:
He sido generoso, pero ¿he sido yo mismo?
¿Qué motivaciones tenía realmente cuando abracé los ideales de la vida
consagrada?
¿Qué verdades sobre mí y la institución a la que pertenezco se me están
revelando en esta experiencia de la finitud?
¿Dónde he fundamentado mi seguimiento de Jesús, en su gracia o en mis
capacidades?
d) La vida teologal sustituida o altamente mediatizada por la necesidad de
justificar mi vida mediante las obras buenas o una conducta ordenada.
Este problema es tan grave espiritual y vocacionalmente que,
progresivamente y de un modo sutil, va introduciendo al consagrado/a en la
peor de las tibiezas, la que tiene muy dificil conversión, porque tiene
apariencia de bien y refuerza la autosuficiencia.
e) Incapacidad de integrar lo personal, lo comunitario y lo institucional.
No es fácil; hay que hacer todo un proceso, en la misma medida en que la
identidad personal ha adquirido primado sobre la social. Pero será señal de
madurez humana y espiritual.
Las consecuencias serán muy valiosas:
Capacidad de vivir a varios niveles.
Agradecer las mediaciones que enraízan a la persona en la realidad.
Liberarse del narcisismo para amar en la vida ordinaria.
La soledad habitada, que enseña a amar más y mejor.
3. Realismo
Contraste que hay que aprender a vivir con sabiduría: nadie puede seguir a Jesús;
solo con Él y desde Él.
¿Cómo integrar lo humano en temas de renuncia tan radical como el amor de
pareja, el apropiarse la existencia y el deseo de tener? Hemos pasado de una época que
educó para el renunciamiento a través de normas estrictas a una nueva conciencia de
realización humana y de maduración consecuente. Habrá que integrar el saber sicológico,
una antropología lúcida de tipo existencial y la vida teologal, la única que puede
fundamentar la vocación al seguimiento de Jesús.
¿Cómo se integran las necesidades, los ideales, el pecado y la vocación que nos
identifica con Jesús cuando sube a Jerusalén para entregarse incondicionalmente?
En mi opinión, hay algunas claves que habrá que tener en cuenta
1) Un proceso de personalización que combine la madurez sicológica de la persona y
la relación afectiva con Dios.
2) El respeto al proceso de transformación.
¿Se pueden hacer los votos perpetuos sin vida teologal?
3) Aprender las rupturas existenciales propias de la vida consagrada con
experiencias reales y discernir las "mociones" consecuentes.
¿Qué hacer cuando uno se enamora y está amenazado el voto de castidad?
¿Qué hacer cuando uno es llamado a la obediencia y no ha integrado positivamente la
autoridad?
¿Por qué la experiencia vivida con los pobres no ha suscitado libertad de amor?
En mi opinión, la formación inicial en la vida consagrada necesita una revisión a fondo.
Pero reconozcamos que los grandes problemas vienen después, cuando uno está
enraizado en la vida ordinaria (convivencia comunitaria, trabajo, misiones especiales...).
4. Ante el futuro
Actualmente, la mayoría de los institutos tenemos un problema añadido, y grave:
el envejecimiento y la probable desaparición.
Me permito meditar sobre este tema a la luz del diálogo entre Jesús y Pedro
después de la resurrección:
"Jesús volvió a preguntarle:
- Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió:
Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo:
- Cuida de mis ovejas. Por tercera vez insistió Jesús:
- Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si
lo amaba, y le respondió:
- Señor tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.
Entonces Jesús le dijo:
-Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más joven, tú
mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo,
extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no
quieras ir
Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria
a Dios. Después añadió:
-Sígueme.
Pedro miró alrededor y vio que detrás de ellos, venía el otro discípulo al que
Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre
el pecho de Jesús y le había preuntado: "Señor, ¿quién es el que te va a
entregar?". Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús:
-Señor, y este ¿qué?
Jesús le contestó:
-Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú,
sígueme.
Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido
de que este discípulo no iba a morir Sin embargo, Jesús no había dicho a
Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: "Si yo quiero que él permanezca
hasta que yo venga, ¿a ti qué?".
Jn 21,16-23
Pedro pretendió seguir a Jesús hasta el heroísmo, hasta la muerte. ¡Qué iluso!
Se dejó lavar los pies, pero sin entender nada.
Ahora comienza a entender: su pecado es la plataforma para
conocer cómo ha sido amado por Jesús.
No se puede ser discípulo sin conciencia radical de pecado.
Está escuchando la única pregunta importante en la vida de
cualquiera que quiera ser discípulo de Jesús: "¿Me amas?".
La respuesta de Pedro ha dado el giro: amor teologal, amor que se fundamenta en
la fidelidad de Jesús, amor de fe por gracia.
Como la mayoría de los cristianos/as, Pedro ha de vivir dos fases: la misión activa
y la misión pasiva.
La pasiva llega tarde o temprano de muchas maneras, y es la que nos hace de
verdad seguidores de Jesús: impotencia, fracaso, reducción...
Solo queda la obediencia y el abandono de fe.
Pero es necesario pasar por la desapropiación última: entregarle al Señor los lazos
afectivos más íntimos, las personas por las que hemos dado lo mejor de nosotros
mismos.
Pertenecen al Señor. ¡Y qué bien que así sea!
La meditación se aplica a la vida personal, a la misión y también a nuestras
instituciones de vida consagrada.
5. Agradecimiento
Alguien tendrá la impresión de que este último capítulo rebaja el horizonte de los
anteriores, y que la vida consagrada la he tratado con un realismo que desdibuja su
vocación de radicalidad cristiana.
Debo confesarle mi experiencia y opinión: la vida consagrada no gana resaltando lo
específico, sino ahondando en lo cristiano. Cuanto más se me ha concedido valorar lo
cristiano, tanto más he valorado mi vocación franciscana.
Así que solo me queda agradecer:
El ser cristiano por gracia de Dios.
La centralidad de Jesús.
Mi relación afectiva con Él.
El proceso de transformación que el Espíritu Santo hace conmigo a
pesar mío.
La mediación espléndida de Francisco de Asís.
Que Dios sea así.
- Bibliografia-
GARRIDO GOITIA, Javier: El camino de Jesús. Relectura de íos evangelios. Sal Terrae,
Santander 2006.
GARRIDO GOITIA, Javier: La relación con Jesús hoy. Reflexiones pastorales. Sal
Terrae, Santander 2001.
KASPER, Walter: Jesús el Cristo. Sal Terne, Santander 2013.
PAGOLA, José Antonio: Jesús. Aproximación histórica. PPC, Madrid 2007.
URÍBARRI BILBAO, Gabino: La singular humanidad de Jesús. El tema mayor de la
cristología contemporánea. San Pablo y UPCo, Madrid 2008.