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Policías disfrazados de jeques y de bailarinas españolas, un joven sospechoso de

terrorismo, reporteros amarillistas y una bella empleada doméstica recorren las


calles de Colonia durante los días de carnaval en la novela El honor perdido de
Katharina Blum, de Heinrich Böll. La historia de la señorita Blum comienza, y al
mismo tiempo se cierra, en una fiesta de carnaval, cuando se enamora del posible
terrorista. Los jeques la detienen al considerarla sospechosa de complicidad del
sospechoso y los cargos que no pueden conseguir por vías legales, los consiguen
los periodistas con artículos sensacionalistas en los cuales la acusan de ser una
“roja” acostumbrada a “recibir continuas visitas de caballeros” en su departamento.
Katharina Blum pierde su honor y Heinrich Böll responde con esta novela a la
campaña negra que emprendió el periódico Bild en su contra: había cuestionado los
artículos de esta publicación que tenían por único objetivo el linchamiento
mediático y por consigna o tradición tergiversaban las noticias de manera grotesca.
En tono de burla llamaron a Böll “el buen hombre de izquierdas”. Tenían razón: era
un buen hombre, un escritor profundamente católico que no dudó en ayudar a otros,
a veces arriesgando su propia integridad; y también un rebelde, un crítico mordaz
de la sociedad alemana de postguerra, del consumismo masificado, de la doble
moral del catolicismo institucional. Para Marcel Reich-Ranicki, Böll fue un
predicador alemán con ademanes clownescos, un bufón con dignidad sacerdotal, un
maestro como nunca antes tuvo Alemania.

En su autobiografía Mi vida, Reich-Ranicki recuerda la visita de Böll a


la Literaturhaus de Varsovia, en 1956. Un grupo de escritores polacos organizó la
presentación, pero de los cincuenta autores invitados asistieron unos seis o siete.
Böll, un escritor alemán que había peleado en la segunda guerra mundial, no era
bienvenido. Quienes asistieron deseaban conocer la historia reciente del invitado: si
había intentado exiliarse o desertar, si había estado en la cárcel o en un campo de
concentración o, al menos, en un batallón de castigo. Entonces, “lo que él relató,
sólo hechos, no nos pareció interesante –apunta Reich-Ranicki– sin embargo, sus
palabras nos tocaron muy hondo, incluso nos espantaron”. Böll había sido obligado
a marchar al frente al comienzo de la segunda guerra mundial, su infancia y
juventud transcurrieron entre la pobreza y las armas: nació en 1917, sufrió el
período de entre guerras, vio con horror el ascenso de Hitler al poder, cayó herido
en cuatro ocasiones, huyó y regresó al frente por temor a ser fusilado. Cuando
Alemania capituló, caminó entre escombros de regreso a casa, a Colonia, “la ciudad
donde Hitler fue bombardeado con macetas de flores y donde se tomó
públicamente a chacota al verdugo fatuo que fue Göring”, apuntó en uno de sus
ensayos autobiográficos. Böll recordaba el bullicio del barrio pobre donde creció,
los aromas a madera del taller de su padre carpintero, la ropa en los tendederos y
los años del marco alemán estabilizado: “mis compañeros de clase me pedían
durante los recreos que les diese un trozo de bocadillo, porque sus padres estaban
sin trabajo. Desórdenes, huelgas, banderas rojas cuando iba al colegio en bicicleta y
atravesaba los barrios más populosos de Colonia. Unos pocos años después
volvieron a encontrar trabajo los desocupados, que se convirtieron en policías,
soldados, verdugos y obreros de la industria de material bélico. El resto pasó a los
campos de concentración”. Al final de la guerra el paisaje alemán estaba
conformado por ciudades destruidas y pueblos donde reinaba el hambre. Los
sobrevivientes pusieron coronas a sus muertos sobre los escombros, viajaban en
vagonetas de escombros porque era el único medio de transporte urbano; tomaron
el pico y la pala. Comenzaba la “literatura de escombros”.

Bajo la impronta de la guerra, Böll escribió sus primeros textos. Desde 1946
comenzó a publicar sus relatos en distintos periódicos. En 1949 apareció El tren
llegó puntual, al año siguiente su libro de cuentos Caminante, si vienes a Spa….,
después las novelas ¿Dónde estabas, Adán? y Y no dijo ni una palabra, gracias a la
cual alcanzó cierta estabilidad económica: había vendido alrededor de 17 mil
ejemplares, un suceso extraordinario en la época de postguerra, una alegría para la
editorial Kiepenheuer & Witsch y una gran oportunidad para Böll, quien dudaba si
debía continuar escribiendo o buscar un trabajo mejor remunerado para mantener a
los tres hijos pequeños que tenía con Annemarie Cech. La favorable recepción de
esta novela se relacionaba en parte con su experiencia en la guerra, una suerte
parecida a la de tantos miles de jóvenes que habían sido obligados a tomar un fusil.
Böll, a pesar de las granadas y los campos sembrados con cadáveres, no narraba
con afectación, no había en él melodrama, sino la sonrisa de un clown, de un
escritor renano que integró en su obra la atmósfera de carnaval y las imágenes de
los barrios populosos de Colonia. Dostoievsky marcó su juventud. Para imaginar la
desesperación de Katerina Ivanovna, o de la pequeña Sonia, sólo necesitaba echar
un vistazo a la ventana. Sus personajes estaban en la calle, de ahí provenían,
aunque algunos críticos descalificaran su obra por los ambientes de pobreza donde
se desarrollaban las historias o por la extracción social de sus personajes. “Si un
lavadero no es un lugar digno para la literatura, entonces ¿cuáles son los lugares
dignos para la literatura?”, cuestionó en su ensayo “En defensa de los lavaderos” y
con su peculiar sentido del humor renano apuntó: “también mi madre lavaba la ropa
(¡qué circunstancia tan humillante!), la lavaba en el lavadero, generalmente el lunes
por la mañana. En todo el ancho mundo, a última hora de la tarde del lunes, ondean
en los tendederos camisas y sábanas, pañuelos y lo indecible, y esa vista nunca me
ha deprimido, más bien consolado, pues habla de la incansable energía de la
humanidad para sacarse la
mugre de encima”.
Collage digital de Marga Peña
El legendario “Grupo 47” le
otorgó el premio de 1951 por su relato satírico “Las ovejas negras”. Durante la
década de los cincuenta publicó Casa sin amo, título por el cual recibió el Premio
Tribune de París dedicado a la mejor novela extranjera del año; el relato “El pan de
los años mozos”, llevado al cine más adelante; El diario irlandés, Los silencios del
Dr. Murke y otras sátiras y la novela Billar a las nueve y media, gracias a la cual se
hizo merecedor del Premio Charles Veillon. A su vez, comenzó sus viajes por
Irlanda y sus numerosas traducciones en estrecha colaboración con su esposa
Annemarie. El matrimonio Böll llevó a las editoriales alemanas más de cien títulos
de autores de habla inglesa e irlandesa, entre otros, se encontraban Susan Cooper,
o. Henry, Jerome David Salinger, Brendan Behan. En 1963 su novela Opiniones de
un payaso escandalizó al segmento más conservador de la sociedad de la República
Federal Alemana. En especial, la institución católica se sintió herida por la crítica
de un clowna sus preceptos. Schnier, hijo de una acaudalada familia, decide no
continuar con los negocios del padre, sino convertirse en payaso y llevar una alegre
vida entre el coñac, los escenarios, los juegos de oca y el amor en unión libre con la
extremadamente católica señorita Derkum. La contradicción resulta evidente. Bajo
la influencia de un grupo ortodoxo, ella lo abandona. El héroe, rengueando a causa
de un mal paso, la sigue a Colonia, la ciudad donde crecieron y se enamoraron. Una
novela crítica respecto a una sociedad conformada por antiguos nazis, “el esbozo
irónico y satírico de una época” que aún veía en el concubinato el camino al
infierno. El escándalo, como sucede con frecuencia, le dio un gran impulso a
las Opiniones de un payaso: se vendieron más de un millón de ejemplares en
edición de bolsillo, tanto en Rusia como en Alemania se hicieron adaptaciones para
teatro, y en 1975 el director checo Vojtech Jasny llevó la historia de Schnier al cine
con las actuaciones de Hanna Schygulla y Helmut Griem en el papel clownesco.

En 1967, Böll unió su nombre al de Georg Büchner al recibir el premio más


importante para autores de lengua alemana. Más adelante fue elegido Presidente del
centro PEN de la República Federal Alemana y en 1972 se convirtió en Premio
Nobel de Literatura. Esa época vio en Willy Brandt, candidato a la cancillería por
el Partido Socialdemócrata, una oportunidad para otorgar al Estado una verdadera
base moral. Así como Günter Grass y otros intelectuales, se sumó a la coalición a
favor de Brandt para dar un giro a la política de la RFA. Era una forma más de
intervenir en la realidad. En su obra subyace este anhelo, como en Retrato de grupo
con señora, novela que tuvo una recepción extraordinaria. En poco tiempo fue
traducida a más de veinticinco lenguas, gracias, como siempre, a los laboriosos
traductores de todas partes del mundo. En 1975, los directores Volker Schlöndorff
y Margarethe von Trotta llevaron a las salas de cine El honor perdido de Katharina
Blum. El público, así como el lector, podía sacar sus propias conclusiones en torno
a la historia de la señorita Blum. En ese nivel, los detractores no pudieron
responder. En opinión del Clown: “No es mero azar que en todas partes donde se
considera al espíritu como un peligro se prohíba primero los libros y se someta a
estricta censura a los periódicos, revistas y mensajes radiofónicos. En todos los
Estados en que reina el terror, la palabra es casi más temida que la resistencia
armada.”

La literatura es peligrosa, decía Böll y sus palabras eran una provocación. A los
lectores, a la sociedad, a la clase política. Y también a los Estados que bajo la
careta de la democracia censuran a las voces incómodas y corrompen a los medios
de comunicación para llevar a cabo costosas campañas de desprestigio en contra de
quienes consideran enemigos de sus intereses. Böll incomodaba. Más de una vez
utilizó su voz, arriesgando incluso la propia integridad, para abrir la discusión sobre
temas como el papel de una sociedad aún nazi durante el llamado milagro alemán,
sobre el terrorismo en la década de los setentas y el peligro de los medios de
comunicación que por consigna o tradición utilizaban tanto los espacios impresos
como los televisivos para llevar a cabo espectaculares linchamientos mediáticos. En
1972, Böll irritó al consorcio de Axel Springer, hoy uno de los más poderosos en el
mundo, al criticar las noticias sensacionalistas del periódico Bild en torno al grupo
Baader-Meinhof. Este grupo se conformó con algunos opositores a la guerra de
Vietnam, a las armas nucleares, al rearme de la milicia alemana que años atrás
había perpetrado el Holocausto. Muy rápidamente algunos de sus miembros se
radicalizaron hasta el terrorismo. Según algunos especialistas, dos de sus líderes
eran bastante ingenuos y no tenían idea de las reivindicaciones sociales ni mucho
menos de un discurso articulado. Sólo Ulrike Meinhof, una periodista que se sumó
al grupo más tarde, podía dar un verdadero sentido reivindicativo al movimiento.
Sin embargo, fue rápidamente detenida y asesinada en una cárcel de alta seguridad.
El consorcio Springer aprovechó la figura de Meinhof para desprestigiar a
escritores e intelectuales críticos e influyentes. Böll criticó el carácter
sensacionalista del Bild. Irritado, el señor Springer convocó al linchamiento:
aseguraron que la policía no encontraba a los terroristas porque estaban tomando
café en la casa de Böll, lo presentaron como líder intelectual del terrorismo, un
hombre aún más peligroso que los terroristas mismos. En respuesta Böll escribió El
honor perdido de Katharina Blum, una novela anclada a la época y a su vez
completamente actual.

Este julio se cumplen treinta años del fallecimiento del escritor alemán que hablaba
con dignidad sacerdotal en traje de clown.

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