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Moral a Nicómaco · libro sexto, capítulo X

De la utilidad práctica de las virtudes intelectuales


Podría preguntarse asimismo para qué son útiles estas cualidades. La
sabiduría no considera nunca los medios de hacer al hombre dichoso{128};
porque no intenta producir nada. En cuanto a la prudencia, posee, es cierto,
estos medios, ¿pero con qué objeto? La prudencia sin duda se aplica a lo que
es justo, a lo que es bello, y más aún a lo que es bueno para el hombre; y esto
es precisamente lo que el hombre virtuoso debe hacer. Mas porque sepamos
todas estas reglas, no somos por eso en modo alguno más hábiles para
practicarlas, si es cierto, como hemos dicho, que las virtudes son simples
aptitudes morales. Sucede lo que con los ejercicios y remedios que procuran
al cuerpo la salud y el vigor, que no son nada mientras no se ponen en práctica
realmente, y mientras sólo se hable de ellos como consecuencias posibles de
cierta aptitud; porque en realidad no gozamos más salud ni somos más fuertes
simplemente porque poseamos la ciencia de la medicina y de la gimnástica. Si
no basta para llamar a un hombre prudente, que tenga conocimiento de las
cosas que constituyen la prudencia, sino que para merecer este título debe ser
prácticamente prudente, se sigue de aquí que la prudencia de ninguna
utilidad sería a los hombres que son virtuosos, como no lo sería a los que no la
poseen. En efecto, no importa que tengan personalmente prudencia, o que se
dejen guiar por el dictamen de los que la tienen; esta obediencia bajo la
dirección de otro puede bastarnos, como, por ejemplo, respecto de la salud;
pero porque queramos mantenernos sanos, no por eso nos ponemos a
aprender la medicina. Añádase [170] a esto que sería muy extraño, que la
prudencia, estando por bajo de la sabiduría, fuese sin embargo la directora y
la dueña; porque la facultad activa y productora es la que debe mandar y
ordenar en cada caso particular.
Pero estudiemos más de cerca estas dos virtudes, y profundicemos las
cuestiones que hasta ahora no hemos hecho más que indicar.
Ante todo decimos, que necesariamente son por sí mismas apetecibles, puesto
que son ambas virtudes de las dos partes del alma; y si no pueden producir
nada, es porque ninguna de estas partes del alma puede tampoco producir.
Luego si se dice que producen, no es al modo que la medicina produce la
salud, sino como la salud misma produce la salud. De este modo la sabiduría
es causa de felicidad; porque siendo una parte de la virtud total, hace al
hombre dichoso por el solo hecho de poseerla y tenerla actualmente. Además
la obra propia del hombre no se debe sino a la prudencia y a la virtud mural.
La virtud moral hace que el fin a que se aspira sea bueno, y la prudencia hace
que los medios que conducen a él lo sean igualmente. Es claro otro lado que la
cuarta parte del alma, es decir, la parte nutritiva{129}, no puede tener
semejante virtud; porque no depende de esta parte inferior obrar o no obrar
en ninguna cosa.
En cuanto a lo que acabamos de decir: que la prudencia no hace que el
hombre practique más el bien y lo justo, es preciso probar esta aserción,
tomando las cosas de un punto más elevado, y sentando el principio que sigue:
así como dijimos de ciertas gentes que hacen cosas justas sin que realmente
sean ellos justos, por ejemplo, cuando esos mismos observan todas las
prescripciones de las leyes a pesar suyo, o ignorándolas, o por cualquiera otra
causa, y no en vista de estas mismas prescripciones y practicando todo lo que
es preciso y todo lo que un hombre virtuoso debe hacer; en la misma forma, a
mi parecer, es preciso obrar en todas ocasiones con una cierta disposición
moral para ser verdaderamente virtuoso. Entiendo que se debe obrar por libre
elección, y resolviéndose en vista de la naturaleza de los actos que se realizan.
La virtud es la que hace esta elección laudable y buena; pero todo lo que se
hace en [171] consecuencia de esta elección previa no pertenece a la virtud;
como que es del dominio de otra facultad. Este punto merece bien que se
insista en él, a fin de ilustrarle más. Existe en el hombre una facultad que se
llama habilidad o aptitud, y que tiene por misión especial hacer todo lo que
concurra al fin que uno se ha propuesto, y procurar todos los medios
necesarios para conseguirlo. Si el objeto es bueno, esta facultad es muy
laudable; si es malo, la habilidad se convierte en bellaquería. Y así tenemos
gran cuidado, cuando hablamos de los hombres prudentes, decir que son
hábiles y no que son bellacos. La prudencia no es esta facultad, pero tampoco
puede existir sin ella. Tampoco la prudencia, ojo del alma, puede ser todo lo
que debe ser sin la virtud, como ya he dicho y puede fácilmente observarse.
Los razonamientos de nuestro espíritu son los que encierran el principio de los
actos que realizamos más tarde.
Decimos siempre «puesto que tal cosa es la que debemos proponernos, y que
además es a nuestros ojos la mejor posible, &c., &c.» En realidad nada
importa que la cosa sea esta o aquella, como por ejemplo, que sea la primera
que nos depare la suerte. Pero sólo en el hombre virtuoso aparece la decisión
con toda claridad. El vicio pervierte la razón, y nos induce a error sobre los
principios que deben dirigir nuestras acciones. La consecuencia evidente de
todo esto es la imposibilidad de ser realmente prudente, cuando no es uno
virtuoso.
———
{128} Véase la Política, lib. I, cap. IV.
{129} Para la parte nutritiva del alma, véase el Tratado del Alma, lib. II, cap.
IV.

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