Filosofía y Psicología
PROCESOS AFECTIVOS FUNDAMENTALES
Actividad:
1. ¿Cuál es la diferencia entre amor y apego?.
2. ¿Es posible vivir sin apego o sin amor?
3. Indaga los tipos de APEGO que identifica la psicología y describe.
Colegio Los Olmos Nombre:
Filosofía y Psicología
ANTECEDENTES FILOSÓFICOS SOBRE LAS AFECCIONES
En la República de Platón (428-347 a. de C) las emociones están presentes a través de términos como el dolor y el placer.
El exceso de alguno de estos elementos afecta a la razón del hombre, y a la vez la sociedad tiene como tarea hacer que
los más viejos enseñen a los más jóvenes a descubrir el placer sin exageración en tareas concretas. Ya en "El Banquete"
Sócrates, hace una reflexión apológica acerca del amor.
Para Aristóteles (384-322 a. de C) la emoción es definida como una condición según la cual el individuo se transforma
hasta tal punto que se queda con el juicio afectado, que viene acompañado de placer y dolor. Las palabras clave que
Aristóteles asocia a las emociones son envidia, cólera, lástima y temor. Sin embargo, el enfoque del estudio de Aristóteles
sobre las emociones es centrado en la cólera. Así aborda los factores que desencadenan la misma, llegando a reconocer
algunas reacciones fisiológicas y de comportamiento, analizando las creencias morales y sociales. Posteriormente,
Aristóteles señala que las emociones pueden ser educadas y a la vez utilizadas a favor de una buena convivencia.
Por otro lado, los estoicos parten desde un punto de vista totalmente negativo, ya que consideraban a las emociones como
una perturbación innecesaria del ánimo. Séneca ya condenaba la emoción como algo que puede convertir la razón en
esclava. Los estoicos atribuyeron la culpabilidad de los problemas humanos a las emociones como resultado de los
juicios que el individuo tiene del mundo. De esta manera los estoicos son considerados los precursores en estudiar las
emociones partiendo de una valoración cognitiva.
Desde la tradición filosófica, en general, se ha identificado a la emoción con la metáfora del amo y el esclavo. El amo es
la razón y el control que se contrapone al esclavo, que son las emociones y las pasiones. El dualismo mente-cuerpo está
presente en está metáfora.
De las acciones humanas, deberá pasar a las ciencias para contemplar su belleza, y entonces, al contemplar lo bello en
toda su extensión, ya no permanecerá nunca más encadenado como un esclavo en el limitado amor de la belleza de un
joven, de un hombre o de una acción, sino que se volverá hacia el océano de la belleza y saciando sus ojos con este
espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los discursos y los pensamientos más magníficos de la filosofía, hasta
que, vigorizado y engrandecido su espíritu por esta sublime contemplación, ya no perciba más que una ciencia: la de lo
bello.
Ahora, Sócrates, préstame toda la atención que seas capaz. Aquel que en los misterios del amor se haya elevado hasta el
punto en que nos hallamos, después de haber recorrido todos los grados de lo bello, al llegar al término de su iniciación,
verá de súbito ante sus ojos una belleza maravillosa, aquella precisamente, oh Sócrates, que constituía el fin de todos sus
esfuerzos anteriores: belleza eterna, increada e imperecedera, que no es susceptible de aumento ni de disminución, una
belleza que no es bella por un lado y fea por otro, bella para unos y fea para otros; una belleza que no es sensible como un
rostro o una manos, ni corporal. que no es tampoco ni unas palabras ni unos conocimientos, que no reside en un sujeto
diferente de ella misma, por ejemplo, en un animal, o en la tierra, o en el cielo, o en cualquier otra cosa; sino que existe
eterna y absolutamente por sí misma y en sí misma; de la que participan todas las demás bellezas, sin que su nacimiento o
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su destrucción le aporten la menor disminución o el menor crecimiento, ni la modifiquen en nada. Cuando, desde
las bellezas inferiores, el iniciado se ha elevado por un amor bien dirigido de los jóvenes hasta esta belleza perfecta y
empieza a entreverla, casi está a punto de alcanzar el fin. Pues el camino recto hacia el amor, tanto si se sigue
espontáneamente como si otro te guía, consiste en comenzar por las bellezas de este mundo y elevarse hasta la belleza
suprema pasando, por así decirlo, por todos los escalones, de un cuerpo bello a dos, de dos a todos los demás, de los
cuerpos bellos a las ocupaciones bellas, de las ocupaciones bellas a las ciencias bellas, hasta que, de ciencia en ciencia, se
llegue a la ciencia por excelencia que no es otra que la ciencia de lo bello en sí, y se acabe por conocerlo tal como es en sí.
Mi querido Sócrates, prosiguió la extranjera de Mantinea, si hay algo que le dé valor a esta vida, es la contemplación de la
belleza en sí. Y si lo consigues algún día, no te parecerán comparables el oro ni las vestiduras, ni los muchachos y jóvenes
bellos, cuya contemplación ahora te arrebata hasta tal punto, a ti y a muchos otros, que por contemplar constantemente a
los que amáis, para estar sin cesar con ellos, si fuera posible, estaríais dispuestos a privaros de comer y de beber para pasar
vuestra vida en su compañía y contemplación. ¿Qué pensaríamos de un hombre a quien le fuera dado mirar la belleza en
sí, pura, sin mezcla, sin estar revestida de las carnes ni de los colores humanos ni de todas las vanidades perecederas, sino
la belleza divina en sí? ¿Crees que sería una vida miserable tener la mirada fija en ella y disfrutar de la contemplación y la
compañía de un tal objeto? ¿No crees, por el contrario, que este hombre, siendo el único en este mundo que percibe lo
bello por el órgano mediante el cual es perceptible lo bello, sólo él podrá producir, no imágenes de las virtudes, porque no
se aplica a las imágenes, sino virtudes verdaderas, porque en la verdad se aplica? Así al que engendra y nutre la verdadera
virtud le corresponde ser querido de Dios. Y si algún hombre debe ser inmortal, éste debe serlo.
Sócrates. --Estas fueron, mi querido Fedro y todos los que me escucháis, las palabras de Diotima. Ellas me persuadieron y
a mi vez yo trato de persuadir a los demás de que, para alcanzar un bien tan grande, la naturaleza humana difícilmente
hallaría un auxiliar más poderoso que el amor. Por eso digo que todo hombre debe honrar al amor. En cuanto a mí, honro
todo lo que con él se relaciona, y lo hago objeto de un culto particular y lo recomiendo a los demás. Y en este momento
mismo, como siempre hago, acabo de alabar todo lo que soy capaz el poder y la fuerza del amor. Y ahora, Fedro,
considera si este discurso puede llamarse un elogio del amor; pero si no, dale el nombre que quieras. Banquete
209e_212c. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.33-36).