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EL NACIONALISMO CATALÁN Y SU

RELATO

Uno de los retos más importantes que tendrá que resolver España en los próximos años es la
definitiva vertebración de su estructura territorial. Frente a la preocupante desintegración de la
nación española caben dos posicionamientos. Uno es optar por la conllevanza Orteguiana y asumir
el relato de cierto izquierdismo que afirma que España es una nación política fallida tras un
tormentoso siglo XIX, de manera que el separatismo catalán y el vasco no dejan de ser
actualizaciones posmodernas del viejo carlismo del siglo XIX. La otra posibilidad es la de intentar
analizar las causas que han llevado a una de las naciones más antiguas de Europa a una crisis
política sin precedentes que amenaza con balcanizar el país. En este artículo analizaré el caso
catalán, que es actualmente el que plantea un desafío más claro al sistema político español nacido
de la constitución de 1978. Una de las herramientas fundamentales del nacionalismo catalán ha
consistido en la reconstrucción de un relato histórico tan falso como eficaz, de claro signo
victimista. Según dicho relato Cataluña es una nación milenaria, fundadora de la moderna identidad
europea y que hasta el siglo XVIII ha tenido instituciones estatales. Poco importa que esto haya
supuesto una reinvención de la historia de la corona de Aragón, rebautizada en el siglo XIX como
confederación catalano-aragonesa por el archivero de la corona de Aragón Antoni de Brofarull y
Brocá. Tesis delirante que no se corresponde con la estructura institucional de la corona de Aragón
durante la baja edad media y que además supone un flagrante anacronismo histórico. La misma tesis
nacionalista que insiste en presentar su nación como milenaria es ya en si misma otro anacronismo.
La nación política y el nacionalismo cultural son fenómenos más o menos recientes y su uso en
fuentes medievales hace más referencia a aspectos geográficos que políticos. Por mucho que insista
el historiador de cabecera de Quim Torras, Jaume Sobrequés, Cataluña no fue ni pudo ser esa
nación milenaria que con tanto deleite pregonan los voceros mediáticos de la Generalidad. Otro
aspecto capital para el nacionalismo catalán ha consistido en insistir una y otra vez en el carácter
diferenciado de la identidad catalana. Tesis que ha gozado de cierto predicamento en ambientes
progresistas o más recientemente en los planteamientos federalizantes del PSC y de parte del PSOE.
Se trata de un tesis que hunde sus raíces en los planteamientos culturalistas de la llamada
Renaixença o en las tesis del último Vicens Vives sobre la mayor modernidad de Cataluña en
relación con la atrasada y autoritaria España. Según esta tesis a Cataluña le ha tocado el papel de
motor del progreso peninsular y a España el de lastre. Papel que no siempre se le ha reconocido
debidamente a Cataluña y que ha supuesto una pesada carga para la nación catalana en términos de
oportunidades históricas perdidas. No es infrecuente escuchar a los políticos nacionalistas
lamentarse de la innumerable cantidad de oportunidades que han otorgado a España para avanzar en
la senda de la modernidad y de progreso. Como España quiere seguir instalada en los tópicos tan
manidos de la leyenda negra, a Cataluña no le queda más remedio que emprender su propio camino.
El lugar natural de Cataluña es Europa, el de España el continente africano.

Los orígenes racistas y supremacistas del nacionalismo catalán fueron


silenciados durante demasiado tiempo. Los medios de comunicación y los
tertulianos al uso destacaron el carácter moderado, integrador y
fundamentalmente económico del nacionalismo catalán, en contraposición
al etnicismo excluyente de los herederos de Sabino Arana.
El pujolismo, al que una buena parte de la prensa de este país rindió una vergonzante pleitesía
durante demasiados años, contribuyó en gran medida a crear esa idea artificial de una identidad
catalana que poco o nada tiene que ver con España. La instrumentación de la educación con fines
nacionalistas y la existencia de una pluralidad de medios de comunicación dependientes del poder
nacionalista ha contribuido a crear una sociedad civil aparentemente uniforme en su adhesión al
nacionalismo El pluralismo real de la sociedad catalana no tiene traducción alguna en los medios de
comunicación dependientes del poder. Durante demasiados años la visión de Jordi Pujol como
estadista oscureció la realidad de un político cuya meta siempre fue clara: construir las condiciones
políticas, sociales y económicas que crearan una desafección hacia lo español como paso previo
hacia la independencia.

Los orígenes racistas y supremacistas del nacionalismo catalán fueron silenciados durante
demasiado tiempo. Los medios de comunicación y los tertulianos al uso destacaron el carácter
moderado, integrador y fundamentalmente económico del nacionalismo catalán, en contraposición
al etnicismo excluyente de los herederos de Sabino Arana. Se ocultaron a la opinión pública figuras
vergonzantes como la de Valentí Almirall y su defensa de la raza pirenaica catalana o la frenología
etnicista del doctor Bartolomé Robert. Que algunos hayan descubierto en ciertos exabruptos del
presidente Quim Torras el carácter etnicista y racista del nacionalismo catalán no deja de resultar
paradójico.

LA IZQUIERDA FRENTE AL NACIONALISMO CATALÁN

Tampoco se salva la izquierda cuyo papel en la promoción y en la justificación del nacionalismo


resulta poco ejemplar. Por un lado cierta izquierda anti sistema ha visto en el nacionalismo catalán y
vascos dos aliados para erosionar los fundamentos del sistema político español. De ahí vienen las
famosas lecturas de ciertos grupos anti sistema progresistas del famoso proces. Frente a la obvia
contradicción entre el clásico internacionalismo y el nacionalismo supremacista, la izquierda anti
sistema ha querido presentar el independentismo como algo contrapuesto al nacionalismo. Es la
tesis de la CUP que busca retomar el célebre posicionamiento del estalinismo; la construcción del
socialismo en un solo país. Por otra parte la izquierda institucional, representada por el PSC, ha
manifestado un claro complejo de inferioridad ante el nacionalismo. Ya lo demostró durante la
tramitación del parcialmente inconstitucional estatuto de autonomía de 2006, cuando los socialistas
quisieron competir en nacionalismo con los antiguos convergentes.

Muy preocupante resulta la insistencia del nuevo presidente Pedro


Sánchez en retomar los errores del pasado, proponiendo una inútil
reforma de la constitución y un verdadero diálogo de sordos. El
nacionalismo catalán es una religión política basada en el fanatismo que
nada quiere dialogar sino los plazos de la rendición del estado

El PP tampoco está exento de responsabilidad. Los populares han sido incapaces de contrarrestar el
relato victimista de un nacionalismo catalán que ha sabido vender su relato en el extranjero a las mil
maravillas. Por otra parte la defensa de la nación española por parte del PP ha sido exclusivamente
jurídica y se ha sustentado exclusivamente en medidas judiciales. Este normativismo no ha ido
acompañado de una defensa política e histórica de la identidad común de los españoles. También
muy preocupante resulta la insistencia del nuevo presidente Pedro Sánchez en retomar los errores
del pasado, proponiendo una inútil reforma de la constitución y un verdadero diálogo de sordos. El
nacionalismo catalán es una religión política basada en el fanatismo que nada quiere dialogar sino
los plazos de la rendición del estado. Resulta sonrojante escuchar a políticos y tertuliamos abogar
por el diálogo como mecanismo de solución política. Ya desde los tiempos de Prat de la Riba el
nacionalismo catalán ha dejado su objetivo: un estado para su milenaria nación. El lenguaje político
del nacionalismo catalán sigue poblado de mitos románticos, sofismas y soflamas diversas. El
entendimiento es una quimera y lo único que oculta es un aplazamiento de su objetivo irredentista.
La opción federalista que proponen algunos está abocada al fracaso. La práctica política de aquellos
modelos federales que han funcionado, como por el ejemplo el estadounidense, nos muestra a las
claras que el federalismo exige dos cosas que los nacionalistas aborrecen: la lealtad federal y la
simetría en las relaciones institucionales. El lenguaje del nacionalismo catalán sigue instalado en los
fueros, en los agravios y el privilegio como categorías políticas fundamentales.

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